Armonia Revelacion y Fe

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I.- EL DISCIPULADO Y LA LECTIO DIIVNA: LA ARMONÍA DE LA REVELACIÓN Y DE LA FE EN EL CORAZÓN DE MARÍA Y DE LA IGLESIA 1.- Abrirse a Dios Amor, revelado en Cristo nacido de María 2.- María, el camino del corazón 3.- Las últimas palabras de Jesús en el Corazón de María y de la Iglesia * * * 1.- Abrirse a Dios Amor, revelado en Cristo nacido de María Toda la creación y toda la historia son un reflejo del amor de Dios, así como una expresión de su “Palabra” (cfr. Gen 1,2-3; Sal 33,6). Pero el gran signo del amor de Dios es Cristo, su Hijo y su Palabra personal, muerto en cruz y con su costado abierto, ahora resucitado y presente entre nosotros. Este acontecimiento sólo se puede descifrar “contemplándolo” con la mirada y el corazón de María, su Madre y nuestra. El discípulo amado, que estuvo también junto a la cruz, resumió su propia contemplación o “mirada” en la redacción de su evangelio: “Hemos visto su gloria” (Jn 1,14). En todos los pasajes evangélicos, cada palabra y cada gesto de Jesús indican el significado salvífico de su costado abierto, que él mostró también en las apariciones después de su resurrección (cfr. Jn 20,20). Dios nos “ha dado” a su Hijo como expresión máxima de su amor: “De 12

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I.- EL DISCIPULADO Y LA LECTIO DIIVNA: LA ARMONÍA DE LA REVELACIÓN Y DE LA FE EN EL CORAZÓN DE MARÍA Y

DE LA IGLESIA

1.- Abrirse a Dios Amor, revelado en Cristo nacido de María2.- María, el camino del corazón3.- Las últimas palabras de Jesús en el Corazón de María y de la Iglesia

* * *

1.- Abrirse a Dios Amor, revelado en Cristo nacido de María

Toda la creación y toda la historia son un reflejo del amor de Dios, así como una expresión de su “Palabra” (cfr. Gen 1,2-3; Sal 33,6). Pero el gran signo del amor de Dios es Cristo, su Hijo y su Palabra personal, muerto en cruz y con su costado abierto, ahora resucitado y presente entre nosotros.

Este acontecimiento sólo se puede descifrar “contemplándolo” con la mirada y el corazón de María, su Madre y nuestra. El discípulo amado, que estuvo también junto a la cruz, resumió su propia contemplación o “mirada” en la redacción de su evangelio: “Hemos visto su gloria” (Jn 1,14).

En todos los pasajes evangélicos, cada palabra y cada gesto de Jesús indican el significado salvífico de su costado abierto, que él mostró también en las apariciones después de su resurrección (cfr. Jn 20,20). Dios nos “ha dado” a su Hijo como expresión máxima de su amor: “De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único” (Jn 3,16).

Cada gesto y cada palabra de Jesús son una expresión de su amor (“habiendo amado a los suyos”); pero este amor es “hasta el extremo” (Jn 13,1), manifestado especialmente en su donación sacrificial del Calvario. Jesús era consciente de esta realidad y así lo comunicó a “los suyos”: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9). “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,13-14).

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Para formar parte de la “familia” de Jesús, como su “madre”, es necesario vivir en sintonía con el proyecto de Dios Padre (cfr. Mt 12,50), descrito en la doctrina predicada por Jesús: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Conocer a Cristo significa amarle, a modo de conocimiento vivido y comprometido; sólo entonces se entra en sintonía de “discípulo” con su “misterio” de amor: “Yo conozco (amando) a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,14); “el que me ame, será amado de mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

En los acontecimientos y en el mensaje de Jesús vibran los latidos de un corazón enamorado, que sólo se pueden auscultar con la humildad de María y con la amistad del discípulo amado. El gesto de apoyar la cabeza sobre el pecho del Señor (cfr. Jn 13,23.25), sin dejar de ser un gesto real, tiene también un significado contemplativo y mariano: "Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre".1

La donación sacrificial de Cristo en la cruz, como resumen de toda su existencia entregada “por la vida del mundo” (Jn 6,51), no es sólo un hecho externo, sino que principalmente expresa toda la interioridad y “compasión” (Mt 15,32) de su “corazón manso y humilde” (Mt 11,29).

Su modo de amar es peculiar y, por esto, sólo puede captarse en sintonía de discípulo con ese mismo amor. Él ama dándose a sí mismo (agapé), dando su misma vida. La “pobreza” de Belén y de Nazaret (contemplada por el corazón de María, cfr. Lc 2,19.51) indica el modo peculiar con que ama Dios: nace y vive sin tener nada más que a sí mismo para darse.

No sería posible aceptar auténticamente su mensaje (las bienaventuranzas y el mandato del amor) sin haber experimentado su amor y su amistad. Uno puede quedar impresionado al escuchar el sermón de la montaña; pero aceptar personalmente a Jesús tal como es, es un don de Dios, una gracia, el don de la fe, que se capta y recibe sólo dejándose sorprender por su mirada de amor.

1 ORÍGENES (+254), Comentario al evangelio de Juan, 1,6: PG 14, 31; citado en RMa 23. nota 47.

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Al mismo tiempo, ama con amor apasionado (“eros”), a modo de esposo enamorado, que refleja el amor materno y esponsal del mismo Dios: “Cómo voy a dejarte?... Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas... yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti” (Os 11, 8-9; cfr. DCe 10). Por esto, busca y espera a todo ser humano, como parte de su mismo ser o como pedazo de su corazón (cfr. Lc 15,4.8; Jn 4,6; 10,3-4). Se conmueve, nos lleva en su corazón manso y humilde (Mt 11,29), nos une a él para compartir su misma vida como “esposo” o “consorte” (Mt 9,15; Mc 10,38). Su amor tiene expresiones psicológicas fraguadas desde su permanencia en el seno y corazón de su madre María.

Dios hecho hombre sigue amando así (cfr. Os 3,1-3; Ez 16,1-22; Jn 3,16). A los ojos del mundo, la cruz puede parecer una “locura” (1Cor 1,18); pero, en realidad, se trata de la “sabiduría de Dios” (1Cor 1,21), quien, “rico en misericordia”, nos ha amado con “grande amor” (Ef 2,4). No se puede aceptar el mensaje de Jesús sólo como quien se adhiere a una “escuela” o sigue a un “rabino” (maestro) entre tantos.

El evangelio es el único libro en que se puede apreciar (si actúa la gracia de la fe en el corazón) que “alguien” nos ama dándose él, porque así es el modo peculiar con que Dios nos ama. Y también es el único libro en que, al leerlo, uno se siente amado por el protagonista, quien nos lleva en su corazón, como un pedazo de sus entrañas (cfr. Mt 11,26-29; 14,14). Los encuentros de Jesús con cada persona se actualizan en el lector (“discípulo”) que lee “meditando en su corazón” como María. Quien se deja “mirar” por Jesús (cfr. Jn 1,42; 22,61), ya no puede prescindir de él y de su miarada (cfr. Jn 6,68; 21,15ss).

Cuando Jesús predica la “conversión” (Mc 1,15), urge a “abrirse” a los nuevos planes de Dios Amor. Nadie (ninguna religión ni cultura) se puede ofender por esta nueva oferta totalmente gratuita, que trasciende, sin destruir, los dones ya recibidos anteriormente del mismo y único Dios. La conversión es un proceso permanente en todo corazón humano, que, en esta vida (salvo en el corazón de la “llena de gracia”), nunca queda plenamente liberado del propio egoísmo o del propio desorden.

Jesús predica esta conversión, como Dios hecho hombre que “mendiga” el amor de su criatura, amada y redimida por él. Sólo él, por ser el Salvador, el Hijo de Dios Amor hecho hombre, puede ofrecer el perdón de los pecados y la participación en la misma vida de Dios (cfr. 1Jn 4,9; Mt 9,2). Sólo su muerte sacrificial es salvífica para toda la humanidad.

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Por esto, en buena lógica, es el único Salvador, que no destruye sino que lleva a plenitud los otros dones concedidos por Dios a las diversas culturas y religiones de los pueblos. Quien tiene corazón de “niño” (cfr. Mt 11,25; 18,3) puede comprender fácilmente que la salvación plena (como participación en la vida divina) sólo Cristo la puede ofrecer y transmitir.

Para captar este amor de Dios en las palabras y gestos de Jesús, es necesario vivir la propia “verdad”, como pobreza radical. Es la “sed” y “autenticidad” del hombre que busca verdaderamente a Dios, pero como respuesta a la sed de mismo Dios. “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua” (Sal 62,1). “En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene” (Sal 62,7-9).

Quien tiene la iniciativa en esta búsqueda sedienta (que resume toda la historia humana) es el mismo Dios (cfr. Jn 4,7). Sin humildad, no se puede encontrar vivencialmente ni defender comprometidamente la verdad. En realidad, se trata del “encuentro de la sed de Dios y la sed del hombre”.2

María es la “Madre del amor hermoso”, es decir, del Amor personificado en Cristo, como “amor de Dios encarnado” (cfr. DCe 12). Su actitud contemplativa (cfr. Lc 2,19.51) es de quien se siente radicalmente “pobre”, pero amada (cfr. Lc 1,48). Su “sed” se expresa en su “fiat”, en su “Magníficat”, en su “servicio”, en su “admiración”, en su atención a las necesidades de los demás, en su modo de “contemplar”, siempre como preparando su oblación de “estar de pie junto a la cruz” (Jn 19,15).

Este es el modo de “contemplar” de María, como actitud habitual de “discípula” y “consorte”, expresada también “junto a la cruz”. María escuchaba las palabras de Jesús y las relacionaba con las Escrituras y con los acontecimientos. “De todas estas cosas, ella podía haber descubierto la grandeza de su Hijo”.3

2 SAN AGUSTÍN:(+430) De diversis quaestionibus, 64,4: PL, 40, 56. cfr. CEC 2560.3 TEODORO DE MOPSUESTIA (+428). Comentario al evangelio de Juan (comenta el texto joánico de Caná, pero alude al texto de Lucas 2,19): CSCO, pp.115-116. Citado en: C.I, GONZÁLEZ, María en los Padres griegos (México, CEM, 1993) p.477. Es el mismo esquema contemplativo mariano descrito por San Jerónimo (que citamos más adelante).

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2. María, el camino del corazón

La expresión “Corazón de María” equivale a su interioridad, tal como se refleja en sus expresiones, actitudes y gestos silenciosos. Es el símbolo de su persona, de su interioridad, de su amor materno, siempre como figura o modelo de lo que la Iglesia está llamada a ser.

Ésta era su actitud habitual, que encontramos repetida en un espacio de doce años de la infancia de Jesús: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19: en Belén). "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 51, a los doce años). Custodiaba un tesoro, que iba recordando, releyendo y valorizando de un modo siempre nuevo, como si la Palabra (el mismo Jesús) creciera en y con ella. Es una actitud de interioridad que aparece en diversas ocasiones. Ante el anuncio del ángel: "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1,29). En la visitación: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador" (Lc 1,46-47). En la presentación del niño en el templo: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,33). En la pérdida del niño en el templo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48).

El esquema que ofrece San Jerónimo sobre la contemplación de María y de la Iglesia con ella, tiene esta dinámica de escuchar, ver, recordar: "Meditando en su corazón, se daba cuenta que las cosas leídas se armonizaban con las palabras del ángel... Veía al niño recostado... aquel que era el Hijo de Dios... Lo veía recostado y ella meditaba las cosas que había oído, las que había leído y las que veía".4

María comparaba lo que había oído del ángel (cfr. Lc 2,10-12.17, con lo leído en la Escritura (e.g. Is 9,5) y lo visto (el niño recién nacido). Con esta actitud de "escucha", María continuaba la actitud aprendida desde su propia infancia en la lectura y escucha del Antiguo Testamento, resumida en la "shema" (Deut 6,4-5), que llega a su cumplimiento o plenitud en el Nuevo Testamento (cfr. Lc 1,38; 8,21).

4 SAN JERÓNIMO (+420), Homilía sobre la Natividad del Señor: CCL 78, 527. "Conferebat quae audierat, quaeque legebat (las profecías) cum his quae videbat" (el niño recién nacido).

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Por esto, Isabel alaba la fe contemplativa de María, que es garantía de cumplimiento de la obra mesiánica: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45).

María, cuando "meditaba en el corazón" (Lc 2,19), practicaba una actitud interna profundamente vital. "Meditar" (sym-ballousa) era para ella acoger el mensaje y los acontecimientos, como quien los inserta en su corazón y en su vida, para confrontarlos unos con otros y así poder responder a Dios con mayor coherencia y generosidad. De esta manera, armonizaba palabras y acontecimientos. Ella meditaba las palabras de Jesús, poniéndolas "con" y "juntamente" (sym) para "confrontar" (ballousa), como quien busca una nueva luz. De esta manera, la Palabra de Dios alentaba sus mismos latidos del corazón, de modo repetitivo y sincrónico, como quien "rumía" o mastica algo para encontrar su verdadero sabor.

"Contemplar" significaba para María, comparar, poner en relación, rumiar, saborear, como quien armoniza los diversos datos de la fe y de la revelación. De este modo, puede combinar, a la luz de la fe contemplativa, "todas las palabras" ("pantha ta rhemata", Lc 2,19), es decir, todo el mensaje evangélico insertado en el acontecimiento histórico.

Era su actitud habitual, aprendida desde la infancia y en la vida familiar. Su corazón era como un enjambre donde se elabora la miel, dispuesto a "escuchar" a Dios y responder a su invitación con un amor pronto y total. Así lo enseñaban los padres a sus hijos, recordándoles el fragmento más emblemático de la Sagrada Escritura: "Escucha, Israel... amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Deut 6,4-5). Todas las palabras de Dios en la Escritura manifiestan su intención de hacerse escuchar en su llamada al amor, mostrándose como un padre cariñoso que busca y pide nuestro amor

Era escucha (o “lectura”) convertida en relación, a modo de lectura "orada", con un afecto profundo de quien ya estaba enamorada de Dios. Este saborear la Palabra era actitud sapiencial, no necesariamente científica o técnica, sino un camino de fe profunda que, precisamente por ser tal, muchas veces parecía noche tenebrosa, para seguir buscando y “preguntando” humilde y confiadamente a Dios. La palabra de Dios nos deslumbra, porque es siempre más allá de nuestras experiencias psicológicas y de nuestras expresiones lingüísticas (por válidas que sean).

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María relacionaba las palabras de Jesús (cfr. Lc 2,51) con la Ley, los salmos y los profetas, descifrando el nuevo sentido de los acontecimientos de la historia de salvación. Esta actitud de escucha es la raíz de la fe bíblica, que no es una simple especulación, sino la actitud de quien pone en práctica la voluntad divina sin “autodefensas” ni condicionamientos (cfr. Sant 1,22; Rom 2,13; Lc 1,38).

Los comentarios de los Santos Padres sobre la contemplación de María ofrecen una gran abundancia de matices:

"Los temas de la fe los meditaba en su corazón... y nos da ejemplo".5

"María conservaba toda las cosas del Señor en su corazón, tanto los dichos como las acciones".6

"Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón".7

"Era virgen no sólo en su cuerpo, sino también en su mente, la cual nunca falsificó con doblez la sinceridad de sus afectos: Humilde en su corazón..., no era locuaz, sino muy amante de la lectura".8

"También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne".9

"Primero se realiza la venida por la fe en el corazón de la Virgen, y luego sigue la fecundidad en el seno materno".10

En la exhortación apostólica Marialis cultus (1974), Pablo VI resume también la doctrina cordimariana, invitando a imitar su actitud de 5 SAN AMBROSIO (+397), Sobre Lucas II, 54: CCL 14,54.6 Ídem, Comentario al Salmo 118, 12,1: PL 15, 1361A.7 Ibídem, 13,3: PL 15, 1452.8 Ídem, Sobre las Vírgenes, 2,7: PL 16,209. Ver otras afirmaciones parecidas de San Ambrosio en el apartado 3 del presente capítulo.9 SAN AGUSTÍN (+430), Sobre la virginidad, 3: PL 40, 398 (comenta Lc 11,27-28: "son más bien bienaventurados"...).10 Ídem, Sermón 293,1: PL 39,1327-11328.

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contemplación y de aquella "fe con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc 2,19.51)”.11

En María, esta actitud contemplativa es profundamente relacional. Ella había aprendido a contemplar el rostro de Jesús al deponerlo en el pesebre (cfr. Lc 2,7) y cuando lo colocaron en el sepulcro (cfr. Lc 23,51). Su contemplación es su autorretrato, puesto que nos la muestra como la máxima Virgen y la máxima madre, es decir, la única madre que, por ser Virgen, ha hecho de su concepción, gestación y parto, una donación total al hijo (la Palabra personal de Dios), como asociada “esponsalmente” a su misma vida. Así muestra la fecundidad de la contemplación, especialmente cuando va unida a la virginidad.

En ella, la escucha de la Palabra era una invitación a "amar con todo el corazón" (Deut 6,4). La escucha tendía directamente a la persona de Jesús, como Palabra definitiva del Padre, a la que ella quedaba asociada con un "sí" de "ofrecimiento" sacrificial juntamente con su Hijo (cfr. Lc 2,2, la “oblación” en el templo). Jesús era la Palabra que penetraba el corazón como una "espada" (Lc 2,35), que corta o sublima esquemas anteriores, superándolos, para conducir a la novedad de compartir la misma vida y destino hacia el misterio pascual. No se destruye la revelación anterior, sino que se lleva a su “cumplimiento” (Mt 5,17).

La “contemplación”, como proceso de “leer a Dios” (“lectio divina”) sigue estas etapas, a como de círculos concéntricos: apertura, cuestionamiento, petición (pobreza bíblica), unión y, consiguientemente, servicio de donación. Es siempre sorpresa o actitud de dejarse sorprender (lectura), de apertura (meditación), de confianza (oración, petición), de donación plena (unión).La actitud contemplativa de María se actualiza ahora en la Iglesia de modo activo y materno. Es el itinerario contemplativo de la Iglesia, con, por, en y como María: 1º Dejarse sorprender por la Palabra y acontecimientos de Jesús (el don se recibe tal como es) (cfr. Lc 2,19.51). 2º Admirar, alegrarse, respetar los nuevos proyectos de Dios (cfr. Lc 1,29; 2,33). 3º Sentirse necesitado, con actitud de pobreza bíblica y confianza filial (cfr. Lc 1,48, “esclava”, pobre”). 4º Vivir en sintonía con Cristo en silencio de donación (cfr. Jn 19,25ss). 5º Servir según el proyecto-voluntad de Dios (“vida escondida” (cfr. Lc

11 AAS 66 (1974) 113-168.

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8,21; 11,28, “mi madre”). 6º A modo de “cenáculo” misionero permanente, en sintonía con los sentimientos de María (cfr. Hech 1,14).

La contemplación cristiana recorre ese mismo camino: "La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura" (NMi 17), como lo hacía María contemplando (relacionando) estos textos con lo que veía y escuchaba. Esta contemplación es "oración de corazón cristológico" (RVM 1).12

María, “acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cfr. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cfr. Heb 10, 5-10)” (VS 120)

Orígenes, comentado Lc 2,19.51, describe la intuición de María sobre el misterio del Hijo de Dios que se deja entender a través de sus palabras de niño: "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres".13

Imitar estos sentimientos de María equivale a seguir la invitación de San Pablo: "Tened los sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5). Es un camino de "comunión vital con Jesús" (RVM 2), para entrar en sintonía con "los misterios del Señor, a través del Corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). En el Corazón contemplativo de María encontramos el eco de todo el evangelio. Siempre buscamos “en su Corazón el fruto de su vientre" (RVM 24).

María en la Iglesia naciente y en el hoy de nuestra historia eclesial, repite la misma invitación: “haced lo que él os diga” (Jn 2,5). La Iglesia, como Juan, la recibe “en comunión de vida” (RMa 45, nota 130), para hacer de las palabras de Cristo un acontecimiento salvífico actual. María es 12 La expresión “lectio divina” (“theia anágnosis”), leer a Dios, es de Orígenes (siglo III), Carta a Gregorio, 4. La explica también en: Homilía sobre el Levítico 4,6. Fue una metodología de oración muy practicada en la edad patrística. A partir de la Edad Media, recibió un gran impulso con la explicación de Guido II, prior de la Gran Cartuja (sigloXII), como proceso de lectura, meditación, petición, contemplación.13 ORÍGENES (+254), Homilía sobre Lucas, 20,6; PG 13, 1853.

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“modelo de fe vivida” (TMA 43). Ella es “bienaventurada” por haber creído (Lc 1,45.48; cfr. Jn 20,29).

Su itinerario de “contemplación” es el que se deja entender en el “Magníficat”: “Todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios... El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (DCe 41).

La contemplación de María es una constante de su corazón: “Hágase en mí según tu palabra”, “meditaba”, “se admiraban” (José y María), “haced lo que él os diga”, “estaba de pie”... Todo el evangelio ha quedado grabado en su corazón, como “memoria” de la Iglesia de todos los tiempos. Ella es “la Virgen que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas (cfr. Lc 2, 19. 51)... Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo".14

Los “gestos silenciosos” de María (DCe 41) están en relación con su “seguimiento” (cfr. Jn 2,12) y su actitud respetuosa durante vida pública del Señor (cfr. Mt 12,48-50). Es maestra, madre y discípula: “haced lo que él os diga” (Jn 2,5). “María es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo”.15

María “contemplaba” las palabras de Jesús, también cuando, ya en la vida familiar de Nazaret, “les estaba sujeto” (Lc 2,51). Sólo la contemplación de corazón a corazón descubre el misterio de Dios Amor revelado por Cristo: “hizo y enseñó” (Hech 1,1), “pasó haciendo el bien” (Hech

14 BENEDICTO XVI, Homilía 8 diciembre 2005 (40º de la clausura del Vaticano II).15 SAN AGUSTÍN, Sermón 25, 7 y 19, 26: PL 46, 437.

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10,38), “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

La “Espiritualidad mariana” es “vida de fe” (RMa 48). Por ser “fe vivida”, es contemplativa y comprometida generosamente. La Iglesia es una historia de la presencia materna y contemplativa de María, que se convierte ya en herencia mariana legada a la posteridad. Entonces se redescubre el sentido de la vida de Nazaret con María, que aflora en algunas parábolas de Jesús (levadura, dracma, candil...). “La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo” (LG 65).

Los “episodios principales de la vida de Jesucristo nos ponen en comunión vital con Jesús, a través de Corazón de María” (RVM 2). Así aprendemos a “contemplar con María el rostro de Jesús” (RVM 3). Nuestra común biografía está insertada en la de Cristo desde el seno y desde el Corazón de María. Él la vivió antes que nosotros existiéramos y ahora la actualiza en nuestro caminar histórico. Ella meditó en su corazón nuestra biografía “anticipada” e insertada en al de Cristo, su hijo y nuestro hermano.

Así es la “Shema” puesto en práctica por María y continuada en la Iglesia (cfr. Deut 6,4-9; cfr. Deut 11,13-21; Num 15,37-41). Pero ahora esta enseñanza fundamental sobre el amor, es, en Cristo, la Palabra personal y definitiva de Dios. María, por su cualidad de perfecta discípula, enseña no a ser simples “auditores” o espectadores, sino a participar responsablemente en la dinámica de las palabras de Jesús. Ella “ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).

La contemplación de la Palabra de Dios en el Corazón de María es ahora punto obligado de referencia para la Iglesia: “En María Santísima vemos también perfectamente realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. María de Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta propiamente en la docilidad incondicional a la Palabra divina” (SCa 33).

3.- Las últimas palabras de Jesús en el Corazón de María y de la Iglesia

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La “memoria” de la Iglesia es siempre una actualización salvífica de la vida y mensaje de Jesús. Desde el inicio de la Iglesia y aún antes de la redacción de los evangelios, la comunidad ya vivía de esta “memoria” predicada y atestiguada por los Apóstoles y otros discípulos. Era la comunidad que inicialmente, en número de 120, había comenzado en el Cenáculo, orando “con María la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Para esa comunidad orante, Jesús histórico era el mismo Jesús de la fe, experimentado en una vivencia cada vez más profunda.

En la vida y testimonio de María, la Iglesia primitiva podía ver reflejado todo el evangelio meditado en su corazón. Algunas escenas del evangelio sólo tenían a ella como testigo. Y sólo ella había estado en los dos acontecimientos básicos de la vida del Señor: la Encarnación y la Redención.

Las últimas palabras de Jesús resumen todo su mensaje y toda su vida. El Verbo se expresa en palabras y gestos humanos, a modo de epifanía de su “Corazón manso y humilde” (Mt 11,29). Esta realidad de un Dios con corazón humano se prolonga en el Corazón de María y de la Iglesia, como respuesta a los problemas del corazón de todo ser humano.

Lo que María recibió (meditando en su corazón), es un don para todos los discípulos del Señor. Es una herencia común. Ella es la “memoria” permanente de la Iglesia. Su amor materno hacia Cristo, su Hijo, se prolonga, por voluntad de él, en todos los redimidos. Si María meditaba las palabras de Jesús en su Corazón, es porque “las consideraba con afecto materno”, como parte de sus mismas entrañas.16

San Ambrosio invita a cantar los salmos como lo hacía María, desde lo hondo de su corazón: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón".17

Entonces el corazón del creyente se hace eco del alma o Corazón de María: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios".18

16 SAN AMBROSIO (+397), Homilía sobre el Salmo 118, 13,3: PL 15, 1452 (ver texto más completo citado en el apartado anterior).

17 Ídem, Sobre las Vírgenes, 102: PL 16, 345.18 Ídem, Sobre el evangelio de Lucas, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16.

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Las últimas palabras de Jesús, muriendo en la cruz, fueron escuchadas directamente por María y meditadas en su corazón. Su gesto de estar "de pie" indica una actitud interna de "mirar" con fe contemplativa. En el Corazón de María resonaron las palabras de Jesús como un resumen de todo el evangelio: perdón (cfr. Lc 23,34), esperanza de salvación (cfr. Lc 23,43), función materna de María y de la comunidad eclesial (cfr. Jn 19,26-27), las ansias o sed de comunicar la salvación a toda la humanidad (cfr. Jn 19,28; Sal 68), la experiencia de abandono o “silencio” de Dios (Mt 25,46); Sal 21), la fidelidad de Jesús a la voluntad divina (Jn 19,30), su confianza inquebrantable en las manos del Padre (Lc 23,46; Sal 30).

Las últimas palabras del Señor cayeron, pues, en “un corazón bueno” de “primera discípula” (Aparecida 25). Eran la “buena semilla” (Mt 13,24), “la semilla de la Palabra de Dios” (Lc 8,11), sembrada “en un corazón bueno y recto” (Lc 8,15), “en tierra buena” (Mt 13,8). Así son los corazones de quienes “después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia” (Lc 8,15). María y la comunidad eclesial forman parte de la misma familia de Jesús: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).

En este corazón “contemplativo” resonaron y siguen resonando las últimas palabras de Jesús en la cruz. Ella las medió en todo su contexto bíblico e histórico-salvífico-eclesial, también mientras acompaña a la comunidad primitiva. Ahora las medita y revive con nosotros, insertada en nuestra propia biografía personal y eclesial.

Ella es el “icono” de la Iglesia orante, que recibe el Verbo en su corazón y lo transmite al corazón de los demás. Si la Palabra de Dios no entrara en lo más profundo del corazón del creyente, éste no sería capaz de transmitirla al corazón de los demás. Por esto no existe apostolado ni “discipulado misionero” sin contemplación de la Palabra. Esta contemplación es prioridad pastoral. “María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (SCa 33; cfr. LG 58).

María armonizaba las últimas palabras de Jesús con todo el evangelio, en los momentos de dolor y de gozo. Son palabras que siguen resonando en el Corazón de María y de la Iglesia al contemplar el costado abierto de Jesús (cfr. DCe 12 y 42).

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Cada palabra de Jesús, pronunciada en el Calvario, le resonaba a María en su corazón con ecos del “fiat” y del “Magníficat”, para penetrar el misterio doloroso de “la hora” definitiva de Jesús, en la que daría al mundo el “agua viva”.

El misterio pascual de la cruz se explicita en la resurrección de Señor. Por esto, el discípulo amado cree ante el signo del sepulcro vacío (cfr. Jn 20,8). También los dos discípulos de Emaús, escuchando con un corazón encendido por las palabras de Jesús, aprendieron que “era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria” (Lc 24,26). El misterio del costado abierto, contemplado de corazón a corazón, se convierte en el signo definitivo del misterio pascual de Jesús.

María realiza con la Iglesia la misma “peregrinación de la fe”: “Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn., 19,26-27)” (LG 58).

Los “encargos” que recibió María se van abriendo en su horizonte interior como círculos concéntricos: “El Espíritu santo vendrá sobre ti”... “¿No sabíais que me había de ocupar en las cosas de mi Padre?”... “No ha llegado mi hora”... “¿Quién es mi madre?”... “Ahí tienes a tu hijo”... Este último encargo abre el sentido del anterior: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”.

Así era “la madre de Jesús” (Jn 2,1), “la mujer” (Jn 2,3.5 y 19,26; Gal 4,4; Apoc 12,1). María personifica a Israel (antiguo y nuevo), fiel a la Alianza, con la misión de hacer pasar a todos a la fe explícita y comprometida.

La comunidad eclesial, al meditar las palabras del Señor, recibe continuamente con María una nueva experiencia de Cristo resucitado. María ve y escucha en el Calvario (y también durante el viernes y sábado santo), recordando los misterios pasados y vividos con Jesús. En aquellos momentos, impregnados de esperanza dolorosa, le acompañó el “discípulo amado”, que ya la había recibido en “su casa”, es decir, “en comunión de vida” (Jn 19,27).

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“Posar la cabeza sobre el pecho de Jesús”, como el discípulo amado (cfr. Jn 13,23.25), equivale a imitar la actitud contemplativa de María (Lc 2,19.51). Es la actitud de recibir a María como Madre, para compartir con ella el mensaje de Jesús. Equivale a la actitud del discípulo: “mirar”, escuchando de corazón a corazón, el costado abierto de Jesús.

Juan Pablo II, en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte (6 enero 2001), al clausurar el gran Jubileo del año 2000, invitaba a imitar la fe contemplativa de María: "Hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazaret meditando en su corazón el misterio del Hijo (cfr. Lc 2,51)" (NMi 59).

Con ocasión de año dedicado al rosario (octubre 2002-2003), en la carta apostólica de Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), la invitación se concreta en unas pautas que ayuden a entrar en el Corazón ("intimidad") de Cristo, por medio del Corazón de María: "El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través – podríamos decir – del Corazón de su Madre" (RVM 2). "Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo" (RVM 10). "María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cfr. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento" (RVM 11).

Estas indicaciones de Juan Pablo II sobre el Corazón de María son eminentemente cristológicas, porque en su corazón se aprende "la meditación de los misterios de la vida del Señor" (RVM 12). La Iglesia se siente identificada con la actitud interior del Corazón de María, en vistas a configurarse con Cristo: "Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cfr. Lc 1, 42)" (RVM 24).

María es custodia cualificada de la Palabra de Dios. En su corazón va a inspirarse la Iglesia de todos los tiempos, para meditar como ella todo el mensaje evangélico: "Padre... haz que, siguiendo su ejemplo, sepamos

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custodiar y meditar siempre en el corazón los tesoros de gracia de tu Hijo".19

Entrando en sintonía con el Corazón de María, encontramos el eco de su invitación permanente: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Entramos, pues, en "los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), por medio del Corazón contemplativo de María. “Se puede afirmar que María sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: « Haced lo que él os diga ». En efecto es él, Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres; es él « el Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 4, 6); es él a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre « no perezca, sino que tenga vida eterna » (Jn 3, 16). La Virgen de Nazaret se ha convertido en la primera « testigo » de este amor salvífico del Padre y desea permanecer también su humilde esclava siempre y por todas partes. Para todo cristiano, María es la primera que « ha creído », y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la « inescrutable riqueza de Cristo » (Ef 3, 8)” (RMa 46).

El camino mariano de fidelidad a Cristo es camino de caridad fraterna comprometida: “Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, «se sientan como en su casa» (cita de NMi 50). Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado” (Aparecida 272).

La Iglesia acude al Corazón de María, para encontrar en él, también hoy, el eco de las palabras del Señor. Para llegar a ser “la gran señal” como María (Apoc 12,1), la Iglesia escucha contemplando “lo que le dice el Espíritu” (Apoc 2,11ss). “En el tabernáculo del vientre de María, Cristo demoró nueve meses, en el tabernáculo de la fe de la Iglesia permanece hasta el fin del mundo, en el conocimiento y en el amor del alma fiel queda para la eternidad”.20

19 Oración del ofertorio, Misa del Corazón Inmaculado de la B.V. María. Ver en el Misal Mariano, n.28.

20 ISAAC DE STELLA (+1169), Sermón 51: PL 194, 1865.

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Como muchas almas fieles en el decurso de la historia eclesial, Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) lo vivió así: "En el Corazón de María vibraba constantemente el eco de mi pasión interna de aquella que oprimió a mi alma desde la Encarnación" (CC 42,288-290, junio 23, 1919). "Todos los cálices que apuré Yo, los puse también en el Corazón de María, que fue la corredentora y como el eco de mis martirios. Por eso es la Reina del dolor, porque ni uno solo, de mis tormentos internos y externos, dejó de repercutir en su Corazón de Madre" (CC 41,274, junio 16,1917). "El Corazón de mi Madre, canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad" (CC. 51, 309-311, abril 8,1928).21

La Iglesia, como y con María, continúa meditando las palabras de Jesús en su corazón, para hacer nacer Jesús en todos los corazones. “El Espíritu Santo, que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, dilató su corazón a las dimensiones del corazón de Dios y le impulsó por la vía de la caridad... Jesús apenas ha comenzado a formarse en el seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado su corazón... es el mismo Jesús el que «impulsa» a María, infundiéndole el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no poner por delante las propias y legítimas exigencias, dificultades, peligros para su propia vida. Es Jesús quien le ayuda a superar todo dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad”.22

Durante las horas de “soledad” del sábado anterior al día de la resurrección, las últimas palabras de Jesús pronunciadas en el Calvario quedaron redimensionadas en el Corazón de María. Los recuerdos de la Anunciación y de la infancia (además de los de la vida pública) se iban entrelazando con las últimas palabras, todavía calientes: “Su reino no tendrá fin” (Lc 1,33); “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49); “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46), etc. En el trasfondo de estos y otros recuerdos, resaltaban las palabras pronunciadas repetidamente por Jesús: “El Hijo del hombre… al tercer día resucitará” (Lc 18,33; cfr. Mt 17,21; 20,19; Mc 9,31.34).

21 Ver estos y otros textos de la Venerable Concepción Cabrera en: Cuenta de Conciencia (66 volúmenes, de octubre 1893 al 8 diciembre 1936). Resumen de estos textos en: Vida (10 tomos, 1909-1910) (México, Religiosas de la Cruz, 1990). Ver también: J. GUTIÉRREZ, Concepción Cabrera de Armida, Cruz de Jesús (San Luís Potosí, Edit. La Cruz, 1998) (selección de textos de la Cuenta de Conciencia). J. ESQUERDA BIFET, Colaboración de María en la Redención, según la doctrina de la Venerable Concepción Cabrera de Armida: Estudios Marianos 70 (2004) 337-360.22 BENEDICTO XVI, Intervención en la conclusión del mes mariano, viernes 1 de junio de 2007, en la gruta de Lourdes, jardines del Vaticano.

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Para María, “meditar en el corazón” equivalía a sopesar y comparar, con actitud de fe viva, estas palabras, que seguían siendo como recién salidas del corazón del Señor. María, “modelo de fe vivida”, “Madre de la esperanza”, vivió así (en el sábado santo) la espera de la resurrección y colaboró a que el “discípulo amado” de todas las épocas pudiera descubrir, en los signos pobres de un sepulcro vacío, que Jesús había resucitado (cfr. Jn 20,8). María sigue siendo el “icono” de una Iglesia que vive de la fe en la presencia de Cristo resucitado.

Ella, por haber recibido la Palabra en lo más hondo de su corazón, es “la discípula más perfecta del Señor”: “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de «hijos en el Hijo» nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (cfr. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cfr. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cfr. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor” (Aparecida 266).

Así podemos orar a María: “La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14), que recibieron el día de Pentecostés” (Spe Salvi 50).

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