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Historia 4° año “A” y “B” Ciclo Lectivo: 2015 UNIDAD 1 Revolución y Guerra en el Río de la Plata” Profesoras: Julieta Barrera y Consuelo Navarro

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Historia

4° año “A” y “B”

Ciclo Lectivo: 2015

UNIDAD 1

“Revolución y Guerra en

el Río de la Plata”

Profesoras: Julieta Barrera y Consuelo Navarro

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REVOLUCIÓN Y GUERRA EN EL RÍO DE LA PLATA

INTRODUCCIÓN

Antecedentes y Desafíos de la Revolución de Mayo

Las jornadas de Mayo de 1810 representaron el inicio de un proceso revolucionario que culminaría con la

independencia de las colonias americana. Sin embargo, la Revolución de Mayo cuenta con antecedentes que se

remontan hacia fines de siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII, la dinastía de los Borbones en España intentó redefinir el vínculo colonial, para otorgarle

mayor flexibilidad al comercio y fomentar la economía para aumentar los ingresos de la Corona, y reorganizar la

administración del vasto territorio americano para evitar el contrabando. Sin embargo, las Reformas Borbónicas

generaron tensiones entre las autoridades españolas y varios grupos de la población americana. El aumento de

impuestos y los nuevos cargos administrativos en manos de peninsulares aumentaron el descontento de las elites

criollas. Por otro lado, ninguna de las reformas mejoraba las penosas condiciones de vida de la mayoría de los indígenas.

Las tensiones sociales acumuladas en las colonias estallaron en movimientos que cuestionaron el dominio español.

A su vez, a principios de siglo XIX comenzaron a circular de manera clandestina entre las elites criollas las ideas

de igualdad surgidas la Revolución Francesa (1789). Por primera vez se había proclamado la existencia de los derechos

que todo hombre posee como hombre y como ciudadano, a partir de un principio hasta ese momento desconocido: la

igualdad ante la ley. De igual manera, la Independencia de los Estados Unidos (1776) sirvió como ejemplo para los

criollos de que levantarse en contra del poder colonial era posible. La influencia de estas ideas de en las elites criollas

motivarán las posiciones más radicales durante las jornadas de mayo.

Otro antecedente importante son las invasiones inglesas. Como consecuencia de la debilidad de España en sus

colonias y de la necesidad de Gran Bretaña de encontrar nuevos mercados donde colocar sus manufacturas en 1806 y

1807 el Río de la Plata fue invadido por tropas británicas. Las invasiones inglesas al Río de la Plata demostraron que

España estaba seriamente debilitada y que no podía ni abastecer correctamente ni defender a sus colonias. Esta

debilidad se expresó en el comportamiento sumiso que adoptaron las autoridades españolas frente a los ingleses y por

el otro, en la escasez de tropas regulares capaces de defender la ciudad. A su vez, la necesidad de dar respuesta a las

invasiones generó un proceso de militarización de la sociedad porteña, que les otorgó un nuevo estatus a los criollos,

debido a la superioridad numérica en las milicias y abrió posibilidades de ascenso social para los sectores populares

urbanos. El libre comercio establecido por los ingleses en Buenos Aires y Montevideo acentuó el rechazo por el

monopolio español.

Finalmente, como antecedente detonante debemos nombrar a las consecuencias de las guerras napoleónicas

en las colonias americanas. En la última etapa de la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico intentaba consolidar

el predominio de Francia sobre toda Europa. En ese contexto, en 1807 Napoleón Bonaparte invadió España. El Rey

Carlos IV y su hijo, el príncipe Fernando, renunciaron a su trono a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte y

fueron hechos prisioneros. En varias ciudades españolas, ante la ausencia del rey se recurrió a la doctrina de la llamada

retroversión de la ciudadanía. Según este principio, el depositario último de la soberanía era el pueblo, que la trasfería

al rey mediante un pacto de sujeción. En ausencia del monarca legítimo, el pacto quedaba roto y el pueblo podía

reasumir sus derechos soberanos. Con este justificativo, se formaron Juntas de Gobierno con el objeto de organizar la

resistencia contra los invasores, coordinadas por la Junta General de Sevilla.

En 1809, ante la debilidad de su situación, la Junta General de Sevilla declaró que las posesiones españolas en

América eran reinos y no colonias. Esta sanción implicaba el reconocimiento de la igualdad jurídica y habilitaba a los

americanos a enviar diputados en las próximas cortes generales. Aunque los americanos reiteraron su lealtad al rey

prisionero, las autoridades virreinales les prohibieron la formación de Juntas similares a las españolas por consideran

que menguarían su propio poder. Estas medidas fueron muy resistidas en América y el desprestigio del poder colonial

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aumentó. En 1810, cuando la Junta General de Sevilla cayó ante el avance francés, los cabildos americanos decidieron

no prestarle obediencia y crear sus propias Juntas de Gobierno, haciendo uso del principio de retroversión de la

ciudadanía y de la igualdad de las colonias con el resto del reino Español. Las Juntas de Gobierno asumieron

provisoriamente la soberanía, poniendo en marcha un proceso revolucionario que habría de concluir, años después,

con la independencia de los territorios hispanoamericanos.

Luego de la Revolución de Mayo, la primera Junta de Gobierno patrio, formada en 1810, rápidamente se

encontró con grandes desafíos para lograr sus dos objetivos principales: consolidar el proceso de independencia y la

construcción un gobierno autónomo y soberano. Desde la Semana de Mayo de 1810, los criollos americanos del Río de

la Plata debieron enfrentar diversas tareas que significaron grandes obstáculos y dificultades. Estos obstáculos y su

compleja resolución, nos ayudan a comprender por qué en el caso argentino, la conquista de la Independencia no se

tradujo en la consolidación del Estado Nacional Argentino sino más bien, en la formación de Estados Provinciales

autónomos alrededor de 1820.

La Revolución de Mayo dio comienzo a las Guerras por la Independencia y así, una de las tres tareas

fundamentales que debió asumir la Primera Junta fue organizar un Ejército Revolucionario. De esta manera, el proceso

de militarización de la sociedad porteña que comenzó a partir de las Invasiones Inglesas se acentuó, y se extendió a

todas las regiones que se sumaron a la causa revolucionaria.

Al mismo tiempo que la Primera Junta debía constituir un Ejército Revolucionario, también debía consolidar su

poder y autoridad dentro de lo que fue el Virreinato de La Plata. Para esta tarea, se enviaron representantes de la

Junta de Gobierno a las distintas regiones que conformaban el virreinato para que cada una de estas zonas incorporase

representantes a la nueva Junta de Gobierno. Las intenciones del Cabildo porteño se orientaban a dos objetivos: por

un lado, la adhesión de todas las regiones del ex virreinato a la Revolución; y, por el otro, el reconocimiento de la

autoridad del Cabildo de Buenos Aires como legítima heredera del poder español en el territorio del virreinato.

Sin embargo, no todas las regiones que habían conformado el Virreinato del Río de la Plata adhirieron a la

causa revolucionaria. Y además, algunas de las regiones que manifestaron su voluntad de ser independientes del

dominio colonial español, renegaban del liderazgo de Buenos Aires tanto en la Guerra de Independencia, como en la

tarea de conformar un nuevo gobierno en la región, como el caso de Paraguay, Uruguay y Bolivia. Otras zonas como el

Perú, quedaron en manos de los realistas y sólo lograron su independencia al finalizar las Guerras (1810-1824). Esta

situación ocasionó la fragmentación del proceso revolucionario en diversas regiones con autoridades políticas y

militares autónomas, lo cual ayuda a comprender la fragmentación política que finalmente tuvo el continente

americano luego de la caída del Imperio Español y significó la ruptura del espacio económico peruano, que abarcaba

todo el sur del continente desde los territorios del actual Perú, hasta las regiones del Tucumán, Buenos Aires, y Chile.

A los problemas que tuvo que enfrentar la Junta de Gobierno en su lucha por consolidar las conquistas de la

Semana de Mayo, y en su ambición de encabezar el proceso revolucionario americano y el poder político en la región,

se sumaron algunos problemas internos en torno a la organización del nuevo gobierno. La cuestión a resolver, era

nada más y nada menos que el carácter y la forma en la que estaría constituido el nuevo gobierno, y su relación con

las otras regiones que se sumaran a la gesta independentista. Sin embargo, esta tarea no será resuelta de forma

definitiva hasta las últimas décadas del siglo XIX, luego de una prolongada guerra civil, y de la constitución de entidades

políticas provinciales autónomas (los Estados Provinciales), que acentuaron la fragmentación política.

Pese a los obstáculos, con apoyos y resistencias, Buenos Aires logró liderar el proceso revolucionario en el Río

de La Plata. La guerra civil que finalizará con las ambiciones porteñas de consolidarse como máxima e indiscutida

autoridad política en la región, al menos por un tiempo, tendrá sus peores episodios una vez consolidada la

independencia rioplatense, luego de la conformación de un Congreso Constituyente que fracasó en su intento por

evitar la fragmentación política. Hasta ese momento, la forma que asumió la autoridad de gobierno se fue modificando

a partir de las luchas políticas internas, y de los desafíos y necesidades que la Guerra Independentista requería.

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1. LOS PRIMEROS GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS

La Búsqueda de Legitimidad de la Revolución Algunos revolucionarios eran partidarios de

la total independencia de España. Sin embargo,

para buscar legitimidad en el exterior, la nueva

Junta de Gobierno puso especial cuidado en

presentarse como heredera y no como enemiga de

las autoridades metropolitanas. Para ello, buscaron

la aprobación del ex virrey Cisneros y de los

funcionarios virreinales, que dieron su aprobación a

la junta, temerosos de perder sus cargos y

privilegios.

La Junta también debía legitimarse ante las

provincias del interior que dependían de Buenos

Aires como capital del Virreinato. Para esto, invitó a

los cabildos de las ciudades del interior para que

enviaran sus representantes. Al mismo tiempo, la

Junta envió expediciones militares hacia el este y el

norte, con el objetivo de informar a las autoridades

más importantes del interior los hechos de mayo y

exigir obediencia al nuevo gobierno, informando

también que la junta era fiel al rey español cautivo.

Así, los revolucionarios esperaban lograr el apoyo

general, a partir de la unión para el sostenimiento

de la monarquía. Sin embargo, la resistencia realista

comenzó a organizarse en varias regiones de

América Española, lo que generó el desafío de crear

un Ejército Revolucionario iniciando así las guerras

de independencia (+info)

(+ info) LAS GUERRAS DE LA REVOLUCIÓN

No todas las autoridades de las ciudades de interior del

Virreinato estuvieron dispuestas a aceptar la autoridad de la Junta

de Gobierno de Buenos Aires. Dentro de los límites del Virreinato

fueron varios los focos de resistencia de la Revolución.

Las autoridades de Córdoba se negaron a acatar las

directivas del nuevo gobierno. La Junta tomó rápidas y

contundentes medidas: los dirigentes que estaban organizando la

resistencia a la Revolución fueron apresados y fusilados. El

carácter de las medidas que se tomaron facilitó los planes del

gobierno, ya que luego de los acontecimientos de Córdoba, los

territorios de San Juan, Mendoza, San Luis, Catamarca, Jujuy y

Santiago del Estero proclamaron su obediencia.

Sin embargo en los territorios de Paraguay, Alto Perú,

Montevideo y Chile el rechazo hacia la revolución fue muy fuerte.

Los intereses vinculados al viejo orden colonial español aún eran

poderosos en aquellas regiones. La Junta de Buenos Aires inició la

guerra contra los realistas de aquellas regiones.

Para hacer frente a esta situación Buenos Aires debió

aumentar el reclutamiento de soldados por medio del enganche

voluntario, la leva forzosa y la incorporación de indios y esclavos.

Esta modalidad incrementó la participación de los criollos en las

milicias. También llegaron militares formados en Europa, como

José de San Martín, que se incorporaron como oficiales y

aportaron su experiencia. En el interior, en algunos casos, la lucha

contra los realistas fue encabezada por criollos, como José

Gervasio de Artigas y Martín de Güemes, capaces de organizar

con los pobladores una fuerza militar para enfrentar a los

realistas.

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La organización de un nuevo gobierno: desafíos y enfrentamientos al interior de la Revolución

En 1810 los revolucionarios porteños convocaron a los representantes de las ciudades interiores para organizar

un nuevo gobierno central. Éste debía reemplazar a las autoridades virreinales y contar con la adhesión del conjunto

de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, la organización de este gobierno central enfrentó tres

obstáculos: en primer lugar, existieron proyectos

enfrentados al interior de la revolución, que en un

principio se manifestaron en el enfrentamiento entre

morenistas y saavedristas, pero que en general

enfrentarían posturas radicales con posturas

moderadas. En segundo lugar, hasta 1816 no estuvo

definida la relación de dependencia o independencia

con España, ya que durante los primeros años la

revolución buscó legitimidad en el exterior jurando

fidelidad al Rey Fernando. Por último, los intereses

económicos de Buenos Aires resultaban opuestos a los

de las provincias interiores del Virreinato lo que

significó que las dos partes se propusieran la

organización de un gobierno central que favoreciera a

sus intereses particulares. Los problemas

constitucionales y de la organización estatal se

vincularon de entrada y en línea directa al conflicto de

los intereses económicos opuestos de clases y regiones.

Como su existencia dependía de los resultados

en el frente de batalla, los primeros gobiernos

revolucionarios fueron débiles y provisorios, pero con el

paso del tiempo fueron cobrando autoridad. Al principio

el poder era ejercido por Juntas de Gobierno y luego por

gobiernos unipersonales llamados Directorios, pero

estos gobiernos siempre se encontraron atravesados

por los enfrentamientos en su interior.

Durante los primeros seis meses de 1810, el

rumbo del primer gobierno revolucionario, la Primera

Junta, fue fijado por el secretario Mariano Moreno. Pero

luego sus políticas fueron ganando oposición.

La línea de Moreno podría considerarse como

liberal y progresista. Moreno quería profundizar la

revolución anticolonial y proponía un conjunto de

reformas sociales para obtener mayor respaldo popular.

En ese sentido, se había declarado públicamente su

adhesión a los principios de la democracia

representativa y la forma republicana de gobierno y no

de la monarquía. Morenistas fue el nombre con el que

se identificó a los partidarios de avanzar en el camino de las reformas liberales más radicalizadas para lograr un orden

social más democrático. La línea de Saavedra, en cambio, puede ser considerada como conservadora y moderada, por

(+info) Mariano Moreno y el Plan de Operaciones

“Antes de la revolución, Moreno era un abogado asesor del Cabildo de Buenos Aires. En julio de 1810, la nueva Junta de Gobierno había encargado a Moreno la redacción de un Plan de Operaciones, destinado a unificar los propósitos y estrategias de la revolución. Moreno presentó el plan a la Junta en agosto, y le aclaró a su auditorio que no debía "escandalizarse por el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa. Para conseguir el ideal revolucionario hace falta recurrir a medios muy radicales".

En el Plan de Operaciones, Moreno propuso promover una insurrección en la Banda Oriental y el Sur del Brasil, seguir fingiendo lealtad a Fernando VII para ganar tiempo, y garantizar la neutralidad o el apoyo de Inglaterra y Portugal, expropiar las riquezas de los españoles y destinar esos fondos a crear ingenios y fábricas, y fortalecer la navegación. Recomendaba seguir "la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos" para lograr el objetivo final: la independencia absoluta. Moreno encarnaba el ideario de los sectores que propiciaban algo más que un cambio administrativo. Se proponían cambios económicos y sociales más profundos. Pensaba que la revolución debía controlarse desde Buenos Aires, porque el interior seguía en manos de los sectores más conservadores vinculados al poder anterior.”

Mariano Moreno, por Felipe Pigna.

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lo cual fueron llamados saavedristas los que proponían políticas de reforma moderadas y aquellos grupos que

pensaban que un gobierno criollo significaba la trasferencia de los privilegios de los funcionarios y comerciantes

peninsulares a funcionarios y hacendados criollos.

Como resultados de los enfrentamientos

entre el grupo morenista y el grupo saavedrista, la

composición de la Primera Junta se modificó. El

número de sus miembros aumentó con la

incorporación de los diputados del interior,

conformando así, en diciembre de 1810, la Junta

Grande. Esta dispuso la creación de Juntas de

Gobierno en todas las capitales de intendencias y

ciudades, para organizar el gobierno del antiguo

territorio virreinal. Esta medida no prosperó: la

marcha de la guerra aconsejaba concentrar la

dirección militar y encargar la gestión de gobierno

en un número reducido de personas. Por esto, en el

mes de septiembre de 1811, fue designado un

gobierno de tres miembros – el Primer Triunvirato-

integrado por Juan José Paso, Feliciano Chiclana y

Manuel de Sarratea y el secretario, Bernardino

Rivadavia, pensaron que las exigencias de la guerra

hacían necesario un poder ejecutivo fuerte y

disolvieron todas las Juntas Provinciales y hasta la

propia Junta Grande. Estas medidas concentraron

todo el poder en Buenos Aires y dejaron al interior

sin representantes.

El Primer Triunvirato se oponía a los

morenista, ahora organizados en la Sociedad

Patriótica, que querían convocar a un Congreso

Constituyente para proclamar la independencia.

Con ellos coincidían un grupo de militares recién

llegados al país – encabezados por Carlos María de

Alvear y José de San Martín – integrantes de la Logia

Lautaro, organización secreta americana con el

objetivo de favorecer la emancipación colonial. En

octubre de 1812 ambas organizaciones morenistas depusieron al Primer Triunvirato y exigieron al cabildo la

composición de un Segundo Triunvirato. Este quedó conformado en por los morenistas Juan José Paso, Nicolás

Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte.

Este Segundo Triunvirato convocó a una Asamblea Constituyente en 1813, conocida como la Asamblea del año

XIII. La Asamblea se declaró soberana y designó al antiguo territorio del Virreinato con el nombre de Provincias Unidas

del Río de la Plata. También adoptó una serie de símbolos que identificaban a la nueva patria: la bandera, la escarapela,

el escudo y el Himno Nacional. Aunque todos estos eran signos de independencia, esta no fue proclamada formalmente

pues no se descartaba la posibilidad de un retorno de Fernando VII al trono español. Tampoco hubo acuerdo en

sancionar una constitución, puesto que varias provincias temían que la Asamblea acabara por consolidar el poder de

Buenos Aires. Retomando las ideas liberales, la Asamblea también suprimió los títulos de nobleza, otorgó la libertad a

los hijos de esclavos y libró a los indígenas del pago de tributo, suprimió la inquisición y prohibió la tortura

La Banda Oriental: el proyecto de cambio social de Artigas

En la Banda Oriental, la Revolución siguió un camino

diferente del que seguían los dirigentes de Buenos Aires.

La fuerza militar organizada por José Gervasio Artigas

había vencido a los realistas en Montevideo, y junto con tropas

llegadas de Buenos Aires sitiaban la ciudad. Pero una hermana de

Fernando VII – la princesa Carlota Joaquina – reinaba en Brasil y

se dispuso a intervenir en el conflicto. Ante la superioridad militar

de los portugueses, el Triunvirato pactó con el jefe realista Elío

que éste detuviera las tropas portuguesas y a cambio el gobierno

de Buenos Aires reconocería el gobierno realista de Montevideo.

Decepcionados por la traición del gobierno de Buenos

Aires, los habitantes de la Banda Oriental se comprometieron a

seguir la lucha, con Artigas como su general en jefe. Las tropas de

Artigas se retiraron de Montevideo, pero detrás de las milicias

marchó también el pueblo oriental. Más de 850 familias dejaron

sus casas y campos y se dirigieron hacia el otro lado del río

Uruguay. De este modo, la Banda Oriental en poder de los

realistas se convirtió en una tierra arrasada y despoblada.

Artigas se propuso impulsar un proyecto de cambio

social, basado en el reparto de tierras entre los pobladores del

campo que no tenían propiedades. Esto provocó el temor de los

dueños de tierras – tanto peninsulares como criollos – que veían

a Artigas como promotor de una peligrosa protesta social. Artigas

también planteaba la necesidad de un proyecto federal: declarar

la inmediata independencia de España, y luego establecer un

pacto de unión entre las provincias que respetara la autonomía

de cada una de ellas. Estas posiciones – más radicales que la de

los revolucionarios porteños – hicieron que las autoridades de

Buenos Aires consideraran a Artigas como un enemigo y traidor.

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Con la derrota de Napoleón Bonaparte entre 1814 y 1815, Fernando VII recupera el trono de España, por lo cual las

Juntas que gobernaban en su nombre habían perdido su justificación tras su regreso.

La amenaza del envío de una expedición militar española destinada a recuperar los dominios coloniales y las

derrotas que el gobierno revolucionario venía sufriendo contra los realistas, justificaron la creación de un poder

ejecutivo unipersonal: el Directorio. Este sistema de gobierno se extendería desde 1814 a 1820.

Para evitar que los ejércitos realistas ocuparan nuevamente el territorio de las Provincias Unidas fue convocado

un Congreso Constituyente que se reunió en la ciudad de Tucumán en 1816. El Congreso designó a Pueyrredón como

Director, miembro de la Logia Lautaro, que había expresado su deseo de colaborar activamente con la empresa

libertadora de América ideada por San Martín. El 9 de julio de 1816 el Congreso proclamó la independencia de las

Provincias Unidas de América del Sur y rompió definitivamente los vínculos coloniales con España, resolviendo así la

indefinición de ya seis años de revolución sin independencia. Sin embargo, los representantes no consiguieron acordar

la forma de gobierno más conveniente: algunos se inclinaban por crear una república y otros preferían una monarquía.

Belgrano, San Martín y Güemes coincidían que, dada la situación de Europa que en plena restauración

monárquica se oponían a cualquier tipo de proyecto republicano, era conveniente instaurar una monarquía

constitucional que recayese en un descendiente de los Incas. Esta idea permitiría la unidad de las provincias del Río de

la Plata, Chile y Perú. Los hombres de Buenos Aires se opusieron a la posibilidad de perder su posición hegemónica,

por lo que ofrecieron establecer una monarquía, pero ofreciéndole la corona a un príncipe europeo, para que se les

reconociera la independencia. Por otro lado, algunos apoyaron el sistema republicano. Por falta de consenso, se

postergó el tratamiento de la forma de gobierno.

Si bien la discusión sobre la forma de gobierno

pareciera estrictamente política, las diferencias regionales y

los enfrentamientos respondían fundamentalmente a

cuestiones económicas, ya que había un claro antagonismo

entre las tres regiones- Buenos Aires, Litoral y el Interior -

que se habían conformado como el resultado de la

descomposición del espacio económico colonial (+ otras

páginas)

(+ otras páginas) Antagonismos económicos

regionales

Encontrarás más información sobre los

antagonismos económicos entre Buenos Aires, el

Litoral y el Interior en el apartado de “Economía y

Sociedad” de este capítulo.

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2. LA FRAGMENTACIÓN DEL PODER. PROYECTOS DE

ORGANIZACIÓN NACIONAL ENFRENTADOS A mediados de 1817, el avance de los ejércitos españoles por el norte obligó a trasladar el Congreso de

Tucumán a Buenos Aires. En su nueva sede, el Congreso sancionó la Constitución de 1819 de carácter centralista que

beneficiaba a Buenos Aires, provincia que por ser la más poblada recibiría mayor representación en la Cámara de

Diputados. Esta constitución fue rechazada por las provincias del Litoral, ya que consideraban que Buenos Aires

pretendía subordinar al resto del país. El conflicto derivó en 1820 en un enfrentamiento bélico entre las provincias en

la Batalla de Cepeda. A partir de ese momento, Buenos Aires se constituyó como una provincia independiente, eligió a

un gobernador y renunció a la conducción de todo el país, abriendo una etapa de crisis para las Provincias del Río de la

Plata.

Una crisis es el período previo a los grandes cambios, en que se hace evidente que las instituciones vigentes

no pueden dar respuesta a los problemas de la sociedad, pero aún no han surgido las nuevas organizaciones estatales

que puedan reemplazarlas. La crisis del año 20 marcó el fin del sistema revolucionario de centralización política y el

surgimiento del federalismo. La batalla de Cepeda tuvo como consecuencia un doble desgarramiento: el poder central

se disolvió y las gobernaciones e intendencias se desintegraron reemplazadas por las provincias, surgidas en el núcleo

de influencia de antiguas ciudades del período colonial de las cuales tomaron sus nombres. Es por esto que es posible

marcar en 1820 el cierre del primer ciclo de la Revolución. Durante diez años, la realidad demostró que no era suficiente

un gobierno central para constituir el nuevo país. Después de 1820 hubo algunos intentos de organizar un gobierno

central, pero esto sólo fue posible después de varias décadas. Entre tanto, las provincias se gobernaron en forma

autónoma y mantuvieron relaciones mediante pactos.

Las provincias se dieron gobiernos representativos de los sectores sociales locales, con preponderancia de los

rurales por sobre los urbanos. Pasada la primera etapa de enfrentamientos y luchas por el poder, cada provincia

sancionó su estatuto o constitución estableciendo sus instituciones: gobernador, legislatura o junta de representantes,

jueces y tribunales de justicia.

El poder recayó en los caudillos, jefes con gran apoyo popular pero pertenecientes a las clases dominantes del

Litoral y del Interior en lucha contra la oligarquía porteña. El caudillo era el gobernador. No ejercía únicamente el poder

ejecutivo, era a su vez legislador y juez, además de jefe militar. Si bien esto puede parecer poco democrático a nuestros

ojos, el caudillo representaba real y verdaderamente a los suyos, a las masas desposeídas y los gauchos. Esa

representatividad era la fuente directa de su legitimidad. Esta fue la única forma de democracia posible en una sociedad

que reconocía la igualdad de cada hombre con otro, pero no disponía

de los medios para establecer el pacífico juego político de mayorías

y minorías.

Los caudillos se apoyaban en los gauchos y las masas

desposeídas del Interior, ya que eran el único elemento con que

contaban para oponerse al ejército porteño. Estos sectores, llamados

montoneras, se oponían a la política de la oligarquía porteña de

comerciantes y estancieros.

La política porteña implicaba construir una sociedad

capitalista semicolonial, basada en la producción de alimentos y

materias primas para el mercado mundial, subordinando todas las

restantes actividades del país. Esta política adquiría más fuerza y

peso debido a que era apoyada por Inglaterra, que se vería

directamente beneficiada si pudiera colocar todos sus productos industrializados en un mercado sin competencia, ya

que las manufacturas de interior no tenían posibilidades frente a los productos ingleses.

La Montonera por Carlos E. Pellegrini

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Las fuerzas centrífugas que mantenían separadas a las provincias, resultado de los conflictos regionales y de

clase, tuvieron su expresión final en la lucha entre unitarios y federales. En el fondo de aquella lucha se esgrimían

hondos antagonismos económicos. El período 1820-1829 termina como empezó: con una guerra civil, con la diferencia

que esta última logrará abrir una nueva etapa en la historia argentina, la de una Confederación de Provincias

Autónomas, pero aún sin una Constitución ni un Estado Nacional consolidado.

Los Proyectos Organización Nacional enfrentados: Unitarios y Federales Las diferencias económicas y políticas que mantenían desunidas a las provincias se condensaron a dos grandes

grupos políticos: unitarios y federales, proyectos que estuvieron en pugna hasta el triunfo del federalismo en 1829.

El Proyecto Unitario

En lo político el unitarismo, corriente inspirada en el liberalismo, que derivaba del centralismo de tiempos de

la independencia, consideraba que la Nación preexistía a las provincias y que estas eran simples divisiones internas sin

derecho a la autonomía. Por lo tanto, el país debía organizarse un gobierno central fuerte y eliminar el caudillismo.

Bernardino Rivadavia fue el principal representante de este grupo, ligado a la burguesía comercial. En lo económico, el

unitarismo buscaba unificar el país bajo la hegemonía librecambista de Buenos Aires para hacer de la nación un solo

mercado en donde comprar y vender en beneficio de la burguesía comercial y sus socios ingleses. Para tal fin, era

necesario el desarrollo comercial, pero no industrial, del

interior para así poder colocar los productos importados

de Inglaterra, aunque esto significara disponer de los

fondos de la aduana porteña para realizar esa política

nacional, manejada desde Buenos Aires.

El Proyecto Federal y sus diferencias

regionales

El federalismo era concebido como una forma

de organización basada en la asociación voluntaria de

las partes (provincias) que delegaban algunas de sus

atribuciones para constituir el poder central, pero

conservaban su autonomía. Sus partidarios no

conformaban un grupo homogéneo. Contaba con la

adhesión de las masas criollas, los sectores rurales y grandes estancieros, que coincidían en su lucha contra el

centralismo de la burguesía comercial porteña. Los caudillos, intérpretes del sentir popular, lideraron este movimiento.

Sin embargo, existieron diferencias regionales.

Federalismo porteño: Los estancieros y saladeristas porteños se oponían a la centralización ya que esto

implicaba la nacionalización de la aduana, lo cual implicaría la pérdida de la exclusividad de este ingreso para la

provincia de Buenos Aires. Además, la nacionalización del puerto de Buenos Aires y la libre navegación de los ríos

interiores anularía las ventajas que los estancieros porteños tenían por sobre sus competidores del Litoral. Por otro

lado, el interés de los unitarios estaba en expandir los mercados internos y desarrollar la agricultura, lo cual iba en

contra de los intereses de los estancieros. En resumen, la oposición al unitarismo de la burguesía comercial hizo

federales a los estancieros. Pero su federalismo difería al federalismo provinciano, ya que sostenía el derecho de

Buenos Aires a mantener el puerto y la aduana. Su principal representante fue Dorrego y más adelante Juan Manuel

de Rosas.

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También pertenecían al federalismo porteño las masas trabajadoras de Buenos Aires, descontentas con la

política inflacionaria de la burguesía comercial, que amenazaba con empeorar la situación disminuyendo los privilegios

de la provincia en beneficio de la creación de un mercado interno nacional.

Federalismo del Interior: Los pequeños productores del interior exigían

una política de protección para su industria frente a los productos extranjeros y el

reparto de los derechos de aduana que quedaban en poder de Buenos Aires.

Resultaba evidente que una política tan perjudicial para los intereses comerciales

de Buenos Aires no podía solucionarse sino en condiciones de una amplia

autonomía política para cada provincia, es decir, con un amplio federalismo.

Las masas de Interior también apoyaban el federalismo ya que era la única

posibilidad de proteccionismo, lo que implicaba un refugio para el gaucho de la

obligación de conchabarse para los estancieros.

Federalismo del Litoral: Los ganaderos del Litoral reclamaban la libertad

de comercio y la libre navegación de los ríos, para poder efectuar la exportación

directa de sus productos ganaderos, así como también reclamaba el reparto de los

beneficios de la aduana para todas las provincias.

El partido federal cobijaba a todo el país, a sus más variadas clases y regiones. Pero como siempre ocurre en

estas colaboraciones de intereses contradictorios unidos frente a un enemigo común, fue el sector capitalista más

poderoso – los estancieros de Buenos Aires – el que se benefició decisivamente con el triunfo.

El fracaso del proyecto unitario y el triunfo del federalismo Luego de su reorganización interior y superada la crisis de 1820, Buenos Aires envió invitaciones al interior para

un nuevo congreso nacional. El motivo fue la necesidad de resolver la cuestión de la Banda Oriental, territorio

perteneciente al ex Virreinato del Río de la Plata, que, desde 1822, integraba el Imperio del Brasil. Para conformar un

cuerpo de diputados, se estableció que cada provincia enviaría una cantidad de representantes proporcional a su

población; esto hizo que la delegación porteña tuviera un peso relativo importante.

Por detrás de los motivos puntuales, a lo largo de las sesiones, se planteó el conflicto entre las posiciones

irreconciliables de unitarios y federales sobre la forma de organizar la nación. Estas divergencias, explicadas

anteriormente, desbordarían el ámbito del Congreso y se constituirían en la base de los enfrentamientos futuros.

Una de las primeras medidas tomadas fue la promulgación de la Ley Fundamental. Este instrumento legal

presentó un intento por conciliar los intereses de las provincias y los de Buenos Aires, e iniciar un camino consensuado

hacia la organización nacional. Esta ley reconocía la autonomía de las provincias; asimismo, creaba un Ejecutivo

Nacional Provisorio que sería desempeñado por el gobernador de Buenos Aires y que se limitaría a manejar las

relaciones exteriores y asuntos de guerra.

En 1825, luego de una campaña exitosa en la Banda Oriental,

se declaró su incorporación en las Provincias Unidas. El hecho precipitó

la declaración de guerra del Imperio del Brasil a las Provincias Unidas.

Al estallar la guerra con el Brasil (+info), sector unitario del congreso,

aprovechando la situación, impulsó decididamente medidas tendientes

a establecer un poder central fuerte, lo que debilitaba la autonomía de

las provincias. La política conciliatoria del Congreso no había durado

demasiado.

Las leyes centralistas promulgadas por el Congreso se

sucedieron rápidamente. En febrero de 1826, se sancionó la Ley de Presidencia, que creó un Ejecutivo Nacional

Estanciero a Caballo, por E. Vidal

(+info) LA GUERRA CON BRASIL Luego de que en 1821 la Banda Oriental fuera anexada al Brasil, en 1924 un grupo de orientales con apoyo del gobierno de Buenos Aires ingresó a la Banda Oriental con el objetivo de desalojar a las fuerzas invasoras. Así, la Banda Oriental declaró su independencia del Brasil y proclamó su unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Brasil, en respuesta, le declaró la guerra a las Provincias Unidas.

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Permanente, del que se hizo cargo Bernardino Rivadavia, principal representante del unitarismo. La Ley de

Capitalización hizo de la ciudad de Buenos Aires la capital del país – con lo que la provincia perdió las rentas de la

aduana, principal fuente de ingresos fiscales, las que pasaron a manos de autoridades nacionales. Finalmente en

diciembre, se dictó una constitución de carácter fuertemente centralista que, merced a la prerrogativa otorgada por la

Ley Fundamental, fue rechazada por las provincias.

La oposición cada vez mayor de las provincias a los avances de Buenos Aires, sumada al curso desfavorable de

la guerra con Brasil, llevó a la disolución del Congreso y a la renuncia de Rivadavia, por lo que se convocó a una nueva

sala de representantes que eligió a un nuevo gobernador: Manuel Dorrego, líder del federalismo bonaerense. Los

unitarios respondieron a este revés, aprovechando el descontento general por las condiciones de paz firmadas con

Brasil que implicaban la pérdida de la Banda Oriental, con un levantamiento que destituyó a Dorrego en diciembre de

1828. Lavalle, el unitario que se hizo cargo de la gobernación, ordenó su fusilamiento.

Ante estos hechos, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el comandante general de campaña de Buenos Aires,

Juan Manuel de Rosas, unieron sus fuerzas para enfrentar a Lavalle. En diciembre de 1829, se llegó al cese de

hostilidades, se encararon negociaciones para normalizar la situación y Lavalle aceptó abandonar la provincia. La guerra

civil terminó con un triunfo federal y propulsó la gobernación del estanciero bonaerense Juan Manuel de Rosas.

3. ECONOMÍA Y SOCIEDAD TRAS LA REVOLUCIÓN

El Libre Comercio A partir de 1810, las guerras por la independencia y las luchas civiles sacudieron a todo el territorio del viejo

Virreinato del Río de la Plata. El aumento de impuestos y la entrega obligatoria de ganado, frutos y esclavos al ejército

terminaron por destruir gran parte de la riqueza urbana y rural.

Sin embargo, la consecuencia más relevante para la economía del ex Virreinato fue la desorganización del

sistema comercial vigente hasta 1810. La pérdida del Alto Perú significó no sólo la pérdida de la principal fuente de

abastecimiento de plata, sino que también se arruinaron las economías regionales que abastecían al centro minero de

Potosí. La inseguridad de los caminos ante el peligro creado por las guerras y saqueos, separó aún más las regiones del

interior y el país quedó fragmentado.

A estas dificultades se les sumó la implementación del libre comercio, que desde 1813 se efectuó sin ninguna

restricción. Desde entonces, la producción y los comerciantes locales enfrentaron sin ninguna protección la

competencia de los comerciantes y las producciones extranjeras, fundamentalmente inglesas.

La liberalización del comercio no tuvo el mismo impacto en todo el territorio. Poco a poco, se fueron

diferenciando tres regiones económicas, según las posibilidades que tenían sus producciones de colocarse en el

mercado internacional liderado por Inglaterra.

Buenos Aires: La liberalización del comercio favoreció a Buenos Aires, como ciudad y provincia dueña del

puerto. Los aranceles pagados por los productos que entraban y salían del puerto eran beneficio exclusivo del gobierno

de Buenos Aires. Los dos sectores de la oligarquía porteña se veía beneficiada por el libre comercio: la burguesía

comercial, que importaba productos para revenderlos en el resto de las provincias; y los estancieros y saladeros, cuya

producción ganadera, se orientaba a la exportación.

Litoral: La liberalización del comercio no logró beneficiar al Litoral, sino enfrentarlo con Buenos Aires, ya que

este exigía un pago adicional a los buques extranjeros que, desde su puerto, remontaban los ríos interiores y los

productos del Litoral debían pagar los aranceles de exportación que exigía la aduana de Buenos Aires. Desde entonces,

la libre navegación de los ríos interiores, Paraná y Uruguay fue el eje del conflicto entre Litoral y Buenos Aires.

Interior: La independencia había trasformado también la organización económica de otras regiones de la

América española. Tanto Chile como el Alto Perú comenzaron abastecerse de productos ingleses a través de los puertos

del pacífico, por lo cual ya no necesitaban los productos que, antes de la revolución, llegaban desde el puerto de Buenos

Aires a través del interior. El libre cambio dejó en ruinas a las industrias locales, ya que no podían competir con los

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productos extranjeros. Es por eso que la lucha fundamental de los pueblos del interior será por una organización

económicas de las Provincias que proteja la atrasada producción local.

Cambios en los grupos de poder En las zonas urbanas, el libre comercio debilitó el poder de los comerciantes peninsulares y criollos y aumentó el de los

comerciantes ingleses, que comenzaron a controlar el comercio exterior. También se modificó la composición del grupo

de funcionarios: los criollos reemplazaron a los peninsulares en la administración pública y en la jerarquía eclesiástica.

A su vez, surgieron nuevas carreras de las que se podía obtener prestigio: la carrera militar y la carrera política.

En las áreas rurales, la exportación de cuero y carne salada consolidó el poder económico del grupo de propietarios

rurales, sobre todo los hacendados de la campaña de la ciudad de Buenos Aires. Luego, los terratenientes se hicieron

también dueños de los saladeros, y a su vez se asociaron a los comerciantes urbanos más poderosos, encargados del

trasporte y comercialización de sus producciones. Las áreas rurales del interior y del Litoral eran mucho más pobres

que los de Buenos Aires, pero tenían más poder que los grupos urbanos de la zona.

En el mapa A se pueden observar los circuitos comerciales anteriores a 1810. En el mapa B, su reorganización luego del fin de las

guerras de independencia.

(+info) El Gaucho El gaucho, protagonista singular de nuestra pampa, adquirió durante el siglo XIX características bien definidas. Hábil jinete, su vida estaba ligada a la cría de ganado vacuno y a la utilización de su cuero. Solitario, de vida seminómade, realizaba casi todas sus actividades a caballo, animal que en ocasiones era toda la riqueza que el gaucho poseía. Tamangos, chiripá, sombrero, poncho, boleadoras y cuchillo eran su vestuario habitual. El gaucho fue obligado a adaptarse al nuevo sistema económico, que intentaba incorporarlo como mano de obra asalariada. Con el correr del siglo, el gaucho sería perseguido y obligado a “conchabarse” o formar parte de los ejércitos.