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CAPÍTULO 2. HECHOS Y VALORES EN ADAM SMITH. En un libro reciente: El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos 1 , Hilary Putnam sostiene que la antigua dicotomía entre hechos y valores, que podemos rastrear hasta David Hume, ya no es posible sostenerla filosóficamente. En este sentido hay que destacar que Putnam diferencia entre una dicotomía, es decir, entre una separación tajante entre dos conjuntos que no pueden relacionarse entre sí, y una distinción, donde pueden aparecer zonas “grises” intermedias. Las distinciones pueden ser útiles pero las dicotomías tienen graves consecuencias para el pensamiento. No es este el lugar para analizar los argumentos de Putnam con respecto a la historia de la dicotomía y a su refutación, que se encuentran en los dos primeros capítulos del libro, pero es útil detenernos en las consecuencias que esto tiene para la economía. Es importante mencionar que Putnam utiliza la obra de Amartya Sen como ejemplo paradigmático de la importancia de romper con dicha dicotomía. En efecto, tiene una larga trayectoria la idea de que los economistas hacemos “economía positiva”, es decir, describimos los hechos tal cual son y que los aspectos “normativos”, es decir, el deber ser, deben quedar librados a las decisiones de los políticos. Al romper con la dicotomía hechos- valores y al sostener que estos están necesariamente imbricados, entonces los valores deben entrar a formar parte del debate académico y no pueden ser excluidos del mismo. Toda la obra de Amartya Sen es una permanente defensa de esta postura y, contra la que es la lectura de Adam Smith generalmente aceptada, busca frecuentemente apoyo en la obra del autor escocés. 1 Hilary Putnam, 2002. 1

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CAPÍTULO 2.

HECHOS Y VALORES EN ADAM SMITH.

En un libro reciente: El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos1, Hilary Putnam sostiene que la antigua dicotomía entre hechos y valores, que podemos rastrear hasta David Hume, ya no es posible sostenerla filosóficamente. En este sentido hay que destacar que Putnam diferencia entre una dicotomía, es decir, entre una separación tajante entre dos conjuntos que no pueden relacionarse entre sí, y una distinción, donde pueden aparecer zonas “grises” intermedias. Las distinciones pueden ser útiles pero las dicotomías tienen graves consecuencias para el pensamiento.

No es este el lugar para analizar los argumentos de Putnam con respecto a la historia de la dicotomía y a su refutación, que se encuentran en los dos primeros capítulos del libro, pero es útil detenernos en las consecuencias que esto tiene para la economía. Es importante mencionar que Putnam utiliza la obra de Amartya Sen como ejemplo paradigmático de la importancia de romper con dicha dicotomía.

En efecto, tiene una larga trayectoria la idea de que los economistas hacemos “economía positiva”, es decir, describimos los hechos tal cual son y que los aspectos “normativos”, es decir, el deber ser, deben quedar librados a las decisiones de los políticos. Al romper con la dicotomía hechos-valores y al sostener que estos están necesariamente imbricados, entonces los valores deben entrar a formar parte del debate académico y no pueden ser excluidos del mismo. Toda la obra de Amartya Sen es una permanente defensa de esta postura y, contra la que es la lectura de Adam Smith generalmente aceptada, busca frecuentemente apoyo en la obra del autor escocés.

Veamos como Smith desarrolla estos temas en la Teoría de los sentimientos morales y posteriormente, siguiendo el análisis de Amartya Sen, como las preocupaciones éticas también se encuentran en La Riqueza…

1. LA TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES.

La Teoría de los sentimientos morales2 fue publicada por Smith en 1759, siendo la sexta la última edición publicada por el autor en 1790, poco antes de su fallecimiento. Esto no es un dato menor, nos muestra que Smith estuvo trabajando sobre este texto hasta sus últimos días, lo cual nos lleva a una pregunta: ¿Es la Teoría de los sentimientos morales una obra menor y contradictoria con la Investigación sobre la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las Naciones3? Sobre este punto existe un extenso debate del cual veremos sólo dos representantes particularmente importantes.

1 Hilary Putnam, 2002.2 Adam Smith, 1759.3 Adam Smith, 1776.

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Por un lado tomaremos un artículo clásico de Jacob Viner, “Adam Smith and Laissez faire”4 quien sostiene la teoría de la discontinuidad en el pensamiento de Smith:

…Los alemanes, quienes, parece, leen a su metódica manera tanto la Teoría de los sentimientos morales como La riqueza de las naciones, han acuñado un bello término, el problema de Smith, para denotar el fracaso para la comprensión que resulta del intento de usar uno en la interpretación del otro. Procuraré mostrar que las dificultades de las autoridades resultan principalmente de su determinación de encontrar una base para la concordancia completa de los dos libros, y que hay divergencias entre ellos que son imposibles de reconciliar aún por medios tan heroicos como los que adoptó un escritor de apelar a la existencia en el pensamiento de Smith de un dualismo kantiano. Después me dedicaré a mostrar que La riqueza… es un libro mejor porque rompe parcialmente con la Teoría de los sentimientos morales, y no hubiera seguido siendo, como lo es, un libro vivo si no fuera que en sus métodos de análisis, sus supuestos básicos y sus conclusiones abandonó el absolutismo, la rigidez y el romanticismo que caracterizó a su libro anterior.5

¿Cómo justifica la dedicación, en sus últimos años, de Smith a este texto? Lo atribuye a su avanzada edad y su falta de salud:

…Pero en los últimos años de su vida Smith hizo extensas revisiones y adiciones a su Teoría de los sentimientos morales, sin disminuir en algún particular los puntos de conflicto entre los dos libros. Esto haría parecer que en la mente de Smith, al menos, no había ninguna conciencia al final de alguna diferencia en las doctrinas expuestas en los dos libros. Aunque otorguemos esto, sin embargo, ¿estamos obligados a aceptar su juicio y forzar interpretaciones a los efectos de que prevalezca la consistencia donde la inconsistencia parece ser la reina suprema? Creo que no…Cuando Smith reviso la Teoría de los sentimientos morales estaba viejo y enfermo. Y no es irrazonable suponer que había perdido la capacidad de hacer cambios drásticos en su filosofía, pero había retenido su capacidad de pasar por alto la ausencia de coordinación y unidad completa en esa filosofía.6

Frente a esta perspectiva de un Smith que había perdido el rumbo en sus últimos años vamos a presentar la postura de Amartya Sen, Premio Nóbel de Economía, quien rescata una visión más amplia del pensamiento de Smith, quién se preocupa por una serie de motivaciones variadas en el ser humano, no sólo del comportamiento egoísta.

El apoyo que los seguidores y los partidarios del comportamiento egoísta han buscado en Adam Smith es difícil de encontrar en una lectura más profunda y menos sesgada de su obra. El catedrático de filosofía moral y el economista pionero no llevó, en realidad una vida de esquizofrenia espectacular. De hecho, en la economía moderna, es precisamente la reducción de la amplia visión smithiana de los seres humanos lo que pueda considerarse como una de las mayores deficiencias de la teoría económica contemporánea. Este empobrecimiento se encuentra íntimamente relacionadazo con el distanciamiento de la economía y la ética.7

4 Jacob Viner , 1927.5 Viner, 1927, pp. 307/308. 6 Viner, 1027, pp. 318. 7 Amartya Sen, 1987, p. 45.

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¿De dónde surge el problema de Smith? En la Teoría de los sentimientos morales Smith recalca el papel de la simpatía como determinante de la conducta de los hombres, sin embargo, en La riqueza… dirá:

…No obtenemos los alimentos de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su preocupación y de su propio interés. No nos dirigimos a sus sentimientos humanitarios sino a su egoísmo, y nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus propias ventajas.8

Ahora bien, la teoría del brusco cambio tiene sentido sólo si la simpatía y la benevolencia son asimilables, como vemos que es la postura de Viner:

En la Teoría de los sentimientos morales, Smith desarrolla la doctrina de un orden benéfico en la naturaleza, que se manifiesta a través de la operación de fuerzas de naturaleza externa y de las propensiones innatas implantadas en el hombre por la naturaleza. Los sentimientos morales, regulados por la justicia natural y atemperados por la simpatía o benevolencia…9

Otras versiones, más modernas, sostienen que en realidad no existe un cambio en Smith, sino que este separa la esfera de los sentimientos morales de la económica, donde la simpatía no tiene ningún papel a desarrollar. Esta línea, como la del cambio, sostiene que el egoísmo (self-love) se opone a la simpatía y a la benevolencia. Siguiendo a Dupuy10 vamos a demostrar que, en Smith, la simpatía y la benevolencia son dos cuestiones diferentes y que el egoísmo, si bien es lo opuesto a benevolencia, no lo es a la simpatía.

a) ¿Qué es la simpatía? ¿Qué función cumple en el modelo smithiano?

La simpatía es la capacidad que tenemos de identificarnos con el otro, de sentir, aunque en forma atenuada lo que este siente, ya sea placer o dolor.

Como carecemos de la experiencia inmediata de lo que sienten las otras personas, no podemos hacernos ninguna idea de la manera en que se ven afectadas, salvo que pensemos cómo nos sentiríamos nosotros en su misma situación. Aunque quien esté en el potro sea nuestro propio hermano, en la medida en que nosotros no nos hallemos en su misma condición nuestros sentidos jamás nos informarán de la medida de su sufrimiento. Ellos jamás nos han llevado ni pueden llevarnos más allá de nuestra propia persona, y será sólo mediante la imaginación que podremos formar alguna concepción de lo que son sus sensaciones. Y dicha facultad sólo nos puede ayudar representándonos lo que serían nuestras propias sensaciones si nos halláramos en su lugar…11

Tenemos acá que los seres humanos estamos separados, dependemos de nuestras propias sensaciones, dado que no podemos conocer con exactitud la de los demás, pero podemos imaginarnos lo que estos sienten, procedimiento que nos permite ponernos en su lugar.

8 Adam Smith, 1776, p. 96.9 Jacob Viner, 1927, p. 308. 10 Dupuy, Jean-Pierre, 1998.11 Adam Smith, 1759, pp. 49/50.

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Vemos también que la benevolencia o amor al prójimo no es, para Smith, lo mismo que la simpatía, de hecho el opondrá benevolencia a egoísmo, no ha la simpatía, “…La gran separación de nuestros afectos es entre los egoístas y los benevolentes”.12

Por otro lado la simpatía no proviene de los sentimientos que pueda experimentar el otro sino de las circunstancias en las que este se halla, podemos condolernos por la muerte del hijo de un amigo por la circunstancia en sí misma, no porque estemos preocupados por nuestros propios hijos, esto permite, sostiene Smith, que podamos tener simpatía por los dolores de parto, aún cuando nunca podríamos estar en esa circunstancia.

La simpatía, en consecuencia, no emerge tanto de la observación de la pasión como de la circunstancia que la promueve. A veces sentimos hacia otro ser humano una pasión de la que él mismo es completamente incapaz, porque cuando nos ponemos en su lugar esa pasión fluye en nuestro pecho merced a la imaginación, aunque no lo haga en el suyo merced a la realidad. Nos sonrojamos ante la desfachatez y grosería de otra persona, aunque ella misma no parezca detectar en absoluto la incorrección de su comportamiento; lo hacemos porque no podemos evitar sentir la incomodidad que padeceríamos si nos hubiésemos conducido de manera tan absurda.13

Dentro de este esquema es fundamental que el actor y el espectador tengan coincidencia de sentimientos.

Cualquiera sea la causa de la simpatía, cualquiera sea la manera en que sea generada, nada nos agrada más que comprobar que otras personas sienten las mismas emociones que laten en nuestro corazón y nada nos disgusta más que comprobar lo contrario.14

Esta simpatía entre actor y espectador es una de las fuentes principales de placer para ambos. Desde el punto del espectador es gratificante saber que el espectador comparte su alegría y su pena.

…la alegría del grupo sin duda anima la nuestra, y su silencio sin duda nos frustra. Pero aunque ello pueda contribuir tanto al placer que derivamos en el primer caso como al dolor que experimentamos en el segundo, no es la única causa de ninguno de ellos, y esta correspondencia de los sentimientos de otros con los nuestros parece ser un motivo de placer, y su ausencia un motivo de dolor, que no pueden ser explicados de esa manera. La simpatía que mis amigos manifiestan ante mi gozo puede sen duda ser placentera para mi al incrementar esa felicidad; sin embargo, la que manifiestan ante mi aflicción no podría serme grata si sólo sirviera para acentuar mi tristeza. Pero la simpatía aviva el regocijo y mitiga la pena…15

Cuando el espectador compadece el dolor del prójimo experimenta una doble sensación: a) por un lado el sentimiento que experimenta por simpatía, en este caso es un sentimiento penoso; y, b) el placer de saberse de acuerdo con los sentimientos del otro, es decir, de aprobarlos.

12 Smith, 1759, p. 478.13 Smith, 1759, p. 54.14 Smith, 1759, p. 57.15 Smith, 1759, pp. 58/9.

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Así como a la persona principalmente interesada en cualquier acontecimiento le place nuestra simpatía, también a nosotros nos agrada el poder simpatizar con ella y nos duele cuando no somos capaces de hacerlo. No sólo vamos prestos a felicitar a quien tiene éxito sino también a consolar al afligido, y el placer que hallamos en la comunicación con alguien con el que podemos completamente simpatizar en todas las pasiones de su corazón parece compensar abundantemente el pesar del dolor específico que nos causa la contemplación de la situación…16

La identificación entre actor y espectador es la base de la teoría smithiana de la moralidad, el juicio moral es siempre un juicio de aprobación o desaprobación.

Cuando las pasiones originales de la persona principalmente afectada están en perfecta consonancia con las emociones simpatizadoras del espectador, necesariamente le parecen a este último justas y apropiadas, y en armonía con sus objetos respectivos; en cambio, cuando comprueba, poniéndose en el caso, que no coinciden con lo que siente, entonces le parecerán injustas e inapropiadas y en contradicción con las causas que las excitan. En consecuencia, aprobar las pasiones de otro como adecuadas a sus objetos es lo mismo que observar que nos identificamos completamente con ellas; y no aprobarlas es lo mismo que observar que no simpatizamos completamente con ellas.17

Ahora bien, el actor conoce las dificultades que surgen para ponerse en el lugar del otro, como en el caso de quien está sufriendo alguna pena o dolor:

…si usted no tiene conmiseración ante las adversidades que me acosan, o no la siente en proporción a la angustia que me perturba; o si no bulle usted de indignación ante el mal que sufro, o no lo hace en proporción al rencor que me agita, entonces ya no podremos conversar sobre esas cuestiones…18

¿Cómo soluciona esta dificultad Smith? sosteniendo que el actor debe, a su vez, situarse en la posición del espectador, lo que podemos llamar una simpatía de segundo orden.

Para dar lugar a dicha concordancia, así como la naturaleza enseña a los espectadores ha asumir las circunstancias de la persona protagonista, también instruye a esta última que asuma las de los espectadores. Así como ellos están continuamente poniéndose en su lugar, y por lo tanto concibiendo emociones parecidas a las que ella siente, también ella se pone constantemente en el lugar de ellos, y por consiguiente percibe algún grado de esa frialdad sobre sus avatares con que ellos la contemplan. 19

Vemos entonces que la simpatía cumple la función de atemperar nuestras emociones, de manera tal de adecuarlas a los sentimientos del espectador. El dolor que puede sufrir este nunca puede alcanzar la intensidad del que experimenta el protagonista y, como todos buscamos ganarnos la simpatía de los demás, reduce la violencia de la pasión, viendo su situación con los

16 Smith, 1759, p. 60.17 Smith, 1759, p. 62.18 Smith, 1759, p. 70.19 Smith, 1759, p. 72.

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ojos del espectador imparcial. La simpatía cumple entonces el papel de autorregulador de nuestros sentimientos permitiendo la existencia de una mayor armonía social.

La mente, en consecuencia, rara vez se halla tan perturbada como para que la compañía de un amigo no pueda restituirle un cierto grado de tranquilidad y sosiego. En alguna medida nuestro pecho se calma y apacigua en el momento en que llegamos a su presencia. Somos inmediatamente conscientes del ángulo desde el que analizará nuestra posición, y empezamos a verla de la misma manera nosotros mismos; porque el efecto de la identificación es instantáneo.20

b) Los principios morales en Smith.

Una vez establecido este espectador imparcial Smith va a construir su teoría de la moral:

El ser objeto adecuado y aprobado del agradecimiento o el rencor sólo puede ser objeto de esa gratitud y ese resentimiento que naturalmente parecen apropiados y son aprobados.Pero ellos, igual que todas las otras pasiones de la naturaleza humana, parecen apropiados y son aprobados cuando el corazón de todo espectador imparcial simpatiza enteramente con ellos, cuando cada circunstante indiferente los asume por completo y los acompaña.21

Vemos que la virtud es aquello que consigue la aprobación del espectador imparcial. Este espectador imparcial no es un ser ideal que tiene acceso directamente a principios racionales, a normas trascendentales, como se sostenía en el iusnaturalismo, sino que las normas que encara son claramente un producto social. Esto nos lleva al origen netamente empírico del conocimiento de estas reglas, Smith se basa en el comportamiento de los agentes sociales tal cual estos actúan, no como lo harían seres perfectos.

Smith no intenta realizar fundar en la razón y, por lo tanto, justificar de esta manera los hechos de orden moral que observa, a saber los juicios de aprobación y reprobación, sino describir su funcionamiento, a partir de estos inducir leyes generales y explicar el origen de las mismos.

Hay que subrayar también que la presente investigación no aborda una cuestión de derecho, por así decirlo, sino una cuestión de hecho. No examinamos aquí las circunstancias bajo las cuales un ser perfecto aprobaría el castigo de las acciones malas, sino bajo qué principios una criatura tan débil e imperfecta como el ser humano lo aprueba de hecho y en la práctica.22

Pero una vez establecidas estas reglas de conducta poco importa que la posición del espectador sea ocupada realmente, el actor termina contemplándose y controlándose a sí mismo como si fuera el espectador imparcial. La opinión pública se introduce dentro del actor.

20 Smith, 1759, p. 73.21 Smith, 1759, p. 154.22 Smith, 1759, p. 168.

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…La justicia, en cambio, es el pilar fundamental en el que se apoya todo el edificio. Si desaparece entonces el inmenso tejido de la sociedad humana, esa red cuya construcción y sostenimiento parece haber sido en este mundo, por así decirlo, la preocupación especial y cariñosa de la naturaleza, en un momento será pulverizada en átomos. Para garantizar la observancia de la justicia, en consecuencia, la naturaleza ha implantado en el corazón humano esa conciencia del desmerecimiento, esos terrores del castigo merecido que acompañan a su quebrantamiento, como las principales salvaguardias de la asociación de los seres humanos, para proteger al débil, sujetar al violento y sancionar al culpable.23

Y también:

…Tratamos de examinar nuestra conducta tal como concebimos que lo haría cualquier espectador recto e imparcial. Si al ponernos en su lugar podemos asumir cabalmente todas las pasiones y motivaciones que la determinaron, la aprobamos por simpatía con la aprobación de este juez presuntamente equitativo. En caso contrario caemos bajo su desaprobación, y la condenamos.24

Y también:

Pero aunque el hombre ha sido de esta manera convertido en juez inmediato de la humanidad, lo es sólo en la primera instancia, y sus sentencias pueden ser apeladas a un tribunal más alto, el del supuesto espectador imparcial y bien informado, el hombre dentro del pecho, el alto juez y árbitro de su conducta…La jurisdicción del hombre exterior se funda exclusivamente en el deseo del elogio de hecho y en la aversión del reproche de hecho. La jurisdicción del hombre interior se funda exclusivamente en el deseo de ser loable y en aversión a ser reprobable, en el deseo de poseer las cualidades y realizar las acciones que apreciamos y admiramos en otras personas, y en el pavor a poseer las cualidades y realizar las acciones que odiamos y despreciamos en otras personas.25

Para Smith la sociedad es un sistema de actores y espectadores, donde cada integrante de la misma cumple ambos roles. Pero a partir de la constitución de este sistema surgen propiedades nuevas no reducibles a la de sus componentes, es decir: propiedades emergentes, como es el caso de los juicios morales. Estas propiedades dependen del principio de la simpatía, principio universal a partir del cual existe y sobrevive, vía mano invisible, la sociedad.

Es importante recalcar que, para Smith, el hombre es esencialmente un ser social, la idea de un hombre natural, completamente aislado de sus semejantes, le es totalmente ajena.

Si fuera posible que una criatura humana pudiese desarrollarse hasta la edad adulta en un paraje aislado, sin comunicación alguna con otros de su especie, le sería tan imposible pensar en su propia personalidad, en la corrección y demérito de sus sentimientos y su conducta, en la belleza o deformidad de su mente, como en la belleza o deformidad de su rostro. Todos ellos son objetos que no es fácil que vea, que naturalmente no observa, y con respecto a los cuales carece de un espejo que los exhiba ante sus ojos. Pero al entrar en sociedad, inmediatamente es provisto del espejo que antes le faltaba. Está desplegado en el semblante y actitud de las personas que lo rodean, que siempre señalan cuando comparten o rechazan sus

23 Smith, 1759, pp. 186/187.24 Smith, 1759, p. 228.25 Smith, 1759, pp. 251/52.

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sentimientos; allí es donde contempla por primera vez la propiedad o impropiedad de sus propias pasiones, la hermosura o fealdad de su mente.26

c) El egoísmo y la continencia.

Para Smith el hombre está sujeto a la influencia de sus pasiones, estas pueden ser de dos clases: a) aquellas que son difíciles de reprimir, como el miedo y la ira; y, b) las que son más fáciles de reprimir de inmediato, pero que nos acosan permanentemente, como el “placer, aplauso y muchas otras comodidades egoístas”. Lo importante es que Smith, a diferencia de la imagen convencional del homo oeconomicus, considera que nuestros deseos pueden y deben ser juzgados a la luz de ciertos valores morales superiores.

…En cuanto al apego a la comodidad, al placer, al aplauso y otras satisfacciones egoístas, siempre es sencillo controlarlos durante un momento e incluso en un período de corto tiempo, pero sus reclamos continuos a menudo nos desvían hacia numerosas debilidades de las que tendremos abundantes motivos para avergonzarnos más tarde…el control…era denominado templanza, decencia, modestia y moderación.27

Ahora bien, si bien Smith es un defensor de las virtudes estoicas, en particular el ejercicio de la virtud y el control de las pasiones, hay un papel relevante que juega el egoísmo, vía mano invisible, en su teoría de la constitución social. Los seres humanos, buscando satisfacer sus pasiones egoístas, general la mejor situación posible. Esta idea, que desarrollará plenamente en La Riqueza… ya aparece en la Teoría de los sentimientos morales. Reiterando la cita de la introducción:

…El producto de la tierra mantiene en todos los tiempos prácticamente el número de habitantes que es capaz de mantener. Los ricos sólo seleccionan del conjunto lo que es más precioso y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, dividen con los pobres el fruto de todas sus propiedades. Una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y aportan los medios para la multiplicación de la especie.28

Ahora bien, Smith sostiene que existe una “corrupción de nuestros sentimientos morales”, dado que somos más propensos a admirar a los ricos y poderosos y a menospreciar a los desposeídos, aunque este rasgo resulta funcional, como veremos, al mantenimiento del orden social.

Esta disposición a admirar y casi a idolatrar a los ricos y poderosos, y a despreciar o como mínimo ignorar a las personas pobres y de modesta condición, aunque necesaria para establecer y mantener la distinción de rangos y el orden social, es al mismo tiempo la mayor y más extendida causa de corrupción de nuestros

26 Smith, 1759, p. 228.27 Smith, 1759, p. 428.28 Smith, 1759, pp. 332/333.

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sentimientos morales. Que la riqueza y la grandeza suelen ser contempladas con el respeto y la admiración que sólo se deben a la sabiduría y la virtud; y que el menosprecio, que con propiedad debe dirigirse al vicio y la estupidez, es a menudo muy injustamente vertido sobre la pobreza y la flaqueza, ha sido la queja de los moralistas de todos los tiempos.29

Pero esta simpatía con el éxito de los poderosos no debe confundirse con la benevolencia. Este deseo de parecerse a ellos no puede ser separado del deseo de estar en su lugar, de llegar a poseer lo que ellos tienen. Se transforman en un modelo al cual imitar y que sirve de estímulo al deseo de superación para alcanzar estas posiciones, aún a costa de la virtud.

Para acceder a esta envidiable situación, los candidatos a la fortuna con demasiada frecuencia abandonan las sendas de la virtud; porque lamentablemente el camino que conduce a la una el que lleva a la otra se hallan a veces en direcciones muy opuestas. Pero el hombre ambicioso se hace la ilusión de que en el espléndido escenario hacia el que avanza tendrá tantos medios para atraer el respeto y la admiración de los demás, y podrá actuar con propiedad y gracia tan superiores, que el lustre de su conducta futura tapará por completo o borrará la pestilencia de los pasos a través de los cuales arribó a esas alturas…30

Para finalizar, este hombre smithiano, dominado por la envidia, pero también, para contrabalancea, por la simpatía, por el deseo de satisfacer al espectador imparcial que todos tenemos dentro del pecho, no tiene nada que ver con el homo oeconomicus, ser aislado, autosuficiente, capaz de autodeterminación, que nos propondrá posteriormente el pensamiento económico.

2. ETICA Y VALORES EN SMITH

a) El problema de egoísmo en Smith desde la perspectiva de Sen.

Hay una tradicional imagen de la economía neoclásica que sostiene que una economía, donde el egoísmo es la única motivación de los seres humanos, deberá alcanzar su mayor coordinación posible. Por ejemplo, Arrow y Hahn en su General Competitive Analysis sostienen:

Existe ya una extensa e imponente línea de economistas, desde Adam Smith hasta el presente, que han tratado de demostrar que una economía descentralizada, motivada por el egoísmo y guiada por las señales de los precios, sería compatible con una disposición coherente de recursos económicos, que pudiera considerarse, en un sentido bien definido, como superior a la gran clase de disposiciones alternativas posibles.31

Es esta visión de Adam Smith, la del descubridor de un individuo dominado exclusivamente por su egoísmo, la que Sen va a cuestionar. En primer lugar, cuando Smith critica el escaso uso de los mecanismos de mercado en la Gran Bretaña de su época lo hace pensando, fundamentalmente, en las

29 Smith, 1759, p. 138.30 Smith, 1759, p. 143.31 Citado en Amartya Sen, 1976, pp. 178/179.

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restricciones precapitalistas al funcionamiento de los mismos, en particular las impuestas por los grupos de intereses vinculados a los monopolios comerciales. Esto no debe ser confundido con el establecimiento de redes de protección social, de las cuales había en la época algunos antecedentes, como el de las leyes de pobres y de la prestación de ciertos servicios fundamentales, como el de la educación pública.

Sin embargo, si bien AS aboga por la libertad de mercados, esto no quiere decir que en determinadas circunstancias estos no puedan originar consecuencias indeseables desde el punto de vista social, en particular por el despilfarro de los recursos productivos. Esto sólo se puede comprender como parte de una problemática más vasta, la del trabajo productivo e improductivo, que Smith desarrolla en el Libro II, Capítulo III de La riqueza…: “De la Acumulación del Capital, o del Trabajo productivo e improductivo”. Este tema será desarrollado oportunamente, pero como introducción podemos decir que el asunto pasa por la utilización del excedente social, es decir, para Smith no es lo mismo que el excedente sea consumido improductivamente, en consumo suntuario, que productivamente como inversión. Pero no sólo la prodigalidad puede causar el despilfarro, también la mala administración de los recursos por parte de los empresarios tiene efectos análogos.

Los efectos de una mala administración son los mismos que aquellos de la prodigalidad. Todos los proyectos imprudentes y malogrados en la agricultura, mina, pesca, comercio y manufacturas, disminuyen de la misma forma los fondos destinados al mantenimiento del trabajo productivo. En cada uno de estos proyectos, aunque el capital sólo se consume por trabajadores productivos, la forma imprudente en que se emplea no permite que se reproduzca el valor total de su consumo, habiendo por tanto alguna disminución en los que, de otro modo, serían los fondos productivos de la sociedad.32

De hecho, Smith consideraba que había que controlar la tasa de interés para moderar las actividades de los pródigos y los “proyectistas”, es decir, de aquellos que elaboran proyectos alocados esperando obtener tasas de ganancias extraordinarias. Recordemos que en aquella época la tasa de interés para los préstamos al gobierno era del 3% y para los particulares con garantías solventes del 4.5%.

Ha de tenerse en cuenta que la tasa legal, aunque debe estar algo por encima, no debe ser excesivamente mayor que la tasa más baja del mercado. Si la tasa legal en Gran Bretaña, por ejemplo, se fijase a un nivel del ocho o diez por ciento, la mayor parte del dinero se prestaría a los pródigos, ya que sólo ellos estarían dispuestos a pagar un interés alto. La gente sobria no daría por el uso del dinero más que una parte de lo que se puede obtener por su uso, no entraría en competencia. Con esto, una gran parte del capital del país se mantendría alejado de las personas que podrían usarlo de manera más ventajosa, e iría a parar a manos de aquellas que lo malgastarían y destrozarían.33

b) El problema del hambre y la intervención gubernamental.

32 Adam Smith, 1776, p. 397.33 Adam Smith, 1776, pp. 412/413.

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Sen sostiene que la posición de Smith con respecto al hambre ha sido frecuentemente malinterpretada. Veamos y desarrollemos sus argumentos tal cual los presentó en Sobre ética y economía34. En primer lugar Smith sostiene que el origen de una hambruna no hay que buscarlo en la actitud de los comerciantes de grano, sino que es la consecuencia de una “escasez general”.

Cualquiera que examine con atención la historia de las carestías y hambres que han afligido a cualquier parte de Europa, bien durante el curso del siglo presente o de los dos pasados, y de las que en algunos casos poseemos datos bastantes exactos, apreciará que la carestía nunca ha surgido de una confabulación entre los comerciantes cerealistas del interior ni de causa alguna que no fuera una escasez real ocasionada a veces por una guerra, y la mayor parte de ellas por circunstancias climatológicas, y que el hambre no ha surgido más que de la violencia del gobierno al intentar, por medios desacertados, remediar los inconvenientes de la carestía.35

Ahora bien, ¿cuáles son las políticas erróneas que puede implementar el gobierno?

Cuando para remediar los inconvenientes de una sequía el gobierno ordena a todos los comerciantes que vendan el trigo a lo que considera un precio razonable, o bien evita que lo lleven al mercado, lo que puede producir hambre al principio de la temporada o, si lo llevan, estimula a la población a consumirlo con tanta rapidez que necesariamente se produce hambre la final de la misma. La libertad ilimitada y sin restricciones del comercio del grano, del mismo modo que es la única prevención efectiva de las miserias del hambre, así también es el mejor paliativo de los inconvenientes de la carestía, ya que estos no se pueden remediar, sino sólo paliar…36

Sin embargo es importante mencionar que Smith considera que el comercio no es monopolizable y, por lo tanto, no permite la realización de maniobras para manejar el precio como, por ejemplo, destruir una parte de la producción.

…Pero es realmente difícil establecer un monopolio cerealista de esta clase; incluso mediando la fuerza de la ley, y siempre que la ley permite la libertad de comercio, es la mercancía menos expuesta a ser acaparada o monopolizada mediante el empleo de unos cuantos grandes capitales en la compra de la mayor parte de la cosecha. Su valor excede con mucho a lo que los capitales de unos pocos individuos son capaces de comprar, pero, incluso si pudieran, la manera en que se produce hace prácticamente imposible la compra…37

Pero, sostiene Sen, esto no quiere decir que Smith se opusiera a que el gobierno ayudara a los pobres, de hecho el analiza las leyes de pobres y establece algunas críticas a su funcionamiento, en particular en lo atinente a las dificultades de desplazamiento entre distintas parroquias de los beneficiarios, pero no hace una oposición tajante, como hará luego Malthus a las mismas.

34 Amartya Sen, 1987, pp. 42/44.35 Adam Smith, 1776, p. 569.36 Adam Smith, 1776, p. 570.37 Adam Smith, 1776, p. 568.

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Una vez que se destruyeron los monasterios, los pobres se vieron privados de la caridad de estas casas religiosas. Después de varias tentativas infructuosas para su alivio, apareció el estatuto 43 de la reina Isabel, c.2, que obligaba a cada parroquia a socorrer a sus propios pobres, nombrando anualmente a celadores que, junto a los capilleros, obtuviesen, mediante contribuciones parroquiales, una suma suficiente a tal fin.38

Con respecto las consecuencias de las dificultades de circulación Smith sostiene:

Las enormes desigualdades salariales que solemos encontrar en lugares no muy distantes entre sí probablemente se deben a la obstrucción que la ley de residencia supone para los hombres indigentes que trasladarían su trabajo de una parroquia a otra de no mediar los certificados.39

En otros casos AS sostiene que el hambre es el resultado de un proceso económico provocado por los mecanismos de mercado, que las personas no controlan.

Totalmente distinto sería el caso en un país donde los fondos destinados al mantenimiento del trabajo fueran decreciendo sensiblemente. Cada año sería menor la demanda de trabajadores y sirvientes en los distintos empleos. Miembros de las clases superiores, al no encontrar un trabajo acorde con su posición, lo buscarían en las clases inferiores. Las clases inferiores estarían sobresaturadas, no sólo por sus propios miembros, sino por la afluencia de las otras clases, y la competencia sería tan grande que reduciría los salarios a la más mínima y escasa subsistencia del trabajador. Aún así, muchos no encontrarían empleo, yo bien morirían de hambre, o se dedicarían a pedir limosna o a perpetrar las mayores barbaridades…40

Podemos decir entonces que el análisis del hambre de AS, para Sen, es consistente con manifestarse a favor de una actividad discriminada del gobierno que crearía ingreso y poder de compra para la población sin derechos, y entonces permitir que la oferta de alimentos responda a la demanda recién creada a través de los negocios privados. Esta combinación fue explícitamente discutida por Condorcet, amigo de Smith, y el propio análisis del autor era enteramente consistente con esto.

c) Smith y el concepto de capacidades en Sen.

Sen desarrolla su concepto de “libertad” alrededor de la idea de que el individuo debe estar en condiciones de desarrollar sus capacidades, la libertad no consiste en la posesión de bienes ni en la utilidad que estos reportan.

Llevamos un tiempo tratando de defender la idea de que en muchas evaluaciones el “espacio” correcto no es ni el de las utilidades (como sostienen los partidarios del enfoque del bienestar) ni el de los bienes primarios (como exige Rawls), sino el de las libertades fundamentales –las capacidades- para elegir la vida que tenemos razones para valorar…habría que tener en cuenta no sólo los bienes primarios que poseen las personas, sino también las características personales relevantes que

38 Adam Smith, 1776, p. 219.39 Adam Smith, 1776, p. 220.40 Adam Smith, 1776, p. 156.

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determinan la conversión de los bienes primarios en la capacidad de la persona para alcanzar sus fines.41

Para Smith hay una cierta relación entre las “necesidades”, establecidas socialmente, y la calidad de vida. No poder satisfacer en forma adecuada, según los patrones de un tiempo y lugar dados, una cierta necesidad puede significar la exclusión social del sujeto.

Como bienes necesarios entiendo no sólo aquellos que son indispensables para la vida, sino todos aquellos cuya carencia sería, según las costumbres del país, algo indecoroso para las personas respetables, incluso entre las clases inferiores. Por ejemplo, rigurosamente hablando, una camisa de lino no es necesaria para vivir. Imagino que griegos y romanos vivieron de una manera muy confortable y no conocieron el lino. Pero actualmente, y en la mayor parte de Europa, un trabajador respetable se avergonzaría de aparecer en público sin una camisa de lino, porque su falta denotaría un grado de pobreza en el que no se podría caer sino como consecuencia de una conducta extremadamente mala. Asimismo, la costumbre ha convertido en Inglaterra los zapatos de cuero en un artículo necesario. Las personas más pobres de uno u otro sexo se avergonzarían de aparecer en público sin ellos. En Escocia la costumbre los ha convertido en un artículo necesario incluso para los hombres de clases inferiores, pero no ocurre lo mismo con las mujeres, que pueden ir y venir descalzas sin descrédito alguno. En Francia los zapatos de cuero no son artículos necesarios ni para los hombres ni para las mujeres; las clases inferiores de ambos sexos aparecen en público, sin que por ello sufran descrédito, unas veces descalzos y otras en suecos. Así pues, entre los bienes necesarios incluyo no sólo aquellos que lo son por su propia naturaleza, sino también los que con arreglo a las normas del decoro son indispensables para las clases más bajas de la población.42

Vemos entonces que el centro de atención no son ni los bienes en sí mismos ni la utilidad que estos nos brindan, lo importante aquí es la capacidad de conseguir algunas de las libertades esenciales, como la de aparecer en público sin sonrojarse. Queda claro que la pobreza no es una cuestión absoluta, que depende exclusivamente del nivel de la renta percibida, sino relativa a lo que podemos considerar la media de la sociedad en cuestión.

Ahora bien, para poder desarrollar sus capacidades el ser humano debe, entre otras cosas, tener acceso a una educación adecuada. En este sentido hay que remarcar que Smith considera que las diferencias entre los seres humanos son más adquiridas que naturales.

La diferencia en los talentos naturales de distintos hombres es, en realidad mucho menor de lo que creemos, y las cualidades específicas que distinguen a los hombres de diferentes profesiones, una vez alcanzada la madurez profesional, son, frecuentemente, efecto de la división del trabajo y no su causa. La diferencia entre las personalidades más distantes, como pueden ser, por ejemplo, un filósofo y un mozo de cuerda, no está fundamentada tanto en la naturaleza como en el hábito, la costumbre y la educación. Cuando nacieron y, quizá, guante los primeros seis u ocho años de su vida, fueron muy parecidos, y ni sus padres ni sus compañeros de juegos podrían percibir ninguna diferencia notable…43

41 Amartya Sen, 1999, p. 99.42 Adam Smith, 1776, pp. 896/897.43 Adam Smith, 1776, p. 98.

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Dentro de este panorama la educación, aún la de las clases más humildes, es considerada fundamental, debiendo contar con el apoyo del estado para su financiamiento. En este sentido es clara su preocupación por las diferencias en cuanto a oportunidades que existen entre los distintos sectores de la sociedad.

En una sociedad civilizada y comercial quizá requiera mayor atención del estado la educación de las clases bajas que la de las personas de cierto rango y fortuna. Estos tienen dieciocho o diecinueve años cuando comienzan a dedicarse al negocio, profesión u oficio en el que pretenden distinguirse…Ello no ocurre así con la gente humilde. Disponen de poco tiempo para dedicarlo a la educación. Sus padres apenas pueden mantenerle en su infancia, y tan pronto como pueden trabajar han de aplicarse a algún oficio con el que puedan ganarse el sustento. Tal oficio es habitualmente demasiado simple y monótono como para ejercitar la inteligencia, mientras que, al mismo tiempo, el trabajo es tan constante y severo que les deja poco tiempo y menos inclinación aún para dedicarse o pensar en alguna otra cosa.Pero aunque en las sociedades civilizadas las gentes humildes no pueden recibir la misma educación que las personas de cierto rango y fortuna, las partes esenciales de la misma, es decir, leer, escribir y contar, se pueden aprender a una edad temprana que, incluso quienes se dedican a las ocupaciones más humildes, pueden adquirirlas antes de comenzar a trabajar. Con unos gastos muy pequeños, el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer a la mayor parte de la población, la necesidad de adquirir los conocimientos más esenciales de la educación.44

44 Adam Smith, 1776, pp.813/814.

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