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SEMINARIO CONCILIAR DE CIUDAD JUÁREZ
RASGOS FUNDAMENTALES DEL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION DESDE LA EXPERIENCIA DEL ENCUENTRO
CON DIOS
TESINA TEOLOGICA
POR: FRANCISCO ALEJANDRO MURO SALCEDO
ASESOR: Pbro. Lic. Guillermo Sías Burciaga
Cd. Juárez, Chih., México
Mayo, 2011
1
INTRODUCCIÓN
Ante la experiencia de fe de este grandísimo don que es
el perdón de Dios, antes que todo, sólo puedo iniciar
diciendo: Te doy gracias Padre, por el misterio
insondable de tu amor; ese amor eternamente
misericordioso con el cual siempre nos perdonas. Es tu
amor misericordioso que se hace reconciliación, perdón.
Ese amor que se encarnó, tu Hijo, que se entregó para
salvarnos y dijo «Padre, perdónalos, por que no saben lo
que hacen».
Constantemente al optar por un tema para realizar, un
escrito, una tesis o un trabajo final recurrimos a
aquello que nos de fruto rápido o mejor dicho nos muestre
la practicidad de nuestra investigación, buscamos siempre
responder a la pregunta de para qué me va a servir y
hacemos aun lado todos aquellos planteamientos base que
logran fortalecer los cimientos con los que fue
construida la reflexión. En estos tiempos en que he
buscado trazar o imaginar mi trabajo de reflexión final
teológico he pensado mucho en aquello que para la fe es
fundamental: el encuentro con Dios.
2
Este encuentro es la base de todo. Este encuentro me ha
llevado a experimentar y reflexionar sobre el amor
misericordioso de Dios. Habrá muchas formas de hacerlo
pero no tendrán la fuerza, lo vibrante de lo que tiene
descubrir la misericordia de Dios en el sacramento de la
reconciliación; hablar de reconciliación es hablar de un
don gratuito de parte de Dios que se nos ofrece no porque
seamos pecadores sino por que Él es bueno y su
misericordia es eterna y porque nos ama sobre todas las
cosas.
Por ello quiero sumergirme en el misterio insondable de
este sacramento y en el cual no sólo descubrir lo que
lleva al hombre a tomarlo todo (Lc 15) y alejarse de Dios
sino que por encima de esto, descubrir la misericordia de
Dios que otorga el perdón y da la gracia para seguir
caminando, porque la historia o el caminar no terminan en
la falta, en la trasgresión, en el pecado. No termina en
la nada o en la infidelidad. La historia de la persona,
del pueblo siempre tenderá a la búsqueda del perdón y de
la gracia.
La historia de la salvación es salvación, es perdón,
reconciliación, es gracia para seguir caminando por el
3
desierto, es un “mañana juntos”. La reconciliación es
gracia para levantarse y seguir caminando…
Para ello he querido ayudarme, sin llegar a un autor
preciso, de la reflexión de la Iglesia en su Tradición,
Magisterio y Sagradas Escrituras; además de algunos otros
autores que directa o indirectamente han escrito sobre
este sacramento, sobre todo, de la misericordia de Dios.
Este trabajo quiere descansar sobre dos pilares: el
primero sería las parábolas de la misericordia que nos
presenta san Lucas en su evangelio (cap. 15) las cuales
son experiencia de esa gracia del perdón; el segundo es
la historia de salvación, desde la creación hasta la
resurrección, que se prolonga hasta nuestros días.
No pretendo desglosar la ritualidad de este sacramento
como si fuera propuesta para una liturgia penitencial;
tampoco pretendo realizar un trabajo de lo que
pastoralmente se deba realizar, aunque no dudo que unos
de sus frutos podría ser la búsqueda de este sacramento y
lo que convenientemente se debe poner en práctica para
ello. Lo que sí quiero realizar es una reflexión
espiritual o teológico-espiritual; que de cuenta de la
experiencia existencial que trae este sacramento como un
lugar privilegiado de encuentro personal con Dios.
4
Por ello, haciendo referencia a esto, con mi primer
capitulo quiero desarrollar en un inicio la trasgresión
que realiza el hombre-cristiano por el pecado, es decir,
aquello que hace que el hombre caiga en el pecado, sin
embargo, no pretendo solo eso sino el hecho de
“reconocerse pecador” por lo cual el hombre busca
“levantarse” y volver a Dios para reconciliarse con él,
no por meritos personales sino por la gracia de Dios.
Esto conlleva, reconocerse pecador, la conversión, la
búsqueda del perdón. En un segundo capitulo desarrollar
el tema de la misericordia de Dios que reconcilia en la
presencia viva de su Hijo Jesucristo y por último, un
tercer capitulo que aborde el tema de la Buena Noticia de
la Reconciliación, es decir, la gracia que recibimos y
nos permite seguir caminando como hijos de Dios y
auxiliados por su presencia para no volver a pecar.
5
Capitulo I
El misterio del género humano
El hombre manchado por el pecado y su reencuentro con el Padre
En este primer capítulo tengo en bien desarrollar desde
su inicio la trasgresión que realiza el hombre,
ayudándome del testimonio de la caída de Adán teniendo
presente como lo dirá el padre Ladaria que “todo hombre
es Adán”1, sin embargo, no nos quedemos en esta idea, por
lo menos no del todo. Con esta primera parte no pretendo
que el lector experimente esa sensación negativa de lo
que representa el pecado, claro que tendrá que mostrarse
de acuerdo que el hombre es pecador. Mi propósito es que,
una vez conocido el por qué del pecado; descubra lo que
al hombre le ha llevado a “reconocerse pecador” por lo
cual busca “levantarse” y volver a Dios para
reconciliarse con él; no por meritos personales sino por
la gracia de quien lo ha llamado a la vida.
1.1 EL HOMBRE VELADO POR EL PECADO
En los primeros capítulos del libro del Génesis se nos
presenta, de una manera puntual y un tanto poética, la
creación de todo cuanto existe, que a su vez es “comienzo
1 Ladaria, Luis F. Teología del pecado original y de la gracia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2007, p. XIII
6
de la historia de la salvación.”2. Estos pasajes,
reflejan el quehacer de Yahvé y su sabiduría infinita
manifestada en la “obra de sus manos”, la cual no ha
surgido por azar, sino por la libre voluntad del Creador
que quiere participar de su ser a toda criatura. En medio
de todo cuanto ha hecho, sólo magnifica a una de ellas y
de la cual se nos hablará en el texto bíblico que era una
creación “muy bien”3; el hombre y toda la humanidad ha
sido creado a imagen de Dios e instituido lugarteniente
del resto de la creación4. Por ello:
No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escruta los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino. (GS, 2004)5
Estos relatos que nos presentan la creación del hombre
podrían parecer un tanto melosos, no por ello, dejan de
ser importantes y fundamentales en nuestra fe. Estos han
sido fundamento de textos realmente “palpables” en cuanto
a la presencia divina en la creación del género humano;
así, el hombre ha sido formado por mano de Dios en la 2 Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva edición conforme al texto latino oficial. México: Coeditares Católicos de México, 2000, n. 280.3 Cfr. Gn 1,314 Cfr. Sal 8,5-75 Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes. Madrid: BAC, 2004, n. 14.
7
intimidad y silencio de un vientre6. A partir de esta
constitución de imagen y semejanza ha recibido el don de
la libertad y con ello puede escuchar la voz de su
creador, entrar en relación con él, amarlo e inclinarse
al bien sin estar coartado.
Esta libertad le viene al hombre de una manera
participada y aun así, esto, no le impide buscar su
perfección como persona.7 Por ello, es en la libertad
divina donde el hombre alcanza su libertad humana y este
a su vez se ve colocado ante la posibilidad de elegir
entre el bien y el mal; entre aceptar la amistad con Dios
o rechazarla. Sabemos, por la Revelación, que el hombre
no dio la respuesta adecuada8. Su libertad se vio
engañada, esclavizada. Creyendo que aquello era bueno no
se permitió escuchar la voz interior de su Creador. No se
equivoca, el Concilio, al afirmar que:
Constituido por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios, sino que su necio corazón se oscureció y sirvieron a la criatura en vez de al Creador. (GS, 2004)9
6 Cfr. 2 M 7,22-23.28; Sal 139,13-16; Jb 10,8-12; Jr 1,57Cfr. Congregación para la doctrina de la fe. Instrucción sobre libertad cristiana y liberación. Roma, 19868 Cfr. Gn 3,1-13; 4,6-8; 6,5-8; 11,1-4; Ex 16; 32,1-6;Jc 2,11;3,7.12;4,1; 2Sam 11.9 Concilio Ecuménico Vaticano II… Op. Cit. n. 13
8
El hombre dejó que en su corazón reinara la soberbia y la
desobediencia. Buscó suplantar a Dios queriendo decidir
sobre lo que era bueno y lo que no; se creyó
autosuficiente. Esto mismo, lo llevó a deformar su
relación perfecta con Dios a una donde lo consideraba
como su contrario, su rival. “El pecado corrompe en el
hombre la imagen de Dios, trastornándola radicalmente, de
la de un ser perfecto en sí, que da por pura gratuidad, a
la de un ser interesado y necesitado, preocupado de
protegerse contra su criatura”.10
Es así que el hombre tomando todo sobre sí, partió de la
presencia de Dios ocultándose de su mirada y con ello,
trasgredieron la voluntad de Dios y pecaron11.
El ser humano al experimentar el pecado, experimenta esa
insensatez personal. Ha perdido la paz en su corazón al
ir en contra de él mismo; en su conciencia, ha quedado
descentrado y desorientado. Ha tergiversado su camino de
10 De Fiores, Stefano [et al.]. Nuevo Diccionario de Espiritualidad. voz pecador/pecado. 5ª edición. San Pablo: Madrid, p. 1530-.11 Aunque en un inicio, esta reflexión, ayudándose de los primeros capítulos del libro del Génesis, muestra la creación del hombre y posteriormente su pecado; no pretende hacer una teología del pecado original originante, sin embargo, sabemos que de esta caída el hombre se descubre inclinado al mal y aunque no determinado sí tiende a caer en el pecado personal u originado. Este pecado (originante) viene a ser paradigmático y muestra, de cierta forma, lo que todo pecado tiene en su principio. Para interiorizar en este tema ver: Flick, Mauricio y Alszeghy, Zoltan. Antropología Teológica. Salamanca: Ediciones SIGUEME, 2006.
9
salvación. Ha cambiado el amor de Dios por el miedo a
Dios.12
De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Además, el hombre se encuentra hasta tal punto incapaz de vencer eficazmente por sí mismo los ataques del mal, que cada uno se siente como atado con cadenas… pues el pecado disminuye al hombre mismo impidiéndole la consecución de su propia plenitud. (GS, 2004).13
Llegada la oscuridad al corazón del hombre, creyendo que
hace algo bueno, se deja llevar por su egoísmo y aun
cuando se sabe libre no se da cuenta de su esclavitud al
pecado. Una imagen que se me viene a la mente en este
momento es la de aquel hijo que queriendo ser libre no le
importa darle la espalda a su padre y con ello a su
verdadera casa14, sin embargo, aun cuando él se creía
libre no se daba cuenta de la esclavitud que había
abrazado, no solo por el hecho de haberse dado a un
patrón tiránico sino ya antes de esto se había vuelto
presa de su orgullo y de sus tendencias desordenadas. Es
mas, experimenta el no poder rechazarlo, se siente como
hombre falible.
1.2 EL HOMBRE INCLINADO AL MAL 12 Cfr. Gen 3,1013 Concilio Ecuménico Vaticano II… Op. Cit., n. 1314 Cfr. Lc 15,11-32
10
Pablo afirmaba vivir una experiencia contradictoria;
descubre que “no hace lo que quiere, sino lo que
aborrece.”15 Estas palabras que nos ofrece Pablo nos
permiten visualizar el panorama de nuestra realidad, si
bien no en el momento de entregarnos al mal, sí cuando
nos encontramos rostro en tierra.
El hombre constantemente se encuentra en esta lucha de
hacer lo que no quiere y dejar de hacer lo que quiere y
en esta misma lucha encuentra su desconcierto, su
división y su contradicción.
Experimenta la concupiscencia que le ha dejado el pecado.
El hombre pone todo su empeño en volver a amar y hacer el
bien y constantemente se da cuenta que agrede lo más
interno que tiene y hace daño, es decir, aun cuando no lo
desea sigue pecando.
Ya anteriormente trataba de ahondar en el “problema del
mal”16 y descubría que a través del tiempo se ha buscado
dar respuesta o reflexionar sobre este problema.
Descubría que el hombre se encuentra inclinado al mal, no
porque sea malo o busque hacer el mal, sino porque en él
se da este constante estire y afloje.
15 Cfr. Rm 7,1516 Muro Salcedo, Fco. Alejandro. Tesina filosófica, El problema del mal en Paul Ricoeur. Manuscrito no publicado. Ciudad Juárez, 2007.
11
Si volvemos a los textos veterotestamentarios
descubriremos cómo el corazón del hombre convive con esta
inclinación.17 Esta convivencia no sólo lo lleva a
quebrarse en su interior sino que también afecta en su
relación con Dios ya que el hombre:
de una manera espontánea e instintiva se ve inclinado a buscar la satisfacción inmediata, individual, terrena y temporal, independientemente de toda norma superior; aborrece incondicionadamente la muerte, el dolor y cualquier limitación de su bienestar. Aun cuando quiera cumplir la voluntad de Dios, permanece este dinamismo instintivo, y no puede perseverar en la alianza con Dios, si no es a través de una lucha continua. Todavía le resulta más difícil al hombre someter a Dios sus más profundas intenciones, esto es, la motivación de sus maneras de actuar, de tal forma que Dios, sumo bien, sea siempre el último motivo de sus acciones. (Flick, 2006)18
Usualmente consideramos la concupiscencia con los
problemas o tendencias carnales que experimenta el
hombre, como si eso fuera lo primordial. Es necesario
ampliar nuestro campo y no solo quedarnos con un concepto
peyorativo o material de esta realidad en el hombre.
Convendría situar la concupiscencia como las tendencias
desordenadas que se dan en el hombre y que de una manera
17 Cfr. Gen 6,5; 8,2118 Flick, Mauricio [et al.]. Op. Cit., p. 228.
12
particular se manifiestan en el aspecto corporal de su
ser.
No podemos olvidarnos que el hombre en su constitución es
un ser complejo, encerrarlo bajo mismos parámetros sería
entrar en contradicción. Por ello, el hombre sigue
caminando, sigue buscando en medio de su debilidad y
tribulación el camino que lo lleve de regreso a casa,
pero su caminar, de cierta manera, no lo hace solo. La
mirada de su Creador lo sigue y le hace seguir escrutando
en su corazón, como gota de agua constante que hace
hondura en la piedra.
Su corazón aún cuando se halla dividido y lapidado no
descansa, puesto que ha sido creado para Dios y no dejará
de estar inquieto hasta no descansar en su Creador.19
1.3 EL HOMBRE DE FRENTE A SU PECADO
Hasta este momento hemos reflexionado como el hombre ha
perdido la gracia original, envolviéndose en el pecado
que le ha traído como fruto la tendencia al mal. Esta
tendencia, aunque no lo determina, sí lo pone de cerca de
hacer lo que no quiere hacer. En ello, podemos descubrir
una dificultad. El hombre pudiera, constantemente, seguir
dando vueltas sobre el mismo eje de pecado y llegar
19 Cfr. Agustín, San. Confesiones. España: Edicomunicación, s.a., 2001. libro1,n.1
13
incluso a vivirlo sin darse cuenta, es decir, perder la
conciencia de que esta pecando y con ello todo lo que
esto implica.
Ya hablábamos antes de cómo Dios, sin romper la libertad
del hombre, se hace presente de una manera sencilla en
ese corazón ensoberbecido por el pecado, que sin embargo,
anhela volver porque tiene hambre de amor.
Esto, hace que el hombre se experimente necesitado de
regresar a casa. Sólo el que se sabe pecador, inicia un
camino de regreso, algo que no es fácil porque las
fragilidades persisten e incluso se vuelven más
insoportables. Por lo tanto, Dios compadecido, tiende la
mano a todos, para que lo encuentre el que lo busca.20
Tal es el caso de nuestro amigo pródigo, que se reconoce
pecador. “Entrando en sí mismo”21 reconoce, después de
haberlo perdido todo, que ha llegado al limite.
Por ello, no hay peor ciego que el que no quiere ver y
peor pecado que el que se olvida. ¿Qué quieres que haga
por ti?, ¿quieres curarte? Preguntas que desconciertan al
escucharlas por boca de Jesús. Pero algo es claro,
solamente reconociéndonos enfermos es como buscaremos la
curación. 20Cfr. Misal Romano. Plegaria Eucarística IV.21 Cfr. Lc 15,17
14
Al reconocer nuestra enfermedad no corporal sino
espiritual como lo es el pecado, entonces sí buscaremos
la sanación, sí buscaremos levantarnos y volver, antes
no, antes creíamos seguir haciendo algo bueno, o bien no
aceptábamos la división interior en la que nos
encontrábamos, talves porque nos resultaba mas cómodo o
simplemente no nos importaba.
Este reconocer nuestra necesidad de volver, implica vivir
la búsqueda palpable de dos actitudes:
a) Arrepentimiento
Junto con esto, nos encontramos de cara con el
arrepentimiento, podríamos volver, seguir caminando y
olvidarnos del por qué volvemos. El arrepentimiento nos
sitúa de nuevo ante aquello que consideramos que nos
había alejado de la relación íntima con Dios.
Karl Rahner, nos habla del arrepentimiento como un
sometimiento ante Dios, al decirnos que:
El arrepentimiento es, sin duda, un distanciamiento del hombre con respecto a sí mismo en cuanto pecador y, por ello, no es algo tan fácil de entender como suelen presuponer las definiciones tradicionales del arrepentimiento. En él, en todo caso, el hombre se entrega incondicionalmente al Dios santo con la absoluta confianza de que así se entrega al juicio que brota del amor que tiene la posibilidad real de anular la culpa. Así el hombre puede comprender, por ejemplo, que haya a menudo en su vida
15
acontecimientos que, por un lado, puedan ser calificados (de acuerdo con la Escritura, la Tradición y la praxis de la Iglesia) como pecado y, por otro, que dichos acontecimientos no sólo le parezcan como inevitables, sino también muy beneficiosos para él… En estos casos, el hombre sólo puede arrepentirse entregando su existencia, con su mezcla indisoluble de bondad y malicia, al amor misericordioso de Dios, el único que conoce de veras el corazón del hombre. (Ranher, 1983).22
Por lo tanto, el hombre sólo podrá distanciarse de sí
mismo en la medida en que, interiormente, se ha
encontrado con Otro. Esta actitud es progresiva e ira
madurando conforme nos ponemos de frente a Dios.
b) Conversión
Toda toma de conciencia, en este caso, de nuestro pecado
nos debería llevar a tomar una postura concreta. Nos
centramos en aquello que hizo el hijo prodigo
“levantándose volvió a su padre”. Esta actitud de volver
con su padre, de volver el corazón a Dios, la conocemos
como conversión, que nos indica un “cambio de vida; dejar
el comportamiento habitual de antes para emprender otro
nuevo; prescindir de la búsqueda egoísta de uno mismo
para ponerse al servicio del Señor”.23
22 Ranher, Karl. “Misterio de la culpa humana y del perdón divino”. Revista Selecciones de Teología. Vol 22, R.85, (1983):39-5423 De Fiores, Stefano [et al.]. voz conversión, Op. Cit., p. 356.
16
Propiamente, el convertirnos implica dejarnos envolver y
llevar por la acción de Dios.
Quien cree que alguna vez podrá tener éxito por sí mismo, no sólo no se libra de su pecados, sino tampoco de esa obstinada voluntad de autoconversión, tan estéril como angustiosa… Por supuesto la colaboración del hombre resulta imprescindible para su conversión. Pero toda ella ha de estar al servicio de la actividad salvadora de Dios. Al alma le corresponde retirar los obstáculos, eliminar ese lastre, ese peso muerto que le impediría dejarse llevar por Dios”. (Cabodevilla, 1999).24
A esta altura, creo que podemos reconocer que Dios sigue
estando más de cerca, por ello, hay que dejarlo actuar y
eso sería la conversión. Obviamente la conversión no es
regresar a algo, sino a Alguien.
Hasta aquí, quisiera concluir con algo que es muy
importante. Aun cuando el hombre ensoberbecido en su
corazón, aun cuando indiscriminadamente va haciendo su
corazón de piedra a causa del pecado que lo constriñe,
Dios, en su silencio misericordioso, sigue ahí, presente
en la ausencia. No es el hombre, por sus fuerzas físicas
o psíquicas el que regresa en un primer momento, es Dios
el que llama y el hombre vuelve a responder. Es este
24 Cabodevilla, José María. El padre del hijo pródigo. Madrid: BAC, 1999.
17
maravilloso misterio de amor que nos envuelve y este
misterio es lo que nos atañe en el siguiente capítulo.
Capítulo II
La misericordia reconciliadora de Dios
Más allá de nuestras expectativas; siempre nos precede
Dios en su infinita misericordia. El pecado no es la
18
última palabra ni siquiera la primera; más allá de todo
lo que pudiéramos pensar acerca de lo que nos debiéramos
ganar por nuestra iniquidad e incluso aquello que
quisiéramos realizar para retractarnos ya antes de todo
esto la reconciliación o el perdón se nos ofrecen
gratuitamente.
Un pueblo concreto experimentó precisamente este hecho;
una y otra vez Dios seguía siendo fiel a su palabra y a
ese pueblo con el cual había pactado una alianza. Sin
embargo, en su designio de salvación ya había preparado
de antemano la manera de dar plenitud a ese pacto. Por
ello, “el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre
nosotros” (Jn 1,14); por su presencia encarnada vino a
manifestarle al hombre el sentido verdadero de su
creación.
Cristo manifestó el amor verdadero en obras y prodigios,
él mismo era el rostro de Dios que en él es Padre. Este
amor de Dios por los hombres se hizo manifiesto en la
misma cruz de Cristo siendo por ello, redentor de todo el
género humano, devolviéndole así su pronta relación y su
ser de hijo. Pero la cruz no fue la última palabra,
Cristo se levanta victorioso de la muerte y es en la
19
resurrección que recibimos la plenitud del amor
misericordioso de parte de nuestro Padre.
2.1 La experiencia vivificante de un Pueblo elegido por
la misericordia de Dios.
Para descubrir la grandeza de este don tenemos que volcar
nuestra mirada a aquél pueblo elegido por Yahvé.25 Quiso
Dios revelarse a los hombres de tal manera, que buscó
manifestarse como el que es26, es decir, aquél que se
manifestaba vivamente en la obra que estaba realizando.
Esta revelación realizada a un pueblo concreto fue dada
en su propia historia, una historia que posteriormente se
convertiría en historia de salvación, ya que hablar de
historia y más de una en la que se manifiesta la
salvación dada por Dios, no significa que sea una
historia maravillosa, ajena a las dificultades o llena de
portentos o en la cual los que participan de ella son
personajes sin tacha.
Este pueblo experimentó en sí mismo la misericordia de
Aquel que es todo misericordioso y la experimentó,
primeramente por gracia o por don de parte de Dios y en
segundo lugar por el hecho de ser un pueblo que
constantemente optaba por alejarse de él.25 Cfr. Ex 19,4-526 Cfr. Ex 3,14
20
Por ello, en las páginas veterotestamentarias encontramos
términos que nos hablan tipológicamente de esta
misericordia en actitudes u obras que el mismo pueblo
realiza y que posteriormente se pueden releer desde el
aspecto antropomórfico dado a Dios.
La primera expresión que podemos anotar es la de “hesed”,
este término lo podemos descubrir desde diferentes
actitudes, primeramente nos habla de la “bondad”;
situándola en la relación entre los hombres. Lo
descubrimos no sólo en la benevolencia que mutuamente
puede haber entre dos personas sino que lo podemos elevar
al grado de que entre las personas existe una fidelidad
reciproca por el hecho de un compromiso interior, un
compromiso que puede tildar en lo jurídico. En segundo
lugar, este vocablo nos enriquece al hablarnos de
“gracia” o “amor”; estos términos se verán reflejados en
esa misma fidelidad.
Cuando esta expresión remite a Dios nos sitúa en el
contexto de la alianza hecha con su pueblo. En esta
alianza, don para el pueblo, Dios se ha comprometido a
respetarla, de manera que de cierta forma la descubrimos
como si fuera un pacto jurídico. Desde este punto de
vista, la falta del pueblo a esta alianza daba pie a que
21
Dios no se viera obligado a respetar este pacto, sin
embargo, al romperse este pacto jurídico, el término
hesed tornaba a su principal fuente o significado; es así
que este vocablo nos hablará del amor que se da, un amor
que va más allá de la traición, una gracia que es más
fuerte que el pecado.
Un segundo vocablo que podemos encontrar para definir la
misericordia, es el de “rahamim”. Este es totalmente
diferente al de hesed ya que si bien el primero nos
remitía hacia la fidelidad, el compromiso o la
responsabilidad del amor situándolo en caracteres
propiamente masculinos; aquí se nos hablará desde un
matiz maternal, desde el amor que denota una madre por su
hijo, un amor que es totalmente gratuito, que no necesita
de nada a cambio.
Este matiz conlleva a descubrir la presencia de
sentimientos como la ternura, la paciencia y la
comprensión. Sentimientos que producen la disposición de
perdonar. Los cuales atribuidos a Dios manifiestan su
aspecto maternal por el hombre. Un Dios maternal que se
compadece por el hijo de sus entrañas; “¿acaso olvida una
mujer a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque esas personas se olvidasen, yo jamás te
22
olvidaría”. (Is 49,15-16). Estas palabras ponen de
manifiesto no sólo la fidelidad de Dios sino además el
amor misericordioso que va más allá del amor de una madre
por el hijo de sus entrañas.
Aunque encontramos otros términos relacionados con la
misericordia de Dios en el AT, estos términos anteriores
son fundamentales ya que nos presentan a un Dios con
cualidades humanas que prioritariamente manifiesta su
amor al hombre.
Además de ellos, encontramos el verbo “hamal” que
significa propiamente “perdonar al enemigo vencido”, este
derrocha piedad y compasión ante aquel que se encuentra
caído; en línea de salvación nos recuerda el hecho del
perdón y de la remisión de la culpa.
Podemos unirlo con el término “hus” que denota piedad y
compasión de una forma afectiva y con el vocablo “emet”
que nos ubica en la fidelidad, pudiéndole unir con el
hesed ya visto.
Estos términos o palabras ya nos hablaban de esa
misericordia que Dios tiene con su pueblo, un amor que es
muy profundo y no importa cuantas veces ese pueblo sea
infiel a los designios o principios dados por Dios ya que
él está ahí y espera. Sin embargo aun cuando ya la
23
misericordia se nos presenta de esta forma, estas no son
capaces de contener lo que verdaderamente significaban,
por ello, la necesidad de la Palabra encarnada.
2.2 Cristo: rostro misericordioso del Padre
Un Dios rico en misericordia es el que vino a
manifestarnos Jesucristo que por su misma encarnación ya
nos anunciaba el don del amor porque “tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16). Al
hacerse uno de nosotros, al dar su vida, Jesús rompe con
toda figura e imagen errónea y nos revela en todo su
esplendor el rostro de Dios: un rostro de ternura, de
amor, de compasión y misericordia; sin duda un rostro de
Padre. Además, por esta misma encarnación manifiesta al
hombre su verdadero ser de hombre.27
En efecto, en Cristo, la figura del hombre vuelve a encontrar su sentido, su unidad, no sólo porque el hombre es querido por Dios, desde toda la eternidad, por amor al Verbo encarnado, sino también porque solamente en su unión con el Verbo redentor puede realizar en sí mismo el hombre la imagen de Dios, convirtiéndose así de nuevo en aquella criatura, por cuya presencia Dios encontró al universo «muy bueno». Esto no significa que Dios, tras haber fallado en su designio primitivo, lo haya cambiado, discurriendo un nuevo e imprevisto camino de salvación que ofrecer a la humanidad. (Flick, 2006).28
27 Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II… Op. Cit., n. 22.28 Flick, Mauricio [et al.]… Op. Cit., p.319-320.
24
Por ello, Cristo que se alimenta de la voluntad del
Padre,29 se sitúa en medio de un pueblo esclavizado aún
por el pecado e invita a la conversión y a creer en la
Buena Nueva.30 Esto no significa creer en algo abstracto
o lejano sino, por el contrario, es voltear la mirada y
el corazón a Aquel que viene a anunciar con su misma vida
el Reino de Dios.
Jesucristo pasa por en medio de sus conciudadanos
realizando prodigios, optando principalmente por aquellos
que son menos útiles, por eso lo vemos constantemente en
medio de los pobres y marginados, de los huérfanos y
viudas, de las prostitutas y pecadores; lo vemos
realizando curaciones y un sin fin de obras buenas.
En ellas Cristo refleja palpablemente y hace presente a
su Padre en medio de todos los hombres. “Cristo se
convierte sobre todo en signo legible de Dios que es
amor; se hace signo del Padre”. (DM, 1980).31
Jesús es conciente de su misión mesiánica que
fundamentalmente será la implantación del amor en medio
de los hombres a imagen de Dios que es amor, por ello,
Jesús tendrá como un tema principal de toda su
29 Cfr. Jn 4,3430 Cfr. Mt 1,1531 Juan Pablo II. Carta Encíclica “La misericordia divina”. 10ª edición. México: San Pablo 2003, n. 3
25
predicación, atestiguado por el evangelio de Lucas, la
misma misericordia.
Una de las principales maneras con las cuales nos la
comunica, es por medio de las parábolas. Ya en el
capítulo anterior hablaba de la parábola del hijo prodigo
donde de una manera puntual hacía referencia al mismo
hijo que se marcha, ahora en esta parte quiero recordar
la figura del padre amoroso que sale en busca de su hijo
y sin importar el pasado o alguna palabra por parte de su
hijo lo abraza y busca de nuevo lo mejor para él.
¿Qué idea tenemos de este padre? Talves podrían ser
respuestas encontradas, sin embargo, al releer esta
parábola, el sentimiento nos invade y situamos totalmente
a este padre como al Padre nuestro.
Probablemente esta parábola es la carta principal para
mostrarnos quien verdaderamente es Dios.
A este escrito lucano habría agregarle otra magnifica
enseñanza, aquella parábola de la oveja perdida32 cuyo
amo ha dejado las noventa y nueve y presuroso va a su
encuentro y la pone sobre sus hombros para regresarla a
donde debería estar, ¿no es acaso esto un acto de amor? O
ante aquello perdido, como lo es la dracma33 no se hace 32 Cfr. Lc 15,433 Cfr. Lc 15,8
26
hasta lo imposible para encontrarla. Pues así como estos
personajes buscan aquello que tanto aman, así es Dios que
tanto ama al hombre que quiso manifestar su ser
misericordioso.
Como olvidarnos del pasaje evangélico donde Jesús se
encuentra con Marta y María;34 la primera de una forma
afanosa en los quehaceres de la casa se olvida de quien
ha llegado a su casa, a su vida; la otra, en cambio,
escoge la mejor parte que nadie le quitará: estar a los
pies del Salvador, contemplarlo cara a cara, escucharlo y
dejarse embeber de su mensaje de amor. Esta segunda
opción nos lleva a descubrir maravillados la grandeza de
un Dios que se ha abajado tomando condición de esclavo,
que se ha hecho semejante a los hombres identificándose
con ellos menos en el pecado.35 Es por eso, que Jesús
llevará este amor hasta el extremo, por que “nadie tienen
mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn
15,13).
2.3 El sacrificio Redentor: el amor desde la Cruz
Jesucristo muestra hasta dónde puede llegar ese amor del
Padre, puesto que él lo experimenta en su propia carne,
hasta el punto de dar la vida por ello. Aquel que quiso
34 Cfr. Lc 10,38-4235 Cf. Fil. 2,6-7; Heb 4,15
27
asemejarse a los hombres y que además “pasó haciendo el
bien y curando toda clase de dolencias” (Mt 9,35) ahora
tiene que anonadarse aún más para cumplir la voluntad del
Padre. En ello descubrimos ese amor extremo por el
hombre. En el umbral de su sacrificio experimenta
humanamente el sufrimiento y el dolor de la hora que se
acerca. Jesús es contado entre los malhechores, es
condenado, golpeado, ultrajado, humillado. Aun cuando
entra en relación con Aquel a quien ha predicado
mostrando la misericordia gratuita, no se le perdona el
sufrimiento que enfrentará en la cruz ya que “a quien no
conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros”
(2Cor 5,21).
En el sufrimiento y sacrificio de la cruz no sólo debemos
ver al Hijo de Dios que entrega su vida para ganarnos la
misericordia sino que además, él mismo se vuelve esa
misericordia, por ello, era necesaria la encarnación para
que en él quedará el hombre redimido.
No olvidemos las palabras del extinto papa Juan Pablo II
que afirma:
No olvidamos ni por un momento que Jesucristo, Hijo de Dios vivo, se ha convertido en nuestra reconciliación ante el Padre. Precisamente Él, solamente Él ha dado satisfacción al amor eterno del Padre, a la paternidad que desde el principio se manifestó en la creación del mundo, en la donación
28
al hombre de toda la riqueza de la creación, en hacerlo «poco menor que Dios», en cuanto creado «a imagen y semejanza de Dios»; e igualmente ha dado satisfacción a la paternidad de Dios y al amor, en cierto modo rechazado por el hombre con la ruptura de la primera Alianza y de las posteriores que Dios «ha ofrecido en diversas ocasiones a los hombres». La redención del mundo —ese misterio tremendo del amor, en el que la creación es renovada— es en su raíz más profunda «la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y llamados a la gracia, llamados al amor. La Cruz sobre el Calvario, por medio de la cual Jesucristo —Hombre, Hijo de María Virgen, hijo putativo de José de Nazaret— «deja» este mundo, es al mismo tiempo una nueva manifestación de la eterna paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en Él a la humanidad, a todo hombre, dándole el tres veces santo «Espíritu de verdad». (RH, 1979).36
Es el amor lo que hace de la cruz ya no un instrumento de
condena o sufrimiento sino un escenario de redención y de
nueva alianza. Es en la cruz donde sobreabunda la gracia,
ya que Dios sigue siendo fiel a sí mismo, a su promesa y
a su amor por los hombres.
Su amor no retrocedió aun cuando de antiguo era
rechazado, “si «trató como pecado» a Aquel que estaba
absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el
amor que es siempre más grande que todo lo creado, el
amor que es Él mismo, porque «Dios es amor». Y sobre todo
36 Juan Pablo II. Carta encíclica “El Redentor del hombre”. México: Ediciones Paulinas, 1979, n. 9.
29
el amor es más grande que el pecado, que la debilidad,
que la «vanidad de la creación», más fuerte que la
muerte.”37
Este misterio de la cruz, donde el Hijo crucificado
contempla al Padre y a los hombres es capaz de evidenciar
hasta lo más hondo de nuestra iniquidad, hasta lo más
profundo de nuestra obscuridad. Por ello Cristo muere en
la cruz, las iniquidades del hombre traspasan una y otra
vez el cuerpo del Dios-Hombre. El precio del amor extremo
no solo era la cruz sino la muerte; sin embargo en ella
no encontramos la última palabra, ya que Cristo vence la
cruz y la muerte. En Cristo resucitado la revelación
misericordiosa de Dios llega a su plenitud. Por ello, el
hombre es reconciliado y recreado. El hombre puede
expresar, junto a san Pablo “nuestro hombre viejo fue
crucificado con él, a fin de que fuera destruida nuestra
naturaleza transgresora y dejáramos de ser esclavos del
pecado. Pues el que está muerto queda libre del pecado. Y
si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos
con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de
entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte
carece de poder sobre él” (Fil. 6,6-9). Es el resucitado
37 Ibid., n. 9
30
que nos concede la gracia y la restauración de la
relación con el Padre.
CAPÍTULO III
LA BUENA NUEVA DE LA RECONCILIACIÓN
Por el gran amor que Dios tiene ha levantado a Cristo de
la muerte. El sufrimiento y el dolor han pasado, ahora
sólo quedan los signos de las heridas recibidas; Cristo
asciende victorioso38 y nos brinda el fruto de su
sacrificio que es la vida de la gracia, de la
reconciliación. Aquello que se había perdido a causa del
38 Aclamación que escuchamos en el Pregón Pascual de la Vigilia Santa.
31
primer Adán, queda ganado de una vez y para siempre por
Cristo, el segundo Adán.
Jesucristo se aparece a aquellos que le seguían,
diciéndoles “la paz sea con ustedes”; una paz que es
verdadera y constante que jamás se las podrán quitar. Una
paz que desborda de alegría al contemplar al salvador, al
resucitado. Esto ha dado un giro en la vida del hombre,
si antes estaba determinado por el pecado, ahora la vida
de la gracia irrumpe en todo su ser.
Es esa gracia que se le ha sido dada y que lo acompaña
constantemente dándole la fuerza de Dios para seguir
caminando como hijo y auxiliado por su presencia para no
volver al antiguo sufrimiento por el pecado.
Este don que ha recibido, lo encamina a manifestar la
gratitud ante Dios y por ello ante los hombres. De tal
manera que está llamado a perdonar a los demás cómo él ha
sido perdonado.
3.1 El Shalom del Señor
El Señor Resucitó, pero aun sus seguidores seguían
temerosos de lo acontecido, algunos aun en la zozobra y
el desconcierto de la tragedia que desde lejos habían
presenciado. Descubrían en el sufrimiento de la cruz su
32
misma culpa a causa de sus pecados y sus negaciones. Pero
manifestándose a los suyos les mostró los signos de su
sacrificio en la cruz. Jesús una vez más, purifica su
corazón y les dice “la paz sea con ustedes” (Lc 24,36).
Que momento tan inesperado para sus discípulos, que aun
ante su presencia no podían creer lo que sus ojos
miraban. Poco a poco su corazón se fue llenando de esa
paz que aquel que la profería seguía insistiendo. Con
ello, la alegría de la resurrección empapaba su vida.
La nueva vida, que el hombre empieza a vivir, es obra de la misericordia divina; pero la actividad divina no permanece como extrínseca al hombre, sino que suscita y eleva todo el comportamiento humano, dándole al hombre un corazón nuevo. Pues bien, el devenir del hombre en Cristo, que se realiza por la acción de la misericordia divina, tiene también lugar en dependencia de Cristo, que atrae al hombre hacia sí. (Flick, 2006).39
Jesús sabe de esto, ahora nada es imposible para Dios.
Esto mismo le ha descubierto al hombre. Con mayor
profundidad dice lo que el hombre es ante Dios. “El
designio original de Dios sobre el hombre es la plena
conformación con Jesús.” (Ladaria, 2007).40
Jesús viene ahora a proclamarnos la buena nueva de la
reconciliación con el Padre esa que nos ha ganado por su
39 Flick, Mauricio [et al.]… Op. Cit., p.323.40 Ladaria, Luis F.… Op Cit., p.135.
33
generosa entrega a la voluntad de Dios. El mismo es esa
Buena Nueva que nos llena de alegría, una alegría
pascual.
Así como la alegría que experimenta al encontrar la oveja
y la dracma perdida o como aquella alegría festiva que
envuelve al padre del hijo pródigo que invita a hacer
fiesta o como aquella alegría que experimentan en el
cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y
nueve justos que no necesitan arrepentirse.41
San Agustín afirmaba que todo esto “demuestra que Vos,
Dios mío, os alegráis en nosotros, y en vuestros Ángeles
en cuanto somos santificados por una caridad santa,
porque Vos, considerado solamente en Vos, siempre sois el
mismo sin mudanza ni variedad alguna, que siempre y de un
mismo modo conocéis todas las cosas, aunque ellas no sean
siempre ni de un mismo modo existan.” (San Agustín,
2001).42
Alegraos justos en el Señor, nos dirá insistentemente
Pablo. Esa alegría puesta en el que nos ha salvado nos
llena de una nueva existencia que comúnmente será llamada
gracia, que además también es fruto de la misericordia de
41 Cfr. Lc 15,2442 Agustín, San… Op. Cit., libro 8, n.3
34
Dios. El hombre que recibe este don no tiene ningún
título que lo haga digno de ella, por ello:
La «gracia» no es sólo la salvación que nos trae Jesús o el nuevo ámbito en que nos encontramos; es también Jesús mismo. «La gracia de Jesucristo», fórmula habitual sobre todo en las despedidas de las cartas paulinas (Cf. Rom 16,20; 1Cor 16,23; 2Cor 13,13; Gál 6,18), puede significar simplemente «la gracia que es Jesucristo». El favor y el amor de Dios a los hombres adquieren en Jesús un rostro concreto. Solamente en relación con Jesús tiene sentido hablar de nuestro «agraciamiento» o de los otros dones que Dios nos otorga”. Pero la gracia no es un don concreto o un favor singular que uno pueda haber recibido, sino el favor de Dios, que abarca todos los dones concretos… (Ladaria, 2007).43
Esta gracia es poder de Dios, que al ser comunicada al
hombre hace que éste sea más fuerte a pesar de la
debilidad; no olvidemos lo acontecido a Pablo que ante la
tempestad de la vida clama insistentemente a Dios y éste
sólo le responde “mi gracia te basta, pues mi fuerza se
realiza en la debilidad.” (2Cor 12,9) Esta gracia
recibida y que permite seguir caminando como hijos de
Dios y auxiliados por su presencia para no volver a caer
en el sufrimiento de la cruz por nuestros pecados.
Esto no es fácil, aún cuando la gracia de Dios obra en
nosotros, constantemente tendremos que levantarnos a
causa de nuestras caídas. Ya que el don recibido no sólo
nos ayuda a salir de nuestras ofensas sino que además 43 Ladaria, Luis F.… Op Cit., p.146
35
fortalece nuestro entendimiento, la conciencia y el amor
para no volver a caer en ellas.
Es así que caemos en la cuenta de la contemplación, del
estar pidiendo constantemente se renueve en nosotros esa
misma gracia, no porque haya fallado sino porque, de una
u otra forma, nosotros la vamos desapartando o
apropiándonos de ella.
3.2 La perfección del perdón: el hombre llamado a
perdonar
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Esta
petición que cotidianamente realizamos al rezar la
oración del Padrenuestro nos hablan primeramente del don
del perdón que recibimos de parte de Dios y además ya nos
preparan al don de la gratitud ya que “el perdón que Dios
nos concede y el que nosotros somos invitados a conceder
constituyen una misma y única cosa, en una especie de
reversibilidad mutua.” (Du Charlat, 1998).44
Si por ese mismo amor fuimos perdonados, estamos llamados
a corresponder con el mismo amor del perdón. El hombre no
perdona por sus propias fuerzas sino que en él obra Aquel
mismo que lo ha perdonado. Sin duda, es el misterio del 44 Du Charlat, Régine. La reconciliación, piedra de toque del cristianismo. España, Sal Terrae, p. 91.
36
perdón el cual nos lleva a una verdadera resurrección que
sólo accedemos a ella por la Resurrección del amado que
gracias a ella toda nuestra impotencia se verá
reestablecida como un don.
Sin embargo, que empresa tan delicada y tan difícil de
realizar, sobretodo cuando las heridas que se han
producido son tan profundas y tan difíciles de llevar
como la de aquel hijo fiel que se queda al lado de su
padre y le ha servido sin desobedecer jamás sus ordenes y
ante la llegada de su hermano pródigo no le importa darle
la espalda, es así que ante esta negativa de perdón, la
ingratitud ante Dios se hace manifiesto.
Según san Agustín, el alma que no pecó fue porque Dios la
preservó de caer, y por lo tanto esa alma es más deudora
que nadie ante Dios.45
a) Dar gratis, lo que recibieron gratis.
Debemos recordar lo sucedido a aquel siervo sin entrañas,
que al haber tenido una deuda grande ante su rey, se
postro a los pies de su señor y suplicaba paciencia para
poder pagar en otro momento; tanto fue la compasión de su
señor que dejándolo ir le perdonó la deuda, sin embargo,
en él no había esa reciprocidad de compasión ya que al
45 Agustín, San… Op. Cit., libro 2, n.7
37
salir se topó con alguien que le debía una cantidad mucho
menor. Tratándolo sin piedad le exigía el pago debido; su
deudor suplicando ante sus pies pedía también paciencia
para lograr pagar, pero éste no lo quiso escuchar y lo
metió a la cárcel hasta que pagara. Tal fue la tristeza y
desconcierto de quienes observaron tal suceso que
regresando con su rey contaron todo lo que había
sucedido. Embravecido por aquello, mandó llamar a su
siervo y le dijo: “Siervo malvado, yo te perdoné a ti
toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú
también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que
yo me compadecí de ti? Y encolerizado su señor, lo
entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le
debía.” (Mt 18,32-33)
¿No es acaso esta la situación del hombre, que suplica el
perdón de su Señor por la deuda tan extrema que ha ido
juntando y cuando se le ha otorgado el perdón de todas
sus deudas, se olvida de ello e ingratamente se olvida de
perdonar a su semejante por una deuda menor?
A la pregunta de Pedro: « Señor ¿cuántas veces tengo que
perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete
veces?» Le respondió Jesús: «No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mt 18,21-22) con
38
ello solo enseñaba que la capacidad de perdonar es
ilimitada. Estamos llamados a ser hombres de perdón,
hombres que al experimentar el perdón de parte de Dios,
logren perdonar a aquellos que los han ofendido.
b) Perdonar es necesario, olvidar es conveniente46.
Comúnmente, al hablar del verdadero acto de perdonar lo
revestimos del hecho de olvidar de corazón las ofensas
que hemos recibido. Probablemente aquellos hijos, después
de la fiesta, tuvieron que encontrarse de nuevo,
relacionarse de una u otra forma. La parábola no nos dice
que sucedió después, posiblemente llegó el perdón entre
hermanos. Aun así, quizá nuevas ocasiones de conflicto y
dificultad habrían de enfrentar. Por ello, este acto de
perdonar y olvidar implica renunciar a toda contabilidad,
es un acto totalmente nuevo, revestido de una naturaleza
divina. “Perdonar siempre significa que cada vez que se
repite el perdón es como si fuera la primera vez. Porque
lo pasado ya no existe. Porque las ofensas anteriores
fueron todas anuladas y todas han sido borradas del
corazón.” (Cabodevilla, 1999).47
Pero, si bien es posible perdonar, también ¿es posible
olvidar? Tal vez nos resulte imposible olvidar, puesto
46 Cabodevilla, José María… Op. Cit., p.218.47 Cabodevilla, José María… Op. Cit., p.218.
39
que es difícil lograr un dominio total sobre nuestra
memoria, pero habremos de intentarlo. Más aún, debemos
obrar como si ya hubiéramos olvidado, no se trata de
engañar al perdonado sino de buscar que nuestro amor no
lleve cuentas del mal.48
c) El hombre llamado a ser testigo del perdón.
Demos un paso aun más profundo en el hecho de perdonar.
El perdonar no debe ser un acto de dolor o de tristeza;
sino de una verdadera alegría, ya que nos volvemos
instrumentos de la alegría de Dios, pero ¿cómo dar
testimonio de esa alegría en medio de un mundo hostil y
corrompido, donde existe tanta injusticia, sufrimiento e
iniquidad? Constantemente nos negamos a realizarlo como
aquellos que en tierra extranjera se han negado a cantar
y a tocar sus citaras49. Pero más que nunca esta
negación, probablemente hoy si tenga fundamento, ya que
el hombre tiene más consciencia del dolor causado por
aquellos que maquinan el mal
Son cristianos conscientes, responsables, que han hecho de su fe un mandamiento básico de solidaridad con todos los seres que sufren, los pobres, los marginados, los oprimidos. Pero muchos de ellos, por desgracia, se sienten agobiados bajo esa mole de dolor omnipresente y persistente, un pecado
48 Cfr. 1Cor 13,549 Cfr. Sal 137
40
estructural que impregna la vida de los individuos y de los pueblos. (Cabodevilla, 1999).50
¿Acaso hemos sido llamados a avergonzarnos de nuestra fe,
a difundir entre nosotros sentimientos de frustración, de
desanimo, de impotencia o desesperación, o nuestro
llamado es para irradiar esperanza y alegría en el perdón
por la victoria obtenida por Cristo Jesús?
Volvamos a la alegría de la resurrección, dicha victoria
no ha desterrado el mal, ni ha hecho que los hombres se
liberen del sufrimiento. Sabemos que el mal seguirá
existiendo hasta el último día. Entonces, ¿hasta que
punto estamos dispuestos ahora a perdonar esos pecados
estructurales, a erradicarlos y ser así hombres-
cristianos de testimonio verdadero ante el perdón que
hemos recibido?
Los cristianos se definen como testigos de Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Si su conducta es coherente con su fe, necesariamente han de manifestar alguna alegría testimonial, publica, cualquiera que sea su expresión, por paradójica que resulte. ¿Qué otra cosa son las bienaventuranzas sino ocho paradojas, ocho formas de felicidad en el dolor? No se han hecho cristianos para ser felices, pero si en su vida no se advierte de algún modo esa felicidad derivada de la Buena Noticia que predican, el cristianismo deja de ser creíble. (Cabodevilla, 1999).51
50 Cabodevilla, José María… Op. Cit., p.29451 Ibíd, p.295
41
Por ello, en la medida en que valla creciendo en nosotros
la conciencia de lo que hemos recibido por gracia de
Dios, a saber, que Cristo murió y resucitó para llevarnos
a la plenitud de la vida reconciliada; ira creciendo la
capacidad de reciprocidad en el amor y en el perdón con
nuestros semejantes, sobretodo con aquellos que más
sufrimiento, desolación y desesperanza nos han acarreado
al maquinar el mal y así dar testimonio coherente de la
fe profesada en medio de la ciudad atribulada.
CONCLUSIÓN
Hemos llegado al final de esta reflexión, hemos marchado
insistentemente para llegar a una meta, ha sido
fundamental asentar las bases necesarias para realizar
esta empresa que no ha sido fácil y las cuales le dieron
dirección. Aun así, durante el transcurso de su
realización, fue necesario “extirpar y arrasar, destruir
y derrocar, reconstruir y plantar (Jr 1,10); ya que se
tuvieron que hacer cambios de pensamiento, de escritura,
de estructura; los cuales responden fundamentalmente a la
42
EXPERIENCIA de fe hecha durante el mismo tiempo que fue
plasmada.
Una experiencia que se fue haciendo camino, como aquel
que fue caminado por el pueblo elegido por parte de Dios.
Un camino donde hay durezas y tristezas, hambre y sed,
todo y nada; pero sobretodo un camino donde Dios se hace
presente y acompaña. Un caminar que se va haciendo fe,
que se va haciendo historia de salvación. Un camino que
va haciendo el cristiano para alcanzar la vida eterna.
Desde un inicio se insistía en descubrir la importancia
de una espiritualidad que se hace manifiesto, por decirlo
de una manera, en aquello que impulsa la vida a pensar o
al realizar alguna tarea. Hoy nos fijamos en el tema de
la espiritualidad del sacramento de la Reconciliación,
pero no como un momento ritual que en ocasiones se ve
desgajado de su verdadera base. Sí, de una reconciliación
que se basa en el encuentro con Dios, un encuentro
personal, así como lo expresa Job que sólo conocía de
oídas a Dios y que en un momento de su vida había tenido
un encuentro cara a cara con él y todo había quedado
transformado.
Que grandioso beneficio en el hombre, que en la figura de
Adán, desde su creación fue hecho libre de decidir su
43
opción de vida y que dejándose llevar por su egoísmo y
soberbia decide alejarse de Dios y sin embargo, el Señor
va preparando su alma y su corazón para que poco a poco
se valla dando cuenta de la importancia de estar de
regreso en su casa. Por ello, Dios quiso ese encuentro
con él hombre para manifestarle su amor y su bondad.
Encontrarnos con Dios en este sacramento es haber
reconocido que primeramente hemos pecado y así hemos
faltado a una obra tan maravillosa de este mismo amor. Y
aun así, siendo tan malos con Dios, él sigue insistiendo
a nuestra puerta, preparando el momento para que viniera
al mundo su unigénito Hijo y realizar las obras
necesarias, es decir, su pasión, muerte y su gloriosa
resurrección para que lo reconociéramos y nos liberara
del pecado, ahora que por nuestras mismas fuerzas no
podíamos hacerlo y así tuviéramos una verdadera vida como
la que de antiguo perdimos por el pecado.
Estos son los momentos que el cristiano debe experimentar
antes que cualquier confesión: reconocerse pecador,
saberse salvado por un Dios que lo ama, que murió y
resucitó por él y que le da la gracia invitándolo a tener
paz y a ya no volver a pecar. Solo así hacemos conciente
44
el acto o el sacramento de la reconciliación y podemos ir
creciendo en fe y santidad.
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