Como Suple Dios Nuestras Hecesidades-AB Simpson

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1 EDITORIAL CLIE COMO SUPLE DIOS NUESTRAS NECESIDADES Albert Benjamin Simpson FUNDADOR DE LA “ALIANZA CRISTIANA Y MISIONERA”

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EDITORIAL CLIE

COMO SUPLE DIOS NUESTRAS

NECESIDADES

Albert Benjamin Simpson FUNDADOR DE LA “ALIANZA CRISTIANA Y MISIONERA”

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Índice PREFACIO 3

1. EL DIOS DE ELÍAS 4 2. EL DIOS DE PABLO 10

3. EL DIOS DE JACOB 15 4. EL DIOS DE ESTER 21 5. LA VISIÓN DE DIOS 26

6. EL SECRETO DE LA VISIÓN 31

POESÍAS DE A. B. SIMPSON 35

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Prefacio El tema de este librito es el tema más importante del mundo. «Lo he perdido todo - me dijo una vez una mujer afligida -, todo, excepto Dios.» Esta frase abarcaba todo un cielo y eclipsaba todo lo que había perdido, porque si la mujer tenía a Dios, era como si no hubiera perdido nada; y lo había ganado todo. La mayor necesidad de nuestros tiempos y de todos los tiempos, la necesidad más grande de todo corazón humano, es conocer los recursos y posibilidades de Dios. El apóstol nos pinta un arco iris en el cielo nublado y tempestuoso. Después de describir la condición perdida e impotente de los pecadores, muertos en sus transgresiones y pecados, hijos de la ira, de repente se para y pronuncia dos palabras: «Pero Dios...», «que es rico en misericordia, por el mucho amor con que nos amó cuando aún estábamos muertos en pecado». El mismo apóstol de nuevo nos da la clave de la verdadera vida de santidad en su antítesis breve y sorprendente: «No ya yo, pero Cristo vive en mí.» Las palabras destacan como la clave de la providencia divina cuando leemos la historia de la encarcelación de Pedro y su próxima sentencia, cuando Herodes estaba esperando que llegara la mañana para ejecutarle. Entonces sigue esta simple frase: «Pero se hacía oración sin cesar a Dios por él.» Y este pequeño «pero» fue más poderoso que la cólera de Herodes o la iracundia de los fariseos o las verjas y cerrojos de su prisión. Estas palabras se destacan tremendas y solemnes otra vez en la palabra del necio, que lo había invertido todo en la vida, en los bienes de este mundo, consultando a otros para aumentar sus planes y placeres, y removiéndolo todo, cuando una ráfaga helada de muerte y juicio le llegó con la terrible sentencia: «Pero Dios le dijo: ¡necio!» Las páginas que siguen son un esfuerzo para desplegar ante el lector la suficiencia y variedad infinita de los recursos de Dios.

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1 EL DIOS DE ELÍAS «Dónde está Jehová, el Dios de Elías?» (2.ª Reyes 2:14.) Siempre me ha gustado que cuando Ellas fue arrebatado al cielo Eliseo no preguntara «Dónde está Elías?» al ver que su mentor y gula no se hallaba a su lado. Habla perdido a su amigo y padre espiritual y si en cualquier situación hubiera sido justificada la exclamación, vistas sus circunstancias, hubiera sido en este caso. Pero la idea que primero se le ocurrió a Eliseo fue la del Maestro, no la del discípulo. Detrás de la maravillosa vida y obra de Elías vela sólo los infinitos recursos de aquel Dios que podía ser tanto para él como había sido para su maestro. El clamor profundo de su alma no fue de mera simpatía humana, sino en búsqueda de la manifestación del poder sobrenatural y la presencia de Dios. La necesidad profunda de la vida de Eliseo fue la misma necesidad profunda de cada alma sincera hoy día: la revelación de Dios, la comprensión de lo sobrenatural. Elíseo estaba pensando en todo lo que Dios había sido para Elías, y anhelaba que fuera lo mismo para él. ¡Oh, que nuestro corazón pueda sentir el mismo anhelo de conocer al Dios de Elías, al Dios de Eliseo! El Dios de Elías ¡Cuánto había representado y sido Jehová para el siervo a quien había transportado a su gloriosa presencia! Llamado de las soledades y yermos de Galaad, este hombre extraño y adusto cuya vida y carácter parecen haber sido moldeados entre la majestad de la naturaleza, a solas con su Dios, irrumpió de súbito en medio de una sociedad de maldad sin segundo y en un escenario de lujo y refinamiento impío. La hermosa capital del reino de Israel se hallaba bajo el dominio del malvado y vulgar Acab, cuya conducta y cetro estaban por completo bajo el dominio de una mujer infame, cuyo nombre ha sido desde entonces epítome de toda maldad: Jezabel, la idólatra de Sidón. El profeta de Galaad, sin ayuda, plantó cara a las fuerzas combinadas de una corte viciosa, un sacerdocio idólatra y mercenario y un pueblo entero que había sido desviado del camino de la piedad y se había hundido en el pecado o la apatía. La situación habría sido desesperada de no haber sido por los recursos de Dios. Con una fe que no le falló una sola vez, el profeta arrostró la situación y puso en acción la plenitud de su equipo divino. A su palabra los cielos quedaron sellados y la cosecha se marchitó, y a su palabra se abrieron las compuertas de la lluvia y el suelo volvió a dar su fruto. Los cuervos de las cañadas acudieron a ministrarle ayuda, y la escasa provisión de harina y aceite de la viuda fue multiplicada hasta que pasaron los meses del hambre. Por fin todo Israel se reunió a sus órdenes en una magna asamblea en el Carmelo, y allí estaba él para reivindicar el nombre de Jehová contra la perversa Jezabel y el iracundo

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Acab, los ochocientos profetas de Baal y los millares del pueblo de Israel. El altar estaba preparado; las zanjas abiertas y llenas de agua; los vanos intentos de los profetas paganos se repitieron una y otra vez para estrellarse en un fracaso rotundo. Entonces, al final, vino la prueba solemne y Elías invocó el poder del Omnipotente para que enviara fuego del cielo. Como un rayo cayó el fuego y devoró los sacrificios, lamiendo las aguas de las zanjas y deslumbrando los ojos asombrados de los millares reunidos hasta que la intensa emoción no pudo ser contenida y como un trueno resonó la exclamación: «¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!» Rápidamente se llevó la victoria a su inevitable y triste término. Los profetas de Baa! fueron degollados antes de que pudiera tener lugar una contrarreacción. Luego, postrado en una oración de agonía ante Dios, el profeta rogó en una escena culminante que los cielos fueran abiertos y descendiera la lluvia. Y la lluvia descendió a torrentes. Ceñidos sus lomos corrió delante del carro de Acab hasta las puertas del palacio. La nación entera se regocijó de que al fin hubiera llegado juicio y sentencia y el pueblo había vuelto su corazón a Dios. Pero mayor aún que esto fue la revelación del poder de Jehová en la vida de Elías. A él le fue permitido, antes que a ningún otro mensajero de Jehová, el franquear las mismas puertas de la muerte volviendo a llamar a los espíritus que habían partido a un mundo invisible. Terminada su labor, todavía le esperaba un triunfo mayor, porque él fue el primero que fue levantado sin que la muerte pusiera sobre él su dedo, y fue arrebatado a lo alto en un carro de fuego con caballos de fuego. El Señor Dios de Elías es el Dios de la vida y de la muerte, el Dios de cielos y tierra, el Dios de las naciones y príncipes y reyes, el Dios de la naturaleza y de la gracia, el Dios de juicios y galardones, el Dios que es un fuego consumidor, más poderoso que las fuerzas de la naturaleza, del hombre y del infierno. Este Dios poderoso cuyas obras Eliseo había presenciado al lado de su maestro, y cuya presencia él mismo invocó, le mostró sus recursos infinitos al discípulo durante su vida, en formas aún más maravillosas que todo lo que él habla presenciado en la vida de Elías. El Dios de Eliseo La proyección de la vida de Eliseo fue más amplia que la de Elías. Aunque el profeta del fuego fue una figura más sorprendente y quizás, en ocasiones, alcanzó vuelos más altos que los de su sucesor, con todo, la esfera de acción de Elías tomó un mayor alcance más cercano a la humanidad, en conjunto, y más beneficioso a las personas comunes y corrientes. Seria de desear que el lector le dedicara una semana y leyera un capítulo cada día de la historia de Eliseo. Podría empezar con el segundo capítulo de Segunda Reyes hasta el capitulo séptimo, concluyendo luego, el séptimo día, con el capítulo trece, que nos da las últimas escenas de su vida. Este repaso nos traería a Dios más cerca de nuestro modo de pensar, despertarla en nosotros un deseo intenso por una vida vivida andando junto a Él, como la de Eliseo, y nos impulsaría con frecuencia a exclamar preguntando: «Dónde está Jehová, el Dios de Elías»? Demos una mirada a algunas de estas escenas.

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Volviendo hacia atrás, en los últimos días de la vida de Elías, y a la transición del ministerio del mismo a su sucesor, nos impresiona ver que la primera de las ilustraciones de los recursos de Dios es la manera maravillosa en que Jehová muestra su habilidad para escoger sus agentes y proveer el obrero que más se necesita en todo momento de crisis y apuro en la historia de su reino. Elías había fracasado y había huido de Jezabel en el mismo momento de su triunfo. Demasiado entusiasmado quizás, había venido la reacción antes de que estuviera preparado para contrarrestarla, así como vemos en el capítulo humillante de su historia en que «viendo el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida». Pero ¡con qué delicadeza y ternura le trató Dios! Le dejó marchar por el desierto hasta que estuvo agotado y se puso a descansar debajo de un enebro, y allí le dejó dormir, y le ofreció después una y otra vez refrigerio hasta que recobró el ánimo. Luego Dios le envió a Horeb para darle allí las últimas instrucciones. Una de ellas fue relevarle del trabajo del que por un momento se había sentido abrumado, y le indicó quién tenía que sucederle. «Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco», fue el mensaje de Dios, «y llegarás y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú, hijo de Nimsi, ungirás por rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat de Abelemehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar». ¡Cuán rápidamente había encontrado Dios su sucesor! ¡Cuán fácil es para Dios recorrer la corte de un reino lleno de Eecado, o ir a un campo de labrantío donde un humilde Eliseo está arando con yuntas de bueyes, y llamarlo para ser el instrumento que necesita en el momento requerido. ¡Cuán claramente humilla esto nuestra arrogancia y sentimiento de rango y categoría! Dios no necesita nuestros talentos, y somos nosotros los que recibimos un gran honor y privilegio si nos permite que le sirvamos. Tengamos mucho cuidado en no cansarnos pronto, no sea que seamos relevados. Dios puede tomar en serio nuestra exhibición de desánimo y flaqueza y poner a otro en nuestro lugar. En segundo lugar, tenemos otra ilustración en Primera Reyes 22:34 en que vemos cuán fácil es para Dios el escoger un instrumento, incluso un instrumento inconsciente para llevar a cabo su obra y sus planes. Mucho antes Dios había decretado y anunciado el castigo de Acab por sus crímenes, y su longanimidad había esperado y había perdonado la vida al malvado rey varias veces. Por fin había llegado el día del juicio, y la forma escogida para realizarlo es solemne en su simplicidad. Acab estaba saliendo del campo de batalla en que había escapado de los asaltos de sus enemigos e iba montado en su carro, lejos del peligro, cuando «un hombre disparo su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura». El hombre no tenía la menor idea de que su flecha hubiera dado en ningún blanco importante. Pero el rey se dio cuenta de que estaba herido y le dijo a su cochero: «Da la vuelta y sácame del campo, pues estoy herido.» Al hundirse el sol en el occidente desapareció su último aliento de vida, «porque la sangre corría por el fondo del carro». ¡Cuán fácil había sido para Dios derrocar a su enemigo! ¡Cuán poco deberíamos preocuparnos nosotros de nuestros enemigos! «Amados, no os venguéis.., porque escrito está: Mía es la venganza; yo pagaré, dice el Señor.» Se dice que un hombre impío que una vez estaba regresando de una fiesta que había celebrado con unos amigos en la plaza mercado de una aldea de Inglaterra, donde había desafiado a Dios diciendo que si existía, lo demostrara haciéndole caer muerto. Como no le había ocurrido nada, él y sus compañeros regresaban gloriándose de su acto blasfemo e insensato. Mientras cabalgaban por un camino rural, de repente, su capitoste

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se cayó del caballo presa de convulsiones, y al acudir todos para ayudarle vieron que estaba dando las últimas bocanadas y se caía muerto delante de ellos. No pudieron ver nada que pudiera haber causado su muerte. Hubo, pues, que hacerle una autopsia en la que se encontró en su tráquea una especie de mosca minúscula, una de las más pequeñas criaturas que Dios ha puesto en el mundo, que había sido mandada por Él como verdugo para ejecutar la sentencia. Un reflejo nervioso en la laringe del blasfemo causado por la presencia de la mosca le había asfixiado. No habían transcurrido muchas horas cuando la blasfemia fue vengada por una criatura al parecer inofensiva. Esta es una muestra de los juicios de Dios. Este es el Dios de Eliseo, éste es nuestro Dios. Confiemos en Él. Temámosle. Pongamos en sus manos fieles el cuidado de nuestras almas. Tercero. El Dios de Eliseo es el Dios que puede apartar los obstáculos más formidables de nuestro camino. En el momento en que Eliseo recibió el poder del Espíritu de Dios prometido, recibió no la bienvenida de huestes angélicas, sino la hosca negativa de la túmida corriente del Jordán que rehusaba dejarle pasar al otro lado, donde había el campo de su futuro ministerio. Había allí los hijos de los profetas, o sea estudiantes, que le miraban con actitud crítica para ver lo que haría. Exclamando «Dónde está Jehová, el Dios de Elías?», golpeó las aguas del Jordán e invocó los recursos poderosos del Omnipotente. Las aguas se separaron a uno y a otro lado, y él cruzó el río en seco; los estudiantes que le miraban exclamaron asombrados: «El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. » Amados en el Señor: lo primero con que nos vamos a encontrar cuando uno de nosotros eche mano de alguna nueva forma de bendición o poder de Dios será algún Jordán de crecida u otro obstáculo insuperable. ¿Qué vas a hacer entonces? No puedes hacer otra cosa que recordar que Dios puede hacerlo todo y acudirá a su fuerza poniendo de lado nuestra debilidad, las dudas y las dificultades. Entonces podremos gritar: «Quién eres tú (o gran monte) delante de Zorobabel (o el Dios de Eliseo)? Vendrás a ser una llanura.» (Zacarías 4:7.) Cuarto. El Dios de Eliseo puede enseñorearse sobre las fuerzas de la naturaleza. En Segunda Reyes 2:20 y en 4:42, hay dos hermosos ejemplos del poder de Dios por medio de Eliseo en el mundo natural. En el primero vemos que las aguas malas y la tierra estéril son saneadas por medio de un poco de sal. En el segundo vemos la multiplicación de veinte pequeños panes de cebada que fueron suficientes para cien hombres, lo mismo que más adelante, junto a la orilla del mar de Galilea el Maestro alimentó a cinco mil. Todavía tenemos a un Dios que puede ayudarnos en el campo, en la cocina, que puede hacer un suelo fértil, proteger nuestras cosechas y enviar fruto, darnos el pan de cada día y multiplicar lo poco que una ama e casa tiene a disposición para que sea bastante para toda la familia. De modo que Dios está andando hoy con más de un santo humilde en su lugar de trabajo y de tribulaciones. Quinto. El Dios de Eliseo es un Dios de casos apurados. En el tercer capítulo de Segunda Reyes se nos cuenta la historia de una escasez de agua en el valle de Edom, y de la liberación maravillosa que tuvo lugar mediante Eliseo. «Así ha dicho Jehová» fue la respuesta del profeta a la incredulidad de Jehoram y los temores de Josafat; «No veréis viento ni veréis lluvia; pero este valle será llenado de agua y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y aun esto es poca cosa a los ojos de Jehová; pues

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entregará también a los moabitas en vuestras manos.» El Dios de Eliseo puede enviar agua cuando no hay viento ni lluvia ni señal alguna de ella. Él puede socorrer cuando todos los recursos humanos fallan. Puede incluso ayudarnos cuando nos hallamos en un sitio en que no deberíamos estar, como estaba Josafat; y no es muy difícil para Dios hacer las mayores señales en favor de aquellos que confían en Él. Sus recursos son tan abundantes que nunca podemos agotarlos, y cuando hace algo por nosotros no es sino un modo de estimularnos a que le pidamos que haga más. Sexto. El Dios de Eliseo es un Dios de gracia así como de bienes temporales. El capítulo cuatro de Segunda Reyes nos da el incidente del aceite de la viuda y la maravilla que ocurrió cuando ella fue echando de la vasija de aceite para llenar otras vasijas vacías, cómo la vasija siguió manando hasta que no hubo más vasijas vacías, y cómo pudo con el aceite pagar a sus acreedores y vivir ella y sus hijos con lo que quedó. El aceite, como sabemos, era el símbolo del Espíritu Santo, y la lección que aprendemos es que si tenemos el Santo Espíritu en nuestro corazón y en nuestra casa él. nos proveerá de todo lo que necesitemos y nos garantizará toda posible bendición. Todo lo que tenemos que hacer es usar lo que tenemos y presentarle a Ellas tribulaciones y necesidades como vasijas vacías, para que Él las llene con su plenitud, y transforme toda dificultad en una ocasión de bendición y alabanza. Séptimo. El Dios de Eliseo es el Dios de la salud y las curaciones. No hay mejor ejemplo de la provisión de Dios para la curación de nuestras enermedades físicas que la historia de Naaman y su curación en las aguas del Jordán. No fue Eliseo que le curo. Fue simplemente el poder de Dios que tocó al enfermo en el momento en que confió y obedeció, y su lavamiento en el Jordán no fue nada más que un acto de fe consumado, que cumplió exactamente la palabra de Dios y mostró que perseveraba en una actitud de fe hasta que llegó a bendición. El mismo Dios espera todavía para curar a todos los que acuden a Él con fe persistente, paciente y triunfante. Octavo. El Dios de Eliseo es el Dios de lo sobrenatural. El incidente del capítulo seis de Segunda Reyes es un hermoso ejemplo del principio de lo sobrenatural. Bajando al Jordán con los estudiantes o «hijos de los profetas» para construir una cabaña junto a la orilla, uno de ellos dejó caer el hacha de hierro en el agua. El profeta resolvió el problema haciendo flotar el hierro, mostrando con ello que el poder de Dios es superior a las leyes de la naturaleza. Esto es lo que la resurrección y ascensión de Jesucristo demuestran y hacen practicable para nosotros también. Todavía tenemos un Dios que puede obrar por encima de las mismas leyes que El ha promulgado cuando el interés de sus hijos lo requiere. Un Dios que es: «Cabeza de todas las cosas para la iglesia, que es su cuerpo, cuya plenitud llena a todos en todo.» ¿Dónde está el Dios de Elías y de Eliseo? Está allí donde su pueblo necesita manifestaciones de su presencia y de su poder. En los momentos más difíciles y en una época saturada de pecado, El es todavía lo que era en los tiempos de Jezabel y Acab. Es el Dios no sólo de unos pocos y de circunstancias trascendentales, sino que es un Dios en el cual, como en el caso de Elías, podemos confiar para que nos dé nuevas experiencias, como las del monte Carmelo, o en la batalla, o en la cabaña de la viuda, dondequiera que se necesite, siempre que haya fe y confianza.

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Eliseo fue un hombre del pueblo y su vida nos enseña que nuestro Cristo es el Cristo de la gente sencilla todavía, y su promesa y su gracia son para todas las ocasiones y para todos sus hijos que sufren. Él se halla donde la fe confía en Él, la oración espera en Él, y la paciencia se mantiene firme en tanto que Él llega. Este Dios es nuestro Dios, el Dios y Padre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, «el mismo, ayer, hoy y por los siglos». ¡Señor, ayúdame a entenderte mejor y a confiar más en Ti!

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2 EL DIOS DE PABLO «Pero mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.» (Filipenses 4:19.) Este es el legado de Pablo a sus discípulos y amigos. Él nos deja a su Dios y todo lo que su propia vida y su experiencia han revelado de su infinita suficiencia. Esta maravillosa frase empieza con «Dios» y termina con «Cristo Jesús», y entre estos dos extremos se halla, primero: «todas vuestras necesidades», y segundo: «sus riquezas en gloria». No se trata de un billete de banco, sino de todo un banco con todos los recursos del propietario a disposición. La mayor necesidad de la vida del cristiano es conocer a Dios y sus recursos. La Biblia es precisamente una revelación de la total suficiencia de Dios por medio de los cauces e instrumentos que Él ha usado para revelarse a si mismo. Las vidas y personajes presentados en las Sagradas Escrituras no son ya notables por sí mismos como lo son por la divina presencia que está detrás de cada uno de ellos. La diferencia entre los héroes humanos y los personajes sagrados consiste en esto: el es sólo un hombre, pero detrás del varón de Dios está Dios mismo, mayor que el personaje, y haciéndole sombra con su presencia gloriosa e infinita. Cuando regresa a la patria uno de los grandes héroes nacionales se le rinden grandes honores. Detrás de él, naturalmente, se hallan sus hazañas y la gloriosa enseña del país que representa. Pero esto es todo. Durante unos días es una personalidad suprema sobre la que se concentran todos los ojos y corazones. Pero detrás de Enoc está el Dios de Enoc. Detrás de Elías, el Dios de Elías. Detrás de Moisés, el Dios de Moisés, mucho más poderoso que el caudillo libertador. Detrás de Pablo está la maravillosa presencia que es revelada en su vida y cuya última voluntad y testamento Pablo pone a disposición de todo corazón cristiano. De pie ante el umbral de su nueva vida y apenas acabado de rehacerse del sorprendente final de su glorificado mentor, Eliseo se dirigió hacia el hosco Jordán y luego a las tareas más importantes de su ministerio divino. Pero estamos contentos que no preguntara por Elías. Preguntó por el Dios de Elías. Y de la misma manera, Pablo, separado de sus queridos amigos de Filipos, no trata de consolarlos con meras promesas de su presencia terrenal, porque sabe que incluso ésta sería temporal, sino que les entrega su Dios. Condensado en una frase hay todo el significado de su experiencia y de las infinitas riquezas de Dios: «Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.» Cada una de estas vidas representativas nos revela a Dios bajo una luz distinta, y así el Dios de Pablo se halla delante de nosotros con una luz tan distintiva y gloriosa como la de Eliseo o de Elías. ¿Cuales son las lecciones que nos enseña la vida de Pablo sobre la

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total suficiencia de Dios? Con frecuencia hemos mirado a Pablo, ahora miremos a su Dios maravilloso. Primero vemos que el Dios de Pablo es un Dios que puede salvar al mayor pecador y alcanzar al caso más endurecido en la incredulidad. Pablo se presenta a sí mismo como un pecador típico. Con profunda humildad y con naturalidad, sin embargo, nos dice no sólo sus méritos como pecador, sino también como candidato al perdón. Se considera como un pecador típico para demostrar que Dios puede salvar a cualquiera, puesto que le ha salvado a él. «Por esta causa -dice- recibí misericordia, para que en mí, primero, Jesucristo pueda mostrar su longanimidad como ejemplo de aquellos que más adelante creerán en El para vida eterna.» Después de Pablo, cualquiera. La peculiaridad del caso de Pablo, lo que lo hacía especialmente difícil, era que Pablo no era ya un pecador malo, sino bueno. Era un hombre moral, justo, sin tacha, concienzudo, religioso, un obrero diligente por la causa religiosa en que creía. No había coyunturas dislocadas en su armadura por donde pudiera penetrar la flecha y dejarle convicto de descarrío. Había vivido «en buena conciencia delante de Dios» como religioso judío hasta el día de su conversión. Un hombre así no era fácil de alcanzar. Ante él cualquier llamada a arrepentimiento se deslizaría como sobre hielo. Los avisos severos de Dios no harían mella, no penetrarían en su alma acorazada. Y con todo, un destello de la luz reveladora de Cristo, una mirada a su rostro de paciente y compasivo amor, hizo pedazos de su alma dura y obstinada y le cambió para una vida de amor agradecido y poder constreñidor. Amados, ¿estáis en este momento orando por algún caso difícil, algún alma endurecida, dura como el pedernal? Recordad que Dios salvó a Pablo, orad y no desmayéis. Segundo. El Dios de Pablo es capaz de elevarnos a la mayor santidad, porque Pablo es no sólo un pecador modelo, sino un ejemplo de santos. Se atreve a decir: «Todas las cosas que habéis aprendido, recibido, oído y visto en mí, éstas haced.» Pero la característica primaria de su santidad es que es como Cristo. Nunca se pone delante, sino que se coloca detrás de la forma y hermosura de Jesucristo. Nunca nos habla de sus perfecciones, sino sólo de la gracia del Salvador. El mismo santo y seña de su vid á es: «Con Cristo estoy juntamente crucificado; y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí.» Esta es la forma más elevada y al mismo tiempo la más humilde de un carácter santo. Si pudiéramos impresionar a la gente con el hecho de que somos santos en grado preeminente, los desanimaríamos, porque ellos compararían su vida con la nuestra y verían el contraste; pero si les decimos que nos damos cuenta en nuestra vida de nuestras debilidades, pero que somos capaces de recibir fuerza que no teníamos, de otro, justicia que nosotros no podíamos obrar, hermosura extraña a nuestra naturaleza, que este Otro puede ser por su gracia lo mismo para ellos que ha sido para nosotros, los demás se sentirán animados y elevados. La historia de la experiencia espiritual de Pablo es una revelación constante de Jesús y de su proximidad a Él, de su suficiencia para un corazón débil, el santo más humilde, la vida más atribulada y acorralada. Hay tres cosas que marcan especialmente la santidad de Pablo. La primera es lo que podríamos llamar su justicia o rectitud, la calidad de íntegro, el fundamento esencial de toda experiencia más profunda y más elevada, una vida recta para con Dios y para con los hombres.

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Pero esto no es todo. Hay otra segunda cualidad más elevada de dulzura y hermosura cristianas. En uno de los pasajes más sorprendentes contrasta la vida del justo con la del hombre bueno. El justo es como una roca de granito, duro, pero verdadero. Pero el bueno es como el musgo que cubre la ladera del monte, esmaltado de flores y manantiales que saltan por las breñas, verdadero, pero también hermoso. «Apenas daría uno su vida por un justo, pero para una persona buena, quizás alguno se atrevería a morir. Pablo nos exhorta a combinar estos dos elementos. «Todo lo que es justo», nos dice en una frase. «Todo lo que es amable», nos dice en otra, y nos manda que lo combinemos. En su propia vida estaban combinadas a la perfección. Su santidad no es áspera, inaccesible, hosca, sino mansa, amable, simpática, considerada, simple como la de un niño, amante como la de una mujer, tierna como la de una madre, afectuosa como la de un padre, con lágrimas siempre dispuestas para ser vertidas, y un corazón presto para palpitar con humanidad y santidad. Esta es la vida que gana a otros, y ésta procede de una fuente superior, del corazón de Jesús. Fue el que escribió sobre el amor y también lo vivió, para que podamos poner la palabra «Cristo» donde él puso la palabra «amor» en el capítulo 13 de 1.ª Corintios. Pero hubo un tercer elemento en el carácter de Pablo para el cual Cristo le bastaba también, y es el carácter práctico, de sensatez, de buen juicio, de equilibrio de carácter. «Dios nos ha dado dice- el espíritu.., de poder, de amor, de sano juicio.» Fue esta integridad, este ser cabal que da fuerza a cada parte de su vida extraordinaria. Cuando Dios le ha hecho lo que es, está esperando que pueda ser para nosotros ejemplo si nosotros estamos dispuestos a pasar las mismas pruebas y seguir lo que nos dice. Y además, el Dios de Pablo es capaz de dar fuerza en los días de sufrimiento. Pablo fue no sólo un pecador modelo y un santo modelo, sino modelo de sufrimiento. En uno de los pasajes más notables de sus cartas habla de sí mismo como de un «espectáculo» expuesto a los ojos del mundo para demostrar lo que Dios puede hacer en una vida humana. Había sufrido las pruebas más severas a que se puede someter una vida humana. Miremos la lista de Segunda Corintios, capítulo 11: «De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en altamar; en viajes, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros de la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchas noches pasadas en vela, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día; la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriare en lo que es de mi debilidad.» Tenemos otra descripción casi tan extraordinaria como ésta en Primera Corintios 4:9-13: «Porque según pienso, Dios nos ha asignado a nosotros, los apóstoles, los últimos lugares como sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta el momento presente padecemos hambre, tenemos sed, andamos mal vestidos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen y bendecimos; padecemos persecución y la soportamos. Nos difaman y exhortamos; hemos venido, a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.»

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Aquí nos dice que, como en los juegos romanos, el brutal maestro de ceremonias reservaba para el final la tragedia sangrienta, y después de haber jugado con las vidas por un rato, finalmente la sed de sangre era satisfecha, y algún gladiador perdía su vida en la arena; por ello dice: «Dios nos ha asignado a los apóstoles los últimos lugares, como a sentenciados a muerte.» Luego habla de diversas formas de privaciones, sufrimientos y aflicciones, todo lo que resulta del abuso físico, la pérdida de amigos y de vidas, la cruel deserción de amigos queridos, la furia de los elementos, los peligros del mar, la furia de Satán, y las cargas que se le caen encima debido a su naturaleza afectuosa. Pablo llevó sobre sí, como si dijéramos, toda la carga del cuerpo de Cristo sufriente, y parecía como si hubiera sido nombrado para resistir lo que faltaba de las aflicciones de Cristo en su cuerpo, la iglesia. Con todo, ¡cómo reacciona ante esta prueba horrorosa! No sólo la aguanta, sino que es más que vencedor; no sólo la sufre con paciencia, sino que se gloria en ella con gozo triunfante. Escuchadle mientras proclama: «Estamos atribulados en todo, mas no estrechados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2.ª Corintios 4:8-10). Escuchémosle otra vez: «Como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí que vivimos; como castigados, mas no entregados a la muerte; como entristecidos, mas siempre gozosos; como menesterosos, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.» (2.ª Corintios 6:9-10.) Oigámosle otra vez cuando les dice a los ancianos de Efeso no sólo lo que ha sufrido, sino de lo que le anuncia el Espíritu Santo: «Sé que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio solemne, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones.» (Hechos 20:23.) Y con todo, añade: «De ninguna de estas cosas hago caso.» «No hago caso, no me desanimaron, no me quitaron la fuerza ante las necesidades de los otros y las demandas del trabajo.» «Ni cuento mi propia vida importante para mi, con tal que pueda terminar mi carrera con gozo y el ministerio que he recibido del Señor Jesucristo para testificar del evangelio de la gracia de Dios.» ¿Cuál era el secreto de esta paciencia maravillosa, de este sufrimiento victorioso? Nos dice en otro lugar qué es lo que Dios le habla contestado cuando le habla pedido que la gran carga de su sufrimiento le fuera quitada. La respuesta había sido: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» «Por tanto, de muy buena gana me gloriare más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en estrecheces, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» Estas cosas pasaron a ser para él vasijas en que retener más gracia del Señor, de modo que no sólo lo sufría, sino que los recibía con alegría, y los transformaba en victoria y alabanza por medio de la suficiente gracia de Jesucristo. Y además, en cuarto lugar, el Dios de Pablo es un Dios que puede dar fuerza y sostener el cuerpo que sufre. La experiencia de Pablo lo revela en dos fases. La primera es la curación directa de su enfermedad real por medio de la manifestación inmediata del poder de Dios en su cuerpo. Leemos de una de, estas curaciones en Segunda Corintios 1:8-10: Aquí se nos dice de un caso en que «estábamos abrumados sobremanera por

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encima de nuestras fuerzas» de manera que desesperaba incluso de la vida. Pero Dios le libró en una repuesta directa a su oración. Se nos relata un incidente similar en los Hechos de los Apóstoles, en que había sido apedreado, al parecer a muerte, en Listra, y mientras sus discípulos le estaban rodeando, se levantó y se fue quietamente a trabajar como si nada hubiera ocurrido. Pero tenemos una segunda fase de la vida divina de Pablo, revelada en el capítulo cuatro de Segunda Corintios. Esta fue no ya una curación inmediata, sino un hábito permanente de sacar de la vida fuerza de Cristo directamente y hallar en ella una experiencia constante en la vida mortal que le permitía levantarse por encima del poder de sus debilidades naturales, y actuar en la vida con un cuerpo débil, pero con una fuerza sobrenatural. El mismo Dios puede aun ser lo mismo en nosotros en nuestra carne mortal como en la vida espiritual. Finalmente, el Dios de Pablo es suficiente para hacer posible todo el servicio que reclama de nosotros. La vida de Pablo fue una vida de servicio de modo preeminente. «He trabajado más abundantemente que todos ellos», pudo decir, y luego añade: «Pero no ya yo, sino la gracia de Dios que está en mí.» Él sacaba la fuerza de Jesús y del Espíritu Santo para cada tarea, y contaba que con ello podía emprender cualquier tarea. En realidad, cada situación en que se encontraba era para él una oportunidad para el servicio. Si estaba en la prisión, inmediatamente empezaba a trabajar para la salvación de los otros presos. Si le enviaban guardias a su residencia para vigilarle, antes de la mañana ya estaban convertidos, y escribiendo a los Filipenses desde Roma les dice que todos los que estaban en el cuartel han aceptado a Jesucristo. Mirémosle en su viaje a Roma. Vemos a un misionero que se dirige al mayor campo misionero del mundo, después de haberse hecho cargo del mando del barco, por haber salvado las vidas y luego las almas de los que estaban a bordo. Mirémosle también en Roma, ante el emperador, arrastrado probablemente al Coliseo para ser despedazado por los leones. ¿Cómo consideraba estas cosas? Simplemente como una oportunidad de predicar á los tiranos que disponían de su vida el mensaje de salvación, olvidando los rugidos de los leones que habrían intimidado a otro más débil. Y luego añade: «Fui librado de la boca del león.» (2.ª Timoteo 4:16.) Su deber era predicar a Nerón; la parte de .Dios consistía en vigilar la boca del león. A pesar de las desventajas con que trabajaba Pablo, sin que hubiera iglesias o juntas denominacionales que se hicieran cargo de él, en el curso de una sola vida este hombre maravilloso llevó el evangelio a todas las ciudades importantes del mundo de entonces, y fundó iglesias de las que procede toda la cristiandad. ¿Cuál fue el secreto de todo ello? «Mi Dios» y «sus riquezas en gloria por Cristo Jesús». ¿Amados, ¿no queréis tener el mismo Dios de Pablo, y no queréis usar los infinitos recursos para una vida de santidad, de sufrimiento victorioso y de servicio santo como la suya?

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3 EL DIOS DE JACOB «No temas, gusano de Jacob. » (Isaías 41:14.) «Yo, Jehová, soy tu Salvador y tu Redentor, el Fuerte de Jacob. » (Isaías 49:26.) ¡Qué combinación! ¡Gusano de Jacob y el Fuerte de Jacob! ¡Un gusano asociado a la omnipotencia! ¿Qué hay más débil y pobre que un gusano? ¿Qué hay tan poderoso como el Fuerte de Jacob? Aquí se nos cuenta la historia no de Jacob, sino del Dios de Jacob; no del hombre, sino de un Dios suficiente en todo, que desplaza al hombre y lo sustituye con su infinita plenitud. Hemos visto algo de los recursos de Dios en la historia de Elías, la de Eliseo y en la vida de Pablo. Pero alguien podría objetar que todo esto podía ocurrir en vidas de héroes y gigantes; pero, ¿cómo puedo yo, un hombre débil y pobre, alcanzar cimas tan elevadas de victoria y de gloria? Por ello volvemos la mirada ahora a la vida de uno débil e impotente, para poder mostrar que Dios usa a éstos también para hacer de ellos ejemplos peculiares de su gracia y su suficiencia. La lección de la vida de Jacob es la de la gracia soberana de Dios. Hemos visto ya que ésta era una lección de la vida de Pablo y que el pensamiento más elevado y profundo de su testimonio era: «No ya yo, sino Cristo vive en mí.» Si ha existido alguien alguna vez que merezca ser llamado gusano era el suplantador, el hijo pequeño de Isaac. Y con todo, éste fue el hombre que Dios seleccionó de entre todos los patriarcas para hacerle cabeza de las tribus de Israel y el fundador real del pueblo del Pacto a quien fueron entregados los oráculos divinos. Por tanto, Jacob está especialmente equipado para mostrar la gracia de Dios mejor que ningún otro de los personajes de la Biblia. Demos una mirada a las lecciones que su vida ilustra con respecto a los recursos de nuestro Dios. Vemos en la vida de Jacob que Dios puede escoger y usar vidas y personajes deficientes y poco atrayentes. Si hubiera escogido basándose en principios naturales, entre los dos hijos de Isaac puede que hubiera preferido al espontáneo e impulsivo Esaú. Su padre le prefería y procuró darle su bendición paterna y el derecho de primogenitura divino. Había muy poco en Jacob que le hiciera simpático o noble. Era un hombre codicioso, avariento, una máquina que calculaba sus conveniencias. Jacob era egoísta y engañoso en extremo, dispuesto a sacar ventaja de las debilidades o las desgracias de los demás. Apenas hay un tipo humano que por consentimiento común se considere como más detestable que un avaro, frío, sin entrañas, calculador. Muchos le consideran inferior al hombre sensual que busca los placeres del cuerpo sin moderación y sin escrúpulos. Y con todo, Dios escogió a este hombre a fin de demostrar que no hay clase humana tan

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desgraciada que no esté dentro del alcance de la gracia soberana; en realidad, Dios ama a estas personas también, porque «donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia». Si hay algún alma que está leyendo estas líneas y que considera que no hay esperanza para él, recuerde a Jacob y, luego, recuerde al Dios de Jacob, el que escogió a un gusano para hacer de él un príncipe ante Dios y los hombres; al que está todavía diciendo: «Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a lo sabio; y Dios escogió lo débil del mundo para avergonzar a lo poderoso.» Y luego, el Dios de Jacob es un Dios que puede discernir elementos buenos y posibilidades de grandes cosas en las vidas que parecen más descorazonadoras. En la ruindad de Jacob había algo que tenía en sí inherentes los elementos de poder y bendición, y en la apariencia noble de Esaú había algo terrestre incapaz de elevarse. No sin razón dijo Dios de estos dos hombres: «A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí.» ¿Qué. había en Jacob que Dios había amado y que pasó a ser el punto de contacto con su gracia? Había el elemento que podemos llamar espiritual. Era una peculiar comprensión de las cosas elevadas, que discierne y escoge lo mejor. Es una especie de intuición, un instinto espiritual, el germen, de hecho, de la naturaleza más elevada. Le permitió a Jacob descubrir, apreciar y desear intensamente todo lo que significaba la divina primogenitura, mientras que a Esaú le faltaba este sentido, y esto hizo que despreciara la primogenitura. Esaú sólo se preocupaba de la satisfacción de sus apetitos naturales. Era un animal espléndido; eso era todo. Cuando estaba hambriento quería comida, y no le importaba nada el modo como la conseguía. No tenía el poder de comprender o apreciar las bendiciones elevadas que eran suyas por derecho natural. En la hora de su desvarío Esaú se dijo: «He aquí, yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá mi primogenitura?» Aquél era el momento en que más debía de haberle importado, porque le garantizaba el favor del Dios del Pacto, una parte entre el pueblo del pacto y el gran honor de encabezar el linaje que iba a conducir a la simiente prometida, el venidero Mesías. Aunque tenía dignidades y privilegios elevados relacionados con ella, era de modo preeminente espiritual en su significado y valor. Y con todo, Esaú no comprendió ninguna de estas cosas, e inconsciente y ciego lo tiró todo por un «guiso rojo» que le satisfizo el hambre. El autor sagrado cristaliza el drama en una simple frase: «Así menospreció Esaú la primogenitura.» Ahora bien, aquello por lo que Dios se complació en Jacob era la calidad de apreciar, desear y escoger lo mejor. Dios le amó por ello y Dios le concedió lo que deseaba. «Tienen su premio» es la tremenda sentencia que dijo Cristo sobre la humanidad. Los hombres y las mujeres tienen generalmente lo que desean. Si «buscan.., primeramente el reino de Dios y su justicia», «si tienen hambre y sed de justicia... serán saciados». Es verdad, con frecuencia, que lo peor y lo mejor muchas veces están muy cerca en la naturaleza humana. El pecador más desesperante lo es muchas veces porque el diablo ha visto su locura, y ha pervertido el capullo haciendo de él una espina. Dios lo ve todo a través de la costra del mal, y se nos acerca y satisface el deseo velado aún de algo profundo anhelante de lo mejor. Es consolador el saber que tenemos un Dios que no busca el mal que hay en nosotros, sino el bien que procura establecer contacto con cosas mejores, buscando en cada alma humana un lugar en que amarrar la cuerda de misericordia con la que elevarnos al cielo. Amigo, si estás lejos de Dios y eres consciente de tu nulo valor, quisiera hacerte una pregunta: ¿Quieres tener el amor de Dios en tu corazón? ¿Quieres escoger el hacer su voluntad si se te ofrece la

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oportunidad? ¿Estás dispuesto a separarte de todo con tal de alcanzar lo mejor y más elevado? Entonces, tienes aquello que Dios amó en Jacob y aquello que irá buscando a Dios hasta que le encuentre. En tercer lugar, vemos en el Dios de Jacob que puede revelarse, a un alma que está en completa ignorancia de El. Cuando Jacob salió de la casa de su padre y de los brazos de su madre, había puesto su corazón sobre las mejores cosas que él conocía y consiguió el pacto por medio de una transacción indigna, pero hasta aquel momento no había tenido la menor experiencia de Dios. Vemos esto en la confesión en la cueva de Betel, cuando dijo: «Ciertamente, Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.» Vemos también la falta de todo amor filial y de confianza. «¡Cuán terrible es este lugar!» Era un corazón rudo, entenebrecido, natural, que se retraía de la presencia de Dios, sin saber nada de confianza y de amor. Pero a este corazón pobre, oscuro y solitario se acercó Dios y se dio a conocer en aquella visión de luz y revelación divinas, que pasó a ser no sólo para él, sino para todas las generaciones venideras, una escalera que alcanzaba el cielo desde el lugar más bajo y humilde. Recuerdo bien el día en que yo visitaba las ruinas de Betel, cabalgando a lo largo de un estrecho sendero, parándome de vez en cuando ante las numerosas cuevas a lo largo del camino, y preguntándome en cuál de ellas había puesto Jacob su cabeza sobre una piedra, como sobre una almohada, la primera noche después de abandonar su casa. Mi guía me indicó un punto a través del valle y me dijo: «Esta es la cueva en que durmió Jacob, porque desde allí se pueden ver, en la ladera rocosa, los grandes peldaños de piedra que se levantan uno tras otro como escalones gigantescos, y en la semioscuridad le pareció a Jacob que eran una escalera por la que se llegaba al cielo.» Mi guía había resultado un maestro en alta crítica. Creía que podía explicar la Biblia sin necesidad del elemento sobrenatural. Le dije que yo sabía más cosas. Que la escalera que vio Jacob no eran los cantos escalonados en la ladera, sino que era una escalera invisible que mi fe y la tuya han visto muchas veces desde entonces, que desde nuestra impotencia nos abre camino hasta el cielo y por la que descienden los ángeles de Dios con sus mensajes de ayuda y bendición. Esta fue la primera vez que Jacob se encontró con Dios. Llega un momento así en la vida de todo creyente. Le conocías, le habías escogido, le habías entregado el corazón, pero nunca habías llegado a tener una verdadera experiencia personal. Pero una noche solitaria, un momento de profunda tribulación, alguna crisis te forzó a orar y encontraste a un Dios que se te reveló como el gran hecho de tu vida, Aquel con el cual permanecerás en contacto íntimo, que será tu Dios del Pacto, tu Amigo, que te dirá, como a Jacob: «He aquí, yo ya estoy contigo; y te guardare por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.» Puedes escogerle si quieres. Depende de Él el hacerse conocer, y su promesa eterna es: «Probadme ahora en esto» (Malaquías 3:10). Entonces sabremos si le seguimos para conocer al Señor o solamente por lo que dos da. En cuarto lugar, el Dios de Jacob sigue a sus hijos incluso durante años de imperfecciones y descarríos mientras estamos alejados de Él. Porque Jacob a partir de la visión fue un hombre nuevo y un varón de Dios, pero todavía estaba lleno de sus viejas artimañas, era egoísta y amaba los fraudes. Y así le vemos, dedicándose a sus trapacerías, haciendo de las suyas, intrigando contra Labán y tratando de habérselas con él, pagando su astucia con la misma moneda. Le vemos tratando de conseguir esposa,

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haciendo trampas, y al final abandonando el país de su adopción temporal, dueño de inmensas riquezas, y con todo, era el mismo viejo Jacob en muchos aspectos. No se había olvidado de Dios. Había orado con frecuencia. Le había pedido que prosperara sus argucias y sus planes. Pero todavía era Jacob, el gusano de Jacob, el suplantador. Pero Dios no le había abandonado en todos estos años. Le había seguido, le había amado, bendecido, prosperado, ya su debido tiempo iba a llamarle a cosas mejores. Y así, querido amigo, Dios te ha seguido a ti en medio de tus descarríos. Él no te quería allí donde estabas; pero no te dejó solo. Como siguió a Israel por el desierto, de la misma manera va contigo en u presente itinerario. En todas tus aflicciones Él ha sido afligido, y el ángel de su presencia te ha guardado y te ha conducido todos los días. Es así que Dios ama todavía a sus hijos imperfectos. Él no olvida al hijo cuando se equivoca y comete locuras, sino que es todavía un Dios de infinita longanimidad y paciencia, ternura y amor paterno. Esto no debería ser un estímulo para menospreciar nuestros elevados privilegios, sino a ser agradecidos en amor, para seguirle de cerca y decidir hacer su voluntad. Luego vemos en el Dios de Jacob que al fin supo poner sobre éste la presión que había de traer la gran crisis de su vida. Había llegado el tiempo para una experiencia nueva y más profunda, de modo que Dios le hizo regresar a su antiguo hogar. Es el viejo Jacob que regresa. Tiene numerosos rebaños, siervos y familia. Vemos también su previsión y consejo tratando de proteger sus propiedades y sus deudos, y cuando sabe que su hermano, a quien considera indignado, se le acerca con un bando armado, agota todos los recursos de su ingenio para evitar una confrontación violenta. Divide a su familia en dos campamentos, le envía presentes. Finalmente se da cuenta de que todo es inútil y que se halla por completo indefenso, sólo protegido por la misericordia y el poder de Dios. El camino se ha ido estrechando y es ahora un sendero por el que sólo pueden andar de lado Dios y Jacob. Pasó el vado de Jacob y bajo el cielo estrellado de Oriente, Jacob hizo frente a la gran crisis de su vida. De ella iba a hundirse o a alcanzar su mayor elevación. Iba a ser, o bien Dios, o su ruina. Y su instinto religioso le hace elevar la mirada al cielo. Jacob ora como nunca había orado antes. Pero hay otro conflicto. Dios está luchando con Jacob más que Jacob está luchando con Dios. Se nos dice con mucho significado que «luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Era el Hijo del hombre. Era el Angel del Pacto. Era Dios acorralando al viejo Jacob, su vida de antes, y antes de que rayara el alba, Dios había prevalecido y Jacob tenía el muslo descoyuntado. Pero al caer, cayó en los brazos de Dios y siguió luchando hasta que llegó la bendición, y la nueva vida nació en él y se levantó de lo terreno a lo celestial, de lo humano a lo divino, de lo natural a lo sobrenatural. Aquella mañana era un hombre débil y quebrantado, pero Dios había proclamado: «No se dirá más de tu nombre, Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has prevalecido. » Amigo, ésta debe ser una escena que ha de tener lugar en toda vida transformada. Llega un momento de crisis a cada uno de aquellos a los que Dios ha llamado a lo más elevado, a lo mejor. Cuando todos nuestros recursos fallan en el momento en que hacemos frente a la ruina o a algo tan superior que nunca habíamos ni soñado; cuando necesitamos ayuda infinita de Dios, pero antes de poder conseguirla tenemos que soltar

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algo que se interpone, hemos de rendirnos por completo, hemos de dejar de hacer uso de nuestra sabiduría, fuerza y justicia, y hemos de ser crucificados con Cristo y vivir en Él. Dios sabe cómo guiamos en la crisis una vez nos ha llevado a ella. Amado, ¿te conduce Dios así? ¿Es éste el significado de tu profunda tribulación, de tu ambiente difícil, de esta situación imposible, o este lugar de prueba del que no puedes salir sin Él, y con todo, no estás tan cerca de Él como para que te dé la victoria? ¡Oh, vuélvete al Dios de Jacob! Échate a sus pies. Muere para tu fuerza, tu sabiduría y lánzate en sus amantes brazos, como Jacob, para recibir de El la fuerza y suficiencia. No hay otra manera de salir de este paso estrecho, sino hacia la cumbre. Debes obtener tu liberación elevándote y alcanzando una nueva experiencia con Dios, que te lleve a todo lo que significa la revelación del Fuerte de Jacob. En sexto lugar, vemos en el Dios de Jacob a un Dios que sabe terminar su trabajo por medio de la disciplina lenta del sufrimiento. Esta experiencia en Jacob fue la crisis verdadera; pero el cumplimiento de la labor requirió los años que siguieron. Hay muchas cosas que Dios puede hacer sólo con el tiempo. Hay procesos de gracia que requieren ser seguidos durante largos años de disciplina. Hay un fuego lento que disuelve y consume como ningún horno ardiente puede conseguirlo en un corto tiempo. Hay Aquel que es el Refinador y Purificador de la plata, a lo largo de los años, terminando su labor sólo cuando puede ver su imagen en el metal que ha sido fundido. Este es el Dios de Jacob. Y así, en los cuarenta años que siguieron, condujo a Jacob por largas, lentas y difíciles pruebas. Y ¡qué vivo fue el dolor!, ¡qué sensible el espíritu que Dios trabajó! Del mismo modo se acerca a ti, en el lugar que más te duele. A veces en las afecciones más profundas de tu corazón. Raquel murió, el orgullo familiar fue herido por la deshonra de la hija; José, el hijo de Raquel, fue arrancado de su presencia en medio de escenas de horror brutal. Los años se arrastraron con su sombra lenta de aprensión y agonía, hasta que al fin exclamó: «Todas estas cosas son contra mí.» Pero a lo largo de todo ello, el viejo Jacob declinaba y Dios crecía. Y cuando al fin le encontramos en el plácido ocaso de su vida, el que en otro tiempo había sido astuto y sagaz, confiado en sí mismo, dijo algo distinto: «En tu salvación he esperado, ¡oh!, Jehová.» Y vemos que el dolor se había convertido en gozo. Vemos que las sombras se desvanecen y el arco iris se remonta sobre las nubes. Oímos el canto al término de su vida victoriosa: «El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el ángel que me liberta de todo mal...» Vemos que incluso José le es restablecido y toda su aflicción es transformada en gozo mientras que la lección espiritual permanece para siempre en la vida transformada del venerable patriarca y establecido santo. De esta manera, el Dios de Jacob sabe cómo probarnos y librarnos de la prueba. «Amados, no os sorprendáis de la hoguera que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os aconteciese alguna cosa extraña», pero «para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, aunque se prueba con fuego, se halle que resulta en alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo." El séptimo punto que consideraremos es que el Dios de Jacob es un Dios que quiere usar el instrumento o persona que ha preparado. No fue Abraham, el gran creyente, ni fue Isaac, el hijo manso, sino Jacob, el suplantador transformado, quien Dios escogió para ser la cabeza de las tribus de Israel y el fundador del pueblo escogido, quien, en su

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lecho de muerte, pronunció la bendición profética sobre su simiente que a través de los siglos se ha ido cumpliendo. Hasta este día, la nación lleva el nombre de Israel y la simiente de Jacob. Y así Dios tomará nuestras vidas cuando las haya preparado en proporción a lo que le han costado. El grado de poder que sale de un elemento es medido por el grado de poder que entra en él. El poder que mueve los vapores y los trenes procede de la hulla, pero antes, en los tiempos primitivos, procedió del sol, que hizo crecer bosques vírgenes inmensos. Del mismo modo, Dios ha imprimido en una vida por medio de largos y difíciles procesos de pruebas y disciplina, la influencia de su gracia y el poder de su Espíritu transformador. Luego, quiere sacar de esta vida el mismo poder y usarlo sobre otros. La fuerza nunca se pierde, y así, la que recibimos de la plenitud de Dios no podemos por menos que pasarla a otros, como el sol al brillar. Por ello, el Dios de Jacob nos tomará, sostendrá, llenará y luego nos usará, sin lugar a dudas, y sea como sal, haciendo una labor silenciosa, o como luz, que se irradia sobre la tierra y el cielo, seremos fuerzas para el bien e instrumentos para la gloria de Dios y bendición de nuestros prójimos, y toda carne conocerá que «Jehová es nuestro Salvador y Redentor, el Fuerte de Jacob.»

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4 EL DIOS DE ESTER «Ciertamente, el furor del hombre te reporta alabanza; te ceñirás de él como un ornamento.» (Salmo 76:10.) «Porque si callas absolutamente en este tiempo, vendrá de alguna otra parte respiro y liberación para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿ Y quién sabe si para una ocasión como ésta has llegado a ser reina?» (Ester 4:14.) Hemos venido considerando el carácter divino y sus recursos según lo ilustran las vidas de hombres notables que ocupan un lugar elevado en la escena histórica y del reino de Dios. Daremos una mirada ahora a la revelación de Dios según aparece en una situación única y muy diferente, en la vida de una joven sola y un hombre despreciado, apartados de la simpatía e influencia, y llamados a enfrentarse con grandes dificultades y terribles peligros. La historia de Ester nos cuenta cómo Dios puede tocar una vida así y hacer que la ira de los hombres acabe proclamando su alabanza: La historia se cuenta rápidamente. Es una de las historias de amor de la Biblia. Es un capítulo del reinado de Jerjes, el rico y magnífico rey de Persia, cuyo ejército de millones fue derrotado por los valientes griegos. El drama se abre con una espléndida fiesta que costaría millones. En el ápice de la alegría el rey mandó llamar a su esposa favorita para que apareciera ante los comensales, medio borrachos, ante el banquete, mostrando su hermosa faz para satisfacer la curiosidad de ellos; un acto que para la mujer oriental era un sacrificio de su pudor. Vasti rehusó y fue depuesta de su alto lugar en la corte y se le buscó sucesora. En la familia de un judío recto llamado Mardoqueo había una hermosa doncella, su sobrina, a quien cupo por providencia divina el honor de heredar la corona de Vasti y pasar a ser reina de Persia. El favorito de Jerjes era un hombre orgulloso llamado Amán. Amán se sentía humillado y herido por la negativa de Mardoqueo de inclinarse ante él, obediencia que exigía del pueblo. Mardoqueo desdeñó degradarse a los pies de otro hombre, por lo que Amán trató de destruirlo. El plan se movió con fuerza dramática. Amán era demasiado orgulloso para descargar su venganza sólo sobre Mardoqueo, y decidió ejecutar una venganza estupenda: la destrucción de toda la. nación judía, esparcida por todo el imperio de Persia y cuyo número alcanzaba posiblemente millones. En una hora amarga para ellos, consiguió el consentimiento de Jerjes y se promulgó el decreto, sellado por el rey (que no podía ser retractado), para que cierto día toda la nación judía fuera exterminada conjuntamente, con sanción oficial. Además de esto, el plan de destrucción de Mardoqueo, de modo especial, llevó a la erección de una horca, en la que iba a ser ejecutado.

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Pero la providencia divina se puso en marcha. Primero hizo que Mardoqueo fuera el instrumento para salvar la vida del rey, y al revelar un complot secreto contra su vida, y después de haber sido olvidado este hecho durante mucho tiempo, de repente, Dios puso en el corazón del rey el recuerdo de aquel acto. El resultado fue que emitió un decreto real que Amán mismo se vio obligado a ejecutar rindiendo tributo público de honor a Mardoqueo, a la vista de toda la población. Mardoqueo no se quedó inactivo, sino que inmediatamente llamó a Ester a que se pusiera a la altura de las circunstancias y cumpliera el gran propósito para el que había sido exaltada a tan alta posición junto al rey. Esto significaba nada menos que Ester debía presentarse ante el rey en súplica por las vidas de su pueblo. Esto era difícil por el hecho de que no había sido solicitada su presencia ante el rey desde hacía varios días, y el hacerlo sin ser requerida le podía costar la vida. Fue entonces que Mardoqueo le dirigió el solemne mensaje del texto. «Si callas absolutamente en este tiempo, vendrá de alguna otra parte respiro y liberación para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. Y quién sabe si para una ocasión como ésta has llegado a ser reina?" Esto fue decisivo. Pidió a su tío que la ayudara con sus oraciones y se atrevió a presentarse delante del rey. Dios estaba con ella. El cetro de oro fue extendido y su real señor le dijo que podía pedir incluso la mitad de su reino. Ester, diplomáticamente, no presentó la petición inmediatamente, sino que solicitó del rey que asistiera a un banquete aquel día e invitó a Amán a que le acompañara. Acudieron los dos al banquete, pero Ester espero aún hasta el día siguiente. Todo empezó a ponerse en marcha. Aquel día Mordequeo recibió el honor público a que nos hemos referido. Amán acababa de rendírselo cuando fue llevado a la presencia del rey y la reina, y entonces fue cuando Ester, volviéndose indignada contra él, pidió al rey protección para ella y para su pueblo contra Amán. El rey se levantó y salió de la habitación airado. Amán sin querer, al suplicar misericordia a Ester, cometió una acción, que al volver a entrar, el rey consideró un insulto contra la reina, y la ejecución de Amán fue ordenada inmediatamente por el rey. Luego, la reina, aunque no pudo obtener la anulación del decreto de la matanza, cosa imposible bajo las leyes de Persia, consiguió otro decreto sellado por el rey permitiendo a los judíos que se defendieran con la aprobación real. Esto cambió las tornas, y fueron los judíos los que destruyeron a sus enemigos. Fue un día de liberación, honor y triunfo para los judíos. La fiesta de Purim se celebra en recuerdo de esta gran liberación, hasta el día de hoy, una de las fiestas más gozosas en el calendario hebreo. Esta romántica historia está llena de lecciones espirituales y revelaciones de Dios. Uno. Nos enseña que Dios gobierna los asuntos de las naciones y controla los sucesos políticos para que redunden en su gloria y el establecimiento de su reino. Por encima del trono del rey de Persia hay la autoridad del Rey de reyes y el Señor de señores. Cristo es «la cabeza sobre todas las cosas en la iglesia», y el gobierno de las naciones y los sucesos providenciales no son más que un obrar la voluntad de Dios, el armazón sobre el cual Él está edificando su reino espiritual y su propósito eterno para su pueblo. El mismo rey de Persia se levantó en cumplimiento de la profecía de Daniel. El mismo trono de Jerjes fue un fundamento sobre el cual Dios había construido la historia de Ester y de su pueblo. Dios usó el Reino de Persia para que fuera a la vez un refugio para su pueblo, una disciplina para ellos debido a sus pecados, y una ocasión para uno de sus actos providenciales libertadores.

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Dos. Vemos los planes y placeres de los impíos usados por Dios para sus propósitos más altos. El costoso y lujoso banquete, la deposición de la reina, e incluso el deseo del rey de poseer la doncella más hermosa de su imperio; todo esto fueron eslabones en la providencia de Dios para traer a Ester a primera fila y usarla para la gran misión que luego iba a ejecutar para liberar a su pueblo. Y así, los negocios, la pompa y el placer del mundo son simplemente oportunidades para que Dios introduzca la historia de su propio pueblo en el esquema de algún plan de mayor envergadura. De la misma manera que la corte de Persia era el hogar de Nehemías, y la casa de Faraón el hogar de Moisés para que fuera entrenado, el trono de Jerjes fue la puerta providencial por la que Ester pasaría al escenario de la providencia y realizaría su hermosa y gloriosa carrera de fe y victoria. Tres. Nuestros dones, cualidades, talentos y estado en la vida, son todos parte de un plan divino y elementos que Dios nos concede para que los usemos en favor suyo. La belleza de Ester no era suya, pues se la había dado Dios. La posición elevada de Ester no fue la ocasión para que gozara una vida egoísta y espléndida, sino una puerta de servicio para Dios y su pueblo. Su influencia sobre el rey no fue usada para engrandecerse, sino una puerta de servicio para Dios y su pueblo o sea: Su influencia sobre el rey no fue usada para engrandecerse, sino para ayudar a la causa de Jehová. Y así nuestras cualidades personales, nuestra riqueza, posición social, planes, posición pública de poder o influencia, todo esto son medios sagrados que Dios ha puesto en nuestras manos para que los usemos en favor suyo, pues como se dijo a Ester: «Quién sabe si has sido hecha reina para una ocasión como ésta?» ¿Para qué usamos nosotros nuestros dones? ¿Los contamos como algo suyo o como algo nuestro? ¿Estamos procurando hallar toda clase de oportunidades para usarlos para el propósito por el cual nos han sido dados? Cuatro. Aprendamos de la historia de Ester que Dios permite a veces que ocurran cosas y luego parece que las olvida, pero tiene el propósito de usarlas más adelante como eslabones en un plan providencial. El pequeño incidente de Mardoqueo en que salvó la vida del rey, hizo posible su reconocimiento y honra, el punto en que cambió el destino de Maidoqueo. Con ello se le preparó para el puesto de honor y confianza que recibió. Si Dios permite que haya sucesos en nuestra vida que parecen desconocidos, actos de obediencia, fe, sacrificio, y aun nosotros los olvidamos, a su debido tiempo la rueda de la providencia irá rodando y volverán a presentarse delante de Dios, quien las usará para alguna nueva ocasión y oportunidad. No consideremos nada como insignificante. Dios está obrando en todo y mucho más allá de todo lo que podemos ver. Vigilemos el cumplimiento de su plan, y siempre veremos actos providenciales. Cinco. Dios, con frecuencia, pone una carga en el corazón de personas que no le conocen, y los usa para que ejecuten sus planes. «Yo te he puesto nombre, aunque tú no me has conocido», fue su palabra a Ciro, el gran rey que fue instrumento en las manos de Dios para llevar a cabo directamente uno de sus mayores planes, aunque él mismo era un pagano ignorante y supersticioso. Y así habló a Jerjes y le hizo comprender su voluntad. En una noche en que el rey no podía conciliar el sueño, mandó a sus

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consejeros que consultaran los anales y buscaran qué galardón se le había dado al fiel Mardoqueo por su servicio. ¡Qué comprensión nos da esto sobre los misterios del gobierno divino! ¡Qué significado añade al poderoso anuncio de nuestro rey!: «Todo poder me es dado en el cielo y en la tierra.» Puede mover los corazones de los hombres en defensa nuestra, según sea su voluntad, mientras nosotros esperamos en calma, mirando cómo El obra. He visto a personas no creyentes que se han visto impulsadas a entregar una gran cantidad a alguno de los hijos de Dios, que sufren, y que no pudieron descansar hasta que hubieron cumplido este acto, aunque ellos no podían comprender por qué razones obraban de esta manera. Una de las mayores donaciones en este país para las misiones procedió de un hombre que nunca había tenido mucho interés en las mismas hasta que en sus últimos días Dios le impulsó a hacerla, como resultado de las peticiones de algunos amigos de que Dios enviara ayuda para su causa. Tenemos un Dios que puede alcanzar todos los corazones y hay personas a quienes nosotros no podemos alcanzar directamente, pero a quienes podemos alcanzar por la vía del trono. Seis. A veces Dios permite que los malos triunfen durante un tiempo y que la causa de su pueblo llegue a una fase de crisis. ¡Cuán inminente el peligro de Ester y de su pueblo! ¡Cuán rápida y certera la interposición de Dios y la liberación a la nación condenada! Parecía que las cosas ya habían ido demasiado lejos. Sólo la mano divina podía evitar la catástrofe. Pero, ¡qué sorpresa! La verdad es, sin duda, más sorprendente que la imaginación. Las historias de la fe son las más extraordinarias y sublimes de todas. Amigo, ¿te está probando Dios? ¿Van tus dificultades y tus enemigos en aumento? Hay alguien que debería haber entrado ya en acción, que se demora tanto que parece que llegará tarde. Confía en Él. Su camino es el torbellino y ,la tormenta. Las nubes son el polvo de sus pies. Él no permitirá que la promesa quede incumplida. «Aunque tarde, esperaré en Él; vendrá y no tardará.» Siete. Dios tiene sus planes preparados de antemano a las maniobras del diablo, y sus instrumentos escogidos preparados para contrarrestar los designios del maligno. Zacarías nos dice en una de sus visiones que había cuatro cuernos que el enemigo había enviado para dispersar el pueblo de Dios, pero que cuatro obreros los seguían para desbaratarlos. De la misma manera, aquí, en que el diablo tenía al débil y poco escrupuloso Jerjes preparado por su decreto precipitado de destruir una nación, Dios tenía al recto y sensato Mardoqueo, en el lugar de la fe y la influencia, preparado para contrarrestar la locura. El diabio tiene a su siervo Amán, pero el Señor tiene a su Ester un poco más cerca del centro de poder para que se interponga en el momento oportuno. No hay sorpresas en el gobierno de Dios. Él está siempre preparado para el enemigo y si permanecemos en Él y le seguimos de cerca, no habrá poder en la tierra o en el infierno que pueda dañarnos. Ocho. Aunque .Dios está siempre vigilando y obrando para defender a su pueblo y su causa, sin embargo espera de ellos cooperación pronta, obediente y decidida en el momento de crisis. Hay ocasiones en que no podemos hacer otra cosa que esperar, pero hay otras en que se necesita acción prudente y rápida, y entonces no hay lugar regó vacilaciones o desmayo. Un momento así le llegó a Ester cuando su tío le dijo que se presentara ante el rey. Era natural que vacilara, pero hubiera sido locura el desobedecer. Como le dijo Mardoqueo, Dios podía valerse de otros medios si ella hubiera fallado, pero ella hubiera quedado hundida en la ignominia. Hay momentos, amigo, en que debo

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hablar alto por la justicia, incurrir en prejuicios y malas interpretaciones, pero lo mejor es ser valeroso y sincero. No vacilemos nunca en arriesgarnos, sea los intereses, la amistad e incluso la vida, por causa de la verdad y la obra de Dios. Es necesaria prudencia, es necesaria sabiduría para distinguir entre «Estáte quieto y espera la salvación de Jehová» y «Habla a tu pueblo», pero cuando vemos claro lo que hemos de hacer no hemos de vacilar un solo instante. Nueve. Dios nos salva no sólo de los malvados, sino que a ellos les deja caer en sus propias trampas. La horca que Amán había erigido para Mardoqueo acabó sirviendo para su propia ejecución. El decreto que promulgaba la matanza de los hebreos acabó resultando en la destrucción de sus enemigos. El hombre que los conspiradores querían hundir, fue levantado para ocupar el lugar de honor. El camino de los impíos fue atajado. Es algo terrible el oponerse a Dios y a su pueblo. Cristo considera la persecución de sus hijos como propia. El odio a la causa de Cristo y a sus siervos es considerado como lucha contra Dios, y es una cosa horrible caer en las manos del Dios vivo. Hemos de ser cuidadosos con los ungidos de Dios. Las armas empuñadas contra ellos se volverán contra sus perseguidores. Nunca se puede ser demasiado cuidadoso en hablar contra los hijos de Dios. Muchas veces, cuando no tenemos nada que elogiar de ellos, lo mejor es guardar silencio. Finalmente hay tiempos de crisis en la historia de los individuos y de los movimientos religiosos y éstos son momentos de especial responsabilidad. Una ocasión de esta clase apareció en la vida de Ester y en este momento convergió todo el significado de su vida y toda la preparación de la providencia divina en años anteriores. Sin duda, si ha habido alguna vez momentos de crisis en la historia del mundo, éste es uno de ellos. Amados, recordemos que nosotros hemos entrado en el reino para ocasiones así. Todas las cosas se proyectan en la luz de las crisis presentes, que como fogonazos, irrumpen en la humanidad una tras otra. Dios nos ha dado en el reino la oportunidad, la capacidad natural, el ambiente providencial y los dones espirituales para que los usemos en estas ocasiones solemnes para cumplir nuestra responsabilidad. ¡Que Él nos ayude a «redimir el tiempo» verdaderamente!

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5 LA VISIÓN DE DIOS «De oídas le conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, retracto mis palabras y me arrepiento en polvo y ceniza.» (Job 42:5, 6.) El libro de Job es el poema más antiguo que se conserva, y nos presenta algunas de las enseñanzas más profundas de la revelación divina. Es un drama inspirado, y su objetivo es doble: primero, mostrar los principios del gobierno moral de Dios en sus tratos con el hombre; segundo, mostrar lo inadecuado de la naturaleza humana para resistir las pruebas de la vida sin una comprensión espiritual profunda. La figura principal del drama es un hombre que descuella en su generación con las cualidades más hermosas del carácter humano. Por testimonio divino era un buen hombre, el mejor de la tierra, que «temía a Dios y evitaba el mal». Sin duda, era un siervo de Dios y podríamos llamarle hoy convertido. Pero no había pasado todavía por la experiencia profunda de la crucifixión propia que lleva al alma a la naturaleza divina y a la experiencia de la verdadera santificación. Dios permitió que este hombre sufriera pruebas severísimas. La primera parte del drama aparece en las preguntas y requisitorias de sus amigos y consejeros para dilucidar las causas y explicaciones de su prueba peculiar. Tres amigos le visitaron, tres eminentes filósofos y moralistas, que representaban la flor y nata de la sabiduría del mundo. Sus nombres eran un compendio del honor, la fuerza, la riqueza, la belleza y la sabiduría del mundo. Día tras día, a lo largo de los prolongados y penosos sufrimientos de Job, estuvieron sentados a su lado tratando en vano de instruirle en los principios del gobierno divino y de mostrarle que tenía que ser culpable de alguna gran iniquidad; de otro modo, Dios no le habría afligido de aquella manera. Cada uno de ellos tuvo tres ocasiones para hablar, y Job a su vez contestó a cada uno en cada ocasión. Pero cuando llegó al final, la luz sobre el caso no había aumentado un ápice. Job estaba por completo insatisfecho con su consuelo y sus exhortaciones, y los despidió con sus sarcásticas palabras: «Consoladores importunos sois todos vosotros.» Estos amigos representaban la mejor filosofía y sabiduría del mundo de entonces, pero demostraron la total incapacidad de la mente humana a pesar de sus esfuerzos para «hallar a Dios». Pero la prueba demuestra también otro hecho, y este hecho es el fracaso de Job. El buen hombre pronto se sintió quebrantado bajo la continuada aflicción y empezó a justificarse a sí mismo y a proyectar sobre Dios la severidad y aún injusticia de la pena. Luego, aparece un cuarto personaje en escena, Elihú, cuyo nombre significa su relación directa con Dios como su siervo y mensajero. Este vino con un mensaje enteramente nuevo, a saber, la inspirada Palabra de Dios mismo. Habló dos veces y Job le respondió también, pero toda su profunda enseñanza espiritual cayó en vano sobre los oídos del

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atribulado Job. Era necesaria una influencia mayor, un toque divino, para que su corazón se rindiera y pudiera aprovechar la lección. Al final llegó la revelación directa de Dios mismo. Después de haber hablado todos, y de que Job hubiera repetido sus quejas y sus justificaciones personales, Dios apareció de repente en escena en una visión sublime de poder y majestad, y le habló en medio del torbellino. El mensaje se presenta en dos secciones interrumpidas por una breve pausa y sumisión ante la reprensión de Dios: «¿Contenderá el discutidor con el Omnipotente? El que disputa con Dios responda a esto.» Y Job contestó: «He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar.» (Job 40:2-5.) Luego, Dios, en su mensaje, que ocupa los dos capítulos siguientes, le presenta a Job su majestad y gloria en la creación natural, indicando las fuerzas de la naturaleza, las estrellas en sus cursos, las leyes celestes, las nubes y los relámpagos, las fuentes del mar, la providencia que provee para las necesidades de todos los seres vivos, los instintos de los pájaros, las poderosas criaturas que pueblan el mar y los bosques, y ante la visión desplegada de la magnificiencia divina, este humillado penitente vio deshacerse todo su orgullo, y su deseo de reivindicación se desvaneció, y exclamó: «De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, retracto mis palabras, y me arrepiento en polvo y ceniza.» Éste fue el final de la crisis de la vida espiritual de Job. Esta fue la muerte de su yo y el principio de la vida de Dios, y a partir de este momento el curso de la historia cambia en redondo, y toda la experiencia de Job es transformada. En el momento en que se condenó a sí mismo, Dios empezó a justificarle. En el momento en que se hundió en el polvo, Dios empezó a levantarlo. En el momento en que cesaron sus argumentos y su litigar con los amigos y empezó a orar por ellos, Dios le puso en libertad de su cautividad y puso a sus amigos en actitud humilde ante Job, pidiéndole perdón. Job oró por ellos y Jehová aceptó la oración de Job. A partir de aquel momento incluso sus circunstancias temporales cambiaron, terminó su tribulación y todo lo que se le había quitado le fue restaurado doble. A partir de aquel momento la vida influyó en un nuevo plano de resurrección, de poder, de gloria y bendición. Miremos, pues, más de cerca lo que ocurrió en este punto crucial, esta crisis de una vida, este gran ejemplo que Dios nos presenta en la historia de su siervo de antaño. Una de las palabras del texto nos recuerda el valor de la revelación de la verdad divina. «De oídas te conocía.» Esto describe la revelación, que nos llega por el oído externo, y la natural inteligencia que representa. En el drama del libro de Job, Elihú representa la revelación de la Palabra de Dios que nos llega al oído y a la mente. Ahora bien, no hay que decir que la revelación de la voluntad y el propósito de Dios es absolutamente necesaria y es el fundamento de todas las revelaciones más profundas para el alma, pero al mismo tiempo, la revelación de la verdad no basta, a menos que tenga lugar la revelación más profunda de Dios mismo en el espíritu interior por medio del Espíritu Santo. Se requiere la mente espiritual para comprender las enseñanzas del Espíritu. El intelecto natural y frío no puede recibir las cosas de Dios meramente por el oído. Por tanto, muchas de las mentes más brillantes y profundas han fracasado en su intento de comprender las profundas enseñanzas de las Escrituras, y a causa de su propia alta crítica, se han convertido en enemigos de la Biblia y han interpretado mal el libro que

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ellos profesan y pretenden explicar y dilucidar. La mayor debilidad del Cristianismo hoy consiste en el hecho de que muchos de sus seguidores sólo saben de Dios de oídas. Segundo. En el texto se nos enseña la necesidad de una revelación más profunda de Dios mismo. «Ahora mis ojos te ven», exclama Job. No es la verdad, sino el Dios de verdad. No es el libro, sino el autor e inspirador del libro, con quien tenemos que habérnoslas. La misión del Espíritu Santo es revelarnos a Dios por medio de la verdad y respaldar la verdad al alma sincera que inquiere. Esta es la experiencia que Job tenía que pasar y que quebrantó su corazón, humilló su orgullo, eliminó su autosuficiencia e hizo lugar en su corazón y su vida para Dios. Este ha sido el punto crucial, la encrucijada de cambio en toda vida espiritual profunda. Se nos dice que en Mesopotamia «Dios en su gloria se apareció a Abraham» y que a partir de aquel momento empezó toda la historia de su fe. Le fue fácil abandonar su país y su hogar. Le fue fácil dirigirse a un futuro desconocido. Estaba con él, a partir de aquel momento, Aquel a quien había conocido personalmente y cuya aparición había transformado todo lo demás en humo y polvo. Dios se le había aparecido. Más tarde vemos otra figura que aparece en escena, en una crisis aún mayor, en la historia de la redención. Es el legislador y caudillo Moisés. Pero el secreto de la vida de Moisés se nos da en una corta frase: «Se mantuvo firme, como viendo al invisible.» Se había encontrado con Dios. Le había visto y la invocación más profunda del corazón y la vida de Moisés salió en su oración: «Te ruego, muéstrame tu camino.» «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en que se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros?» (Exodo 33:14, 15.) La próxima vida que se destaca en acusado relieve en la historia de David, y la característica predominante y decisiva de su vida fue su piedad. «He puesto siempre al Señor delante de mí», es el santo y seña de toda su experiencia. Isaías pasó por esta experiencia cuando dijo: «Vi al Señor sentado sobre un trono alto y sublime», y luego sigue contando algo que es equivalente a lo que dice Job. El personaje más grande de la Escritura, el gigante Pablo, empieza su nueva carrera en el momento en que tuvo la visión del Señor Jesús, y a partir de aquel momento hubo un Rostro, una Forma, una Presencia, un Pensamiento que dominó su vida: la visión, la presencia, la voluntad de su Maestro. El momento culminante en toda vida es aquel en que Jesucristo se hace presente e intensamente real y vívido en la consciencia de la persona. ¿Ha llegado para ti este momento? ¿Has pasado del mero estadio de conocimiento intelectual con Cristo al de la intimidad personal? ¿Es el Cristo histórico, o es el Cristo de hoy al que dices como uno de los escritores alemanes más devotos dijo: «Me parece como si Jesucristo hubiera sido crucificado ayer»? El efecto de fa visión de Dios en Job fue marcado e inmediato. Trajo la muerte para su yo. El resplandor de aquel destello de gloria divina cegó en él toda otra fuente de luz y por tanto toda otra vista, especialmente la vista de í mismo. Todas sus justificaciones, complacencias y reivindicaciones desaparecieron. A la luz de

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la gloria de Dios sólo podía verse como sin valor y vil, y ya deseaba perder de vista su propio yo y no verse más a sí mismo. No solamente retractó sus palabras, sino también repudió sus actos y se aborreció y renunció a sí mismo. La negación propia no es renunciar a unas pocas cosas, es el rehusar a reconocernos más a nosotros mismos, a vivir por nosotros, a esperar nada bueno de nosotros. Este efecto fue el de la visión de Dios en Isaías. Cuando vio a Jehová en su gloria exclamó: «Ay de mí! que estoy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, han visto mis ojos al Rey, Jehová, de los ejércitos.» Cuando Daniel vio su visión, nos dice: «Y no quedó fuerza en mí; se demudó el color de mi rostro hasta quedar desfigurado; y perdí todo mi vigor.» Este es el único modo en que el yo puede morir: la visión de Cristo, y sobre todo, la recepción de Cristo para vivir y reinar en la voluntad, el corazón, la vida, echará todo rival, especialmente al peor de todos, nuestra voluntad propia, la confianza en nosotros mismos, nuestra justicia y amor propios. El segundo efecto de la revelación de Dios fue la elevación de su corazón a un plano más elevado de vida divina. Inmediatamente le hallamos orando por sus adversarios. Si hay un milagro mayor que otro es el que ocurre cuando el aborrecimiento se transforma en amor celestial. Nada hay más difícil que el amar realmente a personas que nos han exasperado, atormentado, hostigado, como habían hecho los amigos de Job con él, en nombre de la religión. Pero la visión de Dios elevó a Job a este plano. Hubo una avalancha de vida y amor divinos en su alma que cambió a partir de aquel momento todas sus percepciones. Cuando el corazón recibe a Cristo lo ve todo y ve a cada uno bajo la luz de Cristo. El hombre ama no como hombre, sino como Dios ama. El tercer efecto de la revelación de Dios es que Job fue reivindicado por Dios mismo. Job no necesitaba reivindicarse de los hombres que le habían dañado, porque Dios los llamó a cuentas y les hizo arrepentir y aceptar humildemente su error, ofrecer un sacrificio a Dios y pedir a Job que orara por ellos. La mejor venganza que podemos tener sobre los que nos han causado males es ser un medio de bendición para ellos. Cuando morimos al yo y pasamos a ser uno con Dios, éste hace incluso que nuestros enemigos estén en paz con nosotros, saca bien del mal, y vuelve la maldición en una bendición. «En el día que te habré limpiado de todas tus iniquidades te haré habitar en las ciudades y los lugares desiertos serán edificados. Y la tierra desolada será labrada... Y dirán: Esta tierra que estaba desolada ha pasado a ser como el Jardín de Edén.» Finalmente Dios mismo restauró a Job el doble de todo lo que había perdido antes. Le devolvió la salud por medio de un milagro y añadió a sus días el doble de los años anteriores, pues vivió hasta los ciento cuarenta años, con lo que probablemente alcanzó los doscientos años, una edad superior a la de Abraham mismo. Le dio nuevos hijos e hijas y se hace especial mención que no había mujeres más hermosas en la tierra que las hijas de Job, y sus nombre indican las cualidades de su persona y de su corazón. Le devolvió sus propiedades de modo que tuvo el doble en cada especie de animales de lo que había poseído antes. Dios bendijo las postrimerías de Job más que su primer estado. Todo esto es verdadero: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia; y todas las demás cosas os serán añadidas.» No tiene por qué ser en este mundo ya que la

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prosperidad terrenal no puede ser medida en proporción a los bienes espirituales, pero antes de que la verdadera vida vea su círculo completo, pasará a ser una realidad, porque esta vida no es sino un pequeño fragmento del total. Será cuando Él vuelva otra vez que todas las promesas de su bendición serán recibidas por el alma consagrada; entonces «todas las cosas serán añadidas»; «todo aquel que haya perdido, su casa o sus tierras por amor de Cristo» recibirá a proporción del ciento por uno, no ya el doble. Entonces, las vidas que hayan muerto para el yo y el pecado se sentarán en el Trono con El, y recibirán el «poder de la vida perdurable» y por cada cruz una corona, y «un en alto grado eterno peso de gloria» y una «herencia incorruptible, inmarcesible y eterna en los cielos».

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6 EL SECRETO DE LA VISIÓN «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!... Pero me dirijo al Oriente, y no lo hallo; y al Occidente, y no lo percibo; si muestra su poder al Norte, yo no lo veo; al Sur me vuelvo, y no lo encuentro.» (Job 23:3, 8, 9.) Éste es el clamor del alma que anhela a Dios y busca a Dios por si puede encontrarle. Es el grito profundo del verdadero espíritu, la profunda necesidad de toda vida humana, y la mayor oración que Dios puede contestar para un alma. Porque «ésta es la vida eterna, que te conozcan como el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.» ¿Cómo podemos encontrar a Dios? ¿Cómo puede pasar a ser en nuestra consciencia más real y satisfactorio que cualquier otra personalidad y cualquier otra necesidad? Primero, podemos hallar a Dios en la naturaleza. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día comunica el mensaje a otro día, y una noche a otra noche declara la noticia...» La naturaleza sola no puede revelarnos el carácter pleno de Dios, su gracia, que Él, lo que el alma pecadora necesita conocer de Él, pero después de conocerle por medio de su Palabra, la naturaleza es la más plena de las benditas ilustraciones de su carácter y el más vívido despliegue de su amor y su poder; y toda la creación pasa a ser para el alma consagrada un gran templo que tiene los cielos azules por bóveda, las estrellas resplandecientes por lámparas, los prados en primavera por pavimento de esmeralda, y el bramar del océano, el trueno y los sonidos de toda la creación como himno de loor y adoración incesante. En un sentido podríamos decir que todo lo que vemos en este hermoso mundo no es sino una letra del gran abecedario de la verdad, hablándonos de Aquel que:

«Brilla en el sol, refresca en la brisa, resplandece en las estrellas, brota en los árboles. Vive en toda vida, se extiende por los espacios e indivisible actúa sin agotarse.»

Siento lástima por el hombre que no puede ver a Dios en el rostro caleidoscópico de la naturaleza y no puede oír su voz en cada nota del gran órgano de este mundo.

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Segundo. Hallamos a Dios en su Palabra. La Naturaleza sólo nos dice la mitad de la frase y proclama constantemente que «Dios es...», pero nos deja en blanco el resto, como una interrogación. Sólo la Biblia puede acabar la frase y darnos la completa revelación de que «Dios es amor». El Salmo diecinueve, que hemos citado antes, rápidamente pasa de lo natural a lo sobrenatural y al testimonio que da su Palabra respecto a los atributos y la gloria de Dios. Mientras los cielos declaran la gloria de Dios y la tierra la obra de sus manos, «la ley de Jehová es perfecta, que reconforta el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El terror de Jehová limpio, que permanece para siempre; los preceptos de Jehová son verdad, todos justos». Este Libro es el espejo de Dios. En cada una de sus páginas contemplamos su faz. En Génesis vemos algo que no sabíamos: que es el Ser supremo y único que existía antes de existir las cosas. Y luego vemos que el universo brota de su mano creadora y es sostenido por su providencia omnipotente. La caída del hombre malogra el benéfico plan, pero Dios está dispuesto todavía a enderezarlo todo con los recursos maravillosos de su Redención. Se nos cuenta la historia en cada una de sus páginas: y en todas ellas brilla la presencia de Dios. El personaje más famoso y brillante del mundo de antes del diluvio, el santo Enoc, es distinguido por el hecho de que anduvo con Dios. Pero vemos muchísimo más. Abraham es como un niño que se dirige hacia lo desconocido de la mano de Dios. Vemos a José, a Moisés, a Josué, a Samuel, a David, cada uno de ellos reflejando la presencia y la personalidad de un Dios infinito y siempre presente. Toda la historia de la Biblia es una constante revelación de Dios en medio de las cambiantes escenas y su soberanía sobre los elementos y las fuerzas del bien y también del mal. El Nuevo Testamento nos da la visión del rostro de Jesucristo y nos deja con el Espíritu Santo como Presencia perpetua de Dios en el corazón y vida de cada creyente. Pero el Dios de la Biblia es más que esto. Para las almas creyentes no es sólo Dios, sino nuestro Dios. Este Libro es más que un espejo. Es una carta de amor con tu nombre escrito en ella; es un libro de cheques que puedes firmar y retirar lo que desees del depósito de sus grandes promesas. La mejor manera de hacer la Biblia interesante es leerla con tu nombre escrito en ella y ver en cada una de sus promesas un mensaje directo para ti. ¿Te gustaría estar un día en la presencia de Dios? Acude a la preciosa Biblia y cada mañana o cada noche puedes encontrar en ella palabras dirigidas a ti personalmente. Aprenderás a valorarlas, a marcarlas como un recuerdo de las horas de crisis de la vida y como una historia de tu propia experiencia. En tercer lugar, podemos encontrar a Dios y su providencia en las cosas que nos suceden día tras día. La fe aprende a reconocer a Dios en todo, en un sentido u otro, incluso en las cosas que proceden de este mundo hostil y enemigo. Cada dificultad que encontramos es un estímulo para demostrar los recursos de nuestro Padre celestial, un vaso en el que podemos recoger su bendición, una ocasión para ¡postrar que no hay nada demasiado difícil para Él, ninguna empresa demasiado grande para que se arredre de emprenderla, nada demasiado pequeño para que Él no se interese por ello. Así que podemos encontrar a Dios no sólo en sus bendiciones, como nosotros las llamamos, y en las muestras evidentes de dones de su bondad, sino también en las cosas que son bendiciones disfrazadas, las pruebas, las aflicciones, los obstáculos, las circunstancias adversas, las mismas tentaciones y conflictos con que el enemigo implacable, Satanás, nos confronta. Es posible que aprendamos a mirar todas estas cosas como pruebas que

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no se vienen de la mano del Padre oportunidades para mostrarnos su amor y ayudarnos; y, si las recibimos así, serán experiencias y recuerdos placenteros en nuestras vidas, porque las pruebas habrán pasado a ser bendiciones y triunfos. Aprenderemos a mirar por encima de la cabeza del diablo y a ver a Dios detrás y por encima, y poco a poco acabaremos teniendo la impresión de que, después de todo, es en realidad nuestro aliado, pues Dios hace prisionero a nuestro enemigo y le hace pelear en nuestras batallas y acarrear nuestras cargas. Esta es la mayor humillación para el diablo y la mayor gloria de Dios. Se cuenta la historia de una ancianita que pedía pan en oración, en un período de gran escasez. Unos muchachos la oyeron orar y, pensando burlarse de ella, compraron un pan, y llamando a la puerta, lo dejaron dentro y se marcharon. La anciana recogió el pan e inmediatamente se puso de rodillas dando gracias a Dios por haber contestado su oración. Los muchachos se quedaron atónitos así que entraron en la casa de la anciana y le dijeron que se estaba engañando, que no era Dios quien le había mandado el pan sino que eran ellos. «Ah! - dijo la ancianita -, muchachos, esto yo lo sé mejor que vosotros. Fue el Señor que lo envió, aunque fuera el diablo el que lo entregó.» Y así hay muchas cosas que el diablo nos trae, pero el hijo de Dios puede ver que quien se las manda es Dios. Amados, nos perdemos la disciplina de la vida y las victorias de la fe si no buscamos y encontramos a Dios en todas las situaciones difíciles en que nos encontramos cada día, y aprendemos a levantarnos por encima de ellas hasta alcanzar nuestras victorias más sublimes. Hemos de recoger las piedras de tropiezo que el diablo nos echa en el camino y construir con ellas una torre que nos permita llegar al cielo. Si quieres encontrarte con Dios esta semana puedes hallar centenares de lugares que te esperan, en que puedes o bien rendirte a las dificultades o confiar que tu Padre te dé la victoria, y seguir luego adelante con agradecimiento y alabanza. Cuarto. Podemos hallar a Dios entre su pueblo. Porque la Iglesia de Cristo es su cuerpo y representa los mismos rasgos que su gloriosa cabeza. Es «con todos los santos» que aprendemos a «conocer la altura y la profundidad, la longitud y la anchura del amor de Cristo». Es el arte divino de aprender a reconocer el rostro del Maestro en las caras de sus hijos, y la presencia del Maestro en las cosas comunes de cada día. Se dice de un artista distinguido que una vez fue contratado para pintar el retrato de una emperatriz. La mujer no era hermosa, pero se esperaba de él que haría un hermoso retrato. Visitó todo el imperio y retrató a las mujeres más hermosas de diferentes ciudades y con estos hermosos retratos compuso uno que representaba las facciones más hermosas de cada uno de ellos. Luego, con un exquisito toque de artista, le dio la expresión del rostro de la emperatriz; este algo sutil y peculiar que hace que una cara refleje la personalidad de su posesor. Era la expresión de la emperatriz, pero los rasgos eran los de diversidad de bellezas que halló en el país. En un sentido más elevado, cada uno de los hijos de Dios es una imagen del Maestro, y si tenernos su fe y su amor no nos será difícil hallarle a El en sus discípulos más humildes. A menudo, cuando estamos cansados del servicio y sin saber qué presentar al trono de la gracia como expresión de nuestras necesidades, hemos visitado a una persona enferma y visto junto a la cama al Cristo que estábamos buscando, y encontrado en alguna expresión simple, un incidente, una palabra en un mensaje, algún maravilloso ejemplo del sufrimiento del paciente o la fe victoriosa que era lo mismo que

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necesitábamos. Hemos encontrado a Dios. Hemos recibido al mensajero. Hemos recibido más de lo que ofrecimos, y nos hemos ido, comprendiendo que hemos estado con Jesús y que hemos visto al Señor. Quinto. Podemos encontrar a Dios en las ordenanzas de su Casa, en el culto de adoración en la iglesia, en el partimiento del pan y la partición del vino, en la hora de oración unida en el altar de la consagración pública, en la unción de un servicio de bautismo o bautismos, y en los ministerios y servicios del templo. Hay un sentido especial en que esta promesa recibe realización: «Allí donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» No nos equivoquemos olvidando reunirnos con nuestros hermanos y no estimemos en poco el santuario y sus servicios, porque aunque El está presente en los corazones y los hogares de los suyos, ama las puertas de Sión más que todas las moradas de Israel. Sexto. Podemos reunirnos con Dios en el lugar secreto del corazón, y tener la visión íntima del espíritu que espera. Este es el templo predilecto de Dios. Aunque el cielo es su trono y la tierra el estrado de sus pies, su santuario escogido es el corazón humilde y contrito donde Él acude «para reavivar el espíritu del humilde y para vivificar el corazón del contrito». Dios está esperando siempre encontrar al espíritu devoto en la cámara interior del alma cuando nos acercamos a Él en nombre de Jesús. Pero hay algunas cosas que tenemos que recordar y hacer si queremos realmente encontrarnos con Dios en el lugar secreto del alma. Hemos de mantener el rostro y la mirada fijos en la gloria del Señor. Hay muchas cosas que interfieren en la visión. Una de ellas es el amor al mundo. El corazón centrado en los placeres de este mundo y los deleites de la tierra es incapaz de ver a Dios. Los telescopios potentes en los observatorios astronómicos deben ser situados en las alturas, donde no interfieran en la visión las nieblas y contaminación del aire circundante. Abajo, en la llanura de Sodoma, Lot no tenía visión de Dios, pero si en las alturas de Betel, Abraham no tenía mucho que ver con la tierra y sí podía preocuparse de Dios. Allí fue que recibió la promesa del pacto y la visión celestial. Los ciudadanos de este mundo y las ansiedades de la vida son poderosos obstáculos que nos impedirán la visión de Dios. Hay muchos, leyendo estas líneas, que están preocupados y distraídos por mil dificultades y ansiedades en su corazón, y esto les hace difícil fijar sus ojos en Jesús y contemplar la visión de su amor. Una mirada a Él, aunque sea fugaz, quitaría nuestras ansiedades y nos daría la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Miremos más allá de nuestras preocupaciones con la visión libre y digamos: «He echado toda mi carga sobre Dios y Él me sustenta.» En otras ocasiones la falta es algún pecado burdo. El corazón se halla saturado de pasión terrenal, pensamientos impuros, fantasías, deseos, odio, amargura o impureza. Estas cosas impiden ver a Dios. «Sin la santidad nadie verá a Dios.» «Bienaventurados los de puro corazón porque ellos verán a Dios». Tenemos que tener no sólo la mirada libre, sino también el oído desembarazado para cuando Dios quiera hablarnos, y El nos hablará si estamos dispuestos a escuchar. Y así hallamos a Habacuc que dice: «Estaré en mi puesto de guardia, y sobre la fortaleza

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afirmaré el pie, y velaré para ver lo que me dirá, y qué responderá tocante a mi queja.» Estaba dispuesto a escuchar y por ello Dios le dijo algo. Esperaba que sería reprendido, pero en vez de ello recibió mensajes de promesa que fueron puntos de apoyo para la fe de la iglesia de Dios en las edades venideras. Dios nos hablará si queremos escuchar, y siempre nos hablará palabras de amor. Necesitamos abrir el corazón, porque Él ha dicho: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.» Dios está dispuesto no sólo a sentarse con nosotros y cenar con nosotros, sino a llevarnos al banquete celestial, pero conviene primero que nosotros cenemos con El que Él con nosotros. Pero hemos de abrir la puerta. El corazón debe estar esperándole. Hemos de tener una voluntad dispuesta a la obediencia. «Por ello - dice el apóstol -, no fui rebelde a la visión celestial.» Dios viene no sólo para decirnos las cosas que hemos de hacer, sino para asegurarse de que las hagamos. Su visita y sus mensajes tienen un propósito práctico, y espera una respuesta práctica. ¿Hemos obedecido siempre lo que se nos ha dicho? ¿Estamos dispuestos a recibir su mensaje y a responder: «Habla, Señor, que tu siervo oye!»? Esta fue la respuesta del pequeño Samuel. Samuel estaba dispuesto a obedecerle. Dios vendrá a ti si sabe que en tu corazón estás dispuesto a obedecerle. Finalmente, Dios nos muestra la visión de su gracia y de su gloria para que recibamos todo lo que nos muestra y reclamemos todo lo que nos revela. «Toda esta tierra que ves - le dijo a Abraham- te daré...» «Hemos recibido... el espíritu que es de Dios - dice el apóstol, y añade como un eco de la misma verdad- para que podamos conocer las cosas que Dios nos da gratuitamente». Sabemos lo que son por la revelación del Espíritu, primero, y luego nos las apropiamos por un acto de fe. De modo que Él está esperando para mostrarnos la visión de su infinita gracia y poder, y luego para darnos todo lo que nos muestra. Levanta tus ojos, amado, y mira lejos y con firmeza. Abarca mucho espacio, porque todo lo que veas es lo que Dios te dará. Mira los puntos difíciles en tu vida y contempla cómo Él los transforma en victorias. Abarca la circunferencia entera de sus recursos y promesas y luego di: «Todo esto es mío.» Es un padre que hace contemplar a su hijo todos sus tesoros, admirables a la vista y deseables en grado sumo, y luego entregándole la llave le dice: «Todo esto es tuyo.» Y lo mismo Él nos dice: «Todo.., lo que ves te lo daré.» Miremos bien, aceptémoslo, y luego usemos la plenitud de su bendición para Él y para aquellos a quienes quiere que demos testimonio de su gracia y de sus bendiciones.

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POESÍAS SELECTAS

De

ALBERT BENJAMIN SIMPSON

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TAN SOLO DIOS

No tengo riquezas ni nacimiento noble, no poseo ni haciendas ni terrenos,

ni tampoco soy sabio, grande o fuerte, tan sólo tengo a Dios.

Antes mi vida estaba sucia por el pecado, pero ha sido limpiada ahora por su sangre

hasta el punto que hoy ya no soy yo el que vivo, sino que es Dios en mí.

Tus pies están sangrandode avanzar por caminos llenos de piedras, baches, de espinas, y de fango;

no tienes compañía, ni esperas refrigerio. Pero tienes a Dios.

Enfermo y afligido, moribundo, abrumado por penas y dolido;

tu mal es incurable por médicos humanos, pero lo es por Dios.

Tentado corazón, los enemigos

que merodean a tu alrededor muy pronto avasallado te tendrían

si no fuera por Dios.

Has perdido a los tuyos, en la tumba uno a uno los has depositado.

En el mundo ya no te queda nadie, excepto Dios.

Tú también pronto cruzarás el valle de la sombra de muerte, y temeroso, nadie tendrás, al hacerlo, a tu lado;

tan sólo Dios.

¿Cómo te aferras, alma, a lo terreno aún? Tu porción es ceniza, humo, polvo. Tu riqueza es escoria. Nada tienes,

si no tienes a Dios.

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ESPERA, ESPERA EN ÉL

A veces me llega un suave susurro, cuando por el dolor ya casi me desmayo, que dice, como un eco lejano de campanas:

espera, espera en Él. Cuando no puedo ver dónde el Padre me guía, y mi destino me parece duro y cruel, oigo el suave murmullo que me dice:

espera, espera en Él. Cuando las promesas que espero se demoran, y me pregunto si ya no llegarán, oigo del ángel la voz melodiosa:

espera, espera en Él. Cuando veo al malvado que prospera, y al justo escarnecido y maltratado, me acuerdo que todo esto es sólo un sueño,

y espero, espero en Él.

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EL DON DE DIOS ¿Imaginar podemos que una madre

entregara a su hijo a la inclemencia del fiero invierno, o a manos de rufianes

sabiendo que lo van a maltratar; sabiendo que el destino que le espera

son años y más años de dolor hasta que al fin con golpes y denuestos

cual criminal lo crucificarán? Pues una noche del helado invierno,

en un establo pobre, entre animales, nace un niñito, Hijo del Eterno;

y en un pesebre entre la paja yace, no en cuna de oro, sino junto a un buey,

para vivir una vida de oprobio, para morir una muerte cruel. ¿Se ha visto nunca algo semejante?

¿Se ha oído nunca semejante amor? Si eres padre, tú mismo, o si eres madre,

¿puedes imaginarte sufrir tal dolor? ¿Qué significa para ti este Niño?

Ni que entregaras hijos o tesoros, tú mismo podrías compensar,

ese infinito don que Dios te da.

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ACEPTOS POR AMOR A CRISTO Maravillosa gracia se nos muestra

en este sacrificio expiatorio. Somos aceptos por amor a Cristo;

amados como hijos, cual lo es Él. Pecadores, perdidos, desgraciados,

sin esperanza estábamos, y ahora somos aceptos por amor a Cristo;

amados como hijos, cual lo es Él. Con su misericordia cubrió nuestros pecados;

los méritos de Cristo bastan para expiarlos; somos aceptos por amor a Cristo;

amados como hijos, cual lo es Él. Podemos, pues, apropiarnos sus méritos,

su dádiva de amor, gratuita, abundante. Somos aceptos por amor a Cristo;

amados como hijos, cual lo es Él. Pecador que pereces, ven a Cristo;

te está esperando, con los brazos abiertos. Somos aceptos por amor a Cristo;

amados como hijos, cual lo es Él.

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HE AQUI EL CORDERO DE DIOS

Cuando Jesús andaba aquí en la tierra

junto a la orilla del río Jordán viole el Bautista y exclamó al punto:

¡Aquí tenéis al Cordero de Dios! El Cordero de Dios. Esto me habla

de su preciosa sangre derramada en el cruel Calvario. En cruz clavado,

¡aquí tenéis al Cordero de Dios! ¡El Cordero de Dios! Y al oírlo

mi pecado y mi culpa me recuerda, y que yo y no E! morir debiera;

mas, ¡he aquí el Cordero de Dios! Hay para nuestras penas y pecados

expiación completa en su sangre. Levantad, pues, los ojos y mirad

¡el Cordero de Dios! ¡Visión de amor! Señor, quiero apropiarme del poder

de esta preciosa sangre derramada, y con ella mi vida transformar

puesta mi fe en el Cordero de Dios. Este sagrado nombre proclamad

bien alto por el mundo en derredor, para que no haya un solo pecador

que no haya oído del Cordero de Dios.

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LO MEJOR Dios guarda lo mejor para los pocos

que están dispuestos a pasar por la prueba; aunque no les rechaza, se duele de que algunos

no quieran lo mejor. No siempre lo evidentemente malo

es lo que nos impide las promesas; lo bueno es ya en sí un enemigo,

si es causa de que perdamos lo mejor. No deseo, Señor, de modo vago

recibir de tus manos bendiciones. No quiero sólo que Tú me bendigas,

sino que quiero tener lo mejor. Muchos en lo mejor ponen su mira,

mas acosados por tribulaciones ceden, claudican, evitan la cruz,

y con ello se pierden lo mejor. En esta corta vida aquí en la tierra

y en cuantas situaciones me coloques para darte servicio, quiero hacer

de todo lo que pueda, lo mejor. Quiero encontrarme entre la muchedumbre

innumerable de testigos fieles, y oír de mi Maestro ante el trono:

«Bien, siervo, lo que hiciste es lo mejor.» Dame, Señor, lo que Tú selecciones,

aunque otros prefieran otras cosas; lo bueno que ellos tienen no me atrae;

como siempre, Tú me das lo mejor.

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GLORIFICAR A DIOS Glorificar a Dios; no quiero otro objetivo para mi vida nueva del Padre recibida; mi espíritu, mi cuerpo, mi alma, todo es tuyo. Quiero tener el gozo de ofrecértelos. Jesús buscó siempre la gloria del Padre; el hacer su obra fue su voluntad; los negocios de su, Padre le ocupaban. De estos negocios yo me quiero ocupar. ¿Podría yo a mi Padre glorificar en algo? No puedo en nada aumentar su majestad; pero sí permitir que brille en mí su gloria y esparcir alrededor la luz divina así. Nos cuenta la leyenda que alguien quiso un templo construir de piedra y oro dedicado en honor del astro Sol; su fabricación era espléndida, pero era oscuro y frío Otro arquitecto un templo construyó de cristal transparente, techo y muros; dentro del recinto el sol se reflejó y lo llenó de calor y de luz. Lo mismo quiero mi alma inundada de luz; mi corazón siempre abierto a tu vista; y que sea mi vida transparente y que te glorifique a ti, Señor.

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SÍ, SEÑOR Cuando Jesús llamó a mi puerta

para mostrarme su incansable amor; y cuando me pidió que le rindiera

mi corazón, le dije: Sí, Señor. Cuando me vi abrumado de culpa,

a sus pies, presuroso, me postré; ocupé mi lugar entre los pecadores

y le pedí: perdóname, Señor. Cuando Jesús con su misericordia

me dio paz y perdón, acepté esta su dádiva gozoso;

le bendije y le dije: Sí, Señor. Cuando más tarde me mostró el camino,

lleno de abrojos, estrecho y difícil, abandoné los ídolos del mundo,

y alegre contesté: Sí, sí, Señor. Cuando el cielo se nubla, el viento crece,

y el temporal arrecia alrededor le digo aun con la mirada puesta

en su rostro sonriente: Sí, Señor.

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DIOS ES MI REFUGIO Señor, Tú has sido siempre en el pasado

mi refugio y mi amparo, y en ti confío, ya que tu cobijo

no me puede faltar. Cansado y solo ya volar quisiera

como pájaro al nido, y recostado en tu dulce regazo

descanso al fin hallar. Tú eres asilo para el caminante

cuando azota el turbión; sombra en desierto,

y al sediento perenne manantial. Tú eres mi castillo y fortaleza

si ataca el enemigo; un anda inmóvil, y un puerto seguro

inmune al vendaval. Mis pies cansados del peregrinaje

quiero ya descansar; las luchas, y pesares terminados.

Contigo siempre estar.

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PUERTAS ABIERTAS En el mundo hay muchas puertas abiertas que nos están invitando a entrar; hay mucha mies y trabajo abundante do nuestras energías aplicar. Que no nos venza el miedo o la pereza; con redoblado ánimo marchemos y el mensaje de Cristo presentemos en cada puerta, ¡pues es de Dios la empresa!