Átomo verde número cinco

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    Jos Donosotomo verde nmero cinco

    (Novela breve)

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    Es una verdad universalmente reconocida que llega el momento en la vida de unhombre, y ms aun en la vida de una pareja, cuando se hace mandatorio comprar elpiso definitivo, instalarse de manera permanente; y despus de una existencia ms o

    menos transhumante en pisos alquilados donde las soluciones estticas nunca quedancompletamente satisfactorias, arreglar y alhajar el hogar propio de modo que reflejecon rigor el gusto propio y la personalidad propia es uno de los grandes placeres que brinda la madurez. La eleccin cuidadossima de las moquetas y las cortinas, laexigencia de que los baos y los picaportes sean perfectos, maniobrar sutilmente ycon toda la libertad que los medios y la sabidura proporcionan las gamas de coloresy las texturas empleadas en el saln, en el dormitorio, en la cocina y aun en los pasillos,de modo que reposen la vista y realcen la belleza de la duea de la casa, ubicar condiscriminacin la cantidad de objetos acumulados durante toda una vida o mediavida, en realidad, puesto que se trata de Roberto Ferrer y de Marta Mora, que acabande pasar la lnea de la cuarentena, utilizando los mejores y guardando otros para

    regalar en caso de compromiso y quedar bien, se transforma en una tareaapasionante, en un acto de compromiso que nada tiene de superficial, sobre todo si lapareja, como en el caso de Marta y Roberto, no tiene hijos. Roberto Ferrer, en losmomentos que le dejaba libre la prctica de la odontologa, se dedicaba a la pintura unas abstracciones de lo ms elegantes en negro y blanco sobre arpillera rugosa,centradas alrededor de unos cuantos tomos en un color fuera de paleta, y aunqueno posea una educacin artstica formal, ciertamente tena mucho museo, comosola decirle Paolo, que los asesor en la decoracin del piso. Por eso Roberto sentaque una parte suya muy importante se realizaba en la amorosa exigencia que lmismo despleg para que el piso quedara impecable: original y con carcter, eso s, sinduda, puesto que ellos no constituan una pareja banal; pero no excesivamente

    idiosincrsico no atestado de objetos, por ejemplo, que aunque tuvieran valor, alacumularse podan restarle rigor al piso, y adems preocupndose de que lassoluciones prcticas se ajustaran a las soluciones estticas.

    La pintura confortaba a Roberto cosa que no haca su prctica odontolgica,distinguidsima pero quiz demasiado vasta, como tambin su cautelosa coleccinde grabados: litografas, xilografas, aguafuertes... algn buril, sobre todo, en que loenamoraba la espontaneidad, la valiente emocin de la sntesis. Ciertas tardes deinvierno, cuando no tena nada que hacer se deleitaba en examinar con lupa la lnea unpoco peluda que produce la inmediatez de la punta seca, para compararla con la lneaqumicamente precisa de un aguafuerte, y se convenca ms y ms y convenca msy ms a Marta, dichosa porque una vez que la profesin de su marido les proporcion

    amplitud de medios l prefiri estas civilizadas aficiones de coleccionista, al golf, porejemplo, o a la montera, que se mostraron brevemente como alternativas posibles deque era una pena que ahora tan pocos artistas practicaran el buril. En fin, su propiapintura, sus grabados, valiosos objetos reunidos con tanta discriminacin en su pisonuevo, su curiosidad por la literatura producida alrededor de estos temas, eranintegrantes de la categora placer.

    En el gran piso nuevo, con su bella terraza-jardn, reserv para s un cuarto vacocon una ventana orientada al norte, en el cual no quiso poner nada hasta tener tiempo

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    por ejemplo, cuando se tomara las vacaciones, o hasta que sintiera que las paredesdel piso nuevo se transformaban en paredes amigas para ver cmo instalara suestudio de pintor. Si es que lo instalaba. No quera sentirse presionado por nadaexterior ni interior, ansiaba vivirlo todo lentamente, darle tiempo al tiempo para que lanecesidad de pintar, cuando surgiera si surga, lo hiciera con tal vigor que determinarala forma precisa del cuarto. Entonces, su relacin con el arte se transformara en unarelacin verdaderamente ertica, como lo propone Marcuse. Quin sabe si as podrarealizarse en la pintura? Quin sabe, si como Gauguin, y apoyado por Marta, queaprobara su actitud, lo abandonara todo para irse a una isla desierta o a un viejopueblo amurallado en medio de la estepa, y como un hippie ms bien maduro dedicarseplenamente al placer de pintar sin pensar para qu ni para quin, ni qu sucedera en elmundo si l no asuma por medio de la pintura su puesto en l? Mientras tantoquedaba el cuarto vaco esperndolo como el mayor privilegio: no dej que Paolo lotocara, ni siquiera que le sugiriera un color para los muros de enyesado desnudo... esolo decidira solo, cuando llegara el momento. Tampoco permiti que Marta guardaracosas all por mientras las mujeres siempre andan guardando cosas por

    mientras, con una especie de vocacin por lo impreciso que no dejaba de irritarlo,ya que aun eso sera una transgresin: no, dej el cuarto tal como era, un cubo blanquizco, abstracto, con una puerta y una ventana y una bombilla colgando delalambre enroscado en el centro, nada ms. Despus se vera.

    La solucin Gauguin le estaba apeteciendo muchsimo la maana de domingocuando Marta se fue al Palau con la mujer de Anselmo Prieto, que ocup la entradaque le corresponda a l para escuchar a Dietrich Fischer-Diskau cantando el ciclo deLa Bella Molinera. O era El Viaje de Invierno esta semana? En fin, estaballoviendo, y si se levantara lo que no tena la menor intencin de hacer y seasomara por la ventana vera cmo en la calle, tres pisos ms abajo, arreciaba el fro: lagente con los cuellos de los abrigos subidos, con paraguas enarbolados para defenderse

    de una penetrante lluvia invisible. Roberto se haba quedado en cama porque tena unode esos agradables resfros que ofuscan un poco y borronean las aristas de las cosas,pero que no molestan casi nada porque el dolor de cabeza cede al primer Optalidn.Adems, cada ser humano tiene su resfro, como tiene su cuenta de banco, susauna y su supersticin: el resfro de Roberto, por lo general, se resolva en unasinusitis que esta vez ni siquiera se haba dado la molestia de presentarse. En todocaso, era de esos resfros que a uno lo liberan de la puritana necesidad de hacercualquier cosa, incluso leer, incluso entretenerse, dejando que el pensamiento o el nopensamiento vague sin direccin y sin deber. Sobre todo hoy: este primer domingo enque estaban lo que se puede llamar real y definitivamente instalados en el piso nuevo,hasta el ltimo vaso y el ltimo cenicero ocupando sus lugares. El lujo de esta maana

    solitaria sin nada que hacer levant dentro de l una marea de amor hacia todas suscosas, desde los cojines negros en las esquinas del sof habano y las lmparas italianasde sobremesa que eran como esculturas de luz pura, hasta ese cuarto que lo esperabacon el yeso desnudo como lujo final y que, yendo ms all que Gauguin, hoy se sentacon valor para dejar intacto, un cubo blanco y nada ms, clausurado para siempre.

    Sin embargo, se puso las pantuflas para acercarse a la ventana y mirar hacia abajo,a la calle: ahora poda distinguir las gotas minsculas que hacan abrir paraguas en estamaana de cielo tan bajo que encerraba la calle con una tapa oscura. Como un atad,

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    pens. Toda esa gente que camina all afuera est en un atad y por eso tiene fro.Adentro, en cambio, es decir afuera del atad, donde l estaba, haca calor: unacalefaccin tan bien pensada que no era agobiante y sin embargo le permita levantarseen pantuflas aun estando con catarro. Pero, era verdad que estaba con catarro? Sepoda realmente llamar catarro a este sentirse un poco abombado, con la narizgoteando de cuando en cuando? No, la verdad era que no, slo que no haba sentido lanecesidad imperiosa de or a Fischer-Diskau esta maana... era el tercer concierto de laserie y la gente se peleaba por las entradas, de modo que... no, hiciera lo que hicieradeba nacer de un fuerte impulso interior o no hacerlo... y si pasaba mucho tiempo sinel impulso para pintar poda instalar en su cuarto vaco un pequeo taller paraencuadernaciones de lujo, por ejemplo, cosa que no dejaba de tentarlo; o una sala conmoqueta y techo de corcho estudiada exclusivamente para escuchar msica encondiciones ptimas... todo esto mientras afuera llova, mientras la gente tena fro y lno, y pasaban de prisa para ir a misa, o malhumorados llevando un paquetito conqueso francs para almorzar ritualmente el domingo en casa de sus suegros y Robertolos observaba con irona desde su ventana, en su piso perfecto, rodeado por la sutil

    gama de marrones y beiges tan elegantes y clidos, con una que otra nota negra o deun verde seco que contrastaba con el conjunto, realzndolo.No. En realidad no tena catarro. Hoy no necesitaba engaarse a s mismo ni

    siquiera con eso. Lo que le apeteca en este momento era ver, ver y tocar y quizs hastaacariciar y oler los objetos de su piso nuevo, entablar con ellos una relacin directa,propia, suya, privada; cometer, por decirlo as, adulterio con ellos en ausencia de sumujer y conocerlos como a seres ntimos con los que seguramente, si el mundo nocambiaba demasiado ni l tampoco vivira por el resto de sus das. Porque claro, lode Gauguin era bello, pero quizs un poquito pasado de moda.

    Y hablando de Gauguin: all, en el vestbulo, adosado al muro, estaba su TOMOVERDE NMERO CINCO, sin duda lo mejor que haba pintado. Al verlo sin colgar

    sinti una repulsin hacia su cuadro. Es decir, no hacia la pintura en s sabaperfectamente el valor relativo de ese cuadro al compararlo con los grandesinformalistas, sino hacia ese objeto que era lo nico en todo el piso que no estabatotalmente colocado, definido y determinado. Con Marta lo haban discutido muchoanoche, clavo en mano, all en el vestbulo. El no poda dejar de tener la sensacin deque Marta lo sobreprotega al insistir en que era absurdo que no quisiera colgar en todoel piso ni siquiera una de sus telas... absurdo no slo porque TOMO VERDENMERO CINCO era un cuadro muy bueno quiz los blancos y negros sobre laarpillera arrugada eran un poco Millares, quizs el tono de verde del tomo un pocoSoulages; pero, en fin, un buen cuadro dijeran lo que dijeran, fino y sofisticado, sinoque adems, y era aqu donde Marta se mostraba ms exigente, porque era de ella. S,

    seor, de su propiedad particular y privada porque l se lo haba regalado haca unosmeses para el decimoquinto aniversario matrimonial. Y ella lo quera ver all, en elvestbulo, junto a la puerta. S, lo exiga:

    Al fin y al cabo, yo tambin existo...l haba pensado regalarle una joya, algo realmente valioso, una esmeralda, por

    ejemplo, para su aniversario. E incluso fue a hablar con Roca para que le mostraranalgunas: haba una, no demasiado grande, colombiana, de modo que su precio erarelativamente bajo, color lechuga y con jardines adentro, que era un primor. Lo

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    consult con Marta. Pero ella respondi que no, que lo que quera de regalo era uncuadro suyo: especficamente quera que le regalara TOMO VERDE NMEROCINCO, que siempre le haba encantado. Este gesto haba sido muy de Marta:generoso, ntimo, clido, estimulante, vivo. Con cosas as haba producido durante losquince aos de matrimonio ese caldo de cultivo especial para que l no se sintierareducido a un ente que les pavimentaba la boca a las viejas ricas y les pasaba cuentasexorbitantes, sino que pudiera erguirse como un ser humano grande y complejo. Estoque Marta supo proporcionarle con tanta sabidura suplant con creces su maternidadimposible, porque su ternura tan femenina y completa no era para nada la ternura dela mujer objeto o la de la tradicional mujer doblegada, ni, por otro lado, le daba el amoragresivamente sexual de las mujeres adscritas al Women 's Lib, movimiento por el quemostraba un inters tan equilibrado como todos sus intereses, siempre temperados porla irona.

    Esa noche, la del aniversario, ella prepar la cena. Aunque an no vivan en el pisonuevo, la sirvi romnticamente en el comedor sin terminar faltaba la moqueta,faltaban las cortinas y la lmpara; haba un mueble embalado en cartones arrimado a

    un muro donde no iba a quedar, pero en el centro del comedor prepar una mesacon la mantelera ms fina, y puso en el centro un candelabro de plata inglesa de cuatrobrazos con sus velas fragilsimas, que era su regalo de aniversario a Roberto. Mientraslas sombras bailaban sobre su bello rostro moreno probaron una cena que ella prepar,fragante de trufas, culminando en deliciosos Saint Honors rociados con champaafestivo... todo liviano, todo fino, pero que se les subi a la cabeza lo suficiente comopara preludiar una estupenda noche de aniversario en la cama que ella tenaimprovisada en el dormitorio del piso y que en esa ocasin estrenaron. Para Robertono fueron ni las trufas, ni el champaa, ni la luz de las velas lo que defini esa nochetan profundamente... profundamente, en fin, profundamente algo, no saba qu; lo quesaba era que la enriqueci no slo la satisfaccin sexual, sino otra cosa, ms... bueno,

    ms profunda y ms compleja. S, fue otra cosa lo que obr la magia: el hecho de queMarta le pidiera con su voz tan sabia para matizar la intimidad, que no le regalara laesmeralda de Roca, porque prefera que le regalara como recuerdo de esa noche sucuadro TOMO VERDE NMERO CINCO.

    Ah estaba ahora adosado al muro, junto a la puerta de entrada. Anoche inclusohaban llegado a hacer el agujero en la pared, pero l gan la discusin y el cuadro nose colg, quedando de acuerdo en que al da siguiente llamaran al portero para quellenara el agujerito y lo disimulara con pintura del mismo tono, y el cuadro se enviaraal estudio de su buen amigo Anselmo Prieto, un vasto estudio destartalado, para que loguardara all con el resto de sus cuadros mientras decida instalarse en su cuarto vaco.Como si lo oyera pensar, Marta le haba preguntado:

    Para qu lo mandas donde Anselmo? Por qu no lo guardamos por mientrasen tu cuarto vaco?

    Marta no entenda: decididamente, haba ciertos aspectos de su libertad que, pormuy tierna y comprensiva que fuera, Marta no entendera jams, y prefiri pasar poralto las explicaciones. Y los clavos, los tacos de plstico, el martillo, el barreno,quedaron sobre el mueble de laca japonesa: era increble cmo haba cambiado esemueble al arrancarlo del pesado ambiente burgus de tnica indecisamente post-moder-nista de la casa de la madre de Marta, y cmo, trasladado al contexto dpouill

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    del piso nuevo, adquira un significado esttico totalmente contemporneo.Haba quedado encendido un foco iluminando el cuadro. No era grande: sesenta

    por ochenta. Y tena que reconocer que no slo no chocaba sino que armonizaba deveras con el mueble de laca japonesa. S, y era liviano, no slo de factura sino de peso:un kilo y ocho gramos, recordaba con toda precisin porque lo anot en un papelito, yaque antes de decidirse a bautizarlo con el nombre que actualmente ostentaba habaconsiderado como posibilidad llamarlo PESO 108. Lo sostuvo de nuevo en el sitio quele hubiera correspondido junto a la puerta de entrada y trat de alejarse un poco paraverlo, y claro, no pudo. Pero quedaba muy bien en el vestbulo. Sin embargo, mientraslo sostena en la pared con las manos lo acometi la tentacin de seguir la sugerenciade Marta de anoche y llevar el cuadro a su estudio, o lo que sera o no sera suestudio, para ver qu pasaba. En cuanto encendi la luz del cuarto vaco y vio all elTOMO VERDE NMERO CINCO dijo no, no; est mal, los errores saltan a la vista,como cuando un estudiante de academia mira su croquis en un espejo que trae en el bolsillo con ese propsito, para delatar las debilidades de su dibujo y corregir. Nopertenece a este cuarto vaco que es mi espejo, no corresponde a este cubo puro y sin

    hollar. Le falta algo. Todo. Todo en l equivocado. Pertenece al mundo de los muebles,no aqu, porque aqu revelaba toda su debilidad, la del cuadro y la suya. Apag la luz yvolvi con el cuadro al vestbulo. Esta vez tom resueltamente el taco de plstico, clavel clavo y colg el cuadro. Se alej para mirar. Perfecto: all perteneca, como si ocuparaun sitio que le hubiera sido asignado desde siempre. Qu contenta se pondra Marta alregresar! Qu sorpresa al verlo colgado por fin en su sitio!

    Esperndola, camin lentamente por el resto del piso, encendiendo las luces dondeera necesario, cambiando apenas el orden de las revistas en las cuatro esquinas de lamesa de caf de Marcel Breuer, de modo que los colores de las portadas armonizaranmejor con el conjunto, entreabriendo una cortina para que la cantidad controlada deluz embelleciera la riqueza de las texturas, y experimentando en forma total la

    satisfaccin del ambiente que haba sabido crearse, en el cual su cuadro TOMOVERDE NMERO CINCO el mejor y sin duda el ltimo de su serie de TOMOSVERDES, colgado por fin junto a la puerta de entrada, era como la clave del arco, laque lo cierra y le da solidez y resistencia: s, ahora, al volver al zagun y mirarlo en susitio, se dio cuenta de que era totalmente necesario que ese cuadro estuviera all. Martatena toda la razn.

    Qu lstima que El Viaje de Invierno fuera tan largo! O era La BellaMolinera? En todo caso, se demoraba muchsimo. Estaba ansioso por compartir conella esta sensacin de plenitud, hasta se atreva a decir como de iluminacin producidapor el contacto con los objetos que le pertenecan... S, tener a Marta aqu para colocarsu figura protectora de modo que tapiara la odiosa entrada a la habitacin vaca,

    clausurndola para siempre, de modo que su cuadro colgado junto a la puerta quedaracomo su obra definitiva en este piso definitivo, en este vestbulo definitivo, anulandotambin la tentacin de entrar a la habitacin vaca, y tambin, por otro lado, la otratentacin, distinta pero igualmente potente, de abrir la puerta de su casa y salircorriendo y perderse para siempre: le bastaba estirar la mano para abrir esa puerta...

    Son el timbre. Su corazn salt con la alegra de la certeza de que era Marta queregresaba, tocando el timbre en vez de abrir con su propia llave porque se habaolvidado su llave, era tpico, no poda ser ms distrada. El momento solitario de la

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    plenitud haba pasado y ahora Marta se incorporaba triunfalmente a ese momento paraprolongarlo bajo otra forma. S, le bastaba estirar la mano para abrir la puerta y dejarlaentrar. As lo hizo, exclamando:

    Marta...!Pero no era Marta. Era el portero. O por lo menos el hermano del portero

    Roberto no lo conoca muy bien, Marta era la que tena tratos con l, porque delo que lo recordaba se le pareca mucho: alto, el traje gris, el pelo gris, el ajado rostrogris tan surcado, arrugado, anudado y marcado que daba la impresin de que iba a sernecesaria una obra de rescate arqueolgico para exhumar al pobre hombre sepultadobajo tantos escombros. El hermano del portero salud cortsmente y, cuando Robertole contest el saludo, entr, mirndolo todo como arrobado, y exclamando:

    Qu piso tan bonito...!Lo dijo con sorpresa, como si lo viera por primera vez y constituyera una

    revelacin para l, de modo que, claro, no poda ser el portero, sino el hermano delportero, porque el portero conoca el piso. Roberto, feliz, sonri, aprobando su juicio ytan lleno de orgullo ante su creacin que no pudo reprimir una cordialsima invitacin:

    Le gustara verlo?A lo que el hermano del portero respondi:Encantado...!Lo pase por el saln sealndole el Tapies no sobre la chimenea para evitar el

    clis, sino a la izquierda, y la coleccin de litografas las ms importantes queformaban unpanneau sobre la pared principal del comedor. Lo llev a los aseos y a lacocina como quien pasea a un turista por los salones de un museo, explicndole lascosas, insinuando pero no recalcando el valor econmico de cada objeto, entusiasmadocon la admiracin del hermano del portero. Omiti, sin embargo, el cuarto vaco nohaba nada que ensear en l, claro, aunque fue justamente al pasar junto a su puertaque sinti el escalofro producido, sin duda, porque se olvid de cerrar la puerta del

    piso. Al llegar al vestbulo el hermano del portero pareca haber aflorado de losescombros de su rostro, tanta era su admiracin, y reanimado sonrea. Al tomar elpestillo para cerrar la puerta en cuanto su visitante saliera porque ya nada ms cabaque decir, Roberto tambin estaba sonriendo. En el momento justo antes de traspasar elumbral despus de despedirse, el hermano del portero descolg el liviano TOMOVERDE NMERO CINCO y sali. Fue tan repentino su gesto que Roberto cerr lapuerta antes de darse cuenta de lo que haba sucedido. Comprob que era verdad, queen efecto faltaba el cuadro, y volvi a abrir: all vio al hombre con el cuadro debajo del brazo, sonriendo con la seguridad de que tanto Roberto como l y todo el mundoestaban de acuerdo en que haba venido para eso, para llevarse el cuadro determinadode antemano. La puerta del ascensor se abri ante el hermano del portero,

    iluminndolo y recortando su sombra en un cuadrado de luz sobre el suelo del palierRoberto no poda gritarle: Devulveme el cuadro, ladrn! Eso poda resultar unaimpertinencia, y si armaba un escndalo tan al comienzo de su vida definitiva en eledificio definitivo, sus relaciones con los vecinos no iban a plantearse como de buenaugurio. Adems, el hermano del portero pareca tan tranquilo, tan seguro. Y al dar elpaso con que entr al ascensor, exclam:

    Adis! Y... gracias!Y definitiva como una gallina, y fuerte como la puerta de una caja de caudales, la

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    puerta del ascensor se cerr tras l. Roberto sali al palier y se par frente a la puertadel ascensor. En el tablero, la luz de cada piso fue encendindose sucesivamente: dos,uno, entresuelo, planta baja. Luego se apag. Slo entonces Roberto pudo reaccionar ylevant el puo para golpear la puerta cerrada de esa caja implacable, para exigir quele devolvieran su cuadro, un ladrn haba entrado en su casa, se quejara a laadministracin del edificio, robarse un cuadro as, sin ms ni ms, un domingo por lamaana... un cuadro suyo, s, suyo, pintado por l... sin valor, claro, pero suyo. Y si notiene valor, entonces por qu protesta tanto?, le preguntaran las autoridades.Adems, estaba en pijama, no podan verlo as. Baj el puo, vencido sin golpear. Tuvofro: claro, en pijama, en el palier, esto s que estaba bueno, ahora s que haba atrapadoun catarro... de los mil demonios... S, y maana que tena que comenzarle ese puente ala seora del presidente de su banco... Regres a su piso y cerr la puerta. Con llave,por si acaso. All estaba la pared vaca, de un beige dorado muy fino, y en medio de lapared el clavo absurdo, solitario, pegado a su sombrita, como los clavos inexplicablesque a veces se ven en las paredes vacas de los cuadros de Vermeer. Pero qu tantopensar en Vermeer en estos momentos...!

    Pero, momentos de qu? De asalto, de robo, de crisis, de atropello, deexpoliacin, de abuso, de...? Era imposible formular lo que haba sucedido. Adems, lanica solucin era muy fcil y no tena para qu agitarse tanto: en cuanto llegaraMarta, que ya no poda tardar, le pedira que a travs del portero se pusiera encontacto con el hermano del portero y, dicindole que todo haba sido un error,recuperara el cuadro. Ofrecerle una compensacin en dinero, tal vez, para suavizar lasdificultades de tan delicada transaccin? Pero si el cuadro no vala nada! Si slo tenalo que la gente suele llamar un valor sentimental! Era bastante humillante que uncuadro suyo no tuviera ms que un valor sentimental, pero en fin... Y eraverdaderamente el hermano del portero? Le constaba a l que el portero tena unhermano? Le pareca haberlo odo decir una vez, pero quiz fuera de otro portero y de

    otro edificio. Y si no era el hermano del portero, quin era, entonces? Y lo peor detodo, si era el hermano del portero, por qu haba entrado en su piso, y aparentementecomisionado por alguien y presuponiendo que l estaba en antecedentes, descolg sucuadro con tanta decisin y se lo llev sin molestarse en dar explicaciones de ningunaclase? Quiz Marta... Marta lo solucionaba todo, Marta tena que saber. Se trataba, sinduda, de algo que ella haba arreglado... quiz prestarlo para una exposicin deaficionados, por ejemplo, pongamos que fuera en el Museo de Arte Abstracto deCuenca, y con todo el barullo de la instalacin definitiva en el piso se le haba olvidadoavisarle haber dado licencia para que hoy, a esta hora, vinieran a buscarlo... S, s, estoera; algo haba odo hablar de una exposicin para aficionados de categora en elMuseo de Cuenca, y a Marta simplemente se le haba olvidado decrselo. Claro, con

    todo lo que la pobre haba tenido que trabajar para instalar el piso, y con Paolo y sussoponcios cuando Marta se rebelaba contra sus exigencias de que los colores de lastoallas fueran demasiado refinados... y ahora, de repente, la aparicin de este buen seorde Cuenca a buscar su cuadro: otra sorpresa, otro regalo de Marta, que siempre loestimulaba tanto en todo. Roberto se puso su bata de seda italiana. Se sent junto a lachimenea, la encendi despus de pensarlo durante unos minutos y se qued mirandoel intil y bello fuego recordando la visita a Cuenca haca un par de aos, los Tapies,los Millares, los Cuixart, los Forner, el estmulo de su envidia, de su deseo de

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    emulacin. Y ahora l iba a exponer all; quin sabe si hasta le compraran TOMOVERDE NMERO CINCO para la coleccin permanente de Fernando Zobel... pero,claro, no poda venderlo, le perteneca a Marta y no poda despojarla... aunque quizsen un caso as comprendera.

    Pero Marta no saba nada de nada. Cuando lleg y Roberto le cont la visita delseor del Museo de Cuenca fue necesario descartar la tesis inmediatamente porqueMarta jams haba odo hablar de que se preparara una exposicin de aficionados en elMuseo de Arte Abstracto. All era todo demasiado profesional. Ni de enviar un cuadrosuyo a ninguna parte...

    Bueno, lo hubiramos hablado no una, sino mil veces, Roberto, imagnate, yadems es seguro que lo hubiramos consultado con Anselmo.

    Ahora que lo dices, creo que fue una noche en casa de Anselmo que conocimos aun coleccionista que dijo... no, no era coleccionista privado, era, me parece, el directorde...

    S, que le haba comprado un cuadro a Anselmo.Ves? Claro. Para una exposicin de aficionados en el Museo de Arte Abstracto

    de Cuenca.No era en Cuenca.Dnde, entonces?En Palma de Mallorca, creo... s. Pero no tiene la misma categora que Cuenca.S. Era en Palma.Y no era una exposicin slo para aficionados, porque, francamente, Anselmo

    Prieto es bastante ms que un mero aficionado.Roberto dej transcurrir unos minutos de silencio, fros como si pasara un muerto,

    para que Marta se diera cuenta de las implicaciones de lo que haba dicho. Luego,suavemente, le pregunt:

    Yyo?

    T qu?Le cost precisar:Soy un mero aficionado?Ella lo calcul:Eres un aficionado muy bueno. Pero un mero aficionado.De nuevo Marta se demor para medir las cosas.S. Eso lo sabes sin ninguna necesidad de que yo te lo tenga que decir.Y mis cuadros no tienen ms categora que los cuadros pintados por un

    aficionado...?Roberto......un sacamuelas rico que, como no le gustan los deportes, pasa su tiempo libre

    pintando cositas?Roberto... por favor......un filisteo abyecto que se quiere contar el cuento a s mismo de que no es

    filisteo abyecto, sino que l tambin puede elevarse hasta las regiones ms enrarecidashabitadas por los espritus selectos de los verdaderos artistas, como Anselmo?

    Marta cerr los ojos, se tap los odos y grit:Roberto!l se haba estado paseando frente a la chimenea y fren bruscamente ante Marta,

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    inquisitorial, furioso:Entonces por qu cojones me pediste que te regalara TOMO VERDE

    NMERO CINCO para nuestro aniversario de matrimonio?Ella se puso de pie, y muy despacio, como una gata, fue acercndose a l:Roberto, escchame. Estabas tan mal esos das, tan deprimido, acurdate de

    cmo te pones cuando te da por repetir y repetir que nada tiene sentido, que lo nicoque hacemos es comprar cosas con el dinero que ganas pavimentndole la boca a unacantidad de vejestorios ricos... que no puedes reducir tu vida al orgullo de poder pasarcuentas cada vez ms altas...

    l se alej de ella:Ah! Tu admiracin por TOMO VERDE NMERO CINCO es, entonces, una

    admiracin teraputica, como enjuagarse la boca con Amosn...?No digas eso...Roberto se alej ms aun de Marta, sentndose al otro lado de la mesa de cristal de

    Marcel Breuer colocada ante la chimenea.Gracias por tu caridad, Marta.

    Pero, por qu no me quieres entender? No es que no me guste tu cuadro. Cmose te ocurre. Me encanta. Pero hay que buscar un equilibrio de alguna manera...Eso es caridad. Gracias.Titube apenas antes de agregar:Comprendo. A m tambin me ha tocado ser... caritativo... a veces... contigo... As

    es que aplaudo tu actitud.Y diciendo esto mir agudamente el vientre siempre vaco de Marta, penetrando

    en l como en el cuarto vaco que ya jams se resolvera a llenar con nada. Marta sintila fuerza de esa mirada que taladr sus entraas doloridas con la culpa de quince aosde jugar a que todo eso no importaba nada, que eran otras cosas las que importaban. Setap la cara con las manos. Esper que, como otras veces, Roberto acudiera a abrazarla,

    a consolarla, a decirle que no importaba, a mecerla como a una nia porque ella erauna nia, nada ms, una pobre nia que porque era nia no poda tener nios, abesarla como a una nia... Pero esta vez Roberto no acudi: a travs de la explanadafra de la mesa Bauhaus, abrigada apenas por la presencia de una escultura africanaenhiesta en el centro y por las cuatro pilas de revistas bajo pisapapeles de cristal sivas a poner esos pisapapeles Victorianos espantosos, hay que simular por lo menosque sirven de pisapapeles, si no, son un horror, haba dictaminado Paolo, la miradade Roberto continuaba hirindola. Las manos de Marta resbalaron de su cara, a lo largode todo su cuerpo, hasta quedar sobre su vientre, defendindolo, y sali corriendobruscamente de la habitacin. Roberto se sent y encendi un cigarrillo. Al sentir queMarta abra y despus cerraba la puerta del piso, esper un rato. Despus se levant,

    tirando el cigarrillo a la chimenea, y pregunt en voz muy baja:Marta?Luego repiti ms alto:Marta?Comenz a buscarla por todas partes, habitacin por habitacin, repitiendo Marta,

    Marta en voz muy baja, sabiendo, sin embargo, que no la encontrara porque se habaido.

    Ido?

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    Ido era muy distinto de salido. Y, claro, slo haba salido, porque, pens Roberto, anuestra edad y con nuestra posicin, la gente nunca se ha ido, a lo ms ha salido.Quiz su mirada fue demasiado hostil, su venganza demasiado repentina... pero no eracomo si ella no se lo hubiera buscado. Entr en su cuarto vaco encendiendo la luzporque las persianas estaban bajas, cerr la puerta y se sent en el parquetperfectamente nuevo, brillante y limpio. Nada en todo el cuarto: un espacio suyo. Yqu, qu pasaba si se haba ido en vez de salido? El tendra, entonces, la soberbiacomodidad de quedar sin testigos y no tener que darle cuenta a nadie de lasmonstruosidades que poda revelar el espejo, y permanecer figurativamente, esclaro en esta habitacin vaca sin necesidad de resolverse a hacer jams nada conella. Ni siquiera entrar.

    Se prepar un plato de huevos revueltos con jamn para apaciguar su hambre, ydespus un poco de caf. Se lo tom junto a la chimenea apagada. Dijera lo que dijeraPaolo, no tiraba bien, lo que resultaba un poco incmodo, aunque no de granimportancia, ya que la calefaccin funcionaba en forma estupenda. Era, ms que nada,la incomodidad de la sensacin de que ahora nada cuajaba en el piso: que la

    proporcin de la mesa de centro era un error, que la clase de relleno que usaron en elsof color habano tena una desagradable calidad resbalosa, que la cornucopia Imperio,aunque simple, contradeca el sentido de todo el saln. Y en el dormitorio era lomismo. Y en el vestbulo y en la cocina y en el bao, hasta que se encerr de nuevo conun portazo en su cuarto vaco, donde todo cuajaba. Se sent en el suelo, con la espaldacontra la pared. El catarro que tena era fuertsimo, le latan los ojos, las cejas sobretodo, lo que le produca un abombamiento insoportable, y fue deslizndose por elparquet brillante. S: su sinusitis, ahora violenta y vengativa, marendolo. Martahaba salido. Ella saba qu darle cuando se senta as. Salido, no ido. Las mujeres no seiban despus de una escena, tirando a la basura quince aos de matrimonio:simplemente salan, aprovechando para comprar mantequilla o jamn, y despus

    volvan con la cara larga como si hubieran estado caminando bajo la lluvia como en laspelculas de Antonioni. Hasta que uno las consolaba: el abrazo, el beso, las gastadaspalabras de otra reconciliacin, respirar ms rpido y ms hondo, las manosacariciando, el dormitorio, la cama que lo borraba todo, y la paz, y el sueo queborraba ms aun.

    Roberto?En el cuadriltero repentino de la puerta apareci la silueta de Marta llamndolo.

    Salido. Encendi la luz. Roberto haba estado durmiendo quin sabe desde qu horatirado en el parquet fro, con su sinusitis...

    Me qued dormido.Marta se hinc junto a l para ayudarlo a levantarse, suavemente, apoyndolo para

    que se pusiera de pie: no, hoy no iba a ser necesario montar la pera de lareconciliacin.

    Pero, por qu aqu?Qu hora es?Las doce de la noche. He llamado toda la tarde y toda la noche para hablarte y...

    pero como nadie contestaba el telfono, supuse que habas salido t tambin...Salido, pens Roberto. No ido. No nos podemos ir. Slo, de vez en cuando, salir.A ver, djame tocarte... ests con fiebre...

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    Dnde has estado?Donde Paolo.Ah, tu confidentito particular.Me dej llorar. Es bueno tener un amigo marica para contarle las penas...Y para contarle lo perversos que son los maridos...Malos, malos, malos... vieras las cosas espantosas que le cont de ti.Y l estuvo de acuerdo.Por supuesto. Para qu me hubiera servido desahogarme con l, si no? Y me

    propuso alternativas... amantes... amigos que me admiran por sobre todas las cosas...Y l les llevar el mensaje de que ahora ests disponible?Ambos rieron.A ver, djame abrir bien la cama. Acustate. El termmetro antes que el

    Optalidn. S, un poco de Vichy... colonia para que te refresques, en tu pauelo...S. Era su sinusitis. Pero esta vez tuvo fiebre durante un par de das y un dolor

    de cabeza que lo mataba. Marta lo cuid inquieta, porque adems Roberto estabadeprimido aunque tratara de ocultrselo. Seguramente era slo debido a la enfermedad

    y ya se le pasara: lo que sucedi entre ellos dos ese domingo no tena importancia yambos ya se haban olvidado del asunto. Mientras Roberto estuvo en cama Martallam al portero y le pregunt si el domingo a tal hora haba visto salir a un hombrecon un cuadro no, seora, si l tena un hermano algo parecido a l no, seora,y sin decirle nada ms le pidi que quitara el clavo y el taco de plstico del muro delvestbulo, que llenara el agujero con un poco de material, y al da siguiente, cuando elyeso ya hubiera fraguado, que pintara la pequea mancha blanquizca con un poco depintura del mismo tono, quedaba un poco en el bote: as, cuando Roberto se levantaradentro de un par de das ya no quedaran ni rastros de TOMO VERDE NMEROCINCO y todos los desagrados que produjo: evidentemente, se explic Marta a smisma, se trataba de un error, alguien que se equivoc de piso, de casa, de cuadro, y

    bueno, lo mejor era olvidar todo el asunto, porque para tener otro intilenfrentamiento con Roberto de la misma clase del que tuvieron, ya no tenan edad,francamente, y esas escenas no llevaban a ninguna parte. Las cosas que era imposiblecambiar, mejor dejarlas, s, eso le haba dicho a Paolo ese domingo que pas en su pisototalmente Bauhaus, con muchos cojines en el suelo, tomando t Orange Pekoe, viendollover y contndose sus vidas y sus penas, como alguna vez lo haban hecho antes ycomo as lo esperaba Marta lo haran muchas veces despus.

    Pero Marta no quiso que Roberto siquiera pensara en levantarse para ir al trabajoantes de que lo viera Anselmo.

    Mujer, si sufro de sinusitis desde que tengo cuatro aos, de cuando la guerra...No importa.

    Y s cuidrmela. No quiero que venga Anselmo.En realidad, lo que no quera era or de nuevo el timbre de la puerta la

    seora Presen tena llave propia porque generalmente llegaba en la maana, antes deque ellos despertaran y se resista a que ningn extrao entrara al piso. Marta lecontest cualquier cosa ante su negativa de ver a Anselmo para que no se produjerauno de esos silencios que era imperativo llenar con algo, y no le obedeci. Haciendo aun lado sobre el escritorio el candelabro de plata, tom el telfono, marc el nmero deAnselmo a pesar de las protestas de Roberto, y al colgar le dijo que su amigo y mdico

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    de cabecera se anunciaba para dentro de una hora.Anselmo era pariente de Marta, un hombre alto, fornido, peludo como un oso de

    peletera ahora que se dejaba el pelo un poco largo y una barba que apenas descubraun trozo de su rostro, a su vez cubierto por el vidrio de grandes gafas transparentes, demodo que su cara pareca, segn Marta, un objeto Dada, unas gafas y unos ojosgrises con un marco de piel. En el vestbulo, al abrirle la puerta, Marta le explic que enrealidad Roberto no tena nada, pero que estaba un poco nervioso no, no nervioso,Anselmo, ha estado un poco neurastnico como decan antes; no s muy bien porqu, y que lo examinara, pero sobre todo que le hiciera un poco de compaa.

    Tienes tiempo, no, Anselmo?S. Los enfermos siempre tienen la prudencia de esperar a que los visite el

    mdico antes de morirse, as pueden echarle la culpa.Entonces, qudate un rato con l. Y... oye...Lo ataj antes de abrir la puerta del dormitorio:No le hables de pintura.Por qu?

    Despus te cuento.Anselmo examin al enfermo, le dijo que no tena nada, que no fuera tanmelindroso y para qu lo molestaban hacindolo venir si l mismo saba cuidar sueterna sinusitis. Que le diera un cigarrillo. Lo encendi y se estir a los pies de la camamatrimonial, admirando lo bonito que haba quedado el dormitorio, con la antiguacmoda catalana, el escritorio que usaban tanto Marta como Roberto para cosasurgentes y sobre el cual estaban el telfono y el candelabro de plata, y por ltimo lapresencia invitadora de la chaise-longue verde musgo: me encantan los dormitorios conchaise-longue y los comedores con sof y mesa de caf, haba dictaminado Paolo, ytenan comedor con sof y mesa de caf y dormitorio con chaise-longue, para algunanoche en que se peleen, insinu el interiorista.

    Roberto asinti:S. Todo el piso ha quedado muy bonito.No lo he visto. Tenemos que organizar una crmaillere.No estn los nimos como para crmaillere.Anselmo iba a preguntarle por qu, pero enmudeci al recordar las advertencias

    que Marta le hizo. Se senta incmodo porque aunque los temas de que podan hablareran infinitos, el ms natural era la pintura, y con la incomodidad de sentir esahabitual puerta de comunicacin cerrada tema que dentro de diez minutos cayeran enla mudez total. Roberto insisti:

    Quieres verlo?Qu?

    El piso.sta era la ocasin para evitar el silencio.Bueno.Llama a Marta para que te lo muestre.Dijo que iba de una carrera a la peluquera, para estar decente maana...

    acurdate que vamos a BORIS...Ah. Te lo muestro yo, entonces.Ya no tienes fiebre?

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    No. Si apenas tuve unas dcimas hace unos das. Dolor s, pero ahora casi nada...Se anud el cinturn de su bata de seda, calz sus pantuflas, y sonriente al

    comprobar que ya ni siquiera de pie senta dolor de cabeza, le abri la puerta de sudormitorio a Anselmo para comenzar la visita desde el vestbulo. Todo le gust mucho,sobre todo el mueble de laca japonesa; aprob la cornucopia estilo Imperio, lo que lequit un gran peso de encima a Roberto porque nunca haba estado seguro y tena feen el gusto de Anselmo; celebr el dolo negro saba perfectamente que no era unapieza de museo, pero tampoco era una de esas porqueras que les venden a los turistasen los barcos que tocan Dakar; admir los colores, la transparencia de las cortinas,todo. Demoraron mucho porque Anselmo tena un vivo inters civilizado por estascosas, y aunque su gusto era muy distinto al de Roberto, su inclinacin por el bric--brac y su aficin por el modernismo no eran aceptables para Roberto, cuyo gusto estabaa medio camino entre el dpouillement Bauhaus de Paolo y la indiscriminacin efusiva yanecdtica de Anselmo, no se le poda negar que tena ojo e imaginacin. Al pasar junto al cuarto vaco Roberto estaba tan inmerso en explicaciones que casi abri lapuerta, pero se refren justo a tiempo. Dijo:

    Un armario.Grande debe ser.Demasiado...Y Roberto apresur el pauso para que a Anselmo no se le ocurriera abrir.En el dormitorio, con su lucecita de velador encendida y el resto en penumbra,

    clido, protegido mientras afuera llova y llova, habl un rato ms con Anselmo,hasta que ste le dijo que mejor descansara bien si quera ir a trabajar a la clnicamaana por la maana, y en la noche a BORIS... l se iba. Roberto le agradeci suscuidados, dicindose que uno de los grandes placeres de la madurez es brindado por lafidelidad de los viejos amigos. l y Marta, Anselmo y Magdalena, eran parejasamigas, que compartan si no absolutamente todo, ciertamente muchsimo: ellos eran

    los padrinos del ltimo nio de los Prieto, salan a cenar y al cine y al teatro y al Palau juntos... En fin, siempre con mucho tema de conversacin, siempre paralelos. Laplacidez de Anselmo le haca bien al nerviosismo un poco acerado de la irona deRoberto, y Marta y Magdalena salan de compras juntas, iban a conferencias,almorzaban en el centro y hacan esas misteriosas cosas que hacen juntas las mujeresmientras los maridos trabajaban, iban a los Encants, se criticaban una a la otra como buenas amigas, hacan dietas para perder peso y comparaban los resultados, y sepeleaban los favores de Paolo. Anselmo bebi de un trago lo que le quedaba de whiskyen el vaso, tuvo que buscar un poco a tientas donde dejarlo, y lo hizo finalmente sobreel escritorio. Despidindose dijo que llamara maana temprano para saber cmo habaamanecido. Sali, cerr la puerta de la habitacin y del piso, y Roberto se qued solo

    otra vez.Pronto lleg Marta y encendi las luces. Le prepar una cena liviana, se meti en la

    cama, leyeron l Los Xuetas en Mallorca y ellaMaurice, de Forster, y despus de hacerlotomar el ltimo Optalidn por si acaso, apagaron las luces y se quedaron dormidos.

    Al otro da Roberto amaneci con la cabeza limpia, sin molestias de ninguna clase,preciso y claro como un cuchillo, entonado para el trabajo y lleno de entusiasmo paraasistir a BORIS esa noche y aun para vestirse de etiqueta, a lo que naturalmente erareacio. Cuando lleg a medioda bes a Marta: le pidi que esa noche se pusiera su

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    vestido verde de brillos y ella dijo que bueno, que haba pensado ponerse el negro yque la seora Presen se lo tena listo, pero que ira inmediatamente al dormitorio a vercmo estaba el verde para que la seora Presen lo repasara antes de irse despus delavar las cosas del almuerzo. Roberto estaba en el comedor, llevndose a la boca elltimo bocado de ensalada, cuando sinti la voz descompuesta de Marta, que desde eldormitorio le grit:

    Roberto...Dej caer el cubierto y corri. La vio demudada junto al escritorio.Qu te pasa, Marta, por Dios?El candelabro...Roberto no entendi.El candelabro no est.Cmo no est?Ha desaparecido.Le dijo que no poda ser, que se hubieran dado cuenta antes, que quin iba a

    habrselo llevado, que las cosas no desaparecen as no ms, que ella era un poco

    distrada y descuidada, por no decir desordenada mira el estado en que tienes esevestido verde que es de Pertegaz y carsimo y el que ms me gusta como te queda, yque seguramente lo habra dejado en otra parte al arreglar la casa en la maana.

    Yo no arregl nada hoy. Fue la seora Presen.Pregntale.Marta no se movi.No vas a preguntarle?Marta se mordi el labio.Puede haberlo llevado a la cocina para limpiarlo. Pregntale.No me atrevo.Por qu?

    Puede sentirse ofendida, ya sabes cmo es esta gente.No seas tonta.Yo no le pregunto. No me atrevo. Le tengo demasiado respeto a esta pobre

    mujer, que a los sesenta aos tiene que estar haciendo faenas por las casas paraalimentar a su familia y a su marido, que dicen que es un borracho intil, para dejarlaque siquiera suponga que estoy insinuando que se lo puede haber robado. No.

    Pero si yo no digo que se lo haya robado, slo que se lo llev para adentro, parafregarlo.

    No estaba en la cocina...Mira, Marta, enfrntate con el hecho de que tienes terror a que esa mujer se

    enfurezca y te deje, y como es tan difcil conseguir una buena mujer de faenas...

    No seas imbcil.Si vas a gritarme y decirme imbcil por una mujer de faenas que... que tenemos

    hace apenas un mes...La gente pobre no puede tener tambin un poco de sensibilidad?Apenas la conocemos...Me das asco! Suponiendo una cosa as de una pobre mujer..., t y tu piso, t y tu

    candelabro ingls de buena poca, tan fino...Qu me importa el maldito candela...!

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    En ese instante apareci la seora Presen, paraguas en mano, flaca, con los ojosagotados y las mechas escapndosele de debajo de la toquita de plstico floreado atadadebajo de su barbilla con dos cintas azules. Llevaba un bolso minsculo. El candelabrono poda caber en ningn intersticio de su persona exigua ni de su vestimenta.

    Nada ms, seorita?No, creo que nada...Quit los platos que dejaron en la mesa, los lav, y dej puestos los aguamaniles

    y la fruta. El caf est en la cocina. Me perdona si me voy de prisa.Si ya se ha pasado ms de un cuarto de hora de su maana, seora Presen; no se

    preocupe, yo lavar lo poco que quedar......es que me tengo que ir a cuidar a mi hermana viuda en Viladecans, est en

    cama, enferma, flebitis, y le tengo que hacer la faena porque su hija trabaja en veranoen un hotel de la Costa Brava, y como quiere progresar, en el invierno estaprendiendo francs y hoy tiene clase y tiene que dejar a mi pobre hermana sola toda latarde. As es que usted me perdonar, seorita, si por hoy no lavo todo...

    Roberto dijo, aplacado:

    No se preocupe, seora Presen. Dse prisa para que alcance a tomar su tren...A Viladecans, autobs. Y mi sobrina tiene un novio que tiene un seiscientos, ycuando lleguen a la casa de mi pobre hermana me traern de vuelta en el seiscientos.Viera qu buena es mi sobrina, y el novio de mi sobrina tambin. l es...

    Hasta el lunes, seora Presen.S. Hasta el lunes, seor. Hasta el lunes, seorita.Hasta el lunes, seora Presen. Que encuentre bien a su hermana, y no se moje...No... gracias... adis...Dejaron que cerrara la puerta. Permanecieron en el vestbulo, donde faltaba

    TOMO VERDE NMERO CINCO, cosa que los dos saban pero preferan norecordar, y esperaron a sentir la campanita que anunciaba el ascensor en el piso tres, y

    el golpe de la puerta que se cerraba indicando que la pobre seora Presen habaemprendido su viaje a las regiones inferiores.Ves?Qu, Marta?Que no se lo rob.Pero si yo no dije que se lo hubiera robado. Lo nico que te dije era que le

    preguntaras por el candelabro... t agregaste todo lo dems.Pero no se lo rob.No, no se lo rob.Lo dices como quien reconoce una derrota.Roberto dej transcurrir un instante de silencio para ver si Marta se daba cuenta de

    por qu era, de veras, una derrota, una derrota muchsimo ms terrible que si hubieranencontrado el candelabro escondido bajo el abrigo de la seora Presen. Pero no quisoprolongar el silencio y dijo:

    Anselmo.Ests loco?Es la nica persona de afuera que ha estado en la casa, adems de la seora

    Presen.Llmalo y pregntaselo, entonces.

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    Ests loca?Ah, ves? Ahora eres t el que tiene delicadezas? Por qu tanto miedo de

    acusar a Anselmo de robo, si crees verdaderamente que l te rob?Me vas a decir que quieres que llame a Anselmo Prieto para preguntarle si por

    casualidad no sera l quien se rob el candelabro de plata que estaba sobre miescritorio, cuando vino a visitarme?

    Claro. Qu se hizo el candelabro, entonces?Roberto iba a abrir la boca para contestar, pero se dio cuenta de que ya la tena

    abierta y que no poda contestar porque no poda ofrecer alternativas. Que Anselmo,descuidadamente, lo hubiera metido en su maletn? No, ridculo; adems, ahora seusaban esos maletines duros, delgados, planos, en que no caba nada... y por otra parteno podan haber sido ntimos amigos durante todos estos aos sin haberse dado cuentade que Anselmo era cleptmano. Que fuera tan distrado que crey que le perteneca,que lo confundi con uno de los suyos, ese par que usaban en forma un poco clis en lamesa del comedor? Absurdo. Hiptesis absurda suceda en su mente a hiptesisabsurda, vertiginosamente, una borrando la otra, todas intiles, todas imposibles, y sin

    embargo cerrndole los odos y los ojos para tratar de explicarse la conducta deAnselmo. Finalmente se rebel contra la suposicin que en forma implcita aceptaba:que en realidad haba sido Anselmo. Sigui a Marta hasta el dormitorio sin or lo queella deca y por fin habl:

    No fue Anselmo.Ella se le enfrent:T me exigiste sin ningn asco que fuera donde la seora Presen a acusarla de

    robo y ahora quieres impedirme que le pregunte a tu amigo...No era eso, no era eso, Marta no entenda nada, no entenda el terror, no quera

    abandonarse a l, hundirse en l, asociar dos acontecimientos para que la sntesis loscercara con el miedo. Y por eso, con el traje verde de brillos colgndole del brazo,

    estaba marcando el nmero de Anselmo. Roberto no pudo soportarlo. Sali de sudormitorio. Abri la puerta de su cuarto vaco, entr, cerr y toc el interruptor, pero laluz no se encendi.

    Mierda. Se quem la bombilla.Sali. Escuch el tono spero, angustiado de Marta hablando con Anselmo, y

    mientras se pona su impermeable y tomaba su sombrero y su paraguas, oy quecolgaba el receptor. Cuando sali del dormitorio, Marta le dijo:

    Anselmo viene a las siete de la tarde.Enfrntate t con l.Y dio un portazo al salir del piso.Llam al ascensor, que se abri al instante, como si lo hubiera estado esperando

    con impaciencia para bajarlo. Roberto presion el botoncito planta baja: dos, uno,entresuelo. Para bajarlo...? No: en cuanto se encendi la lucecita del entresuelo tuvouna certeza insoportable, y al llegar a la planta baja, antes de que se alcanzara a abrir lapuerta, presion de nuevo el tres, su piso su bello, elegante, civilizado piso nuevodonde todo era perfecto antes de que desapareciera TOMO VERDE NMEROCINCO y ahora el candelabro, y quiz la bombilla de su cuarto vaco no se habaquemado sino desaparecido, alguien se la haba robado y por eso le urga volver a supiso, a comprobarlo; entresuelo, uno, dos... cuatro, cinco, seis, siete. Roberto de

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    nuevo presion el tres, sabiendo lo que iba a suceder, y seguira sucediendo quiz parasiempre, seis, cinco, cuatro... dos, uno, entresuelo. Jams volvera a encontrar su piso.Haba desaparecido. Con Marta. Con todas sus cosas. Esta vez dej que se abriera lapuerta en la planta baja y sali. El portero estaba en la calle, protegido bajo el umbral,reclinado contra la columna de mrmol, mientras jugaba con un bolgrafo, hacindolofuncionar con un clic-clic que molest a Roberto. No tena nada mejor que hacer? Losalud apenas y sali sin escuchar que el portero le deca que tuviera cuidado conmojarse ya que haba estado enfermo. Roberto necesitaba caminar un poco: por eso nobaj al stano a buscar su coche. Lo que lo obsesionaba era la posibilidad de llegar atodos los extremos, eso que Marta se negaba a ver pero que l vea y no lo dejabaalejarse de su casa porque tena miedo de perderse y en vez de tomar su coche para ir...quin sabe dnde; con este tiempo infernal era imposible ir a ninguna parte ni pensaren nada, este viento, esta humedad, esta lluvia minscula, esta ineficacia delimpermeable, bufanda, guantes... preferible caminar, dar vueltas a la cuadra, y amedida que su miedo se iba precisando en torno a la certeza de que jams volvera aencontrar su casa si cruzaba una calle y no continuaba dando la vuelta en redondo por

    la misma acera hasta llegar de nuevo a su puerta, vio que a pesar de sus precaucionesiba desconociendo los comercios y las fachadas... claro que todava no estabaacostumbrado a su barrio nuevo porque, al fin y al cabo, cuando sala de la casa lohaca desde el stano en su coche... y, sin embargo, no: all estaba la boutique que lucacorbatas colgando de una mecedora Thonet pintada de rojo; all la farmacia, pero no sucasa, no su casa; s, haba desaparecido, su miedo tena fundamento, no iba a podervolver, se iba a perder en la ciudad, en la intemperie, lejos de telfonos y direccionesconocidas, en las calles enmaraadas por la noche y por las luces multiplicadas yrefractadas por la lluvia.

    Despus de un rato en que ya no conoca nada, ni tiendas ni edificios, ni anuncios,ni rboles, cuando estaba a punto de echarse a correr quin sabe hacia adnde, tuvo la

    conciencia de que iba mojndose, y al mismo tiempo apareci junto a l el portero desu casa con su paraguas abierto para guarecerlo y conducirlo hasta su edificio.No se moje, seor.Gracias.Cuando el portero le abri la gran puerta de cristal, Roberto de nuevo iba a darle

    las gracias por su amabilidad pero no lo hizo porque divis la puerta roja del ascensoren el que se vera obligado a subir... a dnde?... encontrara su piso, solo, sin ayuda,como no haba podido encontrar su casa sin la ayuda del portero...? No se quedaravagando eternamente en el ascensor de piso en piso, del dos se pasaba al cuatro, el tresno exista, las luces encendindose y la campanilla sonando en cada piso que no era elsuyo, taladrando sus odos por toda la eternidad?

    No. No poda dejar que esto le sucediera. Aprovechando que el portero lo segua,como vigilndolo, se tambale un poco. El portero obedeci su sugerencia:

    No se siente bien, seor?No.Lo acompao hasta su piso, seor?Exactamente. Qu bien entrenado tenan al servicio! El portero subi con Roberto

    al ascensor y presion el botoncito rojo nmero tres: entresuelo, uno, dos... y tres:milagrosamente, la puerta se abri como siempre, obedeciendo al portero porque, al fin

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    y al cabo, adems de portero en ocasiones deba desempearse como ascensorista ysaba su oficio, y lo ayud con gran delicadeza, como si se tratara de la operacin msdifcil, a trasponer el umbral del ascensor, apoyndolo hasta la puerta de su pisomientras Roberto sacaba su llave. Cuando la sac, le dijo:

    Gracias.Vio en la cara del portero que lo haba desilusionado y quizs hasta herido. l sin

    duda estara imaginndose una escena de telefonazos y emergencias, que despuspodra comentar como el acontecimiento estelar del da con su mujer a la hora de lacena, sobre los garbanzos y el vino. Pero no, se dijo Roberto, no poda estar pendientede si hera o no a un portero, y le indic:

    Cuidado... se le va el ascensor.Al verlo retroceder hasta el aparato, justo antes de que se cerrara la puerta

    tragndose al hombre que lo haba encontrado perdido en la intemperie, l meti lallave en su cerradura y dijo:

    Buenas noches. Y gracias.Abri la puerta y entr. Al orlo entrar, Marta acudi presurosa, dispuesta, sin

    duda, para una escena de reconciliacin y de dilogo. Incluso, quiz, de ternura: perol no estaba para tonteras ahora. Haba terrores ms grandes que aplacar. Sin hablarle,casi sin mirarla ni saludarla, se dirigi directamente al cuarto vaco, y ella lo sigui sinchistar, con el vestido verde de brillos, que estaba revisando para ponrselo esa nochey darle gusto, colgado del brazo si Marta crea que l iba a ir a BORIS esa noche, ycon Anselmo y Magdalena, estaba muy equivocada, y una aguja con hilo verde en lamano. Roberto abri la puerta del cuarto vaco. Movi el interruptor. La luz noencendi. Marta murmur detrs de su hombro:

    Se quem la bombilla.No.Cmo no?

    Ve a traerme la linterna que hay en el cajn de arriba, el de la izquierda, delescritorio.Pero para qu?Ve, te digo...Su voz temblaba irritada, perentoria. Ella no vio la cara de Roberto, slo su

    espalda, el impermeable hmedo, el cuello subido, en una mano el sombrero y la otramoviendo histricamente el interruptor intil. Marta, con una especie de confianzacotidiana que en ese momento le pareci a Roberto totalmente fuera de lugar, dej elvestido verde colgado del brazo estirado con cuya mano l maniobraba el interruptor yfue al dormitorio a buscar la linterna. Cuando regres vio que Roberto no se habamovido, todo igual, espalda, impermeable, sombrero, brazo drapeado con el vestido de

    gasa verde movindose histricamente para obligar al interruptor a que funcionara apesar de que estaba convencido de que no poda funcionar. Sin darse vuelta, Robertodijo:

    Dame la linterna.Extendi su mano maquinalmente, como la mano de un cirujano que toma una

    pinza que le pasa su enfermera. Encendi. Marta, por encima del hombro de Roberto,vio que el rayo penetraba la oscuridad. El rayo, poco a poco, fue subiendo por lasparedes desnudas. Movindose, vibrando, el rayo buscaba: se detuvo justo en el medio

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    del cielorraso, en el corto alambre enroscado sobre s mismo rematado en unportalmparas dorado y una bombilla. Pero la bombilla no estaba. Roberto, comofulminado, apag la linterna y se qued mudo, quieto, mirando la inmensa oscuridaddel cuarto vaco. Despus de un instante, dijo:

    Ves?Marta, detrs de su espalda, pregunt muy suavemente:Quin puede haberla sacado?Roberto se dio vuelta para mirarla, odindola por penetrar con l en el miedo y

    haberlo aceptado, y cuando Marta quiso desembarazarlo del vestido de brillos verdes,l, de un tirn, se lo arrebat, rajndolo, y algunas lentejuelas se derramaron por elpiso.

    Rober..Son el timbre. Ambos, como si el timbre trajera la respuesta a todas las preguntas

    que no saban ni siquiera cmo comenzar a formular en sus mentes, corrieron hasta elhall de entrada, y Roberto, con el vestido verde vomitando lentejuelas en una mano y elsombrero en la otra, y Marta corriendo detrs con la aguja hilvanada en una mano y la

    linterna en la otra, abrieron la puerta.Cuatro sonrisas plcidas, unnimes, perfectamente ordenadas, propusieron unmundo de seguridad a los ojos despavoridos de Marta Mora y Roberto Ferrer. Atrs,dos mujeres altas, flacas, de impermeable, con el pelo muy corto, casi iguales, tanlavadas que los poros y las venas quedaban detalladamente dibujados sobre la fealdadcotidiana de sus rostros. Pero Roberto se dio cuenta de que la de la izquierda, pese a suaspecto de amanuense de notario de provincia, tena cierta errada nocin de lo sexy,porque llevaba colgados de las orejas unos pendientes de metal dorado como de gitanaque contradecan el puritano aspecto del resto de su atuendo. Adelante, los doshombres, muchsimo ms bajos, y rellenos como butacas, eran tambin unnimes, sloque el que quedaba bajo la mujer que no llevaba pendientes era calvo, y en medio de la

    calva luca un lunar obeso como si un escarabajo hubiera trepado hasta all parainstalarse sobre la calva monda y lironda. Los cuatro dijeron al mismo tiempo:Buenas tardes.Las cuatro voces gentiles, sumadas, produjeron una impresin como de rgano, y

    Roberto, que tena el odo muy fino, inmediatamente percibi que los registros de lascuatro voces eran distintos, como los de un conjunto bien adiestrado que se dispusieraa cantar a cuatro voces en la iglesia: el buenas tardes que dijeron fue como el laprevio a la actuacin. Algo le hizo sentir cierto respeto por esos cuatro mamarrachos, yal responderles con un buenas tardes que no pudo cargar con ningn calor, con lamano todava en el pestillo se retir un poco, abriendo ms la puerta se retir porqueel hombre sin el escarabajo en el crneo exhalaba ese pesado olor a boca que su

    entrenamiento de dentista lo hizo reconocer como producto de una digestin lenta, ylos cuatro personajes, como aceptando una tcita invitacin, entraron al vestbulo.

    Horrorizado, Roberto vio que Marta cerraba la puerta tras ellos. Los cuatroparaguas chorreaban sobre la moqueta. Sus zapatos hacan crujir algunos brillos alpisarlos. Y se quedaron all, alineados en otra formacin, un hombre bajo, una mujeralta, otro hombre bajo, otra mujer alta. Los cuatro traan de esos antiguosportadocumentos de cuero marrn, tan atestados que parecan panzas de perraspreadas repletas de cachorros. Sonrean sus sonrisas unnimes. El escarabajo pareca

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    haber trepado un poquito ms sobre la frente del calvo, y los pendientes de gitana deesa especie de monja laica cuyos ojos lo hurgueteaban todo, tintineabanligersimamente. Esta, inclinando un poquito la cabeza como para atisbar por la puertaentreabierta del saln, susurr:

    Qu piso tan bonito!Soprano ligera, se dijo Roberto. Los dueos de casa dieron las gracias por el

    cumplido. El del escarabajo, bartono, pregunt:Podramos hablar un rato con ustedes?Marta y Roberto quisieron saber de qu se trataba. En respuesta, los cuatro

    personajes, con sus voces armonizadas, organizaron una especie de fuga de preguntas,suaves, gentiles, celestiales como en una capilla de pueblo.

    Ha abierto su corazn a la palabra de Jess?No siente que es el momento de arrepentirse de sus pecados?Ha cuidado su alma inmortal?Por qu no permite que el Seor lo toque?La del alma inmortal era la soprano ligera de los pendientes, que al enunciar su

    pregunta no pareca estar completamente concentrada en su mstico contenido, sinoque, con la punta del pie, haba ido abriendo lentamente la puerta del saln, y tenamedio cuerpo adentro y medio cuerpo en el vestbulo, hurgando con unos ojoshambrientos de curiosidad esa estancia civilizada, de bellas tonalidades lamidas por lasllamas del fuego que arda en la chimenea. Marta la vio. Vio cmo se introduca poco apoco mientras la fuga de preguntas msticas sobre la salvacin y el alma inmortalseguan tramando una fuga de voces hasta quedar completamente dentro del saln,y poco a poco tambin, como si fueran patitos de madera que ella arrastrara en un hilo,los otros tres personajes, lentamente la siguieron. El tenor con olor a boca pregunt:

    Permite que la palabra del Seor gue cada uno de sus pasos?Y la contralto parecida a Ana Pauker:

    Lleva en su pecho la llaga del arrepentimiento?Roberto, con una mano cargada con su sombrero y la otra con el vestido rajado quese haba puesto a vomitar abalorios verdes incontroladamente sobre la moqueta, lonico que quera era que estos espantapjaros se fueran para poder barrer y salvar nosu alma, que lo tena sin cuidado, sino la moqueta; se abri de brazos y se encogi dehombros, respondiendo:

    Mire... no s... francamente...Pero mientras lo deca, el hombre del escarabajo haba dado un paso hacia adelante

    y con la mayor humildad, con expresin apostlica, implor ms que pregunt:No podramos hablar tranquilos unos minutos con ustedes? Se ve que ustedes

    son personas sencillas, que quizs habrn sufrido mucho, buenos padres de familia que

    buscan un refugio contra las inclemencias de la vida contempornea, tan contaminadacomo la atmsfera de la ciudad por la polucin...

    Ante tanta humildad, ante alguien con una opinin tan original sobre ellos, Martay Roberto, dominados por una atolondrada buena crianza que no puede negarle sucasa a quien la solicita, no fueron capaces de dejar de decir:

    Quieren pasar un momento al saln?La hilera de patitos de madera entr al saln en pos de la de los pendientes de

    gitana, y se repartieron, sentndose en el sof color habano, en las butacas de Le

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    Corbusier, en el pouf, alrededor de la mesa de cristal frente a la chimenea que arda.Marta les ofreci algo de beber. El que tena olor a digestin lenta respondi por todos,ofendido:

    Nosotros jams bebemos alcohol. Es uno de los caminos ms seguros hacia laperdicin, tanto moral como fsica, y debemos tanto nuestra alma como nuestro cuerpoal Seor.

    Marta, apabullada, volvi a sentarse:Perdn, no quise...La soprano ligera lo miraba todo. Torci la cabeza para tratar de comprender

    comprender!, se dijo Roberto el Tapies a la izquierda de la chimenea, y estir sucuello para darle unos intiles toques a su pelo lacio reflejado en la cornucopia.Despus, su vista tropez sobre el dolo africano tan evidentemente enhiesto en elcentro de la mesa de cristal ornamentada en cada esquina con algunas revistasaplastadas por los cuatro pisapapeles Victorianos. Al ver el dolo, la de los pendientesle dio un codazo a Ana Pauker, la ms gris, la de la sonrisa ms beatfica e indeleble, ycon la punta de la barbilla hizo un gesto sealndole al dolo, el cual, considerando los

    estndares de los dolos africanos, no poda decirse que fuera verdaderamenteprominente. La sonrisa que pareca indeleble en la cara de Ana Pauker se borr y surostro se ti de escarlata. Al ver el sonrojo de su compaera, tambin se borr lasonrisa de la de los pendientes de gitana, que hasta entonces no pareca haberencontrado ninguna ofensa a su pudor. Pero Ana Pauker la contagi inmediatamentecon su indignacin y quedaron las dos tiesas y serias y coloradas, una junto a la otrasobre el sof habano, con sus miradas torcidas hacia el fuego para evitar al habitante dela mesa de cristal. Al frente, en un silln un poco alejado, con el sombrero puestoporque ya no saba qu hacer con l ni con nada, y aferrado al vestido verde como sieso fuera a impedir que siguiera regando de abalorios de vidrio verde la moqueta delsaln, Roberto pareca aplastado, borrado. Marta, al verlo, se haba adjudicado la tarea

    de hacer el gasto de la conversacin, y los dos hombres, el del mal aliento y el delescarabajo que trepaba y trepaba por la calva sin jams llegar arriba, hablaban delavarse del pecado por medio del arrepentimiento y del dolor, de la palabra de Jess, ycomenzaron a abrir sus portadocumentos preados, pariendo libros que ofrecan aMarta, y ella, sin mirarlos, los rechazaba gentilmente, sin herir: no me interesa, no meinteresa nada de lo que ustedes dicen, lo siento. Mientras tanto, el del escarabajo habahecho una seal a las dos mujeres y stas, obedeciendo la consigna, tambincomenzaron a abrir sus portadocumentos y a sacar libros. La de los pendientes,sonriendo otra vez, le tendi un volumen a Roberto, que frente a ese ataque frontalreaccion: levantndose de su silln y blandiendo el vestido que regaba lentejuelasinagotables, grit:

    Basta! Basta! Marta, que se vayan, no soporto a esta gente que no tiene nisiquiera los rudimentos de sensibilidad como para darse cuenta de la clase de genteque somos, y de que ellos no tienen nada que hacer aqu... Basta... no puedo ms...

    Bueno, Roberto, ya se van.Roberto se volvi a dejar caer en el gran silln junto al fuego, y los visitantes, los

    portadores de la palabra de Dios, aterrorizados, dejaron de sonrer y humildementecomenzaron a rellenar sus portadocumentos con los libros con que se proponanpropagar la verdad. Por fin, cada uno tom uno de los pisapapeles de cristal y cada

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    uno lo meti dentro de su portadocumentos respectivo con la naturalidad ycoordinacin con que hubieran guardado esos objetos si los hubieran sacado junto consus libros. Marta y Roberto los miraron hacer. Saban perfectamente lo que estabanhaciendo: llevndose los pisapapeles. Pero al verlos cerrar apresuradamente susportadocumentos y ponerse de pie, tan turbados, tan mansos, tan ingenuos, tan bienintencionados, no lograron decir nada, slo acompaarlos por la moqueta crujiente devidriecitos verdes, soportar que la dejaran imposible, seguirlos hasta la entradapisando tambin ellos las lentejuelas, y decir adis rpidamente, dejndolos salir ycerrando la puerta.

    Marta volvi casi corriendo donde Roberto, que haba vuelto a dejarse caer comomuerto en el silln junto a la chimenea. Le quit el sombrero, pero cuando intentdesembarazarlo del vestido verde al cual estaba aferrado, Roberto se puso de pie comosi hubieran apretado un botn, y arrebatndole el vestido a Marta y jironendolo ms,salpic entero el saln de abalorios verdes al tirarlo al fuego. Le grit a Marta:

    Te das cuenta de que se han robado los cuatro pisapapeles delante de nuestrosojos?

    S...Y te quedas parada ah?...Te das cuenta de que nos estn expoliando?Quines?La bombilla... el candelabro... no s...No sern los mismos.No seas imbcil.Francamente, no estoy con nimo para tolerar tus insultos. Esta es la nica

    manera en que eres capaz de reaccionar? Por qu tiraste mi vestido verde al fuego?Quieres saberlo?

    S.Porque se me antoj.Roberto grit la ltima frase con toda la fuerza de sus pulmones. Pero Marta se

    acerc a l y, tirando al fuego el sombrero de su marido que todava tena en la mano,le dijo:

    Me voy.Donde Paolo?Yo sabr.Vete.Pero al dirigirse hacia la puerta, sus pies comenzaron a hacer crujir los cientos, los

    miles de lentejuelas y mostacillas, perlas y abalorios, molindolos y triturndolos

    contra la moqueta beige, que qued estropeada para siempre. Al darse cuenta de loque haca, Marta se detuvo:

    Por Dios, cmo est quedando esto!Qu vamos a hacer?Trata de no pisar...Mira, por aqu hay menos...Ve a traer una escoba.No, la aspiradora elctrica.

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    Quedaron de traerla hace ms de una semana, pero no la han trado. Ya sabes loinformales que son la gente sta de los electrodomsticos. Creen que una...

    Roberto sacudi unas pocas lentejuelas del sof, como si ya no le quedaran fuerzasms que para sentarse otra vez. Pero no alcanz a sentarse porque Marta dijo:

    No te sientes, vamos...Adonde?No nos vamos a quedar aqu sin hacer nada.No.Y mientras le pasaba el sombrero a Roberto, y ella se pona su impermeable y

    agarraba su paraguas, murmuraba:Hay que tener un cinismo... ladrones... delante de nuestros ojos... como si

    tuvieran derecho a llevrselos... mandarlos presos... hay que llamar a la polica...francamente...

    Ya deben haber bajado.Pero no era cuestin de policas, de eso estaba seguro Roberto: las mujeres todo lo

    arreglaban con el telfono, la polica y los electrodomsticos... y, sin embargo, haba

    que buscar alguna ayuda, haba que tener fe en que podan encontrar a losmalhechores, porque de otro modo uno poda comenzar a pensar, y eran preferibles laindignacin, la protesta, la furia, a pensar. Salieron tratando de pisar las menoslentejuelas posibles, pero an en el palier crujan las que quedaron pegadas a las suelasde sus zapatos.

    En la calle ya haca rato que haba dejado de llover y desde el cielo despejado se burlaban unas galaxias verdosas, millares de estrellitas minsculas salpicadas en elcielo. De alguna manera, pensaba Marta, todo era culpa de Roberto, y aunque no podani ordenar las partes de su hostilidad hacia l para formularla, perciba la siluetaodiosa de su rencor: s, ah estaba su marido como un perro de presa buscando losrastros de los ladrones por las cuadras vecinas a su edificio, las calles conocidas, las

    tiendas cotidianas cerrando, ella misma arrastrada por Roberto que no toleraba quealguien violara el preciosismo de su piso, enamorado de los objetos, prisionero de ellos,dependiente de ellos. Despreciable, en una palabra. No haba tenido la fuerza parareaccionar al instante cuando cuatro seres absurdos haban robado delante de sus ojossus adorados pisapapeles de cristal Victoriano. S, Roberto tena mucha sensibilidad.Pero, y fuerza? Dnde estaba su fuerza? Con razn era un pintor de segundacategora, aun como aficionado, o de tercera, apenas decorativo y de buen gusto,blanco, negro, marrn, beige, gris, el clis, y TOMO VERDE NMERO CINCO erapsimo, en el fondo era una suerte que hubiera desaparecido del vestbulo, porque,para decir la verdad, estropeaba el conjunto. Roberto musit:

    Desaparecidos.

    Ella reaccion ante el miedo con que esa palabra estall en su conciencia. Pero nodijo nada.

    Desaparecido. Todo desaparecido.Pero, Roberto, t sabes cmo estn los robos ahora. Ayer, en el peridico...Con un gesto irritado que no dejaron de notar los que pasaron cerca de ellos en la

    calle, l se desprendi del brazo de su mujer. Electrodomsticos, policas, telefonazos...ahora los peridicos. Las mujeres! Tontas. Todas. Incluso Marta. La falta decumplimiento de los hombres de los electrodomsticos les sirve para no enfrentarse

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    con la verdad que hay detrs de la ancdota. l se enfrentara con ella entera algn da:all estaba el cuarto vaco esperndolo. Y ahora se enfrentaba, por lo menos en parte, alreconocer que todo esto nada tena que ver con la polica y los electrodomsticos: lascosas desaparecan. No eran robos. O eran robos que no eran robos. S, las cosasdesaparecan aunque sus agentes fueran los cuatro Adventistas del Sptimo Da, laseora Presen, Anselmo, el hermano inexistente s: inexistente del portero... peroque Marta se enfrentara de una vez y para siempre con el hecho de que no eran robos.Era otra cosa.

    Marta caminaba un poco separada de Roberto, casi por la orilla de la acera,consciente sin duda de lo que l estaba sintiendo por ella, porque eso s, las mujeres,para darse cuenta del menor cambio en lo que los hombres sienten por ellas, tienenantenas de una sensibilidad asombrosa... pero para nada ms. En todo lo dems,tontas, unas tontas rematadas. Dijo:

    No sacamos nada con buscar.No hay que perder las esperanzas as no ms, Roberto.Nos estamos alejando de la casa.

    Al decirlo, Roberto se qued parado en la acera, helado. Acercndose a su mujer ytomndola suavemente del brazo, murmur:Espera.Qu?Mira.Qu?All en la esquina, al frente...En el chafln vieron estacionado a un camin un poco destartalado que deca

    TRANSPORTES LA GOLONDRINA. La parte de atrs estaba abierta y la puertatrasera serva de rampa para que por ella subieran los cargadores. En ese momento doscargadores iban subiendo por la rampa, con mucho cuidado y esfuerzo, el gran mueble

    vertical de laca japonesa que decoraba el vestbulo del piso de Marta Mora y RobertoFerrer, y que haba sido de la madre de Marta: una pieza estupenda que la generacinanterior no supo apreciar. Se quedaron mirando melanclicamente,impotentemente cmo los hombres lo suban. Luego, cmo volvan a bajar, cerrandodespus la puerta trasera y encerrndose en la cabina. El motor del camin comenz asonar. Marta dijo:

    Anda... vamos... antes de que se vayan...Qu quieres hacer?Preguntarles...Qu?El mueble de laca japonesa de mi mam...

    De tu mam...?Bueno, nuestro... se lo llevan. Corre.Corre t...De mi mam: ella, la nia que no quera tener nios para no dejar de ser nia, se

    lanz gritando al torrente de coches mientras el camin de TRANSPORTES LAGOLONDRINA se alejaba y Marta corra por la calzada gritando:

    Pare. Pare...!Las luces se reflejaban en la calzada mojada, amarillas, rojas, enceguecedoras, y ella

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    corra entre los coches, gritando pare, pare, como si se llevaran su alma.Marta!Un coche la pas raspando y la tir al suelo. Se hizo un remolino de coches que se

    detenan, de gente que se apelotonaba, fascinada por el accidente ocurrido bajo el cielofro y las luces multiplicadas, silbatos que llaman, personas que corren a telefonearmientras el cuerpo es transportado a la acera. Nada. No es nada, le aseguran a Roberto.Desmayada nada ms y el dedo meique sangrante. Fue culpa de la seora, que cruzen medio del trfico en la mitad de una cuadra, de modo que judicialmente no habanada que hacer. La culpa fue suya. Ya est volviendo. Se queja. Es slo por el dolor delmeique, dice Roberto. Y si tiene lesiones internas? Al hospital, al hospital San Pablo,s, inmediatamente, no vaya a haber alguna lesin interna. Al servicio de urgencia.Pero en el servicio de urgencia encontraron que Marta Mora no haba sufrido ms quelevsimas contusiones y lo nico verdaderamente... bueno, no grave, aunque smolesto, es que le haban deshecho la ltima falange del dedo meique de la manoizquierda. Era necesario efectuar una intervencin quirrgica inmediata, s, depoqusima gravedad, pero iba a ser necesario cortarle la ltima falange del dedo

    meique.Le va a quedar horrible a mi pobre mujer.El mdico mir sorprendido a Roberto, ya que sa no era una observacin corriente

    que un marido hiciera a propsito de su mujer que ha sufrido un accidente callejero.Seguro que la manicura me har rebaja por nueve dedos en vez de los diez de

    siempre...Roberto y el mdico, que no se haban dado cuenta de que Marta, aunque todava

    adormilada, haba vuelto de la anestesia, la miraron sorprendidos. Roberto la bes yella a l, quejndose de que le dola bastante, y el mdico terci diciendo que eso iradesapareciendo y que no iba a haber complicaciones de ninguna clase. Roberto arreglpara que en la clnica le dieran una habitacin con dos camas, una para ella y otra para

    l, porque se propona quedarse acompandola da y noche: aunque la cosa careca deimportancia deba permanecer un par de noches en el hospital bajo observacin, y l sepropona acompaarla. Junto a la cama de la enferma, Roberto le pregunt al mdicoque le tomaba el pulso desde el otro lado:

    Y qu hicieron con la falange que le quitaron?El mdico lo mir extraado:Usted, como odontlogo, debe saber qu se hace con esas cosas... Se las llevan...Roberto durmi un sueo tan pesado como el de Marta bajo el Sonmatarax. Se

    levant temprano al da siguiente. Llam a un colega para que se hiciera cargo de sutrabajo de urgencia por un par de das, y telefone a su secretaria para que cancelaratodas sus citas. Su intencin era quedarse junto a Marta todo el tiempo, no volver al

    piso, mandar a comprar todo, hasta la ropa que iba a necesitar. Cuando se fue elmdico, ella dijo:

    Me la han quitado.Un pedacito muy pequeo...Vamonos.Adnde?Al pi...Y si...?

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    Se quedaron hablando medias palabras durante todo el da, viendo por la ampliaventana de la habitacin cmo llova sobre los rboles pelados y duros como de acero,sobre el paisaje de los edificios del hospital, sobre los coches achaparrados y brillantescomo escarabajos junto a la entrada. Al segundo da el doctor dijo que esa tarde Martapoda volver a su casa. Cuando sali de la habitacin ella mir con ojos llorosos aRoberto, preguntndole:

    Y si no est?Roberto movi un poco la cabeza, significando no saba muy bien qu. Pero no le

    dijo a Marta que a su miedo de no encontrar el mueble de laca japonesa de su madre enel vestbulo, l sumaba otro miedo, mucho mayor. Cuando ella dijo que se sentademasiado dbil para irse ese da, Roberto tuvo el alivio de un aplazamiento benigno,piadoso; pero esa noche, pensando en el da siguiente, ni l ni ella durmieron,escuchando las sirenas histricas de las ambulancias que penetraban la noche con suterror, trayendo o llevando a enfermos desconocidos, vctimas de accidentes oenfermedades desconocidas, en sitios desconocidos de la inmensa ciudad desapacibleque tampoco lograba dormir ni descansar. Cuando a la maana siguiente el doctor les

    dijo que era imperativo que se marcharan porque andaban muy cortos de habitacionesy Marta ya estaba bien, Roberto dijo que su mujer estaba demasiado dbil, casi nohaba dormido esa noche. El mdico pregunt:

    Tiene aqu su coche?No...Y aunque lo tuviera. Encontrara la casa? No habra desaparecido el nmero?

    No se la haban llevado, tambin, como todo lo dems, y l y Marta se quedarandando vueltas y vueltas, eternamente, en coche, por las calles de la ciudad, buscando elnmero de una calle donde ellos haban instalado su piso definitivo, pero que ahora noexista? Buscar y buscar, rondando hasta agotarse, hasta envejecer, uno al lado delotro en el asiento del coche, decayendo en medio del tiempo que pasaba y de la ciudad

    que creca y cambiaba, hasta morir sin encontrar el nmero? Marta deba haber estadosintiendo lo mismo, porque le dijo al mdico:Es curioso... estoy tan agotada que creo que no podra sostenerme ni un minuto

    sobre mis propias piernas... no podra caminar...El mdico les propuso la solucin que ambos buscaban sin lograr encontrarla:Una ambulancia, entonces. Que la lleve una ambulancia.Dar el nombre de la calle y el nmero y delegar en el chfer la responsabilidad de

    encontrar la direccin que se le dio, s, eso era paz, y adems protestar si tardabamucho en encontrarla en ese sector de calles cortas y nuevas. Roberto subi con Martaa la ambulancia. Le tom la mano. La ambulancia se puso en movimiento, la sirenacomenz a aullar, violenta, agresiva, insistente, dejando atrs alguna luz roja, rostros

    de conmiseracin en los transentes, policas engaados por la falsa emergencia, perollevando a Marta y a Roberto refugiados dentro, protegidos, y como parte principal deesa proteccin el deber perentorio del chfer de encontrar la direccin que se le habadado.

    La ambulancia por fin se detuvo. El enfermero cubri el rostro de Marta con lasbana y entre l y el camillero la bajaron. Detrs de ellos, desde la ventanilla de laambulancia, Roberto vio al portero que sala solcito del edificio. El y su mujer hicierongran alharaca alrededor de la enferma, encendiendo luces intiles, ayudando,

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    participando, guiando a los camilleros que suban por la escalera hasta el tercer piso. Elportero le dijo a Roberto:

    Usted suba en ascensor, don Roberto.Roberto dijo que prefera subir en pos de ellos hasta el tercer piso, que ellos fueran

    delante y el portero que guiara. Le entreg la llave para que abriera la puerta de sucasa. Abri y entraron hasta el dormitorio sin destapar el rostro de Marta. En elvestbulo, Roberto dese violentamente estar con el rostro tapado en el lugar de Martaporque as no hubiera tenido que ver lo que ahora vea... o no vea: s, se haban llevadoel mueble de laca japonesa.

    Los extraos salieron, cerraron la puerta y los dejaron a los dos solos en el pisonuevo. S, nuevo, pero sin el candelabro y sin el mueble de laca y sin los pisapapeles ysin la ltima falange del dedo meique de Marta... sin tantas cosas. Marta permanecien la cama con los ojos cerrados. A pesar de saber que no dorma, Roberto se acerc enpuntillas al escritorio abriendo el cajn de arriba, el de la izquierda, busc la linternapara ir a la habitacin vaca y comprobar si en realidad continuaba vaca. La linternano estaba. Marta la haba escondido. O extraviado, era tan descuidada Marta, y como

    en una avalancha de rencor se descargaron sobre su mente los escombros de lasinfinitas veces en que las cosas se estropeaban debido al descuido de Marta, a suatolondramiento, ya que nunca pensaba ms que en ella misma a pesar de las muestrasexteriores de que l lo era todo para ella, odiosa, odiosa y cobarde, hacindose ladormida en la cama para no tener que afrontar la responsabilidad, por ciertodesagradable, de comprobar por s misma que s, que era verdad que durante suausencia algunas cosas, o quiz muchas, haban desaparecido. Iba a gritrselo a Marta.Pero, qu importaba Marta? Call. Para qu hablar? Aceptar. No mencionar ms elasunto. Vivir como si todo esto no sucediera y slo fuera parte del curso natural de lascosas y no valiera la pena alterarse: aunque, eso s que deba reconocerlo, si de alguienera la culpa de que todo esto estuviera sucediendo, era de Marta, no suya. S, ahora por

    ejemplo: Marta poda perfectamente levantarse y no dejarlo solo; lo que deba ya queno haba podido darle hijos era, justamente, no dejarlo solo.Pero ella era, sobre todo, nia y permaneca en la cama con los ojos cerrados,

    hacindose la enferma cuando no estaba enferma porque saba que l velaba. Nohablar, no elucubrar. Aceptar, nada ms. Darles la espalda a los acontecimientos yquizs as, ignorndolos, lograr conjurarlos.

    Roberto dijo suavemente:Marta.Mmmmmmm...Cmo te sientes?Bien, parece...

    Vas a pasar el da en cama?No s...Pero, cmo pasar todo el da toda la vida sin saber, sin tocarse ni tocar nada,

    sin ver, solos los dos en este piso abierto a gente que entraba y se llevaba cosas?Y la linterna, Marta?Donde siempre.No estaba. Ella quera impedirle que fuera al cuarto vaco ahora que necesitaba

    encerrarse all para siempre. Marta la haba sacado para escondrsela. Cuando se lo

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    ech en cara ella abri sus ojos enormes, hundidos en su rostro estragado, y seincorpor en la cama:

    No. Yo no la saqu. No me eches la culpa de todo a m. T no eres perfecto,Roberto. Las cosas que estn sucediendo no son culpa ma. Son culpa tuya porque eresun egosta como todos los hombres, claro, un egosta, como con lo del mueble de laca:era de mi madre, y por eso, cuando viste a los dos hombres que lo iban subiendo alcamin no te inmutaste y me dejaste que corriera yo... y me atrepellaron... y la ltimafalange... t me la sacaste, s, es culpa tuya, de tu egosmo. Si el mueble de laca hubierasido de la casa de tus padres, a ver cmo hubieras corrido y chillado, a ver...

    Clmate.No tengo ganas de calmarme.Son el telfono y Marta se dej caer sobre los almohadones sollozando. Era

    Anselmo. Estaba un poco inquieto. Haban desaparecido durante tantos das sin decirnada y el sbado los dejaron con las entradas para BORIS. Pero en realidad no sehaban perdido nada, un BORIS como todos los BORIS, nada memorable. Marta volvia incorporarse entre sus almohadones. Susurr:

    Dile a Anselmo que venga con Magdalena esta tarde a tomar una copa.Roberto transmiti el mensaje. Y cuando colg diciendo que aceptaban lainvitacin, Marta le pidi que llamara a la seora Presen para que acudiera a hacersecargo.

    La seora Presen, al olor de tragedia, dej todos sus quehaceres y acudi llorosa yabnegada a despachar las pocas faenas caseras. Prepar un almuerzo liviano, lo sirvi,y dej un guiso listo para la cena, y un poco de queso cortado en cubos, y patatas fritas,y aceitunas en escudillas para que la seorita no tuviera trabajo cuando sus invitadosvinieran en la tarde. Al despedirse de Marta, que se haba puesto un deshabill cmodopara circular por la casa, llevaba un paquete hecho con papel de peridico debajo delbrazo. La seora Presen vio que Marta miraba el paquete, no muy pequeo, y como en

    respuesta a la pregunta que Marta no se hubiera atrevido a formular explic:Me llevo la turmix, seorita. Viera que me hace falta! Dicen que se hacemayonesa con un huevo, con un poco de aceite y sal, y que sale mucho mejor que laque venden, y no hay que estar batindola con un tenedor hasta que una se cansa... unaya no tiene edad. Bueno, seorita, me alegro de que no sea nada y de verla tan bien ytan animada. Maana es domingo as es que no me toca venir... Adis, entonces...

    Marta sinti que la despedida de la seora Presen tuvo algo de definitivo. Inclusoalgo de desprecio que jams fue aparente en ella hasta ahora. Sera acaso porque ladej llevarse la turmix sin protestar, ni levantar la voz, ni rebelarse? La despreciabatanto que prefera no volver a trabajar para ella?

    Roberto acudi al vestbulo cuando sinti cerrarse la puerta detrs de la seora

    Presen.Qu se llev?La turmix.La nueva?Supongo. No la vi. Pero no veo para qu se iba a llevar la vieja estando la nueva

    tan al alcance de la mano.Claro.Roberto encendi un cigarrillo. Mientras lo haca Marta ley todas las suposiciones

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    que pasaron por los ojos turbios de su marido: se haba robado el candelabro de plata;ella y su familia miserable eran los que venan a llevarse una cosa tras otra... porejemplo, la Adventista del Sptimo Da que era igual a Ana Pauker se pareca, ahoraque lo pensaba, extraordinariamente a la seora Presen y poda ser su hija o la sobrinaque trabajaba en la Costa Bra