CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS

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CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS Por eso "ni siquiera los muertos están a salvo" sí el enemigo hoy en el poder vuelve a vencer, precisamente recodificando y rein- ventando el pasado en función de sus intereses, y de sus propios mitos y justificaciones ideológicas específicas. Y frente a ello, sólo es posible encender de nuevo "la chispa de la esperanza", si nos ubicamos del lado de los oprimidos y de las víctimas, defendiendo esos pasados que hoy han sido provisionalmente derrotados, pero a los que posiblemente les corresponde la victoria del mañana. Y por eso también, en lugar de escribir un aburrido manual para malos historiadores, lleno de definiciones anacrónicas sobre una historia plana, acomodaticia con el poder, acendradamente empirista y limitada en sus concepciones, en sus fuentes y en sus horizontes, hemos preferido mejor, intentar esbozar esta suerte de Antimanual, con ciertas "antidefiniciones" iniciales, y que toma partido abiertamente por una historia más densa y más profunda, aunque también más difícil y compleja. Una historia que ubicán- dose claramente dentro de las tradiciones del pensamiento social crítico, desarrollado desde hace siglo y medio, está atenta a la teoría, a la filosofía y a la metodología, a la vez que se reivindica como abierta y vasta en la definición de su objeto, sus fuentes, sus técni- cas, sus modelos y sus paradigmas más esenciales. Después de haber definido el tipo de historia que no queremos continuar haciendo, y que no deseamos que se siga enseñando e imponiendo en nuestras aulas, pasemos a ver ahora los "pecados" recurrentes del mal historiador, pecados que es necesario evitar a toda costa, si es que realmente intentamos construir otro tipo de historia, genuinamente científica y genuinamente crítica. CAPITULO u LOS SIETE (Y MÁS) PECADOS CAPITALES DEL MAL HISTORIADOR "...la historia que se nos enseñaba a hacer no era, en realidad, mas que una deificación del presente con ayuda del pasado. Pero rehusaba verlo -y decirlo-". Lucien Febvre, Combates por la historia, 1953. La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que la buena historia, que la historia crítica. Por eso, entre otras razones, ha proliferado tanto y se ha mantenido viva, en nuestro país y en muchas otras partes del mundo, durante tanto y tanto tiempo. Pero si es mucho más fácil y exige mucho menos esfuerzo ser un mal historiador, también es cierto que la medida de esa dificultad reducida y de esos magros esfuerzos, es igualmente la medida de los limitados resultados y de las pobres obras históricas que se obtienen. Porque el fruto directo de esa mala historia hecha y enseñada, son justamente esos libros aburridos y pesados en tantos sentidos, que nadie lee y que nadie toma en cuenta, con la excep- ción de los pobres estudiantes a los que se obliga literalmente a revisarlos y a consultarlos, para poder obtener la nota o la califi- cación necesaria correspondiente. Libros y artículos que duermen en las bodegas de las editoria- les universitarias, o en los anaqueles de las librerías y bibliotecas públicas, que sólo se dedican a repetirnos por enésima vez, en rela- tos grises y sin chiste, las "Actividades del Congreso Constituyente del Estado de x, en el momento de la revolución de Y" o "La bio- grafía del general M, líder del movimiento N, en los años de 18.. o 19..", o también "La historia del Virrey B, en el siglo c" o "La .15

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Por eso "ni siquiera los muertos están a salvo" sí el enemigo hoyen el poder vuelve a vencer, precisamente recodificando y rein-ventando el pasado en función de sus intereses, y de sus propiosmitos y justificaciones ideológicas específicas. Y frente a ello, sóloes posible encender de nuevo "la chispa de la esperanza", si nosubicamos del lado de los oprimidos y de las víctimas, defendiendoesos pasados que hoy han sido provisionalmente derrotados, peroa los que posiblemente les corresponde la victoria del mañana.

Y por eso también, en lugar de escribir un aburrido manualpara malos historiadores, lleno de definiciones anacrónicas sobreuna historia plana, acomodaticia con el poder, acendradamenteempirista y limitada en sus concepciones, en sus fuentes y en sushorizontes, hemos preferido mejor, intentar esbozar esta suertede Antimanual, con ciertas "antidefiniciones" iniciales, y que tomapartido abiertamente por una historia más densa y más profunda,aunque también más difícil y compleja. Una historia que ubicán-dose claramente dentro de las tradiciones del pensamiento socialcrítico, desarrollado desde hace siglo y medio, está atenta a la teoría,a la filosofía y a la metodología, a la vez que se reivindica comoabierta y vasta en la definición de su objeto, sus fuentes, sus técni-cas, sus modelos y sus paradigmas más esenciales.

Después de haber definido el tipo de historia que no queremoscontinuar haciendo, y que no deseamos que se siga enseñando eimponiendo en nuestras aulas, pasemos a ver ahora los "pecados"recurrentes del mal historiador, pecados que es necesario evitar atoda costa, si es que realmente intentamos construir otro tipo dehistoria, genuinamente científica y genuinamente crítica.

CAPITULO u

LOS SIETE (Y MÁS) PECADOS CAPITALESDEL MAL HISTORIADOR

"...la historia que se nos enseñaba a hacerno era, en realidad, mas que una deificación

del presente con ayuda del pasado. Perorehusaba verlo -y decirlo-".

Lucien Febvre, Combates por la historia, 1953.

La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que labuena historia, que la historia crítica. Por eso, entre otras razones,ha proliferado tanto y se ha mantenido viva, en nuestro país yen muchas otras partes del mundo, durante tanto y tanto tiempo.Pero si es mucho más fácil y exige mucho menos esfuerzo ser unmal historiador, también es cierto que la medida de esa dificultadreducida y de esos magros esfuerzos, es igualmente la medidade los limitados resultados y de las pobres obras históricas quese obtienen. Porque el fruto directo de esa mala historia hecha yenseñada, son justamente esos libros aburridos y pesados en tantossentidos, que nadie lee y que nadie toma en cuenta, con la excep-ción de los pobres estudiantes a los que se obliga literalmente arevisarlos y a consultarlos, para poder obtener la nota o la califi-cación necesaria correspondiente.

Libros y artículos que duermen en las bodegas de las editoria-les universitarias, o en los anaqueles de las librerías y bibliotecaspúblicas, que sólo se dedican a repetirnos por enésima vez, en rela-tos grises y sin chiste, las "Actividades del Congreso Constituyentedel Estado de x, en el momento de la revolución de Y" o "La bio-grafía del general M, líder del movimiento N, en los años de 18..o 19..", o también "La historia del Virrey B, en el siglo c" o "La

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historia de la inmigración E, y su influencia en nuestro país durantelos años de la Revolución F". Ensayos y libros que, en su mayoría,no contienen ni siquiera investigación empírica nueva de hechoshistóricos relevantes, sino que en el peor de los casos resumen lo yadicho e investigado por otros autores, y en el mejor de los casossólo rescatan el fruto casual de algún trabajo directo de visita acierto Archivo, realizado de manera azarosa y sin sistema, y en elque los datos e informaciones que se recolectan no tienen ningúnorden ni sentido, al carecer de la definición de una problemáticahistórica específica, y de un sólido cuestionario que hiciese posibleorganizar dicha recolección de aquellos datos y hechos históricosque sean realmente los hechos significativos, en torno al problemaconcreto y específico que se quiere resolver. Trabajos pues carac-terísticos de esa mala historia positivista, perezosa y fácil, quegeneralmente terminan por recuperar y poner juntos, de maneraindiscriminada, lo mismo sucesos y datos importantes para losprocesos históricos generales, que acontecimientos e informacio-nes totalmente irrelevantes e inesenciales.

Mala historia, fácil de hacer y aburrida para enseñar, y que seplasma en una gran mayoría de los libros de historia que hoy seescriben y se editan en nuestro país, y que generalmente repro-duce, en mayor o en menor medida, a los siete y a veces más"pecados capitales" del mal historiador, pecados que abordamos acontinuación.

El primer pecado capital de los malos historiadores actuales es eldel positivismo, que degrada a la ciencia de la historia a la simpley limitada actividad de la erudición. Muchos historiadores siguencreyendo hoy en día, en pleno comienzo del tercer milenio cro-nológico, que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajode investigación y de compilación del erudito. Y aunque ha pasadoya más de un siglo, desde la época en que fue escrito el tristemente

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célebre Manual de Ch. V. Langlois y Ch. Seignobos, titulado Intro-ducción a los Estudios Históricos, este libro continúa siendo todavía laBiblia de esos malos historiadores positivistas.

Como si todo el siglo veinte cronológico, y toda la historiografíacontemporánea que arranca con el proyecto crítico de Marx, desdelos años de 1848, no fuese justamente una protesta permanente yuna crítica sistemática de esta versión empobrecida de la historiaque ha sido la historia positivista. Una historia que limitando el tra-bajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escri-tas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la críticainterna y externa de los textos, y luego a su clasificación y orde-namiento, y a su ulterior sistematización dentro de una narraciónque, generalmente, solo nos cuenta en prosa lo que ya estaba dichoen verso en esos mismos documentos.

Historia positivista que se autodefine justamente como la "cien-cia que estudia el pasado", y que autoconcibiéndose a sí mismacomo una disciplina hiperespecializada, ya terminada, precisa ycerrada, es alérgica y reticente frente a la filosofía, la teoría, lametodología, e incluso frente a cualquier forma de interpretaciónaudaz y creativa de los hechos históricos. Teniendo entonces horrorrespecto de toda interpretación que se despegue, aunque solo seaun poco, de la simple descripción de los datos "duros" "compro-bados" y "verificables", esta historia positivista reduce no obstantedicha Verificabilidad' a la simple existencia o referencia de dichosdatos, dentro de un documento escrito de archivo, que sea siempreposible citar, con toda precisión, en el pie de página correspondien-te. Una historia justamente enamorada de los "grandes" hechospolíticos y de las acciones resonantes y espectaculares de los Esta-dos, igual que de las "grandes" batallas militares, que es tambiéngeneralmente acrítica con los poderes y con los grupos dominantesque existen en cada situación.

Y si bien es claro que sin erudición no hay historia posible, tam-bién es una gran lección de toda la historiografía contemporánea,desde Marx y hasta nuestros días, que la verdadera historia solo seconstruye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito,

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accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicaciónrazonada y sistemática de los hechos, de los fenómenos y de losprocesos y situaciones históricas que estudiamos. Porque solo tran-sitamos desde esa erudición todavía limitada hasta la verdaderahistoria, si reconocemos la importancia fundamental de este tra-bajo de la interpretación y de la explicación históricas, que construyenmodelos comprehensivos, que ordenan y dan sentido a los hechosy fenómenos históricos, integrando a estos últimos dentro de lasgrandes tendencias evolutivas del desarrollo histórico, y estable-ciendo de modo coherente y sintético, también los porqués y loscornos de los distintos problemas investigados.

Porque ¿de qué nos sirve saber cuándo y dónde acontecieronciertos hechos históricos, si no somos capaces de explicar tambiénlas causas profundas, mediatas e inmediatas, que provocaron ysuscitaron estos hechos, y si no tenemos la habilidad de explicar,igualmente, las razones concretas y el sentido esencial que deter-minan que tal hecho se haya producido en ese momento y no antesni después, en ese lugar y en ninguna otra parte, y además quehaya acontecido del modo concreto en que sucedió y no de otraforma, teniendo por añadidura el peculiar desenlace o resultadoque tuvo y no cualquier otro destino posible?. Y son precisamentetodo ese tipo de preguntas, las que nunca se plantea el historiadorpositivista, ocupado solo de expurgar los documentos de archivo,para fijar únicamente las fechas y los lugares de los "hechos tal ycomo han acontecido".

Marginando entonces a un plano secundario, cuando no igno-rando de plano, este nivel imprescindible de la explicación histórica,y de la genuina reconstrucción del sentido profundo que tienen losproblemas históricos, los malos historiadores positivistas se dedi-can solo a componer esas "colecciones de hechos muertos" que yaMarx ha criticado acertadamente desde sus propios tiempos.

El segundo pecado capital del mal historiador es el del anacro-nismo en historia. Es decir, la falta de sensibilidad hacia el cambiohistórico, que asume consciente o inconscientemente que los hom-

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bres y que las sociedades de hace tres o cinco siglos o de hace másde un milenio, eran iguales a nosotros, y que pensaban, sentían,actuaban y reaccionaban de la misma manera en que lo hacemosnosotros. Es decir, una historia que proyecta al actual individuoegoísta y solitario de nuestras sociedades capitalistas contempo-ráneas, como si fuese el modelo eterno de lo que han sido los indi-viduos, en todo tiempo y lugar, y a lo largo de toda la curva deldesarrollo humano.

Pero con esto, se cancela una de las tareas primordiales de lahistoria, que es justamente la de mostrarnos, primero a los histo-riadores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamenteel cambio histórico, qué cosas se han modificado al paso de los siglosy cuáles se han mantenido, y también cuáles han sido las diversasdirecciones o sentidos de esas múltiples mutaciones históricas.Y no para afirmar, al modo de la mala historia oficial y tradicio-nal, una "necesaria" evolución o progreso ineluctable y fatal de lahumanidad, sino más bien para comprender de manera crítica yautocrítica, el camino que hemos recorrido y los muchos erroresque hemos cometido.

Así, no hay buena historia posible sin la capacidad de "extraña-miento" y de "autoexilio" intelectual de nuestra propia circunstan-cia histórica, y también de nuestros propios valores y modos dever, capacidad que nos prepara, justamente, para percibir y apre-hender realmente otras culturas y oíros modos de funcionamientode la economía, de la sociedad y de la política, y por lo tanto, paracomprender de manera adecuada esas otras etapas y momentos dela historia que son también parte de nuestras preocupaciones.

¿Cuántas biografías "históricas" de personajes del pasado nohemos leído, en donde su sicología y su actitud nos son tan cer-canas como si fuesen nuestros contemporáneos, a pesar de habervivido hace treinta, o cien, o trescientos o más años?. ¿Y cuántashistorias del siglo xix, o de la Independencia, o del periodo colonialno hemos leído, que ignoran por completo que, en el transcursode uno o dos siglos y a veces en periodos aún más cortos, mutancompletamente las técnicas militares, o los hábitos sexuales, o las

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formas de organización de la familia, o los modos de explotacióneconómica, o las formas de conflicto entre las clases, o las cosmo-visiones culturales, entre tantos y tantos elementos que, sin decirloexplícitamente, se asumen como si fuesen idénticos o casi, en todosestos periodos mencionados?.

Y si todo el mundo comprende que no se piensa igual cuandouno vive en un palacio que cuando uno vive en una cabana, enton-ces también debería de ser claro que la vida y el mundo en su con-junto, no se construyen del mismo modo hoy que en la primeramitad del siglo xx, y mucho menos en el siglo xix o xvi, o vn, oantes. Así, por ejemplo, ¿qué noción del tiempo y de la distanciapuede tener un habitante de Nueva España, cuando las noticias dela Metrópoli tardan alrededor de noventa días en llegar a la Colo-nia y viceversa?, y ¿qué idea del mundo puede tener un campesinofrancés del siglo xm, que puede nacer, vivir y morir sin haber salidojamás en su vida de un radio de solo cien kilómetros, en torno dela pequeña aldea en la que vio la luz por vez primera?, ¿y qué sig-nifican, en cambio, nociones incluso como las de "China" o "Rusia"o "África" para un niño urbano conectado a través del Internet,de cualquier ciudad del mundo hoy?. Estas son preguntas que losmalos historiadores nunca se plantean, lo que los hace ver la his-toria como una misma tela gris, en donde cambian solo los nom-bres, las fechas y los lugares, pero donde todo el resto permanececomo si no existiera el cambio histórico de las sociedades, de lasculturas, de las economías y de las psicologías de los diferentesgrupos humanos.

Un tercer pecado capital de la mala historia, hoy todavía impe-rante, es el de su noción del tiempo, que es la noción tradicionalnewtoniana de la temporalidad física. Una idea del tiempo que loconcibe como una dimensión única y homogénea, que se despliegalinealmente en un solo sentido, y que está compuesto por uni-dades y subunidades perfectamente divididas y siempre idénticas,de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros,décadas, siglos y milenios. Es decir, una idea que asume que el

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tiempo de los relojes y de los calendarios, es también el tiempo dela historia y de los historiadores, y que por lo tanto, cualquier siglohistórico tiene siempre cien años, y cualquier día de la historia esidéntico a cualquier otro, aunque el primero sea el 9 de noviembrede 1989 ó el 1 de enero de 1994, y el segundo sea el 17 ó el 18 ó el 19de junio del año de 2001.

Pero como nos lo han explicado tan brillantemente Marc Bloch,Norbert Elias, Walter Benjamín o Fernand Braudel, entre otros, eltiempo newtoniano de los físicos, medido por calendarios y relojes,no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades y de loscultivadores de Clío, que es más bien un tiempo social e histórico,que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y varia-ble, haciéndose más denso o más laxo, más corto o más amplio, ysiempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas o estruc-turas históricas a las que se refiera. Porque para el buen historia-dor cada siglo tiene una temporalidad distinta, lo que le permitehablar lo mismo del "largo siglo xix" que comienza con la Revolu-ción Francesa y termina con la Primera Guerra Mundial, que del"breve siglo xx", iniciado con esa primera guerra y con la Revolu-ción Rusa de 1917, y concluido con la caída del Muro de Berlín en1989. Y si los siglos o las jornadas históricas no son nunca iguales,tampoco son precisas las fechas de múltiples acontecimientos yfenómenos históricos, como por ejemplo la 'revolución cultural de1968' que en algunos casos comienza en 1966 y en otros en 1967,pero también a veces desde 1959, y otras solo hasta 1969 inclusive.

Además, como bien lo saben los historiadores críticos, no soniguales los tiempos en que una sociedad vive una verdadera revo-lución social, que los tiempos de lenta evolución, igual que difierenlas temporalidades para una sociedad que se encuentra en plenoauge y crecimiento, que para otra que vive en cambio su procesode decadencia y eclipsamiento social. Puesto que si cada fenómenohistórico tiene su singular y específica duración que le corresponde,y si la historia no es, en ese sentido, más que la compleja síntesisde todas esas múltiples y diversas duraciones históricas diferencia-das, entonces lo que el historiador tiene que aprender a detectar

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y establecer, es justamente esas múltiples temporalidades o dura-ciones históricas distintas de todos los fenómenos que investiga,asumiendo las implicaciones complejas que esa misma diversidadtemporal conlleva para sus análisis.

Ya que los presidentes y los gobiernos pasan mientras que lassociedades permanecen, recorriendo estas últimas lo mismo cicloseconómicos expansivos y luego depresivos, que coyunturas cul-turales a veces de florecimiento y ebullición y a veces de aletarga-miento y repliegue, en dinámicas en donde hoy se habla casi lamisma lengua que hace trescientos años, y se comen los mismosalimentos que hace un milenio, pero donde también se han insta-lado formas de urbanización que datan de hace solo unas pocasdécadas, o medios de comunicación que tienen solo unos cuantosaños de existencia. Y son solo estas nociones del tiempo y de laduración, múltiples, variables y flexibles, las que permiten captar lainmensa riqueza y diversidad de la historia, reducida en cambio enlas visiones de la historiografía tradicional, a siglos uniformes y afechas rigurosas, siempre bien ordenadas y siempre bien ubicadasen ese tiempo vacío, homogéneo y lineal de los malos historiadorespositivistas.

El cuarto pecado repetido de la mala historia, en los diversosmanuales tradicionales, es el de su idea limitada del progreso. Lo queestá directamente conectado con el pecado anterior, con la nocióndel tiempo como tiempo físico, único, homogéneo y lineal. Pues siel tiempo histórico es concebido solo como esa acumulación ineluc-table de hechos y sucesos, inscritos progresivamente en la suce-sión de días, meses y años del calendario, la idea del "progreso"que desde esta noción temporal se construye es también la de unaineluctable acumulación de avances y conquistas, determinadasfatalmente por el simple transcurrir temporal.

Una idea del progreso humano en la historia, que parece afir-mar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer,y todo mañana será obligatoriamente mejor que cualquier hoy.Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa que avanzar

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y avanzar sin detenerse, puesto que según esta construcción, loúnico que ha hecho hasta hoy es justamente "progresar", avan-zando siempre desde lo más bajo hasta niveles cada vez más altos,en una suerte de "escalera" imaginaria en donde estaría prohibidovolver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandaraunque solo sea un paso el camino ya avanzado. Y no cambiademasiado la cosa, si esta idea es afirmada por los apologistas ac-tuales del capitalismo, que quieren defender a toda costa la supues-ta "simple superioridad" de este sistema sobre cualquier época del"pasado", o si es afirmada por los marxistas vulgares -que no porlos marxistas realmente críticos-, marxistas vulgares que han pre-tendido enseñarnos que la historia avanza y tiene que avanzar,fatalmente, del comunismo primitivo al esclavismo, del esclavismohasta el feudalismo, y de este último hacia el capitalismo, paraluego desembocar, sin opción posible, en el anhelado socialismo ytal vez después en el comunismo superior. Una visión extremada-mente simplista del progreso y de la historia, que el propio Marxha rechazado, y que ha sido tan brillantemente criticada tambiénpor Walter Benjamín, en sus célebres "Tesis sobre la filosofía de lahistoria".

Pero basta observar con cuidado lo que realmente ha sido la his-toria, para percatarse de que su desarrollo no tiene nada de linealy de simple, y que lejos de esa "escalera imaginaria" de avancesy conquistas ineluctables, sus itinerarios se despliegan más biencomo una especie de complejo "árbol de mil ramas", que a vecesabandona totalmente una línea evolutiva que había seguido porsiglos y hasta milenios, para recomenzar de nuevo desde otro puntode partida, mostrando además en esos múltiples itinerarios, igualavances que retrocesos o largos estancamientos, combinados consaltos dramáticos de un nivel a otro, con rupturas radicales detoda continuidad, pero también con líneas que, efectivamente, pro-gresan y se enriquecen sucesivamente de manera permanente.

Frente a esta idea entonces limitada y demasiado simple del pro-greso, propia de los malos historiadores positivistas, que lo concibecomo una línea recta, siempre ascendente, majestuosa y llena de

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avances y conquistas sin fin, el buen historiador crítico restituye ala noción de progreso un sentido totalmente diferente, mostrandoesa multiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo inte-gran, en un esquema que nos recuerda un poco al trabajo de loscientíficos, que acometen muchas veces un problema hasta encon-trar su solución, ensayando y equivocándose, avanzando en unsentido y luego dejándolo de lado, consolidando ciertas certezasadquiridas y recuperando en un momento posterior resultados queanteriormente creían poco útiles, y recomenzando la tarea tantasveces como sea necesario, hasta encontrar el buen modo de resolu-ción de dicho problema.

Y es así como "progresa" la humanidad: explorando y avan-zando primero casi a ciegas en su propia evolución, para ir muypoco a poco siendo consciente de lo que ha hecho y de por quélo ha hecho, a la vez que va asumiendo también, lentamente, laresponsabilidad consciente de que es solo ella misma la que debeconstruir la historia, y la que debe elegir de manera también cons-ciente los rumbos de su futuro desarrollo.

Otro pecado capital del mal historiador, el quinto, es el de laactitud profundamente acrítica hacia los hechos del presente y delpasado, y hacia las diferentes versiones que las diversas generacio-nes han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es decir,la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienensiempre frente a los testimonios y a los documentos, lo mismoque frente a los resultados y a los hechos históricos "tal y comohan acontecido". Porque el mal historiador actual, educado en elManual de Langlois y Seignobos, o en el equivalente nacional deeste mismo texto, no sólo es incapaz de leer los documentos con losque trabaja de una manera que no sea su lectura literal, sino quetambién es incapaz de "preguntarle" a esos testimonios escritos,algo distinto a lo que ellos declaran o pretenden decir de maneraexplícita. Es decir, que los malos historiadores ignoran por com-pleto lo que Marc Bloch llamaba la "lectura involuntaria" de lostextos, en donde una memoria autobiográfica puede usarse más

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bien para reconstruir la cultura de las clases dominantes de unaépoca, o en donde un documento de gobierno puede ser utilizadomás bien como fuente para la reconstrucción de las formas deexclusión social de una determinada sociedad.

Con lo cual, esta historia acrítica no solo tiende a ser involun-tariamente ingenua, y también cómplice de las ilusiones que losindividuos se han hecho sobre sí mismos y sobre su mundo encada época dada, sino que también termina por legitimar y hacerpasar como verdaderas, a esas falsas percepciones sociales queexisten siempre en toda sociedad, y que prosperan persistente-mente dentro de la cultura y el imaginario colectivo de los pue-blos y de las sociedades humanas. Además, y en la medida en quecada época histórica rehace siempre el pasado, en función de susintereses y urgencias más importantes, este historiador positivistaacrítico va también haciéndose solidario de esas diferentes visio-nes sesgadas y sesgadoras de los hechos históricos, al recoger demanera solo pasiva y puramente receptiva esas distintas reinter-pretaciones de las historias anteriores, codificadas en cada uno delos momentos ulteriores a su propio desarrollo.

Por eso, es natural que este mal historiador tenga casi horror aluso del razonamiento "contrafactual", y que rechace toda especu-lación acerca de lo que hubiese podido acontecer si el desenlace deldrama histórico hubiese sido distinto al que fue. Pero si la historiala han hecho siempre los propios hombres -de modo más o menosconsciente-, y si los resultados de cada encrucijada histórica hansido siempre el fruto de la confrontación y el combate entre distin-tos proyectos de futuro, igualmente impulsados por clases socialeso por grupos humanos, entonces la historia que hemos vivido yconstruido no era la única posible que podía desarrollarse, y solo seha afirmado sobre la derrota y el sometimiento de las varias histo-rias alternativas, vencidas pero igualmente factibles.

Por lo demás, es claro que esta historia acrítica con los docu-mentos y con las mismas versiones ya rehechas del pasado, estotalmente compatible con el statu quo que existe y que dominaen cada momento. Pues si la historia que fue, era la única que

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podía ser, entonces el último eslabón de esa cadena de necesidadesineludibles es la historia que es hoy, con los grupos y con las clasesque hoy dominan, y con los hombres y personajes que hoy disfru-tan de esa dominación, la que por lógica derivación, es también"necesaria" y es la "única posible". Explicar entonces, de maneracrítica, por qué la historia que aconteció, lo hizo de esa forma yno de otra -una tarea primordial del historiador crítico-, implicaigualmente demostrar las otras diversas formas en que pudo haberacontecido, explicando a su vez las razones por las cuales, final-mente, no se impuso ninguna de esas otras formas, igualmenteposibles pero a fin de cuentas no actualizadas.

Un sexto pecado capital de los historiadores no críticos es el delmito repetido de su búsqueda de una "objetividad" y "neutrali-dad" absoluta frente a su objeto de estudio. O dicho en otros térmi-nos, la pretensión de no tomar partido, no juzgar, no apasionarse yno involucrarse para nada con los personajes o con las situacionesque se investigan. Una idea ampliamente difundida de la posibili-dad de hacer una historia completamente "aséptica", que inclusose utiliza como argumento para negarle al historiador la posibi-lidad de ocuparse, con mirada igualmente histórica, de los can-dentes y comprometidos hechos del "presente". Pero, como lo handemostrado incluso la física y la química contemporáneas, resultaimposible estudiar cualquier fenómeno de manera científica, sinintervenir de manera activa dentro del propio proceso que se estu-dia, y por lo tanto, sin modificar en mayor o en menor medida lascondiciones mismas del objeto que se analiza. Lo que en el caso delas ciencias sociales y de la historia, se complementa además conel hecho de que somos nosotros mismos los que hemos construidonuestra propia historia, a la que luego intentamos explicar y analizar.

Por lo tanto, es imposible una historia que sea realmente neutral,y que sea "objetiva" si por esto último entendemos una historiaen la cual no nos involucremos de ninguna manera, manteniendoun desinterés, una distancia y una indiferencia totales hacia lo queexaminamos. Pero en cambio, si es posible una historia científica-

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mente objetiva, en el sentido de no estar falseada conscientementecon ciertos fines de legitimar tal o cual interés mezquino o particu-lar, o en el sentido de silenciar aquellos hechos o fenómenos queno concuerdan con una interpretación preestablecida, que es lo queen realidad si hacen las historias positivistas, las que sin embargoclaman de manera tan ruidosa por esta falsa 'objetividad' ya men-cionada.

Así, puesto que toda historia es hija de su época y de sus cir-cunstancias, y dado que el historiador es también un individuo quetiene un compromiso específico con su sociedad y con su presente,toda historia reflejará necesariamente las elecciones y el punto devista del propio historiador, los que se proyectan incluso desde laelección de los hechos que son investigados y los que no, hasta elmodo de organizarlos, clasificarlos, interpretarlos y ensamblarlosdentro de un modelo más comprehensivo que les da su sentido ysignificación particulares. Y dado que no existe ni puede existiresa historia desde el punto de vista atemporal, eterno, ahistóricoy fuera del mundo que proclaman los malos historiadores posi-tivistas, que claman por esa imposible neutralidad/objetividad, ypuesto que toda historia lleva entonces la marca de sus propioscreadores, lo más honesto e inteligente por parte del buen historia-dor consiste en hacer explícitas las específicas condiciones que handeterminado su investigación, declarando sin ambages sus tomasde posición determinadas, así como los criterios particulares desus distintas elecciones del material, de los métodos, de los para-digmas y de los modelos historiográficos utilizados.

Renunciando entonces a la falsa objetividad del mal historia-dor, el historiador crítico asume sin conflicto los sesgos de su tra-bajo y de su resultado hisfonográfico, convencido de que la verdadabsoluta no existe ni existirá nunca, y de que el modo más perti-nente de acercarnos a verdades cada vez más científicas aunquesiempre relativas, es justamente este que hace explícitos los límites,las condiciones y los sesgos de su propia actividad en el terreno dela historia.

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El séptimo pecado capital de los historiadores que son seguidoresde los Manuales hoy al uso, es el pecado del postmodernismo enhistoria. Porque haciéndose eco de algunas posturas que se handesarrollado recientemente en las ciencias sociales norteamerica-nas, y también en la historiografía estadounidense, han comenzadoa proliferar en nuestro país algunos historiadores que intentanreducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva, eva-cuando por completo el referente esencial de los propios hechoshistóricos reales. Así, siguiendo a autores como Hayden White,Michel de Certau o Paul Veyne, estos defensores recientes del post-modernismo histórico, llegan a afirmar que lo que los historiadoresconocen e investigan no es la historia real, la que muy posiblementenos será desconocida para siempre, sino solamente los discursoshistóricos que se han ido construyendo, sucesivamente y a lo largode las generaciones, sobre tal o cual supuesta realidad histórica,por ejemplo sobre el carácter y los comportamientos del sector dela plebe romana, en las épocas del Bajo Imperio.

Desplazando así la atención del historiador, desde la historiareal hacia los discursos sobre la historia, esta postura de los maloshistoriadores termina por desembocar en posiciones abiertamenterelativistas e incluso agnósticas. Pues si según este punto de vista,cada discurso histórico es siempre diferente, y siempre correspon-diente a la época en que es producido, entonces no es posible esta-blecer jerarquía o comparación entre todos esos discursos, lo quesignifica que no podemos saber si hoy conocemos más o cono-cemos menos de la historia del Imperio Romano que lo que hanconocido los hombres y los autores del siglo xix, o del siglo xvi, odurante el siglo x. Y tampoco podemos decir que nuestra visiónactual es más o es menos "científica" o mas o menos Verdadera'que la que construyeron los historiadores de hace tres o siete otrece siglos.

Incluso, y prolongando hasta el final su argumento, estos autoresposmodernos llegan a descalificar la pretensión misma de cons-truir una ciencia de la historia, afirmando que los historiadores sóloescribimos "relatos con pretensiones de verdad", relativos a distin-

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• ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR

tos "regímenes de verdad" siempre cambiantes y siempre relativos.Por eso pueden concluir, sin sonrojo alguno, que la escritura de lahistoria se reduce, en última instancia, a la reconstrucción de unahistoria de la escritura, y que las razones para dedicarse a la his-toria no son la búsqueda de una verdad histórica científica, en elfondo imposible e inalcanzable, sino puramente razones de ordenestético.

Pero más allá de estas divagaciones logocéntricas, y de estosdesvarios de claros tintes idealistas, persiste el hecho innegable deque los historiadores hacemos historia con el objetivo de conocer,comprender y luego explicar la historia real, la que constituye sinduda nuestro objeto de estudio principal. Además, hacemos histo-ria convencidos de que somos capaces de establecer, cada vez más,verdades históricas científicas, y además, verdades cada vez másprecisas y más capaces de dar cuenta real de los problemas con-cretos históricos que investigamos. Desde una posición abierta-mente racionalista, y que aspira a ser científica, los historiadorescríticos son también capaces de comparar y de criticar las distintasinterpretaciones que se han hecho de un cierto problema histórico,haciendo evidente como nuestras explicaciones actuales son, engeneral, mucho más sofisticadas y complejas que las anteriores,y en términos generales, más adecuadas para captar los hechoshistóricos y más finas para poder encuadrarlos dentro de modelosglobales que les restituyen, cada vez de manera más precisa, suverdadero sentido profundo. Porque "los hechos son testarudos",y más allá de las sutilezas del lenguaje, continúan desafiándonospara que seamos capaces de explicarlos de un modo racional ycoherente.

Y si bien es obvio, que no existe historia posible que no seexprese a través de una cierta construcción narrativa, también esun abuso ilegítimo querer reducir por ello a la historia a su soladimensión narrativa. Igual entonces que la erudición, que no eshistoria pero si es una de sus condiciones imprescindibles y unode sus elementos importantes, así la narración y el discurso no sontampoco historia, aunque si son también uno de sus componentesfundamentales e ineludibles.

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CARLOS ANTONIO A G U I R R E ROJAS

Son estos los siete (y más, pues los mismos se manifiestandespués en múltiples maneras) pecados capitales del mal historia-dor. Y si, con un comportamiento virtuoso y con una mirada vigi-lante y crítica, logramos esquivar el caer en todos ellos, podremosintentar hacer y enseñar una historia diferente y muy superior ala que existe hoy en nuestro país. Pero ¿cómo elaboramos esta his-toria distinta y mejor?. Tratando de seguir las lecciones que noshan dado los historiadores realmente críticos, durante los últimosciento cincuenta años, lecciones que pasamos a ver a continuación.

CARLOS MARX

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