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    La trompeta del Juicio FinalIsaac Asimov

    El arcngel Gabriel se mostr despreocupado con respecto a aquella cuestin. Dej indolente

    que la punta de una de sus alas rozara el planeta Marte, el cual, al estar compuesto de simplemateria, no se vio afectado por el contacto.-Asunto zanjado, Etheriel -dijo-. Ya no hay nada que hacer. El Da de la Resurreccin est

    fijado.Etheriel, un serafn muy joven, creado apenas mil aos atrs, segn el modo de contar el

    tiempo de los hombres, se estremeci de tal modo que se formaron en el continuum vrtices biendefinidos. Desde su creacin, haba permanecido siempre al cuidado inmediato de la Tierra y susaledaos. Como trabajo, supona una sinecura, un lugar cmodo, un punto muerto. Sin embargo, atravs de los siglos, haba llegado a sentirse petulantemente orgulloso de su mundo.

    -Vas a destruir mi mundo sin previo aviso? -protest.-En absoluto. Nada de eso. Hay ciertos pasajes en el Libro de Daniel y en el Apocalipsis de

    San Juan que resultan bastante explcitos.-Lo son de verdad? Despus de haber sido copiados por escriba tras escriba? Me preguntosi quedarn sin cambiar dos palabras de una frase.

    -Hay sugerencias en el Rig-Veda, en las Analectas confucianas...-Que son propiedad de grupos culturales aislados, tan reducidos como una aristocracia.-La Crnica de Gilgames habla de manera muy explicita.-Gran parte de esa Crnica fue destruida con la Biblioteca de Assurbanipal hace mil

    seiscientos aos segn el cmputo terrestre, antes de mi creacin.-Hay ciertas caractersticsas de la Gran Pirmide, y un motivo en las joyas taraceadas del Taj

    Mahal...-Tan sutiles que ser humano alguno los ha interpretado jams debidamente.

    Gabriel dijo, cansado ya:-Si vas a poner objeciones a todo, no cabe discusin alguna sobre el tema. De todos modos,t deberas estar bien enterado. En los asuntos relativos a la Tierra, eres omnisciente.

    -S, fui elegido para eso. Y te confieso que, entre las muchas preocupaciones que me causa,no se me ocurri investigar las posibilidades de la resurreccin.

    -Pues tendras que haberlo hecho. Todos los documentos implicados se encuentran en losarchivos del Consejo de Ascendientes. Podras haberlos consultado en cualquier momento.

    -Pero el caso es que todo mi tiempo era necesario all. No tienes la menor idea de la mortaleficiencia del Adversario en ese planeta. Requera todo mi esfuerzo doblegarlo. Y aun as...

    -S, en efecto. -Gabriel acarici un cometa a su paso-. Parece que ha obtenido sus pequeasvictorias. Al fluir a travs de m la pauta factual entrelazada de ese miserable pequeo mundo, mehe dado cuenta de que se trata de una de esas estructuras con equivalencia de materia-energa.

    -As es -convino Etheriel.-Y que estn jugando con ella.-Me temo que s.-Entonces, qu mejor momento para acabar con el asunto?-Soy capaz de manejarlo, te lo aseguro. Sus bombas nucleares no los destruirn.-Lo dudo. Bien, supongo que ahora me dejars continuar, Etheriel. Se aproxima el momento

    sealado.

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    -Me gustara ver los documentos pertinentes -repuso tercamente el serafn.-Si insistes...Y al instante, sobre la profunda negrura del firmamento sin aire, apareci en signos el texto

    de un Acta de Ascendencia.Etheriel ley en voz alta:

    -Por orden del Consejo Superior, se dispone por la presente que el arcngel Gabriel,nmero de serie; etctera, etctera (bueno, se eres t), se aproximar al planeta de clase A, nmeroG753990, posteriormente conocido con el nombre de Tierra, el 1 de enero de 1957, a las 12.01 delda, segn el horario local...

    Termin la lectura en melanclico silencio.-Satisfecho?-No, pero no tengo ms remedio que aceptarlo.Gabriel sonri. Una trompeta apareci en el espacio. Su forma era semejante a las terrestres,

    pero su ureo pulido se extenda de la Tierra al Sol, con la boquilla dirigida hacia los bellos ybrillantes labios de Gabriel.

    -No puedes darme un poco de tiempo para defender mi causa ante el Consejo? -preguntdesesperado Etheriel.

    -De qu te servira? El acta est firmada por el Jefe, y ya sabes que un acta firmada por les totalmente irrevocable. Y ahora, si no te importa, ya casi ha llegado el segundo convenido.Quiero terminar con esto de una vez, pues tengo otros asuntos de mucha mayor importancia en quepensar. Me haces el favor de apartarte un poco? Gracias.

    Gabriel sopl, y todo el universo, hasta la ms lejana estrella, se colm con el tenue sonido,de tono perfecto y la ms cristalina delicadeza. Al sonar, hubo un leve momento esttico, tan levecomo la lnea que separa el pasado del futuro. Y en el acto, la estructura de los mundos se derrumbsobre s misma, y la materia se acumul de nuevo en el caos primitivo del cual surgiera una vez alconjuro del Verbo. Las estrellas y las nebulosas desaparecieron, y el polvo csmico, el Sol, losplanetas y la Luna. Todo, excepto la Tierra, la cual qued donde estaba, suspendida en el universo,ahora vaco por completo.

    La trompeta del Juicio Final haba sonado.

    R. E. Mann (todos cuantos le trataban le llamaban simplemente por sus iniciales, R. E.) entren las oficinas de la Billikan Bitsies Factory y se qued mirando sombro al hombre de elevadaestatura (flaco, pero con cierta ajada elegancia, intensificada por su pulcro bigote gris) que sehallaba encorvado sobre un montn de papeles que haba en su mesa.

    R. E. consult su reloj de pulsera, que marcaba an las 7.01, por haberse parado en esa hora.Naturalmente, se trataba de la hora de Oriente, que corresponda a las 12.01 del medioda segn elmeridiano de Greenwich. Sus oscuros ojos pardos, que miraban penetrantes sobre un par depronunciados pmulos, se posaron en los del otro con fijeza.

    Durante unos instantes, el hombre de elevada estatura le mir a su vez inexpresivo. Luegodijo:

    -Puedo servirle en algo?-Horatio J. Billikan, supongo? El propietario de esta fbrica?-S.-Yo soy R. E. Mann, y no pude por menos de detenerme al ver a alguien trabajando. No

    sabe usted qu da es hoy?-Hoy?-Es el Da de la Resurreccin.

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    -Ah, ya s! O el toque. Destinado a despertar a los muertos... Qu historia tan buena, nocree? -Ri entre dientes unos instantes y prosigui-: Me despert a las siete de la maana. Di uncodazo a mi mujer, que dorma como un tronco, segn su costumbre. Es la trompeta del JuicioFinal, querida, le dije. Hortensia, as se llama mi mujer, me contest: Muy bien, y siguidurmiendo. Me ba, me afeit, me vest y vine al trabajo.

    -Pero por qu?-Y por qu no?-Ninguno de sus empleados se ha presentado hoy.-No, pobre gente. Se han tomado el da libre. Era de esperar. Despus de todo, no se acaba el

    mundo todos los das. Con franqueza, me alegro. Me proporciona una oportunidad para poner enorden mi correspondencia personal sin interrupciones. El telfono no ha sonado hasta ahora ni unasola vez... -Se levant, dirigindose a la ventana-. Supone una gran mejora... Nada de sol cegador,y la nieve ha desaparecido. Una luz agradable y un grato calor. Muy buen arreglo... Ahora, si no leimporta, estoy bastante ocupado, as que me dispensara.

    Un ronco vozarrn le interrumpi diciendo: Un minuto, Horatio. Y un caballero que separeca en grado notable a Billikan, aunque de facciones ms marcadas, introdujo su prominentenariz en el despacho, asumiendo una actitud de dignidad ofendida, apenas disminuida por el hechode hallarse desnudo.

    -Puedo preguntarte por qu has cerrado la fbrica?Billikan pareci a punto de desmayarse.-Cielo Santo! -balbuce-. Es mi padre! De dnde sales?-Del cementerio -respondi el recin llegado-. De dnde diablos quieres que salga? Estn

    saliendo de all a docenas. Todos desnudos. Tambin las mujeres.Billikan hijo carraspe:-Te dar algo de ropa, padre. Ir a buscrtela a casa.-No tiene importancia. El negocio primero, el negocio primero.R. E. sali de su ensimismamiento para decir:-Est todo el mundo abandonando sus tumbas al mismo tiempo, seor?Mientras hablaba miraba con curiosidad a Billikan padre. El viejo pareca hallarse en la

    fuerza de la edad. Sus mejillas, aunque surcadas de arrugas, resplandecan de salud. Su edad,decidi R. E., era la misma que tena en el momento de su muerte, pero su cuerpo haba retrocedidoa la poca de su vida en que se hallaba en su plenitud.

    Billikan padre contest:-No, no. Los de las tumbas ms recientes salen los primeros. Tottersby muri cinco aos

    antes que yo y sali unos cinco minutos despus de m. Fue el verle lo que me decidi a marcharmede all. Ya tuve bastante con l cuando... -Dio un puetazo sobre la mesa, con un slido puo-. Nohay taxis ni autobuses. No funcionan los telfonos. He tenido que venir a pie. Treinta y cincokilmetros a pie.

    -As? -pregunt su hijo con espantada voz.Billikan padre baj la mirada para contemplar su piel al descubierto con despreocupada

    aprobacin.-Hace calor. Y la mayora van desnudos... De todos modos, hijo, no he venido aqu para

    charlar de frusleras. Por qu est cerrada la fbrica?-No est cerrada. Es una ocasin especial.-Qu ocasin especial ni qu porras! Llama al sindicato y diles que el Da de la

    Resurreccin no figura en el contrato de trabajo. Se les deducir a todos del salario. Cada minutoque permanezcan ausentes de su labor.

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    La rasurada cara de Billikan hijo tom un aire de obstinada decisin, mientras escudriaba asu padre.

    -No -dijo-. No lo har. No olvides que no eres t quien est al cargo de esta factora, sino yo.-Ah, s? Y con qu derecho?-Por tu voluntad expresada en tu testamento.

    -Muy bien. Pues ahora que estoy de regreso, anulo mi testamento.-No puedes, padre. Ests muerto. Tal vez no lo parezcas, pero tengo testigos. Guardo elcertificado mdico. He pagado las facturas del empresario de pompas fnebres. Si lo necesito,obtendr el testimonio de los portadores del fretro.

    Billikan padre mir con fijeza a su hijo, se sent, coloc una mano sobre el respaldo de subutaca y cruz las piernas.

    -Si vamos a eso -dijo-, todos estamos muertos, no es as? El mundo se ha acabado, no?-Pero t has sido declarado legalmente muerto y yo no.-Bah! Ya cambiaremos eso. Va a haber ms de los nuestros que de los vuestros, hijo. Y los

    votos cuentan.Billikan hijo dio una firme palmada sobre su mesa. Enrojeci ligeramente.-Padre, no deseara abordar este punto particular, pero ya que me obligas a ello... He de

    recordarte que en estos momentos madre debe estar ya esperndote en casa y que sin duda alguna sehabr visto tambin obligada a caminar por las calles... desnuda. No creo que se sienta de muy buenhumor.

    Billikan padre se puso ridculamente plido.-Cielo santo! -exclam.-Y ya sabes que siempre dese que te retirases.Billikan padre adopt una decisin rpida.-No pienso ir a casa. Vaya, esto es una pesadilla! No hay lmite alguno para esta histeria de

    la resurreccin? Es..., es..., pura anarqua. No hay que extremar tanto las cosas. No, he dicho que noir a casa y no voy.

    En aquel punto, un caballero un tanto rotundo, de rostro terso,suave y sonrosado y blancas patillas a lo Francisco Jos, entr en el despacho y salud framente:

    -Buenos das.-Padre! -dijo el Billikan desnudo.-Abuelo! -dijo el Billikan vestido.El abuelo Billikan mir a su nieto con aire de desaprobacin:-Si eres mi nieto, parece que has envejecido mucho. El cambio no te ha mejorado.Billikan nieto sonri con disppsica debilidad y no respondi.Tampoco el abuelo Billikan pareca esperar respuesta alguna.Continu:-Bien, si me ponis al corriente de cmo va el negocio en la actualidad, reasumir mis

    funciones de director.Hubo dos respuestas simultneas, y el encendido de las mejillas del abuelo se intensific

    hasta un grado peligroso, en tanto golpeaba perentorio el suelo con un bastn imaginario y ladrabauna rplica.

    R. E. decidi intervenir.-Caballeros -dijo. Alz un poco la voz-. Caballeros! -Y acab por gritar a pleno pulmn-:

    CABALLEROS!La conversacin ces de repente, y todos se volvieron hacia l. El rostro anguloso de R. E.,

    sus ojos singularmente atractivos y su sardnica boca parecieron dominar de pronto la reunin.

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    -No comprendo esta discusin -dijo-. Qu es lo que fabrican ustedes?-Copos -respondi Billikan nieto.-O sea, si no me equivoco, un desayuno empaquetado, a base de cereales...-Lleno de energa en cada uno de sus ureos trocitos... -proclam Billikan nieto.-Recubiertos de cristalino azcar, dulce como la miel. Elaboracin y alimento que...

    -rezong Billikan padre.-Tienta al ms inapetente... -rugi Billikan abuelo.-A eso iba -interrumpi R. E.-. Qu clase de inapetencia?Todos le miraron con aire estlido.-Perdn? -dijo Billikan nieto, creyendo no haber entendido bien.-S, alguno de ustedes tiene apetito? -volvi a preguntar R. E.-. Yo no.-Qu es lo que farfulla este estpido? -barbot Billikan abuelo.Su invisible bastn habra medido las costillas de R. E. de haber existido (el bastn, no las

    costillas, claro). R. E. prosigui:-Estoy tratando de poner en su conocimiento que nadie querr volver a comer. Nos hallamos

    en el despus, y el alimento resulta innecesario.Las expresiones que se dibujaron en los rostros de los Billikan no necesitaban interpretacin

    alguna. Se hizo evidente que haban intentado comprobar sus propios apetitos y los haban halladonulos.

    Billikan nieto exclam con el rostro ceniciento:-Arruinados!Billikan abuelo aporre enrgica y ruidosamente con la contera de su imaginario bastn.-Esto es una confiscacin de la propiedad sin el debido procedimiento legal. Entablaremos

    pleito, litigaremos...-Totalmente anticonstitucional -le apoy Billikan padre.-Si encuentran a alguien para que presente la demanda, les deseo buena suerte -manifest R.

    E. en tono afable-: Y ahora, si me lo permiten, creo que voy a darme una vuelta por el cementerio.Y encasquetndose el sombrero, se dirigi a la puerta y sali.

    Etheriel, con sus vrtices estremecidos, se vio ante la gloria de un querubn de seis alas.-Si te he entendido bien -dijo ste-, tu universo particular ha sido desmantelado.-Exacto.-Bueno, supongo que no esperars que yo lo ajuste de nuevo...-No espero que hagas nada, excepto conseguirme una entrevista con el Jefe.Al or este nombre, el querubn se apresur a exponer su respeto. Las puntas de dos de sus

    alas le cubrieron los pies, otras dos los ojos y las dos ltimas la boca. Volviendo a su estado normal,repuso:

    -El Jefe est muy ocupado. Tiene una miada de asuntos que resolver.-Y quin lo niega? Me limito a sealar que, si las cosas continan como hasta ahora, tendr

    un universo en el cual Satn lograr la victoria final.-Satn?-Es el nombre hebreo del Adversario -explic impaciente Etheriel-. Podra llamarle tambin

    Ahrimn, que es la palabra persa. En cualquier caso, me refiero al Adversario.-Y a qu te conducir una entrevista con el Jefe? -dijo el querubn-. Firm el documento

    que autorizaba tocar la trompeta del Juicio Final, y ya sabes que su firma es irrevocable. El Jefe nocontradecira nunca su propia omnipotencia revocando una palabra pronunciada en su facultadoficial.

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    -Es tu ltima decisin? No quieres concertarme una entrevista?-No puedo.-En ese caso -decidi Etheriel- acudir al Jefe sin que me sea concedida audiencia. Invadir

    el Mvil Primero. Y si ello significa mi destruccin, que as sea.E hizo acopio de todas sus energas...

    -Sacrilegio! -murmur horrorizado el querubn.Se oy como un trueno cuando Etheriel sali disparado hacia las alturas.

    R. E. Mann recorri las atestadas calles, acostumbrndose poco a poco a la visin de todaaquella gente aturdida, incrdula, aptica, vestida sucintamente o, con mayor frecuencia, sin nadaencima.

    Una chiquilla que aparentaba unos doce aos, colgada de una puerta de hierro, con un pieposado sobre un barrote y balancendose adelante y atrs, le salud al pasar:

    -Hola!-Hola! -correspondi R. E.La nia estaba vestida. No era uno de los.., retornados.-Tenemos un nuevo beb en casa. Es una hermanita. Mam no hace ms que quejarse y me

    ha mandado aqu.-Me parece muy bien -dijo R. E.Cruz la verja y se dirigi a la casa, de modesto aspecto. Toc el timbre y, al no obtener

    respuesta, abri la puerta y penetr en el interior. Siguiendo el sonido de los sollozos, llam con losnudillos a una segunda puerta. Un hombre vigoroso, de unos cincuenta aos, de escaso pelo, gruesasmejillas y prominente mandbula, abri y le dirigi una mirada, mezcla de asombro y enfado.

    -Quin es usted?R. E. se quit el sombrero.-Pens que podra servir de alguna ayuda. Su pequea, que est fuera...Una mujer, sentada en una silla junto a una cama de matrimonio, alz la vista hacia l con

    aire desvalido. Su cabello comenzaba a encanecer. Tena el rostro abotargado por el llanto, y lasvenas de las manos amoratadas e hinchadas. Una criatura se hallaba sobre la cama, gordezuela ydesnuda, agitando lnguidamente los pies y dirigiendo ac y all sus ojos sin vista an.

    -Es mi pequea -dijo la mujer-. Naci hace veintitrs aos, en esta casa, y muri a los diezdas, tambin aqu. Dese tanto que volviera!

    -Bueno, pues ya la tiene -la anim R. E.-Pero es demasiado tarde! -clam la mujer, en una especie de vehemente sollozo-. Tuve

    otros tres hijos. Mi hija mayor est casada, mi hijo cumpliendo el servicio militar. Y ya soydemasiado vieja para criar a otro. Si por lo menos..., si por lo menos...

    Sus facciones se contrajeron en un esfuerzo por reprimir las lgrimas. No lo consigui.Su marido intervino, diciendo con voz tona:-No es una criatura real. No llora. No se ensucia. Ni quiere tomar leche. Qu vamos a hacer

    con ella? Jams crecer. Siempre seguir siendo un beb.R. E. mene la cabeza.-No lo s. Siento no poder hacer nada para ayudarles.Y se march sosegadamente. Pens sin perder la calma en los hospitales y las clnicas. Miles

    de criaturas deban de estar apareciendo en ellos.Que las cuelguen en perchas -pens sardnico-. Que las hacinen como leos, en atados. No

    necesitan cuidados. Sus cuerpecillos no son ms que el recipiente de una indestructible chispavital.

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    Pas ante dos chiquillos al parecer de la misma edad, tal vez unos diez aos. Sus voces eranagudas. El cuerpo de uno de ellos brillaba bajo la luz no solar, de manera que se trataba de unretornado. El otro no. R. E. se detuvo a escucharles.

    -Tuve la escarlatina -deca el desnudo.-Atiza! -exclam el vestido, con una chispa de envidia en la voz.

    -Por eso mor.-Ah, s? Qu te dieron, penicilina o auromicina?-De qu hablas?-Son medicinas.-Nunca o hablar de ellas.-Chico, pues no has odo hablar de mucho.-S tanto como t.-Conque s, eh?-A ver, quin es el presidente de Estados Unidos?-Warren Harding.-Ests chiflado. Es Eisenhower.-Quin es se?-No lo has visto nunca en la televisin?-Qu es la televisin?El chico vestido grit como para romperle los tmpanos a cualquiera:-Algo que, moviendo un botn, se ven artistas, pelculas, vaqueros, lanzamientos de cohetes

    y todo lo que se quiera.-A ver, ensamelo.-No funciona en este momento -confes tras una pausa el nio del presente.El otro manifest su enojo, gritando a su vez:-Lo que pasa es que no ha funcionado nunca. Eres un trolero.R. E. se encogi de hombros y sigui adelante.Los grupos escaseaban al acercarse al cementerio. Todos se encaminaban a la ciudad,

    desnudos.Un hombre le detuvo. De aspecto jovial, con la piel sonrosada y el cabello blanco, se le

    vean las marcas de los lentes a ambos lados del puente de la nariz, aunque no los llevaba.-Se le saluda, amigo -dijo.-Hola! -respondi R. E.-Usted es el primer hombre vestido que veo. Supongo que estaba vivo cuando son la

    trompeta.-En efecto.-Bien, no le parece grande todo esto? No lo encuentra maravilloso y extraordinario?

    Venga, regocjese conmigo.-Le gusta a usted esto, verdad?-Gustar? Una alegra pura y radiante me colina. Estamos rodeados por la luz del primer da,

    la luz que resplandeca suave y serenamente antes que fueran creados el Sol, la Luna y las estrellas.Usted debe de conocer el Gnesis, claro. Hay el dulce calor que debi de ser uno de los deleitesmayores del Edn, no el enervante de un sol implacable, ni el asalto del fro en su ausencia.Hombres y mujeres andan por las calles sin ropa alguna y no se avergenzan. Todo est bien,amigo, todo est bien.

    -Desde luego, es un hecho que no me ha impresionado el despliegue femenino.

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    -Pues claro que no -corrobor el otro-. El deseo y el pecado, tal como lo recordamos denuestra existencia terrenal, ya no existen. Permtame que me presente, amigo, tal como fui en otrostiempos. Mi nombre en la Tierra fue Winthrop Hester. Nac en 1812 y mor en 1884, tal comoentonces contbamos el tiempo. A lo largo de los ltimos cuarenta aos de mi vida, labor paraconducir mi pequeo rebao hasta el Reino. Ahora podr contar los que gan para l.

    R. E. contempl con solemnidad al ministro de la Iglesia.-Lo ms probable es que no haya habido ningn Juicio todava.-Por qu no? El Seor ve en el interior de cada hombre, y en el mismo instante en que todas

    las cosas del mundo cesaron, todos fueron juzgados. Nosotros somos los salvos.-Pues deben de haberse salvado muchos.-Por el contrario, hijo mo, los salvos no son sino un resto.-Un resto muy nutrido... Por lo que puedo colegir, todo el mundo vuelve a la vida. Y he visto

    en la ciudadal unos personajes muy desagradables tan vivos como usted.-Un arrepentimiento de ltimo momento...-Yo nunca me he arrepentido.-De qu, hijo mo?-Del hecho de no haber asistido nunca a la iglesia.Winthrop Hester se ech atrs presuroso.-Fue usted bautizado alguna vez?-No, que yo sepa.Winthrop Hester tembl.-Pero seguro que crey en Dios.-Bueno. Cre una serie de cosas sobre l que probablemente le espantaran si se las dijera.Whinthrop Hester se dio la vuelta y se march presa de gran agitacin.En lo que quedaba de camino hasta el cementerio -R. E. no tena medios de calcular el

    tiempo ni se le ocurri intentarlo-, nadie ms le detuvo. Hall el cementerio casi vaco, sin rbolesni hierba. Pens que no quedaba ya verdor en el mundo; el mismo suelo presentaba un gris duro einforme, sin granulacin; el firmamento, una blancura luminosa. Sin embargo, las lpidassubsistan.

    Sobre una de ellas se hallaba sentado un hombre flaco y con arrugas, de largo cabello negroy una mata de pelo, ms corto, aunque ms impresionante, en el pecho y la parte superior de losbrazos. Le llam con profunda voz:

    -Eh, usted!-Hola -dijo R. E., sentndose en otra lpida vecina.El del pelo negro dijo:-Su indumentaria tiene un aspecto muy raro. En qu ao ha sucedido esto?-En 1957.-Yo mor en 1807. Curioso! Esperaba que a estas alturas me habra convertido en un buen

    churrasco, con las llamas eternas brotando de mis entraas.-No piensa venir a la ciudad?-Me llamo Zeb -dijo el otro-. Abreviatura de Zebuln, pero con Zeb basta. Qu tal la

    ciudad? Habr cambiado un poco, supongo?-Ha llegado a los cien mil habitantes.La boca de Zeb dibuj algo semejante a un bostezo.-Vaya! Ms que Filadelfia...? Usted bromea.-Filadelfia tiene... -R. E. se detuvo. Exponer la cifra no servira de nada. En vez de ello,

    dijo-: Ha crecido lo normal en una ciudad durante ciento cincuenta aos...

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    -El pas tambin?-Ahora tenemos cuarenta y ocho estados. Lo ocupamos todo hasta el Pacfico.-No me diga! -Zeb se dio una fuerte palmada de contento en el muslo y resping ante la

    ausencia de tela que hubiera atenuado el golpe-. Me ira al Oeste si no se me necesitara aqu. S,seor. -Su cara se ensombreci, y sus delgados labios tomaron un rictus de definida inflexibilidad-.

    S, me quedar aqu, donde soy necesario.-Por qu es necesario?La explicacin surgi con breve y duro laconismo.-Indios!-Indios?-Millones de ellos. Primero las tribus que combatimos y liquidamos, y encima las que nunca

    vieron a un hombre blanco. Todos ellos estn volviendo a la vida. Necesitar a mis viejoscamaradas. Ustedes, los tipos de la ciudad, no valen para eso... Ha visto alguna vez a un indio?

    -Ultimamente no.Zeb esboz un gesto de desprecio e intent escupir a un lado, pero no encontr saliva para

    ello.-Ms vale que regrese a la ciudad -dijo-. Dentro de poco, no habr la menor seguridad por

    estos parajes. Deseara tener mi mosquetn.R. E. se puso en pie, medit un momento, se encogi de hombros y se dirigi a la ciudad. La

    lpida sobre la que haba estado sentado se desplom al levantarse, convinindose en polvo depiedra gris, que se amalgam con la tierra informe. Mir en derredor. La mayora de las lpidashaban dsaparecido. El resto no tardara en hacerlo. Slo la que estaba bajo Zeb pareca an firme yfuerte.

    R. E. ech a andar. Zeb ni siquiera se volvi para mirarle. Segua inmvil y en calma, enespera... de los indios.

    Etheriel se zambull a travs de los cielos con temeraria celeridad. Los ojos de losAscendientes se hallaban posados sobre l, lo saba. Desde el serafn creado en ltimo lugar,pasando por los querubines y los ngeles, hasta el ms elevado de los arcngeles, todos deban deestar contemplndole.

    Haba llegado ya ms arriba que ningn Ascendiente estuviera nunca sin ser invitado, yesperaba el palpitar del Verbo que reducira sus vrtices a la nada.

    Mas no vacil. A travs del no-espacio y el no-tiempo se precipit hacia la unin con elMvil Primero, la sede que circundaba todo lo que Es, Fue, Ser, Haba Sido, Poda Ser y DebaSer.

    Y al pensarlo, irrumpi y se fundi con l, expandindose su ser de manera que, por uninstante, form parte del Todo. Sin embargo, de un modo misericorde, sus sentidos se velaron, y elJefe se convirti en una queda voz en su interior, tenue pero tanto ms impresionante en su infinitaplenitud.

    -Hijo mo -dijo la voz-, ya s por qu has venido.-Entonces aydame, si tal es tu voluntad.-Por mi propia voluntad, un acto mo es irrevocable. Todo tu gnero humano, hijo mo,

    anhelaba vivir. Todos teman la muerte. Todos albergaban y desarrollaban pensamientos y sueosde vida ilimitada. No dos grupos de hombres, no dos hombres aislados. Todos desarrollaban lamisma idea de la vida futura, todos deseaban vivir. Se peda que fuese el comn denominador detodos esos deseos... de vida eterna. Y acced.

    -Ningn servidor tuyo present la solicitud.

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    -La present el Adversario, hijo mo.La dbil gloria de Etheriel desfalleci. Murmur en voz baja:-Soy polvo a tu vista e inmerecedor de estar en tu presencia, pero he de hacerte una

    pregunta. Tambin el Adversario es tu servidor?-Sin l, no podra tener ningn otro -repuso el Jefe-. Pues qu es el Bien sino la lucha eterna

    contra el Mal?Y en esa lucha -pens Etheriel-, yo he perdido.

    R. E. se detuvo a la vista de la ciudad. Los edificios se estaban derrumbando. Los de maderaeran ya montones de astillas. Se dirigi al ms prximo de tales hacinamientos y hall las astillaspolvorientas y secas.

    Penetr ms profundamente en la ciudad y vio que las casas de ladrillo se mantenan an enpie, si bien los ladrillos presentaban una siniestra redondez en los bordes, un amenazadordescascarillamiento.

    -No durarn mucho -dijo una voz profunda-, pero hasta cierto punto supone un consuelosaber que al derrumbarse no matarn a nadie.

    R. E. alz la vista sorprendido y se hall cara a cara con un cadavrico Don Quijote dedeprimidas mandbulas y hundidas mejillas. Sus ojos eran tristes; su cabello, castao y lacio. Laropa le colgaba flojamente, y la piel asomaba a travs de varios desgarrones.

    -Mi nombre es Richard Levine. -dijo el individuo--. Era profesor de historia..., antes de queesto ocurriera.

    -Va usted vestido -observ R. E.-. As que no es uno de los resucitados.-No, pero esa seal diferenciadora va desapareciendo. La ropa se cae a jirones.R. E. observ a la muchedumbre que pasaba, movindose lentamente y sin meta, como

    polillas bajo un rayo de sol. En efecto, pocos llevaban ropa. Se mir la suya y por primera vezrepar en que se haba desprendido ya la costura lateral de las perneras de sus pantalones. Tomentre pulgar e ndice la tela de su chaqueta, y la lana se desmenuz con facilidad.

    -Me parece que tiene usted razn -dijo a Levine.-Y si se fija, ver tambin que Mellon's Hill est quedando raso -prosigui el profesor de

    historia.R. E. dirigi la mirada al norte, donde las mansiones de la aristocracia -toda la aristocracia

    que haba en la ciudad- festoneaban las laderas de Mellon's Hill, y hall casi liso el horizonte.-Al final -anunci Levine-, todo se reducir a una planicie, sin ningn rasgo caracterstico.

    La nada... y nosotros.-Y los indios -aadi R. E.-. Hay un hombre al exterior de la ciudad que los espera. No hace

    ms que clamar por un mosquetn.-Imagino que los indios no nos causarn ninguna desazn. No hay placer alguno en combatir

    a un enemigo al que no se puede matar o herir. Y aunque se pudiera, el anhelo de batalla habradesaparecido, como todos los anhelos.

    -Est usted seguro?-Segursimo. Aunque no se lo imagine al mirarme, antes de que todo esto aconteciera, me

    causaba un gran e inofensivo placer la contemplacin de una figura femenina. Ahora, pese a lasoportunidades sin par a mi disposicin, me siento irritantemente falto de inters. No, no es cierto...Ni siquiera me causa irritacin mi desinters.

    R. E. lanz una breve ojeada a los transentes.-Ya s lo que quiere decir.

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    -La venida de los indios aqu no significa nada comparada con lo que debe de ser lasituacin en el Viejo Mundo -prosigui Lavine-. Ya en las primeras horas de la Resurreccin, sinduda volvieron a la vida Hitler y su Wehrmacht. Ahora debe hallarse en compaa y mezcolanzacon Stalin y el Ejrcito en todo el camino que va desde Berln a Stalingrado. Para complicar lasituacin, llegarn los kiseres y los zares. Los hombres de Verdn y el Sorne volvern a los

    antiguos campos de batalla. Napolen y sus mariscales se desparramarn por la Europa occidental.Y Mahoma habr vuelto para ver lo que pocas posteriores han hecho del Islam, mientras que losSantos y los apstoles estudiarn las sendas de la cristiandad. Y hasta los mongoles, pobrecillos, losKanes de Temujin a Aurangzeb, recorrern desamparados las estepas, en anhelante bsqueda decaballos.

    -Como profesor de historia, lo lgico es que anhele tambin estar all para observar.-Cmo podra estar all? La posicin de todo hombre en la Tierra queda limitada ahora a la

    distancia que puede recorrer caminando. No hay mquinas de ninguna especie y, como hemencionado ya, tampoco caballos ni cabalgadura alguna. Y al fin y al cabo, qu cree queencontrara en Europa de todos modos? Apata, igual que aqu.

    El sordo ruido de una cada hizo que R. E. girase en redondo. El ala de un edificio de ladrilloprximo a ellos se haba derrumbado. A ambos lados, entre el polvo, haba cascotes. Sin dudaalguno de ellos le haba golpeado sin que se diera cuenta.

    -Encontr a un hombre que pensaba que todos habamos sido ya juzgados y estbamos en elcielo -dijo.

    -Juzgados? S, me imagino que lo estamos. Nos enfrentamos ahora a la eternidad. No nosqueda ningn universo, ni fenmenos exteriores, ni emociones, ni pasiones. Nada, sino nosotrosmismos y el pensamiento. Nos enfrentamos a una eternidad de introspeccin, cuando nunca, a lolargo de la historia, hemos sabido qu hacer de nosotros mismos en un domingo lluvioso.

    -Parece como si la situacin le molestara.-Mucho ms que eso. Las concepciones dantescas del infierno eran pueriles e indignas de la

    imaginacin divina. Fuego y tortura... El hasto es mucho ms sutil. La tortura interior de una menteincapaz de escapar de s misma en modo alguno, condenada a pudrirse en la exudacin de su propiopus mental por toda la eternidad resulta mucho ms refinada. S, amigo mo, hemos sido juzgados...y condenados. Y esto no es el cielo, sino el infierno.

    Levine se levant, con los hombros abrumados por el decaimiento, y se march.R. E. mir pensativo en derredor y asinti con la cabeza. Estaba convencido.

    El reconocimiento del propio fracaso dur slo un instante en Etheriel. De pronto, alz suser tan brillante y elevadamente como oso en presencia del Jefe, y su gloria fue una pequea motade luz en el infinito Mvil Primero.

    -Si ha de cumplirse tu voluntad -dijo-, no pido que renuncies a ella, sino que la colmes.-De qu modo, hijo mo?-El documento aprobado por el Consejo de Ascendientes y firmado por Ti seala el Da de la

    Resurreccin para una hora especfica de un da determinado del ao 1957, segn el cmputo deltiempo de los terrestres.

    -As es.-Pero la fijacin de la fecha es impropia. En efecto, qu significa 1957? Para la cultura

    dominante en la Tierra, significa que transcurrieron mil novecientos cincuenta y siete aos despusdel nacimiento de Jesucristo, cosa muy cierta. Sin embargo, desde el instante en que insuflaste laexistencia a la Tierra y al universo, han pasado 5.960 aos. Y basndose en la evidencia interna detu creacin dentro de este universo, han pasado cerca de cuatro billones de aos. Cul es por lo

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    tanto el ao impropio, el 1957, el 5960 o el 4000000000000? Y no es eso todo. El ao 1957 despusde Jesucristo coincide con el 7474 de la era bizantina y con el 5716 segn el calendario judo.Igualmente, corresponde al ao 2708 desde la fundacin de Roma, caso de que adoptemos elcalendario romano, y al 1375 en el calendario mahometano, y al 180 de la independencia de EstadosUnidos... As que te pregunto humildemente: no te parece que un ao mencionado como 1957, sin

    especificar ms, resulta impropio y sin significado alguno?La voz profunda, sosegada y tenue, a la par que intensa, del Jefe repuso:-Siempre supe eso, hijo mo. Eras t quien tenas que aprenderlo.-Entonces - rog Ethenel, con un luminoso temblor de alegra-, haz que se cumpla tu

    designio al pie de la letra y, en consecuencia, que el Da de la Resurreccin recaiga, en efecto, en el1957 prescrito, pero slo cuando todos los habitantes de la Tierra acuerden por unanimidad que unao determinado, y ningn otro, corresponde a 1957.

    -As sea -asinti el Jefe.Y su Verbo recre la Tierra y todo cuanto contena, junto con el Sol, la Luna y todos los

    dems huspedes del cielo.

    Eran las siete de la maana del 1 de enero de 1957 cuando R. E. Mann se despertsobresaltado. El comienzo de la melodiosa nota que deba de haber llenado el universo haba sonadoy sin embargo no haba sonado.

    Por un instante, enderez la cabeza, como si quisiera hacer penetrar en ella la comprensin.Luego, cruz por su rostro un leve gesto de rabia, que se desvaneci muy pronto. No haba sido msque otra batalla.

    Se sent ante su escritorio para componer el siguiente plan de accin. La gente hablaba ya dela reforma del calendario y haba que apoyarla. Una nueva era deba comenzar el 2 de diciembre de1944. Algn da llegara el nuevo ao 1957. El 1957 de la era - atmica, reconocido como tal portodo el mundo.

    Una extraa luz fulgur en su cerebro, mientras los pensamientos se sucedan en su mentems que humana. Y dos pequeos cuernos, uno en cada sien, parecieron dibujarse en la sombra deAhrimn proyectada en la pared*.

    (*) En ingls, R. E. Mann se pronuncia de manera muy semejante a Ahrimn (N. deIT.)