ARTICULOS (1902-1911) - Jose Ortega y Gasset

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José Oretega y Gasset G L O S A S DE LA CRITICA PERSONAL LA «SONATA DE ESTÍO» DE DON RAMÓN DEL VALLE- INCLÁN EL POETA DEL MISTERIO «EL ROSTRO MARAVILLADO» LA CIENCIA ROMÁNTICA MORALEJAS I. CRÍTICA BÁRBARA II. POESÍA NUEVA, POESÍA VIEJA III. A PEDAGOGÍA DEL PAISAJE CANTO A LOS MUERTOS, A LOS DEBERES Y A LOS IDEALES SOBRE LOS ESTUDIOS CLÁSICOS TEORÍA DEL CLASICISMO I II

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José Oretega y GassetG L O S A SDE LA CRITICA PERSONALLA «SONATA DE ESTÍO» DEDON RAMÓN DEL VALLE-INCLÁNEL POETA DEL MISTERIO«EL ROSTROMARAVILLADO»LA CIENCIA ROMÁNTICAMORALEJAS

I. CRÍTICA BÁRBARAII. POESÍA NUEVA,POESÍA VIEJAIII. A PEDAGOGÍA DELPAISAJE

CANTO A LOS MUERTOS, ALOS DEBERES Y A LOSIDEALESSOBRE LOS ESTUDIOSCLÁSICOSTEORÍA DEL CLASICISMO

III

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VIAJE A ESPAÑA EN 1718PIDIENDO UNA BIBLIOTECAA.AULARD: «TAINE,HISTORIEN DE LARÉVOLUTION FRANÇAISE»EL SOBREHOMBREMEIER — GRAEFEASAMBLEA PARA ELPROGRESO DE LASCIENCIAS

III

ALGUNAS NOTASSOBRE UNA APOLOGÍADELA INEXACTITUDUNA FIESTA DE PAZUNAMUNOY EUROPA,FÁBULALA TEOLOGÍADE RENANESPAÑA COMOPOSIBILIDAD¿UNA EXPOSICIONZUOLOAGA?NUEVA REVISTALA EPOPEYACASTELLANA,

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POR RAMÓN MENÉNDEZPIDALPLANETA SITIBUNDO

III

UNA POLÉMICAILa visión de la historia. —San Pedro y San PabloIILa critica de valera. — Dela dignidad del hombre. —Valera como celtíbero

OBSERVACIONESLIBROS DE ANDAR Y VER

IIIM. SAY, TERMITA

UNA DESCRIPCIÓN DE LAPOLÍTICA INTERNACIONAL

notes

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José Oretega y Gasset

ARTICULOS (1902-1911)

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G L O S A S

Glosa .-Nota o reparo que se pone enlas cuentas a una o varias partidas deellas.

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DE LA CRITICAPERSONAL

HABLABA ayer con un amigo mío,una de esos hombres admirables que sededican seriamente a la caza de la verdad,que quieren respirar certezas metafísicas:un pobre hombre.

—¿Ha leído usted —me dijo— lacrítica que hace Fulano de la obra Tal?

—La he leído, señor de mi ánima; esdeliciosa.

—¡Deliciosa!... ¿Dice usted quedeliciosa?... ¿Pero es posible que sealícito escribir cosas tales? ¿Porque a él leaburra nuestro teatro clásico, ese teatro,etc? ¿Y la imparcialidad de la crítica?

Le dejé pasar, y no le contesté. Sihubiera roto su creencia en laimparcialidad, sólo habría conseguidohacerle verter unas lágrimas sobre elnuevo ídolo muerto. Es un hombre que sealimenta de carnes indudables.

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La crítica ha de ser imparcial,Veamos, veamos...

¿Qué es la imparcialidad? Serenidad,frialdad ante las cosas y ante los hechos.¿Qué es crítica? Clavar en la frente de lascosas y de los hechos un punzón blanco oun punzón negro; arrastrarlos al lado de lomalo o al lado de lo bueno, Siempreclavar, siempre arrastrar.

Detrás de cada cosa, de cada hecho,hay el creador de la cosa, el autor delhecho. Si él ha pasado, ocuparán su puestolos hijos, los discípulos, losrepresentantes. Si han muerto los hijos, losdiscípulos, los representantes, el hecho, lacosa ha muerto también.

En tanto que haya alguien que crea enuna idea, la idea vive. Si una pasiónantigua, un odio añejo vibra aún en algúnmúsculo, la pasión, el odio, alentarántodavía.

Los Troyanos y los Aqueos pelearonrudamente sobre Ilion: sus hijoscombatieron sobre sus memorias. ¿Quién

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se ocupa hoy de los Troyanos fuertes y delos Griegos bien armados?

Víctor Hugo y Ponsard maldijeron eluno del otro; sus discípulos se mostrabanlos puños.

¡Víctor Hugo! ¡Ponsard! El uno hasido «la campana gorda de la poesíalírica»; el otro elaboraba «camafeos-antiguos-modernos». Nada más.

No hablo, por ío tanto, de lasreligiones muertas, de los dioses quetraspusieron con sus credos bajo el brazo.Hablo de la crítica que discierne entrecosas que viven.

Ahora bien: ¿creen ustedes que lavida se deja taladrar y arrastrar sin lucha?

El crítico ha de luchar. La crítica esuna lucha. ¿Cómo no se ha dedescomponer el vestido? ¿Cómo puedeflotar la serenidad sobre la lucha?

Pero mirando al trasluz la palabraimparcialidad, quiere decirimpersonalidad. Ser impersonal es salirsefuera de sí mismo, hacer una escapada de

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la vida, sustraerse a la ley de gravedadsentimental.

De tal suerte —dicen— se podrá serjusto.

¡Justo! ¡Justicia! Es cierto; cadaindividuo es la suma de elementoscomunes y elementos diferenciadores.Estos últimos son los que hacen de unindividuo tal individuo. Para ser justo espreciso alejar de sí mismo esos elementosdiferenciadores que son la personalidad.Si no se extirpan, si no se suspenden almenos, no se padrá ser justo.

Es, pues, la justicia un gran cuentochino. Abandone el hombre lo que hace deél tal hombre y pasará instantáneamente aser el homo. Se irá a posar en unadefinición de Santo Tomás como un pájarosombrío o habrá de guarecerse en elMuseo Zoológico, en aquella anaqueleríamedio oculta, en cuyo frontis se lee:«Lemuriano distinguido».

Desde allí puede hablar Su Justicia.Los bedeles asomarán sus rostros de

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gravedad burlesca y exclamarán: ¿Quiéngruñe ahí dentro?

De modo, señores míos, que justiciaes un error de perspectiva, es mirar lascosas de lejos, del otro lado de la vida.Pero, ¿es posible salirse de la vida?

Tal vez —diría mi amigo, aquelamigo adorable—, tal vez no se logre serjusto; mas no mezcle el crítico en susafirmaciones o negaciones, sus odios osimpatías propias. Sea, al menos,impersonal.

Hay dos maneras de hacer críticaimpersonal: la de Taine y la de Sarcey —el rhetor apolíneo y el burgués, buenpadre de familia.

La primera es la crítica objetiva.«Taine —dice Brunetière— no ha

trabajado toda su vida en otra cosa que enbuscar el fundamento objetivo al juiciocrítico.»

Construir el escantillón de la estética,el diapasón normal de la belleza; he aquíel empeño.

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Taine fabrica una escala de valores;según ella, todo es bueno, todo cabe en lasimpatía crítica, una simpatía panteística, alo Jorge Sand. Lo mejor y lo bonísimo sonde un valor filosófico irreal; el arte seescapa alegremente a través de esa redlógica como el agua de una canastilla. «Lateoría crítica de Taine —afirma Barbeyd'Aurevilly— es, en suma, la muerte detoda crítica.»

Tuvo razón Sainte-Beuve al escribirque el potente normalien debió titular suHistoria de la Literatura Inglesa,«Historia de Inglaterra por la Literatura».

* * *

Pero hay otro modo crítico: a laSarcey.

La influencia de la personalidad en lacrítica es deplorable: hay que ser

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impersonal, es decir, hay que afirmar loque la mayoría afirme; hay que negar loque la minoría niegue.

¡El hombre lúgubre de las multitudes,que vio Poe, haciendo crítica!

¿Qué acontece? En fin de cuentas, elprocedimiento se reduce a sustituir lasinfluencias personales, el determinismoindividual, a las influencias de la masa. Lamultitud como turba, como foule, esimpersonal por suma de abdicaciones,involuntaria, torpe como un animalprimitivo.

Montesquieu bataneabagraciosamente la ley de las mayorías. ¿Seadopta la decisión de ocho individuos encontra de la de dos? ¡Grave error! Entreocho caben verosímilmente más necios queentre dos.

Son curiosos los resultados de lapsicología de las multitudes.

La observación es vieja. Los hombresde criterio delicado, al formar parte de unpúblico, pierden sus bellas cualidades. De

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suerte, que una multitud de cien individuosformando un público es inferior a la sumade esas cien intelectualidades separadas.

«En el teatro —dice Nietzsche— nose es honrado sino en cuanto masa; encuanto individuo se miente, se miente unoa sí mismo. Cuando se va al teatro, se dejauno a sí mismo en casa, se renuncia alderecho de hablar y de escoger, serenuncia al gusto propio y aun a la mismabravura tal como se posee y se ejercefrente a Dios y los hombres, entre lospropios cuatro muros.»

Pero es más; la crítica impersonal niaun consigue la atención de esa mismamultitud, cuyo fallo expresa y formula; nohiende el cerebro plúmbeo de la multitud.

¿Por qué? Sencillamente, porque éstano se reconoce. La masa, por serimpersonal, no tiene la memoria de supropia identidad en virtud de la cual elindividuo se reconoce hoy como el mismode ayer. Es decir: aquella opinión no es laopinión de la multitud. Tampoco es la del

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crítico; ha abdicado. El creador del juicioha desaparecido misteriosamente, el autorno se puede presentar.

Y ¿qué valor tiene hoy, después de lagran matanza de misterios, qué valor tieneuna acción, cuyo autor no se presenta?

La gente necesita al cabo una razónsocial garantizada de capital fuerte. Estaes la personalidad, la voluntad depotencia.

La serie innúmera de ceros que formala masa sigue a la unidad que le da valor.Tras ella se agrupan sus elementosredondos y vacíos.

Se lee en Aurora: «Todo cambiointentado sobre esa cosa abstracta, elhombre, homo, por los juicios deindividualidades poderosas, produce unefecto extraordinario e insensato sobre elgran número.»

Esto es un hecho.Alejarse de las cosas para

comprenderlas es lo que se llamapresbicia. Hay que salir a su encuentro y

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chocar con ellas. ¿Quién conocerá sufuerza como el que entre en lid con lascosas? El dirá a los sentados en lagradería: ¡Bien por mi vida, bien pica! ¡Esuna coraza vacía, sacudidla y haced deella sonajeros!

Hay que ser personalísimo en lacrítica si se han de crear afirmaciones onegaciones poderosas; personal, fuerte ybuen justador Así, las palabras soncreídas; así se hacen rebotar en el tiempo yen el espacio los grandes amores y losgrandes odios.

¡Ah! Lo había olvidado. También hayque ser sincero.

«El héroe, es decir, el hombre a quiensiguen otros hombres —dice Carlyle—,fue siempre sincero, primera condición desu ser».

Por lo demás, la justicia es unadivinidad tan aburrida, de un culto tanpoco ameno...

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* * *

«Danos una ley», clamaban las tribushebreas en el desierto «sonoro y rosado».«Danos una ley», clamaban circundando aMoisés. El hombre fuerte vio las líneasondulantes de cabezas, contempló a loshebreos que suplicaban y les dio una ley.

Es la conseja antigua y perdurable.Los pueblos son siempre pobres enfermosde la voluntad y no creen en sí mismos.

Esa creencia es necesaria para lavida y la buscan fuera.

La historia va mostrando grandescuadros de imploraciones, pueblos quepiden una ley, un canto, una leyenda; turbasdolientes y miserables que buscan con losojos la serpiente de bronce.

—¿Quién nos dará la ley?— se dicen— . ¿Nosotros mismos? Y ¿quiénes somosnosotros? No lo sabemos. ¿Quién nos diráqué cosa somos nosotros?

Allá abajo se pasean uno a uno,

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varios hombres de ceños misteriosos ypupilas ardientes. Se cruzan y se miran conrencor.

El pueblo continúa: Nosotros no nospodemos ver, tal vez alguno de aquéllosnos vea.

El pueblo se fracciona; cada grupo seacerca a uno de los hombres que paseansolos y le pregunta:

—Dínoslo si lo sabes. ¿Quiénessomos?

Aquellos hombres ceñudos danrespuestas diversas. Cada grupo cree enuna respuesta y alguno de los definidoreses ahorcado.

Aún no han logrado ponerse deacuerdo ni los hombres ceñudos, ni lospueblos creyentes.

Aquí termina la parábola.Moraleja: no se puede hacer crítica a

bragas enjutas.Es muy fácil a las gentes asociar las

ideas; es muy fácil dar a las palabrassentido y valor morales. ¡Qué difícil es la

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disociación!¿Cuándo verán en el apasionamiento

algo magnífico y bueno? —Paradojas —prorrumpen.

Todos los hombres se juzgan capacesde pasión; ignoran que las pasiones sondolores inmensos, purificantes... Tambiénríen.

Vida Nueva, 1 de diciembre de 1902.

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LA «SONATA DEESTÍO» DE DONRAMÓN DEL VALLE-INCLÁN

HAY hombres que trascienden aépocas antiguas. De algunos podríadecirse el momento en que debieran habernacido y decirse que son hombres LuisXV, que son hombres Imperio, que sonhombres «antiguo régimen,». Tainemuestra a Napoleón como un hombre dePlutarco. Don Juan Valera es del sigloXVIII; tiene la fría malignidad de losenciclopedistas y su noble manera dedecir. Son espíritus que parecen forjadosen otras edades, almas que retrotraen altiempo muerto y le hacen vivir de nuevo anuestros ojos mejor que una historia.Tienen estos hombres de milagro elencanto de las cosas pasadas y el atractivode una preciosa falsificación. Don Ramón

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del Valle-Inclán es un hombre«Renacimiento». La lectura de sus libroshace pensar en aquellos nombres y enaquellos grandes días de la historiahumana.

Acabo de leer Sonata de estío ycreyera a su autor un varón musculoso,amplio de miembros, de frente carnosa,grueso como un Borgia y rebosandoinstintos crueles: alguien que ha deentretener sus ocios en retorcer una barrade acero, o en romper de un puñetazo unaherradura, según cuentan del hijo deAlejandro VI. Por esas páginas, losamores y los odios carnales andan sueltos,toman bellas posturas y fácilmente logransu empeño. Así debieron ser Benvenuto yel Aretino. Aquellos esforzados héroes delrisorgimento sabían dar un sabor degalante malicia a sus narracionestremebundas. Pero el autor de ese libro nose parece en nada a estos soberbiosejemplares de la humanidad: es delgado,inverosímilmente delgado, con largas

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barbas de misteriosos reflejos morados,sobre las que se destapan unos magníficosquevedos de concha.

Tiene, sin embargo, D. Ramón delValle-Inclán prendidos sus amores en lascosas más opuestas a esa moral enemigade todo atrevimiento que va empapandolos corazones humanos, esa triste moralinglesa, un poco sensiblera, tal vez, peroútil para los usos de la vida y la marchatranquila de la república En Sonata deestío el marqués de Bradomín, aquel DonJuan feo, católico y sentimental, tieneamores con una criolla de bellos ojos, quecometió en su vida «el magnífico pecadode las tragedias antiguas». Rápidamente,como un gaucho a galope por el horizonte,cruza la relación, henchida la concienciade asesinatos, un ladrón mejicano, un«Juan de Guz— mán que tenía la cabezapregonada, aquella magnífica cabeza deaventurero español». «En el siglo XVIhubiera conquistado su real ejecutoria dehidalguía peleando bajo las banderas de

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Hernán Cortés... Sus sangrientas hazañasson las hazañas que en otro tiempohicieron florecer las epopeyas. Hoy sólode tarde en tarde alcanzan tan altasoberanía, porque las almas son cada vezmenos ardientes, menos impetuosas, menosfuertes». Valle-Inclán, al evocar loshombres de Maquiavelo, no se contentacon el ditirambo y llega hasta la ternura.

Yo quiero creer que el Sr. Valle-Inclán advierta en ocasiones cómo lebrincan en el pecho ansias de vida libre einstintiva y hasta deseos de verter la«cantarella», el veneno de los Borgia, enlos manjares de algún banquete; pero anteel espectro rígido de los códigos,resuelve, con muy buen acuerdo, amar tansólo aquellos tiempos y aquellos héroescomo una tradición familiar. Por unfenómeno de alquimia espiritual, el autorde Sonata de estío, alma del quattrocento,se convierte en un diletante delRenacimiento, y así aquellos idealesaparecen como exacerbados en un culto

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amanerado y vicioso. {Es la triste suertede los hombres inactualesl Zarathustra,como temperamento, no ha sido sino undiletante del individualismo en estospobres tiempos de democracia.

Pero aún hay más rasgos en el Sr.Valle-Inclán que hacen de él artista raro,flor de otras latitudes históricas.

Hoy todos somos tristes: unos tienenla tristeza ornada de sonrisas buenas, otrosson quejumbrosos y fatídicos hastaponernos el corazón en un puño; pero es unhecho que el pesimismo juega con nosotroscomo un bufón macabro. La literaturafrancesa naturalista ha sido una quejaprolongada, un salmo lamentoso para losdesheredados. Dickens llora por lospobres de espíritu. Los novelistas rusos nopresentan sino harapos, hambre eignominias. El arte que comenzó danzando,se ha tornado hosco y regaüón, ycontribuye harto a amargarnos la pésimaexistencia de neurasténicos. Los— artistas,presintiendo acaso un crepúsculo en su

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historia, se han vuelto ingratos yamenazadores como profetas que se alejan.Todas las dificultades de la lucha por laexistencia han asaltado la fantasía de losescritores y han ganado derecho deciudadanía en la creación literaria. Lanovela moderna, desde Balzac, grandeudor, es la vida nerviosa y enferma de lafalta de dinero, de la falta de voluntad, dela falta de belleza, de la falta de sanidadcorporal o de la falta de esos otrosaditamentos morales, como el honor y elbuen sentido. Es la literatura de losdefectos.

La literatura del Sr. Valle-Inclán, porel contrario, es ágil, sin trascendencia,bella como las cosas inútiles, regocijadaaun en sus mujeres pálidas y en susmoribundas; galante como una charla deVersalles, llena de poderío amoroso ycaballeresco, y no digo tónica jreconstituyente, porque no estaría bien.Los personajes de Sonata de estío notienen que luchar con los pequeños

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inconvenientes que para gozar de la vida afauces anchas son las severas y arrugadasconsejas de la moral contemporánea, y asísu lectura es amable y da al ánimo solaz yrecreo. En estas ficciones bien halladasdescansan los nervios de la tristezacircundante.

Es muy de admirar hoy tan regocijadadisposición de espíritu. No ver sinofuertes y atrevidos brazos, sino amoresmagníficos en este país de las tristezas, esalgo heteróclito y nada frecuente.

Yo andaba estos días buscando a elloexplicación, y leyendo un libro de cubiertaamarilla anoté en el cuadernito por mídedicado a tales usos que Anatole Francedice de Banville: «Es acaso de todos lospoetas el que menos ha pensado en lanaturaleza de las cosas y en la condiciónde los seres. Formado su optimismo de unaabsoluta ignorancia de las leyesuniversales, era inalterable y perfecto. Nipor un momento el amargor de la vida y dela muerte ascendió a los labios de este

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gentil asociador de palabras». Sólo asi secomprende que hable el Sr. Valle-Inclánde lo que habla en unos tiempos tananémicos y reglamentarios que ni aunalientos quedan para los grandes vicios ylos crímenes grandes.

Sí: el autor de las Memorias delMarqués de Bradomín es un hombre deotros siglos, una piedra de otros períodosgeológicos que ha quedado olvidada sobreel haz de la tierra, solitaria e inútil a lasaplicaciones de la industria.

Y no sólo aparece de esta suerte en suconcepción o no concepción moral de loshombres, sino también en su arte, que tienemayor semejanza con la de un orfebre quecon la de un literato, tal y como por acá esla literatura: a veces nubla sus páginas elpreciosismo. Pero, sobre todo, es un arteexquisito y perfecto: vigila el artistadentro de su espíritu, con la solicitud delas vírgenes prudentes, aquella primeralámpara de que habla Ruskin: la lámpara,digo, del sacrificio.

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Parece que existieron épocas dedecadencia en que un pueblo heredero decultura sorprendente y enorme, ebrio deperfección y de refinamiento, enfermo,acaso, de megalomanía como todadegeneración aristocrática, se mostródispuesto a renunciar los goces sólitos ytranquilos y aun las cosas necesarias porconstruir obras de maravilla, y asísacrificaba sus riquezas y sus vidas enaras de la magnificencia. Este es elespíritu de sacrificio: aquel espíritu defuribundos anhelos estéticos no se cuidabade que una parte de la ornamentaciónhubiera de estar más o menos alejada de lavista para construirla de maderas ymetales ricos y completar en ella una iguallabor lenta y acabada.

¡Cuán lejos estos tiempos en que unartífice volcaba su vida, una intensa vidade pasiones y belleza, sobre lo más ocultode una cúpula augusta y perdurable! Rarosy extravagantes son hoy tales artífices.

Parece que en el siglo XIX se

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inspiraban las obras de nuestros autores,más que en un arte sincero, espontáneo, enpragmáticas oratorias y en hábilesperspectivas de escenógrafo. Como lacreación bella no era ya una necesidadexpansiva, un lujo de fuerzas, un exceso deidealismo, de fortaleza espiritual, sino unoficio, un medio de vida reconocido,estudiado, socialmente estatuido, secomenzó a escribir para ganar lectores.

Cambiado el fin de la elaboraciónliteraria, cambió el origen, y viceversa. Seescribía para ganar; se ganaba, es natural,tanto más cuanto mayor número deciudadanos leyera lo escrito. Elcompositor lograba esto halagando a lamayoría de los hombres, «sirviéndoles \inideal», que diría Unamuno, deseado porellos, mas previamente creado por elpúblico. Y ello servido fácilmente,popularmente. Ya no hubo quien adornarasus puños de encajes, como cuentan quehacía para escribir Buffon. El gran estilohabía muerto. ¿Quién iba a detenerse en

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reflexionar un cuarto de hora sobre lacolocación de un adjetivo a la zaga de unsustantivo? Flaubert y Stendhal: un hombrerico y aficionado, y un desdeñoso, depluma ínactual.

«Toda la literatura del siglo pasado—dice Remigio de Gour— mont-respondeharto perfectamente a las tendenciasnaturales de una civilización democrática;ni Chateaubriand, ni Víctor Hugo pudieronromper la ley orgánica que precipita alrebaño en la pradera verdegueante dondela hierba crece y donde sólo habrá polvocuando pase el rebaño. Muy pronto sejuzgó inútil cultivar un paisaje destinado alas devastaciones populares, y hubo unaliteratura sin estilo, como hay anchoscaminos sin hierba, sin sombra y sinfuentes».

No seré yo, ciertamente, quien afirmeaquí, al pasar, que esté bien muerto el«bello estilo», ni quien llore ese cesáreocadáver. Es asunto de más largadisquisición, y para disputar sobre él sería

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preciso escamondar previamente y concuidado la significación y la comprensiónde unos cuantos vocablos a que se hanpegado muchas vanas ideas.

Y, dicho esto, continúo:El democratismo no ha logrado

escalar el alma rezagada algunos siglosdel Sr. Valle-Inclán. Sordo, hasta ahora almenos, al rumor de la vida próxima, aúnadora los escudos familiares que evocanleyendas hidalgas, los hombres solos quehacen huir, como Ignacio de Loyola, unacalle de soldados, y desprecian a losvillanos y a las leyes; guarda en lamemoria un recuerdo deslumbrante detrajes riquísimos y brilladores, de joyashistóricas y valoradas en ciudades, deposturas heroicas, de largos apellidossonoros que son como crónicas, de toda latramoya, en fin, soberbia, cuantiosa yarchivada de la edad aristocrática. Y todaesa balumba de sentimientos de casta y devisiones orgullosas corre por su estilo y lepresta andares nobilísimos de cantor de

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decadencias.«La niña Chole tenía esas bellas

actitudes de ídolo, esa quietud estática ysagrada de la raza maya, raza tan antigua,tan noble, tan misteriosa, que parece haberemigrado del fondo de la Asiria...» Ycuando decide Bradomín viajar haciaMéxico: «Yo sentía levantarse en mi alma,como un encanto homérico, la tradiciónaventurera y noble de todo mi linaje. Unode mis antepasados, Gonzalo de Sandoval,había fundado en aquellas tierras el reinode Nueva Galicia; otro había sidoinquisidor general, y todavía el marquésde Bradomín conservaba allí los restos deun mayorazgo, deshecho entre legajos deun pleito...» «Cautiva el alma de religiosaemoción, contemplé la abrasada playadonde desembarcaron, antes que puebloalguno de la vieja Europa, los aventurerosespañoles hijos de Alarico el Bárbaro y deTarik el Moro». Son estos párrafos dedecadentismo clasicista, perlasprodigiosamente contrahechas.

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Páginas hay en Sonata de estío quehabrán costado a su autor más de unasemana de bregar con las palabras y darlesmil vueltas. Ha trabajado mucho, sin duda,para conocer el procedimiento decomposición que da la mayor intensidad yfuerza de representación a los adjetivos.Valle-Inclán los ama sincera yprofundamente; por algunos muestra unverdadero culto y los maneja consensualidad, colocándolos unas vecesantes y otras después del sustantivo, no pormero querer, sino porque en aquellapostura, y no en otra, rinden toda sucapacidad expresiva y aparecen en todo surelieve: los baraja, los multiplica y losacaricia. «El capitán de los plateados teníael gesto dominador y galán...» En Beatrizse lee: «La mano atenazada y flaca delcapellán levantó el blasonado cortinón...»«Beatriz suspiró sin abrir los ojos. Susmanos quedaron sobre la colcha: eranpálidas, blancas, ideales y transparentesa la lu%y›. Y en Sonata de otoño: «Se

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exhalaba del fondo del armario unafragancia delicada y antigua». jBellafrase empolvada que parece salirrevolando de entre los bucles de unapeluca blanca!...

Este placer de unir palabrasnuevamente o de una nueva guisa, es elelemento último y el dominante; de aquíque con frecuencia se amanere su estilo;pero, también de aquí, nace unarenovación— del léxico castellano y unavaloración precisa de los vocablos.

Incuba las imágenes tenazmente parahacerlas novísimas: «La luna derramaba suluz lejana e ideal como un milagro». Enotra ocasión habla de las conchasprendidas en la esclavina de un peregrino«que tienen la pátina de las oracionesantiguas», y de un «dorado rayo del ocasoque atraviesa el follaje triunfante,luminoso y ardiente como la lanza de unarcángel».

En esto de las comparaciones es muycurioso observar la influencia de los

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autores extraños sobre el Sr. Valle-Inclán,sin que esto sea negar que hayan influidode otros varios modos. La prosa clásicaidolatrada ha sido poco amiga de esasasimilaciones, de esos acercamientosconcisos y rápidos, y fiel a la tradiciónromana, ha preferido ciertascomparaciones casi alegóricas. Serecorren páginas y páginas de losEscudero Marcos , de los Gu^mán deA^lfarache, libros eriales de nuestraliteratura, sin que sea posible cortar la florde una imagen. Por otra parte, lacomparación genuinamente castellana, laque tiene abolengo en los clásicos y queaún perdura en los escritores nuestros delsiglo pasado, es una comparación integralde toda la idea primera que se casa contoda otra idea segunda.

La razón de esa ingenuidad no osarédecirla, porque aún suena mal a muchosoídos que se diga: las comparacionescastellanas son integrales, porque nuestraliteratura, y más aún nuestra lengua, han

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sido principalmente oratorias, retóricas.Como esto desagrada un poco y no espiadoso desagradar a conciencia, no he dedecirlo.

Pues bien; el Sr. Valle-Inclán cuajasus párrafos de semejanzas y emplea casiexclusivamente imágenes unilaterales, esdecir, imágenes que nacen, no de toda laidea, sino de uno de sus lados o aristas. Deun molinero que adelanta por un zaguán selee que es «alegre y picaresco como unlibro de antiguos decires»; del seno deBeatriz, que «es de blancura eucarística»;y en otro lugar: «Largos y penetrantesalaridos llegaban al salón desde el fondomisterioso del palacio: agitaban laoscuridad, palpitaban en el silencio comolas alas del murciélago Lucifer...» Estafaena de unir ideas muy distantes por unhilo tenue, no la ha aprendido de juro elSr. Valle-Inclán en los escritorescastellanos: es arte extranjero, y en nuestratierra son raros quienes tuvieron talesinspiraciones.

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En ese estilo precioso, que se repitecon cierta dulce monotonía, que desprendeun vaho de cosas sugeridas, presenta suspersonajes y dibuja sus escenas el autor deestas Memorias Amables.

¡Los personajes!... Después de lo queal comenzar he dicho, fácil es suponerlos...Hombres galantes, altivos, audaces, quederrumban corazones y doncelleces, quepelean y desdeñan, amigos de considerarlos sucesos de sus vidas con cierta fácilfilosofía petulante... Villanos humildes,aduladores, de rostro castizo y hablarantiguo... Clérigos y frailes campanudos ymujeriegos: toda una galería de hombresde aventura, tomados en una tercera partede sus fisonomías de conocimientos delautor, y en las otras dos de los cronistas deIndia, de las Memorias de Casanova yBenvenuto y de las novelas picarescas.Las mujeres suelen ser o rubias, débiles,asustadizas, supersticiosas y sin voluntad,que se entreguen absorbidas por lafortaleza y gallardía de un hombre, o

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damas del «Renacimiento», de magníficahermosura, ardientes y sin escrúpulos.

Tales son las figuras: entre ellas lashay inolvidables, soberbiamente acuñadas.Aquel D. Juan Manuel, tío de Bradomín yseñor del Pazo de Lantañón, es un últimoseñor feudal que se queda prendido porsiempre en la memoria del lector.

No hay ningún ser vulgar en estasnovelas y en estos cuentos; todos sonatroces: o atrozmente sencillos oatrozmente voluntarios. Ese hombre-mediode la literatura naturalista y democráticano podía encajar con sus pequeños deseosy su parda vida entre vistosos ypintorescos caracteres.

Lo pintoresco: he ahí la fuerzaprincipal de las páginas que glosamos.Valle-Inclán corre desalado a la caza de lopintoresco en sus composiciones. Es el ejede su producción: me dicen que también loes de su vida, y yo lo creo.

Para poder atrapar esa posturagraciosa y amena de las cosas y de las

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personas hace falta haber vivido bastante,haber huroneado en muchos rincones y —¿quién sabe?— tal vez haber tenido pocoamor al hogar y haber dado muchosbandazos por esos curiosísimos mundos.Yo pienso en ocasiones por qué causa lopintoresco estará desterrado de laliteratura diplomática. Pienso esto cuandoleo los libros fríos y correctos de algunosescritores nuevos del Ministerio de Estadoque alienta y ampara el alma de D. JuanValera, ese Dios-Parí sonriente y ciegoque perdura en el yermo jardín de nuestrasbellas letras como la estatua blanca y rotade una deidad gentílica.

Para lograr eso, que es como unanecdotismo de rasgos más que de frases,hace falta haber vivido, como para ungirde emoción a las palabras hace falta habersufrido. Sé de un amigo mío que era mozo,feliz y literato, y pensaba esto que yoahora pienso: sabía que cultivar su espíritupara el arte no era sólo leer y anotar; queera preciso el Dolor que nos hace tan

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humanos. Y yo veía a aquel ingenuomuchacho correr tras el Dolor de un modoinsensato, y el Dolor. esquivarle de unmodo desesperante. ¿No es curiosa estanueva manera de Don Quijote?

Perdónese la escapada a recuerdospersonales. He asociado la memoria de unamigo mío que quería, como Dickens,emocionar, con D. Ramón del Valle-Inclán, que no emociona ni quiere. Sólo enMalpocado, unas cuantas líneas definitivasconmueven al lector. El resto de la obra esinhumanamente seco de lágrimas.Compone de suerte que no hay en ella nadade fresco sentimentalismo, ninguna páginalibre a una inspiración de última hora. Elartista oculta celosamente las amarguras ylas desgracias del hombre: hay un excesode arte en ese escritor. Llega a desagradarcomo un señor que no se descuida nuncaen el abandono de la pasión, del cansancioo del hastío.

Tal es el autor de las Memorias delMarqués de Bradomín.

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Estilista original y al mismo tiempoadorador de la lengua patria, adoradorhasta el fetichismo; inventor de lasficciones novelescas con más raíces en unahumanidad histórica que en la actual.Enemigo de toda tiascendencia, nudoartista y trabajado creador de nuevasasociaciones de palabras. Y estos rasgospronunciados hasta la exageración, hasta elamaneramiento. Por eso, como todocarácter excesivamente marcado yexclusivo, como todo intenso cultivador deun pequeño jardín, Valle-Inclán tienemuchos imitadores. Algunos hanconfundido o asemejado su arte con el deRubén Darío, y entre ambos y lossimbolistas franceses han ayudado aescribir a un número considerable depoetas y prosadores que hablan casi lomismo unos que otros y en una lenguaretorcida, pobre e inaguantable. Y esetrabajo, de ardiente pelear con laspalabras castellanas para realzar lasgastadas y pulir las toscas y animar las

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inexpresivas, ha resultado en lugar deútilísimo, perjudicial.

Si el Sr. Valle-Inclán agrandara suscuadros ganaría el estilo en sobriedad,perdería ese enfermismo imaginario ymusical, ese preciosismo que a vecesempalaga, pero casi siempre embelesa.Hoy es un escritor personalísimo einteresante; entonces sería un gran escritor,un maestro de escritores. Pero hastaentonces, ¡por Baco!, seguirle especaminoso y nocivo.

Confieso, por mi parte, aunque estaconfesión carezca de todo interés, que esde nuestros autores contemporáneos uno delos que leo con más encanto y con mayoratención. Creo que enseña mejor que otroalguno ciertas sabidurías de químicafraseológica. ¡Pero cuánto me regocijaré eldía que abra un libro nuevo del Sr. Valle— Inclán sin tropezar con «princesasrubias que hilan en ruecas de cristal», niladrones gloriosos, ni inútiles incestos!Cuando haya concluido la lectura de ese

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libro probable y dando placentero sobre élunas palmaditas, exclamaré: «He aquí queD. Ramón del Valle— Inclán se deja debernardinas y nos cuenta cosas humanas,harto humanas en su estilo noble deescritor bien nacido».

La Lectura, febrero 1904.

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EL POETA DELMISTERIO

SI se ha de ir a escuchar y a ver undrama de Maeterlinck con el mismo estadode alma que llevamos de ordinario alteatro, más vale quedarse en casa: laspalabras de esos personajes pasaríanescurriendo sobre nosotros, marmorizados,endurecidos por los choques groseros dela vida. Es preciso prepararse para oír«Joycelle», «Aglavaine et Selysette» y «Laintrusa», recoger el espíritu disperso ydebilitado, colocarse más allá de la vidamomentánea: acaso cierto refinadogustador de las bellezas leería antesalgunos capítulos dé Santa Teresa,Novalis, Taulero o Ruysbrocho, algunasde esas páginas que hacen vibrar elcerebro y nos recluyen dentro de nosotrosmismos.

Vamos a visitar un mundodesconocido, del cual, en ocasiones,

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hemos logrado atisbos; en los momentosde angustia o de alegría ingente, cuandolos nervios aguzan su sensibilidad ypercibiríamos el ruido de una hoja que caede un árbol a gran distancia de nosotros.

La ciencia moderna habla detelepatía, de sugestión, de flúidosimpático, de fakirismo, de fenómenoshistéricos... Todos esos son nombresdesgarbados de fuerzas y de accionesextrañas que, a lo mejor, se muestran en lavida rodeadas de la incomprensibilidaddel milagro. Hay quien las llama algunasveces «corazonadas». Vamos por la calley súbitamente se encarama entre nuestrospensamientos el recuerdo de alguien aquien no hemos visto hace mucho y cuyaexistencia no nos preocupó jamás. ¿Porqué ese salto inmotivado de un recuerdo?Seguimos andando y a los pocos pasos nosdetenemos:

ese «alguien» ha aparecido frente anosotros, al volver una esquina. ¿Quién nose ha dicho en alguna ocasión: «Hoy me va

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a ocurrir algo triste? ¿Qué? No sé qué nide dónde vendrá, pero algo triste meamenaza».

A veces nos hallamos inquietos, conexceso de clarividencia y una agudeza dela fantasía que es como pesadilla a ojosabiertos de formas absolutamenteinconcretas; sentimos excitaciones queresponden a choques de nuestra alma conlos «cuerpos» de las ideas más vagas, demanera muy semejante a las excitacionesfísicas: hay en nuestro espíritu turbacióninmotivada, ansiedad, que es como laespera de «algo» grande que va a llegar,que ya llega, que se acerca trepidando...«Algo, algo»: es la única palabra paradecir esta cosa ignota e indeterminada queflota sobre nosotros, porque es la únicapalabra que afirma existencia, sin marcarlímites, sin poner un nombre.

Mil cosas pasan en nuestro derredorque no acertamos a explicar: nos envuelvelo desconocido. Podrá la agitación y elruido de la vida cotidiana acallar esas

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voces indistintas que nos llegan no se sabede dónde, porque en esa existenciaatropellada y resonante hasta nosolvidamos "de nosotros mismos y nooímos nuestras más íntimas ideaciones;pero en cuanto nos quedamos solos seerguirá a nuestro lado el «misterio», comoun compañero sombrío, mudo, queignoramos de dónde viene y hace caminocon nosotros. Aunque cultivemos elescepticismo más perfecto, aunqueempapemos los sentidos en todos losplaceres, aunque cerremos a fuerza derazonamiento las ventanas de nuestrointerior, el «misterio» nos acosará, nosatormentará, murmurará en derredor comoun enjambre de abejas invisibles, y en elparoxismo del sufrimiento o del gocénotaremos una llamada, una sugestión quenos da una noticia, que nos recuerda, quenos previene que va a pasar algo.

¿Quién podrá negar la existencia deese misterio que va dentro de nosotros, anuestro lado? Mérimée, tal vez el hombre

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más frío, más pausado, menos propensopor su alma rígida y su materialismo aadmitir este más allá de la conciencia, sibien sonriendo, pregunta: «¿Qué demoniode lengua se habla en sueños cuando sehabla una lengua que no entiende uno?»Existen provincias de misterio en nuestraalma y en nuestro derredor, que apenasadvertimos, semejantes a tapicesmaravillosos de los que sólo podemos verel revés de grotesca hilaza.

Y es que existe una vida que está bajola conciencia: en ese oscuro recintoinexplorable alientan instintos que noconocemos; allí llegan sensaciones de queno nos damos cuenta: en él se realiza todogénero de operaciones fisiológicas ypsíquicas de las que únicamentepercibimos los resultados. Tratamos dehallar la solución de un problema yvanamente torturamos el entendimiento:desesperanzados abandonamos el trabajo ydivertimos la imaginación. Cuando menospodríamos suponerlo, la luz se hace y el

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problema se halla resuelto. ¿Puede tenerotra explicación esto, que admitir laexistencia de una labor análoga a laintelectual, a la consciente, verificándosecallada, bajo la conciencia?

Esta es la teoría de Maeterlinck.«Cuando tenemos algo que decirnosrealmente importante, nos hallamosobligados a callarnos». La palabra sólopuede expresar cosas limitadas,conocidas, es decir, muy pocointeresantes. Nuestros más hondossentimientos y deseos, nuestras másadmirables concepciones al ser dichas convocablos pierden toda su sinceridad, sufuerza y su verdad. ¡Por qué otro caminoMaeterlinck confirma la frase maligna deHarel! «La palabra ha sido dada al hombrepara ocultar sus pensamientos».

En los dramas de Maeterlinck-excepción hecha de «Monna Vanna», quenos pertenece a la manera genuina delautor belga— los personajes salmodianfrases cadenciosas, tenues y sencillas^

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hasta parecer infantiles: lo que estas frasesdicen no tiene importancia: son esbozos deideas, razonamientos vagos expresados enforma primitiva. Las visiones magníficasestán al margen. Cada palabra es unasugestión, cada diálogo es una llave de oroque abre el jardín de los sueños, el reinodel misterio ante nuestros ojos medrosos.

«Hablemos —dice Aglavina— comoseres humanos, como pobres sereshumanos que hablan como pueden, con susmanos, con sus ojos, con sus almas,cuando quieren decir cosas más reales quelas que las palabras pueden alcanzar...»Esas cosas que están más allá de lapalabra y acaso más allá del pensamiento,esos vagos instintos inexpresables, esassuposiciones imprecisas de que estáacaeciendo en derredor nuestro algo queno conocemos, que en vano intentaríamosconocer, esas esperas de advenimientosmisteriosos, todas esas fuerzas, en fin, queechan sus sombras por encima de nuestrasvidas, permaneciendo ellas ocultas, con la

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materia de los dramas de Maeterlinck. Elamor, el dolor, el misterio, la muerte, elporvenir, la fatalidad, muevendirectamente sus figuras, y a veces, comoen «La intrusa», cruzan la escena, oprimenuna puerta y van dejando a su paso mudoslos seres. Poco tienen que hacer aquí eloído y las pupilas; para adormecerlos, esteteatro les ofrece formas armoniosas yblancas, charlas de ritmo soñoliento. Estavida, que no se realiza en el tiempo ni enel espacio, no es percibida por lossentidos: las entrañas, los músculos ysobre todo los nervios, son quienes laentienden y reciben. Por eso puedehablarse de los dramas de Maeterlinckcomo de obras musicales. El portadorestético de la impresión ha sido, como enla música, reducido a la menor cantidad demateria. «Delante de la música estoy comoun desollado vivo» —exclamabaMaupassant—. Malena, Aglavina,Selyseta, Melean— dro, Isalina,Tuitágiles... Estos son los nombres de los

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personajes: nombres sonoros, aéreos, sinpatria ni edad, que, a lo sumo, traen unadébil recordación de héroes caballerescosdel ciclo carolingio o del rey Artús. Bajoesos nombres hablan, gimen y se besan,hombres, mujeres y niños de almasprimitivas, criaturas simplificadas quetienen el espíritu a flor de piel y vibran alser rozados por las alas milagrosas delplacer, del dolor, de la fatalidad. Paradarnos a conocer a Aglavina, nos dice sóloMeleandro que es «uno de esos seres quesaben reunir las almas en su origen ycuando se habla con ella no siente unonada entre sí y lo que es la verdad». Si dosde estas criaturas hablan, fuerzasinvisibles saturan sus palabras ingenuas deprofecías, de amenazas, de oráculos.Maeterlinck, intentando la expresión deesas fuerzas primarias, latentes en lamateria, ha tenido que ir a buscar suprocedimiento artístico en la poesía másantigua, en los eddas tremendos de lossajones y, principalmente, en el teatro

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indio, en esa raza abuela, cuya «vieja almase ha aproximado a la superficie de la vidamejor que ninguna otra».

Si tuviera espacio trataría de mostrarcuánto hay de español en este misticismode Maeterlinck. El escritor belga es nietode los ardientes españoles quecompusieron «Las moradas», «La cuna y lasepultura» y «Tratados de amor divino».Al entrar en los Países Bajos dejamos caersobre las amplias carnes blancas de losflamencos la melancolía de nuestromisticismo, que es el poso íntimo del almaespañola. Cuando en la lucha por la vidaera éste una fuerza, fuimos los primeros;cuando fue inútil, nos paramos; cuando hasido perjudicial, nos hemos dormido, sinlograr arrancarlo de nosotros.

Los místicos han estado durante todoslos tiempos de pie en la frontera de lodesconocido: han sido los vigías de lahumanidad que, izados en el ensueño o enel éxtasis, dan las voces de alerta al

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divisar las brumas rosadas que anunciancosta. Los sabios, con toda su impedimentay sus andares de camellos cansados, llegana las tierras prometidas siglos más tardeque los videntes. Y esto es una amargaburla del hado, porque sabio podrá serloquien quiera, y vidente sólo el que lo seadesde la eternidad. Todas esas campiñasflorecidas bajo nuestra conciencia quehoy, con maravilla nuestra, columbramosvagamente, las ha visto de seguro desde suasiento de clavos un buen mahatma indioque vivió hace diez siglos o una virgenasceta que hace seis centurias hallara enuna región más alta, más noble y máslimpia, todos los placeres de la carneintensificados; los místicos creen quefuerzas supremas juegan con nosotros ynos mueven. ¿Quién podrá sinceramentenegar la existencia de estos poderesfatales? «Nuestra ilusión del libre albedrío—según Spinoza— no es más que nuestraignorancia de las causas que nos hacenobrar».

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Esto debió pensarlo Spinoza, esehombre tan bueno y tranquilo, cierto día enque sintiendo como si los vidrios queestaba puliendo huyeran de sus manos,alzó los ojos involuntariamente y viocruzar el patio de la casa a Clara María,aquella muchacha fea, angelical, amor desus días.

Algunas de estas consideracionespodrían dar a nuestras almas el tono de lascreaciones de Maeterlinck. Con estapreparación se gustarán sus bellísimosdiálogos, abiertos como claraboyas sobrelo desconocido. Pero una vez satisfechaesa curiosidad estética, conviene olvidarsede todos esos misterios, de todas esasvaguedades, sugestiones y formasimprecisas, conviene guardarse, en fin, delo que un pobre loco de Sils Maríallamaba «alucinaciones de Tras-Mundo».

El Imparcial, 14 marzo 1904.

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«EL ROSTROMARAVILLADO»

LA villégiature se lleva a losciudadanos de las ciudades y los deja enlugares rientes donde el estío abre el arcade sus secretos. ¡Pobres habitantes deestas urbes opresoras, siniestramentemudas, que son para el alma comogigantescos plomos venecianos! Losmisérrimos urbícolas encuentran al llegaral campo, a un campo lejano e ingenuo,desde donde no se oye el resoplido de laciudad, con tantas cosas nuevas... Porejemplo: una noche estrellada; esta grandealma de una noche limpia es undescubrimiento, un hallazgodesconcertante para quien vive diez mesesprisionero en Madrid. Madrid no tienenoches ni estrellas y es en las horasnocturnas círculo trágico, como losdantescos, en que han cesado casualmentelos quejidos de los eternos espíritus

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dolientes. No se mira en ellas al cielo: seecha a andar por las calles que con lastorvas luces de los faroles parecenrodearnos de odio. En la sombra de unrecodo se entrevé, acaso, la disputa de unapareja. La mujer desarrapada sacudenerviosamente unos brazos largos yescuálidos, como sarmientos. El hombrecalla resignado e inmóvil; entre ellos, sesupone, vibra algún drama horrible ysucio. Todas estas cosas son opacas a lassutiles influencias de la naturaleza: por esose las llama prosaicas.

En el campo las noches tienen podersupremo, voces que halagan y estrellasengañadoras que parpadean como sihablaran con nosotros: las campiñastiemblan de placer bajo la mano del viente— cilio; las plantas se van muriendo consus colores que se disipan y la luna se alzacon suma delectación sobre ese abandonouniversal como un alto y plenario perdónpor todo lo que está aconteciendo en latierra.

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Tomo I.-3Las vírgenes prudentes que han

abandonado sus moradas seguras de laciudad, deben precaverse no las sobrecojael diablo del estío que corre por loscampos al venir la noche y realiza milpicardías en los sótanos de las almas.Tened cuidado porque hay emboscadas deincitaciones en el aire y llegan cariciaspeligrosas en cada esquila que suene, encada hoja que se estremece.

Y como las noches, las tardes y lasmañanas son temibles en las huertas y enlos jardines. Recordad a Justina la Santa,en «El Mágico Prodigioso», que siente unasublime quemazón interior contemplandolos pámpanos retorcidos de las vides.

Todo conspira a quebrar el vidrio deserenidad en que tenemos prisionero elsentimentalismo, nosotros, hombres ymujeres ciudadanos; muchos deseosnuevos se desperezan en los corazones delas muchachas y nosotros mismos nossorprendemos más niños y más exigentes.

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He observado que yendo de la ciudadal campo, se gana en sinceridad, sobretodo las mujeres.

Ellas escuchan entonces las palabrasque les dicen las cosas, y por encima delos remilgos de la educación y de lascostumbres urbanas, van dejando aparecerlas inquietudes, los ahogos, los tímidosclamores que llevan congelados en supecho.

Si en España fuera la vida menosparduzca, menos severa y dolorosa, mássincera y ágil, en una palabra, más vida,veríamos los semblantes femeninos enestos días y estas noches exuberantesmoverse de aquí para allá sobre loscampos y las playas de veraneo con losojos muy abiertos esparciendo sedientasmiradas, con las bocas frescas hablandosensibleros enigmas, con las orejitaspidiendo oírlo todo, temblando al menorruido como las de las corzas que hay en laCasa de Campo.

Ayer, leyendo un nuevo libro francés,

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he pensado que en España no se podráhacer vida noble e intensa mientras lasmujeres españolas no tengan el valor de irpor todas partes con el «rostromaravillado».

* * *

Así se titula el libro: «El rostromaravillado». Su autor es la condesaMathieu de Noailles. Sólo sé de ellacuatro noticias, y no es poco: que es mujer,que es joven, que es guapa y que es griega.

Actualmente, las mujeres van ganandoen Francia a los hombres los primerospuestos como escritores; la razón es muysencilla. En Francia, los varones tienenroído el espíritu por la decadencia: soncasi todos neurasténicos, excesivamentecomplicados, y sus ánimos padecen unaprolongada tensión dolorosa. ¿Cómo han

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de ser creadores? Además, el criticismo seha apoderado de sus cerebros, y vadescomponiendo sus pensamientos altiempo que nacen, y analizando sussensaciones, y rompiendo sus placeres, ydisgustándolos de sí mismos. ¿Cómo hande ser creadores?

En cambio, las mujeres, en ésta comoen otras edades de decadencia, se hanconservado sanas: han recogido laherencia de civilización y cultura que pesasobre los hombres, ominosa, cruelmente, ysólo han tomado de ella una visiónlibérrima, helénica de la vida y losinstrumentos artísticos másperfeccionados. En su cabeza, que pordentro debe ser de nácar, o algo así,irisado, luminoso, exquisito, pero duro,por fortuna no ha podido anidar el aveoscura del criticismo ni ahincarse eltermita del autoanálisis. ¿Cómo no han deser creadoras? Sus obras no serán eternas,no se construirán en bronce o en materiamás perenne que el bronce , pero son las

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únicas en que, a través de una formamodernísima, acicalada, preciosista si sequiere, se hallan voces sinceras, algunaque otra lágrima, algún que otro grito,pedazos jugosos de vida aceptados enbloque, sin discusión ni sequedades.

Así es el libro de la condesa Mathieude Noailles: después de leerlo nos quedala impresión de que hemos bebido unacopa de leche blanquísima y burbujeante.Las frases se yerguen de sobre las páginasgrácilmente, con la sencillez de lasvisiones primitivas, como las imágenes deHomero y de la Biblia, como espigas,como palomas, como columnistas de humo,como chorros de fuente.

El espíritu de esta mujer griega debede ser valeroso, decidido, y tanhambriento de vivir que abre los brazos ala vida que llega, sin reservas, sinsuspicacias, sin preguntarla si es buena omala: se acercan a su alma las emociones,plácidas unas, otras repletas desufrimientos, otras cargadas con fortunas

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de goces, y todas la encuentran agradecida,fácil y con el «rostro maravillado» desorpresa y de gratitud. «Vivid —dice—,mi bien amado, que la vida os rodee, osbañe, os acaricie, que brille en vuestraalma y sobre vuestros cabellos, que esté enderredor de vuestras manos y encima devuestra cabeza...»

Vivir, para ella, es sentir tal lujo desu propia vida que la pone entera sobre unmomento, como aquellos gloriososperdidos, de almas bien templadas, poníantoda su hacienda a una carta.

Y ese anhelo de vivir es tanennoblecedor que eleva a las almas que losienten sobre sí mismas hacia todas lascosas mejores, delicadas y augustas, comoel agua se apoya sobre sí misma y saca desí misma esfuerzo para ascender hacia elcielo en los surtidores victoriosos de losjardines. Hay dolor en el esfuerzo, suponegran tensión en el alma, pero luegosobreviene un desfallecimiento delicioso yel agua cae dispersa en gotas alegres,

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habiendo sonreído al sol.El libro de que hablo va delineando

en sus páginas una figura de mujer místicaa un tiempo y brava que irradia elregocijo.

Parece su corazón hecho de plata:siempre resuena jovialmente. Por elconvento donde ella habita pasa octubreencorvado, con sus odres de melancolía ala espalda y— haciendo que «sobre eltecho la veleta se lamente como unpequeño buho». Y entonces es cuandopiensa:

«Hay momentos en que tanta alegríareposa en derredor, sobre todas las cosas,que me detengo y las escucho.

«Los armarios en el convento dicen:»Estoy lleno de ropa blanca y de

tomillo y también estoy aquí para queamontonéis silencio y felicidad...»

«Los pozos del jardín dicen: «Estoyaquí redondo y profundo, para acogerfelicidad...»

«Las puertecillas que chirrían y están

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recién barnizadas y la blanca escalera ylas ventanas color de rocío y la clemátida,piensan: «Estamos nosotros aquí para quela paz circule, vaya y venga, suba ybaje...» Y parece que hasta el menor clavode la casa rebrilla al sol y dice: «Hemeaquí para colgar felicidad, felicidad...»

¿Cuándo sentirá amargura esta mujerque arranca sonrisas de cuanto la rodea?Tal vez nunca: es invencible porque tieneel secreto de abrevar las angustias de sucuerpo en el torrente de su alma, nuncaharta de existir y de soñar.

Ahora que hay tantas mujeresciudadanas por las campiñas y por lasplayas; ahora que pueden algunos instantespermanecer arrebujadas en la soledad y enel silencio, deberían cultivar sus ensueñoscomo flores de salvación, y al llegar elotoño y con el otoño el retornar, dejarloscaer sobre los rincones de sus hogaresentre los pliegues de las cortinas yesparcirlos por las mesas y junto a loslechos.

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Isabel de Baviera exclamaba:«Nuestras casas deben ser tales que nopuedan destruir las ilusiones que de fuerallevamos a ellas».

Sé que muchos hombres sienten unfrío de desolación al entrar en sus hogaresporque allí escuchan con más claridad queen otras partes el ruido torpe, mohoso,chabacano, que hace la vida al girar sobresus goznes.

Por eso ahora, mujeres, debéiscosechar los haces de anhelos en unaexistencia más libre, más alta, más intensaque el estío de los campos y las playasarrastrará por vuestras almas, turbándolas,como el viento riza un agua dormida.Desgranad bajo las estrellas cuentosprodigiosos, sin miedo, sin hipocresías,con decisión de conquistadores. Una tildede imprudencia sazona la vida.

En España somos prudentes conexceso, y así tan tristemente nos va y asínos pastorea D. Joseph Prudhomme. Elcual, volviendo su ancha faz paniega al

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cielo de la noche, sólo piensa que lasestrellas se parecen mucho a lascondecoraciones.

El Imparcial, 25 julio 1904.

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LA CIENCIAROMÁNTICA

SOMOS desatentos para nuestroprójimo porque nuestro prójimo hacezapatos y nosotros tejemos esteras. Comopara los egipcios primeros el mundoterminaba en el valle del Nilo, solemosencerrar el mundo en nuestro gremio: nohay que salir de él. Estereros somos y sólonos importan los hombres estereros, sinque cuidemos para nada de mirar a nuestrovecino el zapatero, cuyos zapatos han depisar nuestras esteras. Un libro nuevo queaparece fue escrito para unos cuantosaficionados a la ciencia o al arte de que seocupa. Y si esa ciencia y ese arte, por sudificultad o su novedad o su alejamientode las preocupaciones políticasmomentáneas, tiene pocos aficionados, ellibro y la labor de hombre en élcondensada desaparecen por los siglos delos siglos, y aquella fuerza de fecundación

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que a lo mejor poseía queda seca y estérilcomo la higuera del Evangelio. El literatono es otra cosa que el encargado en larepública de despertar la atención de losdesatentos, hostigar la modorra de laconciencia popular con palabras agudas eimágenes tomadas a ese mismo pueblopara que ninguna simiente quede vana.Pero el literato tiene también su gremio ydentro de él su universo, y por eso nohabla casi nunca de los hombres deciencia, para quienes a su vez los literatosno existen sino vagamente. De estasuerte,está salpicada y esparcida el almaespañola en sinnúmero de círculosdiscretos y es la vida española un montónde avemarias desglosadas que jamás seenhilan en rosario.

¡Cuánto más fructífero sería pensarque todas nuestras acciones tienen unadimensión común: lo nacional; que todoslos libros además de ser problemascientíficos, son problemas nacionales! Elindividuo no ha existido nunca: es una

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abstracción. La humanidad no existetodavía: es un ideal. En tanto que vamos yvenimos, la única realidad es la nación,nuestra nación; lo que hoy constituyenuestros quehaceres diarios, es la flor delo que soñaron nuestros abuelos. Por esto,acaso, afirma Shakespeare que somos dela misma urdidumbre que nuestros sueñosy de su misma sustancia. Los padressueñan a los hijos y un siglo al quesobreviene.

Tenemos, pues, un terrible deber conel porvenir, que da a nuestras accionestodas un valor religioso, porque si algo desuculento ha de cocerse en los pucheros denuestros nietos, habremos de comenzar aguisarlo ahora. La noción de que el másleve de nuestros gestos se perpetuará, yaidéntico, ya como germen creciente, en lasgeneraciones venideras, me parece quebastaría, más que muchos librossociólogos, a encendernos el ánimo yhacernos el paso firme.

Si, como decimos, todas las acciones

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nuestras tienen una cara nacional que miraa Oriente, habrá también una maneranacional de mirar todas las cosas. Desdeeste punto de vista quisiera hablar de algoque me ha ocurrido leyendo elDiccionario del Quijote, publicado pocosdías antes por D. Julio Cejador. Como setrata de una obra de lingüística, y yo, pormis pecados, no soy lingüista, ha sidoforzoso cuanto precede para justificar miintromisión.

Creo que habrá multitud de lectoresvoraces que coincidan conmigo en tenerpor los libros de más sabrosa lectura losque narran simplemente viajes a tierrasnuevas y los diccionarios etimológicos.

Unos y otros tienen esto de común:que nos presentan una visión volcánica dela humanidad. En los terrenos formadospor los volcanes, aparecenanacrónicamente revueltos los estratosgeológicos, y a,veces pisamos una capa detierra viejísima por donde trotaron en losbuenos tiempos de la fauna animales

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tremendos, y donde los hombres dejaronhuella ingenua de sus primerosrazonamientos, de sus instintos aúnencabritados y de sus cruentas filosofías.

Así, un viajero que corre las cuatropartidas y arriba al cabo a las islasSalomón o de los Arsácidas, tráenos unaimagen de tal vieja capa o estrato humano,donde con la rudeza de todas lasiniciaciones vemos los comienzos denuestros pensamientos, quereres y odios.Así, un etimologista, al seguir el idioma aredrotiempo y hacer la historia de cadapalabra, nos ofrece, como una galería deretratos genealógicos, la estirpe de estasmismas ideas, que ahora andan por loscaminejos de nuestro cerebro y que, adespecho de algunos ideófobos, son lafórmula y el resorte de nuestras vidas.

El Diccionario del Quijote,compuesto por D. Julio Cejador, es una deestas novelas regresivas, y acaso sea eltrabajo etimológico más importante que havisto la luz en España.

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Don Julio Cejador traslada el centrode gravedad en el romanismo del latín alvascuence; para él, antes que vinierapueblo alguno histórico a nuestrapenínsula, hablaban los naturales, nuestrospadres, vascuence y más vascuence. Esefantasma de la etnología que se llamapueblo ibero, charlaba eúskera, y enEspaña no se habló jamás latín, sino quedesde un principio de la invasión romanacomenzóse a guisar por mutua fusión oconfusión esta recia hosquedad de nuestrolenguaje.

Y ¿sabe el lector lo que significan lasconclusiones a que el señor Cejador llegaluego de muchos años de estudio y despuésde haber gustado todas las fuentes de lasabiduría europea? Pues significa unagrave indisciplina cometida dentro delbatallón sagrado de la ciencia. EnAlemania, en Francia, persiste de hace treso cuatro siglos una muchedumbre deciudadanos que se dedican exclusivamentea trabajar ciencia: en su historia no hay

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claros ni soluciones de continuidad: comolos corredores nocturnos de la edadclásica, la edad de mármol, pasábanse a lacarrera los unos a los otros la antorchafestival, sin que se apagara nunca, pásanselas generaciones de sabios, unas a otras,esta luz sagrada de la ciencia, sin quejamás se consuma. Por tal razón, puededecirse que en estos países la cienciaexiste fuera de los científicos y en tantoque ella perdura y se desenvuelve vanmudándose los que la sustentaban y llegansiempre otros nuevos ya adiestrados yregimentados por los sabios caporales. Esla sabiduría república que lleva una vidalegal y reglamentada, siendo útiles y aunforzosos la ley y el reglamento como entoda fábrica, donde sin una acertadadivisión del trabajo nada llegaría a sucompletamiento, quedando todo en esbozoy en rudo proyecto. La cienciadisciplinada, he aquí el tipo de la cienciaalemana y de la francesa.

Hoy por hoy, ignórase la filiación del

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idioma eúskaro: para Giacomio tienegrandes semejanzas con el egipcio, para elconde Gabelentz con el bereber. Paranuestros sabios de otros siglos fue uno delos setenta y dos en que se desperdigó elvolapuk inicial humano cuando el vanointento de Babel. Para D. Julio Cejador esel eúskera ese primer idioma, el de Adán yEva, o como quiera nombrarse a losprimeros «hombres alalos», que dejaron sumudez y fueron parlantes.

Como hay tal discrepancia y tan pocaclaridad en el asunto, el «romanismo»reglamentado de Alemania y Francia hadado la pragmática de que no se considerecomo serio trabajo científico el que tratede buscar en el castellano un fondo deiberismo o de euskarismo; hartosproblemas de momento tiene ante sí lalingüística —se dicen los sabios-para quenos andemos a buscarle tres pies al gato. Ycomo en tiempos felices publicaban losmonarcas leyes suntuarias, decreta laciencia del día el apartamiento de ciertos

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problemas como de ejercicios vanos,suntuarios e indisciplinadores, portillosque aprovecha la fantasía para entrar atrastornar los severos cachivaches delerudito.

Todos debemos suspirar porqueandando el tiempo den los espíritusespañoles una buena cosecha de sabiduría,y a más de suspirar, debemos tejer nuestravida propia de suerte que logremos sersabios en algo. Necesitamos ciencia atorrentes, a diluvios para que se nosenmollezcan, como tierras regadas, lasresecas testas, duras y hasta berroqueñas.Pero los que más predican la buena nuevade la ciencia no han advertido que quierenque tengamos ciencia alemana o cienciafrancesa, pero no ciencia española.

Menéndez Pelayo, cuando juvenil yhazareño, rompió aquellas famosas lanzasen pro de la ciencia española; antes de sulibro en— trevíase ya que en España nohabía habido ciencia; luego de publicadose vio paladinamente que jamás la había

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habido. Ciencia, no; hombres de ciencia,sí. Y esto quisiera hacer notar. Nuestraraza extrema, nuestro clima extremo,nuestras almas extremosas no son lasllamadas a dejar sobre la historia elrecuerdo de una forma de vida continua yrazonable.

Como hemos hecho historia a lamanera que un terremoto, hemos hecho yharemos todo lo demás. «No mañanamos,no mañanamos», se complacía en repetirNavarro Ledesma. Y ¿queremos tenerciencia disciplinada? Al tiempo quesupone ésta una continuidad en el esfuerzo,la ciencia y los sabios españoles sonmonolíticos, como sus pintores y suspoetas: seres de una pieza que nacen sinprecursores, por generación espontánea,de las madres bravas, aunque bastantecenagosas de nuestra raza, y muerenmuerte de su cuerpo y de su obra, sin dejardiscípulos. Al contrario de Alemania,nuestra ciencia ha vivido sólo en losentresijos de los que la crearon y se la

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han ̂ comido los gusanos también. Es ennosotros la ciencia un hecho personalísimoy no una acción social, o como quieradecirse, lo que se ha llamado sinergia.

Un ejemplo curioso, por referirse algénero de las labores eruditas que hanmotivado estas líneas, es el abate Hervás yPanduro. Crea la filología comparada ensu «Catálogo de las lenguas» y la creapara sí mismo, monolíticamente. ¿Puededecirse que haya habido en España deentonces acá filología comparada?

Nuestra ciencia será, pues, siempreindisciplinada y como tal fanfarrona,atrevida, irá ganando la certidumbre abrincos y no paso a paso, acordará en unmomento sus andares con la cienciauniversal y luego quedará rezagada siglos.Ciencia bárbara, mística y errabunda hasido siempre, y presumo que lo será, laciencia española.

En el primer año del siglo pasadohicieron buena amistad Guillermo deHumboldt y D. Pedro Pablo de Astarloa,

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cura de Durango. Andaba Humboldt sobrelos treinta de edad; tenía aquella serenidadde griego nuevo que se repite en más de ungermano de su tiempo; serenidad aquella,tan fecunda como la de los grandes ríosque padrean las tierras asiáticas, y de lacual nació esta máquina terrible de laAlemania imperial. El cura de Durango nosé cómo sería de rostro; hallábaseentonces ocupado en componer suApología de la lengua Vascongada dondese ponía a este idioma como dechado de laperfección. Es esta obra un modelo deciencia indisciplinada, de cienciasentimental, donde el resultado no surge alfin de la labor raciocinante, sino que esanterior a ella, y puesto por lo instintivo.Humboldt y Astarloa pasearon juntosmuchas veces. Humboldt miraba conresignación continente la existencia, vivíaa fuerza de sistema y de filosofía. Astarloasistematizaba-a fuerza de vida y no veía enlas cosas sino un motivo para la exaltacióndesaforada del propio ánimo. Así, el buen

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cura de Durango tuvo una contiendaformidable con el buen cura de Montuenga,que contestó a su «Apología», y D. JuanAntonio Moguel escribía de él a VargasPonce: «No quiero ocultar a Vmd. que nogustarán los críticos de buenas narices sugenio sistemático y su «pasión acalorada»que hará olvidar a Larramendi». No, porbuena ventura y en santa hora, no hizo elcura de Durango olvidar a Larramendi,como no hará don Julio Cejador olvidar alcura de Durango. La obra de Astarloa j suspalabras y su «pasión acalorada» pusieronen el espíritu de Humboldt el germen de suestudio clásico sobre la toponimia ibérica.

¿Qué la ciencia alemana es unaciencia clásica? Convenido: la cienciaespañola será una ciencia romántica.

Dios vaya con la hacienda de estosnuevos hombres de la sociología, que noaciertan a mejorarnos si no estrastrocándonos la enjundia, ni a volvernosen salud si no es haciéndonos otros.

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El Imparcial, 4 junio 1906.

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MORALEJAS

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I. CRÍTICA BÁRBARA

DE cuando en cuando leo libros deliteratura española contemporánea y meocurren algunas cosas que son las que voya referir. Estas cosas, mal que bien,podrían llamarse crítica de libros, y comotodo crítico si no ha de entregarse alcambiante humor de su persona necesita deun criterio director, de una orientacióngeneral en la muchedumbre de sus juiciosy advertimientos, me he andado río arribay he ido a buscar mi sistema crítico en unaraza aún no bien salida de las selvas, ruday simple, detenida en una forma primitivade civilización. Siglos y siglos de culturahan tergiversado de tal suerte lasnecesidades humanas, las morales, sobretodo, más fáciles siempre de deformar, quees sano a veces deshacer camino y renovaren algún punto la originaria sencillez.Parece como que la humanidad necesita detiempo en tiempo tomar una dosis de

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ingenuidad para poder seguir viviendo:así, cuando la cultura grecolatina era unexceso, irrumpen en la Europamediterránea los rubios del Norte y por lasabiduría de Bizancio pasa el turcorayendo los pueblos curvados y sobre lamolicie de los árabes andaluces caen lostoscos almorávides del Sur.

Ruchrat de Oberwesel, teólogoalemán del siglo XV, decía que San Pedrohabía inventado la cuaresma para vendermejor sus peces» No se diga, del mismomodo, que este elogio del barbarismooportunista es no más una defensa de jniprocedimiento crítico. ¿Cuál es éste? Paralos indios de Nueva Zelanda lo másimportante, lo característico en un libro esque se abre y se cierra: por eso le llamanuna «almeja». Con alguna mudanza, estepunto de vista neozelandés, me parece elmás fecundo y acertado en la críticaliteraria, y así como una almeja no tieneotro valor que el de sus elementosasimilables dentro de una buena digestión,

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así lo que me interesa de un libro es lo quede él pueda pasar a mí, tornarse sangre ycarne mías. ¿Qué me importa lo que estépegado al libro y en él quede después deleído? Esas «dificultades vencidas», esosprimores de taller, toda la maniobra delartífice, ¿qué valor pueden tener para mí,que no soy artífice, que soy nudo lector, sino entran en mí? Según el rito neozelandés,arrójanse allá las conchas vanas de laalmeja luego de comida la bestezuela. Así,tú, señor lector, y yo, tiramos lejos denosotros los libros sin bestezuela.

De una valva conchácea a una piedra,poco camino hay. Nuestro amor y nuestracuriosidad son grandes, pero se gastan yconsumen antes de llegar a las hermanaspiedras, si estas piedras no estánhumanizadas en un momento o por unaleyenda; si no están aposadas sobre unasierra donde nuestros padres movieronguerras. Nada que no sea viviente yorgánico puede interesarnos. Quédensepara los sabios que, por otra parte

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veneramos, la mineralogía, lasmatemáticas, la teología, los acrósticos ylas conchas irisadas de las almejas.Nosotros, menos sutiles, somos vivívoros,nos alimentamos de terrenas bestezuelas yde plantas y a un lugar teológicopreferimos cualquier cosa orgánica,aunque sea una de esas agallas oscuras yfeas que sobre un árbol formó la místicafecundidad de un cínife, una de esasagallas que buscaba yo, cuando muchacho,afanosamente por las robledas de ElEscorial, para componer una tintamaravillosa que no he llegado a hacernunca.

Como decía, he leído algunos librosde literatura española contemporánea ysigo leyéndolos, aun cuando sólo sea porpatriotismo las más veces. Confieso quesuelo abrirlos lleno de sed deespañolismo, que corto las hojas casireligiosamente y confieso también quellegando por las últimas páginas tengo unapesadumbre en el corazón y espiritual

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sequedad en el ánimo. Quisiera decirsencillamente a qué atribuyo esto, y estasobservaciones mías, desordenadas y a labuena de Dios, tómense como confesionesde un lector, no como dogmatismo de uncrítico. Advierte, señor lector, que uncrítico neozelandés no es nunca un críticode verdad, más bien puede tenérsele porun alma de Dios.

Grandes y chicos, viejos y mozos,sabios e inocentes, llevamos todos dentrouna visión del universo más o menosfragmentaria. La cultura no es otra cosaque el canje mutuo de estas maneras de verlas cosas de ayer, de hoy, del porvenir.Una tiesura pecaminosa, florecimiento dela vanidad, suele encerrarnos a cada unodentro de sí y convertir en una isla.a cadahombre. Este es un viejo pecado español:no sé si ver en él una escuela de laeducación moruna de nuestra raza, porqueasí como los muslimes mantienenrecelosos enjauladas sus mujeres, nosrecatamos unos a otros las ideas propias

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nuestras. Acaso la soberbia nos exige queseamos César o nada, querríamos acasoque nuestras opiniones fueran lasdefinitivas, las ejemplares, las únicas, y untanto de desconfianza nos hace preferir suocultación, antes que exponerlas al fracasoo a la indiferencia. Es preciso queaprendamos a huir de semejante vicio. Enuna novela contemporánea aparece unmuchacho de grandes, dulces ojostranquilos, celoso en el trabajo, pero deviveza poca, que entre sus compañeros dela clase de latín ocupa siempre el últimolugar. Y este pobre niño, que no estalentudo, pero tiene en su ánimohondísimas y ricas venas de orosentimental, acierta a consolarse con unaobservación divina, que no hubieradesechado Platón en su «República»: «Alfin y al cabo —decía— alguno tiene queser el último». Aunque parezca unadolorosa ironía nos hace mucha faltaaprender a ser últimos entre nuestrosconciudadanos, a considerar sin rencor ni

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hosquedad el lugar que nos está asignadoen la república, donde tan necesarios yútiles son los primeros como los últimos.Así en la literatura y en toda nuestra vidade hoy se advierte un prurito de genialidady de fanfarronería, sólo concebible dondelas mozas y las viejas testas se hallanpreocupadas únicamente de ser lasprimeras en los escalafones, dando pordespreciables todos los demás puestos.Aprendamos a ser los segundos, losterceros, los últimos. Tal vez, la másprofunda enseñanza que da el roce con lascosas reales, que deja en nosotros esatemporada de abrazamiento al vivir,conforme vamos de los veinte años a lostreinta, es que la vida merece la pena devivirse aunque no seamos grandeshombres.

Hojeando estos días esa antología depoetas nuevos que se titula «La corte delos poetas», notaba yo que mi manera dever los asuntos universales, nacionales yparticulares, es exactamente opuesta a la

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que dejan entrever todos esos poetas de mitiempo. Y ello me regocijaba: no por esainocente presunción de los que juzgan quees preciso a toda costa ser original, ycreen que ser original es pensar de distintasuerte que los demás piensan, sino porquepara mí tengo que en un pueblo hay tantamayor energía cuanta más grandediversidad de pareceres, sobre cosasnimias inclusive. En resolución,únicamente donde los ciudadanos piensancada uno sus pensamientos, podremosesperar ponernos alguna vez de acuerdo, alpaso que donde todos piensan a una no hayacuerdo posible en las opiniones, por lasencilla razón de que nadie opina y todostienen uno o varios magistrados que seencargan de pensar por ellos. En estassociedades suele hablarse harto de eso quellaman «opinión pública», la cual —decíaNietzsche— no es sino la suma de lasperezas individuales.

Exponga buenamente cada cual —según más arriba decía— su visión del

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mundo de la manera que esto es posible: asaber, procurando en cada momentoexpresar en una fórmula de palabras losvagos e informados pensamientos quedentro de nosotros suscita tal hechopresenciado, tal libro que leemos, tal ideaque nos florece inopinadamente dentro. Esposible que no sea otra cosa en su germenuna fuerte civilización —la de Grecia, lade Italia en el «Risorgimento», la deInglaterra durante todo el siglo XIX, la deAlemania ayer y hoy— que el cúmulo deestas visiones del mundo individuales, másaún íntimas, comunicadas de mil modos enla conversación, en los periódicos, en loslibros, en los discursos, con literatura si sees literato, a la pata la llana si no se sabecoger una pluma; en la temperie secorrigen unas y otras, se disciplinan, sefecundan; sobre nuestras afirmaciones,proyectadas fuera de nosotros, erigimosnuestra morada interior, nuestro ánimo; losidearios análogos se aproximan, los másrecios y completos, los más ricos en

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porvenir se hacen centros y núcleos entorno de los cuales se coagulan otros yotros y al cabo fórmanse las grandescorrientes políticas de los pueblosmusculosos en cuyos programas y credossería ya difícil reconocer aquel sinnúmerode torrentillos individuales, de íntimossentimientos que en ellos desembocaronoriginándolos. Buena falta hace en Españauna de esas épocas de intimidad afable yrespetuosa, de intimidad familiar,preparadora de los renacimientos.

Lo más triste que puede ocurrir esque donde la vida intelectual llega apenasa un soplo, a un hálito, especie de agonía,esta pobreza de intelectualidad seaamanerada, narcisina y con las raicillas alviento o sin raíces, como los musgos. Estoson las literaturas de decadencia que sedesentienden de todos los intereseshumanos y nacionales, para cuidarse sólodel virtuosismo, estimado por losentendidos, iniciados y colegas del arte.Para ese desdén hacia la calle, propio de

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la aristocracia femenina, sólo hay unarespuesta: la crítica bárbara, la que no sedeja llevar a discusiones sutilísimas detécnica ni a sensiblerías estéticas de quesaldría siempre perdiendo, sino que, comolos bárbaros de Alarico entrando en Romaquebraban las labradas sillas curiales yexigían el oro y la plata de los arcanostesoros públicos, aparta a un lado todopreciosismo y demanda al artista elsecreto de las energías humanas queguarda el arte dentro de sus místicosarcaces.

El Imparcial, 6 agosto 1906.

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II. POESÍA NUEVA, POESÍAVIEJA

«La Corte de los Poetas», antología,nos presenta como un extracto de diez añosde poesía española. Aquí tenemoscuarenta, cincuenta poetas nuevos. No voya hablar de ellos individualmente, sinoconsiderándolos en general. No voy amedir el valor de esta composición ni dela otra, ni a decir si todas son malas ni sitodas son buenas. Esto habrá de hacersecon las obras de artistas fenecidos: peroestos cuarenta, estos cincuenta poetas sonjóvenes.

Todo pasado es irremediable, y loshechos de un hombre y las obras yarealizadas por un artista que aún vive sonsu pasado. Lo importante, pues, es lo queestos poetas nos ofrecen para el tiempoque viene. Lo importante es lo que seintenta y no lo que se logra. Los hombreshacen lo que pueden y piensan lo que

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quieren. Los pensamientos e intenciones deun poeta son su estética. Aquí tienes, señorlector, la razón por qué voy a hablar de laestética de los poetas nuevos sin pararme amedir el valor de ésta o de la otracomposición ni a decir si todas esaspoesías son malas ni si son buenas. Lavirtud justicia requiere que no exijamosresponsabilidad sino de aquellos actos encuya volición ha alentado cierta suerte dealbedrío, y los poetas no son responsablesde la belleza de sus poesías, pero sonresponsables de la rectitud de su estética.

Y entrando al punto en materia, tediré, señor lector, que Gor— dinan,personaje volteriano, estaba persuadido deque si un pavo real pudiera hablar sevanagloriaría de tener un alma y diría queesa alma estaba en su cola. Asimismo,estos poetas de la nueva antología —dejando a un lado excepciones— piensanque el alma universal está contenida encada palabrá. Y no vaya a creerse que enaquel humor de concepto, de idea que

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fluye y da jugo a cada palabra, sino en elmaterial físico del vocablo, en el sonido.

Para mí, y acaso para ti, señor lector,las palabras son unas ágiles avecicas queandan revolando de labios en oídos yllevan sobre sus alas misteriosos ypotentes conjuros. Aposándose un instanteen la oreja del prójimo, dejan caer sobresu ánimo esa mística e inmaterial carga deenergía y luego tornan al libre aire hacianuevas orejas y hacia otros ánimos. Asícomo en la moderna filosofía natural sonlos átomos no más que centros de fuerza ypuntos de energía, las palabras son loslugares donde habitan las ideas.

No acierto a comprender por quésutiles razonamientos han llegado losnuevos poetas a conceder un valorsustantivo a la palabra: abstráigase de suvalor conceptual, de su valor lógico yqueda sólo un «clamor concomitans», unclamor que acompaña al sentimiento, unsuspiro articulado que sirve de zagalejo aldolor y va tras él aliviándole, como

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abriéndole al través de los labios unapuerta sobre el ambiente donde seexpanda, se deprima y se mitigue.

Las palabras son logaritmos de lascosas, imágenes, ideas y sentimientos, y,por lo tanto, sólo pueden emplearse comosignos de valores, nunca como valores. Labelleza sonora de las palabras es grande aveces: yo me he extasiado muchas delantede esos sabios, luminosos, bellos vocablosde los hombres de Grecia, que edificabansus palabras como sus templos. Pero estabelleza sonora de las palabras no espoética; viene del recuerdo de la música,que nos hace ver en la combinación de unafrase una melodía elemental. Enresolución, es la musicalidad de laspalabras una fuerza de placer estético muyimportante en la creación poética, peronunca es el centro de gravedad de lapoesía.

Para los poetas nuevos la palabra eslo Absoluto, como para los científicos laVerdad y para los moralistas el Bien. Es el

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caso melancólico del indio eremita quecavando con su azadón la madre tierralograba frutos de vida, y apoderándose deél un furor idólatra, colgó el azadón de untamarindo y le adoraba. La tierra se hizoerial. Del mismo modo estos poetas hacenmateria artística de lo que es tan sóloinstrumento para labrar esa materia, nova yúnica en todas las artes, la Vida, que sólolleva frutos estéticos. Por esto es difícil enocasiones distinguir entre un poeta nuevo yun negro catedrático; por eso rara vez seeleva su producción sobre un arte a lojuglar.

Corrientes hondas y poderosas,oriundas de extremas necesidades humanas—sentimiento, tradición, idea—, han desaltar con gracia y airosamente en lafontana de la poesía. No basta, no, para serpoeta peinar en ritmo y rima el chorruelode una fuente que suena; hay que ser fuente,manantial, profunda veta de humanidad queresume santa energía estética, renovadora,impulsora, consoladora.

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El arte nos salva —pensabaSchopenhauer— de esta concienciaindividual, con que vivimosordinariamente y que nos hace percibir elir y venir de los fenómenos, el nacer yfenecer de las cosas, el desear y elmalogro de nuestro deseo; nos ayuda aemerger el arte, nos levanta hasta esa«conciencia mejor» en que dejamos de serindividuos y contemplamos sólo losamplios e inmutables estados del almauniversal. ¿Tienen los nuevos poetas esaidea sobreexis— tencial y salvadora delarte, esa intención metafísica en suelaboración de la belleza? No,ciertamente.

Pero ya que no esa equívocaconcepción filosófica del arte, demasiadovaga y remota, ¿ven acaso en la poesía unafuerza humana o, mejor dicho, nacional,propulsora del ánimo, forjadora debroncíneos ideales, educadora delintelecto, encantadora del sentimiento,empolladora del porvenir, que empuja

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hacia adelante, que pinta el mundo, la vidade nuevo color, da a lo futuro nueva traza ynos escancia jugos añejos, fragantes,nervudos, de las candioteras del pasado?Tampoco: en tanto que España cruje deangustia, casi todos estos poetas vaganinocentemente en torno de los poetas de ladecadencia actual francesa y con laspiedras de sillería del verbo castellanaquieren fingir fuentecillas versallescas,semioscuras meriendas a la Watteau,lindezas eróticas y derretimientosnerviosos de la vida deshuesada,sonámbula y femenina de París.

El arte es una subrogación de la vida.Si nos fuera a todos posible gozar de unavida tan intensa, tan llena de reciaspasiones leoninas, de sabrosas y fecundasmelancolías, de todos los sentimientos ytodas las sensaciones como en los dramasde Shakespeare laten, acaso pudiéramosprescindir del arte y eso acaece a los.hombres aventureros. Pero nuestra vidasuele caminar sosegadamente al hilo de los

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días y al compás de las horas, que caenvanas en derredor de nosotros, como lasnueces hueras de un nogal en el silencio deuna siesta. Al tiempo que «nos acechadesde todos los rincones el hastío» nos vacayendo gota a gota dentro de las entrañasel dolor universal: entonces advertimos lavacuidad de la existencia, entoncesnecesitamos beber los vinos generosos delas bodegas ajenas, entonces nosemboscamos en las escenas trágicas delarte o buscamos las saucedas lientas queplantó a la vera de algún río algún hombregrande y bueno de cuyo pecho manaba otrorío de ternura, idealismo y dulcedumbre.Pareciéndonos la vida sórdida e indignade sufrir, la henchimos de arte y estibamosde imaginación las barcas lentas denuestras horas.

Es, pues, el arte una actividad deliberación. ¿De qué nos liberta? De lavulgaridad. Yo no sé lo que tú pensarás,lector; pero para mí, vulgaridad es larealidad de todos los días; lo que traen en

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sus cangilones unos tras otros los minutos;el cúmulo de los hechos, significativos einsignificantes, que son urdimbre denuestras vidas, y que sueltos,desperdigados, sin más enlace que el de lasucesión, no tienen sentido. Massosteniendo, como a la pompa el tronco,esas realidades de todos los días, existenlas realidades perennes, es decir, lasansias, los problemas, las pasionescardinales del vivir del universo. A éstasson a las que llega el arte, en las que sehunde, casi se ahoga el artista verdadero, yempleándolas como centros energéticoslogra condensar la vulgaridad y dar unsentido a la vida. No es, por tanto, poesíalo que en tus nervios deja ese vientecilloáspero que ahora pasa, ni esa ingeniosacomparación que ahora te ocurre mirandola mar de espalda tembladora, ni esapasioncilla o ese dolorcejo que, aisladodel resto del mundo, deslíes en unasestrofas discretas y nítidas. Si no estássumido en las grandes corrientes de

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subsuelo que enlazan y animan todos losseres, si no te preocupan las magnasangustias de la humanidad, a despecho detus lindos versos a unas manos que sonblancas, a unos jardines que se mueren porel amor de una rosa, a una tristeza menudaque te corretea como un ratón por elpecho, no eres un poeta, eres un filisteodel claror de luna. Porque si es cierto,según Emerson, que como cada plantatiene su parásito, tiene cada cosa suamante y su poeta, debe añadirse que tienetambién su filisteo.

No creo que pueda haber arte en sunoble acepción que no radique en esasrealidades perennes. Ahora bien: la sumarealidad ¿no es el Dolor? La poesía es flordel dolor; mas no del momentáneo yarchiindividual, sino de un dolor sobre elque gravite la vida toda del individuo.Porque sobre la totalidad de una vida, consu nacimiento y su muerte, gravita a la vez,forzosamente, en más remota esfera, eldoliente corazón silencioso del Uno-Todo.

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De esta suerte me atrevo a decir quetodo arte tiene que ser trágico, que sinsimiente de tragedia una poesía es unacopla de ciego o un tema de retórica, artepara pobres mujercitas de quebradizosnervios y ánima de vidrio.

Mas no se diga que cierro con todo loque no sea arte genial. ¿Se quiere unejemplo de ese arte que yo aquí predico,un ejemplo que no siendo genial vale comouna página de arte hondo, trágico,subsolar, castizo, educador? Recuérdese el«Epílogo» que termina el libro «Lospueblos», de Martínez Ruiz. ¿Cabe nadamás sencillo, más esbelto, más somero yde mayor imaginativa continencia? ¿Cabenada más castizo también? Allí no pasacosa alguna y, sin embargo, llega entre losrenglones desde una lejanía ideal el rumorde la Muerte que habla con su cortejo elOlvido.

Singular espectáculo el que ofrecenestos poetas de los últimos diez años.Durante ellos un río de amargura ha roto el

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cauce al pasar por España y ha inundadonuestra tierra, seca de dogmatismo y deretórica: empapada está la campiña y sieteestados bajo ella de agua de dolor. Elchotacabras del pesimismo ha hecho nidoen todos los linderos. Dentro de esaamargura étnica han permanecido lospoetas como «las madreperlas» —segúnhabla San Francisco de Sales— que vivenen medio del mar sin que entre en ellas unasola gota de agua marina. ¿Qué han hechoen tanto? Cantar a Arlequín y a Pierrot,recortar lunitas de cartón sobre un cielo detul, derretirse ante la perenne sonatina y latenaz mandolinata; en suma, reimitar lopeor de la tramoya romántica. No hansabido educarse sobre el pesimismo de suépoca y no alcanza su arte ni aun a serpesimista.

Los poetas son incorregibles. Elnúmero del Mercurio de Francia, queapareció en septiembre de 1793, cuentafecha de las matanzas, comenzaba con unapoesía titulada: «A los manes de mi

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canario».

El Imparcial, 13 agosto 1906.

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III. A PEDAGOGÍA DELPAISAJE

Recuerdo que una vez me encontrabaen la raya de Segovia, dentro de un montede pinos, al tiempo que el sol caía,mirando abrirse delante, en egregioanfiteatro, las lomas nerviosas deGuadarrama. Junto a mí estaba Rubín deCendoya, místico español, un hombreoscuro, un hombre ferviente. Hoy, señorlector, voy a referirte lo que en aquellasazón escuché de sus labios.

Había en torno nuestro un silencioque en cada instante iba a romperse ypersistía, silencio donde laten las entrañasde las cosas, en que esperamos que rompaa hablarnos cuanto no sabe hablar. El valleverde y amarillo se alongaba a nuestrospies: la sierra levantaba poderosamente suvieja espalda sobre el cielo puro. En elcamino real comenzaba el polvo yesoso afosforecer. Recios aromas se alzaban del

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pinar, y sobre nuestras cabezas unosgrandes pájaros grises volaron con lentosaletazos que arrancaban al aire suspiros.

Rubín de Cendoya, místico español,dijo de esta suerte:

«Sin que lo advirtamos, nuestrasideas celebran dentro de nosotros ritossagrados y se unen en divinasasociaciones: bajo la ilusión de nuestroalbedrío mantiénense en solidaridad fatal.Mira que ahora, en tanto dejo galopar lavista sobre esa línea quebrada de la sierra,se yerguen en mi memoria las imágenes delos hombres cárdenos pintados por elGreco. En estos montes hay, como en laspupilas de aquellos hombres, una voluntadsuprema de perdurar sobre toda mudanza.

Dejando ir la mirada sobre esa líneaoscura que rompe el cielo, advierto quehay en mi alma un grumo metahistórico quellega de una hondonada del pasado y seapresta a hundirse en un porvenir sinlímites. Esa montaña ha perpetuado altravés de los siglos su perfil, y en ese

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hierático perfil se reúnen mis miradas conlas de todas las generaciones muertas deespañoles, y refractándose en la aristaazulada de esa sierra, llegan a encontrarlas pupilas grises de los padres celtíberosque en horas profundas, vestidos connegros cueros, contemplaron esta mismavisión que ahora tenemos nosotros,celtíberos de un siglo joven, vestidos contrajes cilindricos. El tiempo, en su huidez,hace vacilar nuestros ánimos, que eltiempo es un temblor incesante y eterno.Un ansia infinita de permanenciatrasciende de lo más adentrado denosotros, en tanto que la razón nos anticipala imagen de una muerte cierta. Frente aese problema trágico, insoluble, seevapora el individuo. La gota de agua quevive una noche tremando de placer sobrela verdura de una hoja, puede ser tanpetulante que se crea algo necesario; a laaurora empezará a beber el vino de oro delsol, y se pondrá tan borracha que rodaráde la hoja al suelo, se quebrará contra la

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tierra, y el sol, hinchándose sobre elhorizonte, dispersará sus moléculas porlos cuatro vientos.

Estos montes son necesarios en lamecánica universal; pero tú y yo, queahora estamos frente a ellos, debemosproducirles el mismo efecto entre burlescoy sorprendente que a nosotros nos produceeso que llamamos casualidad. Créeme,amigo mío, tú y yo somos una casualidad.

Este paisaje, en cambio, me hacedescubrir una porción de mí mismo máscompacta y nervuda, menos fugitiva y deazar. Llévame a una ciudad, ponme entredos hileras de casas, rodéame de hombresque van y vienen con relojes en losbolsillos, de hombres a quienes interesanlos minutos: entonces yo me sientodesaparecer del mundo personal, creeríaque yo he muerto, que he pasado ya, quesoy "nadie". Mas este paisaje me haceencontrar dentro de mí algo personalísimo,específico: ahora conozco que soy algofirme, inmutable, perenne; frente a estos

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altos montes azules yo soy al menos un"celtíbero"».

Rubín de Cendoya, místico español,se detuvo melancólicamente. Allá en laaltura se pusieron unas nubes tan rojas quetemimos si el sol se habría herido contralos picos agudos y como eternos de lasierra.

Aquel hombre entusiasta prosiguió:«Como a Séneca había enseñado su

casa de campo el arte exquisito de lavejez, me ha iniciado a mí este paisaje enuna religión. Cada paisaje me enseña algonuevo y me induce en una nueva virtud. Enverdad te digo que el paisaje educa mejorque el más hábil pedagogo, y si tengoalgún solaz te prometo componer frente ala admirable "Pedagogía social" delprofesor Natorp otra más modesta, peromás jugosa: "Pedagogía del paisaje".

Acaso el único motivo de reyerta quetengo yo con Platón es haber éste dichoque nada podían enseñar a Sócrates losárboles en el campo y sí los hombres en la

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ciudad. Esto es, por lo demás, muyperdonable si se tiene en cuenta que enPlatón quedaban aún no pocos resabios delperíodo sofístico, lleno todo depreocupaciones y prejuiciosantropológicos como el siglo XVIIIfrancés.

Los árboles son grandes maestros y elmismo Platón solía ir a visitar un plátanoen las afueras de Atenas, como fue unplátano el mejor amigo de Taine. Esfrecuente que los grandes hombres, luegode haber atravesado ciencias y ciencias,de haber gustado artes e idearios, acabenpor dedicarse a la botánica, que, sin duda,les ofrece gratos secretos y dulcesconsolaciones: así, Rousseau y Goethe. Unárbol es tal vez lo más bello que existe:tiene reciedad en el tronco, caprichosaindecisión en las ramas, ternura en lashojuelas movedizas. Y sobre todo esto hayen él no sé qué de serenidad, no sé qué deuna vida vaga, muda, palpitante, que va yviene inciertamente entre el follaje. Justo

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me parece que los egipcios primeroscreyeran que. las almas de los muertosiban a habitar én las ramas de los árboles,y que los indios argentinos pusieran bajoun árbol sus ofrendas al divino Walechn.Renán dice que el instinto religioso es enel hombre lo que el instinto de nidificaciónen el pájaro: nada extraño tiene que, comolas aves labran sus nidos en los árboles,hagan de ellos sus altares los hombres.

Los paisajes me han creado la mitadmejor de mi alma; y si no hubiera perdidolargos años viviendo en la hosquedad delas ciudades, sería a la hora de ahora másbueno y más profundo. Dime el paisaje enque vives y te diré quién eres.

Al tiempo que por Europa pasaba unaola de histerismo revolucionario, unoscuantos ingleses avisados se refugiaronjunto a los lagos de Escocia y vivieron enla soledad fecunda de las campiñas. Deallí salió aquella espiritualidad tranquilade los poetas «lakistas» y la incomparabledicha de su existencia. Del campo salió

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volando aquella alondra cantarína que seescucha como un eco geórgico a lo largode las páginas de Emerson. Estos paisajeseran bellos, solemnes, con frescor delagunas y remansos, con esplendorluminoso de boscajes, y así dejaron caersobre sus discípulos simiente de amplitudidealista.

Recuerda, en cambio, los paisajesque rodean a Madrid, salvo el Pardo y laMoncloa. Contempla estos misérrimoscampos atormentados en que sólo seespera ver algún hombre tendido,polvoriento el traje, el rostroensangrentado contra la tierra. Son camposmalditos, campos comprados con lostreinta dineros que únicamente sugierenalguna traición o algún crimen antiestético.Así, los madrileños nos encontramos entrelos seres más torvos y hostiles de la tierra.

Los españoles suelen huir del campoen cuanto pueden, porque en la soledad notienen a quien hostilizar ni a quienanonadar.

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Creo que las dos grandes virtudes queha de formar en el hombre la pedagogíason la sinceridad y la serenidad. Puesbien, ambas las enseña la naturaleza mejorque todos los maestros del mundo. Cuantono es el hombre es más sincero que elhombre. De aquí que apenas nos hallamossolos en medio de un panorama naturalunos dedos menudos e invisiblescomienzan a tejer en torno nuestro esemisterio de la sinceridad, que une en unmismo tapiz animales, plantas y piedras. Apoco, nos sentimos insertos en la vidaunánime de los campos; el paisajesolitario va destilando quietud en nuestropecho, armonía, benevolencia. ¿Por quénos encontramos tan a gusto en lanaturaleza? —se preguntaba Nietzsche—.Y respondía: porque la naturaleza no tieneopinión acerca de nosotros. ¡Ah! ¡muycierto! El hombre es siempre juez delhombre, cuando no es su enemigo. Ante elhombre que más nos estime, nosmantenemos siempre sobre aviso e

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inquietos, no sea que se descubra ennosotros algo nuevo, destructor de suestimación.

No creo que hoy pueda nadiejactarse, sin embargo, de una íntimarelación con la naturaleza, porque lahumanidad se ha ido apartando de ella,humanizándola, es decir, pedantizándola.El hombre primitivo le era más próximo,la naturaleza hablábale con mayorvivacidad y por eso sabía poner nombres alas cosas. Para nosotros la naturaleza es ungran muerto, es como el esqueletopetrificado de un brontosauro y sólopodemos llegarnos nuevamente a ella conuna preocupación, científica o artística quela deforma. La naturaleza es ladespreocupación perfecta, y así lallamamos "Naturaleza" por antonomasia.

Aquí tienes la razón por la queStendhal afirmaba que el interés exclusivodel paisaje no basta, a la larga, y espreciso un interés moral e histórico. Sinuestros ojos se cansan de mirar, las cosas

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se fatigan de ser miradas y se embotan susmísticas sugestiones. Hoy los paisajes nonos enseñan naturaleza propiamente tal,pues, como digo, la naturaleza murió hacemuchas centurias envenenada por unsilogismo; pero nos enseñan moral ehistoria, dos disciplinas de exaltación quenos hacen no poca falta a los españoles.

Y así, este paisaje-maestro deGuadarrama me ha dado una lección de"celtiberismo", y me ha aclarado esossecretos étnicos que en los museosluminosos, en profundos y húmedosclaustros, intentan revelarnos los hombresdel Greco con un ligero temblor de susbarbas agudas».

El paisaje iba recogiéndose en símismo: algunas estrellas claras florecíanen la ternura del crepúsculo. Unos ladridoslejanos. En el valle resbala el rumor deuna esquila como por una mejilla resbalauna lágrima. La noche llegaba, caminandopor el cielo con tardo paso de vaca.

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Aprisionamos en una postrera miradala magnífica quietud del rebaño de montes:descendimos al camino real. Un hombreque pasaba nos preguntó la hora: dijírnosleque no teníamos relojes, porque éramosmísticos y celtíberos. Como no noscomprendiera del todo, siguió él sujornada hacia Segovia y nosotros entramosen el pueblo.

EL Imparáal, 17 septiembre 1906.

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CANTO A LOSMUERTOS, A LOSDEBERES Y A LOSIDEALES

Para la Sra. Doña Eloisa NavarroLedesma de Cubas.

EL triste adamita pasa en menoscaboal través de la vida llevándose a sí mismoa la rastra: va cargado de afanes y dedolores, más que cargado va rendido so lagravedad de un perenne desencanto. Lasilusiones, las esperanzas se le han caído,como mal prendidos cascabeles, en laprimera jornada. Sigue haciendo caminocon el ánimo sordo, merced a un impulsooscuro, ciego, impersonal. Un día, entreque el sol sale o no sale, llega sobre elhombre una noche definitiva: se sientehundido en un descanso oscuro, ciego,impersonal. ¡Bebió tai, bebió tai! ¡Ha

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vivido, ha vivido!-decían entonces losgriegos. Los amigos creen por un momentoque se han quedado solos: lloran: a la luzde un mezquino sol rojo echan sobre elresiduo carnal unos puñados de santatierra: luego se enjugan las mejillas: porfin, advierten que el fenecido ha traspuestosus memorias, como una nube el horizonte.

La historia, por lo vieja y por loirremediable, no nos interesa —diráalguno—. Vieja sí que lo es, satánicamentevieja, pero ¿irremediable...?

Los grandes pueblos han nacido entorno a las cenizas de sus muertos: Egipto,Grecia, Roma, se han formado en lareligión de los difuntos: la energía de estasrazas irradiaba de las urnas cinerarias queen la secreta penumbra de todos loshogares latía místicamente como corazonesinmortales.

Los muertos no mueren por completocuando mueren: largo tiempo permanecen;largo tiempo flota entre los vivos que lesamaron algo incierto de ellos. Si en esta

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razón respiramos a plenos pulmones yabrimos las puertecillas todas de nuestrosentimentalismo, los muertos entran dentrode nosotros, hacen en nosotros morada yagradecidos, como sólo los muertos sabenserlo, déjannos en herencia la henchidaaljaba de sus virtudes.

Una conjunción de venturosascircunstancias ha hecho a algunos hombresinmortales; pero esto no quiere decir queno deban serlo también otros. En todo serhay una virtud, cuando menos, que tienederecho a ser inmortalizada. —Es injusto einmoral preguntar de un muerto solo: ¿Quéha hecho? Hay que preguntar también:¿Qué ha sido?

Esta es precisamente la laborreligiosa impuesta a los que conocieron ysintieron el ardor espiritual de algunoshombres muertos a destiempo y cuyosesfuerzos, rotos por un error de la suerte,permanecen eternamente proyectadossobre el vacío como arcos incompletos,como imágenes frustradas en que las líneas

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no se cumplen, las dovelas no se aunan yse yerguen sin estatuas los plintos.

Así Navarro Ledesma murió alcomenzar su labor constructora; ahí está elbloque de blanco mármol; sobre él dio lamano inspirada unos golpes de cincel; unasconfusas líneas marcan sospechas defiguras poderosas, de brazos con músculostendidos, de torsos egregios, de rostrossugestivos y enigmáticos. Pero el escultorha muerto; la obra múltiple, honda,sincera, educadora, evangélica, queda porsiempre inexplicada, perdida entre losprietos granos de la mole indiferente; soese mundo nuevo que iba a surgir cae laúnica manera irremediable de muerte: lade lo que se queda sin nacer.

Dentro de algunos años acaso parezcaconfuso a una nueva juventud esto de quehoy echemos algunas flores de recuerdo entorno a la memoria de Navarro Ledesma.Su obra, esparcida a todos los vientos enforma de escritos periodísticos, no es suobra: el que quiera sobre esas páginas

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compuestas sin tiempo, sin esperanza y sinlibertad, erigir un juicio, comete unainjusticia. El tiempo, la esperanza y lalibertad son los tres demiurgos queelaboran los planes del poeta, y los tresfaltaron totalmente a Navarro Ledesma poruna conjunción de adversas circunstancias.

En la historia del pensamientoaparecen a lo mejor nombres ante los quemostraron gran respeto suscontemporáneos, pero que no dejaron obrasobre que nosotros podamos hoyreconstruir definida— mente aquella almavenerable. Sea un ejemplo Sócrates. Pero¿qué cosa fue Sócrates? Y ved lo quetenemos qué responder: Sócrates fuePlatón y Jenofonte, Sócrates es un poco detodos nosotros, que desde hace veinticincosiglos vamos naciendo con unos acordessocráticos dentro de la armonía equívocade nuestro espíritu. Mas para nosotros,Sócrates es una idea que nos enseñóPlatón, al tiempo que para este divinofilósofo, Sócrates fue una aventura; mejor

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aún, la aventura, aquel momento de la vidaindividual que polariza, que cristaliza enforma decisiva el resto de esa vidaindividual.

Navarro Ledesma fue mi aventura.Tú, señor lector, leerás esta frase conindiferencia, pero es que tal vez no sepasqué hacecillo de abrojos y de amarguras,qué respiradero de inquietudes, quécúmulo de anhelos dolientes, dedubitaciones, de tanteos desesperados, deambiciones imposibles, constituye eso quellamaríamos el alma de un español deveinte años. Si lo ignoras, te pido noblerespeto ante una cosa que es para ti unmisterio, y prometo que alguna vezintentaré aclarártelo.

Navarro Ledesma fue para mí unaaventura, porque coexistían en él junto auna agudísima e incansable ideación lasdos más altas virtudes modernas: elcumplimiento de los deberes oscuros y elidealismo inmarcesible.

Conforme va el hombre viviendo.

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múdanse sus pensamientos, quiébranse susproyectos, entran otros en su lugar, llegany pasan bramando las pasiones,trastrócanse mil veces las ambiciones,mueren los amigos y los hermanos,sobreviven otros amigos y otros hermanos,todo se estremece y oscila, se trasmuda yhuye, se renueva y cambia. En tanto unasola realidad permanece, una sola cosaestá sentada a nuestro lado tácitamente y sicaminamos hace vía con nosotros: elDeber, pardo, vulgar personaje sinhistoria. En tanto que fuera y dentro denosotros sin cesar todo se muda, nosotrostenemos que cumplir con nuestro deber.¿Qué deber? ¿Ese bello deber deconquistar un reino, de fundar una religión,de decir una verdad atrevida? No, no, esosson llamamientos unipersonales con queDios regala a algunos hombres y que en elfondo les ensoberbecen. Hablo del deberanónimo, del deber cambiado en cuartos,el de este instante que está frente anosotros y el de todos los instantes. Es ese

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deber sin flores y de frutos invisibles, esedeber hospiciano que forma el más hondosedimento sobre el que se apoya todo elesplendor de la vida social: el deber deltrabajo. Navarro Ledesma, queintelectualmente había hecho la vuelta detodas las quitaesencias enfermizas o sabiasde la moral nueva, cumplió santamente, undía y otro, con esos deberes oscuros. Aquítenéis un ejemplo de una de las dossublimes virtudes democráticas. El antiguoy conocido campo del Deber es el lugar deliza y de hazañas para los modernoscaballeros, y cumplir en ese paso honrosode la Obligación, la muestra más cierta devirilidad moderna.

Hay quien espera a entrar en elcombate cuando el rey está mirando; hayquien para escribir necesita, como Buffon,unos puños de encaje; hay quien es comoAristo, aquel filósofo galante quedisertaba únicamente cuando le llevabanen litera. Hay, en cambio, quien trabajasiempre que es preciso, donde quiera y

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como quiera.He llamado idealismo inmarcesible a

la otra virtud que había eminentemente enNavarro Ledesma. Tú, señor lector, sabesbien, ¿no es cierto?, lo que es un ideal. Elmundo es como es: nosotros quisiéramosque fuera de otra manera, y nos afanamospor lograrlo. Los hombres son injustos;nosotros creemos que la justicia debehacer entre los hombre su firme nido decigüeña. Los españoles somos fanáticos:tú y yo creemos que los españoles debenser tolerantes. Al mundo que es oponemosun mundo que debe ser. Sobre la realidadtrabajamos por fundar la idealidad. Esteestado de ánimo en que la idealidad hallasiempre amorosa resonancia, es lo quellamo idealismo. La mocedad es siempreidealista: en ella el idealismo esfisiológico y tiene escaso mérito. Perotodos los alientos noblemente excesivostras cosas ideales suelen agotarse antes delos treinta años en razas cansadas ymujeriegas como la nuestra. La vida es,

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ante todo, una faena de domesticación y depoda de ilusiones; mas, por lo mismo, espreciso entrarse por ella con pastoabundante en que se cebe, como es precisoen casi todas las enfermedades entrarrollizo para que algo sobrequede a lapostre. Una injusticia suscita en un mozoindignación, en un viejo nostalgia de laindignación.

Navarro Ledesma había sufridomucho, moral y físicamente: su mocedadse había anegado en una labor incesante yrudísima: por eso, habiéndole faltado lajuventud ardorosa, pasional, turbulenta,conservó durante toda su vida una juventudmás quieta, más armoniosa, más de Clarafuente risueña, pausada y fresca;mantúvose siempre capaz de indignación yde entusiasmo; tuvo, en fin, hasta lamuerte, sobre su rostro ancho y reciamenteasentado fen los hombros esa tiernaexpresión con dejos melancólicos queconservan en la mirada las vírgenes viejas.

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Suelen hacernos las desventuras devidrio, como al licenciado, y noquisiéramos movernos para quebrarnos.De ordinario, en la llamada experiencia,más que aprender nuevas verdadesaprendemos el olvido de esas difícilesverdades eternas que nos impulsan a laguerra santa contra la realidad. Por estosorprende hallar algún hombre en quienluego de años largos de dolor, perdure laexaltación idealista, la segunda virtuddemocrática, girondina. Nietzsche hubierallamado a Navarro Ledesma, como senombraba a sí mismo: «Argonauta delideal».

No reduzcamos los muertos a lasobras que dejaron: esto es impío.Recojamos lo que aún queda de ellos en elaire y revivamos sus virtudes.

¡Resucitemos a los muertos virtuososde entre los muertos!

El Imparctal, 14 septiembre 1906.

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SOBRE LOSESTUDIOSCLÁSICOS

Aere perennius.-Horacio: Carmina.

PAN amaba a Siringa, ninfa moza, deazules venas y de nervios de oro. Y eraPan labrador, pastor de encinas, deásperas hayas, de sonantes olmos y devagos ensueños generosos. Pan no eramás: en sus espaldas broncas cargabatroncos de árboles y luego quedar solíanen sus barbas foscas algunas verdes hojasenredadas. De experta planta, de nervudopecho, de anchas orejas y de tez tostada,sentía Pan fluir por sus arterias la saviaañeja que rezuma el campo... Pero ¿a quécontar más por lo largo esta historia, quetodos habréis visto, como yo, contada enalgún mármol? Pan perseguía a Siringa;cuando llegó el otoño sopló un viento de

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sierra que se llevó el alma de Siringa talvez hasta el cuerpo de una corza. Elcuerpo suyo quedó tendido junto a unafuente dé alma temblorosa; sus sienesquedaron quietas, aquellas sienes donde lasangre golpeaba con ritmo tan claro, que elciego Homero, oprimiendo una de ellascon sus anchos labios, hubiera podidocomponer algunos exámetros, como dicenque los usó Goethe digitando sobre elhombro de una italiana a quien amó.

El cuerpo de Siringa estuvo tantotiempo oculto a las pesquisas de Pan, queen el seno de sus pálidos pechosluminosos, una alondra, en abril, labró sunido. Al cabo hallóle Pan y le dio allímismo sepultura, y sufría con tamañareciedad su corazón, que se le fue de losojos aquella mirada oscura de bestiamelancólica. Y a la vuelta de unasestaciones nacieron sobre la tierra en quela enterrara, los brazuelos tiernos de unascañas. Pan los cortó y se adobó una flautaal modo pastoril, pero de singular dulzura.

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Y solía venir no lejos de la fuente;sentábase en el dintel del bosque, sobre eldorso de una piedra blanca e inflando loscarrillos al tiempo que el sol trasmontaba,hacía pasar al través de las rubias cañastoda el alma de la selva armoniosa. El airetemblaba dentro de las cañas y en lafontana temblaba a ritmo el agua. Esteamor doloroso fue la flor de su vida eternay desde entonces amó todas las cosasestrictamente como sólo Pan ama. Quedólesimplemente una tibia melancolía que él securaba con blandas burlas, saliendo a loscaminos a arredrar los labriegosmedrosos. Tornando al bosque, pensaba.

Todos conocéis esta historia tan bellaque da ganas de llorar y que, como todaslas historias bellas, acostumbramos llamar«mito» por eufonía y por continenciacientífica. Si la cuento ahora, débese a queayer mi maestro y amigo D. Julio Cejadorme envió un «Nuevo método para aprenderel latín», que ha recién compuesto; esto mellevó a pensar en los estudios clásicos,

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éstos al clasicismo griego y éste arestaurar la pastoral antigua que os hetraído a la memoria.

Porque veo yo en Pan antes de susamores un símbolo de la bestia blanca deEuropa antes de Grecia, que viene a ser laSiringa de la fábula. Como en Siringa sehizo la bestia Pan, Dios-Pan, se hizohombre en Grecia la blanca bestia. Sin ladisciplina helénica sólo hubiera sido unaposibilidad más hacia lo humano, como lofueron la bestia metafísica asiática o labestia totemista de Africa.

Fue preciso que llegara la claridad deGrecia para que los nervios del antropoidealcanzaran vibraciones científicas yvibraciones éticas; en suma, vibracioneshumanas. Dejo para unas disputas queestoy componiendo contra la desviación«africanista» inaugurada por nuestromaestro y morabito D. Miguel deUnamuno, la comprobación de este asertomío: que el hombre nació en Grecia y leayudó a bien nacer, usando de las artes de

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su madre, la partera, el vagabundo yequívoco Sócrates.

Acaso no haya habido época de lasplenamente históricas tan ajena como lanuestra al sentimiento, a la preocupaciónde la cultura. Hoy nos basta con lacivilización, que es cosa muy otra, y nossatisfacemos cuando nos cuentan que hoyse va de Madrid a Soria en menos tiempoque hace un siglo, olvidando que, sólo sivamos hoy a hacer en Soria algo másexacto, más justo o más bello de lo quehicieron nuestros abuelos, será la mayorrapidez del viaje humanamente estimable.Pues habremos de reconocer que lacivilización no es más que el conjunto delas técnicas, de los medios con que vamosdomeñando este ingente y bravio animal dela naturaleza para intencionessobrenaturales. Adviértase que no digosobrehumanas, sino sobrenaturales, yejemplo de éstas puede ser la institucióndel socialismo, o si es de la otra banda, elfomento del sobrenombre.

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Paralelamente a este olvido de locultural se ha mostrado un gran desdénhacia lo clásico: es muy frecuente entrenosotros la creencia de que a la palabra«clasicismo» no corresponde realidadalguna, y que es apta, a lo sumo, parafáciles ampliaciones de una retóricaextemporánea. Y, sin embargo, yo piensoque tras ese vocablo alienta místicamentela realidad más granada y plenaria, puestengo a lo clásico, no sólo por el embriónde la cultura, sino por el sentido perennede ella. Si no temiera tanto parecer oscuro—¡Dios me libre de ello, luciferina Atica!— me expresaría de este modo: sólotraslaticiamente puede hablarse de culturadel campo: cultura vale en propiedadcomo cultura del hombre, y significaelaboración y henchimiento progresivo delo específicamente humano. Si no se puedeapreciar la progresión, la palabra culturano tiene sentido y no se puede apreciaraquélla si no se supone una dirección, sino se tira una línea guión sobre la que

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luego hayan de marcarse los grados delavance. Aquí está —creo yo— elproblema entero de la metodologíahistórica, de la historia como ciencia, cuyasolución ha encomendado el Demiurgo aeste oscuro siglo que va naciendo entrenosotros. Porque es menester clamar tanalto que nos oigan los sociólogos sordos—¡sociología, cuánta barbarie se hacondensado en esta palabra, luciferinaGrecia!— es menester clamar que noexisten hechos históricos, sino una largapesadilla de sucesos, grisientos einsignificantes donde pone la cronologíaun ritmo monótono de telar. El merotamizar aquella pesadilla, para escoger deella algunos acontecimientos más clarosque llamamos representativos y queungimos con el privilegio de los hechoshistóricos, es imposible sin esa líneasoberana que da un sentido y unaafirmación a la cultura. Y no se diga quebastaría una línea simbólica de unprogreso en civilización, pues ésta es sólo

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instrumento de la cultura, y el progreso encivilización supondrá siempre al cabo lahipótesis de un progreso en cultura con quesopesar los quilates de aquél.

Esa línea magnífica que orienta lahistoria y pone en ristre los siglos hacia unideal porvenir, necesita como toda líneade dos puntos para ser determinada: y eluno, el de oriundez, está en Grecia, dondeel hombre nació, y el otro, el defenecimiento, está en lo infinito, donde elhombre impondrá la urna de su corazóncocida en un horno de Grecia por unalfarero socrático. En la danza general dela vida inserta el clasicismo un gesto dedignidad, gracias al cual aquella danzaburlesca se ordena en majestuosa teoríahumana.

Clasicismo sólo hay uno, clasicismogriego, y los renacimientos serán siempre,forzosamente, un volver a nacer de Grecia,un volver a abrevarse en la energíaperenne de las ruinas helénicas, «másperennes que el bronce». Y cuando hoy se

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habla de un renacimiento sobre elindianismo, se comete cierto abusoindicado con las palabras, aun cuando pormi parte siento grave respeto hacia elsánskrito, que es el lenguaje con quehablan los sabios elefantes en el junco.

Quisiera escribir corto para que loslectores no se quejaran de mí: y así, alencontrarme en el fin de estas cuartillas,lamento la incontinencia de mi pluma, quesin haber hecho otra cosa que iniciar lacuestión del clasicismo deja intacta lacuestión del humanismo, objeto principalde ellas. Pero era necesario: el humanismoes sólo una función del clasicismo. Paraindicar lo que en aquél más nos importa alos españoles, bastaría decir: si elclasicismo es el sentido íntimo de lacultura, es el humanismo greco-latino elclasicismo de las «formas» de la cultura ymuy especialmente de las «formas»mediterráneas de la cultura. Estoyconvencido de que las artes españolasserán y deberán ser siempre realistas. Mas

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por lo mismo, sólo manteniendoconstantemente ante los ojos las pautas ylas normas de las humanidades evitaremosque nuestro realismo caiga en lochabacano y se arregoste en menesteresinfrahumanos. No fue el azar quien inventóel nombre de «humanidades».

De todo ello hablaré otro día: hoyquería sólo mentar la obrilla nueva de mimaestro y mi amigo D. Julio Cejador, elcual publicó hace unos siete años una«Gramática griega, según el método histó— rico-comparado»; hace seis la«Introducción» a su obra capital «Ellenguaje»; hace cinco «Los Gérmenes delLenguaje»; hace tres «la Embriogenia delLenguaje»; hace dos la «Gramática delQuijote»; hace uno el «Diccionario delQuijote»; hace dos meses un tomo deensayos sobre cuestiones filológicas ylingüísticas. Luego de grandes afanes,alcanzó el señor Cejador una cátedra delatín en el Instituto de Palencia. Y ahí estáenseñando pretéritos y supinos a unos

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angelitos celtíberos.Sin perder compás y buen ánimo, el

señor Cejador, que aprendió en las luchasjacobinas con los problemas científicos laclásica virtud de la modestia irónica, hacompuesto un lindísimo arte latino, tanlindo, tan fresco y tan sencillo, que pareceun idilio pedagógico. La gramática, eltinglado inorgánico de reglas,excepciones, etcétera, todo el artefactoenredoso de la pedagogía jesuíticadesaparece diluido en una conversación.Porque el «Nuevo Método» se compone dedos libros: el libro de clase y el libro decasa y ambos libros se hablan y el diálogode ambos libros es lo que se me antoja unidilio didáctico, casi tan bello como elotro idilio que os he traído a la memoria,de Pan y Siringa.

El Imparcial, 28 octubre 1907.

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TEORÍA DELCLASICISMO

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I

AMIGO Rubín de Cendoya: al tiempoque yo me ajetreaba por tierrasheteróclitas, corregía usted tranquilamentelas líneas de su espíritu según la pautaofrecida en el perfil de las sacrasmontañas celtíberas. Es usted un hombreenvidiable que nació en Córdoba y supo,sin embargo, afirmar desde luego, junto alcasticismo el clasicismo, entendida estapalabra a nuestro modo, no como unmodelo y una regla, sino como unadirección y un impulso, no como un tipodogmatizado, sino como un credo fluyenteque en cada instante se supera a sí mismo,se muda el cuerpo dentro de un cauce sinmudanza. Aún hay gentes para quienes noes del todo claro esto del clasicismo,gentes adolecidas por la confusa sospechade que toda esta máquina del mundo nacióel mismo día que ellas; dejémosles en suopinión: a la postre, conviene sobremanera

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que algunos amigos nuestros piensen dedistinta suerte que nosotros, porque asílogramos el enriquecimiento de laconciencia nacional.

Y abandonándoles la ardua faena deadecentar lógicamente su solipsismo,procuremos nosotros poner a nuestrasenergías, pocas o muchas, el cauce y laconciencia de lo clásico.

Hace dos semanas traté de exponer loque yo entiendo por clásico, mas siendo elespacio poco, me reduje a describir lasignificación que a este concepto atañe enuna filosofía de la cultura.

Y quisiera insistir una vez y otrasobre este tema, porque lo considerodecisivo en todo tiempo, y porqueconsidero el tiempo de ahora decisivopara todo el porvenir español. A despechode algunas apariencias que inquietannuestro optimismo, usted y yo, amigo D.Rubín, estamos convencidos de que loscerebros españoles comienzan a renovarsus hábitos mentales, dejando los que nos

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han mal— servido tres siglos por un ansiavaga de otros nuevos. Y como lamovilidad intelectual de nuestra raza espor demás sospechosa, témo— me queestos hábitos que ahora vamos adquiriendohayan de durarnos unas cuantas centurias.Por esto en otras castas es lícito perdonarciertos leves errores y algunas tildes,siempre que la orientación general seajusta. Mas aquí es menester una granprecisión, so pena de que pequeñas faltasiniciales produzcan al proyectarse ensiglos remotos un desfalco histórico y lainsolvencia cultural.

Decía, pues, el otro día que, sicreemos en la cultura, tenemos que creeren el clasicismo, porque es éste, en mientender, algo así como un principio de laconservación de la energía histórica; algoasí nada más, porque la energía históricaaumenta y la física permanece igual a sípropia. Me escribe usted que no está muyclara mi lucubración, y yo voy a intentarcon algunos rodeos en ésta y otras cartas

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explicarme suficientemente.Es menester, ante todo, arrancar el

clasicismo de la literatura, y en general, delos brazos blancos y hadados del arte,porque el arte, como mujer al cabo, esdeliciosa en su ingenuidad, pero es temibleen sus reflexiones. Cuando el arte en unahora de melancolía y de mengua entra enreflexiones sobre sí misma, nace una cosaabsurda, a la cual, en sentido lato,llamamos poética. Y en uno de loscapítulos de la poética se habla de losclásicos como de modelos que es precisoimitar, se les pone como una meta a lasaspiraciones, por tanto, fuera de nosotros,en una región trascendente e inasequible.Y si se pregunta por qué los clásicos sontales y tales y no otros, la poética sólopuede responder: Porque sí. Como veusted, amigo Cendoya, el clasicismo,oriundo de la reflexión artística, acaba porser más bien una grosería.

Aunque yo coincida fortuitamente,más que otros amigos contemporáneos, con

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las valoraciones de la crítica artísticatradicional, doy Ja razón a dichosiconoclastas— gente, por lo demás, deespíritu sumario y montaraz— cuando seencambronan y se encrespan contra esaPoética incivil. Sí, hermano Cendoya,incivil porque no puede responder a lademanda: ¿«Quid juris»? ¿Con qué razón?Lo racional es lo que constituye lo civil, lojurídico; es el terreno en que puedenensamblarse las diferencias individuales yaunarse en ciudad, en sociedad jurídica,pasando de lo selvático a lo ciudadano. Eljuicio estético, en cambio, es en sí mismoirracional: decide en él aquel grumo delindividuo inaislable para el concepto,huidero, bravio, irreductible a la acciónlegífera de la ciencia. Cual todos losespañoles mozos de esta hora, he movidoyo larga guerra a mi «yo» para arrojarlo,como un mal can, de los fanos consagradosa la lógica y a la ética, a la vidaespeculativa y a la vida moral: aullando elcanecillo de mí mismo, ha ido a acogerse

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en la espléndida democracia de la estética,y me temo mucho, amigo Rubín, que no hade ser fácil arrojarlo también de allí,porque ha de hacer valer allí sus «droitsde l'homme». Por esto digo que no se debebuscar primariamente en el arte, en lahistoria literaria el concepto de clásico:sino primero en la historia de la ciencia,luego en la historia de la ética, delderecho, de la política. En estos dominiosel suelo es firme y podremos llegar aconvenio. Después pasaríamos a laestética y veríamos cómo hay también unclasicismo artístico, pero sólo después.No se entra, en suma, al clasicismo por lasenda florida e incierta de lo bello, sinopor el severo camino de las matemáticas yde la dialéctica.

¿Quiere usted un ejemplo? CuandoMauricio Barrés lleva su ardorosapetulancia de académico francés a lacarroña de Grecia y pasea la preocupaciónde un libro por escribir (el «Voyage deSparte»), entre la podre insignificante de

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un pueblo que murió hace veinte siglos,habla sinceramente, por vez primeraacaso, al referirnos que allí se embota lasensibilidad de un nacionalista parisiense.«Les nerfs nous sauvent de la vulgarité»,cree Barrés y aquella luminosidad muertanada dice a sus nervios. ¿Lo ve usted, D.Rubín? Grecia no es ya para los artistas, nipara las mujeres: en general, Grecia notiene ya nada que decir a los nervios. Enadelante sólo deben ir a Grecia lospredicadores socialistas para aprender lanorma de un «demos» aristocrático: y losfilósofos para cumplir una vez más el ritodel respeto histórico. Mauricio Barrés nodebe volver. Pero en todo tiempo habráfrente a los viajeros que sólo sabenrenovar sus aspiraciones sobre paisajesnuevos, otros que verán sobre paisajesviejos y gastados paisajes originales. Yasí el filósofo irá por los siglos a lacarroña de Grecia y acertará a alambicardel paisaje tan usado alguna nueva formade perenne Virtud y alguna brizna nueva de

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Razón.La Poética tradicional, repito, es

culpable de este desviamiento lejos de loclásico. Ha hecho de ello unatrascendencia, algo fuera del hombremoderno, inasequible, hierático y ha caídocon todas las demás trascendencias. Anosotros toca hacerlo inmanente en elhombre dé todos los tiempos,desencantarlo, obligarle a que fluya a lolargo de toda la historia europea y a que seremanse en los lugares gloriosos quellamamos Renacimientos.

Para que lo clásico pueda manar encualquier momento de nuestra historia, espreciso hacer de él un conceptosobrehistórico. Me explicaré. En su «Artede poesía castellana» decía, por ejemplo,Juan del Enzina: «Que no dudo nuestrosantecesores aver escrito cosas más dinasde memoria: porque allende de tener masbivos ingenios, llegaron primero eaposentáronse en las mejores razones esentencias». Y el prólogo de la «Primera

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crónica general de España», comienza:«Los sabios antiguos, que fueron en lostiempos primeros et fallaron los saberes etlas otras cosas...» Estas dos citas de tandiversas épocas vienen a ser unadefinición implícita del clasicismo a lamanera que se ha entendido hasta ahora.Eso es lo clásico histórico: así loentendieron con la Edad Media los sabiosamigos del sabio Alfonso: así entendió elclasicismo Juan del Enzina aunquehumanista y renacentista, gran corredor deItalia y sanísimo poeta. Para ellos loclásico es lo antiguo y las obras y loshombres clásicos alcanzan ese privilegiomerced a sus años de servicios.

Otro síntoma de lo que voy hablando,amigo Rubín, es la querella perdurable deantiguos y modernos; planteada así lacuestión, es una inepcia. Debió hablarsede clásicos y románticos: no de antiguos ymodernos. Clásicos y románticos los hahabido siempre, de Grecia acá: la historiaeuropea, por otro nombre humana, es la

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historia de las luchas entre esos dosángeles. Ormuz y Arimán, principios de lobueno y de lo malo.

En cualquier momento del hoy, delayer o del mañana europeos, se hallará lapelea metafísica de ambos principios, enmengua el uno, triunfante el otro,polarizando la agitación humana.

El error de pensar el clasicismosegún una noción cronológica y más omenos estrictamente confundirlo con laantigüedad, tiene tan hondas raícespsíquicas, que no dudo atribuirlo a losrestos de asiatismo que quedan en loscorazones europeos. Pues es sabido quepara el oriental un libro, por el mero hechode ser antiguo, es un libro inspirado, es unlibro divino. Aquí tiene usted elclasicismo histórico de mongoles ysemitas, el clasicismo como superstición,el clasicismo romántico. ¿Por quéromántico? —me dirá usted...

El Imparcial, 18 noviembre 1907.

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II

Estas cartas, amigo D. Rubín, quejuzgará petulantes más de un lector, sonsencillamente incitaciones dirigidas, por elconducto de usted, a algunos muchachosceltíberos que hoy comienzan a adquirirmétodos espirituales. Y no es otra suintención que ofrecerles un compás mentaly una dignidad frente a algunos dogmasincontinentes que dominan la concienciaactual española. Yo he sido casticista, yhasta he dado a la luz cierta confesión deceltibe— rismo a redropelo que me hizousted años ha, cuando era usted más joveny admiraba al pintor Theotocopuli conmayor sinceridad que comedimiento. Deentonces acá, y a la vuelta de algunasperegrinaciones por tierras de escitas, mehe convencido de que existe ya en Españauna muy recia corriente afirmadora de lacasta y de la tradición sentimental.Debiendo ser nuestra norma el

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enriquecimiento de la conciencia nacional,creo, pues, hermano Cendoya, llegado elmomento para que dejemos nosotros de sercasticistas. Hay en un pueblo tanta mayorcultura, cuantos más sean los temas idealespresentes en su concienca. La publicaciónreciente de un hermoso libro acerca delGreco, compuesto por un profesor depedagogía, nos anuncia la entrada oficialdel casticismo en la conciencia española,y nos garantiza-dado el puesto social delautor— la perpetuación en los ánimosjóvenes de algunas vibraciones étnicas.Porque se hace en este libro unaafirmación tan amplia e inequívoca delcasticismo y de la mística, que nopodíamos pedir más, y que acabará deconfirmarnos en nuestra decisión de serclasicistas. Pero del libro y del asuntohablaré a vuestra merced otro día, cuandollegue la ocasión de sustentar que elclasicismo es lo opuesto al casticismo.

Recordará usted que al concluir lacarta anterior sostenía yo la necesidad de

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fijar a lo clásico una nociónsobrehistórica: agilizado así, podría bajola especie de licor y de jugo fluir enperenne primavera a lo largo de todas lasvenas históricas. Si el Buddha no hubiesesido más que un ser histórico y no un serdivino, no habría podido ejercitar aquellaebria caridad cuando a poco de nacer lellevó su padre a visitar quinientos de susparientes, la familia entera de lospríncipes Saldas. Porque todos ofrecieronal niño por morada sus palacios, y elBuddha, para no adolecer el corazón deninguno, se multiplicó quinientas veces yhabitó a un tiempo los quinientos palacios.

Un resto de asiatismo, de propensióna materializar las cosas, veo yo en laconfusión de lo clásico con lo antiguo.Esto es clasicismo romántico,reaccionario, conservador, amigo dequemar, como un incienso, sobre un altarconsagrado al Dios de los muertos lasustancia odorífera del porvenir. Paranada nos sirve este clasicismo de los

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holgazanes que nos hace mal de ojo puestoallá en la hondura de unos siglos viejos.Necesitamos, antes bien, un clasicismo queoriente nuestra actividad, y trayéndonosaromas de tierras novísimas, nos incite ala conquista

Por mares nunca d'antes navegados.

Si los antiguos hicieron esta faena delpensar o del pintar o del componer versos,y en general, del vivir de la mejor maneraimaginable, no sé qué sentido puedan tenernuestras esperanzas. El colmo de éstas nopasaría de significar una segundarepresentación. ¿Y para qué dos Grecias sicon una basta? ¿Y para qué dos Quevedossi con uno sobra? Para este clasicismoincapaz de fluidez somos meramenteepígonos, y la historia, más que historia,un coro gigantesco de multitudes extáticasaplaudiendo la postura que un día tomó unpueblo o el gesto que una tarde ocurrió aun grande hombre. Pues no acierta a

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infundir en nuestros ánimos otra emociónque la del éxtasis ante la obra llamadaclásica, y si nos mueve es la copia, formaexquisita del éxtasis.

No, maestro Juan del Enzina, losantiguos no «se aposentaron en las mejoresrazones e sentencias»; las mejores razonesy sentencias son siempre las que están porhallar y por decir. Lo que ha sido, por elmero hecho de haber sido, renuncia a serlo mejor. Y la amargura suprema delhombre no es haber nacido, como creeimpíamente el sacerdote Calderón, sinoprecisamente haber nacido ya, no poder yagustar este jocundo suceso de nacer o derenacer en una edad más nueva, más futura;cuando los hombres sean más justos yhagan versos mejor medidos que cuantosfueron antes y tengan compuestas unasmatemáticas más complicadas y, por tanto,más exactas. Este es el único pesimismoadmisible y piadoso, religiosamentehumano: no el pesimismo de serdesventurados, sino el pesimismo de no

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poder ser mejores. Si lo clásico, si lomejor fuera lo pasado, como sólo elporvenir está en nuestra mano, pero elpasado no, sería cosa de ir a buscar conestoica quietud del ánimo a esos muertosmejores saliendo por la puerta silente yúnica que hacia los muertos se abre.

Esta concepción del clasicismo —que como ven ustedes nos expone a laneurastenia— permanece viva en lasociedad actual y no lograremos nuncaraerla por completo de las preocupacioneshumanas. Apenas arrojada de un lugar,vase a florecer en otro, pues no es sino unamanera favorita de mostrarse elromanticismo. Y éste es indestructible,como principio del mal que es. Pues ¿quéharía, amigo Rubín, el principio del bien sino tuviera perennemente ante sí elfantasma del mal? Yo creo que lalubricidad está puesta en el mundoúnicamente para dar ocasión a que algunoshombres severos sean castos. La tentaciónde la manzana paradisíaca es el embrión

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de la historia universal. La experiencia dela virtud sólo es posible por el vicio. Estees, a mi entender, el hondo sentido queorienta el dogma cristiano del pecadooriginal, cuyo sentido, transcribe menospintorescamente Kant cuando nos habla del«mal radical» en el hombre. Porque siendopara él el hombre aquel ser capaz demejorarse indefinidamente, ocurrirá que encada instante es malo por bueno que sea, sise le compara con lo que puede llegar aser en el instante siguiente. El hombre esradicalmente, originalmente malo. Siquiere usted un ejemplo aclaratorio lotomaré de las virtudes políticas, que sonlas virtudes más ciertas, que son lasvirtudes primarias. Las constitucionesoriundas de la Revolución francesa queestatuyen la igualdad de derechospolíticos, son mejores, moralmentehablando, que las que sustentaban losprivilegios nativos y el despotismo por lagracia de Dios; y, sin embargo, hoy sonmoralmente malas y ya nuestros corazones

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se mueven melancólicos e inquietosporque anhelan otras constituciones másjustas en que se realicen ciertas severasigualdades económicas.

Mas por si a algún lector parecieraartificiosa esta teoría de Kant, llamadateoría del mal radical, quede hecha la rudaadvertencia de que para quien no existenlos problemas son artificiosas, rebuscadasy paradójicas las soluciones.

A estas intenciones de Kant, tanmesuradas y tan estrictas, ha buscadoNietzsche una imagen excesiva que hallamado sobre— hombre. Al menos creoque es ésta su única interpretaciónplausible: el sobrehombré es el sentido delhombre porque es la mejora del hombre, yel hombre debe ser superado porque aúnpuede ser mejor.

Para esta sugestión de una mejoraindefinida del hombre dentro del cauce dela historia, sin que sea admisible un tipohistórico de bondad y perfeccióninsuperables, quisiéramos hallar un apoyo

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en el verdadero clasicismo: más aún, esalucha por mejorarse, por superarse, es laemoción clásica: y querer afirmar algohistórico como definitivo, sea un pueblo,sea un héroe, sea el propio «yo», es laemoción romántica que habita a manera detentación innumerable los ánimos clásicosmás puros, y recuerda aquella espada rojaque se le figuró en el pecho a Amadís,doncel del mar, y que le ardía y leabrasaba hasta que el sabio Alquifel logrócurarle. Mas para este rojo ardorromántico no basta con un curanderoimaginario, y sería menester un redentor,cuando menos.

Pero, ¡ay!, que el mal, que elromanticismo es racial, es radical; como elhombre no puede saltar fuera de susombra, según el proverbio árabe,tampoco puede desarraigar suromanticismo. Y bien, ¿qué? ¿No da esemismo mal un sentido a nuestras energías,si bien trágico? El sentido es patente:domeñar dentro de nosotros la bestia

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romántica para que progrese en nosotros larealidad del hombre clásico, realidadinasible y por eso precisamente idealseguro y perenne. \ ¿Recuerda ustedaquella tragedia quieta y luminosa quepintó Tiziano en su cuadro «Amor divino yamor humano»? Dos mujeres sentadas aambos extremos de un estanque de mármoly en medio un niño que busca en el fondodel agua tal vez una rosa ahogada, o no sesabe qué. Nuestro corazón vacila entre aqué mujer entregarse, y no acierta decidircuál es la hembra divina y cuál la humana,porque halla en las cavidades de sí mismoresonancias para una y otra. La equívocaalegría nos da dolor, y en tanto aquel brazogordezuelo del niño que se refracta en eliris del agua y como que se quiebra...

Le contaré a usted otro día lasdualidades dolorosas del corazón deRousseau, gran romántico, y le hablaré dela Edad de Oro, invento del clasicismoromántico, y de cómo Miguel deCervantes, gran clásico, se burla ella por

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boca de Alonso Quijano el Casto.

E Imparctal, 2 diciembre 1907.

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VIAJE A ESPAÑA EN1718

JUAN Eberardo Zetzner fue unbanquero estrasburgués. Estrasburgo estápuesto en esa parte central de Europadonde parece que todo y el brío se lo hanllevado las montañas, quedando sólo paralos hombres algunos adarmes de energía.Aquel país da una raza poseedora de un«mínimum» de virtudes y un «mínimum»de vicios. Calvino, Rousseau, Pestalozziconfirman la regla.

Zetzner, pues, debió ser un pobrehombre, y por consiguiente un malbanquero. Tanto, que se arruinó y noretuvo de la anegada fortuna más que73.000 libras de Alsacia. Pero Dios pusoen su camino a un tal Rotmund, lionés, grantunante y no mal banquero. Tanto, que supobirlar al mansueto Zetzner las 73.000libras. Zetzner escribía desde tiemposjuveniles unas memorias donde iba

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trasvasando el hilillo cristalino de sumanantial interno. Esta ocasión siniestra leda lugar para maldecir de las perversioneshumanas.

Vino con Rotmund al arreglo depercibir siquiera 11.000 de aquellasmuchas otras libras defraudadas. Mas nose trataba de un cobro cualquiera; las11.000 libras había que recibirlas de unbanquero francés de origen, habitante enCádiz, llamado D. Pedro Ignacio Surmont.Y no se crea que paraba aquí lacomplicación, pues D. Pedro Ignacioacababa de hacer bancarrota.

El 21 de julio de 1718 dio vista aRosas, desembarcando en Barcelona el 29.Zetzner llevaba espada: lo primero que sele hizo fue demandársela en cumplimientode una ley dictada por el virrey príncipePío de Saboya. La espada fue recogida conotras muchas dentro de un armario, luegode poner la etiqueta de su nombre en losgavilanes.

Para hacer el viaje de Madrid,

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avínose Zetzner con unos «ca—letscheros» a razón de siete luises de oropor día. El vehículo era un carricoche a laespañola; las dos muías iban cargadas decascabeles y llevaban grandes plumeros.Tanto el cochero como las muíasavanzaban con la misma gravedad tanespañola.

En «Meinard» (sic, ¿Almenara?)encuentra un gentilhombre de Cádiz, D.Bernardo Francisco de Medinilla, quevenía de Madrid para Sicilia acompañadode un ayuda de cámara y tres lacayos,todos caballeros y con buenas armas.Hablaba el gentilhombre francés eitaliano: «desde que me vio y comenzó ahablar conmigo —refiere Zetzner—advertí que mostraba afición hacia mí».Cuéntale que a dos leguas de allí se hatropezado con seis ladrones y que, graciasa su armamento, no le han atacado.Recomienda a Zetzner que no prosiga sinescolta. El banquero es desconfiado, comotodo hombre de clima medio y de virtudes

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planas: le extraña tanta solicitud por partede un desconocido. Interroga al calesero:el calesero confirma la posibilidad decuanto dice D. Bernardo. La desconfianzano se aparta de su corazón norteño. Elcalesero tiene muy mala catadura. Para unindividuo de una raza linfática suelen tenermala catadura todos los individuos derazas más nerviosas. Don Bernardo sacade su carruaje un par de pistolasmagníficas que le ofrece. Zetzner sientecrecer su desconfianza. A una criaturanacida por encima del paralelo 45 no lecabe en la cabeza que un hombre sientaamor y afición por otro sin motivo, sincausa, sin fin, porque sí, por meraabundancia de torrentes espirituales. Losdos lujos españoles del amor y el odio,sentidos por sí mismos, sin buscar fuera deellos un objeto que les dé un valor, seráninevitablemente absurdos para un suizo,para un alsaciano, para un hombre dePrusia. Zetzner siguió los consejos delgentilhombre, e hizo bien; en la jornada

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siguiente hallaron restos de uncampamento de forajidos. Zetzner llamaentonces a D. Bernardo «noble hombre».

La ingenuidad de Zetzner es bastantegrande; así lo reconoce el Sr. RodolpheReuss, su compatriota, quien ha extractadolas «Memorias» y dado en tal formanoticias de ellas al público. Pero no llegaa tanto la ingenuidad del estrasburgués queno se mezcle literatura; el Sr. Reuss nodice una cosa que a mí me parece muy desospechar, a saber: Zetzner debió llevardurante su viaje muy a mano el «Voyage»de madama d'Aulnoy. Esta relamidacondesa dio la norma de lo español, y tanfeliz debió de ser su visión, que deentonces a acá nadie la ha rectificado.

«Los señores españoles —diceZetzner— son gente muy presuntuosa.Todo el mundo, criados inclusive,duermen de una a tres horas de siesta;cuando un hombre de la plebe va almercado a fin de comprar legumbres porvalor de dos o tres sueldos, jamás las

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lleva él mismo bajo su capa, sino que pagaa otro para que las deje en su domicilio,aun cuando le cueste así doble. Jamás unartesano atraviesa la calle sin su espadónde enormes gavilanes. Hállanse a menudogentes cabalgando sobre mulos, que usangrandes antiparras para hacerse pasar porsabias. Cuanta mayor reputación de eruditotenga una persona, tanto mayores serán susgafas.

Las familias no son numerosas;raramente se encuentra un español quehaya engendrado tres o cuatro hijos. Hayque buscar la causa en lo muy caluroso declima, en lo encabezado de los vinos ysobre todo en la lascivia que caracterizaambos sexos. Terrible cúmulo deenfermedades procede de las moriscas,sumamente desvergonzadas y muy tratadas,así de los grandes señores como delpopulacho... Además existen otras razonespor las cuales está España tan despoblada:en primer lugar, el gran número de casasde tolerancia; luego la enorme cantidad de

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individuos que entran en las órdenes... Haymuchos matrimonios legítimos entreblancos y moriscas, y los hijos que deestas uniones nacen son generalmente feos,medio amarillos, medio negros. (Zetznerno era un clásico, y muchas veces dice loque no quiere decir). Pero esto es sólo enAndalucía; en las demás provincias no hayesclavos.

Las mujeres de España no se pintansólo el semblante, sino también loshombros... Jamás un español exigirá elmenor trabajo de su esposa, porque todas,ricas y pobres, le responderían: "Nohemos venido al mundo para trabajar, sinopara agradar a los hombres y hacerlesplacer". Por lo demás suelen ser lasespañolas de muy buen talle, aun cuandosus teces sean de ordinario cetrinas y sutemperamento muy ardiente. Un extranjeroque se preocupe algo de su salud, harábien manteniéndose en guardia, así frente alas pasiones abrasadoras del bello sexocomo frente a los vinos de este país».

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Al menos declara Zetzner que somossobrios y que solemos decir: «Nosotros nocomemos y bebemos más que parasustentar nuestra vida, al paso que otrasnaciones se imaginan que no han venido aotra cosa que a ahitarse con manjaresdelicados...»

«Desprecian a los demás pueblos yllegan a encontrar injusto que NuestroSeñor Jesucristo no haya nacido enEspaña. Afirman que Dios ha habladoespañol con Adán y Eva en el Paraíso ycon Moisés en la cumbre del Sinaí. Unmendigo que os pide limosna no toleraráque rehuséis llamarle "señor"... Se hace unuso tan frecuente de las antiparras, que lasllevan hasta en la calle y en la mesa... Delos portugueses dicen que son judíos; delos franceses que son "gabachos", esdecir... Los holandeses e ingleses sonheréticos y un alemán es para ellos un"animal". Si es italiano le tratarán demujerzuela...»

«Cuando una dama se digna mostrar

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el pie a su enamorado equivale a unextremo favor, porque viven muyorgullosas de la gracia de sus miembros.En general, sólo los hombres se sientan ala mesa para comer; las mujeres y losniños comen ordinariamente acurrucadossobre el pavimento. Aun en tiempo delcalor más grande, un español lleva doscamisas, el traje, una gorra sobre la quecoloca el sombrero, y además de todoesto, se envuelve en su capa; semejanteaderezo, al que ha de agregarse elespadón, le da un verdadero aspecto decomediante... Cuando se visten, calzanprimero las medias, luego los zapatos,después la camisa y sólo al cabo lospantalones. Toman la sopa al fin de lacomida, como postre. Cuando fuman setragan el humo, sin que esto les incomode.Cortan la cola a los gatos porque dicenque en la extremidad llevan un veneno. Eldoméstico llama "Señor" a su amo yrecíprocamente el amo trata de "Señor" asu doméstico. La incontinencia no es

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mirada por ellos como vicio. La excesivagravedad natural de estas gentes es causade que no se vea casi nunca reír a unespañol. Cuando se dice a un español quees un... "marido engañado" o un"borracho" considera esto como la injuriamás sangrienta que se le pueda hacer».

«He aquí —dice Zetzner— lo que henotado en mi diario sobre el reino deEspaña y lo que he reunido luego enCádiz: hubiera podido, a no dudar, añadirotras muchas cosas, pero la depresiónmental causada por mis grandes pérdidasde dinero me han impedido hacerlo».

Zetzner era, pues, un infeliz; peromuchas de estas apreciaciones fantásticaslas encontramos nada menos que enMontesquieu.

Y ahora, para poner fin a esteextracto, recordaré un dicho de otroalemán más fino y malicioso, deSchopenhauer: «En cada nación —dice—aparecen la limitación, perversidad y vicio

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humanos de una manera distinta, y a éstallamamos carácter nacional. Disgustadosde uno, alabamos los otros hasta que nosocurre lo mismo que con el primero. Cadanación se burla de las demás y todas tienenrazón».

EL Imparcial, 13 enero 1908.

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PIDIENDO UNABIBLIOTECA

EL proyectado Teatro Nacional, queanda ahora en los ambages de unacomisión parlamentaria, ofrece algunosinconvenientes que no son del géneroeconómico, sino del de las cuestionesculturales. Por lo pronto, esa ostentaciónde nacionalismo no me parece discreta nisimpática. Puede ocurrir que en algún casoel fervor, la piedad hacia lo castizo, hacialo nativo deban tomar la forma del pudor.Y si alguna vez se da ese caso, yo creo queestamos en él los •españoles.

La cuestión no es vana ni se pierde enlas nubes; en su fondo lleva todo elproblema político de nuestro país. Así, auncuando la Solidaridad catalana no fuera loque se dice que es, una iniciación delseparatismo, y sobre todo ufi movimientoque al cabo sólo favorecerá a los curas y alos ricos, yo seguiría siendo antisolidario.

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Los solidarios creen que el problemaespañol necesita una solución espontánea;yo creo más probable que España alcancesu salvación mediante una labor de energíareflexiva; es decir, todo lo contrario.

Hace tiempo que se viene hablandoen España de lo espontáneo; parecehaberse descubierto en el régimen político,económico, pedagógico, imperantes ennuestra historia, el manantial de lasdesdichas nacionales. Se ha llegado a más;los señores Cambó y Vallés y Ribot hanesbozado en sus últimos discursos unanueva interpretación materialista de lahistoria, según la cual las causas de lasbuenas y malas andanzas de un pueblo hande buscarse, ya que no en lo económico,como Marx quería, en lo administrativo.Razonando de tal suerte, llegan a ver en ladecadencia española un efecto delcentralismo. Esta teoría es ingenua ybenévola; me parece que da unaimportancia excesiva al balduque y a losgobernadores de provincia, y me recuerda

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aquel manuscrito español existente enLondres que cita D. Vicente Barrantes ensu «Aparato bibliográfico paraExtremadura». El índice del manuscritocomienza así:

Capítulo I. — Dios.II. — Creación del mundo.III. — Principio de los imperios.IV. — Creación de los alcaldes de

cuadrillas y para qué sirvieron y sirvenquienes deban serlo en los pueblos.

Puede, sin duda, una organizaciónadministrativa desacertada acarrear unadecadencia política y económica, peronunca una decadencia integral, unadecadencia histórica como la nuestra. ¿Porventura la mengua española se reduce a lafalta de brillantez de nuestro comercio yde nuestra industria? Desgraciadamente noes así: se trata de que la actividad total dela raza ha sufrido una progresivadesviación de la línea clásica de lacultura; a esto llamo decadencia histórica,y esto es lo que aún está por explicar. Ni

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por un momento me ocurre ensayar unaexplicación de tan pavoroso enigma, peroformulo mi protesta de que se hallen paraefectos de tanto valor trágico causas tanmínimas. Mal me parece todo intento dereconstruir la historia sobre la hipótesis dela desigualdad de las razas, pero al menosesta hipótesis tiene grandeza y hondurasuficientes para que se la ponga la tiendatras las variaciones seculares. El libro delconde de Gobineau, donde por primera vezse ensaya, convierte la historia en unasorda tragedia fisiológica, más no en unabufonada. Según Gobineau, la cultura,ampolla ideal de esencias odorantes ydensas que constituyen lo humano, esmanufactura de una de las razas purasoriginales. La primera mezcla de dossangres distintas fue beneficiosa, como enlos árboles frutales un primer injerto. Perola historia es un inmenso epitalamio, unaestentórea canción de bodas, que canta unavez y otra, con inconsciente alegría, lafusión de las razas. Alegremente los

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pueblos se han ayuntado: todas las luchasacabaron en pompas conyugales; la sangre,vehículo de la tradición moral e intelectualde cada grupo étnico, ha ido antecogiendomaterias contradictorias y haciéndose unlicor confuso, donde van disueltas lascosas más hostiles. Así nacieron las razasdecadentes que llevan en sus venas elprincipio de desorientación.

No creo que esta teoría sea cierta; lahe mentado únicamente para indicar que laexplicación de nuestra decadencia exigemotivos tan radicales, por lo menos, comolos propuestos por Gobineau.

No viene de hoy ni de ayer nuestrodesmedramiento: la sustancia españolaestá enferma hace siglos, y es su mal tanprofundo, que no hallaremos en la historiade España político con genio suficientepara atribuirle los inferidos daños. De nover esto, de empequeñecer nuestramalaventura, de abufonar esa historia deEspaña, es de lo que acuso al sistema deafirmaciones catalanistas, dejando todo mi

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respeto para las personas (que seentretienen sustentándolo. Hay queponerse, una vez siquiera, con todaprecisión, el problema de la cultura; hayque obligarse, una vez siquiera, a contestar«técnicamente» a esta pregunta: ¿Qué es lacultura?

En «La ciencia española», o mejordicho, en una nota de la reedición (notasque acusan un poco más de continencia enel nacionalismo del autor), se percata elSr. Menéndez Pelayo de que en la llamadacultura española han faltado lasmatemáticas: en cambio —viene a decir—hemos cultivado grandemente las cienciasbiológicas. ¿Cómo? ¿Es que da lo mismo?¿Es que son materias coordinadas, designificación equivalente en el «globusintellectualis»? Yo creo que el símil deuna esfera es muy aplicable a la cultura,,también tiene ésta un centro y unaperiferia. Las matemáticas, juntamente conla filosofía, son el centro de la culturaeuropea, que es de la que hablamos, y si

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cupiera aún mayor centración, eso seríanen la cultura europea moderna, quecomienza, no en el renacimiento de laplástica o de los versos griegos, sino en latraducción que Nicolás Cusano hizo de lamecánica de Arquímedes y en la fiesta conque la Academia Florentina celebró elnatalicio de Platón.

Si no hemos tenido matemáticas,«orgullo de la razón humana», que decíaKant; si, como es consecuencia, no hemostenido filosofía, podemos decir muylisamente que no nos hemos iniciadosiquiera en la cultura moderna. Estas noson palabras para quien conozca el valorde las palabras: éste es el hecho brutal,indubitable y trágico; ésta es la heridaprofunda que lleva en medio del corazónnuestra raza, y la hace andar como unpueblo fantasma, «revenant», sobre unfondo de paisajes nuevos, en cuyo cultivono há intervenido para nada y hasta elnombre de cuyas plantas y senderosdesconoce.

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Pensando de esta manera, ¿resultaráextraño que abomine de toda fe en loespontáneo de la raza? Los «solidarios» yD. Gumersindo de Azcárate creen quetodos los males provienen de lalegislación vigente en España desde losReyes Católicos: suprimámosla ypresenciaremos la restauración espontáneade las energías sociales. Esta es unaaplicación en menor escala delrazonamiento anarquista que hay en elfondo de todo el viejo liberalismoindividualista: el hombre en estado nativoes bueno; la sociedad reglamentada le hacemalo; destruid ésta y renacerá sobre susruinas la bondad humana como unjaramagó inmortal. Esto es la médula delromanticismo, y en mi vocabularioromanticismo quiere decir pecado.

¡Lo espontáneo!... Es decir, si noentiendo mal, la última intimidad delcarácter, la reacción inmediata del yo antelas influencias del medio para establecerel equilibrio vital. Pero el medio ha

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cambiado, no ciertamente por nuestroimpulso: todos los dolores y lasdificultades del siglo XX nos estánhiriendo. ¡Y queremos que nuestro yo, unyo pétreo del siglo XVI, entregado a suespontaneidad, luche contra ese medio, loplasme y lo sojuzgue! No: lo espontáneoespañol es forzosamente malo. Nuestralabor consiste precisamente en labrarnosuna nueva espontaneidad, un yocontemporáneo, una conciencia actual. Enotras palabras, tenemos que educarnos. Yla educación no es obra de espontaneidad,sino de lo contrario, de reflexión y detutela. Hemos de fingirnos un yo ideal,simbólico, ejemplar, reflexionando sobreel alma, sobre el carácter europeos. Nadade realidades orgánicas, término tan delgusto «solidario». Emplear símilesbiológicos refiriéndose a entidadesmorales es cosa completamentedesacreditada, según es sabido, peromucho más cuando se habla de España, deuna raza espiritualmente muerta. Preferible

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fuera usar de comparaciones teológicas;porque, en verdad, se trata de unaresurrección.

El problema español es un problemaeducativo; pero éste, a su vez, es unproblema de ciencias superiores, de altacultura. El verdadero nacionalismo, enlugar de aferrarse a lo espontáneo ycastizo, procura nacionalizar lo europeo.

Es preciso, ante todo, que Españaproduzca ciencia. Y mientras tantocuidemos de ocultar la bastedad nativa: nodescubramos, como malos hijos, el cuerpodel patrio Noé cuando está beodo eimpresentable. Y si lo hacemos, seasuscitando, a fuerza de genio, idealidadsobre nuestras lacerias, como ese pintorZuloaga que anda por el mundoremoviendo las almas con la barbariepintoresca de nuestras llagas.

Hoy es muy difícil realizar trabajoscientíficos en España: salvo algunasmaterias, es decididamente imposible.Comienza por no haber una sola biblioteca

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de libros científicos modernos. La—Biblioteca Nacional es inservible; apenassi basta para asuntos de historia yliteratura españolas, que son lasdisciplinas menos europeas. Las demásciencias se hallan por completodesprovistas de material bibliográfico.Faltan las obras más elementales. Apenassi hay revistas. Para colmo de desventuras,el reglamento es paladinamente ridículo.El principio en que se funda estereglamento es que los libros están en laBiblioteca para que no se los lleven; nopara que sean leídos bajo ciertas garantías,sino exclusivamente para que no se loslleven, aunque nadie los lea.

Creo que una biblioteca de libroscientíficos (y claro está que esto quieredecir libros científicos extranjeros) esinstitución mucho más urgente que eseteatro nacional proyectado. Puede vivirdignamente una nación sin un TeatroNacional: sin una biblioteca medianamenteprovista, España vive deshonrada.

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¿Habrá en el Parlamento algunosdiputados que tengan la bondad y ladevoción de tomar sobre sí este empeño?¿Se dejará conmover el Gobierno por estapetición que le hacen desde el fondo desus corazones cuantos se afananardorosamente por nacionalizar la cultura?No necesitaría el Gobierno buscar fueradel partido conservador la personalidadidónea para organizar y dirigir esabiblioteca: el nombre respetabilísimo deD. Eduardo de Hinojosa daría la sumaautoridad a esta nueva institución. Y seríael mejor homenaje que a tan beneméritoespañol corresponde y es debido.

El Impartíal, 21 febrero 1908.

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A.AULARD: «TAINE,HISTORIEN DE LARÉVOLUTIONFRANÇAISE»

HACE pocos días un amigo mío,catalán y aun catalanista, me escribía estaspalabras: «Ya sabe usted cómo fueeducada la generación de la cual salieronlos que hoy gobiernan en este caosdesdichado que se llama política catalana:se les ha enseñado el prólogo de la obrade Taine y... nada más».

Pero no ha ocurrido esto en Cataluñaúnicamente. Toda la generación españolaque ahora llega a las preocupacionesintelectuales ha sido educada, maleducada, por Hipólito Taine. Los espíritusgroseros que no admiten otras influenciasen la marcha inquieta de las naciones quelas oriundas del «Deux ex machina»económico, serán los únicos en no

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lamentar esa labor pedagógica, ejercidatan exclusivamente por aquel sonoroespíritu. Yo h deploro sobremanera, y noquiero que pase la ocasión presente sinincitar a mis amigos a una revisión de susmás hondos estratos anímicos.

Ofrece la ocasión el nuevo libro deAulard, profesor de la Universidad deParís. Es éste un libro del que basta leercincuenta pági— nás; casi estoy por decirque es un libro que no hay para qué leer,aunque es necesario que esté impreso.Aulard ha ido destilando página a páginalos tomos de los «Orígenes de la Franciacontemporánea», y ha ido demostrando nosólo la innumerabilidad de sus errores —toda obra histórica de parecida amplitudha de tenerlos—, sino la imposibilidad delacierto. Quisiera hablar más claro: Aularddemuestra la mala fe científica de Taine.Nadie crea que me voy a meter en lamorada interior de tan recia figuraliteraria; el vaivén íntimo de los espírituses imposible de determinar; la intención

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del individuo al realizar un acto esinasible. Desde la perspectiva interna deun alma, el acto bueno y el acto malotienen confines tan cambiantes y relativoscomo el calor y el frío que cada hombresiente. Si queremos referirnos a algopreciso, concreto, capaz de ser fijado,tenemos en negocios de calor y frío quebuscar una figura objetiva en que lainfinita complejidad de las sensacionescalóricas individuales se solidifique comoun mar helado y se torne susceptible demensura. Esto venimos a hacer con eltermómetro, y él ha de decirnos si hacecalor o frío, «digan lo que quieran losindividuos».

De Taine se han compuesto milleyendas hagiográficas: cada uno de susdiscípulos nos ha contado lo que siente sualma al contacto del gran viento oratoriodel maestro. Y casi todos han sentidocalor. Se nos ha hablado repetidamente dela austeridad de pensamiento en que estehombre ha vivido; de su laboriosidad

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ejemplar, de su amor lírico a la verdad.Todo esto está muy bien y es apto

para que nos lo expresen en formasbellamente literarias. Pero debeinteresarnos más el termómetro que laspersonas. Un buen régimen higiénico paralos españoles fuera moverlos apreocuparse y divertirse más con las cosasque con los hombres. Es preciso quevolvamos a preferir una integral o unsilogismo a un héroe.

Y acontece que la morada interior deTaine pudo ser todo lo limpia y eucarísticaque plazca imaginar, pero del libro deAulard resulta que si se simboliza en milel número de documentos sobre las épocasque estudia ofrecidos a su buena fe, Taineno ha leído más que uno, y ése, rara vezhasta el fin. Este es el termómetro quemide la moralidad científica. La simpleacción cumplida por Aulard de mirar lacolumna de ese termómetro, borra el librode Taine de la lista en que están inscritoslos libros discretos y honrados.

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Varias veces, leyendo otras obras deeste mismo autor, más próximas a lafilosofía, había entrevisto con respetuosohorror análoga falta de precisión. Léase sino el capítulo «De la inteligencia», dondeexpone las teorías de Kant sobre espacio ytiempo. La incomprensión es tal, querebasa el concepto de incomprensión. Lopropio le ocurre con Platón y conDescartes.

Aulard, que ha verificado yrectificado línea a línea, la documentaciónde los «Orígenes», y en su libro comunicaun extracto de tan penosa y necesariasolicitud, resume su juicio de este modo:«Con los errores que provienen de lanegligencia, de la desatención, es precisoser indulgente, pues quien los corrija losha cometido asimismo y los cometerá.Pero si los errores provienen de un malmétodo, si provienen de previa decisión,si provienen de pasiones políticas ofilosóficas, si son en su mayoríatendenciosos, si los hay en cada página,

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casi en cada línea, ¿no arrebatan todaautoridad a un libro de historia? Pues éstees el caso del libro de los "Orígenes de laFrancia contemporánea". Puede decirse,después de una verificación continuada,que en este libro una referencia exacta, unatranscripción del texto exacta, una aserciónexacta, son excepción». Y luego añade:«Amaba la gloria literaria, parece que laamaba por encima de todo. Su finprincipal, tal vez sin darse de ello cuenta,era maravillar al lector, hacerse admirardel lector. Aun cuando anuncie una suertede concepción científica de la historia, setrata en realidad de una concepciónliteraria que aplica con materialescualesquiera. Su vena ingeniosa y siempreardiente le inspira trozos brillantes,admirables, que no son sino antítesis,sorpresas, colores, en suma, pirotecnialiteraria. La verdad histórica se vesacrificada en cada instante a lasnecesidades del arte».

«Es también un hecho que a Taine le

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falta paciencia, no le es —posible leer undocumento hasta el final con tranquilidad,pasivamente. En tanto lee, reaccionacontra su lectura, luego deja de leer y sefigura lo demás con un apresuramientofebril por escribir, por crear».

* * *

Aulard ha restringido su afán acomprobar la inconsistencia de laerudición histórica en Taine: el libronecesita una labor paralela en que semúestre la inconsistencia de su educaciónfilosófica. Cuando esto se haya cumplido,quedará una imagen justa de lo que enverdad fue Taine: un gran ingenio y unfuerte temperamento retórico. Entonces sele podrá admirar, sin que la admiraciónsea perniciosa.

Nada más melancólico, que oír a toda

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hora unidos estos dos nombres: Taine yRenán. Para colmo de melancolía no séqué eufónica predilección ha puesto talorden en esa pareja tan dispareja.Nietzsche solía salir de quicio cuandoescuchaba a los ingenuos alemanes hablarde Goethe y Schiller. Como en este casoconviene corregir la costumbre y mejorarel juicio vulgar.

En el cauce del siglo XX vahinchiéndose más y más el claro nombrede Renán. Su obra ha resistido todas lascensuras, siendo así que trata deproblemas a que ha dedicado la últimaépoca un colmo de atención y de trabajo.¿Es esto decir que no haya que rectificaren la «Historia del pueblo de Israel» y enla de los «Orígenes del cristianismo»? Nimucho menos; anchos miembros de ambosedificios se han venido abajo: nuevasinvestigaciones han hecho pasar la agudareja del arado crítico sobre los escombros.Ambas obras históricas de Renán son dosruinas. Pero han caído noblemente, como

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caen los edificios clásicos a pesar de serloy hoy son ruinas animadas, donde podemosir y vamos en peregrinación espiritual,seguros de traer al retorno algunosefluvios fecundos de perenne sabiduría.

Taine es hoy el último baluarteteórico de los conservadores porque fueenemigo de la «Razón» y habló de no séqué realidad distinta de la racional, a cuyoamparo pueden llevar al cabo sus manejoslos instintos reaccionarios. Renán, encambio, sigue siendo contraseñarevolucionaria y progresiva. Sus opinionesacerca del 89 pudieron vacilar y moverseondulando a lo largo de su vida, vidamovible y sugestiva de felino intelectual;pero, a la postre, venció la rectitud de sucerebro sobre los ascos de su corazón, quese había inquietado un poco en medio de lagresca de la Comuna. Mas no contento conesto ha sabido infiltrarse, como un humorsecular y prudente de so la tierra, en lasalmas de los clérigos franceses. Hacepoco tiempo, leyendo el libro de Dom

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Leclerq sobre la España cristiana, metomó una gran risa al sorprender unpárrafo de Renán intercalado, sinadvertencia, entre los otros mansos delbuen fraile.

También fue Renán literato y acasodañó un poco la literatura a la integridadde su conciencia científica. ¡Pero tan poco!Con todo y con ello, Renán-aunque figurade segundo orden en la gran perspectiva dela historia de la cultura— supo injertar suingenio en los profundos bosquessagrados, vírgenes, hoscos, difíciles, queson vivero de humanidad. Renán, si nollegó jamás a inventar una idea —no es lainvención su característica—, llegó hastael fondo del aprendizaje en el estudio delos grandes productores. No fue unfilósofo original, pero se abrevóseveramente en los problemasdisciplinarios de la sabiduría como esosfervientes budistas que llegan hasta el ríosagrado y viven algún tiempo en sus aguasdejando que la divinidad líquida macere y

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sature sus carnes.No pretendo en dos párrafos cerrar

con el nombre de Taine: seria necio, seríapoco piadoso y, sobre todo, sería injusto.Todos debemos a las paradojas de Taineun primer impulso al juego intelectualcuando en torno a los veinte años, cansadode jugar nuestro cuerpo, despertó alejercicio nuestro espíritu. Además, Tainepuede operar un influjo fecundo en losestudios artísticos: su idea de la historiadel arte, su noción de lo bello, aunpareciéndome terriblemente falsas, llevanen aluvión un interés serio y objetivo. Lacrítica artística, como interpretaciónhistórica de las obras bellas, obliga alestudio y a la síntesis de épocas pasadasdel hombre, ensancha el criterio y el gusto,enriquece el horizonte del juicio y, porencima de todo, lleva a considerar la obrade arte como una realidad hondamentehumana ante la cual aparecen ridículos lospárrafos de una crítica subjetiva.

¡Bien podía haber influido más en

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nosotros el Taine de la Estética y menos elTaine de la Política! Pero ha ocurrido todolo contrario y los conservadores abusaránlargo tiempo aún de tal autoridad paraecharnos en cara nuestro racionalismo —jcomo si fuera una peste!— a los que noestamos conformes con la realidad actual yevocamos otra más discreta y más justa.

EL Imparcial, 11 mayo 1908.

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EL SOBREHOMBRE

TODOS los que no siendoactualmente demasiado viejos nos hemosdejado llevar desde la niñez a un comerciosuperfluo y tenaz con las cosas del espírituencontramos en el recuerdo de nuestrosdieciocho años una atmósfera caliginosa ycomo un sol africano que nos tostó lasparedes de la morada interior. Fue aquellanuestra época de «nietzscheanos»;atravesábamos a la sazón, jocundamentecargados con los odrecillos olorosos denuestra juventud, la zona tórrida deNietzsche. Luego hemos arribado aregiones de más suave y fecundo clima,donde nos hemos refrigerado el torrefactoespíritu con aguas de alguna perennefontana clásica, y sólo nos queda deaquella comarca ideal recorrida, todaarena ardiente y viento de fuego, laremembranza de un calor insoportable einjustificado.

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Y, sin embargo, no debemosmostrarnos desagradecidos. Nietzsche nosfue necesario; si es que algo de necesariohay en nosotros, pobres criaturascontingentes y dentro de los aranceles dela historia universal probablementebaladíes. Nietzsche nos hizo orgullosos.Ha habido un instante en España —¡vergüenza da decirlo!— en que no hubootra tabla donde salvarse del naufragiocultural, del torrente de achabacanamientoque anega la nación un día y otro, que elOrgullo. Gracias a él pudieron algunosmozos inmunizarse frente a la omnímodaepidemia que saturaba el aire nacional.«Vous étes appelés á recommencerl'histoire!», clamaba Barrére a loshombres de la Asamblea Legislativa, yesto, que es por sí mismo una ridiculez,parece en ocasiones necesario si ha desalvarse algo del maltraído equipaje de lacultura. Fue forzoso a aquellos españolesjóvenes creer que España nacía con ellos,que habían venido sobre la tierra por

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generación espontánea, sin colaboraciónde los antepasados, y, en consecuencia, sinla morbosa herencia de lo antes pasado.Movióles el orgullo a buscar una normapropia para sus propias energías, acavarse en el árido terruño un estuario porel que fluir libremente y sin contagiorepudiando las normas tradicionales y loscauces viciados.

Pero las cosas han ido adobándosecon mejor ventura y el ambiente espiritualde España ha mejorado un poco —no porvirtud de la sabiduría catalana ciertamente,sino más bien por una mezcla dichosa delo vasco y asturiano con lo de la regiónque fue rica en «castiellos». Es, pues, horabuena para corregir nuestra formaciónantigua y rectificar las capas juveniles denuestro ánimo. Convengamos en que lahistoria comenzó un chorro de siglos antesde nuestra venida. Fue nuestro orgullo unade esas mentirijillas benéficas ynecesarias merced a las cuales va elmundo poco a poco hacia una organización

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superior y que forman parte de lo queRenán —¡siempre Renán!— llamaba planjesuítico de la naturaleza.

Acabo de leer un libro de JorgeSimmel, donde el celebérrimo profesorhabla de Nietzsche con la agudeza que lees peculiar, más sutil que profunda, másingeniosa que genial. Las opinionescentrales de Nietzsche me parecen, noobstante, admirablemente fijadas en estelibro.

Desde su primera obra —«Elnacimiento de la tragedia del espíritumusical»— hasta su última carta (1888)escrita, en plena amencia, a Jorge Brandesy firmada «El Crucificado», Nietzsche hamovido guerra vehemente y sin tregua alproblema más hondamente filosófico: ladefinición del hombre. El problema es,asimismo, lo único que de científico tienesu labor. Las revoluciones políticas, la del89 patentemente, son también luchas por ladefinición del hombre, y, sin embargo,suele hallarse en las barricadas muy poca

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filosofía.Si hubiera de determinarse con

puntualidad cronológica la hora en queésta aparece plenamente sobre el haz deEuropa, habría que escoger aquella en queSócrates se preguntó: ¿Qué cosa es elhombre? Los clásicos de la filosofía hanido pasándose de mano en mano, siglo trassiglo, esta cuestión, y cuando la preguntase escurría por descuido o adrede, entredos manos, cayendo sobre el pueblo,reventaba una revolución. La definicióndel hombre, verdadero y único problemade la Ética, es el motor de las variacioneshistóricas. Por eso los gobernantes hanperseguido en todo tiempo la «moralita»,explosivo espiritual, y han hecho loimposible para precaverse ante elterrorismo de la Ética.

Si Nietzsche, por tanto, busca unanueva definición del hombre, queda fuerade toda duda que se afana tras una nuevamoral. Zarathustra es un moralizador, yacaso de los más fervientes. La palabra

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«amoralismo», usada por algunosescritores en los últimos años, no es sóloun vocablo bárbaramente compuesto, sinoque carece de sentido. Nietzsche buscatambién una norma de validez universalque determine lo que es bueno y lo que esmalo. Guando habla «allende el bien y elmal», entiéndase el bien y el mal estatuidopor la moral greco-cristiana, con quien esnecia y groseramente injusto. «La moral,ruge el ardiente pensador, es hoy enEuropa moral de rebaño; por consiguiente,sólo una especie de moral humana, junto ala cual, antes de la cual y después de lacual son o deben ser posibles muchasotras, y, desde luego, superiores,morales».

El siglo XIX —dice Simmel— hacreado una noción cuantitativa, extensivade la «humanidad»: según ella, lo social,lo comunal, es lo humano. El individuo noexiste realmente: es el punto imaginariodonde se cruzan los hilos sociales. Loscuerpos se componen de átomos, pero los

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átomos son elementos hipotéticos,ficticios: en la realidad sólo hay cuerpos,es decir, compuestos; lo simple es sólo unpensamiento. Sólo es real la sociedad; elindividuo es un fantasma como el átomo.Por consiguiente, lo individual no es loque tiene un valor absoluto, capaz deservir de norma, sino lo general, lo comúna todos los hombres. El producto políticode esta noción de humanidad es elsocialismo; como lo humano es lo común,más vale los muchos que los pocos, másimportante es mejorar en lo posible lasuerte de una gran masa que cultivar, afuerza de esclavitudes, unos cuantosejemplares exquisitos. A esta nociónextensiva de humanidad opone Nietzschelo siguiente: cierto que el individuo no esun algo aislado, pero de aquí no se sigueque haya de ser la muchedumbre norma devalores.

Al través de la historia se ha idocreando un capital de perfeccionesespirituales, y así como el socialismo —

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Nietzsche suele decir «nihilismo»— alsocializar el capital imposibilitará laexistencia de riqueza intensiva, asítambién impedirá ei henchimientoprogresivo de la cultura, que ha sido y serásiempre obra de unos pocos, de losmejores. La cultura es la verdaderahumanidad, es lo humano: con la expansiónde las virtudes nobles no se hacenmayores, más intensas estas virtudes. Encada época unos hombres privilegiados,como cimas de montes, logran dar a lohumano un grado más de intensidad: lo quesuceda a la muchedumbre carece deinterés. Lo importante es que lahumanidad, la cultura, aumente su capitalen unos pocos: que hoy se den algunosindividuos más fuertes, más bellos, mássabios que los más sabios, más bellos ymás fuertes de ayer.

Nótese bien una cosa: para Nietzscheno tienen valor esos individuos por serindividuos: Nietzsche no es individualistani egoísta. No todo individuo por ser un

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«yo», un «sujeto», debe ser consideradocomo norma, sino aquellos individuoscuyo ánimo, cuya «subjetividad» puedatener un valor objetivo para elevar ungrado más, sobre los hasta aquíalcanzados, al tipo Hombre. El conjunto,pues, de virtudes culturales —no digamosahora cuáles son éstas— cada vez másperfectas y potentes, es lo que Nietzschellama humanidad, oponiendo al conceptoextensivo y cuantitativo, que dan a estapalabra los altruistas, una nocióncualitativa e intensa.

Para Nietzsche vivir es más vivir, ode otro modo, vida es el nombre quedamos a una serie de cualidadesprogresivas, al instinto de crecimiento, deperduración, de capitalización de fuerzas,de poder. El principio de la vida, lavoluntad de la vida es «Voluntad depoderío». Tanto de vida habrá en cadaépoca cuanto más libre sea la expansión deesas fuerzas afirmativas. De aquí que lamoral de Zarathustra imponga como un

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deber fomentar la liberación de esasenergías. En cada siglo ciérnese ante lasmiradas de los fuertes el ideal de unaorganización humana más libre yexpansiva donde unos cuantos hombrespodrán vivir más intensamente. Este ideales el Sobrehombre.

Como se ve, Nietzsche no predica elrompimiento de toda ley moral. «El hecho—nota Simmel— de que se haya tomadoesta doctrina como un egoísmo frivolo,como la santificación de una epicúreaindisciplina, es uno de los errores ópticosmás extraños en la historia de la moral».Zarathustra escupe mil desdenes eimproperios contra los snobs dellibertinaje, a quienes falta el instinto paralos altos fines de la humanidad. «Yo, grita,soy una ley para los míos, no para todos».Y en otro lado: «No se debe querergozar». «El alma distinguida se tienerespeto a sí misma». En fin: «El hombredistinguido honra en sí mismo al potente,al que tiene poder sobre sí mismo, al que

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sabe hablar y callar, que ejercitaplacentero rigidez y dureza consigo mismoy siente veneración hacia todo lo rígido yduro».

EL Imparcial, 13 julio 1908.

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MEIER — GRAEFE

LA sensibilidad política de lasnaciones cultas es tan aguda que, al rozar,a lo mejor, cosas muy remotasaparentemente de los negociosgubernamentales, se solivianta yestremece. Algo He esto ocurre enAlemania, donde no sólo el gran rebañofilisteo, sino también muchos sabios yartistas, miran al impresionismo pictóricocomo a un enemigo de la patria. Muestrasemejante fenómeno el vicio nacionalistade la intolerancia: en este sentido merece,como todo nacionalismo, exquisitodesprecio. Mas, por otra parte, es síntomade una cultura todavía robusta, vivida eintegral, de una visión del mundocompacta y tan elástica, que a la menorconmoción de uno de sus extremos sepropaga por toda ella galvanizándola. Yefectivamente, no andan desorientados losfilisteos cuando acusan al impresionismo

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de disolvente, de corruptor de lassustancias imperialistas que dan unacohesión antihistórica, violenta, al varioenjambre de pueblos germánicos. ElImperio alemán, como esas viviendaslacustres asentadas sobre el légamoenfermizo y movible, está construido sobrelo culturalmente falso. La labor educativaalemana es hoy —¡no hablo de ayer!— unafábrica de falsificaciones. Desde losjardines de la infancia hasta los seminariosde las Universidades hállase montada unagigantesca industria para falsificarhombres y convertirlos en servidores delImperio. Hay una ciencia imperialista, unamúsica nacionalista, una literaturacelestina, una pintura idealizante yenervadora que operan sin descanso sobrela economía espiritual de los alemanes yhan logrado embotar los rudos instintos deveracidad que caracterizan la acciónhistórica de aquella otra raza bárbara, esdecir, nueva, y aún no cómplice, cuyarápida victoria fue una irrupción de

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virtudes inéditas.Es tan grande la solidaridad que

existe entre los elementos de la cultura,que buscando la verdad de uno de ellos, secorre el peligro de hallar la de todos losdemás. Por eso saben muy bien iosconservadores alemanes que si se fomentala pintura verista —cuya fórmula acasoexcesiva, incontinente y. mística es elimpresionismo—, no tardará mucho endescubrirse la verdad moral sobre laspáginas de los libros y en votarse laverdad política en los comicios. Véase dequé manera este inocente ejercicio depintar unas manzanas o unas patatas segúnDios las crió —como hizo Cézanne treintaaños seguidos un día tras otro— puedeabrir la primera brecha en la muralla defalsificaciones, dentro de la cual se hahecho fuerte el más fuerte Imperio actual.

Pero frente a esta Alemania de hoyestá la otra Alemania, la de ayer y demañana, la de siempre. Y esta Alemaniano muere; si muriera, fenecerían a la par

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las únicas posibilidades que quedan sobreEuropa de un futuro digno de ser vivido.La tradición de Leibniz, Herder, Kant yVirchow sigue influyendo sobre la tierraimperializada, violentada, y encuentrasiempre manadero en hombres entusiastasque os serán señalados, si allá vais, comohombres peligrosos, enemigos de laConstitución.

En estos días ha pasado por Madridun alemán de este estilo: Julius Meier-Graefe, crítico de pintura, impresionistaexacerbado y, por tanto, ciudadano díscoloy temible. En la briosa cruzada quecomienza a levantarse en Alemania paradefender la verdad artística lleva Meier-Graefe una pica de vanguardia. Y ha sidotan osado, que hace cuatro o cinco añospublicó un libro, «El caso Boecklin»,donde se maldecía descaradamente delpintor más famoso entre los que hanfavorecido la mentira imperial. jBoecklin!¡Nombre sagrado para las muchachasalemanas! Ante sus cuadros dulces,

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ingeniosos, pintados, más que con suscolores, con ideas generales, con blandoslugares comunes espumados del hervorromántico, las don— cellitas bárbaras, decarnes tan blancas y tan quietas, de almasgóticas y hacendosas, que llevan mielsobre las pestañas y una abeja en elcorazón, se han conmovido suavemente yhan soñado otro mundo más vago, másfácil, más lleno de casualidades que elverdadero, un mundo, en fin, donde reineperennemente el feudalismo. ¿Qué otroarte puede placer a estas criaturitas denervios inexpertos y que no han pasado deun erotismo elemental? El imperialismoalemán usa de los cien metros cuadradosde tela que haya podido pintar Boecklin,como de una pantalla que intercepta lavisión de la vida real, terriblementeprecisa y sin equívocos, «de este valle delágrimas —según decía Sancho—, de estemal mundo que tenemos, adonde apenas sehalla cosa que esté sin mezcla de maldad,embuste y bellaquería», de este reino del

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hambre y del hartura, de la frivolidad y ladesesperación, que cuanto peor sea mástendrá que arreglar, y más gravesconvulsiones serán forzosas paraenmendarlo. Porque a la postre, lector, sonlos cuadros de Boecklin una enormepantalla con que se intenta tapar elsocialismo.

No quería hoy hacer otra cosa, sinoenviar un saludo agradecido a Meier-Graefe, que tan discretas, cosas ha dichosobre el impresionismo de nuestros viejospintores. Tenemos en la confusión denuestros Museos y en la lobreguez declaustros y capillas las más hondasenseñanzas de veracidad estética queacaso haya en Europa. Los grandes,pintores del siglo XIX han venido aaprender a estas escuelas de naturalidad, ytornando a sus patrias han abierto unanueva era en la pintura. Manet —ha dichoMeier-Graefe— enseña al hombre actuallo que hay en Velázquez de perenne.Cézanne sirve como una introducción al

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Greco. Es lástima que no se haya intentadoen España una Exposición retrospectiva dela pintura extranjera en el siglo pasado. Yes lástima, asimismo, que ninguna casaeditorial emprenda una traducción de la«Evolución del arte moderno», obracapital de Meier-Graefe.

El Imparcial, 19 julio 1908.

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ASAMBLEA PARA ELPROGRESO DE LASCIENCIAS

Una vida sin investigación no esvividera para el hombre.

(Platón-Sócrates, en la Apología.)

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I

MUCHOS años hace que se vienehablando en España de«euro—peización»: no hay palabra que consideremás respetable y' fecunda que ésta, ni lahay, en mi opinión, más acertada paraformular el problema español. Si algunaduda cupiera de que así es, bastaría paraobligarnos a meditar sobre ella haberlapuesto en su enseña D. Joaquín Costa, elceltíbero cuya alma alcanza másvibraciones por segundo.

La necesidad de europeización meparece una verdad adquirida, y sólo undefecto hallo en los programas deeuropeísmo hasta ahora predicados, unolvido, probablemente involuntario,impuesto tal vez por la falta de precisión yde método, única herencia que nos handejado nuestros mayores. ¿Cómo esposible si no que en un programa deeuropeización se olvide definir Europa?

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¿Es que, por ventura, no cabe vacilaciónrespecto a lo que es Europa? ¿No es estavacilación secular, este no saber un siglo yotro qué cosa sea exactamente Europa, loque ha mantenido a España en perennedecadencia y ha anulado tantos esfuerzoshonrados, aunque miopes? ¿No comienzaen el siglo XVII España a maldecir deEspaña, a volver la mirada en busca de loextraño, a proclamar la imitación de Italia,de Francia, de Inglaterra? ¿No ha idopasando durante la última centuria, poco apoco, toda o casi toda la legislaciónextranjera por la Gaceta castiza?

Reconozco que una definición essiempre una pedantería, pero es menester,una vez agotadas por nuestra raza todas lasdemás petulancias, ensayar esta nueva delas definiciones. Perderemos con ella laelegancia nativa y el desgaire de buentono, pero ganaremos, probablemente, todolo demás. «¿Qué necesidad hay de explicarlo que entendemos por la palabra hombre?—se preguntaba Pascal—. ¿No se sabe

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suficientemente cuál es la cosa quequeremos designar por este término?» Losmísticos y los mixtificadores han tenidosiempre horror hacia las definicionesporque una definición introducida en unlibro místico produce el mismo efecto queel canto del gallo en un aquelarre: todo sedesvanece.

¿Es cosa tan clara lo que entendemospor hombre? Bien sabe el lector que lasdisputas Sobre lo que es el hombre hansido el motor de todas las grandes guerrasy revoluciones; bien sabe que no noshemos puesto de acuerdo. Según elAntonio de «Le mariage de Figaro», bebersin sed y hacer el amor en todo tiempo eslo único que distingue al hombre de losanimales. Según Leibniz, es el hombre,más bien, un «petit Dieu». Entre una y otrafórmula cabe un sinnúmero de ellas. Entiempo de Varrón se contaban yadoscientas ochenta opiniones acerca delBien: esto supone otras tantas acerca delhombre, que es el sujeto de la bondad.

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Lo propio acontece con Europa. Paraunos Europa es el ferrocarril y la buenapolicía;, para otros es la parte del mundodonde hay mejores hoteles; para aquéllosél Estado que goza de empleados másleales y expertos; para otros el conjunto depueblos que exportan más e importanmenos. Todas estas imágenes de Europacoinciden en un error de perspectiva;toman lo que se ve en un viaje rápido, loque salta a los ojos y, sobre todo, laapariencia externa de la Europa de hoy,por la Europa verdadera y perenne. No nosocurre preguntarnos cómo ha llegado aposeer semejantes bienaventuranzas,olvidamos que para tener ferrocarriles,policía, hoteles, comercios, industria, todoeso, en fin, que podemos llamarcivilización, mejoramiento físico de lavida, ha sido preciso inventarlos antes,porque del cielo no caen las máquinas devapor ni la economía política, ni los«policemen», que si cayeran, en casatenemos la Pilarica que nos hubiera

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donado tan bellas y útiles sustancias, y sintrabajo alguno por nuestra parte lashabríamos piadosamente recibido enmedio de esta regocijada danza de laMuerte, que España va danzando sigloshace, donde todos servimos de gigantes yalgunos de cabezudos.

¿Cómo lograr convencernos de queEuropa no es realmente nada de eso?¿Cómo convencernos de que la diferenciaentre Europa y España —el desnivel quetratamos de rectificar por medio de laeuropeización— no está en que tengamejores ferrocarriles ni más floridaindustria que nosotros? ¿No podemosconsultar estadísticas que miden yponderan matemáticamente ese desnivel?Debíamos desconfiar de esos hombres quehalagan nuestros vicios diciéndonos cosasque ya se nos habían ocurrido a nosotros, yque, por tanto, no son superiores a nuestradistraída comprensión. Debíamos preferirhombres que nos digan cosas menosclaras, cosas que nos parezcan menos

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evidentes y nos obliguen a fruncir con elceño la atención. No ha de olvidarse quela verdad no es nunca lo que vemos, sinoprecisamente lo que no vemos: la verdadde la luz no son los colores que vemos,sino la vibración sutil del éter, la cual novemos.

En el siglo XVIII no habíaferrocarriles, y, sin embargo, era Europatan Europa como hoy pueda serlo. Entiempos de Platón estaba Europacircunscrita al lindo rincón de la tierrahelénica, pero si breve en extensión,alcanzó entonces lo europeo quilates deenergía nunca después superados. Si apesar de ello hubiera caminado hastaChina Platón o alguno afinado en suescuela, habría hallado allí una serie decomodidades desconocidas para loselegantes de Atenas. Europa, pues, no es lacivilización, no es el ferrocarril y elpolicía, no es la industria y el comercio.En Atenas apenas si había otra cosa quealfareros, al paso que Fenicia ensayaba

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con un gesto incipiente, las campañasfinancieras de Cecil Rhodes y losVanderbildt. Lo que había en Atenas decaracterístico, de único, era Sócrates, queandaba moscardeando a las gentes por lascalles, mal ceñido, hecho

un camusoPan boschereccioy un placido silenodi viso arguto e grossi occhi di toro,

mordaz y profundo, severo y reidor,panza al trote y ascético, con aquella granbarriga inquieta de que habla Luciano en el«Filopseu— des». Pero en cada hombrehay, como decía Montaigne, un sermaravillosamente vario y ondulante. Loindividual es inasible, no puede serconocido. Podremos presentirlo,suponerlo, adivinarlo, pero nuncaconocerlo estrictamente. La reconstrucciónde un carácter personal no sufrirá jamásgarantías de exactitud: por eso unabiografía es siempre, al cabo, una labor

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estética en que el acierto permaneceeternamente dudoso.

La historia universal no puedeconsistir en un centón de biografías, en unagalería iconográfica de hombres ilustres.De aquí que si hacemos nacer la realidadeuropea de Sócrates, tengamos quedescubrir tras la tornasolada y huiderafisionomía del hombre Sócrates algomenos entretenido, pero más preciso, másexacto: la cosa, el objeto Sócrates. Porhigiene espiritual debiéramos losespañoles relegar al último plano denuestras preocupaciones cuanto atañe a losindividuos, a las personalidades;salvémonos en las cosas, sometámonosdurante un siglo, cuando menos, a lasevera e inequívoca disciplina de lascosas. Corrijamos el perfil deteriorado eincierto de nuestros ánimos según la pautaofrecida por las líneas más quietas y másfirmes de lo que se halla fuera de nosotros.Y en este caso de ahora, prefiramos a unSócrates pintoresco que honre ante el

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público nuestro poder de imaginar ynuestra literatura, el Sócrates verdadero,realmente activo y fecundo en la historiauniversal.

Sócrates nos ha traído —diceAristóteles, y perdónese la cita, inevitableahora— dos cosas: la definición y elmétodo inductivo. Juntas ambasconstituyen la ciencia.

Aquí tenemos, al fin, la novedadintroducida en la economía del mundooriental, gracias a la cual el mundo deOccidente significa algo más que una meradeterminación geográfica. Si Europatrasciende en alguna manera del tipoasiático, del tipo africano, lo debe a laciencia: el europeo no sería, de otro modo,sino una bestia rubia junto a las bestiasmás pálidas y de bruno pelo que pueblanel Asia, junto a la bestia negra y rizada deGoa y el Victoria-Nyanza. El color de lasteces, la proporción del cráneo serán, talvez, condiciones físicas forzosas para quedé el espíritu su peculiar vibración

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europea, como la tripa de una cabra esnecesaria para que suene justamente laromanza en fa de Beethoven. Unas comootras no son, empero, más quecondiciones.

Europa = ciencia; todo lo demás le escomún con el resto del planeta.

Y ahora volvamos al asunto de laeuropeización. ¿Ha habido, de 1898 acá,programa alguno que considere la cienciacomo la labor central de donde únicamentepuede salir esta nueva España, mozaidealmente garrida que abrazamos todos ennuestros más puros ensueños? Se hahablado, y por fortuna se habla cada vezmás, de educación: sólo a la insolenciairresponsable de alguno que quiera oficiarde necio representativo es lícita la dudasobre si puede correr un día más sin queiniciemos una magna acción pedagógicaque restaure los últimos tejidosespirituales de nuestra raza. Pero esto nobasta: el problema educativo persiste entodas las naciones con meras diferencias

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de intensidad. El problema español es,ciertamente, un problema pedagógico; perolo genuino, lo característico de nuestroproblema pedagógico, es que necesitamosprimero educar unos pocos de hombres deciencia, suscitar siquiera una sombra depreocupaciones científicas y que sin estaprevia obra el resto de la acciónpedagógica será vano, imposible, sinsentido. Creo que una cosa análoga a loque voy diciendo podría ser la fórmulaprecisa de europeización.

Si queremos tener cosechas europeases menester que nos procuremos simientesy gérmenes europeos. Si continuamosinsertando en nuestra organización pedazosflamantes de legislaciones extrañas,empíricamente elegidos; si seguimos, encada cuestión particular de nuestrapolítica, alzándonos sobre las puntas delos pies para sorprender cómo otrospueblos, íntimamente heterogéneos delnuestro, las resuelven, pasará un siglo yotro e innumerables sin traernos mejoría,

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como ha transcurrido el XIX. Tiene en la«República», o mejor traducido,«Constitución civil», una burla Platón,austera y honda que conserva sempiternaactualidad. «Si no se acierta una vez —dice— con la ley creadora de la educacióncientífica, que es la ciudadela del Estado,nos pasaremos la vida haciendo leyes yrectificándolas, imaginando que así algúndía lleguemos a lo perfecto. Seremos comoenfermos intemperantes que se obstinan enno dejar su dañino régimen de vida.jLucida existencia llevan los tales! Porqueno avanzan nada con los planes curativos,antes bien, hacen sus enfermedadesmayores y más complejas esperandosiempre que la última medicina aconsejadapor cualquiera habrá de darles la salud».Y luego, refiriéndose con insistente ironíaa los negocios religiosos, pero, énrealidad, a la vida total del Estado, añade:«Cuando hagamos leyes para nuestraciudad no nos cuidemos de nadie, si somosrazonables, ni creamos necesitar de otro

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intérprete en lo divino que el patrio. Puesqué, ¿no tenemos ahí a Apolo, al diosnuestro, castizo orientador para todosestos problemas, que nos guiará puesto enDelfos como en el centro de la tierra ycomo asentado en el ombligo del mundo?»La antigua conseja pretendía hallar enDelfos el punto central de la superficieterrestre.

Es preciso que sigamos esta irónicaenseñanza. ¿Hay quien espera la salud denuestro pueblo de otro modo que teniendotambién en España el ombligo de la tierra,es decir, el centro de la concienciaeuropea? El eje de la cultura, del «globusintellectualis», pasa por todas las nacionesdonde la ciencia existe y sólo por ellas.

Algunas personas de la mejorvoluntad, cuyos nombres son respetables eilustres, se han propuesto iniciar unaAsamblea para el fomento de las laborescientíficas en España, que habrá dereunirse todos los años. Otras veces sehabía intentado esto, pero ahora, según

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parece, va a realizarse. Ahora van arealizarse en España muchas cosas que sehabían intentado cien veces vanamente. Yes que hemos desembocado a la postre entiempos de renovación viva y completa.Los miembros espirituales de nuestra razaque, todo lacerias y vicios y máculas, nospesaban y nos podrecían el pecho, como siviviéramos atados a un cadáver, se vancayendo y derrumbando por sí mismos.Porque no debemos apuntarnos la gloria dehaber vencido nuestros vicios: ellos se vanmuriendo solos de propia muerte, muertede ridiculez. Cuando Pierror quisosuicidarse, cuenta Linchtenberg que noencontró otra manera digna de matarse quehaciéndose cosquillas.

Esta Asamblea científica abrirá sussesiones en Zaragoza durante el otoñopróximo. Se trata de que concurran a ellaslos pocos o muchos aficionados a estudiosmatemáticos, naturales, filológicos, yfilosóficos que haya en España, y que nosdejen una medida bastante exacta de la

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intensidad de cultura que alcanza nuestropueblo a la hora de ahora. Tal proyectoexige de todos nosotros, ignorantes, cultosy entreverados, amor y solicitud.

¿Conseguiremos algo? Alguien hatachado de pesimistas mis pensamientos, yesto me parece injusto. Son compatiblesdentro de un mismo corazón el optimismoeuropeo y cierto pesimismo provinciallimitado a las cosas de nuestra patria. Sicreemos que Europa es «ciencia»,habremos de simbolizar a España en la«inconsciencia», terrible enfermedadsecreta que cuando infecciona a un pueblosuele convertirlo en uno de los barriosbajos del mundo.

El Imparcial, 27 julio 1908.

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II

Hablando el otro día «de re política»expresaba mi convicción de que es injusto,de que es blasfematorio maldecir delpueblo, divino irresponsable. De quienhabernos de maldecir es de nosotros losque escribimos, los que somos diputados yministros y ex ministros, de nosotros loscatedráticos y presidentes del Consejo, denosotros todos los que llevamos en elpecho cien atmósferas de vanidadpersonal. No es vicioso el pueblo a quienSilvela acusaba, sino el Silvela acusadordel pueblo. No es culpable lamuchedumbre española al carecer deimpulsos éticos, sino el que osa hablar deciencia ética sin sospechar siquiera quécosa es. En una palabra, nosotros, quepretendemos ser no-pueblo, tenerlos queabrazarnos a nuestros pecados históricos yllorar sobre ellos hasta disolverlos y meterascuas de dolor en nuestra conciencia para

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purificarla y renovarla.España es la inconsciencia —

concluía yo el «Lunes» pasado—; es decir,en España no hay más que pueblo. Esta es,probablemente, nuestra desdicha. Falta lalevadura para la fermentación histórica,los pocos que espiritualicen y den unsentido de la vida a los muchos. Semejantedefecto es exclusivamente español dentrode Europa. Rusia, la otra hermana endesolación, ha mantenido siempre sobre sucuerpo gigantesco, de músculos y nerviosprimitivos, una cabeza, un cerebro curiosoy sutil encima de sus hombros bestiales. Sireuniendo, por el contrario, la masaanatómica de nuestra raza durante lasúltimas centurias formáramos un inmensocarnero y quisiéramos con estos materialescrear un hombre, no hallaríamosseguramente de qué urdirle una cortezacerebral. ¿Y de dónde proviene estadesventura? |Ay, no lo sabemos! ¡No losabemos! ¿La Inquisición, la situacióngeográfica, el descubrimiento de América,

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la procedencia africana? No podemossaberlo: como no tenemos cerebro, nohemos podido tejer nuestra propia historia.¡Pueblo de leyendas y sin historia, esdecir, un pueblo «ci-devant», como elindio o el egipciol Esto somos. Raza queha perdido la conciencia de su continuidadhistórica, raza sonámbula y espúrea, queanda delante de sí sin saber de dóndeviene ni a dónde va, raza fantasma, razatriste, raza melancólica y enajenada, razadoliente como aquella Clemencia Isauraque —según dicen— vivía viuda de sualma.

Lo único cierto que hay en todo estoes que nosotros tenemos la culpa de que nosea de otra manera. Es preciso que nosmejoremos nosotros sin cuidarnos demejorar antes al pueblo. Es preciso quenosotros, los responsables seamos lavirtud de nuestro pueblo y que este puedadecirnos, como Shelley de una persona queamaba: «Tú eres mi mejor yo».

Las únicas facetas de sensibilidad

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que quedan a España son la literaturaperiodística y la política de café. Meparecería torpe desdeñar ni aun levementeambas cosas, puesto que el colmo deldeseo habría de ser procurarnos buenaliteratura periódica y buena política decafé. Pero este hecho es el síntoma másclaro de que no existe en España otra cosasino pueblo, de que nos falta esa minoríacultural que en otros países es lo bastantenumerosa y enérgica para formar como unpueblo dentro de otro pueblo e influirsobre el más amplio.

La literatura diaria y la política decafé son las formas que adquieren lostemas de la cultura para hacerse populares,como Harun— al-Raxid se disfrazaba demenestral y vagaba por las tabernascuando quería asomarse al corazón de sussúbditos. Nadie, pues, las toque. Lo malo,lo deplorable es que no haya en realidadmás que eso. El oro no podrá ser nuncamanejado por las manos populares, peroes menester que se guarde oro en las arcas

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de los Bancos si ha de tener algún valorcierto el papel moneda y la calderillacirculantes en el pueblo. Esa otra cosa queha de haber tras de los periódicos y lasconversaciones públicas, es la ciencia, lacual representa —no se olvide— la únicagarantía de supervivencia moral ymaterial en Europa.

¿Y quién duda de que no existe hoyentre nosotros un público para la ciencia,no hablemos ya de creadores de ciencia?Harto claramente marca nuestratemperatura espiritual el arte queproducimos. Hoy, por ejemplo, esimposible que una labor de alta literaturalogre reunir público suficiente parasustentarse. Sólo el señor Benavente haconseguido hacer algo discreto y, a la vez,gustar a un público. Pero esto no es unaexcepción. A decir verdad, su teatro notiene con el público más punto de contactoque el «calembour». En general, seríadifícil descubrir un grupo considerable deespañoles capaces de reaccionar ante lo

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que no sea un «calembour» o una carga decaballería, últimos reductos de laliteratura periodística y de la política detertulia. El nivel intelectual va bajandotanto y tan de prisa en estos confines de ladecadencia, que dentro de poco no habráacademias ni teatros, sino que sentados losespañoles en torno a enormes mesas decafé nos contaremos cuentos verdes. Y coneste gesto de simiesca apocalipsisdesaparecerá una sublime posibilidad deriquezas humanas aún no sidas, de virtudesfuturas aún no intentadas, de emocionesprofundas hoy ignotas, todo eso quequeremos designar cuando hablamosreligiosamente conmovidos de culturaespañola por venir.

No se pidan, pues, ferrocarriles, niindustrias, ni comercio —y mucho menosse pidan costumbres europeas—. Meatrevería a sostener como una ley históricala afirmación de que las formas de lacultura son intransferibles. Y todo eso, lascostumbres principalmente, no son más

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que formas de la cultura.A mi juicio, la Cámara Agrícola del

Alto Aragón cometió este error en sumensaje de 1898, No se pueden presentarjuntas la demanda de cultura y la demandade civilización, y mucho menos pedirciencia en el mismo orden y detrás de laagricultura y colonización interior, crédito,titulación, fe pública, registro, industria ycomercio, viabilidad, reformas sociales yeducación.

¿Será que deban parecer inútilesestas cosas y nada deseables? Algunosamigos benévolos han descendido a veceshasta componer alguna glosa o crítica dealguno de mis escritos —estos escritosmíos, sinceramente modestos, a despechode cierta petulancia literaria oriunda de unrégimen malsano en vida y en lecturas.Pues bien, casi invariablemente me sonrecordadas esas cosas atañaderas albienestar físico y a la riqueza, como si lashubiera olvidado por completo o lasdesdeñara. Esto equivale a reprochar a un

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matemático que trabaja sobre el métodoinfinitesimal no ocuparse de laexperimentación. ¡Como si laexperimentación fuera otra cosa que la«aplicación» del método infinitesimal!¡Como si la civilización —industria,comercio, organización— fuer ̂ otra cosaque cultura aplicada, que producto y frutode la ciencia!

Cierto que la política no es, en mientender, el arte de hacer felices a lospueblos. Más acertado me parece pensar,con el católico Bonald, que el Gobiernodebe hacer poco por los placeres de loshombres, bastante por sus necesidades,todo por sus virtudes, si se añade que labuena alimentación y la vida grata son elúnico clima donde se recogen henchidascosechas de moral. Cabe ser idealista a lamanera de Platón, y no olvidar, como él noolvidó nunca, la terrible ironía deFocílides: Cuando se tiene de qué vivirpuede pensarse en ejercitar la virtud.

Claro está que Europa es también la

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civilización europea, los adelantostécnicos, las comodidades urbanas, lapotencia económica.

Pero si China viaja, existe y vegetahoy como hace diez siglos o veinte, sillegó pronto a un grado de civilizaciónsuperior al de Grecia y en él se detuvo, fueporque le faltó la ciencia, la culturaeuropea. Cargar la pronunciación sobreuna u otra cosa decide del acierto; Elhombre vulgar e ineducado acentúapreferentemente, al conversar, las partessemimuertas, casi inorgánicas de laoración, adverbios, negaciones,conjunciones, al paso que el discreto yculto subraya los sustantivos y el verbo.España, que es el país de lasinterjecciones, es asimismo donde más seha clamado por la civilización europea ymenos por la cultura.

¿Será todo esto un cúmulo delogomaquias? El señor Azorín me haechado en cara hace pocos días, desde elDiario de Barcelona, que el móvil

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principal de cuanto escribo es mostrar alpúblico la extensión y variedad de mislecturas. ¿Será esto verdad? ¿Son tandeshilvanados mis pensamientos que no seles pueda buscar otro origen menosridículo?

No parto de nada vago o discutible.Actualmente no existen en ningunabiblioteca pública de Madrid —casipudiera añadir ni privada— las obras deFichte. Hasta hace pocos días no existíantampoco las de Kant: hoy las ha adquiridoel modesto Museo Pedagógico en unaedición popular. No existen las obras deHarnack ni de Brugmann. Estos últimosnombres no los he elegido: los cito comopudiera citar otros: vienen a mi plumaporque he necesitado consultarlos estosdías y he tenido que renunciar a ello. Estehecho —ni vago ni discutible— es lo queinsisto en llamar diferencia específica deEspaña con respecto a los demás pueblosde Europa. A poco que se conozca laeconomía interna de la ciencia habrá de

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convenirse en que basta lo mencionadopara afirmar que en España no hay sombrade ciencia. Podrá haber algún que otrohombre científico: como dice el refránitaliano «non e si tristo cañe che non menila coda». El caso Cajal y mucho más elcaso Hinojosa, no pueden significar unorgullo para nuestro país: son más bienuna vergüenza porque son una casualidad.No se trata ya de que nuestra vida sea máso menos cara e incómoda; esto sería, alcabo, un sufrimiento español, doméstico ysoportable. Lo angustioso, lo que ponerubor y vergüenza en toda, mejillahonrada, es que somos culturalmenteinsolventes, que arrastramos una deudasecular de espíritu, que estamos inscritosen el libro negro de Europa, que elcornadillo de alma vibrante en nuestrosnervios no es nuestro, es un préstamoeuropeo, inmundo trato de nueva formaentre un Fausto imbécil y un diablobonachón.

Si alguien cree que unos barcos y una

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ley de Administración local, por buena quesea, van a pagar esa deuda, bendigamos subuena voluntad y lamentemos la groseríade su intelecto.

No hay en España ciencia, pero hayun buen número de mozos ilusosdispuestos a consagrar su vida a la laborcientífica con el mismo gesto decidido,severo y fervoroso con que los sacerdotesclásicos sacrificaban una limpia novilla aMinerva de ojos verdes. Es menesterhacerles posible la vida y el trabajo. Nopiden grandes cosas; no estiman el deberde la nación para con ellos como aquellacarbonera de París, en víspera derevolución, decía a una marquesa: «Ahora,madama, yo iré en carroza y usted llevaráel carbón». No desean tener automóvil niquerida: probablemente no sabrán quéhacer con estas cosas, si se les donaran. Elautomóvil y la querida no adquieren suvalor sino sobre un fondo de terribleaburrimiento y vacuidad del ánimo.Siguiendo la amonestación de Renán, dan

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gracias a los señoritos porque consumenellos solos la capacidad de frivolidadinherente a todo el organismo social. Sóloquieren vivir con modestia, perosuficientemente e independientemente; sóloquieren que se les concedan losinstrumentos de trabajo: maestros,bibliotecas, bolsas de viaje, laboratorios,servicios de archivo, protección depublicaciones. Renuncian, en cambio, a lasactas de diputado, a los casamientosventajosos y hasta a la Presidencia delConsejo de Ministros.

Esa juventud severa y laboriosa,desgarbadamente vestida, sin atractivopara las mujeres y probablemente sin buenestilo literario, es la única capaz de salvarlos últimos residuos de dignidadintelectual y moral rígida que queden ennuestra sociedad.

El sol, traidor amigo nuestro, que nosmata en un abrazo, sólo puede combatirsecon un régimen idealista. Gracias a él —limpieza de casta, prohibición de carnes,

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licores y erotismo a los brahmanes— nomurió el pueblo indio veinte siglos antes.Contra la dulce enfermedad del clima, la«euthanasia» solar, no cabe otrainmunización que una terrible psicoterapia.Enormes recipientes de idealismo habríanbastado apenas para higienizar la historiade España y no hemos tenido acaso ningúngran idealista. Cervantes mismo se detuvoa la mitad del camino: amó demasiado, sequedó en San Francisco. No tuvo el-valorde las negaciones ásperas, de lascauterizaciones, de las amputaciones. Encambio, véase qué hijas nos nacieron: lamoral senequista, la moral jesuítica, dosbeatas lascivas. Y por hijos tuvimos elquietismo y el conceptismo, ¡que asco!Tras un siglo de haber sido formulado el«imperativo categórico» no ha habido dosdocenas de españoles que le hayan miradofrente a frente, de hito en hito, y aun estápor estrenar en España esa navaja deafeitar vicios.

No sé si todo esto serán logomaquias,

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pero estoy firmemente convencido de quemás útil para España que cuanto puedafabricarse en el Parlamento, sería que unoscuantos compatriotas se dedicaran aaveriguar qué fue lo que se comió en lacena Platón.

El Imparcial, 10 agosto 1908.

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ALGUNAS NOTAS

NADA puede serme tan grato comodisputar con Ramiro de Maeztu de asuntosaparentemente sobrehistóricos. Es precisoque intentemos, cada cual a su modo ysegún su vigor, enriquecer la conciencianacional con el mayor número posible demotivos ideales, de puntos de vista. Ladiscrepancia, pues, me parece muydeseable y todo dogmatismo me hiere.Sólo creo poder reservarme el derecho deadvertir que una opinión precisa y tajanteno es siempre un dogma, que elsistematismo puede hallarse a cien leguasdel dogmatismo y, en fin, que arribando aciertas cuestiones capitales, no rehuya elcontradictor la discusión técnica.

La posibilidad de resistir el rigortécnico es para mí el criterio de laveracidad, cosa ésta de muchos másquilates que la mera sinceridad. El hombresincero cuenta lo que en realidad sienten

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sus nervios y con ello cree habercumplido. El hombre veraz considera estaperpetua autobiografía como un pecado enque todos caemos a veces, y procuraelevarse del humor de sus nervios a lo quees en verdad, al tó ontos on platónico.

Después de esta advertencia, entro,sin más, a glosar rápidamente y a vuelapluma lo que Ramiro de Maeztu contesta amis notas sobre «Hombres de Ideas»(1).No quiero dejar pasar una semana más sinacusarle recibo de su solicitud y sin darlegracias por el interés benévolo con que leemis escritos.

* * *

«Tengo miedo en España —dice— ala excesiva precisión en el lenguaje de lasabstracciones. Lo que es necesario en losidiomas teutónicos resulta acaso peligroso

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en los latinos. Las palabras sajonas llevanen sí, no sólo una idea, sino una emociónsentimental, y así hablan al mismo tiempoa la inteligencia y al corazón. Nosotros,por ejemplo, decimos Dios, Rey, Verdad(Deus, Rex, Vertías); los ingleses dicenGod, King, Truth. Y God es Deus, pero,además, es good, bueno; King es Rex, perotambién el que discrimina, el que juzga, elque distingue lo bueno de lo malo; truth esverdad, pero también lealtad. Be true /,suplica el amante a la amada al despedirsepara una larga ausencia. Nuestras palabrasson demasiado concretas. Yo preferiría, sieso fuera posible, dejarlas bañándosealgún tiempo en un poco de niebla hastaver si les brotaba algo de ese musgo, deesa musicalidad inefable con que, entierras del Norte, por hablar más a lossentimientos de los hombres, parecenimpulsarles a la acción. Desde luegoreconozco que esos temores pueden serridículos y que tal vez sea mejorprocedimiento el de ceñirlas o

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concretarlas escuetamente para que elpensamiento busque vocablos nuevoscuando se encuentre incómodo en losviejos...»

A esto tengo muy pocasobservaciones que hacer: Maeztu se lodice todo y sigue el método de AnatoleFrance que es, al cabo, el antiguo yacreditado del cuento de la buena pipa. Deesta manera nos encontramos al concluir elpárrafo en la misma situación lamentableque al comenzarlo y... este métodoliterario sí que hace daño a España. Por lodemás, esta manera de tratar asunto tangrave me parece muy poco respetuosa.Anda en el juego nada menos que lacultura, en lo que ésta tiene de másesencial. Cultura es el mundo preciso, noes otro mundo distinto sustancialmente delsalvajismo— Naturvolk, Natur^ustand,dicen los alemanes.

Los materiales con que sonconstruidos ambos mundos son idénticos,sin más diferencia que en la cultura son

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tratados con método de precisión y en elsalvajismo se les deja unirse y soltarse asu sabor, obedeciendo a vagas ymisteriosas influencias. Puede creerMaeztu que ningún trabajo me costabahacer párrafos más o menos bientimbrados y armoniosos en loa de lavaguedad, de la imprecisión, de la vidacrepuscular del alma, que es, sin duda, lamás divertida y deleitable para cadaindividuo. Pero hoy no existe en nuestropaís derecho indiscutible a hacer buenaliteratura; estamos demasiado obligados aconvencer y a concretar. Quien no sesienta capaz nada más que de literatura,hágala lo mejor que pueda, y si acierta lecoronaremos de flores y enviaremospompas en su honor.

No comprendo bien el horror hacia elarte por el arte que acomete a algunospensadores españoles contemporáneos. Laestética es una dimensión de la cultura,equivalente a la ética y a la ciencia. Quiénsabe si nuestra raza hallará, en última

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instancia, su justificación por la estéticacomo la hallaron los germanos e inglesespor la gracia.

En tanto no haya poder de elección nonace el dilema moral. Si podemos hacerbuena literatura, pero nos sentimostambién capaces de ciencia, nuestradecisión tiene que inclinarseinequívocamente hacia esta última, sinpacto alguno con aquélla. Los señoresValle— Inclán y Rubén Darío tienen supuesto asegurado en el cielo, como puedentenerlo Cajal y D. Eduardo Hiño josa. Losque probablemente se irán al infierno —elinfierno de la frivolidad, único que hay—son los jóvenes que, sin ser Valle-Inclán niRubén Darío, les imitan malamente enlugar de barajar los archivos y reconstruirla historia de España o de comentar aEsquilo o a San Agustín. O se haceliteratura o se hace precisión o se callauno.

En este negocio de la precisión,querido Maeztu, me veo obligado a romper

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con todas las medias tintas. Nuestraenfermedad es envaguecimiento,achabacanamiento, y la inmoralidadambiente no es sino una imprecisión de lavoluntad oriunda siempre de la bru—mosidad intelectual. Ganivet —del cualtengo una opinión muy distinta de la comúnentre los jóvenes, pero que me callo porno desentonar inútilmente— leyó unlibrito, muy malo por cierto, de Th. Ribot,a la moda entonces, se entusiasmó y soltóla especie de la abulia española. Ahorabien: de abulia no cabe hablar sino cuandose ha demostrado la normalidad de lasfunciones representativas. Un pueblo queno es inteligente no tiene ocasión de serabúlico. Sin ideas precisas, no hayvoliciones recias.

Por lo demás, no me parece ciertoatribuir a las palabras anglosajonas unaatmósfera de energía emotiva y negársela alas castizas nuestras. En todas partes hayequívocos, y, por desventura, en nuestratierra vamos haciendo del equívoco una

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industria nacional. Pues qué, la palabraemoción que usted emplea en el párrafocitado, ¿no le ha sugerido todo género devagas dulcedumbres? ¿No le ha llevado adecir emoción sentimental, que es comodecir árbol arbóreo o cosa así? ¿Está ustedseguro de que en español emoción es másconcreto que en inglés?

* * *

«Y aún tengo más miedo a laexcesiva sistematización de las ideas,mejor dicho, a conceder demasiadaimportancia a los sistemas. Creo —diceOrtega y Gasset— que entre las cuatro ocinco cosas inconmoviblemente ciertasque poseen los hombres está aquellaafirmación hegeliana de que la verdad sólopuede existir bajo la figura de un sistema».

«No necesito realzar el peligro de las

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sistematizaciones sintéticas. A poco que sefuercen estos doctrinarismos nos llevaríana repetir el dicho de los escolásticos de laUniversidad de París cuando negaban queningún hecho mereciera crédito frente a lasenseñanzas de Aristóteles».

«Pero si hay algo, no yainconmovible, ¿qué puede haberinconmovible en este mundo que tantasvueltas da?, si hay alguna idea que haechado raíces hondas en el alma moderna,es la de la evolución de los sistemas, delas escuelas y de los dogmas».

La afirmación de Hegel no sólo noexcluye la del desarrollo, sino que, comousted sabe, Hegel ha construido máshondamente que nadie el sistema de laevolución. Exigir un sistema como yo hagono tiene nada que ver con elescolasticismo de la Sorbona. La verdadpara Hegel no se exhausta jamás; la Ideaevoluciona mañana, como hoy y ayer; es,como dirían Kant y Fichte, una tarea, unproblema infinitos. Pero en cada instante

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es preciso que la verdad del mundo sea unsistema, o lo que es lo mismo, que elmundo sea un cosmos o universo.

Sistema es unificación de losproblemas, y en el individuo unidad de laconciencia, de las opiniones. Esto queríayo decir. No es lícito dejar flotando en elespíritu, como boyas sueltas, lasopiniones, sin ligamento racional de unascon otras.

En un diálogo —no recuerdo ahoracuál, aunque pienso sea Fedro— dicePlatón que las ideas son como lasfabulosas estatuas de Demetrio, que si nose las ataba se iban al llegar la noche. Noes decente mantener en el almacompartimientos estancos, sincomunicación unos con otros; los cienproblemas que constituyen la visión delmundo tienen que vivir en unidadconsciente. Cabe, naturalmente, no tenerlisto un sistema; pero es obligatorio tratarde formárselo. El sistema es la honradezdel pensador. Mi convicción política ha de

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estar en armonía sintética con mi física ymi teoría del arte.

No entiendo, pues, lo que usted llamaconceder demasiada importancia a lossistemas. Estos no han de ser más o menosimportantes: han de ser y basta. De su faltaproviene el doloroso atomismo de la razaespañola, su disgregación. Es preciso queel alma nuestra marche con perfectacontinuidad desde «Los borrachos», deVelázquez, hasta el cálculo infinitesimal,pasando por el imperativo categórico.Sólo mediante el sistema pondremos bientenso el espíritu de nuestra raza como untinglado de cuerdas y estacas sirve albeduino para poner tirante la tela feble desu tienda.

«¡Desarrollo!... —prosigue usted—.Esta palabra mágica empieza a distinguirla sed de una finalidad definitiva». Esto,querido Ramiro, sí que no lo comprendo.La evolución es la moderna categoría; nocreo que exista hoy ningún pensador queno sea evolucionista de una manera o de

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otra. Pero no creo que se le haya ocurridoa ninguno pensar que la idea del desarrollo—«the development hypothesis»— noslibre de la peculiar pesadilla humana trasuna finalidad definitiva. Todo lo contrario.En comparación con la filosofía del sigloXVII, en comparación sobre todo conSpinoza, el evolucionismo nuestro —repito que todos somos desarrollistas—significa una vuelta, sana y fecunda en miopinión, al teologismo aristotélico, albiologismo del grande estagirita. De todaslas ciencias cabrá dudar si necesitan de lanoción de fin para su economía, excepto dela biología, que da a su vez la perspectivapara el evolucionismo. Y apenas nosencontremos con la pareja medio-fin,especie de Deucalión y Pirra ideales,podemos asegurar que necesitamos de unafinalidad definitiva. Sólo que Kant nos hadisciplinado y ya no caemos en la rudametafísica de las causas finales, de un finúltimo que sea una cosa. Esa realidaddefinitiva es... una Idea, amigo Maeztu. La

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espiral necesita tanto de dirección hacia elinfinito como una recta. El evolucionismono nos salva del dilema: u hombres oideas. Y precisamente en estos años estánaciendo el hijo que han tenido en castasnupcias, durante el siglo XIX, el selváticoy rudo Homo primigenius de la biologíacon la madre ética, sagrada Ceres fecunday virginal.

«Yo creo en lo uno y en lo otro, en eldesarrollo de los hombres en las doctrinasy de las doctrinas en los hombres, y comocreo en el desarrollo y el desarrollo esespiral, no me preocupa el orientarnoshacia Oriente o hacia Occidente, sino queafirmo la posibilidad de desarrollarnoshacia los cuatro puntos cardinales y aúnpudiera añadirse además de los cuatro elNadir y el Zenit, como en las cruces deseis brazos que se encuentran en lasiglesias griegas».

Convenga usted, amigo Maeztu, enque esa espiral que no necesita orientaciónes una espiral inventada por usted. Y no

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acierto a disculparle cuando pienso queescribe usted eso desde la tierra de losvectores y de Hamilton. Por mi partequisiera creer que la cruz de seis brazos leha seducido y le ha hecho caer en pecado.

Faro, 9 agosto 1908.

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SOBRE UNAAPOLOGÍADE LAINEXACTITUD

RAMIRO de Maeztu contesta enNuevo Mundo (3 de septiembre) a lasrápidas notas que escribí de carrerilla unmes hace. Les otorga, en verdad, excesivohonor discutiéndolas, y me veo obligado aseguir en la liza, cuando pensabaretirarme. ¡Hay tantas personas de ánimoambiguo en este país con quienes es undeber pelear a toda hora para quedistraigamos nuestras minúsculas energíashostilizando tercamente los corazonesfraternales! Nos exponemos a que elinatento público crea que discrepamos porcompleto y, sobre todo, que divergennuestras intenciones y proyectos cuandomás aunados caminan. Hoy mismo —quiero cuanto antes quitarme este peso—he publicado unos párrafos en El

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Imparcial acerca del último discurso deUnamuno. Creía haber compuesto en ellosuna apología prudente de la acción políticaque con tanto nervio y firmeza vaejerciendo sobre, la muerta nación elrector de Salamanca. Ni podía hacer yootra cosa cuando las ideas políticas deUnamuno son exactamente las mismas quetrato de defender con la ruin lancillamoderna de mi pluma.

Sin embargo, algunas personas hanquerido ver en aquellos párrafos no sé quéinvectiva contra el gran publicista quepretendían honrar y aplaudir. Tenemos elánimo hecho a las admiraciones integralesy, exentos de hábitos críticos, todacontinencia en el loor nos parece unacensura general. Y es que alabamos ocontradecimos con los nervios, los cualesson esencialmente irreflexivos y funcionanpor descargas, brutalmente como uncarrete Rumford. Unamuno, el político, elcampeador, me parece uno de los últimosbaluartes de las esperanzas españolas, y

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sus palabras suelen ser nuestra vanguardiaen esta nueva guerra de independenciacontra la estolidez y el egoísmo ambientes.A él sólo parece encomendada por unadivinidad sórdida la labor luciferina —Aufklärung— que en el siglo XVIIIrealizaron para Alemania un Lessing, unKlopstok, un Amann, un Jacobi, un Herder,un Mendelssohn. Y aunque no estéconforme con su método, soy el primero enadmirar el atractivo extraño de su figura,silueta descompasada de místicoenergúmeno que se lanza sobre el fondosiniestro y estéril del achabacanamientopeninsular, martilleando con el tronco deencina de su yo sobre las testas celtíberas.Pero si Unamuno dice, como no hacemucho en Varo , que Madrid es lo únicoeuropeo de España y, poco después enBilbao, que Madrid es un patrimonio de lafrivolidad, me reservo el derecho depensar que esas caprichosas psicologíasde las ciudades son tonterías,imprudencias o injusticias. El espíritu de

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Unamuno es demasiado turbulento yarrastra en su corriente vertiginosa, junto aalgunas sustancias de oro, muchas cosasinútiles y malsanas. Conviene quetengamos fauces discretas.

Y ahora vuelvo a este otro hombreafable y ferviente, a este Maeztu, nuestroquerido y torrencial optimista, que está deacuerdo conmigo en el quid del problemaespañol, y sólo discrepa en el quo modode su solución.

Nos falta moralidad, dice Maeztu, yes preciso que seamos morales. Yo creo lomismo. Pero ¿cómo lograrla? No se tratade que éste u otro amigo nuestro conviertasu ánimo a la honradez, a la justicia, altrabajo, a la veracidad. Para esto, acasobastará un poco de unción y de amor, talvez unos ejercicios espirituales laicos. Setrata de ejercer sobre la innumerabilidadde un pueblo influjo tan poderoso que hagabuenos una mitad siquiera de susindividuos. Al problema puesto así,respondo: Sócrates toda su vida, y Platón

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hasta los cincuenta años, no sepreocuparon de otra cosa: ¿cómo puedehacerse virtuosa una ciudad? ¿Es la virtuduna predisposición nativa que trae elhombre, como una esencia, en el ánfora desu alma, cuando llega a las costas de lavida? ¿O es la virtud un bien que se puedeadquirir? Platón se decide por esta últimaopinión: la virtud puede ser adquirida,puede ser enseñada, porque esconocimiento, es ciencia.

Maeztu piensa de otro modo: lavirtud, la moralidad, es para él «unimpulso casi ciego, poco intelectual, unllamamiento vago del espíritu». Maeztu noquiere pronunciar la palabra propia a quetodas estas citadas sirven de paráfrasis: lamoralidad es un instinto, puesto queinstinto es toda volición, poco o nadaintelectual. Ahora bien, lo moral es, pordefinición, lo que no es instintivo.

Me parece que este escritor habiendoingresado, un poco atropelladamente, en lasecta del pragmatismo, tergiversa sus

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dogmas. No voy a discutir el pragmatismo,aun cuando considero semejante filosofíacomo una vergüenza para la seriedadcientífica del siglo XX, pues lo únicoprofundo y respetable que hay en ella lodijo ya de manera más exacta el granFichte. Sea lo que fuere, el pragmatismono niega, ni mucho menos, que la cienciaproduzca virtud, como la alquitara agua deflores. Pues qué, ¿ha encontrado Maeztumuchos intelectuales españoles que nodesdeñen la moral por cosa vieja y sinsostén apodíctico y que no repitan lasvulgaridades de Nietzsche sobre lo que seencuentra más allá del bien y del mal? Enalgunos casos procede esto de unaconvicción sincera, pero en los más nosignifica otra cosa que ignorancia.

«Si Don Juan hubiera tenido ingeniohabría descubierto la virtud» —diceStendhal—. Si en España hubiera habidoeconomistas, se habría robado menos; sihubiera habido filósofos, el materialismoreligioso no habría raído de nuestras

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entrañas étnicas todas las aspiracionesnobles; si hubiera habido ciencia éticasobre la económica, la idea severa dedemocracia no habría fenecido. En unapalabra: la ciencia hubiera plantado susriquezas del futuro, de porvenir, de idealen la línea de nuestro horizonte y hoytendríamos algo que anhelar, que querer.

Aunque le juzgo errado, voy aconceder a Maeztu, para reducir al mínimonuestra discrepancia, que la voluntad creaoriginariamente su objeto, que lo inicial essiempre la voluntad, el conato, latendencia; por un momento y en holocaustoa tan ferviente amigo, quiero hacermepragmatista. Mas precisamente para crearsu objeto, la libertad, forja antes elinstrumento de la conceptuación. Esto leserá simpático; el origen del pragmatismohabría que buscarlo en el enojo quealgunos sienten contra la ciencia, porqueno ha demostrado aún la realidad de Diosy la inmortalidad del alma. Por eso cuandollaman a la ciencia instrumento sienten

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fruición, como si al hermano enemigollamaran roca.

Me contento con esto; la ciencia esuna máquina, que en cuanto ciencia natural,produce el perfeccionamiento físico de lavida humana, arrancando a la naturalezauna comodidad tras otra, y, en cuantociencia moral, favorece el adiestramientoespiritual de los individuos. Con esto mecontento. No tornemos a la discusióninacabable de si son antes los hombres olas ideas, cosa que no cabe discutirligeramente, por cuanto supone resolver otraer a comento siquiera los problemasprincipales de la metodología histórica.Por otro lado, nuestro asunto es muysusceptible de simplificación, entrando amano airada en la evolución secular denuestra historia y tajándola, según el planocorrespondiente a la hora actual. La visióndinámica de un pueblo quizá no puede sernunca precisa; pretender descubrir todoslos hilos históricos que, unidos, componenesta soga de deshonra y dolor que al cuello

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llevamos, me parece una aspiracióninmodesta. Satisfagámonos contemplandoestáticamente nuestra estructura,analizando simplemente lo que hoy somosy lo que hoy no somos.

Maeztu cree que apenas hay hombresen España para quienes la moralidadexiste: he ahí el hecho estático, indudabley en este punto su optimismo coincide conmi pesimismo.

Pero Maeztu no admite, como yo, unmedio que nos podemos proporcionar parahacer hombres buenos, como el quecompra una pócima en la botica: ciencia.Por consiguiente, no nos queda otra salida,si seguimos su opinión, que cruzarnos debrazos y esperar a que Dios, aprovechandoel paso de una constelación favorable,haga llover sobre España hombreshonrados. Tal doctrina fatalista me encogeel corazón.

Desearía que Maeztu no objetara losiguiente: Es erróneo afirmar que yo nodescubro medio alguno bueno para

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favorecer la cosecha de españoles buenos;en mi artículo va expresado uno: «lapropaganda y difusión de la vida de fe».Sobre la inutilidad de esta propaganda síque no cabe duda alguna. Pensar otra cosaequivale a suprimir por completo lahistoria. Bien que merced a un artificiometódico cortemos nuestra continuidadsecular por el día de hoy, para obtener unasección representando el siglo XXespañol; pero no nos olvidemos de que,pobres o ricos, vivimos en el siglo XX.

Ahora bien, la característica de losmovimientos sociales es que multitudes eindividuos tórnanse cada vez másexigentes, más difíciles de conmover. Losviejos pueblos asiáticos pudieronestremecerse fácilmente a la voz enfática yungida de hombres que predicabanfórmulas indecisas y que como talesparecían infinitas a las muchedumbres.Hoy necesitamos un gran esfuerzo deabstracción para hacernos explicable elnacimiento de aquellas religiones: siglo

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tras siglo nuestro espíritu se ha idoafinando, adquiriendo precisión crítica,robusteciendo su poder de inhibición,apartando la ganga sentimental del oro delas ideas. Aquellas razas, según dice unaautoridad, no necesitaban para exaltarsemás que de una kibla y un Kitab, unadirección para orar y un libro. Tan lejanose halla de nosotros un estrato semejantede humanidad que aún no se ha logradoreconstruir satisfactoriamente el espírituque hacía posible aquella forma deeducación y aglutinación sociales. Lasreligiones, como sustancias transferibles yexpansivas, han fenecido para siempre.Los movimientos políticos del siglo XIX,en cambio, han nacido de representacionescientíficas. Una propaganda de actos de fees un anacronismo. Otra cosa sería unapropaganda con fe de ideas científicas o,por lo menos, precisas. Pero de estoúltimo no se me ha ocurrido nunca dudar.

Por lo demás, no sé muy bien qué sepropone demostrar Maeztu. ¿Que hay más

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sol en España que en Inglaterra? Sin duda,el padre sol nos favorece y nos mata aobsequios, como acaeció al míseroLentejica; pero esto no prueba que andenen regla nuestras funcionesrepresentativas. El señor Boutmy (q. e. p.d.) me perdonará; pero no me satisface suexplicación del positivismo inglés. Lamayor o menor fuerza de la luz no influyeen lo más mínimo en el vigor de laconciencia. La conciencia del sol demediodía no es menos precisa que laconciencia de la luna de media noche: loscontenidos son distintos, aquél másluminoso, éste menos, y aquí para todo. Lapsicología se resiste cada vez más aadmitir grados en la conciencia. Loshombres del Norte no tienen, pues,representaciones más torpes y oscuras quelos hombres del Sur, contra la opinión deMaeztu, sino representaciones de lo torpey de lo oscuro.

El Sr. Boutmy emplea unos métodosmuy diversos: de la brumo— sidad

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atmosférica en la Gran Bretaña deduce «larelativa ineptitud de los ingleses paraconcebir ideas generales». Lo cual noempece que de una brumosidad análoga yaún mayor sacarán los alemanes suabsoluta aptitud para las abstracciones.Añádase que la ineptitud de los ingleses,para la suma teoría, es tan relativa, queaparte Grecia y Alemania ningún puebloha impuesto al mundo tantas verdadesabstractas como el inglés. Mas no es eltosólo; mano a mano viven y miran bajo elmismo paralelo los beduinos de la Arabiay los arios del Penchab: de aquéllos (y desus hermanos hebreos) pudo decir Renán:«La abstracción es desconocida en laslenguas semíticas, la metafísicaimposible». De los indoarios, por elcontrario, cabe afirmar que comían, bebíany palpaban la metafísica. Buckle apunta laidea de que esta facultad provínoles delgran consumo de arroz (¡!).

Declaro honestamente que estamanera de hablar sobre cuestiones tan

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delicadas me parece ilícita. Sóloconseguimos de tal suerte fomentar laperduración en nuestra sociedad de laindisciplina intelectual, cuandodebiéramos esforzarnos, más bien, porimplantar hábitos de parsimonia en eljuicio y veracidad en la razón.

Estimo sobremanera las intencionesde Maeztu, y su fuego patriótico; pero nocumpliría el deber de franqueza que ledebo si no censurara la irrespetuosidadcon que toca cuestiones que sólo puedenser resueltas con métodos técnicosdifícilmente improvisables. Su energíaespiritual le impele a lanzarse dentro deselvas problemáticas y el ardor de susangre valiente al golpearle las venas leenciende tanto que no advierte los tallos,los arbustos y los gérmenes que al pasodestroza. No trato de estorbarle la entradaen territorio alguno ideal: no pretendoconvertir el alma nacional en feudo deunos cuantos brahmines universitarios,como dijo él una vez. Si otros que los

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brahmines averiguan los enigmas, venganacá y les pondremos la cabeza entre flores.Pero acontece que el estudio científico noes un mero pasatiempo inventado poralgunos ociosos, sin el cual puedenalcanzarse las mismas cosas que con él. Laverdad no tiene otro camino que laciencia: la fe sólo lleva a creer. Benditasnos son las buenas intenciones; peropreferimos los buenos métodos. Delante deuna orquesta lamentable exclamaba un díaHeine: «¡Estas buenas gentes y malosmúsicos!...»

No quiero insistir sobre el artículo deMaeztu; es muy afectuoso para mi modestaincipiente persona; y en general, essimpático, irradia benevolencia y ternurahacia todos los dolores de esta raza sinfortuna ni esperanzas. Si prosiguiera lacrítica caería en horrible pedantería: aquíes lícito todo, salvo ser exacto, buscar laprecisión, pesar las palabras, rectificar lascomparaciones. Maeztu achaca a Platón ya Kant cosas que me parecen

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insustentables, no sólo desde mi punto devista, sino desde cualquiera que norenuncie a la exactitud. Dice, comomuestra de la vaguedad en el contenido delas palabras germánicas, que denkensignifica pensar y dar las gracias. ¡Comosi nuestro pensar no tuviera asimismo unaraíz significando ideal, pensar, colgar ydar pienso! Es verdaderamente peregrinoque se trate de recabar para las lenguasgermánicas la riqueza sinonímica. Acasoolvida Maeztu el famoso desdén con queFichte llamó a las lenguas románicas,lenguas muertas, porque los pueblosneolatinos no entendemos, con concrecióne inmediatez, las raíces de nuestraspalabras, las cuales viven hoy en el idiomaanquilosadas e insignificantes.

Para concluir estos párrafos advertiréque Ramiro de Maeztu no cree que la raízúltima de nuestro añejo decaimiento estéen la falta de inteligencia, pero tampococree que se halle en la falta de voluntad.Ignoro de qué facultad psicológica echará

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mano, porque a la postre alguna tendrá queser.

Faro, 20 septiembre 1908.

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UNA FIESTA DE PAZ

HAY un gran dolor sobre España.Ese dolor habrá de recogerse, sin que sepierda una gota, piadosamente en loscorazones fieles, puros y orientados haciaun porvenir inequívoco de precisión y deenergía. La inquietud y las emocionesinterinas pasarán dejando una huellaluminosa de serenidad y de severidad.Llegará la sazón para el juicio libre yclaro. Entretanto, hablemos de una granfiesta de paz que celebra Alemania estosdías con motivo del quinto centenario de laUniversidad de Leipzig.

Es frecuente oír en tertulias y Ateneosla ingenua opinión que atribuye eldesmantelamiento cultural de España a lamuchedumbre de guerras y movimientospolíticos que ha padecido durante losúltimos siglos. No parece sino que en tantonosotros movíamos guerra a italianos,flamencos y americanos, mientras nos

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contorsionábamos dolidamente en guerrasciviles y coloniales, en revoluciones ypronunciamientos, Francia y Alemania,Inglaterra e Italia dormían en un lecho derosas. La única diferencia esencial entrenuestra historia y la de esas naciones,consiste en que nosotros nos limitábamos adestruirnos, mientras ellas, en medio de laconfusión y de la inquietud no cesaban detrabajar en la organización de la paz.

En los libros de estoicos y ascéticosse habla de una paz interior que sabios ysantos conservan en medio de las mayoresturbulencias y contratiempos. Esta pazíntima, esta tranquilidad profunda de lossenos espirituales no es natural, no latrajeron esos hombres del vientre de sumadre: fue, antes al contrario, su conquistay su labor.

Somos solicitados de todas partes aun consumo pródigo de nuestra actividad:de un lado la terrible necesidadeconómica, de otro la terrible necesidadde la ambición, de otro las exigencias

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pasionales, entre las cuales son, a mi modode ver, las más feroces, el erotismo y ladiversión. Nuestra energía para hacerfrente a todo esto es forzada a vivir al díay conforme se va produciendo se vagastando. ¿Cómo pedir un lujo tal devitalidad que aún nos sobre para irnosconstruyendo un mundo interior duradero,dotado de cimientos fuertes y buenrégimen? Esto es casi imposible; lo únicoque podemos hacer es economizar energíapor algún lado para emplearla en lainstauración de nuestro edificio espiritual:hemos de saber renunciar, de acertar aabstenernos. «Abstine» es la contraseñaque el estoico y el asceta nos proponen.

En los países donde no se habíaperdido la tradición moral, en medio delas exaltaciones hubo abstinentes; enmedio de las guerras, tranquilos ypacíficos; en medio de las seducciones,gente humilde y gente casta. Y esto supusouna economía enorme de fuerzas que semantuvieron puras y serenas y fueron

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labrando un reducto a la paz, un órgano ala cultura, que es virtud y sabiduría, quees, en una palabra, idealismo.

Si el órgano de la guerra es, enapariencia, el ejército, el órgano de la pazes, sin disputa, la Universidad; de esa paz,repito, que coexiste con las mayoresconvulsiones y las atraviesa sin quebranto,sin solución de continuidad. Puededecirse, sin peligro de error, que tanto depaz hay en un Estado cuanto hay deUniversidad; y sólo donde hay algo deUniversidad hay algo de paz.

Muchos lectores creerán justamenteque esto no tiene ningún sentido: ofrécesea su mente, bajo el nombre deUniversidad, una realidad tristísima; unedificio sucio y sin fisonomía, unoshombres solemnes que, repitiendo unaspalabras muertas, propagan en las nuevasgeneraciones su ineptitud y su pesadumbreinterior; unos muchachos escolares quejuegan al billar, piden ruidosamente elpunto y son dos veces al año clasificados

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en aprobados y suspensos. Tiene razón ellector: si es $so la Universidad, en lugarde hallar en ella la categoría de la paz,habríamos de considerarla como categoríadel achabacanamiento.

Pero ahora festeja Alemania el quintoaniversario de una institución que se llama«Universitas, Universitas studii», y quetiene muy otra dignidad y valor que esaatroz vergüenza nuestra de la calle Ancha.

El «Augusteum» de Leipzig es unmagnífico edificio de mármol elevadohace poco más de un decenio sobre elterreno que ocupaban las viejasconstrucciones académicas. Ya que no,pues, dentro de los mismos muros, sobreaquel mismo suelo ha perdurado durantecinco siglos una corporaciónnumerosísima formada de viejos yjóvenes, sin que jamás se rompiera lacontinuidad de su labor. Recórrase lahistoria alemana, historia no menostemblorosa y doliente que la nuestra, talvez más cruel: guerras feudales, guerras

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políticas, guerras religiosas, revoluciones,desolación, perpetua inestabilidad. Altravés de todo ello la corporaciónlipsiense ha proseguido su obra deenjambre solícito y labrador: fuera de surecinto se vivía y se luchaba por lomomentáneo; dentro se trabajaba el hilosobremomentáneo en que las horas sueltasson luego ordenadas y aparecen comohistoria.

Lo que a esa corporación preocupabaera precisamente lo que no importaba anadie particularmente: le interesaba lo quecarece de interés para el individuo, loinútil. ¿Hay nada más inútil en tiempo deguerra que pensamientos de paz? Puesdesde el punto de vista intelectual la vidaes siempre una guerra.

Yo he sido un combatienteY esto quiere decir que he sido un

hombre,

cantaba Goethe. La paz no es útil para

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el individuo porque él jamás estará en pazy en contento. La paz no es real ni lo será,no existe ni existirá. La paz es el nombreque damos al tempo psíquico en que nosocupamos de la justicia absoluta, de laverdad, de la belleza. Ahora bien, ningunade estas cosas existirán nunca en larealidad. Por eso las llamamos ideales: nohay otra paz que la paz de los corazones.Durante cinco siglos los maestros y losdiscípulos de Leipzig han vivido en lacomunión de este ideal: la naturalezafísica, el pasado clásico y oriental, lateología, la jurisprudencia, la matemática,el arte, llenaban por completo sus ánimos.Nada de eso se come, nada de eso secobra, nada de eso se besa: son comobarrios de la divina Jerusalén mística queveían los profetas refractada en las nubesdel crepúsculo sobre la terrestre Jerusalén.

Y, sin embargo, ¿está tan fuera deduda que la Jerusalén siriaca sea más realque la mística Jerusalén ideada por losprofetas? ¿No es cierto que sobre nosotros

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mismos, que no hemos visitado jamás laciudad de tierra, gravita, tal vez hastaaplastarnos, la ciudad ideal judeo-cristiana? Vivimos una época de groseromaterialismo, pero no tardará en llegar lahora en que parezca verdad de Pero Grullosostener que las ideas son más reales quelas piedras, ya que tocar las cosas no es alcabo sino una manera de pensarlas.

Ello es que la Universidad de Leipzigha sido una de las matrices donde se haengendrado la actual realidad alemana. Deaquellas pacíficas meditacionesacadémicas proviene el ejército más fuertede Europa: de aquellos físicos y químicosque vivían .austeramente la enorme riquezadel «made in Germany». Diríase que serepite el caso del sabio indio que, segúncuenta Renán, después de haber sidoarrojado del cielo de Indra, se creó por lafuerza de su pensamiento y la intensidad desus méritos un nuevo Indra y nuevoscielos. Apartándose de la realidad, lacorporación secular de. Leipzig ha

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logrado, merced a su poder de idealizar,poner sobre el mundo una realidad nueva ymás firme.

Y en tanto, en nuestra Universidadfantasma la sombra de un profesor pasalista sañudamente a las sombras de unosestudiantes.

El Imparcial, 5 agosto 1909.

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UNAMUNOYEUROPA, FÁBULA

PRISIONERO de otras ocupaciones,no he podido hasta ahora poner un exiguocomentario a la carta de D. Miguel deUnamuno, publicada hace días en ABC.Una carta privada como esta en que elseñor Unamuno sanciona las opiniones delSr. Azorín, no merece grande atención: elcorreo privado apenas si sirve de otracosa que de manso cauce al río turbulentode las impertinencias individuales. Sólome interesan las acciones y los problemaspúblicos: hartas dificultades hay en éstospara que nos distraigamos en meditarsobre las incongruencias íntimas, privadasde nuestros contemporáneos. Habíapensado, desde luego, en no oponer nada ala filosofía soez de aquella carta: como enmi artículo anterior me preguntaba denuevo: ¿qué decir a quien no se preocupade la verdad? Cierto que el señor

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Unamuno me alude en esa carta: habla de«los papanatas» que están bajo lafascinación de esos europeos. Ahora bien,yo soy plenamente, íntegramente, uno deesos papanatas: apenas si he escrito, desdeque escribo para el público, una solacuartilla en que no aparezca conagresividad simbólica la palabra: Europa.En esta palabra comienzan y acaban paramí todos los dolores de España. Y escostumbre en esta tierra mía, en esta tierraque Dios ha puesto de un empellón fueradel alcance benéfico de su vieja manorugosa, contestar a la guapeza con algúngesto de jaque. El Sr. Unamuno ha elevadoa la dignidad universitaria los usosjaquescos que el Sr. La Cierva, taningenuamente, se obstina en perseguir porlas tabernas. ¿Dónde iremos ahora abuscar la bonne compagnie ? Yo debíacontestar con algún vocablo tosco o, comodecían los griegos, rural, a D. Miguel deUnamuno, energúmeno español. Pero...esto sería muy poco divertido. Quienes

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rompen las reglas artificiales de la buenaeducación se quedan sin gozar la fruicióndelicadísima de ejercitar íntegramente susenergías dentro de ellas. Pues qué, ¿noestriba todo el placer del juego en elsometimiento a ciertas reglasconvencionales y hasta ridiculas? ¡Divinojuego civil de la buena educación! ¡Deleitenoble y señor el de vivir dentro de lasreglas quebrantables sin quebrantarlas!¡Suprema voluptuosidad para quienes soncapaces de sentir la voluptuosidad de laley!

¿A qué, pues, contestar la carta delrector de Salamanca? ¿Qué dice en ella, alfin y al cabo? «Si fuera imposible que unpueblo dé a Descartes y a San Juan de laCruz, yo me quedaría con éste».

En los bailes de los pueblos castizosno suele faltar un mozo que cerca de lamedia noche se siente impulsado sinremedio a dar un trancazo sobre el candilque ilumina la danza: entonces comienzanlos golpes a ciegas y una bárbara

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baraúnda. El Sr. Unamuno acostumbra arepresentar este papel en nuestra repúblicaintelectual. ¿Qué otra cosa es sino preferira Descartes el lindo frailecito de corazónincandescente que urde en su celda encajesde retórica extática? Lo único triste delcaso es que a D. Miguel, el energúmeno, leconsta que sin Descartes nos quedaríamosa oscuras y nada veríamos, y menos quenada el pardo sayal de Juan de Yepes.

Yo pensaba no hablar de estalamentable epístola; pero ¡he recibidotantas hostigándome a la protesta! Cuandocomenzaban las escenas a que ha dadomotivo esta guerra imperfecta del Africa,pedía yo desde estas columnas, ante todo,pudor nacional. Preveía la curiosidadjusticiera de Europa asomándose tras losPirineos y recorriendo con sus ojosseveros la desnudez de nuestras carnesseñaladas por todos los vicios.Desgraciadamente, he acertado. Yo no séquién pueda censurar honradamente aEuropa si la oímos que dice: Hermanos de

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Aria, nuestra España sigue igual.Pero el Sr. Unamuno no es hombre

que se ande con medias tintas: como Juande Yepes es superior a Descartes, es, enno pocas otras cosas, superior España aEuropa; por ejemplo, en lingüística,ejercicio oficial y obligado del Sr.Unamuno. Léase lo que dice a Azorín paramostrar en qué consiste la superioridad delos celtíberos:

«Hay que proclamar nuestrassuperioridades actuales. Indigna ver tantohispanista (¿?) que se cree que Españaacabó en el siglo XVII. Un chileno que alláen su tierra había estudiado filologíacastellana con dos alemanes (!!!), vino depaso para... París, a perfeccionarse enella. Oyó a Menéndez Pidal y se quedó. Yes que éste ha escrito un manual muchomejor en su género que cuantos análogosconozco del extranjero. Y así hay muchos.Cajal no está solo. Nos falta —y no lodeploro— el sentido de la reclame, y,además, no solemos dignarnos

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defendernos. A su desdén teatraloponemos nuestra altivez».

¿Qué contestar a esto? El nombre deMenéndez Pidal es tan noble, tan ejemplar,tan severo, que vale por cien argumentos.Por otro lado, el Sr. Unamuno se hadedicado, en cumplimiento de un deberineludible, capital, al mismo género detrabajos que el autor de «El cantar de MyoCid». ¿Quién podrá dudar, pues, de quesabe muy bien lo que dice cuando noscombate a los europeizantes con el claronombre de D. Ramón Menéndez Pidal?

Mas ¡ay!, he recibido estos días unascuartillas de un español, joven einteligentísimo, cuyo nombre no ignoraUnamuno: don Américo Castro, discípulopredilecto y familiar del Sr. MenéndezPidal. Y estas cuartillas dicen así:

«Torpes andan quienes barajando asu sabor hechos de difícil comprobaciónpara los más, pretenden —con palabras defanfarria mal adobadas de pretendido amora la tierra— cubrir con la prez de un

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nombre ilustre el nefando pecado de lafelonía intelectual.

»No otra cosa significa colocar elnombre del señor D. Ramón MenéndezPidal entre el elogio de un chileno que "leprefiere" a los alemanes y una deslavazadacensura para los que fuera de España sehan preocupado, mucho antes que el Sr.Unamuno pudiera soñarlo, de hacer unaciencia del estudio de nuestra lengua. Noignora el rector de Salamanca que antes deque el señor Menéndez Pidal comenzasesus trabajos de filología —su gramática sepublicó en 1904— si se exceptúan losseñores Bello y Cuervo, americanos, sólonombres extranjeros figuran en lasbibliotecas de filología románica cuandode castellano se ocupan. Lo que el Sr.Unamuno sepa de filología castellana tuvoque aprenderlo en las gramáticas de Diez,Meyer Lübke, Foerster y Baist, alemanes,y en la de Gorra, italiano. Si se enteró deque el habla salmantina era algo más quepalabras deformadas por la rusticidad

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aldeana, tuvo que leer a Gessner, "DasAltleoniscke", Berlín, 1876; a MorelFatio, "Recherches sur les sources du librode Alexandre", Upsala, 1887, y su reseñadel libro de Gessner en la "Zeitschrift fürromanische Philologie", de 1904, y hoy díaa E. Staaf, "L'ancien dialecte léonais",Upsala, 1907.

»En cuanto a esos dos alemanes quedespectivamente aparecen seguidos deadmiración, son los señores R. Lenz y F.Hansen. Al primero se debe, según MeyerLübke ("Einführung", página 171), el únicotrabajo completo sobre uno de losproblemas más difíciles de la filologíarománica: "el de determinar en qué medidahan influido los pueblos prerromanos, quedespués se romanizaron, en la formaciónde las lenguas romances". (V. sus"Chilenische Studien". Phon. Stud. V y"Die chilenische Lautlehre, verglischen mitder araukanischen", Zeit. XVII). Elsegundo es autor de numerosasmonografías sobre la conjugación

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española antigua y las dialectales, leonesay aragonesa; hoy día representa en Chile elfactor más importante para la formacióncientífica de la juventud chilena "queestudia español". No hablemos de lainfinidad de artículos en revistas —ninguna española— debidos a Cornu,Ford, Poberowicz, Staaf, Tallgren,Marden, Pietsch, Salvioni, M. Fatio, etc.,sin contar con que en casi todas lasediciones de autores españoles, si el señorUnamuno ha querido estudiarlos"filológicamente", tuvo que recurrir a FitzGerald (Berceo), Baist y Grafenberg (D.Juan Manuel), Foulché-Delbosc(Celestina, Lazarillo, etc.), Marden (F.González), M. Fatio (Alexandre),Buchanan y Rennert (comedias), Bohmer(Juan de Valdés), Mérimée (Guillén deCastro), H. Mérimée (G. de Castro yMercader), Ducamin (Juan Ruiz), Lang(cancioneros), etcétera, etc. A esteinmenso trabajo, labor de treinta años, y atanto nombre benemérito, podemos

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incorporar para honra nuestra elpreclarísimo del Sr. Menéndez Pidal, másconocido en el extranjero que aquí —dudoque hayan leído el "Cantar de Myo Cid"más de veinte españoles— y cuyainiciación en la ciencia de la filologíaespañola la debió a haber aplicado en susinvestigaciones el riguroso método quefuera de aquí se seguía en esta clase deestudios. Hoy día, es cierto, pueden venirextranjeros a escuchar su palabraautorizada. Ya lo han demostrado lasUniversidades de los Estados Unidossolicitando su presencia para quedifundiese entre ellos sus tesoros deerudición medieval.

»Cierto es también que sería ingratodesconocer que a la incorporación de unpequeño núcleo de españoles a la culturaeuropea debemos el poder enorgullecemoscon sus triunfos.

»Ahora bien, si el Sr. Unamuno sabetodo esto en su calidad de profesor defilología, ¿por qué escribe la carta del

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ABC?»Poco a poco va aumentando el

número de los que quisiéramos que lasquerellas personalistas cedieran en Españala liza a las discusiones más honestas yvirtuosas sobre la verdad verdadera. En elnaufragio de la vida nacional, naufragio enel agua turbia de las pasiones, clavamosserenamente un grito nuevo: ¡Salvémonosen las cosas! La moral, la ciencia, el arte,la religión, la política, han dejado de serpara nosotros cuestiones personales;nuestro campo de honor es ahora elconocido campo de Montiel de la lógica,de la responsabilidad intelectual.Pensando en esto, he preferido lasobservaciones técnicas de mi grandeamigo Américo Castro a toda mi prosaindignada. Merced a ellas puedo afirmarque en esta ocasión don Miguel deUnamuno, energúmeno español, ha faltadoa la verdad. Y no es la primera vez quehemos pensado si el matiz rojo yencendido de las torres salmantinas les

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vendrá de que las piedras venerablesaquellas se ruborizan oyendo lo queUnamuno dice cuando a la tarde paseaentre ellas.

Y, sin embargo, un gran dolor nossobrecoge ante los yerros de tan fuertemáquina espiritual, una melancolíahonda...

«¡Dios, que buen vassallo si oviesebuen Señor!»

El Imparcial, 27 septiembre 1909.

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LA TEOLOGÍADERENAN

EL libro de Gastón Strauss, «Lapolítica de Renán», nos ofrece la ocasiónde observar cómo un intelectual seaproxima a la política.

Lo primero que advertimos es queRenán no llega a la acción social en estadode inocencia. La política no se daba en él—como en ningún pensador— en estadode inocencia. Los programas que en 1869y 1878 proponía a sus lectores erancorolarios de su filosofía de la historia.

Este es un dato que deben meditar losjefes de partidos españoles si, comoparece, han creído que llega laoportunidad para solicitar el auxilio de losintelectuales. Para un intelectual, laoperación de ingresar en un partido no estarea fácil; un cuerpo y aún una concienciahallan dondequiera acomodo; pero ¿y unafilosofía? Buena o mala, laxa o prieta,

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todo publicista que vive honradamente desu pensar tiene una filosofía. ¿Cómoadecuar ésta a los discursosparlamentarios de un jefe de partido?¿Hasta qué punto es compatible unafilosofía con el Sr. Maura, con el Sr.Moret o con el señor Lerroux?

* * *

Nadie podrá acusar a Renán de faltade atención al presente. No sólo se ocupóde política, sino que apenas escribió unalínea que no fuera una toma de posición enlas luchas morales y sociales de su tiempo.Mientras reconstruye la remota imagen deJesús, procura conducir las citas delAntiguo y del Nuevo Testamento hacia lasurnas electorales, y al caer en un éxtasisradiante frente a la egregia blancura delPartenón, compone su famosa plegaria, que

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es, acaso, la única revancha hasta ahoraconseguida por los franceses sobre elespíritu alemán. Por otra parte, nadie se hapreocupado más de preparar el porvenir;acaso podamos echarle en cara no haberpercibido las infinitas posibilidades denuevas formas de vida que trae consigo elsocialismo, mas pocos escritores hanconsagrado tantas páginas, tan ágiles, tansutiles, a la humanidad futura. Sinembargo, éste es el hombre que, segúnpropia confesión, no podía viajar portierra que no tuviera archivos. Fue unfilósofo; vivió entre las cosas que se diceque han muerto.

Renán miraba todas las cosas bajo laespecie de lo histórico, mas como para éllo histórico es lo divino, lo que tiene en símismo su valor y su perenne justificación,su filosofía de la historia es, en realidad,una teología.

Veamos cómo lo histórico puede serlo divino.

Spinoza decía que todo es Dios,

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porque Dios llamamos al Ser sinlimitación, al Ser infinito: el Ser infinito esla Naturaleza; materia o espíritu, cuantoexiste es natural, luego cuanto existe es unamodificación, una limitación de Dios. Eneste sentido no podía Renán ser panteísta.El siglo XVIII, el siglo de Leibniz,Newton, Hume y Kant, ha hecho imposibleel trato mano a mano con nada que, siendoreal, pretenda ser ilimitado y absoluto.Hoy sólo pueden hacer esto los místicosque son, por decirlo así, apaches de ladivina sustancia, gente que atraca en lasoledad de un éxtasis al buen Diostranseúnte.

Para Renán es Dios «la categoría delideal», o, lo que es lo mismo, toda cosaelevada al colmo de su perfección eintegridad. ¿Qué hay, pues, que no seacapaz de haber sido o de poder ser Diosalgún día? Ambrosía llamaban los griegosa la bebida ideal; los dioses eran losbebedores de ambrosía, «hombresinmortales», que decía Heráclito,

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participantes de una eterna borrachera.Mas, si se advierte, la ambrosía era sólola bebida mejor. Un espartano estaría,pues, en lo cierto, si afirmaba que laambrosía no era otra cosa que su castizahidromiel; ¿conocía él, por ventura, nadamejor? Asimismo no podía censurarse aljerezano que se obstinara en identificar laambrosía con el «Tres Palos Cortados»;¿no es este vino para él la felicidad en suforma potable?

El pensamiento de Renán en esteasunto me parece transparente. Dios es lacategoría de la dignidad humana; lavariedad riquísima de dogmas religiososviene a confortar la opinión de que lodivino es como el lugar imaginario sobreque el hombre proyecta cuanto halla en síde gran valor, cuanto le aparta de la bestiasutilizando su naturaleza y dignificando susinstintos. Esa proyección es inconsciente,no un acto deliberado. Un individuo sesiente súbitamente impulsado asacrificarse por el interés común, a decir,

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por ejemplo, la verdad, cuando decir laverdad cuesta la vida, a defender underecho social no reconocido. Antes deinventarse la psicología, antes de que sedescubriera una cosa que se llamavoluntad, sentimiento del deber, etc.,¿cómo podía aquel individuo interpretar loque en él, allá en su interior acontecía?Tenía que atribuirlo a una fuerzaelemental, como el fuego o el Viento, a unpoder externo superior a él, que le poseíay le obligaba a ser justo, a ser veraz.Recuérdese que, aun en Homero, lasenfermedades son seres que se apoderande los cuerpos. No era, pues, justo elhombre sin psicología, sino que un serhipotético, al cual llama Justicia, le muevey le fuerza a obrar de tal suerte. LaJusticia, la Sabiduría, la Fortaleza sonDios.

La reflexión destruye esaspersonificaciones y las reduce a fuerzasinteriores del espíritu humano. La Justiciaqueda descompuesta en la serie de actos

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justos realizados por los hombres; laVerdad suma hay que buscarla , en lahistoria de las matemáticas; el Bien quedaconvertido en el proceso doloroso derenunciamientos, de sacrificios, degenerosidades, merced al cual ha llegado amadurar la constitución política y habitualde nuestra sociedad. Dios queda disueltoen la historia de la humanidad; esinmanente al hombre: es, en cierto modo,el hombre mismo padeciendo yesforzándose en servicio de lo ideal. Dios,en una palabra, es la cultura. «Tú eres mimejor yo», canta una vez Shelley a lamujer que inspira sus canciones; podríadecirse que Dios es el conjunto de lasacciones mejores que han cumplido loshombres: el Partenón y el Evangelio, DonQuijote y la mecánica de Newton, laRevolución francesa y la «Historia Ró—mana» de Mommsen, las cooperativas deconsumo y el régimen parlamentario. Dioses lo mejor del hombre, lo que leenorgullece, lo que intensifica su energía

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espiritual, la herencia científica y moralacumulada lentamente en la historia.

Más, como decía paradójicamenteGoethe: «Lo que se hereda de los mayoreshay que conquistarlo para poseerlo». Esaherencia, ese almacén de dignidad poco apoco cosechada, está ahí, fuera denosotros; un inglés, al nacer, no traedisuelto en la sangre el binomio deNewton, ni un alemán la Crítica de lara^ón práctica. Ambas cosas son,ciertamente, espíritu condensado; peroningún espíritu individual puedeatribuírselas: son lo que Hegel llamaasimilárselo para que aquella riquezalatente adquiera vida actual.

No es lícito, por tanto, romper con elpasado; el pasado es nuestra dignidad. Aun hombre sin ventura le parecía, no hacemucho, más bello un automóvil que lavictoria de Samotracia. Es posible que asísea; pero no está sólo la estulticia en talpreferencia, sino en el gesto con que enesa frase grosera se pretende romper la

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comunión con la realidad helénica. Ysobre esto conviene que no haya duda; encondiciones intelectuales no muydisparejas, quien no haya meditado aPlatón, tiene menos peso específico,dentro de la zoología, que quien lo hayaglosado. No asimilarse la cultura griegaequivale a ser menos hombre, y significauna mayor aproximación al kanguro.

Renán exclama imperativamente queno renunciemos al pasado, que loconservemos, y su obra aparece comoinmenso pebetero, del cual se eleva,ondeando, el incienso del respeto. Paraeste gran pensador-poeta es el recuerdouna de las virtudes teologales, la máshonda, donde germina la fe y arranca avolar la esperanza. Las guerras y lasemigraciones de los pueblos, los cambiosde los imperios, las revoluciones, losazares de la humanidad al hilo del tiempo,representan las inquietudes de un Dios quese está haciendo. La historia es laembriogenia de Dios, y, por lo tanto, una

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especie de teología; recordar, hacermemoria del pasado, se transforma de estemodo en un misterio religioso, y al Cuerpode archiveros compete hoy las funcionesencomendadas a los párrocos y suscoadjutores. La Filosofía, según Renán,«tiene curas de alma».

Europa, 20 febrero 1910.

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ESPAÑACOMOPOSIBILIDAD

UN viaje por España y Portugal —dice Meier-Graefe en el prólogo de sunuevo libro Viaje de España—proporcionó a los venturosos participantesvariadísimas impresiones. Lo que de ellopudo ser anotado en las pocas horasexentas de mejor ocupación va copiadoaquí. Si hubiera sido más, habría yosacado menos. Quien visitó aquel paíscomprenderá que prefiriera yo vivir aescribir. A quien no estuvo allí, leaumentarán mis someras sugestiones elansia de ir, mejor que la descripcióndetallada de cosas que quieren ser vistas.Para conocer la Península pirenaica sonmenester, mal contados, diez años,dándoles buen empleo. Yo disponía sólode seis meses, y carecía por completo delimpulso a tanta aplicación. Nos hemosencontrado a placer en España. Europa se

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hace poco a poco tan pequeña, que merecegratitud la indicación de espacios libresdonde agitar el cuerpo y el espíritu. Estoconstituye el único orgullo del autor».

He de hablar largamente de este libroen otro lugar. Ahora sólo me interesacomentar esa interpretación general deEspaña como posibilidad para inmigraciónde sensibilidades europeas. ¿Cómo? ¿Loseuropeos necesitan de emocionesespañolas? ¿Será un error consiguientenuestro europeísmo?

—Europa se hace angosta —clamaMeier-Graefe desde Alemania—. jYnosotros, que buscamos en el germanismouna introducción a regiones infinitamenteextensas! Perdón; ¿dónde está el horizonte,dónde está realmente la rotunda línea,magnífica, de la amplia visión? ¿Es latierra quien hace ancho el horizonte? ¿Nóes más bien el punto de vista?

Meier-Graefe trae en su retina aEuropa: Europa no es una expresióngeográfica. Cuando se ha combatido la

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tendencia de esta revista, se ha cometidola gedeonada de confundir a Europa con elextranjero. ¿Qué nos importa el extranjero,la serie de formas étnicas, históricas quepueda tomar la cultura en otras partes?Precisamente, cuando postulamos laeuropeización de España, no queremosotra cosa que la obtención de una nuevaforma de cultura distinta de la francesa, laalemana... Queremos la interpretaciónespañola del mundo. Mas, para esto, noshace falta la sustancia, nos hace falta lamateria que hemos de adobar, nos hacefalta la cultura.

Una secular tradición y ejercicio delo humano ha ido sedimentando densassecreciones espirituales: Filosofía, Física,Filología. La enorme acumulación se elevacomo un monte asiático; desde lo alto sedominan espacios ilimitados. Esa alturaideal es Europa: un punto de vista.

No solicitemos más que esto: clávesesobre España el punto de vista europeo. Lasórdida realidad ibérica se ensanchará

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hasta el infinito; nuestras realidades, sinvalor, cobrarán un sentido denso desímbolos humanos. Y las palabraseuropeas que durante tres siglos hemoscallado, surgirán de una vez, cristalizandoen un canto. Europa, cansada en Francia,agotada en Alemania, débil en Inglaterra,tendrá una nueva juventud bajo el solpoderoso de nuestra tierra.

España es una posibilidad europea.Sólo mirada desde Europa es posible

España.

Europa, 27 febrero 1910.

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¿UNA EXPOSICIONZUOLOAGA?

ENTRE las cosas fáciles, la másimportante que podía intentar ahora elministro de Instrucción Pública sería, enmi opinión, una Exposición Zuloaga. No setrata de un homenaje: homenajes se estánhaciendo todos los días, y casi llegará aser una distinción que se adjudique ahombres de verdadero mérito noconsagrarles homenaje alguno. Loshombres de gran valer no son acreedores aestas adehalas placenteras: bastante tienencon su propia sustancia. El placer del granartista o del gran pensador al hallarse conla obra cumplida delante, tierna aún, de lacreación, paga sobradamente los gravesesfuerzos en ella condensados. Laconveniencia de una Exposición Zuloagase funda en su utilidad para nosotros losque fuéramos a visitarla. ¿Y no está paraesto puesto ahí el Ministerio de Instrucción

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Pública y Bellas Artes? Su función no espremiar los méritos de los españolestriunfantes con la pluma o el pincel; es másbien hacer posible la cultura, fomentar enla masa anónima las preocupacioneselevadas, suscitar en el ambiente públicomotivos de una vitalidad superior y hacerque la trivialidad del comercio ciudadanoquede rota a menudo por corrientes difusasde valores ideales. No concibo que unministro de Instrucción Pública se quedesatisfecho si a la vuelta de cada mes no lecabe la certidumbre de haber enriquecidola conciencia española con un nuevo temacultural. Su dignidad es la más alta de unasociedad europea, es la forma moderna deaquella otra divina magistratura que sobrelos campos tórridos de Pharan ejercitóAarón, hermano de Moisés. Sería vergonzoso que se contentase con administrarlos servicios pedagógicos nacionales: alfrente del personal educativo correspondeal ministro la ardiente actividad de primermaestro. ¿Por qué no ha de ocuparse en

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solicitar a las grandes personalidadeseuropeas para que den conferencias enEspaña? ¿Los grandes exploradores —Sven Hedin, Peary—, los grandes literatos—France, Lemaitre, Pascoli, BernardShaw—, los grandes pensadores —Bergson, Croce, Simmel?...

Esta petición de que se organice unaExposición Zuloaga tiene un sentidopedagógico, el mejor sentido, el másfecundo que puede tener una cosa. Laperegrinación de los lienzos egregios consus bárbaras figuras por las tierras castizasde donde salieron removerá muchosnervios enmohecidos, levantará disputas,quebrará putrefactas opiniones, clarificaráalgunos pensamientos, y, en no pocas casasdesespiritualizadas, recogidos losmanteles tras la cena brutalmente breve aque obliga el ministro de Hacienda, sehablará de estética, gracias al ministro deBellas Artes.

Y no sólo de estética: en la pintura deZuloaga rebotan los corazones y van a

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parar rectos al problema español; suscuadros son como unos ejerciciosespirituales que nos empujan, más que nosllevan, a un examen de conciencianacional. Ahora bien, esto es lo másgrande, lo más glorioso que puede hacerpor el porvenir de su raza un artistahispano: ponerla en contacto consigomisma, sacudirla y herirla hasta despertartotalmente su sensibilidad. Dotarla deintimidad.

No sé hasta qué punto sea acertadoemplear los vocablos de máxima lauderefiriéndose a Zuloaga. Maeztu le hallamado «genio». Esto es, desde luego,excesivo: genios son sólo los muertos. Lagenialidad es una condensación lenta devalores humanos sobre las obras de ciertoshombres, que en cuanto genios fueroninconmensurables a su época. Lo genial esuna perspectiva secular que se han idoabriendo algunos libros, algunos cuadros yestatuas, algunas formas musicales. Sin esatrascendencia de lo contemporáneo no

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creo que haya motivo para usar de lapalabra genio. Ocurre que luego deveinticuatro siglos continuamos sacandopiedra nueva de la cantera platónica:Platón vive aún realmente, aún no es unpasado: Platón, por consiguiente, es ungenio. La genialidad es, pues, un valorexperimental. Maeztu aprende hoy en el«Quijote» a ordenar su visión del mundo;luego Cervantes no quedó agotado en elhorizonte de ideas y emociones de sutiempo: porciones de su espíritutrascendieron vírgenes de aquella edad yhoy van siendo fecundas. La genialidad esexperimental: geniales son las creacionesque aún pueden tener hijos, que sonmatrices vivas de cultura. Si genio es loinconmensurable a su tiempo, laanticipación de posibilidades ilimitadas,¿cómo pretender medir el genio de unhombre que vive con nosotros, fundido conlo pasajero, lo circunstancial, loconvenido, lo baladí?

Dejemos vacar ese vocablo que nos

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obligaría para justificarlo a ser nosotrosmismos genios; reservémoslo para loshombres divinos en que la humanidad seha labrado a sí misma con ejemplos, ypara marcarles nuestro religioso respetofijemos entre ellos y nosotros el margen decincuenta, de sesenta años que podamosvivir.

Contentémonos con ir describiendolos elementos que hallamos valiosos en laobra de Zuloaga: precísennos los queentiendan las virtudes y vicios técnicos desu pintura. ¿Hasta qué punto es, porejemplo, compatible con el título de granpintor aprovecharse de maneras ajenas,administrar, en una palabra, el arcaísmo?¿Hay o no algo de esto en Zuloaga?

Lo que ciertamente hay en él es unartista, y esa cualidad le eleva acaso sobreel resto de nuestra produccióncontemporánea. Poseemos algunos buenospintores; pero ¿qué es un hombre que sabepintar al lado de un artista? El pintor copiauna realidad que, poco más o menos,

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estaba ahí sin necesidad de suintervención: el sol, sobre una playa,admirablemente pintado: ¿qué me importa,si ahí tengo el sol sobre una playaadmirablemente real, y si además para ir averlo tomo el tren y protejo de esta manerala industria ferroviaria?

¿Dónde acaba la copia y empieza laverdadera pintura? ¿No pondremos sobrequien nos pinte cosas a aquel que nos pinteun cuadro?

De esta manera me encuentro perdidoen un problema complicado del arte, alcual buscaré mañana solución. No haynada tan expuesto como lanzarse a hablarde lo que no se conoce bien. Por ciertoque, si no sé más de pintura, la culpa atañeal ministro de Bellas Artes que no nosproporciona suficientes Exposiciones.

EL Imparcial, 29 abril 1910.

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NUEVA REVISTA

HACE poco tiempo apareció en lospuestos de periódicos una nueva revista:Europa. El título no podía ser másagresivo: esa palabra sola equivale a lanegación prolija de cuanto compone laEspaña actual.

Decir Europa es gritar a losorganismos universitarios españoles queson moldes troglodíticos para perpetuar labarbarie, para empujar los restos de unaantigua raza enérgica a todos los extremosde la desespiritualización.

Decir Europa es gritar al Parlamentoque su Constitución es inmoral, que quiencompra un voto es en mayor gradocriminal que quien mata a su padre, quelos partidos gubernamentales soninstituciones kabileñas, que tolerar lasleyes tributarias vigentes es hacerse reo deinauditas depredaciones.

Decir Europa es detenerse ante un

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cuadro de Sorolla respetuosamente —Europa es, ante todo, una incitación a larespetuosidad— y exclamar:Verdaderamente, el arte, la emocióntrascendente empieza donde el pintoracaba. Y es tomar con análogo respeto unlibro eruditísimo del grande Menéndez yPelayo y ponerle al margen del últimofolio:

«jNon multa sed multum!»Sin embargo, Europa no es una

negación; tal fuera, y carecería porcompleto de interés el hecho de haberaparecido esta revista. Por el contrario;nos hallamos ante el caso, nuevo ennuestro país desde hace pocos años, deque algunos escritores se reúnan enverdadera colaboración. Las revistasusuales entre nosotros se forman por merayuxtaposición de original, como los murosse elevan situando un ladrillo junto a otro;de esta manera, el conjunto llega a ser uncentón, sin más' unidad que la unidadeditorial del espacio en que se imprimen y

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el tiempo en que se publican.Europa tiende a realizar una

verdadera colaboración: quienes escribenen ella asiduamente han coincidido,movidos por una previa comunidadintelectual: la unidad de la labor a hacerles ha unido en colaboración. Esto es desuyo un síntoma inmejorable: lacolaboración es la manera de vivir quecaracteriza a los europeos.

España es, en cambio, el país dondeno se colabora: cuando se forma unaagrupación de españoles podemosasegurar que se trata de una complicación;el origen del aunamiento no habrá debuscarse en un HACER, sino en uncometer: los colaboradores no pasan decómplices. Dos ejemplos notables: lasleyes de conquistadores de Indias en elsiglo XVI y los partidos gubernamentalesen el que corre.

Una verdadera colaboración esposible cuando se ha formado en elambiente moral e intelectual de un pueblo

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un sistema de opiniones serias, veraces,impersonales y relativamente profundas.La unidad de la labor a cumplir que une alos colaboradores es, en realidad, launidad del punto de vista. Así pareceráexplicado el hecho de que en Españatropecemos raramente con casos decolaboración. No tengo ningún deseo deabrir los ojos cuando se me propone miraralgo que me había pasado inadvertido;mas... ¿no puede afirmarse que deveinticinco años a esta parte no se halevantado sobre la planicie mental denuestro pueblo nada que merezca serllamado un punto de vista? No es bastantecitar nombres que suenan con unaimprecisa magnificencia: hoy mismo leounas faltas de discreción y de finura moralque un hombre dejado de la mano de Dioscomete a propósito de Balmes. Estehombre dice que Balmes está injustamenteolvidado, que es un pensador fecundo ydemás palabrería del viejo y peorperiodismo. Y me pregunto: ¿Qué idea

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determinada, qué hallazgo, qué invención,qué algo concreto podíamos hallar losespañoles en Balmes con lo cualenriquecernos la vida interior? El aludidoperiodista no lo dice: mientras no lo diga,lo que "hoy escribe permanecerá en laridicula posición de haber como dichoalgo que no es nada a la postre. Convieneser en esta materia veraz consigo mismo, yante las glorias nacionales pasadas opresentes demandarse estrictamente: ¿Quéidea, qué emoción, qué molécula viva demi alma debo yo a este hombre?

A mi manera de ver, patriotasespañoles serán los que oponga ̂ a larealidad nacional presente más profundasnegaciones. El patriotismo afirmativosuele ser pecaminoso y grosero, y sólo lehallo fecundidad cuando se trata dedefender el territorio invadido porbarbaries enemigas. En tiempos de paz,que son sazón de trabajo, amar la patria esquerer que sea de otra manera que comoes. Los éxtasis ante el vino de Jerez, ante

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el cielo bruñido de Castilla, ante laspupilas febriles de una andaluza, ante elMuseo de Pinturas, ante D. Antonio Maura,no rinden beneficio alguno al aumentoeconómico o moral de la raza. En general,el éxtasis es el pecado, la máximaconcupiscencia: es la disposición quetoma el espíritu para fruir. En elpatriotismo extático gozamos de nuestrapatria, la hacemos un objeto de placer.

Frente a este patriotismo extáticoconviene suscitar el patriotismo enérgico:amar la patria es hacerla y mejorarla. Unproblema a resolver, una tarea a cumplir,un edificio a levantar: esto es patria. Laconocida frase de Nietzsche lo haformulado exactamente: Patria no es latierra de los padres —«Vaterland»—, sinotierra de los hijos —«Kinderland».

Mas la negación ha de ser seria: enserio no puede negarse una eosa sino envirtud de otra que se afirma. La negaciónmonda y lironda es también una forma deéxtasis y, por consiguiente, estéril. Este

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espíritu meramente negativo haneutralizado y hecho vana agitación ensayocuantitativamente tan poderoso como elmovimiento catalanista. A posteriori dehaber negado la patria española seafanaron los pensadores catalanistas enllenar el vacío que habían hecho en suspropios corazones: la vieja forma deEspaña y el montón inorgánico, peroenorme, de sus pretéritas jornadas eran, alcabo, un principio de orientaciónespiritual, de equilibrio pedagógico ypolítico. Para negar ese principio hubierasido menester otro: un sistema denegaciones necesita también de unprincipio en virtud del cual organicemosnuestras acciones negativas, y eseprincipio no puede ser, a su vez, unanegación. Esto han buscado trabajosamentey tarde ya, los pensadores catalanistas.

Europa no es una negaciónsolamente: es un principio de agresiónmetódica al achabacanamiento nacional.Como Descartes empleó la duda metódica

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para fundamentar la certidumbre, empleanlos escritores de esta revista el símboloEuropa como metódica agresión, comofermento renovador que suscite la únicaEspaña posible.

La europeización es el método parahacer esa España, para purificarla de todoexotismo, de toda imitación. Europa ha desalvarnos del extranjero.

Hoy estamos afrancesados,anglizados, alemanizados: trozos exánimesde otras civilizaciones van siendo traídosa nuestro cuerpo por un fatal aluvión deinconsciencia. El hecho de queimportemos más que exportamos es sólo laconcreción comercial del hecho muchomás amplio y grave de nuestraextranjerización. Somos cisterna ydebiéramos ser manantial. Tráennosproductos de la cultura; pero la cultura,que es cultivo, que es trabajo, que esactividad personalísima y consciente, queno es cosa —microscopio, ferrocarril oley—, queda fuera de nosotros. Seremos

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españoles cuando segreguemos al vibrarde nuestros nervios celtibéricas sustanciashumanas, de significado universal —mecánica, economía, democracia yemociones trascendentes.

Tal es el sentido en que trabajan losescritores que colaboran en la nuevarevista. ¿Quiere esto decir que ellosmismos se crean europeos, es decir,sabios, justos y artistas? Ciertamente queno: la enérgica modestia es el esqueletoque sustenta el resto de las virtudeseuropeas. Son, pues, gente que sabe poco,que se apasiona mucho y, sólo enocasiones, se hallan dotados desensibilidad. Son españoles. De sereuropeos no hubieran fundado una revista,sino más bien una colonia.

El Imparcial, 27 abril 1910.

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LAEPOPEYACASTELLANA,POR RAMÓNMENÉNDEZ PIDAL

EN tanto que la política sigue suscarreras torcidas, se va formando en elsubsuelo peninsular una nueva cultura.Algunos hombres solícitos labran ensilencio una nueva alma para España, unaalta espiritualidad continental.

Ramón Menéndez Pidal ha escogidola materia más peligrosa para hacer conella europeísmo: la literatura vieja, lapoesía anónima que florece bronca en lashendeduras del suelo nativo. Es tan difícilde tocar esta sustancia, que precisamente alos que antes de él la trataron, se debe estamanera de ver el mundo, que yo llamaríacasticismo bárbaro, celtiberismo, que haimpedido durante treinta años nuestraintegración en la conciencia europea. Una

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hueste de almogávares eruditos teníapuestos sus castros ante los desvanes delpasado nacional: daban grandes gritosinútiles de inútil admiración, celebrabanluminarias que no ilustraban nada y hacíanimposible el contacto inmediato,apasionado, sincero y vital de la nuevaEspaña con aquella otra España madre ynutriz.

Menéndez Pidal ha roto con esosusos, y la filología española, merced a él,ha pasado a influjo de otro signo delZodíaco. No hace mucho fue invitado a darunas conferencias en los Estados Unidos.Allá fue este hombre severo y veraz, sabioy digno, para dar muestra a los enemigosde un día de la nueva vida española. Yescogió de entre lo castizo lo más y hablóde la épica castellana.

Ahora aparecen aquellas lecturas enlibro.

Europa, 22 mayo 1910.

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PLANETASITIBUNDO

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I

HACIA mucho tiempo que no veía aRubín de Cendoya, místico español; fuegrande mi sorpresa al hallarle la otra tardeen el salón de conferencias.

—No hay otro remedio —me dijo—que dedicarnos todos a la política; en otrospaíses puede el hombre sin ambiciones dedominio desentenderse de los negociospúblicos. Tales sociedades se encuentranen un estado más avanzado dediferenciación funcional. En España, porel contrario, tiene que hacer cada cualtodos los menesteres como en el clanprimitivo. El individuo humano no es elindividuo físico, sino el individuo de lasociedad; de aquí que cuando la sociedadno está hecha, el afán primordial de cadaaspirante a hombre sea hacerla. Asíacontece entre nosotros.

—¿Y se ha afiliado usted a algúnpartido?

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—Todavía no; ya conoce usted miopinión fundamental: nada humano esespontáneo, todo requiere aprendizaje. Esfrecuente escuchar que si irrumpieran en elParlamento unos cuantos hombressinceros, todo se arreglaría. Yo lo niego;yo no he creído nunca en la fecundidadpolítica de esa virtud —la sinceridad—,que es, al cabo, la menos costosa de lasvirtudes; decir lo que se siente no es amenudo sino una prueba de escasaimaginación. Hay, claro está, que decir laverdad; pero la verdad no se siente, laverdad se inventa. ¡Expresar la verdad quea costa de enormes esfuerzos hemoslogrado inventar, ésta sí que es una alta yenérgica virtud peculiar a nuestra especie!¡Divina Veracidad, virtud activa, que nosmueves, no tanto a decir verdad como abuscarla antes de decirla! La sinceridad,en cambio, es un hábito negativo queejercitan todos los animales, y se reduce ano interponer entre las excitaciones defuera y las reacciones espontáneas que de

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dentro responden, lo que podríamos llamarun cortocircuito. Unos cuantos hombressinceros en el recinto del Congresoacabarían dándose de puñaladas. Elorangután es el hombre sincero.

—¿De modo que el convencionalismoparlamentario?...

—¿Qué sería de España sin él, quésería de Europa? El Parlamento es una deesas sabias interpolaciones colocadas porla humanidad entre la fisiología sinceradel pithecanthropus erectus y susaspiraciones superiores. Ser convencionales lo más que puede ser una cosa, y, si estono es paradoja, yo no tengo la culpa devivir entre gentes que no han meditadonunca, y atenidos a una visión simplista delos fenómenos, motejan de paradójico todojuicio dotado de alguna mayor filosofía.

Cuanto en el hombre no seamantenencia y ayuntamiento con fembraes convencional: la cultura es frente a lanatura el reino de lo convenient e y loconvenido. Tanto es así, que nuestra era

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contemporánea, el siglo de la culturareflexiva, viene datada de la Revoluciónfrancesa, de la cual el instituto supremojuzgó oportuno llamarse Convención. Nocreo, pues, que nuestro Parlamento, hijo dela Convención, sufra desdoro porque se lellame convencional.

Sin embargo, el éxito de PabloIglesias ha significado un triunfo de. lasinceridad.

—No lo creo, amigo. En la Cámarapopular, como en la impopular —quedicen Senado— no abundan los hombresde talento ni los hombres completamenteserios. Pablo Iglesias posee con amplitudesas dos cualidades, a las que, so pena decaer en un horrible pesimismo cósmico,hemos de vaticinar, donde quiera sepresenten, éxito seguro.

Hablando así salimos al pasillo, y laconversación fue interrumpida brevemente,porque los que iban y venían nossepararon un instante. Pasaron por entreambos no pocos periodistas, muchos

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políticos nombrados y alguna bruja deShakespeare.

El místico español continuó de estamanera:

—Es muy importante lareivindicación de lo convencional, tanimportante, que sólo de la fe en el poderde la convención para transformar lanaturaleza, puede surgir para nosotros la feen el porvenir de la raza. Hay mucha genteque no se ha convencido todavía de que loespontáneo es forzosamente malo, y sólopodremos mejorar cuando nos finjamos,por un acto de clara volición, unanaturaleza nueva y convenida. Pero esto escuestión de muy larga disputa: ahí está D.Gumersindo de Azcárate, que aún cree enlos impulsos orgánicos, espontáneos,sinceros de nuestro pueblo. ¡Qué hombremás grato y respetable!: bien es verdadque su corazón vale mucho más que susociología.

Cruzó, en efecto, ante nosotros, elilustre hombre público; se detuvo a hablar

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con un diputado. Los trazos de su rostro ylas posturas le daban el aspecto de unviejo Don Quijote a quien ha vuelto lacordura.

—Amigo mío; ahora es modamaldecir del sistema parlamentario. Losconservadores franceses, que tienen sobrelos españoles la inmenía ventaja de seringeniosos y escribir deleitadamente, hanpuesto cerco de ironías a esta institucióndemocrática. Le achacan que no es cosaperfecta, que padece muchas menguas eimpurezas. Nosotros nos contentaremosdiciendo que es el menor de todos losmales. ¿Y no será esto bastante? Lo últimode las mejores cosas humanas se reduce aque son las menos malas.

—Se censura a los Parlamentos,sobre todo, porque diluyen las energíasnacionales en retórica.

—No siga usted, no siga usted. Pero¿qué creen esas gentes? ¿Creen que lahumanidad es imbécil? ¿Que ha vividoveintitantos siglos preocupándose de

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retórica, para que ahora venga a resultaruna majadería? Yo soy más tradicionalistaque todos los conservadores juntos;cuando formo sobre algo una opinión, nome satisfago hasta tanto no he podidocomprobar que lo pensado por mí lo hanpensado en su vocabulario los hombresjuiciosos de todos los tiempos. Laoriginalidad es el error y una especie defrivolidad. Todo lo discreto fue pensadoya una vez —dice Goethe—; sólo nos restaensayar una expresión nueva y másprecisa. ¡Las gentes que eso dicen soncimarronas! La retórica y la buenaeducación son las dos postrerasconvenciones, los dos últimos yugosculturales que quisieran arrojar para endos zancadas volverse a la selva maternaly ponerse a pegar saltos al sol nacientecomo suelen en el junco los cinocéfalos.En suma, amigo; yo he venido aquí aaprender el arte de la política que, comotodas las cosas del mundo que algo valen,no se da en estado nativo dentro de nadie,

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como no sea de los genios. Es menesteraprender a andar por el hemiciclo y a darlas gracias cuando algún secretariobenévolo nos envía unos caramelos, de losque dice mi amigo Luis de Zulueta que, sinellos, la oposición sería mucho másimpaciente y violenta. Todo, aun lo baladí,puede estar bien o mal hecho, y tiene, porlo tanto, su ciencia, su escuela, sunoviciado. Quien viniera aquí sin previoestudio, fracasaría inútilmente. Llegaríaahito de prejuicios provinciales ydomésticos, hecho a no ver en elParlamento sino una ocupada ociosidad aque se dedican unos cuantos hombres deno buen vivir.

—Pero, ¿qué va usted a hacer sin unaorientación, sin un programa?-interrumpíyo.

—jAh! Yo estoy tambiénconstruyendo mi programa; pero no mecontento, como es uso, demandandoorientaciones a la economía, ciencia tannueva; a la sociología, ciencia que no lo

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es: o a la historia, que aunque antigua yhonrada, apenas si contiene la evoluciónde unas cuantas docenas de siglos. Hepreferido fijarme en la astronomía, quecuenta las centurias por horas y sabe deprofundos cambios milenarios y desorprendentes metamorfoseos.

Entonces fue cuando sacó del bolsilloun libro que me enseñó: Mars et sescanaux, ses conditions de vie, porPerceval Lowel.

—Aquí tiene usted una prueba delpoder de transformar lo natural que esadherente a toda inteligencia. La historiade Marte muestra la evolución de unplaneta guerrero y conquistador en unplaneta de pacífico regadío. ¿No es éstenuestro caso? Pues yo le contaré cómoviye de paz y de agua este globo en queantes no hubo paz y ahora no hay agua:aprendamos alta política de este nobleplaneta sediento.

El Impartial, 25 julio 1910.

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II

Este Perceval Lowel —prosiguióRubín de Cendoya— es un hombre deimaginación. Yo admiro sobremanera aquien se halla provisto de imaginación a lamoderna. Porque ha de advertirse uncambio profundo entre la antigua y lanueva manera de ejercitar la fantasía. Elantiguo imaginario huía de laconfrontación con las cosas reales; elmoderno, por el contrario, se sume en elextremo realismo, busca una contención yun cauce a sus invenciones en las rígidas einequívocas fisonomías de las cosas. Estees un carácter distintivo de los pueblosnuevos, y muy especialmente de los«yankees», el pueblo de mayor juventud.Edgar Poe, el genio más representativo deNorteamérica, no hizo otra cosa, y lo hizocon plena conciencia, como lo prueban susMarginalia.

Lowel, asimismo, para poder

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imaginar con mayor energía, se dedicó alos estudios astronómicos, y, buscando unaatmósfera propicia a las inquisicionesplanetarias, se aisló en el desierto delArizona y montó un Observatorio. Largosaños hace que allí vive perescru— tandola vida íntima de Marte, y ahora resume enun libro sus contemplaciones.

De ellas resulta que este planeta sehalla habitado por una raza venturosa depacíficos ingenieros. ¿No es estoprodigioso? Marte fue, en otro tiempo, elpunto del firmamento escogido por lospoetas y los sabios para localizar elespíritu guerrero. Mas «la guerra —diceLowel— es entre nosotros un resto delalma salvaje, y seduce principalmenteahora a la porción infantil e irreflexiva delpueblo. Los sabios saben que hay otrosmodos de practicar el heroísmo y deasegurar la supervivencia de los mejores.Esto es el progreso. Pero séase pacíficopor razonamiento o sin él, la evolución dela naturaleza nos fuerza a ello. Cuando los

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habitantes de un planeta se hayancombatido y muerto de una manerasuficiente, los que sobrevivan encontraránmayores ventajas en el trabajo solidariopor el bien común. No podremos decir siel desarrollo del buen sentido o la presiónde la necesidad ha traído a los marcianoshasta este estado eminentemente justo: locierto es que han llegado a él y que, de nollegar, habrían muerto».

¿Por qué? Muy sencillo. En Marte laatmósfera se ha ido enrareciendo —lomismo que en España—, hasta el puntoque no hay más agua que la que en inviernose congela en los casquetes polares. Heaquí el hecho físico que ha cambiado losapetitos de los marcianos. ¡Cómo andarsea mover guerras gentes que se mueren desed! De esta necesidad fisiológicaelemental procede toda la evoluciónposterior de nuestros vecinos de sistema, ysi entre ellos hay algún filósofo, no habrádejado de construir una concepciónhidráulica de la historia.

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La tierra sitibunda se hizo estéril, ylos marcianos, junto a la sed, hubieronhambre; debieron pasar siglos tristísimos,terribles, purificadores, espantosasjornadas de desesperanza. Mas el dolorhace a las gentes discretas. «Sobre unmundo —dice Lowel— donde lascondiciones de la vida se hacen tandifíciles, los seres tienen que ser cada vezmás inteligentes para poder sobrevivir, yla evolución se realiza en este sentido. Elestado del planeta nos conduce, pues, aadmitir en Marte una vida caracterizadapor una alta inteligencia».

Efectivamente; los marcianosdepusieron las arrogancias, descolgaron lavalentía y se dedicaron a estudiarmatemáticas. Los pueblos ecuatorialestuvieron que firmar paz perpetua con lostropicales y éstos con los polares para queno interceptaran las aguas reunidas en losPolos. Y diéronse todos los seres la grantregua del agua, aquella misma ley sagradaque obedecen en la selva, según Rudyard

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Kipling, los animales más fieros.Comenzaron a abrirse canales por

toda la redondez de la estrella,maravillosas venas científicas, portadorasde la sangre cristalina que había deinfundir al planeta una nueva juventud. Altelescopio presenta Marte un enrejadocomplicadísimo de sutiles líneasprodigiosamente geométricas; el granSchiapparelli las vio por vez primera en1877. Estas líneas recorren centenares yaun miles de kilómetros en acertadísimacombinación unas con otras.

En invierno Marte ostenta sus doscasquetes helados: la vida duerme en élentonces. La primavera llega y elastrónomo nota primero un borde azuladoen la masa blanca de los Polos: se inicia eldeshielo. Más tarde las líneas casiborradas de los canales van entrando envigor y un suave matiz, entre verdoso yrojizo, va cubriendo los trópicos: es unaola de verdura exuberante, una texturamagnífica de vegetación que comienza a

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cubrir el viejo planeta sediento,remendado por el ingenio.

¡Qué cantos no resonarán entonces!Porque no ha de faltar allí la música:donde hay arroyos, verdura y paz, el ritmofructifica. Habrá canciones rituales al aguamadre, que descenderá eternamente grácilpor los magníficos estuarios; habrá unaliteratura que se inspirará en los altoscanales henchidos de la primavera, y otramás elegiaca a los canales vacíosinvernales. Habrá también una religión.¿Cómo no? Melquíades Alvarez nos hadicho en el salón de sesiones hace unmomento que el planeta no puede vivir sinreligión. Sin agua tampoco, ilustre D.Melquíades, habremos de decirle nosotros.En Marte hay la religión del agua, como enla Tierra la del espíritu que se movíasobre el agua.

Esta consideración astronómica de lahistoria permite llegar a grandessimplificaciones. La distancia realiza porsí misma lo que a la mente humana cuesta

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tanto lograr: reducir lo complejo aprincipios breves. Así vemos la vida deMarte derivándose toda de estos dossimples elementos: el agua y la vegetación.

¿Y no ha de sernos un ejemplo estatransformación radical de las ideaspolíticas que ha salvado a Marte? Esteplaneta ejercita hoy una política hidráulicay cereal. De bélico ha venido a convertirseen planeta eminentemente agrícola. Es uncaso enorme de la ley que Spencerestatuía, según la cual los pueblos vanpasando del estado guerrero al estadoindustrial. Castelar, desde el año 85,citaba esta ley en todos sus discursos yderivaba de ella lo que él llama su políticaexperimental.

Según Lowel, «Marte no es hoy unamorada desagradable». Esperemos quealgún día pueda decirse otro tanto deEspaña. Pero ¿cuándo se cumplirá la leyde Spencer? Acaso ni D. Gumersindo deAzcárate lo sepa, no obstante ser el últimospenceriano que queda sobre la Tierra.

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—Esta política astronómica pareceuna mixtificación —dije yo entonces, conun poco de brutalidad.

—Todo lo serio habrá deconsiderarse mixtificación por los seresfrivolos que carecen de órganos táctilespara percibir la realidad de las cosassuperiores. Mas en este caso,afortunadamente, tengo clásicos queapoyan mis afirmaciones y reconfortan miconvicción. Herder, el infinito Herder,padre de la moderna historiografía,comienza su libro diciendo que la filosofíade la historia humana tiene que comenzarcon el cielo. Por otra parte, la doctrinamás moderna sobre los métodos históricossigue los principios de Ratzel, que dan a lareconstrucción del pasado una baseantropogeográfica. «El influjo de lanaturaleza sobre la historia —afirmaRatzel— da a ésta un profundo caráctertelúrico. A primera vista depende unaevolución histórica únicamente del sueloen que se realiza. Si profundizamos más le

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hallamos raíces adheridas a laspropiedades fundamentales del planeta».

Acaso mi excursión marciana no seainmediatamente aprovechable, perosignificará, al menos, como un símboloexpresivo de que los pequeños problemassólo pueden ser resueltos desde losgrandes. Mientras hablamos aquí, ahídentro se pretende resolver el problemaespañol con puntos de vistaverdaderamente simplicísimos. Frente aesto yo postulo una política ni municipal,ni regional, ni nacional, sino planetaria.Hay, amigo, que contar con el planeta,dentro del cual actúan fuerzas universales:los «monzones», soplando, han hecho porsí solos una décima parte de la historia, ylos Alpes, inmóviles en el centro deEuropa, impidieron a Roma operar sobreAlemania directamente.

El Imparcial, 1 agosto 1910.

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UNA POLÉMICA

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I

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La visión de la historia. —San Pedro y San Pablo

ESTOS días, revolviendo en la parteque constituye la oceanía de mi biblioteca,me cayó bajo la mano un tomito que hacebastantes años había leído; no se trata deun libro raro, aun cuando es muy raro ellibrito. Se titula «La Metafísica y laPoesía». Sin que se sepa porqué, ese títulopromete deliciosas sugestiones; antes deleerlo anticipamos, no su contenido, quenos es desconocido u olvidado, sino ungratísimo sabor general, que esperamosnos vaya comunicando la lectura.

En verdad que se comprende elorigen de aquella extraña biblioteca queposeía el maestrillo de escuela MaríaWuz, cuyo idilio nos cuenta Juan Pablo. Enlos estantes aparecían volúmenes con lostítulos de las obras más gloriosas, desde la«Ilíada» hasta la «Crítica de la RazónPura»; sin embargo, la particularidad de

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aquellos libros era no estar impresos, sinomanuscritos. Y no se juzgue que erancopias manuales de aquellas famosascomposiciones, no; eran todas obrasoriginales del maestrillo de escuela MaríaWuz. Cuando oía o hallaba citado enalguna parte algún título sonoro ypromisor, sobrecogían al sencillo hombretantas sugestiones que, tomando papel ypluma, componía una obra adecuada aaquella denominación. María Wuz inventósu «Ilíada» y su «Quijote», su «Arsmagna» y su «Crítica de la Razón Pura».

La lectura de «La Metafísica y laPoesía», polémica famosa entre D. Ramónde Campoamor y D. Juan Valera, podría encierto modo sustituirse con ventaja por unensayo propio sobre el asunto. Nadasacamos, efectivamente, de este librito quenos aproxime una pulgada a la esencia dela metafísica y de la poesía o a la esenciade su mutua relación. Este pequeñovolumen es perfectamente inofensivo.

Y, sin embargo, tiene algún interés: el

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histórico. Nada nos enseña de cuanto élquisiera enseñarnos, su contenido en símismo es nulo. Pero nosotros aprendemos,ya que no metafísica ni poesía, algo de lapsicología de sus autores. En esto consisteel interés histórico de la obra: en no servirpara nada, como no sea para que se hablede sus autores o del alma colectiva de laépoca en que se cometió.

Según es sabido, la polémica tuvo suorigen en un prospecto editorial de larevista El Ateneo, que decía: «Se insertarátoda producción referente a cualquier ramade la ciencia, sin desdeñar la poesía».

Campoamor, que se llamaba asímismo un andaluz del Norte, sintiéndoseherido en sus máximos amores, poesía yfilosofía, arremetió fogosamente contra larevista. Mas Valera, en quien, por elcontrario, estaba oculto un septentrional deAndalucía, no pudo ver nunca contranquilidad que alguien se apasionase poralgo, y herido en su tibieza por el hervorcampoamorino, opuso una réplica. Y he

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ahí los dos hombres de más lustre quehabía en España hacia 1891, metidos enliza, la espada en alto, la mirada aguda,puestos a acuchillarse sobre si son o noson útiles la metafísica y la poesía. Pocosaños después, claro está, perdió Españasus colonias.

* * *

Para los que aún gozamos de algunajuventud, ofrece esta polémica, en bien yen mal, un carácter de cosa remota y difícilde sentir, como si se tratara de unadisputación medieval sobre el genio ycostumbres de la quimera. Todavía los quehan conocido personalmente a los ilustresdiscutidores, podrán creer rellenar con elrecuerdo intuitivo de sus voces yademanes lo que les falte para la rectacomprensión del caso. Pero yo no he visto

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nunca a Campoamor, y a D. Juan Valerasólo una vez, en una recepción académica,ataviado con uniforme bordado de oro,cubierto el pecho de bandas, sobre lascuales se alzaba una faz de líneas grataspero poco expresivas: una faz castiza deciego jque se orientaba indecisamentehacia la luz derramada por un ventanal.Prácticamente, pues, como si no le hubieravisto jamás.

Es importante esto de haber visto ono una cosa que fue; lo que nuestrossentidos percibieron de una maneradirecta, no es plenamente pasado; surecuerdo conserva la cualidad de lapercepción original, la nota presente de lointuido, de lo inmediato. Lo que pasó sinser percibido por nosotros, pertenece, encambio, plenamente a la historia, auncuando sea de ayer mismo.

Para darnos cuenta de ello realizamosuna operación mental que es muy distintade aquella en que retrotraemos lo visto.Esta es recordar: la primera reconstruir.

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En la reminiscencia se presentan las cosaspor sí mismas: en la historia las creamosnosotros totalmente.

Con toda seguridad el juicio quesobre Campoamor y Valera hayan formadolos nuevos críticos es muy distinto del quesusciten los que con ellos convivieron.¿Cuál será más acertado? En mi opinión,sin disputa, el de quienes para pensar enellos tienen, primeramente, quereconstruirlos con el método de la historia.Nada hay como haber tratado a un hombreilustre para no saber quién es. Historia delo que hemos visto o vivido es imposible,encierra una contradicción; por eso lasMemorias descienden a material de lahistoria, y una autobiografía quedarebajada a mero documento aun para lahistoria de quien la escribió. Goethe llamódelicadamente a la relación de su vidaVerdad y poesía, como si dijera: yo cuentomi leyenda, que es lo único que sé, paraque un día descubra otro en ella la verdadde mi historia. No es ésta un sustituto de la

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visión directa y como un apaño con queremediamos la escasa dilatación de la vidaque pasea tan brevemente por la realidadal individuo. El judío errante, testigopfesencial de los acontecimientos todosque componen nuestra Era, sabe menos loque en ella ha acaecido, en verdad, que unacadémico correspondiente. Todo esto estan viejo que no puede ser más. Malostestigos son los ojos y oídos para quien noposee un alma fina —decía lagrimeandoHeráclito—. No basta con ver las cosas;es menester pensarlas, reconstruirlas, dadoque no lleven razón Schopenhauer yHelmohltz, cuando creen hallar en lavisión más simple un silogismo perfecto.

Hay en la historia del cristianismo uncaso espléndido, que muestra lo que valeno haber visto las cosas y hallarsesometido a inventarlas, a pensarlas yconstruirlas racionalmente. San Pablo noconoció a Jesús, no vio a Jesús; desegunda y tercera mano recibió noticias delos actos de su existencia, de sus

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operaciones taumatúrgicas y de sussencillas palabras. Cuando haciendo vía aDamasco un vuelco de su alma candente letrajo a la fe de Jesús, ¿qué podía hacer suespíritu poderoso desparramado por laserie de noticias que sobre él poseía? SanPablo necesitó recoger aquellos comomiembros dispersos del divinal sujeto, yreconstruir con ellos la figura de Jesús.Como no lo había visto, necesitabafigurárselo. Los demás apóstoles contornar los ojos a su propia memoria, lesbastaba para ver al Jesús real quecaminaba entre sus recuerdos benigno ydulcifluo. A San Pablo, por el contrario,no se le presentaba espontáneamente, tuvoél que hacérselo, tuvo que pensarlo. Derecordar a Jesús como San Pedro, a pensara Jesús como San Pablo, va nada menosque la teología. San Pablo fue el primerteólogo; es decir, el primer hombre quedel Jesús real, concreto, individualizado,habitante de tal pueblo, con acento ycostumbres genuinas, hizo un Jesús

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posible, racional, apto, por tanto, para quelos hombres todos, y no sólo los judíos,pudieran ingresar en la nueva fe. Entérminos filosóficos, San Pablo objetiva aJesús. Se me dirá que, en el camino deDamasco, Jesús se reveló a San Pablo.Cierto; camino de Damasco llegó amadurar la labor reconstructiva, quetiempo hacía ocupaba la mente del apóstol,y allá, cerca de Dareya, a la hora de unmediodía, consiguió elevar los datossueltos a la unidad de un carácter, y,súbitamente, se le reveló Jesús en laperfección de su ser. ¿Qué dignidad añadea la revelación el hecho físico de ver unaluz entre dos cirrocúmulos?

Digo todo esto, que parece, y acasosea excesivo comento para las sencillasobservaciones que quisiera hacer, con dosfrases: primero, como incitación a losnuevos escritores a fin de que trabajen enelevar a la superior realidad históricaestas figuras españolas de la segundamitad del siglo XIX, de que somos

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próximos herederos, y que aún vagan,como las almas insepultas, en esa vidamedia y caprichosa, que es haber muerto ala actualidad y vivir a la oscilantememoria de quienes los conocieron. Lomismo digo de épocas anteriores. Tengosuma fe en los resultados para laconciencia nacional de esta como segundadigestión del pasado por la historia.

La otra finalidad es justificar ciertaaparente crudeza de opinión al hablar detan famosas criaturas. Yo no puedofigurarme a Valera y Campoamor sinoreuniendo los juicios a que su obra meobliga: únicamente al través de ellos ymediante ellos, alcanzo a verlos.

Los que fueron de sus amigos, alrecordarlos, los ven primero en su unidadvital, y sólo a posteriori juzgan de ellos ono juzgan: la estima o menoscabo queda ensegunda línea. Y ahora hablemos de supolémica.

El Imparcial, 19 septiembre 1910.

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II

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La critica de valera. — De ladignidad del hombre. —Valera como celtíbero

Quedamos en que Campoamor yValera se pusieron a discutir sobre lautilidad de la metafísica y la poesía. Comoesto es un poco ridículo, vamos ademostrar nuestro afectuoso respeto aestos dos hombres ilustres, suponiendoque, en realidad, disputaban de otra cosa.Yo no concibo la crítica si no parte de unennoblecimiento, siquiera sea provisional,de lo sometido a la crisis: sólo de estamanera es la crítica un verdadero géneroliterario o científico; es decir, un modo dellegar a bellezas o ideas positivas. Porcierto que Valera entendió la críticacompletamente al revés de como yo laentiendo: a despecho de los extremosgalantes a que tanto se prestaba su prosa,era crítica para Valera el arte de mostrar

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cómo lo que las gentes tenían por cosa degran significación y trascendencia no veníaa ser a la postre sino un asunto casero ytrivial, fuera ello la filosofía de Hegel, elsentido del Quijote o el sobrehombre deNietzsche. Cierto que las gentes andaninclinadas a dar demasiada importancia acosas que no la tienen; pero esto ha sidosiempre a costa de desconocer latrascendencia de lo verdaderamentevalioso. El papel del crítico consistejustamente en esa doble tarea dedesmochar lo excesivo y fantástico, yhenchir la profunda verdad no reconocidapor el vulgo.

Si el reverso de la historia aparececomo una disolución progresiva de losmitos y errores, el anverso seránecesariamente la progresiva invención delas verdades que los han disueltos. Ahorabien: unos errores son más difíciles dedesarraigar que otros, son de mayorimportancia; no es lo mismo equivocar unacuenta, que errar en el establecimiento de

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los axiomas aritméticos, yconsecuentemente, acertar en éstos es unhecho de valor muy superior y de realtrascendencia.

Fuera interesante perseguir a travésde la obra de Valera ese prurito de reducira la condición de cosa doméstica yconsuetudinaria todo lo que hay en lahistoria humana de grande y trascendente.Padecía esa completa insensibilidad de lasdiferencias que es, en mi opinión, elcarácter de cierta incultura radical muycompatible con una gran riqueza deconocimiento y sabiduría particulares.¿Qué es la cultura sino la valorizacióncada vez más exacta de los hechos? Desdeel salvajismo hasta nuestros días no creoque se haya inventado ninguna sensación nisentimiento elemental; la materia, pues, elconjunto de hechos brutos que nospreocupan es el mismo que preocupaba alsalvaje; si en algo nos separamos de élhabrá que buscarlo en la distintavaloración que a aquellos mismos motivos

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o hechos demos.Y pensamos que esta valoración

nuestra es más exacta; o, lo que es lomismo, que las diferencias que entre unascosas y otras ponemos son más claras ydecisivas, más profundas e infranqueables.En su interpretación mítica de la naturalezasitúa el salvaje un dios tras cada figurareal: río, piedra, animal u hombre. Poco apoco hemos ido instituyendo algunasdistancias entre los poderes de la piedra,del animal y del hombre, de suerte que hoyya concedemos a lo humano un valorejemplar que se impone como medida atodo lo demás. Y como en el hombre hayrealmente algo de piedra y bastante deanimal, procuramos distinguir dentro de élmismo aquello que nos parece másexclusivamente suyo. Por lentasmanipulaciones de una química ideal,hemos obtenido ciertas sustanciaspuramente humanas, como son el pensar, laciencia, el querer lo debido y el sentir esanorma fugitiva que llamamos belleza.

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Pero aún más: hay una cienciaaplicada, una ciencia de segundo orden,que supone una ciencia pura encargada dehacer aquélla posible. Hay una bondadusual, por decirlo así, aplicada, que repiteimitativamente lo que alguien, en un actode genial e inaudita bondad, acertó acumplir. Hay, pues, una bondad ejemplar yuna bondad derivada o de copia, que, porser más frecuente, llamamos buenascostumbres. En fin, existe una belleza quese adhiere secundariamente a lo que tienesu origen muy lejos de la belleza, como,por ejemplo, en la necesidad: tal acontececon el arte industrial. ¿Quién hace posibleel arte industrial, si no es una bellezasuperior y original que nace de sí mismapor impulso espontáneo?

Estas últimas manifestaciones de lacultura constituyen la dignidad del hombre,y cuanto afecta a sus progresos yregresiones es un valor trascendente.Cuanto mejor describa la biología nuestroorigen animal, mayor será el privilegio

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que separa al hombre del resto de lanaturaleza, porque ello significará que labiología es cada vez más exacta. Ahorabien; la biología no es un hecho biológico;como la física no lo es físico, sino queambas son precisamente hechossobrenaturales, metafísicos.

Darwin, para quien el hombreproviene de un lemuriano como el halladoen Java, y Kant, que le considera como elcreador y legislador del universo, tienen ala vez razón, y la existencia de Darwin fueuna demostración experimental de lo queKant sostuvo.

Insistir unilateralmente en unatendencia o en otra, sería caer en error,apartarse de la manera clásica de enfrontarel universo. De un lado amenaza elpositivismo; de otro, el misticismo.

Valera propendía a nivelar todas lascosas: en su opinión, los grandes erroresson de menor talla que se juzgacomúnmente, y las verdades no son tanverdaderas que no se puedan considerar

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como cristalizaciones graciosas de muchoserrores pequeños. De esta manera todoviene a ser equivalente, y donde todo valelo mismo, nada tiene valor. Es unallanamiento feroz del relieve que daplasticidad al mundo de la cultura.

Yo he observado en muchosespañoles cierto desvío enojado areconocer distancias infinitas entre unoshombres y otros de sabios, de héroes, depoetas. Y, sin embargo, sin esa gradaciónno se puede percibir el movimientoascendente de la cultura. Podría hallarseen Valera, bajo toda la elegancia de suespíritu, algo o mucho de esa maneraceltíbera de sentir la democracia comonivelación universal. Los valoresintelectuales, morales y estéticos, vistos altravés de ese deseo, resultan depreciados,confundidos unos con otros, y es como unretorno a aquella edad en que la piedra, elanimal y el hombre valían, poco más omenos, lo mismo.

La crítica de Valera es una crítica de

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rebajamiento: movíale a ella uninconsciente positivismo, un positivismocazurro y extra— intelectual, que solemoshallar en los hombres de nuestra razacuando rascamos un poco su epidermis.Así en Valera había primero un ropajeexquisito de hombre moderno, unaamplísima lección, una aposturaelegantísima, una ironía gramaticaldeliciosa; mas tras ello solía aparecer uncortijero andaluz, buen recibidor,anchamente simpático, lleno de facundia ymalicia bondadosa. Hablad a Valera deHegel, de la Revolución francesa ó deVerlaine; más allá del hombre dix-huitième, más allá del labriego cordobés,se erguirá definitivamente, nervudo eindomable, el demócrata celtíbero —colorati vultus torsi plerumque crines—,el celtíbero irreductible al álcali europeo.

Cuando Valera entra en discusión conCampoamor va, realmente, a reñir unanueva batalla en pro de ese positivismoigualador e infecundo. Más o menos

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claramente vio siempre en el poeta del«Drama universal» al enemigo de enfrente,al autor travieso, apasionado y arbitrarioque, si no se me entiende mal, diré quevino al mundo a segregar cierto misticismoapilletado.

Así en esta polémica sustentaráValera que la metafísica, entiéndase lafilosofía, no es sino una religión másclarificada y un lujo que sólo conviene quegasten los ricos. Tomarán la poesía comoun artificio ornamental, una especie deprosa más acicalada y partida por decoroen metro; una ocupación sin grave daño nielevado beneficio que no abre derroteros ala humanidad, que si buena entretiene y simala enfada.

Da como prueba de lo pegadiza ysuntuaria que es la filosofía el hecho deque pueblos como China, Rusia, Polonia,Hungría, Turquía y España no la hanejercitado. Esto muestra que a Valera no lerepugnaba comparar esos pueblos conGrecia: no percibía que la Hélade se

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diferencia de ellos en algo más que encantidad. Llega a decir: «En Europa,durante la clásica antigüedad, 'no hay más'que la filosofía griega». Con lairrespetuosidad de que se alimentan,pudiera alguno de los personajes de LópezSilva exclamar aquí: «¡Una tontería!» Perono los conjuremos, no sea que Valera leshalle un parentesco harto cercano con losde Shakespeare.

Por último, allá en unas notas de vagaerudición que agrega a la polémica,escribe: «Kant no sé yo lo que quiso, ni sési él lo sabía». ¡Eh, maestro glorioso,insigne celtíbero!, ¿qué es eso? Yo notengo para qué salir a la defensa de Kant;pero el instinto de conservación me invitaa protestar de esas palabras; porque,¡santo Dios!, si Kant no supo lo que sedecía, ¿qué hizo Valera toda su vida? Y siKant y Valera se dedicaron a laextravagancia y la indiscreción, ¿quéharemos nosotros, mortales de estructuraincorrecta y sólita?

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He ahí patente, en un ejemplocualquiera, los resultados de la críticaniveladora: si no ponemos algunos libros,algunos hechos, determinadas ocupacionesa distancia ilimitada de los demás libros,hechos y actos, corre gravísimo riesgo ladignidad humana. Sólo porque ¡Platón,Cervantes y San Francisco de Asísvivieron, llegamos a creer que nuestrolinaje no es idiota ni egoísta.

Mas un celtíbero consideraincompatible con la suya la dignidad delhombre. En mi tierra llaman democracia auna cosa muy rara. Una carbonera decía auna marquesa en vísperas de revolución:«Señora, ahora todo va a estar mejor:usted llevará el carbón y yo me montaré encarroza».

Sin embargo, cuando veamos aCampoamor en movimiento, nos apareceráValera históricamente justificado.

El Imparcial, 6 octubre 1910

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OBSERVACIONES

BAJO el título «Costa, rectificado»,leo en el Heraldo, del viernes, 10, unospárrafos de D. Julio Cejador, dentro de loscuales vienen algunas piedras para mitejado. Séame permitido, puesto que setrata de la grande cuestión española,recoger esas piedras y ordenar con ellasuna pequeña construcción.

Es D. Julio Cejador uno de loshombres que más amo y respeto entre miscompatriotas: fue mi maestro de griego enla triste fecha del 1898 y luego lo haseguido siendo de muchas e importantesmaterias durante los largos años de nuestrocomún trato. Yo siento hacia él esaemoción de amorosa distancia queconviene a un discípulo frente a sumaestro. Además admiro altamente sucolosal saber, y aun cuando carezco de lasnociones más elementales para podervalorar sus descubrimientos lingüísticos,

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es tal la masa bruta de noticias acumuladaen el Sr. Cejador, que me parece.bochornoso no haberse hallado ningúnGobierno que le llevara a nuestraUniversidad, donde en derecho tiene unpuesto conquistado por méritos de hartomás quilates que los equívocos de unaoposición.

Me complazco en manifestar todoesto, como asimismo me complace que elSr. Cejador piense de distinta suerte queyo acerca de Costa y de la europeizaciónde España. Es preciso que enriquezcamosla conciencia nacional ofreciéndole unafecunda diversidad de motivos culturales.Cualquiera cosa es preferible almonoideísmo que se ha inveterado en losusos intelectivos españoles.

Sin embargo de todo ello, me esforzoso declarar un defecto que suelohallar en el Sr. Cejador; un defecto que, ano ser yo tan enemigo de esas presuntaspsicologías de los pueblos, me atrevería areconocer como característico de nuestra

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raza, por lo menos de los pensadoresespañoles más castizos, hoy y otro tiempo.¿Cómo llamaríamos ese defecto con unvocablo no muy enojoso? ¿Qué diríamosque le falta al Sr. Cejador?... Le faltaaltruismo intelectual. Un hombre poseealtruismo intelectual cuando piadoso haceperegrinar su inteligencia hacia el corazónde las cosas de modo que pasajeramentese funda con ellas, cuando procuratransustanciarse siquiera unos instantes enel prójimo para asimilarse la opinión deéste con toda su complejidad original.Altruismo intelectual es, pues, un salir delpropio recinto para hacer mansión en elrecinto de las cosas o del prójimo. Así,cuando Budha Gautama nació y quinientospríncipes Sakyas le rogaron que viniera ademorar en sus palacios, no pudiendosimplemente satisfacer a todos, acertó amultiplicarse quinientas veces y fue ahabitar los quinientos alcázares para noherir a ninguno en sus deseos. Las cosastodas, y entre ellas estas cosas animadas

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que llamamos los prójimos, son otrastantas invitaciones a que emigremos denosotros mismos y vivamos fuera, deposada. El Sr. Cejador no suele aceptarestas invitaciones.

Sin esta virtud, es difícil el ejerciciode la comprensión, porque, a la postre, noes altruismo intelectual más que lacostumbre de enterarse de las cosas. Hehallado qué es frecuente tropezar en lahistoria del pensamiento hispánicotemperamentos poderosos, como el Sr.Cejador, aptos para edificar según propiosplanes grandiosas obras, pero incapacesde comprender a los demás. Tal vezproceda esto de una excesiva virilidadmental que les hace inhábiles para esteotro menester, un tanto pasivo y femíneode la comprensión.

De todos modos, en esta ocasión elSr. Cejador no sabe bien de qué estamoshablando. Pretende que volvamos acontraponer euro— peísmo y españolismo,censura a Maeztu por muy aficionado al

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extranjero y, al través de Maeztu —¡D.Julio es una fardida lanza que atraviesa apares 'os enemigos!— me cuelga a míalgunas opiniones extravagantes. Vernos aintentar deshacer el equívoco.

Según parece, me atribuye Ramiro deMaeztu, en un artículo que no ha llegado amis ojos, la observación de que las dospalabras reconstitución y europeizaciónpropuestas por Costa a su política sonantagónicas: reconstituir es volver a ser loque se ha sido, andar hacia atrás;europeización es dar un paso «haciaadelante»... En realidad, yo no he hechonunca esta observación, tal y como aquí seexpresa.

Sólo recuerdo haber escrito algoparecido en una carta privada a nuestrocomún amigo Luis Bello, y claro está queno hallo inconveniente en repetirlopúblicamente.

Efectivamente, no es fácil leer ellibro político de Costa sin advertir ladualidad contradictoria de su programa, y

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este antagonismo, quiera o no el Sr.Cejador, existe, y es debido a razonesmucho más profundas de las que mi buenD. Julio parece sospechar.

La individualidad de los hombres, ymucho menos de los grandes hombres, nopuede ser cazada a lazo, mientrasrecorremos al galope sus escritos o susactos: eso se queda para los gauchosliterarios. Es preciso primero disponer sufisonomía ideológica, situándolos,asentándolos sobre aquella corriente delpensamiento universal que los llevaba, yde que, en verdad, no son sino variaciones.Cuando Costa educaba sus broncos idealesjuveniles, sus ciclópeas imaginaciones deTitán mozo, reinaba en Europa una manerade ver el mundo que, procedente deHerder, Schelling y Hegel, había adquiridoentre juristas y filólogos el nombre dehistoricismo. Queríase ver en la historia elcampo de la experiencia metafísica, ellugar donde daba sus revelaciones elEspíritu Universal. Estas revelaciones son

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lo que se llamó espíritus de los pueblos.En el siglo XVIII había la razónraciocinante verificando una nivelación detodas las diferencias en pro de una unidadradical: la idea del progreso, ladeclaración del poder hegemónico de laciencia, sublime a toda fe —¡la fe es elpensamiento oscuro; tal vez un malpensamiento!— hicieron posible la nociónde Humanidad, de ese conjunto de valoresnormales a que todos los hombres puedenaspirar. Nada de este mundo ni del otropodrá movernos a perder esta claraconquista del siglo luciferino, del sigloclaro y esclarecedor. No obstante, ocurreesta sospecha; cuando buscamos en elpaisaje un altozano, no queremos sino vermejor el valle. Buscar ante la variedadconfusa que tenemos delante una unidadsuperior no tiene otro sentimiento queagenciarnos un instrumento de precisión,con el cual ver clara la diversidad mismade las cosas. El siglo XVIII, preocupadode la unificación, de lo que en las cosas

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hay de común, necesitó de otra edadcomplementaria, preocupada nuevamentede lo que en las cosas hay de diferente. Lafilosofía romántica amó lo diferencial, lodistintivo, lo peculiar: sobre el fondoHumanidad, que la edad anterior habíapreparado, hizo destacar en toda su fuerzalas siluetas individuales de los pueblos.

Cada siglo al nacer trae consigo,según Renán, la enfermedad de que ha demorir, y se lanza a la carrera del tiempollevando clavada en sus entrañas la saetafatal. Cada siglo lleva en su virtud mismasu limitación. El XVIII, buscando lo«humano», exprimió de la historia sóloaquello que es normal y apto para quetodos coincidamos: lo racional. Losrománticos, buscando las diferencias,hallaron que eran debidas a principiosirracionales. Y apartando su atención delos productos «reflexivos» del hombre,como la ciencia, fueron a buscar lasextremas divergencias, los rasgosespecíficos en los productos

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«espontáneos», irracionales, como lasreligiones, las literaturas, las institucionescostumbreras. Pero aún más: en cadapueblo hay una minoría reflexiva y unamuchedumbre espontánea. Los románticosse dirigen con preferencia a ésta, en cuyaingenuidad e irreflexión creen hallar unamayor energía originaria, pura deintenciones niveladoras, una mayorproximidad a los poderes elementales deluniverso. No de otro modo, según elNuevo Testamento, Dios prefiere a losniños, a los enfermos, a los aldeanos paramanifestarse. Los románticos llamanpueblo propiamente a la porciónirreflexiva del pueblo.

Así fue suscitada aquella grandiosalabor de filólogos, de historiadores, dejuristas que reconstruyeron las formasprimitivas de las tradiciones culturales.Los pueblos cobraron, gracias a esteimpulso, la conciencia de su personalidaddiferencial, y en un supremo arranque seorganizaron en nacionalidades políticas.

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A excepción de los krausistas,tomaron los españoles, sin meditarlos,como quien los compra en la botica, losdogmas de esa filosofía extranjera, y máso menos conscientemente se dejaronimpregnar de su sustancia. Hace poco, conla malignidad que le es nativa, nosmostraba Ramón Pérez de Ayala unejemplar de la «Estética», de Hegel, encuyas márgenes había dejado Cánovasunos cuantos gestos poco decentes.

Jurista y filólogo, como hombrecientífico; oriundo, como hombreinstintivo, de una comarca española queconserva más acusados que otra algunaciertos rasgos irreductibles de la raza,Costa se saturó de la atmósferahistoricista, de los dogmas románticos, ydejando ir su corazón y su cerebro haciadonde naturalmente tendían, dedicó su vidaaustera y solícita al estudio del puebloespañol, de las masas irracionaleshispánicas. Conforme con los principiosextranjeros, que sin detenerse a

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discutirlos había aceptado, pensaba quecada Pueblo tiene su misión histórica, sucarácter meta— físico irrompible y suabsoluta justificación. Porque ha denotarse que aquel amor hacia lo peculiar,sugerido por el hegelianismo, degeneró enun empirismo histórico que se afanabaexclusivamente por dotar a lo transitorio eindividual de una importancia eterna.

La opinión que Costa, bajo talinfluencia, se formará del problemaespañol es fácil de anticipar: en rigor nohacía falta leer sus libros para conocerla,porque él mismo no la adquirió estudiandoen España, sino que, al contrario, estudió aEspaña bajo el prejuicio —en el mejorsentido de esta palabra— que la filosofíaextranjera le había imbuido. Pensó deEspaña lo que de sus países pensaronRenán, Taine, Treitschke, etc.

Los historicistas no aciertan a mirarlas cosas en una perspectiva de historiauniversal. Interesados en los aspectosdiferenciales quedaron siempre reducidos

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dentro de los limites de historiasparticulares. Yendo a la caza de laspeculiaridades se olvidan de la unidadsuperior que pone a éstas un orden, unsentido y una valoración. Lo que es sólouna variación de lo sustancial, se conviertepara ellos en la sustancia, y lo quediferencia a España de Francia yAlemania, eso es para ellos España.

Costa creyó, consecuentemente, quela decadencia nacional era un problemainterior de la historia de España.Enamorado de las formas instintivas dereacción propias del pueblo —literaturaanónima o autores castizos, prudenciaparenética, instituciones consuetudinarias— le pareció descubrir en ellas una seriede necesidades históricas que constituíanla espontaneidad metafísica de la raza.Pero una minoría reflexiva se habíaencargado de desviar tenazmente esaespontaneidad sometiéndola a influjosinorgánicos.

La decadencia española es, pues, el

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resultado de la inadecuación entre laespontaneidad de la masa y la reflexión dela minoría gobernante. Líbrese a aquéllade estas pegadizas influencias, vuélvase ala espontaneidad étnica, reconstitújase launidad espontánea de las reaccionescastizas y España volverá a la ruta que undestino previo le ha designado.

Como se ve, diagnóstico y terapéuticano trascienden de los términos españoles.El error histórico nuestro no consiste en eldesequilibrio de España entera conEuropa, sino en la inadecuación de losgobernados y de los gobernantes dentro dela vida española. De aquí la atención queCosta dedica a las formas administrativasantiguas y actuales; de aquí su pesquisasobre el colectivismo; de aquí, estoy pordecir, el torso íntegro de su programa, enel cual no se habla de ideas políticas ni delucha de clases, sino de las necesidadesdel pueblo campesino, del pueblocomerciante, de los procedimientos dejusticia...; de aquí, en fin, su táctica de

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combate llamando al arma (?) losproductores, al pueblo por antonomasia, lamadre del tonel nacional, los poderesespontáneos de la casta.

Siempre que releo aquel programa,me parece Costa el símbolo del pensadorromántico, una profética fisonomía queungida de fervor histórico místico conjurasobre la ancha tierra patria el espíritupopular, el Volksgeist que pensaronSchelling y Hegel, el alma de la razasumida en un sopor, cuatro vecescentenario. Y claro está, no acudió, porqueel espíritu popular no existe más que enlos libros de una filosofía superada,supuesto que fuera alguna vez bienentendido.

Con lo escrito, bien que harto aprisaescrito, creo que basta para demostrar que,guste o no guste de ello mi buen D. JulioCejador, no hay la menor extravagancia ensimbolizar con la palabra reconstitucióntoda una parte, la más granada y henchidadel programa de Costa, cuya tendencia es

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formular la decadencia de España como unapartamiento de sí misma e indicar comoarbitrio de mejora la vuelta a lo másintimo, a lo más espontáneo, a lo másnativo que pueda imaginarse, a lasreacciones populares.

Veremos si la palabra europeizaciónno significa, como. visión del problema ycomo arbitrio, todo lo contrario. Veremossi la observación de que entre ambassubsiste antagonismo justifica la acometidadel Sr. Cejador, cuya ingenuidadideológica conserve Dios muchos años.

El Imparcial, 25 marzo 1911.

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LIBROS DE ANDAR YVER

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I

Utopías geográficas. — La ignoranciadel Rif. Melilla como posibilidad. — Losbereberes en el Rif.— El «Turquí» y su

comandante

HACE pocos meses leía yo unartículo de un geógrafo, titulado «El fin delos descubrimientos». Anunciaba el autorque pronto la tierra toda nos seríaconocida, que apenas si quedan ya en elmapa algunos claros y en el enorme globoreal algunos rincones problemáticos. Enbreve nos conoceremos todos losinquilinos de este viejo habitáculo,

que y triste y todo, es el mejor queexiste.

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La mitología geográfica ha muerto: nila isla de los Feacios, ni Jauja, niEldorado, pueden ser ya buscados sobre elplaneta, y queda para siempre resuelto queningún hombre lleva puesta la camisa delhombre feliz. No creo que la pérdida deestas porciones imaginarias del mapaimporte mucho; los espíritusverdaderamente activos no se han dejadonunca seducir por esas • imágenes de lafelicidad lograda, y siempre vieron claroque la dicha no está en el placer, sino en lamarcha hacia el placer; o, como Cervantesdecía, que es mejor el camino que laposada. Esas utopías son justamenteinvenciones de los cerebros más activos ymás temerariamente irónicos, quienes lasconstruían para azuzar la sensibilidadembotada y contentadiza de suscontemporáneos. Sensación, no se olvide,supone siempre desnivel: es sensación deun desnivel entre el estado presentenuestro y otro estado que anticipamos. Losque habitaban junto a la caída de aguas que

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los antiguos llamaban Catadupa nopercibían el estruendo en medio del cualvivían. Homero con sus Feacios, Platóncon su Atlántida, el árabe anónimo con suisla de Huac-Huac, el indio con su UttaraKuru, no pretendieron otra cosa quepresentar a los hombres una sociedaddonde la vida se movía más suavemente, afin de que sintieran con más rigor lasdolencias de la vida que vivían. Así, lasutopías clásicas, lejos de ser cobardesescapadas románticas en que se gozaextáticamente de lo irreal, fueron y hansido reactivos a la actividad remisa,fermento para corazones en que la sangrese estanca; no viciosa delectación, sinosevera disciplina.

No importa, pues, mucho que esosantiguos mitos disciplinarios hayan sidodesahuciados del mapa. La imaginación,dice Alfredo de Musset, puede desplegaren un hueco como el de la mano alasinmensas capaces de cubrir el horizonte.Así, lleno de realidades geográficas el

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globo terráqueo, merced a losdescubrimientos y exploraciones, todavíaaprovechan en España unos cuantos losintersticios de lo real para suscitar unacomarca utópica, un modo virtual, al cualllaman Europa, y con el que pretenden, talvez, amargar un poco más la madurezdesencantada de D. Miguel de Unamuno,discípulo de D. Miguel de Molinos másque de Miguel de Cervantes.

Pero todo esto es vaga ideología. Loimportante es que en aquel artículo tropecécon estas frases: «Nos encontramos conque regiones situadas en extremaproximidad a la cultura originaria y junto alas grandes vías del comercio universal,permanecen, no obstante, desconocidas ala fecha. Me refiero al Rif, sobre el quehasta ahora sólo geógrafos árabes y elmarqués de Segonzac nos han dicho algo».Rectifique el lector un error de detalle,agregando el nombre de AugustoMoulieras; pero una vez hecha estarectificación, medite un poco sobre lo que

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esto significa.El Rif, junto al cual se ha realizado

toda la historia occidental —no un puebloremoto, perdido, sumido en medio demonstruoso clima e indomable montañas,sino ahí al lado, nuestro vecino— es unode los pedazos de tierra que quedan pordescubrir. ¿Cómo es esto posible? ¿Quéexplicación tiene?

Hay un pueblo, España, en el cual sehabla con frecuencia de los derechoshistóricos que sobre Marruecos lecompeten, y especialmente sobre la costamediterránea del Mogreb el Aksa. Ahorabien; todo el derecho histórico es elreverso de una obligación histórica, de unamisión cultural. El Rif se halla en la costamediterránea marroquí; España poseesobre él un derecho histórico y unaobligación secular. España es un país que,pronto a realizar hazañas y misiones queno le incumbían —como arrojar a losjudíos, conquistar América, dominar aFlandes e Italia, combatir la Reforma,

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apoyar el poder temporal de los Papas—,deja, en cambio, incumplidas, contenacidad incomprensible, las misionesmás claras y elementales que la historia lepropone: así, la europeización de Africadesde Túnez a las Canarias y el Sahara.Esta es la explicación de ese hecho tansencillo, tan grave, tan absurdo de que elRif sea hoy más ignorado que el Tibet ytan desconocido cómo Tebesti. Y comoEspaña no hizo posible a su hora laintegración del Rif en la atmósferaeuropea, será el Rif penetrado a destiempoy malamente y aprisa, a la carga de labayoneta, cuando ya es un pueblopetrificado, difícil de reorganizar einjertar con elementos europeos.

Por este orden pudiera seguircomentando ese hecho inverosímil; perodaría en aquel pertinaz pesimismo de quese me acusa y acabaría diciendo que el díaen que se comience a elaborar la historiade España con espíritu filosófico, es decir,científico, no meramente erudito, se nos

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ofrecerá la extraña fisonomía de una castaque ha solido vivir al revés. ¿Ven ustedes?

Quedamos, pues, en que el Rif, .y engeneral Marruecos, donde casi se hablaespañol, donde habitan más españoles quegentes de otra nación europea, donde haycien mil judíos hermanos, muchos de loscuales conservan la hermosa vieja lenguanuestra, no nos es deudor de estesacramento moderno de la investigación.Todavía no hace mucho que desde ElImpartid, con alguna cólera oculta,lamentaba el caso del Sr. Merry del Val,que se opuso a que el señor Huici,distinguido arabista, hiciera con laembajada extraordinaria el viaje a Fez. Notuvo eco aquel lamento: verdad es quetodavía no está organizada en línea deagresión la defensa de España, no estámembrado el cuerpo de los que sepropongan libertar a España de la inepciatriunfante. ¡Y mientras los inmediatosresponsables conducen jocundamente suexistencia, nosotros, los pesimistas, los

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doloridos, tenemos que avergonzarnos porellos!

Cunningham Graham, el demócrata,viajero y estilista inglés, me refirió que,habiendo ido una vez a visitar a Silvelapara hablarle de los intereses españoles enMarruecos, se encontró con que el famosogobernador confundía Santa Cruz de MarPequeña con Mar Chica, y tan empecinadose mostraba en su error, que fue menesterpedir un mapa y poner el dedo sobreambos puntos. Por supuesto, que SantaCruz de Mar Pequeña tiene ya luengahistoria en los anales de la inconscienciagubernamental.

Tengo a la vista la obra más reciente,según creo, sobre Marruecos, compuestapor Otto C. Artbauer, un austríaco joventodavía, que después de recorrer Orienteha penetrado por el Imperio mogrebita entodas direcciones, dueño del idioma,hecho a andanzas, y en lo sustancial de susjuicios digno de crédito. Artbauer hizo lacampaña última de Melilla desde el campo

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rifeño, y sus notas verán muy pronto la luz.No digamos que Artbauer sea muyinteligente, mas para andar y ver —librosde andar y ver llaman los árabes a susobras de viaje— no hace falta empleartanto talento como el que gasta a diario uncaudillo liberal para ni ver ni andar. Queno es inteligente lo demuestra Artbauerescribiendo un libro sobre cuyos datosexactos pesa una costra repugnante de odioa los franceses y de desprecio a losespañoles. En su odio a los franceses,Artbauer se ha hecho realmente unafricano.

Sin embargo, ¿qué observacionespodrían lealmente oponerse a párrafoscomo éste de un capítulo titulado «Losderechos históricos de España»?: «En unaladera oriental del peñasco Dchebel Uar—ca, cuya punta Norte "Tres Forcas" seadelanta sobre el mar 25 kilómetros, sehalla la posesión más antigua de losespañoles en tierra marroquí, Melilla.Desde 1496 era ya tiempo más que

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suficiente para que se hubieran entabladorelaciones de amigable vecindad con lasporciones de la tribu Gelaia, que habita enaquella tierra tan rica. Mas el comerciocon los naturales es poco más crecido queen cualquiera de los otros cinco presidios.Y, sin embargo, Melilla está situada comoningún otro pueblo de la costa deMarruecos para servir de capital a unpoderoso comercio interior. Los rifeñosbereberes llaman este lugar Tamrirt; estoes, lugar de encuentro. Aquí desemboca elhasta hace poco tan frecuentado camino deTafilet; parten vías usaderas para Taza yFez, llegan aquí habitantes de Kebdana ydel Rif, porque sería un rodeo excesivo ycampo a traviesa buscar por otro lado elcambio de productos. El puerto posee lasmás raras condiciones para desarrollarseopimamente. A pesar de todo esto, hace undecenio no podía arriesgarse ningúnespañol más allá de las piedras blancasque indicaban el estrecho territorioneutral, sin ser amonestado por saludos de

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plomo, procedente de los siempre alertafusiles rifeños» (96-97). Y añade: «Si losespañoles fueran más discretos, máspacientes y enérgicos, podía Melillaacaparar todo el comercio entre elEstrecho de Gibraltar y la capitalargelina».

Artbauer ha levantado un acta deacusación contra los procedimientos de lapenetración pacífica francesa.

En esto se hallan conformes todos losviajeros no procedentes de la República.Los métodos impuros de Francia, la acciónprofundamente inmoral que ejerce sobreMarruecos, invitan a la amargura y,naturalmente, a la protesta indignada.Francia en Marruecos es un triste dato dela hipocresía europea: mientras lospueblos que acaudillan los movimientossuperiores de cultura parecen haberllegado a una sensibilidad ética exquisita,buscan en las afueras del continenteespacios semiocultos donde operar, segúnlos antiguos torpes instintos.

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En tanto andábamos distraídos,«Francia ha logrado desde Argelia y ElSenegal paralizar la antiquísima, lamilenaria ruta de las caravanas que iba deTimbuctú a Marruecos, y ha volcado todoel comercio del interior del colosoafricano sobre los puertos franceses, comodespués se ha apoderado del trato con losgrupos oásicos de Figigeter, que antes serealizaba por Tafilet a Marruecos y sobreel Atlas central a Fez».

Según Artbauer, empero, no es elcomercio, ni simplemente la utilidadeconómica, quien empuja el enormeegoísmo francés sobre Marruecos: es lanecesidad de soldados. Artbauer cita en suapoyo unas palabras de Moulieras: «SiArgelia y Túnez juntas pueden darnos300.000 soldados mahometanos, ¿qué noes de esperar de Marruecos, cuandodefinitivamente entre el dominio francés?Ese día será dueña del universo. ¿Quéejército europeo podrá resistir el empujede dos millones de bereberes y árabes

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armados y disciplinados a la francesa?¡Qué admirable imperio colonialtendríamos en el Africa del Noroeste!¡Túnez, Argelia, Marruecos! Sobre todoMarruecos, que vale más que los otros dosjuntos. ¡Marruecos, el país incomparablede Africa, que algún día, según esperamos,será la flor más hermosa de la corona de lacolonización francesa!»

¡Los bereberes sobre el Rin!¡Terrible imaginación, que recuerdaaquella policía negra de la novela deWells conducida del Senegal engigantescos aeroplanos contra los pobrestrabajadores europeos alzados en rebeliónfrente a los Sindicatos!

Lo cierto es que Francia envía aMarruecos algunas figuras verdaderamenteextrañas, equívocas y sugestivas. ¿Noconocen ustedes a M. Say, el fundador dePort Say, junto al cabo de Agua? Es untipo magnífico de colonizador, magníficoejemplar de esos termitas que las razasricas de energías despiden allá lejos, pero

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que donde caen agarran y, a veces, si lessopla la fortuna, labran, labran y acabanpor construir a la metrópoli un órganosocial supletorio, una factoría, una ciudado una provincia.

Quien nos cuenta la historia de M.Say es Raroco en su libro «Nueve años alservicio de Marruecos» (1909). Peroustedes tal vez no recuerden quién esRaroco. En cambio, no se habrán olvidadode un melancólico personaje que estosúltimos años asomaba con harta frecuenciasu menuda fisonomía por entre las líneasde los telegramas periodísticos: me refieroa «el Turquí», o, mejor dicho, «et-Turquí».¿Hacen ustedes memoria? Era un pequeñobuque fantasma que recorría incansable lacosta mogrebita desde Achrut, junto alMuluya, hasta el Cabo Juby, últimaavanzada marroquí, allá en el Atlántico,donde el desierto abre su inmensa planiciedesolada, su infinita arena ardiente.Indefectiblemente, poco después de que enun punto cualquiera de la costa acaeciera

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algún suceso grave, una trastada de Bu-Hamara, por ejemplo, hacía su apariciónel bravo vaporcito con sus cañones atadosa babor y estribor: daba de sí algunosdisparos sonoros amenazadores,pavorosos, que caían sobre la ribera, pocoantes inquieta, entonces ya sumida en sutórrido sopor. Otras veces el «Turquí» ibay venía con solicitud de menina trayendo yllevando grandes personajes mogre—bitas, que en ocasiones cargaban lamenuda embarcación con todo el peso desu harem, con toda la impedimenta de suamplia lujuria semítica. Y así, un día yotro en curva ruta, valiente, avizor,temerón, hacía camino a lo largo de lacosta como un perrico de pastor que tomaincesante y enérgico la vuelta al ganado.Este era el «Turquí», cifra y residuopostrero de la Armada marroquí. Almando de él se hallaba un alemán, creoque de Baviera, hombre tranquilo, dehumor jocundo, siempre con buen talante,discreto, sin vanidad tudesca, de mirada

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curiosa y ameno decir: era el señorRaroco.

El libro que ha publicado debíatraducirse al español porque es la vida deMarruecos vista desde dentro, desde el«Turquí», especie de corazón flotante delImperio, y vista por un hombre sinprejuicios, con un grato sentirsanchopancesco.

Nos cuenta mil pequeñas historiassobremanera curiosas y precisas que,acaso mejor que nada, revelan la fisiologíay la patología actuales del sultanado.

Una de estas historias es la de M.Say.

El Imparcial, 31 mayo 1911.

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II

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M. SAY, TERMITA

Uno de los menesteres del «Turquí»era servir las guarniciones jerifianas delPeñón, Frajana y Uchda. Para llevarprovisión y soldados a esta última, el«Turquí» anclaba frente a Achrut y CasbaSaida, en la orilla occidental del Muluya.

Del otro lado de este río, junto al mar—refiere Raroco— habíase hacendado,algunos años antes, un francés, M. LouisSay. Su propiedad era limitada por el ríoRiss al Oeste, por las montañas al Este, yal Norte el mar: total, una hacienda depróximamente un kilómetro y mediocuadrados, hermosa, llana y en parte muyfértil. Monsieur Say tenía la intención deedificar a su costa sobre este terreno unaciudad y un puerto, y dar al conjunto elnombre de «Port Say».

Hacía tres años no existía allí másque un desierto, donde habitó bajo unasimple choza; ahora había surgido ya un

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pueblecito con muchas casas concluidas ya medio edificar, y, entre ellas, amplias ylindas calles. También se habíacomenzado el puerto. Los próximos montesproveían de excelentes y abundantesmateriales.

Las autoridades francesas tuvieron alprincipio escasa comprensión para losamplios planes de M. Say y le ponían todogénero de dificultades, la mayor partedebidas a intrigas de Nemorus. Porque enNemorus, distante sólo unos treintakilómetros, se miraba a Port Say, aquelmínimo óvulo de una ciudad posible, comoun peligroso concurrente, sobre todo porsu proyectado puerto, con quien nuncapodía competir la mísera rada abierta deNemorus. En fin, Port Say, situado en lafrontera marroquí, era más fácil dealcanzar desde el interior.

Pero M. Say no se dejó intimidar:siguió impertérrito construyendo, sincurarse de las hostilidades que de todoslados sobre él caían. A la postre consiguió

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que el Gobierno se volviera en su amistad.Los oficiales de las estaciones militaresinmediatas, que hasta entonces le habíantenido por un loco ilusionista y, noobstante ser oficial retirado de Marina,evitaban su trato, comenzaron aaproximarse. Por último, cuando fueenviado un empleado de Aduanas a PortSay, y, consiguientemente, reconocidooficialmente el pueblo como tal, creyó sufundador hallarse al cabo de lasdificultades.

Los trabajos eran realizados, bajo sudirección, por ingenieros franceses; pero,desgraciadamente, no los sabía escogerbien. Poco perito del corazón humanosufrió frecuentes desengaños, y trabajoserrados le costaron pérdidas de dinero yde tiempo.

Por lo demás, reinaba en Port Saysiempre buen humor entre los pocosfranceses distinguidos que allí se reunían.Se pasaba el tiempo de la mejor manera, y,como no solía haber señoras, no eran

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graves las preocupaciones por el traje.Monsieur Say solía recibir en camiseta,con pantalones cortos de pana, alpargatasy sin medias. ¡Verdaderamente —exclamaba Raroco— una vida fronteriza!Por la noche, a la hora de comer, laindumentaria no variaba; a lo sumo, Say seponía un cuello, pero jamás medias ni cosaque las valiera.

Algún tiempo después recibe el«Turquí» la orden de vigilar, y auncañonear, la Restinga, porque se decíaque, bajo el amparo ilegal del Roguí,trataban algunos franceses de establecerallí una factoría. Apenas llegado a Achrut,Raroco se entera de que monsieur Say ytoda su compañía se han declaradosúbitamente partidarios acérrimos delembaucador y juegamanos que aspiraba alsultanado. Al principio —refiere Raroco— me pareció inverosímil que M. Sayanduviera en tan oscuros negocios; peropronto me fue confirmado el hecho portestimonios franceses en Port Say mismo.

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Primero me contó un empleado de Say, sujardinero, que, a la sazón, se hallaban enMar Chica dos amigos de aquél; que elpropio. Say había marchado a Francia enbusca de dinero para Bu-Hamara, y que suyate de recreo, encargado hasta entoncesdel tráfico entre Port Say y Mar Chica,había embarrancado pocos días antes juntoa la factoría.

Lo ocurrido era lo siguiente:Bourmaijcé, hijastro de Say, un jovenfantástico con veleidades anarquistas,había entablado desde tiempo atrásrelaciones con Bu-Hamara y hacíafrecuentes viajes a Zeluán y Mar Chica.Diose maña para convencer a Say de quele acompañara en uno de estos viajes. Enenero, efectivamente, marchó en su yate aaquellos lugares y quedó entusiasmado dela comarca, porque vio al punto con cuántafacilidad podía disponerse allí un puertocapaz y seguro. Proporcionáronse unaentrevista de dos horas con Bu-Hamara. Elpretendiente se mantuvo, mientras duró la

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conversación, con un revólver en cadamano; sobre una mesa, ante él había hastauna docena de revólveres. Frente a él searrodillaron Say y otro francésrespetuosamente e inclinaron sus torsos.Bu-Hamara pedía por la concesión delpuerto de Mar Chica un millón contante defrancos y 1.500 fusiles; en cambio,prometía a M. Say, para el caso quelograra elevarse a sultán de Marruecos,toda la costa desde Melilla hasta el Riss,con un interior hasta las montañaspróximas. Say permaneció unos diez díasen Mar Chica, y se decidió a perforar laRestinga para convertir de este modo lalaguna en un puerto natural y seguro. En elextremo Este pensaba situar una ciudad,que había de llamarse Mohamediya, dondese concentraría todo el comercio de tierraadentro. Vuelto a Port Say, partió enseguida a Francia en busca del dinero,mientras Bourmancé, en el yate, tornaba aMar Chica. Este joven fantástico —prorrumpe indignado Raroco, fiel al señor

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que sirve— se permitió el chiste de izar,en lugar de la francesa, la bandera verdedel pretendiente, cosa que enfureció nopoco a las tropas del sultán, reunidas en laAlcazaba de Saida. Y cuando aquellamisma noche encalló el yate, loconsideraron como castigo de Allah por laosadía francesa. Bourmancé y Delbrell, elfrancés jefe de Estado Mayor de Bu-Hamara, hicieron los imposibles paramover a éste a que atacara las tropasleales de la Alcazaba, sin conseguirlo,porque sus partidarios andabanmalhumorados y sospechosos y llevabancon enojo los tratos del Roguí con losfranceses sobre el venderles la patria.

Todo esto enfrió las amistades entreRaroco, servidor del sultán, y M. Say, que,arrimado al pretendiente, andabacomprando la tierra, y no a su dueño, porcuenta de Francia, por lo menos, a cienciay paciencia de ésta. En las posterioresarribadas procuró no verle, hasta que unavez, cediendo a reiteradas solicitudes, fue

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a visitarle en compañía de un matrimonioalemán y los señores Ma— nesmann —según creo, los que obtuvieron del sultánla concesión de las minas en Beni-Bu-Iror— y algunas otras personas. En casa de M.Say les fue servido el té: sólo Raroco tuvola ocurrencia de pedir en su lugar una copade coñac. Se dio el caso raro —nota aquíel marino— de que todos los que tomaronté sufrieron a poco desarreglosintestinales, mientras yo permanecí encompleta salud. ¿Por ventura M. Say eshombre de tan antigua cepa colonizadoraque no duda en echar mano de los diversosmedios consagrados en la historia por losfamosos conquistadores? Claro que yo nohago sino extractar un libro cuyos datos memerecen crédito: ni supongo ni propongo:expongo meramente los rasgos de estacuriosa fisonomía, de este M. Say, manualdel perfecto colonizador.

Los planes sobre Mar Chicafracasaron: Raroco recoge el rumor de queM. Say había recibido 20.000 francos del

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Gobierno marroquí a cambio de querenunciara a sus manejos con Bu-Hamara.

La vida elemental de Port Sayavanzaba lentamente; pasaban los días conmonótono fluir, uno igual a otro. Pero depronto el horizonte va a animarse; unanueva fisonomía va a completar este arcade Noé colonial con su par decolonizadores de cada especie. Hastaahora faltaba la colonizadora. Pero he aquíque un día de entre los días va a ascenderdel mar, como Afrodita anadiómene, y va aenriquecer con su magnífica figura laciudad incipiente.

Raroco arriba en una ocasión con eltemible y tonitruante «Turquí» a la usadaribera de Achrut, trasladándose a Port Sayy recibe la noticia de que poco antes habíallegado una dama.

Debieron ser aquellos momentos deesplendor incalculable para Port Say.Según los saint-simonianos, la sociedad hade ser regenerada, no por un hombre, sinopor una pareja, pues, en su opinión, el

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individuo social no es un hombre, sino unhombre y una mujer en unitario, íntimoenlace. Ya tenían al «Padre», como ellosdecían a Enfantín; pero faltaba la«Madre». En sus reuniones deMenilmontant, que se celebraban con uncomplicado rito jerárquico, colocábasejuntó al sillón del «Padre» otro sillón derespeto: era el que correspondía a la«Madre», la deseada, la esperada, quedemoraba su adviento. ¡Qué sublimeregocijo el día que se presentara!

Calculen ustedes la que habría enPort Say el día que se presentó madameDu Gast anadiómene. Sí, señor, lector;madame Du Gast. Venía, empero, depasada, camino de Fez. El Telegrama delRif había referido la inclinación de estaseñora hacia Bu-Hamara; decíase que eramuy rica, que ofrecía al pretendiente oro,armas y municiones a cambio deconcesiones mineras y licitud paraemprender la construcción deferrocarriles. Según Raroco, la

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intervención del general Marinadesvaneció estos proyectos.

Ello es que el propio M. Say presentóa Raroco dos oficiales franceses, de losque decía ser adláteres puestos por elGobierno a madame Du Gast. Esta llevabauna carta especial de recomendación parael Sultán.

El «Turquí» pasa a Melilla. Sucapitán va por la tarde a tierra, y en elhotel «Africana» distrae el tiempo conunos amigos. El vapor francés «Zenith»ancla: Madame Du Gast, seguida de susdos compañeros, vestidos ahora de civil,se traslada del barco al hotel. «En elmuelle —dice Raroco— la recibe uncaballero que en el hotel me nombraroncomo un señor C... A lo que luego supe,este C... era un contrabandista francés que,poco antes, había estado en Zeluán.Hospedóse en el hotel «Africana» y dejóla cuenta sin pagar. Muchos afirmaban quese trataba de un agente de madame DuGast, cosa que me pareció muy verosímil

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cuando vi la solicitud con que se ocupabade esta señora y de su equipaje, y luegopartía con ella en su coche. La hostelera de«Africana» hizo aquel mismo día unavisita a madame Du Gast y le rogó quepagara la cuenta de C...; pero ella rehusó,declarándose irresponsable de las deudasprivadas de sus amigos. Al mismo tiemporecibía yo una carta de Mohamed Torres,en que me pedía que inspeccionaraatentamente los manejos de C... y de uncierto B..., porque ambos intentaban enbreve desembarcar una gran cantidad dearmas y municiones para el pretendiente.

»Parecióme —prosigue el autor—, enverdad', bastante, sorprendente cuanto vi yoí de estas gentes. Madame Du Gastmarchó a Fez con oficiales franceses,después de haber ensayado cerrarnegocios con el pretendiente, y mientrasuno de sus agentes trabajaba todavía conél. G... siguió sin pagar su cuenta en lafonda. B..., que andaba en todo elintríngulis, era hermano de un alto

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empleado francés en Argel. Pero, sobretodo ello, me parecían incalificables lasandanzas de madame Du Gast, que, porencargo de su Gobierno, ejercía aqueljuego doble. No pude menos de poner enautos de todo a Torres, invitándole adesconfiar del nuevo método de atracciónfrancesa, la hermosa señora Du Gast».

Tal es la vida y alguno de losmilagros de M. Say, aventurero yfundador, termita francés que trabaja elsultanato occidental por rincón de Muluya.Lo escrito es simplemente un extracto, ensu mayor parte literal, de las notas quehallo desparramadas en el libro deRaroco.

El Imparcial, 4 junio 1911.

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UNA DESCRIPCIÓNDE LA POLÍTICAINTERNACIONAL

Al ofrecer al público estos extractosy notas sobre el problema de Marruecos,no hago sino prolongar un tema quesiempre fue vivo en las predicaciones deCosta, cuyo programa quisiéramos seguirdefendiendo unos cuantos en toda suintegridad material, bien que modificandosu disposición y cambiando los acentos.

En los últimos años debía decir elfenecido maestro que era ya tarde paraacometer la política de Marruecos; nadamás cierto, si se tiene en cuenta lasesperanzas que Costa había alimentado,épicas esperanzas que él había espigadoen lo largo de nuestra antigua historia;esperanzas, sin duda, ya anacrónicas yarcaizantes a la hora que él les abrió sucorazón.

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Mas nunca es tarde para nada con talque se tomen las tareas en la forma y cariza que el tiempo las ha traído y nos las ponepor delante. La política de Marruecos, dela manera que don Julián Ribera, porejemplo, la formuló en 1901 —véase LaLectura de aquel año—, sigue siendoposible. Lo que es imposible y ademásabsurdo y luego irritante y, sobre todo,necio, es la guerra de Marruecos en granparte ni en pequeño.

Una política es una complicaciónincalculable de fines menudos y sagaces,de medios precisos y simples: no es cosatan sencilla como un ritmo de movimientosreflejos; no es ordenar cada dos años unpequeño avance de unas tropas pocopreparadas por unas tierras que tienen sudueño. Para muchos españoles, y entreellos no pocos hombres públicos, elproblema político de Marruecos seresolvió todo cuando fue firmada el Actade Algeciras. Nunca debía olvidarse quela política en que intervienen

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diplomáticos, la llamada políticainternacional, es, en sí misma, negativa; es,a lo sumo, un mecanismo de precaucionespara que la política verdadera, la activa,la constructora, la eminentementehistórica, no sea imposible.

El ideal fuera que se hablara deMarruecos en todos los Ministerios menosen los de Guerra y Marina. Hay quien creeque en realidad ocurre todo lo contrario.Pedimos que se organicé la acción difusadel pueblo español sobre el pueblo dellitoral marroquí, que los pocos de culturay civilización que poseemos, el poco deciencia, el poco de comercio, el poco deindustria, el poco de produccionesdiversas de los indígenas africanos sepotencien, artificialmente si es preciso,para que, aprovechando la pendientefavorable de nuestra proximidad y denuestra tradicional convivencia y aunsemejanza, penetre en la fisiología de lasociedad bereber algo de estructuraespañola. ¿Puede decírseme a qué

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misterioso y mágico poder se debe, porejemplo, el hecho de que el correo mejororganizado y de mayores garantías enMarruecos sea hoy el alemán?

Mas ya que no esté en mano de losperiódicos fundir testas de mejor calidadpara ponerlas al frente de las secretaríasde Estado, en su mano está el levantar elpiso bajo de esta política, como de todaotra política. El cual es, simplemente, lainformación, el enriquecimiento de laintuición popular. Nuestros periódicosemplean hartas páginas en los ejerciciosque temperamentos verbales y sinamenidad realizan sobre la vastedad delvocabulario y son avaros para obra deideas y exposición de datos. Ahora bien;sin esta colaboración de la Prensa no esposible ninguna política compleja. Yocreo que así como todos tenemos que serun poco políticos, debemos actuar un pocode periodistas. Todo ciudadano tienealguna vez algo concreto, oportuno,utilizable que decir: todos oímos o vemos

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o leemos algo susceptible de acumularse ala troj de observaciones sobre que ha deirse formando la conciencia administrativanacional.

No otra intención tienen los dosartículos últimos que han aparecido en estahoja; yo espero que inciten a quienesverdaderamente conocen Marruecos paraque comuniquen con sencillez sus visiones,y a los que se sientan con afición para quedediquen su energía al estudio de eseproblema, que, pase lo que pase, seguirásiendo muy especialmente español. PaulMahr, en un folleto rico en cifras ysíntesis, sobre la política y la economíamarroquíes, publicado en 1902, hacía yaesta simple y clarividente observación:«Resulta sumamente enojoso para losfranceses hallarse con que Orán es casiuna provincia española. Y si Francia seapoderase del Norte de Marruecos, seformaría allí en un dos por tres una coloniaespañola. Esto sería irremediable. Españalograría, de todas maneras, una colonia,

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porque es cosa muy poco clara cómopodrá Francia colonizar por sí mismaMarruecos, no habiendo podido hacerloaún en Argelia, ni en Túnez, enMadagascar ni en Nueva Caledonia».

Política de pueblo a pueblo, y no deGobierno a Gobierno, debe ser la nuestraen Marruecos. Lo que de internacional yestatuido se ha puesto hasta el día en obra,parece más propio a fomentar la repulsióndel europeo que la ilustre pacíficapenetración. Así acaece con la Policíainternacional que creó el Acta deAlgeciras. Véase el croquis que Artbauerofrece de ella:

«En cada uno de los ocho puertosabiertos al tráfico europeo radica unCuerpo de 200 hombres; en Tánger yMogador, de casi 600. En Tetuán y Arach,los instructores son españoles; en Tánger,franceses y españoles. En Casablancadebía ocurrir lo propio, pero los soberbioshidalgos hace mucho que, enojados, seretiraron en vista de que la dictadura

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militar francésa no les dejaba en libertadde acción. En los demás puertos ejercitanoficiales franceses a la tropa, enrolada aduras penas por cinco años. Estaduplicidad parece muy bien mirada desdelejos; pero un cuerpo con dos cabezas nohace nada a punto. Así acontece, que elúnico resultado de la ingeniosa "entente"sea la falta de conexión de las diversassecciones entre sí, unidas sólo en lapersona del buen señor coronel Müller, unmilitar suizo que, por lo demás, suelehallarse gozando de licencia. El jefesuperior neutral de estas mixtas fuerzaspasa revista de tiempo en tiempo a sustropas. Los soldados libres de servicio sereúnen para ello en la plaza de cadaciudad, realizan unos cuantosmovimientos, unas cuantas marchas endistintas direcciones, unas cuantas «mediavuelta a la derecha», etc., al mando deoficiales subalternos argelinos, mientraslos instructores europeos galopancelosamente de aquí para allá

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manifestando sus uniformes de origen.Luego deliberan estos señores y juzgan lovisto —exactamente como en la inspecciónde los Ejércitos europeos—; pero la lluviaque comienza o el calor excesivo ponenpronto término a la deliberación, lascompañías se retiran y la cosa concluye asatisfacción de todo el mundo. Y en tanto,el mísero profano fatiga su cerebro paradescubrir una justificación al hechoabsurdo de que estas paradas y ejerciciosmilitares ocupen a un organismo dePolicía. Sin embargo, lo más bello de todaesta institución en su absolutasuperfluidad, tan grande, por lo menos,como la del Acta de Algeciras. Jamás hansido amenazados los europeos en la regióncostera, como no sea por las importunas yexigentes maneras de algunos súbditosfranceses y exclusivamente por ellas.Cierto que siempre han existido aquellasinquietudes populares que constituyen lavida normal en Marruecos; pero nunca sepropagaron hasta la costa y nadie tuvo

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jamás menos necesidad de esteespantapájaros policíaco que loseuropeos, en cuyo pro ha sido suscitado.Antes bien, la cuestión es ahora arreglarlos desórdenes que esta policía motiva atoda hora.

»Esto es el pan nuestro de cada día.En la bombardeada Dar el Barda vienen alas manos un día aquellos marroquíes de la«Hermandad» que han sido educados porfranceses, con los instruidos porespañoles. Otro día entran en fuego en todaregla por las calles de la ciudad con unostiradores argelinos; la batalla dura hastaque uno de los ejércitos consume susmuniciones y tiene que retirarse. Entoncesse presentan los oficiales para intervenircon gestos importantes. Dos desertoresperseguidos en Saffi.se acogen a la Kubadel santón y son arrojados de ella por elcapitán francés de la Policía. Los jerifes ynotables de la ciudad impidieron conmuchos esfuerzos que penetrara elcristiano en el sagrario, dando con ello

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ocasión a que en un lugar fanático deMarruecos se produjera el incidente, deCasablanca, que, según se recordará, fuedebido a la irritación criminal delsentimiento religioso de los naturales».

La lista de fechorías aducida porArtbauer es larga; luego añade: «La únicaexcepción ilustre es Tetuán, con elpequeño capitán Cogolludo, el hombre dela barba negra».

Cuando la tropa fue organizadafaltaban clases indígenas. Francia se lasproporcionó en los regimientos argelinos;España, en su tabor rifeño de Ceuta,compuesto de 150 hombres. Ambasmedidas, explicables eñ un principio, semostraron luego defectuosas. Losinstructores españoles se dieron cuenta deello y sustituyeron poco a poco a laoficialidad subalterna, de modo que hoypuede tenerse en ella bastante confianza.Francia, empero, introdujo cada vez máselementos extraños.

Como todos los reclutas orientales,

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son desde un principio estos soldadosobedientes y de buen talante; lo demásviene con los cinco reales diarios quepuntualmente se les paga, dando pábulo auna gran envidia que les tienen por ello losAsaks marroquíes. Sin embargo, no hacen,con sus estrambóticos uniformes, otra cosaque estorbar en las angostas callejuelas elpaso de borricos y camellos, y, cuandollega la noche, dormir acurrucados encualquier rincón.

El marroquí de tipo medio no alcanzaa comprender qué puede significar esteorganismo policíaco, y piensa que de loseuropeos no se puede esperar nada másdiscreto que ese instituto por nadiedeseado y que para nada sirve. El moroculto, en cambio, se pregunta, con razón, siel imperio económicamente destruido porlas dilapidaciones del imbécil Abd-el-Aziz puede desprenderse del montónenorme de duros que son necesarios parapagar los sueldos gigantes de losinstructores europeos y que, a la postre,

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sirven sólo a entretener un ejército deparada, revista o muestra. ¿Se llama«Policía» en tierra de cristianos a una cosaasí? ¿A qué —piensan— tener estas gentescon sus bayonetas rígidas justamente a laspuertas de las ciudades, donde sólopueden ofender la vista de las pacíficascaravanas que entran y salen? ¿Por qué enciudades de mucho tráfico, en cuyasestrechas calles no es siquiera posibletirar, han de ir y venir estos hombres consus terribles fusiles? Y, sobre todo, ¿paraqué es menester toda esta institución si latropa no puede reprimir las ilegalidadesde europeos exigentes, muchos de elloshuidos del continente, puesto que sóloejerce poder sobre los indígenas? Antessalían todas las noches dos hombres, eluno con un grueso garrote, el otro con unalinterna estupenda, y esta Policía idílicabastaba a guardar la paz y seguridad. Lanueva Policía, por el contrario, ofreceapoyo y ocasión a elementos de historiapoco limpia, como antiguos partidarios del

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Roguí, etc.«Todo este absurdo —concluye

Artbauer— se hace comprensible siatendemos que estas tropas no son enrealidad Policía, sino marco y preparaciónpara el futuro Ejército marroquí queFrancia comienza a prestarse enMarruecos».

EL Imparcial, 14 junio 1911.

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notes

[1] Véase Personas, Obras, Cosas.