DOVER CORPORATION Código de ética y conducta en los negocios
Conducta Del Creyente en El Trabajo y Los Negocios
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Un hombre que vende zapatos como si fueran de cuero, pero que
en realidad han sido confeccionados con otro material de inferior
calidad (agregándole cartón, material de imitación, etc.) no
merece llamarse cristiano. Ni siquiera se puede decir de él que
sea una persona honesta. Puede que se nos diga: «Es una práctica
habitual del ramo comercial.» Ahora bien, ¿acaso esto cambia el
asunto para uno que desea andar en el temor de Dios, y mantener
una buena conciencia? Puede que sea la costumbre considerada
«normal» del ramo comercial, que se sustituya en todo o en parte
el material original de una ropa por otro de imitación, que se
agregue arena al azúcar[1], o agua a la leche[2]. Pero ¿puede un
cristiano, o incluso un hombre honesto, hacer estas cosas? Muy
seguramente que no. La conciencia de un cristiano debe estar
regulada, no por las costumbres del rubro comercial, sino por la
Palabra de Dios. Si esto se pierde de vista, se pondría fin a todo
cristianismo práctico en la vida comercial. Un fabricante
cristiano no podría pensar en confeccionar zapatos con
materiales de inferior calidad que el cuero y venderlos como
cuero, más de lo que podría hacerlo en ser carterista o ratero de
falquitrera. Ahora, si estas prácticas fuesen realmente
habituales, es decir, si todo el mundo lo hace, y todo el mundo
también lo sabe, luego, naturalmente, no habría ningún engaño en
el asunto. Pero si yo vendo un par de zapatos como si fuesen
completamente de cuero, cuando sé que están confeccionados en
parte de cuero y en parte de otro material de inferior calidad,
luego soy mentiroso y ladrón. Soy moralmente peor que un
salteador de caminos, puesto que este último reconoce
Conducta del creyente en el
trabajo y los negocios
Respuestas a cartas de lectores
C. H. Mackintosh
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abiertamente lo que es, lo que hace y lo que quiere. Un hombre
que adultera sus bienes es culpable de la más baja
deshonestidad.
Pero supongamos entonces que una persona no es fabricante, sino
vendedor en un depósito o en una tienda; ¿qué tiene que hacer?
Él no adultera el producto, sino que simplemente lo vende. ¿Puede
calificársela de deshonesta o embustera por vender bienes
adulterados? Sin duda que sí en caso de venderlos como genuinos.
¿Como podría un verdadero cristiano, un hombre realmente
honesto, declarar que un artículo es genuino, cuando él sabe
perfectamente que no lo es? Puede que se nos diga que esto es
mera escrupulosidad. Que así sea; de todo corazón deseamos que
haya más de esto en la vida comercial. Para nosotros esto parece
ser solamente honradez común.
Pero esto no surtirá ningún efecto ni tendrá aplicación alguna en
el mundo. Pero ¿qué prueba esto? Simplemente que el mundo es
desleal y deshonesto. Si la verdad y la rectitud no pueden
prosperar en el mundo, entonces ¿qué debe ser el mundo?
Sin embargo, el cristiano debe ser honesto. Su meta no es
progresar en el mundo, ni ganar dinero, sino glorificar a Dios en
su vida diaria. ¿Podrá glorificar a Dios adulterando bienes y
diciendo mentiras?
Sentimos la inmensa importancia, querido amigo, del tema que
usted trajo a nuestra consideración. Creemos que demanda la
seria atención de todos los cristianos ocupados en la industria y
el comercio. Existe el tremendo peligro de ser arrastrados fuera
de la senda de la integridad cristiana, y de caer en el miserable
espíritu de la ambición y de la competencia, tan corriente por
todos lados. Debemos tener presente que el cristianismo es una
realidad viviente; es la vida divina que se manifiesta en todos los
detalles prácticos de nuestra vida cotidiana; no se halla
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confinado dentro de las cuatro paredes del edificio donde nos
congregamos; tiene más maneras de manifestarse y de
expresarse que mediante la predicación, la oración y el canto, por
muy preciosos, como lo son, todos éstos en su lugar. El
cristianismo debe manifestarse en la fábrica, en el taller, en el
depósito, en la tienda, en la oficina, en todas las ocupaciones
diarias, cualquiera que sea su naturaleza. ¡Qué terrible es pensar
en un hombre que canta y ora en el día del Señor y, el lunes por la
mañana, adultera su pan y lo vende como genuino! Caminemos en el
temor de Dios. Procuremos, como lo hacía el apóstol, “tener
siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”
(Hechos 24:16).
Es verdad que este camino a seguir puede tener su costo. Puede
que tengamos que “padecer por causa de la justicia” (1.ª Pedro
3:14). Pero ¿qué es todo esto en comparación con el profundo
gozo de andar con Dios en esa estrecha senda sobre la cual
siempre brillan los benditos rayos de Su rostro aprobador? ¿No
es una buena conciencia muchísimo mejor “que millares de oro y
plata” (Salmo 119:72)? Nuestro Dios cuidará de nosotros. Él
satisfará todas nuestras verdaderas necesidades “conforme a
sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). ¿Por qué
debemos siempre recurrir a los desdeñables «trucos del
comercio» para ganar dinero, para ganarse la vida o para tener un
buen pasar económico, cuando nuestro Padre se comprometió a
cuidar de nosotros a lo largo de toda la jornada?
Es muy importante que el cristiano sea enteramente franco y
transparente en todos sus caminos. No debe haber nada que sea
puesto en tela de juicio, ni nada encubierto, en todas sus
operaciones. No debemos meter manos en tan siquiera una sola
cosa que no soporte el más estricto escrutinio. De ahí que, si
esta persona «que trabaja para una importante empresa en
Londres» está haciendo algo que ella no quiere que la empresa
sepa; si está recibiendo algo de lo cual ella quiere que no se
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enteren, es perfectamente evidente que esta persona no está
actuando rectamente. Si ella es enteramente transparente en lo
que hace, ¿cuál es la razón de enviarnos esta pregunta? ¿Puede
ella, con una buena conciencia, tomar el descuento de la persona
que le provee de tales cosas? ¿Debería esto llamarse
«descuento» o más bien «corretaje» (comisión)? “Si, pues, tu ojo
fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo 6:22;
V.M.). Y también: “Si nuestro corazón no nos reprende, confianza
tenemos en Dios” (1.ª Juan 3:20). Si la empresa tiene
conocimiento de que se da ese descuento, todo resulta claro y
justo; pero todo lo que se haga por debajo de cuerda o
clandestinamente es absolutamente indigno de uno que es llamado
a andar a la luz de la presencia divina.
Este punto debe ser enteramente una cuestión entre su propia
alma y el Señor. No deberíamos hacer nada con una mente
dudosa, o algo sobre lo cual no podamos, con perfecta confianza,
pedir la bendición de Dios. Éste es un gran principio moral de
aplicación general para todos los cristianos, en todas las
circunstancias. En cuanto al caso particular que nos plantea,
preguntamos en qué medida es usted responsable por el uso que
sus clientes hacen del artículo que menciona. Hay algunas cosas
de las que no se podría hacer seguramente un buen uso; como por
ejemplo un libro infiel o inmoral, y, por ende, no podríamos
vender esos productos. Pero no vemos nada malo en la venta de la
florecilla que menciona. Es cierto que se la puede emplear (y de
hecho se la emplea) con fines supersticiosos; pero no
necesariamente se la emplea para eso, y se lo hizo hasta hace
poco. Si la gente dedicada al negocio tuviera que ser tenida como
responsable por el uso que puede hacerse de sus productos, el
asunto sería interminable. Sin embargo, querido amigo, es de la
mayor importancia que nos ejercitemos a nosotros mismos para
tener siempre una conciencia sin ofensa hacia Dios y hacia los
hombres. ¡Quiera el mismo Señor ser su Maestro y Guía! ¡Quiera
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Él mantenerle andando en Su presencia, y contento con Él mismo!
Todo entonces resultará correcto.
Sobre este otro punto, se trata de una cuestión para la
conciencia individual. Hay una enorme diferencia entre un
vinatero y un tabernero; al menos, así lo juzgamos nosotros; pero
no nos compete establecer reglas para la conciencia de los
demás. Una cosa es cierta: la senda de un verdadero cristiano es
una senda extremadamente estrecha.
Comprendemos perfectamente su dificultad y simpatizamos con
usted. Nos veríamos envueltos en un muy serio problema si
estuviésemos dedicados a la impresión y venta de libros en lo que
respecta a qué es lo que imprimimos o vendemos. Pero, querido
amigo, ésta es una de las tantas cosas respecto de las cuales
debemos andar delante de Dios con una limpia conciencia.
Seguramente que no debiéramos hacer nada que deje una mancha
en la mente o un aguijón en la conciencia; pero nadie puede ser un
guía para el otro en tales asuntos. ¡El Señor es tan bueno y fiel,
que Él seguramente lo guiará y lo guardará!
Somos de la opinión de que usted sería más dichoso como
cristiano, y estaría más seguro como negociante, si manejara su
negocio actual con sanos principios, que si se metiera en un gran
emprendimiento como el que describe el cual sólo puede
realizarse mediante un sistema de crédito. Estamos totalmente
convencidos de la posibilidad de llevar a cabo un emprendimiento
comercial sin contraer deudas, y urgimos vehementemente a
todos nuestros amigos a obrar de esta manera. ¿Por qué no puede
un comerciante pagar por la mercadería que compra de la misma
manera que paga en su vida privada individual? Es cierto que en el
comercio puede no abarcar un área tan vasta, pero tendría un
fundamento más sólido. Su negocio puede ser pequeño, pero sería
más seguro, y su mente estaría en paz. “Vuestra gentileza [o
moderación] sea conocida de todos los hombres. El Señor está
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cerca” (Filipenses 4:5). Y también: “enseñándonos que,
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios
y Salvador Jesucristo” (Tito 2:12-13). ¡Qué palabras oportunas
para los cristianos en este tiempo de activa especulación y de
incesante ambición! Existe la urgente necesidad, querido amigo,
de velar para que no nos atrape el espíritu de amor al dinero de
nuestros días. El diablo está buscando cegar los ojos de los
cristianos profesantes, de varias maneras. Les provee de miles
de plausibles argumentos para tratar de justificar el hecho de
que ellos deben impulsar una mayor ganancia, echar mano de todo
lo que esté a su alcance, y amontonar poco a poco. Incluso citará
mal y aplicará incorrectamente la Palabra de Dios con el objeto
de proveer de un argumento para ganar dinero a aquellos cuyos
corazones se hallan secretamente fijados en ese objeto. ¡Oh, qué
miserable es tener ante el corazón un objeto tal como el de
«ganar dinero»! ¡Seguramente que como es el objeto, así es
también el carácter! ¡Sólo pensemos en un santo de Dios, un
heredero de la gloria, atesorando las miserables riquezas de este
mundo! ¡Pensemos también en esto, frente a miles de creyentes
que viven en condiciones de pobreza y de verdadera necesidad,
así como en lo que requiere la obra del Señor, tanto dentro de
nuestro país como en el extranjero! ¿Cómo podemos suponer la
existencia de la vida de Cristo, o el amor de Dios en un alma que
puede acumular por centenares, y ver a su hermano en necesidad
(1.ª Juan 3:17)? ¡Imposible!. ¡Ojalá que tengamos un corazón
grande!
El único consejo que podemos ofrecerle es el de esperar en el
Señor, y de pedirle que lo guíe. Él ha dicho: “te enseñaré el
camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo
32:8), y también: “El no puede negarse a sí mismo” (2.ª Timoteo
2:13). Puede ser que Él quiera que usted trabaje laboriosamente
y con paciencia en su profesión actual. Estamos en una posición
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mucho más segura cuando nuestro negocio o trabajo constituye la
carga a nuestras espaldas, y no el ídolo del corazón.
C. H. M., Things New and Old, 1864
NOTAS
[1] N. del T.— Muchos productos alimenticios son también a
menudo objeto de adulteración (adulterar, del latín „impurificar‟,
es «falsear un alimento, bien añadiendo otra sustancia o
quitándola»). Para dar unos ejemplos, la miel se adultera con
azúcar (el producto adulterado siempre es de menor costo), y con
el azúcar —que es muy pesada y barata— se adulteran un
sinnúmero de productos tales como el helado, cereales para el
desayuno, el pan blanco, muchos alimentos preparados como
salsas, comidas congeladas, verduras enlatadas, en fin, la lista
sería larga tan sólo para la industria alimenticia (sin mencionar
otros rubros, pues en todos los ramos se vende y se coloca una
pieza no genuina como original, siendo de segunda marca). Ahora
bien, el mal no está en el producto adulterado —pues podemos no
saber que lo es y venderlo de buena fe— sino en el hecho
deliberado de vender algo como genuino, siendo plenamente
conscientes de que no lo es para sacar mejor partida de ello con
el embuste. Y ni qué hablar de aquellos que directamente se
dedican a la adulteración del producto, para venderlo luego como
original.
[2] N. del T.— Esto se hacía cuando se vendía suelta, a fin de
aumentar su volumen.