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ESTUDIOS INTERNODALES E INTERACCIÓN INTERREGIONAL
EN LOS ANDES CIRCUMPUNENOS: TEORÍA, MÉTODO Y
EJEMPLOS DE A P L I C A C I ~ N
Axel E. Nielsen'
RESUMEN
Este trabajo pone énfasis en la necesidad de expandir los estudios de interacción interregional mediante la consideración sistemática de la arqueologíá de los espacios "vacíos" o escasamente poblados que se interponen entre las regiones densamente ocupadas o nodos en las redes de interacción. La importancia de este tipo de investigación, denominado '5nternodal': se argumen- taprimero en finción de una perspectiva teórica que privilegia e l rolde los agentes y sus negocia- ciones en la comprensión delcambio social. Se presentan luego algunas tacticaspara elestudio de los vestigios del tráfico interregionalen los internodos. Por último se ejemplgican algunasposibi- lidades de este enfoque mediante la discusión de casos del área ponteriza boliviana-argentina.
Palabras clave: interacción interregional, trafico, caravanas, enfoque internodal, teorzá de la agencia.
ABSTRACT
This paper puts emphasis on the need to expand interregional interaction studies through the systematic consideration of the archaeology of'émpty"or lightly settledspaces interposed between the dense4 occupied regions or 'hodes"of interaction networks. The importante of this kind of research, called 'Internodal," is argued, first, with referente to a theoretical perspective that highlights the role of agents and their negotiations in understanding social change. Then some tactics are presentedfor the regionalstudy of interregional trafic in the internodes. Finally, the possibilities of this approach are exemplzped through discussion of case studies pom the fiontier area between Bolivia and Argentina.
Key wordr: interregional interaction, traffic, caravans, internodal approach, agency theory.
I . Instituto Interdisciplinario Tilcara, Universidad de Buenos Aires, Tilcara, Argentina. Email: anielsenG3arnet.com.ar
Int roducción
E1 propósito de este trabajo es argumentar sobre la importancia de lo que denomina-
mos "enfoque internodal" para los estudios de interacción interregional en los Andes centro-sur, delineando su respaldo teórico, discutiendo algunas alternativas metodológicas para su implementación e ilustrando su potencial mediante la discu- sión de algunos ejemplos de la subárea circumpuneña (Andes tiel suroeste de Bolivia, noroeste de Argentina y norte de Chile).
Denominamos "internodales" a los estudios que buscan contribuir al conocimien- to de los procesos de interacción interregional a partir de la investigación del registro
arqueológico generado en las propias rutas por las prácticas responsables de la circula- ción de bienes. Un estudio de este tipo parte de la premisa de que es posible estable- cer relaciones entre aspectos relevantes de los "sistemas de interacción" (y en última instancia de las sociedades involucradas) y la variabilidad (locacional, formal o de con- tenido) de los restos materiales presentes en las áreas internodales, P.e., vías de trán- sito, señalética asociada, lugares de descanso nocturno de viajeros y caravanas, testi-
monios del ceremonialismo de viaje, sitios defensivos y restos vinculados a otras actividades realizadas en dichos espacios.
El registro arqueológico internodal ofrece información independiente y comple- mentaria de la generada por la evidencia de los nodos -P.e., comunidades producto- ras o consumidoras, jreas de asentamiento permanente o relativamente más estable
cuyo estudio ha acaparado la atención de los interesados en temas vinculados al inter-
cambio. En ciertos casos, estos datos pueden resultar cruciales para discriminar arqueológicamente entre diferentes formas de circulación de bienes.
En los Andes, este tipo de enfoque sólo ha sido empleado sistemáticamente para la reconstrucción del sistema vial Inka (p.e., 1-lyslop 1984)~ sea porque se supone que redes más antiguas o menos formalizadas carecen de la visibilidad arqueológica nece- saria (aunque véase Beck 1991; Schreiber 1991; Wallace 1991) o porque se piensa que esta evidencia tiene poco que aportar al conocimiento generado desde los nodos. En
los Andes centro-sur, los primeros trabajos que se aproximaron a la interacción no Inka desde el registro internodal fueron los realizados por Núñez (1976, 1985) sobre geoglifos y arte rupestre en la región de Tarapacá. Desde entonces, este enfoque se ha visto enriquecido con aportes etnográficos y etnoarqueológicos (Lecoq 1987; Nielsen 1997, ~ o o I ~ ) , y ha producido ejemplos que demuestran su potencial para la investiga-
ción de múltiples interrogantes relacionados al tráfico y otros modos de interacción intcrregional (p.c., Berenguer 1994, 1995; Korstanje 1998; Nielsen ~ O O I ~ , 2oo3a; Nielsen r t al. 2 0 0 0 ; Sinclairc 1994; Yacobaccio 1979).
Aspectos teóricos
Una aproximación histórico-procesual a los estudios internodales Partiendo de conceptos tomados de la economía política y de las teorías de la agencia,
en esta sección se busca delinear un marco teórico de referencia para los estudios internodales, tomando en consideración tanto los aspectos ecológico-adaptativos como
los políticos y culturales implicados en la interacción interregional, dándoles el lugar
que merecen como dimensiones concurrentes de la práctica social. Los aspectos adaptativos de la interacción interregional en los Andes han sido
ampliamente discutidos dentro de lo que podría denominarse el paradigma de la "complementariedad". El punto de partida de este enfoque es un simple axioma sinte- tizado por Salomon: "por razones geográficas, los pueblos andinos deben alcanzar los
niveles de consumo definidos como adecuados por sus culturas a través de la articula-
ción de zonas productivas complementarias ubicadas a diversas altitudes y distancias" (1985: 511). A partir de los aportes pioneros de iMurra (1968, 1972), historiadores,
etnógrafos y arqueólogos trabajando dentro de este marco conceptual han documen- tado o infericlo una multiplicidad de prácticas y arreglos institucionales a través de los cuales las poblaciones de los Andes han respondido a este imperativo adaptativo, y
han generado una diversidad de modelos (p.e., Browman 1980; Brush 1976; Murra
1975; Núñez y Dillehay 1979; Rostworowski 1977).
Herederos de las décadas de 1960 y 1970, los estudios de "ecocomplementariedad" se desarrollaron dentro del marco funcionalista y neoevolucionista dominante en la antropología económica de la época (Van Buren 1996). Esta perspectiva teórica, a la que en el caso de la arqueología se sumaron limitaciones en las bases de datos disponi- bles (Dillehay y Núñez 1988: 605), hicieron que los "modelos de complementariedad"
prestaran escasa atención a los aspectos específicamente sociales de estas prácticas y
su papel en la negociación del poder. Enfatizando los beneficios adaptativos de la complementariedad y los niveles de solidaridad implicados (p.e., permeabilidad terri- torial, alianzas, acuerdos multiétnicos, armonía social), subestimaron la posibilidad de que distintos sectores participaran diferencialmente en los beneficios de estas prácti-
cas y las tensiones resultantes.
El énfasis en las relaciones de poder que subyacen a todo sistema económico
-sintetizado en el concepto de "economía política" (Roseberry 1988)- ha sido el elemento distintivo de lo que llamaría el "paradigma político" del intercambio (cf.
Brumfiel y Earle 1987). Dentro de este marco destacamos dos propuestas que actual- mente ejercen considerable influencia en el centro-sur andino: el modelo de sistemas mundiales o centro-periferia y el modelo de economías de bienes de prestigio (Cobb
1992), aplicados a veces en combinación para explicar el surgimiento de las "jefaturas" o sociedades complejas en general (p.e., Kolata 1993; Llagostera 1996 Pérez 2000;
Tartusi y Núñez Regueiro 1993). Ambos planteos buscan identificar mecanismos a
::a+ de los cuales el control sobre el intercambio (especialmente de elementos que
sin-ieron como "marcadores de estatus") pudo favorecer la acumulación de poder, en áreas centrales (p.e., Tiwanaku) o en élites emergentes. El uso de estos modelos en el centro-sur andino es relativamente reciente, por lo que resulta prematuro abrir juicio
sobre su aporte.
Quisiéramos, sin embargo, señalar dos limitaciones que muestra la aplicación de
estos conceptos en la literatura norteamericana, que tiende a convertirse en referente
para las aplicaciones locales de estas ideas. La primera resulta de una visión unilateral
de la construcción del poder, que lleva a concebir la relación entre tráfico y desigual-
dad como una consecuencia necesaria -no resistida- de las estrategias implementadas
por individuos ambiciosos (élites, acumuladores o aggrandizers [Clark y Blake 1994;
Earle 1997; Hayden 19951). Esto equivale a vaciar las relaciones sociales de su dimen-
sión histórica, ya que la mera existencia de la ambición y de ciertas circunstancias
tecnológicas y10 ambientales se consideran condiciones suficientes para el surgimien- to de la desigualdad. Tomar en consideración el rol activo de las personas en la pro- ducción y transformación de las estructuras, nos obliga a pensar la interacción inter-
regional como un campo de negociación entre partes dotadas de capacidades -estructuralmente limitadas pero efectivas- para llevar adelante sus propios pro-
yectos. .Este proceso puede resultar en diversos tipos de igualdad o asimetría.
El segundo problema se refiere a una visión que -parafraseando a Marx (1867: 79)
y su discusión sobre el simbolismo de la mercancía en el capitalism- podríamos llamar "fetichista" del significado social y cultural de los bienes intercambiados. Esto
es evidente en las clasificaciones apriorísticas de estos objetos empleadas comúnmen- te en arqueología, como la conocida distinción entre bienes de subsistencia (staples) y
' "suntuarios" o de prestigio (wealth [p.e., Hayden 19981) Este enfoque tiende a presen-
tar el valor como una propiedad intrínseca de los objetos, cuando en realidad consti-
tuye una expresión de las relaciones sociales y representaciones que se articulan en
torno a su producción, circulación y uso (Appadurai 1986; Godelier 1999; Thomas
1991). Una revisión crítica de esta concepción fetichista del valor es indispensable
para entender el carácter histórico de la relación entre tráfico interregional y poder. Finalmente es preciso considerar la dimensión cultural del intercambio para com-
prender su práctica y sus consecuencias. Los aspectos culturales han ocupado un lugar destacado en los estudios andinos de interacción, ya desde sus inicios bajo el "paradig- ma de la complementariedad", como lo testimonia el papel central desempeñado por la filiación étnica en los modelos de economía vertical o el reconocimiento de las connotaciones simbólicas de la diversidad ecológica andina, por mencionar sólo algu-
nos ejemplos (Bouysse-Cassagne 1975; Harris 1985; Murra 1975; Platt 1986). Menos
atención han recibido -especialmente entre los arqueólogos- los modos en que las prácticas de interacción incidieron (recursivamente) en la construcción cultural del
paisaje, en las representaciones del espacio y la sociedad (p.e., Martínez 1992).
ES I i 1 lii 1. Ih.1 l:lIh'Ol>AI.GS 1: lh ' . l . f : l l~~<:~Óh' IKTGRIIEGIONAL EN LOS AKIIES CIHCUhll~UNLfiOS
En suma, buscamos aproximarnos a la interacción interregional entendiéndola no
sólo como un aspecto de la economía, sino como un ámbito de negociación de las relaciones sociales y de producción de representaciones y disposiciones culturales. L,lamamos a este enfoque "histórico-procesual" (sensu Pauketat ZOOI), porque cree-
mos que el devenir de las prácticas de interacción y sus relaciones con el cambio social son el resultado contingente de una serie de interacciones complejas, entre actores so-
ciales que impulsan proyectos diversos (negociación), entre acción y estructura
(estructuración), entre disposiciones y condiciones objetivas (Bourdieu 1977; Giddens 1984; Sahlins 1981). L,as trayectorias resultantes no pueden ser reducidas a la satisfac- ción de demandas generales arraigadas en la geografía, al desarrollo de una secuencia evolutiva inexorable o al desenvolvimiento de una esencia cultural "andina", sino que deben ser entendidas por referencia a estos microprocesos. Buscamos explicaciones de causas próximas que nos permitan comprender la genealogía de estas prácticas en
toda su complejidad (¿cómo se produjeron los cambios?), como condición necesaria para la elaboración de modelos más generales de causas últimas (Pauketat 2001: 87).
Resumiendo, esta forma de abordar el estudio de la interacción interregional im- plica, en primer lugar, considerar los actores, los contextos relacionales y las prácticas
sociales específicas responsables de la presencia de bienes alóctonos en el registro arqueológico. Dichas prácticas pueden ser integradas en dos niveles, "modo de
interacción" -secuencia regular y funcionalmente integrada de actividades que posi-
bilitan o impiden la circulación de bienes o personas entre unidades sociales (cf. Renfrew 1975)- y "sistema de interacción" -totalidad de modos de interacción interregional de los que participa una población concreta-. Cabe esperar que cada modo de interacción traiga consecuencias diferentes (ventajosas, perjudiciales, neu-
trales) para los distintos actores sociales intervinientes. Los conflictos de intereses
generados por estas diferencias, sumados a los que surgen de la coexistencia de múltiples modos de interacción en un mismo sistema y a las condiciones cambiantes del entor- no socioambiental, originan tensiones que son constantemente negociadas a varios niveles, P.e., doméstico, comunitario, intercomunitario. Los cambios en los sistemas de interacción interregional son el producto contingente de estas negociaciones. Por
último, existe un interjuego entre el contexto cultural del intercambio (representa-
ciones del espacio, de los actores sociales y de los bienes) y las prácticas específicas
involucradas en la circulación de objetos y personas, relaciones de poder incluidas, lo que pone de relieve el lugar central que ocupan los modos de interacción interregional en la construcción social de la distancia, la identidad y el valor de las cosas.
La aplicación de este marco conceptual demanda reconstrucciones "densas", basa-
das en múltiples líneas de evidencia ricamente contextualizadas. Este requisito señala
la importancia de la arqueología internodal como complemento indispensable de los testimonios nodales que han acaparado la atención de los estudios de interacción interregional. Los vestigios depositados en los internodos remiten a un conjunto de
actores (viajeros, pastores, caravaneros, grupos de tareas específicos), prácticas (circu-
lacicín, descanso, aprovisionamiento y extracción de recursos en marcha, ritualidad de viaje) y contextos relacionales (viajeros-viajeros, viajeros-grupos de tareas locales, via-
jeros-deidades) acotados, directamente vinculados a la circulación interregional de
bienes y distintos a los documentados en los nodos. Esta información es necesaria para reconstruir los modos de interacción interregional vigentes en cada época y lugar
en los términos concretos que requiere la arqueología. Al combinarse con datos pro-
cedentes de los nodos -P.e., contextos de producción, uso y depositación de bienes alóctonos, distribución diferencial por unidades sociales, etc.- permiten un acerca- miento empírico independiente a los diversos actores involucrados, con lo que supe-
ran la visión normativa de los sistemas de interacción que necesariamente deriva de la
consideración exclusiva de un tipo de dato, contexto o fuente.
r re as internodales: prácticas y materialidad Si definimos a los nodos como áreas de cruzamiento o vértices de una red de interacción
(Haggett 1976: I I ~ ) , los internodos son sencillamente los espacios entre ellos. Tradu- cido en los términos concretos que nos interesan y dependiendo de la escala de análisis,
los nodos pueden ser asentamientos relativamente permanentes (escala intra-regio-
nal) o regiones caracterizadas por densidades altas de población estable (escala inter-
regional),' mientras que los internodos serían los espacios entre asentamientos o áreas
con densidades comparativamente bajas de población estable o carentes de ella. La geografía de la subárea circumpuneña se caracteriza por marcados contrastes
de productividad lo que se ha traducido a lo largo de la historia en una distribución muy desigual de la población, con ciertos bolsones relativamente fértiles (valles fluvia-
les, fondos de cuencas altiplánicas, oasis) separados por fajas menos productivas y
pobladas (cadenas montañosas, desiertos). Si aplicamos las categorías antes definidas
a la porción de esta subárea comprendida entre los 2 0 y 24" latitud sur (Figura I),
podemos reconocer ocho grandes regiones nodales: (1) Pica-Tarapacá, (2) Loa Supe-
rior, (3) Oasis de Atacama, (4) Norte de Lípez, (5) Cuenca del Río Grande de San Juan,
(6) Cuenca de Cinti-Cotagaita, (7) Cuenca de Miraflores y (8) Quebrada de Humahuaca.
Todas ellas admiten el desarrollo de economías agropastoriles, aunque con diferente
énfasis y productividad; en los valles y oasis prepuneííos (1, 2, 3, 5, 6, 8) es posible la
práctica de cultivos mesotérmicos (p.e., maíz) intensivos con riego, mientras que en
las cuencas de puna seca (4,7) la agricultura debió basarse en especies microtérmicas (tubérculos-pseudocereales); también varía el potencial ganadero, elevado en el alti- plano pero más restringido en ambos flancos de los Andes.
: El grado de permanencia o estabilidad necesarias para que un establecimiento o región
2 . ~ t g ! a ~ con~itlerarse nodales depende de los grados de movilidad propios del sistema (p.e., .- ~-i~i:~~i~-rrL~nshumancia-sedentarismo).
Entre estas regiones se interponen áreas que por su relieve, aridez o condiciones
térmicas extremas parecen haber estado escasamente pobladas en todas las épocas o
nunca admitieron asentamientos humanos permanentes, P.e., las fajas de desierto abso-
luto entre el Loa Superior y Guatacondo, la puna salada a lo largo de la cordillera Occiden-
tal o las alturas de las cordilleras de Lípez y Oriental (Tabla 1). Estas áreas internodales,?
no fueron sGlo zonas de paso entre nodos, sino que ofrecieron una variedad de recursos
de interés para las poblaciones circumpuneñas, P.e., minerales metalíferos, rocas aptas
para la talla, sal, animales y plantas silvestres, combustibles, forrajes, etc.
Esto lleva a esperar dos grandes clases de ocupación en los internodos: de tránsito y
extrtzrtivns. La primera se refiere a la circulación entre nodos de personas, a menudo
acompañadas por animales (caravanas) -más recientemente vehículos de rueda, trans-
portando diversos tipos de bienes. Esta categoría incluye una serie de actividades que
están directamente relacionadas a la interacción y que potencialmente pueden dejar
improntas arqueológicas, P.e., marcha, carga y descarga de caravanas, aprovisionamiento
cle agua, combustible y (algunas veces) alimentos, descanso de personas y tropas, man-
tenimiento de equipos y carga, ritos varios, entre otras. La materialidad generada por
estas actividades comprende vías de tránsito (caminos o senderos según su grado de
formalización e inversión constructiva), señales asociadas a ellas, sitios de descanso
(nocturno o prolongado {Nielsen 19971) de viajeros y caravanas, arte rupestre y diver-
sos testimonios del ceremonialismo de viaje. También puede incluir vestigios vincula-
dos con la extracción de recursos del internodo "al pasar".
El segundo tipo de ocupación -extractiva- comprende potencialmente una di-
versidad aún mayor de actividades no relacionadas directamente con la circulación de
personas o bienes entre nodos (tráfico) -aunque, como se verá más adelante, pueden
estarlo indirectamente- sino con la obtención de recursos específicos, que varían
según la época y el lugar, bajo diferentes modalidades, P.e., enclaves permanentes,
grupos temporarios de tareas, desplazamientos estacionales. La variedad de restos
materiales que pueden resultar de estas ocupaciones aún debe ser explorada, pero
incluiría múltiples tipos de sitios frecuentemente citados en la literatura -aunque
raramente investigados en profundidad- como canteras-taller, minas, puestos de pas-
toreo, campamentos estacionales, campos de caza, lugares de procesamiento de pre-
sas, estructuras de acopio temporario de recursos, etc.
En suma, cabe esperar que las áreas internodales reúnan testimonios materiales
tanto de actividades directamente vinculadas al tráfico, como de otras que, en principio,
no tienen relación con este fenómeno. Al explicar la variabilidad del registro arqueoló-
gico internodal es preciso considerar, además de los determinantes económicos, polí-
3 Preferimos la categoría espacial relativamente neutra de "área" antes que la de "regiónVpara
cnfiitizar que estos espacios carecen apriori de características distintivas que los unifiquen, m i s allá de su intcrposición entre nodos.
ricos '- culturales antes discutidos -comunes a todos los paisajes culturales- las de-
mandas operativas y logísticas de esta multiplicidad de actividades. Contemplar todas estas facetas al explicar casos concretos aparece como el mayor desafío analítico de los estudios internodales y lavía que permite acceder desde estos vestigios poco nota- bles a interrogantes generales sobre la interacción interregional y su papel en la orga-
nización de las sociedades pasadas.
Metodología
Un análisis comprensivo de los desafíos que plantea el estudio del registro arqueológico
internodal excede las posibilidades de este trabajo. En este apartado nos limitaremos a presentar algunas ideas para encarar una prospección regional de los vestigios de
tránsito en los internodos. Otros aspectos relacionados con la interpretación de estos
vestigios o la investigación de las ocupaciones extractivas serán considerados al discu- tir algunos ejemplos en la última sección.
La prospección arqueológica de antiguas rutas enfrenta dificultades metodológicas singulares. En primer lugar porque el registro arqueológico del tránsito tiende a ser poco visible y obstrusivo. Los vestigios que dejan los viajeros son pequeños y escasos,
en tanto que la infraestructuravial suele ser mínima, excepto cuando estas actividades
se encuentran patrocinadas por estados u otros actores sociales habitualmente afilia-
dos con formaciones políticas de escala semejante. En ausencia de este tipo de inter-
vención, las vías e instalaciones asociadas son informales y precarias, producto del propio uso o resultado acumulado de inversiones mínimas realizadas espontáneamen- te por los propios viajeros. Más aún, en muchos escenarios geográficos, los lugares aptos para la circulación no se encuentran muy circunscriptos, por lo cual -en ausen-
cia de vías formalmente construidas- el tránsito (y sus vestigios) tienden a dispersar-
se en áreas sumamente extensas. La combinación de ambos factores hace que -de no
mediar patrocinio institucional- el registro arqueológico resultante sea poco denso, imperceptible a los sensores remotos, carente de concentraciones discretas de restos
reconocibles como sitios y, por lo tanto, difícil de detectar e interpretar, excepto donde condiciones naturales y/o culturalesparticularesgeneran una elevada redundancia en el tránsito.
La segunda dificultad deriva de la necesidad de contar con una cobertura com- prensiva de las vías comprometidas en la interacción a fin de poder realizar inferencias
sobre la macromorfología de la red y la organización del sistema que la generó (Hyslop 1991: 30; Trombold 1991: 5). Este requerimiento hace que las áreas potencialmente relevantes para este tipo de estudios adquieran proporciones que exceden con creces las escalas que habitualmente se manejan en las investigaciones arqueológicas regio-
nales, o incluso las desarrolladas para la reconstrucción de redes viales formalizadas como la incaica. ¿Cómo muestrear un universo de estas características?
Una forma de mitigar la primera dificultad es concentrar la investigación en unidades
de análisis que denominaremos "corredores de tráfico". Estos son áreas que (1) por su
configuración topográfica (valles, quebradas, o depresiones longitudinales, series de
pasos montaiíosos alineados), (2) por albergar una elevada concentración relativa de
recursos logísticamente importantes para viajeros o contingentes en tránsito (agua,
leiía, pastos, lugares de refugio, oportunidades para el aprovisionamiento) y10 (3) por
representar el derrotero más expedito entre nodos, cabe esperar que hayan sido utili-
zadas intensa y reiteradamente para la circulación. La redundancia espacial en las
actividades de tránsito, generada por estas condiciones favorables, aumenta la fre-
cuencia y concentración de los vestigios materiales del tráfico y, por lo tanto, su visi-
bilidad arqueológica (Brooks y Yellen 1987: 68).
Un modo de resolver el problema del muestre0 es trabajar sobre una transecta per-
pendicular al eje de tráfico que se busca estudiar y suficientemente larga como para
interceptar todas las rutas posibles (o razonables) entre los nodos, recordando que por
múltiples razones es común que éstas se aparten considerablemente de los derroteros
más directos u "óptimos" bajo consideraciones de costo/beneficio. El ancho de esta
transecta debería ser tal que asegurara la inclusión de, por lo menos, algún rastro (ideal-
mente un conjunto representativo de ellos) de cada vía que la atraviesa. Los sitios de
descanso recurrente suelen concentrar considerable cantidad de desechos y muestran
bastante regularidad en su espaciamiento, derivada de la fisiología de las personas y animales que imponc un ritmo uniforme a las paradas a lo largo de la ruta. En condicio-
nes normales, la longitud de la jornada es de 15-25 km para la llama y 25-35 km para burros
y mulas (Nielsen zooia; Kisopatrón 1910: 130); este último valor se ajustaría también al
caso de personas viajando solas y sin carga (Malville 2001). Tomanclo estos valores como
referencia, estimamos que la transecta debería tener un ancho mínimo de 30-40 km, de
modo que incluya al menos un sitio de descanso asociado a cada vía que la atraviesa.
Estudiando sistemáticamente todos los corredores existentes (o los principales) a
lo largo de una transecta como la que acabamos de definir, hay una alta probabilidad
de interceptar al menos un segmento de todas las rutas que vincularon los nodos a
través del tiempo y de encontrar testimonios arqueológicos que delaten su existencia.
Aunque estas evidencias no alcancen para reconstruir la macromorfología total de la
red (sensu Trombold 1991: 5), ofrecen una primera "ventana" desde donde estudiarla
sistemáticamente, lo que permite identificar las rutas utilizadas, su cronología, im-
portancia relativa y cuencas de tráfico asociadas, explorar temas relacionados con la
logística del tráfico, sus agentes o los bienes transportados, o diseñar ulteriores inves-
tigaciones de tipo "longitudinal" sobre derroteros particulares.
Casos de estudio
Para ilustrar las posibilidades y dificultades del enfoque internodal presentaré en esta
sección algunos resultados obtenidos en el marco de un proyecto a largo plazo que
estamos desarrollando en la zona fronteriza tripartita de Bolivia-Chile-Argentina.%l
objetivo último de este proyecto es contribuir desde esta perspectiva al conocimiento de la historia social del tráfico circumpuneño. Para ello hemos elegido investigar las
alturas de la cordillera Occidental entre los 20 y 24" de latitud sur, internodo que
separa los fértiles valles y oasis del piedemonte occidental andino (regiones de Pica-
Tarapaca, Loa Superior y Oasis de Atacama) de los principales bolsones altiplánico-
puneños (Norte de Lípez, Río Grande de SanJuan y Cuenca de Miraflores). Al sur de
Ollague, el área de estudio se aloja dentro de lo que hemos denominado "región lacus-
tre altoandina", un espacio caracterizado por la presencia de más de un centenar de
cuencas endorreicas de altura (pequeños salares y lagunas por encima de 4.200 msnm)
dispersas en un ambiente de puna salada o desértica.
De acuerdo con la propuesta metodológica presentada, trabajamos sobre una
transecta de ancho variable (mínimo 35 km) cuyo límite occidental es la frontera de
Chile, aproximadamente la línea de portezuelos entre ambas vertientes de este cor-
dón montañoso. Dentro de esta extensa franja -ubicada íntegramente en territorios
de Bolivia y Argentina- seleccionamos los principales corredores transcordilleranos
para su investigación sistemática. Los datos que se resumen a continuación corres-
ponden a los corredores Laguna Colorada y Lagunas Verde-Vilama. Cabe enfatizar
que la investigación se encuentra aún en sus primeras etapas, por lo que mi intención
no es proponer ninguna interpretación definitiva sobre las características del tráfico
en ciertas épocas y lugares, sino sólo ilustrar las posibilidades del enfoque propuesto
mediante la discusión de evidencias concretas.
Ocupaciones de tránsito en e l corredor Laguna Colorada, sector Huayllajara HuayUajara es el nombre de un peque50 arroyo que fluye en sentido SO-NE por unos
8 km al sudoeste de la cuenca de Laguna Colorada. 1,a hondonada donde se aloja el
curso de agua forma parte de una ruta pedestre que, de acuerdo a informantes de
Quetena, era utilizada hasta hace algunos anos para viajar a Caspana (región del Loa
Superior) o a San-Pedro de Atacama por Machuca. Prospectamos sistemáticamente
unos 20 km lineales de esta ruta, desde el Portezuelo de Torcorpuri o Panizo a 5.080
msnm (Hito LXXVII) hasta unos 4 km antes de llegar a la orilla de la laguna (4.278
msnm), donde las aguas del arroyo se infiltran en la arena.
4. Este proyecto se inició en 1997 durante una evaluación de potencial arqueológico realizada en la Reserva Nacional de Fauna Andina "Eduardo Avaroa" (Nielsen etal. ZOOO), un internodo por excelencia, y ha continuado con variable intensidad desde entonces gracias al financia-
miento de CONICET-Argentina ("Territorios Prehicpánicos e Interacción en el Altiplano Sur Andino" PIP 156198). Actualmente se desarrolla bajo auspicio de la National Geographic Society ("Precolumbian Interregional Interaction in the Circumpuna Andes: An Internodal Approach" Grant # 7552-03).
I~ocalizamos 45 sitios directamente relacionados al tránsito prehispánico en este
segmento (Figura 2), 41 de ellos correspondientes a sitios de descanso nocturno de caravanas (25 con alfarería prehispánica, nueve acerámicos, siete subactuales) y cuatro
sitioc rituales. Se encontraron, además, varios segmentos de sendas o vías informales
de tipo lineal y senderos, P.e., vías informales tipo "rastrillado" creadas por la circula-
ción de tropas de animales cargueros (Berenguer 1995: 195). No se registraron caminos
(\rías formales con alta inversión constructiva) ni alojamientos formalizados (tambos,
postas). Estos testimonios revelan que la zona de Huayllajara fue intensamente utili-
zacia desde tiempos prehispánicos para el tránsito entre las regiones de Atacama-Loa 5iiperior y el altiplano de Lípez.
Comencemos por los "sitios de descanso nocturno". La mayoría de ellos se con-
centran en las terrazas a ambos lados del arroyo, lo que refleja la importancia que
otorgan los llameros a la presencia de agua y pastos en la elección de áreas para per-
noctar. Idos sitios se presentan como dispersiones de desechos asociadas con algunos
rasgos precariamente construidos, P.e., parapetos semicirculares o rectos (importan-
tes para proteger las estructuras de combustión de los fuertes vientos que azotan la
región), pequeños refugios con techo de piedra construidos contra grandes peñascos
icpc pueden alojar apretadamente una o dos personas durante la noche) y corrales o
srandes estructuras en U (empleadas para sujetar la tropa durante las operaciones de
carga y descarga). El tamaño de los sitios es variable; los más pequeños +.e., HJz, HJ3)
constan de un solo parapeto con algunos tiestos o desechos líticos, los más grandes
cuentan con docenas de estructuras de distinro tipo y altas clensidades de material.
Para entender estas variaciones debemos considerar los procesos que llevan a la for-
mación de estos sitios (Nielsen 1997).
Los sitios de descanso nocturno son producto de ocupaciones reiteradas pero muy
breves, por lo general de pocas horas, que comprenden un rango limitado de activida-
des, como cargaldescarga de recuas, procesamiento y consumo de alimentos, repara-
ción de equipos y descanso de animales y viajeros. Típicamente, estas actividades se
tlesarrollan bajo estrictas restricciones de tiempo y con escasas posibilidades de
reaprovisionamiento, limitaciones que obligan a los contingentes en tránsito a utilizar
los recursos disponibles en forma exhaustiva y a invertir la menor energía posible en
acondicionar los espacios para pernoctar, por lo que se producen tasas de descarte
mínimas y uso reiterado de las mismas estructuras y rasgos naturales para guarecerse o
facilitar el manejo de los animales.
La tendencia a la redundancia en el uso de los campamentos creada por la circuns-
cripción de recursos y la reutilización de mejoras se ve alterada, en la práctica, por tres
Factores. Primero, la propiavoluntad de minimizar el tiempo invertido en el acondicio-
namiento de espacios, que lleva a abandonar las estructuras cuando se deterioran o
acumulan desechos; en lugar de reconstruir un refugio colapsado o limpiar un parapeto
cubierto de cenizas, se erige otro a su lado o se busca la protección de un risco cercano.
Segundo, cuando varias caravanas convergen en un área para pernoctar, establecen
campamento a cierta distancia una de otra, de esta forma respetan el espacio necesario para el manejo de las tropas. Esto sucede incluso cuando varias recuas a cargo de individuos relacionados viajan "juntas"; aunque por la noche los arrieros se encuentren en una jara a compartir la cena, cada tropa (animales, arrieros, carga) se maneja como una
unidad independiente para la marcha, cargaldescarga, pastoreo, vigilancia nocturna, etc.
Cuando los llameros de Lípez bajan a los valles orientales en busca de maíz, se pueden
observar en algunos segmentos de estas rutas caravanas acampando a intervalos de 50-
2 0 0 m por kilómetros. Algunos llameros recuerdan épocas de tránsito intenso en que al final de la jornada debían prolongar la marcha una o dos horas más de lo previsto
porque "todos los alojamientos estaban ocupados". Algo similar ocurre cuando muchas tropas convergen a una feria, como lo ejemplifica la feria de Santa Catalina (frontera
argentino-boliviana), donde cada 24 de noviembre llegan docenas de caravanas llameras
que acampan a intervalos regulares ocupando una extensa planicie al este del pueblo. Por último, existen circunstancias imponderables que pueden impedir a una cara-
vana completar la distancia prevista para la jornada, y la obligan a establecer campa-
mento antes de llegar a los lugares más favorables. En el caso de Huayllajara, lasjaranas
ubicadas a mayor altura y lejos de toda fuente de agua (Figura 2, HJ28, HJ29 y HJ30) probablemente se relacionen con este tipo de situaciones, al ofrecer abrigo a tropas
provenientes de la vertiente occidental, que son sorprendidas por la noche antes de
alcanzar los sectores más protegidos y dotados de recursos del curso medio del arroyo.
Teniendo en cuenta todos estos factores, resulta más acertado concebir a todo este sector del arroyo comprendido entre HJI y HJzg (c. 10 km), como un "área de descanso" recurrentemente utilizada a lo largo del tiempo. Las discontinuidades y
variaciones de densidad en la distribución de restos que lleva a la formación de lo que
hemos denominado "sitios de descanso nocturno" más o menos discretos responden a
la interacción entre los factores recién considerados y variaciones de detalle en las
características del terreno.' Esta diferenciación arqueológica entre áreas y sitios de
descanso guarda cierto paralelo con la distinción (sistémica) que hacen los llameros actuales entre "jaranas"-áreas generales a las que esperan llegar al final de la jornada
y que individualizan mediante topónimos- y "alojamientos" -lugares específicos
dentro de lajarana donde se considera apropiado acampar. Estos últimos no poseen
5. Esta propuesta modifica la que hiciéramos antcriormente (Niclsen 1997) dc utilizar el tér- mino jara~ia para los "sitios de descanso nocturno". Encontramos que el uso de categorías etnográficas para designar unidades arqueológicas puede llevar a confusiones, al disimular cn la terminología (y a menudo en la interpretación) la existencia de procesos de formación quc median entrc las actividades y sus consecuencias arqueológicas. Reservamos la expresión "sitio de descanso prolongado" para la expresión arqueológica de lo que en esa oportunidad denominamos "jurrrnas de ocupación prolongada" (p. 352).
E';.l'l.i~ii>\ l.\ ll.l~KOll:\I.ES E I S T L I < A C C I Ó S IX'i.EHREGI(1NAL EN LOS ANI>ES <:IRCCMPCSF,~OS
nombres distintivos pero se individualizan por la presencia de alguna característica
particular, P.e., la protección de un risco, un parapeto, refugio o corral, o simplemente una superficie plana libre de vegetación.
Lo dicho respecto al espaciamiento entre campamentos actuales sugiere que la
variabilidad en la cantidad de estructuras y desechos entre sitios de descanso no res- ponde a diferencias en las actividades, tamaño de los grupos o duración de las ocupa-
ciones, sino que probablemente obedece a la frecuencia de eventos de ocupación se-
mejantes de la que fue objeto cada lugar. En otras palabras, sitios de descanso más
extensos y con mayor cantidad de desechos se forman por usos más reiterados. Si esto es así, en lugar de interpretar la estructura interna de estos sitios como reflejo de la organización espacial de las actividades durante la ocupación, deberíamos analizarla como un "palimpsesto", cuyos componentes no suelen ser contemporáneos y cuya
configuración espacial debe analizarse en función de "procesos de mediano plazo",
responsables de las relaciones entre la distribución de actividades en ocupaciones su- cesivas (Dewar y McBride 1992: 230).
Como primera aproximación a las épocas en que fue utilizada el "área de descanso" de Huayllajara, apelamos a la frecuencia de fragmentos cerámicos de antiguedad conocida presentes en los conjuntos de superficie. Como lo revela la Tabla 2, los últimos 3000
años se encuentran representados en las recolecciones superficiales. El inicio del tráfico
caravanero a lo largo de esta ruta en el Formativo Temprano (1400 a.c.-roo d.C.1 indi-
cado por la presencia de cerámica Los Morros, variedad A [Sinclaire 2000; Sinclaire e t
ul. 1997]), se ve corroborado por una fecha radiocarbónica (Beta 187356) de 2.750+60 AP (2 sigma cal. 1020-800 a.c.) obtenida de la base de un parapeto excavado en H J I ~ .
El uso de esta ruta durante el Formativo Tardío (100-goo d.C.) está evidenciado
por la alfarería Séquitor Gris-Café Pulido, que supera el 16% de la muestra crono-
lógicamente diagnóstica y se presenta en más de la mitad de los sitios. En uno de ellos
(HJ3) se recuperaron seis fragmentos pertenecientes a una o dos piezas de estilo
Tiwanaku (una de ellas un kero polícromo). Si uno traza sobre el mapa una línea recta entre San Pedro y el extremo sudoriental del salar de Uyuni (por donde debió pasar cualquier ruta procedente del altiplano central o septentrional que evitara el salar por el este)," dicha línea atraviesa por este sector, indicando que la ruta etnográfica por
Huayllajara, el Portezuelo de Tocorpuri, Incahuasi, Machuca y de allí a San Pedro
sería uno de los derroteros más directos que pudo haber seguido el tráfico entre los
oasis de Atacama y los ejes políticos de Tiwanaku.
Los períodos posteriores al 900 d.C. están representados por una serie de compo- nentes cerámicos "tardíos" que representan alrededor de un 80% de la alfarería diag-
6. Sustenta esta hipótesis el reciente hallazgo de Pulacayo, donde un importante conjunto de objetos, incluyendo textiles tanto atacameños como Tiwanaku, se asocian a los cuerpos de seis individuos que parecen haber integrado un contingente en tránsito merenguer 2000: 86).
no\ r i s J L)esignamos a estos materiales "tardíos" porque, a pesar de cliie se originan
i j u r ~ n t r los Ilesarrollos Regionales (900-1450 d.C.), algunos de ellos continúan utili- z.inciosr en el período Inka y, en algunos casos, hasta el Hispano-Indígena, sin que
p o r el momento podamos establecer distinciones temporales más precisas. La mayor pxre de esta cerámica corresponde al componente Loalsan Pedro (Rojo Revestido,
Ilupont, Aiquina), seguido por el componente Lípez (Mallku, Colcha K, Talapaca), lo
que vincula esta ruta al tráfico entre los nodos de AtacamaLoa Superior y Norte de
Lípez. aunque la presencia de algunos fragmentos de los grupos Yavi, Yura y Huruquilla delata la circulación de materiales procedentes de nodos más alejados, como los del
Río Grande de San Juan y Cinti-Cotagaita,
La presencia de algunos fragmentos de filiación Inka nos recuerda la importancia sostenida que mantuvieron las rutas no incorporadas al Inkañam y su red logística
durante la era del Tawantinsuyu. Esta afirmación puede hacerse extensiva a la época
colonial. Aunque fragmentos diagnósticos de tiempos históricos (esmaltados o con
huellas de torno) sólo han sido idenrificados en siete sitios, es probable que una con-
siderable proporción de la cerámica considerada por ahora "no diagnóstica" (en su
mayoría cuerpos de vasijas de superficie alisada) pertenezca a esta época.
Pasando a los sitios rituales, todos ellos responden a lo que los actuales ~obladores
de Lípez denominan "tapados" o "sepulcros", por interpretarlos como antiguas sepul-
turas saqueadas (Nielsen 1997: 362). En Huayllajara se presentan como pozos (entre
uno y cuatro, de hasta 3 m de diámetro, aveces asociados apeñascos) en cuyos bordes
c interior se encuentran fragmentos de rocas azules y cenizavolcánica de color blanco,
junto con cuentas de collar confeccionadas en estos mismos materiales, enteras o fragmentadas. Con menor frecuencia se encuentran también trozos de azufre de color
amarillo vivo y en un caso (Tocorpuri), un minúsculo recorte de lámina de oro (O,I g). Es probable que la mayoría de las "rocas azules" sean minerales de cobre, pero hemos
podido comprobar que en algunos casos son sílices u otras rocas carentes de este elemento. Casi todos los "sepulcros" han sido excavados por buscadores de tesoros,
pero la observación de algunos ejemplos que no parecen haber sido alterados en época
reciente nos lleva a pensar que algunos de estos rasgos, al menos, fueron originalmente
pozos donde los viajeros depositaban ofrendas.
Los "sepulcros" se presentan en pasos montañosos a lo largo y a lo ancho de los
Xndes circumpuneños, desde la margen sur del salar de Uyuni hasta la quebrada de
Humahuaca, desde las alturas de la cordillera Occidental hasta los últimos portezuelos
de la cordillera Oriental que conducen a las yungas. La cerámica cronológicamente diagnóstica encontrada hasta ahora en estos contextos pertenece invariablemente a
componentes tardíos, lo que sitúa el origen de estas prácticas en los Desarrollos Re-
gionales -aunque no debería descartarse la posibilidad de un inicio más temprano- con continuidad en el período Inka.
En Huayllaiara encontramos por primera vez sitios de este tipo ubicados fuera de
portezuelos. Sepulcros de Huayllajara y Sepulcros de Chillagüita se ubican en peque-
iias elevaciones con buena vista a la Laguna Colorada, quizás vinculando desde el ri- tual al espejo de agua con los portezuelos. Más allá de la validez de esta relación, resulta interesante la ubicación de los "sepulcros" en el sector, ya que nos brinda un punto de partida para analizar la ruta como paisaje culturalmente construido por los
viajeros, estructurado -al menos parcialmente- por la distribución o periodicidad
de ciertos rituales (para un ejemplo etnoarqueológico de este fenómeno véase Nielsen
1997: 352-355). El mapa de la Figura 2, por ejemplo, sugiere que, además de singularizar
lugares destacados en un sentido cosmológico (portezuelos, ojos de agua), estas prác- ticas podrían estar enmarcando las áreas de descanso, una hipótesis que debería eva- luarse mediante el análisis de segmentos de ruta más extensos.
Ocupaciones extractivas y su relación con e l tráfiro de bienes Las ocupaciones extractivas varían según las demandas propias de cada época y los recursos que ofrece cada internodo. Más allá de estos factores, podemos plantear una
primera clasificación de las mismas en temporarias y transitorias, de acuerdo a su relativa permanencia a corto (duración de cada evento de ocupación) y mediano plazo
(recurrencia en la ocupación de los mismos lugares). Los casos que analizaremos son
producto del primer tipo de ocupaciones, permanencias relativamente prolongadas
(probablemente del orden de semanas o quizás meses) y recurrentes. Para ilustrar las características de estos sitios y su posible relación con la circulación de bienes, hemos
elegido cuatro ejemplos, dos del período Formativo Tardío -HJI componente for-
mativo y Ojo del Novillito- y dos del período de Desarrollos Regionales -Puerta de Chillagtiita y Chillagua Grande (Tabla 3, Figura 1 ) .
1-Iuayllajara I se encuentra a 4340 msnm, sobre la margen izquierda del arroyo,
dentro de una grieta en un afloramiento de ignimbritas que ha servido de reparo natu- ral contra el viento. Las excavaciones (c. 12 m' distribuidos en cinco sectores) han
permitido establecer la presencia de tres componentes prehispánicos en el lugar. El más tardío corresponde a un sitio de descanso nocturno de caravanas en tránsito (HJI en la Figura z), al que corresponden casi una decena de estructuras de pirca seca super-
ficialmente visibles (refugios y corrales, cf. Nielsen etal. 2000: 117-118) asociadas con
fogones efímeros, alfarerías tardías y otros descartes relativamente poco abundantes.
La excavación de un pozo exploratorio (Sondeo 1, 1,7 x 1,8 m) contra la pared sur, demostró que los precarios refugios "caravaneros" se asientan aquí directamente so- bre una capa de basura de 50-60 cm de espesor, cuyo nivel más profundo (10 cm sobre estéril) fue fechado en 1700160 AP (Beta 147510, Nielsen 2oo1b). El espesor de este depósito formativo -que es el considerado en este apartado- y la gran densidad de
desechos que contiene contrastan con las capas "tardías" y revelan una ocupación substancial y recurrente que nos inclinamos a relacionar con las poblaciones del Loa
Superior, tomando como referencia la absoluta mayoría de alfarería característica del
periodo Formativo Tardío en esta región (Sinclaire etal. 1997). Si hubo algún tipo de
srquitectura asociada a estas ocupaciones, debió emplear materiales perecederos o encontrarse enterrada cerca del centro de la grieta o contra su lado meridional. Con-
tra la pared norte, se encontró además un depósito acerámico anterior, aún no datado.
El segundo sitio a considerar es Ojo del Novillito (Figura 3), ubicado a 4750 msnm junto a una pequeña vega cercana a la frontera tripartita. Un fogón ubicado durante la
excavación total del Recinto I de este sitio arrojó una fecha radiocarbónica de 163oqo AP (Beta 149930, Nielsen ~ o o I ~ ) , estadísticamente equivalente a la del componente formati-
vo de Huayilajara I. A pesar de ello, este sitio es muy diferente de Huayllajara, especial-
mente por su arquitectura de recintos simples de planta circular o semicircular. El uso de
grandes bloques delgados de ignimbrita puestos de canto en varias de estas estructuras recuerda a la "arquitectura de piedras planas" (Raffino 1990: 141) observada en sitios con-
temporáneos de la puna oriental de Jujuy, como Torre (Fernández Diste1 1998). La rela-
ción de Ojo del Novillito con la vertiente oriental de los Andes se ve respaldada por la
presencia de fragmentos de alfarerías digitada e incisa de estilo (y pasta) San Francisco.
Poco más de un kilómetro al norte de Huayllajara I (Figura 2), se encuentra Puerta de Chillaguita (4380 msnm), un sitio temporario que comprende 13 conjuntos arquitec-
tónicos, cada uno de ellos integrado por un patio comunicado con uno o varios recintos
más pequeños (refugios o depósitos), a veces techados en falsa bóveda. Las estructu-
ras son de planta irregular, han sido edificadas en pirca seca utilizando grandes piedras
sin formatizar y a menudo se adosan a grandes peñascos que así quedan incorporados
a la construcción. Al este del sitio hay una gran estructura rectangular, quizás un co-
rral. Los desechos en superficie son abundantes e incluyen "rocas azules" (¿minerales
de cobre?), desechos de talla y alfarería tardía del componente Loalsan Pedro (Uribe
1997): Dupont, Aiquina, Café Alisado y Rojo Revestido, incluyendo fragmentos de
cántaros rojo violáceos de doble cuerpo. La excavación de un patio reveló la presencia
de dos potentes fogones no contemporáneos yun relleno de 20-30 cm de espesor, que
contenían gran cantidad de basura. Carbón procedente del fogón más profundo fue
datado en 63ot60 AP (Beta 187360) La homogeneidad del material cultural y la au- sencia de discontinuidades significativas en la estratigrafía sugieren que el fogón más
tardío sólo representa una re-estructuración de las actividades en el patio durante un
evento de ocupación más tardío pero no significativamente distante en el tiempo. El último ejemplo a considerar es Chillagua Grande, en Laguna Vilama (4553 msnm,
Figura 1), un sitio hasta ahora no datado, pero que con toda probabilidad es contempo-
ráneo de Puerta de Chillaguita aunque relacionado congrupos procedentes de la cuenca del Río Grande de SanJuan, a juzgar por su asociación con alfarería tardía de estilo Yavilchicha (Nielsen 2003b). El asentamiento consta de seis a ocho conjuntos de
e,tnicturas de pirca seca y trazado variable, incluyendo tanto recintos rectangulares
como circulares, de diversos tamaños. Uno de estos conjuntos, excavado en su totalidad, comprendía un refugio bien mantenido que estuvo techado con materiales perecederos,
un parapeto con fogón (área de cocina diurna) y un patio con múltiples fogones par-
cialmente superpuestos y abundante basura acumulada sobre el piso (Figuras 4 y 5). Los cuatro sitios descritos atestiguan que tanto en épocas formativas como
prehispánicas tardías, grupos de tareas provenientes de ambas vertientes de los Andes (nodos del Loa Superior y Oasis de Atacama, Río Grande de SanJuan y quizás Miraflores), se trasladaban regularmente a la región lacustre altoandina, donde permanecían por
lapsos considerables, a juzgar por la cantidad de desechos producidos y la magnitud
relativa de la arquitectura desarrollada. Las bajas temperaturas que reinan en este ambiente en invierno y la presencia en todos los sitios de cáscaras de huevos de flamen- cos -que anidan aquí entre noviembre y enero- permiten concluir que estas ocupa-
ciones tenían lugar durante el verano. ¿Qué actividades desarrollaban estos grupos? En primer lugar aprovechaban la fauna silvestre. Aunque en todos los sitios se
recuperaron restos de camélidos, roedores y aves, la importancia de cada taxón varía,
lo que resulta consistente con las diferencias en la localización de cada uno (Tabla 4). Los restos de camélidos están consistentemente representados; todas las partes
diagnósticas que se registraron (falanges, epífisis de huesos largos, dientes) correspon- den a individuos pequeños, asignables a vicuña, de donde nos inclinamos a interpretar
estos restos como testimonios de caza antes que del consumo de animales domésticos.
De hecho, los únicos indicios relacionables con la ganadería son restos de guano de
camélido usados como combustible en Ojo del Novillito y una gran estructura tipo
corral en Puerta de Chillagüita. Esto sugiere que el pastoreo estaba ausente o era un
aspecto meramente secundario del repertorio de actividades asociadas a estos sitios.
Idas frecuencias de otros taxones insinúan algunas diferencias entre sitios. Los roe- dores (Chinchilla o Lagidium) adquieren una proporción particularmente elevada en Chillagua Grande, mientras que en Hua~llajara I y Puerta de Chillaguita más de la
mitad de los restos identificados son de aves (principalmente Phoenicoparms). La au-
sencia de estas últimas en Ojo del Novillito podría obedecer a lo reducido de la mues-
tra y a su mala conservación o a su mayor distancia respecto a las lagunas más próxi- mas (Catalcito y Kalina, 10 km al SO). El hallazgo de cáscaras de huevo de flamenco, sin embargo, demuestra que los habitantes del sitio consumían este recurso.
La importancia de la caza queda también reflejada en el instrumental lítico, no
sólo en la regular presencia de puntas de proyectil, sino también de filos para corte y
raspado que podrían relacionarse al procesamiento de las presas (Tabla 5). Los sitios tardíos difieren en este punto, lo que podría relacionarse parcialmente con diferen- cias en las técnicas de caza (p.e., uso de trampas o artefactos no formatizados para la caza de chinchíllidos en Chillagua Grande). Una característica particular de Ojo del Novillito es la abundancia de piedras de moler: molinos planos, cóncavos y en cuenco,
manos de fricción longitudinal y rotativa, machacadores, percutores y yunques. Igno- ramos qué substancias fueron trabajadas con estos artefactos, pero indudablemente seíialan cierta especificidad funcional para este sitio.
Cn segundo grupo de actividades estuvo centrado en la obtenci6ii y proccsamien- t o (le materias primas líticas. La gran cantidad de puntas de proyectil, terminadas y sin terminar. revela la importancia de la fabricación de estos iiistrumentos en los sitios, principalmente durante el período Formativo. En su mayoría se trata de puntas de
flecha pedunculadas, con limbo triangular y aletas pronunciadas, confeccionadas en obsidiana y, con mcnor frecuencia, calcedonia gris y otros sílices de color (ocre, blan-
co, marrón rojizo). La presencia de corteza en muchos desechos de obsidiana indican
que este material ingresó a estos sitios en forma de nódulos que, aparentemente, pro-
vienen de una fuente secundaria, quizá la de Pampa de 'Torringo-Guayaques, al sur de Laguna Blanca, en la frontera entre Bolivia y Chile (Figura 1). La fuente de calcedonia gris más próxima que conocemos se encuentra en las terrazas del río Chatena, en el picdcmonte septentrional de la cordillera d e Lípez, mientras que pcquefios nótiulos
de sílices de color se encuentran por toda la región.
Las proporciones de desechos de cada materia prima ('l'abla 6) son parcialmente consistentes con lo observado en relación con los instrumentos, marcando nueva- mente cierta especificidad para Ojo del Novillito, dondc se utilizó el sílice de color con mayor frecuencia. Ida elevada proporción de obsidiana entre los desechos de los
sitios tardíos, sin embargo, contrasta con la escascz de artefactos tle este material
terminados. Esta diferencia podría revelar que durante esta época en estos sitios sólo
reducían los rodados de obsidiana hasta obtcner formas-base; estas preformas eran luego trasladadas a los asentarnientos más permanentes en las regiories nodales donde se las empleaba para fabricar instmmcntos o intercambiar con grupos más alejados.
Los desechos de roca azul y las cuentas fabricadas con este material guardan cierta proporción (cf. Tablas 5 y 6), y scíialan a la fabricación de estos artefactos como una
actividad que, estando presente en todos los sitios, cobra especial importancia en
Puerta de Chillagiiita. Aquí también se fabricaron probablemente cuentas de ignini- brita, aunque resulta difícil individualizar el desecho dc csta actividad en un ambiente donde la ceniza ~rolcánica es ubicua. En Chillagua Grande se encontró, además, un
trozo de escoria que revela la vinculación de este sitio con la obtención de metales. Cabe recordar que el extremo noroccidental de Jujuy es una zona rica en metales,
incluidos algunos que debieron ser sumamente codiciados en esta época, como el
estaíio (Angiorama 2003). En la propia cuenca de Vilama se ohservan explotaciones de este metal (casiterita) de antigüedad desconocida.
A juzgar por la cantidad de estructuras, estos sitios parecen haber sido ocupados por grupos de considerable tamaíio, afirmación que no podemos hacer extensiva a IIJr dado que desconocemos las características de su arquitectura formativa. Esto podría reflejar la intervención de instancias comunales o supradomésticas en la organización de algunas
de las actividades inferidas ('rabia 7), por ejemplo la caza, como lo documentara Bowman a principios dcl siglo XX para los habitantes de los oasis de Atacama (1924: 247-2481.
La presencia de grupos provenientes de ambos lados de los Andes sugiere que los
recursos de esta región eran simultáneamente aprovechados por poblaciones diferen- tes (explotación "multiétnica"), bajo acuerdos territoriales que aún resulta difícil esta-
blecer. Tanto los sitios formativos como tardíos vinculados con el Loa Superior/
Atacama, por ejemplo, se ubican hacia el oeste de la región, mientras que los relacio-
nados con regiones de puna y valles orientales se localizan al este (Nielsen zoo~b).
Esta tendencia podría reflejar cierta exclusividad en el uso de áreas específicas, aun-
que teniendo en cuenta el hallazgo de sitios con materiales formativos de los oasis de
Atacama en la cuenca del Río Grande de San Juan (Fernández 1978), es posible que las
áreas explotaclas por cada gnipo se interdigiten a una escala espacial mayor.
En cualquier caso, la coexistencia periódica de grupos de procedencia tan diversa
en la región lacustre altoandina indudablemente ofreció oportunidades favorables para
el intercambio de bienes, aun cuando esta actividad no haya sido el objetivo central de
estas ocupaciones. De hecho, entre los materiales recuperados en estos sitios hay
elementos que, al ser encontrados en las regiones nodales a ambos lados de la cordille-
ra, han sido interpretados como testimonios del tráfico de larga distancia (Tabla 8), P.e., valvas de moluscos marinos o cuentas de este material, algunos minerales de
cobre o cuentas fabricadas con ellos, frutos de chafiar, y cerámicas de diversos grupos,
como el San Francisco de los valles orientales o el Mallku del norte de Lípez encontra-
dos en asentamientos del Loa Superior y oasis de Atacama, o las cerámicas Grises o
Negras Pulidas registradas en sitios formativos de la puna y quebradas de su borde
oriental. Probablemente estos ítems sean sólo parte de un conjunto más extenso que incluía numerosos elementos perecederos.
Ida transferencia de bienes de una población a otra en estos contextos pudo resul-
tar de múltiples prácticas, P.e., el reclamo de objetos de asentamientos abandonados,
ia colaboración entre individuos de procedencia diversa, la adopción de consortes o el
intercambio de obsequios asociado a la reproducción de fronteras u otros acuerdos
territoriales, por mencionar sólo algunas. Estos bienes, junto con los extraídos o fabri-
cados en la propia región lacustre (p.e., productos de la caza, materias primas líticas e
instrumentos terminados, cuentas, metales) podrían ser consumidos en los asenta-
mientos nodales de cadagrupo o intercambiados a su vez con otros grupos más alejados
(p.e., de las quebradas y valles orientales), quizás en el marco de ocupaciones extractivas
como las aquí analizadas que podrían tener lugar en otros internodos (p.e., de la cordi-
llera Oriental) en diferentes épocas del año. Esto resultaría en un encadenamiento de
intercambios asimilable a lo que Renfrew denominara down-the-line trude (Renfrew
1975: 43), a través del cual ciertos ítems podrían trasladarse desde la costa del Pacífico
hasta la selva al este de los Andes pasando por muchas manos, sin mediar tráfico
especializado ni contacto directo entre comunidades situadas en los extremos de la
red.
Discusión: trájco especializado - tráfico incorporado Los datos que acabamos de presentar permiten postular la existencia de modos de interacción interregional que tendrían expresión arqueológica diferente en los internodos, 1,lamaremos h-áfco eepeciafizado al primero, consistente en el desplazamiento de bie- nes y personas de una región a otra mediante una secuencia de actividades organizadas en función de este traslado, que se traduciría en testimonios arqueológicos de "ocupa- ciones de tránsito" en el internodo. Cabe enfatizar que en este caso el calificativo "especializado" se refiere a las características de las actividades internodales asociadas con esta modalidad, no a la dedicación o estatus de los individuos comprometidos en la misma. El tráfico especializado pudo estar organizado de diversas formas y ser rea- lizado exclusivamente por personas o involucrar también el uso de animales de carga. Las evidencias del Sector Huayllajara indican que las caravanas de llamas ya circulaban por el Corredor 1,aguna Colorada en el período Formativo Temprano, lo que resulta
consistente con las propuestas de Núñez y Dillehay (1979; también Núíiez 1999). En la segunda modalidad, la circulación de ítems entre regiones y unidades sociales
sería el resultado de intercambios y otras prácticas de apropiación de bienes insertas en contextos y programas de trabajo organizados en fünción de otros objetivos, indepen- dientes del traslado de objetos. Tomando el término empleado por Binford (1979) para designar ciertas estrategias de obtención de materias primas Iíticas (embedded), proponemos denominar trá$co incorporado a este modo de interacción, cuya expresión arqueológica en los internodos tomaría la forma de ocupaciones relacionadas con distin-
tas unidades sociales y con actividades de aprovechamiento o control de estas áreas. En los casos presentados, este tipo de tráfico se inserta enocupaciones extractivas de carácter temporario organizadas en función de la explotación de fauna silvestre y de materias primas Iíticas, aunque en otras áreas podemos imaginar su incorporación a otras prácti-
cas centradas en el pastoreo, la minería o la defensa territorial. De hecho, esta diver- sidad podría ser el punto de partida de una tipología de estos modos de interacción.
Aunque los datos presentados ilustran el funcionamiento del tráfico incorporado a partir del Formativo Tardío, sus orígenes seguramente se remontan al período Arcaico, cuando el intercambio y traslado de bienes a grandes distancias estaba incorporado a circuitos de desplazamiento estaciona1 organizados en hnción de la caza y la recolección. Para el período Arcaico Tardío, Núñez y Santoro (1988) han postulado la vigencia de un patrón "trashumante" en la ladera occidental de los Andes centro-sur, que llevaba a
estos grupos desde bases residenciales de invierno en los oasis y quebradas del piedemonte hasta campamentos de verano en las alturas de la cordillera Occidental. NO resulta des- cabellado pensar que, en esta última región, contactaran a cazadores desarrollando cir- cuitos análogos sobre la vertiente oriental de los Andes, confrontando oportunidades para el intercambio de bienes como las que hemos discutido en el apartado anterior.
La identificación de estos modos de interacción y sus variantes, así como su monitoreo en el espacio y el tiempo, son importantes para una historia social del
tráfico encarada desde la perspectiva teórica propuesta al comienzo. Primero, porque
nos remiten a actores sociales concretos, con diferentes proyectos (o necesidades) y posibilidades de llevarlos adelante. Por ejemplo, llameros realizando viajes habituales de intercambio para sustentar a su familia o caravaneros especializados frente a gru- pos de tareas integrados por miembros de múltiples unidades domésticas cazando y recolectando para la comunidad sobre una base de prestaciones recíprocas.
Cada una de estas prácticas ofrece a su vez condiciones diferentes para la cons-
trucción del poder a partir del intercambio interregional. En ciertas coyunturas, el control del tráfico especializado podría resultar relativamente sencillo, a través del manejo de un número reducido de negociaciones (p.e., autoridad-caravanero) o el tras- lado de autoridades étnicas junto a los contingentes de tráfico. Mucho más difícil resultaría establecer clausuras sociales mediante el control de bienes presentes en
circuitos de tráfico incorporado, ya que estas prácticas comprometen situaciones de
interacción muyvariadas e involucran mayor número de actores, cuyo comportamiento
sería imposible concertar, coaccionar o incluso prever. También es razonable pensar que estas dos modalidades de tráfico estarían asocia-
das a distintas representaciones culturales del valor, el intercambio y su contexto socioespacial, con independencia de la ~rocedencia última de los bienes. Las connota-
ciones de un objeto confeccionado en materias primas alóctonas y las percepciones espaciales asociadas no serían las mismas si el mismo es entregado tras semanas de
viaje por un emisario comisionado por un poder distante, que si es obtenido de un vecino habitual en los territorios de caza o como parte del equipaje personal de una mujer que contrae matrimonio en la comunidad. Los vínculos entre tráfico y poder podrían llevar en ciertas épocas al surgimiento de identidades propias de los viajeros, reflejadas por ejemplo en la aparición de ritos, imágenes o atuendos distintivos. Las
prácticas asociadas al tráfico incorporado difícilmente hayan originado identidades o
solidaridades corporativas, pero algunas de ellas pudieron estar asociadas a expresio- nes de pertenencia a colectividades diferentes.
Cabe recordar que, aunque hayan estado asociados a rutas, actores, bienes y relacio- nes sociales diferentes, ambos modos de interacción coexistieron durante largos perío-
dos. Las tensiones y posibilidades surgidas de esta coexistencia pudieron convertirse en
motores de cambio o impedir la implementación de ciertas estrategias políticas. Ambas modalidades también pudieron articularse entre sí, como sucede en la actualidad, cuan-
do las caravanas de Lípez en tránsito a Tarija intercambian con pastores locales que habitan temporalmente puestos de altura en las cumbres de la cordillera Oriental.
Por último, debemos recordar que aunque las formas tanto especializada como incorporada de tráfico cobran expresión arqueológica distintiva en el internodo, sería muy difícil diferenciarlas únicamente mediante el análisis de los bienes desplazados y
sus contextos finales de deposito en los nodos. Esto pone de relieve la importancia de combinar evidencias procedentes de ambos tipos de contextos.
Conclusión
kn este rrabajo hemos argumentado que el registro arqueológico internodal puede realizar un aporte crucial para avanzar en la comprensión de los fenómenos de
inreracción interregional en los Andes centro-sur. Este enfoque adquiere especial re-
levancia dentro de una aproximación teórica que privilegia las prácticas, los actores y
los contextos de acción concretos en la interpretación y explicación de los procesos
históricos. La implementación sistemática de estos estudios plantea desafíos metodo- lógicos particulares, que requieren el diseño de estrategias de recolección y análisis de
datos diferentes a las empleadas en otros tipos de estudios regionales, que tomen en cuenta los procesos que llevan a la formación de este tipo de registro, tanto a escala regional como intrasitio.
Nuestros ejemplos de aplicación de este enfoque nos llevaron a formular una dis- tinción entre dos grandes modos de circulación de bienes que asumen expresión ar- queológica distintiva en los internodos y a los que hemos denominado tráfico especia- lizado y tráfico incorporado. Estas dos formas de traslado de objetos a larga distancia,
que coexistieron en ciertas áreas desde comienzos del Formativo, conllevan experien-
cias y formas de relación social muy diferentes. Entender la asociación de cada uno de
ellos con bienes, rutas y actores específicos en distintas épocas y lugares, y su contri-
bución a la reproducción de formaciones sociales específicas, se presentan como algu-
nos temas importantes que deberían abordar en el futuro los estudios internodales.
Agradecimientos
Los trabajos de campo en el altiplano de Lípez han sido realizados en el marco de un convenio entre el Proyecto Arqueológico Altiplano Sur ( P U S ) y el Viceministerio cie Cultura de Bolivia, y con la autorización expresa de la Unidad Nacional de
Arqueología (UNAR) y el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNAP). Deseo ante todo expresar mi gratitud a estas tres instituciones por su sostenido apoyo a nuestro trabajo. También agradezco al CONICET (Argentina) y la National
Geographic Society (EEUU) por el financiamiento de las investigaciones (véase nota 4). .l.ambién estoy en deuda con Pablo Rendón (UNAR), Julio Ávalos, Karina Menacho y hlaría Vázquez por su activa participación en los trabajos de campo y gabinete. Los análisis de arqueofauna fueron realizados por Norma Nasif (Huayllajara I), Pablo ~Iercolli (Puerta de Chillaguita), Pablo Valda (Chillagua Grande) y María P. Catá (Ojo del Kovillito). Las autoridades de la Reserva Nacional de Fauna Andina "Eduar- do Xvaroa", los guardaparques de la misma y los comunarios de Quetena han prestado su valiosa colaboración en el terreno. Finalmente, deseo expresar mi deuda intelec- cual conlosé Berenguer, con quien he compartido inumerables charlas sobre los te- mas rrarados en esre artículo.
l;icpra 1. Principales regiones nodales de la subárea circumpuneiía (20-24" latitud sur) y sus internodos -ubicación de los sitios discutidos en el texto.
Serranías
Sector Huayllajara
a Caspana-
i - .v . Sendero
i 1 - curso de agua permanente
Ceno Tocorpun -Y arroyo seco o estaciona1 - - - - - -
Figura 2. Sitios relacionados al tráfico en el Arroyo Huayllajara.
LL OO 10 m O III
7 q L u
3 C
1 OJO DEL NOVlLLlTO
Figura 3 , Planimetría de Oio del Novillito. 1
CHILLAGUA GRANDE 10 m conjunto excavado -
i I
s.-...--J <f --- !
/
\-f-.--d ) ; / /
aflorarnlento rocoso í I ,
Figura 4. Planimetría de Chillagua Grande. 1
CHILLAGUA GRANDE Tiesto . frag hueso
* lltlco - cuenta de collar
m mano de moler
fogón
Figura 5. Planta del conjunto excavado en Chillagua Grande.
hrotd : DAt desierto de Atacama; COcc CordiUer;i 0ccident;il; CLz Cordillera de Lipez; SCh Sierra de Chichas; SMch Sierra de Mochari; STja Sierra dc Tajzara; Chañi Sierra del Chaíii; SSVa Sierra de Santa Victoria; SZt;i Sierra de Zenta; - regiones no adyacentes. Se incluyc a las Yungis para identificar los internodos del oriente circumpuneño.
¡;\ I I IJlOS Ih 1.1 I ~P ;OI l~~ l . l iS i( IS.I~I<RhCCION IN~~ERREGIONAI. EN 1.0s h ' l > I ? . \ C I R C ~ ~ ~ ~ ~ > U N T S O S 77
l'nbla 2 . Sector Huayllajara, frecuencia de cada componente cerámico por sitio.
. - ..n S significa presencia del material en el sitio pero fuera de las recolecciones superficiales
~:~~l~cibilístic;is. Se excluyen los fragmentos ordinarios que por el momento no pudieron ser I-:ibui(los a componentes cerámicas específicos.
Tabla 3. Sitios de ocupación temporaria-extractiva: cronología e indicadores de filiación.
Sitio
Huayiiajara r (coino. formativo)
"C AP [período]
corn onente cerámico S.riYi<Orlm~ Arquitectura iMorros Dieitado Pedro Chichas
recintos ovales y ChiUapa Grandc 1 iDesarroUos 1 L X sub;ur;;g. 1
Regionales-Inka] I- A I
1 Ojo del Noviiiito
Tabla 4. Porcentaje del número de especimenes identificados (NISP) correspondiente a cada
taxón por sitio.
Sitio
1630'40 1 X (Beca r+ggjo) 1
1
Huayilajara 1
recintos circulares simples recintos 1 Puerra de ! 670'60
1 Chiilagüita 1 (Beta ,87360)
(sondeo I) --- Ojo del iYo\.iUito
irregulares asociados
(recinto I) .- Puerta de
Chillaguita
Carnívoro Cáscaras de
(zorro) %NISP
1 huevo ~
Tabla 5. Instrumentos líticos por sitio.
1 puntas de proyectil
otros instrumentos cuentas
O 0
;.
-
8
Nota: las cifras en paréntesis corresponden a puntas descartadas durante la fabricación (incluidas en el total).
I C - a 2
3 , 2
7
1
3
V:
Sitio n
a 3
HuayUajara I (sondeo I) I
Ojo del Kovillito 3 (recinto 1)
I
I'uerra de ChiUagüita (recinto I) --
ChiUagua Grande (recintos 1-3)
--
I
1 3 1 - 1
I
z
I
21
Tabla 6. Desechos (núcleos-lascas) de diversas materias primas líticas por sitio,
-- 1700?70
--
Puerta de Chillagüita
-
Tabla 7. Actividades asociadas a sitios extractivos de la cordillera Occidental.
(sondeo I) ---
(recinto 1) (100 %) Puerta de 348 sí
Chihgüita (100 %)
1 $:E:$ 1 Roedor 1 Ave i Carnívoro Sitio
Cáscaras de (chinchülido) (flamenco)
Tabla 8. Bienes de intercambio registrados en sitios extractivos de la cordillera Occidental.
%NISP HuayUajara I 1 :0,7
%NISP
otros instrumentos 1 cuenras
~ %NISP 1 hrI?;lk 1 1 hu:y 394 l 7537 l 0 . 2
(recinto 1) ChiUagua Grande
(recintos 1-3)
Nota: las cifras en paréntesis corresponclen a puntas descartadas durante la fabricación (incluidas en el total).
z
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