BARBERO, Jesús-Martín. La Globalización en Clave Cultural

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5/18/2018 BARBERO,Jess-Martn.LaGlobalizacinenClaveCultural-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/barbero-jesus-martin-la-globalizacion-en-clave-cultural 18  RENGLONES 53. Marzo-Abril de 2003 A RENGLÓN SEGUIDO LA GLOBALIZACIÓN EN CLAVE CULTURAL Una mirada latinoamericana JESÚS MARTÍN-BARBERO* El curso que ha tomado el mundo después de los acontecimientos del martes negro, el 11 de septiembre de 2001, ha introducido procesos que amenazan aún más el ya oscuro horizonte de los pueblos latinoamericanos. Empujadas a la recesión económica, a la ingobernabilidad política y al desenraizamiento cultural por la implacable lógica de la *Es sin duda un intelectual de referencia obligada en los temas de comunicación y cultura en América Latina. Es autor del libro De los medios a las mediaciones (Gustavo Gili, Barcelona, 1987),  entre otros. Doctor en filosofía, es profesor investigador del Departamento de Estudios Socioculturales del iteso. globalización mercantil, nuestras naciones padecen además la más arcaica peste del miedo que fundamentaliza la segu- ridad al convertir todas las fronteras y las vías de comunica- ción —terrestres y aéreas, físicas y virtuales— en lugares de legitimación de la desconfianza como método, la violación de los derechos a la privacidad y la libertad civil como com- portamiento oficial de las “autoridades”, con el consiguien- te afianzamiento de los prejuicios raciales, los apartheid étnicos y los fanatismos religiosos.  Al fluir tan deprisa como las transacciones financieras, los virus imaginarios amenazan ahora al orden global que reacciona con el rearmamiento de las fronteras, y tornando

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Mídia e Globalização na América Latina

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    LA GLOBALIZACINEN CLAVE CULTURAL

    Una mirada latinoamericanaJESS MARTN-BARBERO*

    El curso que ha tomado el mundo despus de los acontecimientos del martes negro, el11 de septiembre de 2001, ha introducido procesos que amenazan an ms el ya oscuro horizonte de los pueblos latinoamericanos. Empujadas a la recesin econmica, a la ingobernabilidad poltica y al desenraizamiento cultural por la implacable lgica de la

    *Es sin duda un intelectual de referencia obligada en los temas de comunicacin y cultura en Amrica Latina. Es autor del libro De los medios a las mediaciones (Gustavo Gili, Barcelona, 1987), entre otros. Doctor en filosofa, es profesor investigador del Departamento de Estudios Socioculturales del iteso.

    globalizacin mercantil, nuestras naciones padecen adems la ms arcaica peste del miedo que fundamentaliza la segu-ridad al convertir todas las fronteras y las vas de comunica-cin terrestres y areas, fsicas y virtuales en lugares delegitimacin de la desconfianza como mtodo, la violacin de los derechos a la privacidad y la libertad civil como com-

    portamiento oficial de las autoridades, con el consiguien-te afianzamiento de los prejuicios raciales, los apartheid tnicos y los fanatismos religiosos.

    Al fluir tan deprisa como las transacciones financieras, los virus imaginarios amenazan ahora al orden global que reacciona con el rearmamiento de las fronteras, y tornando

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    AL MISMO TIEMPO, LAS FIGURAS NACIONALES DE NUESTROS PASES SE EMBORRONAN HASTA DESFIGURARSE

    cada da ms sospechoso de enemigo de ese orden al flujo migratorio de las muchedumbres que l mismo empuja desde las periferias pauperizadas hacia los pases del prspero pero ahora desubicado y desconcertado centro. Al mismo tiempo, las figuras nacionales de nuestros pases se emborronan hasta desfigurarse. Ah est Argentina, que ha pasado de la destruccin sistemtica de la memoria nacional-poltico-cultural, y sus instituciones por las dictaduras militaresde mediados de la dcada de los setenta, a la hiperinflacin de los ochenta, que desquici de sus mnimos ejes tanto la vida personal como colectiva, y al neoliberalismo ms puro y duro en los noventa, que desmont los ltimos residuos del estado social y precipit al pas en la ms brutal depresin econmica y la ms honda desmoralizacin. Entretejido a esa debacle est el paso de una identidad nacional argentina configurada, segn Beatriz Sarlo, por el ser alfabetizado, ser ciudadano y tener trabajo, al desmantelamiento de esa identidad, con las implicaciones morales y polticas que entraa esa implosin de lo social en la que se disuelven la razones de pertenencia a una sociedad nacional, la idea de responsabilidad que, aun precariamente, teja la trama de los muchos hilos que sostiene a una comunidad.1

    Pero tambin lo acontecido en ese cada da ms significativo territorio del perifrico sur que es Porto Alegre, nos obliga a rehacer la reflexin sobre la globalizacin. El ii Foro Social Mundial2 se ha convertido en ese extrao escenario en el que, frente al tramposo y excluyente mundo de la economa financiera, hace su aparicin en la escena global la poltica, o mejor, la utopa poltica de un mundo de los ciudadanos y de los pueblos, en el que la comunicacin y la educacin han pasado a tener una presencia no meramente temtica sino articuladora, estratgica. Convergen ah, en esa otra mundializacin posible, esfuerzos que venan de las grandes reuniones de la dcada de los noventa Ro de Janeiro y Beijing, la generalizacinde una educacin polivalente y los avances de la informacin y la comunicacin comunitaria territorial y virtual. Bsquedas y propuestas que fueron ah confrontadas a las tendencias y recomendaciones dominantes emanadas de los organismos econmicos mundiales la Organizacin Mundial de Comer-

    cio (omc), el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial que someten a la lgica globalizadora del mercado la cultura, la educacin y la comunicacin.

    Si la educacin debe, segn esa lgica, ser concebida y organizada en funcin del mercado de trabajo ya que lo que en ella cuenta es la acumulacin de capital humano medi-do en trminos de costo/beneficio como cualquier otro capital, en Porto Alegre la comunicacin es planteada como lugar de una doble perversin. Primera, la que proviene de la conformacin de unas megacorporaciones globales: aol-Time Warner, Disney, Sony, News Corporation, Viacom y Bertelsmann, cuya concentracin econmica se traduce en un poder cada da ms inatajable de fusin de los dos componentes estratgicos, los vehculos y los contenidos, con la consiguiente capacidad de control de la opinin pblica mundial y la imposicin de moldes estticos cada da ms

    baratos; segunda, la que han introducido los acontecimientos del 11 de septiembre, que enrarecen de controles y amenazas las libertades de informacin y expresin hasta el punto de poner en serios riesgos los ms elementales derechos civiles. Pero la comunicacin aparece tambin en Porto Alegre como lugar de dos estratgicas oportunidades: primera, la que abre la digitalizacin que posibilita la puesta en un lenguaje comn de datos, textos, sonidos, imgenes, videos, y desmontan la hegemona racionalista del dualismo que hasta ahora opona lo inteligible a lo sensible y a lo emocional, la razn a la imaginacin, la ciencia al arte, y tambin la cultura a la tcnica y el libro a los medios audiovisuales; segunda, la configuracin de un nuevo espacio pblico y de ciudadana en y desde las redes de movimientos sociales y de medios comunitarios, como el espacio y la ciudadana que ha hecho posible, sostiene y conforma el Foro Social Mundial mismo. Es obvio que se trata de embriones de una nueva ciudadana y un nuevo espacio pblico, configurados por una enorme pluralidad de actores y de lecturas crticas que convergen sobre un compromiso emancipador y una cultura poltica en la que la resistencia es al mismo tiempo forjadora de alternativas.

    Michel Serres apunta, a propsito de la filosofa, algo que sucede tambin con buena parte de lo que se escribe sobre la

    1. Sarlo, Beatriz. Ya nada ser igual, en Punto de vista, nm.70, Buenos Aires, 2001, p.28. 2.Pgina del Foro Social Mundial: www.forumsocialmundial.org.br; pgina de la Comunidad Web de Movimientos Sociales: www.movimientos.org

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    globalizacin: que, demasiado embebida en su pasado, piensa lo nuevo como si fuera viejo, tornndose incapaz de ayudar a construir un mundo-hogar para las nuevas generaciones.3 Y lo que as no resulta pensable es precisamente lo que hoy ms necesitamos pensar: que la globalizacin no es un mero avatar del mundo de la economa poltica sino la presencia de mutaciones en las condiciones en que el hombre habita el mundo, con lo que ellas entraan, como en otros momentos epocales, de posibilidades de emancipacin, a la vez que de catstrofe planetaria. Lo que segn Serres diferencia al momento que vivimos es la inmersin de nuestro cuerpo en un espacio y tiempo realmente nuevos en la medida en que ya no derivan de la darwiniana evolucin selectiva sino que es-tn siendo introducidos por la mutacin producida por la tc-nica del hombre, tanto en la biologa gentica como en la comunicacin-tejido de la socialidad; de lo que se desprende la urgencia de otro tipo de conocimiento y aprendizaje que nos permita a los humanos descifrar, junto al mapa del genoma que traza los avatares y resultados de nuestra evolucin biolgica, ese otro mapa que dibuja junto a nuestros sueos/pesadillas de inmortalidad individual y colectiva el de nuestra utopa de comunidad solidaria; ahora contradictoria como nunca antes, ya que junto a su creciente capacidad de erradicar a escala mundial las discriminaciones que nos desgarran, lo que hoy proyecta es un mayor cmulo de violencias y exclusiones hasta hacer/dejar morir de hambre y otras crueles miserias a tres cuartas partes de la humanidad.

    LA NUEVA CENTRALIDAD DE LA CULTURA EN LA SOCIEDAD GLOBALIZADA

    Ligado a sus dimensiones tecnoeconmicas, la globalizacin pone en marcha un proceso de interconexin mundial, que conecta todo lo que instrumentalmente vale empresas, instituciones, individuos al mismo tiempo que desconecta todo lo que no vale para esa razn. Este proceso de inclusin/exclusin a escala planetaria est convirtiendo a la cultura en

    espacio estratgico de compresin de las tensiones que desga-rran y recomponen el estar juntos, y en lugar de anudamiento de todas sus crisis polticas, econmicas, religiosas, tnicas, estticas y sexuales. De ah que sea desde la diversidad cultural de las historias y los territorios, desde las experiencias y las memorias, desde donde no slo se resiste sino se negocia e interacta con la globalizacin, y desde donde se acabar por trasformarla. Lo que galvaniza hoy a las identidades como motor de lucha es inseparable de la demanda de reconocimiento y de sentido.4 Y ni el uno ni el otro son formulables en meros trminos econmicos o polticos, pues ambos se hallan referidos al ncleo mismo de la cultura en cuanto mundo del pertenecer a y del compartir con; razn por la cual la identidad se constituye hoy en la fuerza ms capaz de introducir contradicciones en la hegemona de la razn instrumental.

    Y de ah tambin la estratgica necesidad de diferenciar, por ms intrincadas que se hallen, las lgicas unificantes de la globalizacin econmica de las que mundializan la cultura. Pues la mundializacin cultural no opera desde afuera sobre esferas dotadas de autonoma como lo nacional o lo local.

    La mundializacin es un proceso que se hace y deshace incesantemente. Y en ese sentido sera impropio hablar de una cultura global cuyo nivel jerrquico se situara por encima de las culturas nacionales o locales. El pro-ceso de mundializacin es un fenmeno social total, que para existir se debe localizar, enraizarse en las prcticas cotidianas de los pueblos y los hombres. 5

    La mundializacin no puede confundirse con la estandariza-cin de los diferentes mbitos de la vida que fue lo que produjo la industrializacin, incluido el mbito de la industria cultu-ral. Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es una nue-va manera de estar en el mundo, de la que hablan los hondos cambios producidos en la vida: en el trabajo, la pareja, la comida, el ocio. Es porque la jornada continua ha hecho imposible para millones de personas almorzar en casa, y porque cada da ms mujeres trabajan fuera de ella, y porque los hijos se

    3. Serres, Michel. Hominescence, Le pommier, Pars, 2001.4. Taylor, Charles. Multiculturalismo. Lotte per il riconoscimento, Feltrinelli, Miln, 1998; vase tambin Fraser, Nancy. Redistribucin y reconocimiento, en Justitia interrupta. Reflexiones crticas desde la posicin postsocialista, Siglo del Hombre/Universidad de los Andes, Bogot, 1997.5. Ortiz, Renato. Mundializaao e cultura, Brasiliense, So Paulo, 1994, p.32.

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    autonomizan de los padres tempranamente, y porque la figura patriarcal se ha devaluado tanto como se ha valori-zado el trabajo de la mujer, que la comida ha dejado de ser un ritual que congrega a la familia, y desimbolizada la comida diaria ha encontrado su forma en el fastfood. De ah que el xito de McDonalds o de Pizza Hut hable, ms que de la imposicin de la comida estadunidense, de los profundos cambios en la vida cotidiana de la gente, cambios que esos productos sin duda expresan y renta-bilizan. Pues desincronizada de los tiempos rituales de antao y de los lugares que simbolizaban la convocatoria familiar y el respeto a la autoridad patriarcal, los nuevos modos y productos de la alimentacin pierden la rigi-dez de los territorios y las costumbres, convirtindose en informaciones ajustadas a la polisemia de los contextos.6 Reconocer eso no significa desconocer la creciente mono-polizacin de la distribucin, o la descentralizacin que concentra poder y el desarraigo que empuja las culturas a hibridarse. Ligados estructuralmente a la globalizacin eco-nmica, pero sin agotarse en ella, se producen fenmenos de mundializacin de imaginarios ligados a msicas, imgenes y personajes que representan estilos y valores desterritorializados y a los que corresponden tambin nuevas figuras de la memo-ria. Pero as como con el estado-nacin no desaparecieron las culturas locales aunque cambiaron de forma profunda sus condiciones de existencia tampoco con la globalizacin va a desaparecer la heterogeneidad cultural, es ms, lo que cons-tatamos por ahora es su revival y su exasperacin fundamen-talista!

    Entender esta trasformacin en la cultura nos est exigiendo asumir que identidad significa e implica hoy dos dimensiones distintas, y hasta ahora opuestas. Hasta hace muy poco decir identidad era hablar de races, de raigambre, territorio, y de tiempo largo, de memoria simblicamente densa. De eso y slo de eso estaba hecha la identidad. Pero decir identidad hoy implica tambin si no queremos condenarla al limbo de una tradicin desconectada de las mutaciones percepti-vas y expresivas del presente hablar de redes y flujos, de

    migraciones y movilidades, de instantaneidad y desan-claje. Antroplogos ingleses han expresado esa nueva identidad a travs de la es-plndida imagen de moving roots, races mviles o mejor de races en movimiento. Para mucho del imaginario sustancialista y dualista que todava permea la antropo-loga, la sociologa y hasta la historia, esa metfora resul-tar inaceptable, y sin embar-go en ella se vislumbra alguna de las realidades ms fecun-damente desconcertantes del mundo que habitamos: sin

    races no se puede vivir, pero races muy rgidas impiden caminar.

    El nuevo imaginario relaciona la identidad mucho menos con mismidades y esencias y mucho ms con trayectorias y relatos, para lo cual la polisemia en castellano del verbo contar es muy significativa. Contar significa tanto narrar historias como ser tenidos en cuenta por los otros, lo que entraa que para ser reconocidos necesitamos contar nuestro relato, pues no existe identidad sin narracin ya que sta no es slo expresiva sino constitutiva de lo que somos.7 Para que la pluralidad de las culturas del mundo sea polticamente tomada en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades pueda ser contada, narrada. Y ello tanto en cada uno de sus idiomas como en el lenguaje multimedial que hoy los atraviesa mediante el doble movimiento de las traducciones de lo oral a lo escrito, a lo audiovisual, a lo hipertextual y de las hibridaciones, esto es, de una interculturalidad en la que las dinmicas de la economa y la cultura-mundo movilizan no slo la heterogeneidad de los grupos y su readecuacin a las presiones de lo global sino la coexistencia al interior de una misma sociedad de cdigos y

    6. Ibidem, p.87; vase tambin del mismo autor Otro territorio, Convenio Andrs Bello, Bogot, 1998.7. Bhabha, Homi K. (ed.) Nation and narration, Routledge, Londres, 1977; Marinas, Jos Miguel. La identidad contada, en Destinos del relato al fin del milenio, Archivos de la Filmoteca, Valencia, 1995, pp. 75-88.

    PERO AS COMO con el estado-nacin no desaparecieron las culturas locales, tampoco con la globalizacin va a desaparecer la heterogeneidad cultural

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    relatos muy diversos que conmocionan as la experiencia que hasta ahora tenamos de identidad. Lo que la globalizacin pone en juego no slo es una mayor circulacin de productos sino una rearticulacin profunda de las relaciones entre cultu-ras y pases, mediante una descentralizacin que concentra el poder econmico y una desterritorializacin que hibrida las culturas.

    Si en lo individual como en lo colectivo las posibilidades de ser reconocidos, de ser tomados en cuenta y contar en las decisiones que nos afectan, dependen de la expresividad y eficacia de los relatos en que contamos nuestras historias, ello es an ms decisivo en este permanente laboratorio de identidades que es Amrica Latina. Trazar a mano alzada algunas lneas con las que se sitan los principales cambios en el mapa de las identidades culturales: las formas de supervivencia de las cul-turas tradicionales, las oscilaciones de la identidad nacional y las aceleradas trasformaciones de las culturas urbanas.

    UN NUEVO MAPA CULTURAL

    Antes de que se convirtiera en tema de las agendas acadmicas, la multiculturalidad8 nombra el despertar y el estallido con que las comunidades culturales responden a la amenaza de lo global; de los contradictorios movimientos que moviliza: la resistencia como implosin y a la vez como impulso de cons-truccin.

    De un lado, estamos ante la conversin en trinchera de todo aquello que contenga o exprese alguna forma colecti-va de identidad: desde lo tnico y lo territorial a lo religioso, lo nacional, lo sexual y sus mltiples solapamientos. La globali-zacin exaspera y alucina a las identidades bsicas, a aquellas que echan sus races en los tiempos largos. Lo que hemos visto en Sarajevo y Kosovo es eso: una alucinacin de las identidades que luchan por ser reconocidas, pero cuyo reconocimiento slo es completo cuando expulsan de su territorio a todos los otros, encerrndose sobre s mismas.

    En la actualidad, tambin en los pases democrticos se produce una fuerte irritacin de las identidades, como la que se manifiesta en el trato de enemigo que los ciudadanos de los pases ricos dan a los inmigrantes llegados del sur; incluso en Latinoamrica nos encontramos con una creciente intolerancia como la que en Colombia fusiona las diferentes violencias que la desgarran, o la que en Argentina y Chile es ejercida por los propios sectores obreros sobre los migrantes provenientes de Bolivia y Paraguay.9

    Como si al caerse las fronteras, que durante siglos demar-caron los diversos mundos, las distintas ideologas polticas, los diferentes universos culturales por accin conjunta de la lgica tecnoeconmica y la presin migratoria hubieran quedado al descubierto las contradicciones del discurso univer-salista de que tan orgulloso se ha sentido Occidente. Y entonces cada cual, cada pas o comunidad de pases, cada grupo social y hasta cada individuo, necesitarn conjurar la amenaza que significa la cercana del otro, de los otros, en todas sus formas y figuras, rehaciendo la exclusin ahora ya no bajo la forma de fronteras que obstaculicen el flujo de las mercancas y las informaciones sino de distancias que vuelvan a poner a cada cual en su sitio.

    En Amrica Latina las culturas tradicionales campesinas, indgenas y negras atraviesan una profunda reconfiguracin que responde no slo a la evolucin de los dispositivos de dominacin sino tambin a la intensificacin de su comuni-cacin e interaccin con las otras de cada pas y del mundo.10 Desde adentro de las comunidades, esos procesos de comuni-cacin son percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus mundos la larga y densa experiencia de las trampas a travs de las cuales han sido dominadas, car-ga de recelo cualquier exposicin al otro, pero al mismo tiempo la comunicacin es vivida como una posibilidad de romper la exclusin, como experiencia de interaccin que si comporta riesgos tambin abre nuevas figuras de futuro. Ello est posibilitando que la dinmica de las propias comunidades

    8. Para asomarse a la diversidad de posiciones que el multiculturalismo suscita, vase Kymlica, Will. Ciudadana multicultural, Paids, Barcelona, 1996; Monguin, O. et al. Le spectre du multiculturalisme amricain, en Sprit, nm.6, Pars, 1995; Multiculturalismo: justicia y tolerancia, en Isegoria, nm.14, Madrid, octubre de 1996; Sartori, Giovanni. La sociedad multitnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Taurus, Madrid, 2001.9. Grimson, Alejandro. Relatos de la diferencia y la igualdad. Los bolivianos en Buenos Aires, Eudeba/felafacs, Buenos Aires, 1999.10. Bayardo, Rubens y Mnica Lacarrieu (comps.) Globalizacin e identidad cultural, Ciccus, Buenos Aires, 1997; Mato, Daniel et al. Amrica Latina en tiempos de globalizacin: procesos culturales y transformaciones sociopolticas, Unesco/Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1996.

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    tradicionales desborde los marcos de comprensin elaborados por los antroplogos y los folcloristas: hay en esas comunida-des menos complacencia nostlgica con las tradiciones y una mayor conciencia de la indispensable relaboracin simblica que exige la construccin del futuro.11 As lo demuestran la diversificacin y el desarrollo de la produccin artesanal en una abierta interaccin con el diseo moderno y hasta con ciertas lgicas de las industrias culturales, el desarrollo de un derecho propio a las comuni-dades, la existencia creciente de emisoras de radio y televisin programadas y gestionadas por las propias comunidades, y hasta la presencia del movimiento zapatista que proclama por la Internet la utopa de los indgenas mexicanos de Chiapas.12 A su vez, esas culturas tradicionales cobran hoy para la sociedad moderna una vigencia estratgica en la medida en que ayudan a enfrentar el trasplante pura-mente mecnico de culturas, al tiempo que, en su diversidad, representan un reto fundamental a la pretendida universalidad deshistorizada de la globalizacin y su presin homogeneiza-dora.

    En cuanto a la identidad nacional: se halla hoy desubicada por partida doble, pues de un lado la globalizacin disminuye el peso de los territorios y los acontecimientos fundadores que telurizaban y esencializaban lo nacional, y de otro la revalora-cin de lo local redefine de la idea misma de nacin. Mirada desde la cultura-mundo, la nacional aparece provinciana y cargada de lastres estatistas y paternalistas. Mirada desde la diversidad de las culturas locales, la nacional equivale a homo-geneizacin centralista y acartonamiento oficialista.13 De modo que es tanto la idea como la experiencia social de identidad la que desborda los marcos maniqueos de una antropologa de lo tradicional-autctono y una sociologa de lo moderno-universal. La identidad no puede, entonces, seguir siendo pensada como expresin de una sola cultura homognea per-fectamente distinguible y coherente.

    El monolingismo y la uniterritorialidad, que la primera

    modernizacin reasumi de la colonia, escondieron la densa multiculturalidad de la que estaba hecha cada nacin y lo arbitrario de las demarcaciones que trazaron las fronteras de lo nacional. Hoy las identidades nacionales son cada da ms multilingsticas y trasterritoriales, y se constituyen no slo de las diferencias entre culturas desarrolladas de forma separada sino mediante las desiguales apropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintas sociedades y de la suya propia. A la revalorizacin de lo local se aade el estallido de la, hasta hace poco unificada, historia nacional, por el reclamo que los movimientos tnicos, raciales, regionales, de gnero, hacen del derecho a su propia memoria,14 esto es, a la construccin de sus narraciones e imgenes. Reclamo que adquiere rasgos mucho ms complejos en pases en los que, como no pocos en Amrica Latina, el estado est an hacindose nacin, y cuando la nacin no cuenta con una presencia activa del estado en la totalidad de su territorio.

    Pero es en la ciudad y en las culturas urbanas, mucho ms que en el espacio nacional, donde se encardinan las nuevas identidades, ahora hechas de tradiciones locales y flujos de informacin trasnacionales, y donde se configuran nuevos modos de representacin y participacin poltica, es decir, nuevas modalidades de ciudadana; que es a donde apuntan los nuevos modos de estar juntos pandillas juveniles, comu- nidades pentecostales, ghetos sexuales desde los que los habitantes de la ciudad responden a unos salvajes procesos de urbanizacin, emparentados sin embargo con los imaginarios de una modernidad identificada con la velocidad de los trficos y la fragmentariedad de los lenguajes de la informacin. Vivimos en unas ciudades desbordadas no slo por el creci-miento de los flujos informticos sino por esos otros flujos que siguen produciendo la pauperizacin y emigracin de los campesinos, con la gran paradoja de que mientras lo urbano desborda la ciudad permeando de forma creciente el mundo

    11. Garca Canclini, Nstor. Culturas hbridas, Grijalbo, Mxico, 1990, pp. 280 y ss; Gimnez, Gilberto y Ricardo Pozas (coords.) Modernizacin e identidades sociales, Unam, Mxico, 1994; Rowe, William y Vivian Scheling. Memory and modernity. Popular culture in Latin America, Verso, Londres, 1991.

    12. Quintero Rivera, ngel G. Salsa, sabor y control, Siglo xxi, Mxico, 1998; Snchez Botero, Esther. Justicia y pueblos indgenas de Colombia, Universidad Nacional de Colombia/Unijus, Bogot, 1998; Alfaro, Rosa Mara et al. Redes solidarias, culturas y multimedialidad, ocic-al/uclap, Quito, 1998; Rojo Arias, Sofa. La historia, la memoria y la identidad en los comunicados del ezln, en Identidades, nmero especial de Debate feminista, Mxico, 1996.

    13. Schwarz, R. Nacional por sustraccin, en Punto de vista, nm.28, Buenos Aires, 1987.14. Nora, Pierre. Les lieux de memoire. Vol.iii, Gallimard, Pars, 1992, p.1009.

    A LA REVALORIZACIN DE LO LOCAL SE AADE EL ESTALLIDO DE LA, HASTA HACE POCO UNIFICADA, HISTORIA NACIONAL

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    rural, nuestras ciudades viven un proceso de desurbani-zacin15 que nombra al mismo tiempo dos hechos: la rura-lizacin de la ciudad, que devuelve vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes, senti-res y relatos rurales, y la reduccin progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos, pues perdidos los referentes culturales, insegura y desconfiada, la gente restringe los espacios en los que se mueve, los territorios en que se reconoce, y que tiende a desconocer la mayor parte de una ciudad que es slo atravesada por los trayectos inevitables.

    Los nuevos modos urbanos de estar juntos se produ-cen en especial entre las generaciones de los ms jvenes, convertidos hoy en indgenas de culturas densamente mestizas en los modos de hablar y vestirse, en la msica que hacen u oyen y en las grupalidades que conforman, incluyendo las que posibilita la tecnologa informacional. Es lo que nos descubren a lo largo y ancho de Amrica Latina las investigaciones sobre las tribus de la noche en Buenos Aires, los chavos-banda en Guadalajara o las pandillas juveniles de las comunas nororientales de Medelln.16

    Lo complicado de la estructura narrativa de las identidades es que hoy se hallan entretejidas a una diversidad de lenguajes, cdigos y medios que, si de un lado son hegemonizados, funcionalizados y rentabilizados por lgicas de mercado, de otro abren posibilidades de subvertir esas mismas lgicas desde las dinmicas y los usos sociales del arte y de la tcnica al movilizar las contradicciones que tensionan las nuevas redes intermediales. Por ms que los apocalpticos del ltimo Popper a Sartori atronen con sus lgubres trompetas nuestros ya fatigados odos, ni la densidad de las visualidades y sonoridades de las redes son slo mercado y decadencia moral, son tambin el lugar de emergencia de un nuevo tejido social y un nuevo espacio pblico de un nuevo tejido de la sociali-dad.17 Desde la contradiccin que ha convertido a los perver-

    sos videos de Montesinos en la ms mortal trampa para l y sus secuaces, y en un colo-sal instrumento de lucha con-tra la corrupcin en Per, hasta la resonancia y legitimi-dad mundial que la presen-cia en la red del subcoman-dante Marcos ha generado para su utopa zapatista. Ah est el Foro Social Mundial de Porto Alegre, que tra-ta de subvertir el sentido que el mercado capitalista quiere dar a la Internet, e informar por esa misma red los extre-mos de la desigualdad en el

    mundo, el crecimiento de la pobreza y la injusticia que la orientacin neoliberal de la globalizacin est produciendo en nuestros pases. Mientras Microsoft y otros buscan mono-polizar las redes, montones de gente, que son a la vez una minora estadstica para la poblacin del planeta, son tambin una voz disidente con presencia mundial cada da ms inc-moda al sistema y ms aglutinante de luchas y bsquedas socia-les, de puesta en comn de experiencias sociales, polticas y artsticas.

    Entonces, tanto o ms que objetos necesitados de polticas, la comunicacin y la cultura son trasformadas por la globali-zacin en un campo primordial de batalla poltica: el estratgico escenario que le exige a la poltica densificar su dimensin simblica, su capacidad de convocar y construir ciudadanos para enfrentar la erosin que sufre el orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el mercado18 por ms eficaz que sea su simulacro, pues no puede sedimentar tradiciones, ya que todo lo que produce se evapora en el aire dada su tendencia estructural a una obsolescencia acelerada y generalizada, no

    15. Martn-Barbero, Jess. De la ciudad mediada a la ciudad virtual, en Telos, nm.44, Madrid, 1996.16.Margulis, Mario. et al. La cultura de la noche. Vida nocturna de los jvenes en Buenos Aires, Espasa Hoy, Buenos Aires, 1994; Reguillo, Rossana. En la calle otra vez. Las bandas: identidad urbana y usos de la comunicacin, iteso, Guadalajara, 1991; Salazar, Alonso. No nacimos pa semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medelln, cinep, Bogot, 1990.

    17. Varios autores. Redes, gestin y ciudadana, oclacc/Abyayala, Quito, 2002; Finquelievich, Susana (coord.) Ciudadanos a la red! Los vnculos sociales en el ciberespacio, Ciccus/La cruja, Buenos Aires, 2000.

    18. Brunner, Jos Joaqun. Cambio social y democracia, en Estudios Pblicos, nm.39, Santiago, 1990.

    LOS NUEVOS MODOS URBANOSde estar juntos se producen en especial entre las generaciones de los ms jvenes, convertidos hoy en indgenas de culturas densamente mestizas

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    slo de las cosas sino tambin de las formas y las instituciones. El mercado no puede crear vnculos societales, esto es, verda-deros lazos entre sujetos, pues stos se constituyen en conflic-tivos procesos de comunicacin de sentido, y el mercado opera de forma annima mediante lgicas de valor que implican intercambios puramente formales, asociaciones y promesas evanescentes que slo engendran satisfacciones o frustraciones, pero nunca sentido. El mercado no puede engendrar inova-cin social, pues sta presupone diferencias y solidaridades no funcionales, resistencias y subversiones, ah lo nico que pude hacer el mercado es lo que l sabe: cooptar la inovacin y rentabilizarla.

    Ah se sita la reflexin de Arjun Appadurai, para quien los flujos financieros, culturales o de derechos humanos se producen en un movimiento de vectores que hasta ahora fueron convergentes por su articulacin en el estado nacional, pero que en el espacio de lo global son vectores de disyuncin. Es decir que, aun cuando son coetneos e isomorfos en cierto sentido, esos movimientos potencian hoy sus diversas temporalidades con los muy diversos ritmos que los cruzan en muy diferentes direcciones. Lo que constituye un desafo colosal para unas ciencias sociales que siguen todava siendo profundamente monotestas, con la creencia de que hay un principio organi-zador y compresivo de todas dimensiones y procesos de la his-toria. Claro que entre esos movimientos hay articulaciones estructurales, pero la globalizacin no es ni un paradigma ni un proceso sino multiplicidad de procesos que se cruzan y articulan entre s, pero que no caminan todos en la misma direccin. Lo que se convierte para Appadurai en la exigen-cia de construir, pero a escala del mundo, una globalizacin desde abajo: que es el esfuerzo por articular la significacin de esos procesos desde sus conflictos, articulacin que ya se est produciendo en la imaginacin colectiva actuante en lo que l llama las formas sociales emergentes desde el mbito ecol-gico al laboral, y desde los derechos civiles a las ciudadanas culturales. Esfuerzo en el que juega un papel estratgico la imaginacin social, pues sta ha dejado de ser un asunto de genio individual, un modo de escape a la inercia de la vida cotidiana o una mera posibilidad esttica, para convertirse

    en una facultad de la gente comn que le permite pensar en emigrar, en resistir a la violencia estatal, en buscar reparacin social, en disear nuevos modos de asociacin, nuevas cola-boraciones cvicas que cada vez ms trascienden las fronteras nacionales. Appadurai escribe:

    Si es a travs de la imaginacin que hoy el capitalismo disciplina y controla a los ciudadanos contemporneos, sobre todo a travs de los medios de comunicacin, es tambin la imaginacin la facultad a travs de la cual emergen nuevos patrones colectivos de disenso, de des-afeccin y cuestionamiento de los patrones impuestos a la vida cotidiana. A travs de la cual vemos emerger formas sociales nuevas, no predatorias como las del capital, formas constructoras de nuevas convivencias humanas.19

    GLOBALIDAD Y TECNICIDAD: RECONFIGURACIONES DEL PODER Y LA PROPIEDAD

    El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la media-cin tecnolgica de la comunicacin deja de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estruc-tural: lo que la tecnologa moviliza y cataliza hoy no es tanto la novedad de unos aparatos sino nuevos modos de percepcin y de lenguaje, nuevas sensibilidades y escrituras. Si se radicaliza la experiencia de desanclaje producida por la modernidad, la tecnologa deslocaliza los saberes al modificar tanto el estatuto cognitivo como institucional de las condiciones del saber y de las figuras de la razn; lo que est conduciendo a un fuerte emborronamiento de las fronteras entre razn e imaginacin, saber e informacin, naturaleza y artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana. Un nuevo modo de producir, inextricablemente asociado a un nuevo modo de comunicar, convierte al conocimiento en una fuerza productiva directa: lo que ha cambiado no es el tipo de actividades en las que participa la humanidad sino su capacidad tecnolgica de utilizar como fuerza productiva lo que distingue a nuestra especie como rareza biolgica, su capacidad para procesar smbolos,20 afirma Cas-

    19. Appadurai, Arjun. Grassroots globalization and the research imagination, en Public Culture, nm.30, Duke University Press, Durham, 2000, p.7.20. Castells, Manuel. La era de la informacin. Vol.i, La sociedad red, Alianza, Madrid, 1997, p.119.

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    tells. La sociedad de la informacin no es entonces slo aquella en la que la materia prima ms costosa es el conocimiento sino tambin aqulla en la que el desarrollo econmico, social y poltico se hallan muy ligados a la inovacin, que es el nuevo nombre de la creatividad social.

    Pero esas trasformaciones se realizan de acuerdo con el ms que nunca hegemnico movimiento del mercado, sin apenas intervencin del estado, o ms an al minar el sentido y las posibilidades de esa intervencin, esto es, dejar sin piso real al espacio y al servicio pblico, y acrecen-tando las concentraciones monoplicas. Ya a mediados de la dcada de los ochenta empezamos a comprender que el lugar de juego del actor trasnacional no se hallaba slo en el mbito econmico la devaluacin de los esta-dos en su capacidad de decisin sobre las formas propias de desarrollo y las reas prioritarias de inversin sino en la hegemona de una racionalidad desocializadora del estado y legitimadora de la disolucin de lo pblico. El estado haba comenzado a dejar de ser garante de la colectividad nacio-nal, en cuanto sujeto poltico, y a convertirse en gerente de los intereses privados trasnacionales. Las llamadas entonces nuevas tecnologas de comunicacin se constituan en un dis-positivo estructurante de la redefinicin y remodelacin del estado: a hacer fuerte a un estado al que refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control, mientras lo debilitan al desligarlo de sus funciones pblicas. A la vez que perdan capacidad mediadora, los medios ganaban fuerza como nuevo espacio tecnolgico de reconversin industrial.

    En gran medida la conversin de los medios en grandes empresas industriales se halla hoy ligada a dos movimientos convergentes: la importancia estratgica que el sector de las telecomunicaciones ocupa en la poltica de modernizacin y apertura neoliberal de la economa, y la presin que ejercen las trasformaciones tecnolgicas hacia la desregulacin del funcionamiento empresarial de los medios. Dos son las ten-dencias ms notorias en este plano. Una, la conversin de los grandes medios en empresas o corporaciones multimedia, ya sea por desarrollo o fusin de los propios medios de prensa, radio o televisin, o por la absorcin de los medios de comu-nicacin de la parte de grandes conglomerados econmicos, y

    dos, la desubicacin y recon-figuraciones de la propie-dad. La primera, tiene en su base la convergencia tec-nolgica entre el sector de las telecomunicaciones (ser-vicios pblicos en acelerado proceso de privatizacin) y el de los medios de comunica-cin, y se hizo especialmente visible a escala mundial en la fusin de la empresa de medios impresos Time con Warner de cine, a la que entra despus la japonesa Toshiba, y a la que se unir ms tarde cnn, el primer canal interna-

    cional de noticias; o en la compra de la Columbia Pictures por la Sony. En Amrica Latina,21 a la combinacin de empresas de prensa con las de televisin, o viceversa, adems de radio y discografa, O Globo y Televisa le han aadido ltimamente las de televisin satelital. Ambas participan en la empresa con-formada por News Corporation Limited, propiedad de Robert Murdoch, y Telecommunication Incorporated, que es el con-sorcio de televisin por cable ms grande del mundo. Televisa y O Globo ya no estn solos, otros dos grupos, uno argenti-no y otro brasileo, se han sumado a las grandes corporaciones multimedia. El grupo Clarn, que parti de un diario y hoy edita revistas y libros, es dueo de la red Mitre de radio, del Canal 13 de televisin, de la ms grande red de telecable que cubre la ciudad capital y el interior, Multicanal, y de la mayor agencia nacional de noticias, adems de su participacin en empresas productoras de cine y de papel. Y en Brasil el grupo Abril que, a partir de la industria de revistas y libros, se ha expandido a las empresas de telecable y de video, y que hace parte del macrogrupo DIRECtv, en el que participan Hughes Communications, uno de los ms grandes consorcios cons-tructor de satlites, y el grupo venezolano Cisneros, el otro grande de la televisin en Latinoamrica.

    En un nivel de menor capacidad econmica, pero no menos

    21. Mastrini, Guillermo y Csar Bolaos (eds.) Globalizacin y monopolios en la comunicacin de Amrica Latina, Biblos, Buenos Aires, 1999.

    EL ESTADO HABA COMENZADO A dejar de ser garante de la colectividad nacional, en cuanto sujeto poltico, y a convertirse en gerente de los intereses privados trasnacionales

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    significativo, se hallan varias empresas de prensa que se han expandido en los ltimos aos al sector audiovisual. As, El Tiempo, de Bogot, que est ya en telecable, acaba de inaugurar el canal local para Bogot Citytv y construye un conjunto multisalas de cine; el grupo periodstico El Mercurio, de San-tiago de Chile, es dueo de la red de telecable Intercom; el grupo Vigil, argentino, que parti de la editorial Atlntida, hoy posee el Canal Telef y una red de telecable que opera en Argentina, Brasil y Chile.

    De esa tendencia hace parte tambin la desaparicin, o al menos la flexibilizacin de los topes de participacin de capital extranjero en las empresas latinoamericanas de medios. Tanto Televisa como el grupo Cisneros hacen ya parte de empresas de televisin en varios pases de Sudamrica; en el grupo Clarn hay fuertes inversiones de las estadunidenses gte y at&t; Rupert Murdoch tiene inversiones en O Globo; el grupo Abril se ha asociado con las compaas Disney, Cisneros y Multivisin con Hughes, etc. En conjunto, lo que esa tendencia evidencia es que, mientras la audiencia se segmenta y diversifica, las empresas de medios se entrelazan y concentran, constituyendo en el mbito de los medios de comunicacin algunos de los oligopolios ms grandes del mundo. Lo que no puede dejar de incidir sobre la conformacin de los contenidos, sometidos a crecientes patrones de abaratamiento de la calidad y fuertes, aunque muy diversificados modos de uniformacin.

    La otra tendencia reubica al campo de los medios de comunicacin como uno de los mbitos en los que las modalidades de la propiedad presentan mayor movimiento. Es ste uno de lo campos donde ms se manifiesta el llamado posfordismo: el paso de la produccin en serie a otra ms flexi-ble, capaz de programar variaciones cuasi personalizadas para seguir el curso de los cambios en el mercado. Un modelo de produccin as, que responde a los ritmos del cambio tecnolgico y a una aceleracin en la variacin de las deman-das, no puede menos que conducir a formas flexibles de propiedad. Nos encontramos ante verdaderos movimientosde desubicacin de la propiedad que, al abandonar en parte la estabilidad que procuraba la acumulacin, recurren a alian-zas y fusiones mviles que posibilitan una mayor capacidad de adaptacin a las cambiantes formas del mercado comunicativo

    y cultural. Como afirma Castells, no asistimos a la desaparicin de las grandes compaas, pero s a la crisis de su modelo de organizacin tradicional [...] La estructura de las industriasde alta tecnologa en el mundo es una trama cada vez ms com-pleja de alianzas, acuerdos y agrupaciones temporales, en la que las empresas ms grandes se vinculan entre s,22 y con otras medianas y hasta pequeas en una vasta red de subcontratacin. A esa red de vnculos operativos de relativa estabilidad corres-ponde una nueva cultura organizacional que pone el nfasis en la originalidad de los diseos, la diversificacin de las unidades de negocio y un cierto fortalecimiento de los derechos de los consumidores. Lo que en esas reconfiguraciones de la propiedad est en juego no son slo movimientos del capital sino las nue-vas formas que debe adoptar cualquier regulacin que busque la defensa de los intereses colectivos y la vigilancia sobre las prcticas monoplicas.

    Les queda entonces sentido a las polticas culturales y de comunicacin? S, a condicin de que esas polticas:

    Superen la vieja concepcin excluyente de lo nacional y asuman que su espacio real es ms ancho y complejo: el de la diversidad de las culturas locales dentro de la nacin, y elde la construccin del espacio cultural latinoamericano.

    No sean pensadas por separado desde los ministerios de cultura, educacin y comunicaciones. No podemos pensar en cambiar la relacin del estado con la cultura sin una poltica cultural integral, esto es, que asuma en serio lo que los medios tienen de, y hacen con la cultura cotidiana de la gente; del mismo modo que no podemos desestatalizar lo pblico sin reubicarlo en el nuevo tejido comunicativo de lo social, es decir, sin polticas capaces de convocar y movilizar al conjunto de los actores sociales: instituciones, organizaciones y asociaciones; estatales, privadas e independientes; polticas, acadmicas y comunitarias.

    Sean trazadas tanto para el mbito privado como pblico. En el privado, y en un tiempo en que la desregulacin es la norma, la intervencin del estado en el mercado debe esta-blecer unas mnimas reglas de juego que: exijan limpieza y compensacin en las concesiones, preserven el pluralismo en la informacin y la cultura, ordenen una cuota mnima de produccin nacional, fomenten la experimentacin y la

    22. Castells, Manuel. Op. cit, pp. 190-191.

    NO PODEMOS PENSAR EN CAMBIAR LA RELACIN DEL ESTADO CON LA CULTURA SIN UNA POLTICA CULTURAL INTEGRAL

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    creatividad, en especial protegiendo la existencia de grupos independientes de produccin. En el pblico, se trata ante todo de alentar sostener, subsidiar e incentivar medios y experiencias de comunicacin que amplen la democracia, la participacin ciudadana y la creacin/apropiacin cultural, y ello no slo en el plano nacional sino tambin en el regionaly local. Si el estado se ve hoy obligado a desregular el funcio-namiento de los medios comerciales, debe entonces ser cohe-rente y permitir la existencia de mltiples tipos de emisoras y canales que hagan realidad la democracia y el pluralismo que los canales comerciales poco propician. As como en el mbito del mercado la regulacin estatal se justifica por el inegable inters colectivo presente en toda actividad de comunicacin masiva, la existencia de medios pblicos se justifica en la nece-sidad de posibilitar alternativas de comunicacin que den entrada a todas aquellas demandas culturales que no caben en los parmetros del mercado, ya sean provenientes de las mayoras o de las minoras.

    Tengan proyeccin sobre el mundo de la educacin. Lo que tiene que ver menos con la presencia instrumental de medios en la escuela, o de la educacin en los medios, que con la cuestin estratgica de cmo insertar la educacin desde la primaria a la universidad en los complejos procesos de comunicacinde la sociedad actual, en el ecosistema comunicativo que con-forma la trama de tecnologas y lenguajes, sensibilidades y escri-turas. Se trata de la desubicacin y reubicacin de la educacin en el nuevo entorno difuso de informaciones, lenguajes y saberes, y descentrado por relacin a la escuela y el libro, ejes que organizan an el sistema educativo.

    LE QUEDA SITIO EN EL GLOBO AL ESPACIO CULTURAL LATINOAMERICANO?

    Tensionado entre los discursos del estado y la lgica del mer-cado, se oscurece y desgarra el significado de las siglas que multiplicada y compulsivamente dicen el deseo de integracin latinoamericana. Pues la integracin de los pases latinoame-

    ricanos pasa hoy de forma ineludible por su integracin a una economa-mundo regida por la ms pura y dura lgica del mercado; lo que, al hacer prevalecer las exigencias de compe-titividad sobre las de cooperacin, est fracturando la solida-ridad regional: los movimientos de integracin econmica se traducen as, de un lado en la insercin excluyente23 de los grupos subregionales (Tratado de Libre Comercio de Am-rica del Norte, Mercosur) en los macrogrupos del Norte y de Europa, y de otro en una apertura econmica que acelera la concentracin del ingreso, la reduccin del gasto social y el deterioro de la escena pblica.

    De otro lado, la revolucin tecnolgica plantea claras exigencias de integracin al hacer del espacio nacional un marco cada da ms insuficiente para aprovecharla o para defenderse de ella,24 al mismo tiempo que refuerza y densifica la desigualdad del intercambio.25 Es a nombre de una integracin globalizada que los gobiernos de nuestros pases justifican los enormes costos sociales que la apertura acarrea: esa modernizacin tecnoeconmica que amenaza otra vez con suplantar entre nosotros al proyecto poltico-cultural de la modernidad. Pues si hay un movimiento poderoso de integracin entendida sta como superacin de barreras y disolucin de fronteras es el que pasa por las industrias culturales de los medios masivos y las tecnologas de infor-macin. Pero a la vez son esas mismas industrias y tecnologas las que con ms fuerza aceleran la integracin de nuestros pueblos, la heterognea diferencia de sus culturas, en la indiferencia del mercado.

    Las contradicciones latinoamericanas que atraviesan y sostienen su globalizada integracin desembocan as de manera decisiva en la pregunta por el peso que las industrias del audiovisual estn teniendo en ese proceso, ya que juegan en el terreno estratgico de las imgenes que de s mismos se hacen estos pueblos y con las que se hacen reconocerde los dems. Ah estn el cine y la televisin, indicndonos los contradictorios derroteros que marca la globalizacin comu-nicacional. Mientras en Europa pasa al primer plano la excep-

    23. Saxe-Fernndez, John. Poder y desigualdad en la economa internacional, en Nueva sociedad, nm.143, Caracas, 1996, pp. 62 y ss; vase tambin Ianni, Octavio et al. Desafios da globalizao, Vozes, Petrpolis, 1998.24. Sutz, Judith. Ciencia, tecnologa e integracin latinoamericana: un paso ms all del lugar comn, en David y Goliath, nm.56, Buenos Aires, 1990.25. Castells, Manuel y Roberto Laserna. La nueva dependencia: cambio tecnolgico y reestructuracin socioeconmica en Amrica Latina, en David y Goliath, nm.55, Buenos Aires, 1989.

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    cin cultural con que se buscan defender los derechos de las culturas incluidas las de las naciones sin estado, esas identidades diluidas o subvaloradas en el proceso de integracin de los estados nacionales, impulsando para ello un fortalecimiento pblico de su capacidad de produccin audiovisual,26 la integracin latinoamericana, por el contrario, al obedecer casi slo al inters privado, lleva su produccin audiovisual a un movimiento cre-ciente de neutralizacin y borramiento de las seas de identidad regionales y locales.27

    El cine se halla acosado entre la retirada del apoyo estatal28 a las empresas productoras que hizo descender a menos de la mitad la produccin anual en los pases con mayor tradicin como Mxico y Brasil y la disminucin de espectadores que, por ejemplo, en Mxico, signific en la dcada de los ochenta la cada de 123 a 61 millones de espectadores y en Argentina de 45 a 22 millones, deba-tindose entre una propuesta comercial slo rentable en la medida en que pueda superar el mbito nacional y una propuesta cultural slo viable en la medida en que sea capaz de insertar los temas locales en la sensibilidad y la esttica de la cultura-mundo. Lo anterior oblig al cine a subordinarse al video en cuanto tecnologa de distribucin, circulacin y consumo: ya en 1990 haba en Amrica Latina diez millones de videograbadoras, 12 mil videoclubes de alquiler de cintas y 340 millones de cintas alquiladas al ao.

    Esa tendencia ha comenzado a cambiar de forma signifi-cativa en los ltimos aos:29 del lado de la produccin, ladesaparicin del cine nacional que pareca inatajable la des-truccin neoliberal de las instituciones que desde el estado apoyaban ese cine as lo aseguraba se ve frenado por la forma explcita o velada, esto es, con menor capacidad econmica, pero con mayor capacidad de negociacin con la industria televisiva e incluso con algunos conglomerados econmicos multimediales, en que esas instituciones reaparecen en la ac-

    tualidad en Brasil, Argen-tina o Colombia.

    Lo anterior significa para el cine la recuperacin de la capacidad de experimentar estticamente y de expresar culturalmente la pluralidad de historias y memorias de que estn hechas tanto las naciones como Latinoam-rica en su conjunto. Y tam-bin del otro lado, el de las formas de consumo, el cine experimenta cambios importantes en la actuali-dad. Al cierre acelerado de salas de cine para dedi-carlas en buena parte a tem-plos evanglicos! le ha

    sucedido la aparicin de los conjuntos multisalas, que reducen drsticamente el nmero de sillas por sala pero multiplican la oferta de filmes. Al mismo tiempo, la composicin de los pblicos habituales de cine tambin sufre un cambio notable: las generaciones ms jvenes a la vez que devoran videoclips en la televisin parecen rencontrarse con el cine30 en su

    lugar de origen: las salas pblicas. Ello nos coloca ante una profunda diversificacin de los pblicos, que reabre las posi-bilidades a un cine capaz de interpelar culturalmente, de poner a comunicar a las culturas y a sus pueblos. Tanto en la produc-cin como en su consumo, esos nuevos desarrollos del cine exigen una presencia de los estados y de los organismos inter-nacionales capaz de concertar con las empresas y los grupos independientes unas polticas culturales mnimas de recons-truccin del espacio pblico y defensa de los intereses colec-tivos.

    26. Schlesinger, Philip. La europeidad: un nuevo campo de batalla, en Estudios de Culturas Contemporneas, nms. 16-17, Colima, 1994, pp. 121-140; Dosier fr3 region: du local au transfontier, en Dosiers de laudiovisuel, nm.33, Pars, 1990; Bechelloni, Giovanni. Televisione come cultura, Liguori, Npoles, 1995.27. Martn-Barbero, Jess. Comunicacin e imaginarios de la integracin, en Inter-medios, nm.2, Mxico, 1992, pp. 6-13.28. Getino, Octavio (comp.) Cine latinoamericano, economa y nuevas tecnologas, Legasa, Buenos Aires, 1989.29. Getino, Octavio. La tercera mirada: panorama del audiovisual latinoamericano, Paids, Buenos Aires, 1996; Varios autores. Industria audiovisual, en Comunicao e Sociedade, nm.22, So Paulo 1994; Instituto Superior Peruano-Alemn. El impacto del video en el espacio latinoamericano, ipal, Lima, 1990.30. Garca Canclini, Nstor (coord.) Los nuevos espectadores: cine, televisin y video en Mxico, conaculta/Imcine, Mxico, 1994.

    EL CINE SE HALLA ACOSADO ENTREla retirada del apoyo estatal a las productoras

    que hizo descender a menos de la mitad la produccin anual en pases como Mxico y Brasil y la disminucin de espectadores

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    En lo que atae a la televisin, como en ningn otro medio, en ella se hacen presentes las contradicciones de la globalizada modernizacin latinoamericana: la despro-porcin del espacio social que ese medio ocupa tanto en el tiempo que las mayoras le dedican como en la impor-tancia que adquiere lo que en l aparece es sin embargo proporcional a la ausencia de espacios polticos de expre-sin y negociacin de los conflictos y a la no representacin, en el discurso de la cultura oficial, de la diversidad de las identidades culturales. Son los largos empantanamientos polticos, la debilidad de nuestras sociedades civiles y una profunda esquizofrenia cultural en las elites, los que recargan de manera cotidiana la desmesurada capacidad de representacin que ha adquirido la televisin.

    Desde Mxico hasta la Patagonia argentina la televi-sin convoca hoy a la gente como ningn otro medio, pero el rostro que de nuestros pases aparece en la televisin es un rostro contrahecho y deformado por la trama de los intereses econmicos y polticos que sostienen y moldean a ese medio.

    De modo que la capacidad de interpelacin que presenta la televisin no puede ser confundida con los ratings de audiencia. No porque la cantidad de tiempo dedicado a sta no cuente, sino porque su peso poltico o cultural no es medible en el con-tacto directo e inmediato: slo puede ser evaluado en trminos de la mediacin social que logran sus imgenes, y esa capaci-dad proviene menos del desarrollo tecnolgico del medio, o dela modernizacin de sus formatos, que de lo que de l espera la gente y de lo que le pide. Esto significa que es imposible saber lo que la televisin hace con la gente si desconocemos las demandas sociales y culturales que sta le hace. Demandas que se alimen-tan de, y se proyectan sobre los dispositivos y modalidades de reconocimiento sociocultural que la televisin ofrece. Es por eso que en Latinoamrica el gnero meditico que ms densos entrecruces presenta de las matrices culturales populares con los formatos industriales es sin duda la telenovela.

    Hasta mediados de la dcada de los setenta las series esta-dunidenses dominaban en forma aplastante la programacin

    de ficcin en los canales lati-noamericanos de televisin; lo que de una parte signifi-caba que el promedio de pro-gramas importados de Esta-dos Unidos en su mayora comedias y series melodra-mticas o policiacas ocu-paba cerca de 40% de la programacin,31 y de otra, esos programas ocupaban los horarios ms rentables, tanto los nocturnos entre semana como a lo largo de todo el da los fines de semana.

    A finales de esa dcada la situacin comenz a cambiar

    y durante los ochenta la produccin nacional creci y entr a disputar a las series estadunidenses los horarios nobles.

    En un proceso muy rpido, la telenovela nacional en varios pases Mxico, Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina y en los otros la telenovela brasilea, mexicana o venezolana, desplazan por completo a la produccin de ese pas norteame-ricano.32 A partir de ah, y hasta inicios de la dcada de los noventa, no slo en Brasil, Mxico y Venezuela, principales pases exportadores, tambin en Argentina, Colombia, Chile y Per, la telenovela ocupa un lugar determinante en la capacidad nacional de produccin televisiva,33 es decir, en la consolida-cin de esta industria en la modernizacin de sus procesos e infraestructuras tcnicas y financieras y en la especiali-zacin de sus recursos: libretistas, directores, camargrafos, sonidistas, escengrafos y editores.

    La produccin de telenovelas signific a su vez una cierta apropiacin del gnero por cada pas: su nacionalizacin. Pues si bien el gnero telenovela implica rgidos estereotipos en su esquema dramtico y fuertes condicionantes en su gramtica visual reforzados por la lgica estandarizadora del mercado

    31. Varis, Tapio. International inventary of television programmes structure and the flow of the programmes between nations, University of Tempere, Tempere, 1973.32. Schneider-Madanes, Graciela (dir.) LAmerique Latine et ses televisions. Du local au mondial, Anthropos/Ina, Pars, 1995.33. Portales, Diego. La dificultad de innovar. Un estudio sobre las empresas de televisin en Amrica Latina, Ilet, Santiago, 1988; Ortiz, Renato et al. Telenovela: histria e produo, Brasiliense, So Paulo, 1985; Gonzlez, Jorge. Las vetas del encanto. Por los veneros de la produccin mexicana de telenovelas, Universidad de Colima, Colima, 1990; Coccato, Mabel. Apuntes para una historia de la telenovela venezolana, en Videoforum, nms. 1, 2 y 3, Caracas, 1985.

    EN LO QUE ATAE A LA TELEVISIN,como en ningn otro medio, en ella se hacen presentes las contradicciones de la globalizada modernizacin latinoamericana

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    televisivo tambin lo es que cada pas ha hecho de la tele-novela un particular lugar de cruces entre la televisin y otros campos culturales, como la literatura, el cine y el teatro. La telenovela se convirti entonces en un conflictivo pero fecundo terreno de redefiniciones poltico-culturales: mientras en pa-ses como Brasil se incorporaban a la produccin de este gnero televisivo valiosos actores de teatro, directores de cine, presti-giosos escritores de izquierda, en otros pases la televisin en general, y la telenovela en particular, eran rechazadas por los artistas y escritores como la ms peligrosa de las trampas y el ms degradante de los mbitos profesionales. Poco a poco, sin embargo, la crisis del cine, por un lado, y la superacin de los extremismos ideolgicos, por otro, han ido incorporando a la televisin, sobre todo a travs de la telenovela, a muchos artistas, escritores y actores, que aportan temticas y estilos por los que pasan dimensiones claves de la vida y de las culturas nacionales y locales.

    En el momento de su mayor creatividad, la telenovela lati-noamericana atestigua las dinmicas internas de una identidad cultural plural.34 Pero ser esa heterogeneidad de narracio-nes, que haca visible la diversidad cultural de lo latinoameri-cano, la que la globalizacin ha ido reduciendo. El xito de la telenovela, que fue el tram-poln hacia su internaciona-lizacin y que responda a un movimiento de activacin y reconocimiento de lo latino-americano en los pases de la regin, va a marcar tambin, paradjicamente, el inicio de un movimiento de uni-formacin de los formatos y borramiento de las seas de aquella identidad plural. Pero, hasta qu punto la globalizacin de los merca-dos significa la disolucin de

    toda verdadera diferencia cultural o su reduccin a recetarios de congelados folclorismos? Ese mismo mercado tambin est reclamando la puesta en marcha de procesos de experimenta-cin e inovacin que permitan insertar en los lenguajes de una tecnicidad mundializada la diversidad de narrativas, gestuali-dades e imaginarios en que se expresa la riqueza de nuestros pueblos. Es lo que estn evidenciando ciertas producciones brasileas, y lo que acaba de ejemplarizar el xito mundial de la telenovela colombiana Caf y algunas nuevas series latinoame-ricanas.

    La relacin entre medios y culturas, sobre todo en el campo audiovisual, se ha tornado en la dcada de los noventa espe-cialmente compleja. Como demostr, en la ltima reunin del gatt ahora omc, el debate entre la Unin Europea y Estados Unidos sobre la excepcin cultural, la produccin y circulacin de las industrias culturales exige una mnima puesta en comn de decisiones polticas. En Amrica Latina ese mnimo de polticas culturales comunes ha sido imposible de lograr hasta ahora. En primer lugar, por las exigencias y presiones del patrn neoliberal que ha acelerado el proceso de privatizacin del conjunto de las telecomunicaciones y des-montado las pocas normas que en algn modo regulaban la

    expansin de la propiedad. A lo que ahora asistimos es a la conformacin y el reforzamiento de poderosos conglo-merados multimediales que manejan a su antojo y con-veniencia, en unos casos, la defensa interesada del protec-cionismo sobre la produccin cultural nacional, y en otros, la apologa de los flujos trasnacionales. En los dos gran-des acuerdos de integracin subregional la entrada de Mxico al Tratado de Libre Comercio entre Estados Uni-dos y Canad y la creacin del Mercosur entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay la presencia del tema cultural es hasta ahora marginal: objeto slo de anexos o acuerdos paralelos.35 Los objetivos econmicos de-sarrollo de los mercados, aceleracin de los flujos de capi-tal obturan la posibilidad de plantearse un mnimo de polticas acerca de la concentracin financiera y el

    34. Martn-Barbero, Jess y Sonia Muoz. Televisin y melodrama, Tercer Mundo, Bogot, 1992; Mazziotti, Nora. La industria de la telenovela, Paids, Buenos Aires, 1996.35. Galpering, Hernn. Las industrias culturales en los acuerdos de integracin regional, en Comunicacin y sociedad, nm.31, Guadalajara, p.12; Recondo, Gregorio (comp.) Mercosur, La dimensin cultural de la integracin, Ciccus, Buenos Aires, 1997; Achugar, Hugo y Francisco Bustamante. Mercosur: intercambio cultural y perfiles de un imaginario, en Garca Canclini, Nstor (coord.) Culturas y globalizacin, Nueva Sociedad, Caracas, 1996.

    LA PRODUCCIN DE TELENOVELASsignific a su vezuna ciertaapropiacin delgnero por cadapas: su nacionalizacin

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    ahondamiento de la divisin social entre los inforricos y los infopobres.

    La otra razn de fondo, que impide integrar un mnimo las polticas sobre industrias culturales en los acuerdos de integracin latinoamericana, estriba en el divorcio entre el predominio de una concepcin populista de la identidad nacional y un pragmatismo radical de los estados a la hora de insertarse en los procesos de globalizacin econmica y tecnolgica. Concentradas en preservar patrimonios y promover las artes de elite, las polticas culturales de los estados han desconocido por completo el papel decisivo de las industrias audiovisuales en la cultura cotidiana de las mayoras.

    Ancladas en una concepcin preservacionista de la identidad, y en una desarticulacin con respecto a lo que hacen las empresas y los grupos independientes ese

    tercer sector cada da ms denso, las polticas pblicas estn siendo en gran medida responsables de la desigual segmentacin de los consumos y del empobrecimiento de la produccin endgena. Y ello en momentos en que la heteroge-neidad y la multiculturalidad no pueden ser ms vistas como un problema sino como la base de la renovacin de la democracia. Y cuando el liberalismo, al expandir la desregulacin hasta el mundo de la cultura, exige de los estados un mnimo de presencia en la preservacin y recreacin de las identidades colectivas.

    Pero si del lado de los estados la integracin cultural sufre de los obstculos que acabamos de enumerar, existen otras dinmicas que movilizan hacia la integracin el escenario audiovisual latinoamericano. En primer lugar, el desarrollo de nuevos actores y formas de comunicacin desde los que se estn recreando las identidades culturales. Me refiero a las radioemisoras y televisoras regionales, municipales y comunita-rias, y a los inumerables grupos de produccin de video popular que estn constituyendo un espacio pblico en gestacin, representante de un impulso local hacia arriba, destinado a convivir con los medios globales. Convivencia que constituye quiz la tendencia ms clara de las industrias culturales de

    punta en la regin.36 Sin ser de los ms avanzados en ese terreno, Colombia cuenta ya con 546 emisoras de radio comunitaria y con cerca de 400 experiencias de tele-visin local y comunitaria. Todas ellas hacen parte de esas redes informales que, desde aldeas y barriadas va los encadenamientos posibi-litados por el telecable y las antenas parablicas, po-nen a comunicar, mestizn-dolas, sus propias configu-raciones culturales con la diversidad de las culturas del mundo que, aun descontex-

    tualizadas y esquematizadas, se asoman por las redes globales. Tambin entre las grandes industrias del rock pasan hoy

    movimientos de comunicacin e integracin cultural nada despreciables.

    El movimiento del rock latino despierta creatividades insos-pechadas de mestizajes e hibridaciones de las estticas trasna-cionales con los sones y ritmos ms locales. En tanto afirma-cin de un lugar y un territorio, este rock es a la vez propuesta esttica y poltica. Uno de los lugares donde se construye la unidad simblica de Amrica Latina, como lo ha hecho la salsa de Rubn Blades, las canciones de Mercedes Sosa y de la Nueva Trova Cubana, lugares desde donde se miran y se construyen los bordes de lo latinoamericano, afirma una joven investigadora colombiana.37

    Que se trata de modos de recreacin de lo latinoamericano como un lugar de pertenencia cultural y de enunciacin espe-cfico, lo prueba la existencia del canal latino de mtv, en el que se hace presente, junto a lo musical, la creatividad audiovisual en ese gnero hbrido, global y joven por excelencia que es el videoclip.

    LAS POLTICAS CULTURALES DE los estados han desconocido por completo el papel decisivo delas industrias audiovisualesen la cultura cotidiana de las mayoras

    36. Roncagliolo, Rafael. La integracin audiovisual en Amrica Latina: Estados, empresas y productores independientes, en Garca Canclini, Nstor (coord.) Culturas en globalizacin, Nueva Sociedad, Caracas, 1996, p.53.37. Rueda, A. Representaciones de lo latinoamericano: memoria, territorio y transnacionalidad en el videoclip del rock latino, tesis, Univalle, Cali, 1998.

    FabioRealce

  • Marzo-Abril de 2003 RENGLONES 53 33

    A RENGLN SEGUIDO

    CABALLO EN LA FUENTE. TINTA Y GOUACHE SOBRE PAPEL DE CHINA, ca. 1953. Coleccin Casa

    Museo Luis Barragn.