"Aqui ha crecido un desierto" (2015) por Zorritaland

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1 CAMILA SIERRA MADRID Aquí ha crecido un desierto

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CAMILA SIERRA MADRID

Aquí ha crecido un

desierto

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“Aquí ha crecido un desierto”

por Camila Sierra Madrid

Co-producción Isidora Cartonera & Taller “El Camión de la Basura”

2015

Edición a cargo de Sergio Bravo Loyola y Pía Spía

Ilustración de Portada por Pía Spía

Impreso en Santiago de Chile por

Editorial Isidora Cartonera

Primera edición

Contacto autor:

[email protected]

zorritaland.tumblr.com

Se permite la reproducción parcial o total de la obra

sin fines de lucro y con autorización previa del autor

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Aquí ha crecido un desierto

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A mi Zorrito, eterno y amado por siempre.

Gracias a La Jauría y a todxs lxs que han recogido trozos del suelo terroso y

polvoriento de esta triste mujer sobreviviente.

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Índice

Índice

Una historia y una canción………………………………………………………….. 6

Vacío…………………………………………………………………………………………. 12

Valiente……………………………………………………………………………………… 14

Poema Negro……………………………………………………………………………… 17

19 de Septiembre 2015……………………………………………………………… 19

Algo del patriarcado…………………………………………………………………… 20

Sapeo erótico…………………………………………………………………………….. 21

La Jauría……………………………………………………………………………………… 22

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Una historia y una canción

Habían pasado sólo un par de días de nuestro semi primer

beso. Digo semi porque nos habíamos besado por primerísima vez

afuera de Cueto, después de esa actividad en la que no fue casi

nadie pero que para nosotrxs fue todo un éxito. ¡Es que la pasamos

tan bien! ¡Éramos todxs tan amigxs! Que nos dio lo mismo si

ganamos plata o no. Lo recuerdo como si hubiera sido este recién

pasado 15 de Septiembre, pero fue el del 2012 y sigue tan vivo en

mi recuerdo como tú y nuestra hija-perra compañera de mis días.

Habíamos celebrado el cumpleaños de mi hermana en

nuestro primer y desaparecido hogar, el departamento de Bulnes.

Bulnes con Mapocho, “Bulnes on fire” como solíamos decirle

después de AQUELLA fiesta. ¡Es que cómo olvidarlo! Si nos

habíamos tomado medio ácido cada una, estaba la casa atiborrada

de gente, luces de discoteca por toda la casa, el piso chorreado y

pegoteado de vino, cerveza y quizás qué cosas, comida esparcida

no sólo por la cocina sino por el living completo, marihuanas, pitos

y curaos por doquier, bailarines ardientes y entusiasmadxs

queriendo besarse, feministas haciéndole la cruz al reggaetón

mientras otrxs intentaban bailarlo, una anfitriona enloquecida

gritando “¡no me detengan!” luego de haber llorado y reído casi

simultáneamente en un segundo, la pieza de mi hermana

convertida en una verdadera pista de baile casi adolescente, sin

cama ni ropa colgada para que hubiera más espacio para los

sobajeos juveniles, mientras que en el living teníamos la psicodelia,

el noise, el brit pop, el post punk y el shoeggazing a todo chancho. Y

como no iba a estarlo, si había llegado El Zorro hace un rato, quien

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con cierta timidez se acercó al compu y comenzó a poner música.

Es todo un arte eso de ser DJ. Pues al Zorro le salía perfecto. Ese fue

el escenario del comienzo de esta historia. O parte de ella.

Me gustaba. Siempre me gustó. Éramos bien amigxs, compas

en la trinchera de la contrainformación, pero no me atrevía a nada

más que a ser coqueta y a conversar de teoría crítica, nuestras

vidas, nuestros gustos, las locuras y las músicas. Más, esa noche me

acerqué tímida a tocarle la espalda mientras agachado ponía

música desde mi compu. Lo miraba de lejos y prácticamente no me

aguantaba las ganas de abrazarlo, pero temía a su rechazo. En

verdad temía, lo encontraba demasiado bacán. A pesar de su baja

estatura, siempre lo miré hacia arriba, como admirándolo. “No, no

creo que me pesque, ¿cómo le voy a gustar yo? Ni cagando”,

pensaba. ¡Qué insegura! ¡qué tontona! qué bueno que –yo creo-

me ha ido abandonando ese karma, el patriarcado y el ego. Con el

tiempo supe que siempre le gusté, pero que pensaba que sería yo

quien no iba a pescarlo, luego de una vez en que curá, en esa

actividad en Cueto, le dije “no me puedes gustar, a mi me gusta dar

los besos hacia arriba”. ¡Qué estupidez, cuando en verdad han sido

los besos más intensos en toda mi miserable y contradictoria vida!

En fin. Entonces cuando ya casi terminaba la noche, fuimos a

la cocina cerca de las 7 de la mañana, una cocina vacía, en la que no

había gente, comida ni alcohol. “¿Y qué podemos tomar, Zorrita?

¿Cómo nos vamos a quedar así?” Haciendo alusión a que había que

seguir emborrachándose (arte que hacíamos con total naturalidad y

gusto). En el fondo era la excusa para no irse, para quedarse ahí y

seguir riendo. “No sé, parece que no queda nada”, contesté y

mientras hacíamos como que tomábamos unos conchos de no

tengo idea que mezcla de pócimas, se acercó y me dio un beso.

Estaba tan nerviosa pero TAN feliz que se lo respondí con timidez y

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gusto. Casi de inmediato llegó un violinista e interrumpió la escena.

Y yo, tan torpe y borracha, me senté en el sillón y como ya es un

clásico, me dormí. Mientras tanto, El Zorro y su mejor amigo

cantaban canciones de Pulp con el palo de la escoba haciendo de

micrófono. Debieron haber sido como las ocho de la mañana.

Cuando desperté al otro día estaba mi hermana editando unas

fotos en su compu, el departamento hecho un completo desastre,

vestigios esparcidos por todo el suelo de lo bien que lo habíamos

pasado y una que otra amiga que había pasado la noche en mi

pieza. No me quejé en absoluto. Había sido una noche de culto, de

esas que pasan a la historia individual y colectiva, cada cual

recordándola a su medida y riéndose solx de acordarse de todas las

anécdotas (públicas y secretas) de ese extraordinario día. O noche

mas bien. Con todo, limpié con gusto y la cara llena de risa –y caña-

al otro día.

Uno o dos días después de semejante tertulia, era año nuevo.

No recuerdo donde lo celebramos, pero estábamos en el barrio al

rato de haber pasado las doce. Yo, coqueta pero segura, el día

anterior llamé al Zorro y le dije que nos juntáramos, que hiciéramos

algo, así que quedamos en eso, en vernos en algún momento de la

noche o del día. Ya saben, los años nuevos pueden llegar a ser

eternos. Pues bien, no contenta con la mitad de ácido del 29 de

Diciembre, me tomé otro, otra mitadita. En secreto le guardé la

otra a él. Jamás imaginé que nos juntaríamos como al medio día del

1° de Enero, cuando ya se me había pasado o se me estaba pasando

gran parte del efecto psicotropical del viaje. A esa hora estaba más

bien borracha, aunque no recuerdo haberlo estado tanto. Él sí que

estaba ebrio, ¡qué risa! Se perdió por horas, caminó por el barrio

sin tener idea de donde estaba, con el Diablo lo llamábamos a cada

rato, “Zorrito, ¡¿donde estas?!”, a lo que él nunca pudo responder

con certeza. Después cachamos que había caminado en la dirección

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equivocada, contraria, errante como siempre, y mientras nosotrxs

estábamos en Catedral con Cueto, este otro estaba por el Parque

de los Reyes deambulando y desvariando solo. ¡Qué onda! weón

loco, cuando lo recuerdo pienso que en verdad siempre estuvo en

el delirio.

Tipo nueve o diez de la mañana, el Diablo se aburrió de

esperarlo y se fue a acostar. Yo no me rendí. Me fui a otra fiesta y

en Casa Bar lo esperé hasta como las once. Siempre tuve la

esperanza de que llegara, y no me equivoqué. Llegó: camisa roja a

esa hora mal puesta, pantalón apretado negro, cara de gato chico y

loco, entero loco, mientras yo lucía un vestido corto, cortísimo, de

mezclilla, apretado y pantys negras transparentes con lunares

grandes ya rotas a esa hora. Maquillaje corrido me imagino, no sé.

Tomamos unas cervezas, nos reímos, fumamos unas marihuanas en

pipa de vidrio que yo tenía y que quebré esa misma mañana,

marihuanas que ciertamente había guardado para ese momento.

Ya no tenía caso que se tomara la mitad de ácido que le tenía,

seguimos riendo y conversando acerca de las hazañas de año

nuevo. “Ya, ¿vamos para la casa?”, pasadas las doce del día. “Ya

po”, contesté. Caminamos bajo ese sol radiante y perfecto para la

caña de verano del 2013, y derecho por Catedral hasta Chacabuco,

justo en la esquina, llegamos a su casa de ese entonces. Su pieza

daba a la calle. Ya había estado ahí un par de veces, pero nunca así,

tan loca ni tan enamorada como ese día. Llegamos, entramos a su

pieza, estaba acaloradísima, el sol durante esas cuadras había sido

implacable, así que apenas entramos a la pieza me saqué el vestido

y me tiré en la cama. No me acuerdo del resto. O no de todo al

menos. Lo que sí recuerdo es que follamos al tiro. Una delicia.

Estuve en esa cama como dos días y dos noches. O algo así. Entre

medio vino el Diablo a golpear la ventana: “Zorro, ¿estas ahí”?

preguntó. Yo dormía. Mi hermana y él querían saber qué había sido

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de nosotrxs, nos habían perdido el día anterior y no dábamos

señales de estar vivxs. Y vaya que lo estábamos: medio borrachxs

pero mas vivxs que nunca. Deben haber sido como las cuatro o

cinco de la tarde ya.

Pasaron los días y las noches y yo no sabía qué hora era ni si

aún había luz solar afuera. “Zorrito, ¿ya es de noche otra vez?”,

pregunté al despertar varias veces durante esas horas. Ya habíamos

hablado de música y habíamos escuchado muchos, muchos discos,

entre ellos uno de T- Rex y uno de Os Mutantes, creo. O al menos

quiero creer eso. Ya no tengo a quien preguntarle. Sólo puedo

fiarme de mi memoria y mis fantasías, que nunca están tan, tan

alejadas de lo cierto. Al menos no en esta historia. Pero estoy casi

segura de que sonó entre todos los discos y canciones que sonaron

esos días y noches en que permanecí ahí. Al Zorro le gustaba harto

Os Mutantes, así que debe haber sonado, seguro me mostró ese

caballito de batalla con el que se iba a la segura. ¿Y cómo no, si

tocaba Rita Lee y la psicodelia era la premisa de esta historia? Nos

conocimos a través de ellas, de todas las canciones que sonaron

esas horas, eternas, larguísimas, apasionadas, cariñosas e intensas,

mientras nos contábamos de nuestros amores y desamores,

sufrimientos, alegrías, dolores y colores (colores que en ese

entonces aún existían en mí y en él). Mientras tanto, oscilábamos

entre la realidad y el idilio de estar vivxs en esa cama y en esa pieza

de una casa que parecía estar muerta.

Me quedó gustando para siempre Os Mutantes, y quizás

nunca lo hayamos escuchado ese día. Sin embargo, esa canción se

volvió un himno y se la canté todas las veces que pude. “Baby, i

love you, I love you”.

“Que se repita” le dije ese día al irme. Y se repitió infinitas

veces: las canciones, las conversas, el amor, el compañerismo, la

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fraternidad, la afinidad, los bailes en nuestra pieza, el vino, las

borracheras y ese disco de Os Mutantes. Como ese día en

Fricciones y en la última tokata del Magnífico, en nuestro cuarto en

la Quebrada Honda y en nuestras noches en Santiago. “Baby, i love

you, i love you”. Me quedó gustando la psicodelia, el delirio y tú.

Aún me sigues gustando tú. Y Os Mutantes, por cierto. “Baby, I love

you, I love you”.

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Vacío

Es que la sensación de soledad perpetua no se termina nunca. Y es

que no sé si algún día se vaya, porque tu no vas a volver nunca. Ni

nuestra casa, ni nuestra vida, ni nada. Se acabó y para mi pesar, es

pasado. O presente. No sé cómo interpretarlo ya. A veces lo siento

cerca: en tus libros, tus discos y poleras, que ahora son mías. Otras

veces lo siento lejos, cuando me veo en otra casa, en otra pieza,

ordenando mis cosas y pegando afiches y dibujos en las paredes,

para que no se vean tan blancas y alberguen en ellas mi vida ahora.

De todas formas estás aquí: una oda al zorro, un retrato de

Rimbaud. Hasta un altar tienes entre mis cosas.

¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Voy a seguir sintiendo el vacío que

siento aunque reciba todo el calor de La Jauría? Es que casi nunca

me siento por completo cómoda, ni bien, ni acompañada, ni

luminosa, ni tranquila. Poco queda de la cabra de cerro alegre, vital

y rebelde que describió un día. Extraño tu abrazo, tu refugio, y una

taza de té caliente, pero bien caliente, caliente de todo el amor que

albergue. Extraño un hogar, nuestro hogar, que ha sido el único

propio y verdadero que he tenido.

Esperé un año para desempolvar mis cajas, y aún no me decido a

ponerlas en su sitio. Y es que aunque esté rodeada de hermanxs,

esta sensación no se irá nunca, porque la soledad y el exilio

perpetuos pone el corazón frío, ya roto y herido, recogido con

esfuerzo desde el basural de la miseria.

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Miserable el mundo en el que jamás volveré a encontrarte, Amor.

Porque se ha ido y esta vez para siempre.

Está oscuro acá adentro.

Menos mal existe Escanilla.

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Valiente

Aquí a nadie le importa el norte. No recuerdan que existe

siquiera. No les importa el desierto ni sus terruños, su gente

morena y arrugada por el sol, sus casas pobres llenas de tierra ni

sus techos negros de carboncillo, cachureos y recuerdos, a veces ya

podridos.

Aquí a nadie le importa el norte. A nadie le importa el desierto

florido ni sus pampas vacías, sus perros callejeros en condición de

zombies ni lxs humanxs convertidxs en estropajos luego del ocaso.

Aquí a nadie le importa el norte, ni las escolares

desaparecidas hace un tiempo en Alto Hospicio, de las que

desconfiaron y anularon sólo por ser mujeres y pobres, asegurando

que habían escapado de la miseria a Tacna y que se habían

convertido en pequeñas prostitutas. A nadie le importa lo árido de

sus tierras ni lo fácil que es hacer desaparecer un cuerpo en ellas.

Porque si a nadie le importó sostener semejante mentira, ¿a

alguien podría importarle una que otra mujer muerta y arrojada al

desierto?

A nadie le importa la pasta que se consume a diario y que

repleta de gárgolas las calles desoladas, las playas y los cerros. A

nadie aquí le importa que el agua de las cañerías sucias tenga

arsénico, y que sea esa misma con la que hay que hacerse un plato

de sopa.

A nadie le importan las caletas en Tocopilla, llenas de perros

flacos y hambrientos, con sarna, garrapatas y tristeza. Menos aún

todas esas madres adolescentes a las que les enseñan a dar teta

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pero no a usar condones para no seguir llenando de obreros el

mundo. A quien le importan el par de termoeléctricas que se

levantan como monstruos al medio del pueblo, al que convencieron

de que les da trabajo y que en vez de odiarlas, hay que agradecerles

que llenen de hollín los pulmones y la arena.

A nadie le importa el norte ni la contaminación industrial que

generan las minas de salitre y cobre y que han dejado con un

miserable hilo de agua al pobre río Loa. A nadie le importa los

proyectos de minería que como si fuera poco, pretenden desalar

agua, destruir sitios arqueológicos y arrasar con lo poco de flora y

fauna que queda. Ni pensar en que a alguien le preocupe la calidad

de vida de esos mineros sobre explotados que trabajan 7 x 7 y que

pueden llegar a quedarse atrapados 33 días bajo tierra, y que

después, más encima, se transformen en el mejor espectáculo de la

sociedad morbosa.

A nadie aquí le importa que no existan parques ni plazas

verdes a los que ir a pasar la tarde, hacer un picnic o fumar un

porro. Ni pensar en unos cogoyos, ¿qué es esa mierda? ¿Existe la

marihuana verde? Con suerte la conocen los afortunados de

Iquique, esos que prefieren un par de saques cristalinos a pegarse

una quemada de pito.

¿A quién le importa los interminables kilómetros que hay que

cruzar para ir de una ciudad a otra por el angosto borde costero o

por entre medio de los cerros? Es que el norte grande es realmente

grande, hay que viajar durante horas antes de ver algo de vida

afuera. Ni hablar de que imaginen siquiera la hostilidad de sus

calles ni la tristeza de sus cerros. Si no fuera por esos benditos

valles que aparecen como oasis al interior de la primera, no habría

ni un solo árbol al cual rogarle un poco de sombra, mas que esa

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higuera escondida y que nunca vimos en algún rincón del Rincón

del Diablo.

Porque ese es el verdadero norte, el grande: sufrido, lejano,

desierto, olvidado, explotado y seco. La Serena no es el norte, ahí

aún existen flores. Porque el norte, el verdadero norte, es ese que

la mayoría desconoce, ese en el que el desierto pareciera no

terminar nunca, ese en el que de día el calor puede llegar a ser

asfixiante y las noches escarchadas de frío en la pampa. Ese en el

que se le baila a la Virgen del Carmen en La Tirana, a Guadalupe en

Ayquina y a San Lorenzo en Tarapacá al interior de Ike Ike. Porque

el norte es mucho más que fiestas religiosas, más que estruendos,

devoción y sincretismo. Este es el norte grande, a ese que le

despojaron sus costumbres andinas y les hicieron creer que ser

cholos es malo y que tener los ojos rasgados es sinónimo de ser

bolivian. A esos que les enseñaron a estar orgullosos de ser

nortinos pero no a revelarse frente a tamaña adversidad y tristeza.

Porque para ser nortina hay que ser fuerte, hay que estar curtida.

Hay que ponerle el pecho a las balas y el hombro a tu compañero

triste. Porque para ser nortina hay que ser valiente. Porque si no, el

corazón se muere, igual como se murió el mío y el de la Violeta.

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Poema Negro

Chasquilla larga, un antifáz

Yokie negro, camuflaje

Sin querer ser vista.

Porque tampoco quiero ver.

Y la claridad se volvió gris.

El día, un suplicio

La noche, un refugio

El vino tinto mi mejor amigo,

Y la decadencia, una consigna.

Negra como la viuda negra

Negro como el luto eterno

Negra como la soledad fría

Negro como el pelo de Volter

Negro como el agujero en el que me sumergí desde el derrumbe

Negro como el hollín de la termoeléctrica

Negra como la piel nortina, quemadxs sin piedad por el sol intenso

Negra como la Kendra

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Negro como el piñén de los curaos de la plaza que me ofrecen

pilsen cada vez que paseo a mis perrxs

Negra como la malta

Negro como los paraguas sucios

Negro como el tinto que me gusta chorrear en las poleras blancas

Negro como el interior del ataúd en el que te metieron sin vida

Negro como el tren del que te pusiste en frente

Negra como la vorágine que te inventaste

Negra como las venas cuando dejan de ser azules

Antes de meterles veneno.

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Algo del patriarcado

¿Y hasta cuando sigue siendo el amor la vértebra de todo?

¡Me rebelo!

¡Ya no quiero!

Y si la convicción es rebeldía y la rebeldía es amor,

¿Porqué a lxs humanxs nos ha costado tanto?

Tan humanxs, tan humanxs como la posesión.

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Sapeo erótico

El voyerismo será suficiente para satisfacerme.

Está entretenido ser espía de la juventud caliente.

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La Jauría

Y son lxs amigxs

Lxs únicos que recogen los pedazos

De lo que queda

De esta pobre y triste

Idiota malherida

Porque finalmente

Son lxs amigxs

La fiel familia

Por afinidad y no sanguínea

Que se elige en la vida

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“Aquí ha crecido un desierto”

De Camila Sierra Madrid

Se terminó de imprimir en Diciembre de 2015

En los talleres de

Editorial Isidora Cartonera,

Santiago de Chile

http://isidoracartonera.yolasite.com/