Consideraciones Acerca de Los Estilos de Apego y Su Repercusión en La Práctica Clínica

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Consideraciones acerca de los estilos de apego y su repercusión en la práctica clínica por Nelson Valdés Sánchez Desde que fue desarrollada la teoría del apego por John Bowlby en el año 1969, ha sido posible mejorar la comprensión de los procesos de personalidad y diferencias individuales de los adultos. A su vez, las investigaciones realizadas posteriormente han permitido establecer una correlación entre el estilo de apego desarrollado durante la infancia y ciertas variables importantes durante la adultez. En el presente ensayo presentamos la teoría tradicional del apego elaborada por Bowlby, así como algunas evidencias recientes sobre la relación existente entre los estilos de apego y los procesos cognitivos, las relaciones interpersonales, las emociones y variables de la personalidad. Haciendo un especial énfasis en la forma como influye el estilo de apego del terapeuta en el desarrollo de la alianza terapéutica. Con el paso de los años, se ha podido identificar tendencias innatas que regulan la forma como respondemos a las amenazas, al peligro, a las pérdidas, y que están estrechamente relacionadas con la forma como nos vinculamos con personas significativas, para asegurar la adaptación y como una manera de perpetuar la especie. Y es la familia nuclear el mejor contexto dentro del cual es posible prever las necesidades específicas de cada uno de sus miembros. El primero en desarrollar una teoría del apego a partir de los conceptos que aportara la psicología del desarrollo, con el objeto de describir y explicar por qué los niños se convierten en personas emocionalmente apegadas a sus primeros cuidadores, así como los efectos emocionales que resultan de la separación, fue John Bowlby (Bowlby 1998). En este sentido, este autor parte del supuesto de que la conducta de apego se organiza utilizando para ello sistemas de control propios del sistema nervioso central, al que se le ha atribuido la función de protección y supervivencia. Existe la tendencia a responder conductual y emocionalmente con el fin de permanecer cerca de la persona que cuida y protege de toda clase de peligros. Y aquellos que poseen estas tendencias tienen más probabilidades de sobrevivir y de poder traspasar dichas tendencias a generaciones posteriores. Los estilos de apego se desarrollan tempranamente y se mantienen generalmente durante toda la vida (Bartholomew, 1997), permitiendo la formación de un modelo interno que integra por un lado creencias acerca de sí mismo y de los demás, y por el otro una serie de juicios que influyen en la formación y el mantenimiento de las dinámicas relacionales durante toda la vida del individuo (Bradley, & Cafferty, 2001). Por esto resulta importante la figura del primer cuidador, generalmente la madre, ya que el tipo de relación que se establezca entre ésta y el niño será determinante en el estilo de apego que se desarrollará. No obstante, otras figuras significativas como el padre y los hermanos pasan a ocupar un lugar secundario y complementario, lo que permite establecer una jerarquía en las figuras de apego (Bowlby, 1998).

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Consideraciones acerca de los estilos de

apego y su repercusión en la práctica

clínica

por Nelson Valdés Sánchez

Desde que fue desarrollada la teoría del apego por John Bowlby en el año 1969, ha

sido posible mejorar la comprensión de los procesos de personalidad y diferencias

individuales de los adultos. A su vez, las investigaciones realizadas posteriormente han

permitido establecer una correlación entre el estilo de apego desarrollado durante la

infancia y ciertas variables importantes durante la adultez.

En el presente ensayo presentamos la teoría tradicional del apego elaborada por

Bowlby, así como algunas evidencias recientes sobre la relación existente entre los estilos

de apego y los procesos cognitivos, las relaciones interpersonales, las emociones y

variables de la personalidad. Haciendo un especial énfasis en la forma como influye el

estilo de apego del terapeuta en el desarrollo de la alianza terapéutica.

Con el paso de los años, se ha podido identificar tendencias innatas que

regulan la forma como respondemos a las amenazas, al peligro, a las pérdidas, y

que están estrechamente relacionadas con la forma como nos vinculamos con

personas significativas, para asegurar la adaptación y como una manera de

perpetuar la especie. Y es la familia nuclear el mejor contexto dentro del cual es

posible prever las necesidades específicas de cada uno de sus miembros.

El primero en desarrollar una teoría del apego a partir de los conceptos que

aportara la psicología del desarrollo, con el objeto de describir y explicar por qué

los niños se convierten en personas emocionalmente apegadas a sus primeros

cuidadores, así como los efectos emocionales que resultan de la separación, fue

John Bowlby (Bowlby 1998). En este sentido, este autor parte del supuesto de que

la conducta de apego se organiza utilizando para ello sistemas de control propios

del sistema nervioso central, al que se le ha atribuido la función de protección y

supervivencia. Existe la tendencia a responder conductual y emocionalmente con

el fin de permanecer cerca de la persona que cuida y protege de toda clase de

peligros. Y aquellos que poseen estas tendencias tienen más probabilidades de

sobrevivir y de poder traspasar dichas tendencias a generaciones posteriores.

Los estilos de apego se desarrollan tempranamente y se mantienen

generalmente durante toda la vida (Bartholomew, 1997), permitiendo la

formación de un modelo interno que integra por un lado creencias acerca de sí

mismo y de los demás, y por el otro una serie de juicios que influyen en la

formación y el mantenimiento de las dinámicas relacionales durante toda la vida

del individuo (Bradley, & Cafferty, 2001). Por esto resulta importante la figura

del primer cuidador, generalmente la madre, ya que el tipo de relación que se

establezca entre ésta y el niño será determinante en el estilo de apego que se

desarrollará. No obstante, otras figuras significativas como el padre y los

hermanos pasan a ocupar un lugar secundario y complementario, lo que permite

establecer una jerarquía en las figuras de apego (Bowlby, 1998).

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Se sabe que los niños que tienen una interacción positiva con su cuidador

logran internalizar la sensación de seguridad, lo que les permite ampliar sus

emociones. En otras palabras la conducta de apego depende de la manera como el

individuo es capaz de reflejar la sensación de seguridad. Ainsworth define tres

estilos de apego en base a cómo responden los individuos en relación a la figura

de apego cuando están agustiados: seguro, ansioso-ambivalente y evitativo

(Ainsworth, citado en Buchheim, & Mergenthaler, 2000). El apego seguro se da

cuando la persona que cuida demuestra cariño, protección, disponibilidad y

atención a las señales del bebé, lo que le permite desarrollar un concepto de sí

mismo positivo y un sentimiento de confianza. En el dominio interpersonal, las

personas seguras tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas

satisfactorias, y en el dominio intrapersonal, tienden a ser más positivas,

integradas y con perspectivas coherentes de sí mismo (Mikulincer, 1998). El

apego ansioso1 se da cuando el cuidador está física y emocionalmente disponible

sólo en ciertas ocasiones, lo que hace al individuo más propenso a la ansiedad de

separación y al temor de explorar el mundo. No tienen expectativas de confianza

respecto al acceso y respuesta de sus cuidadores, debido a la inconsistencia en las

habilidades emocionales. Es evidente un fuerte deseo de intimidad, pero a la vez

una sensación de inseguridad respecto a los demás (Mikulincer, 1998). Por

último, el apego evitativo2 se da cuando el cuidador deja de atender

constantemente las señales de necesidad de protección del niño, lo que no le

permite el desarrollo del sentimiento de confianza que necesita. Se sienten

inseguros hacia los demás y esperan ser desplazados sobre la base de las

experiencias pasadas de abandono (Mikulincer, 1998).

Mucho se ha investigado acerca de los orígenes de las diferencias

individuales en el apego, enumerándose factores que parecen estar influyendo en

las manifestaciones específicas del estilo de apego, tales como: la experiencia

individual, la constitución genética y las influencias culturales (Weaver, & de

Waal, 2002). De éstos, se ha hecho más énfasis en aquellos relacionados con el

cuidado materno (experiencia individual) y el temperamento infantil (constitución

genética).

La calidad del apego madre-hijo va a depender de lo que cada una de las

partes involucradas aporte a la relación, así como de la influencia directa que cada

una de ellas ejerce sobre la otra (Bowlby, 1998). En este sentido, son muchas las

investigaciones que han relacionado el estilo de apego con variables como la

calidad del cuidado, la receptividad al llanto, la periodicidad de la alimentación, la

accesibilidad psicológica, la cooperación y la aceptación de la madre (Isabella,

1993). Al mismo tiempo se han realizado investigaciones que buscan comparar la

calidad de las relaciones del niño con cada uno de sus padres, llamando la

atención el hecho de que es posible que el niño desarrolle un estilo de apego

seguro con un padre y un estilo de apego inseguro con el otro3(Fox, Kimmerly &

Schafer, 1991), constituyéndose esto en una evidencia de que el temperamento

por sí solo no permite clasificar a un niño de acuerdo a un patrón de apego seguro

o inseguro; aún cuando hay estudios que atribuyen mayor importancia al

temperamento infantil en la predicción del estilo de apego (Calkins, & Fox, 1992;

Mangelsdorf, & Frosch, 1999. Según Bowlby, el estilo de apego refleja la

interacción entre la personalidad del niño, la familia y el entorno social más

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amplio, por lo que no debe resultarnos extraño que exista una influencia conjunta

entre las variables propias del cuidador y el temperamento infantil.

Lo cierto es que los estilos de apego son relativamente estables, y según

Bowlby, la continuidad del estilo de apego se debe principalmente a la

persistencia de los modelos mentales del si mismo y otros componentes

específicos de la personalidad. Estos modelos logran mantenerse relativamente

estables, justamente porque se desarrollan y actúan en un contexto familiar

también relativamente estable (Stein, Koontz, Fonagy, Allen, Fultz, Brethour,

Allen, & Evans, 2002). Sin embargo, los patrones de apego pueden cambiar en

función de acontecimientos que logren alterar la conducta de cualquiera de los

individuos que formen parte de la relación de apego.

Los estilos de apego continúan a lo largo del ciclo vital, y a través de las

generaciones. Las nuevas relaciones parecen afectarse por las expectativas

desarrolladas en las relaciones pasadas (Waters, Hamilton, & Weinfield, 2000).

Hay autores que han investigado cómo la transición de la infancia a la

adolescencia temprana influye sobre la organización de los estilos de apego,

sugiriendo la posibilidad de que sean activados ciertos mecanismos de evitación,

sin los cuales no sería posible mantener una cierta distancia de las figuras

parentales para desarrollar una identidad personal más definida (Ammaniti, van

Ijzendoorn, Speranza, & Tambelli, 2000). Esto es importante tenerlo presente, ya

que la adolescencia es considerada un período de cambios y de continua

reorganización de las representaciones de apego, que se caracteriza por la

reevaluación de las experiencias de vida que llevan al desarrollo de la identidad

(Zimmermann, & Becker-Stoll, 2002). En este sentido, las relaciones de apego se

hacen más estables a lo largo del desarrollo, y funcionan como un recurso de

adaptación que asegura la formación de la identidad. En esta misma línea,

Cooper, Shaver y Collins (1998) observaron que los adolescentes con un estilo de

apego ansioso presentaban un pobre concepto de sí mismo, conductas de riesgo y

niveles altos de sintomatología, al igual que los adolescentes con estilo de apego

evitativo. Resultados como estos no han sido fácil de adaptar a los adultos, ya que

se trata de una teoría originalmente desarrollada para ser aplicada en niños, sin

embargo, hay quienes han propuesto considerar la dependencia como el

equivalente del apego en los adultos (Birtchnell, 1997). Incluso hay resultados

que sugieren que los estilos de apego a la edad adulta aumentan o no las

posibilidades de pasar por experiencias de separación y pérdidas (Bradley, &

Cafferty, 2001).

Los problemas de apego a menudo se transmiten transgeneracionalmente a

menos que alguien rompa la cadena4(Buchheim, Brisch, & Kächele, 1998). Por

ejemplo, un padre con estilo de apego inseguro puede no estar en capacidad de

desarrollar un apego fuerte con su hijo, de manera de proporcionarle los cuidados

que requiere para un desarrollo emocional, lo que a su vez puede llegar a influir

en sus dificultades para relacionarse con otras personas5. Recientemente, las

Investigaciones están enfocadas hacia los procesos que actúan como mediadores

de la transmisión de las relaciones de apego de una generación a otra, a partir del

contenido y análisis del discurso de los pacientes. En esta misma línea, Gloger-

Tippelt (1999) observó que los padres con representaciones mentales autónomas y

seguras de apego, generalmente tenían hijos con estilos de apego seguro, mientras

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que aquellos con representaciones de apego inseguro tenían hijos con estilos de

apego evitativo y/o estilos de apego ansioso-ambivalente.

Se ha estudiado el apego en la edad adulta en base a cinco dimensiones: la

estabilidad de los patrones de apego, la relación entre el apego y rasgos de la

personalidad, la evaluación prototípica del apego, la identificación de apegos

múltiples en la edad adulta, y la especificidad de los patrones de apego en el

adulto (Bartholomew, 1997). Según Bowlby los modelos de apego tienen su

efecto sobre la forma como se codifica y se organiza la información acerca de sí

mismo, las figuras importantes y los distintos eventos emocionales (Cook, 2000).

Por lo que, se han realizado investigaciones con el objeto de determinar si existen

o no diferencias en la forma de buscar y procesar la información, en personas con

distintos estilos de apego (Mikulincer, & Florian, 1999).

Se encontró que los individuos con un estilo de apego seguro son capaces de

realizar una búsqueda activa de información, se muestran abiertos a la nueva

información, poseen estructuras cognitivas flexibles que le permiten adaptarse

adecuadamente a los cambios del ambiente, a plantearse objetivos realistas, a

evitar los pensamientos irracionales, a tener expectativas positivas acerca de las

relaciones con los otros y a confiar más en ellos. Mientras que los individuos con

estilos de apego evitativo y ansioso tienen estructuras cognitivas más rígidas y

mayor acceso a recuerdos negativos, lo que genera desconfianza en los primeros

en cuanto a las relaciones con otros, y conflictos con la intimidad en los segundos,

ya que por un lado desean tenerla y por el otro tienen temor de perderla (Collins,

1996).

Otras investigaciones han dirigido su atención a los procesos por los cuales

las personas desarrollan y mantienen vínculos afectivos en una relación. De

acuerdo al trabajo de Bowlby, existen patrones prototípicos de apego en la edad

adulta, los cuales están definidos de acuerdo a la intersección de dos dimensiones

subyacentes: la actitud positiva de la imagen de uno mismo y la actitud positiva

de la imagen de las otras personas. Los resultados sugieren que las diferencias

individuales en los patrones de apego tienen implicaciones en la calidad de las

relaciones en la edad adulta (Bartholomew, 1997; Feeney, 2000), ya que durante

el desarrollo social se construyen modelos afectivos y cognitivos de sí mismos a

partir de los cuales se desarrolla la personalidad y la interacción con las demás

personas (Larose, & Bernier, 2001).

De esta forma, determinadas características presentes en las dinámicas

relacionales que establecen las personas, guardan una estrecha relación con sus

estilos de apego individuales. Aquellas personas con un estilo de apego seguro

tienden a desarrollar modelos mentales de sí mismos como amistosos, afables y

capaces, y de los otros como confiables y bien intencionados. Por lo que les

resulta relativamente fácil intimar con otros y no se preocupan acerca de ser

abandonados o de que otros se encuentren muy próximos emocionalmente. Las

personas con estilos de apego ansioso tienden a desarrollar modelos de sí mismos

inseguros, y de los otros como poco confiables y resistentes a comprometerse, lo

que se refleja en una preocupación frecuente por el abandono6. Por último,

aquellos con un estilo de apego evitativo desarrollan modelos de sí mismos como

suspicaces, escépticos y retraídos, y de los otros como poco confiables o

demasiado ansiosos para comprometerse, lo que les imposibilita a confiar y

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depender de otros7 (Simpson, Rholes, & Phillips, 1996; Collins, 1996; Feeney, &

Kirkpatrick, 1996).

Existen autores que sugieren una asociación entre los estilos de apego

inseguro, la insatisfacción de pareja y las prácticas parentales ineficaces (DeVito,

& Hopkins, 2001). West y Sheldon (citado por Lapsley, Varshney, & Aalsma,

2000) identificaron cuatro patrones disfuncionales de apego en la edad adulta, de

acuerdo a la teoría desarrollada por Bowlby: independencia compulsiva,

sobreprotección, dependencia y rabia. Estos autores observaron que los patrones

de apego dependiente, de rabia y de independencia compulsiva eran fuertes

predictores de sintomatología psiquiátrica. En otras palabras, pareciera ser que las

personas con un estilo de apego seguro desarrollan una gran confianza hacia sí

mismos y los demás, mientras que aquellas con un estilo de apego inseguro

poseen una falta de confianza hacia los otros, lo que determina sus relaciones

interpersonales (Collins, 1996; Mikulincer, & Florian, 1999; Scott, & Cordova,

2002, ya que la confianza es una condición necesaria para el desarrollo del

compromiso.

Lo anterior nos lleva a otro punto a ser considerado. Y es que comúnmente

se asocia el estilo de apego con la expresión emocional y la regulación de las

emociones. Algunas investigaciones han demostrado que la interpretación de

eventos con componentes emocionales se encuentran mediados directa e

indirectamente por el estilo de apego (Niedenthal, Brauer, Robin, & Innes-Ker,

2002). Se parte del supuesto de que existen diversos niveles de organización en el

sistema de apego, y que se presentan secuencialmente a lo largo del desarrollo; y

va desde una organización en términos de estrategias del comportamiento al final

del primer año, hasta una organización representacional posteriormente (Spander,

& Zimmermann, 1999).

Lo anterior resulta importante ya que las estrategias utilizadas para expresar

y regular las emociones, actúan de acuerdo al estilo de apego de las personas. Así

pues, aquellos con estilos de apego seguro tienden a presentar niveles moderados

de dolor, mientras que aquellos con un estilo de apego ansioso tienden a

demostrar una baja tolerancia al dolor y a responder con sentimientos de miedo y

ansiedad. Aún cuando no existe un acuerdo final en relación a este punto, lo cierto

es que las personas con estilos de apego inseguro tienden a sentirse más apenadas

emocionalmente que cualquier otro estilo de apego8 (Niedenthal, Brauer, Robin,

& Innes-Ker, 2002). A este respecto, Collins (1996) afirma que los adultos con

distintos estilos de apego están predispuestos a pensar, sentir y actuar diferente en

sus relaciones.

Bowlby fue el primero en examinar el rol que juegan los estilos de apego en

la experiencia de rabia o enojo. Según este autor, la rabia es una respuesta

funcional de protesta a otros, y que aquellos con estilos de apego inseguro logran

transformar esta respuesta en otra que resulta disfuncional. Más recientemente,

Mikulincer (1998) a este respecto concluyó que las personas con estilos de apego

seguro presentan menos propensión a la rabia, expresan su enojo de manera

controlada, sin señales de hostilidad a otros y siempre buscan resolver la situación

una vez que están enojados. Las personas con estilos de apego ambivalente y

evitativo tienen más propensión al enojo, caracterizándose por metas destructivas,

frecuentes episodios de enojo y otras emociones negativas9.

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También se han realizado investigaciones con el fin de demostrar que los

distintos estilos de apego están asociados a ciertas características personales sobre

todo con los trastornos de ansiedad, depresión y el trastorno limítrofe de

personalidad (Meyer, Pilkonis, Proietti, Heape, & Egan, 2001; Bifulco, Moran,

Ball. & Bernazzani, 2002; Gerlsma, & Luteijn, 2000). Por ejemplo, Buchheim,

Strauss, y Kächele (2002) observaron que existía una asociación entre el estilo de

apego ansioso, las experiencias traumáticas sin resolver, y el trastorno de ansiedad

y la personalidad limítrofe. Rosenstein, y Horowitz (1996) por otro lado,

demostraron que los adolescentes con una organización de apego evitativo eran

más susceptibles a desarrollar problemas de conducta, abuso de sustancias,

trastorno de personalidad narcisista o antisocial, y rasgos paranoicos de la

personalidad. Mientras que aquellos con una organización de apego ansioso eran

más susceptibles de desarrollar trastornos afectivos o un trastorno de personalidad

obsesivo-compulsivo, histriónico, limítrofe o esquizoide. Esto nos puede hacer

pensar en la posibilidad de que los adultos que hayan desarrollado un estilo de

apego seguro tengan más alta autoestima, sean socialmente más activos y

presenten menos sentimientos de soledad que aquellos con un estilo de apego

inseguro.

A su vez, se ha examinado las posibles relaciones entre el contexto familiar

y determinadas características personales en adultos. En este sentido, DiFilippo, y

Overholser (2000) estudiaron las ideas suicidas asociadas a síntomas depresivos y

a determinados estilos de apego con la figura materna, paterna y los pares,

encontrándose una fuerte y significativa asociación entre el apego a la figura

materna, los síntomas depresivos y las ideas suicidas. Sin embargo, aún hace falta

investigaciones que permitan delinear mejor la naturaleza específica de esta

asociación (Sexson, Glanville, & Kaslow, 2001). Leondari, y Kiosseoglou (2000)

analizaron la relación entre los estilos de apego y la separación psicológica de los

padres, según el funcionamiento psicológico de un grupo de adolescentes.

Observaron que existía una asociación positiva entre el estilo de apego seguro y la

libertad de sentir culpa, ansiedad y resentimiento hacia los padres, lo que sugería

una relación inversa entre un apego seguro y la independencia emocional,

funcional y actitudinal de éstos. Esto también puede llevarnos a suponer que los

individuos que han desarrollado un estilo de apego seguro, tienen una percepción

más positiva de sí mismos, más seguridad y con la capacidad para enfrentar los

problemas con una estructura más organizada; al contrario de lo que podríamos

esperar con aquellos que han desarrollado un estilo de apego inseguro. Sobre todo

cuando hay investigaciones que sugieren la asociación entre este estilo de apego

con ciertas conductas de riesgo para la salud, como el uso de sustancias y la falta

de compromiso con cualquier tipo de tratamiento. Hay modelos elaborados para

explicar la manera cómo un apego inseguro puede contribuir al desarrollo de una

enfermedad: aumentando la susceptibilidad al estrés10, el uso cada vez mayor de

reguladores externos de afecto y la alteración de la conducta de búsqueda de

ayuda (Maunder, & Hunter, 2001).

Como mencionamos anteriormente, los estilos de apego no están fijados

rígidamente, lo que lleva a pensar que con experiencias positivas de vida, una

intervención terapéutica apropiada y una alta motivación para el cambio, es

posible que una persona adulta pueda modificar su estilo relacional de manera de

poder experimentar intimidad y proximidad. Vimos además que la relación con

las figuras de apego posibilita la construcción de un modelo del mundo y de sí

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mismo en función de su desarrollo cognitivo y afectivo, que le permitirá actuar,

comprender la realidad, anticipar el futuro y establecerse metas. Si partimos de la

premisa de que los modelos de realidad son estructuras cognitivas que forman los

modelos representacionales del mundo, entonces debe reconocerse que son

además la única forma que tiene el individuo para establecer una relación con éste

(Guidano,1994). Esto significa que la característica más importante para el

desarrollo de una relación estrecha son las construcciones autorreferenciales

recíprocas con la imagen de la persona significativa, lo que al mismo tiempo

permite estabilizar y desarrollar aún más la dinámica relacional. En este sentido,

resulta más relevante la percepción del otro que las características reales de éste,

de manera que cuando nos vinculamos a otra persona elegimos más que nada a

alguien para experimentarnos a nosotros mismos con esa persona11.

Como terapeutas debemos proporcionar las herramientas de análisis y

autoobservación necesarias que permitan al paciente realizar un reordenamiento

gradual de su experiencia personal. Y la relación terapéutica es justamente el

contexto específico que permite poner en práctica situaciones de cambio que

guiarán dicho proceso de reorganización (Guidano, 1994). No obstante, es

importante tener en cuenta que las investigaciones y estudios existentes en

materia de apego se centran en relaciones causales, considerando que

dependiendo del estilo de apego se presentarán ciertas características del

individuo y de sus relaciones; dejando de lado el establecimiento de

planteamientos que reflejen la existencia de relaciones recíprocas y

bidireccionales entre los distintos estilos de apego y los procesos cognitivos,

afectivos, de personalidad, interpersonales, entre otros. Sumado al hecho de que

aún hay poca evidencia que demuestre que es posible determinar el estilo de

apego en adultos usando entrevistas orientadas clínicamente (Hughes, Hardy, &

Kendrick, 2000).

Sin embargo, algunos estudios han analizado la influencia de los estilos

interpersonales de los pacientes sobre las respuestas del terapeuta durante el

proceso terapéutico, según la teoría del apego. Hardy, Aldridge, Davidson, Rowe,

Reilly y Shapiro (1999), en función de dichos resultados lograron identificar tres

temas principales en los problemas de apego: preocupaciones por la pérdida o el

rechazo, sentimientos relativos al conflicto y necesidad de contacto estrecho o

proximidad. A su vez, categorizaron las respuestas del terapeuta como: a)

suministro de continencia, seguridad y estructura; b) reflejo de las emociones y

preocupaciones del paciente; y c) interpretación o desafío del estilo de apego del

paciente. Esto ha llevado a plantear la hipótesis de que las respuestas del terapeuta

a los problemas del paciente están mediados por sus estilos de apego, existiendo

evidencia de que el terapeuta tiende a responder con reflexión a estilos que

muestran preocupación, y con interpretación a aquellos que muestran un estilo

evitativo (Hardy, et al., 1999).

Como veremos, numerosos estudios han mostrado la gran utilidad que

puede tener la teoría del apego en diferentes campos de la investigación en

psicoterapia, tales como el de las características del terapeuta y los diferentes

aspectos de la alianza terapéutica. Así, sobre la base de las relaciones entre

adultos durante el proceso psicoterapéutico, es posible afirmar que la

organización del apego del terapeuta puede llegar a influir en el trabajo

terapéutico (Leiper, & Casares, 2000), aún cuando se hayan realizado algunas

investigaciones que han demostrado lo contrario (Ligiéro, & Gelso, 2002).

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Holmes (1997) por ejemplo, se ha dedicado a estudiar la teoría del apego como un

aspecto relevante para la práctica psicoterapéutica, concluyendo que las

experiencias de apego logran internalizarse como una narrativa propia a la edad

de 3 a 5 años, y que ésta es la base de una función autoreflexiva y de una

capacidad autobiográfica de la propia vida posteriormente, lo que lleva a plantear

como objetivos psicoterapéuticos la búsqueda de la intimidad y la autonomía. En

este sentido, un patrón de apego seguro es el punto de partida para la búsqueda de

intimidad, así como la capacidad de protestar sanamente permite la separación y

la consecuente autonomía. Rubino, Barker, Roth y Fearon (2000) evaluaron la

empatía del terapeuta en relación al estilo de apego según las dimensiones de

ansiedad y evitación, concluyendo que los terapeutas más ansiosos tendían a

responder con menor empatía. Nuevamente, las interpretaciones de los terapeutas

a los pacientes con estilos de apego ansioso y preocupado tendían a ser más

profundas y más empáticas que las interpretaciones realizadas a pacientes con

estilos de apego evitativo. Esta investigación es muy parecida a la realizada por

Duan y Kivlighan (2001) acerca de la empatía intelectual y la emoción empática

entre las emociones del terapeuta y del paciente, de acuerdo al acierto o no del

terapeuta para percibir las emociones del paciente12. Dichos autores demostraron

que tanto la empatía intelectual como la emoción empática contribuyeron en

forma significativa al logro de una sesión evaluada por el paciente como

profunda. También se ha estudiado la relación entre los trastornos de la

personalidad y los impactos interpersonales recíprocos, entre los pacientes y los

terapeutas. Los resultados sugieren que los terapeutas tienden a responder

negativamente a los pacientes con trastornos de personalidad, que los pacientes

perciben distorsionadamente el comportamiento de estos terapeutas, y/o que los

pacientes en algunas ocasiones inducen pautas de interacción negativa con los

terapeutas (Wagner, Riley, Schmidt, McCormick, & Butler, 1999).

Más recientemente, las investigaciones se han enfocado a estudiar la

relación entre el tipo de apego de pacientes adultos y la alianza terapéutica. Se ha

observado que el estilo de apego inseguro está asociado con evaluaciones más

bajas de la alianza, mientras que el estilo de apego seguro lo está con las

evaluaciones más altas (Eames, & Roth, 2000). Este mismo estudio también

indicó que la frecuencia de ruptura estaba asociada al tipo de apego: un apego

ansioso con rupturas más frecuentes y un apego evitativo con una frecuencia

menor de rupturas. Muran (2002) propuso un enfoque relacional para comprender

el self y el cambio, basado en una convergencia de perspectivas y desarrollos

teóricos en relación a las rupturas de la alianza y los impases. Este autor sugiere

intensificar el estudio de la experiencia subjetiva del terapeuta en el contexto de la

relación terapéutica, especialmente en lo relacionado con la superación de las

rupturas de la alianza13. En este sentido, resulta útil la entrevista clínica para

identificar estilos de apego en adultos, haciendo énfasis en el análisis temático y

semántico del discurso, tanto del terapeuta como del paciente (Anolli, & Balconi,

2002; Juffer, van Ijzendoorn, & Bakermans-Kranenburg, 1997). También se han

estudiado los episodios de sonrisa mutua (ESM) entre ambos como elementos

clave en los intercambios afectivos que regulan la comunicación (de Roten,

Gilliéron, Despland, & Stigler, 2002). Este estudio permitió por ejemplo,

identificar cuatro ESM diferentes de acuerdo a cuatro funciones sociales:

a)coordinación de señales afectivas, b)intercambio de emociones, c) negociación

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de roles sociales, y d) regulación de conflictos. Fue posible determinar que

existen diferencias en la expresividad (entendiéndose como el número de ESM)

en términos de alianza terapéutica durante cada sesión, lo que demuestra la

importancia de los mecanismos de regulación emocional para la formación del

vínculo terapéutico. Sobre todo cuando algunos autores han formulado la

hipótesis de la existencia de una correspondencia entre la organización del

discurso y las representaciones mentales de las experiencias de apego.

Quiñónez (1997) sugiere prestar atención a la coherencia, la

comprensibilidad, la continuidad, la congruencia, la plausibilidad y el equilibrio

afectivo, en el discurso del paciente cada vez que se evalúe una situación

determinada. Se destaca entonces tres aspectos importantes:

Estructura: haciendo referencia a la manera como se relacionan las

distintas experiencias que configuran la narrativa del paciente.

Partiendo del hecho de que cada paciente tiene pasado, presente, e

incluso futuro.

Contenido: haciendo referencia a las temáticas presentes en el discurso

del paciente. Por ejemplo, temáticas presentadas por el paciente en

forma recurrente que tienen que ver con rupturas afectivas

experimentadas como abandono, conformando un estilo de apego

inseguro14.

Calidad: haciendo referencia al tono emocional en cada una de las

experiencias presentes en el discurso del paciente. Por ejemplo, una

organización del significado personal depresiva, caracterizada por rabia

y desamparo en situaciones difíciles15.

Esto es coincidente con lo que plantea el Modelo de Habilidades Sociales en

el Proceso Interpersonal (HSPI), en cuanto a que la mayoría de los problemas que

llevan a los pacientes adultos a solicitar ayuda, son el resultado de pautas de

interacción interpersonal ineficaces debido a un déficit en las habilidades sociales

(Mallinckrodt, 2000). Y para que la relación terapéutica sea productiva se

requiere un amplio repertorio de dichas habilidades, por lo que conviene detectar

si el paciente cuenta o no con éstas. Sólo así será posible presentarle experiencias

correctoras de apego en un contexto terapéutico, y generar así el cambio.

En los casos atendidos en el Centro Psicológico, justamente hemos prestado

atención a aspectos como éstos, con el propósito de identificar el estilo vincular

como guía estratégica para generar condiciones que permitan una reorganización

cognitiva-afectiva, y poder así realizar intervenciones que permitan promover

estilos de apego seguro en los pacientes a partir del cambio en las

representaciones parentales. Es sobre esta base que los pacientes han podido

explorar su propia realidad, generando nuevas distinciones emocionales e

interpretaciones, que a su vez le han permitido experimentar un cambio de

conducta.

Es nuestra función como terapeutas buscar la manera de establecer una

buena alianza terapéutica en la que logremos percibirnos trabajando con el

paciente por un objetivo común. Y esto sólo será posible si se desarrolla una

especie de sensibilidad hacia el paciente, conscientes en todo momento de nuestra

propia subjetividad y nuestros propios estilos de apego, de manera de permitirle la

asimilación y la acomodación de su narrativa personal. Por esta razón,

Page 10: Consideraciones Acerca de Los Estilos de Apego y Su Repercusión en La Práctica Clínica

consideramos fundamental analizar y reconceptualizar los estudios realizados en

materia de estilos de apego, desde Bowlby hasta nuestros días, como patrones de

procesamiento mentales de información que permiten generar modelos de

realidad y de sí mismo.

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V Congreso Sudamericano de Investigación en Psicoterapia Empírica y III

Encuentro Psicoterapéutico, organizado por la Society for Psychotherapy

Page 14: Consideraciones Acerca de Los Estilos de Apego y Su Repercusión en La Práctica Clínica

Research, el Comité de Psicoterapia de la Sociedad Chilena de Neurología,

Psiquiatría y Neurocirugía, y la Sociedad Chilena de Psicología Clínica.

Realizado del 8 al 11 de agosto de 2002: Reñaca, Viña del Mar.

1 Estilo de apego identificado en Jorge. 2 Estilo de apego identificado en María José, Rubén y Felipe. 3 En el caso de Felipe es evidente el desarrollo de un estilo de apego inseguro con su padre,

mientras que con su madre tenía un estilo de apego seguro cuando vivía. 4 Esto lo pude evidenciar cuando se analizó mi genograma en clases. Como ciertas pautas

relacionales en la familia de origen paterna habían sido repetidas por mi padre en el núcleo familiar. 5 Siendo éste el caso de Felipe y María José, quienes tienen ambos padres con estilos de

apego inseguro. 6 Característica presente en casi todos los casos atendidos, sobre todo en Felipe y María

José. 7 Un rasgo bien marcado en Rubén. 8 Incluso puede llevar a desarrollar síntomas depresivos como en el caso de María José. 9 Felipe frecuentemente relata situaciones de enojo y rabia, sin muchas veces poder

explicarse el origen de las mismas. 10 Como en el caso de Rubén, quien desarrolló síntomas psicosomáticos como alergia y

cefaleas. 11 Por lo que la calidad de la imagen que construimos de la otra persona está estrechamente

relacionada con la organización del significado personal. 12 En supervisión hemos visto como en ocasiones se nos hace un poco difícil a los terapeutas

reconocer y reflejar adecuadamente las emociones del paciente. 13 En el V Congreso Sudamericano de Investigación en Psicoterapia Empírica, organizado por

la Society for Psychotherapy Research, y al que tuve la oportunidad de asistir, se hablaba de la intersubjetividad y su efecto en el impasse terapéutico.

14 Como en el caso de Rubén. 15 Como en el caso de Felipe.