Argonautas #09

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Argonautas N#09 OCTUBRE 2015 ISSN 2341-4091 ·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN· CINE·OPINIÓN· ·Luis Cano Ruiz· ·Sobre el cambio y las editoriales· ·¿Sirven para algo los cursos de escritura?· ·Ganadores #YoSobrevivíA· ·5 series cuyos creadores no supieron parar a tiempo· ·Victoria Fernández·

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N#09 Revista Argonautas. ConLuis Cano Ruiz y la ilustradora Victoria Fernández. Relatos y poemas de Pilar Parets, Iñigo Cavia, Wilson Wilson, Ana Patricia Moya, Iván Romero Marcos y Ana Nieto Morillo. Ilustraciones de Claudia Dominguez, Bythepain, Clara Jiménez, Chele, Javier Linés y Juan Castaño.

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ArgonautasN#09 OCTUBRE 2015 ISSN 2341-4091

·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN·CINE·OPINIÓN·

·Luis Cano Ruiz··Sobre el cambio y las editoriales·

·¿Sirven para algo los cursos de escritura?··Ganadores #YoSobrevivíA·

·5 series cuyos creadores no supieron parar a tiempo··Victoria Fernández·

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Argonautasen las redes

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Todos los textos, fotografías e ilustraciones pertenecen a sus autores,

salvo aquellos en los que se manifieste expresamente lo contrario.

Fotografías de secciones y entrevista ©Mar Arguello Arbe

www.ediotorialargonautas.com

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#09

REFUGIOSOctubre 2015

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Nosotros

Página 4

Elena Álvarez Santiago Sánchez Juan I. González

Iván RúmarSandra Carbajo

Mar Argüello

Dirección Arte

Redacción FOtografía

Blog

Carlota visier

OPINIÓN

JAUME VICENT

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argonautasPilar ParetsIñigo Cavia

Wilson WilsonAna Patricia Moya

Iván Romero MarcosAna Nieto Morillo

Claudia DomínguezChele

BythepainClara JiménezJuan Castaño

Victoria Fernández

Página 5

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Índice

Página 6

· 8 ·

· 49 ·

poesía

PARA LEER

EDITORIAL

· 58 · PARA PENSAR

Isla

Refugios

· 36·(Sobre) Viviendo

· 25 ·

Sobre las editoriales y el cambio

¿Sirven para algo los cur-sos de escritura?

Auxilio

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Página 7

· 20 ·

· 9 ·

· 53 ·

· 66 ·

· 44 ·

Pueblo

En la Habitación azul

Deux histories sEur le temps

relatos

PARA VER

Conociendo a... Victoria Fernández

Los viejos lienzos de eva

Ganadores #YoSobrevivíA

Genoma poético · 32 ·

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EDITORIALRefugio; un sitio donde protegerse durante una inesperada tormenta, como las que ya empiezan a surgir en nuestros cielos o donde protegerse de una guerra. A algunos les han salvado la vida y a otros les han vuelto locos. Todo es posible dentro de un refugio cuando fuera aguarda un peligro con el que no contábamos. Un refugio de papel y tinta para protegernos de los miedos que nos acechan a cada paso en la vida. Todo artista ha utilizado alguna vez su arte para escapar de sus miedos, para esconderse de sus terrores.

Pero no debemos olvidar, especialmente ahora, que existen refugios más im-portantes que los de papel, más necesarios. En estos tiempos duros, en los que fronteras se cierran bajo la orden de líderes sin escrúpulos y trenes se fletan abarrotados por un pasaje temeroso, nosotros, escritores, tenemos la posibilidad y responsabilidad de hacernos cargo de la situación que sufre medio mundo ha-ciendo lo que mejor sabemos hacer: sirviéndonos del lenguaje, al que nos debe-mos, para nuestro favor y el de la sociedad. Asumamos que el refugio, ese del que hablábamos con anterioridad y que su-poníamos tan idílico, ha dejado de serlo, que ha dejado de ser, por ejemplo, un simple edificio, que ahora el refugio somos nosotros, y como tal, debemos recibir y acoger en él a quien lo necesite. Evitemos usar palabra como “inmigrantes” y modelemos los pensamientos diciendo, en todo caso, “refugiados”.

De nada serviría llamarnos escritores o artistas si no fuéramos capaces de ver más allá, de entender las circunstancias que envuelven el dolor de un pueblo inocente en toda su magnitud, con su antes, su ahora y su después, con amplitud de miras y sobre todo; si no fuéramos capaces de contemplar el mundo como es, sin más fronteras que las que la orografía ha ido cincelando sobre su superficie.

Bienvenidos pues, refugiados, vengáis de donde quiera que vengáis.

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[Edita: Editorial Argonautas, en Madrid, 2015]

ISSN 2341-4091

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RELATOS

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Un refugio es una persona. Y un pueblo es un refugio. Por eso Antonio aún le habla a las casas abandonadas, aunque el tiempo haya descubierto el cemento bajo la pintura blanca y el hierro bajo la madera de las puertas, aunque la soledad las haya hecho tan frías y tímidas como el tenue cosquilleo que las cucarachas, con un compás inconfundible de patas y antenas, crean en el suelo de las habi-taciones, y aunque las tejas y los azulejos se vean confinados a esa enfermedad de las aceras. Pero Antonio las saluda cuando camina por las calles y las mira y les co-menta que no tienen buen aspecto hoy pero que si él tuviera ciento veinte años tampoco se mantendría en pie, así que no os preocupéis, luego Antonio piensa, qué demonios, con ochenta años tampoco soy capaz de salir de casa sin el bas-tón. Cuando su madre y su hermana vivían aquí, el padrón de este pueblo lle-gaba hasta el ahora inimaginable número de cuatro, porque también tenían un gato y lo contaban como habitante. Luego su hermana se marchó levantando las manos y gritando que no quería morir sin haber salido de este maldito pueblo, y encima se llevó con ella al gato, y Antonio le respondió en el mismo tono que esto no es un pueblo, Manuela, esto es un refugio, pero ella no se dio la vuelta hasta que salió de aquí, aunque Antonio no vio cuándo pasó eso porque los límites de este lugar son mentira, no existen. Hay cuatro calles en un sentido y dos que las cruzan, y en el medio una plaza y en el medio de la plaza una fuente, pero también hay una carretera, y esa carretera Antonio no sabe dónde acaba pero siempre ha pensado y dicho, en esos largos debates con las casas, que si esa carretera pertenece al pueblo y no se puede abarcar con la vista cuando la miras alejarse, entonces este pueblo es el pueblo más grande del mundo, pero entonces, ¿cuántos más viven aquí, sin él saberlo ni conocerlos? ¿Cómo sería posible tener tantos vecinos como se pueden imaginar y no haberlos visto nunca? Antonio nunca ha salido de aquí para conocer a la gente de fuera, pero ¿hacía falta? ¿Realmente hay alguien más aquí? De ser así, el pueblo no sería un refugio nunca más y si algo tiene claro Antonio es que este pueblo es un refugio y desde que Madre murió es suyo y de nadie más y está contento así.

PUEBLOpor WILSON WILSON

ilustración de CLAUDIA DOMÍNGUEZ

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Pero, en cambio, si la carretera no pertenece al pueblo, ¿a qué pertene-ce? ¿O a quién? No hay en el mundo una idea más macabra para Antonio que la de pensar que en el pueblo había algo que no era el pueblo. Una especie de invasión. Y cuando sólo tienes una cosa en esta vida, no lo quieres infectado, ni manchado, ni roto. Esa carretera cruzando el pueblo por sus órganos vitales y su tejido epidural tiene que pertenecer al pueblo, pero Antonio no puede aceptar que el pueblo pertenezca a nadie más.

Así que aquí está, ha amanecido temprano hoy, más temprano de lo normal. Ha salido a pasear sin hacer mucho ruido porque las casas no se habían desper-tado aún –tenían las persianas bajadas-, luego ha sacado las herramientas del desván y ha cogido unos trozos de madera de la corrala y ha estado toda la ma-ñana serrando y clavando y vaya, mira, qué bien quedan estas vallas de madera cortando el paso en la carretera.

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En la Habitación Azulpor Pilar Parets

ilustración De Clara Jiménez

—¡Ya viene! —¡Shhh! Calla, te va a oír. —Pronto acabará todo. Tenemos que estar preparadas. —¿Preparadas para qué? Me estás asustando, Agnés. —Asómate conmigo a la ventana y tú también lo sabrás. —No voy a hacerlo. Los pasos al otro lado de la puerta interrumpieron las confidencias entre las dos hermanas. El pomo giró poco a poco. Agnés y Aurora se resguardaron en la cama, cerraron los ojos y, como siempre hacían a aquellas horas, esperaron a que su madre entrara en la habitación. La puerta se cerró y se oyó la llave entrando en la cerradura, girando sobre sí misma dos veces. La visita de las seis de la tarde había concluido. Aurora bus-có el regazo de Agnés y acurrucó su cabeza en él. —Por un momento he creído que iba a pegarnos otra vez —dijo Aurora. —Sí, yo también. —Volverá a las nueve. —Sí. La habitación en la que Aurora y Agnés vivían encerradas desde que tenían seis años, tan solo disponía de una pequeña cama y un orinal. Del viejo trastero que aquel cuarto albergó tiempo atrás, tan solo quedaban el color azul de las paredes y una estrecha ventana, situada encima de la cama, por la que apenas penetraba la luz. Las niñas vivían a oscuras la mayor parte del tiempo. Los únicos contactos de las niñas con el exterior se reducían a las cuatro visitas diarias de su madre y al repiqueo de las campanas de la iglesia a cada hora en punto, que se oía a lo lejos.

*** Agnés solía ponerse de pie sobre la cama, estiraba sus brazos hasta que sus manos alcanzaban la ventana y se pasaba largos ratos asomada en ella,

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ampliando su mundo; el cielo, las nubes, los pájaros y no muy lejos, los picos de las montañas gemelas que rodeaban aquel pueblo. El carácter curioso de Agnés le había descubierto aquellos dos cuerpos montañosos, idénticos entre sí y que parecían mirarse el uno al otro. —Un día iré a esas montañas —dijo Agnés ilusionada aquella tarde—. Pa-recen nosotras dos, tan iguales y diferentes a la vez. —No puedes salir de aquí —respondió Aurora mientras deshacía un nudo de pelos de su melena rojiza—. A veces sueño que salimos de aquí, ¿sabes? —Ya salimos una vez. ¿Te acuerdas? Mamá nos sacó una noche. —En el sueño, caminamos por calles que nunca he visto y veo a personas, nos sonríen. Y entonces se nos acercan unas mujeres muy viejas, vestidas de negro... —Mamá nos cubrió toda la cabeza con la bufanda para que la gente no vie-ra nuestra cara. —Y te cogen a ti por un lado y a mí me agarran por los brazos y nos sepa-ran...—continuó Aurora con la voz temblorosa. —Y lo vimos todo. Vimos a la gente, la iglesia, el parque, los árboles, las montañas, la plaza, las campanas...Y luego volvimos a casa. —Y una de esas mujeres grita: ¡Matadlas! ¡Son monstruos! Y todo el mundo empieza a gritar y a lanzarnos piedras. Y justo en ese momento, despierto y me alegro de seguir aquí —dijo Aurora. —Hermanita, tranquila —susurró Agnés, abrazándola. — ¿Tan horribles somos? —Eres preciosa. —Tú también lo eres —dijo Aurora sonriendo. —¡Las dos lo somos! Las hermanas rieron. Una risa espontánea, cómplice, libre. Reír era de las pocas diversiones que podían permitirse en aquella habitación azul, fría y oscura.

*** —Ha empezado a llover en las montañas. La lluvia pronto llegará aquí —co-mentó Agnés, asomada en la ventana. —No quiero que haya tormenta —dijo Aurora nerviosa—. No me gus-ta.

Aurora se sentó en un rincón de la cama y escondió su cabeza dentro del camisón deshilachado que vestía. Cerró los ojos con fuerza. Por la estrecha ven-tana, llegó el resplandor de la inconfundible luz azul y eléctrica de un relámpago y unos segundos más tarde, su trueno. —¡La tormenta ya está aquí! —gritó Aurora.

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—No te pasará nada. Yo estoy contigo. —¡Tengo miedo! —Hoy acabará todo —dijo Agnés abrazando a su hermana—. Yo lo sé. Me lo han dicho ellas. — ¿Quienes? —Las montañas. —Las montañas no hablan —replicó Aurora. —Ellas sí. Me hablan cada mañana cuando las saludo. Las campanas de la iglesia empezaron a cantar las nueve. Volvieron a oírse los pasos de Violeta avanzando por el pasillo. —Mamá ya vuelve. —Será la última vez que la veamos —dijo Agnés. — ¿Qué quieres decir? —No tengas miedo. Será un juego. Solo tienes que hacer lo que yo te diga. Antes de que sonara la quinta campanada, la puerta se abrió y una flecha de luz que emanaba del pasillo iluminó el rincón donde estaba la cama. Las niñas esperaban tumbadas boca arriba sobre el colchón, con los ojos cerrados. Aunque no podían verla, las hermanas sabían que Violeta estaba de pie junto a la puerta, observándolas. Violeta se sentía orgullosa de su fortaleza. El médico que la asistió en el parto, le dijo que las niñas no vivirían mucho, pero ya habían pasado once años y seguían vivas. Hubiera sido más fácil abandonarlas y salir huyendo, como hizo su marido el mismo día en que las niñas nacieron, aterrorizado por aquellos cuerpe-cillos escuálidos y con la cabeza malformada. Pero Violeta no era tan débil como él y además, contó con el apoyo de sus padres, quienes la ayudaron a criarlas a escondidas de la gente. Al cabo de unos años, el padre de Violeta le cedió una propiedad de la familia en aquel pueblo perdido entre dos montañas gemelas, como sus hijas. Era un exilio temporal a cambio de vivir con tranquilidad y evitar las habladurías de la gente. Pero el exilio ya duraba seis años. No había sido fácil criarlas sola, y si les enseñó a leer y a escribir lo justo, fue porque su padre la obligó. Cuando cumplieron seis años, el aspecto de las niñas se había vuelto tan insoportable para Violeta que decidió encerrarlas en el trastero de la buhardilla. Era una medida provisional y extrema, solo hasta que ocurriera lo que no se atrevía a nombrar. Pero aquellas niñas parecían inmortales pese a que vivían en la penumbra, comían solo una vez al día y soportaban la humedad y el frío de aquella habitación.

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La delgada silueta de Violeta avanzó por la habitación casi a oscuras, guia-da tan solo por la luz que entraba desde el pasillo. La lluvia empezaba a caer con fuerza sobre el tejado. “Seguramente, Aurora esté muerta de miedo por si vuelvo a sacarla al jardín y atarla al árbol bajo la tormenta”, pensó Violeta. De pie junto a la cama, Violeta alargó su mano y tocó el cabello largo y en-redado de alguna de las niñas. Por la forma del cráneo supo que era Agnés. La caricia continuó hacia los pómulos. Últimamente las niñas habían adelgazado. Tal vez fuese a ocurrir lo innombrable, su salvación. “Si tan solo un día las encontrara dormidas...”, pensaba. Como cada noche, al hacer la última visita, un deseo oscuro cruzó su men-te. Su mano tocaba el cuello pálido y frágil de Agnés y no pudo reprimir una leve presión con los dedos en la garganta de la niña. “Seguro que este cuello se rom-pería con facilidad”, se dijo. “Si no decepcionara a papá por matarlas, ya habría acabado con esto”, pensaba.

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En el instante en que las yemas de sus dedos volvieron a palpar el cuello de la niña, Violeta notó un tirón en las faldas de su vestido. Volvió la vista hacia su hija y descubrió los enormes ojos azules de Agnés, abiertos de par en par, mi-rándola fijamente. Aquella inesperada imagen la sorprendió tanto que Violeta se apartó de la niña y se llevó la mano a la boca para ahogar un grito. ¿Acaso Agnés había podido leer sus pensamientos? ¿Había hablado en voz alta? —¿Estás despierta, hija? —preguntó Violeta algo nerviosa. Agnés se incorporó y Violeta se dio cuenta de que Aurora no estaba junto a su hermana. En ese momento, se oyó un ruido a sus espaldas. La puerta se ha-bía cerrado y la habitación quedó totalmente a oscuras. Se oyeron las voces de las niñas cuchicheando y el ruido de unos pasos corriendo a un lado y otro de la habitación. Por intuición, Violeta se llevó la mano derecha al bolsillo y encerró la llave en su puño. “Necesito luz. Necesito encontrar la puerta”, se repetía Violeta mientras caminaba a ciegas. —¡Abrid la puerta! ¡Abridla, monstruos! —gritó enfadada. Decidida a encontrar la puerta, Violeta dio un paso al frente y su cabeza se encontró dolorosamente con la pared. El fuerte impacto en la cara le reventó la nariz y de ella brotó sangre. Las niñas volvieron a reírse a carcajadas. “Se ríen de mí como si pudieran verme y yo no veo nada en esta habitación”, pensaba. Vio-leta se llevó la mano a la nariz para controlar la hemorragia. Continuó caminando a oscuras; pequeños pasos prudentes para no volver a tropezar. —Os juro que esto lo vais a pagar, ¡monstruos! —gritó Violeta, fuera de sí. La sangre pasó de la nariz a su garganta y Violeta se vio obligada a escupir-la. Volvió a sentir fuertes tirones en el vestido. Tiraban de ella con fuerza, de un lado y otro de sus caderas. Las risas de las niñas se oían a otro lado de la habi-tación. “¿Quién tira de mí si no son de ellas?”, se preguntó confundida Violeta. Los empujones hicieron que Violeta perdiera el equilibrio y cayó de espaldas contra el suelo. Boca arriba, la sangre de la nariz regresó a la garganta y empezó a toser. El suelo de aquella habitación parecía una barra de hielo y la espalda le dolía cada vez más. La luz de un nuevo relámpago iluminó la habitación durante un breve instante, suficiente para que Violeta viera sobre ella el rostro de sus dos hijas. Parecían felices, satisfechas. La inesperada y espectral imagen de las ni-ñas, estremeció a Violeta. —Abrid la puerta... —insistió. El estruendo de otro trueno retumbó en toda la casa. Violeta se quejaba de dolor en la espalda y no opuso resistencia cuando notó que una mano entraba en el bolsillo y cogía la llave. —Buenas noches, mamá —dijeron ambas niñas.

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Violeta, desconcertada, vio como la puerta se abría a su izquierda. Las ni-ñas salieron corriendo de la habitación y la puerta se cerró de golpe. Se oyó la llave girando sobre sí misma dos veces mientras las niñas reían. La habían ence-rrado. Con aquel portazo llegó el silencio. Violeta notó su cuerpo muy pesado y cada vez sentía más frío, como si tuviera un bloque de hielo sobre su pecho que le impidiera moverse y respirar. Su nariz seguía sangrando. —¡Sin mí novais a sobrevivir! ¡Abrid la puerta! ¡Soy vuestra madre!—gritó con fuerza. Al otro lado de la puerta, Violeta escuchaba las risas y cuchicheos de las niñas. Sus ojos, envueltos en lágrimas, eran incapaces de distinguir nada entre la oscuridad de aquella habitación que tan segura le había parecido siempre para proteger a sus hijas de la crueldad de la gente y que ahora se había convertido en una trampa contra ella. Consciente de que aquella puerta tardaría en abrirse, Violeta lloró hasta que, agotada, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño. En-tonces, dejó de llover.

*** Las hermanas esperaban al otro lado del pasillo a que la tormenta amaina-ra. —¡Lo hemos conseguido! ¡Vayamos hacia las montañas!—propuso Agnés, ilusionada. Aurora, que no había dejado de mirar la puerta de la habitación azul, no respondió. —¿Me oyes? —dijo Agnés, tomando de la mano a su hermana. —Esta casa es el único lugar seguro que conozco —dijo Aurora. —No tengas miedo. Nadie nos separará —insistió Agnés, tratando de con-vencer a su hermana. —Solo puede protegernos mamá. —Ven conmigo, por favor —insistió Agnés. Sin decir nada, Aurora tomó la mano de Agnés y cogió la llave que sostenía su hermana. Con paso decidido, atravesó el pasillo de vuelta a la habitación y metió la llave en la cerradura. —Nunca podría separarme de ti, hermanita —dijo Agnés entre lágrimas. Aurora abrió la puerta de par en par, entró en la estancia y se abrazó al cuerpo frío de Violeta. Agnés no tardó en reunirse con ellas. La habitación azul seguía siendo el único lugar seguro en el mundo.

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Deux histories seur le tempspor Iñigo cavia

ilustración de Bythepain

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La première

Un buen día, la señora B. dejó de hablar. Conversar le robaba tiempo, es-cribió en su diario. No mucho después, ante el estupor de sus vecinos y pese a la oposición de su esposo y sus dos hijas se trasladó a un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad. La familia le robaba tiempo, escribió en su diario. Al poco, se trasladó a una aislada cabaña en las montañas y es que las amistades, deseosas de saber qué le ocurría, también le robaban tiempo, según consta en su diario. En su soledad, se dedicó a leer, pasear y escribir en su diario. No tardó en llegar a la conclusión de que leer y pasear también le robaban tiempo, escribió en su diario. Según su última anotación, escribir en el diario también le robaba tiempo. La señora B. siempre había sido una persona muy obstinada, y si había llegado tan lejos, no iba a rendirse ahora. Podemos imaginarla postrada en la cama, intentando mantener constantemente la mente en blanco, pues pensar también roba tiempo.

La seconde

La Hora se enamoró del Minuto para congoja del inestable Segundo cuyo suicidio fue evitado in extremis por el veloz Milisegundo, el Día se traumatizó y empezó a retroceder a un nivel superior también la cosa pintaba mal, el Miércoles decidió secuestrar al Jueves y ambos desaparecieron como si se los hubiese tra-gado la tierra ¿se habrían ido de finde? ¡Nosotros no tenemos nada que ver! De-clararon públicamente el Sábado y el Domingo. El pobre Martes se tropezó con un no menos perplejo Viernes, el odiado Lunes vio la ocasión propicia para llevar a cabo su particular venganza. ¡Ahora duraré tres días os jodéis! Todo ello pese a las súplicas de la pobre Semana. Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre dijeron ¡Agur! dejando al resto de los meses con la carga de un Año achacoso. Junio decidió entonces que aquel era un buen momento para hacer el petate y largarse a Berlín donde ejercería sus dotes de saxofonista en un club de jazz. Febrero se ofreció para ejercer de Semestre pero el resto de los meses se negaron por ser un puesto de demasiada responsabilidad. Esta sensatez debie-ron mostrarla las estaciones siempre imprevisibles y caprichosas y así hubieran evitado los desatinos de la Primavera ejerciendo de frío Invierno y el ataque de ansiedad de éste al imitar el comportamiento de la Primavera ¿qué coño estaba pasando? Los científicos de la comunidad internacional y de la de vecinos sólo acertaban a corroborar lo que ya todo el mundo sabía, que el Tiempo se había vuelto loco.

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GANADORES CONCURSO #YOSOBREVIVÍA

«¿A quién sobreviviste tú? Cuéntanoslo, sin pelos en la lengua, con literatura, con humor o dramatizando. Las tres historias de los su-pervivientes más creativos serán publicadas en el próximo número de Revista Argonautas, se llevarán un ejemplar de la novela ‘Cómo sobrevivir a Carla’ y el gran vencedor se llevará un cofre experiencia Smartbox con el que terminará de relajarse de una vez por todas.»

Bajo esta premisa, el pasado 15 de agosto, convocamos el concurso #YoSobrevivíA gracias al cual pudimos leer muchas

historias de supervivencia urbana. Los tres microrelatos que siguen son los ganadores.

¡Enhorabuena!

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GANADORES CONCURSO #YOSOBREVIVÍA

#YoSobrevivíA mi muso. Un simple e inocente “hola” bastó para arrancar la pereza de huir de cientos de meses durmiendo junto a la misma cara. Un sencillo comentario de texto, donde los elogios compartían lecho con la crítica más constructiva, fue el impulso que necesité para iniciar una historia que se quedaría huérfana de final feliz. Conocí a mi muso en un taller de literatura on line. Al principio sólo compartíamos afición por contar historias de forma más o menos entretenida. Nuestro contacto se limitaba a aportar ideas, correcciones y opiniones sobre los ejercicios que nos proponían cada mes, siempre con la intriga del anonimato. Nos gustaba ese juego y la atracción por nuestra parti-cular forma de narrar, era mutua. Jugábamos con las palabras haciendo mala-barismos y creamos un mundo hecho a medida, donde lo que siempre había-mos soñado existía de verdad. Cuando quisimos darnos cuenta, las mariposas que habían permanecido en letargo tantos años estaban más despiertas que nunca y su revoloteo era casi incontrolable. El misterio fue desvaneciéndose a medida que el interés caminaba en línea recta hacia nosotros mismos. Me desnudé poco a poco, presentándole cada una de mis debilidades, de mis vir-tudes, de mis sueños; incluso, llegué a mostrarle mi lado más intransigente, rebelde y puñetero. Así me solía calificar, de “puñetera”. Compartimos risas, lágrimas, proyectos y de la nada surgió el todo y de mi espalda unas alas que me permitieron volar sin echar mano del freno. Nos convertimos en verdugos de nuestras propias biografías y la ficción que se encargó de construir a mi alrededor, hizo que mi vida se partiese en dos. Un antes rutinario y falto de ganas y emoción y un después que relucía entre los escombros de lo que nun-ca volvería a ser. Ese acento extranjero que se había presentado voluntario a

GANADORAVirginia Figueroa Pérez

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ocupar el puesto de muso que solicité en tono jocoso en mi taller literario, se ganó el cargo con creces. Su remuneración fue mi entrega absoluta en alma porque nuestros cuerpos estaban a kilómetros de distancia. Desempeñó su papel de forma tan exacta que mi creatividad no vislumbraba el fondo. Me reía con sus cosquillas escritas y me emocionaba con cada frase que disparaba di-recta a mis costillas. Era como esa fuente inagotable de la que beber. Sólo con pensarle un segundo, de mí brotaba la magia sin truco de convertir patos en cisnes. Se instaló en pleno centro de mi vida con vistas a todos mis recuerdos. Se adueñó de mi corazón a tiempo completo y obtuvo pase VIP en todos y cada uno de mis deseos, desde el más básico al más obsceno. La relación contrac-tual de muso la cumplía a rajatabla. Era especialista en estimular inspiraciones ajenas y en la mía, se había licenciado con matrícula de honor. Durante mucho tiempo me hizo creer de verdad en el amor eterno, en las mitades perfectas y en que uno más uno, cuando hay química, siempre es uno. Me enamoró de la forma más premeditada que un muso puede lograr, vendiéndome humo a cambio de morbo, pintando de color verdad las mentiras que yo quise creer y bautizando cada encuentro virtual o telefónico que me brindaba con licores premium, de esos que a penas te dejan resaca cuando el olvido se despierta por obligación. Sus promesas que, al principio, olían a nuevo empezaron a apestar. Poco a poco se fue convirtiendo en droga y estaba realmente engan-chada. Sin él, no era yo. Su ausencia se traducía en dolor físico, moral y si me apuras, incluso espiritual. Cuando mi muso decidía saltar por la ventana y des-aparecer unos días, me quedaba atrapada en mi Limbo, intentando sobrevivir a la falta de razones para salir corriendo de mí, a ese misterio que encerraba su verdadera identidad. Nunca supe su nombre real. El cuento pedía a gritos un final tan perfecto como el príncipe que se encargó de diseñar para mí. Cada vez las expectativas eran mayores. Harían falta guirnaldas y fuegos artificiales en cantidad industrial para decorar la escena. Elevó al infinito mis ilusiones y me sedujo hasta dejarme sin aliento pero un día, que vi venir en el calendario como quién ve aproximarse un huracán que arrasará su casa, se extinguió su llama. La luz de su faro se apagó sin contar hasta diez y su presencia en formato digital y led dejó de iluminar mi cara de gilipollas. Mejor no verse en el espejo. Mejor pasar la última página de mi libro y pensar que su contenido es fruto de mi imaginación. Mejor inspirarse en pieles que se puedan tocar. Mejor poder contarlo y reír. Mejor ser conscientes de que la vida está para poder es-trellarse tantas veces como necesitemos para aprender y que caer también es bueno para levantarse con más ganas. Mejor saber sobrevivir a todos, incluso a nosotros mismos, que dejarse morir para siempre.

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FINALISTACarlos Álvarez González

#YoSobrevivíA mi primera experiencia laboral, a mi primer verano en el paro y a mi primer “¿qué voy a hacer con mi vida?”. Los vuelos a Alemania bien, ¿no?

FINALISTAÓscar Sejas

#YoSobrevivíA los pantalones de campana, a las gafas de pasta, a Mazinger Z, a Oliver y Benji. A las patillas a lo Curro Jiménez. Sobreviví a los Fruitis aun-que su maldita cancioncita se me quedara grabada. Sobreviví a David el Gno-mo y a su bondad que jamás he podido encontrar en nadie nunca. Sobreviví a Disney y sus princesas y por más que lo intenté no pude ser el príncipe con el que todas soñaron. Sobreviví a los lunes que iban después del domingo, cuan-do había que volver al colegio y los matones de turno me quitaban el bocadillo y los cromos. Sobreviví a OT y a todos los Bisbales y Bustamantes que vinie-ron detrás. Sobreviví a South Park y a todas las muertes de Kenny. Sobreviví a Crónicas Marcianas y sus stripteases de madrugada, al videoclip de Malú con el que descubrí lo que era darse mucho amor propio, al porno codificado de Canal+. Sobreviví al acné. A mi primer corazón roto. A Torrente. A las canciones del Fary. A los trescientos litros de H&S que tuve que comprar después de tanta caspa. Sobreviví a la ESO. A los botellones con ron Almirante y coca-cola marca blanca. Al Messenger y los chats de Terra. A las citas a ciegas con camioneros que decían ser rubias de ojos azules. A las conexiones a internet con módem. Al rincón del vago. Al fotolog, a los spaces msn y al Tuenti. A la serpiente de Nokia. A los móviles tamaño industrial. Y de pronto vas y me dejas. Y yo no hago otra cosa que comer pizza y beber cerveza del Mercadona. Llevo sin afeitarme tres meses, me ha crecido el pelo y las uñas. No recuerdo cuando fue la última vez que pasé por la ducha. Creo que cada vez me parezco más y más a Tom Hanks en Náufrago. Y ahora sí, por fin parezco un auténtico superviviente.

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POESÍA

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ISLApor IVÁN ROMERO MARCOS

ilustración de JUAN CASTAÑO

Te prometí una isla y aquí tienes,el refugio de un tesoro sin prisa,

la noche de los viernes sin camisa,la playa de un silencio sin andenes.

Se hicieron carne en tu carne los versos,tu cruz marcaba el cofre del poema,

se erizaban los poros del noema,dos latiendo a la par del universo.

Ardiendo, desmarcándonos del resto,desgranando heridas, imaginando,

lamiéndonos la sangre de los codos.

Buscándome en el mapa de tu gesto,exiliándonos del mundo, enterrando

al vacío, la teoría del todo.

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Coronada la orfandad,

me diluyo en el silencio equilátero

para construir con óleo y sal

un volcán antifonal,

una suerte de hogar.

Vestirme con un acento

que no es el mío

para construir vidas de papel,

dejar fuera el hastío

y hermanarme con el viento.

De la gema de mi ombligo nace un río

que se lleva en viaje iniciático

los siete caballos: el rojo, el verde y el blanco,

el naranja, el azul, y el morado.

A partir del séptimo construyo mi atavío.

Pero yo no tengo hogar

solo refugios.

Refugio por ANA NIETO MORILLOilustración de CHELE

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Refugio por ANA NIETO MORILLOilustración de CHELE

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Refugio por ANA PATRICIA MOYAilustración de JAVIER LINÉS

Cuando mi corazónse detiene

a veces, mis padres y hermanaslo atrapan

y lo arropan

a veces, me emborrachan de cariñomis amigos de toda la vida

a veces, me basto yo-sacando una fuerza colosalde no sé dónde-

para reanimarlo

a veces, me gustaría que fueses túquien lo descongelaray lo desterrase de este páramo frío

a veces, me gustaría no depender / tanto de mi orgullo.

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Buscamos talento

te buscamos a ti

www.revista-argonautas.com

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DICIEMBRE N#10¡PARTICIPA!

·EXCESOS·

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Desde ya, y hasta el 20 de OCTUBRE, puedes enviarnos tus propuestas para el siguiente número, de temática: EXCESOS.

Si eres escritor o poeta:Mándanos tu creación entre los días 1 y 20 del mes.

En formato word, PDF, .odt o pages.

Si eres ilustrador:1. Mandanos una muestra de tu trabajo entre los dias 1 y 20 de OCTU-

BRE.2. Una vez hayamos seleccionado los textos que se publicarán en la revista, te enviaremos, entre los días 21 y 30, el texto que, a nuestro parecer, mejor

se adapte a tu estilo.3. Entre los días 1 y 15 de NOVIEMBRE, nos enviarás tu ilustración y,

¡listo! Aparecerá publicada en el próximo número.

*Procura mandarnos tu ilustración el la mejor calidad posible, independien-temente del formato que elijas.

[email protected]

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fotografías de Mar Argüello

por Sandra Carbajo

(Sobre)viviendo

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Para poder encontrarse uno, primero ha de perderse. Y no me refiero a una simple desorientación. No amigos. Uno debe dudar de su nombre y apellidos; cuestionarse el todo, la nada y lo que pueda estar por el medio y en él; extraviar la rutina; huir de la dañina zona de confort; polemizar su “yo”, el ego en primera persona, sentir la espada contra el estómago mientras la pared presiona la espalda; desesperarse, frustrarse, no ver escapatoria ni salida; probarse. Uno necesita buscar, preguntar, objetar, analizar y luchar colocando ese “se” reflexivo que obliga al sujeto a actuar. Y es en ese preciso momento cuando la vida se convierte en una batalla por la supervivencia, la superviven-cia de uno mismo. Reinventarse o morir.

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Cada individuo vive a su manera y sobre todo, sobrevive a su manera. Sobrevive a un trabajo, unas ex-pectativas, una decisión, un nom-bre. Todo ser humano pelea por su llamémoslo Y ó simplemente X. Así pues, en este contexto, aparece un paréntesis de 3 años llamado Carla. ¿Cómo reconstruirse des-pués de una vida que creías casi perfecta? ¿Cómo enfrentarse a un presente roto, a un futuro caótico y a un pasado aparcado por ese pa-réntesis?

“Salir de una relación es fácil. El problema es lo que te encuentras después. Mal comparado, es un poco como el hecho de ir a la gue-rra y luego sobrevivir a ella”, nos confiesa Luis Cano hablando de su segunda novela, Cómo sobre-vivir a Carla. Una historia de des-amor totalmente al desuso y llena de humor donde cada personaje se enfrenta y sobrevive a su Carla particular.

Parece que fue ayer cuando el vallisoletano y servidora nos reu-níamos en la madrileña Filmoteca Española para conocer al joven escritor. Hoy, un año después, le vuelvo a tener enfrente. El medio, nuestro escenario, no es el mismo. De hecho es radicalmente dife-rente. Hemos cambiado junio por septiembre y las calles gatas por

la fibra óptica. No obstante, Luis Cano continúa siendo ese hombre feliz que juega a ser fatalista en sus novelas con nombre de mujer. Ese sombrero conquistador de la palabra escrita, en verso o prosa, nacida para ser leída. Tal vez por ello, la editorial Argonautas haya apostado sin dudarlo, por el autor y su Cómo sobrevivir a Carla.

La novela surgió de un relato corto que Luis había escrito una vez ter-minada su opera prima, Los últimos días de noviembre. “La escribí tan rápido y para mí, que fue escribirla, terminarla y guardarla”, comenta el autor. No obstante, Luis sentía que su idea y sobre todo, sus persona-jes, no podían quedarse relegados en un cajón. Estos debían desarro-

“Salir de una relación es

fácil. El problema es lo que te encuen-tras después.”

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llarse en una gran historia. Enton-ces Luis comenzó a darle forma y en seis meses escribió el borrador que más tarde presentaría a Argo-nautas. “Me lo pasé bomba escri-biendo. Yo mismo me reía de las situaciones que estaba describien-do”, confiesa. Además, Luis afirma que si eligió la editorial bucanera, fue porque aparte de ser un pro-yecto en el que creía y seguía des-de sus inicios, era el lugar donde le cuidarían literariamente. Tanto es así que Luis no se olvida de agra-decerle a su editora, Elena, la pe-lea campal de corrección y edición.“El peor día fue el primero. Yo esta-ba escribiendo un poema y de re-pente me llega un email de Elena con algunas correcciones. A me-dida que leía el email, te juro que pensaba, voy a apagar el ordena-dor y buscar trabajo de churrero porque era imposible lo que esta-ba leyendo”. Y es que sin duda, la parte más dura de este proceso fue el de corrección y edición. El autor debe enfrentarse a su texto, es un choque contra la realidad y un ataque directo al ego del artis-ta. No obstante, Luis no se cansa de agradecer todo ese trabajo que durante casi un año ha estado ha-ciendo con Elena. “Tengo claro que esta novela es mitad suya, mitad mía. Un trabajo brillante. He visto en Elena aparte de una implicación total, un cariño absoluto hacia los

personajes.“ Y es que la editorial acoge cada manuscrito, como si de un diamante en bruto se trata-se, exprimiendo el jugo y la esen-cia tanto de autor como de novela, con todo lo que esto implica: porta-da, formato, tipografía, etc.

Cómo sobrevivir a Carla, además, ha tenido una campaña de marke-ting y lanzamiento bastante origi-nal en la que a través de distintas iniciativas, se ha ido generando al público la necesidad de leer a Car-la. Vídeos, concursos y una magis-tral presentación en La Sala Nao8 han sido los encargados de ir abriendo boca.

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“Me lo pasé bomba

escribiendo.Yo mismo me

reía de las situaciones que

estaba describiendo.”

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Llega el momento en el que le pido que reflexione. Flashback de 420 días, por favor. “Jamás me lo hu-biera imaginado”, declara sincero. Bastan pocas palabras para darse cuenta del entusiasmo del autor con esta novela. Una novela que va más allá de las palabras y los si-lencios. Un libro en el que el autor ha aprendido y crecido a nivel lite-rario y ¿por qué no decirlo?, perso-nal también. Un camino cuyo colo-fón final ha sido la presentación la cual podéis leer y disfrutar en este número de octubre.

Ahora, una vez subidos al tren de la publicación, sólo queda disfrutar de su recorrido. ¿Dónde llevará? No se sabe. Por ello y para ello, tanto Argonautas como el propio Luis Cano, han ideado una gira por la Península cuyo único fin es gri-tar muy alto y muy fuerte que Carla llegó y se fue, sí, pero que sobre-vivimos. Juntos. Y que lo seguire-mos haciendo.

Escritor y periodista se despiden. Sé que todavía me queda un mes para poder patear las calles que me vieron nacer y ver a Luis, Mar, Juancho, Santi y Elena en cada li-brería de Madrid. Sé que de mo-mento tengo que conformarme con esta distancia y sobrevivir a mi realidad, porque yo mejor que na-die sabe que sólo existe una única

manera de sobrevivir a Carla.

Fechas:10 de octubre — Galapagar31 octubre — Salamanca

Más fechas próximamente.¡Permanece atento!

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Los viejos

© Fotografía de Mar Argüello ArbePágina 44

lienzos deEva

de Luis Cano

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Capítulo 7

— ¿ De verdad te llamas ladrón? Me encogí de hombros y asentí. Aquella situación era surealista, como una de esas películas en las que el protagonista se ve envuelto en la trama, sin saber cómo, y termina aceptando la situación sin cuestionarla, buscando la manera de regresar a su casa, a su hogar, y olvidarse de que alguna vez existieron aquellos días.

La llamada se había producido en torno a las dos de la mañana. La voz de Eva, al otro lado del teléfono, sonaba cansada y profesional, igual que la de aquellos recuerdos de países lejanos y noches peligrosas. Me levanté y me vestí en silencio, metódico. Bajé a la calle y tomé un taxi que me llevó a dos manzanas de la dirección. Caminaba sin prisa, fijándome con ojo acostumbrado en cada detalle del terreno. No se trataba de los peligrosos barrios de México D.F., ni de las Favelas de Río, pero las cosas se complicaban cuando bajabas la guardia.

—¿En serio? —insistió una muchacha joven con las manos llenas de sangre y la mirada perdida—. ¿Qué clase de nombre es ese? Yo ignoré su comentario y miré a Eva, que se movía de un lado a otro de la casa resuelta, observando cada uno de los rincones. Cuando hubo terminado, se reu-nió con nosotros en la cocina. El cadáver aún sangraba en el pasillo, con un cuchillo clavado en el abdomen y los ojos vacíos. Parecía algo irreal, un muñeco tirado en medio, estorbando. No era la primera vez que veía un cadáver, pero por algún moti-vo, en esa casa tan acogedora, me produjo un pequeño escalofrío. —Escúchame bien —dijo Eva, librándome de sus modestas preguntas—; ne-cesito que vayas a la ducha y te laves a conciencia.

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La chica obedeció y mientras lo hacía, Eva y yo sacamos aquel cadáver en el ascensor hasta el garaje, lo introdujimos en su coche con cuidado y regresamos al piso. —Otro fantasma, lo sabes, ¿verdad? —Este no era nuestro —me dijo repasando sus manos y quitando las manchas de sangre que veía—. Puede que lo mereciese. —A veces pierdes la cuenta —contesté imitando su gesto— y ya no sabes cuantos de ellos fueron por un buen motivo y cuantos no.

Cuando llegamos al piso, la joven se había transformado. Ya no era la chica que no paraba de hablar con nerviosismo, sino una estatua inmóvil ante una mancha de sangre. Eva la cogió con delicadeza, como cogía a Mar cuando caminaban por la calle, y la llevó al sofá. Después nos dedicamos a preparar la escena: limpiamos las manchas de sangre y las huellas, y ordenamos como si fuésemos a mostrársela a los editores de alguna revista de decoración. Después, fuimos descolocando con calcu-lada naturalidad la historia que debería contarse.—No entiendo por qué he de contar esa historia y no otra —dijo la chica cuando Eva consiguió explicarle toda la situación.—Porque lo importante no es cuánto de verdad hay en el relato, sino la coherencia que tiene el mismo. Cuando la chica fue a responder, Eva le propinó un violento puñetazo en cara y una torta después, al intentar levantarse. Se aseguró así de que la historia había quedado grabada en su cabeza y comenzamos a tirar objetos por la casa, como si la discusión hubiese empezado en ese momento. Dimos un portazo y bajamos hasta el garaje. Yo me monté en el coche del fiambre y Eva en el suyo. Salimos del lugar y encaramos las arterias principales de Madrid, haciendo saltar algún radar de la autopista. Luego detuve el coche junto a un vertedero y esperé a Eva, que llegó con una mochila negra al hombro. Después de colocar el cadáver para que aparentase un navajazo casual, repartimos el contenido de la mochila –droga en su mayoría– entre el maletero y los asientos.

Seguimos caminando hasta su coche, fuimos a un chalé alquilado a las afueras de Madrid y nos dimos una ducha, quemamos la ropa que habíamos utilizado en la

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chimenea de la casa y repasamos los periódicos de la mañana en busca de la noticia esperada, que no tardó en producirse. «Hija de empresario, agredida por su pareja en el domicilio de ambos. El agresor, en paradero desconocido.» Preparé café y Eva se dejó embargar por los recuerdos y el vodka. —Quizá algún día nos perdonemos por nuestros pecados. Eva me miró sin decir nada. Supongo que deseaba lo mismo que yo, pero no albergaba demasiadas esperanzas al respecto.

Tres meses después conocí a Mar durante mi primera sesión con el psicólogo. Al año, ya estábamos compartiendo piso. Sin embargo, aquella noche sólo existía la certeza de que nunca podríamos perdonarnos.

Continuará

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PARALEER

por Elena A.G.

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NOVEDADES

Lugares propicios, de Manuel Rico. Editorial Lastura [Goodreads]

Lugares propicios es una antología poética bi-lingüe en la que se recoge una selección de poemas anteriormente publicados por Manuel Rico en sus diferentes obras y un poema in-édito con el que se pone el broche final a este libro. 25 poemas que son 25 “Lugares propi-cios” para la vida, para el amor, en los que se cimentó la memoria.

Cómo sobrevivir a Carla, de Luis Cano Ruíz. Ed. Argonautas [Goodreads]

«Seis días desde que mi Eva me echó del pa-raíso. Seis días que se han traducido en casi una semana jugando al Pro Evolution y al Coun-ter-Strike. He ganado seis ligas, cuatro Cham-pions y acometido la nada desdeñable tarea de reunir en el mismo equipo a Messi, Casillas y Cristiano Ronaldo. Quitando el día en que salí para boicotear el BMW de Carla, el día que fui a comprar y algún que otro momento de abaste-cimiento puntual, lo cierto es que no me he mo-vido mucho. Juraría que el cojín izquierdo del rojizo sofá de Inés –¿es realmente rojo?– tiene dibujada la forma exacta de mi culo.Mal. Lo estoy haciendo todo mal.»¡YA A LA VENTA!

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SELECCIÓN ARGONAUTAS

1. Comida para perros, Fer-nando Nuño. Milwaukee Ediciones. 2. El primer hombre delga-do, de Dashiel Hammet. Seix Barral. 3. La chica de los siete nom-bres, de Hyeonseo Lee y Da-vid John. Editorial Península. 4. La chica del tren, de Paula Hawkings . Planeta. 5. Los interesantes, de Meg Wolitzer. Ed. Alba.

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www.editorialargonautas.com

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PARAVER

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por Iván Rúmar

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La humanidad ha tenido que vivir genocidios y torturas brutales. Es difícil no quebrarse y desmoronarse ante situaciones como esas, pero más difícil es superarlo y perdonarlo. Eso siempre me ha parecido fasci-nante, porque yo no sería capaz de perdonar lo que perdonó Louis Zamper-ini. Yo soy muy rencoroso. Pero me encanta verlo en pantalla, leerlo, saber de esas personas que han sobrevivido a cosas inimaginables, a sufrimien-tos horribles como los que sufrió el atleta, y luego tener el tesón de perdonar. E “Invencible” (2014), de Angelina Jolie, es de las mejores mostrándonos eso. Su última película adapta el libro del mismo título que escribió Laura Hillenbrand y que aborda la tragedia de tantos soldados que tuvieron que sobrevivir como prisioneros de guerra en campos de concentración japone-ses durante la Segunda Guerra Mundial, dónde tuvieron que vivir un infierno en vida del que no salieron todos. Saltando brevemente al aspecto puramente cinematográfico, vaya por delante que “Invencible” (2014) tiene un montaje pésimo durante la primera media hora y eso quizás tire para atrás a más de uno. Las idas y venidas entre pasado y presente parecen montadas por un analfabeto cinemato-gráfico. Pero vamos, que luego hay otra hora y tres cuartos más de pelícu-la. Luego viene una auténtica demostración de lo que es sobrevivir. De lo que es aguantar y aguantar todo tipo de penalidades, aun cuando muchos de nosotros ya nos hubiésemos rendido. De tener esperanza en que todo va a solucionarse, y que aunque las cosas estén muy negras y te toque vivir putada tras putada, dar el máximo y no doblegarte puede ser tu salvación. De mantenerte íntegro, de no renunciar a uno mismo, porque si uno sucum-be a los embates externos es el fin. Son una hora y tres cuartos impecables, dónde Jack O’Connell lo da todo.

saber perdonarpara no convertirte

en el monstruo que te destruyó

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Una de las máximas de “Invencible” es, pues, que la venganza solo genera más daño y dolor, no reporta placer alguno y solo sirve para ali-mentar el horror que pretendemos olvidar. Si os soy sincero, la película no explora esta vertiente de mi reflexión, pero es capaz de sembrar todo eso para que el espectador continúe dándole vueltas a la historia de ZamperiniSupongo que con “Invencible” a Angelina Jolie le ha pasado lo que a Ben Affleck como actor. Que hagan lo que hagan están encasillados a que siem-pre se les machaque. Supongo que no hay nada más epatante que decir que Affleck es inexpresivo, que tiene cara de pan o, esta es la favorita de los perdonavidas, que es mejor que se dedique a dirigir, que ahí sí lo hace bien. Vale que el muchacho no va a pasar al panteón de los mejores actores, pero de ahí a decir lo que se dice de él hay un trecho. Pues a Angelina le debe estar pasando lo mismo. A ella le ha tocado lo de que no sirve para directora y las frases más repetidas son que no sabe emocionar al espectador o que no sabe hacer que empatices con los personajes. Que es muy fría dirigien-do. Supongo que un sector de la crítica y público vio todas esas cosas en su primer film (que no he visto. Habría que comprobarlo) y la etiqueta ya se le ha quedado. Algunos dicen que no hay manera de empatizar con los protagonistas. Y yo digo que no hacen falta horas y horas de metraje enseñándonos cómo era de niño, de joven, ni horas mostrando cómo lo reclutaron, ni cómo tuvo que entrenarse para introducirnos el tema de la guerra, para construir el personaje. De hecho, el único fallo de Jolie es querer dar un poco de eso a través de unos flashbacks que sobran. No hace falta conocer todo eso. Con la historia del naufragio y del periplo que viene luego ya tengo suficiente para hacerme una idea de cómo es Zamperini, de su sufrimiento y sus ga-nas de vivir. De aprender de él algo que cuesta mucho enseñar: saber perdonar para no convertirte en el monstruo que te destruyó.

Invencible, © Legendary Pictures

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5 Series1. “Modern Family” -de la 5ª en adelante-Me gustaba “Modern Family”. No había risas enlatadas, el humor era algo más fino que ir soltan-do chistes y frases ingeniosas cada dos por tres. Te reías de las miradas que se echaban algunos personajes cuando alguien decía algo inoportuno o inclasificable. Te reías de las conversaciones, las ironías y, sobre todo, de la desmitificación continua del día a día que suponía, aunque a la vez te animaba a saborear los pequeños placeres culpables de la vida cotidiana. Te gustaban todos los personajes (bueno, a Alex nunca la he tragado). Y lo mejor de todo, no había drama ni mucha moralina, o si la había, estaba perfectamente integrada. Hasta que renovaron a una 5ª temporada y de ahí en adelante se acabó toda esa chispa, originalidad y buen saber hacer. Pusieron el piloto automático, se dejaron guiar por la ley del mínimo esfuerzo y a vivir de rentas pasadas.

2. “Roma” -2ª temporada-HBO es sinónimo de calidad. A veces. Y si no fijaos en el caso de “Roma”, paradigma del drama de las segundas temporadas. Hay una especie de ley no escrita en las series de televisión: salir siem-pre por la puerta de atrás. Nunca dejarlo cuando la cosa está en el punto álgido. En este caso, con una única temporada ya hubiésemos tenido suficiente. La segunda se contagia de la falta de ideas cuando una premisa no da para tanto. Personajes que se estancan, que ya han quemado todos sus cartuchos; hechos históricos adaptados según las conveniencias del guion; y ausencia de tramas que sostengan las escenas cotidianas de los personajes. Menudo chasco viniendo de una notable primera temporada.

3. “Homeland” -de la 2ª en adelante-Vale, otra que le pasa lo que a la anterior, aunque aquí aún no han sabido echarle el freno. La pri-mera temporada, impecable. Michael Cuesta genera una tensión que ya quisieran muchos. Es el placer del buen saber hacer, de ser capaz de engarzar todos los eslabones que parecían diseminados y que nada chirríe. Con naturalidad, con giros de guion plausibles. Pero la segunda temporada es arena de otro costal. Hay tramas que no nos importan un pimiento para rellenar aquellos huecos que las buenas ideas no han sabido cubrir. Los musulmanes ya no son personas complejas, ni doble lectura; simplemente pasan a ser asesinos malvados sin ningún trasfondo. Ya no hay verosimilitud que valga (¿Brody entrando en el despacho del jefe de la CIA y robándole códigos secretos de la caja fuerte?) y los personajes acaban siendo como ruletas rusas a merced del cliffhanger de turno.

cuyos creadores no supieron

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4. “Sobrenatural” –de la 2ª parte de la 4ª en adelante-Ay, qué te pasó “Sobrenatural”. Vale que no fuera la serie definitiva. Vale que no fuera a pasar al panteón de las mejores series. Pero era un entretenimiento palomitero nada desdeñable. Y eso ya es mucho según se mire. Además, los dos hermanos protagonistas tenían una química apabullante. De hecho, esa fraternidad que se respiraba era la que te conmovía. Que solo se tenían el uno al otro y que eran ellos contra el mundo. Y estaba el tema de lo sobrenatural y de lo innovadores que po-dían ser los guionistas con las tramas (nunca olvidaré el capítulo 3X11). Hasta que se les fue de las manos con tanto ángel y demonio. Dejaron de lado el esquema que tan bien les había funcionado. Hicieron que los hermanos se pelearan, que ya no hubiera esa química y, lo peor de todo, crearon personajes inmortales. ¿Cómo coño van a poder dos hermanos humanos hacer frente a eso? Deja-ron de ser ellos los que repartían leña y acabaron siendo los dos hermanos que pasaban por ahí y ganaban si algún ser sobrenatural les ayudaba. De la mitad de la cuarta en adelante, olvidaos.

5. “Fringe” -de los últimos capítulos de la 2ª hasta el final-Creo que a veces un ejemplo vale más que mil palabras. Poneos en situación. Durante la primera temporada de “Fringe”, cruzar a otra realidad implicaba algo muy costoso: desarrollar una tecno-logía que permitiera el uso de portales, colocarlos en unas coordenadas muy, pero que muy con-cretas, y esperar que el portal aguantase lo suficiente como para no dejarte “a medias”. Vamos, que no era nada fácil. Ahora trasladaros a la segunda mitad de la segunda temporada. ¿Cómo creéis que cruzan los personajes hacia la otra realidad en caso de necesidad? Efectivamente, de la forma más chusca posible. Para mear y no echar gota, como diríamos vulgarmente. Varios personajes se dan la mano haciendo un círculo en una de esas coordenadas que os decía, cierran los ojos, se concentran un huevo y voilà, ya están todos al otro lado. ¿Fácil, verdad?

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cuyos creadores no supieronPARAR A TIEMPO

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PARAPENSAR

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Sobre el cambio

Quiero comenzar el artículo agradeciendo a Mariana Eguaras su esfuerzo por mantenernos informa-dos sobre todas las novedades del sector editorial, gracias a ella encon-tré el vídeo sobre el que quiero ha-blar. Gracias, Mariana, por inspirar y trabajar tanto.

El vídeo en cuestión se trata de una masterclass de Daniel Benchi-mol, un especialista en nuevas tec-nologías aplicadas al mundo editorial y CEO de Proyecto451 (una empre-sa dedicada a ofrecer servicios y so-luciones en materia de publicaciones digitales). La masterclass de la que hablo está a disposición de quien quiera verla en Youtube, así que al final os dejaré un enlace, por si os interesa el tema (¿Un consejo? Fijo que os interesa).

Daniel habla sobre todo de que las editoriales (“los grandes edito-res”) se han quedado, por decirlo de

alguna manera, en la edad de piedra. Llevan mucho tiempo viviendo o tra-tando de hacerlo, en un limbo extra-ño. Se niegan a seguir las tendencias que marcan las tecnologías, se resis-ten al cambio y eso, nunca puede ser bueno, sin embargo, sea por lo que sea, siguen aferradas a ese mercado “de toda la vida” y no hay forma de sacarlas de ahí.

La tecnología ya ha cambiado nuestras vidas de muchas formas. Y no me refiero al cambio de los últimos 100 años, hablo de algo mucho más concreto, unos ocho años. Sí, desde 2005 más o menos. Ese cambio lo produjeron los Smartphones, Daniel ilustra muy bien esto con una foto en la que aparecen las elecciones de los últimos dos papas, con apenas 8 años de diferencia, el cambio es in-creíble.Los Smartphones han cambiado la forma en la que hacemos todo, ¿cuántas cosas haces con tu teléfo-

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y las editorialesJaume Vicent.

www.excentrya.com

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no? Hoy en día un teléfono es mu-cho más que una herramienta para hablar o jugar, nos permite llevarnos la oficina a cualquier lugar, podemos bloguear, twittear, guardar notas, en-viar correos y también podemos leer.Correcto. En un Smartphone, pode-mos leer y llevar nuestra biblioteca con nosotros. Pero la industria edi-torial sigue sin saber cómo entrar en ese cambio, las editoriales siguen sin saber qué hacer con esa conec-tividad. Para cualquier otra empresa, quedarse atrás en la carrera tecnoló-gica supondría un desastre, ¿os ima-gináis acaso una empresa de softwa-re que siguiera produciendo material para MS-DOS? Sería un fracaso, se-ría inviable.

El libro no puede aislarse del cambio tecnológico que se está produciendo. Pero son las editoria-les las que deberían comenzar a ge-nerar acciones diferentes, son ellas las que necesitan producir cambios en la industria. Desde los tiempos de Gutenberg, la industria editorial ha tenido unos roles muy definidos: au-tor, editor, librero, lector. Punto. Pero las cosas han cambiado, ¿por qué? Porque la figura del cliente ha des-aparecido, ahora son usuarios.El comprador ya no es sólo eso, son “buyer-personas”. El lector tampo-co es simplemente alguien que lee un relato o una novela, ahora es un usuario. Los nuevos lectores quieren interactuar con el producto, necesi-tan ir un poco más allá de sus pági-nas. Los nuevos lectores son tam-

bién usuarios de Internet, tienen sus blogs, quieren hablar del libro que acaban de leer, quieren compartir su experiencia en sus redes sociales, y algo muy importante, quieren interac-tuar con el autor.

Es necesario que las editoriales y los editores entiendan y apliquen el concepto de usuario. El sector necesita producir cambios desde la base, hay que hacer que el usuario se enamore del producto, de la mar-ca. Los usuarios de Apple son faná-ticos, compran todo lo que ellos ven-den y lo hacen porque confían en la marca y aman la exclusividad que les aporta. Unos somos de Coca-co-la, otros de Pepsi, algunos prefieren Xbox y otros Playstation, pero todos nos posicionamos con nuestras mar-cas favoritas. Sin embargo, nadie es de Planeta o Plaza & Janés, ningún lector se convierte en forofo de un editorial… Y nunca, nadie se ha planteado el por qué. Valor de marca. Las editoria-les no tienen blogs, no contratan a creadores de contenido que los man-tengan actualizados. Por poner un ejemplo, el 20 de agosto fue el cum-pleaños de Lovecraft, me harté de ver editoriales americanas lanzando artículos larguísimos sobre Lovecraft y su aportación a la literatura y a la cultura popular, llamando a los aman-tes del terror cósmico a interactuar con ellos. Sin embargo, desde Espa-ña, silencio en las comunicaciones. Ninguna editorial aprovechó el tirón de esta figura para lanzar un par de

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artículos o dedicar una semana de publicaciones al rey de Providence.Las editoriales no pueden abs-traerse al cambio, necesitan adap-tarse a las nuevas tendencias. Si el marketing de contenidos es lo que funciona ahora mismo, no tienes más remedio que adaptarte y hacer buen uso de él. Lo mismo sucede con las listas de correo, las editoriales tie-nen listas de correo enormes, y eso es un tesoro. ¿Qué hacen con él? Lo desperdician enviando un correo de texto cada 3 meses con los nuevos lanzamientos. Las editoriales desprecian el poder de las redes sociales, se de-dican a programar el mismo mensaje durante toda la semana con las no-vedades y listo. En Facebook se en-vían 45.000 millones de mensajes cada día. ¿De verdad quieres per-derte eso? La mayoría de las edito-riales no tienen una estrategia social adecuada. Las redes sociales no son para vender libros, son para crear una comunidad de lectores interesa-dos en nuestro material.

Los escritores noveles tam-poco lo hacen mejor, la mayoría sube su libro a Amazon y esperan a que lluevan las ventas. La visibilidad en Amazon es exageradamente re-ducida, en parte por el gran número de obras que se publican, pero tam-bién porque cuando alguien entra en Amazon sabe qué es lo que va a comprar, nadie entra pensando: “voy a ver qué hay por ahí y si me mola me lo compro”. No, cuando entras en

Amazon a comprar un libro sabes a lo que vas de antemano.

Las editoriales (y los escritores) necesitan tener un buen marketing de contenidos en sus blogs, tienen que crear una base de lectores, crear expectación y necesidad de leer ese libro. Nadie es de Planeta porque a Planeta le da igual de quién seas. Las editoriales no tienen trato con el lector. El lector compra al autor, pero ni el editor ni el escritor, conocen al lector. Ésta es una relación viciada.Todos (yo incluido) tratamos de ven-der nuestros servicios (lectura, co-rrección, reseñas) a las editoriales, pero no pensamos en vendernos como “copywriters”, ¿por qué? Pues porque las editoriales no quieren sa-ber nada de esto. Tienen páginas antiguas y desfasadas, sin blogs, sin opción a suscribirse, sin nada que llame la atención y nos haga quedar-nos. Creen que no lo necesitan y se quedan con sus webs anticuadas.Hay que saber adaptarse, luchar contra el cambio es condenarse a perecer, así de simple. El destino de las editoriales está en sus propias manos, la solución no caerá del cie-lo: o se adaptan o serán arrolladas.

Seguro que te interesa...:

·Masterclass de Daniel Benchimol

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¿Sirven para algolos cursos de escritura?

Yolanda González Mesawww.tintaalsol.com

Resulta extraño que yo, que desde hace poco imparto un curso online para aprender a manejar el softwa-re para escritores, Scrivener, plan-tee esta pregunta, pero es una duda que nos asalta a los/las escritores/as cada cierto tiempo: ¿y si la clave de mi éxito está en hacer este o aquel curso? Si proliferan las escuelas y los cursos para escritores es porque hay muchos alumnos, y si tanta gente se interesa en formarse como es-critor, será porque obtienen resul-tados... ¿o será porque hay mucho crédulo?

Por si no fuera bastante con esta duda, ahora mismo hay una ofer-ta enorme de cursos de escritura en forma presencial u online, de todas las duraciones y precios imaginables y abarcando todo tipo de temas. De-cidirse a hacer alguno es difícil, no digamos ya elegir entre tantos.

En países como Estados Uni-dos y Gran Bretaña, hay una larga tradición de formación universitaria en Escritura Creativa, así, con ma-yúsculas. Pero en España este tipo de cursos son mucho más recientes y, dado que a los/as escritores/as en ciernes no les suele sobrar ni el dine-ro ni el tiempo, no es fácil decidirse a dar el paso. Por tanto, ¿alguien que quiera dedicarse profesionalmente a escri-bir debe hacer algún curso de escri-tura?

En otras áreas artísticas la res-puesta es sencilla: si quieres tocar la guitarra te apuntas a clases, si quie-res cocinar, coser tu propia ropa, bai-lar, lo mismo. Pero lo de que te pue-dan enseñar a escribir no está tan claro. A fin de cuentas, a todos nos enseñaron a escribir a una edad bien temprana en el colegio. Y en la larga lista de dedicatorias al final de cual-quier libro publicado aparece desde

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el nombre de la pareja del autor/a hasta el de su frutero, que le mante-nía surtido de plátanos, tan buenos ellos para la concentración con su po-tasio y su vitamina B6. Pero no suele haber ninguna mención a Mengani-ta, su profesora del taller de escritura tal, o a la academia para escritores Fulanito, que tanto le enseñó.

Todos los escritores, a diferen-cia de los artistas de cualquier otra disciplina, se cuidan muy mucho de dejar claro que lo suyo es talento natural, que no se ha visto influido por ningún profesor. Claro que esos mismos escritores suelen olvidar también el trabajo de correctores y editores antes de publicar sus textos. Sabemos que existen, que hay gente que trabaja para editoria-les corrigiendo y puliendo libros, pero siguen vendiendo la idea del diaman-te en bruto, del escritor que se sienta una noche ante la máquina de escri-bir (un ordenador no es tan románti-co) y escribe del tirón un bestseller o un libro digno del premio Nobel, per-fectamente escrito, sin faltas de or-tografía ni gramaticales, ni una triste errata. Si luego ese mismo escritor lanza tuits al mundo en los que repite una y otra vez los mismos errores, es porque escribe deprisa o por el mal-dito autocorrector, que se empeña en convertirle en masa.

Pero volvamos a mi pregunta original (en su acepción de dar origen a este texto, no porque sea especial-mente novedosa), ¿sirven para algo

los cursos de escritura?

Después de conocer los cursos por dentro y por fuera, como alumna y tutora, he llegado a la siguiente res-puesta: depende.

Vale, reconozco que no estoy siendo de mucha ayuda, mejor me explico.

La escritura tiene dos partes, una parte de talento y otra parte de técnica, ambas son complementarias y ambas son necesarias para crear un texto de cierta calidad. El talento es algo innato que se puede desarrollar o atrofiar por falta de uso, pero que se tiene o no se tiene como los ojos azules o un buen metabolismo. El talento en es-critura supone capacidad para crear mundos, personajes e historias. La técnica, por otra parte, es el conjunto de procedimientos o recursos para hacer que esos mundos, personajes e historias cobren forma en el papel y lleguen al lector. En ese sentido creo que, como cualquier técnica, sí se puede aprender.

Las técnicas de escritura se pueden aprender por uno mismo, de igual forma que, si uno tiene talento, puede aprender a tocar la guitarra viendo videos en Youtube o a cantar escuchando a los cantantes de la ra-dio, pero siempre es más fácil y efi-caz con alguien guiándote y dán-dote las reglas del oficio, para que

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luego puedas romperlas a tu conve-niencia.

Pero, si bien, las técnicas de es-critura se pueden aprender, eso no quiere decir que cualquiera las pue-da enseñar. No todos los cursos son válidos, no todos son buenos y no todos merecen que gastes tu dinero en ellos. Es difícil, a priori y sin cono-cimiento interno del mismo, saber si un curso te ayudará o no, pero aquí hay algunos criterios que pueden ayudarte a escoger:

1. Si te dicen que gracias a su

curso vas a convertirte en escritor profesional, te están mintiendo.

Conseguir que una editorial te publique y que tu libro se venda re-quiere los siguientes pasos: - Tienes que crear un texto de calidad - Tienes que interesar a una edi-torial para que lo publique. - Esa editorial, con tu ayuda, debe dar a conocer el libro al público. - Los lectores (muchos) deben comprar tu libro y recomendar a otros lectores que lo compren.

Lograr cualquiera de estos pa-sos requiere de muchos factores, in-cluida una buena dosis de suerte que ningún curso te puede proporcionar, porque si lo hiciera, el primero que estaría vendiendo libros como chu-rros, sería el que lo imparte, inme-diatamente seguido por los miles de

aspirantes a escritores que hay en el mundo. Es más, muchos escritores consagrados se matricularían sin du-darlo para incrementar sus ventas.

2. El que mucho abarca, poco

aprieta.

Muy raro será que absoluta-mente todas las técnicas de escritura se te den mal. Quizás eres bueno creando personajes, pero sus diálo-gos suenan acartonados. O tus tra-mas son muy buenas, pero te pierdes en ellas y tus narraciones se vuelven soporíferas. O tus historias avanzan a un buen ritmo, pero todos los per-sonajes parecen ser el mismo, nor-malmente un trasunto de ti con pe-queñas variaciones.

Localiza tus defectos como es-critor/a y busca quien te pueda ayu-dar a corregirlos. Cuanto más con-creto un curso, más partido le podrás sacar.

3. Si es demasiado bueno para ser cierto, es que es mentira

Pide a la escuela o al profesor que te informe del contenido del cur-so. Obviamente, no te van a dar cada detalle del mismo, porque entonces te proporcionarían toda la informa-ción y ya no necesitarías pagar por el curso, pero pregunta por los conteni-dos generales, las prácticas que se hacen, su método y filosofía a la hora

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de enseñar. Además recuerda que las men-tiras tienen las patas muy cortas, y más en internet. Busca opiniones de ex-alumnos antes de decidirte.

4. Un curso debe motivarte.

Sea cual sea el contenido del curso, la principal función del mismo y del profesor o profesora es poten-ciar tus ganas de escribir, así que no lo elijas sólo porque creas que es bueno para ti, sino porque realmente te apetezca aprender la materia que imparte. Incluso si es online, debes poder tener alguien a quien acudir con tus dudas, alguien que te anime cuando el cansancio acuda con su amiga la pereza. Además, a la mayoría de estos cursos se le saca más rendimien-to cuanto más se aporta. Es decir; si preguntas, practicas, e intentas ir más allá de lo que la lección contie-ne, aprenderás más que si te limitas a dejarte llevar por las indicaciones del profesor desde un rincón.

5. Sé realista en cuanto a tu dis-ponibilidad.

A no ser que seas una de esas personas extrañas que hace el cam-bio de armario en el día que ha ano-tado en su agenda, o que se inscribe a un gimnasio y realmente va, busca el curso que se ajuste al tiempo que tienes libre, antes de intentar adaptar

tu ya sobrecargado horario al curso. Aunque siempre tendrás que poner de tu parte, de este modo, te resultará más sencillo seguir el curso y podrás emplear tus energías en sa-carle el máximo provecho.

En resumen, a la hora de ele-gir debes ser realista porque, por mucho que te prometan, un curso no garantiza que vayas a convertirte en escritor profesional, aunque sí puede solucionar alguna de tus carencias como escritor/a. Además debes com-probar que sea impartido por gente que realmente domine la materia, y recordar que cuanto más aportes y participes, más obtendrás del curso.

Seguro que te interesa...:

·Escuela de escritores·Escritores.org

·EFE (Escuela de Formación de Escritores)·ECH (Escuela Contemporánea de Humanidades)

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CONOCIENDOa

Victoria Fernández

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Nombre: Victoria FernándezEdad: 31

Origen: Caracas, Venezuela.

Vivo en: MadridSe me puede ver en: Malasaña

Soy un apasionado de: los libros, el cine y ¡¡¡¡el internet!!!!Para relajarme, suelo: leer, ver pelis, pinterest o salir a caminar.

Mi primer dibujo: muy pequeña intentando retratarme, pero no “cabía en el folio A4” mi madre tuvo que pegar unos cuantos para resolver mi problema.Mi último dibujo: esta portada para Argonautas.

Mis referentes son: Mary Blair, J.P. Miller, Ray Eames y todos los animadores/ilustradores de UPA.Mi técnica preferida, a la hora de ilustrar, es: digital, Ilustrator y photoshop siempre con un wacom.Mientras dibujo, escucho: the Breeders, Soiuxsie and the Bans-hee, Suicide, El columpio Asesino.Y cuando no, escucho: Radio3 en las mañanas y a mi chico que siempre está haceindo música, Zokram, se llama su proyecto.

El libro que me inició en la lectura: Las Brujas, de Roald Dahl.El que descansa ahora mismo sobre la mesilla: Ruido de Fon-do, de Don Delillo.

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La película que marcó mi adolescencia fue: Entrevista con el Vapiro y 10 things I have about you.La serie que más me ha enganchado nunca, es/fue: Mad men.

Supe que quería dedicarme a esto desde: de pequeña quería ser pintora, realmenet estudié Comunicación Audivisual mi primer trabajo fue de copy, ahí descubrí que el departamenet de diseño molaba mucho más. Me resulta más divertido narrar con imágenes.Mis expectativas son: seguir viviendo de esto y ser cada vez mejor.Actualmente, en el mundo de la ilustración...: descubro nue-vos campos de aplicación y muchas personas talentosas.Para mí, el arte es: mi refugio sublime.

Dentro de cinco años, sin lugar a dudas, seguiré...: dibujando, ojalá reinventada pero con la misma huella.

victoriafernandez.me

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Argonautas, Octubre 2015