Comprender el Stalinismo

166
COMPRENDER EL STALINISMO LUCES Y SOMBRAS DE UNA REVOLUCIÓN GABRIEL GARCÍA VOLTÁ Todos los años, en septiembre, cuando empieza la escuela, acuden las mujeres de las barriadas a las papelerías y compran los libros de texto y los cuadernos para sus hijos, desesperadas rebuscan sus últimos centavos en los monederos raídos, quejándose de que el saber cueste tanto. Y no sospechan lo malo que es el saber que les espera a sus hijos. Bertolt Brecht, Poemas del lugar y la circunstancia Todo lo que decían los comunistas sobre el comunismo era mentira. Pero esto no es lo peor. Lo peor es que todo lo que decían los comunistas sobre el capitalismo era verdad. De la película Los lunes al sol Contenido La violencia es la madre de la Historia....................................5 La carga del hombre blanco................................................12 La aurora roja............................................................17 Romance de lobos..........................................................26 Tiempos de desprecio......................................................31 Gris es la teoría y verde el árbol de la vida.............................39 La busca..................................................................46 Horizontes de grandeza....................................................53 La mala hierba............................................................59

Transcript of Comprender el Stalinismo

Page 1: Comprender el Stalinismo

COMPRENDER EL STALINISMO

LUCES Y SOMBRAS DE UNA REVOLUCIÓN

GABRIEL GARCÍA VOLTÁ

Todos los años, en septiembre, cuando empieza la escuela, acuden las mujeres de las barriadas a las papelerías y compran los libros de texto y los cuadernos para sus hijos, desesperadas rebuscan sus últimos centavos en los monederos raídos, quejándose de que el saber cueste tanto. Y no sospechan lo malo que es el saber que les espera a sus hijos. Bertolt Brecht, Poemas del lugar y la circunstancia

Todo lo que decían los comunistas sobre el comunismo era mentira. Pero esto no es lo peor. Lo peor es que todo lo que decían los comunistas sobre el capitalismo era verdad. De la película Los lunes al sol

ContenidoLa violencia es la madre de la Historia......................................................................................................5

La carga del hombre blanco........................................................................................................................12

La aurora roja...................................................................................................................................................17

Romance de lobos...........................................................................................................................................26

Tiempos de desprecio....................................................................................................................................31

Gris es la teoría y verde el árbol de la vida...........................................................................................39

La busca..............................................................................................................................................................46

Horizontes de grandeza................................................................................................................................53

La mala hierba..................................................................................................................................................59

En una fortaleza sitiada, la disidencia es una traición.......................................................................66

Cumbres borrascosas.....................................................................................................................................75

Más vale morir de pie que vivir de rodillas............................................................................................82

Quien desea el fin no puede rechazar los medios...............................................................................91

Page 2: Comprender el Stalinismo

El poder y la gloria..........................................................................................................................................98

La arboleda perdida (o el camino a ninguna parte)..........................................................................104

BIBLIOGRAFIA.................................................................................................................................................108

PASADO Y PRESENTE

Veinte años después de la desintegración de la Unión Soviética, el panorama global es bastante desolador, no sólo por la crisis económica que azota a buena parte del planeta

–una crisis cíclica más en la historia del capitalismo y ni siquiera la peor desde 1929, como suele decirse-, sino, y sobre todo, por la falta de expectativas reales de cambios positivos.

El recorte continuo de derechos sociales en los países desarrollados corre paralelo a la disminución de los impuestos que pagan los más ricos mientras que el gasto armamentístico crece sin cesar. ¡Qué lejos quedan aquellas fantasías anteriores a 1991 que afirmaban que sólo con una parte del gasto en armamento de los Estados Unidos y de la URSS, en pocos años, se podría acabar con la pobreza en el mundo! El fin de la Guerra Fría no ha significado el punto final de tales derroches, sino que la escalada continúa sin piedad, y a ella se han sumado nuevos países. Desaparecida la coartada anticomunista ha sido necesario inventar nuevos enemigos que justifiquen el dispendio, y parece que ahora les ha tocado el turno a los islamistas. La lucha contra el terror sirve para justificar todos los excesos y todas las agresiones. Nuevamente, las víctimas se transforman en verdugos.

El fracaso de los movimientos revolucionarios anticapitalistas que sacudieron el mundo, entre 1917 y 1991, ha dejado en buena medida a la humanidad sin brújula y sin esperanza. Convertido el dios mercado en el árbitro supremo de la vida social triunfa el individualismo competitivo y la filosofía del todos contra todos. Quien tiene un afecto tiene una debilidad, y los débiles no sobreviven.

Para legitimar este mundo de desigualdad, de injusticia y de falta de libertad –la libertad sin igualdad es la libertad para unos pocos-, hace falta poner en circulación extraordinarias cantidades de mentiras, y, para hacerlas creíbles, repetirlas incansablemente y presentarlas como verdades irrecusables que sólo los canallas o los descerebrados -o acaso ambas cosas a la vez- no quieren o no son capaces de reconocer. Los grandes beneficiarios del triunfo del capitalismo practican con avidez la filosofía de la Celestina: “A tuerto o a derecho mi casa hasta el techo”, y ya se sabe que los argumentos lógicos son impotentes cuando se trata de intereses. No hay más verdad que el beneficio.

La pregunta de Lenin a Fernando de los Ríos, “La libertad, ¿para qué?”, tantas veces citada como malévolamente interpretada, se nos aparece ahora en toda su lúcida grandeza.

Page 3: Comprender el Stalinismo

El marxismo ha sido el mayor y más inteligente proyecto de liberación humana que haya sido nunca concebido. Esta fue la causa de su tremendo atractivo para millones de personas durante el siglo XX y también el motivo por el que ha concitado un odio sin límites entre las clases dominantes de todos los países y entre los intelectuales a su servicio. Finalmente, el proyecto ha fracasado y sus enemigos vuelven a ser dueños indiscutibles del planeta como lo eran antes de 1917. Después de tantos miedos y fracasos parciales durante décadas no es de extrañar el regocijo con el que fue recibido “el fin de la Historia” por parte del capitalismo mundial.

A partir de ahí empezó la redefinición de la organización económica planetaria con una barra libre de mercado, que ha terminado en la espectacular borrachera actual.

En el terreno político la situación es semejante. La democracia liberal ha pasado a ser la “democracia sin adjetivos”, un modelo de organización política universalmente válido e indiscutible. Como la hegemonía ideológica es total se pueden poner en circulación disparates monumentales tales como los que equiparan fascismo y comunismo, disparates legitimados por sesudos historiadores que, seguramente, necesitan fondos para pagar la hipoteca de su casa o para financiar los estudios universitarios de sus hijos.

Sin duda, la democracia liberal es el modelo político que mejor se ajusta al capitalismo. Nacieron juntos en la Europa de finales del siglo XVIII, y se han complementado casi siempre a plena satisfacción, aunque en situaciones muy conflictivas algunas élites capitalistas y sus centuriones hayan caído en la tentación fascista.

La democracia liberal es, en realidad, un régimen oligárquico plebiscitado en unas elecciones cada cuatro o cinco años. Estas elecciones se realizan bajo el peso de una desinformación masiva y concienzuda, disfrazada casi siempre de sobreinformación, y bajo el chantaje indirecto -en forma, a veces, de amenazas veladas- de los poderes fácticos que insinúan el negro futuro que espera a todos si no se cumplen las expectativas electorales de las oligarquías en el poder.

Los votantes, prisioneros de unas estructuras socioeconómicas que saben sólidas y bien defendidas, e inmersos en una visión del mundo legitimadora de esas estructuras, acaban satisfaciendo los deseos de las élites, rehúyen cualquier tipo de opción o filosofía radical y terminan confiando su voto, como mucho, a algún tímido reformismo que promete mejoras limitadas que, seguramente, pronto quedarán en nada.

Todos son iguales. En buena medida no se equivocan… En los países desarrollados, los medios de comunicación juegan un papel esencial en la historia de estos fraudes. El hecho de que buena parte de los medios sea propiedad privada, de empresarios totalmente identificados con la lógica del mercado, hace que las noticias sean sometidas a controles y filtros continuos hasta dejarlas aptas para ser publicadas y consumidas por el gran público.

Muchos medios de comunicación se han convertido en correas de transmisión del mundo empresarial y de sus intereses. En la mayoría de los debates, aparentemente abiertos e incluso muy enconados, ciertas opciones políticas o determinadas interpretaciones de los problemas debatidos quedan siempre al margen, por lo que el público en general ignora incluso su existencia y no puede, lógicamente, optar por ellas. Nadie es más esclavo que el que se cree falsamente libre.

Page 4: Comprender el Stalinismo

La manipulación de la historia es uno de los mecanismos de control ideológico permanentemente activo en los medios de comunicación. El cine y la televisión reconstruyen el pasado en función de los intereses de las élites en el poder. Para facilitar la “comprensión” de la historia se recurre sistemáticamente al “presentismo”: se da por sentado que los valores dominantes en nuestra sociedad, es decir , los liberalcapitalistas, siempre han existido, son permanentes y universales, lo que permite al espectador actual posicionarse moralmente sobre el pasado sin necesidad de conocerlo. Lo único que ha cambiado es que antes viajábamos en carro y ahora lo hacemos en avión, pero el Bien y el Mal son eternamente iguales a sí mismos. Es indiferente, por supuesto, que nos situemos en el Egipto de los farones, en la Europa de Carlomagno o en la España de Franco. La historia del siglo XX es objeto de especial atención manipuladora por razones políticas evidentes. Así, durante la Segunda Guerra Mundial, el protagonismo del ejército norteamericano en la victoria contra el fascismo es abrumador, y las películas y los reportajes “históricos” se centran, obsesivamente, en las actuaciones en las que los anglonorteamericanos fueron decisivos –el Pacífico, el norte de África, Normandía…

El escenario fundamental del conflicto aparece sólo en contadas ocasiones, como es el caso de la heroica defensa de Stalingrado. ¿Recuerda el lector algún filme que trate de la espantosa tragedia del cerco de Leningrado o de cualquiera de las tremendas batallas que se libraron entre los ejércitos de la coalición internacional liderada por los nazis y el Ejército Rojo?

Cosas parecidas podríamos decir del antisemitismo y de la Solución Final: en el mundo real el antisemitismo nazi y el anticomunismo iban muy estrechamente entrelazados hasta hacerse casi una misma cosa, pero los medios de comunicación actuales silencian el segundo aspecto por razones políticas obvias. El antisemitismo es siempre sólo una locura racista nazi, y se hacen muy pocas referencias a lo extendida que estaba esta locura en Europa –y fuera de ella-, silenciando que el racismo era una visión del mundo muy generalizada en la época del imperialismo y que constituía un elemento esencial legitimador de todo tipo de abusos en el mundo colonial.

La descontextualización de los hechos es una de las maniobras favoritas de manipulación que, en el caso del estalinismo, llega a límites grotescos.

Los valedores de Stalin siempre defendieron su obra y su actuación alegando que sus éxitos económicos y militares justificaban los excesos y los atropellos cometidos. Los detractores de Stalin, en la actualidad, presentan los “crímenes” del estalinismo como el capricho de un sátrapa sin ninguna relación con los problemas de la política europea de la época ni con las contradicciones que la sociedad soviética padecía durante los años veinte y treinta.

Todo lo que ocurrió fue consecuencia de la paranoia de un dictador, el arrebato de un demente, y así podríamos seguir, pero para eso ya han sido escritas las páginas de este libro. Como afirmaba Vladimir Putin hace poco:

“La victoria contra el nazismo costó millones de vidas y el heroísmo de una generación de veteranos. Nadie tiene derecho a mancillar su memoria. Estoy convencido de que todos los intentos de revisar la historia, justificando a los criminales y calumniando a los heroes vencedores, terminarán en fracaso”.

Page 5: Comprender el Stalinismo

(El País, “Vasili Kónonov, héroe en Rusia y criminal en Letonia”, 3/IV/2011)

Corren hoy por Europa vientos de indignación y de protesta que no parece que vayan a tener la capacidad de cambiar la firme decisión del capitalismo mundial de seguir implacablemente su ruta hacia una desregularización general y radical de la vida económica y hacia la progresiva liquidación de aspectos básicos del Estado del Bienestar.

Con la traición de la socialdemocracia, últimamente llevada al límite, y la cobarde y acomplejada actuación de los sindicatos, la desigual lucha parece que no tendrá un final feliz para los desheredados del paraíso consumista presentes y futuros. Si las circunstancias fuesen favorables, el capitalismo podría ser “refundado”, como ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial pero es muy discutible que eso, hoy, sea posible; los cambios, como se puede ver cotidianamente, siempre son reversibles, pero hay que tener la capacidad organizativa y política necesaria para poder exigir con éxito y para pararle los pies al enemigo, y estas circunstancias no se dan en la actualidad. Y al final, la cabra siempre tira al monte…

Gabril García Voltá

Barcelona, diciembre del 2011

1

La violencia es la madre de la HistoriaA lo largo del siglo XIX, los europeos consiguieron romper los límites a los que se había circunscrito su expansión colonial durante las centurias anteriores. Regiones enormes habían permanecido vírgenes y al margen de su dominación, debido, sobre todo, a razones técnicas y de seguridad: sus buques no permitían el traslado de grandes masas de personas o mercancías a larga distancia, su superioridad militar era limitada y no estaban en condiciones de hacer frente, con éxito, a ejércitos como el del imperio chino, y los problemas de salud que planteaban los climas tropicales eran, con frecuencia, un límite infranqueable.

A partir del siglo XIX, los países europeos sufrirán una metamorfosis radical que los pondrán al frente de la ciencia, la tecnología y la economía mundiales. La evolución de la industria del hierro y del acero permitirá renovar de la maquinaria al transporte marítimo, pasando por el armamento.

La máquina de vapor contribuyó a la modernización industrial y proporcionó la energía motriz para ferrocarriles y barcos. El enorme crecimiento demográfico proporcionó una mano de obra barata e inagotable y creó la base humana de la expansión territorial extraeuropea.

En las guerras de conquista, la superioridad del armamento europeo jugó un papel esencial. La supremacía tecnológica y militar era una especie de don o designio divino que permitía imponer la civilización a los que obstinada y puerilmente la rechazaban. La cañoneras se convirtieron en las mortíferas embajadoras del nuevo orden.

Page 6: Comprender el Stalinismo

En la primera mitad del siglo XIX, el potencial militar era aún equivalente en muchos territorios semicoloniales. En Argelia, el avance francés fue lento porque, entre otros factores, las armas de ambos contendientes eran muy similares.

A finales del siglo XIX, se consolidó la revolución del fusil

–el Martin-Henry, el Mauser…-, mucho más rápidos y seguros. A fines de la década de 1890, los soldados europeos podían hacer 15 disparos en igual cantidad de segundos contra blancos a un kilómetro de distancia.

En el siglo XVI, los europeos habían ocupado el continente americano. No gozaban, en aquel entonces, de ninguna de las ventajas técnicas mencionadas en líneas anteriores, pero, aun así, las civilizaciones indígenas no podían hacer frente a la capacidad militar de los conquistadores. Sus armas y herramientas eran fabricadas con piedras y madera. Desconocían el carro, la rueda y los animales de tiro. En muchos aspectos, la civilización de los indios estaba aún en la Edad de Piedra. Ya en aquella época resonaron argumentos justificadores de la opresión indígena, que se volverían a oír a fines del siglo XIX: los indios eran pueblos bárbaros y salvajes que practicaban sacrificios humanos, eran poco más que animales con capacidad de hablar; además, la difusión del cristianismo y la evangelización sólo se podían realizar de forma efectiva a través del dominio político. La conquista significó uno de los mayores desastres demográficos de la historia de la humanidad y costó la vida a millones de personas. Aunque la catástrofe fue causada por la rápida difusión de enfermedades de las que eran portadores los europeos y contra las que los indios carecían de defensas, la forma brutal de como se produjo la imposición cultural y la destrucción de los valores tradicionales de los indios fue un factor decisivo en el desplome psicológico y moral de la población india que, además, se vio siempre considerada por los criollos como inferior, situación que aún hoy, en algunos lugares, perdura. Los blancos estaban convencidos de su superioridad y trataban a los indígenas de forma paternalista y despectiva.

Las causas por las que los europeos iniciaron una segunda conquista del mundo, a partir de mediados del siglo XIX, fueron, a la vez, económicas y demográficas. Las colonias se vieron como territorios cuya economía podía ser subordinada fácilmente a las necesidades de la metrópoli, espacios a los que fueran a parar los excedentes industriales o también zonas de inversión de capital orientado a construir las infraestructuras necesarias –ferrocarriles, puertos, carreteras…- para una mejor explotación de los recursos naturales del espacio ocupado.

La utilidad de una colonia podía depender de múltiples factores, desde su valor geoestratégico hasta su uso como zona de poblamiento en la que colocar los excedentes humanos poco deseables, como ocurrió en el caso de Australia en los primeros momentos de la ocupación.

El político francés Jules Ferry explicó, en 1890, con notable claridad, los mecanismos que hacían rodar el engranaje imperialista: “La crisis económica que ha presionado tan duramente sobre el obrero europeo desde 1876 o 1877, la postración industrial que la siguió, cuyos síntomas más deprimentes consisten en huelgas […], han coincidido en Francia, Alemania e incluso en Inglaterra con un descenso importante y persistente en el volumen de las exportaciones […]. El consumo de Europa está saturado: es imprescindible

Page 7: Comprender el Stalinismo

descubrir nuevos filones de consumidores en otras partes del mundo. La alternativa es colocar a la sociedad moderna en una situación social cataclismática cuyas consecuencias no se pueden calcular […]. Para impedir que la empresa británica obtenga en su exclusivo provecho los nuevos mercados que están abriendose a los productos de Occidente, Alemania combate a Inglaterra con su inconveniente e inesperada rivalidad en todas las partes del globo. La política colonial es una expresión internacional de las leyes externas de la competencia” (citado en Fieldhouse,Economía…, pág. 31).

En la carrera por el dominio imperialista del mundo, los británicos partían en excelente posición. Eran los avanzados de las grandes transformaciones que la Revolución Industrial acabaría imponiendo en Europa; gozaban, desde hacía siglos, del dominio indiscutido de los mares, y poseían en casi todos los continentes colonias o factorías que acabarían actuando como puntos de apoyo eficaces para sus ulteriores ambiciones territoriales. El fracaso que significó la independencia de los Estados Unidos en ningún caso descorazonó el ardiente espíritu imperial inglés.

Fue en Asia donde el colonialismo europeo mostró su aspecto más complejo, a la vez violento y negociador, pero siempre pendiente de sus ambiciones últimas, las riquezas y el poder: a principios del siglo XIX, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales había sido capaz de poner bajo su control un extenso territorio que se convirtió en la mayor entidad colonial del planeta: el Imperio de la India, que tras su independencia, en 1947, daría lugar a cuatro Estados diferentes: India, Pakistán, Bangladesh y Birmania. Esta compañía comercial ejercía sobre el territorio competencias típicamente estatales, como mantener un ejército, recaudar impuestos y administrar la justicia, todo ello en estrecha complicidad con un aparato gubernamental indígena.

El recurso a ejércitos mercenarios nativos tenía sus peligros: en 1857, el 90% de los efectivos militares de la Compañía eran tropas locales, cipayos. Tras la revuelta de ese año, su número fue disminuyendo de forma paulatina. Finalmente, la Compañía fue disuelta y la India pasó a ser administrada de forma directa por la Corona británica. Como consecuencia de la insurrección, centenares de revoltosos fueron ahorcados o atados a la boca de un cañón y desintegrados. Eran los métodos civilizadores de los colonialistas. No volvió a repetirse una revuelta de esta magnitud y no deja de ser significativo, respecto al éxito de la pacificación, que, en 1913, 76.000 soldados ingleses controlasen un territorio poblado por 315 millones de personas (Ferro,El libro negro…, pág. 367).

Este hecho asombró siempre a Hitler -un rendido admirador del Imperio Británico-, quien creía que con esto se demostraba la superioridad racial de los blancos anglosajones sobre las bárbaras y mestizas masas del subcontinente hindú.

El impacto del colonialismo sobre la población indígena sigue siendo muy discutido por los historiadores. La modernización pilotada por los intereses británicos rompió brutalmente con los equilibrios sociales y económicos preexistentes. A partir de 1860, la India conoció una sucesión de carestías y hambrunas que tendrían un coste en vidas humanas muy elevado. Entre 1876 y 1878, una gran hambruna causó casi cuatro millones de muertos en la India del Sur, y, entre 1896 y 1900, cinco millones de personas perecieron en la zona de Bombay y en las provincias centrales del país (Ferro, Ibídem, pág. 370). Parecidas catástrofes demográficas se fueron sucediendo con rítmica y feroz periodicidad durante muchos años.

Page 8: Comprender el Stalinismo

Los nacionalistas hindúes acusaron siempre al poder colonial de ser el gran culpable de estas catástrofes por su indiferencia moral y por su escaso interés por todo lo que no fuese la explotación de los recursos del país en beneficio propio.

El cultivo y exportación de opio fue una de las plataformas de la economía hindú durante la segunda mitad del siglo XIX. El monopolio de la exportación constituía una fuente de ingresos importante del poder colonial: el 11% del total en el período de 1891-1892. El principal cliente era el Imperio Chino, aunque la droga se consumía también en abundancia en territorio hindú.

A pesar de las mejoras en la infraestructuras y de las inversiones modernizadoras, se calcula que, a través de los onerosos tributos pagados a los británicos, la mitad de la renta nacional neta del país salía de él en beneficio de los colonialistas. Los campesinos eran las principales víctimas del esfuerzo tributario. Por último, la élite de administradores británicos, funcionarios, oficiales del ejército, hombres de negocios, constituían un mundo aparte que intentaba no mezclarse con los nativos, a los que, en el fondo –y en las formas–, despreciaba con una actitud perceptiblemente racista.

Con respecto al otro gran coloso asiático, el Imperio Chino, las cosas fueron diferentes, pero no mejores. China vivía encerrada en sí misma y aislada del exterior. El emperador gobernaba de forma semejante a los monarcas absolutos europeos del siglo XVII. Para forzar al país a abrirse al comercio exterior, los ingleses recurrieron primero al contrabando de opio y, luego, a la agresión militar.

La “primera guerra del opio” concluyó con el tratado de Nanking, por el que los chinos abrían cinco puertos al comercio exterior y entregaban a los británicos la ciudad de Hong Kong. Nuevas “guerras del opio” consiguieron más concesiones comerciales y diplomáticas. La enormidad territorial del Estado chino hizo imposible su anexión por una sola potencia imperialista, por lo que se dejó subsistir al viejo aparato estatal aunque los gobernantes del imperio se vieron forzados a aceptar los “tratados desiguales” que ponían en manos de funcionarios occidentales la administración de las aduanas, que concedían a los extranjeros el privilegio de extraterritorialidad –que les permitía escapar de la justicia china y depender de sus propios cónsules- y la libre circulación de las flotillas de guerra extranjeras en aguas interiores chinas.

El Imperio Chino se había convertido en una semicolonia de las principales potencias imperialistas. Pronto estallaron grandes revueltas campesinas como protesta contra la capitulación de las autoridades frente a los extranjeros pero también por el deseo de las masas rurales de acabar con la explotación que sufrían a manos de las oligarquías locales. Las tropas de los países imperialistas colaboraron con el ejército chino en la represión de las protestas populares pues no les convenía que un desorden generalizado se apoderase del país.

De esta situación salieron reforzadas las autoridades locales y sus pequeños ejércitos regionales frente al gobierno de Pekín. En 1899, estalló una nueva insurrección, la de los bóxers, de un marcado carácter xenófobo. Arrancaron vías de los ferrocarriles, atacaron a los cristianos chinos y mataron a unos trescientos extranjeros. Las potencias europeas, Japón y los Estados Unidos, enviaron una fuerza internacional conjunta que consiguió

Page 9: Comprender el Stalinismo

acabar con la revuelta. El consorcio de los imperialistas impuso controles aún más severos al gobierno chino y el pago de una indemnización de 330 millones de dólares.

Teniendo en cuenta que el imperialismo de fines del siglo XIX tenía como motor la búsqueda de mercados y oportunidades de inversión, era evidente que China era una candidata obvia a la parcelación entre las grandes potencias. Ofrecía enormes posibilidades de negocio: hacia 1880 no tenía ferrocarriles, tenía muy poca industria moderna y un enorme mercado interior apenas explotado. La amargura de las élites chinas fue aún mayor cuando descubrieron, tras su derrota militar frente a Japón, en 1895, que este país asiático había sabido industrializarse y modernizarse, lo que le permitía no sólo rechazar toda injerencia extranjera en su propio suelo, sino también sumarse al club de las grandes potencias mundiales. Las ambiciones japonesas sobre Corea y el norte de China chocaron pronto con idénticas ambiciones territoriales de los rusos. También franceses, estadounidenses y alemanes competían entre ellos tratando de hacerse con el mayor pedazo posible del pastel chino, del que, hasta finales del siglo XIX, había disfrutado, sobre todo, Gran Bretaña, que hasta estas fechas controlaba alrededor del 70% del comercio exterior chino. El miedo a una excesiva influencia rusa sobre el país empujó a los británicos a intentar llegar a un acuerdo razonable con el gobierno zarista sobre la base de compartir el mercado chino dividiéndolo en “áreas de preponderancia”.

De paso, el acuerdo incluiría también el establecimiento de zonas de influencia sobre el Imperio Turco. En una carta al embajador británico en San Petersburgo, lord Salisbury, afirmaba, en 1898: “Nuestra idea es esta. Los dos imperios de China y Turquía son tan débiles que en todos los asuntos importantes se guían constantemente por los consejos de potencias extranjeras […]. No aspiramos a un reparto del territorio sino sólo a un reparto de la preponderancia. Es evidente que con respecto tanto a Turquía como a China hay grandes porciones que interesan a Rusia mucho más que a Inglaterra, y viceversa [...]. Yo diría que la porción de Turquía que limita con el mar Negro, junto con el valle del Éufrates hasta Bagdad, interesa a Rusia mucho más que a Inglaterra, mientras que la parte turca de África, Arabia y el valle del Éufrates más debajo de Bagdad interesa a Inglaterra mucho más que a Rusia. Una distinción similar existe en China entre el valle del Huangho, con el territorio al norte de él, y el valle del Yangtsé” (Fieldhouse,ob. cit., pág. 485)

He aquí, claramente explicada, la filosofía del imperialismo respecto a las fronteras y a los derechos de los pueblos: un cínico mercadeo de intereses.

La derrota de los rusos a manos de los japoneses en la guerra de 1904-1905, vino a complicar aún más las cosas. Rusia perdió pie en China mientras que Japón conseguía ver reconocidas sus ambiciones territoriales sobre Manchuria, que, finalmente, sería anexionada por los japoneses en 1910. Ante la nueva situación, los británicos y los Estados Unidos, como nueva potencia emergente en Asia tras la anexión de Filipinas en 1898, impusieron en China una política de puertas abiertas que permitiese una explotación razonable del país por todas las potencias extranjeras interesadas en ello: China sobrevivió como Estado soberano porque las potencias marítimas acabaron aceptando que sus verdaderos intereses económicos no estaban en la división política del país sino en mantener su ficticia independencia.

Page 10: Comprender el Stalinismo

Pero fue, sin duda, en África donde el moderno colonialismo mostró toda su capacidad de generar explotación y amargura. La periferia del continente africano era conocida desde hacía siglos por los europeos, que durante casi cuatrocientos años habían mantenido el lucrativo negocio de la trata de esclavos con destino a las plantaciones americanas, que así encontraban la mano de obra que las hacía posibles y rentables. Diferentes aventureros se lanzaron a la exploración del continente negro a partir de la década de 1870. Encontraron pueblos muy atrasados que carecían de la idea moderna de Estado y que en ningún caso podían hacer frente al potencial militar de los ejércitos europeos. El punto de partida de esta sangrienta aventura fue la asociación del rey Leopoldo II de Bélgica con Stanley, un explorador que conocía bastante bien el territorio tras haber ido a la búsqueda del doctor Livingstone, una especie de misionero médico. Ambos personajes fundaron la Asociación Internacional del Congo, en 1878. Era una empresa exclusivamente privada. El gobierno belga no participó en la aventura que llevó a Stanley a firmar tratados con más de quinientos jefes tribales, que aceptaban la soberanía de la nueva compañía a cambio de algunas baratijas.

La Conferencia de Berlín de 1885 legitimó estas estafas y organizó el reparto de África a gran escala entre las grandes potencias interesadas en el negocio.

Se consideraba que todo el territorio del interior del continente eraterra nullius, sin gobierno y sin nadie que tuviera derechos sobre ella, y accesible, por tanto, a las ambiciones de los primeros expedicionarios “civilizados” que llegasen allí. Obsérvese que de esta filosofía se deriva la conclusión de que millones de personas que habitaban realmente esos territorios carecían prácticamente de todo derecho y, especialmente, del derecho de propiedad sobre sus tierras. Es cierto que el moderno concepto de derecho de propiedad era, en buena medida, ajeno a las poblaciones que habitaban el interior de África debido a la práctica de la agricultura itinerante y la trashumancia, pero también es obvio que la decisión ponía en manos de los europeos el instrumento necesario para cometer toda clase de abusos.

La Asociación Internacional del Congo se transformó en el Estado Libre del Congo. El nuevo Estado no debía tener relación con ninguna potencia, ni siquiera con Bélgica, y se delegaba su gobierno en Leopoldo. El inmenso territorio congoleño fue repartido entre diferentes compañías privadas que se encargaron de su explotación económica aunque Leopoldo solía tener el 50% de las participaciones. Para mantener el orden se utilizó a un ejército de mercenarios africanos llamado Force Publique, que llegó a ser el más potente y numeroso de África Central, con 19.000 hombres, entre oficiales y soldados. Constituían, a la vez, una fuerza de policía y un ejército de ocupación. Cuando los nuevos súbditos de Leopoldo se dieron cuenta de que los blancos habían venido para esclavizarlos y para explotar sus riquezas, estallaron numerosas sublevaciones dirigidas por pueblos guerreros que, en ocasiones, fueron capaces de mantener su actividad bélica durante años. Los oficiales blancos negociaban con los jefes de los poblados más sumisos la adquisición de soldados y de porteadores “voluntarios”. Estos jefes eran frecuentemente las mismas personas que habían proporcionado esclavos a los traficantes afroárabes de la costa oriental africana.

La explotación del marfil y, a partir de finales de la década de 1890, el cultivo y la venta del caucho eran los negocios más lucrativos del territorio. Entre 1890 y 1904, las ganancias derivadas del caucho se multiplicaron por 96. La colonia de Leopoldo se había

Page 11: Comprender el Stalinismo

transformado en la más rentable de África. Para obligar a los nativos a trabajar en las explotaciones se utilizó una violencia salvaje. Se retenía a las mujeres y a los niños como rehenes hasta que los nativos aportaban el mínimo de kilogramos de caucho exigidos. En 1894, un misionero sueco recogió el desesperado canto de algunos congoleños:

Estamos cansados de vivir bajo esta tiranía.

No podemos soportar que se lleven a nuestras mujeres y niños para ser vendidos por los salvajes blancos.

Debemos guerrear.

Sabemos que moriremos, pero queremos morir,

queremos morir

(Hochschild,El fantasma…, pág. 263)

Las masacres practicadas por el ejército de ocupación fueron innumerables pero, seguramente, muchas más personas murieron a causa de la hambruna y el agotamiento. La llegada de nuevas enfermedades contra las que los nativos no estaban inmunizados acabó de rematar la catástrofe. No disponemos de cifras seguras pero una comisión oficial del gobierno belga calculó, en 1919, que la población del territorio había quedado reducida a la mitad durante la gestión de Leopoldo y Stanley. En 1924, el total de habitantes se estimó en diez millones de personas, lo que significaría que, en los 23 años en los que gobernaron el territorio los dos sátrapas mencionados, la población descendió en otros diez millones.

No se piense en que la especial crueldad de la ocupación del territorio congoleño fue algo excepcional. El estudio de otras colonias africanas de la época suele dar resultados parecidos. A partir de 1898, Francia ocupó, tras haber solucionado sus diferencias con los británicos, la zona del Chad. Ya antes, en 1890, habían salido tres expediciones militares en dirección a ese territorio. La expedición dirigida por los oficiales Voulet y Chanoine nos ilustra los métodos de los ocupantes. La columna militar estaba formada, sobre todo, por tiradores senegaleses dirigidos por unos pocos oficiales y suboficiales franceses. El resto de los componentes del grupo eran porteadores y mujeres.

La expedición iba mal equipada y peor aprovisionada, por lo que, a medida que iban avanzando, saqueaban los poblados que encontraban a su paso. Los que ofrecían cualquier tipo de resistencia eran exterminados sin piedad. Pueblos enteros fueron devastados y su población asesinada. En este caso, la historia se conoció gracias a un enfrentamiento entre Voulet y uno de sus oficiales, el teniente Peteau, que fue enviado de vuelta a un fortín del Níger, desde donde escribió unas cartas a su novia describiendo los horrores sucedidos. La filtración de estas cartas produjo una investigación sobre los hechos que terminó trágicamente porque, tras diversas vicisitudes novelescas, tanto Voulet como Chamoine fueron asesinados por una revuelta de sus propios soldados. ¿Drama de Shakespeare o historia del Far West? (Wesseling,Divide y…, pág. 266).

Nadie fue compasivo en África. Los alemanes, que ocupaban la zona suroccidental, la actual Namibia, demostraron el mismo instinto asesino que los demás colonizadores. La

Page 12: Comprender el Stalinismo

inmigración alemana exigía que los nativos, los hereros y otros pueblos del lugar, fueran expulsados de sus tierras. Los hereros se rebelaron pero no sirvió de gran cosa. Los alemanes los concentraron en reservas y sus tierras fueron entregadas a inmigrantes alemanes y a empresas colonizadoras. Los nativos expropiados fueron instalados en tierras desérticas donde murieron víctimas de la falta de agua y de alimentos. Casi todo el pueblo herero, 80.000 personas, perecieron en el desierto: “Cuando llegó el tiempo de las lluvias, las patrullas alemanas encontraron esqueletos diseminados alrededor de los pozos secos, de 12 a 16 metros de profundidad, que los hereros habían cavado infructuosamente buscando llegar al nivel de las aguas” (Lindqvist,Exterminad a…, pág. 198).

El gobierno alemán defendió el bárbaro comportamiento de sus tropas alegando que los nativos eran “subhombres”. Entre 1939 y 1944, los polacos descubrieron horrorizados que ellos también podían convertirse en hereros y ser catalogados de raza inferior.

Tras las conquistas y la colonización llegó un largo período de estabilidad en la que la sociedad colonial se organizó sobre la base de una élite de inmigrantes blancos –militares, funcionarios, empleados de grandes empresas, artesanos…- y la gran masa de los nativos. Entre los blancos pronto se desarrollaron interesados estereotipos racistas: el negro será siempre “un niño grande”, hay “negros buenos”, que aceptan resignadamente su situación de inferioridad, y “negros malos” que aspiran a igualarse con los blancos y acabar con su subordinación. Esta situación pronto generó el resentimiento de los negros más instruidos, a los que les resultaba intolerable las continuas vejaciones a las que eran sometidos así como la segregación en la que se les obligaba a vivir y el tono y la actitud con la que los blancos se dirigían a ellos, como, por ejemplo, negándose a darles la mano. En todo el mundo colonial la solidaridad blanca se sostenía sobre el sentimiento de una cierta afinidad de intereses, por el deseo de salvaguardar el prestigio social del europeo, especialmente fuerte entre los “pequeños blancos”, como los funcionarios de segunda fila y los obreros escasamente cualificados. En estos casos, el racismo compensaba la inseguridad pues permitía afirmar rotundamente la primacía del europeo sobre los nativos. La población urbana se segregaba por barrios y había también separación en los transportes públicos, los europeos tenían sus propias asociaciones y clubs y se intentaba que el sistema educativo no se volviese interracial.

2

La carga del hombre blancoLos europeos que conquistaron América en el siglo XVI crearon una sociedad muy estratificada en la que el color de la piel jugaba un papel diferenciador clave que permitía separar nítidamente a la élite dirigente de la gran masa de los gobernados. De hecho era ya una sociedad racista. A partir del siglo XVIII el viejo racismo sufre, bajo los embates racionalistas de la Ilustración, un cambio radical. Su legitimación deja de ser mítico-religiosa para pretender ser “científica”. Fue el investigador sueco Linneo quien clasificó a los seres humanos en cuatro razas diferentes –europeos, americanos, asiáticos y africanos– cuyas competencias intelectuales y morales eran diferentes y de orden decreciente, de tal manera que poca distancia había entre los esclavos negros africanos y los monos más evolucionados. Para el naturalista Bufón sólo el hecho de que los blancos y

Page 13: Comprender el Stalinismo

los negros se puedan fecundar mutuamente justifica no clasificar ambas razas en especies distintas (Delacampagne,Une histoire…, págs. 149-150).

Los monogenistas defendían que todas las razas, incluso las “inferiores”, tenían el mismo origen, pero pronto surgieron en la comunidad intelectual del siglo XVIII los poligenistas, que defendían que la raza blanca y la negra tuvieron unos ancestros que ya eran de color diferente. Un defensor de esta última tesis fue Voltaire. Para él negros y blancos eran razas totalmente distintas. Los negros eran, en realidad, animales que se podían cruzar con los monos y así engendrar monstruos. Cegado por su pasión antirreligiosa, le parecía que atacar el monogenismo era una excelente manera de cuestionar el relato del Génesis. De paso, Voltaire proporcionaba a los esclavistas americanos excelentes argumentos para justificar sus negocios. A fines del siglo XVIII, la escena intelectual europea está ya sólidamente instalada en la convicción de que hay razas superiores –los blancos– y razas inferiores, las de color, que están predestinadas por su misma naturaleza física a obedecer a las primeras.

El mejor laboratorio social y político para desarrollar y fortalecer estas convicciones se dio en el siglo XIX, en los Estados Unidos.

Creados en su origen por población blanca que provenía de Inglaterra, los habitantes de estos territorios se enfrentaron desde el primer momento al problema de su relación con los indios que vivían en aquellas tierras. Aunque ambas comunidades coexistieron durante largo tiempo, la hostilidad mutua fue, con frecuencia, evidente. A partir del siglo XVII, la llegada de esclavos negros a las plantaciones del sur del país vino a añadir otra característica racial diferenciadora en la sociedad norteamericana. A fines del siglo XVIII, había unos 565.000 esclavos negros en los Estados Unidos.

La industrialización y la expansión hacia el oeste crearon las condiciones para que el país se convirtiese en un gran receptor de inmigrantes europeos. En la década de 1850 destacaron la inmigración irlandesa y alemana. El flujo de británicos siguió siendo importante. La expansión hacia el oeste se hizo claramente a costa de las tribus indias que ocupaban aquellas tierras. Hacia el sur se hizo a costa de México, merced a una guerra que amputó de la soberanía de ese país los territorios de Nuevo México, California, Texas, Arizona, Nevada y Colorado. Fue también una guerra imperialista en la que un estado moderno arrebata a otro mucho más atrasado una parte de su territorio. Alrededor de la mitad de México había pasado a manos de los imperialistas estadounidenses.

En el Oeste, los indios se convirtieron pronto en una molestia y un problema. En 1849, se decidió encerrarlos en “reservas”, territorios claramente delimitados de donde no podían salir. Las condiciones de vida de esas reservas eran pésimas, y la mortalidad en ellas, elevada. La demanda de tierras por parte de los colonos y la construcción de carreteras y ferrocarriles fueron reduciendo más y más el espacio de las reservas. Los indios intentaron defenderse pero, como es lógico, perdieron todas las guerras que los enfrentaron a los invasores. A partir de 1890, derrotada completamente la resistencia india, se puso en marcha un proceso de “desindianización” que consistía en escolarizar a los niños para occidentalizarlos completamente mientras se trataba de convertir a los adultos en pequeños propietarios agrícolas.

Page 14: Comprender el Stalinismo

En este contexto no es de extrañar que se desarrollase en Estados Unidos una visión del mundo en la que los anglosajones gozaban de una consideración muy especial. Fue habitual la creencia de que esta raza tenía la más perfecta de las estructuras cerebrales existentes que los colocaba por delante de los demás blancos y muy por encima de los no blancos. La defensa intelectual de las diferencias raciales innatas se difundió con fuerza a partir de la década de 1830 para favorecer la permanencia de la esclavitud en el sur. También sirvió para justificar el sometimiento, e incluso el exterminio, de pueblos no europeos en todo el planeta. Los europeos creían en estos argumentos porque permitían explicar de forma fácil y gratificante su poderío económico y cultural –que los ponía muy por encima de los pueblos a los que estaban sojuzgando– al mismo tiempo que legitimaba todos los abusos.

Los estudios sobre la constitución física de blancos y negros se multiplicaron y, en todos ellos, se hallaban evidencias de la inferioridad de estos últimos. La forma y el tamaño del cráneo del negro se aproximaban a los del orangután. Los indios no gozaban de más prestigio: “Hagamos lo que hagamos el indio sigue siendo indio. No es ser susceptible de civilización y todo contacto de él con la raza blanca es la muerte. Retrocede ante ella absorviendo todos sus vicios y ninguna de sus virtudes. No puede ser civilizado así como el leopardo no puede cambiar sus manchas. Ha terminado su carrera y, probablemente, ha cumplido con su misión en la tierra. Ahora está desapareciendo gradualmente para ceder el lugar un orden superior de seres. La ley de la naturaleza debe seguir su curso” (citado en Horsman,La raza y…, pág. 217).

Hacia 1850 formaban parte de la cultura popular, y, por tanto, eran de sentido común, ideas tales como que la desigualdad de las razas era algo científicamente comprobado y que los blancos eran superiores y propietarios de la auténtica civilización.

Los periódicos y los libros de texto acabaron recogiendo estas “verdades” y consagrándolas como inapelables.

Pero no sólo indios y negros eran objeto de desprecio racista; los mexicanos no merecían mayor aprecio. Un político norteamericano afirmaba, en 1847, que la raza india de México debe retroceder ante nosotros de la misma manera que lo hacen nuestros propios indios: los mexicanos eran gente perezosa, ignorante, viciosa y deshonesta. Los representantes diplomáticos mexicanos en Estados Unidos quedaron atónitos al comprobar que las autoridades de ese país los consideraban una raza inferior, como a los indios y los negros. (Horsman,Ibidem, pág. 291-292).

Cuando se produjo la invasión del norte de México la prensa y los escritores estadounidenses fluctuaron entre la idea de que el conflicto serviría para llevar a los mexicanos la libertad y el progreso y los liberaría de las cadenas que los oprimían y los que pensaban que el destino inevitable de los mexicanos sería vivir uncidos al yugo anglosajón: “México era pobre, perturbado, en anarquía, casi en ruinas. ¿Qué podía hacer para contener la mano de nuestro poder, para impedir el avance de nuestra grandeza? Nosotros somos anglosajones americanos. Era nuestro destino poseer y gobernar este continente. ¡Estábamos obligados a hacerlo! Éramos un pueblo elegido y esta era la herencia asignada a nosotros! ¡Habíamos de empujar a todas las demás naciones ante nosotros!” (Horsman,Ibidem, pág. 323).

Page 15: Comprender el Stalinismo

Como puede verse, los argumentos del imperialismo americano no diferían en mucho de los que años más tarde legitimarían las ambiciones hitlerianas en Europa.

La publicación de El origen de las especies,en 1859, significó un antes y un después en la historia de la ciencia y en la interpretación de la naturaleza del ser humano.

Las doctrinas fijistas se vinieron definitivamente abajo; la teoría de la evolución se impuso por doquier.

Significó un salto adelante gigantesco en la comprensión del mundo animal, pero tuvo “daños colaterales”. La idea de que sólo sobreviven las especies mejor dotadas y, dentro de cada especie, los individuos más fuertes era un arma de destrucción masiva en un mundo inmerso en el esplendoroso desarrollo del capitalismo más competitivo y brutal. La lógica del mercado y la filosofía del individualismo depredador del todos contra todos tenían ahora una legitimación natural, biológica. El mercado era la traslación al mundo de la vida económica de las leyes de la evolución. En la lucha continua por la supervivencia las razas mejor dotadas acabarían imponiéndose y, a través de un proceso de selección natural, las razas inferiores se extinguirían.

Era fatal e irremediable, no se podía hacer nada para evitarlo, y lo mejor era no intentarlo para no alargar inútilmente la agonía de los condenados. El mismo Darwin lo consideraba así: “En un futuro que considerado en siglos no está muy lejano las razas civilizadas, seguramente, van a exterminar y reemplazar a las razas salvajes en todo el mundo” (citado en Lindqvist,ob. cit., pág 147).

El darwinismo social acabó de crear en la atmósfera intelectual de la época el convencimiento de que el imperialismo era un proceso biológico necesario –y acorde con las leyes de la naturaleza– que tenía que desembocar en el aniquilamiento o extinción de las razas inferiores.

El geógrafo alemán Ratzel llevó toda esta letanía a sus últimas consecuencias:“Un pueblo que no quiera compartir el destino de los dinosaurios tiene que ampliar continuamente su espacio vital. La expansión territorial era la señal inequívoca de la vitalidad y la superioridad de las naciones y las razas”(Lindqvist, Ibidem, págs. 205-206).

Pero la superioridad racial no se manifestaba sólo en el empuje exterior, en la ocupación de territorios más allá de las propias fronteras, sino que también se tenía que reflejar en la vida interna de las naciones.

En Estados Unidos, tras la guerra civil, se abolió la esclavitud y se concedió la ciudadanía a los antiguos esclavos negros, pero el Código Civil de 1875 ya establecía la discriminación de los exesclavos en los restaurantes, teatros y edificios públicos así como en los transportes, y prohibía su participación en los jurados. En 1883, el Tribunal Supremo declaró inconstitucionales partes importantes de esta normativa. No obstante, la legislación de los estados sudistas acabó privando del derecho al voto a los ciudadanos negros, que también sufrieron todo tipo de limitaciones en sus derechos civiles.

En 1900, todos los estados sudistas habían incluido en sus constituciones la supresión legal de los derechos de los negros; también aprobaron leyes que permitían la

Page 16: Comprender el Stalinismo

segregación racial. Esta situación perduró en muchos lugares hasta bien entrada la década de 1960; por supuesto, los matrimonios mixtos eran impensables.

A partir de 1898, los Estados Unidos se incorporaron oficialmente a la carrera imperialista desalojando a los españoles de sus colonias en Cuba, Filipinas y Puerto Rico.

En el caso de Filipinas, los norteamericanos decidieron ocuparlas permanentemente, ya que los depredadores alemanes merodeaban por aquellos mares en busca de presas y no se podía correr el riesgo de que las islas cayeran en sus manos. Los filipinos, que ya se habían sublevado varias veces contra la dominación española, se alzaron contra la nueva ocupación en 1899.

A Estados Unidos le costó tres años aplastar la revuelta y sufrieron miles de bajas, muchas más que en la guerra de Cuba. Por supuesto, en el bando insurgente la mortalidad fue mucho mayor. La guerra adquirió pronto tonalidades racistas. Como dice Zinn: “En Estados Unidos era una época de intenso racismo. Entre los años 1889 y 1903, las pandillas linchaban una media de dos negros por semana –ahorcados, quemados, mutilados–. Los filipinos eran de piel marrón, físicamente identificables, con un idioma y un aspecto extraños para los americanos. Así que a la común brutalidad indiscriminada de la guerra, se sumaba el factor de la hostilidad racial” (Zinn,La otra historia…, pág. 278).

Filipinas no alcanzaría la independencia hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

A principios del siglo XX, los Estados Unidos estaban firmemente decididos a jugar un papel hegemónico en América Latina y, para ello, no dudaron en desplazar a sus competidores europeos.

El presidente Teodoro Roosevelt defendió al respecto una filosofía clara: “Hablad dulcemente y llevad un gran garrote, ¡iréis lejos!”.

La política del big stick protagonizaría a partir de aquel momento la relación entre los estadounidenses y su “patio trasero”. Las intervenciones militares e injerencias políticas fueron continuas: en Colombia se facilitó la secesión de Panamá con la intención de que el nuevo estado cediese a los norteamericanos el territorio necesario para construir el famoso canal. Haití fue ocupada militarmente entre 1915 y 1934, y la República Dominicana entre 1916 y 1924.

En ambos casos se alegó como pretexto la necesidad de acabar con el caos interno y evitar intervenciones de origen europeo.

Una variante que destacar del racismo de la época fue el antisemitismo. El antisemitismo no era nada nuevo en Europa. Durante siglos, los judíos habían sido marginados y masacrados por motivos de tipo religioso. Católicos y protestantes compitieron en atizar el sentimiento antijudío. Desde la Edad Media se generalizó en Europa la idea de que los judíos eran la personificación de la maldad y, por ello, servidores del diablo; esta alianza les llevó a matar a Cristo. Era un pueblo deicida cuyo destino natural era la marginación social o la redención mediante el bautismo. Algún historiador ha llegado a afirmar sobre el antisemitismo católico: “Condujo al Holocausto y ha sido un componente esencial de la Iglesia Católica” (Goldhagen,La Iglesia católica y… pág. 48).

Page 17: Comprender el Stalinismo

Las revoluciones liberales del siglo XIX permitieron a los judíos de casi toda Europa salir de la marginalidad en la que se encontraban e integrarse con normalidad en la vida social y laboral.

Era lógico que en el terreno político los judíos simpatizasen con las fuerzas democráticas y de izquierdas que estaban protagonizando los cambios que tanto les beneficiaban. Su identificación con la modernidad y con los nuevos valores les atrajo las antipatías de las fuerzas políticas reaccionarios a las que disgustaba los nuevos tiempos. Pronto empezó a correrse la voz de que el liberalismo, la democracia y el laicismo eran cosa de judíos. El nuevo antisemitismo expresaba en buena medida la protesta de la sociedad tradicional y rural contra las fuerzas del cambio y el progreso.

La situación de los judíos no era homogénea en Europa: Rusia era el país con mayor población de esta etnia, unos 5.000.000, que vivían en la zona permitida para el asentamiento de judíos, un puñado de provincias que se extendían desde el Báltico hasta el Mar Negro y que comprendían buena parte de las actuales Polonia y Ucrania.

Los judíos representaban el 5% del total de la población del imperio, pero en sus zonas de ubicación la proporción era mucho mayor. Los judíos rusos constituían, en general, una minoría muy cerrada y sin asimilar. Vivían separados del resto de la población, se vestían de forma diferente y hablabanyiddish. Sufrían grandes limitaciones económicas, residenciales y educativas, pero, como en el resto de Europa, eran marginados por razones religiosas y no raciales. A los judíos que se convertían al cristianismo ortodoxo se les exoneraba de las inhabilitaciones que sufrían habitualmente.

Tras el asesinato de Alejandro II, en 1881, la legislación antijudía se endureció notablemente. Sus sucesores, Alejandro III y Nicolás II, eran fanáticamente antisemitas. Ante este panorama, muchos judíos rusos decidían emigrar, preferentemente, a los Estados Unidos. La idea de una conspiración judía para dominar el mundo –de clara raíz cristiana– se fue secularizando dando lugar a documentos delirantes como los famososProtocolos de los Sabios de Sión en los que un miembro del gobierno secreto judío explica una conspiración para dominar el mundo. Con el triunfo de la nueva Era Mesiánica todo el planeta estará unido y sujeto a una sola religión, el judaísmo, y será gobernado por un soberano judío de la Casa de David. Dios ha elegido a los judíos para que dominen el mundo.

El antisemitismo ruso pronto pasó a la acción.

Los pogroms, o matanzas de judíos, se hicieron cada vez más frecuentes en Rusia. En la corte de Alejandro III se solía decir que el problema judío se resolvería cuando una tercera parte de ellos emigrara, otra tercera parte se convirtiera y el resto pereciera. El zarismo había preparado, pues, de forma rudimentaria, su propiaSolución final.

Su plan prefiguraba toscamente el de una Alemania libre de judíos, de Hitler. No es de extrañar que, en este contexto de persecución y odio, la juventud judía que no buscaba la salida en la emigración se dispusiese a luchar con todas sus fuerzas contra el zarismo opresor y que militase para ello en partidos radicales o revolucionarios. Para la policía zarista, la etnia subversiva por excelencia pasó a ser la judía.

Page 18: Comprender el Stalinismo

La literatura antisemita florecía en toda Europa: filósofos, músicos, historiadores, poetas y novelistas ayudaron a moldear una opinión social en la que los judíos aparecían siempre como antisociales y explotadores, subversivos y no asimilables. Un judío seguía siendo un judío incluso cuando abandonaba su religión y su lengua. Muchos defendían que asimilar o integrar a esta raza era imposible.

Los dos grandes teóricos del racismo decimonónico fueron el conde de Gobineau y Houston Stewart Chamberlain. Este último defendió la tesis de la superioridad de la raza alemana y la de la capacidad destructiva del judaísmo. La historia de la humanidad no era más que un permanente conflicto entre la raza superior teutónica o germánica y el nihilismo judío. De esta lucha, siguiendo las leyes inexorables de la naturaleza, sólo puede resultar el triunfo del más fuerte y la extinción física del vencido. Guillermo II, el emperador alemán, elogió públicamente la obra de Chamberlain, que se convirtió en un libro muy popular en Alemania. Su título eraLos fundamentos del siglo XX.

Contrariamente a lo que a veces se cree, el antisemitismo europeo, a principios del siglo XX, tenía en Rusia, y no en Alemania, su sede central, y era allí donde se manifestaba con más violencia. Fueron los cambios producidos por la Primera Guerra Mundial los que empujarían el eje de gravedad del antisemitismo de la Europa Oriental a Alemania.

A diferencia del racismo colonial, el antisemitismo se desarrollaba en el corazón de Europa y sus víctimas eran población blanca y europea. Era un precedente peligroso porque ya Gobineau había afirmado que, indudablemente, la raza blanca era en todo superior a las demás pero que dentro de ella misma no todos los tipos eran iguales. El ario sería el que ocuparía una posición más elevada, y la calidad racial descendía a medida que las mezclas de sangre se habían hecho más frecuentes en el pasado.

3

La aurora rojaEn la Europa de principios del siglo XX, el movimiento obrero se movía en la órbita de la filosofía marxista, aunque otras opciones ideológicas, como el anarquismo, seguían muy vivas en algunos lugares.

Tras el fracaso de la I Internacional, los herederos de Marx intentaron estructurar una nueva internacional que agrupase a los diferentes partidos socialistas y socialdemócratas que florecieron por todo el continente a finales del siglo XIX. Su filosofía se basaba en una interpretación del marxismo según la cual el capitalismo era rapaz e injusto, y estaba condenado, víctima de sus contradicciones internas, a desaparecer en un plazo de tiempo no muy largo.

El Estado, incluso la república más democrática, era sólo un instrumento de dominación del capitalismo y la burguesía. La concentración del poder económico y político en unas pocas manos transformaba en pura ilusión la supuesta igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La clase obrera, entendida como un ente básicamente homogéneo y disciplinado, se encargaría, dirigida por los partidos revolucionarios, de destruir el viejo orden social y de alumbrar uno nuevo, sin explotadores ni explotados. No sería el fin de la

Page 19: Comprender el Stalinismo

Historia pero sí sería el comienzo de otra historia de la humanidad radicalmente distinta de las anteriores.

La II Internacional nació oficialmente en 1889 y se organizó en forma de federación de partidos. Los congresos plurianuales daban cierta homogeneidad a esta asociación, en realidad, muy laxa y flexible. Las resoluciones de los congresos no eran vinculantes, pero sí una referencia o guía práctica de la acción política de los diferentes partidos socialistas.

El socialismo alemán marcó la pauta del socialismo europeo entre 1890 y 1914. La socialdemocracia alemana obtuvo más de cuatro millones de votos en las elecciones de 1912, y tenía alrededor de un millón de afiliados.

Dentro del partido pronto se planteó agudamente cómo la clase obrera tenía que acceder al poder, si de forma progresiva y pacífica o por vía insurreccional y violenta. Uno de sus teóricos, Eduard Berstein, planteó abiertamente la revisión a fondo de los postulados fundamentales del marxismo: negaba que el capitalismo estuviese condenado a sufrir crisis económicas cada vez más intensas y devastadoras o que las clases medias estuviesen experimentando un proceso de proletarización, por lo que, en el terreno de la práctica política, aconsejaba a los partidos socialistas la vía de las reformas para así alcanzar algún día el ideal de la sociedad socialista sin necesidad de traumas o violencias. Defendía sin ruborizarse el derecho de Alemania a tener su propia política colonial: “A los salvajes sólo se les puede reconocer un derecho condicional a la tierra que ocupaban”.

Era una capitulación incondicional a las exigencias del capitalismo y del militarismo alemán, que deseaban un movimiento obrero cómplice e integrado que no supusiese un enemigo interior en caso de conflicto armado con otras potencias.

La respuesta vino de la izquierda del partido, cuya representante más destacada, Rosa Luxemburgo, intentó refutar en el plano teórico las tesis de Berstein.

La estabilidad del capitalismo era sólo momentánea y debida a los beneficios económicos extraordinarios derivados de la rapiña imperialista, pero también estos acabarían tocando techo, lo que reactivaría las contradicciones internas del sistema en los países centrales del capitalismo. Defendía la huelga general como medio para derrotar el orden social existente, lo que le valió la hostilidad de los sindicatos, que temían ver liquidadas sus organizaciones en caso de que la revuelta fracasase y se desencadenase una represión inmisericorde.

La línea dominante dentro del partido la marcó la actitud de Karl Kaustky que, en todo momento, se mantuvo como fiel defensor de la ortodoxia marxista. El marxismo era un análisis científico de la realidad social.

Para Kaustky, como para Marx, el estado liberal era un instrumento opresor en manos de la burguesía capitalista y, por tanto, los trabajadores debían luchar para destruirlo. Pero el derrocamiento del capitalismo se tenía que producir cuando las circunstancias socioeconómicas y políticas hubiesen llegado al grado de madurez suficiente como para hacer posible el éxito de la revolución. Cualquier intento de establecer el socialismo antes de que la situación estuviese madura para ello conduciría a una degeneración del socialismo convirtiéndolo en una tiranía en manos de un puñado de iluminados.

Page 20: Comprender el Stalinismo

Alemania era, en 1914, una sociedad con unas diferencias sociales inmensas pero con un crecimiento económico espectacular y un desarrollo científico y cultural que era la envidia de Europa.

El Estado había puesto en marcha una serie de reformas sociales que constituían el embrión de lo que hoy llamamos el Estado del Bienestar, y la tentación reformista era por todo ello muy fuerte. Todas estas tendencias venían reforzadas por el hecho de que en la dirección de muchos partidos socialistas se habían instalado intelectuales de clase media que tendían a hacer de la política un medio de vida y una forma de alcanzar notoriedad. Para ellos, las aventuras revolucionarias sólo podían ser un peligro.

En sus memorias, Trotski comenta sobre este tipo de dirigentes, refiriéndose en su caso a los austromarxistas: “Tratábase de personas extraordinariamente cultas, capaces […] de escribir buenos artículos marxistas. Pero yo no podía sentirme unido a ellos […]. En sus charlas espontáneas, en las que no tenían por qué recatarse, se traslucía más sinceramente que en sus artículos y discursos aquel patriotismo descarado, aquel puntillo de humor del pequeño burgués, aquel espanto que les inspiraba la Policía, aquellos sus juicios vulgares acerca de la mujer. Oyéndoles no podía por menos que decirme, con una voz interior de asombro: Y ¿estos se llaman revolucionarios? […]. Estos austromarxistas no eran en general más que unos buenos señores burgueses que se dedicaban a estudiar tal o cual parte de la teoría marxista, como podían estudiar la carrera de Derecho viviendo apaciblemente de los intereses del Capital”(Trotski,Mi vida, págs. 222-223).

El programa liberador de la II Internacional alcanzaba también a las mujeres. El marxismo generó su propio feminismo. Las bases de este feminismo se especificaban en la obra de EngelsEl origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.

En este libro se afirmaba: “En cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y educación de los hijos también. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales” (Engels,El origen…, pág. 76).

Para Engels es claro lo siguiente: “La preponderancia del hombre en el matrimonio es consecuencia, sencillamente, de su preponderancia económica, y desaparecerá por sí sola con esta” (Ibidem, pág. 83).

Sostiene también que el matrimonio fundado en el amor es el único moral y que sólo puede ser moral el matrimonio en el que el amor persista; cuando el afecto desaparece, el divorcio es un beneficio tanto para ambos cónyuges como para la sociedad. La liberación de la mujer fue vista como un proceso histórico íntimamente vinculado al de la emancipación de la clase trabajadora.

Los socialistas pedían el derecho al sufragio para las mujeres, e iguales derechos, pero también plantearon la necesidad de emancipar el feminismo socialista del feminismo de clase media que buscaba la liberación femenina dejando intactos los mecanismos de explotación propios del capitalismo. El mensaje era algo ambiguo, pues afirmaba que las reivindicaciones de clase estaban por encima de las reivindicaciones de género aunque, por otro lado, era importante mantener a todas las mujeres unidas en el combate por la igualdad de sexos. Alejandra Kollontai, que formaría parte en el futuro del partido

Page 21: Comprender el Stalinismo

bolchevique, dio un paso más allá y argumentó que las mujeres trabajadoras sufrían una doble explotación, como trabajadoras y como mujeres, pues tenían que soportar la condena adicional del embrutecedor trabajo doméstico, por lo que abogaba por la creación de agrupaciones específicas para las mujeres en el seno de los partidos socialistas.

En última instancia, la emancipación de la mujer será imposible mientras siga recluida en el hogar tradicional y no se incorpore plenamente a la actividad productiva en pie de igualdad con el hombre, y mientras las labores domésticas no ocupen sino un tiempo insignificante de su vida normal, lo que exige transformar el trabajo del hogar en un servicio público. Algunos dirigentes socialdemócratas expresaron, a veces, sus temores de que el sufragio femenino pudiera beneficiar claramente a los partidos clerical-reaccionarios, lo que lo convertiría en contraproducente. Era un temor muy extendido en la izquierda.

En Rusia se vivían situaciones bastante diferentes: seguía siendo un país abrumadoramente campesino, aunque, a fines del siglo XIX, una débil industrialización –preconizada por uno de los ministros más brillantes de Nicolás II, el conde Witte– había dado pie al surgimiento de una clase obrera numéricamente insignificante, pero muy combativa. Por otro lado la autocracia zarista impedía cualquier tipo de organización legal y forzaba a los revolucionarios a la clandestinidad permanente.

Rusia siguió siendo un Estado absolutista hasta la revolución de 1905; el primer intento de crear un partido socialdemócrata se realizó en la ciudad de Minks, en 1898. En 1897, se había creado la unión general socialdemócrata judía, el Bund.

Ya sabemos en qué terribles condiciones vivían los judíos en Rusia. No es de extrañar que quisiesen crear sus propios órganos revolucionarios, que respondiesen a sus problemas específicos.

La historia del socialismo ruso estuvo protagonizada por una figura excepcional, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por Lenin.

Nacido en el seno de una familia de clase media, vivió desde muy joven las contradicciones de la sociedad rusa y sus problemas. Uno de sus hermanos fue ejecutado por la justicia zarista. Su actividad revolucionaria le llevó, desterrado, a Siberia, donde conoció a otra revolucionaria, con la que se casó, Nadia Krupskaia.

Al volver de Siberia, Lenin se exilió como otros muchos revolucionarios, porque con la policía siempre en los talones era muy difícil realizar cualquier trabajo de agitación o de actividad política.

En el extranjero se reunió con el grupo de Plejanov, que había sido el introductor del marxismo en Rusia, y juntos fundaron un periódico que se llamóIskra (La Chispa).

En 1902, Lenin da a conocer una de sus obras más significativas:¿Qué hacer?, en la que define cómo debía ser y funcionar un partido socialdemócrata en Rusia.

El partido debe estar formado por revolucionarios profesionales: “No puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure

Page 22: Comprender el Stalinismo

la continuidad” y “dicha organización debe estar formada en lo fundamental por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias” (Lenin,¿Qué hacer?, pág. 123).

A diferencia de Rosa Luxemburgo, Lenin desconfía del espontaneísmo de las masas; para él la clase obrera, abandonada a sí misma, sólo alcanza a comprender que es necesario agruparse en sindicatos para luchar contra los patronos.

La creación de una conciencia política marxista debe ser el trabajo específico y fundamental del partido revolucionario. Estas tesis fueron muy criticadas por otros exiliados, que las tacharon de jacobinismo o de blanquismo. En 1904, Trotski publicó un folleto:Nuestras tareas políticas,que era un duro ataque contra las tesis de Lenin cuya “suspicacia maliciosa y moralmente repugnante es una mala caricatura de la trágica intolerancia jacobina” (citado de Deutscher,Trotski, el profeta armado, pág. 95).

En 1903, en los congresos de Bruselas y Londres, se produjo la refundación definitiva del partido. Lenin y sus partidarios se enfrentaron a Martov y a todos aquellos que no querían un partido profesional y cerrado en sí mismo. Martov estaba pensando en una organización de masas al estilo de la socialdemocracia alemana aunque, como en el caso alemán, lo que se ventilaba en el fondo era la pugna entre reforma y revolución. Finalmente, y gracias a diferentes avatares que ocurrieron durante el congreso, como la salida de los congresistas del Bund, los seguidores de Lenin acabaron imponiéndose, por lo que empezó a llamárselesbolcheviques, “los mayoritarios”.

Los minoritarios de Martov fueron bautizados con el nombre demencheviques, pero los enfrentamientos en el seno del partido siguieron, lo que casi condujo a una escisión.

Otro de los grandes problemas de fondo era cómo debía de ser la revolución en Rusia, teniendo en cuenta su atraso económico y político. En principio, tanto bolcheviques como mencheviques esperaban que se produjera una revolución burguesa que traería consigo las libertades políticas y también un desarrollo industrial que pondría al país en las vías de la modernidad capitalista.

Durante esta época, los socialistas debían abstenerse de toda acción revolucionaria y colaborar con la burguesía. Los mencheviques pensaban en un largo período de democracia parlamentaria y capitalismo, pero los bolcheviques creían que la debilidad de la clase media rusa le impediría realizar su misión histórica, lo que exigiría la intervención de los socialistas.

El problema del papel de los campesinos en la revolución era crucial: Lenin creía que en los primeros momentos se podría contar con la complicidad de los campesinos pobres si la revolución les facilitaba el acceso a la propiedad de la tierra. A largo plazo se plantearía el problema de la relación entre una revolución colectivista y una gran masa de pequeños propietarios aferrados a la propiedad privada, pero ese era para Lenin un problema lejano. Pronto se perfiló una tercera opinión política, la de León Trotski.

Tras la experiencia de la revolución de 1905, Trotski llegó a la conclusión de que la fase burguesa de la revolución se solaparía con la fase proletaria. La debilidad de la burguesía rusa, su incapacidad para tomar el poder de forma permanente, llevarían al proletariado a asumirlo aun en contra de su voluntad. Así, Trotski rechazaba el viejo y arraigado tópico

Page 23: Comprender el Stalinismo

de que el proletariado no debía tomar el poder antes de que la mayoría de la nación se hubiese vuelto proletaria.

Una vez en el poder, el problema fundamental sería la relación con los campesinos, que, en principio, apoyarían la revolución porque ésta garantizaría su acceso a la propiedad de la tierra, pero, a medio plazo, estallaría un conflicto entre los objetivos socializadores del proletariado y el espíritu pequeñoburgués del campesinado.

Para evitar ser aplastados por la contrarrevolución, los trabajadores rusos no tendrán otro remedio que buscar la colaboración del proletariado europeo, con lo que la suerte de la revolución en Rusia pasará a depender de su éxito en Europa. Marx había resaltado que los intentos prematuros de llevar a cabo una revolución, cualquiera que fuese su resultado inmediato, concluirían en una restauración del capitalismo.

Sin la premisa de una productividad masiva, el socialismo lo único que haría sería generalizar la escasez y crear una lucha por lo indispensable. En principio, la tecnología desarrollada era un requisito previo esencial para el triunfo del socialismo, aunque Marx también aceptaba que una revolución socialista podía triunfar partiendo de una base productiva baja en un determinado país siempre que se diese este triunfo en el contexto de una transformación revolucionaria más amplia que incluyese también las economías más avanzadas. (Cohen,La teoría de la historia…, págs. 225-228).

Como puede apreciarse en la “ortodoxia” marxista, se podían encontrar argumentos para alimentar las conclusiones de todos los contendientes.

El estado zarista estaba cada vez más en clara oposición con la sociedad que lo sufría. El zar, como monarca absoluto, constituía el eje central del poder político. Rodeado de altos funcionarios y de cortesanos se apoyaba casi exclusivamente en la policía y en el ejército para imponer su voluntad, y rechazaba cualquier intento de realizar algún tipo de reforma política liberal que limitase su capacidad de acción. Su ideal era la homogeneidad conseguida con la imposición de la lengua y de la cultura rusas a todas las etnias del imperio. En estas políticas tenía la permanente y servil colaboración de la Iglesia ortodoxa, que funcionaba poco más que como una sucursal de la policía.

La revolución de 1905 tuvo su origen en la guerra ruso-japonesa de 1904. La derrota militar de las tropas rusas produjo un alud de protestas en el imperio. Una manifestación obrera pacífica, el 9 de enero de 1905, fue bárbaramente reprimida a tiros. Fue el punto de arranque de la revolución.

Las huelgas se extendieron por todo el imperio. Los grupos eseritas o socialrevolucionarios lideraron la revuelta en el campo. Defendían un socialismo agrario no marxista y pronto impusieron su ley en las zonas rurales, atacando a los terratenientes y repartiendo sus tierras entre los campesinos pobres. En las grandes ciudades se formaron comités de huelga, losconsejos osóviets.

El soviet de San Petersburgo fue el más activo, y en él hizo sus primeras armas revolucionarias el joven León Trotski.

La paz con los japoneses, en agosto de 1905, permitió al zarismo reaccionar con la violencia en él habitual.

Page 24: Comprender el Stalinismo

Entre 1906 y 1910, hubo 5.735 condenas a muerte por razones políticas, de las cuales se ejecutaron 3.741. Los pogromos contra los judíos se volvieron moneda corriente. Un millón de ellos abandonaron Rusia antes de 1914 (Meyer,Rusia y… pág. 55).

Pese a todo, el Zar se había comprometido a hacer reformas políticas que dieran satisfacción a las clases medias, que se agrupaban, sobre todo, en el partido demócrata-constitucionalista (Kadete). Como fruto de estas concesiones, surgió una Duma o parlamento, en abril de 1906, pero las exigencias de los parlamentarios parecieron demasiado radicales para Nicolás II, quien disolvió laDuma por dos veces. Finalmente, reformó en un sentido muy limitador del derecho al voto la ley electoral, y convocó nuevas elecciones, tras las cuales una mayoría muy conservadora se instaló en el parlamento, que se convirtió, así, en el taparrabos del despotismo monárquico. Entre 1906 y 1911, las riendas del poder estuvieron en manos del ministro Stolypin, quien intentó favorecer el acceso a la propiedad de los campesinos rusos mientras mantenía muy tensa la cuerda de la represión.

Por aquellos años, a las sogas para ahorcar se les dio el nombre de “corbata Stolypin”. Su asesinato, en 1911, frustró la política encaminada a crear una gran familia de pequeños propietarios campesinos destinados a ser un factor de estabilidad de la sociedad y la política rusas.

Su muerte significó la vuelta a la corte de políticos torpes, reaccionarios y antisemitas, personajes tan sórdidamente pintorescos como el monje Rasputín.

El Zar no daba para más: “Nicolás II no podía ver a ningún hombre de talento. No se sentía a gusto más que entre las nulidades y los deficientes mentales, junto con los santurrones y personas endebles, a quienes él pudiese mirar de arriba abajo […]. Elegía a sus ministros ateniéndose al principio de dejarse resbalar cada vez más bajo. A los hombres de talento y de carácter sólo acudía en los casos extremos, cuando no tenía más remedio […]. Así sucedió primero con Witte y luego con Stolypin. El zar los trataba a ambos con hostilidad mal disimulada y apenas vencía el foco agudo de la situación se apresuraba a desembarazarse de unos consejeros que estaban demasiado por encima de él” (Trotski,La revolución rusa, págs. 56-57).

Su antisemitismo era visceral. Financiaba generosamente a unas milicias de matones denominadasCenturias Negras, que protagonizaban los pogromos habituales en el imperio; lógicamente era una persona detestada por casi todo el mundo.

En la zona del Caúcaso empezó a destacar por esta época un joven revolucionario llamado Iosif Visarionovich Dzhugashvili, que andando el tiempo sería universalmente conocido con el nombre de Stalin.

Nació en la pequeña ciudad georgiana de Gori, en diciembre de 1878. Georgia estaba integrada en el imperio ruso, y sus padres, Visarión y Ekaterina, eran antiguos siervos a los que la reforma de 1861 permitió alcanzar la libertad y emigrar al mundo urbano en busca de mejores oportunidades.

El matrimonio no fue feliz. Visarión era un alcohólico violento que se comportaba con gran brutalidad con su mujer y con su hijo. Su pequeño negocio de zapatero no prosperó, por lo

Page 25: Comprender el Stalinismo

que marchó a Tiflis, donde acabó trabajando en una fábrica. Murió al cabo de algunos años, parece que a causa de una reyerta tabernaria.

La madre de Soso –diminutivo de Iosif, nombre con el que familiares y amigos trataban al futuro Stalin– era una mujer sencilla y analfabeta, pero ambiciosa y de gran carácter. Deseaba para su hijo un futuro de éxitos que a ella y a su marido les había sido negado. Ekaterina –Keke– consiguió que su hijo entrase en la escuela eclesiástica de Gori; en el examen de entrada Soso consiguió una puntuación brillante y se convirtió en seminarista. Por estas fechas sufrió un accidente que le produjo una lesión en el brazo izquierdo, cuyas secuelas le durarían toda la vida. Tuvo también la viruela, que le dejó la cara marcada para siempre.

En el seminario, Soso fue el mejor alumno, pero también el más travieso. La vida en aquel lugar no era, precisamente, alegre. Una existencia marcada por el estudio –regulado con la lógica de la pedagogía medieval–, los rezos continuos y la aspereza de los profesores no era el ideal de los adolescentes allí encerrados.

Georgia y sus ciudades eran un mundo variopinto, así como, en general, el Caúcaso: Tiflis, la capital, era una encrucijada de pueblos y culturas. Tenía unos 160.000 habitantes “de los cuales, un 30% eran rusos; otro 30%, armenios; el 26%, georgianos, y el resto, una mezcla de judíos, persas y tártaros” (Sebag, Llamadme Stalin, pág. 98).

La clase dirigente de la ciudad estaba formada por hombres de negocios armenios, aristócratas georgianos y funcionarios y militares rusos.

El Caúcaso era un abigarrado mundo multicultural y pluriétnico. En la década de 1890 empezó a extenderse el marxismo entre algunos sectores de la decadente nobleza georgiana, aunque el proletariado era escaso y de orígenes muy diversos. Dzugashvili pronto formaría parte de estos grupos.

En la vecina Armenia, la estructura social y los problemas políticos eran diferentes: la nobleza era una clase marginal, y la élite del país estaba formada por hombres de negocios y clérigos. La mayoría de los armenios vivían bajo administración del Imperio turco. Diferentes organizaciones clandestinas luchaban por la liberación nacional de los armenios, utilizando métodos terroristas, lo que desencadenaba la inmediata y atroz represión de las autoridades turcas, como las masacres de 1894-1896. Era inevitable que estos movimientos acabasen fijándose también como meta la lucha contra la opresión zarista. El joven Zhugashvili nunca fue insensible a las ideas nacionalistas. El georgiano era su lengua familiar, su madre no conocía el ruso en absoluto, y él la aprendió en el seminario, que funcionaba como una herramienta derusificación cultural.

En la escuela, las lenguas, excepto la oficial, estaban prohibidas. La hostilidad antirrusa era en Georgia más comedida que en otras partes del imperio. Georgia era un país pequeño que difícilmente podía aspirar a la independencia frente a las grandes potencias que la amenazaban por todas las fronteras (Rusia, Turquía, Persia). La afinidad religiosa acabó decidiendo: como Rusia, Georgia pertenecía a la Iglesia ortodoxa griega.

En el seminario existía una intensa vida cultural al margen de los programas oficiales. Los seminaristas se agenciaban de mil maneras distintas libros prohibidos que leían con

Page 26: Comprender el Stalinismo

avidez. De Zola a Victor Hugo pasando por Marx y Dostoievski, todo era rápidamente fagocitado por aquellos adolescentes ávidos de luces y llenos de inquietud.

Soso pronto demostró una gran capacidad de asimilación. Poseía, además, una memoria prodigiosa. que le acompañaría toda la vida. A la hora de los rezos, debajo de la Biblia o sobre sus rodillas, los seminaristas ocultaban las obras prohibidas. Stalin, como Marx, fue siempre un gran devorador de libros. Los rendimientos académicos de Soso empezaron a disminuir alarmantemente y, como era de esperar, fue, finalmente, expulsado del seminario.

Al cabo de poco tiempo, Dzugashvili se integró plenamente en los movimientos revolucionarios de tipo marxista que estaban creciendo en el Caúcaso. Empezaba una larga vida de revolucionario.

La lucha clandestina no era un mundo fácil. La cárcel y los destierros en Siberia eran destinos seguros para los revolucionarios, si conseguían eludir castigos peores. La cárcel fue la universidad de muchos de aquellos hombres con poco cultura, pero que convivían durante largo tiempo con compañeros de formación intelectual muy superior. Muchos eran autodidactas compulsivos, como el mismo Stalin, que se pasaban el día leyendo y escribiendo.

Los destierros en Siberia eran una situación bastante incómoda, pero para los condenados de clase media, cuyas familias se podían permitir ayudarles económicamente, Siberia estaba lejos de ser el tópico infierno helado. La fuga no era demasiado difícil (el mismo Stalin se fugó varias veces).

En pocas palabras, el sistema de destierros era un coladero. Para financiar al partido, siempre carente de fondos, Stalin se convirtió varias veces en atracador, aunque fue siempre muy escrupuloso con el botín: no hay constancia de que se beneficiase personalmente de estas actividades.

Otros movimientos revolucionarios y nacionalistas de la época hacían cosas parecidas: en Polonia, el ala derecha de los socialistas prácticaba descaradamente el terrorismo revolucionario. El más célebre de los terroristas polacos fue Pilsudski, futuro mariscal y dictador en ese país, pero la historia suele olvidar o perdonar estos hechos cuando atracadores o terroristas llegan a mariscales, ministros o presidentes.

Durante la revolución de 1905, tuvo lugar en Georgia enfrentamientos étnicos terribles. Los azeríes arremetieron contra los armenios pero éstos, más ricos y mejor armados, respondieron al ataque con otra matanza. Stalin intentó frenar estos enfrentamientos, que incluían el penoso ritual del pogromo antijudío, y escribió un enérgico panfleto en el que advertía que el zar estaba utilizando los pogromos contra judíos y armenios para apuntalar su despreciable trono con la sangre inocente de ciudadanos honrados. La represión militar encaminada a restablecer el orden zarista en Georgia fue tan despiadada como en todas partes. En Tiflis, las tropas incendiaron la ciudad, saqueando tiendas y tabernas. El oeste del país quedó reducido a cenizas.

Durante estos años, Stalin conoció a muchos de los que después compartirían con él el poder en la Unión Soviética y se convertirían, en muchos casos, en sus víctimas. Así, conoció a Lev Rosenfeld, el futuro “Kamenev”. Su padre era un ingeniero rico que

Page 27: Comprender el Stalinismo

financiaba los gastos de su hijo marxista. También entabló una gran amistad con Gregori Ordzhonikidze, “Sergo”, un joven de noble cuna y nulos recursos económicos. Esta amistad terminaría trágicamente durante la época del Gran Terror. El encuentro decisivo en la vida de Stalin tuvo lugar en diciembre de 1905, en la localidad finlandesa de Tammerfors. Allí conoció en persona a Lenin. Veinte años más tarde, Stalin recordaba: “Yo esperaba ver al águila de las montañas de nuestro Partido, al gran hombre, tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista físico […]. Cual no sería mi decepción cuando vi a un hombre de los más normales, de una estatura inferior a la media, a quien nada, absolutamente nada, diferenciaba del común de los mortales” (citado en Marcou,Stalin…, pág. 29). De todas maneras, Stalin pronto quedó subyugado por la personalidad del líder bolchevique, quería ser un “segundo Lenin”, el “Lenin del Caúcaso”, y acabó impregnado de sus ideas y aun de su forma de comportarse. Su veneración no fue nunca servil y siempre criticó los enfrentamientos políticos entre los emigrados, riñas que consideraba caprichosas e infantiles. Stalin no fue un emigrado que pasase largas temporadas en los países europeos más desarrollados, como la mayoría de las grandes figuras del marxismo ruso. Entre otras cosas, les separaba de ellos su origen social. La mayor parte de los dirigentes socialistas eran personas de clase media, sólida formación intelectual y dominaban lenguas extranjeras, habilidad que Stalin nunca consiguió alcanzar. Pero conocía como nadie la miseria de las clases populares rusas, su primitivismo cultural, su desdichada vida cotidiana.

En el congreso que celebró el partido en Estocolmo, en abril de 1906, conoció a otros muchos bolcheviques y mencheviques con los que compartiría vida política los próximos años. Convivió en la misma habitación de hotel con Climent Voroshílov, obrero metalúrgico que algún día llegaría a ser Comisario de Defensa y Mariscal de la Unión Soviética. También conoció a Félix Dzerzhinski, que sería el fundador de la Checa, y a Gregori Rodomylski, hijo de un lechero judío, que sería conocido con el nombre de “Zinoviev” y que ocuparía cargos de gran responsabilidad a partir de 1917.

En otro de sus viajes al exterior, a principios de 1913, Stalin visitó Viena con la idea de redactar un texto teórico sobre el problema de las nacionalidades y su relación con el marxismo. Allí se encontró con Trotski, también de origen judío, como tantos otros socialistas, y conoció a Nicolás Bujarín, un hombre muy joven que pasaba por ser un gran teórico y un notable erudito. También él tendría con Stalin una relación tortuosa que terminaría con pena de muerte. El uso de seudónimos era corriente entre los revolucionarios, siempre a cuestas con el miedo de ser identificados y detenidos. Dzhugasvili tuvo varios durante estos años, siendo el más duradero el de Koba. hasta que llegó el definitivo de Stalin.

Aunque pueda parecer increíble, el Koba revolucionario también tenía tiempo para su vida privada. Algunos de sus biógrafos afirman que tenía mucho éxito con las mujeres. Calaveradas aparte, Soso Dzhugashvili contrajo matrimonio con Ekaterina (Kato) Semyonovna, una mujer “bondadosa, bonita y entregada”, como la definió el mismo Stalin. Soso accedió a casarse por la iglesia a pesar de ser, lógicamente, ateo. Se comprende por qué algunos izquierdistas dudaran de la conveniencia de dar el derecho de voto a las mujeres. Hasta Stalin tuvo que ceder ante la presión femenina. Costó encontrar un cura que quisiera oficiar la ceremonia. Soso se convirtió, al cabo de poco tiempo, en padre, pero el matrimonio no fue feliz porque el revolucionario anuló totalmente al

Page 28: Comprender el Stalinismo

marido. Kato enfermó de tifus y, quizá también, de colitis hemorrágica. Parece ser que la joven pidió la extremaunción, y Stalin le prometió un entierro cristiano. La muerte de su mujer fue un mazazo terrible para Soso –como después lo sería el suicidio de su segunda esposa–. Durante el entierro, Dzhugashvili se vino abajo. Se arrojó a la fosa sobre el ataud y tuvieron que sacarlo de la tumba. A uno de sus amigos le comentó: “Mi vida personal se ha hecho añicos. Nada me ata a la vida excepto el socialismo. Dedicaré toda mi existencia a esto” (citado en Sebag,ob. cit., pág. 258).

Su último destierro a Siberia ocurrió entre julio de 1913 y marzo de 1917. Fue su destierro más duro por las miserables condiciones de vida a las que estuvo sometido, en parte debidas a la carencia de recursos económicos de sus familiares y amigos. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial fue declarado no apto para el servicio a causa de su brazo enfermo. Se le trasladó de lugar de residencia y pudo, así, entrar en contacto con Lev Kamenev y con su mujer, que también estaban desterrados. Las personas con las que convivió –como Sverdlov, el futuro primer presidente de la URSS–, lo definen como un buen tipo, pero demasiado individualista y muy encerrado en sí mismo.

Estos fueron años difíciles para el partido, que estaba minado de agentes dobles al servicio de la Ojrana, la policía zarista. La Ojrana estaba bien informada sobre las decisiones y las actividades de todos los miembros del partido, de ahí las múltiples detenciones y su progresiva desmembración y parálisis. En octubre de 1912, fueron elegidos miembros de la Duma seis bolcheviques y seis mencheviques. Entre los bolcheviques elegidos había dos agentes de la policía zarista. La situación del partido no era precisamente risueña cuando estalló la Revolución de febrero de 1917.

4

Romance de lobosLa II Internacional tuvo que plantearse seriamente desde el principio de su existencia el problema del auge de los nacionalismos –especialmente en la Europa central y oriental– y su relación con el socialismo. La primacía de la revolución social sobre cualquier otro objetivo político y el ideal internacionalista llevaban a muchos socialistas a desconfiar de los nacionalismos, cuya filosofía fundamental se basaba en la identidad de las diferentes clases sociales en la defensa de los intereses de toda la nación. El núcleo central de la filosofía marxista lo constituía la lucha de clases y la oposición irreconciliable entre burguesía y proletariado.

Contrariamente a lo que cuentan la mayoría de las fábulas nacionalistas, los orígenes de las naciones no se pierden en la noche de la historia ni son las naciones un fenómeno natural como las montañas y los ríos. El nacimiento de una nación se produce cuando un puñado de individuos afirma su existencia y se esfuerza en demostrarla, y esto empezó a ocurrir, sobre todo, a partir del siglo XVIII. No hay naciones en un sentido moderno, es decir, político, antes de esa época. Para codificar los elementos de una nación se trazan unas características distintivas y simbólicas: una historia común, jalonada de héroes que encarnan las virtudes nacionales o de la raza, una lengua única, un conjunto de monumentos y espacios “sagrados”, un folclore característico, una supuesta mentalidad propia y, sobre todo, diferente de la de los vecinos, un himno y una bandera. Todos estos ingredientes suelen ser imprescindibles

Page 29: Comprender el Stalinismo

–aunque pueden añadirse otros– en la cocina nacionalista para conseguir el guiso adecuado (Thiesse,La creation des…, págs. 11-14).

La palabra nación no quería decir lo mismo antes de 1789 que después. Desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII se puede decir que las naciones no las constituían la totalidad del pueblo, sino la clase dominante y políticamente representativa. No era naciones “populares” sino naciones de “nobleza”. Dicho en otras palabras, la nación francesa se componía de la nobleza, la Iglesia y los representantes de la burguesía urbana que se reunían en los Estados Generales o parlamento feudal. La nación húngara la formaban los barones, prelados y nobles de Hungría. La sociedad feudal-absolutista no era una nación en el sentido actual del término, porque se fundamentaba en la división entre los privilegiados, una pequeña minoría, y el resto de la población, básicamente los campesinos. Sólo cuando se establece una sola ley para todos y desaparecen los privilegios puede hablarse del nacimiento de una nación en sentido estricto y actual. Las naciones son hijas del liberalismo y no hay, por tanto, naciones con mil años de historia.

Determinados elementos constitutivos del “ser nacional” se suponen en el discurso nacionalista anteriores a la forja de cualquier comunidad política. Es el caso de la lengua. Pero los historiadores han demostrado que las lenguas sufren en la Europa de los siglos XVIII y XIX un proceso de transformación y de reelaboración muy semejante al del resto de la realidad política, económica y social. En la primera patria del nacionalismo, Francia, en 1789, la mitad de los franceses no hablaba francés, y sólo alrededor de un 13% lo hablaban “correctamente”. En el norte y en el sur del país, la lengua francesa era casi una desconocida. En Alemania, la situación era peor ya que lo que más tarde sería el estado alemán se hallaba fragmentado políticamente en múltiples estados independientes que apenas mantenían relaciones entre sí. Los dialectos y las hablas alemanas se fueron fusionando y dando lugar a una lengua más o menos homogénea, durante la segunda mitad del siglo XVIII, gracias al surgimiento de una clase intelectual que fue el germen de una burocracia de alto nivel al servicio de los diferentes principados alemanes. Los grandes protagonistas del cambio de actitud lingüística fueron los profesores universitarios, los maestros, los curas, los libreros y otras personas de clase media como escritores, médicos, notarios y periodistas. Casi lo mismo podríamos decir de Italia. Para la mayoría de los italianos, a principios del siglo XIX, la patria era su ciudad natal y su periferia. Fue necesario fabricar una conciencia nacional ya que esta nunca había existido. Como otras naciones europeas, Italia será una creación ex nihilo, sin precedentes históricos que, no obstante, pronto perfilaron novelistas y poetas. En célebre frase de Metternich, Italia era sólo una expresión geográfica. No unía a los italianos ni siquiera una lengua común. Cuando se reunió el primer parlamento nacional italiano, en Turín, en 1861, los oradores hablaron en francés. “La mayoría de las lenguas nacionales que hoy aparecen tan duraderas y arraigadas en las culturas de los pueblos europeos fueron normalizadas, por vez primera, en el curso del siglo XIX, creadas a partir de las vagas regiones de las hablas cotidianas populares y fundidas en la forma estricta gramaticalmente estandarizada, incluso en parte inventadas por vez primera. Y lo que no crearon los filólogos, lo aportaron los poetas, que creían haber descubierto el espíritu de los pueblos en sus poemas épicos, cuentos y canciones populares…” (Schulze,Estado y nación…, pág. 139).

Page 30: Comprender el Stalinismo

En muchos lugares, la creación de un estado nacional se mezcló con la defensa de la democracia, es decir, la lucha por la república, el sufragio universal y la justicia social. A los nacionalistas, en muchos lugares, les gustaba suponer que la emancipación social se confundía con la independencia nacional, pero pronto los antagonismos de clase se mostraron a plena luz. Cuando los nobles polacos se sublevaron contra el domino austríaco en la región de Galitzia, en 1846, los campesinos se alzaron contra ellos y los masacraron. Fue en las zonas donde los campesinos eran también polacos donde las matanzas fueron más intensas. En Alemania, sólo el empuje de la industrialización y la necesidad de crear un mercado más amplio hizo posible el desarrollo de una “conciencia nacional”, aunque la burguesía intelectual y de los negocios fue incapaz de imponer su modelo a las viejas élites aristocráticas y principescas. Un pacto, a veces difícil y doloroso, entre todas ellas, alumbrará la Alemania unida en 1871.

El problema de las lenguas fue tomando cada vez más dimensión a medida que el estado liberal creaba una administración centralizada que, forzosamente, tenía que expresarse en una lengua comprensible para todos. La generalización de la enseñanza primaria planteaba problemas parecidos. Hasta el siglo XIX, el analfabetismo generalizado de la gran mayoría de la población, los campesinos, convertía el problema lingüístico en una cuestión menor. A los nobles les era indiferente en qué lengua ladrasen sus siervos, por quienes sentían un profundo desprecio. Sólo las élites estaban escolarizadas. Aún en el siglo XVIII, se utilizaba el latín como lengua común en algunos lugares pero era sobre todo el francés la lengua internacional, lengua que la aristocracia conocía y que utilizaba en Moscú, Berlín y Viena.

A fines del siglo XIX, el impacto del imperialismo se notó también en el mundo del imaginario nacionalista, que dejó de hacer bandera de la defensa de la democracia y del derecho de los pueblos a decidir su destino. Progresivamente, el racismo, la filosofía de moda, fue introduciéndose en el mundo mental nacionalista, que abandonó su pacifismo y su cosmopolitismo iniciales para hacerse cada vez más exclusivista y agresivo. Nación y raza empezaron a identificarse con el peligroso añadido de que si hay razas superiores también hay naciones que tienen más derechos que otras. El maridaje entre nacionalismo y racismo estaba ya muy avanzado a principios del siglo XX. El nacionalismo se volvió también frecuentemente antisocialista por incompatibilidad con su carácter internacionalista y proletario. Las clases medias nacionalistas iniciaron una gran batalla ideológica para conquistar la voluntad de las masas proletarias y “nacionalizarlas”. Karl Kaustky llegó a afirmar que la fuerza motriz del nacionalismo era la pequeña burguesía intelectual, el “proletariado de la inteligencia” que esperaba conseguir promoción social y económica por su lucha por la independencia nacional cunado ésta se alcanzase. Era la clase social mejor preparada para obtener los nuevos cargos y puestos de trabajo creados por el estado recién independizado, que, previamente, habría desplazado a los antiguos propietarios de tales cargos provenientes de la otra nacionalidad a la que estaban subyugados. En todo este mundo de ambiciones casi nunca confesadas la promoción de las lenguas antaño oprimidas era una cuestión esencial. Como dice Hobsbawm no se trata de reducir el nacionalismo lingüístico a una cuestión de empleos pero es obvio que la promoción de las lenguas vernáculas era un interés directo de las clases sociales menores con instrucción escolar. Los estratos más promocionados o ambiciosos del proletariado, la llamada aristocracia obrera, eran con frecuencia sensibles a estas pautas o modelos culturales ya que aspiraban a que sus hijos, algún día, ascendieran socialmente y

Page 31: Comprender el Stalinismo

pudieran integrarse en el mundo de la pequeña burguesía… si la revolución socialista no se lo impedía antes.

En el Impero austrohúngaro, gobernado por los Habsburgo, fue donde el debate nacionalista alcanzó niveles teóricos más relevantes. La socialdemocracia austríaca veía cómo los conflictos nacionalistas entre los habitantes del imperio de lengua alemana y las demás minorías nacionales integradas en él enturbiaban la convivencia en el seno del socialismo. Las diferentes naciones estaban territorialmente muy mezcladas, lo que dificultaba la solución federalista. La clase dirigente imperial era, básicament,e de lengua alemana pero esta élite compartía con la aristocracia húngara el control del imperio después del acuerdo de 1867. Los eslavos eran los más quejosos de la situación. Algunos dirigentes socialdemócratas sugirieron como solución la autonomía cultural llegando a proponer que la nacionalidad fuese considerada como un atributo personal de carácter extraterritorial que seguiría a las personas por donde estas estuviesen. Polonia era, quizá, el problema principal. Este país había desaparecido a fines del siglo XVIII, engullido por los estados fronterizos, Prusia, Austria y Rusia. Existía un fuerte sentimiento independentista y nacional en Polonia pero no todos los socialdemócratas estaban a favor de crear un estado polaco. Rosa Luxemburgo, genuina representante del ala izquierda de la socialdemocracia, creía que el problema polaco se resolvería en una Rusia socialista que enviaría al desván de la historia los problemas nacionales. Pese a estas opiniones siempre se opuso a los intentos de germanización o de rusificación de los obreros polacos y defendía su derecho a la autonomía cultural. Las autoridades rusas fueron especialmente represivas con las clases dirigentes polacas, sobre todo, después de la revuelta independentista de 1863. La nobleza polaca y la Iglesia católica fueron consideradas la columna vertebral de la insurrección antirrusa y, por eso, cayó sobre ellas una represión severa. El uso de la lengua polaca sufrió un ataque en toda regla. El ruso debía sustituirlo como lengua habitual en los centros educativos de nivel medio y superior y se prohibió el uso del polaco incluso en los recreos. Sólo se autorizaba en los cursos de catecismo. El ruso debía ser también la lengua de la administración.

El problema polaco era complejo porque en vastos territorios de la antigua Polonia las masas rurales estaban formadas por bielorrusos, ucranios y lituanos, que tenían sus propias lenguas y culturas y, con frecuencia, detestaban a sus amos polacos. La actitud de las autoridades rusas después de 1863 con respecto a estas lenguas fue la misma: prohibir su uso e intentar rusificar a la población. Con esta política se intentaba también sabotear los intentos de la aristocracia polaca de “polinizar” a las masas rurales de estas etnias.

En los países bálticos la situación era tanto o más compleja que en Polonia. La clase dominante, en buena parte de esos territorios, era la aristocracia germano-báltica de lengua alemana y de confesión luterana que había mantenido siempre una relación de fidelidad con la monarquía rusa. Conviene no olvidar que en las sociedades feudales anteriores al siglo XIX el poder político estaba en manos de la nobleza terrateniente que, a su vez, mantenía una estrecha relación de colaboración con las monarquías supuestamente absolutas, que eran los puntales del orden social establecido y garantes, por tanto, de los privilegios de la aristocracia. Las cuestiones lingüísticas y culturales eran, en este mundo, totalmente secundarias. Las élites nobiliarias sólo eran solidarias entre ellas y en ningún caso sentían ningún tipo de identificación política con las masas rurales

Page 32: Comprender el Stalinismo

que tenían bajo su administración. Que la aristocracia germano-báltica fuese de lengua alemana y religión protestante nunca había creado ningún conflicto con la autocracia zarista. Pero a partir de 1881, Alejandro III cambió radicalmente la vieja política de colaboración. Se afianzó la obligatoriedad del ruso en la administración civil y la justicia y se transformó en lengua obligatoria en todos los niveles de la enseñanza excepto en los dos primeros cursos de primaria y en las clases de religión. La aristocracia germano-báltica intentó defender sus privilegios tradicionales al mismo tiempo que empezaba a extenderse entre sus filas la convicción de que quizá su futuro debería estar en la integración dentro del cada vez más poderoso Imperio alemán de Guillermo II. Los campesinos de estos territorios eran gentes de lengua y cultura estonia y letona que vieron, en principio, en las autoridades rusas un aliado con el que combatir los privilegios de los aristócratas gemanófilos, pero el zarismo tampoco deseaba comprometerse con la defensa de la identidad cultural de estos pueblos. Su programa era la rusificación de todo el imperio y en esa dirección encaminaba sus esfuerzos.

En Finlandia encontramos un panorama parecido. Finlandia disfrutó durante el siglo XIX de una autonomía política muy considerable. Gozaba de parlamento propio y disponía de su moneda y de su propio ejército. En 1894, Nicolás II juró, como sus predecesores, respetar las leyes fundamentales finlandesas, pero con el paso de los años el proceso de rusificación llegó también a este país. El ejército finés fue suprimido y se potenció el uso de la lengua rusa en todas las instancias políticas y administrativas, en detrimento de la lengua del país.

En el sur y el este del imperio la política cultural del zarismo fue diferente. Era un mundo étnicamente muy heterogéneo, con gran multiplicidad de lenguas y religiones. La integración de estos pueblos trató en principio de introducirlos en la civilización moderna, respetando algunas de sus peculiaridades. Se elaboraron alfabetos cirílicos para algunas de las lenguas que carecían de alfabeto, y se las dotó de gramáticas. Se crearon escuelas que funcionaban sobre la base del uso del idioma materno en la región del Volga-Ural, en Siberia y en Kazajstán. Esta política se extendió después hacia Extremo Oriente. Se crearon también centros educativos para la formación de maestros y sacerdotes. Pero a fines del siglo XIX, los defensores de estas políticas chocaron con el creciente nacionalismo ruso, que consideraba que se estabn creando en estas regiones los condiciones para el crecimiento de sentimientos nacionalistas. Estas políticas fueron continuadas, de alguna manera, en la época soviética. El padre de Lenin participó activamente en ellas. Se las ha definido como “nacionales en la forma y ortodoxas en el fondo” –por el papel que la religión jugó en estas políticas–. Los bolcheviques siguieron esta línea con su propia divisa: “Nacional en la forma, comunista en el fondo”. Otras minorías étnicas, como los alemanes del Volga, vieron también su estatus tradicional amenazado y fueron sometidos como los demás a intentos de asimilación rusificadora. Como los alemanes del Báltico, los del Volga fueron considerados por los nacionalistas rusos como una quinta columna del imperio alemán dentro de Rusia.

Como ya sabemos, fueron los judíos los que más sufrieron las consecuencias de todas estas tensiones. La intelectualidad judía se esforzó en encontrar soluciones a la desesperada situación de su pueblo. La idea de crear un estado judío independiente, el sionismo, fue creciendo no sólo en Rusia sino en Europa. Dentro del imperio se creó un partido político, La Liga de los Trabajadores judíos de Lituania, Polonia y Rusia, el Bund,

Page 33: Comprender el Stalinismo

que, pese a que preconizaban un ideario internacionalista, insistía en la defensa específica de los intereses de la minoría judía y defendía su derecho a crear milicias judías autónomas de autodefensa. Afirmaba que los judíos eran una nación y reclamaban la autonomía cultural en la línea del austromarxismo y la existencia de escuelas enyiddish.La violencia antisemita durante la revolución de 1905 superó todas las expectativas. Los pogromos de masas de octubre y noviembre, que tuvieron su centro principal en Ucrania, produjeron grandes destrozos y más de mil muertos. A los judíos se les presentaba como los principales promotores de la revolución, especialmente por el grupo extremista La Liga del Pueblo Ruso, que, aliados con las Centurias Negras –que, en conjunto, prefiguraban algunas de las características que definirían más tarde el fascismo en toda Europa–, eran fanáticamente nacionalistas, chovinistasgranrusos, antisemitas, xenófobos y enemigos del “capitalismo judío” y de sus negocios. El Bund salió reforzado de esta dura prueba y con la firme convicción de que la supervivencia de los judíos en Rusia pasaba por el derrocamiento del zarismo y el establecimiento de una sociedad socialista.

Todos los movimientos nacionalistas fueron ferozmente reprimidos a partir de 1905. En los estados bálticos la persecución tuvo la complicidad de la aristocracia germana, que también deseaba el aplastamiento de la violenta insurrección de los nacionalistas letones y estonios. Claramente, la autocracia zarista se definía a favor del nacionalismo granruso y optaba por la creación de una nación-estado uniforme cultural y lingüísticamente. La “cárcel de naciones” estaba en marcha pero nadie sabía cuánto tiempo iba a durar.

Stalin escribió, en 1913, un pequeño ensayo sobre la cuestión de las nacionalidades en Europa, que se convertiría, andando el tiempo, en la Vulgata sobre el tema en los partidos comunistas. Stalin definía a la nación como “una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”. Las naciones son el producto de una determinada coyuntura histórica: “El proceso de liquidación del feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mismo tiempo, el proceso de la agrupación de los hombres en naciones”. Queda claro, por tanto, que no existen naciones anteriores al nacimiento del capitalismo. En la lucha por objetivos aparentemente comunes, la burguesía intenta subordinar al proletariado a sus intereses. Este carácter supuestamente interclasista es uno de los mayores engaños que el nacionalismo plantea a la clase obrera, especialmente en países que están sometidos a la dominación de tercera potencias. Stalin defiende el derecho de autodeterminación –“la nación es soberana y todas las naciones son iguales en derechos”– pero las decisiones tienen un precio y los marxistas no pueden apoyar decisiones, por soberanas que sean, que vayan contra los intereses de los trabajadores y el socialismo. Stalin lo ejemplifica así: “Tomemos, por ejemplo, a los tártaros transcaucásicos, con un porcentaje mínimo de personas que saben ler y escribir, con sus escuelas regentadas por losmulash todopoderosos, con su cultura imbuida de espíritu religioso… No es difícil compender que organizarlos en una unión cultural-nacional significaría colocar al frente de ellos a susmulash […], significaría crear una nueva fortaleza para la esclavización espiritual de las masas tártaras por su más enconado enemigo”. La cuestión sólo puede resolverse en el sentido de llevar a las naciones y pueblos atrasados al cauce común de una cultura superior.

5

Page 34: Comprender el Stalinismo

Tiempos de desprecioEl reparto del mundo entre las diferentes potencias imperialistas generó continuos problemas que amenazaban con una guerra general, que cada vez se hizo más previsible. La descomposición del imperio turco se agudizó a fines del siglo XIX y convirtió las antiguas provincias turcas en los Balcanes en un polvorín. El Imperio austrohúngaro y Rusia se disputaban la hegemonía en aquel territorio. A principios del siglo XX se tejieron una serie de alianzas internacionales que desembocaron en la creación de dos bloques: de un lado, Gran Bretaña, Francia y Rusia, y de otro, Alemania, Austria-Hungría e Italia. Gran Bretaña y Francia habían sido las grandes beneficiarias del reparto colonial. La primera poseía el mayor imperio nunca conocido, pues abarcaba alrededor del 25% del planeta. Francia poseía un imperio más modesto que incluía el 10% de las tierras de la superficie terrestre. Los contenciosos coloniales entre Rusia y Gran Bretaña en Asia –Afganistán, el Tíbet, Persia– se habían resuelto pacíficamente, por lo que no existían motivos de enfrentamiento entre las tres potencias. La alianza permanente entre Gran Bretaña y Francia se fundamentará los próximos años en dos pilares básicos: el deseo de mantener intacta su privilegiada situación colonial –e intentar mejorarla, a ser posible– y su común hostilidad a la gran potencia emergente en Europa, Alemania. Esta última había arrebatado a Francia, en la guerra de 1870, las regiones de Alsacia y Lorena, anexión que el país galo nunca aceptó y que fue motivo permanente de enfrentamiento entre ambos países. Buscando posibles aliados a espaldas de Alemania, los políticos franceses sellaron una estrecha colaboración con el imperio zarista, que era lo más opuesto a una república democrática, pero los intereses comunes convertían las diferencias ideológicas en minucias. Por su parte, Gran Bretaña estaba muy preocupada por la agresividad que mostraba la industria alemana en los mercados mundiales, que amenazaba con desplazar a los británicos de la posición hegemónica de la que venían disfrutando desde principios del siglo XIX. Alemania insistía, además, en la necesidad de un nuevo reparto colonial ya que llegó tarde y mal al festín y le tocaron las migajas, lo que muchos alemanes consideraban intolerable.

El asesinato en Sarajevo del heredero de la corona austríaca, en 1914, provocó el enfrentamiento militar entre Serbia y Austria. Rusia corrió en defensa de Serbia, y Alemania se posicionó inmediatamente del lado de sus aliados de la corte de Viena. La guerra se generalizó casi de inmediato y en ella participaron todas las grandes potencias europeas. El enorme ejército ruso demostró muy pronto su ineficacia y sufrió repetidas derrotas a manos de los alemanes. De inmediato, los muertos ascendieron a cientos de miles. “Ningún soldado padeció tanto como el soldado del zar; sobraban los hombres y todo lo demás faltaba: zapatos, ropas, mantas, medicinas, armas […]. El Estado Mayor ruso, como el francés, era un fanático de la “ofensiva a ultranza” y superaba hasta al francés en el despilfarro de “material” humano. En 1914 lanzó una verdadera “marea” humana, sin preparación de artillería, sin las armas suficientes, con la esperanza de “inundar” el Ejército alemán. La artillería y las ametralladoras alemanas mataron a 500.000 soldados en sólo cinco meses, en 1914 […]. De enero de 1915 a febrero de 1917, el Ejército tuvo aún 1,5 millones de muertos y dos millones de presos. En dos años y medio de guerra había perdido entre muertos y presos, cuatro millones de soldados” (Meyer,Rusia y…, págs. 84-85). A los generales rusos, franceses y alemanes la vida de sus soldados no parecía importarles mucho más que a Leopoldo y Stanley la vida de los congoleños. El zar cometió torpeza tras torpeza, como era en él habitual, y asumió

Page 35: Comprender el Stalinismo

personalmente la dirección de la guerra, con lo que ligaba el futuro de la dinastía al resultado del conflicto militar. La capital del imperio, San Petersburgo, que durante la guerra fue rebautizada con el nombre de Petrogrado, se convirtió en el centro del descontento popular y político provocado no sólo por los desastres de la guerra sino también por la escasez de carbón y de alimentos, además de por una inflación desmoralizadora. Los días 22 y 23 de febrero de 1917, la miseria y la desesperación provocaron una protesta espontánea de las masas, que la policía fue incapaz de controlar. Los soldados acantonados en la ciudad también se amotinaron. Surgieron por doquier soviets, como en la revolución de 1905. La Duma nombró un gobierno provisional que asumió todos los poderes y, en marzo, el Zar, abandonado por todos, tuvo que abdicar. Empezaba la revolución.

Para los socialistas europeos, la guerra fue en muchos aspectos una dolorosa sorpresa. La inmensa mayoría de la población aceptó las consignas belicistas y chovinistas de sus gobiernos y se dirigieron con entusiasmo al matadero. Por supuesto, los políticos de todos los países acusaban a sus enemigos de ser los causantes del conflicto. Ahora se recogían los frutos de largos años de propaganda criminalizadota de unas potencias contra otras. La opinión pública había sido debidamente preparada. Funcionaba el mito preferido por los nacionalistas, el de la unidad nacional contra el común enemigo exterior. Según la interpretación del mundo nacionalista, todos los miembros de la nación participan de sus “esencias” y están obligados a defenderla. Ricos y pobres, explotadores y explotados se unen en defensa de la patria común. Los diferentes partidos socialistas, con algunas excepciones, se solidarizaron con sus respectivos gobiernos y votaron los enormes presupuestos de guerra. La lucha de clases y el internacionalismo se habían esfumado como por arte de magia. Todo el mundo creía en un conflicto de corta duración y de bajo coste humano pero los campos de exterminio de Verdún y el Somme pronto les demostraron su error.

El Frente Occidental se estabilizó en una guerra de trincheras que duraría toda la contienda. A principios de 1916, el general alemán Falkenhayn concibió un arriesgado plan para hundir la resistencia francesa. Falkenhayn era un hombre sin piedad. Las bajas, incluso las alemanas, le preocupaban aún menos que a sus colegas. En síntesis, su plan era introducir la guerra de desgaste a una escala antes desconocida en el Frente Occidental. No se trataba en principio de romper las líneas enemigas o de ocupar ciertos territorios sino de matar a los franceses con más rapidez y eficacia que la que ellos utilizaban para matar alemanes, con objeto de agotar las reservas humanas del enemigo. El objetivo principal sería tomar la ciudad fortificada de Verdún, que se convirtió en el punto central de la batalla. La “picadora de carne” en la que se convirtió esa ciudad desgastó, finalmente, a los dos ejércitos al límite. Cuando terminó la sangría, hacia diciembre de 1916, se calcula que entre muertos y desaparecidos perecieron 162.000 franceses y 142.000 alemanes. Verdún fue una batalla de desgaste pero había desgastado a ambas partes casi por igual.

Durante el conflicto bélico, la II Internacional quedó casi totalmente paralizada. Sólo la extrema izquierda que se oponía a la guerra intentó movilizarse pero carecía de medios. Lenin consideraba que la Internacional había perdido toda credibilidad y que era necesario crear otra nueva sobre unas bases totalmente distintas. La complicidad de sus excompañeros socialistas con la carnicería bélica le produjo primero incredulidad y,

Page 36: Comprender el Stalinismo

después, una indignación sin límites. Contra los “socialtraidores” Lenin defendía la necesidad de que la nueva Internacional apostase firmemente por transformar el conflicto militar en una guerra civil revolucionaria en cada uno de los países contendientes. Lenin propugnó en Rusia el derrotismo revolucionario porque desde el punto de vista de la clase obrera la derrota del zarismo y sus ejércitos constituiría un mal menor. En un ambiente de enfebrecido e idiotizador patriotismo, las opiniones de Lenin se encontraron con la oposición incluso de una parte de su propio partido, como Plejanov y Kamenev. La izquierda socialista consiguió reunirse en la ciudad suiza de Zimmerwald, en septiembre de 1915. Acudieron 42 delegados de diferentes países. En la resolución final se culpaba de la guerra al imperialismo, se censuraba la complicidad de los partidos socialdemócratas y se pedía una paz sin anexiones ni indemnizaciones. Una segunda conferencia reunida en Kienthal defendió tesis aún más radicales en la línea de que sólo el socialismo sería capaz de construir una paz auténtica y perdurable.

Mientras, en Rusia, el gobierno provisional, dirigido por el príncipe Lvov, intentaba encauzar inútilmente la revolución con el apoyo de los liberales y los mencheviques. Se prometió la pronta convocatoria de unas elecciones para elegir una Asamblea Constituyente que decidiría el futuro del país, pero con respecto a la guerra la actitud fue inflexible: era necesario seguir luchando contra los alemanes. Las presiones de británicos y franceses en ese sentido eran muy fuertes. El hundimiento del Frente Oriental podía tener consecuencias fatales en Francia.

En Petrogrado la dirección del partido estaba en manos de Stalin y Kamenev, recién llegados de Siberia, y de algunos jóvenes militantes como Molotov. Inmediatamente estallaron graves tensiones entre los defensistas como Kamenev, partidarios de sostener el esfuerzo bélico, y los que eran hostiles a esta opción. Stalin se mantuvo en una actitud ambigua y centrista, lo que caracterizaría su actuación en muchas ocasiones los próximos años.

La llegada de Lenin a Rusia procedente de su exilio suizo dio un giro rotundo a la situación. El objetivo de los bolcheviques era luchar por una república soviética. Era necesario apoyar a los campesinos en su lucha por apropiarse de la tierra de los terratenientes y, sobre todo, era imprescindible salir de la guerra. Estaba en marcha una revolución proletaria sostenida por los obreros y los campesinos más pobres. “¡Todo el poder para los sóviets!” era el lema. Cuando Trotski llegó de su exilio se dio cuenta de que Lenin había evolucionado en una dirección que lo aproximaba mucho a las tesis que él siempre había sostenido. Bujarín, Zinoviev y Stalin siguieron también por este camino, aunque el ala derecha del partido, liderada ahora por Kamenev, se resistía a aceptar las nuevas propuestas.

La incapacidad del gobierno provisional para gestionar una situación tan caótica produjo continuas dimisiones en su seno, entre ellas la del mismo príncipe Lvov. Mencheviques y socialrevolucionarios entraron en el gobierno, y Kerenski, un hombre próximo a sus ideas, se hizo cargo de la dirección. Los sóviets de Rusia escogieron delegados que los representasen en una asamblea unitaria. En junio se reunió el primer Congreso Panruso de los Sóviets, con una mayoría de delegados socialrevolucionarios y mencheviques. Los bolcheviques eran claramente minoritarios. El congreso decidió dar un voto de confianza al gobierno provisional y nombrar una comisión permanente de gestión entre congreso y

Page 37: Comprender el Stalinismo

congreso, el Comité Central. De los 250 miembros del Comité Central, 35 eran bolcheviques.

En este momento se planteaba un problema, a la vez teórico y práctico, de gran calado: ¿Cómo debía funcionar el nuevo estado socialista que los revolucionarios querían construir? ¿Cómo se debía organizar la democracia socialista? Para responder a estas preguntas, Lenin escribió un pequeño libro que tituló El Estado y la Revolución. Para Lenin, como para Marx, el Estado es una institución que tiene como objetivo asegurar la dominación de una clase social, la clase dominante, sobre las demás. El Estado es, pues, siempre violencia institucionalizada. La revolución socialista no significará, sin embargo, la desaparición inmediata del Estado, sino la creación de uno nuevo totalmente diferente, la dictadura del proletariado. En la democracia liberal “a los oprimidos se les autoriza una vez cada varios años qué mandatarios de la clase opresora han de representarles y aplastarles en el parlamento” (Lenin, El Estado y…, pág. 88). La dictadura del proletariado será “la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores” (Lenin, Íbidem, pág. 88). El Estado sólo podrá desaparecer cuando se haya hundido la resistencia de las viejas clases sociales ligadas al capitalismo. Este nuevo Estado socialista podría engendrar su propia degeneración, el burocratismo, y Lenin es muy consciente de ello. Habrá que luchar contra el peligro de que obreros y empleados se transformen en burócratas que acaben actuando por encima del proletariado. Para evitarlo los delegados populares elegidos podrán ser destituidos en cualquier momento, sus salarios no serán más altos que los de un obrero especializado y se gobernará con rotación de cargos para que los trabajos de control e inspección no recaigan siempre en las mismas personas y así todos puedan ser burócratas durante algún tiempo. Con este sistema se quería poner una barrera eficaz contra el arrivismo y la caza de cargos. Lenin veía el germen del nuevo estado proletario en los sóviets, que le parecían la aurora de una nueva democracia. Todo este discurso era también una invitación a los anarquistas a colaborar con los bolcheviques en la tarea revolucionaria.

El gobierno de Kerenski topó continuamente con dos problemas de imposible solución: en ningún caso quería legalizar la ocupación de tierras que de forma espontánea estaban realizando los campesinos y se negaba a abandonar la guerra porque no se sentía con fuerzas para rechazar las presiones franco-británicas. Además, tampoco deseaba renunciar a las ambiciones anexionistas e imperialistas que habían empujado al zarismo a participar en la contienda. La propaganda bolchevique sobre estas cuestiones era clara y eficaz. Exigían la inmediata finalización de la guerra, la legalización de las apropiaciones de tierras efectuadas por los campesinos, el control obrero de la industria y el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas. El gobierno provisional se empeñó ciegamente en proseguir las ofensivas militares contra los alemanes y, en junio, se cosecharon nuevas y dolorosas derrotas que provocaron en Petrogrado motines populares espontáneos que exigían el fin del gobierno provisional y hacer realidad la proclama bolchevique de todo el poder para los sóviets. Pero los bolcheviques creían que las circunstancias políticas no estaban aún maduras para ocupar el poder y no se pusieron al frente de la revuelta. Fue un momento muy delicado. Kerenski lo aprovechó para pasar al ataque. Ilegalizó al partido bolchevique y ordenó la detención de algunos de sus dirigentes. Para evitar lo peor Lenin huyó y se refugió en Finlandia. Stalin lo convenció de que debía ocultarse porque su vida corría peligro. En este momento, el georgiano gozaba de la total confianza de Lenin. Según el líder bolchevique,

Page 38: Comprender el Stalinismo

Stalin era “un buen trabajador en todo tipo de misiones de responsabilidad”. A Stalin podía encargársele cualquier cosa. (Sebag,Llamadme…, pág. 401).

En esta situación, el general Kornilov intentó dar un golpe de estado, pero fracasó. Para hacerle frente se reorganizó la Guardia Roja bolchevique. Kerenski luchaba por sobrevivir y se nombró a sí mismo presidente de un directorio formado por cinco miembros, aunque lo que realmente lo sostenía en pie era el consumo de cocaína y otras drogas. Stalin dijo, burlón, que el nuevo gobierno era “elegido por Kerenski, apoyado por Kerenski y responsable ante Kerenski” (Ibidem, pág. 419).

“¡La historia no nos perdonará si no tomamos el poder ahora!”, escribió Lenin desde Finlandia pero no todo el mundo lo veía tan claro dentro del partido. Kemenev y Zinoviev consideraban una imprudencia blanquista ocupar el poder y creían necesario esperar a que se reuniese la Asamblea Constituyente desde la cual debería seguir trabajando en pos del socialismo. En la votación realizada en el seno del Comité Central del partido, Lenin ganó con claridad. Stalin y Trotski exigieron el boicot a la Constituyente y Lenin calificó a Kamenev y Zinoviev de “miserables traidores”. Stalin advirtió: “Lo que tenemos aquí son dos líneas: una sigue una trayectoria favorable al trinfo de la revolución; la otra no cree en la revolución y cuenta, simplemente, con seguir en la oposición. Las propuestas de Kamenev y Zinoviev dan a la contrarrevolución la oportunidad de organizarse. Estaremos siempre en perpetua retirada y perderemos por completo la revolución” (Sebag, Ibidem, pág. 425). La decisión de tomar el poder dejó a los dos disidentes aislados y, en los años siguientes, siempre pesaría sobre sus espaldas el fardo de su error que, en el fondo, no les fue perdonado nunca. El Comité Central encargó a Stalin, a Sverdlov, a Dzerzhinski y a otros dos individuos dirigir el Centro Militar Revolucionario, que debía colaborar estrechamente con el Comité Militar Revolucionario del Sóviet, presidido por Trotski.

Kamenev cometió un nuevo error al publicar en un periódico un ataque contra el “desastroso paso” que se iba a dar con el levantamiento. Trotski definió a su cuñado Kamenev como un hombre “borracho de sentimentalismo”, y Lenin, enfurecido, acabó exigiendo la expulsión de los dos disidentes.

El 24 de octubre se inició la insurrección, que triunfó en Petrogrado sin apenas resistencia. El gobierno provisional huyó y se ocupó sin problemas el Palacio de Invierno. En el resto del país, la resistencia fue más dura. Ya empezaba a perfilarse claramente un caos de poderes y una notable desintegración del Estado. El 25 de octubre se reunieron los representantes del II Congreso Panruso de los Sóviets. De sus 650 miembros, 390 eran bolcheviques, que, además, contaban con el apoyo de los socialrevolucionarios de izquierdas. Este era el único poder que Lenin reconocía y sobre el que estaba dispuesto a apoyarse. El Congreso aprobó tres decretos fundamentales que marcan el inicio del poder soviético: el primero ofrecía a todos los participantes en la guerra europea la posibilidad de una paz inmediata sin anexiones ni indemnizaciones; el segundo legalizaba la ocupación de tierras realizada por los campesinos, y el tercero creaba un nuevo gobierno, el Consejo de Comisarios del Pueblo, cuya jefatura asumía el mismo Lenin.

Un nuevo poder surgió fugazmente, en enero de 1918, cuando se reunieron los diputados de la Asamblea Constituyente, que por fin había sido elegida. De los 707 diputados

Page 39: Comprender el Stalinismo

elegidos, los eseritas habían alcanzado la mayoría absoluta, 410. Era un resultado predecible en un país abrumadoramente rural. Los bolchevique consiguieron 175 representantes, y los mencheviques, 17. Otros pequeños grupos representaban a las minoría nacionales y otras opciones de escasa significación. Las dos asambleas, la de los sóviets y la de los diputados, se disputaban la legitimidad y la representatividad política. Los bolcheviques intentaron badear el problema estableciendo una alianza con los eseritas de izquierdas, ofreciéndoles tres carteras en el gobierno y otros cargos de menor relieve. Para los bolcheviques, la revolución socialista no necesitaba en absoluto asambleas como la Constituyente, que reflejaba, según ellos, el espíritu de la revolución de febrero, por lo que había quedado sobrepasada por la historia. Por tanto, decidieron disolverla. Nadie lloró por ella ya que los enemigos de la revolución habían empezado a optar claramente por las armas como medio para restablecer el orden social prerrevolucionario.

El problema más agudo para todos, ahora, era conseguir la paz, pero esta no se podía conseguir sin la complicidad de los alemanes que, en aquellos momentos, ocupaban partes considerables del territorio ruso. El gobierno alemán había elaborado desde hacía tiempo unos planes anexionistas realmente ambiciosos. En Alemania, la burguesía liberal, el ala derecha de la socialdemocracia, la banca y ciertas industrias ponían sus máximas ambiciones en la dominación económica de la Europa Central, de los Balcanes y de Turquía, y deseaban a largo plazo una alianza con Inglaterra. Otros sectores, como los terratenientes prusianos, deseaban anexiones hacia el Este. Los planes con respecto a Europa Occidental no eran de menor calado. Francia debía ser debilitada para que no pudiera volver a ser nunca más una gran potencia (la misma filosofía que acabarían aplicando los franceses a los alemanes al finalizar el conflicto). Debería desmantelar sus fortificaciones, pagar una fuerte indemnización de guerra y firmar un tratado comercial que la situaría bajo dependencia de Alemania. Bélgica se convertiría en un estado vasallo. Se crearía una gran unión aduanera que integraría buena parte de la Europa continental y que garantizaría la preeminencia económica de Alemania.

El hundimiento del estado ruso y su debilidad militar excitaron la codicia de los imperialistas alemanes hasta límites delirantes. Los jefes militares exigieron el vasallaje de Polonia y de los países bálticos y el control de Ucrania para acabar con los problemas de abastecimiento agrícola en Alemania. Por su parte, los magnates de la industria pesada declararon que era necesario apoderarse del hierro de Krivoy Rog, del manganeso de la Rusia del Sur y del petróleo del Cáucaso. Todos estos planes sirvieron de base, algunos años más tarde, al proyecto imperialista de los nazis en Europa del Este. Sólo hizo falta añadirles ciertas dosis de racismo y de barbarie.

Las negociaciones entre las autoridades alemanas y la delegación bolchevique, encabezada por León Trotski, fueron muy difíciles, porque un amplio sector del partido de Lenin, liderado por Nicolás Bujarín, se negaba a aceptar las draconianas condiciones de paz impuestas por los alemanes. Lenin defendió tenazmente, a veces en minoría pero siempre apoyado por Stalin, la necesidad de firmar la paz a cualquier precio, porque pensaba que la próxima revolución socialista en Europa transformaría el acuerdo en papel mojado y porque era imposible, en aquel momento, hacer frente con éxito a la poderosa máquina de guerra de los alemanes. Finalmente se firmó la paz en Brest Litowski, en marzo de 1918. Rusia se obligaba a pagar una indemnización de seis mil millones de

Page 40: Comprender el Stalinismo

marcos-oro, cedía a Turquía –aliada de Alemania– varios distritos de Armenia, reconocía la independencia de Finlandia y Ucrania y dejaba en manos de los potencias centrales el futuro de Polonia y de los países bálticos.

Los meses siguientes a la firma de la paz, los alemanes ayudaron militarmente a los finlandeses para que se liberaran de los rusos, ocuparon los países bálticos con la intención de instalar en ellos como gobernantes a príncipes alemanes, se establecieron en Ucrania y avanzaron decididamente hacia el Cáucaso en busca del petróleo de Bakú, desde donde pensaban, además, poder llegar a amenazar la India británica. Se pensó incluso en ocupar Crimea y poblarla de colonos alemanes. Era un vasto plan imperialista que prefiguraba con bastante precisión el de Hitler, en 1941 (Guillén, El imperio…, págs. 279-280). Tan gigantescas ganancias territoriales quedaron en nada cuando el Imperio alemán se hundió en noviembre de 1918, incapaz de vencer a estadounidenses, británicos y franceses juntos en el Frente Occidental. Súbitamente, los alemanes iban a pasar de verdugos a víctimas. ¡Vae victis!

Uno de los sucesos más espeluznantes ocurridos durante la guerra fue el exterminio de los armenios que vivían en el Imperio turco. La población de Armenia estaba situada, en buena medida, en la encrucijada de tres imperios: el turco, el ruso y el persa. En el Imperio otomano vivían unos dos millones de armenios. Esta población estaba concentrada en las provincias orientales, pero ni siquiera en ellas era mayoría. En la ciudad de Van, por ejemplo, donde existía la mayor concentración urbana armenia, eran el 43% del total. Desde mediados del siglo XIX, esta comunidad experimentó un despertar nacionalista semejante al de otros pueblos europeos. El renacimiento cultural y el peso creciente de la burguesía armenia en la vida económica del imperio desarrolló un fuerte desapego de sus élites respecto al estado en el que vivían. Pronto surgieron organizaciones independentistas lideradas por intelectuales, que llegaron a la conclusión de que la lucha armada que también practicaban en los Balcanes otros pueblos sometidos al yugo otomano- era el único camino para conseguir la libertad. Empezaron a menudear los atentados terroristas que, a su vez, provocaron una represión implacable por parte de las autoridades turcas. En 1896, un grupo terrorista armenio se apoderó de la sede del Banco Otomano y tomó como rehenes a algunos de sus directivos. Terminado el secuestro, se desató una matanza indiscriminada de armenios, en casi todos los barrios de la capital, que contó con la pasividad de la policía. Los armenios no eran la única minoría que estaba en lucha contra la unidad imperial: kurdos, árabes, griegos y otras minorías étnicas agitaban también con frecuencia sus propias reivindicaciones. A principios del siglo XX, griegos, armenios yjudíos dominaban la actividad industrial de un imperio muy pobre y atrasado que, según algunos cálculos, tenía un índice de analfabetismo que rondaba entre el 90% y el 95% del total de la población.

Al estallar la Gran Guerra, el Imperio turco se enfrentó a los rusos en el Caúcaso. Durante el invierno de 1914-1915 las tropas turcas sufrieron severas derrotas. Voluntarios armenios colaboraban con el ejército ruso guiándolo a través del país lo que provocó una nueva llamarada antiarmenia (Rubiol, Turquía… pág. 127). Tras sus victorias, los rusos continuaron avanzando en territorio turco con el apoyo puntual de guerrillas armenias, que actuaban en la retaguardia de las tropas otomanas. Algunos nacionalistas armenios contemplaban la posibilidad de crear un estado propio en Anatolia. En abril de 1915, el gobierno turco decidió deportar a la población armenia situada en las provincias orientales

Page 41: Comprender el Stalinismo

y encarcelar a todos sus dirigentes. Los armenios tuvieron que vender sus casas y bienes precipitadamente y marcharse a Siria y a otros lugares del imperio, pero durante el viaje a través de tierras desérticas perecieron casi todos ellos. Las cifras son, como casi siempre en estos casos, muy polémicas y difíciles de precisar. Suelen moverse entre 600.000 y 1.500.000 de muertos. Muchos armenios, quizá unos trescientos mil, huyeron a Rusia. Los gobiernos turcos siempre han negado que esta hecatombe humana fuese intencionada. La explicación oficial ha sido y es que los armenios murieron durante el viaje a causa de la situación caótica creada por la guerra, de los ataques de los bandidos y de las tribus kurdas y de las enfermedades y otras desgracias sobrevenidas durante el traslado. Por otra parte, las fuentes turcas ponen el énfasis en que más de un millón y medio de civiles musulmanes perecieron a manos de los armenios y las tropas rusas. El hecho definitivo fue que tras estos acontecimientos desapareció de la Anatolia Oriental la minoría armenia. La limpieza étnica se había consumado.

Es indiscutible que en su larga marcha hacia la nada, los armenios sufrieron todas las violencias , torturas y vejaciones que puede sufrir una población indefensa en manos de un entorno social que los odiaba por considerarlos unos traidores y que estaba dispuesto a aprovecharse de ellos al límite. Sin comida, sin agua y sometidos a caminatas agotadoras era muy difícil sobrevivir. Las mujeres sufrieron todo tipo de violencias sexuales. No todos los armenios perecieron durante el infernal viaje a través del desierto. Parece que alrededor de doscientos cincuenta mil consiguieron salvar la vida.

A veces se trazan en la actualidad paralelismos entre este genocidio y el judío. Dirigentes otomanos habían advertido antes de la guerra a los armenios de que cualquier complicidad con el ejército ruso les sería fatal. Es evidente que los judíos nunca fueron cómplices de ninguna potencia extranjera ni culpables de nada. Fueron chivos expiatorios, sin más. Como hemos visto, el caso armenio es más complejo, y se podría hablar más de limpieza étnica que de genocidio. El tratamiento que en los medios de comunicación se da de este tema es, a veces, penoso, y no es de extrañar que cause la ira de las autoridades turcas actuales. Véase un botón de muestra: “Ha pasado casi un siglo desde el primer genocidio de un siglo, el XX, que batió todos los récords del horror en la historia de la humanidad. En 1915, centenares de miles de armenios de la actual Anatolia fueron obligados por las fuerzas turcas del Imperio otomano a abandonar sus hogares, arrasados a sangre y fuego y expulsados y deportados hacia el desierto que aguarda al Este de Turquía, hasta alcanzar Siria. Ahogados en las aguas del río Eúfrates o muertos de sed e inanición en el desierto, desaparecieron millón y medio de personas. Sin embargo, aquel desastre fue silenciado durante mucho tiempo” (El País, J. Michael Hagopian, cineasta de la memoria armenia, 2/I/2011). La descontextualización del genocidio es evidente. Ni siquiera se habla de la guerra mundial. Leyendo la noticia se podría pensar que la matanza tuvo lugar a causa de la innata maldad de los turcos. Se trata claramente de manipular la información, conscientemente o no, para condicionar la opinión del lector –privándole de datos fundamentales, imprescindibles, para que pueda construirse un juicio correcto sobre los hechos descritos– a favor o en contra de alguien o de algo.

En los años posteriores a la guerra iban a estallar en Europa conflictos parecidos. El surgimiento del nacionalismo moderno basado en la exclusividad lingüística, cultural e incluso racial, sumado a las ambiciones imperialistas de las élites políticas y económicas, era incompatible con sociedades que durante siglos habían vivido al margen de ese

Page 42: Comprender el Stalinismo

problema, porque en la Europa agraria y preliberal a los señores feudales les era indiferente la etnicidad de sus campesinos. El exclusivismo de la filosofía “una Nación, un Estado” llevaba en su seno buena parte de las tragedias de los próximos años

6

Gris es la teoría y verde el árbol de la vidaEl caos político en la Rusia de 1918 era casi total. Amplios territorios del país estaban ocupados por los alemanes. En otras zonas, las fuerzas contrarrevolucionarias (los blancos), se organizaban para acabar con los bolcheviques, que ahora habían pasado a denominarse comunistas. El bandidismo y la anarquía se habían instalado en muchos lugares. Eseritas y anarquistas se oponían a blancos y rojos y el hambre y las enfermedades empezaban a ocasionar más muertos que las balas.

El hundimiento del Imperio alemán, en noviembre de 1918, clarificó en parte las cosas, pero pronto se vio que los generales blancos contarían con el apoyo de las grandes potencias imperialistas, británicos, franceses, estadounidenses, japoneses… Tropas de estos países desembarcaron en diferentes partes del territorio ruso para colaborar en la lucha contra los comunistas en un claro intento de restablecer el orden prerrevolucionario. La guerra acabó decidiéndose a favor de los rojos gracias a su mejor capacidad de organización y al apoyo de los campesinos. Los generales blancos cometieron el enorme error de expropiar a los campesinos sus tierras recién adquiridas y devolverlas a los terratenientes. También se mostraron hostiles a cualquier reivindicación nacionalista que pudiera poner en cuestión la integridad territorial rusa. Nuevamente, los pogromos antisemitas, de una crueldad inusual, asolaron el país. Muchos dirigentes comunistas eran judíos y la contrarrevolución los identificaba como una misma cosa. “En Ucrania los cosacos organizaban ‘sopas comunistas’ en las aldeas de mayoría judía: ponían a hervir judíos comunistas en enormes calderos e invitaban a los otros cautivos a comer la carne cocida de sus camaradas so pena de sufrir la misma suerte. Innumerables niñas y muchachas judías fueron violadas por cosacos que, a continuación, les hundían el sable en el bajo vientre hasta la empuñadura” (Marie, Trotski…, pág. 187). Se calcula que 300.000 judíos ucranios y bielorrusos fueron víctimas de los progromos que llevaron a cabo los ejércitos polaco, ucranio y blanco. El padre de Trotski sufrió un doble acoso: por parte de los blancos, por judío y padre de uno de los principales líderes de la revolución, y por parte de los rojos, en calidad de campesino acomodado. Pudo salvar finalmente la vida. En Ucrania los anarquistas de Majno jugaron un papel importante: lucharon contra lo blancos y colaboraron con los bolcheviques pero, al final de la guerra civil, fueron aplastados por el Ejército Rojo de Trotski.

La represión por parte de ambos bandos fue feroz. Los rojos querían acabar con toda una clase social, la antigua élite dirigente de la época zarista. No había lugar para ellos en la nueva Rusia. La ejecución de la familia imperial fue una clara advertencia. El mismo Trotski escribió: “La ferocidad de esta justicia sumaria mostraba a todos que libraríamos una lucha implacable sin detenernos ante nada”. Su razonamiento era a este respecto muy explícito: “El terror del zarismo estaba dirigido contra el proletariado. La policía zarista estrangulaba a los trabajadores que luchaban por el régimen socialista. Nuestras Comisiones Extraordinarias fusilan a los grandes propietarios, a los capitalistas, a los

Page 43: Comprender el Stalinismo

generales que intentan restablecer el régimen capitalista. ¿Percibís este… matiz? ¿Sí? Para nosotros, los comunistas, es por completo suficiente” (Trotski,Terrorismo y…, pág. 152). Fue el mismo Trotki el encargado de organizar el Ejército Rojo y conducirlo a la victoria, aunque el partido en masa colaboró en esa fundamental tarea. Trotski exigió la liberación masiva de los oficiales zaristas encarcelados y su incorporación al ejército comunista. Era un experimento arriesgado, pero se tomaron precauciones: las familias de los oficiales eran retenidas como rehenes y respondían con sus vidas de posibles traiciones. Pocos oficiales desertaron. Trotski se opuso también a la guerrilla como método básico de guerra y defendió la creación de un ejército centralizado y, en buena medida, tradicional, lo que produjo no pocos conflictos en el seno del partido.

La guerra civil, que concluyó en 1920, produjo millones de víctimas. Las antiguas clases dominantes desaparecieron. Unas doscientas mil personas huyeron fuera de Rusia y 350.000 personas murieron como consecuencia del hambre, las enfermedades y la represión que se cebó en ellos sin piedad. Parece que, entre 1918 y 1920, perdieron la vida 8.000.000 de rusos. Otra clase social que resultó muy afectada por la guerra, aunque por motivos muy distintos, fue la clase obrera. Al constituir la columna vertebral del Ejército Rojo, resultó muy diezmada por el conflicto. Una parte notable de este grupo social se incorporó a la administración del estado para sustituir a la vieja burocracia zarista y, por último, un número no desdeñable de obreros volvieron al campo huyendo de las ciudades desabastecidas y asoladas por el frío y las enfermedades. Era una dictadura del proletariado sin proletarios.

A las seis semanas del triunfo de la Revolución de Octubre, los bolcheviques crearon una policía política especial encargada de la represión de sus adversarios. Fue la Checa o Comisión para Combatir la Contrarrevolución y el Sabotaje. Su fundador fue el polaco Félix Dzierzinski. Era un auténtico asceta, un hombre con una capacidad de sacrificio casi ilimitada y con un sentido de la justicia y el deber que algún historiador ha calificado de “hipertrofiados”. Dziersinski buscaba para su organización a hombres de “corazón ardiente, cabeza fría y manos limpias”, pero Lenin comentó con cierto cinismo en una ocasión que, en la Checa, por cada hombre decente era necesario emplear a nueve bastardos (Rayfeld,Stalin y…,pág. 93). Como en casi todo los bolcheviques, carecían de personas preparadas y con experiencia. Los chequistas no tenían la formación adecuada para hacer su trabajo. Antiguos soldados, obreros, maestros e incluso médicos se incorporaban a esta milicia y se les encargaban misiones que iban con mucha frecuencia más allá de sus capacidades y de la resistencia de su sistema nervioso. Lenin y Dzierzinski se admiraban mutuamente. La muerte del primero produjo en el jefe de la Checa una gran desolación. En una carta dirigida a Stalin, le confesaba: “A lo largo de mi vida sólo he sentido afecto personal por dos líderes revolucionarios: Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin; por nadie más” (Ibidem, pág. 127). Murió de un ataque al corazón, en 1926.

Dzierzinski y la Checa lideraron también la ofensiva antirreligiosa de los años 1921-1922. Con el trasfondo de una pésima cosecha, provocada por el boicot campesino y por la gran sequía de 1921, se desencadenó la represión. La cosecha sólo representó el 32% de la de 1913. El tifus y el cólera se extendieron en una población debilitada por el hambre. Según algunas fuentes, alrededor de cinco millones de personas murieron de inanición. Este era el momento adecuado, en opinión de Lenin, para actuar contra la Iglesia ortodoxa, que había sido uno de los puntales básicos del despotismo zarista y que era considerada por

Page 44: Comprender el Stalinismo

los bolcheviques como un residuo de aquel mundo que debía desaparecer. Era el momento de confiscar los bienes de la iglesia. “Ahora debemos acometer la batalla más enérgica e implacable contra el clero de la centuria negra y aplastar toda resistencia con una crueldad tal que quede en la memoria durante decenas de años” (Citado en Meyer, ob. cit., pág. 157). Los tesoros confiscados en 1922 ascendieron a un total de 19 millones de rublos oro. Ese mismo año fueron ejecutados 2.691 sacerdotes, 1.972 monjes 3.447 monjas (Meyer, ibídem, pág. 158). Del protagonismo de toda esta operación de acoso a la Iglesia ortodoxa se excluyó a los judíos del partido para no dar la impresión de que era un ajuste de cuentas interreligioso. La Iglesia nunca se recuperaría de todos estos golpes y se convirtió en una institución marginal, siempre sometida a vigilancia y a los ataques continuos de un régimen que defendía un ateísmo agresivo. Se creó una Comisión Antirreligiosa, se organizó una asociación de trabajadores llamada los Ateos Militantes y se fundó un periódico llamado El Ateo. La batalla contra las religiones formaba parte de un proyecto global de lucha contra la cosmovisión política del antiguo régimen recién derrocado y del intento de inculcar en las masas unas convicciones estrictamente materialistas, fundamentadas en el marxismo. Años más tarde, Trotski comentaría que los bolcheviques no reconocían la moral absoluta de la clerigalla ni la de las iglesias, las universidades o el Vaticano, como tampoco creían en el imperativo categórico de Kant. La moralidad oficial hasta aquel momento sólo había sido la cuerda con la que se tenía atados a los oprimidos, y la moral revolucionaria tenía que actuar contra el trono de Dios y las moralidades absolutas. La única moral válida era la que contribuía al triunfo de la revolución social y a la emancipación de los trabajadores. Lenin y Maquiavelo se daban la mano en Moscú.

De todas maneras, a los bolcheviques les crecían los enanos. Las dificultades aparecían por todas partes. El acontecimiento más peligroso y preocupante fue la revuelta de Kronstadt. Esta base naval había sido siempre uno de los puntales de la revolución en Petrogrado. La continua degradación de la situación política y económica provocó una revuelta de los marineros y soldados que allí había. El disgusto social alcanzaba ya al núcleo duro de la base bolchevique. En la ciudad mencionada estallaron huelgas a finales de febrero de 1921, pidiendo mejores condiciones de vida. Delegados de los marinos asistieron a las asambleas contestarias en las fábricas. De forma conjunta elaboraron una plataforma de quince puntos en la que pedían el fin del monopolio del poder político por parte de los bolcheviques, la libertad de expresión y de prensa para los anarquistas y los socialistas y la libertad económica para los pequeños propietarios campesinos y los artesanos que no utilizasen mano de obra asalariada. “Los sóviets sin comunistas” era la consigna. Los sublevados pasaron de la protesta a la insurrección y crearon un nuevo comité revolucionario para dirigirla. Parecía que resucitaban las jornadas de febrero de 1917. Lenin observaba con amargura: “No quieren guardias blancos pero tampoco quieren nuestro régimen” (Citado en Broue, El partido…, pág. 203).

Pero esta nueva guerra tenía otro frente aun más peligroso. Por estas fechas las revueltas campesinas se extendía por casi todo el país. Se organizaban auténticos ejércitos contra los comunistas y su política de requisa obligatoria de granos que se había venido practicando durante toda la guerra civil para poder alimentar las ciudades y al Ejército Rojo. La escasa simpatía que los campesinos sentían por los bolcheviques se había esfumado totalmente tras la derrota de los ejércitos blancos. La propiedad de la tierra recientemente adquirida ya no peligraba. La entrega obligatoria de los excedentes

Page 45: Comprender el Stalinismo

agrarios a cambio de casi nada les parecía ahora intolerable. Para reducir sus excedentes dejaron de cultivar parte de sus tierras pero sus excedentes eran imprescindibles para alimentar a la población urbana. La sequía de 1921 y la hambruna subsiguiente completaban el desolador panorama. Desencadenar la represión contra el campesinado era prácticamente imposible: eran la inmensa mayoría de la población. Muchos años atrás Trotski había profetizado una situación parecida si el proletariado europeo triunfante no acudía en apoyo de la débil clase obrera rusa. Con respecto a la insurrección de Krondstadt, la solución era más fácil. El mismo Trotski se encargó de aplastarla militarmente y de practicar una dura represión. Con los campesinos fue necesario utilizar la zanahoria. Las requisas obligatorias de grano fueron suprimidas y sustituídas por un pago de un impuesto cuyo valor estaba lejos de ser el del total del excedente producido, que ahora podría se libremente vendido por los campesinos en el mercado libre. Esta política tuvo el efecto inmediato de aumentar la producción agraria y de acabar con el desabastecimiento. En el terreno industrial se autorizaron las pequeñas empresas artesanales y el comercio libre de productos. Era la Nueva Política Económica, la NEP, que significaba la creación de una economía mixta en la que el estado seguía controlando la gran industria, la banca, los transportes, la minería y el comercio exterior, y dejaba en manos privadas la agricultura y la pequeña industria. En 1923 el 75% del comercio al por menor estaba en manos privadas.

La NEP fue considerada por los comunistas como un paso atrás en su intento de colectivizar la vida económica, un ideal que se vivió muy utópicamente durante la guerra civil y que se conoce con el nombre de “comunismo de guerra”. Lenin calificó la NEP de derrota, y el pesimismo se apoderó de los comunistas ya que con profunda decepción observaron cómo en los años siguientes resucitaban las viejas formas de vida clasista típicas del capitalismo. Le reintroducción de las retribuciones monetarias y la inflación, junto con el recorte de algunos servicios sociales gratuitos, hasta este momento produjeron un descenso del nivel de vida de los obreros y la sensación de que estaban siendo postergados. Un grupo clandestino de oposición afirmaba que las siglas NEP querían decir en realidad “nueva explotación del proletariado”. La dura realidad era que los bolcheviques habían perdido casi todo el apoyo social que tenían en 1917. Detestados ahora por los campesinos, la inmensa mayoría de la población, eran vistos con desconfianza por los nuevos ricos de la NEP, mientras que los obreros los consideraban unos ineptos o, aún peor, unos traidores a los ideales de la Revolución de Octubre.

La prohibición de cualquier actividad legal de otro partido que no fuese el comunista-bolchevique, y la progresiva reducción de la democracia interna en el seno del mismo, tendía a focalizar el protagonismo político del país en un grupo de personas cada vez más reducido. La integración en calidad de técnicos y especialistas de miembros de las antiguas clases dirigentes en la burocracia soviética suponía un intento de reconciliar a la sociedad rusa consigo misma. Pero Lenin advirtió que la reconciliación podía conducir sigilosamente a una derrota. La cultura, en muchos aspectos superior, de los vencidos, podía acabar socavando las bases del poder revolucionario. “Su cultura está maldita y es trivial pero aún es superior a la nuestra.” Bujarín defendía, por estas fechas, opiniones parecidas. La utilización por parte del proletariado revolucionario de elementos humanos técnicamente valiosos, pero políticamente hostiles, podía acabar minando, imperceptiblementicamente hostiles, podía acabar minando, imperceptiblemen 239). En un artículo publicado en el diario Pravda, en 1925, Trotski iba aun más lejos y planteaba

Page 46: Comprender el Stalinismo

dramáticamente una cuestión esencial: “Si resultara que el capitalismo es capaz de desempeñar un papel histórico progresivo eso significaría que nosotros, el Partido Comunista de la Unión Soviética, nos anticipamos al ofrecerle el comunismo a las masas y que tomamos el poder con demasiado adelanto para edificar el socialismo” (citado en Carr, El socialismo en…, pág. 172). En este supuesto, los mencheviques habrían estado en lo cierto. Los bolcheviques siempre habían partido de la convicción de que Europa estaba madura para el socialismo. La revolución rusa sólo había sido un anticipo de la futura e inmediata revolución mundial que acabaría con el capitalismo y que establecería la dictadura del proletariado en el planeta. ¿Qué estaba sucediendo, pues, con esa revolución?

Las primeras derrotas del ideal revolucionario se produjeron dentro de las mismas fronteras del antiguo Imperio ruso. En los países bálticos, la independencia no dio lugar a un triunfo del socialismo ni a la instauración de repúblicas soviéticas hermanas. Durante 1918, el territorio estuvo ocupado por el ejército alemán, que contó con la complicidad de la nobleza germano-báltica. Tras el hundimiento de Alemania, tropas soviéticas intentaron ocupar Estonia, pero fueron rechazadas por un ejército alistado en el país y dirigido por un antiguo coronel zarista y armado y apoyado por los británicos. En Letonia el conflicto fue más complejo, ya que existía una fuerte resistencia de la minoría alemana para aceptar tanto la dominación comunista como la hegemonía política del nacionalismo letón. Una alianza de germanos, letones y rusos blancos consiguió derrotar a las tropas soviéticas, pero la llegada, procedentes de Alemania, de voluntarios armados dispuestos a colaborar con los germanos del Báltico dio a la guerra un carácter aún más extraño. Finalmente, los alemanes fueron vencidos y tuvieron que evacuar el país. En Lituania, la confusión fue también notable, debido a la ambición de la recién renacida Polonia de absorber el territorio lituano dentro de sus fronteras. El estado lituano nació así, con serias amputaciones territoriales.

En Finlandia, tras la Revolución de Octubre, los grupos políticos conservadores decidieron romper toda colaboración con la Rusia soviética, pero para ello tuvieron que enfrentarse con los comunistas fineses. La guerra civil se hizo inevitable y costó la vida a unas veinte mil personas. La crueldad con la que combatieron ambos bandos no fue menor que en Rusia. Las ejecuciones masivas de prisioneros alcanzaron su cénit tras la toma de la ciudad de Tampere por los blancos. Al concluir las hostilidades, los prisioneros rojos eran un total de 80.000, encerrados en campos de concentración. Unos doce mil de ellos murieron durante el cautiverio víctimas de la inanición y de la falta de cuidados médicos. Tropas alemanas dirigidas por el general Von der Goltz colaboraron con los blancos en la lucha contra la revolución. Fueron estas tropas las que ocuparon Helsinki, el 13 de abril de 1918.

El hundimiento de los tres grandes imperios (el ruso, el austríaco y el alemán) permitió a los nacionalistas polacos, dirigidos por el carismático Pilsudski, crear un estado polaco independiente. Sus ambiciones territoriales eran coherentes con la época. Pilsudski soñaba con crear una gran federación de estados independientes de Georgia a Finlandia, unidos en el afán común de frenar el neoimperialismo soviético en la que la “Gran Polonia” tendría un papel determinante. Los intentos polacos de absorber Lituania fracasaron en parte, pero era Ucrania el principal objetivo territorial del nuevo estado. Ucrania era un país campesino. Las masas rurales odiaban a los terratenientes, muchos

Page 47: Comprender el Stalinismo

de ellos de origen polaco, y a los comerciantes y usureros, identificados con los judíos. El nacionalismo ucranio era más antipolaco y antisemita que antirruso. En la primavera de 1920, tropas polacas invadieron Ucrania. Contaban con la complicidad de un sector del nacionalismo ucranio, encabezado por Petliura, que antes ya había estado en tratos con el general blanco Denikin. Pero el Ejército Rojo soviético consiguió expulsarlos del país y recuperar progresivamente el control del territorio. Los soviéticos pensaron en que este era el mejor momento para exportar la revolución a Polonia, por lo que continuaron la guerra. Las tropas de Tujachewski se plantaron a las puertas de Varsovia, lo que creó la ilusión entre Lenin y sus compañeros de que sería posible llegar hasta Alemania, donde el Ejército Rojo colaboraría con el proletariado alemán en la lucha por la revolución. Pero de la misma manera que los ucranios no querían a los polacos, los polacos no querían a los rusos, aunque se disfrazasen de comunistas. La contraofensiva del ejército polaco puso en desbandada a las tropas soviéticas, que actuaron con una coordinación muy deficiente. El tratado de Riga, de marzo de 1921, estableció la paz y las fronteras definitivas entre los estados en conflicto. El nuevo estado polaco contaba con 27 millones de habitantes pero había en él múltiples minorías alógenas: ucranios, rutenos, bielorrusos, judíos, alemanes… Polonia era el país con más judíos en el mundo. Vivían preferentemente en las ciudades, dedicados al comercio y a la pequeña industria. La escasa relevancia de la intelectualidad propiamente polaca daba a los judíos en el terreno cultural un peso desmedido en relación a su realidad demográfica. El antisemitismo siguió tan vivo como en la época del zarismo, alentado ahora por sectores extremistas del nacionalismo polaco y por una todopoderosa Iglesia católica cuyas opiniones pesaban en la conciencia de la mayoría de los polacos.

Este desolador panorama llevó a muchos bolcheviques a revisar sus opiniones sobre el derecho a la autodeterminación. Los nacionalismos burgueses utilizaban en todas partes la independencia para aplastar al movimiento obrero. La filosofía de la nueva argumentación era: autodeterminación sí, pero para los trabajadores, no para la burguesía contrarrevolucionaria. Lenin se opuso casi en solitario contra este argumento. Estaba convencido de que las diferencias nacionales sobrevivirían durante mucho tiempo incluso después del triunfo de la revolución socialista en todo el mundo. Solía ridiculizar a algunos de sus propios compañeros de partido advirtiéndoles de que tras las grandes palabras del internacionalismo proletario se ocultaba el desprecio del nacionalismo ruso tradicional hacia las culturas “inferiores”. El nacionalismo era una enfermedad difícil de erradicar. Para muchos comunistas lo que Lenin describía como la lucha de un proletariado nacional y su campesinado contra una burguesía nacional era, de hecho, una lucha entre los bolcheviques rusos, por un lado, y los antibolcheviques rusos y extranjeros, por otro, para controlar la influencia sobre un determinado territorio en conflicto.

El fin de la guerra mundial puso en la agenda política, de forma perentoria, la cuestión de la revolución europea y mundial. Descartada la II Internacional, dominada por “socialpatriotas” y “socialtraidores”, los bolcheviques estaban convencidos de que era imprescindible crear una nueva internacional realmente revolucionaria (la III Internacional), y nuevos partidos políticos, los partidos comunistas, que sirvieran de ejes y motor de la revolución socialista mundial. La Internacional Comunista partía de un rechazo frontal a la democracia parlamentaria. Su objetivo inmediato debía ser la destrucción del capitalismo y el establecimiento de la dictadura del proletariado en todo el planeta. Se rechazaban como definitivamente obsoletos el reformismo y las tácticas gradualistas. La nueva internacional se estructuraría sobre la base de un rígido centralismo ya que el

Page 48: Comprender el Stalinismo

movimiento comunista de cada país se supeditaría a los intereses de la revolución internacional.

El primer congreso de la nueva organización se reunió en Moscú, en marzo de 1919, en plena guerra civil. Los dirigentes rusos insisten en la idea de que el capitalismo está en su agonía, pero esta agonía puede conducir, si se prolonga, a crisis económicas cada vez más graves y a guerras cada vez más devastadoras. La punta de lanza de la revolución debe ser el proletariado industrial en estrecha alianza con los campesinos pobres y las clases semiproletarias –empleados, artesanos, intelectuales…–. Entre los bolcheviques existe la convicción de que el modelo revolucionario ruso es exportable, con pequeñas adaptaciones, al resto del mundo, y que , por tanto, los partidos comunistas deben buscar su modelo político en la Rusia soviética. Los partidos que se adhieran a la III Internacional tienen que aceptar 21 condiciones que se resumían en el deber de actuar legal o ilegalmente siempre a favor de la revolución socialista pero sin recurrir a golpes de estado blanquistas, es decir, siempre con el apoyo mayoritario de las masas obreras. Esto no significa un rechazo radical a participar en la vida parlamentaria. Lenin advierte: “Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquier otra institución reaccionaria estáis obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones” (Lenin,La enfermedad…, pág. 53). En resumidas cuentas, el proceso puede ser lento, y las soluciones impacientes que rechacen compromisos coyunturales que ayuden a incrementar el ascendiente social del proletariado deben ser evitadas. Ganarse a las clases intermedias situadas entre la burguesía y el proletariado, las más numerosas en muchos países de la Europa Occidental, era una cuestión clave para decidir la guerra a favor del socialismo.

La desintegración del Imperio austrohúngaro dio lugar al nacimiento de varios nuevos estados, entre ellos, la República de Hungría. Los húngaros habían gozado de un estatus político privilegiado en la Monarquía Dual, y ahora los vencedores en la guerra mundial los consideraban corresponsables del conflicto, por lo que se les sancionó con la pérdida de diversos territorios que el nacionalismo húngaro consideraba inalienables. Hungría era un país agrario controlado por una élite política de latifundistas que habían mantenido al campesinado húngaro y de otras nacionalidades en unas condiciones de vida muy penosas. La industrialización había afectado muy superficialmente al país pero la desorganización social que siguió a la derrota militar permitió a un periodista y agitador, Bela Kun, organizar rápidamente un partido comunista y tomar el poder. Kun había participado en la revolución rusa y contaba con la confianza de Lenin. La aventura revolucionaria duró 133 días. Kun no supo ganarse el apoyo de los campesinos pero la causa inmediata de su fracaso fue la derrota de las tropas revolucionarias a manos del ejército rumano que había ocupado parte del país. Rápidamente se organizó un gobierno contrarrevolucionario “blanco” dirigido por el almirante Horthy, que contaba con el apoyo de británicos y franceses. Elterror blanco se abatió sobre Hungría superando los desmanes delterror rojo.La legislación existente antes de la creación del régimen comunista fue restablecida en su práctica integridad.

Pero la clave esencial de la revolución comunista en Europa estaba centrada en Alemania por su potencial industrial, por su enorme proletariado y por su centralidad geográfica. Durante la guerra mundial la socialdemocracia se había dividido en tres facciones: la socialdemocracia mayoritaria que apoyaba el esfuerzo de guerra y se solidarizaba con los

Page 49: Comprender el Stalinismo

objetivos imperialistas de su gobierno; los socialdemócratas independientes, deseosos de acabar de una vez con la guerra, y un pequeños grupo de extrema izquierda, los espartaquistas, liderados por Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht, que aspiraban a realizar la revolución socialista en Alemania.

Tras el hundimiento del imperio y la huida del Kaiser Guillermo II a Holanda, los socialdemócratas proclamaron la república. Los príncipes que gobernaban los distintos estados alemanes federados en el interior del imperio fueron derrocados por todas partes. Los socialistas mayoritarios se apresuraron a declarar que el futuro del país se decidiría por una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal y negaron todo valor político a los consejos de obreros y soldados que se habían creado por toda Alemania al estilo de los sóviets rusos. Los socialdemócratas independientes decidieron participar en las elecciones pero no los espartaquistas, que el 6 de enero de 1919 se lanzaron a la conquista violenta del poder intentando ocupar Berlín. El jefe de gobierno, el socialdemócrata Ebert y su ministro de defensa, el también socialdemócrata Noske, organizaron y armaron grupos paramilitares formados, básicamente, por antiguos oficiales del ejército imperial y por estudiantes para hacer frente a las milicias obreras revolucionarias. El 13 de enero, los combates habían terminado con el triunfo de la contrarrevolución. Rosa Luxemburgo y Liebknecht fueron asesinados. El 19 de enero se realizaron las elecciones para la Asamblea Constituyente. Los socialdemócratas mayoritarios alcanzaron el 40% de los votos, y los independientes, el 7,8%. Los demás partidos, el Zentrum católico, los Demócratas, el Partido Popular y el Partido Nacional Alemán recibieron el resto de los votos. Ebert fue elegido presidente de la república y se formó un gobierno de coalición que bajo la dirección socialdemócrata integraba a los católicos y los demócratas.

La vida política de la nueva república fue muy turbulenta desde el principio. La durísimas condiciones que la paz de Versalles impuso a la Alemania vencida produjeron indignación y odio entre muchos alemanes que pronto empezaron a soñar con la revancha. El partido comunista que se formó con los restos del naufragio del espartaquismo consiguió consolidarse como un partido de masas cuando se fusionó con los socialdemócratas independientes. El nuevo partido comunista alemán, el KPD, lanzó en marzo de 1921 un llamamiento a la huelga general revolucionaria, que fue un fracaso. La idea de que Alemania estaba madura para el socialismo aparecía cada vez más como un espejismo y, a medida que fue transcurriendo el tiempo, se transformó en un sueño roto. Para los comunistas, los socialdemócratas eran los grandes culpables del fracaso. Los “socialtraidores” se habían aliado con la reacción para hacer la revolución imposible. Por supuesto, las cosas eran más complejas. Las diferencias con la situación rusa eran evidentes. El proletariado alemán no tenía que luchar por la paz porque esta estaba ya negociándose a finales de 1918. Los campesinos alemanes tampoco aspiraban a una reforma agraria radical porque, salvo en Prusia, la pequeña y mediana propiedad dominaba en muchas partes del país y era un factor de estabilidad e incluso de conservadurismo. El ejército alemán, a pesar de la indisciplina reinante al terminar la guerra, no se había descompuesto como el ruso, y la desmovilización se hizo de una forma bastante ordenada. Pero, seguramente, la misma clase obrera estaba, en su conjunto, poco deseosa de aventuras revolucionarias. Como dice Carr, Lenin y los bolcheviques subestimaban de manera insistente la proporción de trabajadores que en los países occidentales habían obtenido beneficios utilizando los procedimientos

Page 50: Comprender el Stalinismo

democráticos y para los que no era fácil olvidar la validez de dichos procedimientos. Lenin, en realidad, nunca comprendió por que el “reformismo”, que no significaba nada en Rusia, era un persistente y victorioso rival en Europa Occidental, de la doctrina de la revolución (Carr,La revolución soviética y el mundo, pág. 194). La revolución hubiera producido una guerra civil, la intervención militar extranjera y nuevas masacres como las que acababan de ocurrir durante el conflicto europeo. Un panorama poco atractivo. En realidad, como agudamente fue capaz de advertir Antonio Gramsci algunos años después, en Rusia, la clase dominante sólo contaba con el parapeto del estado y su violencia para protegerse del odio de las masas. No existía una sociedad civil compleja y estratificada como en Alemania. Sobre todo, no existía una clase media numerosa que funcionase como colchón para evitar los choques violentos de los extremos. Lenin contaba con que el proletariado sabría ganarse la confianza y el apoyo de la pequeña burguesía pero esta clase social acabó considerando que su colaboración con los estratos inferiores de la sociedad no le convenía. En un afán por marcar distancias con respecto “a los de abajo”, acabó arrojándose en muchos lugares en brazos del fascismo.

Los partidos comunistas florecieron por toda Europa durante la década de los veinte, generalmente nacidos de una escisión de los viejos partidos socialistas, pero, en ningún sitio, la revolución socialista triunfó, lo que obligó a la III Internacional a replantearse muchas cosas.

7

La buscaLa posguerra fue un período convulso por muchos motivos, no sólo por la insurgencia comunista. La paz de Versalles, impuesta a Alemania por los vencedores, fue una paz cartaginesa que sembró el revanchismo en el corazón de los vencidos. Alemania fue declarada la responsable moral del conflicto y obligada a pagar unas indemnizaciones de guerra tan onerosas que forzosamente tenían que suponer una hipoteca insostenible para la economía alemana. En el fondo, se trataba de convertir Alemania en una potencia secundaria en el futuro, que era lo mismo que planeaba Alemania respecto a Francia, como ya sabemos, si conseguía ganar la guerra. Para evitar cualquier resurgimiento se le impuso también una reducción drástica de su potencial militar y dolorosas amputaciones territoriales como la pérdida de Alsacia-Lorena y de su imperio colonial. Británicos y franceses sembraron vientos y acabaron recogiendo tempestades.

Las paces de Saint Germain y Trianon, impuestas a los socios del antiguo Imperio austrohúngaro, crearon un nuevo mapa político diferente en Centroeuropa con el surgimiento de nuevos estados que daban satisfacción, al menos en parte, a las ambiciones independentistas de varias naciones supuestamente oprimidas. Así nacieron Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia y una menguada Hungría, considerada culpable de la guerra junto con Austria, que emergía como pequeño estado independiente después de haber sido el alma de un gran imperio. Hubo en todas partes trapicheos territoriales que dejaron un problema común de amargo futuro: las diferentes minorías nacionales integradas en estados extranjeros. Sería una de las pesadillas políticas del periodo de entreguerras.

Page 51: Comprender el Stalinismo

El peor desastre en este terreno se produjo tras la desintegración del Imperio turco, impuesto también por los vencedores mediante el Tratado de Sevres. Algunos acuerdos secretos suscritos en 1915 y 1916 ya establecían un futuro reparto territorial del imperio entre rusos, británicos y franceses. Rusia se anexionaría Constantinopla, los estrechos del Bósforo y los Dardanelos y el mar de Mármara. Mesopotamia sería un área de influencia inglesa, mientras que Siria y Líbano lo serían de Francia. La esperanza de los árabes de crear un reino desde el Mar Rojo al Golfo Pérsico, que era el motivo por el que se habían alzado contra los turcos, acabaría quedando en nada. Sencillamente, iban a cambiar de amos.

Tras el exterminio de los armenios, quedaba en Turquía otra minoría cristiana muy poderosa, la de los griegos. A diferencia de los armenios, los grecoturcos tenían el apoyo de un país extranjero, Grecia, que, a su vez, contaba con la complicidad de algunas de las grandes potencias europeas. En muchas ciudades turcas, los griegos conspiraban para conseguir algún tipo de unión política con Grecia. El Tratado de Sevres estableció que Tracia y la región de Izmir serían administradas por Grecia hasta que se realizase un referendo entre su población, para decidir su futuro final. El jefe de gobierno inglés, Lloyd George, convenció a Francia y a Estados Unidos para autorizar la invasión griega de Anatolia. Los griegos desembarcaron en Izmir, en mayo de 1919, en medio del fervor entusiasta de la población de origen helénico. Los turcos estaban a punto de pasar de opresores a oprimidos. Su respuesta fue ponerse bajo el liderazgo de un enérgico militar, Mustafá Kemal Atatürk, que consiguió, tras una serie de difíciles éxitos militares, expulsar del país a los ocupantes extranjeros. La suerte final de los griegos iba a ser parecida a la de los armenios. En la ciudad de Izmir, la evacuación de la población griega terminó en tragedia dantesca que costó la vida a miles de los que intentaban huir mientras buena parte de la ciudad era devorada por un incendio. La población de origen helénico fue expulsada del país y enviada a Grecia. Prácticamente perdieron todos sus bienes y, durante el trayecto, fueron asaltados por bandidos, maltratados sin piedad, y las mujeres, violadas. Al llegar a Grecia, se les internó en campos de refugiados, en condiciones penosas. Alrededor de un millón y medio de personas sufrieron esta odisea. Los turcos que vivían bajo administración griega también fueron expulsados de sus lugares de origen. Fue un proceso de limpieza étnica en toda regla, que anunciaba las tragedias que ocurrirían en Centroeuropa en los años 1945-1946. Atatürk puso en práctica, a rajatabla, la idea del estado-nación aprendida en la escuela de los nacionalismos europeos. El estado turco sólo es para la nación turca. La Francia republicana era su fuente de inspiración. Secularismo, nacionalismo y republicanismo eran los puntales de su filosofía.

La relación entre la Turquía de Atatürk y la Rusia de Lenin no fue siempre fácil por las cuestiones relacionadas con el Cáucaso. La incorporación de Armenia y Azerbaiyán al mundo soviético permitió firmar un acuerdo que satisfizo a ambas partes y que puso fin a los conflictos fronterizos. En febrero de 1921, el Ejército Rojo y los bolcheviques georgianos –entre ellos Stalin– ocuparon Georgia y proclamaron una república socialista soviética.

Los métodos utilizados por Stalin y su amigo y colaborador, también georgiano, Sergo Orzhonikidze, para reincorporar Georgia al estado ruso produjeron protestas incluso entre los bolcheviques georgianos, lo que preocupó al mismo Lenin. Stalin había ido acumulando cargos con el paso del tiempo. Aparentemente, sus funciones eran más

Page 52: Comprender el Stalinismo

administrativas que políticas, pero, en el fondo, no era así. Era miembro del Politburó, el órgano político más importante del país, presidido por Lenin, Comisario de las Nacionalidades, Comisario de la Inspección de Obreros y Campesinos, y Secretario General del Comité Central. Este último cargo era esencial, porque le permitía controlar el funcionamiento del partido. Era el responsable último de los nombramientos, ascensos y destituciones. En el fondo, era el hombre más influyente del partido, después de Lenin. En mayo de 1922, este último sufrió un primer ataque, del que consiguió restablecerse, pero, en diciembre del mismo año, tuvo una grave recaída que lo dejó semiparalizado. Su capacidad intelectual se mantuvo casi intacta, lo que le permitió seguir políticamente activo, con limitaciones, contra la voluntad de los médicos, que insistían en la necesidad de un descanso absoluto. Stalin tenía que supervisar los cuidados del enfermo. Lenin presionaba a su mujer, Krupskaia, para que lo mantuviese informado. Krupskaia fue incapaz de resistirse a estas exigencias. Stalin le reprochó con su dureza habitual haber autorizado a su marido a escribir cartas. Krupskaia contó el incidente a Kamenev y, finalmente, también Lenin acabó enterándose, y escribió una carta de protesta a Stalin en la que le pedía que se excusase. Stalin respondió con respeto pero con firmeza: “No creo haberle dicho nada brutal o intolerable o dirigido contra usted porque no tengo más deseo que su pronto restablecimiento […]. Ahora bien, si usted piensa que para mantener nuestras “relaciones” yo debería retirar lo que dije, lo retiro, incluso aunque me niegue a comprender dónde está el problema, en qué consiste mi falta y qué se quiere de mi” (citado en Marcou, ob. cit., pág. 85).

El 25 de diciembre, Lenin envió un escrito al Comité Central, con una posdata del 4 de enero de 1923 , conocido vulgarmente como su “testamento”, ya que, al cabo de poco tiempo, sufrió un nuevo ataque que lo dejaría totalmente inválido, hasta su muerte, en enero de 1924.

En este documento, Lenin hacía un análisis bastante desesperanzador de la situación del partido y de sus principales dirigentes. En este texto inmisericorde, califica a Trotski como el hombre más capaz del Comité Central aunque le reprocha su excesiva confianza en sí mismo y su interés excesivo por el lado administrativo de los problemas. De Kamenev y Zinoviev recuerda su inhibición durante la Revolución de Octubre pero advierte que tal debilidad no debe usarse contra ellos, al igual que el pasado menchevique de Trotski. De Bujarín, uno de los supuestos grandes intelectuales del partido, dice que “sus concepciones teóricas no pueden ser consideradas sin grandes dudas como auténticamente marxistas ya que hay en él algo de escolástico”. Pero es Stalin el que sale peor librado. La posdata se la dedica a él en exclusiva. Aconseja sustituirlo como secretario general porque ha acumulado en sus manos demasiado poder. Es necesario que el cargo lo ocupe alguien “más paciente, más leal, más educado y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc.”. Parece que Lenin estaba pensando más en el nombramiento de un mayordomo que en el del secretario general de un partido comunista. Es evidente que Lenin estaba no sólo enfermo sino también angustiado por el futuro del partido y de la revolución. No se le escapaba que las cosas no iban, ni en Rusia ni fuera de ella, por los derroteros soñados en 1917. Lenin reprochaba a Stalin algunos rasgos de su carácter, no sus insuficiencias políticas o teóricas como hacía con casi todos los demás. Pero el hecho azaroso y fatal de que este fuese su último escrito ha servido a los antiestalinistas como arma de destrucción masiva contra el secretario general. La descalificación del “Viejo” era una lúcida premonición.

Page 53: Comprender el Stalinismo

El testamento fue leído en el Comité Central, pero, gracias al apoyo de Kamenev y Zinoviev, Stalin no fue destituido de su cargo. No hubo oposición a esto, ni siquiera la de Trotski, que permaneció indiferente y pasivo. Lenin subió a partir de este momento a los altares. El partido decidió sacralizar su figura erigiendo una especie de tumba faraónica en la Plaza Roja de Moscú, para guardar y poder reverenciar en ella la momia del difunto. El leninismo pasó a ser rápidamente casi una religión con sus propios dogmas, y la expresión marxismo-leninismo se hizo de uso casi obligatorio. Seguramente, Lenin habría pensado que una revolución marxista que necesitaba de estas mascaradas no iba por el buen camino. San Petersburgo fue rebautizada con el nombre de Leningrado. En el juramento a Lenin, que Stalin leyó ante el Congreso de los Sóviets, el ritual religioso alcanzó su máximo esplendor, pero, tras la retórica empalagosa y enfática, se escondían intenciones y objetivos que el tiempo demostraría que eran algo más que palabras: “Nosotros, los comunistas, somos hombres de un temple especial. Estamos hechos de una trama especial […]. No es dado a todos resistir los infortunios y las tempestades a los que están expuestos los miembros de esta Partido. Los hijos de la clase obrera, hijos de la miseria y de la lucha, hijos de privaciones inconcebibles y de esfuerzos heroicos, ellos son, ante todo, los que deben militar en este Partido…” (citado en Deutscher, Stalin, pág. 255).

El nuevo estado nacido de la revolución pasó a denominarse Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS. Existía un Congreso de Sóviets de la Unión, una especie de parlamento, que escogía entre sus miembros en Comité Central Ejecutivo. Este Comité se dividía en dos cámaras, el Sóviet de la Unión, en el que cada estado estaba representado proporcionalmente a su población, y el Sóviet de las Nacionalidades, en el que la representación era igualitaria. Con esta estructura federalista se renunciaba al estado centralizado que el bolchevismo había defendido en sus orígenes. Pero la centralización política triunfaba de hecho a través de la existencia de un partido único, el Partido Comunista, que pasó a dominar todas las instancias de poder. El partido se gobernaba a través de un congreso de delegados que nombraba un Comité Central que, a su vez, delegaba las cuestiones esenciales en un órgano muy restringido, el Politburó. El Secretariado contaba con un secretario general, cargo desde el que se aupó Stalin al poder absoluto, y un personal administrativo. El 31 de enero de 1924 se aprobó una nueva Constitución, que suponía la unión de Rusia con Ucrania, Bielorrusia y la Federación Transcaucásica.

A partir de 1924, el debate sobre el futuro económico del país tuvo un protagonismo casi permanente. Nadie cuestionaba que la industrialización era un objetivo irrenunciable. La creación de una gran industria pesada sería la garantía de un crecimiento económico sólido y sostenido y la base para desarrollar el potencial militar imprescindible para hacer frente a posibles agresiones exteriores. La industrialización crearía una nueva clase obrera que sería la mejor garantía para la supervivencia del régimen. Pero la URSS de mediados de los años veinte era un país de campesinos, el 80% de la población, apegados a su pequeña propiedad y que practicaban una agricultura de subsistencia muy rudimentaria y que generaba escasos excedentes, siendo los campesinos más acomodados, los kulaks, los que tenían mayor capacidad de producir para el mercado pero también eran los que más odiaban a los comunistas por su deseo de colectivizar la agricultura y, por tanto, privarlos de sus propiedades.

Page 54: Comprender el Stalinismo

Dentro del partido, Trotski y sus allegados alzaron claramente el estandarte de la industrialización, que debía ser financiada, básicamente, por los campesinos, ya que el crecimiento industrial exigiría la importación de bienes de equipo, que tendrían que se adquiridos con los ingresos derivados de la exportación de productos agrarios y materias primas, lo único que la URSS estaba en condiciones de vender. El incremento de la población urbana obrera requeriría también un aumento de la producción para abastecer las ciudades. Todo este proceso demandaba controles rigurosos sobre el consumo para liberar el máximo de recursos posibles con el que adquirir el nuevo equipo industrial. Se trataba de sacrificar el consumo inmediato de las masas en aras de construir rápidamente la nueva sociedad. En realidad, el modelo lejano de los soviéticos era la industrialización británica del siglo XIX, en la que los salarios de hambre pagados por los empresarios permitieron financiar el progreso industrial de la misma manera que las leyes de cercados del siglo XVIII acabaron con los pequeños propietarios campesinos forzándoles a emigrar a las ciudades y a transformarse en mano de obra barata para la industria. EnEl Capital,Marx ya había hecho una descripción de este proceso. Ninguna economía puede elevar la inversión de un período sin reducir el consumo a corto o medio plazo. En una fecha tan temprana como 1920, Trotski había publicado un libro:Terrorismo y comunismo, en el que ya había sentado las bases de este programa. En primer lugar, defendía que la afirmación de que el trabajo obligatorio era siempre poco productivo era un mito de liberales y mencheviques. Es más: “Si la organización de la nueva sociedad tiene por base una organización nueva del trabajo, esta organización requiere a su vez la implantación regular del trabajo obligatorio”. Es claro: “El trabajo obligatorio sería imposible sin la aplicación –en alguna medida– de los métodos de militarización del trabajo”. La militarización se entiende como una total subordinación de los individuos a las necesidades del colectivo social, de ahí la analogía militar. Sin esta disciplina la sustitución de la economía capitalista por la economía socialista sería una pura ilusión. Para Trotski es evidente que no puede haber en Rusia otro medio para llegar al socialismo que una dirección autoritaria de las fuerzas y los recursos económicos del país y un reparto centralizado de la fuerza de trabajo, conforme al plan general del gobierno. “El Estado proletario se considera con derecho a enviar a todo trabajador a donde su trabajo sea necesario. Y ningún socialista serio negará al Gobierno obrero el derecho de castigar al trabajador que se obstine en no llevar a cabo la misión que se le encomiende.” Por tanto, “El elemento de presión material, física, puede ser más o menos grande; esto depende de muchas condiciones: del grado de riqueza o pobreza del país, del nivel cultural, del estado de los transportes y del sistema de dirección, etc. Pero la obligación y, por consiguiente, la coerción es la condición indispensable para refrenar la anarquía burguesa, para la socialización de los medios de producción y de los instrumentos de trabajo y para la reconstrucción del sistema económico con arreglo a un plan único”. Algo más adelante añade: “Toda organización social se basa en la organización del trabajo. Y si nuestra organización del trabajo da por resultado una disminución de la producción, la sociedad socialista que se está formando camina fatalmente, por ese mismo hecho, hacia la ruina…”. Porque, en última instancia: “El desenvolvimiento de la civilización se mide por la productividad del hombre y toda forma nueva de relaciones sociales debe soportar la prueba con esta piedra de toque” (Trotski,Terrorismo y…, págs. 248-261). No es de extrañar la profunda identificación que siempre sintió Stalin con esta filosofía. Tras su muerte, entre sus papeles privados, se encontró un ejemplar muy utilizado y releído de

Page 55: Comprender el Stalinismo

este libro, lleno de notas manuscritas, que reflejan su entusiasmo y admiración. Ironías de la historia…

El ala derecha del partido, encabezada ahora por Bujarín, que había abandonado sus antiguas convicciones ultraizquierdistas, se oponía a cualquier intento de romper la convivencia con los campesinos. Aunque reconocía que los recursos para industrializar el país tenían que proceder del sector primario, sostenía que estos recursos se tenían que obtener por la vía de la colaboración, para evitar el enfrentamiento con la inmensa mayoría del país. No se podía volver a los métodos de la requisa obligatoria de granosmanu militari, como en la época de la guerra civil. La NEP tendría que durar muchos años y el crecimiento industrial tendría que acomodarse a esta necesidad. Era inevitable que Bujarín apareciese a ojos de muchos miembros del partido como el hombre de loskulaks y de losnepmen. Sus propuestas condenaban a los comunistas a convivir largos años con sus enemigos dentro del país lo que podía ser, políticamente hablando, muy peligroso. En realidad, la NEP resultó razonable y, de alguna manera, inevitable, durante unos años, pues ayudó a mantener la paz social e hizo posible la recuperación de la producción agraria e industrial que, hacia 1927, regresaron a los niveles de 1913. Stalin adoptó en esta época una actitud centrista próxima a la de Bujarín. Pero, a finales de los años veinte, la resistencia campesina a entregar sus excedentes a cambio de los bajos precios que les pagaba el estado iba en aumento. Los obreros, en las industrias estatales, se oponían también a las medidas encaminadas a aumentar los ritmos de trabajo y la productividad. El absentismo era una auténtica plaga, y la desmoralización estaba llegando hasta las filas del mismo ejército. La NEP se transformaba progresivamente en un callejón sin salida.

A los problemas económicos había que añadir los conflictos políticos. Tras la muerte de Lenin, Stalin, Kamenev y Zinoviev forjaron una alianza destinada a neutralizar las supuestas ambiciones bonapartistas de Trotski. La ofensiva contra este último consiguió que se le fuera desposeyendo progresivamente de los cargos que ocupaba, especialmente el de Comisario del Pueblo para la Guerra. En Moscú, el aparato del partido era controlado por Kamenev, mientras que en Leningrado el secretario general del partido era Zinoviev. Tras la derrota de Trotski, Stalin se volvió contra sus antiguos aliados y consiguió desplazar a Zinoviev de su cargo en Leningrado. El nuevo secretario general fue Kirov, un estalinista a toda prueba. A partir de 1925-1926, Stalin empezó a defender sus famosas tesis sobre “el socialismo en un solo país” que, básicamente, sostenían que era posible superar las contradicciones internas entre el proletariado y el campesinado en la URSS, sin la necesidad de la victoria de la revolución socialista en el resto de Europa. El atraso técnico y económico del país no tenía por qué ser un obstáculo insuperable para edificar plenamente una sociedad socialista. Stalin advirtió muy temprananmente que la revolución europea iba a ser un fracaso. La URSS tendría que sobrevivir sin ayuda de nadie, contando exclusivamente con sus recursos. En la defensa de estos argumentos encontró el apoyo de Bujarín, mientras que Kamenev y Zinoviev reanudaban sus relaciones con Trotski intentando frenar la carrera del secretario general hacia un poder casi absoluto. Pero estaban cada vez más aislados. Sus partidarios eran privados de sus cargos o enviados a misiones lejanas en el interior del propio país o a misiones diplomáticas en el exterior. A fines de 1927, Trotski y Zinoviev fueron expulsados del Comité Central. En 1929, Trotski fue desterrado de la URSS, adonde nunca más volvería.

Page 56: Comprender el Stalinismo

A partir de 1927-1928, Stalin dio un brusco giro a la izquierda. El deterioro de la situación económica le llevó al convencimiento de que la NEP había agotado sus posibilidades y que era ya imprescindible iniciar un proceso de industrialización a gran escala, que era la tesis que defendían Trotski y la izquierda del partido. Defendió la NEP mientras esta mostró su utilidad para restañar las heridas producidas en el país por el caótico período de 1914-1921. Conseguido este objetivo era necesario dar un gran salto adelante que salvase la revolución. Los sacrificios necesarios para lograrlo saldrían de los huesos de los ciudadanos soviéticos. El proletariado europeo no vendría a ayudar a la URSS. La minoría dirigente agrupada alrededor de Stalin no estaba dispuesta a rendirse ni frente al enemigo exterior ni ante las clases sociales que dentro de la URSS intentaban socavar el socialismo. Este viraje obligó a Stalin a romper su alianza con Bujarín, al mismo tiempo que sustituía a los derechistas más destacados por personas fieles a su nueva línea política. Algún historiador ha dicho que, en realidad, a partir de este momento, Stalin se convirtió en Trotski en acción, y que los objetivos finales de ambos eran, en resumidas cuentas, los mismos. El aparato del partido quería orden, trabajo y disciplina, y encontró en el secretario general al hombre adecuado para realizar sus designios.

Durante los años veinte, la política comunista respecto a las minorías nacionales fue realmente novedosa, pues realizó una labor de concienciación y desarrollo cultural muy positiva al fomentar el uso de las respectivas lenguas y favorecer la creación de élites políticas autóctonas. A través de estas concesiones se esperaba desarmar la hegemonía ideológica que ejercían las clases medias sobre el proletariado, fundamentada en la defensa de la identidad común en cuestiones de lengua y cultura. El nacionalismo era para los marxistas una consecuencia del desarrollo del capitalismo y no un atributo esencial o permanente de la humanidad, como sostenían algunos teóricos del nacionalismo. Pero, tanto Lenin como Stalin, estaban convencidos de que los sentimientos nacionalistas pervivirían incluso durante las primeras fases de la existencia del socialismo. La potenciación del nacionalismo cultural en el interior de la URSS serviría para construir una sociedad más justa y estable y para combatir el chovinismo panruso, que era visto como más dañino que los nacionalismos menores. Por tanto, la política soviética a partir de 1923 consistió en promocionar la identidad nacional de las poblaciones no rusas a través del uso de sus propias lenguas, declaradas oficiales, de su folclore, sus museos, costumbres, trajes tradicionales, gastronomía y literatura, todo ello supeditado a una nueva forma de ver el mundo, la cultura socialista e internacionalista, que no se presentaba como antagónica sino como complementaria. Incluso se llegó a estigmatizar la cultura rusa tradicional como opresora, y se invitó a los rusos residentes en las repúblicas no rusas a aprender y utilizar las lenguas locales. Las antiguas nacionalidades oprimidas por el zarismo dejarían de vivir bajo la amenaza de la asimilación destructora de su identidad y, por tanto, se suponía que se desactivarían los conflictos étnicos que tantos problemas habían producido en la Rusia prerrevolucionaria. Esta política planteó pronto algunos problemas. En Ucrania no sólo vivían muchos rusos sino también polacos, alemanes, búlgaros, griegos y judíos, y todos ellos aspiraban también a mantener sus derechos lingüísticos y culturales. Y estos problemas no existían solamente en Ucrania, aunque quizá en esta república tenían un nivel superior a otros lugares. La población rusa en Ucrania era, sobre todo, urbana, mientras que el ucranio era la lengua de los campesinos, con lo que la “alta cultura” era, especialmente, la desarrollada en ruso. Incluso las personas que eran capaces de hablar ucranio fluidamente preferían con frecuencia utilizar el ruso. En las universidades, muchos estudiantes rehuían las clases en

Page 57: Comprender el Stalinismo

la lengua del país. En los centros industriales, el ruso siguió siendo la lengua habitual. Campesinos ucranios venidos del mundo rural a trabajar a las fábricas eran ridiculizados por sus compañeros por hablar ucranio, y acababan cambiando de idioma.

En el seno del partido, la política cultural impuesta desde Moscú se topó con una gran incomprensión, e incluso con una clara hostilidad por parte de los cuadros intermedios. La política de apoyo a las diferentes nacionalidades tenía un peligro evidente que no escapaba a muchos dirigentes soviéticos: la URSS estaba rodeada de países capitalistas hostiles como Polonia, que mantenían reivindicaciones territoriales sobre algunas regiones soviéticas. La potenciación del sentimiento nacionalista podía crear aliados en el interior de la URSS a esos imperialistas. ¿En qué medida esas políticas no favorecían la fragmentación del estado en lugar de ayudar a soldarlo?

Otra cuestión no menor para la época fue la lucha por conseguir la igualdad de hombres y mujeres. El programa feminista de la revolución supuso la aprobación de la primera ley legalizadora del derecho al aborto en la historia de la humanidad. Los trámites administrativos referidos al matrimonio y el divorcio se simplificaron extraordinariamente. Era necesario que las mujeres se incorporasen masivamente al mundo laboral pero para lograrlo era imprescindible la creación de guarderías y comedores estatales que liberasen a la mujer de la doble jornada. Como en tantos otros aspectos, los ideales igualitarios chocaron con la dura realidad de la escasez de recursos disponibles. La pobreza de la URSS hacía casi imposible crear la infraestructura material necesaria para llevar a cabo la filosofía liberadora. La escasez era una soga permanentemente atada al cuello de la revolución. Como afirmaba Trotski: “Ni la más poderosa revolución puede hacer de la mujer un ser idéntico al hombre o, hablando más claramente, repartir por igual entre ella y su compañero las cargas del embarazo, del parto de la lactancia y de la educación de los hijos. La revolución trató heroicamente de destruir el antiguo ‘hogar familiar’, corrompido, institución arcaica, rutinaria, asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos forzados desde la infancia hasta la muerte. La familia […] debía ser sustituida, según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casa cuna, jardines de infancia, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc. La absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista […] debía proporcionar a la mujer y, en consecuencia, a la pareja una verdadera emancipación del yugo secular. Mientras que esta obra no se haya cumplido, cuarenta millones de familias soviéticas continuarán siendo, en su gran mayoría, víctimas de las costumbres medievales de la servidumbre y de la histeria de la mujer, de las humillaciones cotidianas del niño, de las supersticiones de una y otro” (Trotski,La revolución traicionada, pág. 147). Un programa que está, aún hoy, por realizarse en la mayoría de los países del mundo.

8

Horizontes de grandeza“No queremos ser derrotados. ¡ No queremos! La historia de la antigua Rusia está hecha, entre otros elementos, de que ha sido constantemente derrotada por su retraso. Derrotada por los janes mongoles. Derrotada por los beyes turcos. Derrotada por los

Page 58: Comprender el Stalinismo

feudales suecos. Derrotada por los príncipes lituano-polacos. Derrotada por los capitalistas anglosajones. Derrotada por los barones japoneses. Derrotada por todos por su atraso […]. No hay otra vía. Por eso, Lenin decía en vísperas de octubre: ‘O la muerte o alcanzar y rebasar a los países capitalistas más adelantados’. Llevamos entre cincuenta y cien años de retraso. Tenemos que recorrer esa distancia en diez años. O lo hacemos o nos harán polvo” (citado en Meyer, ob. cit., pág. 223). Estas palabras de Stalin, pronunciadas en febrero de 1931, resumen la filosofía de lo que algunos historiadores han llamado la Segunda Revolución, que se inciaría con la colectivización de la agricultura y la puesta en marcha del Primer Plan Quinquenal. El objetivo básico de esta nueva revolución era claro y Stalin lo enuncia sin disimulos: hay que alcanzar y superar a los países capitalistas más desarrollados y hay que hacerlo en poco tiempo. La industrialización no puede durar cien años como en Gran Bretaña o cincuenta años como en Alemania. La idea de que la URSS sólo tiene por delante unos diez años fue singularmente profética: en junio de 1941, las divisiones alemanas hicieron acto de presencia en el territorio soviético, y no venían a realizar una amigable visita de cortesía, como ya veremos. Venían dispuestas a perpetrar una de las peores masacres de la historia de la humanidad. La industrialización acelerada no iba a ser un camino de rosas. Pero Stalin había decidido oponer al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad. Como ya se ha dicho, la colectivización de la agricultura se consideraba un primer paso obligado, porque los recursos humanos y financieros del despegue industrial del país tenían que salir, en buena medida, de la agricultura, pero los campesinos no querían ingresar en las granjas colectivas. Y no sólo loskulaks, es decir, los agricultores más acomodados se oponían. Para la mayoría de los campesinos rusos entrar en la granja colectiva, elkoljós, significaba ser expoliados de sus bienes y pasar a no tener nada. En el mundo mental del campesinado, la propiedad colectiva no era propiedad. Por tanto, cuando se decidió iniciar la colectivización, a partir del otoño-invierno de 1929, se hizo de repente y sin previo aviso. Las órdenes de Moscú eran de acelerar el proceso al máximo para evitar la destrucción de los aperos de labranza y la muerte del ganado. Todo campesino que se resistía a la colectivización era tildado de kulak,lo fuese o no. Al llegar la primavera, Stalin ordenó paralizar el proceso para facilitar la siembra, pero, acabada ésta, las presiones sobre los campesinos volvieron a intensificarse. El peor desastre se produjo en la ganadería ya que los campesinos preferían sacrificar sus animales a poseerlos en común por lo que el hundimiento de la cabaña ganadera fue catastrófico.

Ante esta situación hubo múltiples alzamientos campesinos que tuvieron que ser sofocados acudiendo a una violencia extrema a cargo de las milicias de la GPU (la antigua Checa) y el ejército. Había estallado una guerra contra el mundo rural que ya había sido pronosticada por Bujarín. La “deskulakización” supuso la deportación de varios millones de personas a campos de trabajo lejanos de su lugar habitual de residencia. Toda esta violencia tenía un objetivo básico: la confiscación del grano de los campesinos, el excedente. Este grano iba a parar de inmediato a los puertos para su exportación.

El balance del coste humano de la colectivización es un jeroglífico difícil de resolver porque las cifras llevan siempre consigo un enconado debate político. Alrededor de unos dos millones de personas fueron desterradas lejos de sus hogares, de los que murieron unos cien mil a causa de las penalidades del transporte –el viaje podía durar tres meses o más– y las enfermedades. Muchos conseguían fugarse durante el largo traslado y otros lo hacían al cabo de poco tiempo de llegar. Muchos desterrados fueron indultados cuando la

Page 59: Comprender el Stalinismo

escasez de mano de obra se volvió agobiante. Téngase en cuenta que algunos historiadores elevan el número de víctimas de la colectivización a más de seis millones. “Sin entrar en detalles podríamos concluir que la gran mayoría dekulaks no pereció. Un número considerable abandonó sus poblaciones y se dispersó por el país […] enrolándose en los principales proyectos del plan quinquenal, siempre escasos de mano de obra y dispuestos a aceptar a cualquiera sin hacer demasiadas preguntas. Los exiliados vieron cómo recuperaban sus derechos gradualmente y se archivaban sus casos. Algunos ingresaron en el ejército y otros fueron simplemente rehabilitados” (Lewin,El siglo soviético, pág. 162).

Gracias a las condiciones atmosféricas favorables, la cosecha de 1931 fue buena, pero en los años siguientes la desorganización de los koljoses, la carencia de maquinaria y animales y una nueva sequía produjeron un auténtico desastre, sobre todo durante los años 1932-1933, una hambruna generalizada agravada por el hecho de que la población urbana estaba aumentando a causa de la industrialización. Durante estos años, la Unión Soviética importó del mundo capitalista cantidades muy considerables de maquinaria y bienes de equipo en general, cuyo coste era financiado con la exportación de madera, cereales y petróleo. Productos alimenticios básicos eran vendidos al exterior agravando la terrible carestía que asolaba el país. En mayo de 1935, Stalin afirmaba sin titubeos: “Hicimos bien en gastar 3.000 millones de rublos para importar. Sin eso no tendríamos tractores, ni coches ni tanques”. No se compró más, no se importó más porque la agricultura soviética, por más presionada que haya estado, no podía exportar más cinco millones de toneladas de trigo por año (Meyer, ob. cit., pág. 225).

Para agrandar la magnitud de la tragedia hay que tener en cuenta que la economía capitalista, a partir de 1929, se vio sumida en la peor crisis de su historia. El crac de la bolsa de Nueva York inició un derrumbe que arrastró a todos los países del planeta produciendo una brutal caída de la producción industrial y agrícola y un gran descenso del comercio internacional, que acabó desembocando en políticas proteccionistas feroces que agravaron aún más los problemas ligados a los déficits comerciales y los intercambios. El paro alcanzó proporciones gigantescas, y la caída de los precios de los productos agrícolas y de las materias primas, que eran la base esencial de las exportaciones soviéticas, fue mucho mayor que la disminución de los precios industriales, lo que quiere decir que la URSS exportaba productos con precios muy a la baja e importaba bienes que habían conseguido mantener precios más altos. Tenía que conseguir exportar más para comprar lo mismo. El paro masivo disminuía el consumo de los hogares y, en conjunto, la coyuntura fue muy adversa. Los parados sobrevivían gracias a ocupaciones ocasionales, el trabajo de los niños, el comercio callejero ilegal, la venta de objetos personales, la prostitución o la limosna. A menudo, la familia subsistía gracias a la estrecha solidaridad entre sus miembros. Sólo la vida en común, reuniendo las ganancias insignificantes de todos, les permitía no morir de hambre. En los Estados Unidos, el número de parados se cifraba, en 1929, en unos dos millones y medio de personas; en 1932, rondaba los catorce millones, y hasta 1940 nunca se bajó de siete millones. De todas maneras, la crisis económica no afectaba de igual manera a todo el mundo. El paro hizo más difícil la vida de los obreros durante los año treinta, pero, en Gran Bretaña, por ejemplo, afectó, sobre todo, a los trabajadores no cualificados (30,5% del total). En cambio, el paro entre los cualificados o semicualificados sólo alcanzaba el 14,4%. Las clases trabajadoras, en su conjunto, y especialmente los que consiguieron mantener el empleo, experimentaron en

Page 60: Comprender el Stalinismo

este país, pese a la crisis, una mejora limitada de su nivel de vida gracias al descenso de los precios.

La crisis de la agricultura en Estados Unidos fue espectacular. Muchos granjeros tenían sus propiedades hipotecadas desde hacía años debido a que los precios agrícolas estaban semiestancados y no podían hacer frente a los gastos. Cuando estos precios, literalmente, se derrumbaron, los granjeros fueron incapaces de pagar sus deudas, con lo que sus propiedades pasaron a manos de los bancos que, con frecuencia, procedieron a fusionar sus pequeñas propiedades. El capitalismo también practicaba su particular política de colectivización, aunque sin necesidad de violencia, policías ni soldados.

Esta trágica coyuntura explica por qué el mundo capitalista prestó tan escasa atención a lo que pasaba en la URSS entre 1929 y 1933: sus problemas eran tan enormes y acuciantes que la aventura estaliniana parecía un hecho remoto y casi anecdótico. Además, poder exportar maquinaria a un país, aunque fuese comunista, no dejaba de aliviar los almacenes de las empresas, saturados destocks aparentemente invendibles.

El impacto global que sobre la demografía soviética tuvo la colectivización ha sido y es muy discutido. Como los muertos se pueden contabilizar por diferentes razones –deportaciones, enfermedades, violencia directa, hambrunas…–, el problema parece de difícil solución. Ocurre algo parecido con otros avatares de la época, como las purgas de los años 1936-1938 y el número de víctimas producido por la II Guerra Mundial. Algunos historiadores y políticos metidos a historiadores han sostenido que la colectivización se hizo especialmente onerosa en los territorios que se caracterizaban por su rebeldía nacionalista con respecto a Moscú y que, por ello, sus poblaciones fueron penalizadas con exigencias extras de entrega de granos que habrían agravado la hambruna generalizada de 1933. Estas zonas serían especialmente Ucrania y los países del Cáucaso Norte.

Ucrania era, desde los tiempos de la guerra civil, un territorio conflictivo para los bolcheviques. Una parte de su población había apoyado el nacionalismo de Petliura, a los anarquistas de Majno y a los generales blancos. A pesar de la política de concesiones, seguida por los comunistas durante los años veinte, las requisas de granos y la colectivización ocasionaron serios disturbios que unieron las fuerzas de los intelectuales nacionalistas con las de los campesinos descontentos. Fue necesario enviar tropas no sólo a Ucrania sino a territorios como Chechenia, Ingusetia y Daguestán, lugares en los que se libraron auténticas batallas contra los rebeldes. Pese a las revueltas, todas las peticiones encaminadas a reducir las cuotas obligatorias de granos fueron rechazadas y, en octubre de 1932, el Politburó envió a Molotov y Kaganovich a Ucrania y al Cáucaso Norte para incrementar la recogida del cereal. A algunos funcionarios comunistas les temblaron las piernas a la hora de cumplir las órdenes, que condenaba al hambre a la población. También ellos sufrieron arrestos, a veces, a gran escala. Alrededor de 15.000 funcionarios fueron destituidos en la zona del Cáucaso. Según muchos dirigentes comunistas, la causa fundamental de la resistencia y de los sabotajes seguían siendo loskulaks. La solución era incrementar la represión y el terror. Pero otros afirmaban que no sólo los kulaks eran culpables. También el nacionalismo ucranio había potenciado la resistencia contra la colectivización. Es evidente que ninguna región productora de grano en la URSS escapó al terror en los años 1931-1933, y que la sequía y las epidemias de tifus tuvieron un papel relevante en el desastre demográfico de estos años, pero esta hambruna no fue provocada con la intención de perpetrar un genocidio contra los ucranios. Es cierto que la

Page 61: Comprender el Stalinismo

represión contra el nacionalismo ucranio tuvo un papel, aunque menor, en aquel drama. La ucranización de la vida cultural y política aparecía como culpable de la resistencia de una parte del aparato del partido a obedecer sin rechistar las órdenes de Moscú. Era necesario hacer una revisión a fondo del modelo.

El objetivo último de toda esta cruel política agraria era conseguir recursos para la industrialización. Era imprescindible también encontrar la manera de suprimir el mecanismo económico básico sobre el que pivotaba el capitalismo, el mercado. La asignación de los recursos disponibles, la inversión y el consumo se regularían ahora a través de un organismo, el Gosplán, que decidiría mediante un plan quinquenal cómo, cuándo y dónde se tenía que producir. La economía planificada sustituiría la irracionalidad del mercado, haría imposibles las crisis económicas y establecería un proyecto de crecimiento económico sensato y equilibrado ajustado a los recursos disponibles y a las necesidades reales de la población. Casi todos los historiadores están de acuerdo en afirmar que el Primer Plan Quinquenal, puesto en marcha en 1929, fue puramente indicativo. El voluntarismo más desenfrenado protagonizó realmente la vida económica, que acabó funcionando literalmente a bayoneta calada. Los objetivos eran muy ambiciosos y fueron incrementándose con el paso de los meses. No había ninguna meta imposible para los comunistas.

Conviene recordar que, durante los años treinta, en todo el mundo capitalista se pusieron en marcha políticas económicas inéditas basadas en la desconfianza hacia el mercado como instrumento regulador de la vida social. En Estados Unidos, el presidente Roosevelt realizó actuaciones muy intervencionistas que dieron un protagonismo a la inversión y al gasto estatales que nunca habían tenido en el mundo capitalista. La caverna empresarial norteamericana tildó su intervencionismo de “socialismo” pero, en realidad, Roosevelt sólo pretendía mantener en funcionamiento una economía que casi se había colapsado en el período 1929-1933. Fue el nacimiento de un nuevo modelo de capitalismo que, más tarde, sería conocido con el nombre de keynesianismo, ya que su justificación teórica corrió a cargo del economista inglés John Maynard Keynes. El keynesianismo ponía en tela de juicio la tesis básica del liberalismo clásico, según la cual el mercado es el instrumento óptimo para regular la vida económica y distribuir la riqueza. En las sociedades capitalistas, el reparto de la renta tiende a hacerse cada vez más desigual. El consumo de las clases populares crece poco debido a su pobreza, mientras que las clases altas, muy favorecidas por el desigual reparto de la renta, pero con sus necesidades satisfechas, aumentan escasamente su gasto. Se produce, pues, una tendencia permanente de la inversión y de la producción al rebasar el consumo. Para superar esas insuficiencias, Keynes propone el aumento de la oferta monetaria. Todo incremento de la circulación monetaria produce, si hay paro, un aumento de la demanda que influye más sobre el nivel de producción que sobre los precios. El estado debe aumentar, además, su inversión en obras públicas y seguir una política de redistribución de rentas a través de una política fiscal adecuada. Había cierto pesimismo en el pensamiento de Keynes. No sólo los marxistas cuestionaban la viabilidad del capitalismo. Muchos, a la derecha y a la izquierda, pensaban que la época del liberalismo económico tocaba a su fin. Era necesario encontrar nuevas fórmulas y la idea de la planificación económica, en la que el estado jugaría un papel decisivo, empezó a abrirse camino por todas partes, incluso en el seno de la extrema derecha. El socialista belga Hendrick de Man defendía la creación de una economía mixta que, junto al sector privado, permitiría la existencia de amplios sectores

Page 62: Comprender el Stalinismo

nacionalizados y monopolios estatales. El sector privado sería gestionado indirectamente por el sector público a través de las políticas fiscales y monetarias adecuadas. De Man estaba convencido de que el éxito del nazismo convertía en imprescindible el acuerdo entre la clase obrera y las clases medias, para conseguir evitar la dictadura del capital financiero que él describía como una oligarquía de banqueros (Sassoon,One hundred…, pág.67).

No es de extrañar que el modelo de planificación económico soviético y su programa de industrialización acelerada acabase atrayendo, finalmente, la atención de medio mundo y provocase controversias a favor y en contra. Los éxitos conseguidos entre 1929 y 1934 fueron realmente considerables aunque las estadísticas oficiales los magnificaran con fines propagandísticos. La producción de máquinas-herramienta, turbinas, tractores, equipo metalúrgico… creció de forma impresionante. Por supuesto, la inversión en industria pesada era absolutamente prioritaria por dos motivos: era el fundamento del desarrollo económico posterior y garantizaba la autarquía económica de la URSS en el inmediato futuro. Se dio especial importancia a la creación de gigantescos combinados industriales como el de los Urales-Kuznets que, en 1942, resultó decisivo para la supervivencia del Ejército Rojo. La descentralización industrial era, a la vez, un objetivo económico y militar. La excesiva concentración de la actividad económica cerca de las fronteras podía significar un grave problema –como así fue– en el caso de una agresión exterior. Las industrias de bienes de consumo se quedaron muy rezagadas porque no había recursos para hacer frente a todas las necesidades. Millones de campesinos emigraron de las granjas colectivizadas a las ciudades, donde se empleaban de inmediato en la industria. Muchos de ellos eran analfabetos y, prácticamente todos, carecían de las capacidades profesionales necesarias para ocupar con eficiencia los nuevos puestos de trabajo. Se improvisaron cursos acelerados de capacitación profesional –que no siempre alcanzaban los objetivos propuestos– frecuentemente impartidos en las mismas fábricas. Fue necesario buscar trabajadores cualificados y técnicos en el exterior del país para hacer frente a las enormes carencias en este campo. “Los ingenieros estadounidenses programaron lo que había que importar como equipamiento de Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Dinamarca (las cementeras), Italia y Suecia (los cojinetes de bolas) y Francia (el aluminio). Las transferencias tecnológicas fueron masivas y alcanzaron todos los sectores” (Meyer, ob.cit., pág. 225).

En las ciudades, antiguas o de nueva creación, el problema de la vivienda se agravó aún más respecto a la deplorable situación de finales de los años veinte. Se vivía en viviendas compartidas en medio de una agobiante falta de espacio. El cemento se asignaba a la construcción de fábricas e infraestructuras. El proletariado urbano, como los campesinos, estaba pagando la factura de la industrialización. Trotski lo había definido años antes como la “autoexploración obrera” porque la plusvalía no iba a parar a los bolsillos de un empresario sino a inversión social. El gobierno desencadenó una dura campaña contra el absentismo –un mal generalizado a fines de los años veinte– y Stalin declaró que el igualitarismo era un prejuicio pequeñoburgués, con lo que se introdujeron en los salarios toda una amplia gama de estímulos económicos que pretendían incrementar la laboriosidad obrera. Para aumentar la productividad se echó mano de la llamada emulación socialista, que favorecía la competencia entre los propios obreros e incluso entre las fábricas del mismo sector en una especie de rivalidad deportiva. Para los obreros de élite, los estajanovistas, existían tiendas especiales, mejor abastecidas, a las que sólo

Page 63: Comprender el Stalinismo

ellos tenían acceso. El país vivió durante estos años absorvido por la fiebre de la producción. Todo lo demás era secundario. Paralelamente, la figura de Stalin fue crecientemente utilizada con fines propagandísticos y vanagloriada hasta extremos casi infantiles. Empezaba un descarado culto a la personalidad.

El plan quinquenal tuvo otras consecuencias relevantes para la población soviética. La carencia de mano de obra suficiente permitió la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral pero como los servicios sociales eran muy limitados se vio sometida a la explotación de la doble jornada, lo que dificultó siempre su promoción a puestos de responsabilidad política o económica. La urbanización fue intensa. Crecieron enormemente las ciudades de la vieja Rusia, pero también se poblaron con recién llegados los Urales y Asia Central.

El significado político y social de todos estos cambios los explicaba así, en 1941, un jefe de servicios de una fábrica soviética a un visitante norteamericano: “Yo tengo más libertad que mi padre y mi abuelo, a quienes nunca se les permitió aprender a leer y escribir. Eran esclavos encadenados a la tierra. Cuando caían enfermos no había ningún hospital para cuidarlos. Yo soy la primera persona de la larga serie de mis antepasados que he tenido posibilidad de instruirme, progresar y llegar a ser algo. Esta es mi libertad. Sin duda le parecerá a usted que la libertad no es esto. Pero no olvide que estamos tan sólo al principio de nuestro sistema. También nosotros poseeremos algún día la libertad política” (Citado en Crouzet,La época…, pág. 301).

El segundo plan quinquenal se aprobó para cubrir el período 1932-1937, y el tercero estaría en vigencia hasta el comienzo de la guerra en 1941. El segundo plan estableció un aumento considerable en la producción de bienes de consumo, el incremento de los salarios reales y la culminación de la colectivización agraria. La realidad fue muy otra. El clima de tensión política cada vez mayor en Europa a partir de 1935 aconsejó a Stalin incrementar enormemente la inversión en armamento y actuar de nuevo a favor de la industria pesada. Entre 1934 y 1939, las fuerzas armadas doblaron sus efectivos y la producción militar aumentó un 28,6%. Pero ahora, la URSS era ya tecnológicamente autosuficiente y capaz de producir por sí misma la maquinaria necesaria para proseguir su desarrollo económico. La política de dispersión industrial prosiguió por todo el territorio buscando hacer al país menos vulnerable en caso de una previsible agresión exterior. Se insistió también en la construcción de nuevas líneas de ferrocarril ya que el transporte era uno de los cuellos de botella de la economía soviética. Empezó a escasear la mano de obra. La industria, la construcción y el transporte tenían 1,5 millones de puestos de trabajo vacantes en 1939 en un planeta asfixiado por el paro.

En general, el nivel de vida mejoró tras el fin del frenesí industrializador del primer plan. La mecanización del trabajo en el campo avanzó considerablemente, y el éxodo rural a las ciudades disminuyó, aunque la financiación del desarrollo industrial siguió cayendo, básicamente, sobre las espaldas de los campesinos. Los controles sobre los trabajadores se hacen más opresivos a medida que nos vamos acercando a la guerra. El absentismo se transformó en un delito punible hasta con seis meses de trabajos forzados, castigo que, a veces, incluía el traslado forzoso. Se alargó la jornada laboral y se sancionaron con rigor los retrasos. Se redujo la duración del permiso de maternidad. La vida privada también se vio afectada por la nueva situación política, cada vez más tensa. El gobierno limitó draconianamente la posibilidad legal de abortar –libertad que sólo existía en la URSS– y

Page 64: Comprender el Stalinismo

multiplicó las dificultades para conseguir el divorcio. Trotski, convertido ya desde su destierro en la mala conciencia del régimen, comentaba al respecto: “No, la mujer soviética aun no es libre […]. De los cuarenta millones de familias que forman la población de la URSS, el 5% -puede ser el 10%- fundan directa o indirectamente su bienestar sobre el trabajo de esclavas domésticas. El número exacto de criadas en la URSS sería tan útil para apreciar, desde el punto de vista socialista, la situación de la mujer, como toda la legislación soviética, por progresista que ésta sea. Pero justamente por eso, la estadística oculta a las criadas en la rúbrica de obreras o ‘varios’” (Trotski,La revolución traicionada, pág. 155). En este misma línea, un colaborador de Trotski comentaba en sus memorias: “Con Trotski estábamos contra la industrialización desmesurada, contra la colectivización forzosa, contra los planes hiperbólicos, contra los sacrificios y el esfuerzo excesivo infinitamente peligrosos impuestos al país por el totalitarismo burocrático. Reconocíamos al mismo tiempo, a través de los desastres, los éxitos de esa industrialización. Los atribuíamos al inmenso capital moral de la revolución socialista […]. La superioridad de la planificación, por torpe y tiránica que fuese, en relación con la ausencia de plan, saltaba también a la vista para nosotros […]. Seguíamos convencidos de que un régimen de democracia socialista lo hubiera hecho mejor, infinitamente mejor, y hubiera hecho más, con menos gastos, sin hambre, sin terror, sin asfixia del pensamiento” (Serge,Memorias de…, págs. 316-317). Lástima que Víctor Serge no nos cuente los detalles de cómo pensaban hacer realidad este hermoso cuento de hadas. A buen seguro a Stalin y sus colaboradores les hubiera encantado tener esa información.

En 1937 había en la URSS unos setenta millones de trabajadores, de ellos unos cuarenta millones continuaban siendo campesinos. En el sector industrial se ocupaban 20.500.000 personas, 16.500.000 como obreros y 4.000.000 como técnicos o administrativos. El resto constituían la burocracia o el personal militar. La nueva distribución de la población activa reflejaba claramente los grandes cambios producidos por la industrialización acelerada.

Hacia 1940 Rusia se había convertido en la tercera potencia económica del mundo y la segunda de Europa tras Alemania habiendo pasado por delante de Francia y Gran Bretaña pero la baja productividad era el punto débil de su economía, era la mitad de la de Alemania y estaba muy por debajo de la de los Estados Unidos.

9

La mala hierbaOtro de los grandes fenómenos políticos nacidos en la posguerra, junto con el comunismo, fue el fascismo. Aunque en su versión italiana surgió tempranamente, la época dorada de los fascismos europeos fueron los años treinta, y es obvia la relación entre el auge de este tipo de autoritarismo político y la crisis económica iniciada en 1929. Antes de 1914, ya existían en Europa corrientes ideológicas caracterizadas por su rechazo a la democracia liberal y sus valores. Algunas de estas tendencias hundían sus raíces en la nostalgia del feudalismo y eran sostenidas por las clases sociales y las instituciones que habían gozado del poder político en la Europa anterior a 1789 y ahora lo habían perdido como la vieja aristocracia o la Iglesia católica. Pero no sólo ellos alentaban la crítica contra el liberalismo y la democracia. El supuesto dominio de las masas a través del sufragio universal y la circulación impune de todo tipo de ideas, gracias a la libertad de expresión, eran vistas

Page 65: Comprender el Stalinismo

como puertas abiertas a la comisión de múltiples desmanes contra el orden social existente. A principios del siglo XX, un sector de la sociedad europea veía con preocupación el auge de los partidos socialistas y sus ideas, que parecían amenazar el principio sagrado del derecho de propiedad y la desigualdad social inherente a él. A esta “rebelión de las masas” solían oponer principios elitistas y autoritarios fundados en el desprecio hacia las clases populares, vistas siempre como amorfas, volubles e irracionales.

El nacimiento del comunismo disparó todas las alarmas. La rebelión de las masas acudía a la violencia para imponer sus designios al resto de la sociedad. Todos aquellos que se identificaban con los principios de jerarquía y desigualdad corrieron a defender el orden social capitalista y, contrariamente a lo que pensaban los bolcheviques, eran muchos y estaban bien organizados. Toda la constelación de grupos sociales que formaban las clases medias –mayoritarias en muchos países de la Europa Occidental– se solidarizaron con el objetivo de defender la sociedad de clases frente a la arremetida comunista. Pequeños y medianos propietarios campesinos, clases medias intelectuales o burocráticas, pequeños empresarios, profesionales liberales, estudiantes, militares… unieron sus fuerzas para salvar lo que ellos consideraban la “civilización” frente a la barbarie bolchevique que pretendía que la humanidad volviese a andar a cuatro patas. En todas partes, estos grupos sociales contaron con la complicidad del estado, que les ayudó, a veces de forma decisiva, a llegar al poder. Partidos políticos no comunistas, ejércitos, policías, jueces fueron cómplices más o menos entusiastas de este asalto contra las instituciones y los valores nacidos a partir de 1789, y que ahora eran vistos como instrumentos de la revolución social. Por último, no hay que olvidar que el período de la posguerra siguió marcada por los conflictos imperialistas entre las grandes potencias. Gran Bretaña y Francia no sólo habían mantenido intactos sus inmensos imperios coloniales sino que los habían acrecentado tras la guerra mundial. Pero no todo el mundo estaba de acuerdo con esta situación. Alemania, Japón o Italia tenían ambiciones insatisfechas, y Estados Unidos, desde otra perspectiva, también quería cambios en el terreno de la hegemonía planetaria. La irrupción de la URSS significaba una novedad en todo este juego: la llegada al panorama político de una fuerza abiertamente anticolonialista que a todos molestaba y que todos detestaban.

Tras la guerra mundial, Italia se vio sacudida, como otros países europeos, por una fuerte convulsión revolucionaria. A diferencia de otros lugares, el partido socialista había defendido un pacifismo a ultranza aunque se encontraba muy dividido en diferentes facciones. En el congreso de Livorno, los socialistas rechazaron adherirse a la III Internacional, lo que produjo la clásica escisión del sector filocomunista, que, en enero de 1921, fundó el Partido Comunista Italiano. En las elecciones del 15 de mayo de 1921, el partido socialista obtuvo 120 escaños; los comunistas, 15 escaños. El año anterior se había producido la ocupación de fábricas en algunas ciudades del norte. La agitación campesina fue también considerable en las zonas del país en las que el latifundismo era un mal crónico. El gobierno italiano no recurrió a la violencia para restablecer el orden sino que esperó a que el movimiento revolucionario se desgastase, falto de organización y de un programa revolucionario claro. Esta actitud abandonista produjo un profundo disgusto en las clases propietarias, que pasaron a considerar a los partidos liberales en el poder como débiles y claudicantes. La realidad política italiana de la posguerra había cambiado por la incorporación no sólo de los comunistas sino también de

Page 66: Comprender el Stalinismo

lospopolari,dirigidos por el sacerdote Luigi Sturzo e inspirados en el pensamiento católico. El Vaticano había decidido saltar a la palestra política, preocupado por la agitación social y el creciente anticlericalismo. Lospopolarituvieron su apoyo básico en el mundo rural, donde la hegemonía cultural católica era evidente. En las elecciones de 1919, consiguieron cien escaños. Pero el fenómeno político más novedoso fue el nacimiento de losfascii di combatimento, grupos de acción y combate liderados por un antiguo socialista, Benito Mussolini, que durante la guerra mundial había virado hacia la derecha, convirtiéndose en un ardiente defensor de la intervención italiana en el conflicto. Fue generosamente financiado por el Partido Socialista Francés, que, a su vez, obtenía los fondos de su gobierno. Los fascistas surgían de un magma social heterogéneo: excombatientes, estudiantes, parados y, en general, personas que odiaban a los socialistas y sus valores igualitarios. El movimiento tenía una estructura marcadamente paramilitar, hacía apología de la violencia y la “masculinidad”, y se barnizaba con un estridente discurso nacionalista que exigía que Italia se convirtiese en una gran potencia imperial, al estilo de la Roma antigua.

Los fascistas desencadenaron pronto una oleada de agresiones contra los socialistas y la izquierda en general, que incluía secuestros, palizas, incendios de locales sindicales, cooperativas y sedes de partidos y asaltos a periódicos. Lo novedoso de la situación era que la violencia no procedía directamente del Estado sino que surgía del seno de la misma sociedad civil. Es verdad que en todo momento los fascistas contaron con el generoso apoyo económico y logístico de los terratenientes, los empresarios y una parte de la oficilidad del ejército, que veía con simpatía cómo la violencia contrarrevolucionaria se cebaba en socialistas, comunistas, republicanos y otros izquierditas. El 28 de octubre de 1922, los fascistas organizaron una marcha sobre Roma y, ante la pasividad del ejército y con la clara complicidad del rey, ocuparon el poder. El monarca llamó a Mussolini a formar gobierno. La dictadura definitiva no se establecería hasta 1925, tras el asesinato del diputado socialista Mateotti. Fue necesario también que Mussolini descargase del acervo político de su partido toda la ganga seudorevolucionaria que había estado acarreando sobre sus espaldas hasta hacía poco. Tuvo que renunciar a su republicanismo, a su anticlericalismo y a las vagas soflamas socialistoides con las que iluminaba sus discursos. Finalmente, los partidos políticos

–salvo el fascista– y los sindicatos fueron prohibidos, y los dirigentes socialistas y comunistas tuvieron que huir del país o fueron encarcelados, como fue el caso del secretario general del Partido Comunista, Antonio Gramsci. En 1929, el ateo Mussolini firmó los Pactos de Letrán con la Iglesia católica. El minúsculo Estado vaticano nació de la colaboración con el fascismo. La jerarquía católica conseguía sus objetivos básicos. Además de dar por concluido el viejo conflicto con el Estado italiano, obtenía que la religión católica fuese reconocida como la oficial del Estado y que la enseñanza religiosa fuese obligatoria en todos los centros escolares. El Duce, que pronto enarbolaría como ideal social el resurgimiento del corporativismo medieval, había pactado con una institución que hacía de la nostalgia del feudalismo el eje fundamental de su pensamiento.

La lección italiana era clara. En Europa Occidental, la toma del poder no pasaba solamente por la ocupación de las instituciones del Estado, como había ocurrido en Rusia. Como afirmaba Gramsci, el Estado no era sino una trinchera avanzada tras la cual se hallaba una sólida cadena de fortalezas y casamatas constituidas por la sociedad civil. De

Page 67: Comprender el Stalinismo

todas maneras, ya había advertido Lenin que el proletariado tenía que ganarse la complicidad de las clases medias y semiproletarias para poder vencer. Era claro que en Italia no lo habían conseguido.

Italia era un país pobre con altos niveles de analfabetismo. La solución tradicional a la miseria era la emigración. El fascismo nunca fue la solución para estos problemas. La masa del pueblo, resignada a su destino, se hundió en el desaliento. Entre las clases dirigentes predominó una actitud de velado desprecio hacia un movimiento considerado como demagógico y plebeyo, que sólo era aceptable en la medida en que constituía un sólido valladar frente al peligro de la revolución roja. Esta carencia de auténtica base social se pondrá de manifiesto cuando la derrota militar durante la Segunda Guerra Mundial provoque la caída del fascismo sin que nadie mueva un dedo para defenderlo…, excepto los nazis.

En Alemania, el fascismo fue otra historia. Tras los fracasos de la extrema derecha y de la extrema izquierda en sus intentos de acabar con la República de Weimar (1919-1933), el régimen republicano vivió una época de relativa paz, entre 1924 y 1929, gracias a la estabilización de la vida económica, que privó al radicalismo político de su principal arma, la inseguridad. Los comunistas continuaban obsesionados con su lucha contra la socialdemocracia, buscando el frente único por abajo, es decir, a través de una colaboración con las bases obreras de la socialdemocracia, una política orientada a desenmascarar a la dirección del partido y sus políticas reformistas. Para los comunistas, estos fueron años de retrocesos y de pérdida de influencia. En 1925, las elecciones presidenciales dieron la victoria a un exmariscal de la época del Imperio, monárquico confeso, Von Hindenburg, que tuvo el apoyo de toda la derecha. Consiguió 14.700.000 votos, mientras que el candidato comunista, Thäelman, obtenía 1.900.000 votos.

Tras el hundimiento del sistema imperial, en 1918, florecieron en Alemania múltiples grupúsculos políticos de carácter ferozmente nacionalista y revanchista, en los que el racismo y el antisemitismo, tradicionales en el país, se hicieron cada vez más consistentes. El judío era un antagonista fácilmente reconocible en que se resumían todos los males de la sociedad. Los débiles gobiernos de los años veinte fueron acusados de ser marionetas del judaísmo internacional y de traicionar los intereses de Alemania. La socialdemocracia era el partido más odiado. De todos estos grupúsculos, el nacionalsocialista obrero alemán, el partido nazi, estaba llamado a tener un trágico protagonismo en la historia de Europa. Cuando Adolf Hitler se afilió al partido, en 1920, era sólo un excabo del ejército imperial, de oscuros orígenes y totalmente desconocido. Sin embargo, pronto se hizo con el control de la organización, a la que dotó de un programa fuertemente nacionalista, antisemita y “socialista”, con principios como el de la nacionalización de las grandes empresas y la confiscación de las grandes propiedades sin indemnización, para lograr el bien común. Para Hitler, estas propuestas fueron siempre papel mojado. Cuando se debatió si las antiguas casas principescas reinantes en los diferentes estados alemanes durante la época del imperio debían ser indemnizadas o no por los bienes expropiados los años anteriores, la izquierda, socialdemócratas y comunistas, intentó conseguir una expropiación sin indemnización, mientras que la derecha se opuso rotundamente a tal medida por considerarla un atentado contra el derecho de propiedad. La izquierda del partido nazi era favorable a un referendo para dirimir la cuestión, pero Hitler se opuso y afirmó que el partido debía defender la

Page 68: Comprender el Stalinismo

propiedad privada porque, de lo contrario, perdería el apoyo de oficinistas, funcionarios, campesinos y artesanos, asustados por el fantasma del comunismo (Carsten,La ascensión…, pág. 169). Finalmente, el punto de vista del futuro Führer se impuso. Hitler insistía en que ellos defendían un “socialismo alemán” y, por tanto, rechazaban como antinacional y venenoso el socialismo judío, el marxismo, predicado por socialdemócratas y comunistas. En cierta ocasión, afirmó: “Solo hay una clase posible de revolución, y no es ni económica ni política ni social, sino racial” (Kershaw,Hitler…, vol. I, pág. 447). La palabra “marxista”, como la palabra “judío”, eran la síntesis del mal e incluían no sólo a socialistas y comunistas sino también al conjunto de la República de Weimar y sus valores democráticos. En opinión de Hitler, “las grandes masas son ciegas y estúpidas y no saben lo que hacen”. Su identificación con los valores del darwinismo social más extremo era absoluta.

Las diferencias entre la izquierda del partido, dirigida por Gregor Strasser –que en esta época contaba con el apoyo de un joven Goebbels–, y la derecha no eran, sin embargo, muy significativas. Strasser exigía la restauración de las fronteras de 1914, la unificación de todos los alemanes de la Europa Central en un Gran Reich que incluiría Austria, el Tirol del sur y los Sudetes, y un imperio colonial en África que se formaría con colonias belgas, francesas y portuguesas. Pero también creía en la necesidad de reformas económicas profundas que apuntaban al corazón de los privilegios de la vieja élite que había gobernado en la Alemania de Guillermo II.

Hitler era un hombre de fogosa oratoria, y sus mítines pronto se hicieron famosos. En sus arengas descubrió que había un latiguillo infalible para despertar el furor de las masas: el antisemitismo. Hitler no era antes de la guerra un antisemita especialmente diferente a otros muchos, pero, tras el conflicto europeo, los judíos aparecieron a los ojos de muchos alemanes como los culpables principales de la derrota, y Hitler decidió explorar este filón demagógico a fondo. La sencillez de su relato y la repetición machacona eran los elementos claves de su artillería retórica.

En la predicación de todas estas ideas, Hitler no estaba solo. Otros partidos y múltiples asociaciones de todo tipo, junto a libros y periódicos, defendían en toda Alemania un nacionalismo extremo, un antisemitismo radical y, sobre todo, la tesis de que el pueblo alemán y su cultura estaban amenazados por poderosos enemigos internos y externos, los judíos, los eslavos y las potencias plutocráticas como Gran Bretaña y Francia, que lo eran gracias a sus gigantescos imperios coloniales. Alemania –e Italia– eran naciones “proletarias” y debían luchar por su revolución.

El partido nazi tuvo, al principio, una débil implantación y escaso éxito electoral. La llegada de la crisis económica de 1929 fue el factor decisivo que decidió su imparable ascenso. La crisis castigó con gran dureza la economía alemana y el paro se extendió como una plaga bíblica. Teniendo en cuenta los trabajadores eventuales y el paro encubierto parece ser que, a finales de octubre de 1932, el desempleo afectaba a 8.754.000 personas. Los comunistas acogieron la crisis con satisfacción ya que hacía buenos sus pronósticos sobre la inviabilidad del capitalismo y parecía que se abrieran nuevas perspectivas para lograr, por fin, el triunfo de la revolución socialista en Alemania. Las elecciones de septiembre de 1930 supusieron un terremoto político equiparable a la crisis económica. Los nazis pasaron de 12 a 107 diputados y pronto consiguieron superar esta cota en sucesivas elecciones. Los comunistas pasaron de 54 a 77 diputados. Los

Page 69: Comprender el Stalinismo

partidos de centro naufragaron, aunque los socialdemócratas sólo experimentaron un pequeño retroceso. Los comunistas lanzaron una nueva ofensiva izquierdista que tenía como objetivo preferente a los socialistas, calificados ya de “socialfascistas”. Los obreros comunistas eran despedidos antes que los socialistas en las empresas en crisis. El KPD se estaba convirtiendo en el partido de los parados.

El presidente Hindenburg encargó formar gobierno a un político de centro, Brünning, cuyo objetivo fundamental fue intentar capear la crisis económica utilizando el arsenal de medidas ortodoxas al uso, como la reducción del gasto público que, como en otros lugares, no hicieron sino agravarla. “Los impuestos que recaían sobre la población trabajadora y su contribución al seguro de enfermedad y de paro fueron aumentados; las prestaciones sociales y los salarios, disminuidos; el gasto público en construcción de viviendas y en ayuda a los municipios para obras asistenciales, dramáticamente reducido […]. Los subsidios fueron reduciéndose progresivamente y cada vez más grupos eran excluidos de los mismos […]. Al mismo tiempo, las subvenciones a la industria, la banca y los terratenientes aumentaron” (Khül,La república…, pág. 292). Las ayudas a los parados, a los inválidos, a las viudas y a los huérfanos se redujeron entre un 15% y un 24%. Los socialistas toleraron la política de Brünning porque no tenían ninguna alternativa que ofrecer. El fracaso de Brünning llevó a Hindenburg a nombrar a un hombre de la derecha dura, Von Papen, como nuevo canciller. Papen se mantuvo en el poder gracias a la benevolencia de los nazis. Su decisión política más importante fue destituir al gobierno regional prusiano. El aumento de la representación nazi y comunista en el Parlamento de Prusia hacía imposible formar un gobierno estable. El 20 de julio de 1932, Von Papen, con la aquiescencia de Hindenburg, publicó un decreto por el que se nombraba a sí mismo comisario del Reich en Prusia, y disolvía el gobierno prusiano. Para impedirlo, los comunistas propusieron a la dirección del SPD y a los sindicatos acudir conjuntamente a una huelga general, pero los socialistas prefirieron rendirse sin luchar. No querían convertirse en prisioneros de los comunistas ni combatir por lo que algunos calificaban de “objetivo bolchevique”. La incapacidad de la izquierda para sumar fuerzas era un elemento tranquilizador para los conservadores y derechistas, que ahora veían más improbable el estallido de una guerra civil.

El último intento de impedir la llegada de Hitler al poder lo realizó el sucesor en la cancillería de Papen, el general Schleicher, quien, con el apoyo dubitativo de Hindenburg, intentó crear una gran coalición que abarcaría de la socialdemocracia a la izquierda del partido nazi, encabezada por Gregor Strasser. Fue un momento muy delicado para Hitler, pero, finalmente, consiguió neutralizar a Strasser, mientras que los socialdemócratas también acabaron rehusando la oferta. La crisis económica hacía imposible una vida política normal, y la socialdemocracia fue incapaz de adaptarse a la nueva realidad. La defensa de la constitución y de la economía social de mercado era ya imposible, pero los socialistas eran incapaces de contemplar cualquier otra alternativa. Habían sido los tontos útiles durante los años veinte, pero ahora ya habían dejado de ser útiles. Los intentos desesperados de congraciarse con los nazis cuando Hitler ya era canciller demuestran hasta dónde estaban dispuestos a llegar. Buena parte de la dirección socialdemócrata consideraba el nazismo como un mal menor, comparado con el bolchevismo. Por su parte, los comunistas estaban convencidos de que los nazis no tenían soluciones para Alemania. En el caso de que llegasen al poder, su éxito sería efímero y su fracaso los desenmascararía ante las masas que acabarían volcándose a los comunistas, los únicos

Page 70: Comprender el Stalinismo

que tenían auténticos remedios para todos los males. Después de Hitler, Thäelman era la consigna. El enemigo más peligroso del triunfo del socialismo era la dirección socialdemócrata, y a ellos había que combatir preferentemente. Trotski criticó desde su exilio estos errores. Vio con claridad el triunfo del fascismo en Alemania: “Llevará consigo la exterminación de la élite del proletariado alemán y la destrucción de sus organizaciones. Si se tiene en cuenta la gran madurez y la gravedad de los antagonismos que existen en Alemania, la obra infernal del fascismo italiano parecería, probablemente, insignificante, y sería una experiencia casi humanitaria en comparación con lo que podría hacer el nacionalsocialismo alemán. Y por último, la victoria del fascismo en Alemania determinará, inevitablemente, una guerra contra la URSS” (citado en Marie,El trotskismo, págs. 57-63).

Durante estos años difíciles, Hitler supo maniobrar con gran astucia. Logró convencer a los empresarios y a los hombres de negocios alemanes de que su partido no tenía nada de socialista ni tampoco ningún tipo de objetivo anticapitalista aunque le costó disipar todos los recelos. En sus propias palabras: “Debemos aceptar que estamos en una revolución. Lo que está podrido en el Estado tiene que desaparecer y eso sólo puede lograrse mediante el terror. El partido actuará implacablemente contra el marxismo” (Citado en Kershaw, ob. cit., pág. 596). Los alemanes de clase media y una minoría no despreciable de la clase obrera tenían que escoger entre nazis y comunistas. Los comunistas destruirían la propiedad privada y embarcarían al país en una aventura que podía ser trágica. “Los nacionalistas eran vulgares y desagradables, pero defendían los intereses alemanes, defendían los valores alemanes y no eliminarían la propiedad privada” (Kershaw, ibidem, pág 554). Crearían una “comunidad nacional” que superaría las divisiones de clase existentes sin caer en el igualitarismo social que predicaban los marxistas.

Hitler supo resistir los cantos de sirena que le ofrecían un gobierno de coalición en el que él no sería canciller y, finalmente, consiguió su objetivo. En el nuevo gabinete que se formó en enero de 1933, para sustituir al de Schleicher, presidido por Hitler, todos los cargos menos dos serían ocupados por conservadores. La derecha alemana estaba convencida de que tendrían secuestrado a Hitler, que acabaría actuando como su marioneta. No podía pasar nada. Hindenburg era presidente de la república y jefe de las fuerzas armadas. Von Papen era vicecanciller. El control de la economía estaba en manos de Hugenberg, un hombre de toda confianza. El líder nazi no era más que un asalariado. No tardarían en darse cuenta de su error.

Hitler insistió en la necesidad de convocar nuevas elecciones en marzo, con el objetivo poco disimulado de consolidar su poder. Multiplicó sus contactos con los representantes más destacados de la vida económica del país, insistiendo en su tranquilizador mensaje antimarxista. Las próximas elecciones eran la gran oportunidad de acabar con el comunismo en las urnas. Era esta una lucha a muerte entre la nación alemana y el marxismo judío, o vencen los comunistas o vence el pueblo alemán. Este mensaje conseguía calar en amplios sectores de la población. El temor a una nueva insurrección revolucionaria recorría el país como un escalofrío y se agudizaba al aproximarse las elecciones. La noche del 27 de febrero, se produjo el incendio del Reichstag. Inmediatamente se dijo que el fuego formaba parte de un complot comunista. Se inició rápidamente una caza de brujas anticomunista con múltiples detenciones que incluían

Page 71: Comprender el Stalinismo

también a socialdemócratas y sindicalistas. En las elecciones del 5 de marzo, los nazis consiguieron el 42,9% de los votos; los comunistas, un asombroso 12,3%, y los socialdemócratas, un 18,3%. Los partidos de izquierdas retenían, pese a las circunstancias, casi un tercio del total del electorado. Pero el Partido Nacional Alemán había alcanzado un 8% de los votos, que, sumados a los obtenidos por Hitler, les daba la mayoría absoluta. Tras las elecciones, el gobierno se dedicó casi en exclusiva a su misión esencial: erradicar el marxismo de Alemania. El 22 de marzo, en Dachau, se abrió el primer campo de concentración para albergar a los comunistas detenidos. Los 81 diputados de este partido fueron detenidos, excepto los que consiguieron escapar en el último minuto, lo que permitía a los nazis tener ahora una cómoda mayoría absoluta en el Parlamento sin depender de nadie. Durante las semanas siguientes, la represión cayó también sobre los socialdemócratas, los sindicatos y la izquierda antinazi en general. Tras ellos se fulminó también a los partidos de centro y de derechas. La afiliación al partido nazi aumentó enormemente: entre enero y mayo de 1933, se incorporaron al partido un millón seiscientos mil nuevos militantes. La Iglesia católica se apresuró también a legitimar el nuevo régimen con la firma de un concordato. Hitler deseaba la desaparición del “catolicismo político”, es decir, del partido del Zentrum. El episcopado católico alemán, en una pastoral leída en las mayores diócesis, a principios de junio de 1933, se prodigaba en declaraciones de agradecimiento y felicitación hacia Hitler (Kershaw, ob. cit., pág., 656).

Para culminar el proceso, era necesario que Hitler se desembarazase de su propia izquierda, los grupos que dentro del partido postulaban que tras la revolución “nacional” era necesaria una segunda revolución, la implantación del “socialismo alemán”. Su principal dirigente era ahora Ernst Röhm, que aspiraba también a que las milicias armadas del partido, las SA, llegasen a sustituir al ejército profesional existente. La alta burguesía y los generales del ejército presionaron a Hitler para que liquidase de una vez a aquella pandilla de rojos disfrazados de nazis. El Führer encargó a sus hombres de confianza

–Himmler, jefe de su guardia personal, las SS, Heydrich y Göring– la operación de limpieza. Para asegurar su éxito, Himmler estableció una estrecha colaboración con el coronel Reichenau. El ejército permanecería en un discreto segundo plano, pero aportando el apoyo logístico necesario (Padfield, Himmler…,pág. 154). El 30 de junio de 1934, “la noche de los cuchillos largos”, se procedió a la ejecución de los principales dirigentes de las SA y de otras personas non gratas para el nuevo régimen, como el general Schleicher. Fueron asesinadas entre 200 y 250 personas. Por esta operación, Hitler recibió la felicitación del mismo Hindenburg. “El cabo bohemio”, expresión despectiva que Hindenburg utilizaba para referirse a Hitler, era una persona en la que se podía confiar. Al cabo de poco tiempo, el anciano mariscal moriría, dejando el campo libre al nuevo amo de Alemania. El Führer se apresuró a acaparar los poderes del difunto. Hitler, el astuto demagogo, y sus colaboradores tenían todo el poder en sus manos en estrecha colaboración con la vieja casta dirigente del país. Había llegado el momento de gobernar de verdad.

10

Page 72: Comprender el Stalinismo

En una fortaleza sitiada, la disidencia es una traiciónEn la URSS, la época del primer plan quinquenal fue una época, políticamente, bastante tranquila. Cualquier tipo de oposición podía obstaculizar el éxito final del plan, y casi todos pensaban que, una vez puesto en marcha, era necesario que se alcanzasen sus objetivos básicos, independientemente de que se estuviese de acuerdo o no con los métodos empleados. Pero las tendencias dentro del partido seguían existiendo. Responsables políticos locales se resistieron a llevar hasta sus últimas consecuencias la lógica confiscatoria de la colectivización, lo que inquietó profundamente a la dirección del partido por el peligro de división interna que estas resistencias comportaba. A fines de 1932, y durante 1933, fueron expulsados del partido alrededor de 450.000 de sus miembros. El manifiesto de oposición a Stalin más conocido fue redactado por un veterano bolchevique, Riutín, quien afirmaba que Stalin estaba consolidando una dictadura personal tras haber marginado a los miembros más capaces del partido. Censuraba duramente los métodos utilizados para realizar la industrialización y condenaba el terror y la coerción como método de gobierno. Riutín y sus colaboradores fueron arrestados durante el otoño de 1932. Todos fueron expulsados del partido y condenados a penas de cárcel. Stalin intentó que se les condenara a muert,e pero el Politburó se opuso. Lenin ya había advertido a sus compañeros de partido que era necesario excluir la pena de muerte para castigar las disidencias internas si no querían acabar como los jacobinos, guillotinándose los unos a los otros. El otoño de 1932 fue un momento complicado, en plena hambruna y con las tensiones vinculadas a la industrialización en su momento culminante. A Stalin le tocó vivir también en esta época una tragedia personal que estuvo a punto de hundirlo, el suicido de su segunda esposa, Nadia. Su salud física y mental era un problema familiar desde hacía tiempo. Nadia había leído la plataforma Riutín y mantenía discrepancias políticas importantes con su marido. Sus relaciones personales se habían deteriorado progresivamente, pero Stalin amaba intensamente a su mujer –nadie discute este punto– y su muerte lo sumió en una desolación completa. Se dice que pensó en renunciar a todos sus cargos, pero sus colaboradores inmediatos le hicieron ver que en las circunstancias que atravesaba el país el abandono habría sido casi una traición. Era necesario continuar.

Cuando se reunió el XVII Congreso del partido, en enerofebrero de 1934, el ambiente político se había vuelto más conciliador. Los triunfos del plan quinquenal parecían augurar un deshielo. Los líderes que habían participado en las diversas oposiciones los años anteriores –Bujarín, Kamenev, Zinoviev, Tomski…– recuperaron un cierto protagonismo aunque Trotski seguía figurando en todos los discursos y documentos como la bestia negra del régimen. Todo el mundo estaba de acuerdo en que la unidad y la disciplina eran la garantía de la supervivencia del partido y del régimen. En enero de 1933, Bujarín afirmaba, frente al pleno del Comité Central: “…debemos avanzar hombro con hombro, en formación de ataque, descartando cualquier vacilación, con la mayor crueldad bolchevique, decapitando todas las facciones, que sólo sirven para extender la sombra de la duda por el país, porque nuestro partido es uno e indivisible y sus diversos estratos son portadores de importantes procesos socioeconómicos nacionales del progreso histórico a gran escala” (Citado en Arch y Naumov,La lógica…,págs. 90-91). No hay lugar para debilidades. Incluso el suicidio se considera un ataque contra el partido, una forma de huir de las responsabilidades personales y de escupir una última vez sobre el partido.

Page 73: Comprender el Stalinismo

Este clima de relajación y de unidad sufrió un golpe brutal cuando, el 1 de diciembre de 1934, el secretario general del partido en Leningrado e íntimo de Stalin, Kirov, fue asesinado en un atentado terrorista. Durante años se especuló con la posible responsabilidad del líder soviético en este crimen, pero, hoy, esta hipótesis está casi descartada. El crimen reflejaba el disgusto de parte del partido con la situación política. El asesino, un estudiante llamado Nikolaiev, confesó pertenecer a un pequeño grupo de jóvenes descontentos por el clima de autoritarismo y represión existente. Dijo también ser simpatizante de la antigua oposición zinoviezista aunque reconoció que Zinoviev no tenía nada que ver con el atentado. Inmediatamente se abrió un proceso contra este último, que pronto se hizo extensivo a su antiguo aliado, Kamenev. Ambos acabaron reconociendo cierta responsabilidad moral en los hechos y fueron condenados a varios años de cárcel. Zinoviev había sido secretario general del partido en Leningrado y, tras su derrota política, había sido sustituido por Kirov. Stalin decidió nombrar para el cargo vacante a otro hombre de su absoluta confianza, Andrei Zhanov, que se empleó a fondo en una limpieza sectaria del partido en la ciudad.

A partir de 1935, el clima político se endurece y se toman medidas legislativas para facilitar y extender la represión política. Aumentan los delitos que se castigan con la pena de muerte. Los miembros de una familia mayores de edad que no denuncien un delito de alguno de sus miembros pasan a ser considerados cómplices. Por otro lado, el malestar laboral por las duras condiciones de trabajo sigue creciendo. Los estajanovistas son objeto de desprecio y odio por los privilegios que disfrutan y porque sus récords son la excusa para aumentar los ritmos de trabajo sin ninguna compensación económica. La escasa cualificación de muchos trabajadores recién llegados del campo provoca accidentes continuos y, a veces, los trabajadores boicotean la producción siguiendo diferentes métodos, como estropear las máquinas para mostrar de forma encubierta su malestar. En un panfleto antiestajanovista, localizado por la policía en noviembre de 1935, se podía leer: “Adelante, ¡seguid trabajando! Vuestra vida puede ser mala, las vidas de nuestros nietos pueden ser malas, ¡pero, al menos, nuestros biznietos tendrán una vida mejor!

El Comité Central y Stalin luchan por construir el socialismo para las futuras generaciones al precio de las privaciones de hoy.

Desdichados son quienes construyen el socialismo a sus expensas, y sólo serán felices los que vivan en una sociedad socialista,

LUCHAD POR EL AUMENTO DE VUESTROS ESTIPENDIOS”.

(Arch y Naumov, Ibidem, pág. 172).

A principios de 1936, el NKVD –la antigua GPU– creyó haber descubierto una conspiración que vinculaba a los extrotskistas con Kamenev y Zinoviev. La conspiración había planificado el asesinato de Kirov, Stalin y otros dirigentes. La muerte de Kirov había dejado en muy mala posición política al jefe del NKVD, Yagoda. Su negligencia era difícilmente justificable. Las nuevas acusaciones se forjaban alrededor de un hecho verídico. Sabemos que, durante el otoño de 1932, a instancias de Trotski, se había formado el bloque único de opositores que agrupaba a trotskistas y zinoviezistas, pero nada indica que tuvieran planes terroristas. Entre el 19 y el 24 de julio de 1936, Zinoviev, Kamenev, Smirnov y otros 13 opositores fueron juzgados, condenados a muerte y

Page 74: Comprender el Stalinismo

ejecutados por haber planeado el asesinato de Kirov, Stalin y otros dirigentes. No deja de ser significativo que algunas de las futuras víctimas, como Bujarín y Piatakov, se unieran al coro de los que pedían la ejecución de los condenados. Tomski, al verse implicado por la declaración de Zinoviev, se suicidó pegándose un tiro. Escribió una carta de despedida a Stalin, en la que decía, entre otras cosas: “Pido perdón al Partido por los errores que haya podido cometer. Pido que no se crean las mentiras de Zinoviev y de Kamenev” (citado en Arch y Naumov,ob. cit., pág. 318). Stalin había llegado al convencimiento de que se habían cometido demasiados errores, por lo que decidió destituir a Yagoda y sustituirlo por Yezhov.

La antigua oposición de izquierdas pasó a convertirse en el chivo expiatorio de todos los males, incluidas las dificultades en la industria o las insuficiencias en la agricultura. “Desde los campesinos hasta los miembros del Politburó, la tesis de los conspiradores malévolos resultaba útil a todo el mundo. Para los plebeyos constituía una justificación posible del caos cotidiano y de la miseria de la vida. Para los numerosos entusiastas comprometidos era una explicación de por qué sus esfuerzos titánicos de construir el socialismo tenían a menudo resultados decepcionantes. Para los miembros de la nomenclatura suponía una excusa para destruir a sus adversarios […]. La imagen de trotskistas malvados y conspiradores era útil para todo el mundo” (Arch y Naumov, ob. cit., pág. 223). Pero no olvidemos que Trotski existía y que soñaba desde su exilio con derribar el poder estalinista. Mantenía aún contactos, pese a múltiples dificultades, con diplomáticos, altos funcionarios y algunos miembros de la oposición. Para los que creían que Stalin encarnaba los ideales de la Revolución de Octubre y era la mejor garantía de la supervivencia de la URSS, Trotski era, simplemente, un traidor, el “Judas Trotski”.

A partir de otoño de 1936, el NKVD empezó a arrestar funcionarios encargados de la gestión de la economía. El caso más sonado fue el de Piatakov. Se trataba de un notorio extrotskista. Piatakov escribió a Stalin y a Orzhonikidze defendiendo su inocencia, pero no le sirvió de nada. Contra lo que se ha escrito algunas veces, Orzhonikidze no salió en su defensa. Su suicidio se debió más bien a razones personales, entre ellas, su mala salud, aunque también, seguramente, a sus crecientes diferencias políticas con Stalin.

En los años 1937-1938, se desencadenó en la URSS lo que se ha calificado como “Gran Terror”, es decir, el encarcelamiento, la deportación y la ejecución física de todos aquellos a los que Stalin consideraba peligros potenciales o inmediatos para el sistema soviético. El Terror se concebía como la liquidación sistemática preventiva de una posible “quinta columna” que resultaría altamente peligrosa en el caso de estallar una guerra contra las potencias capitalistas, especialmente la Alemania nazi, peligro que se preveía próximo. Hace ya bastantes años, Isaac Deutscher vio claramente que el motivo real de las grandes purgas fue el de destruir a los hombres que representaban la posibilidad de gobiernos alternativos al de Stalin ya que cualquier gobierno diferente al suyo acabaría siendo cómplice de la contrarrevolución. Él y sus colaboradores eran los únicos garantes de los ideales revolucionarios del socialismo. Stalin convirtió a los acusados en agentes al servicio del imperialismo, en traidores y boicoteadores. Era necesario desacreditarlos a ojos de la población. Pero no sólo una parte de la élite dirigente del partido estaba en el punto de mira. En julio de 1937, el Politburó envió un telegrama a las autoridades regionales y locales advirtiendo que los antiguos kulaks deportados en 1929-1930 que, tras cinco años de exilio, estaban volviendo a sus lugares de origen eran culpables de

Page 75: Comprender el Stalinismo

todo tipo de crímenes y de actos antisociales en loskoljoses, por lo que se recomendaba detener y fusilar a los más hostiles y deportar nuevamente a los que fueran menos peligrosos (Khlevniouk,Le cercle du Kremlin, pág. 207).

pág. 207).

1938 fue Yezhov. Como Dzerzinski, Yezhov era considerado hasta aquel momento por los que le conocían como una persona compasiva, humana, casi dulce, y como miembro del Comité Central nunca se caracterizó por su crueldad (Khlevniouk, Ibidem, págs. 215-216). Sin embargo, acabaría siendo conocido como “el enano sangriento”. No hay que olvidar que su actividad represiva en todo momento estuvo controlada por Stalin y el Politburó. Nada se hacía sin su autorización.

En junio de 1937, se desencadenó una gran purga en el seno del ejército que dejó sorprendido a todo el mundo. La víctima más destacada fue el general Tujachewski. “En los diez días que siguieron a la ejecución de Tujachevski, 980 comandantes superiores fueron detenidos. Muchos fueron torturados y fusilados. Durante los meses siguientes, el estamento militar soviético fue diezmado por las detenciones y ejecuciones. En 1937, el 7,7% del cuerpo de oficiales fue destituido por razones políticas y nunca volvió al ejército” (Arch y Naumov, ob. cit., pág. 355). Todos los oficiales fueron arrestados en secreto y cuando estaban alejados de sus puestos de mando. No hay pruebas claras de que la conspiración militar existiese aunque cuesta creer que una represión tan peligrosa para la supervivencia del régimen se realizase por puro capricho. Conviene recordar que Trotski fue durante años Comisario para la Guerra y que había dirigido y organizado el Ejército Rojo durante la guerra civil. Es lógico que muchos de los altos mandos hubieran tenido una intensa relación con él e incluso vínculos de admiración o amistad. Seguramente en el ejército era donde Trotski había dejado mayor huella y esta era una institución que podía decidir el futuro fácilmente a través de un golpe de estado. Muchos oficiales también habían convivido durante largos años en el seno del partido con personas como Kamenev, Zinoviev y Bujarín. Seguramente, algunos no entendían cómo los antiguos compañeros de Lenin se habían vuelto protagonistas de todo tipo de felonías y, quizá, algunos mantenían contactos con la oposición antiestalinista y estaban dispuestos a algún tipo de actuación encaminada a colocar en el poder a una nueva dirección que excluyera a Stalin y sus colaboradores. Este último decidió no correr peligros y procedió a sustituir, aquí también, a la vieja guardia por una nueva generación de jóvenes oficiales que se habían educado y moldeado bajo la égida del estalinismo. Molotov diría muchos años después que 1937 fue necesario porque, aunque era dudoso que esas personas –no se refiere sólo a los militares– fueran espías, “estaban relacionados con espías y lo principal es que, en el momento decisivo, no se habría podido confiar en ellos. Si, en tiempo de guerra, Tujachevski, Yakir, Rikov y Zinoviev hubieran pasado a la oposición, ello habría provocado una batalla tan enconada que se habría producido una cantidad colosal de víctimas”(Arch y Naumov, Ibidem, pág. 352).

A la represión contra los generales siguió una explosión de terror a gran escala por todo el país que afectó a los cuadros dirigentes de todos los niveles de la vida política. En la segunda mitad de 1937, casi todos los primeros secretarios regionales del partido y miles de funcionarios fueron acusados de traición y detenidos. Bastantes de ellos fueron ejecutados entre 1937 y 1940. A partir de agosto de 1937, se ordenó que todas las repúblicas y regiones pusiesen en marcha una campaña de medidas punitivas contra los

Page 76: Comprender el Stalinismo

elementos antisoviéticos y los criminales en activo. Casi todo el mundo podía entrar en alguna de las categorías de los posibles represaliados. “El nuevo Terror Rojo de 1937, como sus antecedentes, era reflejo de una profunda inseguridad y un temor a los enemigos por parte del régimen, así como de la incapacidad de decir quién era exactamente el enemigo” (citado en Arch y Naumov, Ibídem, pág. 374). El nuevo terror demostraba la incapacidad del sistema para gestionar de forma mínimamente racional los conflictos que los enormes cambios de cualquier tipo iban generando.

El último de los grandes juicios públicos tuvo lugar el 2 de marzo de 1938 y actuaron como futuras víctimas Bujarín, Rikov y Yagoda, entre otros dirigentes de los antiguos sectores derechistas del partido. Se les acusaba de haber organizado, a partir de 1932, en connivencia con los trotskistas, células clandestinas cuyos objetivos eran eliminar a los líderes soviéticos, sabotear la economía y realizar actividades de espionaje a favor de Alemania, Japón y Polonia. En el Politburó pocos creían que tales acusaciones fueran verosímiles pero era necesario dar una imagen lo más negativa posible de los inculpados. En realidad, los acusados eran culpables de conspirar contra la hegemonía de Stalin y sus colaboradores, y eso era suficiente para condenarlos. Incluso la sospecha se transformaba frecuentemente en culpa. “Según la fórmula de Stalin, la crítica equivalía a oposición; la oposición, inevitablemente, implicaba conspiración; la conspiración significaba traición. Algebraicamente, por tanto, la más mínima oposición al régimen, o la no notificación de dicha oposición, era parangonable a un acto de terrorismo” (Arch y Naumov, Ibidem, pág. 420).

En un intento desesperado por salvar su vida, Bujarín escribió una carta a su antiguo amigo Koba-Stalin que, en términos realmente patéticos, imploraba por su perdón. En la carta se decían cosas como: “Me arrodillaría, olvidando vergüenza y orgullo, y te suplicaría que no me sometieses al juicio […]. Si se me condena a muerte te ruego de antemano, te lo suplico por lo que más quieras, no ser fusilado. Permíteme ingerir veneno en mi celda […]. No sé qué palabras emplear para suplicarte que me lo concedas como un acto de caridad”. En el colmo de la ingenuidad –o de la desesperación– sugiere a Stalin la posibilidad de, en caso de serle perdonada la vida, ser enviado a Estados Unidos, donde emprendería una guerra a muerte contra Trotski. Como garantía de su futura buena conducta, le ofrece que su mujer se quede como rehén en Rusia hasta que él haya demostrado su fidelidad y eficiencia en el exterior. Como alternativa, le ofrece otro “castigo”: ser deportado a alguno de los campos de internamiento donde podría realizar todo tipo de actividades culturales. “Es decir, estableciéndome allí con mi familia hasta el final de mis días, llevaría a cabo una labor cultural experimental y emprendedora”. No vale la pena seguir citando el texto de un dramatismo sobrecogedor. Seguramente, Stalin, al leer la carta, debió preguntarse cuál sería el comportamiento de un hombre como Bujarín en manos de Himmler o Goebbels. A través de su escrito, Bujarín se confesaba culpable de debilidad, el peor delito imputable a un comunista. Se le trató con la crueldad bolchevique que él mismo tanto había alabado. Fue fusilado junto con los demás implicados en el juicio.

Finalmente, en esta trágica ruleta rusa le tocó el turno a Yezhov. Se necesitaba a alguien que cargase con las culpas de los “excesos” cometidos durante la represión. Su caída significó el fin de las ejecuciones en masa, pero no el del terror, que siguió con altibajos hasta 1939. “Según los archivos del NKVD, 593.326 personas fueron detenidas en 1938

Page 77: Comprender el Stalinismo

por “crímenes contrarrevolucionarios”, frente a las 779.056 personas de 1937. En 1938 se condenó a menos de la mitad de las personas (205.509) a confinamiento en campos de trabajo que en 1937 (429.311). Aunque el número de ejecutados en las “operaciones de masas” de 1938 (328.618) fuera, aproximadamente, similar al correspondiente a 1937 (353.074), muchos de los fusilados en1938 habían sido, sin duda, detenidos el año anterior” (Arch y Naumov, Ibídem, págs. 420-421). Stalin fue descubriendo a lo largo de los años treinta que hacer una revolución contraEl Capital tenía un alto y amargo precio.

El terror se movió también en otras direcciones a las ya comentadas. Significó, a partir de 1935, una severa revisión de la política sobre las nacionalidades seguida hasta aquel momento. Entre 1935 y 1938, al menos nueve nacionalidades integradas en el territorio soviético –polacos, alemanes, finlandeses, estonios, letones, coreanos, chinos, kurdos e iraníes– fueron sometidos a limpieza étnica, es decir, trasladados de forma forzosa de los territorios que ocupaban a otros distintos. Todas estas nacionalidades estaban emplazadas en zonas fronterizas con otros estados con los que tenían lazos históricos o culturales. En muchos casos, la colectivización había potenciado los sentimientos nacionalistas antisoviéticos en estos pueblos. La generosa política sostenida por la URSS hacia todas las nacionalidades hasta los años treinta se fundamentaba en la idea de que esta política constituiría un polo de atracción para los pueblos hermanos situados en los países limítrofes. En algunos lugares fue todo un éxito, como en el caso de los coreanos, cuyo territorio fue un foco de atracción para los miembros de esta etnia que querían huir del brutal gobierno japonés en su patria; y cosas parecidas se podrían decir de Moldavia respecto a Rumanía, pero pronto se vio que esta era una política de doble filo. La preponderancia de población de origen coreano en los territorios fronterizos con los ocupados por los japoneses provocó el deseo de estos últimos de extender la dominación colonial sobre suelo soviético con población coreana. En las fronteras con los demás países europeos la situación fue aún peor ya que las minorías nacionales integradas en la URSS se sentían atraídas por sus compatriotas del otro lado de la frontera, y no al revés. Los pueblos periféricos no rusos habían ofrecido, en general, una mayor resistencia a la colectivización. El peor levantamiento campesino tuvo lugar en la frontera polaco-ucrania, en febrero de 1930, pero el rechazo fue generalizado: entre 1928 y 1932, 50.000 coreanos regresaron a Corea huyendo de la colectivización. Tanto los movimientos espontáneos de población como los masivos alzamientos campesinos multiplicaron las dudas de las autoridades soviéticas sobre la fidelidad política de las poblaciones no rusas situadas en la periferia del país. La consolidación, en muchos estados centroeuropeos, de regímenes autoritarios o semifascistas aconsejaba aislar a las poblaciones autóctonas de toda influencia del exterior. A partir de 1935, empezó en las fronteras occidentales de la URSS una auténtica limpieza étnica. La firma, en 1934, de un pacto de no agresión entre Alemania y Polonia no fue ajeno a la decisión. En 1935-1936, 15.000 familias de origen alemán y polaco fueron desplazadas de Ucrania a Kazajstán. En marzo de 1935, las minorías estonia, letona y finlandesa situadas en las zonas fronterizas alrededor de Leningrado fueron trasladadas a Siberia y a Asia Central. En 1937, alrededor de 171.700 coreanos habían sido deportados a Kazajstán y Uzbequistán. Normalmente, los territorios vacíos eran repoblados con familias de origen ruso. Conviene destacar que, pese a todo, la política de respeto a la identidad cultural se mantuvo. Los coreanos deportados mantuvieron sus propias escuelas y su sistema educativo, sus maestros, así como una editorial que publicaba libros en coreano y un periódico (Martin,The affirmative action…,pág.335), pero estaba claro que el Gran Terror ya no se centraba sólo en los

Page 78: Comprender el Stalinismo

“enemigos de clase” sino que se cebaba también en pueblos enteros. Aproximadamente 800.000 individuos fueron arrestados, deportados o ejecutados durante las limpiezas étnicas ocurridas entre 1935 y 1938, y esta cifra representa alrededor de un tercio del total de las víctimas de todo el período. Los llamados “comunistas nacionales”, es decir, aquellos políticos que intentaban una simbiosis entre los sentimientos nacionalistas y la fidelidad a los principios comunistas, junto con los intelectuales pronacionalistas, se convirtieron en el principal blanco de la represión. El intento de reconciliar el internacionalismo con los sentimientos nacionalistas conducía a la contrarrevolución. Las banderas nacionalistas eran sólo un mecanismo para engañar a las masas y encubrir las intenciones antisocialistas de la burguesía con el camelo basado en la “solidaridad nacional”. En Ucrania fue donde más se insistió en un cambio cultural que tuviese como objetivo básico combatir cualquier tipo de nacionalismo político. La llegada de los nazis al poder disparó todos los miedos. Era un viejo objetivo del imperialismo alemán convertir a Ucrania en una colonia. Hitler, el ideólogo nazi Rosemberg y todos sus colaboradores nunca habían ocultado que ese era uno de sus proyectos esenciales. Progresivamente se reforzó la presencia de la lengua rusa en la vida cultural ucrania. En 1938 se aprobó un decreto por el que se obligaba a estudiar ruso como segunda lengua en todas las escuelas no rusas de la URSS. El ruso era visto como un instrumento imprescindible para mantener una comunicación fraternal entre los distintos pueblos que configuraban el Estado. Se insistió, sin embargo, en que en ningún caso se debía desposeer a las lenguas nativas de su carácter de lengua habitual. El ruso no era lengua vehicular sino sólo una de las materias que estudiar, obligatoriamente, en el currículo escolar. El decreto de marzo de 1938 no significó la vuelta a la rusificación. Su objetivo era el bilingüismo o, aún mejor, el biculturalismo (Martin, ibidem, pág. 459). No hay que olvidar, por último, que había otra faceta en el trasfondo de la cuestión lingüística, el problema militar. Al existir el servicio militar obligatorio, el ejército se encontraba con reclutas que apenas sabían hablar ruso, por lo que era forzoso dejarlos en sus lugares de origen, lo que rompía la unidad del ejército y planteaba problemas organizativos, e incluso políticos, serios. Era imprescindible tener unas fuerzas armadas homogéneas y listas para luchar en cualquier región de la URSS.

Los cambios en las políticas respecto a las nacionalidades no significó el aplastamiento de éstas. Después de 1933, el Estado soviético gastó grandes cantidades de dinero en la potenciación del folclore y las diferencias étnicas entre los pueblos. En octubre de 1938, Stalin afirmó que el pueblo ruso era sólo el primero entre sus iguales, el más revolucionario y soviético de los pueblos de la URSS, aunque en su discurso mezclaba también con las ideas marxistas grandes elogios a las virtudes de los pueblos eslavos, y de los rusos en particular.

Durante los años treinta, el trabajo forzoso adquirió en el país un enorme desarrollo. Al principio fueron deportados a los campos de trabajo los campesinos que se resisitieron a la colectivización, pero, después, se incorporaron a este triste destino las víctimas de las purgas y parte de los pueblos considerados como políticamente peligrosos. El organismo encargado de gestionar este mundo fue la Jefatura de la Administración de Campos –el GULAG–. Las deportaciones a territorios inhóspitos para realizar allí obras públicas o explotaciones mineras afectó a cientos de miles de personas.

Page 79: Comprender el Stalinismo

La inmensa mayoría de los prisioneros no eran intelectuales ni personas de formación académica. En 1938, los presos que tenían educación superior era sólo del 1,1%, mientras que más de la mitad tenía educación primaria y un tercio eran casi analfabetos. El porcentaje de presos políticos oscilaba entre el 12% y el 18%. Muchos presos comunes lo eran por haber robado una barra de pan o unas botellas de vino. Las personas de conviciones comunistas que habían sido deportadas continuaban, en general, fieles a sus principios, firmemente convencidas de que su detención era un error que pronto sería subsanado. Se buscaban entre sí y evitaban el trato con los presos comunes. Anna Larina, la esposa de Bujarín, fue una de las arrestadas que permaneció, al principio, fiel a la revolución.

A comienzos de los años treinta era bastante normal que los prisioneros de buena conducta se quedasen en el campo y acabasen ocupando el cargo de guardianes. “En 1938, más de la mitad de los funcionarios y casi la mitad de los guardias militarizados en Belbaltlag, el campo que regulaba el canal del Báltico, eran prisioneros y antiguos prisioneros” (Applebaum, Gulag...,pág. 274). En ningún campo la crueldad era un requisito; es más, la crueldad deliberada era habitualmente castigada por las autoridades del lugar. Los guardias y funcionarios que eran innecesariamente rigurosos con los prisioneros podían ser castigados, y lo fueron con frecuencia. Los archivos de algunos campos contienen informes de guardias sancionados por golpear sistemáticamente a los presos, por robar sus pertenencias o por abusar sexualmente de las prisioneras (Applebaum, Ibidem, pág. 288). Algunas manifestaciones de brutalidad estaban, a veces, más motivadas por el interés que por el sadismo. Los guardias recibían premios por disparar contra los prisioneros que intentaban escapar, por lo que había guardias que cínicamente alentaban las fugas.

Las mujeres que quedaban embarazadas en los campos, generalmente delincuentes comunes, eran relevadas de los trabajos más duros, recibían mejor alimentación y podían beneficiarse más fácilmente de las amnistías que se concedían, de forma periódica, a mujeres con hijos, lo que explica que algunas de ellas se acostasen de buen grado con sus carceleros. Las mujeres condenadas por crímenes contrarrevolucionarios no solían gozar de ninguna de las ventajas mencionadas. En el Gulag habían casas de maternidad y guarderías para niños. Es fácil constatar las enormes diferencias que había entre los campos de concentración soviéticos y los campos de exterminio nazis con los que con frecuencia se hacen demagógicas comparaciones. En el Gulag, las condiciones de vida y de trabajo eran frecuentemente terribles, y los índices de mortalidad, muy elevados. Pero las condiciones de vida de las personas que estaban viviendo en la URSS durante los años treinta fuera de los campos, como ya sabemos, no eran precisamente idílicas. En un mundo atroz, los campos no podían ser un agradable lugar de vacaciones.

La naturaleza del estalinismo ya ocasionó grandes debates durante estos años. ¿Qué era aquello, una forma primaria de socialismo, una auténtica dictadura del proletariado, una nueva modalidad de explotación del hombre por el hombre, una brutal manifestación de capitalismo de Estado o una resurrección de la barbarie feudal? Fue Trotski, desde su itinerante exilio, el que dio la respuesta más brillante –y en algunos aspectos, no superada– a todas estas preguntas en su obraLa revolución traicionada.

A pesar de los enormes progresos alcanzados gracias a la industrialización acelerada en la URSS, la renta nacional por habitante sigue siendo “sensiblemente inferior a la de los

Page 80: Comprender el Stalinismo

países occidentales; y como las inversiones en la producción absorven casi el 25%-30 %, es decir, una fracción incomparablemente mayor que en ninguna otra parte, el fondo de consumo de las masas populares tiene que ser muy inferior en relación con el de los países capitalistas avanzados” (Trotski, La revolución traicionada, págs. 60-61). Por tanto, la propaganda estalinista que afirma que la URSS ha alcanzado el socialismo es sólo eso, propaganda. Según Trotski, la URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo en la que el desarrollo de las fuerzas productivas es aún insuficiente para dar a la propiedad del Estado un carácter socialista. El desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente el nivel de vida de los trabajadores, ha generado una casta de privilegiados: la burocracia, ajena al socialismo y que convierte el modelo soviético en un socialismo degenerado. Para Trotski la burocracia soviética no constituye la base de un capitalismo de estado “la burocracia no tiene títulos ni acciones [...] El funcionario no puede transmitir a sus herederos su derecho de explotación del Estado. Los privilegios de la burocracia son abusos. Oculta sus privilegios y finge no existir como grupo social. Su apropiación de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho de parasitismo social”. Con respecto a los posibles paralelismos entre estalinismo y fascismo Trotski matiza que “la burocracia soviética se ha elevado por encima de una clase que apenas salía de la miseria y de las tinieblas, y que no tenía tradiciones de mando y de dominio. Mientras que los fascistas, una vez llegados al poder, se alían con la burguesía por los intereses comunes, la amistad, los matrimonios, etc., etc., la burocracia de la URSS asimila las costumbres burguesas sin tener a su lado una burguesía nacional. En este sentido no se puede negar que es algo más que una simple burocracia” (Trotski, ibídem, págs. 218-219). Trotski plantea incluso la posibilidad de que la revolución fracase y acabe conduciendo a una vuelta al capitalismo: “La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo” (Trotski, ibídem, pág. 223). La exaltación de la figura de Stalin tiene también una explicación en los intereses burocráticos. “La divinización cada vez más imprudente de Stalin es, a pesar de lo que tiene de caricaturesco, necesaria para el régimen. La burocracia necesita un árbitro supremo inviolable, primer cónsul a falta de emperador, y eleva sobre sus hombros al hombre que responde mejor a sus pretensiones de dominación” (Trotski, ibídem, pág. 238). Curiosamente, Stalin también se veía en este papel. Se dice que en cierta ocasión comentó: “Quieren un zar, pues se lo daremos”. En resumidas cuentas no habrá socialismo hasta que este sea capaz de sobrepasar a los países capitalistas más desarrollados. Y Trotski advierte, profético: “Quedaremos lejos del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos períodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo período de prosperidad que dure algunas decenas de años […] tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república de los sóviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y fecunda que la de la Comuna de París, pero, al fin y al cabo, una simple experiencia” (Trotski, Ibidem, pág. 251). En el caso de producirse una restauración del capitalismo en la URSS, Trotski fue capaz de prever muchas de las circunstancias que realmente iban a acontecer en la época de Yelsin. “El capitalismo renacido encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general […]. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción.” También habría que resucitar el derecho a la herencia: “Los privilegios que no se pueden

Page 81: Comprender el Stalinismo

legar a los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de propiedad. No basta ser director de trusts, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia en este sector decisivo crearía una nueva clase poseedora” (Trotski, ibídem, págs. 221-222).

En los últimos años de su vida, Trotski intentó crear un nuevo movimiento comunista, pues daba por liquidadas las potencialidades revolucionarias del existente ligado a Moscú. Fundó la IV Internacional, que no pasó de ser una institución simbólica con muy escasa presencia política. Sus objetivos eran: “La preparación del derrocamiento revolucionario de la casta que domina en Moscú es una de las tareas principales de la IV Internacional. No es una tarea fácil o sencilla. Exige heroísmo y sacrificio. Sin embargo, la época de las grandes convulsiones en que acaba de entrar la humanidad descargará golpe tras golpe sobre la oligarquía del Kremlin, destrozará su aparato totalitario, aumentará la confianza en sí mismas de las masas trabajadoras y facilitará así la formación de la sección soviética de la IV Internacional…” (Trotski,El programa de transición…, pág. 96). No es de extrañar que Stalin estuviese obsesionado con suprimir un enemigo tan porfiado como cargado de prestigio.

Su labor más importante fue seguir escribiendo brillantes análisis de la problemática internacional en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y una vez comenzada ésta. Para él la causa del nuevo conflicto era “la rivalidad entre los viejos y ricos imperios coloniales, Gran Bretaña y Francia, y los tardíos explotadores imperialistas, Alemania e Italia”. Advierte sobre el gran protagonismo internacional adquirido por la nueva potencia emergente, los Estados Unidos: “La guerra con Japón sería la lucha por el ‘espacio vital’ en el Pacífico. Una guerra en el Atlántico, aun dirigida contra Alemania, sería una lucha por la herencia de Gran Bretaña. La posible victoria alemana sobre los aliados atormenta a Washington como una pesadilla. Con el continente europeo y los recursos de sus colonias como base, contadas las fábricas de armas y todos los astilleros a su disposición, Alemania (especialmente tras un acuerdo sobre Oriente con Japón) constituiría un peligro mortal para el imperialismo americano. Las actuales batallas británicas que se libran en los campos europeos preparan el combate entre Alemania y América. Francia y Gran Bretaña no son más que posiciones fortificadas del capitalismo americano a este lado del Atlántico” (Trotski, Ibidem, págs. 78-82). Los análisis de Trotski coinciden plenamente, como veremos, con las ambiciones de Hitler y con sus planes de futuro. Parece que esté leyendo sus intenciones.

Trotski no escapó al trágico destino de su generación. Murió asesinado en México por un agente estalinista, en 1940. En el momento de su muerte estaba acabando una biografía de Stalin. Aquí terminaba definitivamente una extraña y extraordinaria historia de vidas paralelas que compartieron con energía y pasión una misma fe en el marxismo y en sus ideales de revolución social.

11

Cumbres borrascosasA partir de 1935, la política europea estuvo muy condicionada por las ambiciones imperialistas de la nueva Alemania. Ya en 1933, ante la cúpula del ejército, Hitler afirmó sin rodeos que su objetivo era la conquista de un nuevo espacio vital en el Este de Europa

Page 82: Comprender el Stalinismo

y la germanización sin contemplaciones del mismo. El proyecto debía realizarse de forma escalonada, primero alcanzando la hegemonía en Centroeuropa para, a continuación, tras la conquista de la Unión Soviética, situarse al frente de un gran imperio europeo en el que Francia, la potencia dominante hasta aquel momento, quedaría reducida a un papel secundario. La URSS aparecía como el mayor enemigo del III Reich. Una guerra contra Rusia tendría como objetivo la destrucción del comunismo, la consolidación definitiva de un gran imperio colonial y la solución definitiva de la “cuestión judía”. Hitler creía que Gran Bretaña acabaría aceptando una gran alianza con Alemania porque las dos grandes potencias periféricas, la URSS y los Estados Unidos, amenazaban desde todos los puntos de vista la posición predominante del Imperio británico en el mundo. A cambio de que el III Reich pudiese reorganizar a su gusto el espacio político europeo, Gran Bretaña seguiría disfrutando de su imperio mundial sin ser molestada por nadie. Era un plan de reparto del mundo en zonas de influencia entre una potencia terrestre como era Alemania y una potencia colonial y marítima como Gran Bretaña. Hitler se atuvo a este guión durante los años siguientes a su toma del poder y sólo introdujo en él los cambios imprescindibles para hacerlo más viable.

En 1935, Alemania denunció la cláusula de carácter militar del tratado de Versalles y reimplantó el servicio militar obligatorio. En busca de aliados que la ayudasen a romper con su relativo aislamiento internacional, el Führer aprovechó la guerra de agresión que Mussolini había iniciado contra Abisinia para prestarle los apoyos que le habían negado riteradamente Francia y Gran Bretaña. Este acercamiento entre los dos dictadores se acabó de consolidar cuando estalló la Guerra Civil española. Ambos acudieron en auxilio de los generales golpistas mientras que Francia se sumía en la indecisión y los conservadores británicos se negaban a ayudar a una república controlada por socialistas, comunistas y anarquistas. Sólo la Unión Soviética socorrió dentro de sus posibilidades –y sus intereses– a la República española. Era evidente que para el gobierno conservador británico Franco era un mal menor, y para Hitler y Mussolini, un futuro aliado aún de incierta utilidad. El eje Berlín-Roma se consolidaba. Hitler consiguió que Italia levantase el veto a una posible anexión de Austria por parte de Alemania. Paralelamente, se negoció el Pacto Antikomintern con Japón. El acercamiento a Italia y Japón debía cumplir una misión sustitutoria en caso de que la alianza con Inglaterra no llegase a buen puerto.

El 11 de marzo de 1938, la Alemania nazi ocupó Austria tras una crisis política en la que los sucesivos dirigentes austríacos se vieron obligados a ceder a los chantajes de Hitler. Gran Bretaña no intervino en defensa de la independencia de Austria y reconoció la anexión de este país por parte del Reich catorce días después de haberse producido. El ejército austríaco juró fidelidad inmediatamente a Hitler. Para el Führer, ahora era evidente que podía contar con la amistad del Duce y que Gran Bretaña estaba dispuesta a colaborar aunque fuera a regañadientes.

Envalentonado, Hitler puso ahora su mirada en la región de los Sudetes, en Checoslovaquia, que tenía una mayoría de población alemana. Hitler exigió su anexión, pero el gobierno checoslovaco se negó a ceder y empezó a preparar su defensa. El ejército checoslovaco era potente y bien armado, pero tenía que defender un país muy dividido por razones étnicas. Eslovaquia, integrada dentro del estado, había desarrollado

Page 83: Comprender el Stalinismo

un pujante movimiento nacionalista-independentista, y las minorías húngara y polaca también se agitaban en abierta oposición a un estado dominado por los checos.

Con el fin de intentar solucionar el problema, se reunieron en la conferencia de Múnich, el 29 de septiembre de 1938, el premier británico, Chamberlain; el jefe del gobierno francés, Daladier; Hitler y Mussolini. No había ningún representante del estado checoslovaco como tampoco había ningún representante africano en la conferencia de Berlín de 1885, donde se decidió el reparto de Africa. Los británicos acabaron cediendo a las presiones alemanas. A los checos se les impuso la entrega a Alemania de la zona de los Sudetes y la obligación de iniciar conversaciones con Polonia y Hungría a fin de satisfacer sus reivindicaciones territoriales. A cambio obtenían el compromiso de las grandes potencias de garantizar la supervivencia de lo que quedase del Estado checo. Se perdía una gran oportunidad de pararle los pies al imperialismo alemán ya que, en aquel momento, el ejército checo estaba mejor equipado que los germanos en carros de guerra y en artillería. En la misma Alemania se urdió un complot para desplazar a Hitler del poder en caso de que se empeñase en iniciar la guerra pero, finalmente, no fue necesario. El gobierno checo decidió ceder a las presiones internacionales. A fines de 1938, el prestigio popular del Führer se hallaba en su cénit. Había conseguido todos los objetivos políticos soñados por los alemanes desde 1919 sin disparar ni un tiro. En el fondo, británicos y franceses tenían sus propios objetivos. Una Alemania fuerte y rearmada en Centroeuropa era la mejor garantía de seguridad para el anticomunismo mundial. Las dos grandes potencias imperialistas estaban dispuestas a aceptar la hegemonía limitada de los alemanes en la Europa Oriental siempre que Alemania mantuviese una posición subalterna y no amenzase sus intereses imperiales. Frente a la Unión Soviética, el dilema era complejo. Ambos países deseaban la desaparición del régimen comunista pero eran conscientes de que una Alemania en posesión de los enormes recursos naturales y humanos de aquel territorio sería una amenaza también para sus respectivos imperios coloniales. Era preferible mantener a Hitler como su peón en la Europa Central sin permitirle ir más allá. Como en otros casos, el Führer supo jugar con sus presuntos aliados ofreciéndoles lo que deseaban para después no cumplir ninguna de sus promesas. La situación de Chamberlain era muy complicada. Sabía que los dominios británicos se oponían a entrar en una guerra en Europa. La economía británica no estaba en condiciones de hacer frente a conflictos simultáneos con Alemania en el viejo continente, con Italia en el Mediterráneo y norte de África, y con Japón en Asia. Poseer un vasto imperio mundial y poder defenderlo eficientemente tenía sus dificultades. De ahí la política de apaciguamiento.

Hitler no tardó en mostrar de nuevo sus fauces. En Eslovaquia, los nacionalistas, presionados por la diplomacia alemana y dirigidos por monseñor Tiso, proclamaron la independencia del país. Los húngaros, siguiendo también consejos de Hitler, invadieron la región de Rutenia, mientras que tropas alemanas ocupaban lo que quedaba de la vieja Checoslovaquia y creaban el protectorado de Bohemia-Moravia. “Tras la ocupación del territorio, una de las primeras órdenes de Hitler fue que el ejército tomara el control de las enormes fábricas de hierro y acero de Ostrava […]. Lo mismo sucedió con los productos acabados sobre todo las armas y la munición: en dos semanas Checoslovaquia fue despojada del armamento suficiente para equipar diez divisiones de la Wehrmacht y en el botín también figuraban más de mil aviones” (Mazower,El imperio…, pág. 355). Checoslovaquia había dejado de existir sin que Francia e Inglaterra hiciesen nada en su defensa pese a las garantías dadas a este respecto hacía sólo unos meses. Para Stalin era

Page 84: Comprender el Stalinismo

evidente que el pacto de Múnich había sellado una alianza anticomunista de la que la URSS iba a ser la víctima principal. Era necesario encontrar la manera de dividir el bloque político recién formado. “Por tanto se puede afirmar que en Múnich se pusieron los cimientos del Pacto de No Agresión germano-soviético, firmado el 23 de agosto de 1939” (Hildebrand,El Tercer Reich, pág. 63). Hay que tener siempre presente que Hitler nunca olvidó cuál era su auténtico objetivo. En 1939, afirmaba contundente: “Todo lo que emprendo está dirigido contra Rusia. Si los que viven en el Oeste son demasiado estúpidos o demasiado ciegos como para no comprender esto, entonces me veré forzado a llegar a un acuerdo con los rusos para vencer a los países del Oeste y, luego, después de su derrota, me volveré con todas mis fuerzas combinadas contra la Unión Soviética” (Citado en KERSHAW,La dictadura nazi..., pág. 207).

Entre finales de 1938 y principios de 1939, el Reich alemán se esforzó en conseguir que Polonia entrase en una alianza orientada a invadir la URSS pero, finalmente, los polacos, quizá más temerosos de los alemanes que de los soviéticos, rechazaron esta posibilidad en marzo de 1939. A partir de este instante, los alemanes empezaron a considerar la posibilidad de someter primero a Polonia y atacar después a los rusos.

Durante todos estos años, los judíos se convirtieron en las víctimas más directas del racismo nazi. En un principio fueron excluidos de la función pública y de las universidades. En 1935 se aprobaron las leyes de Núremberg que los privaba de la nacionalidad alemana y los convertía en extranjeros en su propia patria. Además se prohibían los matrimonios entre judíos y personas de sangre alemana. Hacia 1938, más del 60% de las empresas propiedad de judíos habían cambiado de propietario gracias al llamado proceso de “aranización” de la economía. La situación de los judíos bajo el nazismo se volvía cada vez más penosa. El discurso oficial seguía insistiendo en la identificación de marxismo y judaísmo, siendo el primero la más perversa manifestación de la innata maldad judía. En palabras de Goebbels: “Judíos fueron los que inventaron el marxismo, judíos son los que, desde hace unos decenios, intentan revolucionar con él el mundo […]. Solamente en el cerebro de unos nómadas sin raza, sin pueblo y sin espacio, podía figurarse esta diablura, y sólo gracias a la falta de conciencia de unos diablos de carne y hueso puede pasar el bolchevismo al ataque revolucionario, ya que no es otra cosa que el materialismo brutal, que especula con los instintos más bajos; se sirve en su lucha contra la civilización occidental de los instintos más oscuros del hombre en beneficio de los intereses del judaísmo internacional” (citado en Collotti,La Alemania nazi, pág. 156). Pese a todo esto, Hitler estaba dispuesto en agosto de 1939 a pactar con los demonios bolcheviques para hundir a Polonia con la excusa de poder “liberar” el pasadizo de Dantzig, de mayoría de población alemana. Era una repetición de la maniobra checoslovaca. Para asegurar la viabilidad de esta nueva agresión el Führer buscó el apoyo soviético pensando que, a medio plazo, Francia y Gran Bretaña acabarían aceptando, como siempre, los hechos consumados. La política y la geoestrategia hacen extraños compañeros de cama. Stalin no se engañaba respecto a los objetivos finales de Hitler. Sabía que él y la URSS eran las víctimas que degollar pero le era muy necesario ganar tiempo. La reorganización y modernización acelerada del ejército soviético no estaba aún concluida, como tampoco se habían cerrado todas las heridas producidas por las grandes purgas. En abril de 1939, Stalin sugirió la creación de un pacto entre Gran Bretaña, Francia y la URSS que incluiría un acuerdo militat y que garantizaría la independencia de todos los estados fronterizos con la Unión Soviética, del Báltico al Mar Negro. Era un plan que quizá hubiera disuadido a

Page 85: Comprender el Stalinismo

Hitler de atacar pero las conversaciones no llegaron a nada debido a los recelos británicos. Para la URSS, un posible pacto con Alemania, dadas las circunstancias, podía tener también sus ventajas, pues empujaría temporalmente los ejércitos nazis hacia Occidente y, con suerte, ese enfrentamiento podía ser duradero como lo fue en 1914-1918. Además de tiempo, gracias a ese acuerdo, Stalin ganaba espacio. El pacto de no agresión germanosoviético, conocido con el nombre de Ribbentrop-Molotov (por el nombre de los ministros de asuntos exteriores), reconocía como zona de influencia soviética Estonia, Letonia, Finlandia, Besarabia y los territorios polacos integrados en el Estado ruso antes de 1914 y que tenían una población mayoritariamente ucrania y bielorrusa. A cambio, Stalin se desentendía de la suerte que pudiera correr el resto de Polonia y Lituania. Este reparto territorial se estableció en unos protocolos secretos que sólo se conocieron más tarde. Hitler conseguía evitar, a través de este pacto, una guerra en dos frentes, que era una de sus peores pesadillas. No habría guerra en el Este…, de momento. Stalin, como antes Chamberlain y Daladier, creía estar jugando con la ambición del líder nazi, pero pronto se vería que era este último el mejor discípulo de Maquiavelo. La ingenuidad siempre caía del lado de sus adversarios. Una vez instalado el decorado podía dar comienzo la función. El 1 de septiembre de 1939 empezó la invasión de Polonia. Al adentrarse en territorio polaco, las tropas alemanas daban comienzo, sin saberlo, a la Segunda Guerra Mundial.

Tras el inicio del conflicto en Polonia, Francia y Gran Bretaña realizaron una retórica declaración de guerra, pero no atacaron a los alemanes a pesar de su manifiesta superioridad militar. Los polacos se quedaron solos en su lucha desigual contra la Wehrmacht. Esta actitud de británicos y franceses acabó de convencer a Stalin de que estaban especulando con la posibilidad de que la próxima agredida fuese la Unión Soviética. Era claro que no se podía confiar en ellos para pararle los pies a Hitler. Por otro lado, la rapidez en la ocupación del territorio polaco sorprendió a los soviéticos. El 16 de septiembre de 1939 informaron a las autoridades de Varsovia de que, tras la práctica desaparición del Estado polaco, la URSS tomaba bajo su protección a las poblaciones ucranias y bielorrusas del este de Polonia. De los 13 millones de habitantes que poblaban estos territorios 5,2 millones hablaban polaco; 4,5 millones, ucranio; 1,1 millones, bielorruso; además de vivir allí 1,1 millones de judíos y otras minorías. Ni que decir tiene que todos los grandes terratenientes, en su mayoría de origen polaco, fueron expropiados de inmediato y las industrias y los bancos nacionalizados (Castellan,Histoire de…, págs, 416-417).

La situación de los judíos en Polonia antes de la guerra era sólo un poco mejor que en Alemania. En 1931, el 56% de los médicos, el 33,5% de los abogados y el 24,1% de los farmacéuticos eran judíos, siendo esta etnia el 8,6% del total de la población. Durante los años treinta la situación de los judíos empeoró dramáticamente. Hubo pogromos ocasionales en 1931 y 1937, y hacia finales de la década se produjo un boicot sistemático a los negocios de los judíos impulsado por la prensa cristiana de extrema derecha, que publicaba en sus páginas los nombres de los no judíos que compraban en las tiendas de éstos. El boicot y otras medidas discriminatorias significaron la ruina para muchos judíos que cayeron en la pobreza más extrema. Sólo el apoyo económico llegado de los Estados Unidos les permitió sobrevivir. Como puede suponerse fácilmente los nazis sólo se aplicaron a continuar de forma aún más salvaje este tipo de políticas (Crampton, Eastern Europe…, págs. 174-176). En el otoño de 1940, Varsovia fue dividida en tres distritos: el

Page 86: Comprender el Stalinismo

del centro fue atribido a los alemanes y en los otros dos se concentraban por un lado los polacos y, por el otro, en el gueto, los judíos. En marzo de 1941, el gueto ya alcanzaba los 460.000 habitantes, lo que hacía la superpoblación insoportable. La muerte por inanición o frío durante el invierno de 1941-1942 fueron muy numerosas y la vida se convirtió en un infierno. Pero los polacos no judíos sufrieron también toda clase de violencias y humillaciones. Se les prohibió utilizar las playas públicas, las piscinas y los jardines. Se cerraron las universidades y sus bibliotecas y colecciones de arte fueron saqueadas y sus contenidos enviados a Alemania (¿acaso no estaban los museos franceses y británicos llenos de obras de arte robadas a sus colonias?). En algunas ciudades se marcaba a los polacos haciéndoles llevar una letra P de color violeta, y se advertía a los alemanes de que no confraternizasen con ellos porque no había polacos decentes. Se les concedían raciones alimenticias muy inferiores a las de los alemanes. La economía polaca fue también sistemáticamente saqueada por los intereses alemanes. Los polacos se vieron obligados a utilizar la parte trasera de los transportes públicos y quedaban así segregados de los espacios que ocupaban los alemanes, como se hacía con los negros en Estados Unidos. Los alemanes se sentían como los británicos o los franceses en sus colonias africanas. El cardenal Hlond escribía que a las mujeres polacas no se les permitía resistir a la violencia de los alemanes ni recurrir al aborto, comentario curioso viniendo de un cardenal. La Iglesia católica polaca esperaba algún tipo de ayuda del papa Pío XII, pero ésta no llegó. Pacelli no quería en ningún caso oponerse a Hitler, y decidió cerrar los ojos ante el intento de aniquilación de la nación polaca. Los alemanes querían destruir por completo la clase dirigente del país. Las élites intelectuales y políticas fueron un blanco prioritario de la represión nazi. La próxima ocupación por parte de los soviéticos de los países bálticos aterrorizó a la minoría alemana alli residente, que pidió ser trasladada a otros lugares. El gobierno comunista no puso ninguna objeción. Centenares de miles de polacos fueron expulsados de sus hogares en la Polonia Occidental para reasentar allí a miles de alemanes bálticos como colonos. Perdieron sus casas y casi todos sus bienes.

En la parte ocupada por los soviéticos, la política seguida fue relativamente distinta. Aunque se pretendía también aplastar al nacionalismo polaco el fin último era la revolución social. Las distinciones étnicas no importaban y esa fue la razón por la que muchos judíos polacos de izquierdas recibieron con entusiasmo al ejército rojo. Los soviéticos intentaron ganarse el apoyo de los campesinos ucranios y bielorrusos realizando una reforma agraria orientada a acabar con el “fascismo polaco”. El objetivo primordial de la represión era la burguesía polaca, es decir, todos aquellos sectores sociales acomodados marcadamente anticomunistas que podían suponer una quinta columna en los territorios recién ocupados. La célebre matanza de Katyn ilustra bien esta actitud. Los oficiales del ejército polaco capturados tras la guerra de 1939 fueron internados en campos de prisioneros. “El contingente de oficiales polacos capturados era muy heterogéneo; había periodistas recién movilizados, académicos, artistas, médicos, jueces, sacerdotes, profesionales liberales e intelectuales, así como militares de carrera” (Rayfeld,ob. cit.,pág. 427). Pocos obreros y campesinos, como puede verse. Tras hacer una selección de tipo político, Beria, el nuevo jefe del NKVD, llegó a esta conclusión: “Son todos ellos enemigos recalcitrantes del poder soviético, saturados de odio por el sistema soviético […], la única razón por la que esperan ser puestos en libertad es para empuñar las armas y luchar con uñas y dientes contra el poder soviético” (Rayfeld, Ibidem, pág. 429). Alrededor de unos 22.000 polacos fueron ejecutados por los agentes del NKVD, y miles de anticomunistas fueron deportados a la Unión Soviética. Los cuerpos de los

Page 87: Comprender el Stalinismo

asesinados en Katyn fueron exhumados por los nazis -que habían sembrado el país de fosas comunes como aquellas-, en 1943, y utilizados propagandísticamente por los nazis en un intento de romper la alianza entre la URSS y los aliados occidentales. Stalin decidió negar los hechos, en un primer momento para salvaguardar la alianza militar mencionada y, después de la guerra, porque se había propuesto restablecer un Estado polaco independiente de inspiración comunista, y la matanza de Katyn no era una buena carta de presentación.

En 1940 se produjo la ocupación de los países bálticos por parte de los soviéticos, que supuso también la rápida supresión de la propiedad privada y la imposición, más o menos estricta, del modelo económico comunista. La represión política más intensa tuvo lugar en junio de 1941, poco antes de iniciarse el ataque alemán contra la Unión Soviética. Miles de personas fueron consideradas políticamente inseguras y deportadas fuera de sus respectivos países. La minoría judía era numerosa en el Báltico, especialmente en Lituania. Vilnius era un centro tradicional de la culturayiddish. El nacionalismo lituano era muy antisemita –en la línea de la tradición católica polaca– y, en 1940-1941, los lituanos consideraron a los judíos como aliados de los soviéticos en la ocupación del país, por lo que les pareció lógico buscar el apoyo alemán para luchar contra los “judíos comunistas”. Los judíos acogieron, en general, con satisfacción a los soviéticos, porque temían mucho más a los nazis o a cualquier gobierno nacional de extrema derecha directamente vinculado a ellos. Se calcula que en la década de los treinta alrededor de la mitad de los militantes del Partido Comunista Lituano eran judíos. Los gobiernos antisemitas anteriores a la ocupación los habían excluído de la administración del Estado. Los soviéticos levantaron estas prohibiciones y muchos judíos se incorporaron a los cargos públicos lo que ayudó a identificar en el imaginario popular a judíos y comunistas. El apoyo de muchos obreros y campesinos pobres al nuevo gobierno atizaba aún más el odio de las clases medias contra él, que, además, las convirtió en el objetivo preferente de las deportaciones. Aunque las condiciones en las que se realizaron estas últimas fueron con frecuencia calamitosas, no hubo “genocidio lituano”, porque la mayoría de los deportados sobrevivieron. Algunos líderes de la resistencia nacionalista antisoviética habían buscado refugio en Berlín. En sus proclamas políticas declaraban tener como objetivo limpiar Lituania de rusos y judíos. Estas afirmaciones, pocas semanas antes del ataque alemán contra la URSS, en 1941, tenían un carácter de profecía trágica (Lieven,The baltic Revolution…, pág. 151).

Con respecto a Finlandia, los rusos deseaban asegurar la defensa de Leningrado y, para ello, ocupar los territorios finlandeses adyacentes. Los soviéticos ofrecían a los finlandeses territorios de titularidad rusa cuya extensión física duplicaba los por ellos solicitados. No hubo acuerdo y, a finales de noviembre de 1939, empezó la guerra ruso-finlandesa. Al principio, la guerra fue mal para los atacantes, lo que dio una imagen de debilidad que envalentonó a los generales alemanes que sabían que más pronto que tarde tendrían que enfrentarse con aquellas tropas. Finalmente, una gran ofensiva en febrero de 1940 forzó al gobierno finlandés a aceptar las condiciones de paz del enemigo y a efectuar el canje de territorios.

En mayo de 1940, la guerra mundial dio un giro inesperado. El ejército alemán consiguió derrotar en pocas semanas a dos de los ejércitos más poderosos del mundo, el británico y el francés, y ocupar totalmente el país galo, la metrópoli de uno de los imperios coloniales

Page 88: Comprender el Stalinismo

mayores del mundo. El ejército alemán se consolidaba como el más eficaz del planeta mientras sus generales y sus soldados iban acumulando una experiencia bélica que podría serles de gran utilidad en el futuro. Stalin quedó estupefacto y chasqueado. Su esperanza de una larga guerra de desgaste en el Occidente europeo se había esfumado. Hitler había ganado otra vez la partida y ahora confiaba en que Gran Bretaña, privada de su aliado tradicional, capitularía y aceptaría una alianza con el Reich para consolidar la dominación del mundo entre ambas potencias. Pero los conservadores británicos, liderados ahora por Winston Churchill, prefirieron apostar como nueva pareja de baile por los Estados Unidos. Una alianza con Hitler sería a la larga el abrazo del oso. Churchill estaba convencido de que Inglaterra se convertiría en un Estado vasallo del Imperio alemán. Por su parte, Hitler tampoco deseaba la desintegración del imperio británico: “Esto no beneficiaría gran cosa a Alemania. Se derramaría sangre alemana para conseguir algo que sólo beneficiaría a Japón, a Estados Unidos y a otros” (citado en Kershaw,Hitler, 1936-1945, pág. 304). Por este motivo los nazis decidieron no apretarles demasiado las tuercas a los ingleses. La situación del Imperio británico era, no obstante, desesperada, porque los norteamericanos condicionaban su ayuda económica a un cambio de actitud de Londres respecto a la gestión económica de su imperio en la posguerra, poniendo fin a la política proteccionista y aceptando el principio de “puertas abiertas” a las exportaciones estadounidenses. La apertura era inevitable porque el declive económico inglés era evidente desde hacía tiempo. Su envejecida industria ya no podía competir con el gigante americano y ,en muchos aspectos, colonias, dominios y protectorados miraban ya más hacia Washington que hacia Londres.

Para Stalin, ahora, la posibilidad de la guerra en dos frentes era tan angustiosamente real como para Hitler. Los japoneses se habían consolidado a lo largo del siglo XX como una gran potencia imperialista en Asia y amenazaban las fronteras de Siberia Oriental. Tras el conflicto de 1904-1905, los japoneses dominaban Taiwan y Corea. Durante la Primera Guerra Mundial extendieron su influencia sobre el norte de China, en Manchuria. La crisis económica convenció al militarismo japonés de que a ellos también les era indispensable un espacio vital del que carecían. Su industria no poseía las materias primas y la energía necesarias para seguir funcionando con seguridad. Manchuria era el primer gran objetivo. Para ellos significaba lo que California para los estadounidenses noventa años antes (Rees,El holocausto…, pág. 30). En China, la revolución de 1911 había instaurado una república. El principal partido occidentalizante, el Kuomintang, pronto acabó siendo un títere de los generales chinos. El partido comunista colaboraba con el Kuomintang, atraído por su programa anticolonialista y modernizador. Su líder, el general Chiang Kai Chek, que siempre respetó los intereses occidentales en China, consiguió, finalmente, poner bajo su autoridad los distintos territorios del país que los señores de la guerra habían gobernado durante años a su antojo. En abril de 1927, Chiang se volvió contra sus aliados comunistas y los masacró sin contemplaciones. El desastre fue un motivo más de enfrentamiento entre el tandem Stalin-Bujarín y Trotski y otros sectores de la izquierda del partido que siempre habían creído que la débil burguesía china y sus generales no eran de fiar. Los comunistas tuvieron que sobrevivir en la clandestinidad. En 1937, los japoneses decidieron atacar China y lo hicieron con una brutalidad inusual, dominados por una nueva concepción racista de la guerra: los chinos eran seres infrahumanos, despreciables, y había que tratarlos como animales. La peor experiencia de esta campaña se vivió en Nanking, en diciembre de 1937. En esta ciudad la población civil sufrió todo tipo de violencias y excesos. Como siempre, las cifras de la masacre varían según vengan de

Page 89: Comprender el Stalinismo

fuentes chinas o japonesas. Según las primeras, los muertos ascendieron a centenares de miles; según los japoneses, a unas pocas decenas de miles. La violencia sexual tuvo un protagonismo atroz. Se contaban historias que hablaban de violaciones de jóvenes y de ancianas seguidas del asesinato de las víctimas. En el norte del país, en Sanko, la “pacificación” pasaba por otro discurso bien conocido: en aquellas provincias todo el mundo era comunista, por lo que había que matarlos a todos en nombre del emperador. El mensaje “matad a todos los comunistas” recuerda claramente el discurso nazi durante la ocupación de la URSS a partir de 1941. El programa de actuación era sencillo: “Cuando entras en un pueblo, primero robas los objetos de valor. A continuación matas a la gente y, luego, le prendes fuego al pueblo y lo arrasas…” (Rees, ibídem, pág. 50). Los soldados no tenían sentimiento de culpa porque estaban luchando en nombre del emperador, que era un dios, y en su nombre se podía hacer cualquier cosa. Los chinos y los coreanos eran como los deshechos o la porquería. No merecían ningún respeto.

Japón carecía de los recursos naturales necesarios para su industria, y de petróleo. La dependencia del exterior era una espada de Damocles que pendía sobre la cabeza de sus ambiciones imperialistas. Su expansión por Asia tenía que chocar, inevitablemente, con los intereses de los colonialistas europeos, británicos, franceses, holandeses y, también, con los norteamericanos. Los gobiernos de estos países no consideraban a Japón un problema importante. Antes de Pearl Harbour, para muchos americanos los japoneses era un pueblo semiatrasado y bárbaro. Los ingleses iban más lejos al considerarse por encima de cualquier otro pueblo del planeta. Los “monos” japoneses no podían ser un peligro.

A Stalin le preocupaba toda esta situación. Decidió ordenar a los comunistas chinos reiniciar un política de colaboración con Chiang Kai Chek con vistas a hacer un frente común contra los japoneses y, en agosto de 1937, firmó con éste último un pacto de no agresión. A partir del verano de 1938, estallaron violentos enfrentamientos entre tropas rusas y japonesas en Siberia Oriental y en Mongolia. Las tropas soviéticas acabaron imponiéndose y, finalmente, se llegó a una tregua en septiembre de 1939. Afortunadamente para los soviéticos, la ocupación de Holanda y Francia por parte de Alemania, en 1940, orientó las ambiciones imperialistas japonesas en otra dirección. Las Indias Orientales (Indonesia) o Indochina parecían ahora presas fáciles, y los británicos estaban atrapados en el conflicto militar europeo y norteafricano. Era el momento de actuar. En marzo de 1941, el ministro de asuntos exteriores japonés llegó a Moscú para firmar un tratado por el que ambas partes se comprometían a no atacarse. Ahora Japón podía poner con tranquilidad rumbo al sur. Stalin los vio partir aliviado.

12

Más vale morir de pie que vivir de rodillasTras la caída de Francia y la negativa de Gran Bretaña a cerrar un pacto de colaboración con los intereses imperiales de Alemania, Hitler tenía que asumir un último y decisivo riesgo: la invasión de la Unión Soviética. Allí estaban los recursos naturales y humanos necesarios para hacer del Reich una potencia indestructible. La guerra contra la URSS, la operación Barbarroja, se preparó durante meses y se decidió, tras algunos titubeos y dilaciones, ponerla en marcha el 21 de junio de 1941. Mucho se ha escrito sobre la torpeza de Stalin y su incapacidad para prever el ataque. El líder soviético estaba

Page 90: Comprender el Stalinismo

convencido de que todos los avisos que le llegaban sobre una próxima agresión eran maniobras de los británicos, que estaban deseosos de que estallara la guerra entre la URSS y Alemania. El enfrentamiento entre ambas potencias era el sueño dorado de Churchill, ya que liberaría a su país de buena parte de la presión militar que sufría en Europa. Stalin interpretó todas las advertencias sobre un próximo ataque como una maniobra de intoxicación y desinformación de los servicios secretos británicos. Le habían anunciado el ataque para el 14 de mayo, luego para el 15, el 20 y, después, para el 15 de junio. Cuando, finalmente, el lobo llegó de verdad, consiguió cogerlo desprevenido. Hitler seguía jugando sus cartas con habilidad y astucia. Los alemanes sabían que su futuro enemigo se había rearmado considerablemente y que disponía de unos recursos humanos extraordinarios, pero el ejército alemán había acumulado una gran experiencia militar en los últimos dos años y era, en aquel momento, sin duda, el mejor ejército del mundo. Retrasar la agresión sería una imprudencia. Hitler era consciente del peligro que corría. Si aquella guerra iba mal, todo estaba perdido.

La huida a Gran Bretaña de Rudolf Hess, el segundo de Hitler dentro del partido, en un intento desesperado de llegar a un acuerdo con los británicos, y su rápido fracaso convenció a Stalin de que era improbable que los alemanes se arriesgaran a atacar la URSS teniendo que actuar a la vez en dos frentes. Stalin estaba convencido de que la aventura de Hess tenía la complicidad de Hitler. De todas maneras, el líder soviético también contemplaba la posibilidad de que el acuerdo angloalemán llegase a buen puerto in extremis, por lo que trasladó nuevos cuerpos de ejército a las fronteras con Alemania, que incluían divisiones de tanques que podían convertirse fácilmente en una fuerza de ataque si, finalmente, se acordaba una paz por separado entre Inglaterra y los nazis. Hitler estaba convencido de que la alianza de Gran Bretaña con los Estados Unidos y la posible colaboración con la URSS era un tremendo error. Por muy diferentes motivos, ambos países eran contrarios a la supervivencia del Imperio británico y querían verlo desaparecer –los años de la inmediata posguerra demostraron que no se equivocaba–. La única opción de supervivencia era la colaboración con una potencia que tenía como objetivo la creación de otro gran imperio colonial inspirado en el británico con el que compartir la hegemonía mundial. Una parte de la clase dirigente inglesa siempre ha pensado que la alianza con Estados Unidos y la URSS fue un error de Churchill.

El conflicto que iba a iniciarse tenía un carácter singular. El Führer había advertido a los altos mandos del ejército: “El comunista no es en ningún momento un camarada. Se trata de una guerra de exterminio. Si no la considerásemos así, podemos derrotar al enemigo pero en un plazo de treinta años nos volveremos a tener que enfrentar al enemigo comunista […]. Los comisarios y la gente del GPU son criminales y deben ser tratados como tales” (citado en Burleigh,El Tercer Reich..., pág.. 557). La llamada orden de los comisarios de 6 de junio de 1941 establecía que los funcionarios del partido comunista, civiles y militares, fuesen identificados y ejecutados de inmediato. El general Hoth, en noviembre de 1941, ordenaba a sus subordinados: “Cualquier indicio de resistencia activa o pasiva o cualquier tipo de maquinaciones por parte de agitadores judío-bolcheviques debe ser aplastado inmediata e implacablemente […]. Estos círculos son los apoyos intelectuales del bolchevismo, los que sostienen su organización asesina, los ayudantes de los guerrilleros” (Burleigh, Ibidem, pág. 561). Se calcula que entre 140.000 y 580.000 comisarios fueron ejecutados durante el conflicto. El antisemitismo iba siempre estrechamente asociado al anticomunismo, y este tipo de psicología impregnaba

Page 91: Comprender el Stalinismo

intensamente la mentalidad de los soldados y oficiales alemanes, Un soldado escribía en una carta personal: “Sólo un judío puede ser un bolchevique, para este chupasangre no puede haber nada mejor que ser un bolchevique”. La violencia que se desató contra toda la población no se puede comparar siquiera con la infame brutalidad perpetrada en Polonia. El plan nazi para Europa del Este incluía el exterminio de treinta millones de personas para crear espacios vacíos destinados a la colonización alemana posterior y la esclavitud del resto de la población, lossubhombreseslavos, que serían privados de toda dignidad y convertidos en mano de obra en benefico de los alemanes. El hambre debía convertirse en la mejor máquina de matar. El 2 de mayo de 1941 se establecía que la Wehrmacht fuese alimentada a expensas de la población rusa aunque la consecuencia lógica de esta decisión fuese que decenas de millones de personas muriesen de inanición. Los territorios conquistados serían explotados económicamente siguiendo métodos coloniales. Göring predijo “la muerte en masa más grande de Europa desde la Guerra de los Treinta Años” (Mazower, ob. cit., pág. 206). Otro dirigente nazi afirmaba: “El ruso ha resistido la pobreza, el hambre y la austeridad durante siglos. Su estómago es flexible, por tanto, ¡nada de falsa piedad!” (Mazower, Ibidem, pág. 206). Este era un programa para una guerra colonial que recordaba los métodos de Stanley y Leopold en el Congo. Los alemanes eran una raza de señores y todos los demás tenían el deber de estar a supervicio. El Reichskommisar para Ucrania, Erich Koch, se refería a los ucranios llamándoles “negros” y repetía una y otra vez que los alemanes se estaban comportando como los británicos en sus colonias. Ya había dicho Hitler años atrás que Rusia tenía que ser la India del Imperio alemán. Para el Führer, el modelo de dominio y explotación continuaba siendo el imperio inglés. “El gobierno británico de la India en particular era una muestra de lo que Alemania podía hacer en Rusia” (Kershaw,Hitler, 1936-1945, pág. 395). En opinión de Hitler: “Enseñar a leer a los rusos, a los ucranios y a los kirguizios terminaría por volverse contra nosotros. La educación daría a los más inteligentes de ellos la ocasión de conocer la Historia, de adquirir un sentido histórico”.

Los primeros meses de la guerra fueron desastrosos para el Ejército Rojo. El avance alemán fue espectacular y pronto se colocaron en las cercanías de Leningrado y Moscú. Se ha dicho que las purgas de 1937 resultaron nefastas para la solidez de la defensa soviética pero nadie ha explicado por qué los ejércitos francobritánicos claudicaron tan rápidamente ante la Wehrmacht en mayo de 1940 sin haber sufrido previamente este tipo de estragos. La nueva generación de oficiales soviéticos supo estar, en general, a la altura de las circunstancias tras los desastres iniciales y, finalmente, fue capaz de frenar el avance del mejor ejército del mundo. Este fue un éxito no despreciable teniendo en cuenta la bisoñez de una tropa que se enfrentaba a una milicia muy bien armada, muy bien dirigida y con una experiencia bélica considerable. Lo realmente extraordinario de esta historia es que los soviéticos fueran capaces de pararle los pies a la máquina de guerra alemana el otoño de 1941. El 3 de julio, Stalin se dirigió a su pueblo en una alocución radiada y les explicó con crudeza la situación: “El enemigo es cruel e implacable. Se propone apoderarse de nuestra tierras regadas por el sudor de nuestras frentes, apoderarse de nuestro trigo y nuestro petróleo, producidos por nuestras manos. Se propone restaurar el gobierno de los terratenientes, restaurar el zarismo, germanizar [a los pueblos de la Union Soviética], convertirlos en esclavos de los príncipes y los barones alemanes” (citado en Deutscher,Stalin…, págs. 423-424). El lenguaje era un poco anacrónico, pues retrotraía a los años de la guerra civil pero era, por eso, más fácilmente comprensible para los que lo escuchaban.

Page 92: Comprender el Stalinismo

El trato que los nazis dieron a los soldados soviéticos desde el principio del conflicto ilustra las intenciones de los agresores. Los enormes avances conseguidos durante las primeras semanas de guerra pusieron en manos de los alemanes a varios millones de soldados rusos, a quienes se abandonó a su suerte. Matar de hambre deliberadamente a la población enemiga, incluidos los prisioneros de guerra, era algo ya previsto en el plan de la invasión. Las raciones alimenticias que recibían las tropas capturadas eran muy inferiores al mínimo vital necesario para poder sobrevivir. Estas decisiones tuvieron un claro componente racista porque los prisioneros británicos o estadounidenses recibieron durante la guerra un trato casi decente. Entre 1941 y 1945, los alemanes y sus aliados capturaron unos 5.700.000 soldados soviéticos, de los que 3.300.000 murieron en cautividad (el 57,5%). Sin embargo, de los 232.000 soldados ingleses o norteamericanos capturados por los alemanes, sólo murieron 8.348 (el 3,5% del total). En los campos de prisioneros, las condiciones de vida eran infames. La infraestructura solía ser un vallado de terreno al aire libre donde intentaban sobrevivir al frío acurrucados los unos contra los otros. Los parásitos, el tifus y otras enfermedades tenían fácil su labor de exterminio. A los que conseguían llegar a otros campos de concentración como Buchenwald, Dachau, Mauthhausen y Auschwitz se les ejecutaba con un tiro en la nuca o se les gaseaba, como se acabó haciendo masivamente con los judíos. En Auschwitz, se les mataba con una inyección de fenol en el corazón.

La población civil no mereció mejor trato que los soldados. Las tropas alemanas tenían órdenes de vivir sobre el terreno a base de saquear a los nativos, como se hacía en las guerras de la Europa mediaval. Los soldados robaban en los pueblos ocupados toda clase de bienes, alimentos, ganado, carros, bufandas, toallas, botas, abrigos, pantalones… La tropa estaba exenta de cualquier tipo de sanción por las atrocidades cometidas a placer contra los rusos. Era una guerra al estilo de las de Gengis Khan. Cualquier rasgo de humanidad había desaparecido. Todos estos males se vieron agravados por la política de “tierra quemada” practicada por Stalin: todo lo que no pudiera ser evacuado hacia territorio dominado por los soviéticos debía ser destruido para privar a los alemanes del uso de esos recursos. Los nazis querían desindustrializar la Unión Soviética y devolver al país el carácter rural que había tenido hasta finales de la década de los veinte. La producción cerealística del territorio se destinaría a alimentar a la población alemana, lo que significaría que millones de personas del norte de Rusia, especialmente la población urbana, incluidas Leningrado y Moscú, debían quedar privadas del trigo ucranio y condenadas a morir de hambre. El cerco de Leningrado y los controles levantados alrededor de Minks y de Kiev fueron concebidos para hacer pasar hambre a la población y obligar a sus habitantes a volver al cultivo de la tierra. Una ciudad como Kharkov, de un millón de habitantes antes de la guerra, cayó hasta 250.000 habitantes en menos de dos años (Mazower, ob. cit., pág. 380). En el espantoso cerco de Leningrado murieron como consecuencia del hambre y del frío alrededor de un millón de personas. El saqueo de los koljoses y su desorganización a causa del conflicto hizo que los excedentes de grano robados por los alemanes fueran menores de los esperados. Muchos campesinos quedaron totalmente decepcionados cuando vieron que los alemanes no disolvían los colectivos pero fue aún peor cuando se enfrentaron a unas exacciones que superaban las de los años 1931-1933. Para los invasores, el koljós simplificaba su política de saqueo. Estaban convencidos de que iban a ganar la guerra y no tenían ningún interés en comprar la amistad de la población autóctona. Para reducir el consumo era necesario reducir las

Page 93: Comprender el Stalinismo

bocas que alimentar, y en Polonia aún había 3,5 millones de judíos vivos. La crisis alimentaria aceleró la puesta en marcha de la Solución Final.

Finalmente, el ejército soviético no se hundió. A finales de 1941, la resistencia militar y la llegada del invierno paralizaron la ofensiva alemana. Era el primer fracaso de Hitler a lo largo de su carrera, pero no todo estaba perdido. Las tropas alemanas ocupaban buena parte del espacio soviético. La URSS había sido privada de una parte importante de sus recursos económicos y humanos. El Führer estaba convencido de que en la primavera-verano de 1942 se podría rematar –nunca mejor empleada la expresión– el trabajo iniciado el año anterior. El 7 de diciembre de 1941 el ataque japonés a Pearl Harbour amplió el conflicto, que se convirtió en verdaderamente mundial. Los Estados Unidos entraron en guerra contra las potencias del Eje, y la URSS consiguió un nuevo aliado cuyas ayudas materiales en cuestión de armamento y productos alimenticios no fueron desdeñables. Las condiciones de vida en las zonas no ocupadas no fueron precisamente fáciles ya que todo se sacrificó al esfuerzo de guerra. La deslocalización industrial realizada durante los años treinta daba ahora sus frutos al quedar una parte importante de las instalaciones al abrigo de la ocupación alemana.

En su labor genocida, las tropas nazis tuvieron muchos cómplices, algunos de ellos reclutados entre la población soviética. Las diferentes minorías nacionales integradas en la URSS fueron más proclives a la colaboración que los ciudadanos rusos. Algunos nacionalistas creyeron que era una situación propicia para luchar por su independencia aunque pronto comprendieron que no era su libertad lo que deseaban conseguir los alemanes. En las repúblicas bálticas, la invasión nazi se acompañó de revueltas antisoviéticas, especialmente en Lituania, pero los gobiernos provisionales constituídos por los nacionalistas fueron rápidamente suprimidos por los invasores. De momento, no obstante, los alemanes les ocultaron sus planes a medio plazo, que consistían en deportar a la población nativa y sustituirla por colonos de sangre germánica. El objetivo final era la germanización total de los tres estados bálticos. En Letonia y Estonia se formaron unidades paramilitares vinculadas a las SS, que cometieron toda clase de atrocidades contra los judíos, los rusos, los polacos y los bielorrusos. Hacia 1943, la guerra se había vuelto un conflicto múltiple en el que las tropas alemanas y lituanas se enfrentaban a las milicias polacas y a los guerrilleros soviéticos. Desde los primeros días de la invasión, los judíos fueron el blanco favorito del odio de las milicias armadas lituanas. Sólo en Kaunas, en los primeros días de la ocupación, más de 2.000 judíos fueron asesinados. El antisemitismo seguía tan vivo como siempre. Los judíos supervivientes fueron recluidos primero en guetos, pero, más tarde, se decidió ejecutarlos con la colaboración de las autoridades locales lituanas y sus milicias (Lieven, ob. cit., págs. 152-153).

En Ucrania la situación fue mucho peor. Se convirtió en uno de los campos de batalla principales de la guerra. “Fueron destruidos unos setecientos pueblos y ciudades y veintiocho mil aldeas y perecieron casi siete millones de personas, incluidos prácticamente todos los judíos” (Burleigh, ob. cit., pág. 573). Lo que no es obstáculo para que algunos nacionalistas ucranios actuales recuerden como presunto genocidio la hambruna de 1931-1933, pero no la época de la dominación alemana. Durante la ocupación nazi estos nacionalistas sufrieron las mismas decepciones que sus congéneres bálticos: el Estado ucranio por ellos proclamado duró una semana. Extensos territorios de la Ucrania meridional se cedieron a Rumania, que los rebautizó como Transnitria. Muchos

Page 94: Comprender el Stalinismo

nacionalistas pasaron a la clandestinidad con la denominación Ejército Insurgente Ucraniano (EPA), que se dedicó a desarrollar una compleja guerra multilateral contra los alemanes, los guerrilleros soviéticos y el clandestino Ejército del Interior Polaco. La ocupación rumana fue más cruel, si cabe, que la alemana. El régimen del dictador Antonescu quería utilizar la Transnistria como un vertedero étnico que le permitiese desembarazarse de los gitanos y de los judíos de su país. El antisemitismo era un mal antiguo en Rumanía y a los judíos se les veía como una quinta columna prosoviética. Una vez ocupada la Transnistria, las expulsiones de judíos se aceleraron: unos 135.000 fueron deportados a campos de trabajo y a otros lugares al sur de Ucrania, y otros muchos, asesinados en múltiples pogromos. Los oficiales rumanos volvían a sus hogares engalanados con anillos, joyas y otros objetos saqueados. Al ocupar Odesa, en represalia por la resistencia soviética, se asesinó a 18.000 judíos y se ahorcó en las plazas públicas, balcones y postes de telégrafos a cientos de ellos. Se apiñó en grandes almacenes a miles de personas que, a continuación, fueron rociados con gasolina e incendiados. No es de extrañar que los judíos se encontraran por tanto entre los más decididos combatientes de todos los frentes soviéticos: “Tenían mucho de lo que vengarse y, aparte de eso, los miembros de esta generación concreta tendían a ser leales a la causa internacionalista, al sueño utópico del comunismo, la guerra justa, la revolución y las nuevas formas de fraternidad” (Merridale,La guerra de los ivanes, pág. 375).

En la zona del Volga y en las áreas próximas al Cáucaso hubo también múltiples complicidades. A partir de diciembre de 1941, “se formaron seis legiones nacionales de armenios, azeríes, georgianos, norcaucasianos, turquestaníes y tártaros del Volga que consistían en quince batallones a finales de 1942 y otros 21 batallones a principios de 1943. Había también un cuerpo de caballería kalmuco de 3.000 hombres” (Burleigh, ob. cit., pág. 578). A partir de 1944, las Waffen SS se llenaron de estonios, letones, ucranianos y otrossubhombres. La situación se hizo tan desesperada que era necesario recurrir a los “negros” y a los “pieles rojas” para seguir luchando. El colmo de la paradoja se dio cuando se recurrió incluso a tropas auxiliares rusas. Se calcula que un millón de rusos mantuvieron algún tipo de colaboración militar con el invasor alemán. El caso más sonado fue el del general Vlassov, que fue utilizado por el aparato de propaganda nazi para favorecer las deserciones en el ejército soviético. En enero de 1945, se autorizó a Vlassov a comandar dos divisiones muy mermadas de posibilidades. Los soviéticos acabaron capturándolo y fue obviamente fusilado. Para muchos estalinistas, Vlassov era el paradigma de lo que hubiera podido pasar durante la guerra si la purga en el ejército realizada en 1937 no se hubiera llevado a cabo.

Pronto toda la población de los territorios ocupados entendió que no cabía ningún tipo de relación con los invasores cuyos objetivos eran matar de hambre al máximo número de personas, el reclutamiento forzoso de trabajadores para ser esclavizados en Alemania y la brutalidad sin miramientos en la lucha contra la guerrilla. Aunque esta última era una forma de lucha relativamente eficaz tenía la virtud de obligar a inmovilizar a miles de hombres en labores de vigilancia y persecución. Las represalias contra los supuestos simpatizantes de los guerrilleros eran salvajes: las aldeas más próximas al punto en el que fuese destruida una línea férrea habían de ser incendiadas, la población masculina fusilada y las mujeres y los niños deportados a campos de concentración. Soldados y policías, a menudo borrachos, ahorcaban, violaban, torturaban y fusilaban a la población civil y destruían sus hogares. Además, la lucha antiguerillera acabó sirviendo como

Page 95: Comprender el Stalinismo

coartada para aplicar otras medidas como el exterminio de judíos y gitanos. Se impuso la fórmula “Donde hay un guerrillero hay también un judío y donde hay un judío hay también un guerrillero”. El genocidio judío aparecía, pues, en la Europa del Este mezclado con un plan de exterminio aún más vasto, que alcanzaba a buena parte de los eslavos. Es evidente que un enorme y tétrico interrogante se cernía sobre el futuro de todos los pueblos “no regermanizables” de la Europa Oriental, no sólo sobre los judíos. Era necesario dejar libre inmensas áreas de la URSS, en aquel momento pobladas, para ponerlas bajo el control administrativo de las SS. ¿Qué pasaría con los eslavos, deportación o exterminio? Como hemos visto, intentar matar de hambre a millones de ellos fue la primera opción.

Tras el fracaso militar evidente, en diciembre de 1941, los nazis decidieron poner en marcha la llamada Solución Final. Las matanzas sistemáticas se practicaban ya desde hacía tiempo, pero, tras el fracaso de la ofensiva militar contra la URSS, no cabía la esperanza de poder deportar a los judíos fuera de Europa. Se planificó, por tanto, su exterminio en campos de concentración especialmente habilitados para esta siniestra labor. Este genocidio, realizado con una frialdad meticulosa y casi científica, no fue, en el fondo, diferente de lo que podríamos calificar de genocidio eslavo, aunque este último no ha gozado del aparato propagandístico del primero por razones politicas evidentes, relacionadas con el anticomunismo y la Guerra Fría. Es más, a veces, los horrores de la Shoa han servido para ocultar la muerte de millones de eslavos asesinados por el sólo hecho de serlo, exactamente igual que los judíos. Al concluir la guerra, más de 27 millones de ciudadanos soviéticos habían perecido víctimas de un conflicto cuyo carácter exterminador queda reflejado en el hecho de que había muerto el doble de civiles que de soldados. Aquella fue una guerra de aniquilación, una guerra de tierra quemada, de deportaciones masivas y de ejecuciones públicas habituales. Para el anticomunismo europeo fue la ocasión de poner en práctica una auténtica Cruzada. Cientos de miles de soldados vinieron a luchar a Rusia de todos los rincones del continente y todos disfrutaron de la misma impunidad tras cometer crímenes tan atroces como los perpetrados por los mismos nazis. Los ciudadanos soviéticos tardaron muchos años en olvidarlo.

Una de las claves del éxito soviético fue el desarrollo industrial en las zonas del país alejadas de las fronteras con Alemania. Las industrias de los Urales y el Kazajstán jugaron un papel esencial en el esfuerzo bélico en momentos decisivos del conflicto. En noviembre de 1941, la producción industrial de la URSS había quedado reducida a la mitad. La industria de los Urales y del Este en general proporcionó la base para poder remontar la situación. A mediados de 1942, la producción de armamento sobrepasaba los niveles de la preguerra. En 1943, la producción rusa de tanques y aviones superaba la alemana.

El desastre de Stalingrado, en febrero de 1943, marcó el principio del fin de la dominación nazi de Europa. De 1941 a 1944, la URSS llevó el peso de la guerra casi en solitario contra Alemania. Gran Bretaña y los Estados Unidos concentraron su esfuerzo en frentes secundarios, como el norte de África o Italia, lo que permitió a los alemanes concentrar sus mejores fuerzas y casi todos sus recursos en el Frente del Este. Cuando los aliados desembarcaron en Normandía, en junio de 1944, los alemanes tenían estacionadas 61 divisiones en Francia y en los Países Bajos; 25, en Italia, y 199, en el Frente Ruso, que, además, contaban con la colaboración de otras 63 procedentes, sobre todo, de Rumanía, Hungría y Bulgaria. A los Estados Unidos, el triunfo militar les salió muy barato. No

Page 96: Comprender el Stalinismo

sufrieron ningún ataque en su propio, país que mantuvo incólume su potencial económico, mientras que las bajas durante la guerra fueron muy reducidas. Por cada soldado americano muerto cayeron 53 soldados soviéticos. Sólo en la ciudad de Leningrado murieron más personas –alrededor de un millón– que el total de bajas que tuvieron los norteamericanos y británicos juntos, unas 600.000. Conviene no olvidar también que cinco de los once millones de soldados movilizados por Inglaterra durante la guerra eran indígenas de las colonias. Otro millón de africanos engrosó el ejército francés de Vichy o el del general De Gaulle. Los nativos eran obligados a luchar en beneficio de sus opresores, que los utilizaban contra otros colonialistas potencialmente peores.

Las relaciones entre la URSS, Estados Unidos y Gran Bretaña no fueron simpre fáciles. En Estados U nidos se hacía de la necesidad virtud y se presentaba a Stalin como el “Oncle Joseph”. Los medios de comunicación explicaban a su público que, al final de la guerra, los soviéticos acabarían aceptando el“american way of life”, con capitalismo y democracia liberal en el lote. En el mundo real había una profunda desconfianza entre todos ellos. Stalin temía que Hitler consiguiera hurdir algún tipo de alianza con los anglosajones que lo dejase completamente aislado. Lo mismo temían Churchill y Roosevelt respecto a Stalin. Este último intentó dar pruebas de buena voluntad de colaboración y disolvió la Komintern en 1943, volvió a tolerar los cultos religiosos, se reabrieron los seminarios, la propaganda política tomó un énfasis claramente nacionalistas, abandonando sus contenidos internacionalistas, y se archivaron los clichés marxistas para presentar la guerra contra Alemania como una lucha en defensa de la independencia de la patria. París bien vale una misa. La desconfianza entre los países capitalistas aliados también era de envergadura. Roosevelt apenas ocultaba su deseo de ver desaparecer los imperios coloniales tras el fin de la guerra, lo que no provocaba el entusiasmo de Churchill y De Gaulle. La mutua antipatía entre este último el presidente norteamericano era particularmente intensa. A partir de 1943-1944, las ambiciones políticas y territoriales de los futuros vencedores empezaron a emerger cada vez con más fuerza.

Durante el invierno de 1943-1944, los alemanes fueron expulsados totalmente de territorio soviético. Las represalias contra las minorías nacionales que habían colaborado con los nazis fueron muy duras. Las deportaciones de pueblos enteros se produjeron casi de inmediato: calmucos, ingushies y chechenos pero también algunos de sus vecinos, como los osetios y los daguestaníes, fueron deportados hacia los Urales y Siberia. A los chechenos y otros pueblos del Cáucaso los nazis los habían reconocido como protoarios y les habían prometido la autonomía política y un trato razonable. Medio millón de personas sufrieron las deportaciones. Otros pueblos como los tártaros de Crimea sufrieron idénticas penalidades. Para los dirigentes comunistas, cualquier complicidad con los nazis era un crimen execrable y merecía una amarga expiación.

En los países bálticos, la resistencia antisoviética fue protagonizada por las tropas que habían sido auxiliares de los alemanes. La nueva ocupación se encontró con la resistencia de los nacionalistas, especialmente fuerte en Lituania, donde fue liderada por el clero católico. Los partisanos mantuvieron durante años una guerra a muerte contra los comunistas, y ambos bandos cometieron atrocidades sin cuento en lo que, en el fondo, era una guerra civil. La esperanza de la resistencia se fundamentaba en las expectativas de una ruptura entre los anglosajones y los soviéticos que les permitiese recibir ayuda militar de los primeros, como ocurrió durante la guerra civil de 1918-1920. El progresivo

Page 97: Comprender el Stalinismo

aislamiento de la guerrilla, la colectivización de la agricultura, a partir de 1949, y las deportaciones acabaron quebrando el movimiento guerrillero.

En Bielorrusia, los nazis también contaron con la complicidad de los nacionalistas. Al igual que en Polonia, los alemanes nombraron alcaldes y concejales nativos, y las rentas procedentes de las ventas de las casas de los judíos se convirtieron en la fuente principal de ingresos para esas autoridades locales. “La milicia nacionalista, en su mayoría aldeanos biolorrusos y ucranios muy jóvenes, asesinaron sin escrúpulos a judíos, polacos y gitanos. En 1943, alrededor de 45.000 bielorrusos servían como policías auxiliares” (Mazower, ob. cit., págs. 594-595). En Ucrania, la situación no era mejor. Los ucranios nacionalistas fueron abandonando la colaboración con los alemanes a partir de 1943. El Ejército Insurgente Ucranio (UPA) se entregó en cuerpo y alma a una brutal labor de limpieza étnica para consolidar el dominio de un espacio que pudiera albergar un futuro estado ucranio independiente de los soviéticos. Atacaron primero los asentamientos de los alemanes y después, también, a los polacos, matando a 50.000 de ellos y obligando a huir al resto. En la vecina Galitzia, los polacos atacaron en venganza a los ucranios, mientras todos tenían que afrontar una guerra permanente contra alemanes y soviéticos. Los polacos vivieron la culminación de su tragedia cuando, a finales de julio de 1944, se alzaron en Varsovia contra los nazis mientras el Ejército Rojo ya estaba casi a las puertas de la ciudad. Durante dos meses, los polacos lucharon heroicamente contra los alemanes, pero no recibieron ninguna ayuda. Las tropas soviéticas estaban exhaustas y Stalin no tenía ningún interés en ayudar a unos insurrectos que eran claramente anticomunistas. Las órdenes de Berlín fueron inmisericordes: se debía fusilar a todos los prisioneros, masacrar a los no combatientes y, finalmente, arrasar la ciudad hasta sus cimientos. Varsovia se convirtió en una ciudad en ruinas. Las llamadas Osstrupen participaron en la represión del alzamiento de Varsovia a través de la división Kaminsky de la SS. Su comportamiento fue tan bárbaro que levantó protestas entre la misma oficialidad del ejército alemán. El odio antipolaco de Hitler se mostraba con toda su crudeza hasta el final.

A la luz de lo explicado en este capítulo sería bueno recapitular sobre algunos aspectos del estalinismo y reflexionar sobre ellos. Donald Rayfeld nos ofrece en su libro sobre Stalin y los verdugos una buena síntesis de los argumentos que habitualmente utilizan los estalinistas –lo que no quiere decir que Rayfeld simpatice con ellos– para justificar todo lo que había ocurrido en la URSS a partir de la colectivización. Los argumentos son los siguientes:

“1) Que era imprescindible que la Unión Soviética fuera un país industrialmente fuerte, para disuadir a sus enemigos extranjeros, como Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón, de la tentación de destruirla.

2) Que a raíz de la Gran Depresión de 1929, las exportaciones de la Unión Soviética eran insuficientes para proceder a la adquisición de la tecnología necesaria para la industrialización.

3) Que el único valor en alza que podía exportar era el cereal. Pero que el campesinado no podía producir lo suficiente para la exportación a menos que se procediese a la colectivización.

Page 98: Comprender el Stalinismo

4) Que la prueba de la validez de los tres puntos reseñados es que, entre 1943 y 1945, la URSS derrotó a Hitler y disuadió a Japón de entablar la guerra. La humanidad entera, según los argumentos estalinistas, debiera, por consiguiente, estar agradecida a la fortaleza con que Stalin persiguió el cumplimiento de sus propósitos ya que, de haberse estrechado la mano Hitler y Yamamoto, en algún lugar de los Urales, en 1942, el mundo entero habría sido esclavizado por el fascismo durante generaciones y habría tenido que sufrir un holocausto genocida de proporciones infinitamente peores que las purgas de Stalin” (Rayfeld,ob. cit., págs. 287-288).

Comentando estos argumentos, que parecen irrefutables, Rayfeld afirma: “Hasta 1937, nadie planteó con una mínima seriedad una acción armada contra la URSS. Eso es algo que sólo tuvo existencia en las fantasías paranoides de Stalin”. Según esto, Stalin debería haber esperado a 1937 para iniciar su plan de industrialización acelerada que, incluso habiéndolo empezado mucho antes, estuvo a punto de no servir para nada durante el trágico otoño de 1941. Ya hemos visto cuáles eran los planes de los nazis y también sus “realizaciones” concretas en los territorios ocupados. Los miedos de Stalin sobre la posibilidad de una guerra esclavizadora y de exterminio estaban plenamente justificados, y los nazis nunca habían ocultado sus planes al respecto. Quizá es la clarividencia intelectual de Rayfeld la que zozobra a través de sus argumentos relativos a la “paranoia” de Stalin.

En su valioso libro sobre el imperio de Hitler, Mazower traza paralelismos mucho más razonables. Hitler hizo suya, de alguna manera, la Doctrina Monroe: “América para los americanos. Europa para los europeos”, llegó a decir en alguna ocasión Hitler, y ya se entiende lo que quiere decir la palabra “europeos” para el Führer. En cierta ocasión, le dijo a Ciano: “Una generación posterior tendría que enfrentarse con el problema de Europa-América. Ya no sería una cuestión de Alemania o Inglaterra, de fascismo, de nacionalsocialismo […] sino de los intereses comunes de Paneuropa dentro del área económica europea con sus complementos africanos” (citado en Mazower,ob. cit., pág 724). Alemania jugaría un papel central en la nueva Europa gracias a la ocupación de Rusia, que se convertiría en “nuestra India”, pero situada en una posición más favorable para ser explotada que la de los británicos. Como sabemos, Hitler buscó afanosamente como aliados durante la guerra a los ingleses. Siempre pensó que no había motivos para la enemistad entre ellos y Alemania. En todo momento fue un admirador de la crueldad y la determinación con la que los invasores británicos habían tratado a los pueblos coloniales vencidos. Su exterminio era el precio inexcusable que pagar para poder ocupar sus tierras como por otra parte también habían hecho los estadounidenses en la cinematográfica “conquista del Oeste”. Ahora la emigración y los asentamientos masivos de nueva población se realizarían no en lejanos continentes sino en la vieja Europa, “en la inmensa área que empieza más allá de Viena, Breslau y Danzig y que llega hasta las profundidades del continente asiático”. Personas que habían trabajado en el imperio colonial africano alemán antes de 1914 fueron ahora reclutadas para poner sus conocimientos al servicio del “nuevo colonialismo” que estaba surgiendo en el Este de Europa. La segregación racial o los trabajos forzados formaban parte de la administración colonial de la que ahora iban a ser víctimas los polacos o los rusos. La actitud de los imperialistas ingleses o franceses quedó claramente de manifiesto al concluir la guerra: intentaron recuperar desesperadamente el control de sus antiguas colonias y en algunos casos estuvieron dispuestos a utilizar una violencia extrema contra los nacionalistas

Page 99: Comprender el Stalinismo

nativos para lograrlo. Baste recordar los casos de Indochina y Argelia, entre otros muchos. En Asia, el imperialismo japonés había utilizado argumentos parecidos para legitimar sus ambiciones. Como Estados Unidos y su doctrina Monroe, podían argumentar que Asia tenía que ser para los asiáticos y, de la misma manera que los norteamericanos habían expulsado a los europeos del nuevo continente, Japón tenía derecho a expulsar de Asia a los británicos, los franceses, los holandeses y los norteamericanos para crear un área de influencia económica como la que había creado Estados Unidos en América latina, su “patio trasero”. Los japoneses copiaban de los demás imperialistas incluso los argumentos ideológicos o morales: los chinos y los coreanos eransubhombres y, por tanto, carecían de derechos y de humanidad.

13

Quien desea el fin no puede rechazar los mediosA partir de 1943 parecía claro que el Eje iba a perder la guerra, por lo que las tres grandes potencias vencedores, Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña, empezaron a diseñar el futuro de Europa. En la Conferencia de Teherán, en noviembre de 1943, se reunieron Roosevelt, Churchill y Stalin, y se tomaron las primeras determinaciones importantes. La Alemania vencida sería dividida en diferentes zonas de ocupación, los países bálticos se reincorporarían definitivamente a la URSS, y las fronteras entre esta última y Polonia serían las establecidas en 1939. En compensación se autorizaría a los polacos a realizar anexiones territoriales hacia el Oeste a costa de Alemania. La propuesta de Churchill de realizar una serie de desembarcos en los Balcanes escandalizó a Stalin, que advertía el terror que el viejobulldog del imperialismo británico experimentaba por una posible liberación de la Europa Oriental realizada en exclusiva por el ejército soviético. Stalin insistió en la necesidad de abrir de inmediato un segundo frente en las costas galas para aliviar la tremenda presión que sufrían sus propias fuerzas en Rusia. Pero ese frente no llegaría hasta junio de 1944. Polonia y su futuro fue un tema muy conflictivo. El gobierno polaco en el exilio, en Londres, era muy anticomunista y no deseaba ningún tipo de acuerdo con los soviéticos, que, conocedores de esta actitud, habían creado otro gobierno polaco, el Comité de Liberación Nacional. Tras la insurrección de Varsovia, las tensiones aumentaron y se llegó a una ruptura casi total entre el gobierno de Londres y Moscú. En la Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, se confirmaron los acuerdos básicos alcanzados en Teherán. Se concretó cómo se realizaría el reparto de Alemania, y todo el territorio europeo se dividió, de hecho, en áreas de influencia: al Este del continente la hegemonía soviética sería incontestable; la zona del Oeste y Japón se alinearían con Estados Unidos y Gran Bretaña. Flotaba ya en el ambiente el miedo a la enorme influencia que en países como Francia, Italia y Grecia estaban alcanzando los comunistas. En la cuestión de Polonia, las potencias occidentales cedieron a las presiones de Stalin y aceptaron la ampliación del Comité de Lublín –procomunista– con la incorporación de representantes del gobierno polaco en Londres, con lo que acabó formándose un gobierno de concentración nacional pero con un fuerte componente comunista. Al finalizar la conferencia, sus miembros aprobaron una “Declaración sobre la Europa liberada” en la que reafirmaban su intención de crear en todo el continente gobiernos democráticos, ampliamente representativos de los elementos políticos de la población.

Page 100: Comprender el Stalinismo

En la Conferencia de Postdam, realizada en julio-agosto de 1945, se concretó el problema de las indemnizaciones de guerra. Los soviéticos, los grandes perjudicados por la barbarie nazi, fueron autorizados a buscar en su área de ocupación las compensaciones que creyeran convenientes. También se estableció el derecho de los gobiernos recién constituidos en la Europa Central y Oriental a expulsar a las minorías nacionales alógenas para evitar la repetición en el futuro de las tensiones nacionalistas que tantos conflictos habían causado durante los años treinta. Pero la actitud de los norteamericanos, de la mano de su nuevo presidente, Truman, era ya diferente. El comunismo era ahora el nuevo y peligroso enemigo que combatir. La posesión de la bomba atómica parecía abrir unas perspectiva halagüeñas, especialmente en Asia, donde los japoneses seguían resistiendo sin ánimo de ceder. Los soviéticos habían decidido participar en esa guerra lo que podía conllevar la posterior exigencia de un reparto de áreas de influencia en el país vencido, como había pasado en Alemania. Desde hacía meses, los norteamericanos, en su intento de conseguir la rendición incondicional de los japoneses, estaban asolando las ciudades del país con bombardeos masivos. Cinco meses antes de que se lanzasen las bombas atómicas, el 10 de marzo de 1945, Tokio sufrió un bombardeo con bombas incendiarias que produjo más de 100.000 muertos, prácticamente todos ellos población civil. El uso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki hay que integrarlo en un vasto plan de destrucción masiva que, finalmente, tuvo sus frutos. Japón se rindió y la URSS quedó excluida de cualquier participación en la ocupación del país. El chantaje nuclear de Truman no impresionó a Stalin, el destinatario indirecto de las bombas, que, en ningún caso, hizo concesiones fundamentales a los anglo-norteamericanos en Europa Oriental.

Para los alemanes, los últimos meses de la guerra y los primeros de la posguerra fueron realmente trágicos. Como consecuencia del carácter racial del conflicto, todos aparecieron como culpables y cómplices de los nazis, y se les hizo pagar esta factura con auténtico sadismo. Muchos alemanes huyeron de Europa Oriental a medida que se acercaba el Ejército Rojo. Goebbels hacía tiempo que les advertía de que era necesario evitar caer con vida en manos de aquella “chusma asiática” cuya brutalidad inhumana sería ilimitada. Evidentemente, durante años el ministro de propaganda nazi había ocultado a sus conciudadanos el comportamiento criminal de sus tropas en los territorios ocupados. Por ello, cuando los soviéticos tomaron cumplida venganza por los daños sufridos, a la población civil alemana le pareció que Goebbels tenía razón en todo: no eran seres humanos sino animales. A medida que las tropas rusas fueron liberando el territorio de su país de la ocupación nazi descubrieron con horror todo lo que había pasado durante los años anteriores. La población superviviente les contaba historias tan escalofriantes como increíbles, pero una de las cosas que más indignó a los soldados soviéticos cuando finalmente penetraron en territorio alemán fue descubrir el alto nivel de vida del que gozaba la población; por supuesto, no entendían por qué aquellas gentes habían invadido la URSS para saquearla y destruirla. Por todas partes las tropas se dedicaron a robar en las casas y a violar sistemáticamente a las mujeres. Más allá de su significado sexual la violación masiva de mujeres alemana tenía también una lectura política. El mito nazi de la raza superior pasaba por evitar toda posible contaminación de la sangre alemana, toda mezcla con sangres inferiores que pudieran degradarla. El acceso de lossubhombres eslavos al cuerpo de las mujeres alemanas, al santuario íntimo de la raza, significaba una derrota intelectual y moral –todo lo bárbara, cruel e injusta que se quiera– de la religión racial, la peor humillación que podían sufrir lossuperhombres arios, su deshonor más doloroso. Además, en la memoria de los soldados rusos “el recuerdo que suscitaba la

Page 101: Comprender el Stalinismo

venganza no era una violación paralela, la imagen de un alemán violando a una mujer rusa, sino un horror de distinto calibre: era la imagen de un soldado alemán estrellando a un bebé, arrancado de los brazos de su madre, contra un muro: la madre grita, el cerebro del bebé se esparce por el muro, el soldado ríe” (Merridale, ob. cit., pág. 392).

El deseo de venganza de las tropas polacas que luchaban con el Ejército Rojo fue especialmente feroz. Fusilaban a los prisioneros sin contemplaciones. La tenaz resistencia de los alemanes cuando era ya evidente que la guerra estaba perdida irritaba aún más a las tropas soviéticas, que temían perder la vida cuando ya el conflicto estaba casi terminado. La batalla de Berlín fue el último acto de un drama de resistencia a ultranza que no admite ninguna lógica. Finalmente, la bandera roja ondeó sobre el Reichstag. Simbólicamente, los tres soldados que la colocaron allí eran un ucranio, un judío y un daguestaní.

Los aliados occidentales no se comportaron mucho mejor con los vencidos. En 1945, unos once millones de prisioneros alemanes estaban en manos de los vencedores. Los anglonorteamericanos capturaron más de siete milones y medio de alemanes, mientras que el resto cayó en manos soviéticas. “La idea de utilizar a los prisioneros de guerra como esclavos se expresó por primera vez en Moscú, en 1943. Los británicos fueron los autores de la propuesta. En Yalta se decidió que a aquellos hombres podía obligárseles a reparar los daños causados a los aliados en Alemania. Tendrían que ser una ‘fuerza de trabajo’ y serían retenidos por un tiempo indefinido” (MacDonogh,Después del Reich…, pág. 593). Alrededor de un millón y medio de ellos murieron a causa del mal trato recibido, lo que es comprensible en el caso de los rusos pero lo es menos en el caso de los anglonorteamericanos: hay pruebas de que era bastante insólito que los alemanes maltrataran a los prisioneros americanos o británicos. Muchos prisioneros fueron cedidos como mano de obra esclava a terceras potencias. “Los angloamericanos entregaron alrededor de un millón de soldados alemanes a los franceses para que ayudaran a reconstruir su país. Los belgas recibieron treinta mil de los americanos y otros treinta y cuatro mil de los británicos; los holandeses obtuvieron diez mil, y los luxemburgueses cinco mil […]. Los alemanes trabajaron en minas, molinos y fábricas de Europa; construyeron carreteras y realizaron trabajos domésticos en Francia, Polonia y Yugoslavia. En Gran Bretaña cosecharon patatas y nabos…” (MacDonogh, Ibidem, pág. 595). El robo de relojes de pulsera y de otros objetos de valor era tan frecuente en el Oeste como por parte del Ejército Rojo. A mediados de 1948, el número de prisioneros de guerra que aún no habían regresado a sus hogares rondaba el millón.

La peor tragedia la vivieron, no obstante, los alemanes que estaban instalados en los territorios de la Europa del Este y que habían gozado de una situación de privilegio durante la ocupación nazi. Todos fueron expulsados de sus hogares y enviados a la nueva Alemania en vías de fundarse. Muchos habían huido ya durante el conflicto, intuyendo su negro futuro, pero quedaban aún unos diez millones, que fueron víctimas de una deportación sin contemplaciones. Tales expulsiones tuvieron la aquiescencia no sólo de las autoridades soviéticas sino también de las potencias occidentales. Churchill se refirió frecuentemente a la deportación de griegos y turcos tras la Primera Guerra Mundial, como precedente a lo que iba a ocurrir. El recordatorio, con todos sus horrores, era adecuado. Una violencia atroz se desató contra la población alemana, en venganza por las atrocidades cometidas durante la ocupación. En Checoslovaquia se les asesinaba sin

Page 102: Comprender el Stalinismo

ningún motivo, sus pueblos eran arrasados, se les colgaba de los árboles por los pies y se les prendía fuego. Los alemanes acabaron considerando mejor el trato que les daban los soviéticos que el que recibían de checos o polacos. Se internó a la población alemana en los mismos campos de concentración que ellos habían utilizado durante la guerra, y se les dio el mismo trato o peor. En las ciudades no se les permitía circular por las aceras, ni utilizar los trenes, los bares ni los restaurantes. Sólo en horarios determinados podían ir a hacer las compras en las tiendas. En Polonia, la situación fue aún peor porque el trato que habían recibido los polacos bajo la ocupación había sido aún más infame. Los alemanes perdieron todo derecho, incluso al de su integridad física y al de la vida. Se les robaba a placer y se disponía de ellos a capricho. Las mujeres fueron violadas continuamente y sometidas a todo tipo de humillaciones. Cuando finalmente fueron expulsados perdieron sus casas y sus trabajos y tuvieron que hacer penosas y largas marchas para llegar al fin del trayecto a un país devastado, Alemania o Austria, e instalarse definitivamente en él. Se cumple aquí el refrán: quien siembra vientos recoge tempestades…

La “limpieza étnica” no afectó sólo a los alemanes. Los reajustes de fronteras realizados en Europa Central y Oriental dieron lugar a deportaciones masivas de una parte notable de la población: millones de personas tuvieron que abandonar sus casas y sus países de origen para convertirse en refugiados. Se quería acabar con el problema de las minorías étnicas para que no se reprodujesen los conflictos de convivencia tan frecuentes entre 1918 y 1939. Se firmaron acuerdos entre la Unión Soviética y Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Rumanía y Yugoslavia, para planificar el intercambio de sus respectivas minorías. Cientos de miles de polacos, que habitaban las zonas anexionadas por la URSS, fueron trasladados a los territorios occidentales, recién arrebatados a la antigua Alemania, y cosas parecidas ocurrieron en los demás países. Prácticamente todo el mundo asumió estas políticas como algo lógico e incluso legítimo. Ni Estados Unidos ni Gran Bretaña presentaron objeciones. No sólo era Stalin el que deportaba pueblos enteros.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial la superioridad militar y económica norteamericana era incontestable. “A finales de 1942, Estados Unidos producía más armas que todos los Estados del Eje juntos. En 1943 fabricaron casi el triple de armas que la Rusia soviética […]. En los últimos compases de la guerra su capacidad les permitía construir casi cien mil aviones y treinta mil tanques por año. En cuatro años, el conjunto de la producción industrial se duplicó y la fabricación de herramientas y maquinaria se triplicó […]. Su producto nacional bruto era tres veces superior al de la Unión Soviética y quintuplicaba el de Gran Bretaña” (Leffler,La guerra después…, págs. 59-60). Frente a un país en ruinas como era la URSS, que había sufrido los devastadores efectos de una guerra genocida en su propio suelo, los norteamericanos habían mantenido intacto su aparato productivo, además de que el número de muertos durante el conflicto era insignificante comparado con el de los rusos. Eran los grandes vencedores de la guerra y esperaban conseguir amplias ventajas de todo tipo gracias a ello. No obstante, para Stalin y sus correligionarios el triunfo militar sobre el fascismo era la prueba evidente de la superioridad del socialismo y de que la colectivización y la industrialización acelerada habían sido decisiones correctas. Pero existían más evidencias. La URSS había sido invadida desde Finlandia, Polonia, Rumanía, Bulgaria y Hungría. Los agresores alemanes habían contado con la complicidad de los gobiernos anticomunistas y filofascistas de esos países para poder perpetrar sus fechorías. Stalin estaba dispuesto a hacer lo posible para que una cosa así no pudiera volver a suceder. Era imprescindible que en todos esos países se instalasen

Page 103: Comprender el Stalinismo

gobiernos aliados o amigos de los que la URSS se pudiera fiar plenamente. Stalin no deseaba enfrentarse a las potencias occidentales y se esforzó en buscar puntos de acuerdo en la medida de lo posible. En Grecia había estallado una guerra civil entre comunistas y anticomunistas. En Francia e Italia el peso de los respectivos partidos comunistas era enorme, lo que podía llevar a que los dirigentes de estos partidos tuviesen la tentación de intentar tomar el poder de forma violenta. La situación económica en Europa Occidental era mala. El continente carecía de los recursos necesarios para poder volver a funcionar con normalidad. La desconfianza popular hacia la economía de mercado crecía, y continuaban vivos los fantasmas del paro generado por la crisis de 1929. El socialismo era visto, cada vez más, como el modelo económico del futuro, más equilibrado y menos injusto que el capitalismo. Este ambiente era considerado como una auténtica amenaza por parte de la élite política y económica de los Estados Unidos. En muchos de ellos cundió el desánimo, y se llegó a defender una política totalmente aislacionista que se circunscribiese a la defensa del continente americano abandonando el resto del mundo a su suerte. Pero Truman y sus colaboradores no pensaban ni en rendirse ni en abandonar nada. La recuperación económica de Europa era un objetivo ineludible por el que era necesario hacer todos los esfuerzos. La reconstrucción de la economía alemana y su reintegración en el conjunto de la actividad económica de Europa Occidental debía ser el primer paso, por lo que los americanos se opusieron a que el pago de indemnizaciones de guerra se hiciera a costa de las materias primas o las herramientas y maquinaria alemanas. Se puso en marcha un vasto plan de ayudas masivas, conocido como Plan Marshall, que pretendía poner en pie las alicaídas economías del viejo continente, pero también, a través de una política crediticia generosa, quería sobornar a los gobiernos de Europa Oriental para que entrasen en la órbita económica de los Estados Unidos. Stalin advirtió inmediatamente que uno de los objetivos políticos del Plan Marshall era intentar aislar la Unión Soviética. Stalin reaccionó inmediatamente dando orden a sus subordinados, en los países ocupados por el Ejército Rojo, de expulsar a los no comunistas de sus respectivos gobiernos y de asegurarse de que su fidelidad política sería permanente e incontestable. También se adoptó una actitud cada vez más beligerante contra el colonialismo francés, británico y norteamericano que estaban sufriendo en sus dominios las presiones de los movimientos independentistas que deseaban aprovechar la nueva situación para liberarse del yugo al que llevaban sometidos muchos años. Stalin fue también muy prudente en esto. No ayudó a los comunistas de Indochina cuando estos se alzaron en armas para evitar que los colonialistas franceses restablecieran su autoridad en aquel territorio tras la derrota de los japoneses. Sólo a partir de 1949 empezaron a recibir auxilios comunistas chinos. La derrota del fascismo no había significado el fin del colonialismo. La revuelta de Madagascar en 1947 contra la dominación francesa fue reprimida con una gran brutalidad que produjo decenas de miles de muertos. La isla no fue totalmente “pacificada” por las tropas coloniales hasta 1956.

De todas maneras, la ayuda que la URSS podía ofrecer a los países de Europa del Este era muy limitada. Carecía de recursos para hacerlo. Ella misma vivía una devastación sin precedentes. En cambio, en Europa Occidental la ayuda estadounidense fue abundante y decisiva.

La expulsión de los comunistas franceses e italianos de sus respectivos gobiernos acabó de redondear un panorama de creciente hostilidad entre los dos bloques en formación. Parecía inminente una nueva guerra. En Estados Unidos el clima anticomunista se

Page 104: Comprender el Stalinismo

caldeaba cada vez más y se maldecía incluso a los “izquierdistas” del New Deal. Europa se dividía claramente en dos bloques antagónicos y nacía el famoso Telón de Acero. Alemania quedó dividida en dos estados, la República Democrática Alemana, comunista, y la República Federal Alemana, que a partir de 1949 fue gobernada por los democristianos de Konrad Adenauer. Berlín quedó también dividida en dos mitades, aunque estuviera enclavado en territorio comunista.

En los países del Este de Europa se impuso el modelo comunista-soviético, tanto en su versión política de partido único como en su versión económica de economía planificada. Salvo Checoslovaquia, estos países eran agrarios y pobres. Como la URSS de los años treinta, tuvieron que sufrir políticas orientadas a la colectivización de la agricultura –que aquí se hizo con un coste económico y humano muy inferior– y a la industrialización, siendo la industria pesada la prioridad y la industria de bienes de consumo la cenicienta de esta historia. En el terreno de la enseñanza se hicieron inversiones enormes lo que permitió crear suficientes cuadros medios y altos para hacer frente a las necesidades de la industrialización. La educación se concebía como un medio para combatir el elitismo y la sociedad de clases y poder eliminar en el inmediato futuro el clasismo y sus valores. Se estableció un sistema de discriminación positiva a favor de los alumnos de procedencia obrera o campesina y se puso el énfasis en la difusión del marxismo-leninismo. El ejército fue en todos sitios depurado de oficiales derechistas o sospechosos de serlo. En Hungría, en 1954, el 52,8% de los oficiales eran de origen obrero o campesino y habían sido educados en la Unión Soviética o en el propio país por instructores procedentes de la URSS (Hoensch,A history of…, pág. 193).

En 1947 se creó la Kominform –Buró de Información de los Partidos Comunistas– que sustituía a la III Internacional pero con objetivos mucho más limitados y modestos. Fue la réplica comunista a la doctrina Truman y al Plan Marshall. Se trataba de coordinar a los partidos comunistas y salvaguardar su unidad. El Kominform aparecía como el guardián de la ortodoxia en plena Guerra Fría. El hombre de confianza de Stalin por esta época, Andrei Zdanov, elaboró la teoría de los dos mundos o campos, el campo antidemocrático e imperialista constituido por Estados Unidos y todos sus países satélites, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda, Grecia, Turquía y otros; y el campo antiimperialista y democrático, del otro lado, constituido por la URSS y sus aliados de Europa del Este, a los que había que añadir los movimientos de liberación nacional anticolonialistas de los países que después serían conocidos como Tercer Mundo. Este último bloque no luchaba ahora por la revolución socialista, sino por la paz, por la independencia nacional y contra el Plan Marshall, visto como una maniobra neocolonial dirigida por los Estados Unidos para subordinar el continente europeo a sus intereses.

El gran fracaso de Stalin durante estos años fue la ruptura con la Yugoslavia de Tito. En este país, la guerra mundial había sido también una sangrienta guerra civil. La pluralidad de pueblos y ambiciones que albergaba el Estado yugoslavo estallaron tras la ocupación nazi, en 1941. La creación de un Estado croata independiente liderado por el fascista Ante Pavelic, protegido de Mussolini, desató el terror en todo el país contra serbios y judíos. Los serbios conservadores y monárquicos se organizaron alrededor del general Mihailovic. Sus guerrilleroscetniksevitaron enfrentarse con los alemanes y se dedicaron más bien a combatir a los croatas y a sus aliados bosnios. La resistencia popular acabó vertebrándose alrededor del Partido Comunista Yugoslavo, dirigido por Josip Broz, Tito, que al terminar la

Page 105: Comprender el Stalinismo

guerra mundial contaba con un gran ejército y un apoyo popular casi masivo. Yugoslavia fue el único país del Este en el que la intervención del Ejército Rojo fue absolutamente secundaria para derrotar a los nazis y sus aliados autóctonos.

Con estos precedentes, la construcción del socialismo en Yugoslavia se presentaba como una tarea fácil; a diferencia de otros países de la órbita soviética la resistencia anticomunista era muy limitada. La supresión de la propiedad privada y la colectivización de la agricultura avanzaron con rapidez. Sin embargo, los comunistas yugoslavos insistían en mantener una actitud muy independiente respecto de Moscú. Stalin montó diferentes intrigas moviendo sus peones en el interior del país con el objetivo de desplazar a Tito del poder, pero, sorprendentemente para él, no lo consiguió. El congreso del Partido Comunista Yugoslavo, de julio de 1948, fue un gran éxito de Tito y sus colaboradores. Dándose cuenta de que estaba a punto de perder la partida, Stalin ordenó el bloqueo económico contra Yugoslavia y la evacuación de los técnicos soviéticos. Los demás países comunistas hicieron otro tanto. Ante esta difícil coyuntura, Tito decidió reanudar los contactos comerciales con el mundo capitalista, en un intento por evitar el colapso del país. Estados Unidos se convirtió pronto en un socio preferente del comercio exteriror yugoslavo lo que facilitó y dio sentido a la acusación de “traición” por parte de los demás comunistas europeos. En realidad era la única alternativa de capitular ante las imposiciones de Stalin. Tito cesó toda ayuda a los comunistas griegos, que estaban enzarzados en aquel momento en una guerra civil contra los monárquicos, a quienes ayudaban Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero en el interior, no hubo concesiones políticas. El sistema de partido único se mantuvo, así como el control estricto sobre la vida política, aunque se puso en marcha un nuevo modelo de gestión económica que acabaría derivando hacia un modelo autogestionario de las empresas. Tito aprovechó la crisis para hacer una crítica del estalinismo. Según Tito: “Hoy, treinta y cinco años después de la Revolución de Octubre y veinte años después de la colectivización agraria, se impone a los koljoses unos directores designados por el Partido mientras que sus miembros abandonan estas cooperativas. Treinta y cinco años después de la Revolución de Octubre, los obreros trabajan como esclavos en las fábricas y en las empresas, y se ven sometidos a la arbitrariedad de unos directores burocratizados […]. Los directores tienen derecho a condenar a trabajos forzados a los obreros que cometen alguna falta. ¿Acaso no es la situación de los obreros allí mucho peor que en los países capitalistas de tipo más retrógrado? Los dirigentes de la Unión Soviética se llenan la boca de palabras al evocar esa transición del socialismo al comunismo que, según dicen, se está operando, cuando en las fábricas están trabajando unos asalariados que no poseen derecho alguno de control sobre la administración de la empresa y cuyas ganancias son insuficientes para garantizarles un nivel de vida mínimo, por no hablar del nivel de vida de un hombre civilizado […]” (citado en Broue,ob. cit., pág. 613). Aunque hay mucho de verdad en las palabras de Tito, él sabía, quizá mejor que nadie, cuáles eran las causas de la situación que tan bien describe, y su larga experiencia personal de revolucionario no le permitía autoengañarse. Sus críticas suenan, en aquellas circunstancias, a oportunismo, pero no será, como ya veremos, el último en formularlas.

Las opiniones más duras contra el estalinismo llegaron de la pluma de uno de los dirigentes yugoslavos próximos a Tito, Milovan Djilas. En su obraLa nueva clase,defendía que los partidos comunistas estaban creando un auténtico capitalismo de estado en el que la burocracia disfrutaba de los privilegios de una nueva clase dominante. Se pretendía

Page 106: Comprender el Stalinismo

suprimir la sociedad de clases y se había creado otra nueva. La propiedad no es sino el derecho al beneficio y la dirección sin controles de los trabajadores. El nuevo capitalismo de estado permitía a la burocracia de los sistemas comunistas disfrutar de este tipo de prebendas. Estas críticas disgustaron a la dirección del Partido Comunista Yugoslavo, que acabó expulsando a Djilas y condenándolo a penas de prisión.

Para Stalin, el problema de fondo que se le planteaba era la posibilidad de un contagio a otros países de las veleidades de independencia que habían triunfado en Yugoslavia. Separarse de una estricta obediencia a Moscú derivaría fácilmente en un cambio de bando que podría, a su vez, abrir posibilidades insospechadas a todos los anticomunistas del mundo. Stalin decidió entonces actuar de forma parecida a como lo había hecho en la URSS en la década de los treinta, es decir, purgando a todos aquellos de cuya fidelidad desconfiase. Eltitoísmo sustituía ahora al trotskismo como definición de la contrarrevolución. Los comunistas nacionalistas fueron los sospechosos habituales en estanueva ronda de purgas, es decir, aquellos comunistas que querían mantener una línea política independiente de Moscú. Los potenciales imitadores de Tito fueron suprimidos de la dirección de los partidos a través de una serie de juicios públicos fabricados a imitación de los de la URSS de 1936-1938. Al comunista húngaro Lazlo Rajk se le acusó de haber colaborado con el espionaje norteamericano –como antes se acusaba de colaboración con la Alemania nazi o el Japón– y de complicidad con Tito, que era ahora la contrafigura de Trotski. La consecuencia política de los diferentes procesos eran claras: la única manera de defender el socialismo y la independencia nacional frente a las ambiciones contrarrevolucionarias de Tito y de sus aliados occidentales era permanecer sólidamente vinculados a la Unión Soviética, única garantía cierta en todos los terrenos de la lucha contra el capitalismo. En los procesos que tuvieron lugar entre 1951 y 1952, apareció una nueva acusación contra los inculpados, la de sionismo. El alineamiento del Estado de Israel del lado de los Estados unidos, a partir de 1948, fue una sorpresa para Stalin, que al principio apoyó la creación de ese Estado creyendo que sería un aliado y amigo. Esta coyuntura le llevó a reorientar su política exterior a favor de los árabes. Los judíos de la URSS se volvieron, de repente, sospechosos. Querer emigrar a Israel era, de hecho, aspirar a reforzar un Estado que se había vinculado claramente a los Estados Unidos y su política anticomunista. El sionismo se transforma en una doctrina absolutamente condenable, y algunos dirigentes comunistas simpatizantes con él fueron desplazados de sus puestos o condenados. Los judíos no eran ya buenos ciudadanos soviéticos. De todas maneras no se puede hablar de una oleada de antisemitismo a causa de esta situación. Las condenas no se hacían por motivos racistas sino por motivos estrictamente políticos. Nada permite trazar ningún tipo de paralelismo entre un supuesto antisemitismo soviético y el antisemitismo nazi a pesar de que, a finales de los años cuarenta, los judíos soviéticos advirtieron que desde el poder se les miraba con desconfianza y se empezaban a recortar las libertades culturales de las que habían gozado hasta aquel momento, como fue el caso de la clausura de teatros, publicaciones y editoriales judías.

En 1931, Stalin había afirmado que el antisemitismo era una forma extrema de chovinismo racial: “La supervivencia más peligrosa del canibalismo”. Para él, los comunistas no podían ser otra cosa que los enemigos más implacables del antisemitismo. Por orden de Stalin fueron evacuados los judíos de los territorios ocupados por los alemanes y enviados a Kazajstán yotras repúblicas de Asia, con lo que consiguieron escapar de una muerte segura (Marcou,ob. cit.,págs. 234-237). En su propia familia había

Page 107: Comprender el Stalinismo

bastantes judíos: su hijo Yacha se casó con una judía y su hija Svetlana hizo otro tanto. Algunos de sus nietos preferidos eran medio judíos.

En algunos lugares de Europa, como en Polonia, pronto se demostró que el antisemitismo era un producto autóctono, profundamente enraizado en sus tradiciones religiosas católicas y que no necesitaba de la influencia nazi para florecer. En Kielce, en julio de 1946, una turbamulta de 15.000 personas asesinaron a 42 judíos, acusados de haber querido comerse vivo a un niño polaco. Hubo por estas fechas otros pogromos en los que perecieron quizá unos dos mil judíos, desencadenados por polacos que consideraban a los judíos y a los comunistas hijos del mismo mal. Los polacos se quejaban de que las películas rusas habían sido dobladas al polaco por actores judíos (Rayfeld,ob. cit.,pág. 469). Todo esto teniendo en cuenta que los nazis no habían dejado mucho material humano sobre el que actuar…

14

El poder y la gloriaLos fracasos cosechados en Yugoslavia e Israel se vieron ampliamente compensados por un nuevo e inesperado triunfo: la conquista del poder en China por parte del partido comunista dirigido por Mao Tse Tung. Los comunistas chinos habían mantenido durante los años treinta y cuarenta una larga guerra contra los ocupantes japoneses y contra los nacionalistas de Chiang Kai Chek. Durante estos años los comunistas consiguieron poner en pie un gran ejército y también ganarse la confianza de las masas rurales de los territorios por ellos ocupados. Al terminar la guerra mundial, Stalin aconsejó a Mao colaborar con los nacionalistas mientras se apresuraba a desmontar las instalaciones industriales de Manchuria y llevárselas como botín de guerra a la URSS. Stalin seguía considerando a China como un enemigo potencial y, por tanto, no tuvo muchos escrúpulos para tomar indemnizaciones de guerra de una zona que se había industrializado bajo administració japonesa. Stalin siempre había subestimado la capacidad revolucionaria de los comunistas chinos, pero estos pronto consiguieron una serie de sorprendentes éxitos militares contra los nacionalistas a partir de 1946 que, finalmente, les llevaron a la victoria, tras la que crearon, el 1 de octubre de 1949, la República Popular China. Súbitamente, la frontera del mundo comunista se había ampliado enormemente y alcanzaba ya la frontera con la India. El país más poblado del mundo

–y uno de los más pobres– se incorporaba al proyecto de una nueva civilización y de una nueva sociedad. Stalin recibió a Mao, en Moscú, en 1950, y firmó con él un tratado de colaboración que incluía la devolución de los bienes confiscados en Manchuria y la promesa de una ayuda económica y técnica generosa para los próximos años. Los Estados Unidos no reconocieron al nuevo régimen hasta 1979. Para ellos, durante todos estos años, el legítimo representante del pueblo chino fue el régimen de Taiwán, isla en la que se había refugiado Ching Kai Chek y su derrotado ejército tras huir del continente. Para los Estados Unidos, Asia se estaba volviendo un complejo campo de batalla entre entre el capitalismo y el comunismo, y la descolonización en marcha no ayudaba a simplificar las cosas. Entre 1944 y 1949, se libró una guerra intensa en Indonesia entre los independentistas y la vieja potencia colonial, Holanda, que sólo a regañadientes aceptó abandonar las islas, en 1950. En Filipinas, colonia de los Estados Unidos desde 1898 y

Page 108: Comprender el Stalinismo

ocupada por los japoneses durante la guerra mundial, los nacionalistas habían colaborado con los nipones

–como también lo habían hecho los indonesios– esperando alcanzar así más fácilmente la independencia. Para los norteamericanos, ahora, la nueva prioridad era el anticomunismo. Washington concedió la libertad a los filipinos en 1946, aunque una serie de tratados comerciales y militares ataban al nuevo gobierno filipino a los intereses económicos y estratégicos de la antigua metrópoli. El país se llenó de bases norteamericanas y de consejeros militares que supervisaban la acción del gobierno filipino. La situación del país no era muy diferente a la de los llamadospaíses satélitesdel Este de Europa: gozaba de una soberanía limitada encajonada en los estrechos límites de la lógica de la Guerra Fría.

En el mundo gelatinoso y complejo de la descolonización, Stalin actuaba siempre con prudencia, intentando evitar un conflicto directo con Estados Unidos, que sería, sin duda, una guerra nuclear de ámbito mundial cuyas consecuencias eran imprevisibles. La URSS tenía bombas atómicas desde 1949. El líder soviético ya había cumplido los 70 años y estaba en el cénit de su poder y su gloria. Sus enemigos le admiraban y le temían. El embajador norteamericano en Moscú, Harriman, enviaba en 1946 un informe a Washington en el que destacaba de Stalin “su gran inteligencia, aquella atención fantástica por los detalles, su astucia y esa sorprendente sensibilidad humana que era capaz de demostrar al menos en los años de la guerra”. Prosigue: “Advertí que estaba mejor informado que Roosevelt y que era más realista que Churchill, en algunos aspectos era, de los líderes implicados en la guerra, el más eficiente…” (citado en Leffler,La guerra…, pág. 78). Llamaba la atención también la austeridad y sencillez de su vida. Durante todo el invierno utilizaba la misma pelliza, y para cada estación tenía un único traje usado junto con una capota y su uniforme de mariscal. Era todo su guardarropía. Stalin había sido siempre un lector infatigable. Poseía una biblioteca inmensa y una gran memoria. Fue, sin duda, la persona más culta que haya gobernado nunca Rusia y, en este terreno, estaría por encima del mismo Lenin, y hasta sus enemigos –o sus falsos amigos, según como se mire– le reconocieron su pasión revolucionaria. Cuando leyó su célebre informe secreto –en el que arremetía contra su antiguo amo–, Krushev lo cerró con las siguientes palabras: “Al actuar como lo hizo, Stalin estaba convencido de haber obrado en interés de la clase trabajadora, en interés del pueblo, por la victoria del socialismo y del comunismo. No podemos decir que sus actos hayan sido los de un déspota víctima del vértigo. Estaba convencido de que aquello era necesario en interés del Partido, de las masas trabajadoras, para defender las conquistas de la Revolución. Ahí es donde reside la tragedia” (citado en Marcou,ob. cit., pág. 248).

El culto a la personalidad de Stalin fue creciendo a partir de la victoria de Stalingrado y llegó a límites grotescos durante la posguerra. Él era el gran líder y protector del pueblo soviético. Su laboriosidad y su inteligencia constituían la mejor garantía de progreso. Se había convertido en un mito, casi en un dios… Pero hasta los dioses tienen problemas. El triunfo del comunismo en China disparó todas las alarmas en Washington. El crecimiento del comunismo en Asia parecía imparable, y cuando se planteó un nuevo conflicto en Corea los americanos decidieron actuar sin contemplaciones.

Durante la ocupación japonesa, el destino de los coreanos no fue mejor que el de los polacos bajo el III Reich. En los años cuarenta, alrededor de 2,5 millones de coreanos estuvieron sometidos a trabajos forzados en su país, mientras que otros dos millones eran

Page 109: Comprender el Stalinismo

empleados como mano de obra semiesclava en Japón, y otro millón y medio en Manchuria. A partir de 1938, los japoneses les prohibieron el uso de su lengua, que fue excluida de las escuelas y los periódicos. También se les forzó a renunciar a sus nombres familiares y a adoptar nombres japoneses. No es de extrañar que hubiese una creciente resistencia contra tamañas tropelías y que los comunistas canalizasen buena parte de esa lucha. Al terminar la guerra, los aliados decidieron dividir el país en dos zonas de ocupación, como se había hecho con Alemania: el norte fue administrado por los soviéticos, y el sur por los norteamericanos. El Partido Comunista Coreano favorecía la reforma agraria y la nacionalización de las fábricas que habían sido propiedad de los japoneses. En todas partes, los comunistas impulsaban políticas laborales favorables a los trabajadores y a la igualdad de sexos. Las autoridades norteamericanas eran conscientes de que todas estas medidas socavaban la confianza en la iniciativa privada y disuadían la inversión. Unas elecciones libres en Corea, orientadas a unificar el país bajo un solo gobierno, podían dar el triunfo a los izquierdistas, lo que en ningún caso era tolerable para Washington. La derecha coreana se organizó alrededor de Syngman Rhee, un líder anticomunista que había vivido largo tiempo en Estados Unidos y que era un hombre de toda confianza de los norteamericanos. En mayo de 1948, Rhee ganó las elecciones en el sur, mientras que en agosto las ganaban los comunistas en el norte. A partir de este momento, una intensa actividad guerrillera empezó a desarrollarse en el sur, que se vio abocado, prácticamente, a una guerra civil en la que Rhee y sus partidarios tuvieron el apoyo constante de los Estados Unidos. En junio de 1950, tropas de Corea del Norte atacaron el territorio del sur. La Guerra Fría se había convertido en caliente. Stalin no quería verse involucrado en el conflicto y no envió soldados a ayudar a los coreanos pero el nuevo gobierno comunista chino no era de esa opinión. Si las tropas americanas triunfaban en Corea existía el peligro de una próxima agresión contra China. La defensa de los coreanos era también la defensa de la revolución china. Durante la guerra, que tuvo diversos avatares, se estudió incluso la posibilidad de usar armas atómicas, a lo que Truman se opuso. Ni Stalin ni Truman querían llegar a un enfrentamiento directo. Finalmente se firmó un armisticio en 1953, que dejaba a Corea dividida en dos mitades. La guerra fue muy sangrienta y se cobró muchas víctimas inocentes en la población civil. Los muertos durante el conflicto superaron seguramente los tres millones de personas.

Como consecuencia de todo esto, el anticolonialismo de Washington se iba diluyendo. A partir de 1950, los norteamericanos empezaron a proporcionar a los militares franceses que luchaban en Indochina ayuda militar, aunque esta no incluía tropas de combate. Era necesario que la descolonización no finalizase con un triunfo generalizado de los comunistas.

En el interior de los Estados Unidos, la guerra de Corea tuvo también sus consecuencias. La histeria antiizquierdista creció hasta límites desconocidos y fue liderada por el senador McCarthy, quien anunció que tenía conocimiento de la existencia de comunistas en el Departamento de Estado. Aunque estas afirmaciones acabaron resultando falsas, McCarthy utilizó hábilmente los medios de comunicación para crear en el país un enfermizo clima de desconfianza. La pertenencia presente o pasada a cualquier tipo de organización izquierdista, liberal o intenacionalista, levantaba sospechas. El Tribunal Supremo confirmó, en 1951, la constitucionalidad de una ley de 1940 que prohibía la enseñanza de las doctrinas de Marx y Lenin. Al mismo tiempo diversos subcomités del Congreso investigaban los antecedentes políticos y las vidas privadas de los funcionarios

Page 110: Comprender el Stalinismo

del gobierno. Muchas personas perdieron su puesto de trabajo a causa de esta caza de brujas. Los intelectuales se volvieron un mundo particularmente sospechoso así como el de la literatura y el cine. Todo este ambiente facilitó el triunfo del candidato republicano, el general Eisenhower, en las elecciones presidenciales. El nuevo presidente nombró a un simpatizante del macarthismo, Foster Dulles, como jefe de los servicios de seguridad. El fin de la guerra de Corea puso también punto final a esta penosa experiencia. En diciembre de 1954, McCarthy fue censurado por el Senado, lo que significó el fin de su carrera política.

En el interior de la URSS, Stalin tenía que hacer frente a un descontento deslabazado, pero no por ello menos consistente. Durante años la propaganda estalinista había defendido que la vida en la URSS era mejor que en ningún país capitalista. El aislamiento político lo había hecho creíble durante mucho tiempo. Pero la ocupación de amplios territorios extranjeros durante la guerra mundial permitieron a millones de soldados conocer el mundo capitalista y descubrir el engaño en el que se les había obligado a vivir. Muchos ciudadanos soviéticos que habían sido hechos prisioneros y obligados a trabajar como esclavos en distintos países enemigos volvieron a la URSS con un amplio conocimiento personal del mundo exterior. Los rusos descubrieron que, pese a la devastación de la guerra, los extranjeros tenían un nivel de vida superior al suyo. Es verdad que también descubrieron los horrores de la desigualdad capitalista y la injusticia social que conllevaba pero era inevitable que en sus conciencias se desarrollase la desconfianza y el espíritu crítico. Frente a esta realidad, Stalin reaccionó multiplicando los controles ideológicos e intendo aislar, en la medida de lo posible, a los que habían permanecido largo tiempo en el exterior. Se abandonó durante un tiempo el discurso nacionalista, historicista y patriótico, mitificador de la Gran Rusia tradicional, para volver a insistir en la defensa del socialismo, de la lucha de clases y el marxismoleninismo. Los artistas e intelectuales vivieron estos vaivenes del poder como una auténtica tortura ya que los criterios de ortodoxia eran siempre estrechos y, a veces, de difícil identificación. Stalin encargó a Andrei Zhdanov el mantenimiento del orden ideológico en el campo cultural y éste lo hizo con una eficiencia que sus víctimas tardaron en olvidar.

El realismo socialista, que ya se había impuesto durante los años treinta, se reactivó sin contemplaciones. Era un arte elemental e ingenuo, casi pueril, de carácter exclusivamente propagandístico, puesto al servico de la glorificación de los grandes éxitos del socialismo. Los pintores y escultores debían dedicarse al embellecimiento de la realidad, en ningún caso representarla como era. El arte soviético se llenó de obreros relucientes y campesinos satisfechos. Los historiadores, economistas y filósofos tenían que ceñir sus disgresiones a la línea del partido y citar lo más a menudo posible a Marx, Lenin y Stalin. Las novelas, obras de teatro y poesía debían contener siempre mensajes constructivos. Los libros, las pinturas y las películas tenían que ser fácilmente comprensibles para las masas. El vanguardismo y las innovaciones sofisticadas quedaban excluidas como arte pequeñoburgués y decadente. Los artistas debían dedicarse a servir al pueblo. Su tarea era contribuir eficientemente con su trabajo a la construcción del socialismo y ayudar a convertir a los individuos en mejores obreros y, sobre todo, en buenos comunistas. De la mano de Stalin, el marxismo acabó transformándose en un discurso fosilizado y escolástico, es decir, pasó de ser una herramienta para comprender la realidad a ser un arma de combate y de propaganda. El Telón de Acero no fue sólo obra de los capitalistas. A Stalin también le convino mantener la URSS herméticamente aislada del exterior.

Page 111: Comprender el Stalinismo

“Decretó que era delito para un ruso casarse con un extranjero, traición para un funcionario revelar cualquier información, por trivial que fuese, sobre cualquier aspecto de la vida rusa […]. A los soldados que regresaban de Alemania, Austria o cualquier país ocupado se les prohibía hablar acerca de sus experiencias. Los periódicos describían las condiciones sociales de Occidente, incluidos los Estados Unidos, con los colores más sombríos, de suerte que el ciudadano soviético viera bajo una luz halagadora hasta las miserias de su existencia. Todas las ventanas y puertas de Rusia hacia el mundo quedaron cerradas” (Deutscher, Stalin…,pág.543). Hubo un nuevo viraje: una enorme campaña propagandística presentaba ahora al pueblo ruso como el principal creador e impulsor de cuanto progresivo y generoso había tenido lugar en Europa y en el mundo durante siglos, un desvarío que recordaba vagamente los delirios nazis sobre el genio creador de la raza aria y su superioridad sobre los demás. Todo este sainete ideológico se enmarcaba en un contesto de precariedad económica dramático. Muchos creyeron que la guerra mundial había arruinado la URSS de forma casi irreversible, pero la recuperación fue sorprendemente rápida. Fueron construidas o reconstruidas enormes centrales hidroeléctrica, se excavó el canal Volga-Don, se edificaron nuevos centros industriales y se abrieron nuevos campos petrolíferos. La recuperación económica fue impresionante y rápida, pero el nivel de vida de los individuos apenas mejoraba. Las familias rusas seguían viviendo apretujadas en una sola habitación, escaseaban los alimentos y la ropa, aunque cada vez más ciudadanos soviéticos accedían a la enseñanza superior. En materia de vivienda todo el inmenso esfuerzo realizado durante los primeros planes quinquenales había sido reducido a nada por los alemanes. Dieciocho millones de personas vivían en barracones durante los primeros años de la posguerra. Hubo que esperar a 1952 para que de las fábricas de bienes de consumo salieran ropas, calzado y objetos de uso doméstico en cantidades parecidas a las producidas en 1940. Los koljoses fueron fusionados para lograr unidades más amplias y eficaces pero nuevamente los campesinos tuvieron que soportar buena parte de los sacrificios y cargar con los gastos de la reconstrucción del país.

La salud de Stalin menguaba, porque la vejez no perdona ni a gentes como él. Muchos de sus colaboradores parecían haber olvidado que era mortal y que el poder lo había divinizado, como a los emperadores romanos, pero, como a ellos, no lo había hecho inmune a la enfermedad y a la muerte. A finales de 1952, todo parecía indicar que se aproximaba una nueva purga y que las futuras víctimas iban a ser sus íntimos colaboradores desde hacía ya muchos años: Molotov, Kaganovitch, Voroshílov, Krushev, Mikoyán, Beria. Molotov diría años más tarde que el comportamiento crecientemente paranoico de Stalin se explicaba por su rápido declive físico: “Con la edad a todo el mundo le puede llegar la arteriosclerosis en distintos grados. Pero, en el caso de Stalin, se notaba mucho; además, estaba muy nervioso y sospechaba de todo el mundo” (citado en Marcou, ob. cit., pág. 230). A Molotov Stalin le había pedido, en el otoño de 1948, que se divorciase de su mujer Paulina. Cuando esta fue informada de la decisión comentó: “Si es bueno para el Partido hay que hacerlo”, y se divorciaron. En febrero de 1949, fue detenida, acusada de preparar un atentado contra Stalin. Al ser judía parece probable que su caída en desgracia formase parte de la campaña antisionista orquestada, por aquel entonces, por el líder soviético. Tuvo suerte. Sobrevivió a su cautiverio y fue liberada por orden de Beria al día siguiente de la muerte de Stalin. Cuando su marido fue a recogerla tras su libertad, su primera pregunta se refirió a Stalin: “¿Cómo se encuentra?”.

Page 112: Comprender el Stalinismo

El 3 de enero de 1953 fueron detenidos nueve médicos de origen judío que trabajaban en el Kremlin. Se les acusó de haber asesinado a Zhdanov y de actuar al servicio de los servicios secretos bitánicos y norteamericanos. También se les acusaba de querer asesinar a varios mariscales. Para los acólitos más próximos a Stalin, el dato más aterrador de la información era que ellos no figuraban en la lista de las futuras víctimas de los conspiradores, lo que constituía siempre la señal externa de garantía de supervivencia. Sólo eran citados los militares. Parece que el objetivo volvía a ser ahora desembarazarse de sus viejos colaboradores para sustituirlos por gente más joven y, teóricamente, de fiar. Pero todo son hipótesis sin posible confirmación, porque mientra Stalin iniciaba esta nueva huída hacia adelante, sufrió un ataque que acabó con su vida. Con él terminaba no sólo un período de la historia de la URSS sino también toda una época en la historia de la Humanidad.

Aún no se había enfriado su cadáver y ya se empezaban a producir cambios sorprendentes protagonizados casi todos ellos por uno de sus hombres de máxima confianza, Laurenti Beria. A finales de marzo de 1953 decretó una amplia amnistía y se liberó a más de 1.200.000 presos; el 3 de abril se rehabilitó públicamente a los médicos judíos, y el 4 de abril Beria prohibió la tortura. Paralizó algunas de las grandes obras públicas en marcha, que tanto entusiamaban a Stalin, y decidió dedicar los ahorros a pagar mejor a los campesinos. En Lituania se dispuso que todo procedimiento oficial habría de realizarse en lituano. Bielorrusia, Letonia y Ucrania se beneficiaron inmediatamente de medidas parecidas. Propuso negociar la reunificación de Alemania intentando encontrar soluciones pacíficas a los problemas internacionales, pero chocó con un escollo inesperado: la revuelta de Berlín de los días 16 y 17 de junio, motivada, sobre todo, por las duras condiciones de trabajo impuestas por el gobierno comunista, pero también porla convicción de que los cambios en Moscú pronto tendrían repercusiones en Berlín. Las reformas de Beria, que hasta aquel momento habían tenido el apoyo de Malenkov, amenazaban con arruinar todo el edificio y no sólo los aspectos más sórdidos del estalinismo. Esta crisis mostró la autentica dimensión política de los herederos de Stalin, hasta aquel momento prisioneros de su todopoderoso y omnisciente amo. Molotov, Voroshílov y Kaganovitch se opusieron frontalmente a Beria y aparecieron como los firmes defensores de la herencia recibida. Krushev maniobraba con habilidad entre los dos campos hasta conseguir ganarse el apoyo de Malenkov y así poder aislar a Beria. Gracias al apoyo de los militares Beria fue finalmente detenido y ejecutado, pero esta muerte no significó, como era de temer, el inicio de una nueva purga al estilo de las de los años treinta. En muchos aspectos, los tiempos habían cambiado. Para consolidar su poder como nuevo líder indiscutible del país, Krushev marginó progresivamente a todos los dirigentes mencionados dándoles cargos políticos secundarios o enviándolos a disfrutar de una tranquila jubilación. Cuando abandonó su piso del Kremlin, en 1957, Kaganovicht se dio cuenta de que ni siquiera poseía un par de sábanas o de toallas. Finalmente le fue concedido un apartamento de una sobriedad espartana aunque de notables dimensiones. Molotov tuvo más suerte, consiguió dos viviendas, además de una dacha (Sebag,La corte del zar rojo,pág. 710).

Pero a Krushev le quedaba pendiente un ajuste de cuentas con los fantasmas de su pasado, y en el XX Congreso del PCUS, realizado en febrero de 1956, se despachó a gusto acusando a Stalin de haber violado “todas las normas de la legalidad revolucionaria”, de haber realizado deportaciones masivas, ejecuciones sin proceso de ninguna clase y otras

Page 113: Comprender el Stalinismo

monstruosidades parecidas. Krushev deseaba salvar, no obstante, los logros básicos de la revolución –industrialización, colectivismo, elevación del nivel cultural…– y condenar los “excesos”, pero las realizaciones positivas y los “excesos” estaban casi siempre tan vinculados que era difícil establecer fronteras claras entre unos y otros sin olvidar que el mismo Krushev y sus colaboradores habían sido cómplices y propagandistas de las mismas fechorías que ahora condenaban. En cierta ocasión Kaganovicht le dijo a Krushev: “Stalin encarna todas las victorias del pueblo soviético. Investigar posibles errores del sucesor de Lenin levantará dudas sobre la idoneidad de toda nuestra línea. La gente llegará a decirnos: ‘¿Y ustedes dónde estaban?’. Y ‘¿quién les ha dado derecho a juzgar a los muertos?’”.

Muchas de las víctimas de Stalin fueron rehabilitadas, como Tujachewski y los militares ejecutados en 1937, y cientos de miles de detenidos fueron puestos progresivamente en libertad siguiendo la actuación iniciada por Beria. Pero no se rehabilitó a todo el mundo: Zinoviev, Kamenev, Bujarín y no digamos Trotski siguieron siendo considerados enemigos de la revolución. Krushev salió en defensa, sobre todo, de aquellos que habían colaborado con Stalin en el aplastamiento de las diferentes facciones no estalinistas del partido y que, al final, corrieron la misma desdichada suerte que estas últimas, especialmente los delegados del VII Congreso de 1934. Es claro que Krushev odiaba y admiraba a la vez a Stalin. Para aquel campesino ucranio –como solía llamarle burlonamente Stalin–, elemental y con un pobre nivel educativo –que él hacía lo posible por mejorar–, el viejo dictador soviético era un himalaya inalcanzable como también era difícil para una persona normal asimilar y comprender el torbellino de horrores que había sido la vida de la URSS desde hacía décadas. La tensión insoportable que imprimía a la política y la vida social el férreo temperamento de Stalin sólo estaba al alcance de hombres de acero como él.

A partir de Krushev la coexistencia pacífica con el capitalismo, el deseo de crear un comunismo más “liberal” y el afán de paz se impusieron sobre la lógica del enfrentamiento entre los dos mundos. Stalin pronto despareció del santoral comunista y fue sustituido por otros recién llegados que se adaptaban mejor a los nuevos tiempos, como Gramsci, Mao Tse Tung y el Che Guevara. Pero el estalinismo como estructura económica y sociopolítica perduró en lo fundamental hasta el fin del comunismo. No se equivocaba Stalin al desconfiar de sus delfines, a los que parece ser que pensaba purgar cuando le sorprendió la muerte. Les faltó tiempo para saltar a la yugular del cadáver e intentar hacer añicos buena parte de su obra al mismo tiempo que se esforzaban por desacreditar su memoria. Cría cuervos… Tras su muerte se vio quiénes eran los auténticos estalinistas y quiénes actuaban con la sonrisa del truhán, como Beria y Krushev. La desconfianza de Stalin, una vez más, tenía poco que ver con su paranoia personal aunque –también una vez más– estaba dispuesto a que los justos pagasen junto con los pecadores.

A partir de los años sesenta se han multiplicado los juicios sobre el estalinismo, que ha sido analizado desde múltiples perspectivas ideológicas y muy diferentes intencionalidades políticas. La identificación que hizo en su día Anna Arendt entre nazismo y estalinismo ha sido particularmente útil a todos aquellos estudiosos que deseaban ocultar las estrechas complicidades entre el capitalismo alemán y las ambiciones imperialistas nazis. Como hemos visto, Hitler era, ante todo, un admirador del Imperio británico, y ese constituía su valor fundamental de referencia. La militarización de la

Page 114: Comprender el Stalinismo

sociedad y la homogeneidad ideológica buscaban en ambos sistemas políticos crear las condiciones que hicieran posible el éxito en la contienda militar que se avecinaba. El nazismo fue una clara manifestación de lo que es capaz el capitalismo cuando enloquece. El estalinismo hay que entenderlo, en buena medida, como una economía de guerra con un trasfondo socialista, siempre condicionado por las urgencias militares que en todo momento mantuvieron su protagonismo. Nada, pues, de fantasías totalitarias. La dominación y el adoctrinamiento ideológico tuvieron siempre un objetivo claro y concreto: el de buscar superar militarmente al enemigo y no el de construir ningún tipo de utopía totalitaria, una especie de mundo nuevo sin libertad poblado por autómatas. Cuando el Führer y sus colaboradores expresaban su admiración por los logros imperiales de los británicos no parecía importarles mucho que Gran Bretaña fuese la democracia liberal más antigua del mundo. Para ellos ese era un dato insignificante y marginal. La fachada política les interesa poco; era la hegemonía mundial que poseía la élite británica lo que les subyugaba.

15

La arboleda perdida (o el camino a ninguna parte)La definitiva consolidación en el poder de Krushev y su equipo significó una nueva manera de plantear el conflicto contra el capitalismo. Tras la doctrina de la coexistencia pacífica se escondía la convicción de que, a la larga, el modelo económico socialista, liberado del tiránico condicionamiento armamentista que lo había aprisionado bajo la égida de Stalin, mostraría su enorme superioridad sobre un capitalismo permanentemente minado por sus contradicciones internas y las crisis cíclicas que lo asolaban. Un largo período de paz haría que el mundo socialista fuese capaz de producir más y mejores mercancías que la economía de mercado y de garantizar mejores niveles de educación, de confort, de igualdad y de justicia. Se trataba de construir una nueva sociedad, de demostrar las ventajas del sistema socialista sobre el capitalismo. “El comunismo derrotará al capitalismo demostrando… que el sistema comunista es más productivo que el capitalista. Ese es el quid de la cuestión” (citado en Leffler, ob. cit., pág. 251). Krushev creía firmemente que la superioridad del socialismo se demostraría a través de su capacidad de producir más casas, más escuelas, más patatas, más atención médica y, en general, más bienes de consumo. Dirigiéndose a los norteamericanos en cierta ocasión afirmó: “No me culpen si su sistema capitalista está condenado. Yo no voy a matarlo. No tengo la menor intención de asesinar a doscientos millones de norteamericanos. De hecho ni siquiera participaré en el entierro. Los obreros de su sociedad enterrarán el sistema y serán ellos mismos quienes carguen con el féretro […]. Tal vez no suceda mañana ni pasado mañana, pero sucederá. Tan cierto como que el sol sale” (citado en Leffler, Ibídem, pág. 217). En esta época muchos líderes del Tercer Mundo, surgido básicamente de la descolonización, creían también que la planificación económica era el camino más corto para sacar a sus respectivos países de la pobreza y así evitar los caprichos del mercado.

Krushev pronto aprendió que la nueva ruta iniciada no iba a ser un camino de rosas. La “fraternidad socialista” demostró su fragilidad cuando China se desmarcó de la política soviética considerándola “revisionista” e inició en solitario una andadura política propia. La reconciliación con Tito no consiguió convencer a éste de volver al redil de la ortodoxia comunista. La revolución húngara de 1956 mostró a Krushev que la liberalización tenía

Page 115: Comprender el Stalinismo

sus peligros, y decidió establecer unos límites claros: las reformas tendrían siempre como fronteras infranqueables el principio de partido único, el respeto a la economía socialista planificada y la permanencia en el sistema de alianza internacional expresado a través del Pacto de Varsovia. Estos principios quedaron definitivamente establecidos tras el aplastamiento de la Primavera de Praga de 1968. Pero Krushev había diagnosticado muy bien la clave fundamental del problema: la economía. La supresión del mercado como mecanismo de asignación de recursos tenía sus ventajas pero también sus inconvenientes, sobre todo en lo referente a la calidad de la producción, las políticas de innovación y la mejora de la productividad y la eficacia. La Primavera de Praga puso sobre el tapete esta cuestión esencial. A las alturas de 1968, ningún país socialista había alcanzado aún unos niveles de productividad y de renta per cápita superiores a los de los países capitalistas altamente desarrollados. Checoslovaquia, un Estado que antes de la guerra mundial podía competir en los mercados mundiales, ahora ya no podía hacerlo porque sus productos no alcanzaban la calidad suficiente en comparación con los que se producían en Europa Occidental. Según afirmaba su ministro de economía, Ota Sik, la total eliminación del mercado y el dominio absoluto de la planificación sobre la vida económica no sólo no hacen desaparecer los defectos clásicos del mercado sino que “desarrolla las decisiones monopolísticas y antisociales de la producciónad absurdum y conduce a enormes y desconocidas pérdidas de eficacia” (Sik,Sobre la economía…, pág.135).

La reforma ambicionaba también transformar la vida política. Conscientes de que el principio del partido único era intocable, los reformistas checos propusieron una serie de cambios que hicieran posible un pluralismo limitado aunque sin cuestionar el papel dirigente del partido comunista y siempre con la firme decisión de combatir las actitudes antisocialistas. Se pensó en dar plena autonomía a los sindicatos, crear comités de fábrica realmente representativos, lograr una plena libertad de expresión y abrir el partido comunista a la sociedad. Finalmente, el experimento fracasó víctima de un doble miedo: en Moscú pronto se temió que los cambios acabarían restableciendo el capitalismo en Checoslovaquia, y dentro del propio país la nomenclatura comunista se dio cuenta de que sus privilegios y su omnipotencia estaban en grave peligro. Los tanques soviéticos terminaron con la aventura reformista pero también con casi toda esperanza de poder cambiar el sistema desde dentro y mejorarlo en un sentido socialista. Hasta ahora sólo se pedía a los comunistas que fueran coherentes con su propio discurso. Crear una sociedad en la que las necesidades materiales de la población estuvieran plenamente satisfechas y en la que la gestión popular y democrática de la vida económica y política fuesen reales, siguiendo los postulados clásicos del marxismo. Estos fracasos no sólo tenían un gran impacto en el imaginario de las masas sino también en la misma conciencia de la élite política de los partidos comunistas. A partir de los años setenta, esta élite había perdido toda fe en sus propios discursos y en sí misma como posible motor del gran cambio social. La superioridad de la civilización capitalista se hizo evidente para todo el mundo. Toda esperanza mesiánica había desaparecido. Casi nadie creía ya en el mito del socialismo redentor. Sólo cabía refugiarse en la amargura o el cinismo.

Los descontentos con la situación, los disidentes, siguieron luchando, pero eran conscientes de que mientras estuvieran situados en la dinámica de la existencia de los dos bloques iba a ser muy difícil conseguir algún cambio por pequeño que fuese. Dos intelectuales húngaros, Honrad y Szalenyi, escribían, en 1974: “…el socialismo en Europa del Este ha producido un nuevo sistema de opresión y de explotación de la clase obrera; y

Page 116: Comprender el Stalinismo

bajo “la dictadura del proletariado” son realmente los obreros quienes forman la clase menos favorecida. Terminamos plenamente convencidos de que la dictadura del proletariado es un mito, una ideología que legitima el poder de una nueva fuerza opresora” (citado en Patula,Europa del Este…, pág. 362). Por su parte, el filósofo alemán R. Bahro hizo, desde una perspectiva marxista, un notable análisis del modelo soviético. Según él, la Revolución de Octubre había dado lugar al nacimiento de un modelo social completamente distinto al esperado por sus protagonistas, y calificó este desenlace como la “tragedia soviética”, pues difícilmente se podía reconocer en él los ideales del marxismo. La persistencia del trabajo asalariado, el mantenimiento de la vieja división del trabajo, la pervivencia de grandes diferencias sociales no sólo en cuanto a retribuciones salariales sino también a privilegios extraeconómicos, la carencia de libertades básicas, incluso las reconocidas en las democracias burguesas, el desarrollo de una compleja trama de funcionarios y altos cargos del ejército y de la policía sólo responsables ante sus superiores, y otros elementos igualmente discriminatorios y clasistas, separaban estas sociedades del ideal igualitario del socialismo. Bahro exculpa a Lenin de toda culpa respecto al proceso histórico que condujo al estalinismo, que fue el auténtico creador del comunismo burocrático que el califica de “protosocialista”. La propuesta positiva de Bahro consistió en defender la creación de un nuevo movimiento comunista basado en organizaciones de masas profundamente renovadas, pues los partidos ya existentes eran caducos y sus dirigentes estaban demasiado identificados con su pasado. “La sociedad soviética necesita un partido comunista renovado bajo cuya dirección pueda aprovechar, abriéndolas a nuevos horizontes, al auténtico socialismo, las fuerzas productivas desarrolladas en las décadas del despotismo de la industrialización […]. La base objetiva y el factor subjetivo para una nueva política existen a nivel masivo en el presente. Dotar a esas fuerzas subjetivas de la adecuada organización moral y política es la tarea en torno a la cual ha de renovarse el partido” (Bahro,La alternativa…, pág. 121).

En Polonia, la fe en la capacidad de renovación de los partidos comunistas o del mismo comunismo como ideal estaba en crisis desde hacía tiempo. En este país, la lucha de los obreros por sus derechos tomó la forma de un nuevo sindicalismo independiente paralelo al sindicalismo oficial encargado de defender realmente los intereses de los trabajadores. El nuevo sindicato, Solidaridad, que contó con el apoyo de una Iglesia católica cada vez más crecida frente al régimen al que por supuesto siempre había combatido, acabó chocando con los comunistas polacos que no podían tolerar un poder paralelo al suyo. El enfrentamiento terminó en una dictadura militar que, en el fondo, no era especialmente diferente a la situación anterior. La coyuntura política era un callejón sin salida dado el gran apoyo social con el que contaba Solidaridad. La llegada al poder en Moscú de Gorvachov, en 1985, dio un giro copernicano a la situación. La política de reestructuración económica, Perestroika, y de transparencia informativa, Glasnost, buscaban, ante todo, la revitalización de la economía soviética. La baja productividad y la escasa calidad de los productos no justificaban en ningún caso la vieja ilusión de que el socialismo superaría algún día en eficacia al capitalismo. Por el contrario, las diferencias tecnológicas entre el capitalismo desarrollado y la URSS no hacían sino crecer con el paso del tiempo a favor del primero. Las soluciones que proponía Gorvachov estaban en la línea de la lógica del mercado: “Hay que poner la empresa en unas condiciones que favorezcan la competencia económica para mejor satisfacer la demanda de los consumidores, y los ingresos de los empleados deben depender estrictamente del resultado final de la producción, de los beneficios que se obtengan “ (Gorvachov,Perestroica, pág. 79). Ideas semejantes habían

Page 117: Comprender el Stalinismo

defendido, veinte años atrás, los hombres de la Primavera de Praga. Era el reconocimiento explícito de que el capitalismo estaba ganando la batalla fundamental, la de la productividad y la eficacia económica. El reformismo de Gorvachov no resolvió ninguno de los problemas planteados y, hacia 1990, se hizo evidente para la nomenclatura soviética que el modelo no tenía futuro, y muchos empezaron a pensar en medidas liberalizadoras radicales que no podían conducir sino al restablecimiento del capitalismo. En Polonia, la nueva situación permitió abrir negociaciones entre los comunistas y Solidaridad. Esta negociaciones culminaron en un acuerdo por el que se convocarían elecciones a un nuevo parlamento bicameral en el que el Senado sería elegido a través de un sufragio totalmente libre y sin restricciones. Las elecciones fueron un triunfo abrumador de Solidaridad: de los cien puestos de los que se componía la cámara, 99 fueron para el sindicato opositor. Es cierto que en Polonia el régimen comunista estaba especialmente desacreditado pero en la URSS era evidente que buena parte de la nomenclatura había dejado de creer en él. Ahora se trataba, sobre todo, de salvar los muebles y, a ser posible, robarle las joyas a la abuela. Fue posible. Tras el fracasado golpe de Estado de agosto de 1991, la URSS se desintegró. En un país de estructura federal muy consolidada, el proceso fue relativamente fácil ya que las élites políticas regionales podían heredar y metabolizar sin dificultades los poderes que hasta aquel momento residían en Moscú. El capitalismo había ganado la guerra y la Unión Soviética había sido una criatura surgida del comunismo. El hundimiento de este último la arrastró con él. Como había dicho Lenin en su día: “Durante todo el tiempo que el socialismo y el capitalismo coexistan no podremos vivir en paz [...]. Al final, uno u otro triunfará y se cantará el himno fúnebre para proclamar la muerte de la república soviética o la del capitalismo mundial” (citado en Delmas,El pacto de Varsovia, pág. 23).

El proceso de desintegración del mundo soviético fue sorprendente porque se produjo con poca violencia si tenemos en cuenta la magnitud del cambio. Casi nadie salió en defensa del comunismo, lo que seguramente demuestra la enorme decepción acumulada. La economía centralizada había fracasado ya que a duras penas podía satisfacer las necesidades más elementales de la población. La economía de mercado era el bálsamo salvador que resolvería todos los problemas. Muchos pensaban que el paraíso del consumo occidental estaba al alcance de la mano tras el rápido cambio político.

Desgraciadamente para los pueblos soviéticos, el paraíso tenía un precio y el peaje para acceder a él sería para muchos un calvario. Para los grupos gobernantes en las quince repúblicas soviéticas, la desintegración del Estado significaba una promoción política: eran gobernantes plenamente independientes que no tenían que responder de sus actos ante ningún poder superior al suyo. Iban a pasar de cola de león a cabeza de ratón, pero eso no pareció importarles mucho. En Rusia y fuera de ella, la nomenclatura iba a hacer posible un viejo sueño: pasar de administradores a propietarios a través de una gigantesca y fraudulenta política privatizadora que los homologaría con la –hasta ayer– detestada burguesía capitalista. El nuevo régimen necesitaba como puntal básico una nueva clase social de propietarios, clase que la Revolución de Octubre y el estalinismo habían destruido y que ahora era necesario resucitar. Más del 75% de los altos cargos de la Rusia de 1991 eran miembros de la nomenclatura, muchos de ellos de segundo nivel. El nuevo régimen estaba constituido en su médula por antiguos comunistas reciclados a anticomunistas. Su líder, el presidente de la Federación Rusa, Boris Yelsin, era un botón de muestra ejemplar ya que había ocupado altos cargos durante la época anterior a 1991.

Page 118: Comprender el Stalinismo

Yelsin, un déspota alcohólico en coma etílico casi permanente, protagonizó durante la década de los noventa la aniquilación concienzuda de toda la herencia legada por el mundo soviético. Carente de escrúpulos y de ideales era la quintaesencia del proceso de degeneración que habían sufrido en la URSS los ideales de la Revolución de Octubre. Los bolcheviques de mercado pusieron en marcha una “terapia de choque” para acelerar las trasformaciones económicas, es decir, la rápida transición al capitalismo, terapia que tuvo la doble virtud de empobrecer a buena parte de la población y hacer muy ricos a ciertos sectores sociales muy minoritarios integrados en la nomenclatura o próximos a ella. La inflación se disparó destruyendo los ahorros de la mayoría de la población, y la producción disminuyó alrededor de un 20%. Millones de ciudadanos sufrieron retrasos en el cobro de sus salarios y pensiones, la natalidad se derrumbó y la mortalidad se disparó a niveles tercermundistas. En 1994, la esperanza de vida de los hombres era de 57 años. Pero gracias a todas esta medidas liberalizadoras “la tradicional clase dirigente-administrativa soviética logró realizar el sueño histórico de la nomenclatura de convertirse en clase propietaria, de acumular rápidamente patrimonios convertibles y transmisibles por herencia, y de saciar su apetito hacia el consumo de lujo que tanto envidiaba a la burguesía y a la clase dirigente occidental” (Poch-de-Feliu,La gran transición…, pág. 258). Atrás quedaban, definitivamente olvidados, los sueños de igualdad, libertad, justicia y socialismo. El gran fracaso soviético los iba a lastrar durante muchos años y quizá para siempre. La utopía se había roto y se habían hecho realidad las profecías más lúgubres de Trotski. Atrás quedaban también una larga estela de luchas y millones de cadáveres que, finalmente, habían muerto para nada. Muchos comunistas en todo el mundo habrían podido suscribir por aquellas fechas una pintada anónima aparecida sobre el semiderruido Muro de Berlín, que decía:

“Proletarios de todo el mundo ¡Perdonadnos!”.

BIBLIOGRAFIAAPPLEBAUM, A.,: Gulag.Historia de los campos de concentración soviéticos, Debolsillo, Barcelona, 2006.

ARCH, J. / NAUMOV, O. V.:La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques.1932-1939, Crítica, Barcelona, 2001.

ARENDT, A.:Los orígenes del totalitarismo. III. Totalitarismo, Alianza Universidad, Madrid, 1987.

BEEVOR, A.:Berlín. La caída: 1945, Crítica, Barcelona, 2005.

Stalingrado, Crítica, Barcelona, 2008.

BAHRO, R.:La alternativa,Alianza Materiales, Madrid, 1980.

BENZ / GRAML:El siglo XX. Problemas mundiales entre los dos bloques en el poder, Siglo XXI, Madrid, 1987.

Europa después de la Segunda Guerra Mundial, 2 volúmenes, Siglo XXI, Madrid, 1986.

BIANCO, L.:Asia contemporánea, Siglo XXI, Madrid, 1976.

Page 119: Comprender el Stalinismo

BOGDAN, A:La historia de los países del Este, Vergara, Buenos Aires, 1991.

BROUE, P.:El partido bolchevique, Ayuso, Madrid, 1973.

BURLEIGH, M.:El Tercer Reich. Una nueva historia, Taurus, Madrid, 2002.

Causas sagradas. Religión y política en Europa: de la Primera Guerra Mundial al terrorismo islamista, Taurus, Madrid, 2006.

CALVOCORESSI / WINT:Guerra total, 2 volúmenes, Alianza Universidad, Madrid, 1979.

CARR, E. H.:1917.Antes y después, Anagrama, 1969. El socialismo en un solo país (1924-1926), Alianza Universidad, Madrid, 1975.

La revolución bolchevique (1917-1923):Volumen I, La conquista y organización del poder; Volumen II,El orden económico. Volumen II, La Rusia soviética y el mundo, Alianza Universidad, Madrid, 1985.

La revolución rusa. De Lenin a Stalin (1917-1929), Alianza Editorial, Madrid, 1981.

CARSTEN, F.; La ascensión del fascismo, Seix Barral, Barcelona, 1971.

CASTELLAN, G.: Histoire des peuples d´Europe Centrale, Fayard, 1994.

COLLOTTI, E.: La Alemania nazi, Alianza Editorial, Madrid, 1972.

COHEN, G. A.:La teoría de la historia de Kart Marx. Una defensa, Siglo XXI, Madrid.

COHN, N.,El mito de la conspiración judía mundial. Los protocolos de los Sabios de Sión, Alianza Editorial, Madrid, 2010.

CRAMPTON, R. J.:Eastern Europe in the twentieth century and after, Routledge, 2001.

CROUZET, M.:La época contemporánea, Destino, 1973.

DAVIES, N.:Histoire de la Pologne, Fayard, 1986.

DELACAMPAGNE, C.: Une histoire du racisme, France Culture, 2000.

DELMAS, C.:El pacto de Varsovia, FCE, México, 1985.

DEUTSCHER, I.:Ironías de la historia, Península, Barcelona, 1975.

La revolución inconclusa (1917-1967), Abraxas, Buenos Aires, 1969.

Herejes y renegados, Ariel, Barcelona, 1970. Stalin. Biografía política, Era, México, 1965. Trotski, el profeta armado, Era, 1966. Trotski, el profeta desarmado, Era, 1968. Trotski, el profeta desterrado, Era, 1969.

DJILAS, M.:La nueva clase, Editorial Sudamericana, 1961.

ENGELS, F.:El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, Ayuso, Madrid, 1972.

FEJTÖ, F.:Histoire des democraties populaires, 2 volúmenes, Seuil, 1979.

Page 120: Comprender el Stalinismo

La fin des democraties populaires, Seuil, 1992.

FERRO, M., (Dir.):El libro negro del colonialismo, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

FIELDHOUSE,D.: Economía e Imperio. La expansión de Europa, 1830-1914, Siglo XXI, Madrid, 1977.

GARCÍA VOLTÁ, G.:Aproximación a la historia del comunismo. Biografía de una frustración, Barcelona, PPU, 1995.

GELLNER, E.:Naciones y nacionalismo, Alianza Universidad, Madrid, 1988.

GOLDHAGEN, D. J.,: La Iglesia católica y el holocausto, Taurus, Madrid, 2002.

GORVACHOV, M.: Perestroika, Ediciones B, Barcelona, 1987.

1994. Memoria de los años decisivos (1985-1992),Globos,

GRISONI / MAGGIORI:Leer a Gramsci, ZYX, Madrid, 1974.

GREY, I.:Stalin, 2 volúmenes, Salvat, Barcelona, 1986. GUILLEN, P.:El Imperio alemán (1871-1918), Vicens Vives, Barcelona, 1973.

HAYEK, M.: Historia de la Tercera internacional, Crítica, Barcelona, 1991.

HENTILÄ, S., y otros: Histoire politique de la Finlande XIXeXXe siècle, Fayard, 1999.

HILDEBRAND, K.:El Tercer Reich, Cátedra, Madrid, 1988.

HOBSBAWM, E.:Naciones y nacionalismos desde 1780, Crítica, Barcelona, 1991.

HOCHSCHILD, A.:El fantasma del rey Leopoldo. Codicia, terror y heroísmo en el África colonial, Península, Barcelona, 1998.

HOENSCH, J., A: History of Modern Hungary (1867-1986), Longman, 1988.

HOPKINS, E.:The rise and decline of tue English working class, 1918-1990. A social history, Londres, 1991.

HORSMAN. R.:La raza y el destino manifiesto, FCE, México. 1985.

KERSHAW, I.:La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación, Siglo XXI, Madrid, 2004.

Hitler (I).1889-1936, Península, Barcelona, 1999.

Hitler (II) 1936-1945, Península, Barcelona, 2000.

KHLEVNIOUK, O.:Le cercle du Kremlim. Staline et le bureau politique dans les années 30: les jeux du pouvoir, Seuil, 1996.

KAPPELER, A.: La Rusie, empire multiethnique, Institut d´Etudes Slaves, París, 1994.

KLEIN, J.:De los espartaquistas al nazismo: la República de Weimar, Península, Barcelona, 1970.

Page 121: Comprender el Stalinismo

KRULIC, J.: Histoire de la Yougoslavie. De 1945 à nos jours, Complexe, 1993.

KÜHNL, R.:La República de Weimar, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1991.

LEWIN, M.:El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética?, Crítica, Barcelona, 2006.

LEFFLER, M. P.:La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría, Crítica, Barcelona, 2007.

LENIN, V.:¿Qué hacer?, Fundamentos, Madrid, 1975. Contra el revisionismo. La revolución proletaria y el renegado Kaustky, Fundamentos, Madrid, 1975.

La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Akal, Madrid, 1975.

Problemas de política nacional e internacionalismo proletario, Akal, Madrid, 1975.

El Estado y la revolución, Fundación Federico Engels, Madrid, 1997.

LIEVEN A .:The baltic revolution. Estonia, Latvia, Lithuania and the path to Independence, Yale University Press, 1999.

LINDQVIST, S.: Exterminad a todos los salvajes, Turner, Madrid, 2004.

MACCIOCCHI, M. A.:Gramsci y la revolución de Occidente, Siglo XXI, Madrid, 1975.

MAC DONOGH:Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana, Círculo de lectores, Barcelona, 2010. MAMMARELLA, G.:Historia de la Europa Contemporánea (1945-1990), Ariel, Barcelona, 1990.

MARCOU, L.:El movimiento comunista internacional desde 1945, Siglo XXI, Madrid, 1981.

Stalin, la vida privada, Espasa Calpe, Madrid, 1997.

MARTENS, L.: Otra mirada sobre Stalin, Editorial Zambón Iberoamericana, 2006.

MARTIN, T.: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union (1923-1939), Cornell University Press, 2005.

MARIE, J.: El trotskismo, Península, Barcelona, 1972. Trotski, revolucionario sin fronteras, FCE., Buenos

Aires, 2006.

MAZOWER, M.: El imperio de Hitler, Crítica, Barcelona,

2008.

MERRIDALE, C.:La guerra de los ivanes. El Ejército Rojo

(1939-1945), Debate, Barcelona, 2006.

MEYER, J.: Rusia y sus imperios (1894-2005), Tusquets,

Barcelona, 2007.

Page 122: Comprender el Stalinismo

MICHEL, B.:Nations et nationalismes en Europe central. XIXXX siècle, Aubier, París, 1995.

NAIMARK, N.:Fires of hatred. Ethnic cleansing in twentieth-century Europe, Harvard University Press, 2002.

NELGERG, M. S.:NELGERG, M. S.:

1918), Paidós, Barcelona, 2006.

NOVE, A.:An economic History of the USSR,Penguin Books, 1989.

PADFIELD, P.: Himmler, Reichs-Führer-SS, MPG Books, 2001.

PATULA, J.:Europa del Este: del estalinismo a la democracia, Siglo XXI, Madrid, 1993.

POCH-DE-FELIU, R.:La gran transición. Rusia, 1985-2002, Crítica, Barcelona, 2003.

POULANTZAS, N.:Fascismo y dictadura. La III Internacional frente al fascismo, Siglo XXI, Madrid, 1973.

RAYFELD, D.:Stalin y los verdugos, Taurus, Madrid, 2003.

REES, L.:El holocausto asiático, Crítica, Barcelona, 2009.

REIMAN, M.:El nacimiento del estalinismo, Crítica, Barcelona, 1982.

RUBIOL, G.; Turquía, entre Occidente y el Islam, Viena, Barcelona, 2004.

SASSOON, D.; One hundred years of socialism, Tauris Publishers, Londres, 1996.

SCHULZE, H.:Estado y nación en Europa, Crítica, Barcelona, 1997.

SEBAG MONTEFIORE, S.:La corte del zar rojo, Crítica, Barcelona, 2004.

Llamadme Stalin. La historia secreta de un revolucionario, Crítica, Barcelona, 2010.

SERGE, V.;Memorias de un revolucionario, Veintisieteletras, Madrid, 2011.

SIK, O.:Sobre la economía checoslovaca: un nuevo modelo de socialismo, Ariel, Barcelona, 1971.

Argumentos para una tercera vía. Ni capitalismo ni socialismo soviético, Dopesa, Barcelona, 1973.

SORLIN, P.:La sociedad soviética (1917-1964), Vicens Vives, Barcelona, 1967.

STALIN, J.:El marxismo y la cuestión nacional, Ediciones Nuestra Bandera, Toulouse, 1946.

THIESSE, A. M.: La creation des identités nationales, Seuil,1999.

TROTSKI, L.:Mi vida, Ediciones Giner, Madrid, 1978. Historia de la revolución rusa, Veintisieteletras,

Madrid, 2007.

Page 123: Comprender el Stalinismo

Terrorismo y comunismo, Akal, Madrid, 2007. La revolución traicionada, Fundación Federico

Engels, Madrid, 1991.

El programa de transición, Fundación Federico

Engels, Madrid, 2008.

Stalin, Los libros de nuestro tiempo, 1947. VADNEY, T. E.,The World since 1945,Penguin Books, 1987. WESSELING, H.:WESSELING, H.:

1914), RBA Libros, Barcelona, 2010.

ZINN, H.:La otra historia de los Estados Unidos, Arguitaletxe

hiru, Hondarribia, 1999.