Arqueologia en La Ti No America

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ARQUEOLOGÍA EN LATINOAMÉRICA: HISTORIAS, FORMACIÓN ACADÉMICA Y PERSPECTIVAS TEMÁTICAS MEMORIAS DEL PRIMER SEMINARIO INTERNACIONAL DE ARQUEOLOGÍA UNIANDES UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES - CESO DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

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ArqueologíA en lAtinoAméricA:historiAs, formAción AcAdémicA

y perspectivAs temáticAs

memoriAs del primer seminArio internAcionAl de ArqueologíA uniAndes

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE CienciAs sociAles - CESO

DEPARTAMENTO DE AntropologíA

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Primera edición: noviembre de 2008

© Luis Gonzalo Jaramillo© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales – CESODirección: Carrera 1ª No. 18A – 10 Edificio Franco P. 3Teléfono: 3 394949 – 3 394999. Ext: 3330Bogotá D.C., Colombia [email protected]

Ediciones UniandesCarrera 1ª. No 19-27. Edificio AU 6Bogotá D.C., ColombiaTeléfono: 3394949- 3394999. Ext: 2133. Fax: Ext. 2158http//:[email protected]

ISBN: 978-958-695-383-2

Diseño gráfico, preprensa y prensa: Legis S.ADirección: Avenida calle 26 No 82 - 70Teléfono: 4 255255Bogotá D.C., Colombia

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Seminario Internacional de Arqueología Uniandes (1º : 2005 : Bogotá) Arqueología en Latinoamérica: historias, formación académica y perspectivastemáticas: Memorias del Primer Seminario Internacional de Arqueología Uniandes –Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología,

CESO, Ediciones Uniandes, 2008.288 p.; 17 x 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN 978-958-695-383-2

1. Arqueología — Investigaciones — Congresos, conferencias, etc. 2. Arqueología – América Latina — Congresos, conferencias, etc. 3. Antropología física — Investigaciones — Congresos, conferencias, etc. 4. Arqueología — Enseñanza — Congresos, conferencias, etc. I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Antropología II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO IV. Tít.

CDD 980. SBUA

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PresentaciónLuis Gonzalo Jaramillo E.

Arqueología del Circum-Caribe: perspectivas desde una isla Lucaya, San Salvador, BahamasJeffrey P. BlickGeorgia College & State [email protected]

Estado actual y perspectivas de la investigación arqueológica en territorio costarricenseUniversidad de PittsburghMauricio Murillo [email protected]

La ambigüedad de la diferencia: liberales y conservadores en la conformación de la antropología y la arqueología colombianasCarl Henrik LangebaekUniversidad de los [email protected]

Cien años de arqueología venezolana a través de sus textos fundamentalesRafael A. Gassón P. Instituto Venezolano de Investigaciones Cientí[email protected]

Método y teoría en la arqueología ecuatorianaFlorencio DelgadoUniversidad San Francisco de [email protected]

El futuro del pasado: arqueología andina para el siglo XXI Alexander HerreraUniversidad de los [email protected]

Arqueología y formación profesional: esbozo para una cartografía histórica latinoamericana Luis Gonzalo Jaramillo E.Universidad de los [email protected]

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contenido

listA de figurAs y tAblAs ............................................................................ ix

presentAción ................................................................................................ 1Luis Gonzalo Jaramillo E.

ArqueologíA del circum-cAribe: perspectivAs desde unA islA lucAyA, sAn sAlvAdor, bAhAmAs .............................................................................. 5

Jeffrey P. Blick

estAdo ActuAl y perspectivAs de lA investigAción ArqueológicA en territorio costArricense ............................................................................. 41

Mauricio Murillo Herrera

lA AmbigüedAd de lA diferenciA: liberAles y conservAdores en lA conformAción de lA AntropologíA y lA ArqueologíA colombiAnAs ............ 85

Carl Henrik Langebaek

cien Años de ArqueologíA venezolAnAA trAvés de sus textos fundAmentAles 109Rafael A. Gassón P.

método y teoríA en lA ArqueologíA ecuAtoriAnA ...................................... 129Florencio Delgado Espinoza

el futuro del pAsAdo: ArqueologíA AndinA pArA el siglo xxi .................. 167Alexander Herrera

ArqueologíA y formAción profesionAl: esbozo pArA unA cArtogrAfíA históricA lAtinoAmericAnA ..................................................................... 187

Luis Gonzalo Jaramillo E.

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listA de figurAs y tAblAsArqueología del Circum-Caribe: perspectivas desde

una isla Lucaya, San Salvador, Bahamas

Jeffrey P. BlickGeorgia College & State University

Figura 1. Primera migración o migración Casimiroide en el Caribe, originándose en Centroamérica .................................................................... 8

Figura 2. Segunda migración o migración Ortoiroide hacia el Caribe, saliendo de su origen en Sudamérica ........................................................... 9

Figura 3. Tercera migración o migración Saladoide hacia el Caribe desde su origen sudamericano ................................................................................ 10

Figura 4. Cuarta migración o migración Barrancoide hacia el Caribe desde su fuente sudamericana ................................................................................ 12

Figura 5. Quinta migración o migración Karina/Caribe hacia el Caribe, desde su origen sudamericano ..................................................................... 13

Figura 6. Mapa que indica las migraciones hacia el archipiélago de las Bahamas desde el este de Cuba y el norte de La Española .......................... 15Figura 7. Localización de Minnis-Ward, Lago Norte de Storr, y el Conchero de la Punta de Barker .................................................................. 19Figura 8. Localización hipotética de las casas precolombinas en el sitio de Minnis-Ward basada en distribuciones de cerámica y otros artefactos .. 20

Figura 9. Aumento, disminución y recuperación de cantidad y peso de gasterópodos en el sitio Lago Norte de Storr, Niveles 5-1 .............................. 25

Figura 10. Disminución significativa en la cantidad de restos de cangrejos, Niveles 5-1 en el sitio Lago Norte de Storr ...................................................... 27

Figura 11. Disminución significativa del peso de los restos de cangrejos, Niveles 5-1, en el sitio Lago Norte de Storr ................................................. 27

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x listA de figurAs ytAblAs

La ambigüedad de la diferencia: liberales y conservadores en la conformación de la antropología y la arqueología colombianas

Carl Henrik LangebaekUniversidad de los Andes

Figura 1. Laureano Gómez en el Teatro Municipal de Bogotá .................... 87

Arqueología y formación profesional: esbozo para una cartografía histórica latinoamericana

Luis Gonzalo Jaramillo E.Universidad de los Andes

Figura 1. Distribución de la oferta total en arqueología, por país ............... 196

Figura 2. Distribución de la oferta, según su ubicación en la capital o la provincia en los seis países con mayor proporción de la oferta total ........... 197

Figura 3. Distribución de la oferta pública, niveles de grado y posgrado ... 212

Figura 4. Distribución de programas, Nivel Grado, en instituciones públicas, por país ......................................................................................... 217

Figura 5. Distribución de programas, Nivel Posgrado, en instituciones públicas, por país ......................................................................................... 217

Figura 6. Distribución de programas en instituciones privadas, por país, niveles grado y posgrado ............................................................................. 218

Figura 7. Distribución de programas en instituciones privadas, por país, niveles grado y posgrado ............................................................................. 219

Figura 8. Distribución por país, oferta Énfasis en Arqueología, Nivel Grado y Posgrado, en instituciones públicas ............................................... 230

Figura 9. Distribución por país, oferta en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología, Nivel Grado ....................................................................... 232

Figura 10. Distribución por país, oferta en instituciones privadas, Énfasis en Arqueología ............................................................................................. 234

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listA de figurAs y tAblAs xi

Tablas

Tabla 1. Distribución de programas y oferta general en arqueología, por país.. 195

Tabla 2. Distribución de la oferta en o con arqueología, por país, según localización regional .................................................................................... 196

Tabla 3. Distribución de las ofertas, según el carácter público o privado de las instituciones ............................................................................................ 198

Tabla 4. Distribución por país de la oferta de programas en arqueología .... 201

Tabla 5. Distribución por país de la oferta de programas, modalidad Línea en Arqueología ............................................................................................. 202

Tabla 6. Distribución por país de la oferta de programas, modalidad Énfasis en Arqueología ............................................................................................. 202

Tabla 7. Distribución de la oferta, modalidad Línea en Arqueología, según ubicación regional ........................................................................................ 203

Tabla 8. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología, según ubicación regional. ....................................................................................................... 203

Tabla 9. Distribución por país de la oferta Arqueología, como Contenido Mínimo ......................................................................................................... 204

Tabla 10. Distribución de las ofertas Línea en Arqueología, y Énfasis en Arqueología, según el carácter público o privado de las instituciones ........ 204

Tabla 11. Distribución por nivel de formación de la oferta Línea en Arqueología .................................................................................................. 206

Tabla 12. Distribución por país de los programas Línea en Arqueología, Nivel Grado .................................................................................................. 206

Tabla 13. Distribución por país y nombre específico de los programas Línea en Arqueología, Nivel Grado ....................................................................... 207

Tabla 14. Distribución por país de los programas Línea en Arqueología, Nivel Posgrado ............................................................................................. 209

Tabla 15. Distribución por país y nombre específico de los programas Línea en Arqueología, Nivel Posgrado .................................................................. 209

Tabla 16. Duración de programas académicos Línea en Arqueología, y Énfasis en Arqueología, en años .................................................................. 211

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xii listA de figurAs ytAblAs

Tabla 17. Lista de ofertas Línea en Arqueología, instituciones públicas, Nivel Grado y Posgrado ............................................................................... 213

Tabla 18. Lista de ofertas en instituciones públicas, Línea en Arqueología, Nivel Grado .................................................................................................. 214

Tabla 19. Lista de ofertas en instituciones públicas, Línea en Arqueología, Nivel Posgrado ............................................................................................. 215

Tabla 20. Distribución de la oferta en instituciones privadas, por universidad y país, Nivel Grado y Posgrado ................................................................... 218

Tabla 21. Lista de instituciones privadas, Línea en Arqueología, Nivel Grado ............................................................................................................ 219

Tabla 22. Lista de instituciones privadas, Línea en Arqueología, Nivel Posgrado ................................................................................................................ 220

Tabla 23. Distribución por nivel de formación de la oferta Énfasis en Arqueología .................................................................................................. 224

Tabla 24. Distribución por país de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Grado .................................................................................................. 225

Tabla 25. Distribución por país y nombre específico de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Grado .......................................................... 226

Tabla 26. Distribución por país de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Posgrado ............................................................................................. 228

Tabla 27. Distribución por país y nombre específico de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Posgrado ..................................................... 229

Tabla 28. Lista de ofertas Énfasis en Arqueología en instituciones públicas, Nivel Grado y Posgrado ............................................................... 230

Tabla 29. Lista de oferta Nivel Grado en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología .................................................................................................. 231

Tabla 30. Lista de programas de posgrado en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología ................................................................................ 233

Tabla 31. Distribución de la oferta en instituciones privadas, Énfasis en Arqueología ...................................................................................................... 233

Tabla 32. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología en instituciones privadas, Nivel Grado .................................................................................. 234

Tabla 33. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología en instituciones privadas, Nivel Posgrado ............................................................................. 235

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listA de figurAs y tAblAs xiii

Tabla 34. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Grado .................................................................................................. 238

Tabla 35. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Posgrado ............................................................................................. 239

Tabla 36. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Grado y Posgrado ............................................................................... 239

Tabla 37. Oferta en Arqueología como Contenido Mínimo, con lista de cursos ofertados ........................................................................................... 244

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presentAción

Este volumen, que tiene sus raíces en el Primer Seminario Internacional de Ar-queología UNIANDES, realizado en octubre de 2005, evento del cual se nutre y ofrece a manera de memoria, representa un esfuerzo doblemente relevante. Por una parte, porque en su carácter de publicación institucional cimienta el compro-miso con la formación superior en el campo de la arqueología, como es, en efecto, el Área de Arqueología y Antropología Biológica de la Maestría en Antropología del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Por el otro lado, porque el espíritu del evento –y claramente, como podrán percibir los lec-tores, también el espíritu de los diferentes autores– fue contribuir con lo que es una necesidad constante para cualquier disciplina, como es perfilar el estado de su desarrollo. Pero más aún, como en este caso, contribuir a dicho esfuerzo bajo una perspectiva que con matices, muchos matices, claro está, permitiera nutrir el desarrollo de marcos analíticos que, trascendiendo los impuestos por los límites geopolíticos de los estados nacionales contemporáneos, sean una invitación a re-visar y desarrollar temas y perspectivas que den sustento y vitalidad a la práctica disciplinar.

En la estructuración del seminario –que tuvo por título Estado y perspecti-vas de la investigación arqueológica en los “alrededores” de Colombia– fue nece-sario, por razones prácticas, tomar decisiones sobre el número de participantes, lo que se tradujo en sólo contar con aportes para un número limitado de países. Tratando de consolidar no obstante esta perspectiva, se logró concretar la partici-pación de Jeffrey Blick, quien abordó el área del Gran Caribe (“Arqueología del Circum-Caribe: perspectivas desde una isla Lucaya, San Salvador, Bahamas”), la de Rafael Gassón, para el tema de Venezuela (“Cien años de arqueología ve-nezolana a través de sus textos fundamentales”), la de Florencio Delgado, para el Ecuador (“Método y teoría en la arqueología ecuatoriana”) y la participación de Alexander Herrera, para el caso del Perú (“El futuro del pasado: arqueología andina para el siglo XXI”).

Creemos que los títulos de estas contribuciones son lo suficientemente cla-ros sobre la perspectiva que persiguen, como para que sea necesario ahondar en presentarlos de manera individual, máxime que, como debe quedar claro, no fue la pretensión del evento –ni de los participantes– producir un texto secuencial ni

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2 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

preestructurado, sino que, por el contrario, se buscaba entablar un diálogo alrede-dor de estas perspectivas particulares sobre los diferentes países/regiones geográ-ficas. Así, y con el fin de complementar esta perspectiva, y ya desde la organiza-ción del volumen como tal, debemos adicionar tres contribuciones. La primera es la de Mauricio Murillo sobre el caso de Costa Rica (“Estado actual y perspectivas de la investigación arqueológica en territorio costarricense”), que sigue el espíritu de una revisión amplia del estado de la arqueología en ese país.

La segunda contribución es el texto “La ambigüedad de la diferencia: li-berales y conservadores en la conformación de la antropología y la arqueología colombianas” de Carl Langebaek, en donde más que un estado del arte como tal sobre la arqueología en Colombia, tema que recientemente tanto éste como otros investigadores han abordado (Langebaek 2003, 2005, Gómez 2005; Botero 2007; Mora 2000), el autor nos ofrece una mirada más amplia sobre el período en que se institucionalizó la disciplina, analizando en particular las ideas de raza y geogra-fía presentes en los debates y escritos de los políticos liberales y conservadores más influyentes de dicha época.

El tercer ensayo es mi contribución como coordinador del evento y editor del volumen (“Arqueología y formación profesional: esbozo para una cartografía histórica latinoamericana”), en el que se consolida un panorama de la formación profesional en arqueología con referencia a Latinoamérica y el Caribe en general, perspectiva que creemos sirve de contrapeso necesario a los más comunes y cada vez, por fortuna, más frecuentes estudios sobre la historia de la arqueología a escala nacional y regional, así como sobre el desarrollo teórico y metodológico de la misma.

No es otro el ánimo de este volumen, como lo fue también el del seminario, que contribuir a generar precisamente un espacio para compartir estas perspecti-vas sobre la disciplina y así consolidar los tan necesarios canales para cualificar el conocimiento sobre esas otras realidades, que a veces, a pesar de la cercanía geográfica, no pueden llamarse “vecinas” sino que son verdaderos “Nuevos Mun-dos”, así como a precisar temas que damos por sentado, como son las estructuras y el proceso de formación profesional, el tamaño y ubicación de esa oferta aca-démica, etc. Esperamos que este volumen, así como las futuras realizaciones del Seminario Internacional de Arqueología UINIANDES, sirvan para concretar el esfuerzo institucional del Departamento de Antropología para con la arqueolo-gía, compromiso que hoy se funde con la celebración misma de los 60 años de la Universidad.

No podemos terminar esta breve nota sin dejar constancia de agradecimiento a los autores por su esfuerzo y paciencia durante el largo proceso que hoy culmina

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PrEsEntación 3

para este volumen como producto editorial, y contamos con que sea sólo el inicio de una agenda de debates en torno a las contribuciones individuales, así como a la temática general tratada.

Luis Gonzalo Jaramillo E.Coordinador académico

Área de Arqueología y Antropología Biológica

bibliogrAfíABotero, Clara Isabel

2007 El redescubrimiento del pasado prehispánico de Colombia: viajeros ar-queólogos y coleccionistas 1820-1945. Bogotá: Uniandes, ICANH.

Langebaek, Carl

2005 “Arqueología colombiana: balance y retos”. Arqueología Suramericana, volumen 1, enero de 2005: 96-114.

2003 Arqueología colombiana: ciencia, pasado y exclusión. Colección Colom-bia, volumen 3. Bogotá: Colciencias.

Mora, Santiago

2000 “Ámbito pasado y presente en la arqueología colombiana”. Revista del Área Intermedia, 2: 153-181.

Gómez, Alba Nelly

2005 “Arqueología colombiana: alternativas conceptuales recientes”. Boletín de Antropología Vol. 19, No. 36: 198-231.

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ArqueologíA del circum-cAribe: perspectivAs desde unA islA lucAyA,

sAn sAlvAdor, bAhAmAs

Jeffrey P. Blick1

Introducción

El debate moderno sobre el poblamiento prehistórico del Caribe y las Bahamas ha estado desarrollándose de varias formas por lo menos desde los años treinta del siglo pasado. La figura principal ha sido Irving Rouse (Rouse 1939, 1986, 1992), aunque muchos otros también han contribuido de manera significativa a este debate tanto en lo teórico como en lo arqueológico (por ejemplo, Berman y Gnivecki 1995; Gran-berry y Vescelius 2004; Keegan 1985, 1992). El estudio de este tema, no obstante, se ha visto particularmente afectado por el uso de diferentes y complejos sistemas de clasificación cerámica o tipologías. Rouse mismo ha planteado que el uso de los sistemas tipológicos del medio oeste y del sudeste norteamericanos ha causado gran confusión entre aquellos que han intentado identificar la cerámica prehistórica y procurado, subsiguientemente, inferir los patrones de migración basados en las distribuciones de las cerámicas en la región del Gran Caribe (Rouse 1980).

Las diferencias entre estos dos sistemas, que fueron introducidos en el Ca-ribe por Rouse (1939), quien utilizó el del medio oeste, y por Bullen (1963), Hoff-man (1963, 1967), MacLaury (1970) y Sears y Sullivan (1978), quienes utilizaron el sistema del sudeste (Rouse 1980), son básicamente las siguientes:

1) El sistema del medio oeste “está interesado principalmente en distinguir ‘focos’: los complejos, las fases o los estilos de la arqueología caribeña”, que lue-go “son organizados en orden cronológico proporcionando la base para resolver problemas relativos a procesos históricos, como la migración, la difusión, y la evolución” (Rouse 1980: 94). El sistema del medio oeste se centra en los sitios antes que en los especímenes (artefactos) (Rouse 1980: 95).

1 Texto traducido del inglés al español por Luis Gonzalo Jaramillo E.

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2) El sistema del sudeste está basado en “tipos individuales de artefactos, que [son] utilizados para establecer secuencias locales de ‘períodos’ que se consideran son superiores a los ‘focos’ como medio para estudiar los procesos históricos” (Rouse 1980: 94). El sistema del sudeste se centra en especímenes (artefactos) antes que en los sitios, y estos especímenes son clasificados en clases o tipos (Rouse 1980: 95).

Como consecuencia de las diferencias entre estos dos sistemas, ha habido mu-cha confusión en el uso de la terminología, así como complicaciones con respecto a las teorías de migraciones prehistóricas hacia y a través del Caribe. Con respecto al uso de la terminología utilizada para describir los artefactos, los pueblos y las culturas en el Gran Caribe, ha habido confusión o al menos aplicación inconsistente de términos y significados. Rouse (1980) plantea que los términos “serie”, “estilo”, “tipo”, etc., han sido utilizados de forma inconsistente al aplicarse a la identificación de diferentes formas de alfarería e historias culturales y de migración. En efecto, en las últimas décadas ha habido múltiples acusaciones acerca de la aplicación errónea de estos términos, así como sobre las implicaciones que esto tiene sobre la construc-ción de los modelos migratorios (Granberry y Vescelius 2004; Granberry y Winter 1993; Rouse 1980; Sears y Sullivan 1978, para nombrar sólo unos pocos ejemplos). Más detalles con respecto a este asunto pueden encontrarse en Rouse (1980), pero lo dicho es suficiente para enfatizar el grado de complejidad y confusión existentes con respecto a los tipos cerámicos del Caribe, tanto desde la perspectiva de los ar-queólogos profesionales como del público en general.

Es en este contexto que resulta relevante la propuesta recientemente ofre-cida por Julian Granberry y Gary Vescelius (2004), la cual, al combinar datos lingüísticos y arqueológicos en una forma coherente, hace que pueda ser, por el momento, considerada como el mejor modelo disponible para explicar la mi-gración de pueblos prehistóricos hacia el Caribe y las Bahamas. El resto de este ensayo procurará: 1) aclarar los patrones generales de la migración en el Caribe y las Bahamas; 2) explicar la perspectiva vigente sobre el poblamiento de la isla de San Salvador (Bahamas), y las relaciones de esos grupos colonizadores con otros en el Gran Caribe; 3) describir las investigaciones actuales en San Salvador que han revelado vestigios de los estilos de vida de los Lucayos, detallando la eviden-cia sobre el impacto que éstos generaron en el ambiente local, y proporcionar una explicación de la destrucción final de su cultura; y 4) concluir con una discusión breve acerca del futuro de la arqueología en el Caribe.

Las migraciones prehistóricas en el Caribe y las Bahamas

La mejor y más reciente descripción de las migraciones prehistóricas en el Caribe y las Bahamas es el trabajo de Granberry (Granberry y Vescelius 2004; Granbe-

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arquEoLoGía dEL circum-cariBE 7

rry 1991). Debe destacarse que el trabajo de Irving Rouse (1986, 1992) ha sido sumamente significativo en esta área y será utilizado donde sea necesario para agregar detalle o para destacar las diferencias que quizás existan entre los dife-rentes modelos. El trabajo de Granberry, como señalamos anteriormente, es único en tanto que utiliza una combinación de datos lingüísticos y arqueológicos para ordenar las patrones de migraciones prehistóricas hacia y dentro del Gran Caribe. La explicación que sigue descansa esencialmente en la propuesta de Granberry y Vescelius (2004).

Las migraciones humanas hacia el Caribe, como las migraciones humanas que llegaron a América desde Asia, fueron numerosas y ocurrieron a través de períodos grandes. En el caso del Caribe, Granberry y Vescelius (2004) postulan por lo menos cinco migraciones principales desde las costas de Centroamérica y Sudamérica, que empiezan alrededor del año 4200 aC y duran hasta el tiempo de Colón e incluso en los días coloniales tempranos, con fechas tan tardías como me-diados del siglo XVII. Estas migraciones, que empezaron generalmente en puntos de partida diferentes, generadas por pueblos con tecnologías, culturas e idiomas distintos, que siguieron rutas diversas y que fueron probablemente causadas por el influjo de diferentes factores, son descritas a continuación.

Migración 1: La migración Casimiroide (4200 aC). La primera migra-ción extensamente reconocida en la región Caribe fue una migración del período Arcaico, que empieza alrededor del año 4200 aC, y corresponde a un pueblo con una tecnología lítica que parece tener su paralelo arqueológico más cercano en los complejos líticos arcaicos de Belice y Honduras del año 7500 aC (Granberry y Vescelius 2004) (ver la figura 1). Esta cultura ha sido llamada Casimiroide por Rouse, nombre derivado del sitio tipo de Casimira en República Dominicana, aunque otros investigadores de la región le han dado nombres diferentes (Rouse 1992). Los artefactos Casimiroides, como las lascas típicas y artefactos de piedra pulida, han sido encontrados en sitios de Cuba, Haití, República Dominicana y Puerto Rico, pero no en Jamaica, ni en las Antillas Menores, ni en el Archipiélago de las Bahamas. Rouse (1992) afirma que estos artefactos están limitados a Cuba y La Española, la isla ocupada hoy por República Dominicana y Haití. Granberry y Vescelius (2004) sugieren que los escasos datos lingüísticos que sobreviven de las culturas del Caribe y los topónimos indican que estos inmigrantes tempranos fueron quizás hablantes de un idioma llamado ciguayo, que también tiene los orígenes en Centroamérica. La ruta migratoria temprana de estos pueblos no está probada fuera de duda, pero una migración de Yucatán a Cuba y/o de la costa de Moskitos a Cuba parece ser la más probable, dada la proximidad geográfica y las similitudes arqueológicas con las evidencias materiales halladas en el continente. Las fechas de 4190-3600 aC han sido registradas para sitios Casimiroides en Cuba

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y otras islas, y proporcionan un rango probable del principio de esta migración, mientras que los depósitos Casimiroides que se fechan alrededor del 2165 aC indican una fecha final posible para esta migración. Rouse (1992) plantea que la tradición Casimiroide termina alrededor del 400 aC.

Figura 1. Primera migración o migración Casimiroide en el Caribe, originándose en Centroamérica

Migración 2: La migración Ortoiroide (2200 aC). La segunda gran migra-ción prehistórica hacia el Caribe partió unos 2.000 años más tarde, esta vez desde la costa septentrional de Sudamérica cerca de la boca del río Orinoco, en el estado actual de Falcón, Venezuela (Granberry y Vescelius 2004) (ver la figura 2). Los depósitos arqueológicos indican que una cultura lítica Arcaica había alcanzado las costas de la isla de Trinidad por lo menos en el año 5000 aC, aunque fechamientos posteriores entre el año 2150 aC y los primero siglos dC indicarían que los pueblos de la segunda migración habían viajado por buena parte de las Antillas Menores, acercándose incluso a las Antillas Mayores, por lo menos en el año 1000 aC. Esta cultura Ortoiroide, nombrada así por el nombre de una cultura local en Trinidad (Rouse 1992), se caracteriza por artefactos líticos con similitudes a los del delta del Orinoco y la costa venezolana. Los artefactos Ortoiroides incluyen tanto artefactos como puntas de proyectil de hueso y puntas de lanza, azadas y morteros de concha (Granberry y Vescelius 2004). Granberry y Vescelius (2004) utilizan información

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lingüística que vincularía a estos grupos con las culturas hablantes de waroide del norte de la zona costera sudamericana entre Colombia y las Guayanas, pero espe-cialmente en la región del delta del Orinoco. Los artefactos Ortoiroides se encuen-tran tan al norte como en Saint Kitts hacia el 2150 aC o los hallados en Puerto Rico con fechas tan tardías como 624 dC. Depósitos Ortoiroides también se encuentran en República Dominicana. Parece que los pueblos Ortoiroides no ocuparon todas las islas, ya que en varias de las Antillas Menores no se han localizado sus artefac-tos (o al menos los arqueólogos todavía no los han encontrado). Hay también una mezcla curiosa de rasgos Casimiroides y Ortoiroides que algunos arqueólogos han atribuido a la hibridación, a la migración y a la mezcla de pueblos. Numerosos sitios arqueológicos a través de las Antillas Menores, y que continúan en Puerto Rico, se caracterizan por colecciones donde se mezclan los artefactos típicos de piedra puli-da Casimiroides, junto con los artefactos de hueso y concha Ortoiroides. Esta mez-cla aparente de culturas puede deberse a la difusión o la migración, aunque todavía no hay consenso en este asunto (Granberry y Vescelius 2004). No obstante, ya que la tradición Ortoiroide persiste hasta el 400 aC (Rouse 1992), hubo tiempo de sobra para la difusión y otros contactos entre pueblos Casimiroides y pueblos Ortoiroides entre el 1000 y el 400 aC (Rouse 1992).

Figura 2. Segunda migración o migración Ortoiroide hacia el Caribe, saliendo de su origen en Sudamérica

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Migración 3: La migración Saladoide (400 aC-1dC). Alrededor del 500-400 aC, se inició la tercera gran migración hacia el Caribe, esta vez impulsada por grupos con las primeras manifestaciones de tecnología cerámica y formas de agricultura que entran en la región (ver la figura 3). Los pueblos Saladoides ocu-paron o visitaron virtualmente cada isla desde la costa venezolana en cercanías a Trinidad hasta la parte central de Cuba (Granberry y Vescelius 2004), trayendo con ellos su alfarería roja, que es tan reconocible a través de la región. La alfarería Saladoide se caracteriza por vasijas zoomorfas, bandejas y platones (algunas con representaciones de animales nativos de Sudamérica), jarras y cuencos con asas en forma de “D”, e incensarios y vasijas acampanadas. La alfarería Saladoide está decorada típicamente con diseños policromos como blanco sobre rojo, blanco sobre rojo con engobe anaranjado, blanco sobre negro, pintura negra y diseños negativos; menos comunes son las incisiones en el cuerpo de las vasijas. La al-farería Saladoide también incluyó planchas cerámicas o budares para hornear el pan de mandioca (Rouse 1992). En general, la alfarería Saladoide está decorada en forma muy elaborada, convirtiéndose así en uno de los tipos cerámicos más reconocibles en la región. El pueblo Saladoide parece representar a los antepasa-dos de los Taínos, quienes posteriormente establecieron la cultura Clásica Taína

Figura 3. Tercera migración o migración Saladoide hacia el Caribe desde su origen sudamericano

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en las islas de las Antillas Mayores, como Cuba, La Española y Puerto Rico. El pueblo Saladoide también parece ser ancestro de los Lucayos del archipiélago de las Bahamas, el pueblo que recibió a Colón en el Nuevo Mundo en 1492 (Granbe-rry y Vescelius 2004; Keegan 1992; Rouse 1992). Granberry y Vescelius (2004) relacionan al pueblo migrante Saladoide con los grupos Arawakanos de la costa norte de Sudamérica. Más específicamente, la cultura Saladoide es relacionada por Granberry y Vescelius (2004) con hablantes de un idioma Arawakano-Mai-purano Noroeste, relacionado con el Guajiro moderno del noreste de Colombia y Venezuela occidental, cerca de la región del lago de Maracaibo.

Migración 4: La migración Barrancoide (500-1000 dC). En contraste con el rango propuesto por Granberry y Vescelius de 500-1000 dC, se debe resaltar que Rouse (1992) propone el año 1500 aC como fecha para el comienzo del desa-rrollo del estilo Barrancoide en el valle del Orinoco medio. Durante el milenio an-terior a la llegada de los españoles y otros exploradores europeos al Caribe, otros grupos hablantes de Arawak dejaron la costa norte de Sudamérica, saliendo desde el Orinoco medio hacia el este del territorio natal de los Saladoides (Granberry y Vescelius 2004) (ver la figura 4). Estos grupos fueron los portadores de la tradi-ción Barrancoide, la segunda mayor población agrícola y productora de cerámica en ingresar a la región Caribe. Su punto de origen fueron también el delta del Ori-noco y la región de Trinidad. Su tradición cerámica, llamada Barrancoide, se ca-racteriza por líneas anchas incisas sobre superficies pulidas y por temas zoomor-fos tipicamente modelados o aplicados sobre los bordes de las vasijas. Granberry y Vescelius (2004: 128) describen la cerámica Barrancoide como “técnicamente sofisticada” y “altamente decorada”. Nuevas tradiciones cerámicas comenzaron a evidenciarse en las Antillas Menores, como la Trumasoide, la cual se caracte-riza por ser una mezcla de rasgos Saladoides y Barrancoides. Una nueva cultura cerámica denominada Suazoide apareció en escena entre los años 1000-1400 dC. Estos tipos cerámicos (Barrancoide, Trumasoide y Suazoide) están circunscritos a la parte sur de las Antillas Menores y no se han encontrado al norte de la isla de Guadalupe (Granberry y Vescelius 2004). Granberry y Vescelius (2004) rela-cionan esta cuarta migración con el grupo conocido históricamente como Eyeri o Igneri, que hablaban una lengua muy diferente de la de los Taínos. Esta lengua es clasificada por Granberry y Vescelius (2004) como un nuevo lenguaje Arawak re-lacionado con la antigua lengua Garífuna, aún hablada en partes del Gran Caribe. Alrededor del año 1450 dC, los Eyeri dejaron de producir la cerámica Suazoide, y tanto los exploradores españoles como europeos en general comenzaron a dejar registros sobre estos pueblos tardíos del Caribe, en documentos históricos que datan desde 1493 en adelante (Granberry y Vescelius 2004).

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Figura 4. Cuarta migración o migración Barrancoide hacia el Caribe desde su fuente sudamericana

Migración 5: La migración Karina/Caribe (1450-1650 dC). Con la lle-gada de los españoles y otros europeos al Caribe, a partir de 1492 comenzamos a tener documentos históricos que registran las costumbres, los idiomas y otros rasgos culturales de los pueblos de las Indias Occidentales. En las Antillas Meno-res, fuentes españolas y europeas indican una vez más la presencia de un grupo cultural diferente que habla un idioma no relacionado con el Taíno o el Eyeri. Estas gentes se llamaron a sí mismos Kalínagos o Kalíphunas y les afirmaron a los exploradores franceses, en 1635, que ellos vivían en las islas del sureste de las Antillas Menores y en el continente sudamericano (Granberry y Vescelius 2004) (ver la figura 5). Los Kalínagos habían estado invadiendo a los Eyeri, tomando a sus mujeres y viviendo entre ellos por cerca de dos siglos. Este último grupo cul-tural en migrar al Caribe llegó a ser una cultura creolizada, mezcla de elementos Caribes con Eyeri, lo que conformó finalmente el grupo que llegaría a ser conoci-do como Caribes Isleños (Granberry y Vescelius 2004). Esta migración continuó en tiempos coloniales tempranos, con estos Karina/Caribe buscando tierra, espe-cialmente en la isla de Granada, hasta mediados de 1600 (Granberry y Vescelius 2004). Granberry y Vescelius (2004) anotan que pudieron existir otras migracio-nes prehistóricas hacia el Gran Caribe, incluida, por lo menos, una en tiempos de la cultura Saladoide (150 aC) y otra migración posterior alrededor del 700 dC, por

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otro grupo Oriental de Arawakanos-Maipuranos desde la costa de las Guayanas hacia la costa del norte de La Española (basados en la evidencia arqueológica y lingüística). La figura 5 expone la quinta migración, o migración Karina/Caribe hacia el Caribe desde su fuente en el norte sudamericano.

Figura 5. Quinta migración o migración Karina/Caribe hacia el Caribe, desde su origen sudamericano

Aunque este esquema de las cinco grandes migraciones hacia el Caribe, pro-puesto por Granberry y Vescelius (2004), es simplificado y falla al no tener en consideración la presencia de numerosos tipos cerámicos y culturas en la región, es un modelo que tiene a su favor el hacer un uso sistemático e intensivo de los datos arqueológicos y lingüísticos disponibles. En este sentido, debe reiterarse que el sistema de clasificación de Rouse (1992, ver las figuras 14 y 15) incluye al menos 80 tipos cerámicos, distribuidos en 19 grupos diferentes de regiones o islas, cubriendo el lapso de tiempo entre el año 4200 aC y los tiempos históricos. Para los que desean explorar en más detalle las complejidades de la cronología actual y clasificaciones cerámicas del Caribe, se recomienda remitirse a Rouse (1992), para nombrar sólo un ejemplo.

La Migración Lucaya a las Bahamas (700-1492 dC). Julian Granberry (1991; Granberry y Vescelius 2004) ha utilizado el análisis de topónimos para

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entender la historia de la ocupación de las Bahamas, utilizando los nombres indí-genas de las islas para inferir la dirección del movimiento de los pueblos, según sea la naturaleza de los nombres de estas islas. En efecto, muchas de las islas en el archipiélago de las Bahamas tienen nombres derivados de características direc-cionales y/o geográficas de las islas. Por ejemplo, el nombre indígena Lucayo para la isla de San Salvador es Guanahaní (wa-na-ha-ni), que traduce “Tierra Pequeña de Aguas Superiores” (Granberry 1991; Granberry y Vescelius 2004: 83, la Mesa 8). Utilizando los nombres Lucayos para las islas de la cadena de las Bahamas, Granberry ha podido postular migraciones de pueblos procedentes de las islas de las Antillas Mayores hacia las Bahamas (incluidas las islas Turcas y Caicos). Las similitudes en los tipos cerámicos encontrados en las Bahamas con aquellos en-contrados en las Antillas Mayores habían sugerido previamente tales conexiones entre islas.

Utilizando las islas de las Antillas Mayores, como Cuba y La Española, como si fuesen escalones hacia la cadena de las Bahamas, Granberry ha analiza-do los nombres Lucayos de las islas y ha propuesto rutas específicas de migración (ver la figura 6). Las islas de las Bahamas más cercanas a las Antillas Mayores son Inagua (Inawa) y la Gran Turca (Abawana). El topónimo indígena Inawa es traducido como “Pequeña Tierra Oriental”, que sugiere que es un pequeño cuerpo de tierra (isla) situado al este del lugar que fue ocupado. De hecho, Inagua está al noreste de Cuba. Abawana, el topónimo indígena para la Gran Turca, es traducido como “Primera Tierra Pequeña”, que sugiere que fue ocupada desde La Española, ya que la Gran Turca es una de las primeras islas pequeñas al norte de la parte central de La Española (Granberry y Vescelius 2004). Granberry (1991; Granbe-rry y Vescelius 2004) utiliza esta técnica de topónimos para proponer un modelo de poblamiento del archipiélago de las Bahamas por saltos de isla en isla, tanto desde Cuba como desde La Española hacia el noroeste, por la cadena de islas, has-ta las Bahamas Mayores y Bimini, a unos 40 km de la costa de Estados Unidos.

El poblamiento de San Salvador (Bahamas) y su relación con otras islas caribeñas

Según el modelo de Granberry (1991; Granberry y Vescelius 2004), la isla de San Salvador pudo haber sido colonizada desde Cuba o La Española. Ambas rutas de migración habrían venido por la ruta de Isla Larga y Cayo Ron, aunque el paso de Cuba a San Salvador sea ciertamente la ruta más corta. Este modelo es conocido como “Hipótesis Cuba a Isla Larga” (Keegan 1992, citando a Winter, Granberry y Liebold 1985). Aparentemente, el comercio de larga distancia se realizó entre Cuba e Isla Larga, tal como fue registrado por Colón (Keegan 1992, citando a Da-

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ggett 1980), aunque, según Keegan (1992), hay sólo evidencia para el movimiento de alfarería de Cuba a San Salvador, y no necesariamente de personas.

Figura 6. Mapa que indica las migraciones hacia el archipiélago de las Bahamas desde el este de Cuba y el norte de La Española

Keegan (1992: 53-62) también describe otras dos rutas para el poblamiento de las Bahamas: la ruta “La Española a las islas Caicos” y la ruta “La Española a Gran Inagua”. Keegan (1992: 53) afirma que “la fuente más temprana y más cer-cana posible de colonos bahameños era La Española”. La ruta de islas Caicos fue primero propuesta por Shaun Sullivan (1976, 1980, 1981), basado en la evidencia de ese entonces, según la cual las islas Turcas y Caicos habían sido las primeras en ser ocupadas entre la cadena de islas bahameñas. Keegan enfatiza que este modelo ya no es sostenible sobre la base de la evidencia actual.

Keegan (1992) actualmente parece apoyar la ruta de migración “La Española a Gran Inagua”, afirmando que “las Bahamas del sur son todavía la ubicación más probable para la primera colonia, y La Española, la fuente más probable de colonos. La hipótesis, favorecida por el autor [Keegan], plantea que los Taínos entraron a las Bahamas a través de Gran Inagua durante la expansión Ostionoide hacia Cuba” (Keegan 1992: 58). Keegan usa varios cuerpos de pruebas para sustentar su apoyo a esta hipótesis: geografía, corrientes oceánicas y tipos cerámicos. La evidencia

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geográfica y la de las corrientes oceánicas indican que “Gran Inagua es una mejor candidata para ser la primera colonia que Caicos, por varios motivos. Inagua es más grande y más cercana tanto a La Española como a Cuba […] [y] si la sal fuera el motivo detrás de la colonización de estas islas […], Gran Inagua tiene estanques de evaporación salina más importantes” (Keegan 1992: 59). Keegan también ha proporcionado evidencia geográfica y de corrientes oceánicas que le sugieren que, “Cuando los vientos y las corrientes también son considerados, Gran Inagua es el destino más accesible” (Keegan 1992: 59, mapa 3.3). Además, de acuerdo con el análisis de Keegan, los vientos y corrientes favorecen el viaje desde La Española hasta Gran Inagua “por cerca de 281 días al año, mientras que el viaje hacia las islas Caicos habría sido favorable por cerca de sólo 91 días al año” (Keegan 1992: 61). La evidencia cerámica también le sugiere a Keegan que “Dado que el tipo Pal-metto fue inventado después de que las Bahamas fueron colonizadas, el (los) sitio(s) más temprano(s) debería(n) contener sólo la cerámica que los inmigrantes trajeron con ellos” (Keegan 1992: 62), esto es, cerámica importada sin desgrasante calcáreo (conchas o piedra caliza), derivada de las islas volcánicas de las Antillas Mayores. La evidencia cerámica también le indica a Keegan (1992: 58) que “la colonización de las Bahamas podría datar de alrededor del año 800 dC”.

Finalmente, el modelo de Keegan para la colonización de las Bahamas incor-pora numerosos motivos posibles para el movimiento demográfico de las Antillas Mayores hacia el archipiélago de la Bahamas: 1) crecimiento demográfico; 2) ge-nerosos recursos alimenticios; 3) suelos ricos (debido a condiciones no alteradas); y 4) animales terrestres y marinos fáciles de cazar (por ejemplo, cangrejo, hutía, foca fraile y tortugas de mar). Keegan (1992: 64) anota que “Las prospecciones arqueológicas han demostrado un proceso continuo de merma en la densidad de población al norte de la isla Acklins”, que él interpreta como un signo de las di-ferencias temporales en la ocupación de las islas y el crecimiento demográfico subsiguiente en éstas (es decir, las islas ocupadas antes [en el sur] tendrían den-sidades de población más altas que las islas pobladas más tarde [en el norte]). Es esta dinámica poblacional la que hace que Keegan (1985, 1992) la postule como el factor principal para la colonización de las Bahamas.

Con base en los hallazgos arqueológicos en la isla de San Salvador, actual-mente se reconoce que las evidencias más antiguas de la ocupación humana en las Bahamas son las encontradas en el sitio de Tres Perros (SS-21), fechado en 700 dC (Berman y Gnivecki 1995). La presencia de cerámica Arroyo del Palo en este sitio indica una conexión cultural con Cuba antes del 1000 dC (Berman y Gni-vecki 1995), cuando se piensa que el tipo Arroyo del Palo deja de ser fabricado. Además, el trabajo reciente de Berman y Pearsall (2005) sugiere que para el 700 dC ya había poblaciones en San Salvador que cultivaban y procesaban Zea (maíz)

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y tubérculos almidonados como Xanthosoma (cocoñame, malanga), entre otros. La presencia de agricultura temprana de maíz en San Salvador sugiere que la colonización pudo haber ocurrido antes de lo especulado, o que los colonizadores no eran transeúntes temporales, sino colonos permanentes que practicaban un modelo relativamente variado de subsistencia hortícola/recolector/pescador desde una época relativamente temprana en el proceso de colonización. Estas conclusio-nes recientes de Berman y Pearsall (2005) tendrán probablemente implicaciones serias, quizás todavía no vislumbradas completamente, para entender los modelos de migración e interpretación de los patrones de subsistencia en las Bahamas.

El análisis de la composición y el origen de la cerámica de la isla de San Sal-vador sugieren comercio y uniones culturales con las islas de Cuba y La Española (Mann 1986; Winter y Gilstrap 1991). Aunque hay un tipo cerámico fabricado lo-calmente, llamado el tipo Palmetto, aparentemente fabricado a partir de la “Greda Roja de las Bahamas” (Mann 1986), que es muy frecuente en todas las Bahamas (Granberry y Winter 1993), hay también un componente menor (menos del 2%) de cerámica importada encontrada en la isla (Mann 1986). Los análisis de rayos X y de secciones delgadas de tres tiestos, realizados por Mann, indican que al menos una parte de la cerámica importada proviene de “una de las islas volcáni-cas del Caribe, Sudamérica, o Centroamérica, al sur o sudeste de la Plataforma Bahameña” y que “Éste debe haber sido transportado a la isla de San Salvador como un artículo comercial” (Mann 1986: 187-188). Más expresamente, Winter y Gilstrap (1991) han mostrado por minerología, petrografía y análisis elementales que la cerámica encontrada en San Salvador tiene semejanzas con la cerámica que proviene tanto de Cuba como de La Española. Igualmente, la cerámica importa-da encontrada en las Bahamas tiene semejanzas minerológicas y de elementos tanto con Cuba como con La Española, demostrando comercio (mínimamente) y conexiones posiblemente culturales (es decir, las migraciones de las personas) entre los pueblos de las Bahamas y San Salvador con fuentes ubicadas en Cuba y La Española. Según Winter y Gilstrap (1991: 375), “En Gran Inagua, Bahamas, las cerámicas del sitio Nixon se agrupan con las de La Española a través del si-tio San Rafael […] mientras que las cerámicas del sitio East Conch Shell Point, West Conch Shell Point y el sitio Salt Pond Hill se agrupan con Cuba, a través del sitio Loma del Indio, Potrero del Mango […], y el sitio de Yaguajay, respectiva-mente”. Este descubrimiento, por sí mismo, sugiere bien múltiples migraciones o múltiples conexiones comerciales entre Gran Inagua-Cuba y Gran Inagua-La Española. Patrones similares de conexiones multiislas también se encuentran en cerámicas de otras islas de las Bahamas.

Inferencias sobre patrones de migración hacia las islas Bahamas, o al menos de conexiones culturales entre ellas, han sido planteadas por Winter y Gilstrap

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(1991: 377), basados en sus análisis cerámicos: “los movimientos más tempranos o las redes en las Bahamas vinieron por vía de La Española […] como evidencia [la cerámica del sitio] Melville [datado alrededor de 965±75 dC en Cayo Ron]. Posteriormente, los movimientos o las redes vinieron desde La Española y Cuba trayendo tanto las subseries Meillacan como la Chican, tal y como se ve en el sitio McKay [datado alrededor de 1250±70 dC en Isla Torcida]. El último movimiento o red de intercambio en las Bahamas puede haber venido desde Cuba, como se evidencia en el sitio de Bahía Larga [fechado alrededor de 1492 en San Salva-dor]”. Para la isla de San Salvador, Winter y Gilstrap (1991: 377) postulan uniones culturales más fuertes con Cuba que con La Española: “las asociaciones con la cerámica cubana […] ayudarían a explicar por qué los Lucayos decidieron dirigir a Colón a lo largo de la ruta [de San Salvador] a Cuba y no a La Española, siendo la razón de esto que los Lucayos de San Salvador, Bahamas, tenía redes comercia-les con los habitantes de Cuba, o que quizás Cuba era su territorio ancestral”. Sin tener en cuenta cuál de las posibles rutas de migración fue tomada para ir de las Antillas Mayores a las Bahamas, está claro que los Lucayos habían alcanzado San Salvador cerca del año 700 dC (Berman y Gnivecki 1995) y que habían ocupado la isla durante aproximadamente 800 años, antes de la llegada de Colón en 1492.

Investigaciones actuales en San Salvador: una perspectiva desde una isla lucaya

Las investigaciones contemporáneas en la isla de San Salvador revelan vestigios de los estilos de vida de los Lucayos, el impacto de la población prehispánica so-bre el ambiente local y evidencias sobre el fin de la cultura Lucaya. Cada uno de estos fenómenos se discutirá a continuación.

Estilos de vida de los Lucayos

Investigaciones arqueológicas recientes en el sitio de Minnis-Ward (Blick 2003, 2004) han revelado detalles sobre el trazado del pueblo, la presencia de conjuntos de viviendas, así como información sobre los patrones de subsistencia precolom-binos. El sitio de Minnis-Ward (SS-3) está localizado en la esquina noroeste de la isla de San Salvador, a lo largo de la cresta nordeste-sudoeste de una duna ubicada entre el océano Atlántico, al oeste, y la laguna Charco Triángulo, al este (ver la fi-gura 7). Pruebas de pala sistemáticas, realizadas en mayo de 2003 sobre una zona de aproximadamente 90 m x 30 m, han revelado la presencia de unas cinco a seis viviendas Lucayas dentro del área investigada (ver la figura 8).

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Figura 7. Localización de Minnis-Ward, Lago Norte de Storr, y el Conchero de la Punta de Barker (sobre mapa tomado de http://www.newhaven.edu/sansalvador/gis/ssmap_11x17.jpg)

Dado que sólo una tercera parte del sitio ha sido evaluada, se estima que un total de 15-18 viviendas serán encontradas en el sitio si la densidad de estructuras es la misma que la encontrada para la zona investigada. Este número total de viviendas se correlaciona bien con la descripción de Colón sobre grandes pueblos Lucayos que tenían entre 12-15 casas cuando él pasó por las Bahamas en octubre de 1492 (Fuson 1987: 86). El patrón de distribución de las casas revelado por la prospección inten-siva con las pruebas de pala también deja en claro que las casas en Minnis-Ward

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estaban alineadas sobre (y orientadas con el sentido de) la cresta de la duna, un mo-delo similar de asentamiento Lucayo registrado en otros sitios en San Salvador y las Bahamas. Además, el sitio de Minnis-Ward está localizado a unos 200 m del mar, otro patrón encontrado comúnmente en todas las Bahamas (Keegan 1992, 1997).

Figura 8. Localización hipotética de las casas precolombinas en el sitio de Minnis-Ward, basada en distribuciones de cerámica y otros artefactos

Con base en el modelo de las “unidades domésticas arqueológicas”2 (tam-bién conocido como “unidades domésticas”) de Flannery (1976; Flannery y Mar-

2 Nota del traductor: aunque en el original el término utilizado es “household cluster”, éste ha sido traducido en esta forma siguiendo la discusión de Jaramillo (1996:78) sobre este concepto, ya que sólo así se logra enfatizar el hecho de que éstas son unidades de rasgos por medio de los que se infiere la presencia de unidades domésticas, incluida la vivienda o casa como tal, pero también otros tipos de construcciones o concentraciones de basuras, etc. De igual forma, se preserva así el valor diferencial de este concepto frente al de “household unit”, que se traduciría como “unidad doméstica”.

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cus 1983; Winter 1974, 1976) y asociados, ha sido posible identificar la ubicación de las unidades domésticas precolombinas y discernir las actividades realizadas en ellas, mediante un análisis de la distribución espacial de artefactos en los depó-sitos arqueológicos. Esta técnica fue utilizada por el autor en el valle de La Plata, Colombia, con resultados exitosos (Blick 1993), y ha sido aplicada ahora al sitio de Minnis-Ward en San Salvador. Hasta donde sabemos, ésta puede ser la primera vez que esta técnica analítica se aplica a un sitio arqueológico en San Salvador y, quizás, en la totalidad de las Bahamas.

La distribución espacial general de artefactos que sugiere la presencia de una unidad doméstica precolombina es la existencia de un área con baja densidad de artefactos rodeada por, o adyacente a, una zona con una densidad mayor de artefactos (es decir, áreas de actividad). El fenómeno que produce este modelo es la tendencia de los ocupantes precolombinos de estas viviendas a barrer los suelos de sus casas o, por otra parte, a dejar las superficies de tránsito circundantes libres de artefactos (ver la discusión en Blick 1993). Con base en este modelo general, ha sido posible identificar la localización de aproximadamente cinco a seis (hipoté-ticas) unidades domésticas precolombinas en la zona prospectada recientemente con pruebas de pala en el sitio de Minnis-Ward (ver la figura 8). Los modelos de distribución de artefactos revelados por las pruebas de pala realizadas en 2003 también indican la presencia de posibles actividades y áreas de actividad, inclui-dos el barrido y la limpieza de los pisos de las casas y/o patios, la disposición de desperdicios caseros en basureros o áreas de descarte cerca de las casas, la pre-sencia de centros y áreas de preparación de alimentos, la presencia de áreas para trabajar las conchas y hacer cuentas para collares, así como la posible separación de áreas de actividad femeninas y masculinas (para más detalles, ver Blick 2003). Las excavaciones realizadas cerca de la Unidad Doméstica 1 confirmaron estas observaciones generales (Blick 2004).

En efecto, una excavación de 5 x 5 m realizada en mayo de 2004, cerca de la esquina sudoeste de esta unidad doméstica, permitió recuperar aproxima-damente 31.000 artefactos, incluidos aproximadamente 10.000 restos de fauna vertebrada e invertebrada (Blick 2004). Los restos de invertebrados incluyeron algunos organismos como el caracol reina o caracol rosado (Strombus gigas), almeja (Codakia orbicularis), buccino (Busycon sp.), quitón común de las Indias Occidentales (Chiton tuberculatus), quitón rizado o cucaracha de mar (Acantho-pleura granulata), cigua o burgao (Cittarium pica), cauri (Cypraea sp.), casco de rey (Cassis tuberosa), una variedad de almejas, mejillones y moluscos no identificados, cangrejo de tierra (Cardisoma guanhumi y Gecarcinus rurico-la), caracol de cacahuete (Cerion) y otros numerosos gasterópodos. Los restos de vertebrados incluyen la tortuga de mar (familia Cheloniidae), y un número

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grande de peces, incluidos jurel (Caranx), pluma (Calamus), 2-3 especies de mero (Epinephelus, Mycteroperca), pargo (Lutjanus), ronco (Haemulon), 3-4 especies del pez loro (Scarus, Sparisoma), cirujano (Acanthurus), cochino (Ba-listes), y hasta una posible gaviota (Aves), para un total de aproximadamente 19 vertebrados taxonómicamente identificados hasta ahora. De la fauna vertebrada identificada, aproximadamente el 67% son especies de arrecife de coral, aproxi-madamente el 17% son especies de costeras y cerca del 11% son especies de mar abierto (Blick y Brinson 2005)3. Si las especies de arrecife de coral y las de cos-ta se combinan, entonces aproximadamente el 83% de las especies identificadas son especies costeras o cercanas a la costa. Este tipo de explotación de recursos marítimos es similar al modelo “de utilización de los recursos más cercanos” (Wing y Reitz 1982) encontrado en todo el Caribe. Aunque el análisis de los restos de la fauna vertebrada está aún en desarrollo, parece haber una tendencia general a medida que nos movemos de los depósitos arqueológicos tempranos a los tardíos: los restos de peces se hacen más pequeños con el tiempo, como lo indican las medidas realizadas en los premaxilares y dentadura del pez loro y como lo muestran también las mediciones en los atlas de la familia Serranidae (mero) (Blick 2007). Este patrón generalmente se asume como una indicación de la disminución del potencial pesquero, debido a la sobreexplotación preco-lombina de los recursos.

Una de las identificaciones más recientes hechas en el laboratorio en el vera-no de 2005 incluye un cráneo de rata, seguramente un Rattus (rata del Viejo Mun-do). Aunque posiblemente se trate de una intrusión en el Nivel 2 (10-20 cm debajo de la superficie) de Minnis-Ward, este espécimen puede representar una prueba sobre la llegada de Colón al Nuevo Mundo, ya que hoy día sabemos cuál fue el día en que las ratas del Viejo Mundo llegaron al Nuevo Mundo (Irvy Quitmyer, comunicación personal, agosto de 2005). Este espécimen puede representar el principio del gran “Intercambio Colombino” (Crosby 1972) de animales, plantas y enfermedades en el Nuevo Mundo que tanto devastó a las poblaciones indígenas. En palabras de Crosby (1972: 97):

La rata del Viejo Mundo […] hizo un recorrido a través del Atlántico y se convirtió en un importante portador de plagas y enfermedades en los puertos de la América colo-nial. Ésta era probablemente la rata negra, que se encuentra comúnmente en la zona tropical y a bordo de buques […] las ratas no eran comunes en las Bermudas antes de

3 Las identificaciones de la fauna recuperada en el sitio de Minnis-Ward han contado con la ayuda de los doctores Elizabeth Reitz e Irvy Quitmyer, así como con el uso de las colecciones comparativas de zooarqueología de los Museos de Historia Natural tanto de la Universidad de Georgia como de la Universidad de Florida, respectivamente.

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la venida de los europeos, y cuando llegaron, se desató uno de los desastres ecológicos más espectaculares de la época.

El impacto Lucayo en el medio ambiente. Los resultados recientes de pros-pecciones intensivas y excavación de otro pueblo Lucayo, el sitio Lago Norte de Storr (SS-4) (ver la figura 7), han revelado pruebas adicionales sobre el impacto ambiental y el cambio de patrones en la utilización de recursos a través del tiempo en San Salvador (Blick y Murphy 2005), particularmente interesantes, por ejem-plo, los cambios en la frecuencia y el peso de los gasterópodos recuperados. Tanto la cantidad como el peso de los gasterópodos en el Nivel 4 (30-40 cm debajo de la superficie) aparecen como valores atípicos, basados en los análisis estadísticos. El Nivel 4 puede indicar el comienzo de la ocupación humana principal y de la alteración del sitio, basándose en la presencia de estos gasterópodos. En palabras de Quitmyer (2003: 137), “las pruebas indican que los moluscos terrestres son es-pecies comensales que no fueron probablemente consumidas por la gente”. El te-rrible sabor (Gould 1980) y el pequeño tamaño de algunos de estos gasterópodos (por ejemplo, Cerion) parecerían apoyar la aseveración de que no fueron consu-midos en tiempos prehistóricos, pero lo que se debe rescatar es que esto no le resta peso a su valor como buenos indicadores ambientales de una situación de comen-salía. Quitmyer (2003: 137) define las especies comensales como “animales que son atraídos a la residencia humana, donde obtienen protección o alimento”. En una situación como ésta, “los miembros de una especie [por ejemplo, los huma-nos] ayudan a la manutención del otro” (los caracoles), o una especie puede seguir simplemente los pasos de otra (los caracoles siguen a la gente) (Ehrlich, Dobkin y Wheye 1988). De hecho, Quitmyer ha sugerido que en el registro arqueológico los caracoles pueden ser un indicador sensible de la presencia humana, y una rela-ción comensal podría ser reconocida por una frecuencia excepcionalmente alta de caracoles en la estratigrafía de un sitio (Quitmyer, comunicación personal, junio de 2005). Newsom y Wing (2004: 2) también reconocen que “las acumulaciones de restos de cáscaras, huesos y el carbón de leña pueden favorecer cambios en la composición del suelo y los valores de los nutrientes, que resultan atrayendo a pequeños animales como caracoles de tierra y proporcionando condiciones con-venientes para el crecimiento de plantas útiles para la gente…”.

Un argumento posible en contra de la idea de que los gasterópodos son atraídos a sitios de residencia humanos y a basureros antropogénicos es el he-cho de que algunos de ellos, por ejemplo, Cerion, son herbívoros (Sally Walker, comunicación personal, julio de 2005). Puede ser simplemente que los restos vegetales, las condiciones alteradas de los suelos y la presencia de plantas que se dispersan por los campos hayan servido para atraer gasterópodos a sitios de residencia humana. Es aún confuso si los restos de gasterópodos del sito Lago

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Norte de Storr, muchos de los cuales permanecen provisionalmente identifica-dos, fueron transportados a la isla o si, por otra parte, caen en esta categoría de comensales.

En cualquier caso, es interesante destacar el patrón de aumento, disminu-ción y recuperación de gasterópodos en el sitio Lago Norte de Storr (ver la fi-gura 9). Del Nivel 5 (40-50 cm debajo de la superficie, el nivel más temprano) al Nivel 4 hay un significativo aumento tanto de la cantidad como del peso de los gasterópodos en el sitio. Esto sugiere que los caracoles aumentaron en número, debido a la presencia humana y a la alteración del lugar, o quizás que los caraco-les viajaron junto con las personas cuando éstas llegaron por primera vez al sitio (ver, por ejemplo, Quitmyer 2003). Después de alcanzar un pico en el Nivel 4, los gasterópodos sufren una caída dramática en su número y una disminución suave en el peso a través del Nivel 2. Subsecuente al Nivel 2, la cantidad y peso de los gasterópodos se recuperan en el Nivel 1, el último nivel de este lugar. Uno podría verse tentado a especular que este patrón de aumento, disminución y recuperación de la población de gasterópodos puede reflejar el comportamiento de la población humana en la isla: la población Lucaya llegó al lugar creando condiciones favora-bles para la expansión de los gasterópodos; posteriormente, la población Lucaya disminuyó o desapareció (debido a la enfermedad o migraciones forzadas), para retornar en el más reciente nivel, que probablemente corresponde a los asenta-mientos históricos y a la agricultura desarrollada entre 1780 y hoy. Este mismo patrón de aumento, disminución y recuperación se ha visto en otro tipo de espe-cies en las Bahamas, tal y como Kjellmark (1996) observó entre ciertas clases de plantas, así como en el resto de las Indias Occidentales (por ejemplo, Newsom y Wing 2004; Quitmyer 2003), aunque la relación, por lo general, es que las espe-cies nativas disminuyen con la presencia de humanos y se recuperan cuando la población humana disminuye.

El quitón (Chiton) también alcanza su pico tanto en número como en peso en el Nivel 4, y la cantidad y el peso son identificados como valores atípicos al examinarlos estadísticamente. Basados solamente en los números, la frecuencia de quitón parece permanecer relativamente estable en el tiempo, excepto por las inusualmente bajas cantidades y bajo peso (como se observa estadísticamente) registrados en el Nivel 5, el nivel de ocupación más temprano. El quitón es una especie de la zona intermedia rocosa (Diehl, Mellon, Garrett y Elliott 1988; Keegan 1992; Newsom y Wing 2004), por lo que su presencia en el sitio es de-finitivamente un signo de su transporte, probablemente por agentes humanos. Keegan (1992: 130) considera que el quitón es de “bajo valor” alimenticio, “ex-plotado durante períodos de escasez de alimento”, figurando “entre los últimos artículos añadidos a la dieta” en tales casos. Los números bajos de quitón en el

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Nivel 5 quizás indican el principio de la ocupación del sitio y la incorporación gradual de quitón en la dieta local, y, una vez establecido en la dieta, la explota-ción de quitón permanece relativamente estable en el tiempo, aunque en niveles muy bajos.

Figura 9. Aumento, disminución y recuperación de cantidad y peso de gasterópodos en el sitio Lago Norte de Storr, Niveles 5-1

Nota: el Nivel 5 es el nivel cultural más temprano y el Nivel 1 es el más reciente. Los niveles 3, 2, y 1 han sido fechados por AMS en 1389±41 dC, 1475±42 dC y 1679±39 dC, respectivamente.

La última clase de artefactos de interés en cuanto a la tensión ambiental en tiempos precolombinos es la de los restos de cangrejo. Hay dos especies princi-pales de cangrejos de tierra de la familia Gecarcinidae que son comunes en San Salvador: el gran cangrejo de tierra (Cardisoma guanhumi) y el cangrejo de tierra negro (Gecarcinus ruricola) (Diehl, Mellon, Garrett y Elliott 1988). El cangrejo alcanza su pico tanto en cantidad como en peso en el Nivel 5; sin embargo, cuando se analiza estadísticamente, es la cantidad de cangrejo la que se identifica como un valor extremo en un diagrama de caja para los datos en el Nivel 5, el nivel de ocupación más temprano. Keegan (1992: 126) sostiene que el cangrejo de tierra y

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la iguana conformaron aproximadamente el 75% de la dieta terrestre Lucaya. Por medio de restos arqueológicos se ha demostrado que en las Antillas “los cangrejos de tierra fueron intensivamente cosechados” (Newsom y Wing 2004: 196), sobre todo durante el período Saladoide (ca. 500 aC-600 dC) (Keegan 2000). Hill (2001: 6) nos da una idea de la intensidad de esta explotación del cangrejo en tiempos modernos: “En toda las Bahamas y el Caribe, el Cardisoma guanhumi es inten-sivamente explotado como recurso alimenticio. Los pescadores de cangrejos en entornos naturales […] han relatado que no menos de 400 cangrejos por persona por noche pueden ser recolectados aun durante los meses de más baja captura”. Como resultado de este uso intensivo del cangrejo en tiempos precolombinos, “el tamaño de los cangrejos disminuyó a través del tiempo, y estas criaturas se con-virtieron en un bien escaso en los depósitos tardíos post-Saladoides” (Newsom y Wing 2004: 196). Por ejemplo, Quitmyer (2003: 152) anota que “la abundancia re-lativa de cangrejos de tierra disminuye con el tiempo” en el sitio de Bahía Canela, San Juan, Islas Vírgenes.

De hecho, al graficar los valores para la cantidad y los datos de peso para el cangrejo en los depósitos del sitio Lago Norte de Storr, la misma historia aparece: tanto la cantidad como el peso de los depósitos de cangrejo disminuyen conside-rablemente con el paso del tiempo (ver las figuras 10 y 11). Una prueba probabi-lística de proporciones con distribución Poisson arroja un valor de p = 0.000 en ambos casos; el análisis de correlación lineal de la cantidad de cangrejo y datos de peso también indica una disminución muy significativa a través del tiempo (cantidad de cangrejo: r de Pearson = .901, r2 = .812, p = .037; peso de cangrejo: r de Pearson = .953, r2 = .909, p = .012). A lo largo del tiempo este patrón de escasez creciente de cangrejos de tierra se repite a través del Caribe y las Antillas (por ejemplo, Serrand 2002).

El impacto de la población Lucaya sobre el ambiente de las Bahamas no se limita a la fauna invertebrada y vertebrada. En efecto, el impacto sobre la vegeta-ción es una cuestión que, aunque sólo ha comenzado a estudiarse recientemente (Kjellmark 1996; Winter 1987), ya arroja resultados importantes. Tal es el caso de los estudios de columnas de polen previamente tomadas en San Salvador (Jones 1997; Pacheco y Foradas 1987) y en la isla de Andros (Kjellmark 1996), las cuales indican que la población Lucaya alteró considerablemente la vegetación de las islas por medio de la horticultura de tala y quema (Kjellmark 1996; Winter 1987) y el cultivo de varias plantas, como la mandioca (Manihot), otros tubérculos (por ejemplo, Xanthosoma), y hasta maíz, en tiempos relativamente tempranos (desde por lo menos el año 700 dC) (Berman y Pearsall 2005).

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Figura 10. Disminución significativa en la cantidad de restos de cangrejos, Niveles 5-1, en el sitio Lago Norte de Storr (prueba probabilística de proporciones con distribución Poisson, p = 0.000; r de Pearson = -.901, r2 = -.812, p = .037)

Figura 11. Disminución significativa del peso de los restos de cangrejos, Niveles 5-1, en el sitio Lago Norte de Storr (prueba probabilística de proporciones con distribución Poisson, p = 0.000; r de Pearson = -.953, r2 = -.909, p = .012)

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Winter (1987: 314) se había ya referido a estos cambios en San Salvador, cuando se preguntaba por el desconocimiento de la cantidad de bosque de hoja perenne primitivo que habría sido devastado con el método de la tala y quema, transformaciones que Berman y Pearsall (2000: 235) señalan como evidentes en todo el Caribe y que Pacheco y Foradas (1987: 115) claramente documentaron. Este período “de devastación masiva” puede representar los efectos de prácticas agrícolas aborígenes, como lo indican también los resultados de otra columna de polen tomada en el Lago Norte de Storr en 1997 y reportada por Jones (1997). La zona más baja de la columna (alrededor de 30-25 cm de profundidad de la colum-na) es descrita como “un ambiente poco alterado por la gente. Aquí se encuentran cantidades grandes de polen Combretaceae (mangle blanco), probablemente polen de Conocarpus y Arecaceae (palma). Especies de ambientes intervenidos, inclui-das Borreria, Cheno-Ams, Poaceae y otras malezas, no están bien representadas en la muestra de 30 cm” (Jones 1997). En la zona media de la columna (25-15 cm de profundidad), “hay una disminución dramática tanto en palma como en polen Combretaceae, con un aumento correspondiente de Cheno-Ams y polen de pasto. Hay también un aumento dramático en la cantidad de fragmentos de carbón en este tiempo, sugiriendo la apertura de grandes áreas de bosque o deforestación” (Jones 1997). Esta deforestación se correlaciona temporalmente bien con la época de la ocupación Lucaya de San Salvador. Los análisis de polen en sedimentos de un agujero azul en la isla Andros, hechos por Kjellmark (1996), también indican deforestación significativa y quema de la vegetación por indígenas Lucayos du-rante el período 1210 (o antes) a 1520 dC. Las pruebas presentadas anteriormente sugieren altos impactos en los ambientes marítimos y terrestres de las Bahamas por acción de los Lucayos, comenzando en el momento mismo en que se dio la colonización inicial hasta su desaparición, a principios del siglo XVI.

El final de la cultura Lucaya. En San Salvador hay evidencia de una pros-peridad de la cultura Lucaya, que duró desde la colonización inicial de la isla alrededor del año 700 dC hasta la llegada de Colón en 1492, o quizás unas dé-cadas más tarde. Un hallazgo reciente de un tipo de punta de proyectil antes no registrado, la denominada Punta Pentagonal de Barker (Blick 2005), sugiere que los Lucayos de San Salvador usaron puntas de proyectil hechas en concha (entre otras cosas) como puntas de lanza para la pesca u otros métodos de extracción de recursos. La punta de proyectil en concha está fechada alrededor de 1438±37 dC (UGAMS-00836) y está asociada con un basurero de caracoles reina (Strombus gigas) en el conchero de Punta de Barker (ver la figura 7), fechado en 1448±34 dC (AA-51432) (Blick 2005). Basados en el Diario de Colón, es muy probable que él haya pasado por la Punta de Barker durante sus dos días de reconocimiento en San Salvador (Fuson 1987; Keegan 1992: 187, 188, mapa 8.2), cuando registró

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aproximadamente tres pueblos indios en la costa noroeste de la isla. Los rangos combinados de las fechas de radiocarbono tanto para la punta de proyectil como para el basurero de conchas indican que el sitio de Punta de Barker fue utilizado entre 1380-1510 dC, siendo posible que Colón pudiera haber visto el sitio en uso cuando navegó por esta zona. Es también probable, basado en estos datos, que Colón hubiera visto, tal como lo registró en su diario, el uso de las puntas de proyectil de concha como puntas de lanza: “Sus lanzas son hechas de madera, a la cual ellos atan un diente de pescado al final, o alguna otra cosa puntiaguda” (Colón, en Fuson 1987: 76). Colón documentó una cultura funcional y vital cuan-do navegó por las Bahamas durante aquellas dos semanas proféticas de octubre de 1492. Sus aproximadamente 12 páginas de documentación en cuanto a las costumbres, alojamiento, ropa, comida, etc., de los Lucayos son el único registro etnohistórico contemporáneo que tenemos de esta cultura Lucaya de las Bahamas (Keegan 1992, 1997). Lamentablemente, la cultura Lucaya de las Bahamas debía de tener no más que tres o cuatro décadas de existencia antes de ser terminada por enfermedad, migración forzada, trabajo forzado y extinción eventual en manos de los españoles. Dataciones recientes por AMS de muestras de carbón de leña del si-tio Lago Norte de Storr sugieren la posible supervivencia Lucaya en San Salvador aun quizás hasta 1534±37 dC (Blick, Creighton y Murphy 2006).

Las estimaciones demográficas para los Lucayos de las Bahamas general-mente oscilan entre 40.000 y 80.000 personas (Keegan 1992, 1997). Registros de barcos españoles para el tráfico de esclavos muestran que más de 40.000 hombres y mujeres Lucayos de las Bahamas fueron llevados, sobre todo entre los años 1509-1512 (Sauer 1966: 160), para trabajar o explotar minas de oro en las grandes plantaciones de las Antillas Mayores. La estimación de 40.000 personas, por lo tanto, parece ser un cálculo mínimo para la población de las Bahamas. Se sabe también que otros Lucayos fueron tomados en cautiverio, para la pesca de perlas cerca de la isla Margarita, Venezuela, para enriquecer las arcas españolas. Mis propios estimativos demográficos sobre las Bahamas están basados en el área de tierra, el promedio de personas por kilómetro cuadrado que podría ser soportado por la agricultura de cultivo de raíces y el número de sitios arqueológicos cono-cidos en la región. En el archipiélago de las Bahamas hay aproximadamente 390 sitios de vivienda al aire libre y 111 sitios de cuevas en un área de 14.183 km² (Keegan 1997: 33, Mesa 3.1). Según Rouse (1992: 17-18), los pueblos en las Ba-hamas eran pequeños, con aproximadamente 120-225 personas ocupando entre 12-15 casas por pueblo (el número de casas se tomó del Diario de Colón). En la isla de San Salvador hay aproximadamente 32 sitios de vivienda al aire libre y 13 sitios de cuevas en 163 km² (Keegan 1997: 33, Mesa 3.1). Esto implica que San Salvador habría tenido una población precolombina de entre 535-1.008 personas,

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un rango muy cercano al de la población moderna. Si cada sitio de vivienda al aire libre en las Bahamas representa un pequeño pueblo, entonces la población total del archipiélago de las Bahamas habría sido de 46.800-87.750 personas (cifras que coinciden con otras fuentes históricas, así como con estimativos de otros investi-gadores). Esto equivale a una densidad de entre 3,28 a 6,18 personas por km², un rango bastante típico para pueblos hortícolas (Wilson 1999). Independientemente del número de habitantes en la época precolombina en las Bahamas, práctica-mente toda la población desapareció hacia 1513, en un genocidio de proporciones masivas. En 1513, Juan Ponce de León, el explorador español y antiguo adelanta-do de Puerto Rico, navegó a lo largo de la franja este de las Bahamas, haciendo paradas en tierra en varias islas, incluidas las Turcas y Caicos, Cayo Ron y San Salvador, entre otras, en su camino hacia el norte de Florida (Keegan 1992: 222-223). Para estas fechas, era obligación que las campañas españolas para obtención de esclavos buscaran otras tierras e indios para capturar lejos, al norte, en Florida. En palabras de Carl O. Sauer (1966: 160), “las islas Lucayas [Bahamas] fueron la primera parte del Nuevo Mundo en desplomarse totalmente, para lo cual la fecha de 1513 parece aceptable”. La cultura Lucaya, habiendo prosperado en las Baha-mas durante aproximadamente 800 años, había sido destruida para siempre.

El futuro de la arqueología en el Caribe y las Bahamas visto desde San Salvador

El futuro de la arqueología en el Caribe y las Bahamas estará dirigido por dos fuerzas principales: 1) desarrollo del suelo y la necesidad de programas de ar-queología preventiva, y 2) el reconocimiento creciente de la importancia de la arqueología ambiental y su papel en el reconocimiento de patrones prehistóricos de alteración humana de los ecosistemas.

El desarrollo inmobiliario, debido al crecimiento demográfico y al turismo, y la construcción de infraestructura que ello conlleva han generado una gran demanda de programas de arqueología preventiva (manejo de recursos culturales) en la región Caribe, sobre todo en áreas como Puerto Rico, las Islas Vírgenes, Cuba, las Bahamas, Saint Kitts, Nevis, y muchos sitios más. Según Blouet (2006: 315), “las islas caribes afrontan una severa presión demográfica en relación con sus recursos […] La relación de densidad de población frente a tierra cultivable es la más alta en las Américas”. Algunas islas como Haití y República Domini-cana presentan altas tasas de aumento natural del 1,9 por ciento al año, mientras que las Bahamas tienen una tasa de crecimiento natural de 1,3 por ciento al año (Blouet 2006: 315-316, tabla 10.5). Barbados, por ejemplo, tiene la densidad de población más alta en el Caribe, aunque su tasa natural de crecimiento esté en-

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tre las más bajas de la región (Blouet 2006). En el Caribe, el aumento esperado de unos siete millones de personas entre 2005-2025 (Blouet 2006), en combi-nación con las presiones inmobiliarias para la construcción de infraestructura e instalaciones turísticas, sin duda creará muchas oportunidades novedosas para la arqueología preventiva y el manejo de recursos culturales, siempre y cuando las administraciones municipales pongan en práctica y hagan cumplir la legislación sobre la preservación ambiental e histórica, con el fin de proteger los patrimonios ecológicos e históricos de sus países. Lamentablemente, este tipo de legislación está débilmente desarrollada en la mayor parte del Caribe, y las leyes, donde en efecto existen, a menudo no se hacen cumplir o son fácilmente malinterpretadas o modificadas para favorecer intereses privados. Debido a la debilidad de los gobiernos, al rápido crecimiento y desarrollo demográfico, a la corrupción y a las grandes cantidades de dinero involucradas en este tipo de obras de desarrollo inmobiliario, es probable que muchos sitios arqueológicos importantes en el Cari-be y las Bahamas resulten destruidos en los años y décadas venideros. La isla de San Salvador ha visto crecer la presión urbanística desde finales de los años 1990 hasta el presente.

La arqueología ambiental, y su capacidad para revelar las alteraciones de los ecosistemas en tiempos prehispánicos, debido a las acciones humanas en el Cari-be, ha surgido ahora como un área de investigación por derecho propio. Las inves-tigaciones arqueológicas en el Caribe y las Bahamas tienen gran potencial para ilustrar el curso de la llegada humana a las diferentes islas, la subsiguiente explo-tación humana de diversos recursos en estas islas y las consecuencias de la altera-ción humana tanto de ecosistemas terrestres como marítimos. La mayor parte de esta investigación ha sido resumida recientemente por Newsom y Wing (2004). Las investigaciones aún en curso en San Salvador de Berman y Pearsall (2000, 2005, 2006) han proporcionado información crítica sobre los usos de plantas en tiempos prehistóricos, prácticas hortícolas, y la cronología de la introducción de la agricultura del maíz en el área, mediante el examen de residuos de carbón de leña, fitolitos y almidones. Las investigaciones recientes sobre restos de fauna de Blick (2006a, 2006b, 2007; Blick y Kjellmark 2006; Blick y Murphy 2005) y Carlson (1999; Carlson y Keegan 2004) han revelado fuertes pruebas de la disminución de recursos terrestres y marítimos en el archipiélago de las Bahamas en los años 700-1500 dC. Por ejemplo, el análisis de fauna de Carlson (1999) sobre la tortuga de mar en el sitio Coralie en la Gran Turca ha mostrado una convincente disminu-ción en la abundancia y el tamaño de los restos de esta especie. Otro trabajo en las Antillas Menores (Steadman y Stokes 2002; Wing 2001; Wing y Wing 2001) ha revelado información significativa sobre la sobreexplotación prehistórica de re-cursos y la reducción de la biodiversidad, que parece ser un tema que se repite en

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todo el Caribe. La demostración de la disminución de la abundancia o tamaño de los recursos a través del tiempo es un aporte importante, con implicaciones para evaluar el impacto que tuvieron pequeñas poblaciones humanas sobre los recur-sos isleños en el pasado precolombino (Blick 2007). Muchos sitios a lo largo del Caribe y las Bahamas son muy valiosos para futuras investigaciones de patrones de subsistencia en la época precolombina y para monitorear los cambios de éstos en el tiempo. Éste es un tema de investigación floreciente para la arqueología del Caribe, en la cual los sitios arqueológicos de las Bahamas y, especialmente, San Salvador pueden contribuir de manera relevante. La pregunta ahora es: ¿podre-mos investigarlos adecuadamente para conocer cómo fue la adaptación humana al ambiente Caribe en el pasado, y derivar elementos sobre la adaptación humana a los ecosistemas isleños en el futuro, antes que los programas de desarrollo social, económico y turístico indebidamente ejecutados los destruyan?

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estAdo ActuAl y perspectivAs de lA investigAción ArqueológicA

en territorio costArricense

Mauricio Murillo Herrera

Introducción

El presente ensayo tiene como propósito ofrecer una visión analítica y crítica del estado actual de la arqueología que se practica en suelo costarricense. Pero una caracterización de la praxis contemporánea arqueológica en Costa Rica nos parece que requiere conocer tanto los antecedentes de ésta, al menos los inmediatos, como la naturaleza de los restos arqueológicos y su relación con los procesos tafonómicos naturales y culturales, así como las políticas institucionales y las actividades rela-cionadas con la investigación y conservación de los depósitos arqueológicos, por parte de los entes que por ley están obligados a velar por ellos en el país.

Así, tras abordar el tema de la naturaleza de los restos arqueológicos en tanto materia y contextos básicos de la investigación arqueológica, nos concentraremos en la revisión crítica de las temáticas y las prácticas arqueológicas desarrolladas principalmente en los últimos treinta años1, para pasar, por último, a discutir lo que pensamos deberían ser las perspectivas en cuanto al futuro teórico y metodo-lógico de la arqueología costarricense.

Algunas consideraciones sobre la naturaleza del contexto arqueológico en Costa Rica

Aunque Costa Rica es un país pequeño (51.100 km²), existen condiciones medio- ambientales muy disímiles entre las diferentes regiones que lo conforman, variación

1 Si el lector desea profundizar en períodos anteriores, puede remitirse a las reseñas y recuentos historiográficos de Aguilar et al. (1988: 397-403), Arias y Bolaños (1983), Bolaños (1993), Corrales (2000a, 2003a, 2005), Fonseca (1984), Snarskis (1983) y Stone (1986).

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que determina, hasta cierta punto, el tipo y el grado de conservación del registro arqueológico precolombino y el tipo de prácticas investigativas desarrolladas.

En efecto, por ejemplo, el clima en el noroeste de Costa Rica es de sabana tropical, caracterizado por un período de lluvia bien definido desde mayo hasta octubre, con un promedio de precipitación anual de 1.963 mm³ en la zona mon-tañosa y de 1.400 mm³ en las llanuras, una temperatura promedio de 28º C y una humedad relativa de 70%. Este escenario establece condiciones para una conser-vación muy limitada de materiales orgánicos. Lo mismo aplica para la meseta central del país, donde el promedio de precipitación anual es de 1.967 mm³ y cuya temperatura promedio se mantiene entre 22 y 24º C, con una humedad relativa de 75%, sin grandes fluctuaciones.

En contraste, la costa caribe y el sureste del país presentan condiciones medioambientales típicas del bosque tropical lluvioso, caracterizadas por abun-dante precipitación y rica biota, sin temporadas climáticas, únicamente un breve período seco pobremente definido, seguido de una larga temporada lluviosa. En efecto, la mayor parte del año la temperatura promedio se mantiene alrededor del los 26 a 27º C, con un promedio de precipitación anual de 3.600 a 4.000 mm³, promedios muy superiores a los del resto del país (Mena 2006).

Evidentemente, las condiciones climáticas descritas son extremadamente destructivas para depósitos de material orgánico en los suelos, dejando poco para ser recobrado por el arqueólogo. Ante tal panorama, en la arqueología en Costa Rica, el arqueólogo ha hecho uso de la cerámica y de la piedra como casi la única evidencia arqueológica disponible para hacer investigación. Ciertamente, estos dos materiales representan, en muchos de casos, la única evidencia conservada de ocupaciones antiguas en el país. La evidencia arqueológica compuesta de ma-teriales perecederos, tales como hueso, madera, textiles, y cualquier otro material orgánico, es extremadamente limitada y, por lo tanto, difícilmente se puede recu-perar en excavación.

Tal es el caso, por ejemplo, de los materiales usados en épocas precolombinas para la construcción de viviendas y campamentos, como fueron la palma y la made-ra, y en los últimos períodos, el bahareque. Este tipo de estructuras deja poco rastros en el registro arqueológico, en comparación con otras tradiciones arquitectónicas basadas en el uso de piedra o adobe. El uso de montículos y plataformas para elevar las bases de las viviendas, ya sean hechos únicamente con tierra o con el apoyo de anillos de cantos rodados, es un rasgo presente exclusivamente en las estructuras de

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los Períodos V y VI2. No tenemos evidencia directa de cercas y empalizadas, pero datos del período de la Conquista apuntan al uso de maderas para tal fin. El uso de piedra y concha para la confección de artefactos para la caza y defensa parece haber sido limitado, y es muy probable que el empleo de maderas haya sido popular para dichas funciones, aunque no contemos con evidencias directas, debido precisamen-te a estas condiciones de preservación de materiales de origen orgánico.

Sin embargo, es necesario señalar que aunque las condiciones medioambien-tales son en general poco convenientes para la conservación, algunos contextos dentro de esta geografía han resultado ser escenarios excepcionales en este sen-tido. Ejemplos de esto son los tambores de madera hallados en las tierras altas en el centro del país (Aguilar 1953), restos óseos en la costa pacífica noroeste y en la meseta central (Vásquez 1984; Vásquez y Weaver 1980), polen en ambien-tes lacustres (Kennedy y Horn 1997), tejidos en una zona de inundación marina (Guerrero, Vásquez y Solano 1992) y restos macrobotánicos en diferentes partes del país (Mahaney, Matthews y Blanco 1994).

A estas condiciones de conservación del registro arqueológico y del estado actual de los sitios por causas naturales, claro está, deben sumarse otras exclusiva-mente antrópicas, como es la devastación de sitios causada por la huaquería, moti-vada principalmente por la presencia de oro y jade en las tumbas, práctica que se remonta a tiempos coloniales, teniendo registro escrito de esto por lo menos desde 1540 (Fernández 1886: 37). La legislación nacional, si bien a partir de 1938 esti-pulaba que las excavaciones debían realizarse con fines científicos, permitía que se extendieran permisos para excavaciones de particulares, lo cual condujo a que el país tuviera un huaquerismo “reglamentado” durante varias décadas, situación que alcanzó su punto más dramático cuando, en la década de 1980-1990, se da la conformación del llamado “Sindicato Nacional de Trabajadores Arqueológicos”, una organización de huaqueros para defender “sus derechos” (Chávez 1987). Este sindicato fue una de las consecuencias negativas de los decretos de 1971 (Decreto Nº 4809) y 1973 (Decreto Nº 5176), que al facultar a las instituciones autónomas del Estado para comprar objetos arqueológicos producto de excavaciones ilíci-tas incentivó la huaquería. Las consecuencias positivas fueron el surgimiento del Museo de Oro Precolombino del Banco Central y del Museo de Jade del Instituto Nacional de Seguros, y la puesta a buen recaudo de una parte importante del pa-trimonio arqueológico del país.

2 Los períodos usados en el presente ensayo corresponden a la periodización introducida en 1980 para la arqueología de Centroamérica (Lange y Stone 1984). La escala temporal es la siguiente: Período I (?-8000 aC), Período II (8000-4000 aC), Período III (4000-1000 aC), Período IV (1000 aC.-500 dC), Período V (500-1000 dC), Período VI (1000-1550 dC).

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La intensidad y la extensión, tanto temporal como espacial, de la huaquería han hecho que sea difícil encontrar en suelo costarricense estructuras arqueoló-gicas remotamente bien preservadas. Tanto montículos como cementerios se en-cuentran, en su gran mayoría, severamente dañados o destruidos. Estas prácticas sociales, nocivas para la arqueología –aunque esperables frente al estado actual de desarrollo sociopolítico del país–, se han incrementado aún más en los últimos años, debido al crecimiento demográfico sostenido y el subsecuente avance urba-nístico e industrial sobre zonas rurales y forestales. La historia de la legislación reciente sobre estos aspectos, no obstante, aunque marcada por fluctuaciones im-portantes, en balance, apunta a constituirse en un cuerpo orgánico y coherente.

En efecto, la Ley sobre Patrimonio Nacional Arqueológico (N° 6703) de 1982 –que logró, entre otros aspectos positivos, que se diera la prohibición total de la práctica del huaquerismo y del coleccionismo y la regulación de la praxis profesional del arqueólogo– fue seguida en 1995 de normas que exigían estudios de impacto arqueológico en cualquier proyecto de infraestructura que demandara movimientos de tierra, gracias a la aprobación de la Ley Orgánica del Ambiente (N° 7554) y la Ley de Patrimonio Histórico Arquitectónico de Costa Rica (Nº 7555). Estos avances se vieron comprometidos poco más tarde, cuando en 1999 se expidió un decreto ejecutivo (N° 28174-mp-minae-MEIC) que iba en contra de la aplicación preventiva del trabajo arqueológico en movimientos de tierra para proyectos de construcción (Calvo et al. 2001). Este decreto fue declarado inconstitucional en su gran mayoría en 2002 (Resolución: 2002-05245 de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia), gracias a la acción conjunta de la Universidad de Costa Rica, la Comisión Arqueológica Nacional, el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes y el Museo Nacional de Costa Rica. Posterior-mente, en 2006, se logró incluir el componente arqueológico como parte de los requisitos solicitados por la Secretaría Técnica Nacional (SETENA) (Reglamento sobre Procedimientos de la SETENA N° 25705-MINAE) para movimientos de tierras relacionados con obras de infraestructura. Las instituciones arriba men-cionadas trabajan actualmente en un proyecto de reforma de ley, para presentarlo a la Asamblea Legislativa próximamente, el cual pretende actualizar y comple-mentar la ley de 1982.

Aunque, como hemos visto, el registro arqueológico en Costa Rica tiene limitaciones, unas naturales –como la relativa poca abundancia de materiales pe-recederos–, otras impuestas por la acción de agentes humanos –como la huaque-ría–, estas realidades no imposibilitan en lo absoluto la investigación arqueológi-ca. Por el contrario, sólo basta con echarle una mirada a la bibliografía que se ha acumulado a través de más de cien años de praxis arqueológica en el país, para darnos cuenta de todo el potencial que ofrece esta parte del mundo para conocer

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más sobre variabilidad, adaptabilidad y organización humana. Sin embargo, es siempre importante tener en cuenta las condiciones del contexto arqueológico a la hora de seleccionar y explorar ciertos temas y usar ciertos métodos y técni-cas. Definitivamente, no podemos frenar el crecimiento demográfico actual ni el avance extensivo urbanístico y de infraestructura moderna, pero sí podemos prevenir la destrucción masiva de información arqueológica a través de planifica-ción previa y también de un adecuado proceder en cuanto a nuestros diseños de investigación.

Desarrollo teórico y metodológico general de la disciplina en los últimos 30 años

La razón por la cual se ha decidido escoger un período de treinta años –y no menos o más años– para ambientar una perspectiva sobre la praxis arqueológica contemporánea en Costa Rica no ha sido en lo absoluto antojadiza. Al hacer un repaso de la historia de la arqueología en el país, es posible percibir períodos en los cuales se lograron avances significativos, y éste sería uno de ellos.

En realidad, por ejemplo, la última década del siglo XIX fue muy especial, ya que tanto los métodos de investigación de Anastasio Alfaro (1894) y Carl V. Hartman (1901) como la visión respecto a la importancia de la investigación e interpretación de Juan Fernández Ferraz (1899) y Agustín Navarrete (1899) eran altamente avanzados para su tiempo, al punto que muchas de sus ideas tuvieron que esperar más de 50 años para ser implementadas.

El retorno al país de Carlos H. Aguilar a mediados del siglo XX represen-tó otro período de marcado avance teórico y metodológico. La sólida formación profesional de Aguilar le permitió romper con el statu quo de aproximaciones al pasado precolombino en el país, privilegiando el uso de los datos provenientes de sus propias excavaciones (Aguilar 1953, 1972, 1975, 1977) como fuente primaria de investigación, y no meramente de colecciones públicas o privadas o informa-ción proveniente de huaqueros, como era la norma en aquellos años. Así mismo, en esta época, Aguilar en el Valle Central, junto con Claude Baudez y Michael Coe en el Pacífico Norte, incorporaron por primera vez una dimensión temporal al estudio del registro arqueológico a través del uso del método estratigráfico. Dicho método les ayudó a romper con la concepción estática del tiempo en la des-cripción y explicación arqueológica practicada en Costa Rica hasta finales de la década de 1960, preocupándose por la construcción de secuencias y cronologías culturales (Aguilar 1972, 1974, 1975, 1976, 1977, 1978; Baudez y Coe 1962; Coe y Baudez 1961).

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El primer trabajo estratigráfico por un arqueólogo local, y el primero en el Valle Central, se llevó a cabo en Guayabo de Turrialba en 1969 (Aguilar 1972), año en que Aguilar pudo convencer a las autoridades académicas nacionales de que era útil y necesario emprender una investigación arqueológica que tuviera profundidad temporal (Fonseca y Fonseca 1989). Es así como su aporte profesio-nal le dio diacronía a la historia precolombina costarricense, en contraposición con el modelo descriptivo y sincrónico que imperó durante la mayor parte del siglo XX (Fonseca 1984: 20). También contribuyó con un registro sistemático de la localización, temporalidad y contenido de los sitios arqueológicos investigados y la publicación sostenida de los resultados. En 1975, Aguilar abrió la carrera universitaria en Arqueología en la Universidad de Costa Rica, formando así a la primera generación de arqueólogos nacionales. Éstos y otros logros de Agui-lar vinieron a hacer de la arqueología nacional, de una vez por todas, un oficio académico y profesional, y ya nunca más una labor amateur o un pasatiempo extravagante.

A partir de la segunda mitad de la década de 1970 aparecen en la investi-gación arqueológica en Costa Rica elementos particulares que se mantendrán relativamente estables y constantes hasta el presente. El impulso que tuvo la arqueología durante la segunda mitad de la década de los años setenta repre-senta el período más reciente de un cambio significativo, particularmente en cuanto a propuestas teóricas y temáticas. Durante este período llegaron al país arqueólogos tales como Michael Snarskis, Frederick Lange, Óscar Fonseca y Luis Hurtado de Mendoza, quienes traían consigo una formación teórica con un fuerte contenido en la Ecología Cultural de Julian Steward y el Evolucionismo Cultural de Elman Service y Morton Fried. Su formación en los albores de la llamada “Nueva Arqueología” norteamericana, inevitablemente, hizo que éstos investigadores introdujeran en la arqueología costarricense múltiples cambios. Por ejemplo, se diversificaron las temáticas de investigación y así surgió el in-terés en temas tales como paleoecología (Sánchez 1986, 1987), especialización socioeconómica (Abel-Vidor 1980), configuraciones de sociedades tempranas (Acuña 1983; Snarskis 1979; Valerio 2004), relaciones entre asentamientos (Acuña 1987), contactos interregionales (Corrales 1994; Creamer 1992; Lange 1984a; Snarskis 1984a; Snarskis y Blanco 1978), y otros. Las escalas de análi-sis se ampliaron y los primeros acercamientos a estudios de patrones de asen-tamiento regionales (Hurtado de Mendoza 1984, 1988), locales (Drolet 1986, 1992; Fonseca 1981; Snarskis y Herra 1980) y áreas de actividad (Solís 1991, 1992) aparecieron en la literatura arqueológica local. Los tipos de materiales re-cuperados y analizados (tales como líticos, restos óseos, semillas) y las técnicas de recuperación de materiales también se diversificaron.

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La incursión arqueológica de Snarskis (1975, 1976a, 1976b, 1978) en la Ver-tiente Caribe del país a finales de 1970 –uno de los varios proyectos de investi-gación que se iniciaron en esa época– es un ejemplo clásico del tipo de investiga-ción realizado en dicho período. Dicho proyecto aportó datos específicos sobre ubicación, temporalidad y composición interna de varios sitios habitacionales y funerarios precolombinos, además de establecer una secuencia cultural para la zona de estudio apoyada en múltiples fechamientos absolutos (Snarskis 1978). Todo esto vino a ampliar el conocimiento de las sociedades pasadas y de la pre-sencia de ocupación humana en el país, incluso varios milenios atrás (Snarskis 1977, 1979). Gracias a estos datos, Snarskis (1981, 1984b) tuvo la posibilidad de plantear las primeras caracterizaciones locales de organización y cambio social prehispánico.

Otro de los aportes significativos realizados por estos investigadores fue la introducción en el país de una concepción de trabajo con un carácter interdisci-plinario. De esta forma, la colaboración con investigadores de otras disciplinas se convirtió en una práctica posible, deseable y sumamente provechosa (Hurta-do de Mendoza, Salazar y Moya 1984; Dubón, Solís y Fonseca 1984). Todos es-tos cambios fueron altamente revolucionarios en todos los niveles de investiga-ción arqueológica. El progreso en cuanto a la cantidad y calidad de información precolombina que se recopiló y se difundió entre 1975 y 1984 fue realmente extraordinario y sin precedentes en la arqueología costarricense. Además, los arqueólogos de la generación de esa década no solamente han ejercido como investigadores sino que también formaron a la gran mayoría de arqueólogos nacionales actualmente activos, dejando así una sólida huella en la praxis actual de la disciplina.

No obstante, a diferencia de como otras historiografías de la arqueología costarricense lo interpretan (e.g. Aguilar et al. 1988; Arias y Bolaños 1983; Co-rrales 2003b, 2005; Fonseca 1984), creemos que este período –si bien de cambios innovadores y sumamente positivo para la arqueología costarricense– realmente no trajo consigo una ruptura con el modelo anterior Histórico-Cultural sino, más bien, que lo que se dio fue una simbiosis con éste. Gracias a la labor de los inves-tigadores arriba señalados y a la generación de arqueólogos nacionales por ellos formados, es claro que desde 1975 ha habido un avance significativo respecto al conocimiento de la historia antigua en esta parte del mundo, pero esto no signifi-ca que el eje central de investigación fuera reemplazado o abandonado –los estu-dios históricos-culturales siguen predominando–, sino más bien que las temáticas y métodos simplemente se diversificaron.

En 1983, Snarskis (1983: 6), refiriéndose a la arqueología que se practicaba en la Vertiente Caribe del país –quizás la región más exhaustivamente investiga-

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da–, indicó que “estamos todavía en el Período Clasificatorio Histórico”. Desde entonces, los intereses de investigación han continuado gravitando principalmen-te alrededor de temas puramente cronológicos, estilísticos y difusionistas, y el enfoque de trabajo de campo volvió a centrarse a una escala de sitio, de rasgo o de estructura (Corrales 2003b, cuadro 2).

Ciertamente, la creación de secuencias culturales regionales es una prác-tica necesaria e imprescindible para la investigación; sin embargo, uno de los avances más importantes que trajo la Nueva Arqueología o Arqueología Proce-sual en un contexto mundial fue conceptualizar la creación de secuencias cul-turales, tradiciones y horizontes, ya no como el fin de la investigación arqueo-lógica, sino como un medio necesario para llegar a comprender la organización social, la adaptación y el cambio social en las sociedades pasadas en sus múl-tiples variantes, siendo esto último la finalidad del arqueólogo (Binford 1962; Taylor 1948). Incluso, como veremos más adelante, los arqueólogos han seguido echando mano de mecanismos difusionistas o de “influencias”3 para explicar, describir o ilustrar el cambio social, en lugar de evaluar dichos mecanismos o modelos. Es por ello que podemos afirmar que la posición privilegiada de los estudios histórico-culturales en la investigación en Costa Rica continúa inalte-rable; posiblemente, la muestra más contundente de ello es que las causas del cambio social precolombino en Costa Rica siguieron entendiéndose como pro-ducto de préstamo cultural e influencias directas del norte y del sur, en última instancia (Snarskis 1984b, 1986, 2004).

Aquí es importante mencionar que poco tiempo después de que Snarskis hiciera la aseveración arriba citada, en su mayoría los proyectos iniciados a lo largo del país en la década anterior se cerraron por uno u otro motivo, de manera que el impulso transitorio de una arqueología enfocada en los objetos hacia una arqueología centrada en sociedades humanas se vio al menos parcialmente trun-cado prematuramente, debido a la carencia de trabajo de campo.

3 Por modelos difusionistas o de “influencias”, me refiero a las explicaciones de cambio social y cultural (innovación cultural) que enfatizan factores externos a través de la difusión o influencia de objetos, personas e ideas. Los mecanismos preferidos para explicar este fenómeno son: migración, comercio, y conquista y dominación. La única diferencia entre “difusionismo” clásico y las propuestas de “influencias” es que en el difusionismo los objetos o ideas fueron producidos por un centro y fueron difundidos a las periferias, mientras que en el caso de las “influencias” no hay centro-periferia (Renfrew y Bahn 2000; Sharer y Ashmore 2002; Trigger 1989; Willey y Sabloff 1993).

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Búsqueda de identidad local: el indeleble problema nominal acerca del “¿cómo le digo? ¿Intermedia, ‘baja’, chibcha, chibchoide, chibchense o qué?”

En la década de 1980, la corriente teórica de corte materialista-histórico deno-minada “Arqueología Social Latinoamericana” (Bate 1977; Fonseca [Ed.] 1988; Lumbreras 1974; Sanoja y Vargas 1974) tuvo un impacto profundo en el discurso usado por los arqueólogos costarricenses y en su enfoque deontológico, mas no así en los métodos y técnicas (Acosta y Fonseca 1983; Arias et al. 1998; Chávez [Ed.] 1993; Fonseca 1988a, 1989a, 1989b, 1990, 1991, 1992, 1999; Fonseca e Ibarra 1987). Las bases epistemológicas marxistas y “marxianas”, ligadas en América Latina con movimientos políticos nacionalistas y de izquierda, vinieron a reper-cutir en el vocabulario usado por los arqueólogos en el “¿para qué hacemos ar-queología?” y en el enfoque de sus resultados. Es así como se introducen en el dis-curso arqueológico conceptos tales como “formación económico social”, “modo de producción”, “superestructura” y otros, en contraposición a la terminología de la arqueología procesual, cuyos términos en gran medida provenían de teorías ecológicas y de sistemas. Quizás el concepto que más caló en el pensamiento arqueológico costarricense fue el de “Historia Antigua”, opuesto a “época Pre-colombina” o “Prehistoria” (Fonseca 1988a, 1992; Fonseca y Cooke 1993). Esta valoración más directa y explícita del pasado hizo que el enfoque tanto hacia el material arqueológico como del pasado precolombino cambiara, de tal forma que aquellos elementos una vez considerados como ajenos y lejanos para el arqueólo-go –y para el costarricense– empezaron a valorarse como “Patrimonio Histórico y Cultural”. Todo esto trajo consigo la formulación de una praxis de “acción social” o de difusión de conocimiento y trabajo directo con las comunidades aledañas a los lugares donde se realizara investigación arqueológica, como sucedió, por ejemplo, en el caso del proyecto arqueológico en Guayabo de Turrialba (Arias, Chávez y Gómez 1987).

Otra crítica sumamente importante introducida por la Arqueología Social vino como una reacción directa frente a las escuelas teóricas norteamericanas (Behavioral Archaeology, Selectionist Archaeology, Darwinian Archaeology, etc.), orientadas hacia el estudio del “objeto” y no del “sujeto” detrás del obje-to. Poner el estudio de los hechos sociales pasados y no de los restos materiales de esas sociedades como el objetivo primordial del arqueólogo (Fonseca 1988b, 1989a) fue uno de los aciertos teóricos más significativos logrado por los arqueó-logos sociales en Costa Rica.

Sin embargo, al menos en el caso costarricense, la Arqueología Social nunca varió el foco de análisis epistemológico. Tanto la Arqueología Social como la

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“Nueva Arqueología”, en su interpretación y aplicación en Costa Rica sufrieron exactamente de los mismos determinismos analíticos: ecológico y económico; además, el énfasis de estudio continuó siendo el material arqueológico y no las sociedades humanas. Lo anterior no es de extrañar, ante la dificultad que enfren-taron los arqueólogos sociales de vincular su teoría general (materialismo dialéc-tico) con el registro arqueológico. Debido a la ausencia de una teoría de rango me-dio propia, éstos tuvieron que echar mano de las mismas herramientas analíticas usadas en las “otras” arqueologías para explicar o ilustrar (y una vez más, no para evaluar modelos sobre) el cambio social; así, los recuentos del cambio social no dejaron de estar cargados de descripciones –sobre todo, cualitativas–, de estilos y tipos de material arqueológico. Paradójicamente, aun cuando el peso del cambio social teóricamente debía caer sobre las condiciones económicas y ecológicas particulares de las sociedades en cuestión, para los seguidores de ambos esque-mas en Costa Rica fue imposible dejar de referirse a explicaciones difusionistas o de “influencias” y de esquemas evolutivos generales y unilineales, para ilustrar en último caso el cambio social.

Otros investigadores extranjeros también han aportado a la comprensión del pasado precolombino en Costa Rica en los últimos años. Ejemplo de ello es el tra-bajo en el nivel de asentamiento y rasgos funerarios realizado por Jeffrey Quilter (2004) en el sureste del país; el trabajo de secuencias culturales hecho por Claude F. Baudez en la región de Diquís (Baudez et al. 1993, 1996), y el proyecto regional dirigido por Payson D. Sheets (Sheets y Mueller [Eds.] 1984; Sheets y McKee [Eds.] 1994; Sheets [Ed.] 2006), quien ha venido intermitentemente trabajando en la región de Arenal, Guanacaste, desde la década de 1980. El aporte teórico del trabajo de Sheets resulta muy peculiar y sorpresivo ante los modelos de desa-rrollo sociopolítico tradicionales para Centroamérica. Su proyecto arqueológico ha estado orientado al estudio de la adaptación humana en poblaciones asentadas en zonas aledañas a un macizo volcánico activo. A diferencia de otras regiones del país en donde se ha planteado el surgimiento de sociedades complejas, ta-les como el Intermontano Central, la Vertiente Caribe, Diquís y otras (Snarskis 1981; Fonseca 1992), en la región de Arenal en ningún punto de su trayectoria de cambio social hay indicios de complejidad social. La región carece de cualquier indicador de jerarquía social, intensificación económica, conflicto bélico o do-minio ideológico. Al contrario, Arenal es una región donde la personas parecen haber vivido en aldeas autosuficientes y autónomas esparcidas en el paisaje, las cuales cambiaron muy poco en 2.000 años (Sheets 1984, 1992, 1994). A partir de esta información, Sheets (1992) abogó por la necesidad de estudiar y comprender las particularidades de las sociedades y de las múltiples configuraciones sociales que coexistieron en Costa Rica y en Centroamérica en la época precolombina,

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llamado hecho también por otros investigadores en el área (e.g., Drennan 1995, 1996). Curiosamente, la evidencia aportada ha tenido poco impacto en los mo-delos de cambio social propuestos para Costa Rica, los cuales han tendido a ho-mogeneizar el cambio social a lo largo del país, independientemente de la región y de las variables culturales y medioambientales específicas. Parece ser que los investigadores han tendido a buscar y privilegiar semejanzas en la arqueología de diferentes regiones, y en esa búsqueda han marginado las diferencias, como las que se evidencian en el caso de Arenal.

Durante varios años, el uso de términos como “Intermedio” o “Baja”, para describir a la región, ha sido considerado por arqueólogos que trabajan en la zona como inapropiado e incluso despectivo, dado que dichos términos no evidencian los elementos particulares y autóctonos de la zona (Fonseca 1992; Sheets 1992). Dicha crítica tomó dos líneas distintas. En el caso de Sheets (1992), como diji-mos, su propuesta consistía en estudiar las particularidades de las adaptaciones sociales y culturales con relación al medio ambiente que existieron en esta parte del mundo. Sheets sugirió que dichas adaptaciones son interesantes en sí mismas y que el estudio de ellas nos brindaría información sumamente relevante para la comprensión de la adaptabilidad y el cambio social humano. Dicho llamado fue también compartido por arqueólogos tales como John Hoopes (1992: 73), quien también abogó por el estudio de los orígenes de posibles divergencias sociales tempranas en Costa Rica y el resto de Centroamérica. Incluso, Hoopes (1994) contribuyó en esta línea de investigación con un estudio comparativo respecto a las adaptaciones sociales precolombinas en medios ambientes costeros de Costa Rica y Panamá, en el cual hizo uso de su propio trabajo de campo en Golfito, Puntarenas. No obstante, su posición cambiaría radicalmente, y en un artículo recientemente publicado (Hoopes 2005: 5), éste se retracta explícitamente de lo escrito en 1992 y ahora aboga por una uniformidad en el fenómeno sociocultural en la región en tiempos precolombinos, esto con base en el estudio de horizontes estilísticos e iconográficos en materiales precolombinos. Lo anterior nos intro-duce directamente en la segunda línea de crítica en contra del concepto de “Área Intermedia”.

La búsqueda de una nueva delimitación espacial y nominal para la llama-da “Área Intermedia” (Norweb 1961) o “Baja América Central” (Lange y Stone 1984), esta vez apoyada en datos lingüísticos y genéticos que han apuntado a la predominancia de una estirpe Chibcha o Chibchoide, ha venido a acaparar el debate arqueológico costarricense en los últimos quince años. La labor en este sentido iniciada por Óscar M. Fonseca (1992, 1994, 1997, 1998; Fonseca y Cooke 1994) y Richard Cooke (1992), y con la reciente adhesión de Hoopes (2005; Ho-opes y Fonseca 2003), ha dado un impulso, aun mayor, al interés por la búsqueda

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de horizontes y tradiciones de estilos, íconos y diseños de artefactos, rasgos, ar-quitectura y estructuras funerarias (Cooke 2005; Corrales 2000b, 2001; Hoopes 2005; Hoopes y Fonseca 2003). Ahora bien, el interés en esos atributos formales no es ahora para demostrar un origen del cambio social centrado en las sociedades precolombinas Mesoaméricanas o en el Área Andina –descritas como núcleos o centros de alta cultura– sino, por el contrario, como señalamos, por la necesidad de encontrar cierta homogeneidad en la región, la cual permita delimitar un área arqueológica con patrones culturales autóctonos, producto de un proceso de trans-formación social autónomo respecto a Mesoamérica y el área andina.

Esta búsqueda de una identidad al interior de la región ha llevado a que la arqueología del área se focalice fuertemente en delinear elementos materiales locales (y no entidades sociales tales como comunidades, unidades domésticas, regiones políticas, etc.) y en comparar esos elementos artísticos entre sí para ubi-car sus orígenes (y no comparar procesos de desarrollo y cambio social). Es decir, el foco de análisis de la investigación arqueológica se ha vuelto a centrar una vez más sobre los objetos y no sobre el estudio de actividades y procesos sociales. Paradójicamente, el difusionismo sigue allí como el elemento privilegiado para explicar el cambio social, ya que lo único que cambió fue la escala de análisis, siendo “demostrado” el cambio sociocultural dentro de distintas regiones por la presencia de objetos con diseños o formas foráneas. No obstante, el contacto pre-colombino entre diferentes regiones –tanto lejanas como cercanas– y el intercam-bio de artefactos, diseños y otros elementos materiales ha sido demostrado en la arqueología de Costa Rica, al menos desde los trabajos de Stone (1958, 1972, 1977; Stone y Balser, 1965, 1973), es decir, hace más de cuarenta años. Lo que falta por evaluar en la arqueología de Costa Rica, en este caso, es el impacto que esos contactos o relaciones interregionales tuvieron sobre los procesos de cambio social local. Recientemente, la Universidad de Costa Rica y el Museo Nacional de Costa Rica auspiciaron un simposio internacional, cuyo propósito fue preci-samente discutir la validez de una “macro-región Chibcha” a partir de datos lin-güísticos, genéticos, arqueológicos y etnográficos. Se espera que los resultados de dicho encuentro sean publicados próximamente.

Claramente, la diferencia entre las dos líneas de respuesta en contra del con-cepto de “Área Intermedia” se encuentra en que una de ellas señala el estudio de procesos sociales como el medio más productivo para comprender la región, mientras que la otra hace uso del mismo medio o método que siguieron los que propusieron el concepto que se desea negar: el estudio de los artefactos. En gran medida, la segunda propuesta es la que se ha impuesto en la arqueología costarri-cense durante los últimos años, razón por la cual son prácticamente inexistentes los estudios que evalúen y contrasten modelos o hipótesis sobre relaciones so-

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ciales o cambio social, o que contemplen enfoques sistemáticos, trabajos inter-disciplinarios y con múltiples escalas de análisis. Como hemos visto, a partir de 1975 se puede percibir cierta homogeneidad epistemológica en la investigación arqueológica costarricense.

La relación actual entre investigación arqueológica, manejo de los recursos culturales y estructura institucional

Varias instituciones están encargadas por ley de la investigación, resguardo y difusión del conocimiento proveniente de los bienes arqueológicos del país. Com-prender cuál es la función de éstas con relación a la praxis arqueológica es un paso fundamental para brindar una panorámica de la situación actual de la arqueología costarricense y de las perspectivas futuras.

Comisión Arqueológica Nacional

La Comisión Arqueológica Nacional (CAN) es la instancia que regula y otorga los permisos de investigación arqueológica, además de supervisar que la investi-gación se ejecute siguiendo parámetros profesionales actuales. Esta entidad fue creada por ley y está conformada por representantes del Departamento de Patri-monio Histórico del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, el Ministerio de Educación Pública, el Museo Nacional de Costa Rica, la Universidad de Costa Rica y la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas. La Comisión es un órgano técnico y es la encargada de velar por el cumplimiento de la Ley 6703, la cual protege el patrimonio arqueológico en territorio costarricense.

Ministerio del Ambiente y Energía

El papel de este organismo es cuando menos ambiguo, ya que si por una parte es el responsable del Monumento Nacional Guayabo de Turrialba4, único Parque Nacional en el país creado fundamentalmente para resguardo de recursos cultura-les, dentro de las políticas institucionales del Ministerio del Ambiente y Energía (MINAE) nunca se ha contemplado la investigación y protección de recursos cul-

4 Este parque contiene uno de los sitios arqueológicos monumentales mejor conservados en Costa Rica y con mayor tradición en investigación (desde 1969 hasta 1984). El parque cuenta en la actualidad con una extensión de 218 hectáreas.

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turales de manera coherente. En efecto, dicha institución ha brindado sólo con-diciones básicas para el acceso del público al monumento, así como un limitado servicio de información al visitante, que se traduce en la precaria información disponible por parte de los guardaparques y la publicación ocasional de folletos financiados por algún organismo no gubernamental.

El mantenimiento del parque y la conservación de las estructuras se han visto restringidos por limitaciones de personal, así como de presupuesto, tareas que se reducen a las que el personal del parque puede realizar en sus horarios habituales. La única excepción se dio cuando la Fundación del Área de Conserva-ción Cordillera Volcánica Central financió parte de la restauración de la calzada Caragra. La presencia de algún arqueólogo ligado directamente con el MINAE y con el sitio arqueológico ha sido intermitente. En términos de investigación arqueológica propiamente dicha, el MINAE nunca ha actuado.

Como Hurtado de Mendoza (1986: 1) ha indicado, el problema radica en que el MINAE se ha concentrado exclusivamente en el manejo y conservación de recursos ambientales y energéticos, sin haber nunca reconocido que es prác-ticamente un hecho que todos los Parques Nacionales, además de tener recursos naturales, contienen recursos culturales (sitios arqueológicos), recalcando así que el Monumento Nacional Guayabo no es la única área protegida que cuenta con esta clase de recursos.

Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes

A diferencia del Ministerio del Ambiente y Energía, el Ministerio de Cultura, Ju-ventud y Deportes (MCJD) desde sus inicios ha tenido muy claramente estable-cido en sus políticas institucionales el componente de investigación, protección y difusión del patrimonio cultural del país, incluido el arqueológico. Para cumplir con los objetivos relacionados con el ámbito de la cultura, el MCJD cuenta con varios programas ministeriales, entre los que se encuentra la Dirección de Inves-tigación y Conservación del Patrimonio Cultural. El principal objetivo de esta dirección es “Fortalecer, salvaguardar y divulgar el patrimonio cultural median-te la investigación, educación, promoción y conservación del mismo...” (MCJD, s. f. a).

No obstante, la presencia del MCJD en cuanto al componente arqueológico del país se ha centrado en el Monumento Nacional Guayabo y a labores concer-nientes a restauración. Los otros dos sitios arqueológicos aparte de Guayabo que se encuentran protegidos por ley son Aguacaliente, en Cartago, y El Farallón, en Guanacaste, de los cuales el último ha recibido atención por parte del MCJD sólo

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en materia de conservación. Es importante destacar el esfuerzo que en la década de 1980 hizo la Dirección de Investigación y Conservación del Patrimonio Cul-tural para la restauración parcial del sitio Guayabo, gracias a un plan sostenido durante varios años, que sirvió de base para la restauración de una gran parte del sector central del Monumento. Sin embargo, al hacer un balance, parece razona-ble cuestionarnos, primero, ¿por qué en el caso del componente arqueológico el MCJD ha intervenido únicamente en un par de sitios y, segundo, únicamente en el componente de restauración (y de forma inconstante), dejando así totalmente desatendidos aspectos tales como conservación, educación, difusión e investiga-ción arqueológica?

La Dirección de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural re-conoció abiertamente que su limitado accionar se ha debido a la falta de recursos con que cuenta para su funcionamiento (MCJD, s. f. b). Pero quizás sea igualmen-te importante pensar que una razón de este accionar tenga que ver con que desde los orígenes mismos del MCJD se ha manejado un concepto de cultura que, por ser asumido como sinónimo de “Bellas Artes”, no ha sido instrumental en las po-líticas trazadas por la institución para preservar todo vestigio del quehacer diario de la humanidad. Como Marco A. Herrera (1993: 79) indicó:

Podría concluirse que desde la creación del Ministerio de Cultura, Juventud y De-portes no quedó claro qué era lo que se iba a entender por cultura. Eso llevó a que se mantuviera un concepto estereotipado del concepto y muchas veces se enfatizó en el acceso al hecho cultural, es decir, preocuparse por la recreación artística y cultural de sectores urbanos y divulgar algunas de sus manifestaciones al interior del país.

Es decir, el MCJD ha privilegiado la promoción y difusión de aquellos com-ponentes culturales que se han introducido y reproducido en épocas históricas con la llegada de los europeos a América y que no tienen relación con lo anterior, con lo nativo. Esta posición institucional ha ido cambiando con el paso de los años, pero su transformación es muy lenta, sin que se haya materializado aún en hechos directos respecto al quehacer arqueológico.

Museo Nacional de Costa Rica

A partir de su fundación en 1887, el Museo Nacional ha sido la institución oficial responsable del patrimonio arqueológico del país, así como del resguardo en sus instalaciones de los artefactos arqueológicos. Por ley, ésta es la institución llama-da a intervenir en el rescate de sitios arqueológicos amenazados de destrucción frente al avance de obras de infraestructura, saqueo u otra alteración, siendo, a su vez, la sede de la Comisión Arqueológica Nacional.

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En sus orígenes, el Museo Nacional tuvo una visión de avanzada respecto al tratamiento de los restos arqueológicos, no obstante que figuras tales como Anastasio Alfaro González y Juan Fernández Ferraz no fueran arqueólogos; el reconocimiento que éstos hicieron de las potencialidades de la investigación ar-queológica en cuanto a conocimiento del pasado les hizo promover dentro de la institución políticas en torno al resguardo y registro cuidadoso de la procedencia de las piezas y de las colecciones (Museo Nacional de Costa Rica 1887; Alfaro 1894; Fernández 1899). Lamentablemente, con la partida de Alfaro y Fernández y los recortes presupuestales que tuvo el Museo durante la primera mitad del siglo XX (Kandler 1987: 21), las intenciones que había en torno de la profesionalización de la arqueología y de la estimulación de la investigación en el país tuvieron que esperar varias décadas. Una de las directoras del Museo a mediados del siglo XX fue Doris Z. Stone (1958, 1963, 1977), quien publicó reseñas de la arqueología del país y algunos hallazgos realizados. No obstante, su interés siempre estuvo centrado en objetos extraordinarios, ya sea por su valor “artístico” o por su vincu-lación con las “grandes culturas” del norte y del sur.

La incorporación a la planta de funcionarios del Museo Nacional de Snarskis y Lange en la década de 1970 activó por vez primera la investigación arqueológica profesional en dicha entidad con proyectos en diferentes zonas del país, como la Vertiente Caribe (Snarskis 1984), el Pacífico Norte (Lange 1984b), y en la cuenca del río Térraba (Drolet 1983). Dichos proyectos brindaron datos sumamente valio-sos respecto a la arqueología de esas regiones, sobre todo en cuanto a secuencias cronológicas, configuración de asentamientos y tecnología precolombina, siendo hoy en día trabajos básicos para el entendimiento actual de esas regiones respecto a su pasado precolombino.

Lamentablemente, varios hechos ocurridos en la década de los 80 conlleva-ron el cierre prematuro de dichos proyectos. Entre estos hechos se destaca la sali-da de Snarskis y de Lange de la institución, quienes, además del aporte profesio-nal que ofrecían, también atraían recursos humanos y económicos externos para la investigación, así como el interés del público en general por estos temas. Así mismo, el incremento en la construcción de obras de infraestructura en el país de-mandó que el Museo intensificara su acción en proyectos de rescate de sitios y que los recursos institucionales se concentraran en estas actividades, tendencia que se mantiene hasta hoy. En estas circunstancias, los proyectos regionales de gran envergadura han sido esporádicos y de corta duración, aunque algunos proyectos regionales se han implementado en diversas zonas del país, tales como el Pacífico Central (Corrales 1992), la zona Cañas-Liberia (Guerrero, Solís del Vecchio y Herrera 1988; Guerrero y Solís del Vecchio 1997), el valle de Turrialba (Vásquez 2002), entre otros. Estos proyectos han aportado datos relevantes sobre dichas

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zonas, sobre todo respecto al sitio arqueológico y la historia cultural. En el caso específico del proyecto en el valle de Turrialba, la información arqueológica fue complementada con datos geológicos, biológicos e históricos, lo cual representa un avance significativo hacia la investigación arqueológica interdisciplinaria.

Dado que los recursos propios con que cuenta el Museo Nacional son básica-mente para labores de rescate arqueológico y no para investigación, los objetivos, escalas y alcances de dichos proyectos han estado subordinados a los requeri-mientos de las compañías o instituciones involucradas que aportan los recursos para los proyectos que ejecuta el Museo. Esto incide directamente en tres aspectos fundamentales de la investigación arqueológica regional: la duración, los objeti-vos científicos por cumplir y la publicación completa de los datos. La duración de los proyectos arqueológicos regionales ha sido breve, no más de tres años. Sabemos que la investigación arqueológica regional requiere de una duración ex-tensa y sostenida para cubrir con resolución apropiada el área de estudio y gene-rar datos confiables acerca de la dinámica social que se dio allí (Flannery 1986: xvii; Kowalewsky y Fish 1990). Así que es difícil, sino imposible, esperar que de proyectos regionales de corta duración se obtenga información lo suficientemente completa y sistemática como para poder comparar, generalizar y, por lo tanto, inferir con algún grado de confianza aspectos socioculturales a escala regional.

Universidad de Costa Rica

La Universidad de Costa Rica es la última de las instituciones a que haremos re-ferencia, teniendo ésta la responsabilidad de la formación académica-profesional en Arqueología; de hecho, es la única institución de educación superior que forma profesionales en este campo. La práctica arqueológica dentro de dicha entidad ha estado cimentada en tres pilares institucionales: la docencia, la investigación y la acción social (proyección comunitaria).

A partir de 1975, la Universidad de Costa Rica ofrece la carrera de Antro-pología con énfasis en Arqueología, al graduar a las primeras generaciones de arqueólogos nacionales. En 1980 se empezó a ofrecer el grado de Licenciado en Antropología, con énfasis en Arqueología y, recientemente (2005), se introdujo una Maestría en Antropología, con énfasis en Arqueología. La investigación por parte de estudiantes que trabajan en sus proyectos finales de graduación ha veni-do a aportar datos sumamente valiosos para la arqueología de las zonas de estudio y hoy en día representan una gran proporción de la investigación arqueológica que se realiza en el país. Además, debido al hecho de que dichas investigaciones requieren de trabajo de campo y que el documento final tiene que tener formali-

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dad estructural, coherencia interna y ser explícito respecto a objetivos, métodos y resultados (Corrales 2003: 27), forman el grueso de los trabajos de investigación mejor diseñados y ejecutados en el país.

La investigación arqueológica en la Universidad de Costa Rica inició con los trabajos de Carlos H. Aguilar en la década de 1960, cuando éste se incorpora como profesor de dicha institución. En 1968, la infraestructura para investigación y docencia se amplía al fundar Aguilar el Laboratorio de Arqueología, el cual ha continuado en funcionamiento hasta el día de hoy. Desde entonces, Aguilar rea-lizó trabajo de campo en la región que él denominó Intermontano Central, lo que geográficamente sería la Meseta Central del país. Como dijimos anteriormente, las investigaciones de Aguilar entre 1960 y 1978 dieron un significativo impulso a la arqueología nacional, gracias a la ejecución por primera vez de investigaciones acordes con los lineamientos científicos de la época y la profundidad temporal que le brindaron a la arqueología del país (Aguilar 1974; Aguilar et al. 1988). Por otra parte, su labor como pedagogo se extendió a lo largo de tres décadas de trayectoria docente dentro de la UCR, aprendiendo bajo su tutela generaciones de historiadores y las primeras generaciones de antropólogos y arqueólogos costarricenses.

Durante el Tercer Congreso Universitario, efectuado en 1971 y 1972, la Uni-versidad de Costa Rica discutió y redefinió el concepto de “universidad”, enfati-zando en su función docente, dedicada a la investigación y comprometida con la acción social. El Trabajo Comunal Universitario (TCU) se conceptualizó como una modalidad de acción social, en donde la Universidad tenía la oportunidad de proyectarse a las comunidades, a la vez que podía captar sus intereses y proble-mas. La acción social, dentro del TCU, se entendió como una interrelación entre el estudiantado y el profesorado con la comunidad donde se ejecutaba la misma, en donde se debía dar un intercambio de ideas, experiencias e intereses que des-embocaran en aportes y soluciones para los problemas comunales y nacionales, esto dentro de un marco multidisciplinario. Es con estos objetivos que se abren los primeros TCU en 1977, y un año más tarde, el Departamento de Antropología abrió el suyo en Guayabo de Turrialba (Arias, Chávez y Gómez 1987: 25-26).

La escogencia de la Colonia Agrícola Guayabo para poner en marcha un TCU respondió a la posibilidad de reactivar la investigación en la zona, dado que ésta era prioritaria en los intereses de la Sección de Arqueología de la Universidad de Costa Rica desde la década de 1960, cuando Aguilar exploró y excavó por vez primera en el sitio. Así, la institución retomó la excavación del sitio a partir de un proyecto de investigación que se fue construyendo y desarrollando conforme pasaron las temporadas de campo. La investigación arqueológica en Guayabo se coordinó conjuntamente con el TCU y fue una excelente oportunidad para con-tar con recursos, investigadores, espacio docente y un enfoque multidisciplinario

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para investigar el sitio Guayabo y, posteriormente, también las zonas aledañas. Esta segunda etapa de investigación arqueológica en Guayabo duró seis años (1978-1984) y representó la oportunidad para la arqueología nacional de poner en práctica muchos de los avances que la arqueología procesual había puesto sobre el tapete. Entre estos avances podemos mencionar el uso de diversas escalas de in-vestigación: a nivel de asentamiento (Fonseca 1979); a nivel regional (Hurtado de Mendoza 1984, 1988); trabajos interdisciplinarios (Hurtado de Mendoza, Salazar y Moya 1984; Dubón, Solís y Fonseca 1984); uso de diferentes líneas de evidencia (Fonseca y Acuña 1986; Gómez, Acuña y Hurtado de Mendoza 1985; Hurtado de Mendoza 1983a; Hurtado de Mendoza y Arias 1986); comparación con otras re-giones (Hurtado de Mendoza y Gómez 1985), y publicación de resultados (Fonse-ca 1981, 1983; Fonseca y Hurtado de Mendoza 1984; Hurtado de Mendoza 1983b; 2004). De haberse mantenido, este ambicioso proyecto sin duda hubiera venido a revolucionar los objetivos y la praxis de la arqueología en Costa Rica, objetivo que quedó inconcluso, dado el cierre prematuro del proyecto en 1984.

No obstante, la difusión del conocimiento arqueológico y la relación entre la Universidad, la comunidad de Guayabo y el Monumento Arqueológico continua-ron, a través del TCU, hasta 1988 (Chávez [Ed.] 1993), así como la relación entre la Universidad con la investigación arqueológica en el Intermontano Central. A finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990, el profesor Ser-gio A. Chávez, junto con estudiantes avanzados, realizó investigaciónes en San Ramón de Alajuela (Chávez 1991a, 1991b, 1992, 1994a). Dicho proyecto, que con-sistió en una prospección regional asistemática, y la excavación de varias calas estratigráficas y trincheras, permitió la localización de 52 sitios arqueológicos, la ubicación cronológica relativa de algunos de esos sitios, una ubicación cultural preliminar de San Ramón respecto a las regiones arqueológicas del país, y el es-tudio de técnicas constructivas precolombinas en sitios monumentales de la zona (Chávez 1993, 1994a, 1994b). Así mismo, la ejecución de una práctica dirigida en el sitio Volio (Rojas 1995) aportó información sustancial sobre este último punto, así como sobre la dieta de sus habitantes y la composición interna de un sitio con estructuras monumentales en las tierras altas de la zona. Sin embargo, el proble-ma de la falta de publicación, señalado en el apartado anterior, se vuelve a hacer presente aquí, dado que la gran mayoría de los datos de la investigación en San Ramón se encuentran inéditos.

A partir de 1998, la Universidad de Costa Rica estableció un proyecto de in-vestigación en la región del Pacífico Sur del país, más específicamente, la región comprendida entre las tierras altas de San Vito y la costa de Golfito, una región con un área aproximada de 1.716 km² (Arias et al. 1998). Dicho proyecto contempla objetivos muy similares a los del proyecto de San Ramón, en cuanto a ubicación

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regional de sitios de forma asistemática, refinamiento cronológico de la arqueología de la zona y el estudio interno de estructuras, de técnicas constructivas y de ras-gos asociados (Arroyo et al. 2006; Fonseca y Chávez 2003; Sánchez y Rojas 2002; Sánchez y Arrea 2006; Gómez y Soto 2006). No obstante, en el proyecto “Potencial Arqueológico Golfo Dulce/Pacífico Sur” se ha intentado implementar un compo-nente interdisciplinario, con la inclusión y colaboración de palinólogos, geógrafos y biólogos (Clement y Horn 2001), quienes también han apoyado al proyecto a través de la consecución de financiación de entidades internacionales como la Andrew W. Mellon Foundation y la National Geographic Society (Clement y Horn 2001; Gómez y Soto 2003; Sánchez y Arrea 2006). Dicha colaboración ha venido a enri-quecer al proyecto con información geográfica y paleobotánica arqueológicamente relevante, lo que representa una ampliación de las variables analíticas dentro de la investigación. Así mismo, la praxis arqueológica ha estado acompañada una vez más del componente de acción social, a través de talleres comunitarios, charlas en centros educativos y la inclusión de un proyecto de creación de un museo regional para la zona sur de Costa Rica (Arias y Sánchez 2003; Sánchez 2004).

La información expuesta nos lleva a concluir que la Universidad de Costa Rica ha hecho esfuerzos significativos para mantener programas de investiga-ción en diferentes partes del país, intentado conservar una naturaleza interdisci-plinaria, incorporar múltiples escalas de investigación y abarcar distintas líneas de evidencia arqueológica. Los resultados de investigación han aportado datos respecto a secuencias cronológicas, condiciones formales y estructurales de arte-factos, sitios y estructuras arquitectónicas, así como sus fechamientos y análisis de evidencia orgánica. Además, la investigación arqueológica constantemente ha estado apoyada por un acercamiento con comunidades aledañas, a través de la-bores pedagógicas y de difusión de la información, complementado con algunos servicios y asesorías en otras áreas (medicina, derecho, ingeniería, etc.) que la Universidad puede ofrecer a éstas mediante los TCU.

Si bien el acercamiento de la Universidad de Costa Rica a la investigación arqueológica ha sido, por tradición, bastante integral y decidido, estás interven-ciones han padecido de algunos de los mismos problemas que han tenido otras instituciones para realizar investigaciones enfocadas en sociedades. Como hemos visto, algunos proyectos han sido cerrados prematuramente, lo que nos indica que ha hecho falta continuidad y seguimiento por parte de los responsables de dichos proyectos, y como ya advertimos, difícilmente vamos a poder reconstruir socie-dades humanas con proyectos de corta duración. Por otro lado, ha faltado claridad metodológica en cuanto a los objetivos que se persiguen en última instancia, pues para lograr trascender el material arqueológico y estudiar sociedades pasadas re-querimos de métodos que sean acordes, sistemáticos y consistentes.

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Análisis del panorama presente y perspectivas futuras

Como hemos visto a lo largo de este ensayo, Costa Rica es uno de los países de América Latina con una consolidada posición en la protección, conservación, investigación y divulgación del patrimonio nacional arqueológico. Muestra de ello es que desde hace varias décadas, el país cuenta con organismos oficiales cuya función es precisamente cumplir con esos objetivos. Así, tenemos al Mu-seo Nacional (119 años de funcionamiento), la Comisión Arqueológica Nacional (23 años) y la Universidad de Costa Rica (31 años en la formación académico-profesional de arqueólogos al nivel de bachillerato universitario y licenciatura), como entidades directamente relacionadas con el estudio de la arqueología del país. La experiencia acumulada por estas instituciones le ha dado a la arqueología nacional una base institucional, infraestructural y de formación profesional lo suficientemente sólida como para poder plantear proyectos y objetivos cada vez más ambiciosos. Además, la Ley de Protección y Conservación del Patrimonio Nacional Arqueológico, vigente desde 1981, brinda todo un marco legal y de re-gulación a la praxis y conservación de los vestigios arqueológicos del país. Otros elementos logísticos –como el acceso a zonas rurales y a servicios básicos para el trabajo de campo, por ejemplo, agua potable y electricidad– son inmejorables, dado que la cobertura vial y de servicios públicos del país es una de las más ex-tensas del continente americano.

Por lo anterior, y aunque siempre hay cosas que pueden mejorarse, bási-camente se puede aseverar que actualmente Costa Rica es un país privilegiado en cuanto a medios y posibilidades para hacer investigación arqueológica. Pero, ¿cómo se ve este panorama desde el punto de vista teórico?

Pasando a este aspecto, hemos visto que a lo largo de los años se han logrado notables progresos en temáticas relacionadas con secuencias cronológicas regio-nales, caracterizaciones tecnológicas y artísticas y estudios formales de rasgos arquitectónicos y funerarios. Dichos avances nos han permitido conocer acerca de las variaciones en esos elementos a través del tiempo y del espacio, durante la época precolombina. También ahora sabemos, sin duda alguna, que hubo contac-to e intercambio entre los grupos humanos de esta región del mundo y que esas relaciones interregionales existieron durante gran parte del período precolombi-no. Sin embargo, aún sabemos muy poco sobre aspectos tales como organización sociopolítica, organización y cambio al nivel de unidad doméstica, desarrollos socioculturales locales y regionales, especialización económica, impacto del in-tercambio interregional en la economía, política e ideología local, organización y cambio en prácticas ideológicas, y otros temas similares.

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Los temas enumerados continúan a la espera de tratamiento por parte de la arqueología costarricense, debido a que cuando pasamos del aspecto infraestruc-tural y nos enfocamos en el estado teórico y metodológico de la disciplina, nos damos cuenta de que es allí realmente donde yace el problema que nos impide avanzar hacia respuestas sobre esas preguntas. La arqueología costarricense con-tinúa privilegiando el estudio del registro arqueológico (principalmente, cerámi-ca, además de rasgos como tumbas y montículos y artefactos exóticos), en lugar de centrarse en el estudio de las relaciones humanas y del cambio social. Es decir, ha habido una confusión evidente entre medios de investigación –o como los ar-queólogos sociales lo han llamado: “el objeto de trabajo”– y el objetivo último de la disciplina (el estudio de sociedades pasadas). Los arqueólogos, al centrarse en motivos, diseños y formas de artefactos y rasgos, han enfatizado el estudio de ho-rizontes y tradiciones de materiales precolombinos, en lugar de entidades sociales y políticas y trayectorias de cambio social. El cambio social, entonces, ha sido ex-plicado usando marcos difusionistas que describen dicho cambio como producto directo de la adopción de objetos y diseños provenientes de regiones remotas a través de intercambio y contacto. Más exactamente, la explicación difusionista de cambio social ha sido usada en sus dos variantes: a) el cambio viene de centros culturales localizados en Mesoamérica y Suramérica, o b) el cambio proviene de regiones más cercanas, localizadas entre Honduras y Colombia.

Varios problemas emergen como producto de este panorama. Primeramente, los arqueólogos, al centrarse en el estudio de materiales culturales –por ejemplo, la cerámica–, no estudian procesos sociales precolombinos sino que, en el mejor de los casos, lo que investigan es el cambio e intercambio en, por ejemplo, la alfa-rería de la región. Segundo, no ha habido investigación dirigida hacia la compro-bación o evaluación de hipótesis relativas a diversos modelos de cambio social, sino que modelos hipotéticos sobre el cambio social son usados como descripcio-nes de cómo fueron los hechos en el pasado. En otras palabras, dichos modelos han sido impuestos sobre el registro arqueológico para darle algún sentido, siendo imposible de esta forma aprender algo nuevo sobre cómo funcionan y se trans-forman las sociedades humanas. Tercero, dada la privilegiada posición que los artefactos exóticos han tenido en la arqueología del área, los arqueólogos se han enfocado también en la búsqueda y estudio de rasgos y sitios monumentales, los cuales han sido interpretados usualmente como evidencia directa de la existencia de determinadas formas de organización sociopolítica (por ejemplo, cacicales) en época precolombina.

Los problemas arriba señalados han imposibilitado una evaluación de otros temas específicos relacionados con el cambio social, como el tema de la desigual-

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dad social, tema central en el estudio de la organización sociopolítica5. La discu-sión en torno a este tema clásico ha sido comúnmente eclipsada o simplemente omitida en la arqueología costarricense, debido a la búsqueda incesante de formas ideales de configuración sociopolítica, por ejemplo, de cacicazgos. En otras pa-labras, se ha mantenido la tradición de usar conceptos operativos como modelos explicativos, como es el caso del concepto de “cacicazgo”, el cual ha sido usado como una receta para describir las sociedades precolombinas tardías. Ello ha mo-tivado que se busquen cacicazgos en el registro arqueológico (Snarskis 1987) o se asuma su presencia, debido al hallazgo de ornamentos con materiales como el oro, el jade o cerámica foránea, por ejemplo, en el caso del volumen “Wealth and Hierarchy in the Intermediate Area” (Lange [Ed.] 1992).

Creemos que, primeramente, el objetivo de la investigación arqueológica no debería ser determinar si la sociedad que estudiamos es un cacicazgo o no, esto debido al hecho de que, por un lado, la función última del arqueólogo no es la de un “clasificador” de sociedades –esto no contribuye a aprender más de una so-ciedad– y, por otro lado, porque es imposible que un solo rasgo o elemento (por ejemplo, monumentalidad, prestigio adscrito, tamaños de asentamientos, etc.) sea aislado como “el crucial” para identificar el surgimiento de cacicazgos en un cier-to momento de una trayectoria social precolombina (Drennan 1992). Segundo, el tema de la desigualdad social necesita ser estudiado de una forma más sofisticada que la comúnmente utilizada localmente. Actualmente sabemos que la desigual-dad social y, por lo tanto, la dominancia de un individuo o grupo de individuos sobre otros son rasgos intrínsecos a la naturaleza social de la humanidad, razón por la que está presente universalmente a lo largo de la historia de la humanidad (Fried 1967). De esta forma, sabemos que tanto bandas de cazadores y recolecto-res como grupos tribales tienen líderes o jefes, por lo que la evidencia de acceso desigual a recursos, incluidos materiales exóticos, no es por sí misma indicador de la presencia de un único tipo de sociedad (por ejemplo, de cacicazgos), como

5 El tema de la ideología también podría ser un buen ejemplo para ver los problemas teórico–metodológicos presentes. Claramente, en este sentido se han hecho avances al sobrepasar la sola descripción de los objetos, de su contexto arqueológico (cuando esta información existe), de la identificación de especies o géneros de animales y vegetales y la vinculación de los motivos y materiales ya sea con Mesoamérica o América del Sur (e.g., Calvo, Bonilla y Sánchez 1992; Guerrero 1998; Lange (Ed.) 1988; Snarskis 1998), existiendo ahora aproximaciones basadas en diferentes enfoques analíticos (enfoque histórico directo, la semiótica y el estructuralismo (e.g., Bozzoli y Sánchez 1996; Bozzoli y Sánchez 2004; Fonseca 1993; Sánchez y Bozzoli 1998; Sánchez, Bozzoli y Acuña 1998). No obstante, creemos que mientras se pretenda inferir el significado y uso de artefactos, motivos y decoraciones, sin preocuparnos en reconstruir sistemáticamente los otros componentes sociales a una escala comunitaria o regional, seguiremos estando muy lejos de alcanzar la esfera ideológica de los grupos precolombinos.

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tampoco podría serlo la mera presencia de estructuras monumentales (Creamer y Hass 1985; Marcus y Flannery 1996: 110). Tercero, no hay constituciones sociales ideales, no hay un único desarrollo hacia sociedades jerarquizadas; así, si nos preguntamos acerca del surgimiento de cacicazgos, tenemos que considerar el hecho de sus múltiples orígenes, trayectorias y configuraciones (Drennan 1991; Drennan y Peterson 2006; Earle 1987, 1997).

Por esta razón, es importante considerar desde un inicio el hecho de que las sociedades pueden tomar diferentes formas a lo largo de sus trayectorias de cam-bio. Ciertamente, necesitamos caracterizar a las sociedades que estudiamos, para efectos operativos y de orden, por lo que conceptos generales como “cacicazgo” o “banda” son útiles en cuanto se mantengan dentro de esos fines. Así que, en lugar de asumir, por ejemplo, la complejidad sociopolítica en cualquier punto de una trayectoria, parece ser más productivo orientar el centro de atención hacia pre-guntas más específicas de cambio social que puedan ser exploradas en diferentes escalas de análisis.

Nos parece urgente que la arqueología costarricense deje, de una vez por todas, esquemas unilineales de banda-tribu-cacicazgo y finalmente se enfoque en el estudio de las múltiples configuraciones sociales que pudieron haber existido en este territorio. Encontrar diferentes manifestaciones de organización social y de trayectorias –y no un horizonte de una única forma de organización social (por ejemplo, sólo cacicazgos o sólo sociedades tribales)– debería ser una opción a considerar seriamente. Del mismo modo, también deberíamos estar abiertos a la posibilidad de que diferentes estrategias (políticas, económicas e ideológicas) para el surgimiento y mantenimiento del poder social hayan sido utilizadas en diferentes regiones y en diferentes momentos.

Es por todo lo anterior que insistimos en que la arqueología en Costa Rica debe estar en todo momento orientada por preguntas e hipótesis relacionadas con el estudio de sociedades, y no dejarse llevar por la tentación de describir el regis-tro arqueológico de acuerdo a esquemas preconcebidos, o del estudio de los ma-teriales por sí mismos. Así, entonces, en primer lugar, proponemos que el punto de partida de la agenda futura sea el estudio de la expresión, la naturaleza y el cambio a lo largo del pasado, partiendo de la evaluación de modelos de cambio social. Segundo, sugerimos abordar el estudio del pasado precolombino a través de preguntas más específicas que las que comúnmente se han planteado. El uso de un enfoque centrado en la contrastación y evaluación de modelos nos permitirá desagregar problemas teóricos generales (por ejemplo, el surgimiento de socieda-des cacicales) en problemas sociales particulares (el surgimiento de la desigualdad social hereditaria), que son más específicos y más orientados hacia la naturaleza compleja del contexto social. Tercero, dada la naturaleza de la evidencia arqueo-

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lógica en Costa Rica (i.e., las características de los materiales precolombinos y el medio ambiente), es necesario explorar esas preguntas sociales a través del uso de distintas líneas de evidencia (espacial, arquitectónica, medioambiental, artefac-tual, etc.), en relación con diferentes escalas de análisis (unidades domésticas, co-munidades, regiones). Acumulativamente, la exploración sistemática de diferen-tes dimensiones sociales nos llevará hacia conclusiones más fuertes y confiables sobre la naturaleza de la configuración social en determinadas regiones. Dicho enfoque metodológico permite el contraste no sólo de la evidencia en múltiples casos de estudio, sino también el descarte y el sostenimiento de diversos modelos e hipótesis. Esto nos evitaría caer en una lógica circular al razonar.

Es más que evidente que los diferentes aspectos que aquí se sugieren no son nada nuevos en un contexto mundial de la arqueología, y que ya han sido aplica-dos en algún grado u otro en diferentes partes del mundo; no obstante, creemos que el avance y fortalecimiento de la investigación arqueológica en Costa Rica dependen directamente de una reconsideración de sus objetivos, a partir no sólo de la experiencia local sino también del contexto mundial de la praxis arqueológi-ca. En este sentido, la altísima endogamia en la que se ha visto envuelta la práctica de la arqueología costarricense ha hecho que el estudio, la discusión y la crítica necesarios para el avance de cualquier disciplina científica se hayan dado siempre respecto a lo que hicieron, por ejemplo, Aguilar o Snarskis hace treinta o cuarenta años atrás, siempre a lo interno, y nunca en complemento con lo que sucede con la disciplina en otras regiones del mundo.

Otros investigadores (e.g., Vásquez et al. 1995) han manifestado que existen problemas metodológicos en la investigación arqueológica del país y han acha-cado este problema a la falta de “rigurosidad” o de “calidad” científica. Sin em-bargo, creemos que el problema es mucho más complejo que eso. Es imposible determinar si las decisiones metodológicas tomadas han sido las adecuadas o no, sin examinar previamente los objetivos de investigación. Creemos que las fallas metodológicas tienen primeramente su origen en una falta de claridad respecto a cuál es el objetivo último de la investigación que se emprende y en la relación en-tre los objetivos propuestos y la estrategia metodológica que se escoge para ello.

Un segundo aspecto, el cual según lo anteriormente dicho vendría a ser se-cundario, es qué tan lógico y robusto viene a ser el diseño metodológico a imple-mentar. Como antes se expuso, la investigación arqueológica que se practica en Costa Rica carece de continuidad a largo plazo, lo cual hace que los proyectos se cierren prematuramente o sean planificados para que duren algunos pocos años. Otro aspecto sumamente preocupante es la cantidad de años o décadas que se requieren para que herramientas y técnicas que contribuyen a sustentar y generar credibilidad a las inferencias finales logren llegar al país. Por ejemplo, en la prác-

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tica arqueológica local se ha prescindido casi en su totalidad del uso de técnicas cuantitativas de análisis y del uso de sistemas de información geográfica, salvo para fines puramente ilustrativos. No podemos seguir obviando la creación de tecnologías y herramientas cada vez más eficaces y eficientes, necesarias para el estudio de los problemas que nos conciernen.

Frente al avance desenfrenado de la urbanización e industrialización en te-rritorio costarricense, los arqueólogos no pueden darse el lujo de seguir recolec-tando sólo lo completo, lo “bonito” o exótico y lo “diagnóstico” como una receta de cocina. Los sitios arqueológicos en el país están siendo arrasados rápidamente, y si la arqueología costarricense quiere recuperar información más allá del pe-ríodo de mayor ocupación de un sitio, y si éste fue habitacional o funerario, tiene que elaborar toda una estrategia de investigación que le permita desde el princi-pio abordar preguntas más ambiciosas. Sabemos que el tratamiento de preguntas sociales con información recolectada para fines más elementales es simplemente improcedente (Flannery 1973).

Al menos es necesario que dos cosas se den más frecuentemente en la ar-queología costarricense para que ésta tenga un horizonte promisorio y amplio. Primeramente, que el arqueólogo actual sea lo suficientemente ambicioso como para no conformarse con las preguntas tradicionales y los abordajes tradicionales a esas preguntas, que vaya más allá en su búsqueda de mejores preguntas y mé-todos; para ello se requiere formar criterio a través de una lectura crítica no sólo de lo que se produce internamente sino también afuera de nuestras fronteras. Lo segundo que urge es que cada vez más arqueólogos dejen de lado e ignoren las visiones y discursos perpetuados en los diferentes “bandos” gremiales, y en lugar de ello se enfoquen realmente en estudiar y hacer arqueología. En tanto no se lo-gre esto no será posible una praxis arqueológica productiva y relevante, dado que las energías y la atención estarán puestas la mayor parte del tiempo en pensamien-tos muy alejados de la disciplina, y a la hora que se nos pida un producto, como no tendremos tiempo para generar nuestros propios datos y análisis, simplemente repetiremos lo que el maestro dijo o escribió hace treinta o cuarenta años.

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lA AmbigüedAd de lA diferenciA: liberAles y conservAdores en lA conformAción de lA

AntropologíA y lA ArqueologíA colombiAnAs

Carl Henrik Langebaek

Introducción

Al finalizar los años cuarenta, Colombia contó por primera vez con la etnología y la arqueología como prácticas científicas institucionalizadas. Como protagonista de ese proceso, el régimen liberal reemplazó una larga hegemonía del conserva-tismo y brindó un decidido apoyo a los estudios antropológicos, así como a su divulgación por medio de revistas especializadas, colecciones populares de libros y la radio (Arocha 1984; Pineda 1984; Silva 2000, 2002; Páramo 2003). Desde principios de siglo, notables liberales como Octavio Quiñones, Juan C. Hernán-dez y Armando Solano se habían solidarizado con la causa indígena y habían es-crito profusamente sobre el tema, haciendo un llamado de atención sobre la falta de apoyo oficial a los estudios sobre indígenas. Una vez establecido el régimen liberal, el presidente Eduardo Santos trajo a Colombia al médico francés Paul Rivet, con frecuencia considerado “fundador” de los estudios antropológicos en Colombia. Sin duda, alrededor de lo anterior muchos colombianos se mostraron entusiasmados. Uno de ellos, Quiñones, por ejemplo, se dio el lujo de afirmar que el gobierno merecía la bendición de las antiguas civilizaciones prehispánicas y

… que la sombra angusta [sic] de Nemequene, de Suamoz, de Tisquesusa y de Tunda-ma; de Bolívar, de Santander, y de Nariño; de Córdoba y Ricaurte, continúe guiando los pasos, la voluntad y el pensamiento del jefe del Estado y de sus estadistas, escrito-res y parlamentarios que lo acompañan en la defensa de honor nacional, de la libertad, la democracia y los derechos del hombre. (Quiñones 1940: 313)

No obstante, la historia oficial corre dos riesgos. El primero es caer en el este-reotipo de los gobernantes ilustrados, sin analizar las condiciones ideológicas me-diante las cuales el Estado dio apoyo efectivo a las tareas antropológicas. El segundo consiste en exaltar héroes culturales, como Paul Rivet, que hacen ver el desarrollo

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de la antropología en Colombia como mero recipiente de influencias extranjeras. Como alternativa, este artículo parte de que la antropología es una práctica social local que es imposible de entender sin un contexto social, político e ideológico que obliga a pensar en héroes como Rivet o los políticos líderes más como resultado de procesos que como iniciadores de grandes cosas o líderes indispensables. Partiendo de esa idea, este artículo se interesa por comprender el crucial período durante el cual se institucionalizó la disciplina encargada de estudiar el presente y el pasado de los indios, desde los debates políticos y las ideas de raza y geografía en los cuales influyeron políticos liberales y sus contrapartes conservadoras.

Con frecuencia, los pensamientos liberal y conservador se presentan como absolutamente irreconciliables, y una consecuencia de esa clase de análisis es que el respaldo a la etnología se da como resultado apenas natural de la conciencia política de avanzada y el interés genuino por apoyar el indigenismo por parte del liberalismo. Sin duda, hay mucho de cierto en ese argumento: los liberales ayudaron a desmontar algunos de los aspectos más retrógrados de la educación y durante su mandato el acceso a la educación fue una prioridad, reivindicaron la importancia de la mujer y fueron verdaderos mecenas del arte. No obstante, en este artículo quiero defender la idea de que, pese a las diferencias, liberales y conservadores compartían más de lo que quisieran admitir. De hecho, quiero argumentar que los políticos de lado y lado sentían una verdadera preocupación por la composición racial del pueblo colombiano y que la diferencia en actitud de unos y otros ante una disciplina institucionalizada radicaba en la manera de en-tender cómo se podían superar las limitaciones, no en el diagnóstico más general de la situación.

Los conservadores

Para desarrollar el argumento, comienzo por Laureano Gómez, quizá el pensador conservador más importante de la época y, sin duda, uno de los personajes más odiados por los etnólogos y arqueólogos de dicho período (Henderson 2001). Sin duda, hizo méritos para no ser querido por muchos: dividió la Escuela Normal Superior en dos, la Universidad Pedagógica de Mujeres, en Bogotá, y la Univer-sidad Pedagógica y Tecnológica, en Tunja. Además colaboró en la expulsión de los investigadores del Instituto Etnológico Nacional, acusándolos de terrorismo y de un largo etcétera. Pero más allá de estas nada loables actitudes, ¿cuál era la ideología de Gómez con respecto a los temas centrales de la antropología? Para responder a esa pregunta, sin duda, es necesario acudir a sus Interrogantes sobre el progreso en Colombia, una recopilación de dos conferencias dictadas en el Teatro Municipal de Bogotá, en 1928 (ver la figura 1), y que seguían los pasos del célebre debate sobre la decadencia de la raza colombiana liderado por el médico

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conservador Luis Jiménez López unos pocos años antes. En la primera conferen-cia, del 5 de junio, afirmó que la principal función de los gobernantes consistía en velar por la salud de dos aspectos básicos de cualquier entidad política: el territorio y la raza. El rasgo que caracterizaba estos elementos en Colombia era su debilidad. La evidencia para él era la siguiente: a una latitud como la que se encuentra el país nunca había existido “ninguna verdadera cultura”, y si había ciudades de considerable tamaño, ello se debía a su posición estratégica, de paso, entre zonas del globo más propicias para la civilización. Si en Colombia se podía hablar de una “relativa cultura” (comparada con el Congo Belga, por ejemplo), era por un feliz acontecimiento: el levantamiento de la cordillera de los Andes, con lo cual se había evitado que el país consistiera en el paisaje desolador de “la selva soberana y brutal, hueca e inútil” (Gómez 1970: 26).

Figura 1. Laureano Gómez en el Teatro Municipal de Bogotá

Fuente: tomado de Cromos, 9 de junio de 1928.

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88 carL HEnrik LanGEBaEk

El pensamiento de Laureano sobre la geografía se había materializado en un ensayo, El carácter del general Ospina, que había publicado pocos meses antes de la presentación en el Teatro. En él, consideraba que las ideas deterministas eran obsoletas y que el ingenio creador del hombre era más importante (Universidad, 11 de febrero de 1928). No obstante, habría que admitir que ahora la geografía podía imponer por lo menos retos particulares a dicho ingenio. En el trópico el espíritu humano se desconcertaba y sucumbía ante la naturaleza. Quizá la imagen más aterradora era la del indígena de la selva amazónica, es decir:

… las razas primitivas que la habitan viven llenas de terror. Vense aisladas entre un cosmos hostil y los seres fantásticos y tenebrosos que son las divinidades en su ruda mitología. Los mitos son de índole salvaje; interpretaciones de la naturaleza enemiga, manifestada por el terror; ya es el terrible diablo que encarna las fuerzas amenazado-ras y malignas de la naturaleza, o el genio misterioso del bosque, o el ave melancólica que se lamenta de no poder mudar sus plumas perpetuas, o el suplicio del animal devorado por su propia piel. (Gómez 1970: 29)

Entre el medio y la raza se podía explicar la difícil tarea de llevar a Colom-bia a la civilización, entendida ésta como aquello que separaba al hombre del animal. Los argumentos no eran racistas en cuanto a que algún grupo humano de los que predominaban en el país fuera deficiente, o algún otro idóneo, pese a las persistentes ideas sobre la naturaleza tan distinta de los defectos del blanco, el indio y el negro. Para Laureano Gómez había un verdadero problema etnológico determinado por el hecho de que todos los elementos étnicos que componían Co-lombia tenían serias deficiencias. Pese a que frecuentemente se le presenta como hispanista, para Gómez los españoles no eran gran cosa, y sus aportes a la cultura universal habían sido nulos (Gómez 1970: 44-5); los negros eran “rudimentarios” y tenían el “don de mentir” (Gómez 1970: 46), y los indígenas eran taciturnos, debido a la tristeza del desierto, o embriagados de melancolía, por sus páramos y bosques; tenían, además, el “rencor de la derrota” y, sobre todo, una terrible indiferencia por la vida nacional (Gómez 1970: 46). Esto en cuanto a los elemen-tos puros, porque las mezclas eran aún peores: “fisiológica y psicológicamente inferiores a las razas componentes”. O para ponerlo en los términos que Gómez parafraseaba: “Dios hizo al hombre, también al hombre negro; pero al mulato lo hizo el Diablo”. Por último, ni siquiera la influencia extranjera era benéfica: Gómez hizo una clara denuncia del imperialismo, de la penetración del capital extranjero y de la pérdida de Panamá. El extranjero también era un elemento que atentaba contra la nacionalidad (Gómez 1970: 47).

En la segunda de las dos presentaciones en el Teatro Municipal, dictada el 3 de agosto, Gómez modificó parcialmente su visión de la naturaleza, aunque en últimas el mensaje fuera el mismo. Lo interesante en esta ocasión es que el

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pasado indígena cumplió un papel más importante en sus reflexiones. Sin negar el panorama desolador presentado en junio, argumentó que las leyes naturales se podían atemperar. Todo era cuestión de alcanzar, contra las mayores dificultades, la civilización. Dedicó parte de la conferencia a las opiniones científicas sobre el suelo colombiano. En lugar de las propias impresiones de viajero sobre las que se había basado en junio, acudió a Felipe Pérez y a Agustín Codazzi, para reafirmar lo exagerado que eran las ideas sobre las inmensas riquezas nacionales. Además volvió sobre la cuestión étnica, y en particular, sobre el pasado nativo. Creyó encontrar ejemplo de cierta civilización entre incas y aztecas y señaló que esas comunidades eran más interesantes que la española. Por ejemplo, en México y Perú los españoles habían encontrado sociedades que, salvo la odiosa costumbre del canibalismo, eran tolerantes y sofisticadas (Gómez 1970: 126-8). En Perú, además, existía un sistema social que liberaba a la población de los “abusos del capitalismo”. Antes de la Conquista, los indígenas habían sido sanos y pulcros (Gómez 1970: 129). La conquista española había sido inusitadamente cruel: había destruido culturas nativas y un adecuado orden social y lo había sustituido por una sociedad dividida en holgazanes y siervos.

Los argumentos de Laureano Gómez daban al Estado un papel privilegiado ante un país racial y geográficamente débil; no en vano sostuvo en su primera presentación que la civilización en Colombia era comparable a una frágil planta de invernadero. El conservatismo, por lo tanto, era el único capaz de sacar ade-lante un país que luchaba contra las limitaciones del medio y la raza. Ahora bien, sus ideas sobre el Estado, su pesimismo sobre la composición racial del pueblo y su visión del pasado indígena eran comunes entre los conservadores. Un ejemplo es el de Mariano Ospina, presidente entre 1946 y 1950, y quien en el diario El Colombiano estableció una comparación entre el espíritu de trabajo en grupo de los anglosajones y la ausencia del mismo entre los latinos, preguntándose si el egoísmo y el individualismo eran “solo cuestión de educación, o lo es también de raza” (Ospina 1982: 15). No obstante, sería simplista afirmar que los conservado-res acogieron entusiastas sus ideas.

Algunos de los contradictores de Laureano Gómez, como Félix de Areu, trataron de separar el asunto de la política, pero su crítica resultaba igualmente conservadora. Publicada en Universidad (9 de junio de 1928), la objeción de Areu consistía en que el trópico deparaba grandes augurios, y que prueba de ello eran la antigua grandeza de La Habana, Cartagena de Indias y Popayán, todos bastiones de hispanidad. Pero, además, Gómez había ignorado que la raza predominante en el país era latina, raza que no tenía nada que envidiar a las mejores. Éste es sólo un testimonio de que, en realidad, las críticas más rabiosas contra Gómez vinie-ron de medios conservadores, especialmente de El Debate, publicación dirigida

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por Silvio Villegas, y que desde la primera conferencia de Gómez dio cabida a expresiones de rechazo radicales en contra de sus planteamientos. El 7 de junio, apenas dos días después de su primera charla, El Debate publicó una nota en la cual se afirmaba que había razones para ser optimista sobre el futuro de Colombia y el fortalecimiento de la cultura. Ese mismo día salió una nota sobre El fracaso intelectual del ingeniero Gómez, en la cual se señalaba que Gómez no aportaba sino lugares comunes del conocimiento científico y pseudocientífico del siglo XIX, revaluados por las conquistas de la biología y la higiene. Peor aun, se le acusaba de propiciar el imperialismo norteamericano al defender la idea de que el trópico estaba habitado por razas inferiores. La misma idea se publicó el 8 de junio, cuando se afirmó que Gómez extendía una “invitación al imperialismo norteamericano, para que continúe su obra de perfeccionamiento de una república de zambos, de mulatos, y de incapaces”.

Por otra parte, en El Debate (7 y 13 de junio de 1928) se publicó la conferen-cia del también conservador Pomponio Guzmán, presentada en el mismo Teatro Municipal, donde se había dado el discurso de Gómez. En ella se defendía la idea de que en el país, “mezcla amorfa de españoles indolentes, mulatos ladinos y negros embrutecidos”, existían valores auténticos, cerebros adiestrados en las “disciplinas del espíritu” y conductores capaces. Además se criticaba el determi-nismo geográfico y se defendía la idea de que el país tenía “habitantes ejemplares vigorosos, de inteligencia y facultades para domeñar la salvajez” (El Debate, 13 de junio de 1928).

Un aspecto de los discursos de Gómez que molestaba a los nacionalistas conservadores era su materialismo. Guzmán, por ejemplo, admitió que el clima ejercía influencia sobre los animales, pero no que lo hiciera sobre los humanos: se trataba de una posición materialista que repugnaba. Otro ejemplo: Enrique Ramiro se quejó de que detrás de las ideas de Laureano Gómez se escondían “concepciones materialistas”, que habían sido revaluadas por la misma ciencia materialista. El mundo, argumentaba Ramiro, tendía al enfriamiento, lo cual se traducía en que el tan despreciado trópico pronto sería el único lugar habitable (El Debate, 21 de junio de 1928). Pero más importante aún, en contra de las ideas “materialistas y acongojadas”, como las llamaba Guzmán (El Debate, 13 de ju-nio de 1928), se erigía el espíritu latino, “verdadero regulador de la historia”. La observación se enmarcaba bien en la imagen de que el país, además de tierra, la cual podría ser transformada por el hombre, debía aprovechar su tradición y su inteligencia, en otras palabras, sus valores espirituales (El Debate, 30 de mayo de 1929). Por supuesto, la referencia al “espíritu latino” no era gratuita. Además del materialismo de Gómez, su interpretación racial resultaba inaceptable. Pomponio Guzmán criticó la noción de que el país estuviera habitado por “la raza española,

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de ingrata recordación, la de los muiscas, chibchas y caribes, de nivel inferior por sus miles defectos y costumbres y de las razas africanas refractarias a la ci-vilización”. Sobra decirlo, se trataba de una interpretación errónea: Bolívar y el resto de héroes de la Independencia eran productos del trópico y no tenían nada que envidiarle a nadie de otras latitudes; además se podían poner como ejemplo los grandes hombres de Estado, los literatos y las mujeres que había producido la patria. No se trataba de una defensa del mestizaje, ni del indio, ni del negro, sino de lo hispano, y del criollo tropical. En El Debate se insistía en que Gómez había sido injusto con España, país que no sólo había dado lugar a todo lo bueno que pu-diera tener Inglaterra, sus instituciones jurídicas y su literatura, sino que además había conquistado al Nuevo Mundo y aportado notables inventos a la humanidad (El Debate, 21 de junio de 1928).

Silvio Villegas hacía parte de un grupo de conservadores enfrentados a Lau- reano Gómez, entre quienes también se incluían Gilberto Alzate Avendaño (1910-1960) y Aquilino Villegas (1879-1940), políticos manizalitas como él. Este último publicó ¿Por qué soy conservador?, trabajo en el cual desarrolló la idea de un Estado fuerte, capaz de sacar adelante una nación débil y heterogénea. Una de las imágenes que más lo había afectado en relación con la falta de autoridad y los desmanes populares había sido la llegada de tropas negras, mestizas y en parte indígenas enviadas por el Gobierno a aplacar la rebelión de los antioqueños, que eran principalmente blancos (Villegas 1934: 16). Villegas estableció, entonces, una visión de país dividido en “unidades reales”, que tenían un marcado carácter étnico. Las gentes de los Andes orientales, descendientes de españoles y de los indígenas “más evolucionados” (Villegas 1934: 179); del valle del Magdalena, Huila y Tolima, “pueblo enjuto y reseco por el trópico, descuidado y sencillo, su-frido y benévolo” (Villegas 1934: 180); del Chocó, del “trópico húmedo y salvaje y de sangre en buena parte negra” (Villegas 1934: 180); de Nariño, divididos entre una minoría culta de origen español y una masa de indios puros; de Popayán, fraccionados también entre una élite intelectualizada y un pueblo de raigambre nativa (Villegas 1934: 181). Para Villegas esta diversidad iría poco a poco creando pueblos marcados por el clima y las estaciones, lo cual hacía indeseable la llegada de inmigrantes negros, indios, chinos o japoneses, o incluso de judíos, que se co-laban con el pretexto de ser ciudadanos europeos (Villegas 1934: 260 y 282).

Gilberto Alzate y Silvio Villegas, ambos políticos conservadores de Mani-zales, fundaron en 1936, en compañía de Fernando Londoño, Acción Nacionalista Popular, movimiento anclado en el fascismo italiano y en ideas de Bolívar, e ins-pirado en la noción de que un Estado fuerte constituía la solución natural de los problemas del país, en gran medida resumidos en su composición racial. Alzate dedicó unas pocas páginas al tema de la raza cósmica elogiando al mexicano José

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Vasconcelos y recordando que Bolívar había tenido la noción de que en América se formaría una nueva casta homogénea. No obstante, su idea sobre el mestizaje resultaba lapidaria: la fusión de razas no sumaba, sino que restaba, no multipli-caba, sino que dividía (Alzate 1971: 36-8). Silvio Villegas, por su parte, fue más prolífico sobre el tema. Su tesis de doctorado en la Universidad Nacional, que llevaba el sugestivo título de La democracia en los trópicos (1924), partía de que para estudiar la evolución política de las repúblicas latinoamericanas era preciso analizar las razas indígenas (Villegas 1924: 7). Esto no lo hizo un indigenista, ni un hispanista. En realidad, Villegas estaba atrapado por la misma ambigüe-dad de Laureano Gómez: la estirpe ibérica que había llegado al Nuevo Mundo –“mediterráneo-semítica, de cráneo más o menos alargado (dolicocéfalo) y color blanco moreno”– estaba conformada por “galeotas y truhanes, aventureros sin oficio” (Villegas 1924: 8-9). En América, el español degenerado había producido al criollo, inconstante y perezoso, pero a la vez brillante, caracterizado por odios tan efímeros como sus amores (Villegas 1924: 12). Desde luego, eso tampoco quería decir que la esperanza se debiera fundar en otros elementos étnicos. Los indígenas pertenecían a razas “altivas al modo de los aztecas; a razas astutas y penetrantes a guisa de los incas y chibchas; a razas guerreras e indómitas”; eran supersticiosos, amantes de los ritos sonoros, y se encontraban postrados en la servidumbre. Como los pueblos asiáticos, se trataba de gentes resignadas, per-versas y vengativas (Villegas 1924: 11). Finalmente, el negro era la más inferior y primitiva de las estirpes. Entre ellos había incapacidad de razonar, de concebir analogías y diferencias. Y, naturalmente, de la mezcla no podía esperarse algo mejor: el latinoamericano era perezoso, triste y arrogante, y el mulato, en particu-lar, “individualista, nivelador, trepador y anárquico” (Villegas 1924: 11-2).

No obstante, su impresión sobre el medio no estaba mediada por el pesimis-mo de Laureano Gómez, quien al fin y al cabo lo había considerado central en su argumentación. Describió que algunos sociólogos pensaban que la civilización sí era posible en el trópico, aunque no de cualquier tipo (Villegas 1924: 13). Quizá lo que podría prosperar se parecería al despótico y majestuoso antiguo Egipto, que al fin y al cabo había sido una civilización tropical. No obstante, pese a la aparente prosperidad de la democracia en Argentina, y en la misma Colombia, se podía admitir, como el médico conservador Jiménez López había hecho unos años antes, que las naciones latinoamericanas se encontraban en decadencia, visión pesimis-ta que contrastaba con el optimismo de algunos pensadores liberales, como Luis López de Mesa o Lucas Caballero. Síntoma de esa decadencia era el caudillismo liberal, como el de Castro y Gómez en Venezuela, y que en últimas era resultado de una tradición indígena que explicaba la dificultad de implantar una democracia entre “pueblos sojuzgados por tres siglos de coloniaje y dominados por razas mes-

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tizas acostumbradas a la sumisión y a la jerarquía” (Villegas 1924: 22). La solución consistía en esquivar las quimeras políticas, restaurar la autoridad, la disciplina y los valores religiosos. En 1937, Silvio Villegas agregó un argumento a su fórmula. En No hay enemigos a la derecha afirmó que se debía evitar por todos los medios la inmigración de cualquier tipo. La experiencia demostraba que la población cre-cía vertiginosamente “con el simple mestizaje del español y del indio, sin el aporte perturbador de otras razas” (Villegas 1937: 145).

Laureano Gómez y Silvio Villegas, por más antagonistas que fueran en la arena política, representan la médula del pensamiento conservador. Y, sin duda, los diagnósticos y soluciones que propugnaron los liberales ante los problemas del país no eran los mismos que ellos demandaron. Pero es justo preguntarse si por lo menos el diagnóstico de los problemas era el mismo para quienes encarnaban el pensamiento liberal. Finalmente, los liberales habían apoyado decididamente los estudios etnográficos y raciales, con la sospecha de que Laureano Gómez podía tener la razón. ¿Qué pensaban los intelectuales del Partido?

Los liberales

Durante la década de los treinta el discurso sobre la inferioridad de la raza colom-biana se había transformado en una preocupación por la higiene, y el Partido Li-beral había tomado entusiasta la tarea de intervenir en el asunto. Cuando, en 1920, el conservador Jiménez López había propuesto la idea de que la raza colombiana degeneraba, muchos de los más duros críticos habían sido conservadores. Ahora, a mitad de la década de los treinta, el espíritu liberal crítico con respecto a la raza y el medio seguía vivo. Autores como Laurentino Muñoz, a través de La tragedia biológica del pueblo colombiano, señalaban optimistas el reto del Estado. En el prólogo a su obra afirmó que en el país el pueblo vegetaba sumido en la desgracia y en la esterilidad, vencido por la violencia y la enfermedad (Muñoz 1935: 14). Sin embargo, la culpa no era del medio, ni se podía aceptar que el colombiano fuera étnicamente inferior (Muñoz 1935: 34), aunque por otro lado, basado en Lom-broso, Muñoz decía que las mujeres prostitutas tenían una capacidad craneana inferior, en comparación con las mujeres honradas, y que los criminales tendían a tener canas (Muñoz 1935: 253). La influencia ciertamente desfavorable del medio generaba enfermedades que podían curarse. Las estadísticas eran desconsolado-ras; en una muestra de 58 soldados entre los 20 y 25 años, 36 padecían enfermeda-des venéreas y 6 sufrían de tuberculosis. Pero no todo era desesperanza: intensas campañas de higiene, el combate frontal contra el alcoholismo y la prostitución podrían elevar las cualidades del pueblo (Muñoz 1935: 41). En 1940, Muñoz, en “Causas que imposibilitan el adelanto en Colombia”, ratificó su posición: el atraso

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de Colombia nada tenía que ver con taras de raza sino más bien con problemas de alimentación, y con la educación. Solamente una raza vigorosa podría enfrentar eficazmente el medio, y la colombiana podría serlo como cualquier otra. De allí que, citando a Lombana Barreneche, propusiera que la única inmigración acepta-ble en el país debía buscarse en los vientres de las madres (Muñoz 1940).

Luis López de Mesa, uno de los más influyentes pensadores liberales de la época, es un buen punto de partida. En 1910, cuando asistió al Primer Congreso de Estudiantes de la Gran Colombia, manifestó su interés por el tema de la raza, desde una perspectiva que asumía como nacionalista y antiimperialista. En efecto, en ese entonces abogó por la defensa de la estirpe biológica latinoamericana para evitar la “acción absorbente de otras razas” y por buscar el desarrollo de su cultu-ra propendiendo encontrar su pasado glorioso y su porvenir de paz. En 1920, su preocupación por lo étnico lo llevó a alinearse con Miguel Jiménez López, aunque desde una perspectiva menos pesimista, incluso inspirada en José Vascocelos: por ejemplo, en 1926, su Civilización contemporánea defendía la idea de un destino histórico glorioso para la mezcla racial colombiana. Admitió en ese entonces que la historia era el permanente dominio de sociedades masculinas sobre sociedades femeninas: de los dorios sobre los egeos, de los latinos sobre los griegos, de los bárbaros sobre los latinos, de los yanquis sobre los europeos y, naturalmente, de los latinoamericanos sobre todos los demás en el futuro (López de Mesa 1926: 184). No obstante, el porvenir estaba condicionado y debían corregirse algunas tendencias del carácter colombiano exageradas por el ámbito tropical y el carácter de sus razas (López de Mesa 1926: 191).

Después de ir en contra de sus propios consejos y estudiar en Harvard, llegó a ser Ministro de Educación. Entonces su mayor preocupación fue establecer un amplio programa de alimentación e higiene, con el fin de garantizar el éxito de las reformas educativas, pero esto no quiere decir que abandonara su interés por los temas de la raza y el clima. En sus publicaciones mantuvo una estricta relación entre raza y carácter, y entre ellos y medio. En Civilización contemporánea había dedicado un párrafo a explicar los cambios físicos de los ingleses en Norteaméri-ca (López de Mesa 1926: 69). Luego, en El Alma de América (1927) consideró que el Estado debía combatir en cuatro frentes para el mejoramiento de la nación: el étnico, el técnico, el ético y el estético. Sobre el primero sostuvo que debía forta-lecerse con aportes del norte de Europa, sin renunciar a las “virtudes autóctonas”; ellos fomentarían la industria y la cultura general y también colaborarían con el “levantamiento de la población indígena y negra que vegeta muy distanciada de la civilización” (López de Mesa 1927: 49). Con el tiempo, la migración contribuiría a la formación de un tipo homogéneo, y entonces, “el hombre americano hallará en su alma y en sus obras, sin este afán prematuro de expresarlo que hoy lo aque-

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ja, y que es sólo la conciencia oscura de su misión, la fórmula precisa del hombre nuevo” (López de Mesa 1927: 58).

Para Luis López de Mesa no había duda de la relación entre raza y carácter. En unas notas sobre Comparaciones de razas, aseveró que los ingleses eran un pueblo femenino, práctico, tímido y sentimental; el alemán, masculino, “suave en la superficie, cruel en el fondo”; el francés, orgulloso y maldiciente; el español, generoso, ineficaz y valiente (D 484-104, Biblioteca de la Universidad de Antio-quia, Medellín). En sus Notas sobre Argentina, argumentó algo parecido sobre los pueblos de América del Sur: el ecuatoriano era tímido, el peruano simpático, el chileno tahúr y alcohólico, aunque pragmático; el argentino, en parte europeo, en parte criollo, estaba formando un tipo predominantemente americanizado, lo cual confirmaba la influencia del medio geográfico: tenía los mismos defectos del colombiano, aunque algo atenuados por el mejor clima: melancólico, perezoso, entregado a la divagación mental y falto de concentración (D 486 117, Biblioteca Universidad de Antioquia, Medellín). Este tipo de ideas explica por qué, en los meses anteriores a la Segunda Guerra, se opuso a la inmigración de “indeseables” elementos judíos (Galvis y Donadio 1986: 235-57).

El mismo año en que se conoció El Alma de América, López de Mesa publi-có su informe El factor étnico, presentado a un comité de expertos que estudiaba el costo de la vida en Colombia. Ese trabajo partía de aceptar que Colombia estaba conformada por la mezcla de tres razas de muy diversa índole, razón por la cual se encontraba en situación de inferioridad ante otras naciones, como Estados Unidos y Argentina. La raza española era la “columna vertebral y médula de la nueva identidad”, mientras que el indígena aportaba “suavidad del carácter, laboriosidad y habilidad manual en algunas regiones, ciertos dones de disciplina, adaptabi-lidad y tendencia cívica” (López de Mesa 1927: 5-7), y el negro –una vez más confinado en la esfera de su fortaleza biológica– había sido útil para “desbravar la selva enemiga”; y además era también sensual, evidencia de su poca inclinación a tener “nobles preocupaciones” (López de Mesa 1927: 12 y 23).

El reto de Colombia consistía en que, a medida que mejoraban las comunica-ciones, la mezcla de razas era inevitable, la cual, si seguía la “mera determinación de propincuidad daría ocasión a resultados poco apetecibles”; con esto López pensaba en los migrantes andinos que a su paso hacia las tierras bajas encon-traban pueblos “retrasados en cultura o deteriorados físicamente”; además, en algunas de esas tierras por colonizar, como el Cauca y el Atrato, así como en las costas, la población africana estaba “tan decaída fisiológica y espiritualmente” que no se podía mezclar con el resto de la población “sin hacer sufrir al conjunto de la nación muchos pasos hacia atrás y perturbarla por siempre” (López de Mesa 1927: 11). La mezcla del indígena andino con el negro o el mulato sería una cala-

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midad: se sumarían todos sus vicios y se tendría “un zambo astuto e indolente, ambicioso y sensual, hipócrita y vanidoso a la vez, amén de ignorante y enfermi-zo” (López de Mesa 1927: 11). Varios años después, en 1943, una carta de Tomás Rueda Vargas a Agustín Nieto reveló que López de Mesa le había confesado al primero su preocupación con respecto a los “resultados poco apetecibles” de las mezclas raciales: “el ascenso de los mulatos a los puestos directivos” (Pardo de Carrizosa 1993: 346).

La imagen que tenía López de Mesa sobre el país lo llevó al recurrente re-greso a la idea ilustrada sobre la juventud de América: en la Colonia existía una sociedad embrionaria, mientras que entre 1810 y 1910 se podía hablar de un país infantil, que recién comenzaba a explorar y a ensayar para poder entrar a la vida adulta. Pero sería inapropiado considerar que López tenía una idea evolucionista. Era tan sólo una analogía útil, aunque también embebida en la idea de progreso. En un corto ensayo de 1915, “El evolucionismo”, Luis López de Mesa reconoció el va-lor de las teorías evolucionistas, pero sin suscribirlas por completo. Resaltó la obra de Spencer como un sofisticado sistema explicativo, pero objetó que la ordenación de los hechos generados por la evolución fuera tomada como la evolución misma. Entonces López de Mesa admitió que era necesario apartarse del evolucionismo y buscar “otras rutas en la explicación de los fenómenos” (López de Mesa 1915).

Su obra posterior se encuentra dispersa en gran cantidad de libros, confe-rencias y artículos, pero notablemente en De cómo se ha formado la nación co-lombiana (1970), Disertación sociológica (1939) y Escrutinio sociológico de la historia colombiana (1948). Incluso se puede encontrar su influencia en las tesis de grado de sus estudiantes, como en la de Roberto Pineda, Hacia una teoría ge-neral de nuestra identidad, en la cual se reafirmaba el carácter bruto del territo-rio, así como el carácter predominante de la raza española en el mestizo del país, con todos los problemas que ello implicaba, y la necesidad de atraer inmigrantes, siempre y cuando fuera a través de un proceso selectivo (Pineda 1937). En fin, las innumerables obras de López de Mesa, y las de sus pupilos, defendieron la importancia del medio en la conformación del pueblo colombiano, y al igual que había defendido Laureano Gómez, consideraron ese factor como limitante en su desarrollo. En Escrutinio sociológico de la historia colombiana se presentó una Colombia en la cual ni las tierras bajas ni las altas (aunque en menor grado) eran apropiadas para el progreso. El colombiano era un pueblo que tenía que desen-volverse al amparo de “las noventa y cinco mil toneladas de lluvia por segundo” (López de Mesa 1955: 78) que caían en su territorio; en un medio tropical que –y aquí se recuerda a Buffon– había sido incapaz de producir especies vigorosas, de tal forma que en materia de biogénesis nada se podía comparar con lo que habían aportado otros continentes: “ni un caballo, ni una vaca, ni una oveja, ni

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siquiera gallinas” (López de Mesa 1955: 81). Peor aún, en un ambiente en el cual incluso las corpulentas especies traídas de Europa tenían serias dificultades para adaptarse al medio tropical, lo cual, sin duda, resultaba válido también para el ser humano. En 1945, en un ensayo sobre el “Sentido y tareas de la democracia”, López de Mesa continuó insistiendo en el asunto de la decadencia; la raza decaía “fisiológicamente por las muchas epidemias del trópico, por defectos cualitativos de la nutrición, y por defecto cualitativo de los alimentos que usa” (López de Mesa 1981: 61).

¿Qué papel cumplió el pasado indígena en las ideas de Luis López de Mesa? En 1941, con ocasión de la inauguración de una estatua del general Santander en Buenos Aires, López de Mesa admitió que el albor de las culturas se encontraba en el norte: “del trópico hacia el sur hay grave silencio histórico, si exceptuamos la organización totalitaria de los incas” (López de Mesa 1963: 402). En su Escru-tinio, la experiencia remota del indio era aleccionadora. Por ejemplo, servía para demostrar el enorme obstáculo que imponía el medio al progreso. En tiempos pre-hispánicos, motivado por el afán de abandonar la selva azarosa, el hombre había huido a los Andes, aunque allí las condiciones tampoco eran ideales (López de Mesa 1955: 91 y ss.). Los animales superiores en general, incluidos los humanos, se degeneraban en las regiones suramericanas, ya por la altura, ya por el medio tropical (López de Mesa 1955: 82). Sin embargo, cualquier pesimismo sería co-barde. Y aunque América, en su conjunto, resultaba esquiva a la planta humana, mucho se podía hacer para remediar la situación. Lo primero, desde luego, con-sistía en conocer su historia.

Pero además la historia del indio ilustraba el peso del medio en la confor-mación de la raza. El hombre americano tendría unos 10.000 años de antigüedad, tiempo suficiente para que la naturaleza ejerciera un papel importante en sus carac-terísticas. A su llegada al continente habría encontrado obstáculos gigantescos: la ausencia de ganados, y la existencia de plantas cultivables como la yuca y el maíz, con las cuales “no se podía crear suficiente riqueza”. Como resultado, se podía hablar de cierta degeneración de los pueblos americanos, que los europeos encon-traron en el siglo XVI. Incluso parecía probable que la población encontrada por los conquistadores fuera menor cuando llegó Colón que en períodos anteriores. Lo cierto era que, en Colombia, el trabajo en piedra (ejemplificado por la estatuaria de San Agustín) ya había degenerado en el siglo XVI. Acudiendo, como de costum-bre, al difusionismo, sugirió que los agustinianos no podían tener un origen nativo: tendrían que haber venido del Perú y, una vez en tierras tropicales, comenzado un inexorable proceso de decadencia (López de Mesa 1955: 85 y ss.).

La evocación de un pasado remoto jalonado con rupturas, a su vez resultado de la ausencia de condiciones para el progreso, servía, finalmente, para represen-

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tar la historia del país como una larga y perpetua lucha contra el infortunio, mar-cada por seis grandes frustraciones, las cuales fueron, por cierto, el plan de temas del Escrutinio. La primera correspondía, ni más ni menos, a la decadencia de la cultura de San Agustín, debido a las migraciones chibchas y caribes; las demás estaban marcadas por el arribo de los conquistadores españoles, la propia guerra de emancipación –que echó por tierra los intentos de reorganizar la colonia–, la disolución de la Gran Colombia; la separación de Panamá y el éxito de los conser-vadores en 1946 (López de Mesa 1955: 70).

Las grandes frustraciones de la historia colombiana habían contribuido a que no se hubiera conformado una raza homogénea que pudiera tener una idea de nación unificada. En algunas obras de Luis López de Mesa se deja entrever un claro énfasis en los aspectos raciales que consideraba más hostiles a dicha con-formación. En su obra Bolívar y la cultura iberoamericana, publicada en 1945, brindó un retrato de la composición racial del país, en relación con la esperanza de construir cultura en un hemisferio distinto al boreal. En realidad, la descripción de Bolívar resume buena parte del pensamiento racial –y racista– de López de Mesa. El caraqueño era vasco, castellano y andaluz, como lo demostraban la for-ma de su cráneo y su carácter; también tenía algo de judío, lo cual se dejaba ver en su “ductilidad social oportunista”. El criollo se caracterizaba por una “mentalidad imprecisa” y una “voluntad incierta”, como si el trópico aflojara las virtudes de los españoles. Por lo tanto, resultaba aconsejable agregarle una pizca de sangre nórdica, pero no mucho más, porque el ideal consistía en que se mezclaran razas parecidas. La mezcla del indio y del español había sido buena. En cambio, no era aconsejable su cruce con la raza negra, ni con la semita, “por las semejanzas que son en la índole de algunas de sus cualidades inferiores, mimetismo moral y astucia, zalamería aparente y crueldad íntima”. Aún más inquietante resultaba la mezcla entre mestizos y mulatos. Había razones para ser optimistas a largo plazo, cuando, en un lento proceso de unificación biológica, Colombia adquiriera cierta homogeneidad racial (López de Mesa 1980: 27).

A diferencia de Laureano Gómez, el trabajo de López de Mesa se apoyó en innumerables obras de antropólogos y arqueólogos, pero éstas fueron tenidas en cuenta con cierta dosis de escepticismo. El autor conocía los escritos de Broca, así como los de los intelectuales colombianos que habían investigado sobre co-munidades indígenas del pasado, sobre todo Zerda y Uricoechea. Y, desde luego, estaba al tanto del trabajo de Rivet y sus alumnos. Había leído a quienes sostenían que los muiscas tenían un origen japonés; conocía las propuestas sobre el origen polinesio de algunas comunidades indígenas, y sabía de las excavaciones de algu-nos de los pupilos del médico francés, como Luis Duque Gómez, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff.

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El pesimismo racial de López de Mesa contrasta con el optimismo de otros liberales más proclives a una apropiación positiva del pasado indígena dentro de la historia nacional. Un buen ejemplo es Germán Arciniegas, uno de los líderes estudiantiles que en 1923 participó en la postulación de José Vasconcelos como “Maestro de la Juventud”, y que a lo largo de su obra reaccionó contra la noción de un pueblo colombiano degenerado. Con ironía, Arciniegas se preguntaba si el colombiano era “un pueblo degenerado y si la tierra en que vivimos puede consi-derarse como propia del albergue de los hombres”. La mayoría, admitió, respon-dería afirmativamente, y para ello sacaba a relucir las numerosas enfermedades, o la altísima proporción de personas con seis dedos, “y así los que medían las res-piraciones, como los que nos tomaron el pulso; los que calculaban la eliminación de la urea, como los que nos llevaban cuenta y razón de la temperatura, gritaban en coro que éramos el pueblo más vil y miserable de la tierra” (Cobo Borda 1990: 114 y ss.).

Dado que parte importante de los argumentos a favor de la degeneración se basaba en la herencia indígena, resultaba conveniente examinar más atentamente el pasado. Según los “brujos fanáticos” partidarios de la degeneración, Colombia, antes de la llegada de los españoles, había sido “poco menos que una pocilga en donde los primitivos habitantes de esta comarca, volcándose sobre la tierra des-nuda, vivían la vida, como dicen los porqueros, de porquería” (Cobo Borda 1990: 114 y ss.). Ello no era cierto. Retomando argumentos similares a los que Triana había esgrimido en su momento, la situación de los indígenas era el resultado de un régimen feudal instaurado por los españoles. Los muiscas no eran ladrones ni mentirosos, no abusaban de la chicha y eran limpios. Los monumentos arqueo-lógicos daban una idea de su desarrollo. En una carta publicada en el diario El Tiempo, el 19 de marzo de 1950, Arciniegas narró la experiencia positiva de su visita a lugares arqueológicos en Estados Unidos, pero concluyó que lo que se encontraba en Colombia era “bueno, definitivamente bueno”, y lo hizo refirién-dose a las pinturas rupestres del Parque Arqueológico de Faca, “un prodigio de la naturaleza tocado apenas por la vara mágica de una leyenda […] como de la mano de Dios”. Ciertamente, como adujo en América, Tierra Firme, no había en el país civilizaciones de piedra, excepto en San Agustín. No obstante, juzgar a las socie-dades prehispánicas por la ausencia de monumentos de ese material era injusto: la piedra, “como es obvio, hiere nuestra imaginación”, y definitivamente producía júbilo encontrar “gigantones de piedra en San Agustín” (Arciniegas 1944: 176). Pero había otras cosas: la orfebrería, por ejemplo, “representaba una cultura quizá más fina que la de los pueblos de piedra”; además, las obras de los taironas eran verdaderamente espléndidas y los instrumentos musicales de la cultura Sinú indi-caban un alto grado de “desarrollo intelectual” (Arciniegas 1944: 176-7).

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Las contradicciones entre López de Mesa y Arciniegas se manifestaron a veces en un solo personaje, como Jorge Eliécer Gaitán. Este liberal radical es una muestra de la ambigüedad que implicaba el legado indígena en medio de un am-biente cargado de doctrinas raciales y deterministas ambientales, las mismas que López de Mesa endosaba pero que no causaban simpatía en Arciniegas. Gaitán, por supuesto, se encuentra del lado de los liberales que impulsaron la arqueolo-gía institucional. En su calidad de ministro de Educación Nacional suscribió el Decreto 465 de 1940, mediante el cual se dio inicio al Ateneo Nacional de Altos Estudios, y entre cuyas funciones se encontraba la de “mantener la tradición cien-tífica colombiana y […] dedicarse al estudio de la etnografía, de la antropología y de la arqueología indígenas”. Para Gaitán esta clase de estudios servía para conocer las circunstancias en las cuales se podría constituir un sistema socialista en el país. Desde su tesis de grado, Las ideas socialistas en Colombia, escrita en 1924, se preguntó por las condiciones de instauración del socialismo en Colom-bia, y para poder dar una respuesta apropiada regresó a viejas ideas: al igual que Gómez y López de Mesa, atribuyó importancia a la cuestión racial, aunque más al medio.

La sociedad fue entendida por Gaitán como un organismo cuyos aspectos más importantes estaban dados por la base biológica, el aspecto de raza y el ele-mento de nación (Gaitán 1988: 23-4). La ley de la evolución implicaba un continuo perfeccionamiento que hacía las veces de filtro purificador, mediado, eso sí, por fuerzas externas a los aspectos biológicos. Dado que el pueblo colombiano estaba en el “índice cero” de cultura, era necesario imponer un gobierno para el pueblo, no del pueblo, que elevara su nivel cultural. Al igual que para Gómez, para Gai-tán, el contraste entre las tierras bajas y altas resultaba definitivo. Las primeras hacían a los hombres “más emotivos, más excitables”, mientras que las últimas los hacían “más mesurados, más interiores, más reconcentrados, más cerebrales”. Estas fuerzas podían hacer de la evolución algo más rápido o algo más lento, de acuerdo con las circunstancias (Gaitán 1988: 23). Las llamadas “enfermedades sociales”, especialmente la sífilis y la malnutrición, así como los “defectos síqui-cos que todos conocemos”, fueron su principal preocupación. En su texto “Sobre el problema antropológico” Gaitán manifestaba su conciencia sobre el tema higie-nista: en su opinión, era un imposible pretender buscar gente honrada y sociable en “organismos débiles y enfermos, atacados de todas las taras atávicas herencia-les y circunstanciales” (Gaitán 1957: 242). La sociedad, en pocas palabras, era un organismo, pero enfermo.

Es clave que Gaitán se refiriera a las taras herenciales, en la medida en que el pasado prehispánico, así como en el caso de Gómez, servía también para que el líder liberal demostrara algunas de sus ideas. El grado de civilización que

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encontraron los españoles daba una medida de la fuerza de su raza. En Perú los conquistadores habían hallado una “población organizada muy superior a la que hoy habita todo el continente”. En México, en cambio, se habían enfrentado a una sociedad decadente y degenerada (Gaitán 1988: 30-1). La raza indígena en Colombia, muy mezclada, tendía a ser despersonalizada, como la española, que también era mestiza. El origen del pueblo colombiano era, entonces, la fusión de dos pueblos sin personalidad (Gaitán 1988: 31).

Los temas de raza y clima salieron a relucir en algunas de sus más co-nocidas polémicas sobre la realidad de Colombia. En discursos posteriores a su tesis de grado, Gaitán criticó a quienes aplicaban mecánicamente el mode-lo marxista y consideraban que lo económico era predominante, sin tener en cuenta las cuestiones antropológicas. Con el paso del tiempo, esa idea lo llevó a exaltar las condiciones de la raza, en términos del difícil medio y la desigualdad social en los que le tocaba desarrollarse. En 1930, al referirse al problema de los colonos, Gaitán admitió que fisiológicamente “nuestro pueblo, por razones climatéricas, por factores de inequidad social” era una raza “que no puede competir con los trabajadores de países como Inglaterra, Estados Unidos, Italia y Francia” (Gaitán 1968: 75). No obstante, la estrategia política gaitanista se acercó gradualmente al ideario mestizo, aprovechando simultáneamente las virtudes del latino y de la piel oscura. En 1946, en la “Arenga a los venezolanos”, tachó de mentirosas las nociones sobre debilidad de la raza mestiza y enalteció sus éxitos en las condicio-nes más adversas, invitando a las razas europeas a ser testigos de ello. Ese año, la oposición a Gabriel Turbay llevó a que sus huestes defendieran la idea de que Gai-tán representaba a la “raza colombiana” sin sospecha de contaminación extran-jera (Green 2000: 121-2). Incluso, en sus grandes debates jurídicos no escapó de las comparaciones entre razas: refiriéndose precisamente a la importancia de los factores antropológicos señaló que el código penal contemplaba la edad cronoló-gica, sin tener en cuenta factores raciales y geográficos (Gaitán 1968: 462). Como ejemplo tomó el sexo, señalando el contraste entre los nórdicos y los latinos. Así, dentro de una misma edad cronológica, la edad “mental de los primeros es muy inferior a la de los últimos, ya que un joven inglés, sueco o noruego desconoce ge-neralmente los secretos de la vida sexual a la edad en que un francés o un italiano son ya avezados conocedores de ellos” (Gaitán 1968: 527). La misma observación se podía hacer con relación a Colombia: la gente del litoral adquiría un “temprano conocimiento del problema sexual, en relación con los individuos que viven en el interior” (Gaitán 1968: 527).

Para Gaitán, el Estado debía preocuparse por “el mejoramiento de nuestro pueblo”; de lo contrario, “continuaríamos siendo el prototipo de una raza inferior que nada fecundo puede producir”. No obstante, la materia prima racial nativa

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parecía buena. En 1936, consideró a México, del que había dicho que sus primi-tivos habitantes aztecas eran degenerados, guardián de Indoamérica y pueblo de grandes virtudes, algunas de ellas ligadas con su historia racial. Un pueblo con fuerza necesitaba un equilibrio entre lo intelectual y lo temperamental o afectivo. En el caso mexicano, la influencia de tres razas garantizaba esa armonía: el tipo azteca, que era “fuerte y volitivo, sobrio con una personalidad geométrica revela-da con índice indudable en sus obras artísticas”; el tipo tolteca, “pueblo eminente en el sentido del ritmo, completo en la emoción”, y, finalmente, el maya, “el tipo cerebral por excelencia, la fuerza intelectual predominante”. Tan sólo la Conquis-ta había roto esa armonía (Gaitán 1968: 192).

Finalmente, una observación sobre el programa liberal: el interés por el pa-sado prehispánico parece ocupar un lugar que no dejaba de ser incómodo. Era un referente de identidad nacional importante, como en Arciniegas, pero un far-do pesado en términos étnicos, como en López de Mesa. No obstante, bueno o malo, parecía importante en la conformación de la clase obrera y, sobre todo, del campesino. La ideología liberal se interesaba por los fundamentos sociológicos e históricos de los problemas nacionales, lo cual exigía encontrar la condición ancestral del colombiano. Joaquín Fonseca, entusiasta defensor de la Comisión y admirador de López de Mesa, reveló en 1947 la lógica que entrañaba indagar por el pasado: el campesino colombiano estaba predispuesto a aceptar la autoridad, al igual que sus antepasados habían seguido las indicaciones de sus caciques. Semejante uso de la autoridad, sin embargo, había generado una limitada convi-vencia y una feroz resistencia a recibir los valores de la civilización. En resumen, la intransigencia para aceptar la vida civilizada únicamente podía ser salvada aplicando métodos docentes basados en la observación de sus costumbres ante-pasadas. En esa medida, tenía todo el sentido del mundo que el Estado financiara el estudio de las ruinas de San Agustín, “para ver si por ellos se llega a sacar algo que eleve las apreciaciones, sobre las costumbres, y modalidades de las tribus y razas antepasadas de nuestros campesinos, con el fin de buscar y encontrar más seguros derroteros en la organización de su educación y cultura” (Fonseca 1947: 165). Se trataba, además, de adquirir conocimiento que permitiera desenterrar el autoritarismo y centralismo defendido por los conservadores, presentándolos como rasgos primitivos, casi animales, propios del pasado superado. En efecto, según Fonseca,

Similitudes curiosísimas se encuentran entre la vida de aquellas tribus salvajes y las de algunas clases de animales selváticos que viven en manadas numerosas, siguiendo siempre a un capitán de su especie que se impone por su mayor fortaleza física. Cau-policán de su casta. El primero prueba las aguas y las frutas que los alimentan; el que explora u otea los caminos por seguir; el que escoge el lugar del reposo nocturno, de la siesta; el que determina el frente o la huída a los peligros. (Fonseca 1947: 163)

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En esas circunstancias, el indígena no se apartaba mucho del animal, pues, “a pesar de disponer de la importante diferencia de los sentimientos reflejos ma-nifestados merced al uso de la palabra”,

… no encontraron los conquistadores y civilizadores de las tribus y razas que los poblaban, monumentos perdurables, sin poder descontar no el mentado templo de Sugamuxi, atribuido al esfuerzo de generaciones de indios, que pudo destruir el fuego en unas breves horas. (Fonseca 1947: 164-5)

Comentarios finales

Una de las reacciones más inmediatas a la presentación de Laureano Gómez co-rrió por cuenta del liberal Jaime Barrera Parra, quien criticó el afán de generalizar y la antipatía de Gómez, pero admitió que se trataba de una posición estimulante e inteligente (Cromos, 9 de junio de 1928); así mismo, el también liberal Luis Eduardo Nieto felicitó a López por la idea de promover el debate y, aunque crítico de las exageraciones del líder conservador, admitió que era necesario estudiar el asunto con seriedad (El Gráfico, 16 de junio de 1928). La respuesta de Nieto da una idea de la actitud liberal ante el tema de raza y medio geográfico y de cómo ella no se apartaba demasiado de las posturas de Gómez. Años después del deba-te, en 1934, López reconoció la necesidad de investigar por qué un país del cual se decía que era rico llevaba una vida semiprimitiva (El Tiempo, 14 de abril de 1934). Años más tarde, en 1937, admitió que había seguido con interés los debates sobre las causas del atraso colombiano, aunque permanecía lleno de optimismo. Expuso la idea de que la situación del país se pudiera deber “a las condiciones mismas del suelo, de nuestro clima, del medio ambiente”, o peor aún, a “una raza degenerada en la lucha impropicia contra la naturaleza hostil” (López 1979: 114). Ante esos argumentos, protestó que había países en condiciones análogas que habían pros-perado “luchando también contra el trópico, con razas más mezcladas y débiles que la nuestra” (López 1979: 114). No obstante, López también cayó en la ambi-güedad porque en ciertas partes de su obra consideró ventajosa la homogeneidad étnica: por ejemplo, en su mensaje al Congreso Nacional de 1934 destacó que en Colombia no resultaba cierta la lucha titánica por llevar la civilización al nativo, como en otros países de América (López 1979: 183).

La verdad es que el presidente López estaba igualmente dispuesto a admitir que el problema de la degeneración podía tener algo de cierto, y su optimismo no se apartaba tanto del diagnóstico del conservador sobre la situación nacional. En 1935, en su mensaje al Congreso Nacional, López afirmó que únicamente la escuela podría combatir la mengua de la raza, y su debilitamiento progresivo.

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En 1937, cuando criticó las ideas sobre la degeneración de la raza y el impacto del clima tropical, no las calificó de falsas; las puso en duda, pero más categó-ricamente se refirió a ellas como “hipótesis sin comprobación”, es decir, como ideas que aguardaban estudios “de nuestro territorio o de nuestra humanidad que nos permita[n] sacar conclusiones categóricas” (López 1979: 372). Su ministro de Educación, Darío Echandía, fue aún más explícito al afirmar en su Memoria al Congreso de 1936 que una de las miserias del colombiano residía en que “el mestizaje no ha fraguado nuestra raza” (Echandía 1936: 5).

La idea de López de que la degeneración podría ser cierta, aunada al interés por educar, llevó a que mientras dominara el Partido Liberal, el Estado contribuyera a institucionalizar el estudio del indio y de su pasado. No en vano, en la administra-ción de Eduardo Santos (1938-1942) se fundó el Instituto Etnológico Nacional, para satisfacción de Gregorio Hernández, que lo había pedido a gritos y consideraba que las entonces existentes Oficina de Rehabilitación y la Comisión de Planificación de Seguridad Social Campesina sólo a medias se habían encargado de los asuntos indígenas. En los editoriales en El Tiempo de Santos, encargado de traer a Rivet, se pueden entender aún mejor las razones de Estado para preocuparse por los asuntos de raza. Como algunos de sus contemporáneos, y desde mucho antes que alcanzara la Presidencia, el político liberal había estimado en sus primeros escritos que la exaltación de la raza era una buena forma de frenar el expansionismo de Estados Unidos; en 1927 escribió que las inteligencias de América Latina eran “los alertas del pensamiento y del sentimiento latino en el nuevo mundo” (Santos 1981: 71). No obstante, al igual que en el caso de Alfonso López, la presencia del elemento indígena en la mezcla racial y las ideas sobre la degeneración de la raza no dejaron de preocuparlo. En “Nuestra fe en Colombia”, publicado en junio de 1928, hizo re-ferencia a las propuestas de Laureano Gómez sobre la decadencia étnica, y admitió que contenían “sin duda elementos tomados crudamente de la realidad”, si bien no correspondían del todo a “la idea que nosotros y nuestros compatriotas nos hemos formados sobre las potencialidades materiales y espirituales del país” (Santos 1981: 364 y 371). La verdad se encontraba en algún lugar intermedio:

Estamos muy lejos de creer que Colombia sea el país más rico del orbe, pero lo esta-mos otro tanto de considerar y sobre todo de proclamar que sea la tierra miserable y pétrea donde tiene fatalmente que morir la planta de la cultura humana. Sabemos que este pueblo no ha de laborar por sí solo una civilización pero sabemos también que no es radicalmente incapaz de asimilar los ingredientes substanciales y las formas de una vida civilizada. (Santos 1981: 479-80)

En otro escrito, titulado “La conferencia del Dr. Gómez” y publicado en El Tiempo el 4 de agosto de 1928, Santos sostuvo que las ideas del líder conservador representaban “un hermoso, un resonante triunfo de este infatigable agitador de

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la conciencia colombiana”. Entonces admitió que era difícil no compartir el temor de que algunas de las ideas de Gómez fueran ciertas. Incluso, fue más allá:

El espectáculo geográfico y etnográfico de Colombia, hiere su retina de investigador atormentado en una forma dolorosa. Hay allí la emoción del bacteriólogo que exami-nara al microscopio la sangre de su propia madre, no la frialdad registradora del sabio que comprueba en la cubeta el virus del enfermo desconocido. Estamos seguros de no equivocarnos al afirmar que el cálido expositor de ayer no vino de sus estudios en los tratados sobre el medio y el hombre con una serie de conocimientos que resolvió apli-car luego al caso de Colombia por ser este el país más cercano de su laboratorio, sino que fue a los libros y a las doctrinas antropogeográficas impulsado precisamente por la preocupación de su patria. No buscó en el país la materia para verificar las teorías de la ciencia, sino que fue a la ciencia para buscar en ella el conocimiento y el remedio de las dolencias del país.

La historia culmina, por supuesto, con la invitación a Paul Rivet a Colom- bia, tarea con la cual se lograba institucionalizar el estudio científico de los temas que tanto habían inquietado a Gómez y de cuyas dudas los liberales tampoco pare- cían especialmente dispuestos a sacudirse. Rivet, para tranquilidad de los libera-les, impulsó con ahínco la idea más optimista que se pudiera imaginar sobre el mestizaje. En “La etnología, ciencia del hombre” sugirió que los europeos eran el resultado de un remoto mestizaje entre blancos, asiáticos y negros. En sus pala- bras, aunque,

En nuestra época atormentada, ciertos espíritus se preocupaban por el porvenir de la población del Nuevo Mundo, precisamente porque resulta del aporte de razas tan distintas: indios, negros y blancos de todo origen. Quisiera que comprendan que tales preocupaciones no tienen objeto. La población de Europa está constituida por mesti-zos, del mismo modo que la población de América. (Rivet 1943: 4)

No obstante, las ideas de Rivet también tranquilizaban a los liberales y su nunca oculta idea de incorporar al indígena a la vida nacional. En efecto, el mé-dico francés escribió que uno de los retos en los países con abundante población indígena consistía en “ver en qué condiciones se podrá educar a estas masas aló-genas, darles poco a poco una cultura europea, e incorporarlas a la nación” (Rivet 1945: 131). De hecho, aunque Rivet insistía en la igualdad de razas, no dudaba de que el futuro pasaba por la integración, a veces biológica, a veces cultural. Su idea consistía en que el mestizaje lograría un tipo no inferior al europeo, y para ello había ciertas razones para ser optimista: por ejemplo, que la raza blanca tendía a absorber a la negra (Rivet 1945: 137), lo cual también era cierto en lo que respecta al cruce entre negros e indios: los primeros eran absorbidos por los segundos. Además, la cuestión cultural no se podía desechar: en su opinión, era motivo de orgullo que una niña indígena adoptada por un francés no tuviera nada que envi-diar a sus compañeras blancas (Rivet 1945: 137).

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cien Años de ArqueologíA venezolAnA A trAvés de sus textos fundAmentAles

Rafael A. Gassón P.

Resumen

Un examen de la historia de la arqueología en Venezuela a través de las obras que tratan de dar una imagen de conjunto del pasado del país revela una serie de tendencias significativas. Este proceso consta al menos de una etapa pionera de exploración del pasado; una etapa de profesionalización progresiva donde coexis-te el trabajo de los anticuarios y profesionales modernos; una etapa de moderni-zación dentro de paradigmas históricos y antropológicos universalistas; y una etapa contemporánea de diversificación y abandono de modelos comprehensivos que podría ser caracterizada como “momento postmoderno”, que, no obstante, no debe ser entendida como una distinción radical respecto a la arqueología mo-derna, sino como una etapa crítica y de incorporación de nuevos problemas y tendencias. Sin embargo, esta arqueología mínima de la profesión no revela una estratigrafía nítida, sino más bien procesos de coexistencia e intercambio entre las diversas posiciones teóricas que han caracterizado la práctica de la arqueología en Venezuela.

Los libros y unos cuantos amigos a quienes se aprecie y que nos aprecien acaban por ser la única verdad: lo demás es ruido que aturde.

Teresa de la Parra, 1929

Introducción

Debo confesar que cuando recibí la invitación a participar en este evento, me sentí complacido y preocupado a un tiempo. Complacido porque me parece una oportu-nidad inmejorable para compartir un tema que me parece apasionante y más bien poco conocido, como lo es la historia y el estado presente de la arqueología en Venezuela, ubicando lo que se ha hecho y lo que podríamos hacer en un contexto

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110 rafaEL a. Gassón P.

internacional que favorece la crítica inteligente. Preocupado porque, en obsequio de la verdad, los recuentos y estados del arte en ésta o en cualquier otra disciplina requieren una obra sustantiva y una experiencia que yo no tengo. Además, este tipo de ejercicios, si bien tienen valor docente y permiten establecer direcciones futuras, también distraen del objetivo central de la disciplina, que es la generación de conocimiento nuevo a partir del trabajo de campo. Finalmente, porque a veces las recapitulaciones de este tipo adquieren cierta rigidez egipcíaca, para usar una frase de un profesor ya fallecido, que induce a tomar como cierto lo que en reali-dad son puntos de vista. Aquí trataré de exponer mis puntos de vista sobre nueve obras que se caracterizan por ofrecer visiones de conjunto acerca del pasado más antiguo de Venezuela, con la esperanza de que al menos susciten su curiosidad y sirvan de invitación a leerlas, para que se formen así su propia opinión.

Arqueologías clásicas y premodernas

Antes de los años 30 del siglo pasado, la práctica de la arqueología en Venezuela era primordialmente un ejercicio intelectual de una minoría culta, no profesional. Las relaciones personales y con el poder político desempeñaban un gran papel en el éxito de iniciativas particulares que podían a veces ser legitimadas por el Estado, pero que no formaban parte de programas de gobierno (Gassón y Wagner 1992: 216-217). Gaspar Marcano ha sido considerado el primer antropólogo ve-nezolano. Su obra Etnografía precolombina de Venezuela, de 1889, es el primer tratado general acerca de la historia más antigua del país. Como médico educado en París, Marcano estuvo influenciado por las ideas de la Nueva Ilustración (Bau-mer 1985: 287). Además, su relación de amistad con el general Antonio Guzmán Blanco, quien vio en Francia un modelo para la modernización de Venezuela, le permitió llevar a la práctica su proyecto:

Después de haber conferenciado varias veces con él sobre la necesidad de inaugurar el estudio metódico de las razas indias que poblaron a Venezuela antes de la conquista, el futuro presidente se penetró de la importancia de ello, hasta el punto de considerar la cuestión como causa propia, y casi como uno de los objetivos de la administración. (Marcano 1971: 14)

La obra de Marcano se caracteriza por el deseo de objetividad científica, la perspectiva evolucionista, una metodología sistemática y la critica del uso de ge-neralizaciones erróneas y comparaciones entre elementos aislados. Basado en la interpretación de las crónicas y en el material arqueológico colectado por su her-mano Vicente Marcano, Gaspar Marcano hizo reconstrucciones culturales de los habitantes aborígenes de los valles de Aragua y Caracas, de los Guahibo y Piaroa

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del Orinoco, de los Guajiros, Timotes y Cuicas. Marcano sólo pudo diferenciar las diferentes “tribus” con base en rasgos culturales y físicos de una manera muy ge-neral, sin adelantar ningún juicio sobre la antigüedad de los aborígenes precolom-binos ni sobre su diferenciación social (Marcano 1971: 306). Hasta el comienzo de la sexta década del siglo XX, no se tenía una idea exacta de la profundidad del período prehispánico venezolano, ni de la variación en cuanto a la organización social de los grupos indígenas. Por ejemplo, debido a la ausencia de artefactos lí-ticos de acabado escamoso, en 1885 Adolfo Ernst negó la existencia de un período paleolítico en América del Sur (Ernst 1988, tomo IX: 386-387). Por esto, las obras clásicas como ésta se refieren a etnografías antiguas o precolombinas, recono-ciendo en forma tácita el tratamiento plano del tiempo prehispánico y la visión homogénea de las organizaciones políticas. Otros textos importantes, entre los que es imprescindible recordar Tierra Firme (Venezuela y Colombia): estudios sobre Etnología e Historia de Julio César Salas, también incluyeron discusiones ocasionales sobre artefactos y monumentos arqueológicos (Salas 1971). Pero si aceptamos que el objeto de estudio de la arqueología está constituido fundamen-talmente por los restos materiales de las sociedades desaparecidas (Vargas 1990: 8), es claro entonces que fue Marcano quien por primera vez utilizó artefactos ar-queológicos y restos humanos como la fuente principal de datos para documentar el pasado venezolano.

Sin embargo, no todo fue ilustración en esta etapa formativa de la arqueo-logía venezolana, y lo que puede llamarse una visión romántica o fantástica del pasado, que aún es del gusto de muchos, también hunde sus raíces entre el final del siglo XIX y el de la Belle Epoque. La llamada Arqueología Fantástica reúne una serie de opiniones y formas de analizar el pasado que no resisten un examen detallado. Es la arqueología que hace uso extenso de la imaginación, la intuición y la fe (Williams 1991). En Venezuela la arqueología fantástica fue muy popular hasta la primera mitad del siglo XX. Aunque existieron distintas especulaciones, la idea más difundida fue la de un origen alóctono de nuestras antiguas culturas (Maldonado 1970; Lecuna Bejarano 1912; Tavera Acosta 1930). El más impor-tante de los arqueólogos fantásticos fue Rafael Requena, autor de la famosa y desconocida obra Vestigios de la Atlántida (1932).

En 1882, el estadounidense Ignatius Donnelly publicó Atlantis, the Antedi-luvian World. Esta obra aún es consultada, y puede decirse que, en su mayoría, los libros escritos sobre el tema no son sino secuelas de la misma. Existen varias razones para la popularidad de Atlantis. En primer lugar está bien escrito, y pre-senta una narrativa bastante lógica del pasado, de acuerdo a los conocimientos de su tiempo, que lo hacía muy convincente. Luego, usaba el método comparativo en campos como geología, arqueología, mitología y lingüística, utilizando autores

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antiguos y modernos. Finalmente, no era particularmente racista o etnocéntrico. Que se haya podido añadir tan poco al argumento básico de Donnelly no es sino un tributo al impacto y calidad de su obra. No obstante, debe decirse que Atlantis no resistió el avance del conocimiento científico, y que en su mayoría los hechos citados por Donnelly eran errados y se refutaron años después.

Aunque la idea de la relación de la Atlántida con el pasado venezolano era relativamente antigua y recurrente, se dice que la obra de Requena fue causa de revuelo en la arqueología local. Al igual que Donnelly, Requena hizo bien su tarea, produciendo un libro extenso, con una profusa bibliografía, entre los que no falta-ban autores como Platón, Lyell y Ameghino, y títulos rimbombantes y misterio-sos como Flora tertiaria Helvetiæ, Lehrbuch der Anthropologie in sistematischen Darsttellung, o Essai sur les deformations artificielles du crâne. Además, estaba ilustrado con fotografías de gran cantidad de artefactos indígenas obtenidos en sus propias excavaciones en los alrededores del lago de Valencia. Sin embargo, el libro es una colección desordenada de geología catastrofista, datos históricos, arqueológicos y reflexiones personales de difícil lectura y peor comprensión. Con razón, los arqueólogos profesionales a los que después amparó sólo destacaron, de manera muy cauta, la importancia de sus ilustraciones y su “entusiasmo” por la arqueología. Veamos algunas de sus conclusiones:

La existencia de la Atlántida sostenida por siglos en la tradición, y que mul-tiplicadas investigaciones científicas tienden cada día a corroborar, establece vín-culos geográficos tan estrechos de un continente hundido con la parte oriental y la septentrional de nuestra América, que lleva con fuerza persuasiva a establecer un mismo tipo primitivo para los habitantes de su conjunto. El hombre paleolíti-co atlanto-americano tuvo así su origen; y la prueba de su autoctonismo la da el elemento americano que por su situación aislada a causa de su separación de la parte Atlántida del Norte, y mantenido en larga edad de piedra, ha podido no sólo dejar trazas de sus obras, sino también sus propios restos fosilizados como testigo elocuente de su antigüedad milenaria (Requena 1932: 264).

Si Vestigios de la Atlántida es poco convincente, debe haber entonces otras razones para su éxito. Podríamos sugerir que fueron el poder de Requena como Secretario del dictador Juan Vicente Gómez y como Académico de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, su relación con arqueó-logos profesionales que destacaron su obra, y el creciente prestigio de la arqueolo-gía como oficio de gente culta y avanzada en los círculos sociales de la incipiente burguesía criolla, los que hicieron que la obra fuera bastante célebre en su tiempo. Es lícito preguntarse cuántos la habrán leído y entendido. No obstante, quizá no deberíamos ser tan duros con Requena. Debemos recordar que fue él quien abrió las puertas para una nueva etapa en la arqueología de Venezuela. Gracias a sus

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gestiones y al interés que despertó su obra, entre 1932 y 1934 vinieron a nuestro país los primeros arqueólogos profesionales: Wendell Bennett, Alfred Kidder II y Cornelius Osgood, quienes pocos años después publicaron las primeras mono-grafías sistemáticas de sitios arqueológicos y los primeros informes regionales y generales, amén de la primera cronología relativa para nuestro país. Además, podríamos decir que gracias a la obra de Requena se instauró entre nosotros un gusto por una visión romántica del pasado que aún persiste y que privilegia lo extraño, lo estético y lo exótico (Berlin 2000: 33-34). Sin cinismos, podemos decir que esto ha cumplido un papel más que notable en la obtención de fondos y en la consolidación de centros de estudio y programas de enseñanza.

La modernidad entra en casa

El período entre 1932 y 1948 coincidió con la consolidación y sistematización de la arqueología académica en Estados Unidos y también con las políticas generales hacia América Latina adelantadas por la administración Roosevelt, lo que incluyó la promoción de las investigaciones científicas en esta área del mundo, con el objeto de servir a las necesidades políticas y de información antes y durante la Segunda Guerra Mundial. En 1933 el Museo Peabody de la Universidad de Yale fundó el Programa de Arqueología del Caribe, cuyo objeto fue impulsar el desarrollo de la metodología a través de la investigación intensiva en un área particular, además de estudiar el problema del poblamiento aborigen de las Indias Occidentales y sectores relacionados de Tierra Firme (Osgood y Howard 1943: 5). Debido a esto, la impor-tancia de la arqueología del país se desplazó de la indagación de un pasado propio a una perspectiva internacional que enfatizó su posición en el continente.

En 1941, el Instituto de Estudios Andinos suministró los fondos necesarios para realizar una serie de nuevos proyectos en el marco de es programa. De es-tos proyectos, Osgood dirigió el Proyecto Cinco, el cual abarcaba a Venezuela y las Indias Occidentales, con Irving Rouse como director asistente y George D. Howard como supervisor de proyectos. Osgood y Howard hacen trabajo de campo en Venezuela entre 1941 y 1942, y los resultados se publicaron en 1943. An Ar-chaeological Survey of Venezuela es la primera obra moderna y de conjunto sobre la arqueología del país. Antes de esa fecha la mayoría de los trabajos de campo se había limitado a los alrededores del lago de Valencia, y a las cercanías de los prin-cipales centros poblados. No obstante, no debe tomarse por una obra exhaustiva. El trabajo de campo duró dos meses, pero los autores estaban conscientes de lo limitado de su propósito: 1) Determinar las características arqueológicas de loca-lidades específicas, 2) Estimar las áreas en las cuales los yacimientos arqueoló-gicos eran comunes y 3) obtener información que generara problemas e hipótesis

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para investigaciones futuras (Osgood y Howard 1943: 15). Quizá el resultado más conocido del trabajo fue difundido por Walter Dopouy como la “Teoría de la H”. Dicen Osgood y Howard:

Venezuela es una región de gran importancia arqueológica por su posición como la barra conectora de una H entre las principales rutas de migración entre las rutas mi-gratorias de la costa oeste de las Américas y las rutas de migraciones posteriores a lo largo de la parte este de Suramérica hacia las Antillas. (Osgood y Howard 1943: 15)

A pesar de su extrema simplicidad, ésta parece ser una de las hipótesis más fecundas de la arqueología venezolana, a juzgar por las veces que ha sido citada para apoyarla o renegar de ella. Según el cristal con que se la mire, la “Teoría de la H” ha sido el punto de partida de la mayoría de los programas de investigación ocurridos luego, o también el fundamento para una visión despectiva de Venezue-la como un campamento, como un no-lugar (Sanoja y Vargas 1999: 187-188).

De todas maneras, puede decirse que el libro marcó un hito en la arqueología venezolana. Por primera vez los problemas generales de la prehistoria venezo-lana fueron ubicados en una perspectiva continental y bajo una misma tenden-cia, el Particularismo Histórico, que enfatizaba la importancia de cronologías y secuencias culturales para obtener síntesis culturales de las diferentes regiones de América. Sin embargo, casi al mismo tiempo Alfred Kidder II presentaba el primer survey regional del país (Archaeology of Northwestern Venezuela, 1970), en donde los datos arqueológicos fueron examinados con un enfoque metodoló-gico diferente. De esta manera, dichos problemas fueron ubicados en el marco de las discusiones teóricas y metodológicas de los académicos norteamericanos de la época, en particular sobre las ventajas y problemas de la aplicación del lla-mado Método Taxonómico del Medio Oeste, o “Sistema Mc Kern”, utilizado por Osgood y Howard, vs. El enfoque “genético-cronológico” de Winifred y Harold Gladwin, utilizado de manera modificada por Kidder II1. Finalmente, las relacio-nes entre los investigadores extranjeros y sus pares locales iniciaron la moderni-zación de la arqueología en el país, pero también constituyeron el comienzo de un proceso de dependencia académica que marcó durante muchos años la práctica de la disciplina en el país. Con el Programa de Arqueología del Caribe de Yale se estableció una colaboración con el Museo de Ciencias Naturales de Caracas que incluía no sólo proyectos arqueológicos sino también un plan de desarrollo del museo, el cual sirvió como institución de base para las investigaciones futuras.

1 Dicho en forma simplificada, estos esquemas varían en la definición de las unidades integradoras (fases y tipos) y en la importancia dada a las coordenadas de espacio y tiempo para la reconstrucción de la historia cultural (Gassón y Wagner 1992: 223).

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Los lineamientos fundamentales del Programa de Arqueología del Caribe fueron continuados por José M. Cruxent e Irving Rouse, quienes produjeron dos de las monografías más importantes que se hayan generado en el país, y que sir-vieron de guía para buena parte de la investigación futura: Arqueología cronoló-gica de Venezuela (1958-1959) y Arqueología venezolana (1963).

Cruxent y Rouse trabajaron juntos desde 1946 hasta 1963, y llevaron a cabo uno de los proyectos de investigación en arqueología más prolongados y sistemá-ticos hechos en Venezuela. Estos autores utilizaron la hipótesis general del trabajo de Osgood y Howard, además de la propuesta metodológica, la experticia técnica y conocimiento de la arqueología caribeña de Rouse, y las ideas y amplio conoci-miento de nuestro territorio por parte de Cruxent. Cruxent fue una de las figuras más destacadas del llamado Grupo de Caracas de la Sociedad Panamericana de Geografía e Historia. Como el propio Rouse dijera años mas tarde, fue Cruxent quien concibió la idea de construir un conjunto de tablas cronológicas para Ve-nezuela, tarea para la cual solicitó su ayuda (Rouse 1978: 203). Sin embargo, es evidente la importancia de la participación y el apoyo de Rouse, en el aspecto teó-rico y metodológico. Fue él quien introdujo en la arqueología del país los términos modo, estilo y serie, de amplia difusión y uso hasta la actualidad. Esta metodolo-gía fue desarrollada por Rouse en su obra Prehistory in Haiti: A Study in Method, considerada como una de las más avanzadas de su época (Willey y Sabloff 1974: 100). En cuanto al método, su concepción de la cultura como un conjunto de nor-mas compartidas, y como objeto de estudio de la antropología, siguió claramente el programa de Talcott Parsons, quien estableció la “división del trabajo” entre los científicos sociales americanos (Kuper 2001: 88). Volviendo a nuestros textos, el propósito del proyecto fue elaborar un resumen del estado de la arqueología de Venezuela para la época, lo que para ellos significaba una actualización de la obra de Osgood y Howard, y elaborar una cronología detallada que sirviera para organizar e interpretar los materiales arqueológicos. Para esto, se definió una serie de áreas, basadas en la topografía del país (Islas, Costas, Montañas, Llanos, Orinoco, en vez de las entidades federales de Osgood y Howard). Usando análisis estilísticos, fechamientos absolutos a través de C14 y correlaciones geológicas e históricas, estos autores establecieron seis períodos arbitrarios de carácter funda-mentalmente cronológico (Cruxent y Rouse 1982: 238).

Como los autores anteriores, el tema más importante del trabajo tenía que ver con la posición geográfica de Venezuela en el continente, y su importancia en el poblamiento del territorio y en las características culturales de sus antiguos habitantes. De manera general intenta ser una respuesta a la polémica establecida entre Cornelius Osgood y Julian Steward acerca de la importancia de las áreas nu-cleares (en nuestro caso, de la región andina) para la comprensión de los procesos

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culturales ocurridos en las tierras bajas del este de Suramérica. Aquí, Venezuela aparece como un área óptima para movimientos migratorios en general. Aunque las relaciones entre las áreas mayores es más compleja que la planteada por Os-good y Howard, el resultado del trabajo tiende a apoyar más las ideas de Osgood que las de Julian Steward (1947), quien proponía un centro único de desarrollo cultural en los Andes centrales, de donde supuestamente habrían partido influen-cias culturales a Venezuela elevando el nivel de la etapa marginal de cazadores y recolectores, hasta alcanzar dos niveles de desarrollo básico: Circumcaribe (ca-racterizada por rasgos y ceremoniales de tipo andino) y de Selva tropical (en la que no había tales rasgos). De acuerdo con Cruxent y Rouse, ésta fue una visión simplista del problema, porque los datos demuestran que fueron llegando influen-cias diferentes en épocas distintas.

Los datos obtenidos y las hipótesis desarrolladas fueron refinados cinco años más tarde en Venezuelan Archaeology (1963), utilizando para ello el esquema de desarrollo cultural propuesto por Rouse para las Antillas, el cual consiste en una serie de épocas y períodos refrendados por dataciones obtenidas a través de dife-rentes metodologías, esquema que da una visión comprehensiva de la prehistoria de la región. De esta manera, el pasado venezolano quedó dividido en cuatro grandes épocas: Paleoindia, Mesoindia, Neoindia e Indohispana (Rouse y Cruxent 1963: 1-3). Aunque estas épocas tienen mayor significado evolutivo que los períodos cro-nológicos de la primera obra, sólo se establecieron niveles generales de evolución cultural, utilizando las diferentes series y estilos como unidades análogas a las dife-rentes “tribus” o grupos étnicos (Rouse y Cruxent 1963: 14-17).

Para no abundar más, podemos resumir los aportes de las obras de Cruxent y Rouse como sigue:

1) La extensión de la prehistoria venezolana hasta el más remoto pasado, con la inclusión de las épocas Paleoindia y Mesoindia, desconocidas hasta ese trabajo.

2) Una propuesta de periodificación clara y sustentada por primera vez por mé- todos de datación relativa y absoluta.

3) Vinculación sistemática con la arqueología caribeña y americana en general.

Aunque con raíces en el programa ilustrado, a través de autores como Julio César Salas y sobre todo Miguel Acosta Saignes (1961), no es sino trece años des-pués cuando aparece con fuerza una propuesta alternativa al programa de la historia cultural. Antiguas formaciones y modos de producción venezolanos (1974) de Sano-ja y Vargas significó sin duda una revolución teórica en la arqueología venezolana. Dicha revolución fue sustentada por dos propuestas novedosas en nuestro medio.

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Primero, a finales de los años 40 Julian Steward propuso que las teorías an-tropológicas debían ser evolucionistas y enfocadas hacia la organización de la so-ciedad más que al contenido de las culturas (Gorenstein 1976: 97). Esta perspec-tiva, el Evolucionismo multilineal, estaba centrada en la definición de conceptos y métodos necesarios para determinar regularidades en las relaciones funcionales de los patrones culturales y en los procesos de cambio cultural ocurridos en forma independiente en diferentes partes del mundo. Para Steward, era importante dis-tinguir entre un enfoque generalizante, científico, y uno histórico, particularista Para Steward, este enfoque científico intenta ordenar fenómenos en categorías generales, reconocer relaciones consistentes entre ellos, establecer leyes y hacer formulaciones con valor predictivo. Por su parte, el particularismo histórico es-taba más enfocado con la ocurrencia de fenómenos en tiempo y espacio, la par-ticularidad de estos conjuntos de fenómenos, y el ethos o sistema de valores que caracteriza las diferentes áreas culturales (Steward 1976: 3). Para operacionalizar este modelo, Sanoja y Vargas utilizaron las implicaciones analógicas de patrones comunitarios, un conjunto de categorías generales basadas en el tamaño del gru-po y patrón de asentamiento2.

Segundo, Sanoja y Vargas adoptan una teoría sustantiva distinta, el materia-lismo histórico, en mi opinión, específicamente el marxismo estructuralista fran-cés. Como es sabido, la obra de Althusser parte de la consideracion de que Marx abrió el continente de la historia al analisis cientifico, y propone una lectura de Marx con base en el estructuralismo y la nueva epistemologia francesa. La nove-dad de esta concepción de la historia partía de la proposición de un nuevo criterio de periodización: la sucesión de totalidades sociales (modos de producción y de formaciones sociales). De acuerdo con lo anterior, Sanoja y Vargas analizaron la variabilidad existente en las antiguas organizaciones políticas y socioeconómicas venezolanas, estableciendo una serie de Formaciones Sociales, Modos de Pro-ducción y Modos de Vida con significado cronológico, evolutivo y sociológico (Sanoja y Vargas 1974; Vargas 1990). Éste, sin lugar a dudas, es el más importante y clásico aporte del trabajo de Sanoja y Vargas.

Además, debo mencionar como uno de los momentos más interesantes y creativos de la arqueología venezolana su intento de plantear una teoría multili-neal de la evolución desde una perspectiva marxista, al plantear la existencia de modos de producción que no aparecían en los textos clásicos de Marx y Engels,

2 “Starting from a point of view different from those heretofore employed, we have tried to develop a classification of cultures that is usable with both ethnographical and archaeological data and that has functional and evolutionary as well as historical and descriptive significance” (Beardsley et al. 1955: 133).

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tales como el llamado Modo de Producción Tropical y el Modo de Producción Teo- crático.

Catorce años después aparece la obra de Vargas Arqueología, ciencia y so-ciedad (1990). Desde el punto de vista teórico, es uno de los más ambiciosos tra-bajos que se han escrito en Venezuela. El texto está compuesto de dos partes. En la primera se ofrece un discurso sobre el carácter de la arqueología como ciencia histórica y particular, cuyo objetivo es reconstruir el desarrollo de las sociedades antiguas. Se plantea definitivamente a la historia (y no a la antropología) como la teoría sustantiva y general en la que se basa la arqueología. Luego se definen una serie de categorías generales (Cultura, Modo de Vida y Formación Económica y Social) y una serie de conceptos (Vida Cotidiana, Grupo Doméstico, Espacio Doméstico, Grupo Territorial y Región Histórica). Finalmente, se hace un análisis tanto de los estudios anteriores como una propuesta de ordenamiento del pasado venezolano con base en los conceptos de formación económico-social (de cazado-res y recolectores, tribal), conformado por diferentes modos de vida (igualitario y jerárquico cacical), distribuidos por regiones geográficas y estados.

Este estudio es importante como sistematización teórica y fuente de hipóte-sis pero, desde mi punto de vista, el abandono de la exploración de la variabilidad, evidenciada en posibles modos de producción o modos de vida específicamente locales o americanos, podría verse, a la luz de las teorías neoevolucionistas, como un retroceso, ya que se abandona las perspectiva evolucionista multilineal a fa-vor de un modelo unilineal más conservador, basado en el cuarteto banda-tribu-cacicazgo-estado, popularizado por Service (1965). Por otra parte, podría decirse que la crítica contenida en este texto a otras posiciones teóricas refleja la actual situación de competencia entre la arqueología social latinoamericana y nuevos paradigmas emergentes en la arqueología regional, la crisis de los estados popu-listas y de la izquierda en general. Aunque se señala la necesidad del marxismo de renovarse o de ser absorbido por el movimiento postmodernista, pareciera que también hace un llamado a una posición más ortodoxa dentro de los postulados del marxismo clásico para constituirse en posición dominante, al menos en el ámbito de la práctica arqueológica regional:

La razón de la vigencia de las ideas de Marx en al ámbito académico antropológico anglosajón, surge de la imposibilidad de encontrar en el positivismo o en el neopositi-vismo la base filosófica para estudiar al hombre como totalidad dentro de sus condi-cionamientos materiales y técnicos. Las diversas variantes del neopositivismo no han logrado hasta la fecha sino producir explicaciones particulares, formales y ahistóricas de la pseudoconcreción, dejando relegada la Arqueología al rango de una disciplina que sólo sirve para explicar lo que explica con el objeto de que podamos obtener cada vez más datos sobre lo mismo. […] nuestra obra intenta también dar una respuesta crítica a las propuestas inspiradas en el marxismo que sustentan diversos arqueólogos

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anglosajones o que trabajan en el mundo académico angloamericano. Apoyadas en las tesis del postprocesualismo y del postmodernismo, plantean la necesidad de desechar las relaciones causales y las determinaciones en las que se fundamenta el análisis marxista, orientándose hacia modelos explicativos relativistas y transhistóricos. En verdad pensamos que, constituyen simplemente otra teoría social donde el epísteme neopositivista se endulza con citas y frases de Marx: el ValeTodo del postmodernis-mo. (Vargas 1990: xvi-xvii)

El momento actual (¿postmoderno?) en Venezuela

Aunque a las ciencias les gusta presentarse con el ropaje de la unidad, podemos caracterizar a la arqueología de hoy en día, y en particular a la arqueología ve-nezolana contemporánea, como un conjunto de diferentes posiciones teóricas y programas de investigación que tienen casi como único punto en común un in-terés por el pasado. Estas posiciones teóricas y programas se mueven dentro de diferentes sistemas de valores académicos y políticos. Navarrete ha sugerido que este fenómeno es consecuencia del momento postmoderno (Navarrete 1995: 130-134). Creo que también podría ser visto como consecuencia de la antigua disputa entre los programas ilustrados y románticos que han permeado la construcción del conocimiento antropológico (Kuper 2001: 64).

El arte prehispánico de Venezuela es el primer texto multivocal de la arqueo-logía venezolana. Como su antecedente de 1971, Arte prehispánico de Venezuela, tiene en primer lugar la intención de ampliar el público a quien está dirigido. No debe olvidarse que se plantea más como un libro de arte que como una arqueolo-gía de Venezuela. Pero se propone también como una actualización de la obra de Cruxent y Rouse. Por esto, a diferencia de la primera versión, se incluye ahora un conjunto de ensayos divididos por áreas geográficas generales, donde se trató de incluir, además de nuestro conocimiento actual sobre el país, una muestra signi-ficativa de las diferentes posiciones teóricas vigentes en Venezuela. A manera de crítica, se podría indicar que las diferentes regiones reseñadas no están divididas de acuerdo a criterios sistemáticos de orden metodológico, geográfico o histórico, sino que son arbitrarias y parecen estar basadas en el conocimiento y la experticia de los autores invitados3.

3 Las regiones y sus autores son los siguientes: Alto Orinoco, por Alberta Zucchi; El Orinoco Medio, por Rodrigo Navarrete; El Oriente de Venezuela, por Mario Sanoja e Iraida Vargas; Los Llanos Occidentales, por Alberta Zucchi; El Piedemonte Oriental y los Llanos Altos de Barinas y Portuguesa, por Rafael Gassón; La Región Andina, por Erika Wagner; La Cuenca del Lago de Maracaibo, por Lilliam Arvelo; El Noroccidente de Venezuela, por Lilliam Arvelo y José Oliver, y La Esfera de Interacción Valencioide, por Andrzej T. Antczak y Marlena Antczak.

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Luego, se incluye una sección sobre “La realidad del estilo”, donde Miguel Arroyo, museólogo, artista y crítico de arte, realiza un análisis sobre los oríge-nes, técnicas, usos y posibles significados de la cultura material, sobre todo de la cerámica, siguiendo la noción clásica de estilo sugerida por Cruxent y Rouse. Estos ensayos, que hacen énfasis en la estética prehispánica, han recibido me-nos atención de la que merecen, y sólo tienen como antecedente la obra de Lelia Delgado, Seis ensayos sobre estética prehispánica en Venezuela, quien planteó, correctamente, que el estudio de los fenómenos estéticos del pasado debe ser hecho en el marco de la historia social (Delgado 1989: 22). Aunque Arroyo parte de una noción más romántica, nos recuerda de manera simple y contundente que las manifestaciones materiales del pasado venezolano no pertenecen sólo a los arqueólogos y que deberíamos abrirnos también a otras audiencias:

En términos generales se puede decir que la alfarería prehispánica venezolana se ha visto poco y mal, y que no ha dejado de prevalecer en muchos de los que han tenido ocasión de mirarla, el sentimiento de que ella no alcanza la altura formal y expresiva que poseen otras obras en arcilla del continente y del mismo período. Y es, precisa-mente, la admiración que siento por lo creado en ese campo por las grandes culturas americanas del pasado, lo que me lleva a pensar que hay grandes obras en la alfarería prehispánica de Venezuela y que la variedad de formas, ornamentaciones, texturas y técnicas que nuestros aborígenes usaron, evidencian que quienes las realizaron eran seres sensibles, inteligentes e inquisitivos, que hicieron uso de su talento para crear objetos de muy buen diseño y calidad que respondían plenamente a sus necesidades físicas y espirituales. (Arroyo 1999: 156)

La tercera parte es un voluminoso y detallado catálogo de objetos, organiza-do y dirigido por Lourdes Blanco, quien tuvo la tarea de documentar y describir un universo de 940 piezas de alfarería, organizadas bajo los conceptos clásicos de serie y estilo, y tratando de seguir, en lo posible, una cronología. Aunque el es-quema propuesto continúa siendo el de Cruxent y Rouse, se incluyeron los nuevos sistemas de clasificación y las correcciones de atribuciones cuando ellas existían (Blanco 1999: 234).

Finalmente, Orígenes de Venezuela (1999), de Sanoja y Vargas, plantea de manera explícita una lectura política e histórica del pasado más remoto del país. Propone que el actual territorio venezolano no es sólo una convención moder-na, sino que existe una unidad entre sus regiones geohistóricas, las sociedades que la han habitado y sus culturas, que comenzó a gestarse durante la época prehispánica, ofreciendo a los europeos conquistadores, y luego a los mestizos y criollos, la matriz donde comenzaría a establecerse el futuro Estado nacional. De acuerdo con Sanoja y Vargas, la historiografía tradicional presenta la historia de la nación como un conjunto de períodos (precolombino, colonial, republicano y contemporáneo) sin mayor conexión entre sí, explicados a su vez por discipli-

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nas especializadas (sociología, historia, antropología) que presentan los hechos de manera desconectada. La alienación que surge de la incomprensión de la historia sirve como fundamento ideológico para la estructuración tradicional del poder y su sostenimiento y reproducción, al proyectar hacia los venezolanos imágenes distorsionadas o negativas acerca de sus orígenes, dificultando la tarea de presen-tar puntos de vista alternativos que cuestionen la tradicional estructura de clases. Propone también que la correcta restitución del proceso de conformación de la nación venezolana puede servir de sustento al actual proyecto político venezolano y latinoamericano. Así:

La unidad histórica entre el paisaje, la sociedad y la cultura sobre la cual se funda-mentaron las regiones geohistóricas aborígenes propició, siglos después, la quimera de una unidad de los pueblos: el sueño bolivariano de la unión latinoamericana que ahora, más que quimera, es una certeza de nuestro futuro inmediato. […] Es por eso que venezolanos, colombianos, ecuatorianos y peruanos y bolivianos no pueden ig-norarse, vivir atrincheradamente tras de sus fronteras. Milenios de historia aborigen consolidaron la materia prima de la unidad bolivariana: la gente, la cultura común y el territorio. La gesta bolivariana le dio un nuevo contenido a esa historia común, avivó la lucha para contener la pobreza y la injusticia social secuela del sistema colonial. Hoy, los hijos de los guerreros de la independencia, indios, negros y mestizos buscan la esperanza de un nuevo comienzo, de una nueva forma de vida forjada en la lucha contra la explotación neocolonial y neoliberal de los pueblos marginados del disfrute de la vida. (Sanoja y Vargas 1999: 5-6)

Como parte de este proyecto político alternativo, se presenta una discusión general sobre los procesos de conformación de las diferentes regiones geohistó-ricas que pone el problema de la división temporal en un segundo plano. Aquí el énfasis se hace sobre la conformación del paisaje, los procesos de trabajo y los sistemas de organización social y política. Como base de esta propuesta, se presenta un esquema conformado por seis regiones geohistóricas4. Luego de dis-cutir las características de dichas regiones geohistóricas, concluyen que las raíces históricas de la sociedad venezolana contemporánea se encuentran en el pasado prehispánico, ya que los colonizadores reconocieron empíricamente una realidad geohistórica fundamentada en los procesos de trabajo, la organización del espacio y los modos de vida y de organización social aborígenes. Finalmente, argumentan que las visiones tradicionales de la historia prehispánica, que hacían énfasis en la difusión y migración, proporcionan una imagen distorsionada del pasado que no contribuye a la creación de una conciencia nacional.

4 1) Cuenca del Lago de Maracaibo, 2) Región Andina, 3) Noroeste de Venezuela, 4) Llanos Altos Occidentales, 5) Región Centro Costera y 6) Región Oriental, dividida en dos subregiones 6a) Cuenca del río Orinoco, 6b) Noreste de Venezuela.

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Es difícil dar una opinión sobre estas obras, por estar aún tan cerca de no-sotros, y por haber tenido yo mismo una pequeña participación o por haber sido citado en ellas. Diré sin ambages que comparto en buena parte la noción de que toda reconstrucción del pasado lleva, implícita o explícitamente, una intencionali-dad política. Diré también que comparto la idea de que el grueso de la historiogra-fía nacional presenta imágenes muy distorsionadas de nuestra historia, que han contribuido al presente estado de polarización política en el país. Sin embargo, es fácil observar una serie de problemas en estas representaciones de la arqueolo-gía venezolana: ¿deberíamos seguir pensando en el pasado como fuente de goce estético, o como un ejercicio académico que no plantea mayores problemas al presente? Por el contrario, ¿es posible fundar un proyecto político del presente en la más remota historia? Respecto a la construcción del pasado, ¿deberíamos tener un proyecto hegemónico o varios proyectos compitiendo? ¿Por qué adoptar una u otra posición? Esta brevísima reflexión me lleva a la conclusión.

Conclusión

La práctica de la arqueología en Venezuela en la actualidad presenta una serie de problemas que afectan la forma como hacemos arqueología, para quién la ha-cemos, y la visión que tenemos acerca del pasado prehispánico. Por tanto, sugie-ro que la arqueología venezolana está enfrentando una crisis de representación. Considero que esta crisis obedece a tres causas fundamentales. En primer lugar, pensamos que es producto de las características de la conformación de la arqueo-logía moderna en Venezuela. Textos como Orígenes de Venezuela o Arte Pre-hispánico de Venezuela, aunque tienen el mérito indudable de presentar visiones de conjunto del pasado prehispánico, también constituyen visiones parciales y excluyentes del mismo. Además, proporcionan la impresión de que la arqueología de Venezuela es una labor que básicamente se encuentra hecha, a la que sólo se añaden detalles o pies de página. Por el contrario, pienso que el período prehispá-nico continúa siendo una de las etapas menos conocidas de la historia nacional, y que los discursos modernos sobre el pasado venezolano comienzan a dar signos de agotamiento. En segundo lugar, es evidente que los conceptos y categorías que hemos utilizado tradicionalmente para organizar y examinar el pasado venezola-no (en particular, las divisiones en períodos y en unidades espaciales de diversos tipos) comienzan a ser insuficientes para dar cuenta de la variabilidad sociocul-tural5. Tercero, y como consecuencia de lo anterior, tenemos que al nivel de la

5 Al menos, se podría indicar que el problema de las causas del cambio entre etapas históricas ha sido muy poco considerado, que las metáforas y representaciones del tiempo tienden a

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comunidad arqueológica nacional está ocurriendo una suerte de desintegración o descentramiento hacia temas y modos menos tradicionales de hacer arqueología, que indican al menos una inconformidad con lo que se ha venido haciendo y la necesidad de abordar tópicos y problemas nuevos.

Debo reconocer que la conciencia de estos problemas surge precisamente de una comprensión más profunda del pasado, producto de la creciente diver-sificación y madurez de la práctica, pero argumento que la arqueología que está por hacerse en Venezuela no podrá seguir siendo territorio de órdenes y certidumbres, manteniéndonos confortablemente dentro de los límites de una práctica convencional que critica –cuando lo hace– su contexto social, pero que no se critica a sí misma. Argumento también, quizás a riesgo de parecer optimista, que la crítica de la forma en que hemos reconstruido el pasado no nos debe llevar a la desconfianza de la profesión ni de los profesionales que hasta ahora la han ejercido, ni tampoco al rechazo absoluto de los modelos utilizados. Estos problemas, lejos de persuadirnos de que es inútil estudiar el pasado, o de que lo hecho hasta ahora es deficiente, nos muestran posibilidades para futuros alternativos de la práctica arqueológica nacional. Finalmente, tengo que decir que, lejos de pretender ser preclaro, me incluyo como objeto de esta crítica. En este sentido, el comentario de Tim Ingold en torno al estudio de la historia de la antropología no tiene pérdida:

Tal vez valga la pena enfatizar que nuestros antecesores en la disciplina no eran ni tontos ni héroes, sino personas inteligentes y sofisticadas que escribían –como lo ha-cemos nosotros– para promover el conocimiento y la comprensión humanos; no para proveer unidades útiles a la enseñanza de la historia de la materia. No considerar sus obras con la seriedad que merecen significaría admitir, nuestra propia ignorancia, no la de ellos. (Ingold 1992: 13)

presentar aún un tiempo dividido en compartimientos estancos, y que las representaciones del espacio son anacrónicas. Como indica Cardozo Galué, la historiografía oficial y universitaria, centralista, iniciada en el segundo tercio del siglo XIX por los panegiristas de la gesta eman- cipadora, ha borrado las especificidades locales y regionales, creando la entelequia de una nacionalidad que hunde sus raíces en el pasado indígena prehispánico, presentando un país homogéneo y monolítico a lo largo de los distintos períodos de su historia (Cardozo Galué 1992: 85).

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método y teoríA en lA ArqueologíA ecuAtoriAnA

Florencio Delgado Espinoza

Introducción

Hacer una evaluación de la arqueología de Ecuador no es tarea fácil, no por la cantidad y complejidad de los trabajos realizados sino, más bien, porque ésta poco ha privilegiado los análisis interdisciplinarios y la investigación a largo plazo. La arqueología, en muy contadas ocasiones, se ha desarrollado dentro del contexto académico, notándose una clara ausencia del rigor científico. El transitar históri-co de la arqueología se caracteriza por la explicación de los procesos precolom-binos a través de una alta carga difusionista, sumada a una marcada tradición clasificatoria tipológica. A partir de la creación de programas académicos en dos centros de enseñanza, por primera vez se forman en Ecuador arqueólogos bajo la influencia de la arqueología social latinoamericana y la arqueología procesual. Recientemente, el desarrollo de la actividad petrolera ha permitido un auge de la arqueología de contrato, que se genera en medio de limitaciones teórico-metodo-lógicas importantes. Adicionalmente, el surgimiento de un movimiento indígena que reclama su “historia” y la posibilidad de empoderarse de su pasado enfrentan a la arqueología ecuatoriana a nuevas realidades y retos. Es en este marco que a continuación se explora la historia de la investigación arqueológica en Ecuador, enfatizando la situación actual y las perspectivas para el futuro.

Historia de la arqueología ecuatoriana

La arqueología en Ecuador ha transitado por varios caminos, donde se mezclan influencias de paradigmas externos y aproximaciones locales. Este transcurrir histórico se representa en tres épocas o períodos, los cuales no representan del todo una secuencia unilineal, debido sobre todo a que, si bien los paradigmas externos cambian la práctica arqueológica, internamente se mantiene la tendencia clasificatoria tipológica.

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Los inicios de la arqueología en Ecuador: la época pionera

Las primeras observaciones y descripciones sobre las sociedades del pasado en Ecuador son realizadas por los viajeros de los siglos XVIII y XIX. Uno de ellos, Alexander Von Humboldt (Humboldt 1878), además de detallar las características del paisaje andino con sus poblaciones etnográficas, comentó sobre el pasado en Ecuador, dando cuenta de la existencia de sitios monumentales como Ingapirka en Cañar. Posteriormente, en Europa se publican descripciones de colecciones de material arqueológico ecuatoriano ubicadas en museos europeos. Dalton (1898), por ejemplo, presenta un estudio del material depositado en el Museo de Bruselas, y Huezey (1870) describe la colección de Whimper en Londres, pero sin intencio-nes de explicar aspectos de sus fabricantes.

Los inicios de la explicación del pasado en Ecuador se atribuyen al padre Juan de Velasco (1727-1819), quien reconstruye la existencia del Reino de Quito a partir de la evidencia arqueológica, etnohistórica, y la tradición oral expresada en los mitos y leyendas presentes en la memoria colectiva de las sociedades indíge-nas de su tiempo. En la época de su aparición, esta obra recibió buenos augurios por parte de una sociedad nacionalista que buscaba en la historia apoyo a su pro-ceso de construcción del nuevo Estado-nación. Hasta entonces, la sociedad local carecía de referentes históricos comparables con las grandes civilizaciones, como la Inka del Sur y la Maya y Azteca del Norte, razón por la que la existencia de un gran reino y de una sociedad avanzada en el centro y norte de Ecuador resultaba importante.

La obra de Velasco se enmarca dentro de una visión nacionalista del pasado, en la que la existencia de ese pretendido reino aún subsiste, como en el caso de muchos textos escolares (Salazar 1995), a pesar de que la arqueología ha dado pruebas fehacientes de lo erróneo de tal reconstrucción. Más allá de las críticas, la reconstrucción de Velasco fue sin duda la primera obra sobre el pasado de la región que utiliza la evidencia arqueológica como argumento explicativo (Idrovo 1990).

Posteriormente, varios investigadores de Europa y Norteamérica realizan exploraciones arqueológicas con el objetivo de obtener colecciones para los mu-seos, instituciones que a su vez financiaban estos trabajos. George Dorsey (1901), enviado por el Field Columbian Museum de Chicago, excava en la Isla de la Plata, identificando varias ocupaciones, entre ellas, Valdivia –del Formativo Tempra-no– e Inka. El trabajo de Dorsey contiene descripciones detalladas del material cultural, el cual, según el autor, es comparable con el material arqueológico de las costas de Manabí y Esmeraldas. Es en esta última región donde precisamente

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Marshall Saville adelanta investigaciones unos años más tarde, publicando la mo-nografía The Antiques of Manabí, en 1907, donde registra los corrales o estruc-turas de piedra presentes en Cerro de Hojas, Cerro Jaboncillo y otros sitios de la provincia. Saville observa y describe también el centro regional administrativo del señorío de Jocay, ahora desaparecido bajo la ciudad de Manta. Posteriormente publica The Gold Treasure of Sigsig, de 1924, cuya finalidad es la descripción del gran tesoro de oro encontrado en la zona austral ecuatoriana, perteneciente a la sociedad Kañari. Aun cuando Saville se había planteado un proyecto ambicioso que buscaba definir el mapa arqueológico entre el istmo de Panamá y el norte del Perú, área poco conocida por esa época, dicho proyecto no llegó a concretarse, y se contentó con obtener información y material que ahora reposan en Norteamé-rica. Este autor fue el primero en describir las “sillas manteñas”, de las que en la actualidad existen contados ejemplos en Ecuador, y la mayoría se encuentra en museos extranjeros.

Como parte de la Misión Geodésica francesa, Verneu y Rivet publican la monografía Ethnographie Ancienne de l’Equateur, de 1912, una síntesis del pasa-do interandino de Ecuador basada en la lectura de las crónicas y la tradición oral. Si bien las investigaciones de Dorsey (1901) y Saville (1907) se enmarcan dentro de una tradición más bien coleccionista, Verneu y Rivet (1912) poseen un corte nacionalista que caracterizaba al intelectual europeo de la época (Salazar 1993).

El sacerdote Federico González Suárez lleva a cabo los primeros estudios de la arqueología ecuatoriana y marca el inicio de los estudios realizados por ecuato-rianos. Con él empieza la tradición de arqueólogos autodidactas. Investiga zonas en donde realiza su labor pastoral. Estudia la zona austral y publica la primera monografía sobre los Kañaris. En la zona norte establece las primeras secuencias del Carchi. Las explicaciones de González Suárez siempre resultan contradicto-rias; este autor no pudo conciliar sus ideas religiosas con la explicación de la evi-dencia cultural. En temas cronológicos las contradicciones son más evidentes, por cuanto la Iglesia y la comunidad altamente conservadoras de la época formularon fuertes críticas a sus trabajos. De acuerdo con Salazar (1993), González Suárez sufrió aislamiento de la comunidad arqueológica y sólo en los viajes a Europa se alimentó de información que le permitió pulir las explicaciones y su metodología de análisis. La gran carga descriptiva y el apego al análisis histórico limitaron las posibilidades de desarrollo de la arqueología en manos de González Suárez (Sala-zar 1993). Para hacer justicia a la arqueología de la época es necesario indicar que tanto en Europa como en Norteamérica estaba en boga la visión anticuarianista, la que, se sin lugar a dudas, se impuso en Ecuador.

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La época clasificatoria descriptiva-especulativa

Jacinto Jijón y Caamaño, aristócrata y terrateniente quiteño que acudía regular-mente a las librerías de Europa y se nutría de los conocimientos teóricos y meto-dológicos de la época, emergió como la nueva figura de la arqueología de la Sierra de Ecuador. A diferencia de González Suárez, Jijón y Caamaño fue muy acucioso en el trabajo de campo y realizó investigaciones en varias partes del país, publi-cando el primer intento de síntesis de la arqueología ecuatoriana, aunque con un claro enfoque en los grupos de la Sierra. Este autor entiende que la explicación arqueológica se fundamenta en la interdisciplinariedad; por ello se apoya en la antropología física, la lingüística, la etnohistoria, y hasta en la filología (Echeve-rría Almeida 1996). Durante su exilio en Perú, Jijón excava en el valle del Rimac, donde entra en contacto con Alfred Kroeber y Julio C. Tello, y establece el primer contacto con Max Uhle, a quien posteriormente invitaría a trabajar en Ecuador. Excava en varias de sus haciendas, en el norte de Ecuador, en la zona de Quito, en Manabí, aunque se enfoca en la zona andina central de Ecuador (provincias de Chimborazo, Bolívar y Tungurahua). El énfasis de Jijón y Caamaño en reconstruir secuencias culturales basadas en los cambios de estilo lo llevó a prestar mucha atención a la estratigrafía. Fue uno de los principales críticos de la reconstrucción realizada por Velasco con respecto al Reino de Quito. En términos teóricos, Jijón y Caamaño no puede escapar de las explicaciones difusionistas de la época. En su monografía intitulada Una gran marea cultural en el noroeste de Sudamérica (Jijón y Caamaño 1997), liga el desarrollo cultural local con el área mesoamerica-na. Su afán por explicar el desarrollo local con otras partes lo lleva a ver relación entre la sociedad Kañari de la zona austral ecuatoriana con Tiahuanaco del área circum Titicaca.

Consecutivamente, Max Uhle, luego de su gran contribución a la arqueo-logía peruana y boliviana, llega a Ecuador, invitado por Jijón y Caamaño, como habíamos señalado; investiga Tomebamba, ciudad inca, ahora bajo la ciudad de Cuenca; en Esmeraldas investiga la Isla de la Tolita, y en la zona andina norte, en Cumbayá y la provincia de Carchi (Salazar 1996). En Tomebamba realizó el primer plano de la ciudad inca. Uhle vino a Ecuador precedido de la fama de haber desarrollado el método de excavación estratigráfico, el cual no pudo apli-car en Ecuador por su edad avanzada. Su enfoque más bien era el de establecer secuencias culturales tomando como base la aparente presencia de la sociedad Tihuanacu en territorio ecuatoriano. Sus explicaciones al proceso precolombino en Ecuador tienen un alto enfoque difusionista. Para el autor, la prehistoria de los Andes ecuatorianos recibe influencia de las altas culturas de los centros de civi-lización, como la de Perú o la de la región Maya (Uhle 1922). En todo el trajinar

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de Uhle por Ecuador no logró desarrollar excavaciones con el nivel de detalle es-tratigráfico que lo hizo famoso en Perú y Norteamérica. Su aporte, sin embargo, establece las primeras secuencias en el nivel regional, sobre todo en el Carchi.

En 1939, Edwin Ferdon Jr., enviado por la Escuela de Investigaciones Ameri-canas de la University of Southern California, realizó un reconocimiento arqueo-lógico en las provincias de Esmeraldas, Guayas y Manabí. Los reconocimientos se basaron en la información recogida localmente, y el objetivo principal fue ob-tener colecciones cerámicas, con limitados intentos de sistematizar su registro. El material recolectado aún reposa en algunas bodegas de los centros de investi-gación y museos del suroeste de Estados Unidos. En los años tardíos de su vida, Ferdon hizo sin duda su mayor contribución al conocimiento de la prehistoria de la península de Santa Elena al presentar un modelo del cambio climático que habría experimentado esta región (Ferdon 1981), modelo basado en la ecología cultural (Kroeber 1919).

Tras la Segunda Guerra Mundial, Collier y Murra efectuaron el primer reco-nocimiento regional no sistemático de la zona central y austral andina ecuatoriana, como parte de una expedición que integraba varias investigaciones patrocinadas por el Instituto de Estudios Andinos en la región sur del área intermedia (Collier y Murra 1982). Partiendo desde las cercanías de Riobamba, su reconocimiento culminó en la provincia de Loja, cerca de la frontera con Perú. Este periplo los lleva a varios sitios de cuya existencia se enteran mediante conversaciones con habitantes locales. Excavan Cerro Narrío y Shillu en la provincia del Cañar. En Cerro Narrío definen varios componentes culturales, entre los cuales identifican cerámica del Formativo muy similar a la de la Costa (Braun 1982). El método de obtención de la evidencia incluye excavaciones en área, en donde identifican rasgos que los definen, como partes de viviendas y fogones; al mismo tiempo, mantienen un meticuloso cuidado de la estratigrafía, asuntos clave para entender las evidencias en un sitio que ha experimentado constantes campañas de huaqueo desde la Colonia temprana. La secuencia cultural se mantiene hasta la presencia Kañari. Con los datos de campo y la revisión de varias colecciones en Cuenca, proponen una secuencia tentativa con base en el cambio y continuidad de los estilos cerámicos. En sus clasificaciones utilizan el método estándar de cambio en la decoración de las vasijas, al cual le adhieren una innovación, el análisis de la pasta de la cerámica, con cuyos resultados proveen una secuencia que hasta la actualidad es la base de la cronología local ecuatoriana.

Hasta la década de los 50, son pocos y esporádicos los intentos que se rea-lizan por entender el proceso precolombino, siendo principalmente discusiones basadas en las descripciones de pequeñas excavaciones. En los sesenta, no obs-tante, la arqueología ecuatoriana se populariza en los centros de debate mundial

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del pasado. Emerge la figura de Emilio Estrada, banquero exitoso y miembro de la aristocracia guayaquileña y perteneciente a una sociedad agroindustrial en plena vigencia en el litoral. Estrada emprendió excavaciones en Guayas y Manabí, y en un viaje que hicieron los esposos Clifford Evans y Betty Meggers a Guaya-quil, establecieron una relación estrecha que marcó los trabajos de Estrada hasta su temprana muerte. Estrada, Meggers y Evans observan la gran similitud entre el corpus cerámico excavado en Valdivia, provincia del Guayas, con el corpus cerámico Jomón de las islas Kyushu y Honshú de Japón. Producen una de las monografías más controvertidas e importantes dentro de la arqueología ecuato-riana al presentar la tesis del viaje transpacífico, la misma que en forma general manifiesta que un grupo Jomón llegó a las costas de Guayas, específicamente a Valdivia, en donde enseñaron a los pobladores locales la técnica de la producción cerámica (Meggers et al. 1965). La gran controversia estuvo llena de detractores y unos pocos que rápidamente aceptaron esta hipótesis. James Ford, con base en este estudio, propone un modelo de la introducción de la cerámica en el Nuevo Mundo, producto de la llegada a través del Pacífico de cerámica made in Japan, que luego desde Valdivia se expande hacia todo el continente (Ford 1969). Va-rias investigaciones se desarrollaron como producto de esta controversia; algunos trataban de encontrar evidencia para apoyar la teoría del contacto transpacífico y otros, una gran mayoría, buscaban demostrar que estaba equivocada. Posterior-mente, una oleada de investigaciones se enfocó en la Costa de Ecuador.

Estrada, ya sea en asociación con Meggers y Evans o en forma individual, publicó secuencias culturales para Manabí y Guayas. En el Ensayo preliminar so-bre la arqueología de Milagro describió detalladamente el material de la Cultura Milagro-Quevedo, con base en tipos cerámicos. En Arqueología de Manabí Cen-tral (Estrada 1961) presentó la primera secuencia cronológica de las costas sur y central de Ecuador, a partir de la evidencia cerámica; además, determinó varios sitios de Manta y sus alrededores. Paralelamente, Evans y Meggers desarrolla-ron investigaciones en la Amazonia ecuatoriana y publicaron la monografía Ar-cheological Investigations on the Rio Napo, Eastern Ecuador (Evans y Meggers 1968), donde definieron la presencia de la tradición polícroma en la Alta Amazo-nia ecuatoriana y la vincularon con la zona de Marajó. También identificaron la cultura Chorrera de la cuenca del Guayas (Evans 1957).

Betty Meggers continuó siendo el lazo más importante entre los arqueólogos aficionados nacionales y el Smithsonian de Washington (Lumbreras 1992). Sin lugar a dudas, una de las mayores contribuciones a la arqueología de Ecuador de Betty Meggers es Ecuador: Ancient Peoples and Places, publicación que apare-ce en 1966 y constituye la única gran síntesis de la arqueología de Ecuador. En este ensayo la autora establece los períodos y fases culturales que componen el

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Ecuador prehispánico, que con algunos pequeños cambios se utiliza hasta la ac-tualidad.

Metodológicamente, Meggers, Evans y Estrada prefirieron las excavaciones de unidades espacialmente restringidas, es decir, las llamadas excavaciones tipo “casetas telefónicas”. Esta metodología les permitía obtener los resultados reque-ridos para la construcción de cronologías mediante el ordenamiento del material cultural en tipos cerámicos. Se preocuparon de mantener un claro control estra-tigráfico para el ordenamiento de los diferentes tipos cerámicos que permitían establecer la variación de estilos y, con ello, sustentar sus clasificaciones.

Meggers influye en la arqueología ecuatoriana tanto teórica como metodo-lógicamente. Para el caso amazónico, propone un modelo desde la perspectiva ecológico-cultural, en el que las limitaciones medioambientales de este espacio –caracterizado por suelos pobres y con poco potencial agrícola– no habrían permitido el desenvolvimiento de sociedades complejas en esta región (Meg-gers 1999, 1999 [1954]; Mora 2003). La influencia de estos autores no se limita a Ecuador, ya que se constituyen en un referente en la arqueología sudamerica-na, en donde, a partir de los contactos de arqueólogos locales, se popularizó el método Ford para clasificación de la cerámica, a partir de la clásica publicación Cómo interpretar el lenguaje de los tiestos: manual para arqueólogos (Meg-gers y Evans 1969).

La influencia de Meggers y Evans en autores como Estrada y, posterior-mente, en el padre Porras y sus alumnos creó una tradición que se enfocaba en la descripción de la cerámica y el análisis de los cambios estilísticos, que dieron como resultado largas listas de tipos cerámicos presentes en Ecuador. Es preci-so, sin embargo, mencionar que estas investigaciones, en conjunto, representa-ron una forma más sofisticada de explicar el cambio cultural que la propuesta en primera instancia por Meggers, Evans y Estrada. Para ser justos con estos autores, es preciso indicar que ellos proponen la idea del viaje transpacífico a partir de análisis de la evidencia; se podría decir que fue lo suficientemente atrevida, pero basada en evidencia que, otra vez, podríamos afirmar, fue inter-pretada incorrectamente.

Es claro que para los autores de esta época el método de recuperación y clasificación de la información era lo principal de la práctica arqueológica. Se dio énfasis al trabajo de campo, se excavaba por niveles que permitiesen discernir la estratigrafía de los sitios, pero a diferencia de Collier y Murra, las excavaciones utilizaron unidades restringidas, cuyo propósito fue ubicar la cerámica para esta-blecer cronologías.

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La influencia de la Nueva Arqueología

En Ecuador, el ingreso a un programa en la arqueología como el propuesto por Binford (1962) se fue gestando de manera paulatina. El primer grupo de estudios pasó bajo el manto teórico de la ecología cultural, pero sin alejarse de las propues-tas clasificatorias, es decir que, aunque el análisis del cambio social se explica-ba bajo premisas ecológicas, el método de análisis de la evidencia arqueológica no dejaba de ser clasificatorio. Con base en prospecciones no sistemáticas en la península de Santa Elena y sus alrededores (Lanning 1968), se presentaron las primeras secuencias culturales de la zona (Hill 1972-74; Paulsen 1982; Simonns 1970). Sin duda, el trabajo más conocido de este grupo es el de Betsy Hill, quien a partir del material de afiliación Valdivia produjo una secuencia de evolución esti-lística y formal, alejándose para ello del método fordiano y utilizando una varian-te metodológica que combina métodos clasificatorios modales desarrollados por Rouse y Rowe (Hill 1972-74). Los resultados entraron en clara contradicción con la clasificación de Meggers, Evans y Estrada (Meggers et al. 1965), en la medida en que definen un componente Valdivia más temprano, presente en sitios alejados varios kilómetros del mar, y cuyas características muestran muy poca o casi nin-guna similitud con la cerámica Jomón. De forma clara, este estudio establece en sus conclusiones que el modelo de la subsistencia valdiviano presentado por Me-ggers et al. (1965) era inválido, ofreciendo paralelamente un método alternativo de clasificación cerámica que luego habría de tener una gran aceptación entre los arqueólogos nacionales y extranjeros. Otro estudio de este grupo lo elaboró Eu-gene McDougle para discutir la importancia del manejo del agua en la península de Santa Elena en condiciones de cambios medioambientales que experimentó la zona durante el Formativo Tardío (McDougle 1967).

Luego de la temprana muerte de Estrada, las críticas a Meggers et al. (1965) siguieron. Viteri Gamboa y Henning Bischof excavaron en San Pedro, un poblado cercano a Valdivia, en donde, mediante un examen de la estratigrafía, demuestran la existencia de un grupo cerámico mas temprano del Valdivia Temprano de Meggers, Evans y Estrada (Bischof 1972). Hacia finales de los 60 y durante los 70 aparece el denominado Grupo Guayaquil, que bajo el liderazgo de Zevallos Menéndez tuvo en Olaf Holm, Jorge Marcos y Presley Norton a los más destacados miembros, que luego tendrían una gran incidencia en el desarrollo de la arqueología ecuatoriana, en especial de la Costa. Zevallos Menéndez estableció en sus excavaciones en San Pablo la presencia de ollas del Valdivia Medio, cuya decoración era producto de las improntas de maíz (Zea mays), es decir, el resultado de la aplicación de granos de maíz sobre la superficie cerámica, previa a la cocción. Además, Zevallos y otros integrantes del Grupo propusieron que la base económica valdiviana era agrícola,

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basada en la producción de maíz (Zevallos Menéndez 1971). Paralelamente, Presley Norton excava en el sitio Loma Alta, varios kilómetros alejado del océano, con un conjunto cerámico Valdivia temprano, lo cual da soporte a la propuesta de Zevallos Menéndez. El trabajo desarrollado por los integrantes del Grupo Guayaquil se en-focó en gran medida en el estudio de la subsistencia valdiviana.

Este período se caracteriza por una investigación que apoyaba o desesti-maba el trabajo de Meggers, Evans y Estrada. Dentro de esta esquizofrenia por determinar la antigüedad de la cerámica y comprobar o desechar los modelos explicativos basados en viajes transpacíficos y contactos con otras regiones, Ka-ren Stothert introdujo el primer análisis sistemático de la industria lítica de la península de Santa Elena (Stothert 1974). De forma seguida, dirigió el proyecto pionero de investigación sistemática orientado hacia el conocimiento de las so-ciedades arcaicas (Stothert 1983, 1988) en la Costa ecuatoriana. Stothert definió a la sociedad arcaica en Las Vegas como un grupo de movilidad restringida con un sistema de caza y recolección estratégico, con un campamento base utilizando una subsistencia de amplio espectro (Stothert 1988). Mediante el análisis de las prácticas mortuorias, la autora identifica la existencia de un sofisticado progra-ma de enterramientos con entierros primarios, secundarios y osarios, en el sitio OGSE-80. También indicó la asociación en ofrendas de picos de concha que fue-ron utilizados en labores de labranza. Los análisis botánicos mostraron que para los 7000 años AP, ya se había domesticado la calabaza, y posiblemente el maíz (Stothert 1988). Adicionalmente, se concluyó que el Arcaico de la Costa ecuato-riana es parte de una tradición que se expresa desde la Costa del Perú hasta Pa-namá. A diferencia de los estudios anteriores, éste no se basa en clasificaciones; más bien, se nota la influencia de la ecología cultural.

Lathrap y la influencia de Illinois

Una de las contribuciones más significativas a la arqueología de la Costa de Ecua-dor es la de Donald Lathrap, activo oponente de las ideas de Meggers y Evans, sobre todo en lo concerniente a las explicaciones del proceso cultural en la Ama-zonia. Estos debates se transportaron hacia la explicación del desarrollo de las sociedades tropicales del oeste de los Andes. Lathrap propone el modelo de las culturas de foresta tropical, sociedades de las tierras bajas, portadoras de grandes estilos que, según el autor, se expanden hacia la zona andina (Lathrap 1970, 1974). En su afán de desestimar la teoría difusionista del viaje transpacífico sobre el origen de la sociedad Valdivia, Lathrap propone también una explicación difusio-nista al explicar que los orígenes de Valdivia deben estar en los valles de la cuenca amazónica (Lathrap 1970).

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La contribución más importante de Lathrap a la arqueología de Ecuador se deriva de su asociación con Jorge Marcos, con quien emprendió el proyecto arqueológico Real Alto, el mismo que marca el inicio de la arqueología moderna en Ecuador. Real Alto se constituye en un proyecto integral interdisciplinario y a largo plazo que busca establecer procesos de cambio sociocultural. En la investi-gación del valle de Chanduy, se integraron métodos innovativos como el análisis de suelos, para establecer componentes botánicos y de fauna, mediante el em-pleo del sistema de flotación. Los resultados fueron sorprendentes, en la medida en que proveyeron información sobre los primeros domesticados en la Costa de Ecuador (Damp et al. 1981; Damp 1988; Marcos 1988; Pearsall et al. 1988, 2002, 2004; Pearson 2002). Los análisis zooarqueologicos definieron los componentes de la fauna formativa presente en la península de Santa Elena (Bird 1976; Stahl 1984, 2003). Mientras que Lathrap se había imbuido de las premisas de la eco-logía cultural, en su diseño de investigación incluyó varias propuestas desarro-lladas por Flannery en el valle de Oaxaca (Flannery 1986). El proyecto integró a varios de sus estudiantes con sus propios intereses. Así, mientras que Marcos (2003), con gran influencia de la arqueología descriptiva de Zevallos Menéndez, se interesó en la reconstrucción cronológica, Zeidler (1984) estudia el uso del espacio, y el proceso de complejización social en Real Alto, con clara influencia de las discusiones de la evolución cultural y de la propuesta del marxismo es-tructural que combina las propuestas marxistas con los análisis estructurales de Lévi-Strauss. Pearsall (1988, 1992), por otro lado, especializada en paleobotánica, busca establecer los cambios a través del tiempo de la sociedad de Real Alto con el entorno medioambiental, y a partir de la evidencia de Real Alto perfecciona el método para identificar fitolitos de plantas domesticadas, logrando establecer el conjunto de especies domesticadas del formativo de la costa ecuatoriana. Aunque este proyecto no significó el desarrollo de escuelas locales, sirvió como base, en la medida en que Marcos, fundador luego de la Escuela de Arqueología en Gua-yaquil, ingresa a la Universidad de Illinois y se convierte en el primer arqueólogo profesional ecuatoriano en 1979, cuando culmina su doctorado.

En la Sierra, la universidad de Bonn realizó investigaciones durante varios años en el sitio Cochasquí, ubicado a pocos kilómetros al norte de Quito, pero sus trabajos se enfocaron en desarrollar una cronología cultural local con base en los cambios estilísticos de la cerámica. Actualmente, este sitio es explotado para el turismo, por el consejo provincial de Pichincha, y lo definen como un centro de observación, merced a las propuestas de varios arqueoastrónomos que han reali-zado mediciones del sitio (Ortiz 1996).

En la frontera norte de Ecuador, provincia del Carchi, la arqueología aparece con una clara tendencia a ordenar el material cerámico en una secuencia regio-

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nal. Si bien Alicia de Francisco (1969) explica el cambio con base a las múltiples interrelaciones con el medio ambiente, la mayor contribución es la clasificación cerámica del Carchi.

Athens es sin duda quien desarrolla la propuesta más cercana al proyec-to binfordiano en Ecuador (Athens 1980). Éste propone entender el proceso de complejización social a partir de varias hipótesis, que van desde cambios en el tamaño de la población hasta el desarrollo de la tecnología agrícola. Explica los procesos de intensificación agrícola en términos de flujo energético y concibe a la sociedad como un sistema en constante interacción con el medio. Con base en la combinación de análisis regionales y de sitio, explica el desarrollo de la zona de Imbabura, en donde integra patrones de uso del suelo y concluye que los modelos presentados por sí solos no explican el proceso de complejización de la llamada cultura Cara de la Provincia de Imbabura (Athens 1980).

Al tiempo, la misión española bajo la dirección de José Alcina Franch reali-zó investigaciones en Esmeraldas y la zona sur de Ecuador (Alcina-Franch 1988, 1995). La intervención en Ingapirka permitió entender la estructura del sitio, así como su cronología (Fresco 1993). En Esmeraldas, los estudiantes de Alcina Franch realizaron estudios regionales que permiten reconstruir patrones de asen-tamiento (Guinea Bueno 1986, 1988; Guinea Bueno et al. 1995).

A finales de la década de los 70 y los 80, los museos del Banco Central se integran a la investigación arqueológica en varios sitios y regiones del país, pro-ceso que coincide con el retorno de un grupo de estudiantes ecuatorianos que se habían formado en Francia, que se integran al museo y llevan a cabo importan-tes proyectos de investigación. Ernesto Salazar retoma el interés por los trabajos del Paleoindio desarrollados en los cincuenta por Robert Bell (Bell 1965) y en los sesenta por Mayer-Oakes (Mayer-Oaks 1993). Con una clara influencia de la escuela de François Bordes, Salazar clasifica las industrias líticas de El Inga. El desarrollo teórico sobre los estudios del Paleoindio era muy limitado, por lo que el enfoque se centró más en la caracterización de la industria lítica (Salazar 1980).

Francisco Valdez, luego de investigar la zona de Sigsig, conduce el proyec-to de La Tolita en Esmeraldas (Valdez 1984, 1986, 1987), bajo los auspicios del Museo del Banco Central de Quito. Los estudios de Valdez se caracterizan por la necesidad del museo de obtener información y proteger el sitio, y de desarro-llar explicaciones al fenómeno cultural que significó La Tolita. Por esta misma época, Bouchard lleva a cabo investigaciones en La Tolita (Ecuador) y Tumaco (Colombia), las cuales producen datos que permiten definir las características de la sociedad asentada sobre la isla La Tolita y sus alrededores (Bouchard 1986,

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1995, 1998). Existen varias publicaciones con respecto a esta zona; sin embargo, todavía hay mucha tendencia a las descripciones, con el consabido sacrificio de las inferencias sobre el proceso cultural de La Tolita, donde, por lo general, lo sofisticado de su industria metalúrgica hace que las explicaciones de los procesos culturales hayan perdido su importancia en esta zona.

En la región austral ecuatoriana, Jaime Idrovo realiza investigaciones en si-tios como Ingapirka y Pumapungo (Idrovo 1979, 1984, 2000), sitios construidos o reconstruidos durante la expansión Inka en los Andes septentrionales. En el caso de Ingapirka, en su mayoría las intervenciones no han sido con el fin establecer mayores reconstrucciones del pasado, sino más bien con el afán de descubrir los componentes del sitio, para ponerlos al servicio del turismo. De las intervenciones de Idrovo en el sitio se establece que existen varias partes que son netamente es-pacios Kañaris, en donde los Inkas no realizan esfuerzos transformadores; otros son espacios transformados, mientras que unos terceros son construcciones incas. En Pumapungo, el único barrio que aún se conserva de la antigua Tomebamba que vio nacer a Hayna Cápac, el trabajo, bajo los auspicios del Banco Central, tampoco fue dirigido a partir de un proyecto de investigación; más bien, es el resultado de la convergencia de intereses desarrollados por el personal técnico del Museo del Banco Central. La falta de un claro diseño de investigación basado en la formulación de hipótesis no puede adjudicársele a Idrovo; debe resultar di-fícil trabajar en proyectos diseñados por personal burocrático que, en la mayoría de los casos, no fue entrenado para realizar este tipo de acciones. De cualquier manera, el trabajo desarrollado en la región austral ecuatoriana se enfoca en los últimos períodos, en donde existe una influencia de la etnohistoria. En términos de método y teoría, el saldo es más bien negativo: no se explica cómo en más de una década de intervención en Pumapungo, y con un presupuesto muy generoso, no se han realizado análisis botánicos, de polen, fitolitos, etc. Otra área de investi-gación conducida por equipos francoecuatorianos fue el sur de Ecuador, en donde se identifica una secuencia cultural larga representada desde el Arcaico hasta el período Incaico (Guffroy et al. 1987).

De regreso a la Costa, en Guayaquil, Olaf Holm llega a la dirección de la sección de arqueología de la división de programas culturales del Museo del Ban-co Central en Guayaquil, y desde esta posición impulsa varias investigaciones; lamentablemente, éstas siempre estuvieron en manos de arqueólogos extranjeros, algunos de los cuales hicieron que los recursos para la investigación del banco fueran inaccesibles para los ecuatorianos. Estas investigaciones, en muchos de los casos, no integraron personal nacional y, por ende, no generaron la formación académica o en metodologías de los arqueólogos nacionales. Resultaban contra-dictorias las políticas entre Quito y Guayaquil, pues mientras en Quito el área

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de investigación estaba formada en su mayoría por arqueólogos nacionales, en Guayaquil el caso era el contrario.

Desde los inicios de los ochenta, en la Costa se forman dos ejes de inves-tigaciones: el Programa de Antropología para el Ecuador, dirigido por Presley Norton, con un enfoque en la investigación de la región del sur de Manabí y norte de Guayas. Este programa, en parte financiado por el Museo del Banco Central, mantenía una visión regional y a largo plazo. En sus inicios integraron el equipo arqueólogos extranjeros, sobre todo ingleses y norteamericanos. El segundo, a través del Centro de Estudios Arqueológicos (CEAA) de la Escuela Superior Poli-técnica del Litoral, que se enfocó en el trabajo del sitio Real Alto y sus alrededo-res, buscando sobre todo entender el proceso de complejidad social y la economía de los valdivianos que se asentaron en este lugar.

El desarrollo de los centros académicos

Hasta los ochenta, el trabajo arqueológico fue desarrollado por arqueólogos ex-tranjeros, los llamados ecuatorianistas, asociados a centros investigativos o aca-démicos de Norteamérica y Europa, y por pocos individuos ecuatorianos que, además de la afición por la arqueología, tenían las condiciones económicas para practicar su afición. Es precisamente uno de estos aficionados quien estudia en Norteamérica y se convierte en el primer profesional ecuatoriano de la arqueo-logía, y también en el principal gestor de la escuela de arqueología que se forma en Guayaquil. En Quito, varios antropólogos formados en el exterior forman el Departamento de Antropología de la PUCE, en donde se comienzan a impartir clases de arqueología y, finalmente, se integra un pensum para arqueólogos. Sin lugar a dudas, la presencia de estos dos centros significó un cambio en la práctica de la arqueología de Ecuador.

La Escuela de Arqueología en Guayaquil

En 1980 se crea la Escuela Técnica de Arqueología, con la finalidad de suplir la necesidad de arqueólogos en Ecuador. Luego se transforma en Escuela de Arqueo-logía y, posteriormente, en el Centro de Estudios Arqueológicos y Antropológi-cos, con una visión andina. Con Jorge Marcos a la cabeza, se diseña un programa interdisciplinario y se apoya con profesores de varios países, entre los cuales se contaban los representantes o padres de la arqueología como ciencia social, como Luis Guillermo Lumbreras y Felipe Bate. El programa se basaba en la aplicación del materialismo histórico a la explicación del proceso cultural precolombino. Se

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contaba con un gran énfasis en el trabajo de campo desarrollado en Real Alto y en la baja Cuenca del Guayas. Aun cuando se ha dicho que la Escuela de Arqueología de Guayaquil representó el proyecto de la Arqueología Social (Benavides 2001), es importante señalar que constituía un grupo en donde, si bien predominaba el pensamiento marxista, dentro del cuerpo de profesores existían representantes de la arqueología procesual. Mediante la lectura de varios manifiestos, que cir-culaban en forma hasta cierto punto secreta en varias instituciones educativas de América Latina, se buscaba entender el pasado precolombino bajo los sustentos del materialismo histórico (Bate 1998; Lumbreras 1981; Vargas y Sanoja 1992). La premisa del materialismo histórico es que son las contradicciones en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas frente a las relaciones sociales de produc-ción las que permiten el cambio de un sistema o modo de producción a otro. Este enfoque teórico tenía vicios de explicaciones unilineales de desarrollo. Así, gran parte de la arqueología social de los ochenta radicaba en generar el equipaje ter-minológico que enlazara el materialismo histórico con la explicación del proceso arqueológico; en cambio, en términos metodológicos, se recurría a las clasifica-ciones del material cultural producidas en los 60. Se instauró en la escuela el mé-todo de análisis modal de la cerámica, el cual se aplicó y aún aplican egresados de este centro, sin la más mínima de las críticas. Con el convencimiento de que la clasificación modal es la mejor que existe, varios arqueólogos nacionales la han aplicado a cualquier tipo de escenarios; de hecho, pareciera que para muchos la arqueología termina con la tal clasificación modal. Los esfuerzos por desarrollar la arqueología social más allá de la categorización, a mi modo de ver, no han dado frutos, lo que no quiere decir que no tenga potencial, pero tal como se ha practi-cado en la Escuela de Arqueología de Guayaquil, no avisora mayor futuro. Se ha dicho que uno de los principales aportes de la arqueología social es el desarrollo de una conciencia comprometida por parte del arqueólogo con la comunidad para la que trabaja, con la sociedad a la que se pertenece, etc. Creo que la responsabi-lidad que el arqueólogo crea tener con uno u otro grupo o persona, y la respuesta que le sepa dar, es un asunto más bien personal. Proyectos arqueológicos con una visión social en Ecuador no han sido exclusivos de quienes se adscriben a la ar-queología social; más bien han sido aquellos no ligados con esta corriente los que han desarrollado proyectos con visión social. Una gran mayoría de los graduados de la Escuela de Arqueología de Guayaquil actualmente trabaja en la arqueología petrolera, la cual por ningún lado puede decirse que es “social”.

Luego de buenos auspicios, este programa entra en crisis, en parte por el poco apoyo que recibe en Ecuador, y por problemas internos, lo cual produjo un avance descontinuado y una práctica arqueológica que no pasó de la retórica teórica, es decir, los trabajos que surgieron del CEAA se marcaban por un so-

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fisticado desarrollo teórico, pero con poca concordancia con la evidencia empí-rica, por lo que, al final, la arqueología social no pasó –a mi manera de ver– del enunciado teórico, como en una especie de aplicación de los principios marxistas a la arqueología. Con las debidas excepciones del caso, en su mayoría las tesis elaboradas en el CEAA generaron construcciones cronológicas, mediante el uso del método modal para la clasificación de material. En otros casos, produjeron trabajos desde la perspectiva zooarqueológica o etnobotánica, con una influencia más de la Nueva Arqueología que de la Arqueología Social Latinoamericana. Actualmente, este centro académico acaba de cerrarse, luego de establecerse un proceso de evacuación en donde los egresados, por la presión del tiempo y la falta de personal que los guiara, terminaron produciendo un verdadero pastiche, con un retorno evidente a la historia cultural.

La carrera de Antropología en Quito

El padre Ignacio Porras desarrolló un taller de Arqueología dentro de la carrera de Historia y Geografía. Porras fue un incansable arqueólogo de campo; efectuó tra-bajos en la Sierra y la Costa, pero sobre todo en la Amazonia, en épocas cuando pocos arqueólogos se aventuraron a investigar esta zona. Autodidacta, pionero y con entrenamiento en el lenguaje de los tiestos, este autor publicó varios ensayos sobre la arqueología de Ecuador, pero su legado ha sido duramente criticado por su ligereza metodológica. El centro fundado por Porras formó varios investigado-res, especializados en desarrollar clasificaciones cerámicas. En el Departamento de Antropología de la misma Universidad Católica, se integra en su pensum el entrenamiento de antropólogos con especialización en Arqueología, en donde se han graduado alrededor de cuatro arqueólogos. Uno de ellos fue Marcelo Villal-ba, quien, bajo los auspicios del Museo del Banco Central, publica su monografía Cotocollao (1988), con un claro contenido marxista asociado a la corriente de la arqueología social.

Con una planta docente con sólo dos arqueólogos, las posibilidades para el desarrollo teórico metodológico son muy precarias. La falta de proyectos de investigación generados dentro de la facultad limita las posibilidades de entrena-miento de campo y laboratorio de los estudiantes, teniendo éstos que aprovechar las posibilidades de integrarse a las prácticas de campo en alguna escuela de campo o investigaciones puntuales de arqueólogos extranjeros.

A finales de la década de los 80, un convenio interinstitucional entre el Ins-tituto Nacional de Patrimonio Cultural en Quito y el gobierno de Bélgica produce el proyecto Ecuabel, que se enfoca en dos frentes: la restauración de algunos

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espacios del centro histórico de la capital, especialmente las iglesias, y la investi-gación regional en el valle de Quito y zonas adyacentes. Como producto de ello, varios estudiantes que en Quito no tenían oportunidad de entrenamiento hallaron espacios para desarrollar sus prácticas. Al mismo tiempo, el personal del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural encontró la ocasión de profundizar en el conoci-miento de la investigación arqueológica. Una de las principales contribuciones de este programa fue que por primera vez se realizó en el país arqueología histórica dentro de los programas de restauración de las iglesias del Centro Histórico de Quito (Buys 1994, 1995).

La arqueología actual

Desde los 90, la arqueología en Ecuador ha mantenido una dicotomía entre los tra-bajos investigativos, con orientaciones teóricas claras y diseños de investigación propuestos por arqueólogos extranjeros –y unos pocos nacionales con conexiones con el exterior–, y los estudios desarrollados por los nuevos profesionales ecuato-rianos, quienes en su mayoría se han orientado hacia la arqueología de contrato.

Dentro del primer grupo priman los estudios enfocados hacia la investigación regional, así como los análisis de los procesos de interacción, estrategias de con- quista y defensa, origen y desarrollo de sociedades complejas, estrategias de poder y uso de los recursos. En la Costa, varias investigaciones significativas se han llevado a cabo desde los finales de los 80 y durante los 90. Stemper (1993) realiza uno de los primeros estudios regionales, en donde integra los asentamien-tos de la cuenca media del río Guayas con los sistemas de camellones, definidos en los 80 (Denevan y Mathewson 1983; Mathewson 1987). Stemper busca en-tender la interacción de las sociedades locales con estos sistemas. Así, concluye que las bases del poder de las sociedades cacicales en la zona de Daule son la utilización de la fuerza laboral para la construcción de los campos de camellones, y la consecuente adquisición de excedentes de los miembros de la élite, lo que les permite participar en una red de intercambio regional y mantener el acceso a la producción artesanal especializada en la confección de ornamentos de metal (Stemper 1993).

En la provincia de Manabí, una investigación con una perspectiva regional se lleva a cabo en el valle del río Jama, en el norte de Manabí (Zeidler y Pearsall 1994). Diseñado como un proyecto interdisciplinario y a largo plazo, la investiga-ción en el valle del Jama ha producido, entre otras cosas, una secuencia regional que empieza desde Valdivia Terminal y termina en la época del contacto español (Zeidler y Pearsall 1994). Los investigadores de este proyecto han logrado inte-

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grar información del paleoambiente, de patrones de asentamiento, tefrocronología y análisis de cambio en el material cultural, con lo que nos presentan un cuadro bien formado de los procesos culturales de la zona (Zeidler e Isaacson 2003). Lamentablemente, luego de la auspiciosa publicación del primer volumen, aún se espera el segundo, en donde se promete presentar los datos y las explicaciones concretas del proceso cultural local.

Últimamente se han desarrollado dos proyectos con enfoque regional en la cuenca del Guayas, uno en la Cuenca Alta, en el sector de la Cadena-La Maná, y otro en la Cuenca Baja, en el sector de Yaguachi. El primer trabajo, desarrollado por un grupo de Suiza (Guillaume-Gentil 1996), tuvo como objetivo definir la organización espacial de los montículos del área, determinar sus funciones, cro-nología, y su relación con montículos de zonas aledañas (Guillaume-Gentil et al. 2001). Mediante varias prospecciones superficiales registraron más de un millar de montículos, también llamados tolas, nucleadas y que forman arreglos regulares e irregulares. Los investigadores concluyen que estas tolas tuvieron la función de viviendas y que su construcción empieza desde el final de Valdivia, en el For-mativo. Actualmente, trabajan en el análisis de los materiales que les permitan reconstruir las actividades en cada una de las tolas excavadas (Guillaume-Gentil 1998).

El otro proyecto se desarrolló en la Cuenca Baja del Guayas y tuvo como objetivo establecer la relación entre el proceso de intensificación agrícola a través de la construcción de los campos de camellones y el proceso de acumulación de la riqueza de las élites cacicales en la zona. Con base en el análisis de la eviden-cia obtenida a través de una prospección regional de más de 400 kilómetros, se evidencia la presencia de más de 600 montículos, nucleados en centros regiona-les, subcentros y aldeas de agricultores, patrón en donde se hace claro el acceso diferencial a los productos. La conclusión más importante, sin embargo, es que la construcción y el mantenimiento de los sistemas productivos estaban a cargo de la élite (Delgado Espinoza 2002).

En la Sierra, las investigaciones de carácter regional se llevan a cabo en el valle de Guayllabamba, con la finalidad de establecer las estrategias expansivas del Imperio inca en la zona. A partir de una prospección regional y con un plan-teamiento teórico que retoma el marxismo estructural, Bray (2003) concluye que los Inkas, en el corto tiempo que estuvieron en la zona, no establecieron cambios drásticos en las estructuras locales, y que el control fue más bien indirecto en la zona. En la Sierra Sur, provincia de Loja, Dennis Ogburn emprende una prospec-ción regional que busca también entender el proceso de conquista, las estrategias de control y la organización sociopolítica implantada por los Inkas en la zona de Saraguro (Ogburn 2001). Sus conclusiones indican una situación opuesta a la de la

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zona norte: la expansión inca en la zona cambió sustancialmente la organización local, mediante un control directo ejercido desde el Cuzco a través de Tomebam-ba. Mediante el análisis de la composición de las piedras labradas (almohadilla-das) encontradas en algunos sitios, concluye que éstas fueron transportadas desde el Cuzco (Ogburn 2004). En el occidente de Pichincha, Lippi (1998) llevó a cabo una prospección regional, en donde identifica varios asentamientos conectados por redes de caminos de acceso entre la costa norte y el valle de Quito. Presenta una secuencia cultural desde el Formativo hasta el contacto; sin embargo, su apor-te es más descriptivo que teórico, en la medida en que su investigación no estuvo orientada a responder preguntas específicas.

Una contribución al entendimiento de la interacción del cacicazgo Cayambe fue la realizada por María Auxiliadora Cordero (1999), quien mediante el análisis del material cultural excavado en Puntiachil (centro administrativo del señorío Cayambe) y sus alrededores señala la importancia que tuvo el intercambio con las zonas bajas amazónicas para el desarrollo del poder de este cacicazgo. El fuerte lazo con la sociedad portadora de la cerámica Cosanga, al parecer, se produce en el pie de monte y la Alta Amazonia (Delgado Espinoza 1999), y fue clave en el manejo del poder de los Cayambis (Cordero 2001).

En la actualidad existen varias investigaciones en curso y otras recientemen- te concluidas que, sin lugar a dudas, aportarán al conocimiento del pasado de dis-tintas zonas de Ecuador. Una de ellas es la de Andrea Cuéllar (2006) en el valle de los Quijos, en la que con un claro enfoque regional, y un sustento teórico para entender el desarrollo de las sociedades complejas, se ha buscado reconstruir el patrón de asentamiento regional, con el fin de entender las características de la organización política y económica de los cacicazgos asentados en el valle de los Quijos.

Otro estudio interesante es el proyecto binacional de Salazar y Rostain (Sa-lazar 2000), quienes ejecutaron varios reconocimientos regionales y excavaciones en el complejo Huapula, también conocido como Sangay, registrando centenas de montículos, nucleados y formando varias aldeas, en donde existe una aparen-te jerarquización de asentamientos. Se plantea que estas sociedades estaban en constante contacto con grupos de la Sierra, aunque los análisis continúan. A esto se suma la investigación de Rostoker, quien se ha interesado por reconstrucciones tipológicas del material de la zona de Macas (Rostoker 2003).

En la zona sur de la Alta Amazonia, sector de Zamora Chinchipe, un grupo de arqueólogos francoecuatorianos subvencionado por el IRD realiza un intere-sante proyecto de investigación. Los primeros descubrimientos indican la pre-sencia de sociedades organizadas muy tempranamente; se señala que ya en el

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Formativo estos grupos se encuentran en pleno proceso de interacción con lugares distantes como la Costa. La sorprendente similitud de la cerámica con el estilo Chavín le adhiere importancia al sitio. Es necesario, sin embargo, evitar el entu-siasmo que genera este tipo de hallazgos, que en muchos casos desvían la mirada hacia la formulación de propuestas teóricas que deben resolverse mediante la in-vestigación. De todas maneras, si este proyecto se desarrolla dentro de un diseño de investigación en donde se priorice la puesta a prueba de los modelos teóricos, el potencial para reescribir la arqueología de la Alta Amazonia es grande. Tanto la investigación de Salazar y compañía como la de Guffroy y Valdez tienen el potencial no sólo de constituirse en proyectos que cambien la idea de muchos que miran a la Alta Amazonia como un espacio marginal respecto al desarrollo andino, sino que pueden ser el punto de cambio hacia una nueva forma de hacer arqueología en Ecuador.

En la Costa, la investigación se centra en la provincia de Manabí, con dos proyectos en el sur y uno en el centro de la provincia. Valentina Martínez, junto a un grupo interdisciplinario de Florida Atlantic University, ha llevado a cabo varias temporadas en la zona de Río Chico, un sitio junto al mar, cerca de Salango. El mismo fue ocupado durante Valdivia, en donde al parecer se dieron eventos rituales asociados, en donde lo más llamativo es la presencia de figurinas Valdivia de tama-ño mucho más grande del hasta entonces observado (López 1996). Luego, este sitio fue abandonado y repoblado por los Manteños, cuyos estratos indican la presencia de una gran estructura. Martínez indica la presencia de zonas de almacenamiento y posibles talleres de concha, especialmente Spondylus. Actualmente, este proyecto se enfoca en el análisis de los asentamientos manteños en el valle del Pital y sus alrededores. En este proyecto se han introducido métodos de análisis espacial me-diante la utilización de sistemas de información geográfica. El enfoque ha cambia-do del análisis del asentamiento hacia una investigación regional.

El otro proyecto costero se presenta un poco más al norte, en el valle del río Buenavista-Julcuy, donde se viene realizando una investigación de carácter re-gional que busca establecer el proceso cultural local. La trayectoria en la zona se desarrolla desde el Arcaico hasta el contacto español. Se ha ubicado la presencia de grandes montículos de aparente función pública durante la época Valdivia, lo que conlleva replantear el concebido modelo de organización Valdivia basado en el Sitio Real Alto. Al mismo tiempo, se han realizado prospecciones de carácter regional en gran parte del valle, con la finalidad de dilucidar la organización po-lítica alrededor del centro administrativo del Señorío Salangome, que, según los cronistas, existió antes de la Conquista. Las conclusiones preliminares indican, en primer lugar, la existencia de un proceso de complejización social que empieza durante el Valdivia Temprano (3200 aC); al mismo tiempo, existe una persistencia

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de sociedades cacicales con períodos de una gran complejidad, y otros con casi ninguna (Delgado Espinoza 2004). Finalmente, se observa que, junto al centro de Agua Blanca (centro administrativo Salangome), existe una gran cantidad de barrios, en donde al parecer se especializan en la producción artesanal (Delgado Espinoza 2004, 2005).

En la zona central, un grupo francoecuatoriano, bajo la dirección de Jean-François Bouchard, desarrolla una investigación con enfoque regional, que, entre otras cosas, busca establecer la forma de interacción entre las sociedades locales con el medio ambiente. Mediante la integración de un grupo multidisciplinarlo, esta investigación se encuentra en la etapa de gestación, pero cae dentro de los proyectos con enfoque regional, pero haciendo honor a la tradición de la arqueo-logía europea en Ecuador, no se presentan modelos teóricos en el diseño de la investigación.

Un trabajo de gran envergadura, bajo los auspicios del Banco Mundial, con la conducción de Jorge Marcos, es el desarrollado en las costas de Guayas y Ma-nabí, el cual tuvo como finalidad establecer las formas del manejo del agua desde el pasado, integrando un equipo multidisciplinario. Se enfocaron en el manejo de las albarradas, sistema de captación de agua que aún es utilizado en la Costa ecuatoriana. Éste es uno de los proyectos modernos en donde se busca enlazar las prácticas ancestrales al manejo actual del medio ambiente.

Varios nuevos estudiantes se han graduado del Centro de Estudios Arqueo-lógicos y Antropológicos, y de la Pontificia Universidad Católica, cuyas tesis son también un aporte significativo a la prehistoria local. Otros estudiantes han mi-grado y se encuentran desarrollando tesis de maestría y doctorados en el extran-jero, que de seguro van a enriquecer el conocimiento del pasado local.

En cuanto a la arqueología histórica, ésta tuvo un avance durante los ochenta y noventa, dentro de los trabajos de restauración arquitectónica llevados a cabo en el Centro Histórico de Quito. En años recientes, Roos Jamieson (2000) ha llevado a cabo varios trabajos en Cuenca, tratando de entender la construcción de las re-laciones de poder entre las unidades domésticas de la Cuenca colonial. Éste es un esfuerzo que aún se mantiene aislado.

La arqueología de “contrato” en Ecuador

Un gran porcentaje de los arqueólogos nacionales practica la llamada arqueología de contrato. Desde la década de los 90 pusieron en marcha varios proyectos de desarrollo, para los cuales se realizan estudios de impacto ambiental y planes

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de manejo, habiéndose incorporado en las dos instancias el análisis de la evi-dencia arqueológica. Esta “arqueología petrolera” se centra en la Amazonia y ha significado la fuente de trabajo para la mayoría de los arqueólogos nacionales. Penosamente, esta actividad se desarrolla sin la menor observación de la técnica, ni qué decir de la incorporación de teorías o preguntas que conduzcan el proce-so de intervención en un área en peligro de destrucción. No existen estándares que regulen al profesional arqueólogo, ya que el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), ente encargado de emitir los permisos, evaluar el trabajo en el campo y aprobar los informes, no ha hecho nada por regular esta práctica. En varios casos, los permisos han sido expedidos a personas carentes de un título profesional en arqueología, personas con muy buena disposición y de seguro con intenciones de apoyar la arqueología, pero con muy limitados conocimientos re-queridos para este tipo práctica. La disparidad metodológica difícilmente permite realizar comparaciones entre sitios, menos aun síntesis regionales o locales. En realidad, las compañías buscan cumplir con la ley, el INPC observa que se cum-pla con la ley, y los arqueólogos que desarrollan este trabajo buscan un espacio en dónde obtener recursos. Sin el mínimo conocimiento de lo que significa un muestreo arqueológico, la mayoría de rescates se transforma en la excavación de una o dos trincheras, en donde el objetivo primordial es obtener la mayor cantidad de material que permita entender la variabilidad cerámica y lítica del sitio. Los informes terminan con tipologías disparatadas y buenas síntesis etnohistóricas. Salvo muy pocas excepciones, estos trabajos limitan su análisis a la tabulación de los datos y a la clasificación del material cultural, siendo casi ausentes los fe-chamientos. Ilógicamente, no se realizan análisis botánicos, zooarqueológicos, de polen, etc., claves para entender la actividad antrópica en la Alta Amazonia (Mora 2003). En algunos casos, los reportes, a pedido de las petroleras, son considerados confidenciales y, por ende, no sujetos de consulta, contradiciendo la razón misma para la que fue realizado el rescate. Finalmente, no se contemplan dentro de estos trabajos fondos para publicación, lo que ha generado que en el INPC existan más de 300 informes que, con suerte, pueden ser revisados en dicha oficina. Tal es así, que con pena y frustración algunos arqueólogos nacionales y extranjeros señalan que los petrodólares han ocasionado la “década perdida” de la arqueología de la Amazonia ecuatoriana.

Las instituciones culturales: museos del Banco Central

Un pequeño grupo de arqueólogos permanece en los museos del Banco Central del Ecuador. El proceso de modernización del Estado, entre otras cosas, produjo el recorte de los fondos de investigación que mantenían los museos del Banco

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Central, una de las pocas instituciones en donde se podían localizar fondos de investigación. Los museos del Banco Central, sin embargo, tienen una gran carga burocrática encargada de la labor de organizar las exposiciones y conservar las extensas colecciones adquiridas durante largos años. Los museos del Banco Cen-tral fueron creados a partir de la compra de colecciones arqueológicas resultado del accionar acucioso de los huaqueros, razón por la que más del 90% de las co-lecciones no tienen un contexto ni procedencia conocidos. A pesar de las grandes discusiones en lo referente a que la compra de piezas arqueológicas a los huaque-ros sólo apoya esta actividad, el Estado se contradice, pues por un lado asigna un presupuesto, sin duda muy limitado, para la protección del patrimonio cultural, en donde se incluyen los sitios arqueológicos, al mismo tiempo que asigna recur-sos, mucho más grandes, para la compra de piezas arqueológicas producto de las acciones ilegales que el INPC busca controlar.

Las reservas de los museos del Banco Central son enormes y su manteni-miento requiere de una nutrida burocracia de la “cultura”. La catalogación y re-catalogación de estas reservas, los trabajos descontinuados a raíz de los cambios de administraciones y los megasueldos absorben un presupuesto jugoso que no permite la orientación hacia la investigación. Por otro lado, la dirección de estas instituciones, en la mayoría de los casos, se basa en acuerdos y cuotas políticas o en simpatías personales con las autoridades de turno, lo que merma las posibili-dades de que estos espacios los dirijan profesionales que puedan generar políticas investigativas. Una gran mayoría de los que ahora laboran en los Museos del Ban-co Central en realidad tiene limitaciones que no les permiten utilizar los recursos estatales en el mejoramiento de la investigación del pasado.

El Fondo de Salvamento de Patrimonio Cultural

En la capital de Ecuador funciona el Fondo de Salvamento de Patrimonio Cul-tural, Fonsal, ente creado para el salvamento de los conventos de Quito, luego de que un terremoto dejara a algunos de éstos en situación de inminente riesgo. Actualmente mantiene un departamento de investigación arqueológica, generosa-mente financiado con recursos del presupuesto municipal, al cual el Fonsal está adscrito. En la actualidad, realiza el reconocimiento arqueológico del distrito metropolitano de Quito, un ambicioso proyecto que busca generar, en primera instancia, un mapa arqueológico. Un programa como éste tiene un excelente po-tencial de constituirse en un modelo investigativo para el país; sin embargo, las limitaciones del personal a cargo hasta el momento dan como resultado el desa-rrollo de un proyecto regional que no tiene preguntas, hipótesis de trabajo, carece de una visión dirigida e incluso de integración metodológica entre los varios gru-

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pos de trabajo que se han establecido. Estos últimos, en gran parte, están a cargo de profesionales en historia y geografía sin ningún entrenamiento en métodos de arqueología de campo.

Los gobiernos locales

En los últimos años, los gobiernos locales, en su búsqueda de alternativas de desarrollo, han ubicado al turismo como la nueva fuente de recursos. Frente a esta posición, cada provincia, cada cantón y cada parroquia tratan de estimar los recursos que pueden ser explotados con el turismo. Tomando ejemplos de Perú y México, ahora se busca en el turismo arqueológico el potencial de obtener recur-sos. Se realizan programas de reconocimiento, los cuales, sin embargo, en mu-chos casos, no incluyen arqueólogos, sino al profesor del colegio que alguna vez huaqueó un sitio o tiene afición por la historia. Desgraciadamente, estos entes son políticos y, como tales, no tienen una idea clara de la investigación arqueológica; más bien, buscan en esta nueva práctica una forma de engordar la burocracia o especializarla en cosas para las que no está preparada. Un ejemplo es el caso de un cantón de la provincia del Cañar declarada por el Congreso nacional Capital Arqueológica del Ecuador, en donde la oficina que tiene el mismo nombre y se encarga del desarrollo de los planes de manejo y las estrategias de investigación es manejada por un experto en matemáticas, quien además es miembro de un programa de vivienda que amenaza con destruir un importante sitio arqueológico. Bajo este panorama, la práctica de la arqueología se ve complicada; difícilmente podemos hablar de la existencia de un potencial para el desarrollo teórico y me-todológico en este contexto.

El escenario político: la manipulación del pasado, juegos de autenticidad y movimiento indígena

A inicios de la década de los 90 el movimiento indígena irrumpe en la arena polí-tica de Ecuador, y lo hace con una paralización del país. A partir de la lucha por la tierra, como resultado de varios años de organización, la Conaie, Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, emerge como agrupación conformada por 14 nacionalidades. El resultado de la organización indígena y el apoyo de algunos sectores políticos y una gran masa intelectual, sobre todo de la capital, permitieron que en la nueva Carta Magna de 1998 se declara al país plurinacional y multiétnico. Aunque la propuesta de la Conaie no tiene la pretensión de volver al pasado para encontrar explicaciones y acciones políticas en el presente, gran parte

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de la lucha detrás de este movimiento radica en identificarse con un pasado. Por un lado, esto significa una legítima aspiración del movimiento indígena a exigir justicia, con base en la utilización de su pasado.

Al igual que en otras épocas, cuando la manipulación de las reconstruccio-nes históricas ha servido para manejar discursos de supremacía étnica y para jus-tificar incluso el statu quo, en la actualidad el movimiento indígena es capaz tam-bién de hacer uso selectivo de las reconstrucciones históricas (Benavides 2004). La utilización selectiva de los datos obtenidos por la arqueología y el proceso de autenticidad marcan la preocupación dentro de la arqueología contemporánea en Ecuador. En sitios como Cochasquí se ha perpetuado el mensaje equívoco similar a las reconstrucciones iniciales que sobre el Reino de Quito hiciera Velasco hace más de dos siglos. Pero si bien éste constituye un ejemplo de reconstrucciones erradas provocadas desde las mismas instancias de poder, en la actualidad tam-bién es importante levantar la crítica hacia el uso del pasado mal reconstruido por parte del movimiento indígena y de una nueva experiencia de etnogénesis.

Una de las contradicciones más visibles es la utilización de la bandera por parte del Movimiento Pachacutek, el brazo político de la Conaie, que representa el Arco Iris y que en Ecuador se conoce como la Wipala. Dice representar los co-lores del Tawantinsuyu, y por ende, simboliza el proceso de resistencia frente a la Conquista. No obstante, la contradicción radica en que estos símbolos fueron im-puestos en los grupos locales por la conquista inca, la cual, al parecer, fue igual o mucho más destructiva para las poblaciones locales. Muchos miembros de etnias Kichwas de los Andes ecuatorianos tienen la creencia de que ellos son los directos descendientes de los Inkas, aun cuando la etnohistoria y la arqueología han dado muestras de la falsedad de esta aseveración. La falta de consistencia es notable, en la medida en que por mucho tiempo los grupos indígenas proyectaron la imagen de que todos los grupos étnicos de la Sierra de Ecuador eran descendientes de los Inkas, pero el movimiento indígena no ha desarrollado ninguna estrategia que permita establecer la descendencia de cada uno de los grupos. Para muchos de es-tos grupos su historia empieza con los Inkas, y aunque no se sugiere, se entiende que su historia empieza en Perú.

Otro ejemplo importante de etnificación basado en reconstrucciones histó-ricas erradas se conecta con el desarrollo turístico que constituye la reinvención de la Fiesta del Sol o Intiraymi. Esta Fiesta del Sol se realiza durante los solsticios en varios poblados indígenas, con la idea de recrear una costumbre ancestral. Las pocas reconstrucciones arqueológicas realizadas por los arqueólogos indican que la presencia inca en la mayor parte de la región ecuatoriana fue relativamente efímera, y en muchas de las regiones ni siquiera pusieron un pie. No obstante, las comunidades locales han entendido que sus ancestros celebraban la Fiesta del Sol,

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y han integrado esta costumbre, lo cual en sí mismo es derecho de cualquier gru-po, comunidad e, incluso, individuo. Sin embargo, para hacerlo deben perpetuar ideas equívocas y que contradicen las inferencias arqueológicas.

Varias nacionalidades que ahora reconoce la Conaie se definen con base en la supuesta evidencia etnohistórica y arqueológica, pero en algunos casos se esti-ma la presencia de grupos que arqueológicamente no se ha podido establecer. Así, el peligro es el uso selectivo de la evidencia, y preocupa ahora que incluso exista censura por parte del movimiento indígena hacia ciertas conclusiones de los estu-dios arqueológicos con los que su orientación de lucha no esté de acuerdo.

Uno de los mayores riesgos se advierte en sitios como Salango, en Manabí, en donde funciona un centro de investigaciones y un museo de sitio. Luego de la muerte de su fundador, Presley Norton, el museo ha sido administrado por varios entes, entre ellos, una ONG creada adjunta a Cemento Nacional. Luego del reti-ro de esta última, la población local ha tomado control no sólo del museo, sino también del centro de investigaciones, que si bien funcionaba de forma limitada, ahora está a cargo de un dirigente autollamado de la nacionalidad Manta, aunque en realidad llegó a Salango desde Guayaquil, luego de completar sus estudios de pesquería, y se casó en Salango. En este caso, tanto el INPC como otras insti-tuciones involucradas en el asunto han decidido confiar en la población local la administración del museo, y de todo el centro de investigaciones, que está equipa-do con computadores, laboratorios de paleobotánica y zooarqueología y contiene colecciones trascendentales. La comunidad ahora decidirá cómo administrar el centro y contratar y decidir qué tipo de investigación puede llevar a cabo.

Conclusiones y perspectivas futuras

La arqueología en Ecuador no se ha caracterizado por la existencia de un rigor científico, siendo que en su mayor parte las reconstrucciones iniciales del pasado fueron desarrolladas por aficionados, pertenecientes generalmente a la clase acau-dalada y gente conectada con la Iglesia. La falta de profesionales bien entrenados hizo que no hubiese exigencia en la calidad de la investigación arqueológica, la que más bien ha sido una actividad limitada y en muchos casos mediocre.

En este escenario, y con el paso de los años, hacia la segunda mitad el siglo XX, el aporte de la investigación extranjera fue importante para entender mejor el pasado, pero esto no se tradujo en la creación de escuelas ni en el entrena-miento de personal nacional de una manera consistente que hubiese transformado el panorama de la disciplina ecuatoriana. Por esto se puede argumentar que en Ecuador el “colonialismo arqueológico” ha sido la regla, donde prima una parti-

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cipación muy desigual entre los arqueólogos nacionales y extranjeros. En muchos casos, los arqueólogos extranjeros han logrado establecerse en Ecuador, realizar trabajos bajo los auspicios del Museo del Banco Central –con jugosos recursos del pueblo–, muchas veces sin resultado alguno. La tradición local, con serias dificultades de acceso a recursos de investigación, se ha visto abocada a practicar la arqueología de contrato, que, creemos, ha ido en contra del desarrollo teórico y metodológico en la arqueología ecuatoriana.

En general, creemos que la arqueología en Ecuador sufre un retroceso, en la medida en que, si la comparamos con los países vecinos, éstos experimentan un gran avance. En Ecuador, el boom de la arqueología petrolera y de una nueva arqueología relacionada con el turismo ha frenado las posibilidades de que los nuevos profesionales que se gradúan desarrollen proyectos de investigación, pues la arqueología de contrato requiere menos esfuerzo y, ciertamente, produce ma-yores réditos económicos inmediatos. Muchos de estos profesionales no ven la necesidad de especializarse ni realizar estudios de postgrado, pues, para el tipo de arqueología que se practica en el contexto de la arqueología de contrato, no existe la obligatoriedad de hacerlo. Esto ha degenerado en un medio en el que el arqueó-logo ya no es un investigador, un científico comprometido con entender el pasado, y se ha transformado en un empleado al servicio de compañías transnacionales y estatales en las cuales se puede mantener por mucho tiempo si no presenta contra-dicciones con los intereses del cliente.

Los centros académicos crecen a espaldas de la realidad local, existiendo además un connotado divorcio entre la práctica académica, la arqueología de con-trato y el manejo del patrimonio arqueológico por parte de las instituciones loca-les. Esto da lugar a que mientras la burocracia trabaja cuidando el patrimonio en museos, bodegas, etc., el patrimonio se destruye, mientras que el Estado no está interesado en investigación sino en cuidar lo que ya existe. Por otro lado, la gran influencia del turismo pone en riego la investigación y se aceleran las interpreta-ciones, en muchos casos, con una consabida demagogia intelectual.

Una de las avenidas con mayor potencial es el desarrollo de arqueologías postnacionales, es decir, procesos integrados que permitan el desarrollo del cono-cimiento más allá de las fronteras actuales. La creación de redes de investigación, de centros de investigación andinos, del norte andino, del área intermedia, etc., podría generar esfuerzos que permitan llamar la atención a las autoridades y el público en general sobre la necesidad de aprender del pasado. Estos esfuerzos, en la actualidad en Ecuador, son muy pocos para ser atendidos y entendidos.

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el futuro del pAsAdo: ArqueologíA AndinA pArA el siglo xxi

Alexander Herrera

Introducción

Pese al creciente interés que las grandes tradiciones culturales de los Andes ge-neran, tanto entre académicos como entre el público en general, el área andina central no es actualmente considerada un área pionera o de vanguardia en tér-minos de avances teóricos y metodológicos en arqueología (Politis 2003). Esta percepción, errada por cierto, se inserta en una concepción del rol académico de los países sudamericanos análoga al rol de nuestras economías postcoloniales: ser exportadores de datos en bruto, y no de sofisticada teoría social (Lins Ribe-yro 2001: 163-164). Arguyo que esta visión no tiene porque preocupar a quie- nes practicamos la arqueología andina, ni mucho menos desviarnos de la tarea de forjar múltiples arqueologías regionales acordes con las necesidades y ob-jetivos que se desprenden de las complejas y problemáticas realidades sociales que vivimos.

Para proyectar el futuro del pasado en los Andes centrales, empezaré hacien-do un esbozo crítico de la historia de la investigación arqueológica, principalmen-te desde la perspectiva de los estudios regionales. En seguida, comentaré breve-mente la situación actual de las arqueologías nacionalistas, marcada por delicadas tensiones entre investigadores extranjeros y locales y alimentadas, a su vez, por la gran desigualdad en la accesibilidad de fondos de investigación, percibida incluso como una continuación del imperialismo científico. Ambas secciones abordan tres interrogantes básicas. Las dos primeras conciernen a los actores y a sus me-todologías. La tercera es más bien compleja, pues indaga por las motivaciones de los arqueólogos del pasado y el presente. Para concluir este trabajo, resalto el rol de las identidades locales y regionales en la construcción cultural de su entorno y el estudio de las tecnologías productivas andinas como ejemplos de una visión utilitarista y social de la arqueología, aquel quehacer científico que tiene por ob-jeto el estudio del pasado, en sus múltiples manifestaciones, a partir de la cultura material.

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El pasado antes de la arqueología

La época colonial se caracteriza grosso modo por la incomprensión y el temor del Estado y sus agentes ante la cultura indígena andina. Ésta era percibida ini-cialmente como una amenaza, tanto ideológica como militar. Así lo demuestran la reubicación forzosa en reducciones de la mayor parte de la población de los Andes a partir de 1570, las campañas inquisidoras de extirpación de idolatrías de los siglos XVI y XVII y la brutal represión de protestas locales y puntuales inicialmente ligadas a los Inkas rebeldes de Vilcashuamán y luego proyectadas como intentos de sublevación general. A partir del huaqueo de los cementerios de Chincha auspiciado por la familia Pizarro en 1533, los objetos y monumentos del pasado fueron sistemáticamente atacados, destruidos y saqueados, reducidos al fin a una fuente de riqueza “natural” cuya explotación fue reglamentada por las leyes de la minería.

Los cambios en el imaginario de las élites políticas que se suceden en los albores de la fundación de la República del Perú son notables en este sentido. Según Quijada (1994), el advenimiento del discurso independentista a partir de la segunda década del siglo XIX marca el reemplazo del binomio simbólico tutelar “Rey y Reina” por “La Patria y Manco Cápac”. El lugar central que las antiguas civilizaciones ocupan en el imaginario de la emergente nación, representado por el mítico fundador del Imperio inca, sin embargo, se pierde ya hacia 1840, época en la que “el indio” es expulsado del mito fundacional (Quijada 1994). Esta reac-ción puede estar ligada a la falta de entusiasmo por parte de la población rural por un proyecto nacional contrario a sus intereses particulares1 (Piel 1970). No es éste el lugar apropiado para discutir las complejas posiciones en torno al pasado de los diferentes segmentos sociales, pero es pertinente resaltar que este cambio ideoló-gico fundamenta la negación del derecho indígena a una ciudadanía plena en la historia. De manera tácita e implícita la nación acepta y adopta, a mediados del XIX, la teoría evolucionista de Lewis H. Morgan, para fundamentar la inequidad (Quijada 1994; cf. Díaz-Andreu 1999).

Viajeros y naturalistas: ¿pioneros de la arqueología científica?

Pese a sus dispares motivaciones, los viajeros y naturalistas europeos que se in-teresaron por el pasado durante la segunda mitad del siglo XIX son comúnmente considerados los pioneros de la arqueología en los Andes centrales. No solamente

1 Me refiero especialmente a la brevísima y casi simbólica abolición del tributo indígena en 1821.

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introdujeron las metodologías científicas de su época, sino que reunieron colec-ciones que despertaron el interés de otros por la historia antigua “de los Inkas”. Destacan los polifacéticos científicos alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss, quienes recorrieron Sudamérica entre 1868 y 1876. El interés predominante de ambos humanistas, miembros de acaudaladas familias de industriales, era la geología, especialmente la vulcanología, aunque realizaron también trabajos en astronomía y meteorología y reunieron importantes colecciones zoológicas, etno-gráficas y arqueológicas. Sus excavaciones en Ancón en 1884 (Reiss 1880-1887), bellamente ilustradas y recientemente reeditadas y analizadas (Haas 1985, 1986; Kaulicke y Reiss 1983; Kaulicke 1997), se citan con frecuencia como la primera excavación arqueológica realizada en Perú. El objetivo central del trabajo de Reiss y Stübel en Ancón fue reunir aquella colección de piezas arqueológicas que ter-minó en el Museo de Berlín, donde llamaría la atención de Heinrich Cunow y el joven Max Uhle, entre otros.

La larga lista de viajeros acomodados que se ocuparon de visitar y hua-quear “yacimientos” arqueológicos en la segunda mitad del siglo XIX incluye al diplomático norteamericano Ephraim George Squier, quien estuvo en los Andes entre 1862 y 1868 como comisionado del presidente Lincoln; al ciudadano suizo radicado en EE. UU., Adolph Bandelier –admirador de Alexander von Humboldt y corresponsal nada menos que de L. H. Morgan–, y al noble suizo Johann Jacob von Tschudi (1818-1889), gran amigo de la zoología (Kaulicke 2001). Entre los ciudadanos peruanos que realizaron viajes ilustrados según la usanza de las élites europeas, se destacan el eminente italiano nacionalizado peruano Antonio Rai-mondi, José Toribio Polo y Mariano Eduardo de Rivero y Ustariz, colaborador de Tschudi, que luego fue nombrado primer director del Museo Nacional.

El porqué de estas actividades de exploración del pasado se enmarca de ma-nera global en el afán científico humanista de la época, nacido de las ideas de pro-greso vinculadas a la Revolución Francesa. La justificación para la excavación de sitios arqueológicos y la apropiación de sus riquezas materiales se halla basada en una visión normativa de la ciencia ligada, en el caso de Reiss y Stübel (y otros), a una intolerancia y disgusto frente a la sociedad local por parte de los europeos vi-sitantes. En otras palabras, la razón se halla amparada en una compleja separación entre los indios (y mestizos) no civilizados del presente y los Inkas civilizados del pasado. Mientras que los primeros no generan mayor interés, el estudio de las “al-tas culturas” “ennoblece” a quienes lo practican. Este razonamiento parece haber calado hondo en la conciencia de las élites de la época y bien puede considerarse parte del fundamento ideológico para la instalación de las primeras colecciones privadas de antigüedades. La emulación de prácticas comunes entre la nobleza europea ilustrada del siglo XIX probablemente no era casual.

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170 aLExandEr HErrEra

Cabe destacar que el huaqueo –la búsqueda de objetos arqueológicos asocia-dos a tumbas para su venta– comienza a ser considerado un problema ya en las primeras décadas del siglo XX. Así lo demuestran las denuncias de Aleš Hrdlička en 1913 sobre excavaciones de fin de semana practicadas por trabajadores del ferrocarril en la costa norte (Hrdlička 1914). ¿En qué se diferenciaba este hua-queo de las excavaciones de fin de semana conducidas y auspiciadas por la élite peruana como actividades adecuadas para un fin de semana “ilustrado” en el campo? Es difícil saberlo, pero puede decirse que el énfasis en la búsqueda de metales preciosos durante la época colonial fue paulatinamente reemplazado por la búsqueda de antigüedades y “objetos de arte primitivo”. Esta percepción de la huaquería perdura hasta bien entrado el siglo XX y se mantiene aún vigente entre algunas élites rurales en el norte del Perú. No es casual, entonces, que la primera publicación de objetos arqueológicos de los Andes centrales sea un catálogo de venta (Macedo 1881).

Los primeros arqueólogos profesionales, padres de la arqueología peruana

En una rara reflexión escrita sobre el quehacer arqueológico, Max Uhle, uno de los dos “padres” de la arqueología peruana, indica que “[...] el estudio de las civi-lizaciones perdidas [es] para el progreso de las civilizaciones del presente” (citado en Rowe 1954: 54, traducción del autor). Antes de llegar a Sudamérica en 1895, donde pasaría casi tres décadas registrando y excavando sitios arqueológicos, Max Uhle (1856-1944) fue asistente en el Anthropologisch-Ethnographisches Museum de Dresde. En los Andes centrales trabajó visitando, describiendo y excavando sitios arqueológicos, y rescatando, comprando y enviando piezas al exterior, pri-mero a instituciones alemanas y luego a instituciones en EE. UU. (Rowe 1954; 1998; Kaulicke 1998; Lumbreras 1998; cf. Hoeflein 2002).

Uhle no profundizó mayormente en el porqué de la investigación del pasado, ni desarrolló un acercamiento teórico explícito. Su labor se centró más bien en el acopio, la descripción sistemática y el fechado de hallazgos arqueológicos (Rowe 1954). Uhle fue, sin lugar a dudas, el primer gran maestro de la escuela de Histo-ria Cultural en los Andes centrales. El esquema cronológico actual, que intercala dos períodos “intermedios” de desarrollos regionales entre tres “horizontes cultu-rales” de amplia extensión, se basa en sus trabajos de campo, principalmente en sus excavaciones en Pachacamac, al sur de Lima.

La influyente comprensión de Uhle de los procesos históricos andinos abar-caba tanto elementos evolucionistas como difusionistas. En resumidas cuentas, la

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gente “civilizada” practica la agricultura (a diferencia de la gente “primitiva”); y la “civilización” fue traída al continente americano por migrantes del Asia que arribaron en el continente americano durante el segundo milenio antes de la era cristiana (Uhle 1910, 1913, 1940). La narrativa histórica centrada en agricultores migrantes como difusores de la “civilización” entre las gentes “primitivas” del Ande, que luego se convertían en gobernantes legítimos, resonaba sin duda con la autoconcepción de los capitalistas agrarios de la época, tal como Patterson (1984) señala con razón.

El segundo padre de la arqueología peruana fue Julio César Tello (1880-1947), un hijo de campesinos de Huarochirí, en la sierra de Lima, que ha llegado a personificar un arquetipo nacional: el científico mestizo peruano. Tello se gra-duó en medicina en la UNMSM en 1908, obteniendo el título de Antropología en la Universidad de Harvard en 1911 (Astuhuamán y Daggett 2005). Su vida es inseparable del desarrollo de la arqueología profesional en Perú: su tumba se encuentra en el Museo Nacional de Arqueología Antropología e Historia del Perú de Pueblo Libre, Lima, marcada por una réplica de la escultura Chavín que lleva su nombre.

Los trabajos de Tello, sus estudiantes y otros entusiastas investigadores de su generación, se basan en una metodología de investigación idiosincrásica que integra la arqueología, los mitos y las tradiciones modernos y relatos etnohistóri-cos. Sus trabajos de campo, por lo tanto, pueden ubicarse entre la exploración y el reconocimiento sistemático (ver abajo). Así, la Primera Expedición Científica de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos al río Marañón, en 1919, se estruc-tura a lo largo del Camino Inka del Chinchaysuyu, parte integral del sistema de caminos también conocido como el Qhapaqñan (Hyslop 1984). Así, la expedición recorre cientos de kilómetros y enfoca monumentos de especial interés ubicados a lo largo de rutas de tránsito tradicionales.

Los arduos debates en torno al origen de la “civilización” andina entre Uhle y Tello, y luego entre este último y Rafael Larco Hoyle, marcan de manera funda-mental las primeras décadas de la investigación arqueológica profesional en Perú. En contra de la posición difusionista de Uhle, Tello propone un origen autóctono, serrano y de fuerte influencia amazónica para las culturas andinas. Así, el sitio de Chavín de Huántar sería el centro de la “Cultura madre de la civilización Andina” (Tello 1960).

Investigaciones posteriores y el método de fechado por medio del análisis de radiocarbono han apoyado la teoría del origen costeño de Larco, némesis perua-na de Tello. Las actuales investigaciones en Caral, en el valle de Supe, por Ruth Shady y su equipo de la UNMSM, así como los trabajos regionales en los valles

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del Norte Chico (valles de Huaura, Supe, Pativilca y Fortaleza) por el equipo diri-gido por Jonathan Haas y Winifred Creamer, sin embargo, demuestran también la importancia fundamental del intercambio y la vinculación de múltiples centros en el desarrollo de las sociedades complejas del cuarto milenio antes de nuestra era, durante el Pre-cerámico Tardío. Si bien se han despejado muchas dudas en torno al dónde y al cuándo, quedan aún muchas interrogantes por resolver en torno al cómo del proceso de desarrollo de las sociedades complejas en la costa nor-cen-tral del Perú, en especial en lo concerniente al rol de la interacción interregional en el desarrollo de la sociedad.

A diferencia de Uhle, el afán de los trabajos de Tello se vincula íntimamente al movimiento indigenista nacional de la primera mitad del siglo XX. Su interés principal era la revaloración del estatus de los antiguos pobladores del Ande, sus obras y sus culturas. Sus esfuerzos le valieron una curul en el Congreso de la República entre 1917 y 1929. Actualmente, el nombre de Tello tiene un aura casi mítica, principalmente entre estudiantes de trasfondo rural en las universidades públicas.

El imperialismo científico

Es a partir de la mitad del siglo XX que surge y se consolida una posición que bien podríamos llamar el imperialismo científico en arqueología. El imperialismo científico se define como una situación en la que los conceptos teóricos y metodo-lógicos desarrollados en un país con mayores recursos científicos son recomenda-dos para ser aplicados a países pobres y con realidades muy distintas.

Los trabajos pioneros de Gordon Willey, colega de Julian H. Steward en el Bureau of American Ethnology, representan el primer esfuerzo por instrumenta-lizar uno de los valles-oasis de la costa oeste de Sudamérica como un laboratorio de investigación regional. Así, Edward Lanning, Donald Collier, James Ford y otros destacados arqueólogos norteamericanos sentaron las bases de una metodo-logía de gran alcance para el análisis regional en arqueología en todo el mundo.

A partir de sus estudios en el valle de Virús, Willey define patrones de asen-tamiento como:

la manera en que el hombre se dispuso sobre el paisaje en que vivía. Se refiere a las moradas, su ordenamiento, y a la naturaleza y disposición de los otros edificios vincu-lados a la vida en comunidad. Estos asentamientos reflejan el medio ambiente natural, el nivel de tecnología de los constructores y las diferentes instituciones de interacción y control social que la cultura mantenía. Dado que los patrones de asentamiento son,

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en gran medida, formados directamente por las necesidades culturales, ofrecen un punto de partida estratégico para la interpretación funcional de culturas arqueológi-cas. (Willey 1953: 1, traducción del autor)

Cabe recalcar la importancia del estudio regional en el valle de Virú, publi-cado en 1953, como el nacimiento del reconocimiento sistemático en unidades de muestreo definidas por parámetros ecológicos. La ininterrumpida popularidad de utilizar los valles de la costa peruana como laboratorios arqueológicos se ex-plica en buena medida por los supuestos de la Ecología Cultural. Como unidades relativamente pequeñas y delimitadas claramente, al oeste por el océano y por desiertos al norte y al sur, con una alta densidad de restos arqueológicos en buen estado de conservación, se prestan para estudiar la relación entre cultura y eco-logía. Así, por ejemplo, las prospecciones de David Wilson en los valles de Santa (Wilson 1988) y Casma (Wilson 1995) contrastan con los modelos de circuns-cripción ecológica y social, ambos basados en la teoría de la circunscripción de Robert Carneiro acerca del origen del Estado.

El trabajo de Willey y sus seguidores permitió profundizar la propuesta de Larco, y definir los valles de la costa del Pacífico como centros o núcleos de desarrollo cultural. El estudio de los orígenes y el desarrollo de las jerarquías sociales continúa siendo un tema importante de la investigación regional en la costa andina (por ejemplo, Billman 2001; Daggett 1984, 1987a; Haas et al. 1987; Proulx 1968, 1973, 1985; Wilson 1988, 1995; cf. Lamberg-Karlovsky 1989; Willey y Sabloff 1993). Estos estudios tienden a enfocar el rol de parámetros ambientales, la presión poblacional y la guerra como catalizadores de cambio cultural.

El porqué de estas investigaciones está entonces ligado a los debates en la arqueología mundial, enraizado en una visión de la realidad como un orden natural que sólo puede conocerse utilizando métodos científicos que desligan a los hechos de su matriz sociopolítica. Cabe anotar que en las décadas de 1960 y 1970, y en algunos casos hasta ahora, la arqueología mundial se comprendía como la aplicación de los modelos teóricos de la arqueología sistémica –pro-puestos por Binford y Clarke, primero, y elaborados por científicos de la talla de Kent Flannery y Colin Renfrew, después– a los restos arqueológicos del mundo.

El historicismo

Un acercamiento diferente, crítico del evolucionismo inherente a la Ecología Cul-tural, es el particularismo histórico propugnado por el recientemente fallecido John Howland Rowe en las décadas de 1950 y 1960. Desde esta perspectiva, el

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desarrollo histórico andino es autóctono y original. A diferencia de la visión evo-lucionista de un desarrollo por etapas de la mano con avances tecnológicos, Rowe veía en el prestigio y el poder social los principales motores de cambio cultural.

El acercamiento netamente empiricista y centrado en la reconstrucción del pasado (histórico y arqueológico) como narrativa histórica requería un sólido marco temporal. Por lo tanto, Rowe y sus colegas y estudiantes, Dorothy Menzell, Lawrence Dawson y John P. Thatcher, entre otros, dedican buena parte de sus esfuerzos a construir y refinar el edificio cronológico para la arqueología andina, partiendo de los esfuerzos de Uhle. Pese a crecientes críticas y divergencias de nomenclatura, el marco cronológico establecido por estos investigadores continúa siendo el más usado en el área andina central.

En la década de 1970, este historicismo se entrelaza con acercamientos en-focados en el rol del intercambio y el comercio. El impacto de los trabajos de John Victor Murra, sin embargo, recién se hace sentir hacia finales de la década. Este discurso, basado en el modelo de la complementariedad ecológica, también llamada teoría de la verticalidad, enfatiza la organización espacial de las relacio-nes de producción, en una sutil aplicación de este concepto marxista a partir de la lectura de fuentes documentales. Ambas corrientes surgen como reacción al evolucionismo imperante en arqueología a partir de la etnohistoria y mantienen su vigencia en la historiografía y arqueología andinas.

La reacción marxista

La arqueología social latinoamericana puede comprenderse como una respuesta re-gional al imperialismo académico y científico en arqueología. Basado en la lectura de autores como Heinrich Cunow y Vere Gordon Childe, el pensador autodidacta Emilio Choy sentó las bases de una arqueología marxista en el Perú hacia fines de la decada de 1950. A inicios de la década de 1970, durante el gobierno del general Velasco Alvarado, Luis Guillermo Lumbreras, quien llegó hace pocos años a ser di-rector nacional del Instituto Nacional de Cultura, surgió como una de las figuras más importante de la arqueología social en el Perú (Lumbreras 2005; Tantalean 2005).

La propuesta de Lumbreras (1981) combina el énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas de la Segunda Internacional con el énfasis en la ideología de Althusser, acercamiento difundido en Latinoamérica por la pensadora chilena Martha Harnecker (1969). El discurso de Lumbreras prescinde del lenguaje técni-co y “cienticista”, profesional y “complicado” que caracterizaba el discurso de su generación, para enmarcar la comprensión de las sociedades pasadas en términos relevantes para la población rural del presente (Patterson 1992).

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La perspectiva del grupo de pensadores “Evenflo” –Luis Lumbreras, Mario Sanoja, Iraida Vargas-Arenas y Luis Felipe Bate, entre otros– se centra en el estu-dio de cambios históricos en las relaciones sociales, particularmente en el proceso de producción que, según ellos, determina el modelo social y la ideología. Quizás el logro más grande de la arqueología marxista ha sido poner en tela de juicio las dimensiones políticas del quehacer arqueológico (Trigger 1989; cf. Lumbreras 2005).

Comprender el estudio del pasado en términos de una práctica política en el presente no ha llevado, sin embargo, al desarrollo de una metodología clara para la realización del compromiso social. Afortunadamente, la práctica arqueológica de campo abre dinámicos espacios de comunicación en antiguos lugares sagrados y en aulas de colegio. Indagar sobre la compleja interacción de jóvenes intelec-tuales urbanos y la población rural, una suerte de antropología de la arqueología, puede ayudar entonces a dirigir la producción del conocimiento hacia lo social. Fortalecer las identidades locales mediante el rescate de las historias locales y la aplicación práctica del conocimiento arqueológico, en proyectos de infraestruc-tura vial, agrícola o pastoril, por ejemplo (ver abajo), son dos posibles caminos en esta dirección.

El estudio regional del pasado

Según Jeffrey Parsons, Charles Hastings y Ramiro Matos (2000: 1-10), se pueden diferenciar tres etapas principales en el desarrollo de la arqueología regional en los Andes centrales. La primera se caracterizaría por viajes “ilustrados” de ex-ploración, como aquellos realizados por Wiener o Raimondi en la segunda mitad del siglo XIX. La segunda sería la fase del reconocimiento “extensivo”, e incluiría los trabajos de Tello, por ejemplo. La tercera sería la época del reconocimiento sistemático “moderno”, es decir, la prospección arqueológica o “survey”.

Este esquema, útil para comprender a grandes rasgos la transición de una arqueología centrada en los más grandes y espectaculares monumentos hacia los acercamientos regionales sistemáticos, asume que la prospección tecnificada y sistemática, como aquellas realizadas por Parsons –y sus colegas y alumnos– en la sierra central del Perú, es una precondición necesaria para abordar preguntas profundas o de largo alcance teórico o histórico. Esta posición es problemática, sin embargo, no tanto por asumir un desarrollo unilineal de la disciplina ni por proponer que la prospección moderna es mejor, sino porque el uso del muestreo regional basado en métodos estadísticos o la prospección geofísica no son metas importantes de investigación per se.

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Si bien la importancia de mejorar constantemente la capacidad de detección de sitios es innegable, creo que la posibilidad de detectar lugares que fueron sig-nificativos en el pasado depende más de una adecuada comprensión de la cultura bajo investigación. Específicamente, es importante saber cómo se adscribieron significados culturales al paisaje en el pasado. Así, hay rocas wanka y montañas apu de carácter sagrado que presentan poca o ninguna modificación artificial. La identificación de éstos y otros posibles ejes de un espacio valorado y no eucli-diano depende más de los ojos con los que miramos el paisaje que de los lentes de aumento que utilicemos. Ciertamente, la eficacia del método siempre estará supeditada a lo que del pasado queremos saber.

Tendencias actuales

El ímpetu crítico de la posmodernidad ha llevado a muchos, arqueólogos y an-tropólogos a reconsiderar seriamente las nociones del tiempo (Gell 1992; cf. Sil-verman 2004) y del espacio. Las repercusiones afectan tanto la visión del tiempo-espacio vivido en el pasado –o las visiones de los tiempos-espacios vividos en el pasado– como nuestras categorías analíticas temporales y espaciales en el presen-te. El impacto de las obras de Pierre Bourdieu, Anthony Giddens y otros teóricos postmodernos en los Andes –y en buena parte de América Latina– ha sido más bien débil, sin embargo.

Es poco sorprendente, entonces, que los alcances de las corrientes teóricas de la llamada arqueología “posprocesual” (o interpretativa) sean propugnados por arqueólogos británicos y norteamericanos, Bill Sillar (Isbell y Uranich 2004), Wi-lliam Isbell (1997) y Isbell y Vranich (2004), entre ellos. En cambio, el estudio del pasado en los Andes centrales por parte de investigadores lationamericanos halla inspiración en la fuerte crítica del positivismo sobre la que se basa la arqueología social latinoamericana, y no tanto en las corrientes “poscoloniales” que caracteri-zan a los discursos antihegemónicos en torno a la cultura en África o Asia (Bha-bha 1994; Said 1979). Cabe recordar que en su gran mayoría las investigaciones arqueológicas en los Andes centrales son financiadas y dirigidas por arqueólogos extranjeros, en colaboración con arqueólogos locales, básicamente por la escasa voluntad política de los estados para invertir en investigación científica en las ciencias sociales. Es común, entonces, hallar en los Andes proyectos de investi-gación en los que el director y el (o los) co-director(es) piensan de manera muy distinta acerca del porqué de su labor.

Pese al creciente número de arqueólogos profesionales y a la internaciona-lización de congresos y eventos académicos, es notoria la escasez de investiga-

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ciones por parte de arqueólogos latinoamericanos en Latinoamérica, fuera de sus respectivos paises. Existe aquí, entonces, una oportunidad de gran alcance para impulsar la integración regional mediante el estudio conjunto del pasado. Así parecen haberlo entendido las autoridades de Brasil, país que destaca por sus programas de becas de estudio e investigación abiertos a candidatos extranjeros. El Proyecto Qhapaq Ñan, financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y auspiciado por la UNESCO, ha dado otro paso integracionista con el estudio y puesta en valor coordinada –mas no conjunta– de una parte importante del siste-ma vial Inka.

El futuro del pasado en los Andes centrales

Pese a la inestabilidad política y económica que caracteriza a los Andes centrales, se puede vislumbrar que en las próximas décadas las investigaciones derivadas de la mal llamada arqueología mundial se verán complementadas de manera crecien-te por temas de investigación que respondan a las exigencias locales y regionales derivadas de la pobreza extrema en el ámbito rural y una historia de asentamiento profundamente marcada por la experiencia colonial. Los primeros pobladores, el surgimiento de la desigualdad social y las transformaciones ideológicas con-tinúan siendo temas de interés, no sólo en la arqueología de los Andes centrales. El desplazamiento de las escalas de enfoque, del estudio de culturas al estudio de unidades domésticas y comunidades, es otro fenómeno mundial. En cambio, el re-punte del interés por la metalurgia andina (por ejemplo, Shimada y Griffin 2005; Lechtman 2005) parece coincidir con el auge minero de las últimas décadas, el cual probablemente continuará durante varios lustros.

Dos temas de investigación, muy distintos pero que pueden resultar com-plementarios entre sí, parecen vislumbrarse en el horizonte andino. El primero concierne el rol de las identidades locales y regionales en la construcción cultural de su entorno. El segundo es el estudio de las tecnologías productivas andinas, con vistas a su aplicación práctica.

La necesidad de fortalecer las identidades locales se desprende de la crecien-te contestación de mitos nacionales excluyentes que niegan las identidades rurales mayoritarias (indígenas) y propugnan una identidad campesina única y estática. Desarrollar un marco teórico apropiado para el estudio de trayectorias históricas específicas implica trascender las divisiones tradicionales entre la arqueología histórica y prehistórica e incluir las transformaciones de la época colonial y re-publicana. En este tema de estudio deberán confluir no sólo la etnohistoria, la lingüística histórica y la arqueología, sino la ecología histórica: el estudio de pro-

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cesos geomorfológicos, del cambio climático y de la historia de la fauna, la flora y el paisaje como una creación cultural de conjunto. Cabe anotar que el avance de las investigaciones histórico-arqueológicas en torno a la identidad andina ha empezado a mostrar matices propios, narrativas de continuidad histórica de largo aliento que prescinden de lo “indio” o “indígena” (Salomon 2002).

En segundo lugar, la necesidad de atender la extrema pobreza y el repetido fracaso de múltiples programas estatales de desarrollo rural continúan abriendo espacios para alternativas basadas en el estudio de tecnologías prehispánicas (He-rrera: en preparación). Son conocidos los proyectos de rehabilitación de las últi-mas décadas, en campos elevados (waru waru en quechua, -suka kollu en aymara y camellones en castellano local) en la cuenca del lago Titicaca (Erickson 1986, 1993, 1999, 2000; Erickson y Chandler 1989; Kolata 1991, y de terrazas arqueoló-gicas en los valles de Cañete (Fonseca y Mayer 1978; Fonseca 1986; Hervé et al. s. f., Wiegers et al. 1999), Colca (por ejemplo, Denevan 1986, 1987, 1988; Malpass 1987; cf. Treacy 1994 y Gelles 2000), entre otros (Kendall 1997, 2005). El cre-ciente precio que la lana de alpaca viene alcanzando en el mercado internacional augura buenas perspectivas para la recuperación de pastizales irrigables y la re-habilitación de sistemas hidráulicos prehispánicos. La reciente reintroducción de alpacas luego de más de 300 años en la sierra norte del departamento de Ancash viene dando resultados alentadores.

Las investigaciones de Kevin Lane en la puna de la Cordillera Negra, por ejemplo, sugieren que la distribución de tumbas prehispánicas se halla íntima-mente vinculada a antiguas áreas de pastoreo (2000, 2006; Lane et al. 2004). Así, la asociación directa del corral principal de alpacas, construido hace poco por los miembros la comunidad de Cajabamba Alta, y la tumba de cámara megalítica y semisubterránea –machay– ubicada en su interior –probablemente construida en-tre los siglos XI y XV d.C.–, se inserta en una larga tradición, cuyos lazos con la memoria colectiva actual (Herrera y Lane 2006, passim) merecen mayor atención etnográfica.

Finalmente, cabe mencionar un trabajo en curso de gran potencial simbóli-co que debería finalizarse a finales de 2005. Se trata de la recreación del puente colgante de fibra vegetal, de 40 m de luz, tendido sobre el río Yanamayo durante la época Inka. Este rescate tecnológico es más que una alternativa vial basada en sistemas de tránsito antiguos que da trabajo ocasional a los lugareños y esperan-zas a los promotores del turismo receptivo en la región. Es un ejemplo de cómo una tecnología adaptada a las condiciones locales puede impulsar el trabajo co-munitario y reforzar así la identidad en una zona rural de pobreza extrema. Ante los graves retos del presente, la aplicación de la arqueología es una manera de dar futuro al pasado.

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ArqueologíA y formAción profesionAl: esbozo pArA unA cArtogrAfíA históricA

lAtinoAmericAnA

Luis Gonzalo Jaramillo E.

Introducción

Una parte importante de la literatura arqueológica reciente en Latinoaméri-ca tiene que ver con las historias nacionales sobre la conformación de la ar-queología como disciplina (Oyuela-Caycedo 1994a; Gassón y Wagner 1994; Fitzgerald 1994; Mora y Flórez 1997; Zarankin y Acuto 1999; Palomar y Gassiot 1999; Mora 2000; Meneses y Gordones 2001; Langebaek 2003; Haber 2004a y b; Cooke y Sánchez 2004; Medina 2004; Ángelo 2005; Benavides 2005, Botero 2007), ejercicio que se ve complementado por algunas de las contribuciones de este volumen, así como con los análisis a diferentes escalas sobre las estructuras teóricas y metodológicas que sustentan la práctica arqueológica contemporá-nea tanto nacional como regional (Lumbreras 1990; Morse 1994; Gnecco 1995; 1999; Varese 1996; Oyuela-Caycedo et al. 1997; Patterson 1994; Fournier 1999; Benavides 2001; Politis 2003; Gnecco y Piazzini 2003; Haber 2004a y b; Mar-tínez y Bader 2004; Gómez 2005; Langebaek 2005; Miotti 2006; Varios 2006; Gnecco y Langebaek 2006). Lo mismo no puede decirse, no obstante, del tema de la formación profesional en arqueología, al menos sobre la base de una pers-pectiva comparativa regional y, por extensión, de la enseñanza de la arqueología en general.

Esta situación se hizo evidente en el momento en que tratamos, sin éxito, de recabar rápidamente datos consolidados que permitieran dimensionar la situación de la arqueología como hecho académico (léase formación en), información que esperábamos sirviera para analizar la relación entre las historias de la disciplina y la realidad contemporánea (según se manifiestan éstas en las diferentes contri-buciones de este volumen), con la estructura de la formación profesional vigente, de cara al futuro inmediato.

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188 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Enfrentados a la realidad de que precisar siquiera datos tan básicos como el número de instituciones que ofrecen formación en arqueología, su ubicación por país y las modalidades curriculares existentes era una tarea muy compleja y dispendiosa, decidimos realizar una búsqueda sistemática sobre estos temas, incluyendo además un análisis de los planes de estudio y prácticas pedagógicas, esfuerzo cuyos resultados son la materia de este ensayo.

Consideramos que esta tarea es un complemento necesario de aquellas pers-pectivas históricas y teórico/metodológicas sobre la disciplina, ya que en el marco de las actuales condiciones constitucionales y políticas de los países de la re-gión –marcadas especialmente por una perspectiva multiétnica y pluricultural, la existencia de una amplia gama de acuerdos internacionales para la defensa y protección de bienes arqueológicos y una creciente participación de los colectivos locales en los procesos de investigación y manejo de los recursos culturales– re-sulta importante evaluar el efecto que estas circunstancias y los fuertes procesos de integración económica y política están teniendo o tendrán sobre la arqueolo-gía como hecho académico y profesional (laboral), mediante la estandarización de metodologías, prácticas profesionales, principios éticos gremiales, movilidad laboral, etcétera.

Esta perspectiva, en últimas, se pregunta sobre cuál es y cuál ha sido la relación entre academia y desarrollo disciplinar, partiendo del supuesto de que lo que aquí denominaremos como el “hecho académico” –estructura curricular, contenidos, duración, exigencias de grado, etc.– son todos elementos activos y es-tructurantes de la realidad de cualquier disciplina. De allí, sigue, entonces, que in-dagar sistemáticamente sobre este aspecto sea una contribución importante para comprender el fenómeno de la arqueología en general como praxis académico-profesional en Latinoamérica.

El ejercicio que presentaremos, y que por razones que anotaremos a conti-nuación debe considerarse como un estudio de carácter exploratorio, tiene como correlatos interesantes el estudio de Ruiz de Arbulo (1998) que compara la situa-ción de España frente a países como Francia, Italia e Inglaterra; el estudio de Co-lley (2004) para Australia, y las reflexiones surgidas, por ejemplo, en el contexto de las actividades promovidas por la Society for American Archaeology (Bender y Smith 1998), relacionadas con la formación académica para el siglo XXI en el contexto de Estados Unidos.

Para Latinoamérica, como indicábamos al comienzo del texto, la informa-ción sobre la formación profesional en arqueología es escasa, aunque es relevante destacar la importancia creciente que se le da a una reflexión sobre el tema de la docencia (Fernández 2003; Funari 2000; Najjar y Najjar 2007), y quizás, val-

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ga la pena añadir, con una perspectiva comparativa regional. Esta tendencia se evidencia en el hecho de que los estudiantes latinoamericanos de antropología y arqueología, reunidos en el VII Foro Estudiantil Latinoamericano de Antropolo-gía y Arqueología, FELAA 2000, realizado en Perú, establecieron, como uno de sus objetivos específicos, debatir “acerca de la enseñanza y la práctica de dichas disciplinas a nivel nacional y latinoamericano” analizando los distintos progra-mas en cuanto a los planes curriculares, metodologías de trabajo de campo y otros aspectos relevantes (FELAA 2000)1.

La presentación que haremos de nuestra contribución a este propósito está organizada en tres secciones. La primera está dedicada a unas consideraciones generales sobre la conformación de la muestra y la estrategia analítica imple-mentada. En la segunda sección se evalúan tanto la oferta de programas para la formación académica de arqueólogos (número y tipo de programas ofrecidos y la composición de los planes de estudio, según los diferentes niveles de formación) como la oferta en que la arqueología aparece como complemento de otras disci-plinas o contextos académicos. En la tercera sección, los resultados obtenidos se integran con diversas ideas y datos de lo que es el ejercicio profesional en la actualidad, para, a manera de conclusión, presentar unas reflexiones sobre lo que “debe ser” o “será” la formación en arqueología en el marco tecnológico y económico del siglo XXI. De aquí, entonces, que lo que pretendemos hacer es un aporte a la cartografía histórica de este fenómeno en el contexto latinoamericano, comenzando hoy con un esfuerzo por sintetizar la naturaleza de la oferta actual y una caracterización de la misma.

De la muestra y de los datos para el análisis

Aunque la muestra de países estuvo inicialmente circunscrita a Colombia y sus vecinos territoriales (Perú, Brasil, Venezuela, Ecuador y Panamá) –en razón ex-clusiva de lo que se definió como eje temático del I Seminario Internacional de Arqueología UNIANDES, como fueron el estado y perspectivas de la investiga-ción arqueológica en los “alrededores” de Colombia (según explicamos en la pre-sentación de este volumen)–, rápidamente vimos la necesidad de ampliar el área de investigación, ya que las historias mismas del desarrollo disciplinar en estos países indicaban la necesidad de una perspectiva más incluyente sustentada en la

1 Las conclusiones de este foro sobre el tema de la docencia pueden encontrarse en http://www.geocities.com/felaa/. Como se ve allí, y hasta donde hemos podido hacer el seguimiento, la discusión no trascendió al punto de concretarse en documentos de trabajo o artículos publicados en medio digital o impreso.

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relevancia de otras conexiones y vínculos macrorregionales. Así, entonces, resol-vimos tomar como universo analítico las 30 unidades políticas conformadas por los 17 países desde México hacia el sur, que corresponden a lo que técnicamente se conoce como Latinoamérica (México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Ni-caragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil, Uru-guay, Paraguay, Bolivia, Chile y Argentina), así como Belice, Surinam, Guyana, Guayana (Francesa) –(la “Sub América” de Bate 2001: 106)–, y nueve unidades de la región Caribe (Cuba, Puerto Rico, Jamaica, Haití, República Dominicana, Trinidad y Tobago, San Vicente y las Granadinas, Barbados y Granada).

Si bien con la investigación se pretendió ser lo más exhaustivos posible, vale mencionar algunos hechos que podrían estar comprometiendo esta intención, aunque tengamos un buen grado de confianza en la muestra consolidada. En pri-mer lugar, debemos mencionar los problemas de inconsistencias entre diversas fuentes, en particular, entre las páginas web de las universidades e institutos de formación superior y los sitios o portales de los ministerios de Educación y bancos de datos sobre educación de diferentes tipos de organismos tanto nacionales como regionales y multinacionales. Para sorpresa nuestra, por ejemplo, encontramos que en muchos casos la información que reportan los ministerios de Educación no concuerda con el número de las ofertas de instituciones que ofrecen educación en arqueología/antropología en un determinado país. Este tipo de dificultades no es exclusivo de la arqueología y, por el contrario, hay que señalar, son la base de iniciativas que pretenden contribuir a aliviar tal situación, como el proyecto ME-SALC (Mapa de Estudios Superiores en América Latina y el Caribe), promovido por el Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC) (Jaffé 2007).

Un segundo aspecto es el cambiante escenario en la oferta académica, tanto por el surgimiento de programas nuevos como por la reforma y suspensión parcial o definitiva de otros. Esta dinámica hizo que fuese de gran ayuda la colaboración que recibimos de varios colegas para precisar y aclarar el estado del arte en términos de formación universitaria, como fueron Cristiana Barreto (Brasil), Juan-Martín Rin-cón (Panamá), Florencio Delgado (Ecuador), Claudia Rivera (Bolivia), Rafael Gas-són (Venezuela) y Jesús Rafael Robaina Jaramillo (Cuba), a quienes agradecemos su colaboración, no sin antes dejar sentado que sólo nosotros somos responsables de los errores, omisiones o malentendidos en que aquí se haya incurrido2.

2 Un reconocimiento también para Alejandro Amaya, asistente graduado del Área de Arqueología y Antropología Biológica del programa de Maestría en Antropología de la Universidad de los Andes, por su colaboración en la tarea de recabar la información en internet y en la primera etapa de estandarización de la información, mediante la matriz de análisis diseñada para este propósito.

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Otro hecho que debemos resaltar sobre el proceso de consolidación del cuer-po de información para el ejercicio analítico que asumimos fue la dificultad para comparar sistemáticamente los cuerpos de información recobrados, en particular, sobre los planes de estudio, ya que en muchos casos la información disponible en los portales universitarios es fragmentaria, siendo difícil acceder, por ejemplo, a los programas o planes de estudio detallados. Debe señalarse en este sentido que la respuesta a los correos enviados solicitando aclaraciones o el envío de infor-mación adicional no fue tampoco siempre exitoso, dejando en evidencia que las facilidades informativas de los medios electrónicos pueden resultar frustrantes cuando no están acompañadas de claros protocolos de respuesta a las solicitudes recibidas, más aún cuando se utilizan los canales institucionales de los vínculos titulados “comuníquese con nosotros”. En las tablas que se presentan, la con-vención “SD” (Sin Datos) ha sido utilizada para indicar que no se logró obtener información suficiente o clara para un determinado aspecto.

En términos de la comparabilidad de los datos recogidos, cabe también indicar que, a pesar de una creciente estandarización en la organización de los planes de estudio con el uso de “créditos” como unidad de cuantificación de la experiencia/actividad académica, existe gran diversidad no sólo en la definición de lo que esta unidad representa, cuando es utilizada, sino también en el número total de cursos, el tipo de prácticas extramuros, la organización de las actividades a lo largo del ciclo académico para definir el contenido exacto del programa de un estudiante con énfasis en arqueología, etc., todo lo cual hace extremadamente complejo el cruce de datos, situación que no se restringe a la comparación entre países, sino, incluso, al interior de los países mismos.

Para ilustrar esta diversidad, baste considerar el tema de los créditos: mien-tras que en Colombia, “un crédito equivale a 48 horas de trabajo académico del estudiante, que comprende las horas con acompañamiento directo del docente y demás horas que el estudiante deba emplear en actividades independientes de estudio, prácticas, u otras que sean necesarias para alcanzar las metas de aprendi-zaje, sin incluir las destinadas a la presentación de las pruebas finales de evalua-ción” (Artículo 5 del Decreto 0808 del 25 de abril de 2002), en Venezuela, según el Consejo Nacional de Universidades (CNU), un crédito equivale a 16 horas aca-démicas teóricas o 32 horas prácticas (Rafael Gassón, Comunicación personal, 2007). En Argentina, por su parte, donde la duración se expresa mayoritariamente en horas por año, en el programa de doctorado de la UNICEN, cada curso “… dará un (1) crédito por cada diez (10) horas reales dictadas, con exigencias de lecturas y otras tareas acordes…” (UNICEN s. f.).

El tema de la comparabilidad es tan agudo, que resulta relevante considerar por extenso la observación de Del Bello y Mundet (2001) sobre este aspecto:

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América Latina es una región con una historia de mucha menor movilidad. El gran ta-maño del espacio geográfico, el menor desarrollo económico y de las comunicaciones, y en definitiva una menor tradición de integración, también se reflejan en los sistemas de enseñanza universitaria que presentan una menor comparabilidad. Hasta tal punto que podría plantearse la hipótesis de una mayor compatibilidad de algunos sistemas nacionales con Europa o Estados Unidos que con respecto a la región.

Lo anterior, entonces, debe servir de marco para precisar varias decisiones tomadas, con el fin de generar una matriz analítica que, obviando el problema de las equivalencias entre las diferentes nomenclaturas, unidades de medida aca-démica, duración de los ciclos o programas, etc., permitiera hacer un ejercicio coherente para cuantificar y caracterizar algunas dimensiones de esta compleja realidad que representa el hecho académico-profesional de la arqueología, cons-truyendo así una perspectiva regional sincrónica, que sirva de base para, a media-no plazo, poder emprender un estudio verdaderamente diacrónico.

La primera de las decisiones tomadas tiene que ver con la organización de la información en función de dos niveles de formación, así: Grado (Licenciaturas, Profesorados, B.A./B.S.) y Posgrado (Diplomados, Especializaciones, Maestrías y Doctorados). En este esquema, los programas de grado corresponden a progra-mas de Tercer Nivel de formación, como se denominan en Ecuador, por ejemplo, siendo la Primaria (Educación Primaria, Colombia) y el Bachillerato (Educación Secundaria, Colombia) los niveles 1 y 2, respectivamente. Nuestra búsqueda de información sobre arqueología está limitada a los programas y entornos de los niveles de Grado y Posgrado, según este esquema.

En segundo lugar, utilizaremos la palabra Programa para identificar las ofertas académicas. Ésta tiene como equivalentes los términos de carreras (Co-lombia) o cursos (Brasil). En tercer lugar, el término Plan de Estudio será utili-zado para referirnos al esquema global del proceso académico conformado por la distribución específica de cursos y actividades dentro de un cronograma que finaliza con el otorgamiento de un título. En este sentido, Plan de Estudio es el equivalente de términos como currículo, curricula (México), programa (Colom-bia) y pensum (Bolivia). En cuarto lugar, por Descripción de Cursos entendere-mos las descripciones por extenso que informan del contenido y alcances de cada actividad académica, siendo el equivalente de las sumillas (Perú) y los resúmenes o ementas (Brasil). En quinto lugar, por curso entenderemos cada unidad del Plan de Estudio, sea teórico, práctico o teórico-práctico, incluyendo para efectos ana-líticos los períodos dedicados a trabajo de culminación de un plan de estudio. En este sentido, no es relevante la duración en tiempo ni el grado de presencialidad con que se realice la actividad. Términos de equivalencia de los cursos son mate-rias, asignaturas y disciplinas (Brasil).

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Para hacer procedente el análisis, las diferentes ofertas académicas fueron organizadas en dos grandes categorías. Así, bajo el encabezado Línea en Arqueo-logía estarán los programas de grado y posgrado explícitamente así denomina-dos, es decir, cuyo nombre incluye la palabra arqueología. Por su parte, Énfasis en Arqueología será el término bajo el cual se agruparán los programas con ciclo bá-sico en antropología u otras disciplinas y opción en arqueología, sea ésta explícita o no, pero que en ningún caso se reflejan en el título otorgado, el cual es siempre de antropólogo, tanto al nivel de grado como de posgrado. Una tercera categoría, denominada Arqueología como Contenido Mínimo, ha sido creada para incluir allí todas las otras instancias en que pudimos detectar la presencia de cursos de arqueología, en particular, en otros programas del área de las ciencias sociales y humanas, circunscrita la búsqueda, claro está, a programas al nivel de grado y posgrado, como hemos ya advertido.

Relacionado también con el análisis, debemos anotar que si bien diseñamos una matriz para descomponer el Plan de Estudio por áreas de conocimiento, la tarea resultó bastante compleja, pues en muchos casos lo único disponible era el programa como listado de cursos con una intensidad horaria (generalmente), pero sin descripción del contenido, haciendo difícil asignar un curso a partir sólo de su nombre a una determinada área de formación (disciplinar, metodológica, técnica, etc.). Esta situación nos llevó a circunscribir el análisis general a una compara-ción del número total de cursos explícitamente relacionados con “arqueología” (esto es, cuyo nombre incluye o define el campo como tal) dentro de los planes de estudio y a evaluar la duración del ciclo formativo según el número de semestres requeridos para obtener el título. Esta opción analítica obviamente no es tan rele-vante en el caso de los programas en la Línea en Arqueología, puesto que éstos, por definición, están estructurados para cumplir esa meta como tal. No obstante, para aquellos ubicados en la categoría de Énfasis en Arqueología sí puede ser rele-vante, al dar una medida sobre qué es lo que prima en éstos como hecho formativo y/o sobre las tradiciones académicas vigentes. Vale aquí decir que una discusión importante tiene que ver con la oferta de cursos denominados como “prehistoria”, para citar un ejemplo, que en muchos casos podrían ser asumidos como equiva-lentes a las denominaciones de “Arqueología del Viejo Mundo”, por ejemplo. Este hecho, que obviamente afectaría el número de cursos directamente relacionados con la formación arqueológica, será tratado adelante, ya que tiene implicaciones no sólo sobre la evaluación y comparación de programas, sino también para en-tender o reflexionar sobre el tema de la especialización del conocimiento y sus implicaciones para el ejercicio de la arqueología en lo laboral y legal.

Resumiendo, entonces, tenemos que decir que las decisiones tomadas tienen implicaciones obvias sobre los alcances del análisis y los resultados que presen-

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taremos, pero creemos que al hacerlo en los términos aquí planteados, y con las anotaciones referidas, estamos dando un paso importante en la dirección señalada para contribuir a realizar una cartografía regional que permita analizar de forma adecuada este complejo fenómeno. No sobra decir que en tal proceso esperamos contar con mecanismos apropiados a corto plazo que sirvan para generar un gru-po de trabajo que garantice los insumos para emprender un ejercicio diacrónico sobre la totalidad de los países aquí incluidos. Sobre esto, que es una invitación abierta, regresaremos también en la parte final del ensayo.

De la oferta académica en arqueología: el contexto global

La investigación realizada nos permitió consolidar una base de datos relativa a 103 casos en los que la arqueología está presente, relacionados todos con los nive-les de grado y posgrado, como ya hemos señalado. De los 103 casos identificados, 68 corresponden a programas de formación en arqueología en sentido estricto, 38 de los cuales pertenecen a la categoría de Línea en Arqueología y 30 a la categoría de Énfasis en Arqueología. Las 35 referencias restantes corresponden a casos de Arqueología como Contenido Mínimo (ver la tabla 1). El anexo 1 pre-senta de manera organizada, por país, los nombres específicos de todos los casos registrados, así como el nombre de las instituciones oferentes, la ciudad donde se ofrece y el, nivel del programa. Esta información –incluido además un link para las páginas web institucionales, y otras variables relevantes, como la naturaleza jurídica de las instituciones, el título ofrecido, el tiempo total en años y el contexto académico dentro del cual se ofrece el curso o programa (Facultades, Institutos, Museos, Departamentos, Áreas Académicas, etc.)– está disponible en la página del Observatorio del Patrimonio Cultural y Arqueológico, OPCA, en http:// opca.uniandes.edu.co/.

Resulta interesante ver cómo los 103 casos están concentrados en sólo 16 de las 30 entidades políticas investigadas, con un 53% localizadas en las capitales de estos países (ver la figura 1 y la tabla 2). De esta distribución debe destacarse la situación de Brasil y Bolivia, en cuanto sus capitales no reportan ningún caso. En el caso de Brasil las ofertas se encuentran vinculadas con varias ciudades que históricamente han sido los principales centros de población. En cuanto a Bolivia, debe recordarse que al tener dos capitales, Sucre como capital oficial y sede del poder judicial, y La Paz como sede del gobierno (poderes ejecutivo y legislativo), es esta última la que aparece como el centro educativo más importante del país, existiendo allí una oferta específica en arqueología al nivel de grado.

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Tabla 1. Distribución de programas y oferta general en arqueología, por país

PaísLínea

enArqueología

Énfasisen

Arqueología

Arqueología como

Contenido Mínimo

Total

Argentina 3 6 5 14

Barbados 0 0 0 0

Belice 0 0 0 0

Bolivia 1 0 0 1

Brasil 7 4 0 11

Chile 2 4 2 8

Colombia 3 6 3 12

Costa Rica 0 1 2 3

Cuba 3 0 1 4

Ecuador 0 1 1 2

El Salvador 1 0 1 2

Granada 0 0 0 0

Guatemala 2 0 1 3

Guyana 0 0 0 0

Guayana Francesa 0 0 0 0

Haití 0 0 0 0

Honduras 0 0 0 0

Jamaica 0 1 1 2

México 6 0 12 18

Nicaragua 0 1 0 1

Panamá 0 0 0 0

Perú 10 0 6 16

Paraguay 0 0 0 0

Puerto Rico 0 0 0 0

República Dominicana 0 0 0 0

San Vicente y Granadinas 0 0 0 0

Surinam 0 0 0 0

Trinidad y Tobago 0 0 0 0

Uruguay 0 3 0 3

Venezuela 0 3 0 3

Total 38 30 35 103

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Figura 1. Distribución de la oferta total en arqueología, por país

Tabla 2. Distribución de la oferta en o con arqueología, por país, según

localización regional

País Capital % Provincia % Total %

México 7 39 11 61 18 17

Perú 10 63 6 38 16 16

Argentina 2 14 12 86 14 14

Colombia 8 67 4 33 12 12

Brasil 0 0 11 100 11 11

Chile 5 63 3 38 8 8

Cuba 4 100 0 0 4 4

Costa Rica 3 100 0 0 3 3

Guatemala 3 100 0 0 3 3

Uruguay 3 100 0 0 3 3

Venezuela 3 100 0 0 3 3

Ecuador 2 100 0 0 2 2

El Salvador 2 100 0 0 2 2

Jamaica 2 100 0 0 2 2

Bolivia 0 0 1 100 1 1

Nicaragua 1 100 0 0 1 1

Total 55 53 48 47 103 100

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En este nivel general, resulta aún más interesante ver que seis países (Méxi-co, Perú, Argentina, Colombia, Brasil y Chile, en este orden) concentran el 76% de la oferta (ver la tabla 2). En aquellos países en que hay más ofertas que las ba-sadas en las capitales, éstos presentan el mayor número de localidades diferentes como sede de esa oferta. En efecto, en México, las 11 ofertas provinciales se re-parten en siete ciudades, en Perú las 6 corresponden a seis ciudades, en Argentina los 12 casos se reparten en nueve ciudades, en Brasil los 11 casos se distribuyen en ocho ciudades, en Colombia las 4 en cuatro ciudades, y en Chile, las 3 ofertas corresponden a dos ciudades (ver la figura 2).

Figura 2. Distribución de la oferta, según su ubicación en la capital o la provincia en los seis países con mayor proporción de la oferta total

Otro aspecto interesante de evaluar en términos de la oferta global es el de la naturaleza de las instituciones que ofertan los diferentes programas y cursos en arqueología. Como se ve en la tabla 3, el 77% de la oferta es de carácter público, contra un 24% de carácter privado. Sólo dos casos, que representan el 2%, tienen la característica de ser ofertas mixtas, tratándose en ambos casos de las mismas instituciones (Universidad de Tarapacá de Arica, pública, y Universidad Católi-ca del Norte, privada), que ofrecen un programa conjunto de “Antropología con Mención en Arqueología” al nivel de maestría y doctorado.

En la distribución general vemos que tres países no tienen oferta pública (Ecuador, El Salvador y Jamaica), mientras que oferta de carácter público en for-ma exclusiva sólo se presenta en Bolivia, Costa Rica, Cuba, México, Nicaragua,

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Uruguay y Venezuela. Los demás países, es decir, Chile, Argentina, Brasil, Co-lombia, Guatemala y Perú, presentan ofertas en ambos sistemas.

Tabla 3. Distribución de las ofertas, según el carácter público o privado de las instituciones

Tipo de institución

País Mixto % Privada % Pública % Total

Argentina 0 0 1 1 13 13 14

Bolivia 0 0 0 0 1 1 1

Brasil 0 0 4 4 7 7 11

Chile 2 2 2 2 4 4 8

Colombia 0 0 5 5 7 7 12

Costa Rica 0 0 0 0 3 3 3

Cuba 0 0 0 0 4 4 4

Ecuador 0 0 2 2 0 0 2

El Salvador 0 0 2 2 0 0 2

Guatemala 0 0 2 2 1 1 3

Jamaica 0 0 2 2 0 0 2

México 0 0 0 0 18 17 18

Nicaragua 0 0 0 0 1 1 1

Perú 0 0 4 4 12 12 16

Uruguay 0 0 0 0 3 3 3

Venezuela 0 0 0 0 3 3 3

Total 2 2 24 23 77 75 103

Si bien vemos que el sector público tiene un peso enorme como agente o so-porte de la formación en arqueología y en la difusión de la arqueología en el ámbi-to académico, las instituciones privadas también tienen una participación impor-tante, cercana al 25%, aunque en este punto de la investigación no podamos saber si éste es un fenómeno reciente o no. Este aspecto de la naturaleza pública/privada de la arqueología es, sin lugar a dudas, uno de los temas que vale explorar a futu-ro, pues en algunos entornos, la estrecha –sino preponderante– relación entre el Estado y la formación y actividad arqueológica ha servido para argumentar esce-narios históricos concretos en los que se puede hablar de la arqueología como una realidad “estatal” (en el caso de Colombia, ver Oyuela 1994b; Jaramillo y Oyuela 1994, y para matices de esta discusión, Piazzini 2003: 308; Langebaek 2004: 106,

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y Londoño 2003, entre otros). Este tema, obviamente, requiere de información de diversa naturaleza para ser abordado de manera apropiada a escala macrorre-gional, siendo pertinente, por ejemplo, consolidar datos sobre el comportamiento histórico de la financiación del Estado y, en general, de la participación del sector privado tanto en la docencia como en la difusión de la arqueología. Debe sí desta-carse que en varios países de la región la participación privada –no circunscrita al ámbito de las instituciones universitarias sino también de la “promoción cultural” en general, como se advierte en Perú (PUCP 2007: 8)– es uno de los hechos más destacados dentro del panorama educativo contemporáneo3.

Aparte de las discusiones que temas como éste plantean, la distribución de la oferta general permite resaltar que la arqueología “como hecho académico” resul-ta particularmente interesante en cuanto a la diversidad de ciudades en las que se sitúa, en aquellos casos en que la oferta es mayor que la basada en la capital. En este sentido, se podría decir que la arqueología se ubica hoy en día por fuera de los esquemas centralistas que aún definen la existencia política y social en muchos de estos países, es decir que, no siendo una disciplina de gran demanda dentro del contexto general de la oferta académica –lo que determinaría que de existir lo sea sólo en los grandes centros (capitales)–, sería ahora asequible para un mayor número de individuos.

En esta distribución se podría decir que hay también una interesante co-rrelación entre tamaño del país y número de ofertas provinciales, como se ve en la figura 2. Aunque no pueda decirse que la oferta de programas de arqueología esté directamente relacionada con la extensión territorial, vale destacar que la existencia de restos de culturas antiguas monumentales, por ejemplo, tampoco parecería ser factor explicativo suficiente, pues si bien en la lista están México, Perú, Guatemala y Bolivia, los otros países –y algunos de ellos con una oferta provincial abundante como Brasil o Colombia– no se caracterizan precisamente por la presencia de este tipo de registros arqueológicos, excepción hecha de los

3 Rodríguez (1999) afirma que durante la década de los ochenta, mientras que países como Argen- tina, Paraguay y Bolivia lograron incrementar la cobertura universitaria de manera significativa, el crecimiento registrado en países como Colombia, Chile, Perú, y en menor medida Venezuela, puede explicarse casi exclusivamente por la liberalización de la enseñanza superior en el segmento privado. Pero aún más revelador puede ser el hecho de que “En la década de los noventa la privatización de la enseñanza superior alcanzó niveles muy notables en toda la región y a un ritmo muy acelerado. En el transcurso de la década, la proporción de estudiantes matriculados en universidades privadas pasó de un 30 a más del 45%, lo que hace suponer que en la frontera del 2000 la proporción de estudiantes en establecimientos privados sea equivalente a la de los establecimientos públicos, lo que hará –y de hecho está haciendo– que Latinoámerica cuente con una de las mayores proporciones de estudiantes universitarios dentro de la opción privada en el mundo” (Rodríguez 1999).

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enormes concheros, en el primer caso, y de restos como los de Ciudad Perdida o Teyuna en el segundo, lo que enfatizaría que el interés por la arqueología como disciplina desborda estas consideraciones. En Nicaragua, el poco reconocimiento y desarrollo de la arqueología, según Palomar y Gassiot (1999: 208), tiene que ver, sin duda alguna, con el hecho de no haber sido asiento de “grandes culturas” ni “grandes civilizaciones” –lo que en nuestro argumento se traduce en ausencia de monumentalidad–, pero también, destacan estos autores, con las guerras civiles a lo largo del último siglo. De allí, entonces, que si bien la abundancia y naturaleza del registro arqueológico son parte importante del desarrollo y consolidación de una oferta académica específica en arqueología, no parecerían ser los hechos ex-clusivos o determinantes.

Ahora bien, si nos concentramos sólo en los 68 casos referentes a programas de formación académica propiamente dicha, es decir, aquellos agrupados como Línea en Arqueología y Énfasis en Arqueología, vemos que los primeros repre-sentan el 56% de la oferta, y la segunda categoría, el 44% (ver la tabla 4). Las di-ferencias principales en términos de dónde se concentra la oferta no son mayores con respecto a la distribución global, a excepción de que Cuba desplaza a Chile como sexto país en la lista de la categoría Línea en Arqueología y que Uruguay y Venezuela reemplazan a Perú y México en la categoría Énfasis en Arqueología dentro de los seis países que concentran el mayor porcentaje de programas. En efecto, como se ve al comparar las tablas 5 y 6, los otros países siguen siendo los mismos que vemos en la tabla 2, es decir, Argentina, Brasil, Colombia y Chile.

Una comparación de las tablas 7 y 8, por otra parte, nos permite ver que desde el punto de vista de la ubicación de las ofertas dentro del país, las dife-rencias no son muy pronunciadas entre ambos escenarios (capital/provincia) para los dos tipos de educación formal (Línea en Arqueología y Énfasis en Ar-queología). En efecto, en cada caso, la capital cuenta al menos con un programa formal, aunque en los casos de Brasil y Bolivia se debe recordar la salvedad ya hecha.

Desde esta perspectiva macrorregional, la oferta de Arqueología como Con-tenido Mínimo está asociada con 11 países, todos los cuales, vale decir, están pre-sentes en la lista de países con oferta formal en arqueología (ver la tabla 9). Así mismo, se observa que, en casi el 90% de los casos, esta oferta se relaciona con programas al nivel de grado. Esta correlación quizás sea un indicador o reflejo del reconocimiento del “valor” de la disciplina como tal en el contexto de la formación universitaria de otras disciplinas o campos profesionales, restringido, de manera interesante, a los países que tienen oferta formativa en arqueología. Aunque sobre este punto regresaremos al final del ensayo, vale dejar indicado que esta situación

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estaría de alguna manera soportando la idea de que la magnitud de los restos ar-queológicos sí puede ser factor importante en el posicionamiento de la disciplina dentro de la agenda educativa o formativa, una de cuyas aristas adicionales a con-siderar es el impacto de tal registro monumental en términos de la adecuación de una oferta turística y la administración y explotación de tales recursos.

Tabla 4. Distribución por país de la oferta de programas en arqueología

País Línea en Arqueología % Énfasis en

Arqueología % Total

Argentina 3 4 6 9 9

Bolivia 1 1 0 0 1

Brasil 7 10 4 6 11

Chile 2 3 4 6 6

Colombia 3 4 6 9 9

Costa Rica 0 0 1 1 1

Cuba 3 4 0 0 3

Ecuador 0 0 1 1 1

El Salvador 1 1 0 0 1

Guatemala 2 3 0 0 2

Jamaica 0 0 1 1 1

México 6 9 0 0 6

Perú 10 15 0 0 10

Nicaragua 0 0 1 1 1

Uruguay 0 0 3 4 3

Venezuela 0 0 3 4 3

Total 38 56 30 44 68

En términos de la naturaleza jurídica de las instituciones, vemos que de las 68 ofertas de programas de formación en arqueología, el 72% es público (con 49 programas), privado el 25% (con 17 programas), y el 3% es oferta mixta (2 programas) (ver la tabla 10). Esta distribución indica que la oferta de cursos de Arqueología como Contenido Mínimo en otros programas no altera la distribu-ción de los programas según el régimen jurídico de las instituciones, cuando se considera la oferta completa, es decir que la proporción de publico/privado/mixto se mantiene.

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Tabla 5. Distribución por país de la oferta de programas, modalidad Línea en Arqueología

País Número de programas %

Perú 10 26

Brasil 7 18

México 6 16

Argentina 3 8

Colombia 3 8

Cuba 3 8

Chile 2 5

Guatemala 2 5

Bolivia 1 3

El Salvador 1 3

Total 38 100

Tabla 6. Distribución por país de la oferta de programas, modalidad Énfasis en Arqueología

País Número de programas %

Argentina 6 20

Colombia 6 20

Brasil 4 13

Chile 4 13

Uruguay 3 10

Venezuela 3 10

Costa Rica 1 3

Ecuador 1 3

Jamaica 1 3

Nicaragua 1 3

Total 30 100

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Tabla 7. Distribución de la oferta, modalidad Línea en Arqueología, según ubicación regional

País Capital % Provincia % Total

Argentina 0 0 3 8 3

Bolivia 0 0 1 3 1

Brasil 0 0 7 18 7

Chile 2 5 0 0 2

Colombia 3 8 0 0 3

Cuba 3 8 0 0 3

El Salvador 1 3 0 0 1

Guatemala 2 5 0 0 2

México 3 8 3 8 6

Perú 8 21 2 5 10

Total 22 58 16 42 38

Tabla 8. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología, según ubicación regional

País Capital % Provincia % Total

Argentina 1 3 5 17 6

Brasil 0 0 4 13 4

Chile 1 3 3 10 4

Colombia 2 7 4 13 6

Costa Rica 1 3 0 0 1

Ecuador 1 3 0 0 1

Jamaica 1 3 0 0 1

Nicaragua 1 3 0 0 1

Uruguay 3 10 0 0 3

Venezuela 3 10 0 0 3

Total 14 47 16 53 30

Page 216: Arqueologia en La Ti No America

204 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 9. Distribución por país de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo

Nivel del programaPaís Grado % Posgrado % Total

Argentina 5 14 0 0 5Chile 2 6 0 0 2Colombia 2 6 1 3 3Costa Rica 1 3 1 3 2Cuba 1 3 0 0 1Ecuador 1 3 0 0 1El Salvador 1 3 0 0 1Guatemala 1 3 0 0 1Jamaica 0 0 1 3 1México 11 31 1 3 12Perú 6 17 0 0 6Total 31 89 4 11 35

Tabla 10. Distribución de las ofertas Línea en Arqueología y Énfasis en Arqueología, según el carácter público o privado de las instituciones

Tipo de institución

País Mixto % Privada % Pública % Total

Argentina 0 0 0 0 9 13 9

Bolivia 0 0 0 0 1 1 1

Brasil 0 0 4 6 7 10 11

Chile 2 3 2 3 2 3 6

Colombia 0 0 3 4 6 9 9

Costa Rica 0 0 0 0 1 1 1

Cuba 0 0 0 0 3 4 3

Ecuador 0 0 1 1 0 0 1

El Salvador 0 0 1 1 0 0 1

Guatemala 0 0 1 1 1 1 2

Jamaica 0 0 1 1 0 0 1

México 0 0 0 0 6 9 6

Nicaragua 0 0 0 0 1 1 1

Perú 0 0 4 6 6 9 10

Uruguay 0 0 0 0 3 4 3

Venezuela 0 0 0 0 3 4 3

Total general 2 3 17 25 49 72 68

Page 217: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 205

Hecha esta descripción general sobre la muestra total, pasaremos a analizar en detalle, primero, las dos categorías relacionadas directamente con la formación disciplinar o profesional en arqueología, es decir, la oferta agrupada en Línea en Arqueología y Énfasis en Arqueología, para luego hacer lo propio con la oferta de Arqueología como Contenido Mínimo.

Modalidades y estructura curricular para la formación en arqueología

Como ya señalamos, la formación en arqueología muestra como rasgo sin-gular la presencia de programas ofrecidos explícitamente como formación en ar-queología que coexisten con una proporción casi similar de programas en donde la formación se da como un énfasis dentro de un campo disciplinar. Este escena-rio es el que abordaremos a continuación en detalle.

Programas Línea en Arqueología

Concentrándonos en las ofertas agrupadas en Línea en Arqueología, vemos que las 38 ofertas se dividen entre formación al nivel de grado –que representa el mayor porcentaje, con un 55%– y posgrado, con un 45% (ver la tabla 11). De los 10 países en que se concentra la oferta, Cuba puede presentarse como la excepción, pues si bien forma y entrena en arqueología, no lo hace al nivel de grado pero sí al nivel de cursos de corta duración, tipo especializaciones/diplomados, o en ni-vel de posgrado, como maestría (Jesús Rafael Robaina Jaramillo, Comunicación personal, 2008).

Al nivel de los programas de grado, el mayor porcentaje está reconocido como programas de licenciatura, seguido de otras ofertas que, siendo equivalen-tes dentro del esquema general de niveles de educación, se anuncian según su nombre directo profesional (arqueología), y unos pocos casos con otras denomi-naciones (ver las tablas 12 y 13).

Aunque, como vemos en la tabla 12, la oferta está restringida a 9 países, esto no implica que en éstos no se presente también la formación al nivel de grado, mediante la modalidad de énfasis o especialización en arqueología, como en el caso de Colombia y Argentina, un hecho que, como veremos adelante, tiene im-plicaciones interesantes en el momento de revisar la situación jurídica del ejerci-cio profesional en arqueología.

Page 218: Arqueologia en La Ti No America

206 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 11. Distribución por nivel de formación de la oferta Línea en Arqueología

País Grado % Posgrado % Total

Perú 6 16 4 11 10

Brasil 3 8 4 11 7

México 3 8 3 8 6

Argentina 2 5 1 3 3

Colombia 1 3 2 5 3

Cuba 0 0 3 8 3

Chile 2 5 0 0 2

Guatemala 2 5 0 0 2

Bolivia 1 3 0 0 1

El Salvador 1 3 0 0 1

Total 21 55 17 45 38

Tabla 12. Distribución por país de los programas Línea en Arqueología, Nivel Grado

Nombre titulaciones

País Arqueología Licenciatura Otros* Total

Argentina 1 1 0 2

Bolivia 0 1 0 1

Brasil 0 0 3 3

Chile 0 2 0 2

Colombia 1 0 0 1

El Salvador 0 1 0 1

Guatemala 0 2 0 2

México 0 3 0 3

Perú 3 2 1 6

Total 5 12 4 21

*Brasil: Arqueologia e Preservação Patrimonial, Curso de Graduação em Ar-queología y Curso de Arqueologia Modalidade Bacharelado; Perú: Bachiller en Humanidades con mención en Arqueología.

Page 219: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 207

Tabla 13. Distribución por país y nombre específico de los programas Línea en Arqueología, Nivel Grado

País Universidad Tipo gradoNombre del programa

Númerocursos

arqueología

PerúPontificia Universidad Católica del Perú

BachillerBachiller en Humani-dades con mención en Arqueología*

21

PerúPontificia Universidad Católica del Perú

LicenciaturaLicenciado en Ar-queología*

21

PerúUniversidad Nacional Mayor de San Marcos

Arqueología Arqueología 19

BoliviaUniversidad Mayor de San Andrés

LicenciaturaLicenciatura Ar-queología

18

ChileUniversidad Interna-cional SEK

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

17

ArgentinaUniversidad Nacional de Tucumán

Arqueología Arqueología 14

GuatemalaUniversidad del Valle de Guatemala

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

13

GuatemalaUniversidad de San Carlos de Guatemala

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

13

ChileUniversidad Boliva-riana

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

11

ArgentinaUniversidad Nacional de Catamarca

LicenciaturaLicenciatura Ar-queología

11

BrasilUniversidad Católica de Goiás

Curso de Gradua-ção em Arqueologia

11

Colombia Universidad Externado Arqueología Arqueología 11

MéxicoEscuela Nacional de Antropología e Historia

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

10

BrasilUniversidade Fede-ral de Sergipe

Curso de Arqueo-logia Modalidade Bacharelado

9

MéxicoUniversidad de las Américas Puebla

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

9

Page 220: Arqueologia en La Ti No America

208 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Universidad Tipo gradoNombre del programa

Númerocursos

arqueología

El SalvadorUniversidad Tecnoló-gica de El Salvador

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

9

MéxicoUniversidad Veracru-zana

LicenciaturaLicenciatura en Ar-queología

6

Perú

Universidad Nacional de Trujillo, Escuela Académico-Profesio-nal de Arqueología

Arqueología Arqueología 1

PerúUniversidad Nacio-nal de San Antonio Abad del Cusco

Arqueología Arqueología SD

PerúUniversidad Nacio-nal Federico Villareal

LicenciaturaLicenciado en Ar-queología

SD

BrasilFundação Universida-de Federal do Vale do São Francisco

Arqueologia e Preser- vação Patrimonial

SD

* El Plan de Estudio es similar, sólo que para la licenciatura se requiere hacer una tesis.

A nivel de posgrado, las maestrías, con un porcentaje del 60%, siguen en proporción en la oferta académica y aparecen circunscritas a cinco países. Los doctorados, representando el 24%, siguen en frecuencia, circunscritos a sólo cua-to países (Argentina, México, Brasil y Perú). Cada uno con un programa4. Los casos de Diplomados, Especializaciones y Otros siguen en orden, cada uno con un caso (ver las tablas 14 y 15).

4 La situación de Argentina en esta materia es confusa, pues según un documento de la UNICEN (s. f.), precisamente elaborado como justificación para la creación de su programa de “Doctorado en Arqueología”, que destaca la creación de esa oferta con denominación específica como algo importante en el contexto argentino, menciona la existencia de cuatro programas que, salvo el de la Universidad de Tucumán, están basados en facultades o estructuras académicas diferentes de las ciencias sociales, como son los de las universidades de Buenos Aires, La Plata y Rosario. No obstante, en las páginas web de esos centros no encontramos referencia a que se estén ofreciendo en la actualidad, y así, la única oferta confirmada en este nivel es la de UNICEN (ver la tabla 15).

(continuación)

Page 221: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 209

Tabla 14. Distribución por país de los programas Línea en Arqueología, Nivel Posgrado

Nombre titulaciones

PaísD

iplo

mad

o

%

Esp

ecia

lizac

ión

%

Mae

strí

a

%

Do

cto

rad

o

%

Otr

os*

% Total

Argentina 0 0 0 0 0 0 1 6 0 0 1

Brasil 0 0 0 0 2 12 1 6 1 6 4

Colombia 0 0 0 0 2 12 0 0 0 0 2

Cuba 1 6 1 6 1 6 0 0 0 0 3

México 0 0 0 0 2 12 1 6 0 0 3

Perú 0 0 0 0 3 18 1 6 0 0 4

Total 1 6 1 6 10 60 4 24 1 6 17

* Brasil: Curso de Pós-Graduação em Arqueologia de Universidad de São Paulo-Museo de Arqueología y Etnología, São Paulo, Brasil.

Tabla 15. Distribución por país y nombre específico de los programas Línea en Arqueología, Nivel Posgrado

País UniversidadTipo

posgradoNombre del programa

Número cursos

arqueología

PerúPontificia Univer-sidad Católica del Perú

MaestríaMaestría en Arqueolo-gía del Programa de Estudios Andinos

8

PerúUniversidad Nacio-nal Mayor de San Marcos

MaestríaMaestría en Arqueo-logía Mención en Ar-queología de América

8

PerúUniversidad Nacio-nal Mayor de San Marcos

MaestríaMaestría en Arqueolo-gía Mención en Inves-tigación Arqueológica

8

MéxicoEl Colegio de Mi-choacán

Maestría Maestría en Arqueología 8

BrasilUniversidade Fe-deral de Pernam-buco

Maestría

Mestrado em Arqueolo-gia e Conservação do Patrimônio Cultural do Norte e Nordeste

8

Page 222: Arqueologia en La Ti No America

210 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País UniversidadTipo

posgradoNombre del programa

Número cursos

arqueología

BrasilUniversidad Fede-ral de Pernambuco

Doctorado

Doutorado em Arque-ologia e Conservação do Patrimônio Cultural do Norte e Nordeste

7

PerúPontificia Univer-sidad Católica del Perú

DoctoradoDoctorado en Arqueo-logía del Programa de Estudios Andinos

4

Brasil

Universidad de São Paulo, Museo de Arqueología y Etnología

PosgradoCurso de Pós-Gradua-ção em Arqueologia

4

BrasilMuseo Nacional Universidad de Río de Janeiro

MaestríaMaestrado em Arqueo-logia

4

ColombiaUniversidad de los Andes

MaestríaMaestría en Antropolo-gía Área Arqueología y Antropología Biológica

2

Argentina

Universidad Nacio-nal del Centro de la Provincia de Bue-nos Aires

DoctoradoDoctorado en Arqueo-logía

2

MéxicoEscuela Nacional de Antropología e Historia

DoctoradoDoctorado en Arqueo-logía

1

MéxicoEscuela Nacional de Antropología e Historia

Maestría Maestría en Arqueología 1

ColombiaUniversidad Nacional

MaestríaMaestría Antropología Línea en Arqueología

0

CubaInstituto Cubano de Antropología

Maestría Maestría SD

CubaInstituto Cubano de Antropología

Especiali-zación

Especialización SD

CubaInstituto Cubano de Antropología

Diplomado Diplomado SD

Desde el punto de vista del tiempo requerido para completar estos ciclos aca-démicos, encontramos que, a pesar de la diversidad de unidades existentes para cuantificar el proceso formativo (créditos, horas/aula, semanas, ciclos, semestres, cuatrimestres, etc.), no hay grandes diferencias, pues como se ve en la tabla 16,

(continuación)

Page 223: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 211

al nivel de grado, o para los posgrados, éstos resultan similares. En efecto, una duración de entre cuatro y cinco años es lo común para programas de grado, y de dos años para maestrías y doctorados. No obstante, hay algunos casos que vale destacar, como son un programa de grado de tres años y medio y una maestría de un año de duración, siendo éstas las mayores diferencias encontradas. El caso del programa de pregrado corresponde al Curso de Graduação em Arqueología de la Universidad Católica de Goiás en Brasil, que incluye un curso denominado “Monografia” dentro de la carga del último semestre. Por su parte, el caso de la maestría corresponde al programa del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, en donde debe señalarse que los cursos de dos semestres van segui-dos de un trabajo de grado que generalmente puede implicar un año adicional de trabajo (Rafael Gassón, Comunicación personal), lo que a la postre implica, en promedio, una duración de dos años.

Tabla 16. Duración de programas académicos Línea en Arqueología y Énfasis en Arqueología, en años

Nivel de formación Subnivel

Número de programas Línea en

Arqueología

Número de programas Énfasis en

Arqueología

Duración en años

Total de programas

Grado Licenciatura 9 12 5 21

3 1 4,5 4

3 6 4 9

1 0 3,5 1

Posgrado Maestría 6 2 2 8

0 1 1 1

Doctorado 1 2 2 3

1 0 3 1

24 24 48

En cuanto a la distribución de las ofertas según la naturaleza jurídica de las instituciones para el caso de la Línea en Arqueología, las 27 ofertas relacionadas con las instituciones públicas se brindan en 20 universidades, de ocho países, siendo México, Perú y Brasil los países que más programas presentan, concen-trando el 67% de la oferta (ver la figura 3 y la tabla 17). En términos de la distribu-ción según el nivel de formación, la diferencia que se observa es que mientras la oferta a nivel de grado se concentra en 13 universidades (ver la tabla 18), a nivel de posgrado ésta se restringe a sólo 9 universidades (ver la tabla 19). En ambos casos,

Page 224: Arqueologia en La Ti No America

212 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

por lo demás, la oferta se ubica en seis países, cuatro de ellos (Brasil, México, Perú y Argentina) presentes en ambos casos (ver las figuras 4 y 5), aunque no en el mismo orden de importancia relativa frente a este aspecto.

En cuanto a la oferta en las instituciones privadas, ésta se distribuye en 8 universidades, siendo Perú, con cuatro casos, el país que más programas presen-ta, aunque todos en una misma institución, seguido de Colombia y Chile con dos casos cada uno, y Guatemala, El Salvador y Brasil con un caso cada uno (ver la tabla 20 y la figura 6). A su vez, las 8 ofertas a nivel de grado está concentradas en 7 instituciones (ver la tabla 21 y la figura 7), mientras que las 3 ofertas a nivel de posgrado se concentran en dos universidades (ver la tabla 22).

Como mencionamos, en esta distribución global entre sistema público y pri-vado, vemos que el último representa una parte importante de la oferta y que abarca tanto la formación de grado como los posgrados. Un aspecto concomi-tante sobre el que aún no tenemos datos consolidados, y que será interesante de observar, además del comportamiento histórico de la participación de lo privado en este campo, es el del número de graduados en cada sistema, lo que permitirá, de otra manera, evaluar el impacto de ambas ofertas en términos del desarrollo de la disciplina. Sobre este aspecto volveremos en la sección Programas Énfasis en Arqueología.

Figura 3. Distribución de la oferta pública, niveles de grado y posgrado

Page 225: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 213

Tabla 17. Lista de ofertas Línea en Arqueología, instituciones públicas, Nivel Grado y Posgrado

País Universidad Total por institución

Total país

Argentina Universidad Nacional de Catamarca 1 3

Universidad Nacional de Tucumán 1

Universidad Nacional del Centro de la Pro-vincia de Buenos Aires 1

Bolivia Universidad Mayor de San Andrés 1 1

Brasil Fundação Universidade Federal do Vale do São Francisco 1 6

Universidade Federal de Sergipe 1

Universidade Federal de Pernambuco 2

Universidad de São Paulo - Museo de Arqueo-logía y Etnología 1

Museo Nacional Universidad de Rio de Janeiro 1

Colombia Universidad Nacional 1 1

Cuba Instituto Cubano de Antropología 3 3

Guatemala Universidad de San Carlos de Guatemala 1 1

México Escuela Nacional de Antropología e Historia 3 6

Universidad de las Américas Puebla 1

Universidad Veracruzana 1

El Colegio de Michoacán 1

Perú Universidad Nacional Mayor de San Marcos 3 6

Universidad Nacional de Trujillo - Escuela Académico-Profesional de Arqueología 1

Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco 1

Universidad Nacional Federico Villareal 1

Total 20 27 27

Page 226: Arqueologia en La Ti No America

214 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 18. Lista de ofertas en instituciones públicas, Línea en Arqueología, Nivel Grado

País Universidad Tipo grado

Nombre programa

Total programas

por institución

Total país

ArgentinaUniversidad Nacional de Catamarca

Licenciatura Licenciatura Arqueología 1 2

Universidad Nacional de

TucumánArqueología Arqueología 1

BoliviaUniversidad

Mayor de San Andrés

Licenciatura Licenciatura Arqueología 1 1

Fundação Universidade Federal do

Vale do São Francisco

Arqueólogo

Arqueologia e Preser-

vação Patri-monial

1 2

Universidade Federal de

SergipeBacharelado

Curso de Arqueologia Modalidade Bacharelado

1

PerúUniversidad

Nacional Mayor de San Marcos

Arqueología Arqueología 1 4

Universidad Nacional de

Trujillo-Escuela Académico-

Profesional de Arqueología

Arqueología Arqueología 1

Universidad Nacional de San Antonio Abad del

Cusco

Arqueología Arqueología 1

Universidad Nacional Fede-

rico VillarealLicenciatura

Licenciado en Arqueo-

logía1

GuatemalaUniversidad de San Carlos de

GuatemalaLicenciatura

Licenciatura en Arqueo-

logía 1 1

Page 227: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 215

País Universidad Tipo grado

Nombre programa

Total programas

por institución

Total país

MéxicoEscuela Nacio-nal de Antropo-logía e Historia

LicenciaturaLicenciatura en Arqueo-

logía1 3

Universidad de las Américas

PueblaLicenciatura

Licenciatura en Arqueo-

logía1

Universidad Veracruzana Licenciatura

Licenciatura en Arqueo-

logía1

Total 13 13 13

Tabla 19. Lista de ofertas en instituciones públicas, Línea en Arqueología, Nivel Posgrado

País Universidad Tipo posgrado

Nombre del programa

Total programas

por institución

Total país

Argentina

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Doctorado Doctorado en Arqueología 1 1

BrasilUniversidade

Federal de Pernambuco

Maestría

Mestrado em Arqueologia e Conservação do Patrimônio

Cultural do Norte e Nor-

deste

1 4

Doctorado

Doutorado em Arqueologia e

Conservação do Patrimônio Cul-tural do Norte e

Nordeste

1

(continuación)

Page 228: Arqueologia en La Ti No America

216 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Universidad Tipo posgrado

Nombre del programa

Total programas

por institución

Total país

Universidad de São Paulo-

Museo de Arqueología y

Etnología

PosgradoCurso de Pós-Graduação em

Arqueologia 1

Museo Nacio-nal Universi-

dad de Rio de Janeiro

Maestría Maestrado em Arqueología 1

Perú

Universidad Nacional Ma-yor de San

Marcos

Maestría

Maestría en Arqueología Mención en

Arqueología de América

1

Maestría

Maestría en Arqueología Mención en

Investigación Arqueológica

1 2

Colombia Universidad Nacional Maestría

Maestría Antro-pología Línea

en Arqueología1 1

México

Escuela Nacional de

Antropología e Historia

Maestría Maestría en Arqueología 1 3

Doctorado Doctorado en Arqueología 1

El Colegio de Michoacán Maestría Maestría en

Arqueología 1

CubaInstituto

Cubano de Antropología

Maestría Maestría 1 3

Especializa-ción Especialización 1

Diplomado Diplomados 1

Total 9 14 14

(continuación)

Page 229: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 217

Figura 4. Distribución de programas, Nivel Grado, en instituciones públicas, por país

Figura 5. Distribución de programas, Nivel Posgrado, en instituciones públicas, por país

Page 230: Arqueologia en La Ti No America

218 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 20. Distribución de la oferta en instituciones privadas, por universidad y país, Nivel Grado y Posgrado

País Nombre de la universidadTotal

universidadTotal país

Brasil Universidad Católica de Goiás 1 1

Chile Universidad Internacional SEK 1 2

Universidad Bolivariana 1

Colombia Universidad Externado 1 2

Universidad de los Andes 1

El Salvador Universidad Tecnológica de El Salvador 1 1

Guatemala Universidad del Valle de Guatemala 1 1

PerúPontificia Universidad Católica del Perú

4 4

Total 8 11 11

Figura 6. Distribución de programas en instituciones privadas, por país, niveles grado y posgrado

Page 231: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 219

Tabla 21. Lista de instituciones privadas, Línea en Arqueología, Nivel Grado

País Universidad GradoNombre del programa

Total programas

por institución

Total país

ChileUniversidad Inter-

nacional SEKLicenciatura

Licenciatura en Arqueología

1 2

Universidad Bolivariana

LicenciaturaLicenciatura en

Arqueología1

BrasilUniversidad Católi-

ca de Goiás

Curso de Graduação em

Arqueologia 1 1

PerúPontificia

Universidad Católi-ca del Perú

Bachiller en Humanidades

con mención en Arqueología

1 2

LicenciaturaLicenciado en Arqueología

1

ColombiaUniversidad Externado

Arqueología Arqueología 1 1

GuatemalaUniversidad del Valle de Guatemala

LicenciaturaLicenciatura en

Arqueología 1 1

El Salvador

Universidad Tecnológica de El

SalvadorLicenciatura

Licenciatura en Arqueología

1 1

Total 7 8 8

Figura 7. Distribución de programas en instituciones privadas, por país, niveles grado y posgrado

Page 232: Arqueologia en La Ti No America

220 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 22. Lista de instituciones privadas, Línea en Arqueología, Nivel Posgrado

País Universidad NivelNombre

programa

Total programas

por institución

Total país

ColombiaUniversidad de los Andes

MaestríaMaestría en Antropolo-gía Área Arqueología y Antropología Biológica

1 1

PerúPontificia Uni-versidad Cató-lica del Perú

Doctorado

Doctorado en Arqueología del

Programa de Estudios Andinos

1 2

MaestríaMaestría en Arqueolo-gía del Programa de

Estudios Andinos1

Total 2 3 3

En este orden de ideas, nos queda ahora mirar la estructura del plan de estudio y, en particular, la oferta de cursos por medio de los cuales se instrumenta el proce-so académico. Como se aprecia en el anexo 2, que recoge sólo una muestra de los nombres de los cursos de algunos de los programas de la Línea en Arqueología, la formación directamente arqueológica está dada por entre 40 y 50 cursos que, en tér-minos generales, revelan una estructura básica conformada por lo que llamaremos un núcleo universitario, un núcleo disciplinar y un núcleo aplicado o contextual.

En el primero de estos núcleos se encuentran todas las temáticas de habilida-des y competencias académicas en conocimientos de informática, lecto-escritura, matemáticas, idiomas, temas constitucionales, orientación religión, etc., que las universidades exigen como parte esencial del proceso integral de formación al nivel de grado.

En el segundo núcleo, a su vez, se pueden ver tres componentes. El primero de ellos está formado por cursos que ofrecen una inducción e historia de la disciplina, donde nombres como Fundamentos de Arqueología, Arqueología General, Intro-ducción a la Arqueología, son las denominaciones más comunes. El segundo es la línea de cursos que perfila el desarrollo académico propiamente dicho, con cursos, en la mayoría de los casos, desarrollados en el formato de “seminarios temáticos”, como Historia de la teoría arqueológica o Teoría Arqueológica (con varios niveles, 2 a 3 en promedio). El tercer componente es el metodológico y técnico, donde las denominaciones de los cursos más comunes son Diseño de la investigación arqueo-lógica, Metodología arqueológica, Métodos en arqueología (dos niveles en prome-dio), Excavación arqueológica, Prospección arqueológica, Introdução à Prática de Campo em arqueología o Teoría y metodología arqueológica.

Page 233: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 221

En cuanto al núcleo aplicado o contextual, se destacan dos conjuntos de cur-sos. El primero aborda el contexto regional o mundial de la experiencia humana y, de manera específica, el de cada país. En términos mundiales, se ofrece Arqueo-logía Universal o Arqueología del Viejo Mundo, mientras que a escala continental se ofrece Arqueología de América (con uno o varios niveles). A escala subregional, y según el contexto, mesoamericano/centroamericano o suramericano, se ofrecen entonces cursos como Arqueología de Mesoamérica, Arqueología del área in-termedia, Arqueología de América del Norte y Centroamérica, Arqueología de Mesoamérica y Norteamérica o Arqueología de Sudamérica. El tratamiento de la situación de cada país se concreta con una oferta que casi siempre implica una serie de 1 a 5 cursos específicos (por ejemplo, Arqueología del Perú I, Arqueolo-gía del Perú II, Arqueología del Perú III, etc.), en oferta paralela con otros cursos que enfatizan áreas geográficas o culturas específicas, como Arqueología Maya, Arqueología y Tierras Altas o Arqueología Argentina Regional.

El segundo conjunto de cursos está conformado por una variada oferta temá-tica, donde se encuentran Arqueología histórica, Arqueología espacial del paisa-je, Arqueología de la muerte o Arqueología de Hispanoamérica colonial. Ofertas menos frecuentes son Arqueología subacuática (con un solo caso en Chile) y Arqueología de la ciudad (también en Chile).

El tema de la ética profesional y el del manejo y conservación del patrimonio arqueológico también están presentes como parte de la oferta formativa, aun-que no en igual proporción. De los 18 programas con información sobre cursos (ver la tabla 13), sólo uno incluye el primer aspecto explícitamente (Deontolo-gía Arqueológica, Pontificia Universidad Católica del Perú) y cuatro el segundo. De esta oferta hacen parte los cursos Conservación en el proceso arqueológico (SEK, Chile), Manejo de Recursos y Legislación Arqueológica (ENAH, México), Museología Arqueológica (Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú) y Res-tauración y Conservación de Sitios y Materiales Arqueológicos (Universidad de Catamarca, Argentina).

Como habíamos planteado, no creemos que el nombre de los cursos en sí mismo sea el aspecto más importante en el análisis y comparación de las ofertas académicas en términos de la oferta Línea en Arqueología, pues si asumimos que cada programa está estructurado para alcanzar la meta de preparar para el ejer-cicio académico y profesional a arqueólogos, todos los cursos son esenciales, con independencia de que en el nombre se incluya o no la palabra arqueología, como en el caso de cursos como Geología del cuaternario, Paleoecología humana o Análisis de material cerámico, cuya relevancia sería difícil de discutir. No obs-tante, sí creemos que los nombres informan sobre usos y tradiciones académicas, así como sobre cambios en las perspectivas analíticas (teóricas y metodológicas)

Page 234: Arqueologia en La Ti No America

222 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

y en el objeto último de la disciplina misma, siendo ésta la razón para monitorear este aspecto de la información recopilada.

Esta situación puede ilustrarse con el uso del término “prehistoria”, quizás mejor que con ningún otro caso, término que, según se desprende de algunas descripciones por extenso, sería un equivalente de los cursos de arqueología del núcleo contextual o aplicado (ver arriba). En efecto, ¿qué es “prehistoria” dentro del contexto arqueológico en Latinoamérica y el Caribe? ¿Es “historia” pre-his-pánica, arqueología de una región o cultura, o qué es? Como ejemplo, podemos tomar a Guatemala, donde en el programa de Licenciatura en Antropología de la Universidad del Valle de Guatemala, el curso Prehistoria del Viejo Mundo está presente al lado de Arqueología del Nuevo Mundo y cuatro niveles de Ar-queología Mesoamericana. A su turno, el programa de Licenciatura en Ciencias Antropológicas-Orientación Arqueológica de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, permite constatar de manera clara la correlación entre el uso del tér-mino de prehistoria y el contenido de estudio como las formas de organización de cazadores recolectores y agricultores. Como se ve en el anexo 3, esta oferta, que es complementaria, tiene, además de la denominación de Prehistoria americana y argentina I y II, la aclaración de que se trata de culturas de cazadores y recolec-tores para el primer nivel y de culturas agroalfareras para el nivel II.

En el caso de la Licenciatura en Antropología de la Universidad del Rosario (Argentina), no obstante, el curso Prehistoria General se define como “historia de la arqueología. Principales teorías arqueológicas y su contexto de producción. Eras geológicas y paleoclimas. El abordaje de la prehistoria del Viejo Mundo: evolución humana, nomadismo y sedentarización”. Con un sentido igualmente amplio y contrastante con las primeras situaciones descritas, en Brasil, en el caso de la Universidad Católica de Goiás (Programa de Mestrado Profissional em Gestão do Patrimônio Cultural), el curso Pré- História no Brasil es presentado como “Diversidade e pluralidade cultural do Brasil na pré-história. Diferentes tradições culturais dos grupos caçadores-coletores e agricultores ceramistas das regiões Amazônia, litoral e interior: os modos de vida (subsistência e habitação); a tecnologia desenvolvida para a produção dos instrumentos líticos e/ou dos va-silhames cerâmicos; os elementos simbólicos - elaboração da arte rupestre e ente-rramentos funerários. Importância desse patrimônio na construção da identidade brasileira. Importância do tema na formação do gestor cultural. Reconhecimento, identificação e preservação do patrimônio cultural arqueológico”.

Así, debe ser claro que un seguimiento histórico a las transformaciones de los planes de estudio en las diferentes instituciones es una línea a seguir a futuro, ya que permitirá evaluar cuándo, y en qué sentidos, los cambios ocurridos en las perspectivas teóricas y metodológicas impactan las estructuras curriculares,

Page 235: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 223

pues, a todas luces, aun los cambios de nombre de los cursos son más que eso, porque como categorías, como esquemas que materializan perspectivas sobre una disciplina, éstos logran, una vez consolidados, direccionar el proceso en sentidos o caminos específicos.

Antes de pasar a analizar la oferta en la modalidad de Énfasis en Arqueo-logía, momento en el que las diferencias con la oferta de la Línea de Arqueo-logía serán cotejadas, vale señalar que no encontramos formación al nivel de “técnicos o tecnólogos” en arqueología, un nivel que, a la luz de la denominada arqueología de rescate o contractual, sería de esperar que hubiese generado una oferta académica ya consolidada, respondiendo no sólo a las legislaciones nacionales en materia de protección de recursos culturales, sino también a las regulaciones impuestas por las empresas multinacionales que financian dichos proyectos para que se realicen tales tipos de estudios. En Cuba se ofrece algún tipo de instrucción que podría asimilarse al nivel de técnico, pero no es una oferta estable (Robaina, Comunicación personal 2008)5, siendo la oferta formal que se destaca en este campo la del Mestrado Profissional em Gestão do Patri-mônio Cultural concentração Arqueologia de la Universidad Católica de Goiás (UCG), Instituto Goiano de Pré-História e Antropologia en Brasil, ya que allí, según lo reconocen algunos investigadores (cf. Cristiana Barreto, Comunica-ción personal), ese tema es central, reflejándose en el plan de estudios en cursos como Arqueologia de Contrato, Patrimônio Cultural e Impactos Ambientais, Urbanismo e Gestão do Patrimônio Cultural o Gestão do Patrimônio Cultural: Estudos de Casos, todos los cuales hacen parte, no obstante, de la oferta optati-va y no de la obligatoria.

De igual manera, debemos dejar constancia de que no abordaremos en deta-lle los planes de estudio de maestría y doctorado, ya que todos están estructura-dos de forma tal que en muy pocos casos hay denominaciones con un nombre que incluya el término de arqueología o aun, que permitan inferir el contenido especí-fico, siendo consecuentemente, en su mayoría, nombres como Seminario (Niveles

5 El contraste regional para el entrenamiento y formación al nivel de técnicos lo proporciona Estados Unidos, donde, en el marco de los programas de manejo de recursos culturales (Cultural Contract Resarch Managment Programs), se ha establecido una clara jerarquía de cargos, como “Archaeological Technician I, II, III”, los cuales son escalafones salariales, según estudio y experiencia (ver “What is an Archaeological Field Technician? A definition of, and what to expect if you are one” en http://members.aol.com/UAFT/home.htm). Entrenamiento formal a este nivel se ofrece en North West College (http://www.northwestcollege.edu/programs/ProgramPage.cfm?PID=8), el National Park Service (http://www.nps.gov/archeology/PUBS/TECHBR/Tch9.htm), o el programa de la Archeological Society of Virginia (ASV), el Council of Virginia Archaeologists (COVA) y el Virginia Department of Historic Resources (VDHR) (http://asv-archeology.org/ArchTech.html).

Page 236: Arqueologia en La Ti No America

224 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

I, II, III, IV), Seminario Doctoral (Niveles I, II, III, IV) o Línea de Investigación los términos más comunes.

Programas Énfasis en Arqueología

Concentrándonos ahora en los programas reunidos como modalidad Énfasis en Arqueología, vemos que los programas al nivel de grado representan el 70% de la oferta, contra un 30% de los programas de posgrado (ver la tabla 23). La cifra de los programas a nivel de grado muestra que ésta situación tiene un peso im-portante dentro del conjunto de la formación en arqueología, al ser una cifra tan importante como la de los programas de grado exclusivos, es decir, de aquellos en la modalidad Línea en Arqueología, como se muestra en la tabla 8.

Tabla 23. Distribución por nivel de formación de la oferta Énfasis en Arqueología

País Grado % Posgrado % Total

Argentina 6 20 0 0 6

Brasil 0 0 4 13 4

Chile 2 7 2 7 4

Colombia 6 20 0 0 6

Costa Rica 1 3 0 0 1

Ecuador 1 3 0 0 1

Jamaica 1 3 0 0 1

Nicaragua 1 3 0 0 1

Uruguay 2 7 1 3 3

Venezuela 1 3 2 7 3

Total 21 70 9 30 30

La tabla 24, por su parte, nos muestra que de los 21 programas de grado, 12 son dentro de Licenciaturas en Antropología6. De estas, siete destacan el énfasis en arqueología, dos se presentan como Licenciaturas en Antropología (sin dis-

6 El programa de la Universidad Nacional de Rosario se incluyó aquí, aunque sólo tiene un curso en arqueología, ya que en la descripción hace énfasis en que el plan de estudios aborda las “comunidades humanas pasadas y presentes”, destacando que en el ciclo superior “el estudiante podrá elegir la metodología de investigación específica”, al igual que los seminarios de interés que garantizan una formación específica, como puede ser la arqueología.

Page 237: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 225

criminar el énfasis), y las otras dos, como Licenciaturas en Antropología Opción Investigación y Opción Docencia, respectivamente (ver la tabla 25).

En cuanto a los seis casos que aparecen como Antropología, se trata de ofertas de Colombia en donde la formación tradicional es en antropología, con o sin énfasis específico en arqueología, pero que laboralmente capacitan a to-dos por igual7. Los otros tres casos bajo “Otros” son dos casos de “Historia con Orientación en Arqueología” (Nicaragua) y “History/Archaeology Special” (Jamaica) y una de “Antropología Orientación Arqueológica” (Argentina) (ver la tabla 25).

Desde el punto de vista de la distribución por país, vemos que la oferta al ni-vel de grado está también limitada a nueve países, como ocurre con la oferta de la Línea en Arqueología, sólo que los únicos países que aparecen en ambos listados son Argentina, Chile y Colombia (ver las tablas 12 y 24).

Tabla 24. Distribución por país de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Grado

País Licenciatura % Antropología % Otro % Total programas

Argentina 5 24 0 0 1 5 6

Chile 2 10 0 0 0 0 2

Colombia 0 0 6 29 0 0 6

Costa Rica 1 5 0 0 0 0 1

Ecuador 1 5 0 0 0 0 1

Jamaica 0 0 0 0 1 5 1

7 En Colombia la enseñanza de la arqueología ha estado ligada a los programas de antropolo-gía (Pineda 2005) y sólo en el primer semestre de 2008 se ha comenzado a ofertar el primer programa específico en arqueología (Universidad Externado de Colombia). No obstante, no todos los programas de antropología permiten o contemplan dentro de sus estructuras la posibilidad de una formación especializada (énfasis) en arqueología o antropología bioló-gica, como tal. En efecto, de los 10 programas que ofrecen antropología, el de la Javeriana y el ICESI no contemplan la arqueología en ninguna forma dentro de su perfil, y el del Rosario, aunque incluye en el plan de estudios una asignatura de arqueología –al igual que los dos últimos–, está más enfocado hacia la antropología con comunidades actuales y/o la denominada antropología aplicada. En los siete programas restantes, no obstante, existen diferencias: mientras en tres de ellos el programa ofrece instrucción en todos los campos de la antropología sin que se predefinan en ningún punto una línea o módulos de especialización (Andes, Caldas, Externado), los otros cuatro programas definen líneas de profundización, en particular en arqueología.

Page 238: Arqueologia en La Ti No America

226 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Licenciatura % Antropología % Otro % Total programas

Nicaragua 0 0 0 0 1 5 1

Uruguay 2 10 0 0 0 0 2

Venezuela 1 5 0 0 0 0 1

Total 12 57 6 29 3 14 21

Tabla 25. Distribución por país y nombre específico de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Grado

País Universidad Tipo grado Nombre del programa

Númerocursos

arqueología

NicaraguaUniversidad Na-cional Autónoma

de NicaraguaOtro

Historia con Orientación en

Arqueología15

EcuadorPontificia Univer-sidad Católica del

EcuadorLicenciatura

Licenciatura en Antropología con

Especialización en Arqueología

13

Costa RicaUniversidad de

Costa RicaLicenciatura

Licenciatura en Antropología con énfasis en Arqueología

8

ChileUniversidad de

ChileLicenciatura

Licenciado en Antropología con

Mención en Arqueología

7

Argentina

Universidad Na-cional del Centro

de la Provincia de Buenos Aires

Licenciatura

Licenciatura en Antropología, Orientación

Arqueológica

7

VenezuelaUniversidad Cen-tral de Venezuela

Licenciatura

Licenciatura en Antropología con énfasis en Arqueología

6

ColombiaUniversidad de Antioquia

Antropología Antropología 5

ColombiaUniversidad del

MagdalenaAntropología Antropología 5

(continuación)

Page 239: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 227

(continuación)

País Universidad Tipo grado Nombre del programa

Númerocursos

arqueología

ArgentinaUniversidad Na-cional de la Plata

LicenciaturaLicenciatura Antropología

5

ArgentinaUniversidad

Nacional de SaltaOtro

Antropología Orientación

Arqueológica5

ColombiaUniversidad de

CaldasAntropología Antropología 4

ArgentinaUniversidad de Buenos Aires

Licenciatura

Licenciado en Ciencias

Antropológicas Orientación

Arqueológica

4

ColombiaUniversidad del

CaucaAntropología Antropología 4

ColombiaUniversidad

NacionalAntropología Antropología 4

UruguayUniversidad

de la RepúblicaLicenciatura

Licenciatura en Ciencias

Antropológicas Opción

Investigación

3

ColombiaUniversidad de

los AndesAntropología Antropología 3

JamaicaThe University of

East Indians, MonaOtro

History/Archaeology Special

3

ArgentinaUniversidad Na-cional de Jujuy

Licenciatura

Licenciado en Antropología orientación

arqueológica

3

UruguayUniversidad de la

RepúblicaLicenciatura

Licenciatura en Ciencias

Antropológicas Opción Docencia

2

ArgentinaUniversidad Na-

cional de RosarioLicenciatura

Licenciatura Antropología

1

ChileUniversidad de

Tarapacá de AricaLicenciatura

Licenciado en Antropología con

Mención en Arqueología

SD

Page 240: Arqueologia en La Ti No America

228 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

En cuanto a los posgrados de la categoría Énfasis en Arqueología, encontra-mos seis casos de maestría circunscritos a cuatro países y tres doctorados circuns-critos a tres países (ver la tabla 26). De las maestrías, tres son en Antropología con Mención en Arqueología, una cuarta en Ciencias Humanas con énfasis en Arqueología Histórica, la quinta en Gestión de Patrimonio con énfasis en ar-queología y la sexta en Arqueología del Sur del Brasil. Por su parte, de los tres doctorados, dos son en Antropología con Mención en Arqueología y el tercero en Arqueologia Pré-histórica e Etno-história do Sul do Brasil (ver la tabla 27).

Desde el punto de vista de la duración de los diferentes tipos de programas, y como ya discutimos anteriormente para el caso de los programas en la Línea de Arqueología, no se observan diferencias significativas entre los países para estas categoría, tal y como se puede ver en la tabla 14.

En cuanto a la distribución de las ofertas según la naturaleza jurídica de las instituciones, vemos que las 22 ofertas relacionadas con las instituciones públicas se distribuye en 19 universidades, siendo Argentina el país que más programas presenta, seguido de Colombia, Uruguay y Venezuela, que de forma combinada concentran el 77% de la oferta (ver la tabla 28 y la figura 8). Por su parte, mien-tras que las 18 ofertas a nivel de grado están concentradas en 17 instituciones (ver la tabla 29 y la figura 9), las 4 de posgrado lo están en 3 instituciones de Brasil, Uruguay y Venezuela (ver la tabla 30).

La distribución de la oferta en las instituciones privadas, muestra que los 6 casos se concentran en cinco universidades, siendo Brasil, con tres casos, el que concentra el 50% (ver la tabla 31). La oferta a nivel de grado se concentra en tres instituciones (ver la tabla 32 y la figura 11), mientras que a nivel de posgrado está en dos instituciones, todas de Brasil (ver la tabla 33).

Tabla 26. Distribución por país de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Posgrado

País Doctorado % Maestría %

Brasil 1 11 3 33

Chile 1 11 1 11

Uruguay 0 0 1 11

Venezuela 1 11 1 11

Total 3 33 6 67

Page 241: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 229

Tabla 27. Distribución por país y nombre específico de los programas Énfasis en Arqueología, Nivel Posgrado

País Universidad Tipo posgrado

Nombre del programa

Número cursos

arqueología

Chile

Universidad de Tarapacá

de Arica/Universi-dad Católica del

Norte

MaestríaMaestría en Antro-pología con Men-

ción en Arqueología9

VenezuelaInstituto Venezola-no de Investigacio-

nes CientíficasMaestría

Maestría en Antro-pología Orientación

Arqueología5

VenezuelaInstituto Venezolano de Investigaciones

CientíficasDoctorado

Doctorado en Antropología Orientación Arqueología

5

BrasilUniversidad

Federal de Minas Gerais

Maestría

Maestrado em Antropologia

concentração em Arqueologia

4

Chile

Universidad de Tarapacá de Arica/

Universidad Católica del Norte

Doctorado

Doctorado en Antropología Mención en Arqueología

4

Uruguay Universidad de la República Maestría

Maestría en Ciencias Humanas

con énfasis en Arqueología

Histórica

4

Brasil

Pontifícia Universidade

Católica do Rio Grande do Sul

Maestría

Programa de Pós-Graduação em História Maestrado

Arqueologia Pré-histórica e

Etno-história do Sul do Brasil

0

Brasil

Pontifícia Universidade

Católica do Rio Grande do Sul

Doctorado

Programa de Pós-Graduação em História Doutorado

Arqueologia Pré-histórica e

Etno-história do Sul do Brasil

0

Brasil Universidad Católica de Goiás Maestría

Mestrado Profissio-nal em Gestão do

Patrimônio Cultural concentração Arqueologia

SD

Page 242: Arqueologia en La Ti No America

230 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 28. Lista de ofertas Énfasis en Arqueología en instituciones públicas, Nivel Grado y Posgrado

País Universidad Total porinstitución

Total país

Argentina Universidad Nacional de Jujuy 1 6Universidad Nacional de Salta 1 Universidad Nacional de la Plata 1 Universidad Nacional de Rosario 1 Universidad Nacional del Centro de la Provin-cia de Buenos Aires 1

Universidad de Buenos Aires 1 Brasil Universidad Federal de Minas Gerais 1 1Chile Universidad de Chile 1 2

Universidad de Tarapacá de Arica 1 Colombia Universidad de Antioquia 1 5

Universidad del Cauca 1 Universidad Nacional 1 Universidad del Magdalena 1 Universidad de Caldas 1

Costa Rica Universidad de Costa Rica 1 1Nicaragua Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua 1 1Uruguay Universidad de la República 3 3Venezuela Universidad Central de Venezuela 1 3

Instituto Venezolano de Investigaciones Cien-tíficas 2

Total 19 22 22

Figura 8. Distribución por país, oferta Énfasis en Arqueología, Nivel Grado y Posgrado, en instituciones públicas

Page 243: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 231

Tabla 29. Lista de ofertas Nivel Grado en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología

País Universidad Nombre del programa

Total por institución

Total por país

Argentina Universidad Nacional de Jujuy

Licenciado en Antropología orientación

Arqueológica1 6

Universidad Nacional de Salta

Antropología Orientación

Arqueológica1

Universidad Nacional de la Plata

Licenciatura Antropología 1

Universidad Nacional de Rosario

Licenciatura Antropología 1

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de

Buenos Aires

Licenciatura en Antropología, Orientación

Arqueológica

1

Universidad de Buenos Aires

Licenciado en Ciencias Antropológicas

Orientación Arqueológica

1

Chile Universidad de Chile

Licenciado en Antropología con

Mención en Arqueología1 2

Universidad de Tarapaca

de Arica

Licenciado en Antropología con Mención

en Arqueología

1

Colombia Universidad de Antioquia Antropología 1 5

Universidad del Cauca Antropología 1

Universidad Nacional Antropología 1

Universidad del Magdalena Antropología 1

Universidad de Caldas Antropología 1

Page 244: Arqueologia en La Ti No America

232 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Universidad Nombre del programa

Total por institución

Total por país

Costa Rica Universidad de Costa Rica

Licenciatura en Antropología con énfasis en Arqueología

1 1

Nicaragua

Universidad Nacional

Autónoma de Nicaragua

Historia con Orientación en

Arqueología1 1

Uruguay Universidad de la República

Licenciatura en Ciencias Antropológicas

Opción Investigación2 2

Venezuela Universidad Central de Venezuela

Licenciatura en Antropología con énfasis en Arqueología

1 1

Total 17 18 18

Figura 9. Distribución por país, oferta en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología, Nivel Grado

(continuación)

Page 245: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 233

Tabla 30. Lista de programas de Posgrado en instituciones públicas, Énfasis en Arqueología

País Universidad Tipo posgrado

Nombre del programa

Total institución

Total país

UruguayUniversidad

de la República

Maestría

Maestría en Ciencias Huma-nas con énfasis en Arqueología

Histórica

1 1

BrasilUniversidad Federal de

Minas GeraisMaestría

Maestrado em Antropologia concentração

em Arqueologia

1 1

Venezuela

Instituto Venezolano de Investigacio-

nes Científicas

Maestría

Maestría en Antropología Orientación Arqueología

1 2

Doctorado

Doctorado en Antropología Orientación Arqueología

1

Total 3 4 4

Tabla 31. Distribución de la oferta en instituciones privadas, Énfasis en Arqueología

País Universidad Nivel del programa Nombre del programa

BrasilUniversidad Católica de

GoiásPosgrado

Mestrado Profissional em Gestão do Patrimônio Cultural concentração Arqueologia

Pontifícia Universidade

Católica do Rio Grande do Sul

PosgradoPrograma de Pós-Graduação em His-tória Maestrado Arqueologia Pré-his-tórica e Etno-história do Sul do Brasil

PosgradoPrograma de Pós-Graduação em His-tória Doutorado Arqueologia Pré-his-tórica e Etno-história do Sul do Brasil

Colombia Universidad de los Andes Grado Antropología

Ecuador

Pontificia Universidad Católica del

Ecuador

Grado Licenciatura en Antropología con Especialización en Arqueología

JamaicaThe University of East Indians,

Mona Grado History/Archaeology Special

Page 246: Arqueologia en La Ti No America

234 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Tabla 32. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología en instituciones privadas, Nivel Grado

País Universidad Nivel Nombre del programa

Totalpor

institución

Total país

Ecuador

Pontificia Universidad Católica del

Ecuador

Licenciatura

Licenciatura en Antropología con Especialización en Arqueología

1 1

Colombia Universidad de los Andes Antropología Antropología 1 1

JamaicaThe University of East Indians,

Mona Otro, History/Archaeology

Special 1 1

Total 3 3 3

Figura 10. Distribución por país, oferta en instituciones privadas, Énfasis en Arqueología

Page 247: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 235

Tabla 33. Distribución de la oferta Énfasis en Arqueología en instituciones privadas, Nivel Posgrado

País Universidad Nivel Nombre programaTotalpor

institución

Total país

BrasilUniversidad

Católica de Goiás

Maestría

Mestrado Profissional em Gestão do Patrimônio Cul-tural concentração Arque-ologia

1 3

Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande

do Sul

Maestría

Programa de Pós-Gradu-ação em História Maestra-do Arqueologia Pré-histó-rica e Etno-história do Sul do Brasil

1

Doctorado

Programa de Pós-Gradu-ação em História Doutora-do Arqueologia Pré-histó-rica e Etno-história do Sul do Brasil

1

Total 2 3 3

En términos generales, podemos decir entonces que la distribución entre los sistemas público y privado guarda una proporción similar a la existente en el caso de la Línea en Arqueología, con ocho países concentrando la oferta combi-nada en cada caso (ver las figuras 3 y 8); Argentina, Brasil y Colombia están en ambas listas. En términos de la oferta pública al nivel de grado, existe un mayor número de programas en la modalidad Énfasis en Arqueología (18 frente a 13), diferencia que quizás sea significativa de un proceso de cambio a ofertas cada vez más específicas, como discutimos anteriormente, una tendencia que debe ser analizada con información que aún no poseemos de carácter diacrónico, pero que hace parte –casi como producto natural– de las actuales tendencias derivadas de la especialización en los diferentes campos disciplinares. Al nivel de posgrados, no obstante, resulta marcada la diferencia en favor de los programas en la Línea de Arqueología (14 frente a 4, ver las tablas 19 y 30), indicando consecuentemente con el argumento esbozado que la especificidad nominal de las ofertas parece ser la tendencia dominante o hacia donde se estaría perfilando.

En cuanto a las ofertas en el sector privado, la diferencia al nivel de grado está a favor de la oferta Línea en Arqueología (8 frente a 3) (ver las tablas 21 y 32), pero al nivel de posgrado es similar, con tres casos cada uno (ver las tablas 22 y 33).

Page 248: Arqueologia en La Ti No America

236 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Un aspecto sobre el cual, como indicamos para la Línea en Arqueología, aun no tenemos datos consolidados, pero que será interesante analizar, es el referente al número de graduados en cada sistema, lo que permitirá evaluar el impacto de ambos en términos del desarrollo de la disciplina y esclarecer si, por ejemplo, los cambios hacia ofertas más específicas van de la mano con cambios en la participación en el número de graduados. Este tema resulta también inte-resante, ya que nos permite referirnos a debates ya planteados sobre la relación entre el tamaño de la población profesional y el desarrollo de la disciplina, en donde la población profesional, vista como la “masa crítica”, resultaría elemento central para explicar el grado de desarrollo de la disciplina (Politis 2006: 193). Aunque concurrimos con Politis en el sentido de que resulta cuando menos curiosa –imposible de precisar, diríamos– la regla matemática según la cual es necesario un “número particular de arqueólogos para sostener un umbral míni-mo de productos teóricos”, sí creemos que en las actuales condiciones, donde la arqueología se desarrolla desde marcos formales de vinculación profesional, el tamaño de la “oferta profesional” –la masa crítica y su nivel de formación– sí tiene un peso específico o valor explicativo en esta compleja ecuación, así no sea fácil establecer una matriz para evaluar esta relación (Uribe 2005: 70). El punto es que un escenario como el de antaño (siglo XIX y primera mitad del siglo XX), cuando la arqueología y otras disciplinas existían gracias a la acción de un importante número de individuos no vinculados o dependientes de una institución mediante una relación laboral estable, sólo será posible a futuro si se consolida el ideal de que la formación universitaria sea un hecho de cobertura total y un proceso permanente (PUCP 2007: 24). Pero antes de que esto ocurra, es decir, antes de que se produzcan las profundas transformaciones estructu-rales que tal agenda presupone, la relación número de profesionales/recursos para investigación/recursos de formación disciplinar deberá ser evaluada como parte integral de la realidad de la arqueología, desarrollo teórico incluido, a riesgo de perpetuar una sesgada y anacrónica –quizás igualmente hegemónica (y/o colonial, en el sentido de Politis 2006)– visión de la disciplina, en la que el fenómeno se circunscribe a la academia, sus representantes y sus productos. En efecto, tal perspectiva deja de lado consideraciones trascendentales hoy en día, como el tema de la integración disciplinar, que al desdibujar las fronteras entre disciplinas podría hacer que, en el caso de la arqueología, ésta se disuelva en una tecnología de excavación y conservación de contextos (como escenas foren-ses) y un académico “humanista” que “interpreta”, “analiza”: los especialistas en “estudios socioculturales”, por ejemplo. De igual manera, se dejan de lado las consecuencias concretas de la transformación de la arqueología en hecho de “dominio público” como efecto de los medios masivos de comunicación, es decir, el impacto de éstos en la que se puede describir como “arqueologización”

Page 249: Arqueologia en La Ti No America

arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 237

del público general (los “otros”, las comunidades, etc.). Sobre esto regresaremos en la sección final.

Por último, en esta sección sobre la oferta Énfasis en Arqueología anali-zaremos la oferta de cursos, con especial atención a los que incluyen la palabra arqueología en su título. Como se aprecia en el anexo 3, esta oferta varía mucho en términos de la cantidad total por programa (entre tres, como en los programas de la Universidad de la República en Uruguay o la Universidad de los Andes en Colombia, y 13 en el programa de la Universidad del Magdalena, Colombia, o 12 en el programa de la Universidad Nacional de Managua en Nicaragua). Como se ve al comparar el anexo 2 con el anexo 3, el tipo de nombres de los cursos es, no obstante, muy similar, pudiéndose detectar la presencia de cursos sobre fundamentación teórica y metodológica y los propios de la parte contextual –la arqueología de la región o del país–. Entre las ofertas de especialización, también está presente el tema del patrimonio cultural y su protección, así como otros cur-sos que serían únicos, tales como Didáctica de la Arqueología del programa de la UANM (Nicaragua).

Así, el elemento quizás más importante de enfatizar es que las ofertas de estos programas, en muchos casos, encuentran en los cursos que hacen parte de los ofer-tas de extensión o formación suplementaria obligatoria –pero de elección libre–, un área de oferta adicional, ya que en éstos la arqueología o los temas arqueológicos cuentan con un espacio importante, como son cursos sobre sociedades prehispáni-cas, tecnología prehispánica, arte y simbolismo prehispánico, museología, etc. Más importante en este sentido resulta mencionar que en estos contextos, las prácticas extracurriculares, en la forma de escuelas de campo, actúan como escenarios com-plementarios para brindar la formación en la temática de la arqueología, así como las prácticas libres en laboratorios de arqueología a lo largo del programa.

No podemos perder de vista, en el caso de esta sección, que estamos concen-trados en el número de cursos que contienen la palabra arqueología en su título, pues en muchos de estos programas hay cursos con denominaciones que, sin cum-plir este criterio, seguramente complementan bien la oferta formativa disciplinar. En relación con este tema, queda también por analizar si el proceso ahora generalizado en muchos países hacia la implementación masiva en todas las áreas del conocimiento del esquema de formación completo como estándar de formación, es decir, pregrado-grado-posgrado, el último llegando a los doctorados, ha estado o estará influyendo en que las ofertas se presenten bajo denominaciones específicas o no8.

8 Para una mirada a las implicaciones de este tema desde el contexto colombiano, ver Restrepo 2006.

Page 250: Arqueologia en La Ti No America

238 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

Antes de intentar una síntesis de lo visto hasta este momento, y en especial una comparación entre las ofertas Línea en arqueología y Énfasis en arqueología, miraremos lo que sucede con la oferta de Arqueología como Contenido Mínimo, un aspecto que, como hemos indicado ya, resulta también relevante dentro de esta perspectiva de estudio.

Cursos Arqueología como Componente Mínimo

Hemos dicho que en la búsqueda realizada para documentar todas las ofertas de programas de formación en arqueología, también hicimos un seguimiento de aquellas instancias en que se ofrecen cursos de arqueología como complemento o parte de la formación en otras disciplinas, siempre que fuesen al nivel de grado y posgrado. Como vimos al inicio de este texto, según lo señala la tabla 1, de los 35 casos registrados, el 89% son ofertas al nivel de grado (31) y sólo un 11% al nivel de posgrado (4).

En cuanto a los casos de nivel de grado, México, con 11 casos, es seguido de Perú, con 6, y Argentina, con 5, como los países con mayor número de este tipo de ofertas (ver la tabla 34). En cuanto a los cursos ofertados en el contexto de progra-mas de posgrado, encontramos que están relacionados con cuatro países en tres ofertas al nivel de maestría y una al nivel de especialización (ver la tabla 35).

Tabla 34. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Grado

País Antropología % Licenciatura % Otros % Total %

Argentina 0 0 1 3 4 13 5 16

Chile 0 0 2 6 0 0 2 6

Colombia 2 6 0 0 0 0 2 6

Costa Rica 0 0 1 3 0 0 1 3

Cuba 0 0 1 3 0 0 1 3

Ecuador 0 0 0 0 1 3 1 3

El Salvador 0 0 1 3 0 0 1 3

Guatemala 0 0 1 3 0 0 1 3

México 0 0 11 35 0 0 11 35

Perú 6 19 0 0 0 0 6 19

Total 8 26 18 58 5 16 31 100

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 239

Tabla 35. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Posgrado

País Especialización % Maestría % Total general %

Colombia 1 25 0 0 1 25

Costa Rica 0 0 1 25 1 25

Jamaica 0 0 1 25 1 25

México 0 0 1 25 1 25

Total 1 25 3 75 4 100

De la oferta global, es interesante anotar que, con la excepción de nueve casos, todos los cursos se ofrecen en las mismas instituciones en donde se oferta arqueología como programa a cualquier nivel. Estas excepciones corresponden a los nueve primeros casos listados en la tabla 36 y, como se ve allí, salvo el pri-mero, que se presenta en una especialización en Antropología Turística, el resto son en el marco de programas de antropología y antropología social, tal y como ocurre para 26 de los casos restantes de la oferta de Arqueología como Conteni-do Mínimo. De estos 26, en efecto, 16 se presentan en el marco de programas de antropología (a diferentes niveles), una licenciatura en etnología, una en etnohis-toria, dos programas en antropología física, uno en antropología histórica y uno en antropología cultural. Los últimos cuatro casos listados en la tabla serían los más disímiles, correspondiendo de todas maneras a campos que pueden conside-rarse afines o estrechamente relacionados, como son museología, especialización forense, y la temática del patrimonio cultural, con dos casos.

Tabla 36. Distribución de la oferta Arqueología como Contenido Mínimo, Nivel Grado y Posgrado

País Universidad Nivel del programa

Nombre del programa

Número cursos

arqueología

Argentina Universidad de Morón Grado

Licenciatura en Ciencias Antropológicas, Orienta-ción Antropología Turística

1

Colombia Universidad del Rosario Grado Antropología 1

EcuadorUniversidad

San Francisco de Quito

GradoEspecialización en Artes Liberales, Subespecializa-ción Antropología

1

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240 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Universidad Nivel del programa

Nombre del programa

Número cursos

arqueología

México

Benemérita Universidad

Autónoma de Puebla

Grado Licenciatura en Antropolo-gía Social 1

MéxicoUniversidad Autónoma de Chiapas

Grado Licenciatura en Antropolo-gía Social 1

MéxicoUniversidad

Autónoma de Querétaro

Grado Licenciatura en Antropolo-gía Social 1

México Universidad de Quintana Roo Grado Licenciatura en Antropolo-

gía Social 1

Perú

Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa

Grado Antropología 3

PerúUniversidad Nacional del

Centro del PerúGrado Antropología 1

Perú

Universidad Nacional

Mayor de San Marcos

Grado Antropología 1

Perú

Universidad Nacional de San Antonio

Abad del Cusco

Grado Antropología SD

PerúUniversidad Na-cional Federico

VillarealGrado Antropología SD

PerúUniversidad Nacional del

Altiplano PunoGrado Antropología 3

Colombia Universidad Externado Grado Antropología 2

El SalvadorUniversidad

Tecnológica de El Salvador

Grado Licenciatura en Antropología 1

(continuación)

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 241

País Universidad Nivel del programa

Nombre del programa

Número cursos

arqueología

GuatemalaUniversidad del Valle de Guatemala

Grado Licenciatura en Antropología 5

México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Antropolo-gía Social 1

México Universidad Veracruzana Grado Licenciatura en Antropolo-

gía Social 1

Costa Rica Universidad de Costa Rica Grado

Licenciatura en Antropolo-gía con énfasis en Antropo-logía Social

2

Chile Universidad de Chile Grado

Licenciado en Antropología con Mención en Antropolo-gía Social

2

Costa Rica Universidad de Costa Rica Posgrado Maestría en Antropología 1

MéxicoUniversidad de las Américas

PueblaPosgrado Maestría Estudios Antropo-

lógicos 2

ArgentinaUniversidad Nacional de

JujuyGrado Auxiliar Técnico en Antro-

pología 3

ArgentinaUniversidad Nacional de

RosarioGrado Profesorado en Antropología 1

Argentina Universidad de Buenos Aires Grado

Profesorado en Enseñanza Media y Superior en Cien-cias Antropológicas

3

MéxicoUniversidad de las Américas

PueblaGrado Licenciatura en Antropolo-

gía Cultural 8

México Universidad Veracruzana Grado Licenciatura en Antropolo-

gía Histórica 1

México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Antropolo-gía Física 1

(continuación)

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242 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

País Universidad Nivel del programa

Nombre del programa

Número cursos

arqueología

Chile Universidad de Chile Grado

Licenciado en Antropología con Mención en Antropolo-gía Física

2

México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Etnología 1

México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Etnohistoria 3

ArgentinaUniversidad Nacional de

TucumánGrado Museología 6

Cuba

Colegio Universitario

San Gerónimo de la Habana

GradoLicenciatura en Preserva-ción y Gestión del Patrimo-nio Histórico-Cultural

SD

JamaicaThe University of East Indians,

MonaPosgrado Heritage Studies 1

Colombia Universidad Nacional Posgrado Especialización Forense 1

Ahora bien, desde el punto de vista de la intensidad o número de cursos de arqueología por programa, sí existen diferencias importantes de anotar. En primer lugar, de los 35 casos, tenemos información para 32 sobre este aspecto, permitién-donos ver que un poco más del 50% son casos con un solo curso (19 casos de 32). En el otro extremo estaría un caso con ocho cursos, como lo es el programa de Licenciatura en Antropología Cultural de la Universidad de las Américas Puebla (México). No obstante, en términos prácticos, debe decirse que el plan de estu-dios obliga a tres cursos, pero exige dos obligatorias de un menú compuesto de 10 cursos, de los cuales cinco llevan en el título la palabra “arqueología” o aluden a ésta (Seminario en Arqueología I, Teoría Arqueológica, Arqueología de América, Seminario en Arqueología II y Seminario en Arqueología III), y de los otros cin-co, varios son más que relevantes para una orientación en “arqueología” o pers-pectiva de la “cultura material” (Osteología, Cerámicas Mesoamericanas, Arte y Arquitectura Prehispánicos, Patrimonio Cultural e Ilustración Técnica II).

(continuación)

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 243

Igualmente significativos son los dos casos en que se presentan seis y cinco cursos de arqueología, como son los programas de Museología de la Universidad Nacional de Tucumán (Introducción a la arqueología, Procesos socioculturales en arqueología extra-americana, Arqueología americana I, Bioarqueología, Ar-queología argentina (con especial énfasis en el NOA) y Conservación y manejo del patrimonio cultural arqueológico) y el programa de Licenciatura en Antro-pología de la Universidad del Valle de Guatemala, conformada la oferta por un curso de Arqueología del Nuevo Mundo y cuatro niveles de Arqueología Meso-americana.

Con menor cantidad de cursos, pero de igual manera relevantes, están los cinco casos con tres cursos, como el programa de Profesorado en Enseñanza Me-dia y Superior en Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires (Arqueología argentina, Metodología y técnicas de investigación arqueológicas y Teoría arqueológica contemporánea)9, los programas de Antropología de las universidades Nacional de San Agustín de Arequipa (dos cursos de Arqueología General y uno de Arqueología Andina) y Nacional del Altiplano Puno (Arqueolo-gía, Arqueología Andina y Arqueología Andes-Centro Sur), así como la Licencia-tura en Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (Arqueolo-gía general de América, Arqueología de Mesoamérica: centro, occidente y golfo y Arqueología de Mesoamérica: área maya y Oaxaca) y el programa de Auxiliar técnico en Antropología (Arqueología Americana, Metodología y técnicas de la investigación arqueológica y Arqueología Argentina).

Cinco casos, con dos cursos cada uno, también están presentes, y son de interés dentro de este contexto general, ya que presentan tantos o más cursos, como muchos de los programas en la categoría Énfasis en Arqueología. Como se ve en la tabla 37, los cursos que se ofrecen incluyen tanto temas generales o introductorios a la disciplina como un nivel de contexto regional. Vale destacar que el caso del programa de maestría en estudios antropológicos de la Universi-dad de las Américas se ha incluido, aunque los nombres no contienen el término arqueología, por considerar que ilustra el punto sobe las equivalencias o diversi-dad de denominaciones existentes y que son relevantes para un seguimiento de

9 Este caso también sirve para la discusión de los nombres, pues el programa de Antropología Orientación en Arqueología contiene, además de estos cursos, y los dos seminarios en arqueología que no hacen parte de la carga del profesorado, los cursos de Sistemas socioculturales de América I (cazadores, recolectores, agricultores incipientes), Prehistoria del Viejo Mundo, Prehistoria americana y argentina I (culturas de cazadores recolectores) y Prehistoria americana y argentina II (culturas agro-alfareras), los que, de acuerdo con lo discutido, podrían verse como cursos de arqueología, en cuyo caso, la oferta global sería de 7 para el profesorado y de 11 en total para la orientación en arqueología.

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los procesos formativos o indagaciones sobre el papel que las denominaciones específicas puedan tener. Saber cuáles son las ventajas de esto no es una cuestión fácil de responder, pero en la sección siguiente trataremos de esbozar algunas posibles respuestas, junto con otros interrogantes que hemos venido planteando a lo largo del ensayo.

En conclusión, la variedad de la oferta de programas en los que se incluye la arqueología resulta el hecho más llamativo, aspecto que no sabemos si va en aumento o no, pero que creemos deja entrever el posicionamiento de ésta como campo esencial en la formación de otros profesionales.

Tabla 37. Oferta en Arqueología como Contenido Mínimo, con lista de cursos ofertados

País Universidad Nombre del programa Nombres cursos

Chile Universidad de Chile

Licenciado en Antropo-logía con Mención en Antropología Social

Arqueologia General IArqueologia General II

Chile Universidad de Chile

Licenciado en Antro-pología con Mención en Antropología Física

Arqueologia General IArqueologia General II

Colombia Universidad Externado Antropología

Introducción a la ArqueologíaArqueología de Colombia

Costa RicaUniversidad

de Costa Rica

Licenciatura en Antro-pología con énfasis en Antropología Social

Arqueología y etnología de Amé-ricaPráctica de investigación en ar-queología

MéxicoUniversidad

de las Améri-cas Puebla

Maestría Estudios An-tropológicos

Culturas PrehispánicasArte e Ideología Prehispánica

De la docencia en arqueología y la arqueología en la docencia: reflexiones finales

En las páginas precedentes hemos tenido la oportunidad de confrontarnos de ma-nera directa con la formación académica en el campo de la arqueología, así como de sondear también la realidad de la arqueología como componente en la for-mación de otros profesionales en el amplio y complejo entramado geosocial que representan Latinoamérica y el Caribe.

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 245

El ejercicio realizado no puede considerarse como terminado, ya que existen vacíos importantes en la información consolidada para evaluar apropiadamente el significado histórico de los patrones y diferencias que hemos detectado. Más aún, la información no es del todo completa para intentar una evaluación integral del proceso pedagógico o académico, toda vez que esto requiere de un análisis más complejo que el resultante de la comparación casi exclusiva de los planes de estudio y los cursos, como hemos realizado esencialmente aquí. Particularmente relevante en esta dirección es el tema de la definición misma de lo que se entiende por arqueología en todos estos variados escenarios. Este tema fue arbitrariamente dejado de lado, conscientes de que la sistematización básica de la información relativa a las estructuras académicas para la formación debía ser necesariamente un primer objetivo, pues esto es lo que permitirá crear el telón de fondo en el que esas definiciones institucionales y las estructuras académicas pueden en reali-dad ser comparadas en forma sistemática. Lo anterior, claro está, no implica que pensemos que, por ser institucionales, esas definiciones sobre la disciplina son monolíticas y/o consensuadas, pero sí que a efectos de un análisis macrorregio-nal, debe dárseles el valor que tienen como referentes para evaluar internamente la consistencia entre ellas y las ofertas académicas propiamente dichas, y para comparar entre instituciones.

No obstante, no creemos que las deficiencias señaladas sean un impedimen-to para explorar algunos de los patrones observados en las ofertas académicas vi-gentes, en relación con varias dimensiones de la realidad regional contemporánea y, así, alimentar una línea de investigación sobre la arqueología como hecho aca-démico (formación profesional), y como campo disciplinar. Antes de hacer estos planteamientos, no sobra indicar que a corto plazo será posible, con la colabora-ción de otros colegas, recabar la información necesaria para precisar los datos por nosotros compilados y, sobre todo, consolidar información de corte histórico para las diferentes ofertas, especialmente, de los planes de estudio y de las ofertas de cursos con sus descripciones, lo que creemos es esencial para una reflexión sobre la arqueología como hecho académico.

Al nivel más general, podemos señalar que el análisis permitió identificar dos grandes formas por medio de las que se instruye o forma en arqueología. La primera corresponde a ofertas académicas que llevan en su nombre la palabra arqueología, independientemente del nivel de formación (grado o posgrado) a que correspondan. La segunda es aquella en que el proceso se enmarca dentro de un programa en que la arqueología es una opción de especialización, ya sea que ésta se encuentre explícitamente estructurada en el plan de estudios o no, pero que, a diferencia de la anterior, concluye siempre con un título profesional que no es el de arqueólogo.

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246 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

El análisis detallado sobre los planes de estudio de los diferentes programas, así como la revisión de los cursos explícitamente denominados como de arqueolo-gía, permitieron señalar que mientras que temas como la duración en años de los diferentes programas no mostraron variaciones significativas para ningún nivel de formación, sí lo fueron las diversas y complejas formas de cuantificar la inten-sidad del proceso formativo (i.e, créditos, horas/semana, semestres, trimestres, etc.), una variabilidad que requiere también ser explicada y en la que, si bien fac-tores como la posición geográfica con relación a las estaciones (invierno-prima-vera) pueden tener incidencia en algunos contextos, en otros, es quizás reflejo de tradiciones académicas específicas o la incorporación/adecuación de los procesos curriculares en el marco de agendas globalizadas. Como mencionamos, y quizás como expresión de eso, la unidad “crédito” –a pesar de la amplia diversidad de definiciones– parece que se está convirtiendo en el estándar académico.

Otro aspecto que pudimos reconocer es que hay una estructura común a todos los programas, representada en la división tripartita que propusimos de los cursos por núcleos (universitario, disciplinar y contextual), y aunque no logramos consolidar una matriz con el grado de resolución que inicialmente quisimos, de-bido a que para muchos programas no se logró tener las descripción de los cursos, sí fue posible caracterizar el contenido de cada uno de los núcleos, en especial, el que denominamos contextual.

Desde esta última perspectiva, vimos que se observan diferencias impor-tantes en los cursos, según la ubicación del programa en el contexto geográfico regional analizado, donde, básicamente, los de Suramérica se ofrecen con énfasis en el sur como contexto analítico primario y los de Centroamérica y Mesoamé-rica con su región, un hecho que podría matizarse con las tendencias, también observadas, a privilegiar en las ofertas denominaciones que parecería empiezan a ser dominantes, en donde el tipo de sociedad y no su ubicación geográfica sería más fundamental; esta situación se tipifica en las perspectivas que cursos como Arqueología de Suramérica plantean frente a denominaciones como Arqueología de cazadores recolectores o Arqueología de las Sociedades Complejas. Como hemos dicho, no es posible en este momento dimensionar apropiadamente estos cambios y hablar así de una tendencia, debido a la falta de datos históricos sobre los planes de estudio, pero éste será un tema interesante de observar de la mano con, por ejemplo, las definiciones que de la disciplina como tal estén vigentes en los programas que presentan estas situaciones.

La variabilidad observada entre los diferentes programas puede tentarnos a decir que la conclusión general de un estudio de esta naturaleza deba ser idéntica o al menos muy similar a la de Ruiz de Arbulo (1998), quien, tras cotejar la situa-ción española frente a la de otros países de la Comunidad Europea, sentenciaba que

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 247

existían tantos enfoques diferentes de la enseñanza universitaria de la arqueología como países analizados. Creemos que, en nuestro caso, una afirmación como ésta resulta prematura, por las deficiencias anotadas en términos de datos históricos so-bre los programas; sin embargo, vemos claro que existe suficiente diversidad entre los países y al interior de éstos, como para que, de cara a un futuro inmediato, sea pertinente revisar metódicamente si la diversidad manifiesta es más que nominal; es decir, si ésta es aparente y quizás esté ligada a la necesidad de ofrecer programas que “se vean“ únicos, respondiendo a consideraciones de competencia por mercados, o si, en efecto, hay diferencias que respondan con claridad a enfoques teóricos y/o pedagógicos.

Esta reflexión nos ubica en el tema de las denominaciones de lo programas, en particular, de la relevancia de las denominaciones específicas. Este asunto, como vimos por ejemplo con el caso del programa de Doctorado en Arqueología de la UNICEN, no es de menor importancia, ya que incide en la creación de es-pacios académicos acordes con la disciplina y mejor estructurados. Al nivel de doctorado, y quizás también de maestrías, el tema de la denominación específica de los programas parece tan relevante como puede ser, en determinado momento, si están ubicados en instituciones o estructuras académicas ligadas directamente con la arqueología –departamentos de arqueología o, cuando menos, de antropo-logía–, o en otros tipos de espacios, como los departamentos/facultades de geolo-gía, ciencias naturales, etcétera.

Otro aspecto igualmente crucial es el de las titulaciones, tema que desde el punto de vista académico no es un hecho trivial, pues éste tiene tanto que ver con la posibilidad laboral –el ejercicio profesional propiamente dicho– como con el desarrollo y estructuración de las ofertas académicas como tales. En este sentido, no obstante, no parece que para el caso de la arqueología en general, la situación pueda asemejarse siquiera a la crítica situación que Del Bello y Mundet (2001) anotan para el caso argentino en otras disciplinas, donde las denominaciones de titulación de grado superan las mil quinientas, y en donde quizás la “… preten-sión de efectuar una oferta educativa diferente para incidir en la competencia, lleva a que con cambios mínimos se inventen denominaciones diferentes, o que se generen infinidad de títulos intermedios o de orientaciones dentro de un mismo título, con denominaciones propias”. En este sentido, y por lo que nuestra base de datos permite apreciar, en arqueología las denominaciones de los programas son relativamente uniformes, así como los títulos, pero los casos de excepción sería interesante poder ubicarlos cronológicamente y, de esta manera, saber si se enmarcan en lo que podría ser una tendencia que quizás responda a las explica-ciones anotadas para el caso argentino por Del Bello y Mundet, o si pueden ser entendidos bajo otra perspectiva.

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248 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

En un sentido similar, creemos necesario referenciar también el tema de las denominaciones de los cursos. Una observación necesaria es que el contenido de las asignaturas no siempre se puede conocer a partir de la información disponible en la web, como tampoco inferirlo a partir de los nombre de los cursos. Esto re-querirá un trabajo adicional para poder abordar estas temáticas y ver si –más allá de la autonomía universitaria y docente que parece existir en todas las universi-dades revisadas y el margen de acción que cada docente puede ejercer al ofrecer un curso– los programas como tales, en su conjunto, brindan ofertas que sean en verdad contrastantes. Como vimos por extenso, el caso de los cursos denomina-dos prehistoria es un excelente medio para evaluar esta situación de coherencia interna entre definiciones macro de la disciplina y las estructuras de los planes de estudio, pues permiten, en últimas, evaluar las perspectivas que subyacen y, de al-guna forma, direccionan el proceso pedagógico. Pero si este tema es importante, resulta igualmente relevante mirar si procesos como la globalización económica pueden estar actuando y, por qué no, direccionando, en sus propios términos, el proceso y la estructura curriculares.

En esta dimensión, sería lógico pensar que estos escenarios globalizantes e integradores, caracterizados por una gran movilidad, exijan no sólo productos educativos “hechos a la medida” –funcionales en el macrocontexto–, sino también, y consecuentemente, profesionales que puedan igualmente funcionar en cualquier contexto-país. En este punto, academia y praxis profesional se encuentran con las legislaciones laboral y cultural, frente a temas sensibles como el patrimonio cultural, su estudio, su conservación y de la mano con éstos, la valoración y re-valoración de los mismos en el complejo panorama de naciones pluriétnicas y multiculturales. En este sentido, llama entonces mucho la atención la todavía baja proporción de cursos específicos en temas éticos o en el manejo del patrimonio arqueológico y la fundamentación como “agentes culturales” o administradores de bienes culturales. Parecería que la superespecialización estuviera inclinando la balanza a convertir estas últimas dimensiones en otros campos en sí mismos, limitando el quehacer del arqueólogo a un “técnico” en prospección (localización) y excavación de restos materiales, y en el mejor de los casos, al científico “desco-nectado”, centrado en la reconstrucción (construcción) de modelos de trayectorias históricas.

La situación laboral es obviamente un tema no menos importante en un se-guimiento de la arqueología como disciplina, pues, por definición, es a partir de ese escenario concreto en el que se estructura y lleva a la praxis la arqueología contemporánea. Las diferencias existentes entre los países observados en nuestro estudio son múltiples en términos de composición étnica, política, económica, etc., diferencias que, de la mano con otras realidades –como la presencia de abun-

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arquEoLoGía y formación ProfEsionaL 249

dantes restos monumentales fácilmente convertidos en recursos turísticos, por ejemplo–, hacen que sean determinantes en el tamaño de la “bolsa de empleo” y, por defecto, consideraciones centrales en la definición y caracterización de los programas de formación en el presente. Sin lugar a dudas, la evaluación de las ofertas académicas y su historia puede beneficiarse de un conocimiento o marco de referencia que permita cuantificar el tamaño de la oferta profesional consoli-dada (número de arqueólogos graduados), y su distribución en las diferentes áreas laborales, como la académica, la investigación independiente, o en ONG, o la participación activa y especializada en instituciones, desde el gobierno hasta la industria privada, tanto en el sector de la construcción de infraestructura como en el de servicios (la industria turística, por ejemplo). Ésta, no obstante, es otra tarea que queda pendiente.

La “arqueología”, sin lugar a dudas, ha sido sinónimo de lo exótico, pero por exótico, algo lejano, distante, no popular, elitista, si se quiere. Hoy, no obstante, la participación de la arqueología en los medios masivos de comunicación, en particular en la televisión, la ha convertido en un tema de dominio público, al punto que todo canal o cadena de televisión que quiera estar entre los de mayor sintonía tiene como mínimo una serie o programa donde la “arqueología” es la estrella. Entre argumentos de expertos entrevistados y el poder de atracción que tiene la arqueología cuando se presenta como odisea/misterio, se ha ido constru-yendo sin lugar a dudas un bagaje de la(s) lógica(s), técnicas y metodologías de la disciplina, que la ha popularizado, más allá de la perspectiva caricaturesca de la “ciencia de los objetos y los tesoros”. La arqueología “Made in TV” es útil: recu-pera tecnologías, da lecciones sobre las consecuencias del manejo indebido de los recursos naturales, proporciona “identidad” a los colectivos humanos, etc. ¿Cómo está afectando esto a la docencia en los programas disciplinares? ¿Está esto im-pactando directamente la demanda por entrenamiento en arqueología? Éstas son sólo algunas de esas preguntas que, sistematizando un cuerpo de información mayor a partir de la base que hemos consolidado, creemos permitirán ofrecer res-puestas y hacer las lecturas diacrónicas sobre unas realidades que quizás deban ser incorporadas o capitalizadas en las reformas que seguramente muchas insti-tuciones estarán implementando en el corto plazo para lograr que la arqueología siga donde creemos siempre deberá estar: en el presente.

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nal of Anthropological Research Vol. 50, Nº 2: 169-182.Najjar, Jorge y Rosana Najjar2007 “Reflections on the Relationship between Education and Archaeology: An

Analysis of IPHAN’s Role as Collective Educator”. Archaeologies: Jo-urnal of the World Archaeological Congress Volumen 3, Número 2: 169-178.

Page 266: Arqueologia en La Ti No America

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1994a History of the Latin American Archaeology. Avebury: Worldwide Archae-ology Series, 15.

1994b “Nationalism and Archaeology: A Theoretical Perspective”, en: History of the Latin American Archaeology, editado por Augusto Oyuela-Caycedo: 3-21. Avebury: Worldwide Archaeology Series, 15.

Oyuela-Caycedo, Augusto, Armando Anaya, Carlos G. Elera y Lidio Valdez

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Politis, Gustavo

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Page 267: Arqueologia en La Ti No America

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PUCP – Pontificia Universidad Católica del Perú

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Restrepo, Eduardo

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Ruiz de Arbulo, Joaquín

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UNICEN

Sin fecha Doctorado en arqueología. Presentación General del Doctorado. Ar-chivo PDF. Disponible en http://www.soc.unicen.edu.ar/doctorado/plan_de_estudio.pdf

Uribe, Carlos Alberto

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Page 268: Arqueologia en La Ti No America

256 Luis GonzaLo JaramiLLo E.

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2006 Foro de discusión: el panorama teórico en diálogo. Arqueología Surameri-cana, 2 (2): 167-204.

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1999 Sed Non Satiata, Teoría social en la arqueología latinoamericana contem-poránea. Buenos Aires: Ediciones del Tridente.

Page 269: Arqueologia en La Ti No America

Anexo 1

Instituciones y programas en o con arqueología en Latinoamérica y el Caribe

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Argentina

Buenos AiresUniversidad de Buenos Aires

GradoLicenciado en Ciencias Antropológicas Orientación Arqueológica

Buenos AiresUniversidad de Buenos Aires

GradoProfesorado en Enseñanza Media y Su-perior en Ciencias Antropológicas

MorónUniversidad de Morón

GradoLicenciatura en Ciencias Antropológicas, Orientación Antropología Turística

CatamarcaUniversidad Nacional de Catamarca

Grado Licenciatura Arqueología

San Salvador de Jujuy

Universidad Nacional de

JujuyGrado

Licenciado en Antropología orientación Arqueológica

San Salvador de Jujuy

Universidad Nacional de Jujuy

Grado Auxiliar Técnico en Antropología

La PlataUniversidad

Nacional de la Plata

Grado Licenciatura Antropología

Santa FeUniversidad Nacional de

RosarioGrado Licenciatura Antropología

Santa FeUniversidad

Nacional de Rosario

Grado Profesorado en Antropología

SaltaUniversidad

Nacional de Salta

Grado Antropología Orientación Arqueológica

Page 270: Arqueologia en La Ti No America

258 anExo 1

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

San Miguel de Tucumán

Universidad Nacional de

TucumánGrado Arqueología

San Miguel de Tucumán

Universidad Nacional de

TucumánGrado Museología

Tandil

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

GradoLicenciatura en Antropología, Orienta-ción Arqueológica

Tandil

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Posgrado Doctorado en Arqueología

Bolivia

La PazUniversidad

Mayor de San Andrés

Grado Licenciatura Arqueología

Brasil

São Raimun-do Nonato - PI

Fundação Universidade

Federal do Vale do São

Francisco

Grado Arqueologia e Preservação Patrimonial

Río de JaneiroMuseo Nacional Universidad de Río de Janeiro

Posgrado Maestrado em Arqueologia

Porto Alegre/RS

Pontifícia Universidade

Católica do Rio Grande do Sul

PosgradoPrograma de Pós-Graduação em Histó-ria Maestrado Arqueologia Pré-histórica e Etno-história do Sul do Brasil

Porto Alegre/RS

Pontifícia Universidade

Católica do Rio Grande do Sul

PosgradoPrograma de Pós-Graduação em Histó-ria Doutorado Arqueologia Pré-histórica e Etno-história do Sul do Brasil

Goiânia Universidad Católica de

GoiásGrado Curso de Graduação em Arqueologia

(continuación)

Page 271: Arqueologia en La Ti No America

anExo 1 259

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Goiânia Universidad

Católica de Goiás

PosgradoMestrado Profissional em Gestão do Patri-mônio Cultural concentração Arqueologia

São Paulo

Universidad de São Paulo, Mu-seo de Arqueo-

logía y Etnología

Posgrado Curso de Pós-Graduação em Arqueologia

(continuación)

Belo Horizonte

Universidad Federal de Minas

GeraisPosgrado

Maestrado em Antropologia concen-tração em Arqueologia

RecifeUniversidad

Federal de Per-nambuco

PosgradoDoutorado em Arqueologia e Conser-vação do Patrimônio Cultural do Norte e Nordeste

RecifeUniversidade

Federal de Pernambuco

PosgradoMestrado em Arqueologia e Conser-vação do Patrimônio Cultural do Norte e Nordeste

LaranjeirasUniversidade

Federal de Sergipe

GradoCurso de Arqueologia Modalidade Ba-charelado

Chile

SantiagoUniversidad Bolivariana

Grado Licenciatura en Arqueología

SantiagoUniversidad

de ChileGrado

Licenciado en Antropología con Men-ción en Arqueología

SantiagoUniversidad

de ChileGrado

Licenciado en Antropología con Men-ción en Antropología Física

SantiagoUniversidad

de ChileGrado

Licenciado en Antropología con Men-ción en Antropología Social

AricaUniversidad de Tarapacá

de AricaGrado

Licenciado en Antropología con Men-ción en Arqueología

Arica/San Pedro de Atacama

Universidad de Tarapacá

de Arica/Univer-sidad Católica

del Norte

PosgradoMaestría en Antropología con Mención en Arqueología

Page 272: Arqueologia en La Ti No America

260 anExo 1

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Arica/San Pedro de Atacama

Universidad de Tarapacá de

Arica/Universidad Católica del Norte

PosgradoDoctorado en Antropología Mención en Arqueología

SantiagoUniversidad

Internacional SEK

Grado Licenciatura en Arqueología

Colombia

MedellínUniversidad de Antioquia

Grado Antropología

ManizalesUniversidad de Caldas

Grado Antropología

BogotáUniversidad de los Andes

Grado Antropología

BogotáUniversidad de los Andes

PosgradoMaestría en Antropología Área Arqueo-logía y Antropología Biológica

PopayánUniversidad del Cauca

Grado Antropología

Santa MartaUniversidad

del MagdalenaGrado Antropología

BogotáUniversidad del Rosario

Grado Antropología

BogotáUniversidad Externado

Grado Arqueología

BogotáUniversidad Externado

Grado Antropología

BogotáUniversidad

NacionalGrado Antropología

BogotáUniversidad

NacionalPosgrado Especialización Forense

BogotáUniversidad

NacionalPosgrado

Maestría Antropología Línea en Arqueo-logía

Costa Rica

San JoséUniversidad de

Costa RicaGrado

Licenciatura en Antropología con énfa-sis en Arqueología

San JoséUniversidad de

Costa RicaGrado

Licenciatura en Antropología con énfa-sis en Antropología Social

(continuación)

Page 273: Arqueologia en La Ti No America

anExo 1 261

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

San JoséUniversidad de

Costa RicaPosgrado Maestría en Antropología

Cuba

La Habana

Colegio Uni-versitario San

Gerónimo de la Habana

GradoLicenciatura en Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico-Cultural

La HabanaInstituto Cubano de Antropología

Posgrado Maestría

La HabanaInstituto Cubano de Antropología

Posgrado Especialización

La HabanaInstituto Cubano de Antropología

Posgrado Diplomados

Ecuador

QuitoPontificia Univer-

sidad Católica del Ecuador

GradoLicenciatura en Antropología con Es-pecialización en Arqueología

QuitoUniversidad San

Francisco de Quito

GradoEspecialización en Artes Liberales, Subespecialización Antropología

El Salvador

San SalvadorUniversidad

Tecnológica de El Salvador

Grado Licenciatura en Arqueología

San SalvadorUniversidad

Tecnológica de El Salvador

Grado Licenciatura en Antropología

Guatemala

Ciudad de Guatemala

Universidad de San Carlos de

GuatemalaGrado Licenciatura en Arqueología

Ciudad de Guatemala

Universidad del Valle de Guate-

malaGrado Licenciatura en Arqueología

Ciudad de Guatemala

Universidad del Valle de Guate-

malaGrado Licenciatura en Antropología

(continuación)

Page 274: Arqueologia en La Ti No America

262 anExo 1

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Jamaica

KingstonThe University of East Indians,

Mona Posgrado Heritage Studies

KingstonThe University of East Indians,

Mona Grado History/Archaeology Special

México

Puebla

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Grado Licenciatura en Antropología Social

ZamoraEl Colegio de Michoacán

Posgrado Maestría en Arqueología

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Arqueología

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Etnología

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Etnohistoria

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Antropología Física

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Grado Licenciatura en Antropología Social

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Posgrado Maestría en Arqueología

(continuación)

Page 275: Arqueologia en La Ti No America

anExo 1 263

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Ciudad de México

Escuela Nacional de Antropología

e Historia

Posgrado Doctorado en Arqueología

Tuxtla Gutiérrez

Universidad Autónoma de

ChiapasGrado Licenciatura en Antropología Social

QuerétaroUniversidad

Autónoma de Queretaro

Grado Licenciatura en Antropología Social

CholulaUniversidad de las Américas

PueblaGrado Licenciatura en Arqueología

CholulaUniversidad de las Américas

PueblaGrado Licenciatura en Antropología Cultural

CholulaUniversidad de las Américas

PueblaPosgrado Maestría Estudios Antropológicos

ChetumalUniversidad de Quintana Roo

Grado Licenciatura en Antropología Social

XalapaUniversidad Veracruzana

Grado Licenciatura en Arqueología

Xalapa Universidad Ve-racruzana Grado Licenciatura en Antropología Social

Xalapa Universidad Ve-racruzana Grado Licenciatura en Antropología Históri-

ca

Nicaragua

ManaguaUniversidad Na-cional Autónoma

de NicaraguaGrado Historia con Orientación en Arqueo-

logía

Perú

LimaPontificia Uni-

versidad Católi-ca del Perú

Grado Bachiller en Humanidades con men-ción en Arqueología

(continuación)

Page 276: Arqueologia en La Ti No America

264 anExo 1

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

Lima

Pontificia Universidad Católica del

Perú

Grado Licenciado en Arqueología

Lima

Pontificia Universidad Católica del

Perú

Posgrado Maestría en Arqueología del Progra-ma de Estudios Andinos

Lima

Pontificia Universidad Católica del

Perú

Posgrado Doctorado en Arqueología del Pro-grama de Estudios Andinos

Arequipa

Universidad Nacional de San

Agustín de Arequipa

Grado Antropología

Cusco

Universidad Nacional de San

Antonio Abad del Cusco

Grado Arqueología

Cusco

Universidad Nacional de San

Antonio Abad del Cusco

Grado Antropología

Trujillo

Universidad Nacional de

Trujillo, Escuela Académico-

Profesional de Arqueología

Grado Arqueología

PunoUniversidad Nacional del

Altiplano PunoGrado Antropología

HuancayoUniversidad Nacional del

Centro del PerúGrado Antropología

LimaUniversidad

Nacional Federi-co Villareal

Grado Licenciado en Arqueología

(continuación)

Page 277: Arqueologia en La Ti No America

anExo 1 265

País/CiudadNombre

institución educativa

Nivel del programa

Nombre del programa

LimaUniversidad Na-cional Federico

VillarealGrado Antropología

LimaUniversidad

Nacional Mayor de San Marcos

Grado Arqueología

LimaUniversidad

Nacional Mayor de San Marcos

Posgrado Maestría en Arqueología Mención en Arqueología de América

LimaUniversidad

Nacional Mayor de San Marcos

Posgrado Maestría en Arqueología Mención en Investigación Arqueológica

LimaUniversidad

Nacional Mayor de San Marcos

Grado Antropología

Uruguay

Montevideo Universidad de la República Grado Licenciatura en Ciencias Antropoló-

gicas Opción Investigación

Montevideo Universidad de la República Grado Licenciatura en Ciencias Antropoló-

gicas Opción Docencia

Montevideo Universidad de la República Posgrado Maestría en Ciencias Humanas con

énfasis en Arqueología Histórica

Venezuela

Caracas

Instituto Ve-nezolano de

Investigaciones Científicas

Posgrado Maestría en Antropología Orienta-ción Arqueología

Caracas

Instituto Ve-nezolano de

Investigaciones Científicas

Posgrado Doctorado en Antropología Orienta-ción Arqueología

CaracasUniversidad

Central de Ve-nezuela

Grado Licenciatura en Antropología on én-fasis en Arqueología

(continuación)

Page 278: Arqueologia en La Ti No America
Page 279: Arqueologia en La Ti No America

Anexo 2

Selección de programas Línea en Arqueología con el nombre de los cursos que incluyen la palabra arqueología y otros cursos relevantes

Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú

Universidad Mayor de San Marcos, Perú

Metodología arqueológica Introducción a la arqueología

Arqueología Peruana 1 Arqueología andina y de América del sur

Arqueología de Mesoamérica y Norteaméri-ca

Arqueología del Perú I

Análisis de material cerámico Arqueología del Perú II

Arqueología peruana 2 Arqueología del Perú III

Métodos cuantitativos en Arqueología Teoría arqueológica I

Arqueología de Sudamérica Teoría arqueológica II

Arqueología del Viejo Mundo Métodos en arqueología I

Prospección arqueológica Métodos en arqueología II

Arqueología peruana 3 Arqueología y etnología amazónica

Historia de la teoría arqueológicaArqueología de América Norte y Centro-américa

Aplicaciones de la informática en Arqueo-logía

Seminario de arqueología I

Excavación arqueológica Seminario de arqueología II

Arqueología peruana 4 Arqueología e historia incaica

Deontología arqueológica Pensamiento arqueológico

Arqueología peruana 5 Temas en arqueología

Seminario de arqueología sepulcral Electivos

Debates contemporáneos en teoría ar-queológica

Informática aplicada a la arqueología

Arqueología peruana 6Identificación y análisis del material ar-queológico: óseo, moluscos, plantas, lí-ticos

Museología arqueológica Otros Cursos Relevantes del Programa

Temas de Arqueología 1 Civilizaciones del mundo antiguo

Temas de Arqueología 2

Page 280: Arqueologia en La Ti No America

268 anExo 2

Universidad Goiás, Brasil Universidad Sergipe, Brasil

Introdução à Prática de Campo em Ar-queologia Cartografia aplica a arqueologia

Teorias da Arqueologia Metdologia cientifica aplicas a arqueo-logia

Arqueologia do Simbólico Zoarqueologia I

Zooarqueologia Teorias da Arqueologia I

Arqueologia Histórica I Teorias da Arqueologia II

Arqueologia Histórica II Arqueologia Histórica

Prática de Laboratório em Arqueologia Histórica

Coleta e tratamento de material arqueo-logico histórico

Arqueologia Teórica Optativos

Arqueologia Pública Zoarqueologia II

Arqueologia de Contrato Arqueologia Histórica II

Geoarqueologia Otros Cursos Relevantes del Programa

Otros Cursos Relevantes del Programa Pré-Historia Brasileira

Pré-História Americana Cacadores-colectors

Pré-História Brasileira I Agricultores-ceramistas

Pré-História Brasileira II

Universidad SEK, Chile Universidad Bolivariana, Chile

Arqueología general Teoría arqueológica I

Arqueología de los grupos cazadores recolectores de América Teoría arqueológica II

Arqueología de campo I Teoría Arqueológica III

Arqueología de campo II Análisis de materiales arqueológicos

Fuentes materiales de la arqueología I (Lítica) Actualización en arqueología

Fuentes materiales de la arqueología II (Cerámica) Arqueología I

Fuentes materiales de la arqueología III (Zooarqueología) Arqueología II

Fuentes materiales de la arqueología IV (arqueó botánica) Arqueología chilena

Arqueología de Chile Precolombino I Arqueología extramericana

(continuación)

Page 281: Arqueologia en La Ti No America

anExo 2 269

Universidad SEK, Chile Universidad Bolivariana, Chile

Arqueología de Chile Precolombino III Arqueología histórica

Arqueología de Chile Precolombino III Arqueología de la ciudad

Arqueología de las sociedades comple-jas de América precolombina

Arqueología espacial del paisaje

Arqueología de la muerte

Arqueología subacuática

Arqueología de Hispanoamérica colonial

Conservación en el proceso arqueológico

Universidad de Catamarca, Argentina Universidad de Tucumán, Argentina

Introducción a la arqueología Introducción a la arqueología

Arqueología del Viejo Mundo I Procesos socioculturales en arqueolo-gía extra-americana

Arqueología del Viejo Mundo II Arqueología americana I

Arqueología de América I Levantamiento t arqueológico

Arqueología de América II Bioarqueología

Arqueología de América III Epistemologia e história de la teoria ar-queológica

Teoría y metodología arqueológica Arqueología Argentina I

Arqueología Argentina I Arqueología Americana II

Arqueología Argentina I Arqueología Argentina II

Arqueología Argentina regional Metodología y técnicas de la investiga-ción arqueológica

Restauración y conservación de sitios y materiales arqueológicos Suelos en arqueología

Metodología antropológica para ar-queólogos

Teoría y métodos en arqueología

Metodología de la investigación históri-ca para arqueólogos

(continuación)

Page 282: Arqueologia en La Ti No America

270 anExo 2

ENAH, México Universidad de las Américas, México

Arqueología general Arqueología General

Teoría Arqueológica I Teoría Arqueológica

Historia de la Arqueología Mexicana Arqueología de Mesoamérica I

Materiales Arqueológicos I Seminario en Arqueología I

Teoría Arqueológica II Arqueología de Mesoamérica II

Materiales Arqueológicos II Métodos Arqueológicos

Materiales Arqueológicos II Arqueología de América

Técnicas de Investigación Arqueológica I Seminario en Arqueología II

Técnicas de investigación arqueológica II Seminario en Arqueología III

Manejos de recursos y legislación ar-queológica Otros Cursos Relevantes del Programa

Orígenes de la Civilización

Prehistoria General

Universidad San Carlos Guatemala, Guatemala

Universidad del Salvador, El Salvador

Introducción a la arqueología Introducción a la Arqueología

Dibujo arqueológico Teorías arqueológicas

Arqueología de Mesoamérica I Arqueología del área intermedia

Métodos y técnicas de investigación ar-queológicas I

Métodos y técnicas de análisis en ar-queología

Métodos y técnicas de investigación ar-queológicas II Investigación arqueológica I

Arqueología de Mesoamérica II Investigación arqueológica II

Matemática y estadística aplicada a la arqueología Arqueología universal

Arqueología de Mesoamérica III Arqueología histórica

Arqueología Maya I Arqueología de El Salvador

Arqueología y Tierras altas I

Arqueología Maya II Otros Cursos Relevantes del Programa

Arqueología y Tierras altas II Prehistoria I

Teoría e interpretación arqueológica Prehistoria 2

Otros Cursos Relevantes del Programa Turismo cultural

Prehistoria de América Sociedad y cultura mesoamericana I y II

(continuación)

Page 283: Arqueologia en La Ti No America

Anexo 3

Programas seleccionados Énfasis en Arqueología con cursos que incluyen la

palabra arqueología y otros cursos relevantes

Universidad de Buenos Aires, Argentina Universidad de La Plata, Argentina

Teoría arqueológica contemporánea Arqueología americana I

Metodología y técnicas de investigación arqueológico Arqueología americana II

Arqueología argentina Arqueología americana III

Seminario de investigación arqueológica Arqueología argentina

Otros Cursos Relevantes del Programa Métodos y técnicas en la investigación arqueológica

Sistemas socioculturales de América I (cazadores, recolectores, agricultores incipientes)

Prehistoria del Viejo Mundo

Prehistoria americana y argentina I (cul-turas de cazadores recolectores

Prehistoria americana y argentina II (culturas agro-alfareras)

Universidad de Chile, Chile Universidad de la República, Uruguay

Arqueología General ITécnicas de investigación (en Ar-queología o en Antropología Social y Cultural)

Arqueología General II Taller I (en Arqueología o en Antropo-logía Social y Cultural)

Teoría Arqueológica I Taller II (en Arqueología o en Antro-pología Social y Cultural)

Teoría Arqueológica II Otros Cursos Relevantes del Progra-ma

Page 284: Arqueologia en La Ti No America

272 anExo 3

Universidad de Chile, Chile Universidad de la República, Uruguay

Métodos y Técnicas de Laboratorio III Zo-oarqueología Sistemas socioculturales de América

Seminario de Arqueología Prehistoria y etnohistoria de la cuen-ca del Plata

Seminario de Etnología y Etnoarqueología Prehistoria americana

Seminario de Arqueología Prehistoria general

Otros Cursos Relevantes del Programa

Prehistoria General I

Prehistoria de América I

Prehistoria de Chile I: Norte Chico

Prehistoria de Chile II: Norte Grande

Prehistoria de Chile III: Centro-Sur

Prehistoria de Chile IV: Extremo Sur

Universidad de Antioquia, Colombia Universidad del Magdalena, Colombia

Introducción a la arqueología Fundamentos de Arqueología

Arqueología de Colombia Arqueología del Caribe

Énfasis 1 en Arqueología Arqueología colombiana

Énfasis 2 en Arqueología Arqueología mesoamericana

Énfasis 3 en Arqueología Arqueología del Caribe

Electivas de Formación Integral

Arqueología del Mundo

Grandes descubrimientos arqueológicos

La arqueología en Colombia

Arqueología mesoamericana

Arqueología del Caribe

Patrimonio y arqueología

Historia de la arqueología

(continuación)

Page 285: Arqueologia en La Ti No America

anExo 3 273

Universidad de Costa Rica, Costa Rica

Universidad Nacional Autónoma de Managua, Nicaragua

Arqueología y etnología de América Prehistoria e historia antigua

Práctica de investigación en arqueología Introducción a la arqueología

Taller de Arqueología I Arqueología de los cazadores y reco-lectores

Investigación arqueológica II Investigación en arqueología I

Seminario crítico de la investigación ar-queológica en Costa Rica y su contexto regional

Arqueología de las sociedades agríco-las

Taller de Arqueología I Investigación en arqueología II

Taller de Arqueología II Arqueología histórica

Técnicas avanzadas en arqueología Arqueología de las sociedades comple-jas

Arqueología orígenes del estado ame-ricano

Didáctica de la arqueología

Arqueología cuantitativa

Arqueología espacial y del paisaje

Arqueología de género

Otros Cursos Relevantes del Programa

Neolítico americano

Orígenes del poblamiento americano

Historia precolonial de América

(continuación)

Page 286: Arqueologia en La Ti No America

Este libro se terminó de imprimiren noviembre de 2008,

en la planta industrial de Legis S. A.Av. Calle 26 Nº 82-70 Teléfono: 4 25 52 55

Apartado Aéreo 98888Bogotá, D. C. - Colombia