Alfonso Florez - Wittgenstein Estoico

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Wittgenstein estoico

<Último borrador>

Alfonso Flórez Departamento de Filosofía

Pontificia Universidad Javeriana 6 de octubre del 2004

[email protected] A la memoria del P. Jaime Hoyos Vásquez, S. I.

En el presente ensayo quiero compartir con ustedes algunas reflexiones que me

ha suscitado una nueva consideración del Tractatus Logico-Philosophicus de

Ludwig Wittgenstein. No se trata, por tanto, de presentar alguna nueva

interpretación del contenido doctrinal del Tractatus, sino de mirarlo, por así

decirlo, desde fuera, desde una perspectiva amplia de la historia de la filosofía. Ya

este mero propósito es ajeno al modo como se suelen adelantar los estudios sobre

el pensamiento de Wittgenstein, que se centran en el contenido de sus obras y

cuando hacen alusiones histórico-filosóficas toman en cuenta las más inmediatas,

muchas veces documentadas por el autor. En relación con esto último es

conocido el elenco de pensadores que el propio austriaco aduce como antecesores

de su pensamiento: Así, han influido sobre mí Boltzmann, Hertz, Schopenhauer,

Frege, Russell, Kraus, Loos, Weininger, Spengler, Sraffa?. A ellos pueden

añadirse unos pocos nombres más, como se verá, pero descontando a sus propios

contemporáneos, como Frege, Russell y Moore, y salvo Schopenhauer y

Kierkegaard, ninguno de ellos pertenece a la gran tradición de la filosofía. Ello,

por supuesto, no nos sorprende en un pensador que hizo de la ignorancia de la

historia de la filosofía una virtud?, y que pudo hacer la anotación socarrona de

haber sido profesor de filosofía en Cambridge sin haber leído nunca ni una sola

palabra de Aristóteles?. Esta posición interpretativa de Wittgenstein de suyo es

interesante y ameritaría un tratamiento cuidadoso, pero mi propuesta actual va

en sentido contrario, a saber: con independencia de la propia concepción de su

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obra –y cabría agregar: de la mayoría de sus intérpretes–, ¿bajo qué esquemas

puede entenderse la obra de Wittgenstein, en particular el Tractatus, cuando se

la considera desde la perspectiva de la historia de la filosofía? Mi propia

respuesta a esta pregunta será, como ya se habrá adivinado, que el Tractatus

acusa, en no poca medida, rasgos propios del pensamiento estoico.

Ya otros lectores del Tractatus han podido ver en él una versión contemporánea

de la teología negativa, a la manera de Nicolás de Cusa, en la medida en que

refleja la insuficiencia del lenguaje humano en relación con los fenómenos

trascendentes y por ello propone la docta ignorantia como el nivel más alto de la

sabiduría humana?. Otros intérpretes han llamado la atención a ciertas notas

maniqueas presentes en el texto. Así, el filósofo de la religión y hebraísta Jacob

Taubes, haciendo referencia a algunos rasgos maniqueos del pensamiento

contemporáneo, pudo leer en un congreso internacional de hebraístas las

proposiciones 6.41 y 6.42 del Tractatus para preguntar después a la erudita

audiencia de dónde procedían dichos pasajes. Los asistentes estuvieron de

acuerdo en que sin duda se trataba de un texto maniqueo del siglo IV, y quedaron

muy sorprendidos y ofuscados cuando Taubes los puso al tanto de su error?. La

tesis de que hay elementos neoplatónicos y gnósticos en el Tractatus comienza,

pues, a abrirse camino con dificultad en el conjunto de interpretaciones de la

obra wittgensteiniana, dominada por enfoques analíticos. Esta tesis la quiero

completar hoy con algunas reflexiones que permitan vislumbrar la presencia de

ciertos elementos del pensamiento estoico en el Tractatus.

A pesar de la inconformidad de Wittgenstein en relacionar hechos de su vida

para la mejor comprensión del Tractatus?, parece claro que una obra compuesta

en medio de las trincheras de esa carnicería espantosa que fue la Primera Guerra

Mundial ha de llevar en ella el sello de las circunstancias de su redacción. El

mundo que tras la guerra Wittgenstein abandona para dedicarse a ser maestro

rural es diferente por completo de aquel mundo que había dejado poco más de

una década antes para estudiar en Berlín primero, y luego en Manchester. El

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Tractatus se encuentra en medio de ese cambio entre el cerrado y seguro mundo

aristocrático de la Viena de fin de siècle y el inquietante mundo que se abre en la

década de los veinte. Sin pretender hacer de ello un gran argumento, puede

constatarse allí una primera circunstancia, si se quiere extrínseca, afín a la del

surgimiento de las grandes escuelas de la época helenística. En efecto, una vez

que se perdió del todo el mundo local de carácter cívico donde había germinado

el pensamiento clásico, las grandes corrientes filosóficas que surgieron al

comienzo de la época helenística buscaron dar respuesta a las inquietudes

originadas por un mundo universal abierto que los hombres de la época ya no

dominaban. En este clima espiritual el estoicismo hizo su aparición, con su

enfoque intelectualista frente a los desafíos de aquel momento. El soldado

Wittgenstein, que al final de la guerra llegaría a ser teniente, y que recibió dos

distinciones al valor, llevaba en su morral de campaña las notas del futuro

Tractatus y un pequeño libro titulado Corta presentación del Evangelio,

elaborado por el conde León Tolstoi. El valeroso soldado llegó a aprender de

memoria aquella presentación del Evangelio, que en esencia era un compendio de

parábolas, pues no contenía los pasajes referidos a milagros, al nacimiento de

Jesús y a la resurrección. Para el conde tales textos no añadían nada a la doctrina

esencial del Evangelio, y si aparecían allí era solo para convencer por un recurso a

la autoridad a los contemporáneos incrédulos de los primeros cristianos. La corta

presentación concluía –en línea muy tolstoiana– con un amplio llamado al amor

activo hacia el prójimo y a la ascesis, como victoria del espíritu sobre la carne,

pues “el conocimiento de la vida es el ejercicio del bien”?. Estas enseñanzas

habrán de permanecer vivas en el corazón del prisionero de guerra recién

liberado, que renuncia a la considerable parte de la fortuna familiar que le

correspondía, como heredero de las industrias metalúrgicas Krupp, y que llevó en

lo sucesivo y hasta la muerte una vida solitaria, libre de toda posesión,

comodidad y honor. Entonces, si hubo un filósofo que llevara una vida filosófica,

en el sentido de estoica, ese fue Wittgenstein, y aunque llegó a cambiar partes

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importantes y fundamentales de su pensamiento filosófico, nunca renunció a

aquellos rasgos del modo de vivir que profundizó e hizo suyos en los años

turbulentos de la guerra, cuando a sus espaldas llevaba los borradores del

Tractatus y una versión naturalista y ascética del Evangelio.

Entrando ya en los detalles de la obra que nos ocupa, hay que destacar en un

primer momento que el propio título del Tractatus Logico-Philosophicus fue

adoptado por Wittgenstein a sugerencia de Moore. Wittgenstein, por cierto, era

consciente de las resonancias spinozianas de la expresión y parece haberlas

acogido con agrado. Él mismo, en efecto, llegó a verse como una especie de

Spinoza redivivo, como se sigue de una anotación de su diario de 1914: Estoy de

buen ánimo; he vuelto a trabajar. Del mejor modo que ahora puedo trabajar es

mientras pelo papas. Siempre me ofrezco como voluntario para este trabajo.

Para mí es lo mismo que para Spinoza era el pulir lentes?. Así, al austriaco no

pudo pasarle desapercibida la alusión implícita del título de su obra al Tractatus

Theologico-Politicus de Spinoza, con su discriminación de límites entre filosofía y

teología, solo que ahora en el nuevo Tractatus se trata de la distinción de límites

entre lo decible y lo indecible, aquello que tan solo se muestra?. La propia

intención de presentar sus ideas filosóficas bajo la forma de un tratado recuerda

otras obras de Spinoza, en particular su Ética, con sus secciones numeradas y sus

divisiones. El tratado es la expresión de un sistema de pensamiento, en este caso

lógico-filosófico, es decir, un sistema donde la lógica cumple una función

determinante respecto de la filosofía.

Para los estoicos la lógica también es una parte constitutiva de la filosofía. Claro

que como la lógica comprende todo lo concerniente al lógos, la lógica de los

estoicos comprenderá así mismo, siguiendo la polisemia del vocablo griego, todo

lo que tiene que ver con el pensamiento y el conocimiento, por un lado, y todo lo

que tiene que ver con el lenguaje y las palabras, por el otro lado. En este sentido,

la lógica de los estoicos abarcará doctrinas que hoy suelen encontrarse bajo la

teoría del conocimiento, la semántica, la teoría de la inferencia, la gramática y la

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retórica?. Centrándonos por lo pronto en la semántica, cabe aducir un texto

donde se presentan los principales elementos de la misma:

Hay tres cosas [para los estoicos] que van unidas entre sí: lo significado,

lo significante y lo existente. De ellas, lo significante es la voz, como ‘Dión’,

por ejemplo; lo significado es la cosa misma que es manifestada por la voz

y que nosotros concebimos presentándose al mismo tiempo en nuestro

pensamiento (los extranjeros no lo entienden aunque oigan la voz); y lo

existente es lo real externo, como Dión mismo. De estos, dos son cuerpos,

esto es la voz y lo existente, y uno es incorpóreo, que es la cosa significada y

decible, lo que resulta precisamente verdadero o falso. Y esto que resulta

verdadero o falso no es cualquier ‘decible’ en general, sino que este es

completo en sí mismo o incompleto. Y del ‘decible’ completo en sí mismo

resulta la llamada ‘proposición’, que también añaden diciendo que ‘una

proposición es lo que es verdadero o falso’?.

Este texto es bastante claro y en él se pueden distinguir los principios de la

semántica de los estoicos, a saber: el significante (semaînon), el significado

(semainómenon) o decible (lektón), y aquello a que se refiere el signo, su

referencia (tynkhánon). De ellos, el significante y la referencia son corpóreos; el

significado es incorpóreo. El decible completo puede ser interrogativo,

indagativo, imperativo, jurativo, imprecativo, hipotético, apelativo o

propositivo?. De ellos, solo el último, la proposición (axioma), puede ser

verdadero o falso. El decible incompleto es el sujeto o predicado, u otras partes

menores de la oración. En la base de la semántica se encuentra su teoría del

conocimiento, de la cual interesa destacar en este momento que a partir de las

impresiones y gracias a su principio rector (hegemonikón), que en el hombre

maduro es la racionalidad, forma el ser humano el proceso de pensamiento

articulado:

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La impresión abre el camino; luego el pensamiento, con su capacidad

para hablar, expresa por el discurso lo que experimenta como resultado de

la impresión?.

La capacidad articuladora del hombre es producto del lógos o razón, lo que le

permite formular afirmaciones acerca del mundo. Pero el lenguaje mismo es

parte de la naturaleza, que viene así mismo regida por el lógos. Dentro de esta

correlación entre los esquemas de pensamiento y la estructura de la realidad

deben inscribirse las especulaciones estoicas respecto de la etimología de las

palabras, que si bien tomaron con moderación, son un indicativo de su búsqueda

de unos nombres primarios, que representarían naturalmente, lo que ya no les

fue tan fácil de hacer respecto de los verbos u otras partes de la oración. Como ya

se mencionó, el decible por excelencia es la proposición. Esta está compuesta por

sujeto y predicado, y es la única oración susceptible de ser verdadera o falsa. El

propio nombre de la proposición (axioma) deriva de un verbo (axioo) que

significa ‘reclamar algo’, por lo que uno que dice ‘es de día’ parece reclamar el

hecho de que es de día?. Nótese que un decible simple, por ejemplo ‘Dión pasea’,

es verdadero si se da el hecho correspondiente, es decir, si aparte de indicar el

objeto en cuestión, Dión en este caso, se dice algo acerca de él, por ejemplo que

pasea. Cabe también señalar en este contexto que de los decibles unos son

simples y otros compuestos, siendo los compuestos el condicional (‘si es de día,

hay luz’), el ilativo (‘dado que es de día, hay luz’), el conjuntivo (‘es de día y hay

luz’), el disyuntivo (‘o es de día o es de noche’), el causal (‘porque es de día hay

luz’), y los de más y de menos (‘es más [o menos] de día que de noche’). Es mérito

de la lógica estoica haber proporcionado las condiciones de verdad de estos

esquemas de inferencia con base en su mera forma lógica.

A partir de estas someras alusiones a algunos elementos básicos de la lógica

estoica, el oyente atento habrá podido ir identificando elementos

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correspondientes de la propuesta tractariana. Llama la atención, en primer lugar,

el puesto central que la lógica ocupa en ambos modelos. En el Tractatus la lógica

refleja las condiciones de posibilidad de la representación empírica?, y aunque

ella misma no dice nada del mundo, pues las proposiciones lógicas no tienen

sentido, sí permite que la proposición lo tenga, esto es, que represente un estado

de cosas. En términos más generales, como lo propone el propio autor en las

notas que le dictó a Moore en 1914, un lenguaje que pueda expresar todo, refleja

ciertas propiedades del mundo a través de aquellas propiedades que él debe

poseer; y las llamadas proposiciones lógicas muestran de modo sistemático esas

propiedades?. El lenguaje, pues, puede describir el mundo porque ambos

comparten la misma forma lógica. Para comprender este aserto hay que partir de

la constatación de que una proposición del lenguaje se compone de expresiones

más simples que se concatenan de algún modo en su interior, por así decirlo;

ahora bien, como este método de identificar las expresiones constitutivas de una

proposición no puede proseguir indefinidamente, será necesario llegar como

término del análisis a unos nombres simples, esto es, que ya no se pueden

analizar más. Los nombres simples se concatenan, entonces, en proposiciones

simples, a partir de las cuales se forman las proposiciones del lenguaje ordinario.

La concatenación de los nombres simples viene determinada por su sintaxis

lógica, que muestra cuál es la forma de la proposición. A partir de esto se puede

determinar en qué consiste la verdad o falsedad de una proposición, a saber, en

que el hecho (Tatsache) que ella afirma exista o no exista; y algo parecido puede

decirse de las proposiciones elementales, solo que aquí lo que tiene que existir o

no existir no son los hechos sino situaciones más elementales que los hechos, que

se denominan estados de cosas (Sachverhalt). Valga precisar en este punto que

las propias proposiciones como modelos figurativos de la realidad también son

hechos. Puede decirse, entonces, que así como las proposiciones elementales

entran en la composición de las proposiciones, así también los estados de cosas

entran en la composición de los hechos. Y así como las proposiciones elementales

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son configuraciones de nombres según una sintaxis lógica, así también los

estados de cosas son configuraciones de objetos simples según unas posibilidades

lógicas de combinación. Así queda clara la estrategia de Wittgenstein: a los

nombres de las proposiciones simples corresponden objetos de los estados de

cosas, y unos y otros se configuran según la misma forma lógica. Por eso el

sentido de una proposición es el estado de cosas que la proposición representa,

que puede darse o no darse, según la proposición sea verdadera o falsa, pues es

claro que no solo las proposiciones verdaderas tienen sentido, sino también las

falsas. Ahora puede comprenderse un poco mejor el que las proposiciones de la

lógica no tengan sentido, pues no dan a conocer ningún estado de cosas ya que

cualquier estado de cosas es compatible con ellas, por lo que no puede

aprehenderse en ellas ningún sentido. Las proposiciones de la lógica no son, sin

embargo, absurdas, ya que no son casos de violación del sentido sino de los

límites del sentido, pues en ellas se muestran de todos modos las propiedades

lógicas del lenguaje –como totalidad de las proposiciones– y del mundo –como

totalidad de los hechos–.

De esta breve excursión por el Tractatus a la luz de las ideas estoicas

correspondientes quiero destacar (1) el carácter sistemático de ambas

propuestas; (2) la presencia de un elemento lógico fundamental (lógos/forma

lógica) común al lenguaje y al mundo; (3) la correspondiente constitución

articulada del pensamiento; (4) la identificación de constitutivos primarios en la

proposición, los nombres; (5) la distinción fundamental entre la semántica de los

nombres (entes corpóreos/objetos) y la de las proposiciones (lektá

incorpóreos/hechos o estados de cosas); (6) la correlativa distinción entre lo

corpóreo en el nivel del significante/signo y lo incorpóreo en el nivel del

significado/símbolo; (7) la naturaleza ‘bipolar’ de la proposición, esto es, que

puede ser verdadera o puede ser falsa; (8) el carácter ‘mundano’ de la proposición

(es corpórea/es un hecho); (9) la composición de proposiciones compuestas a

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partir de proposiciones simples; (10) el recurso a esquemas formales para

determinar la validez/el carácter tautológico de las inferencias o fórmulas lógicas.

Con la constatación de estas coincidencias particulares, en paisajes por lo

demás muy diferentes, todavía no se ha hecho alusión al motivo dinámico de

ambos sistemas. Antes de entrar en ello debo, sin embargo, hacer una acotación

fundamental sobre el conjunto del pensamiento estoico, por lo menos tal como se

presenta en los fundadores y en la Estoa media. Esta acotación se refiere a las tres

partes de que se compone la filosofía, a saber, lógica, física y ética. Así como el

concepto estoico de lógica es más amplio que el contemporáneo, así también la

física estoica comprende una mayor amplitud de temas, pues junto con los

fenómenos propios de la naturaleza (physis), abarca el conjunto de los seres

animados, incluidos los dioses, el hombre y los demás animales. La ética, por su

parte, es entendida no tanto como estudio de los principios de la acción correcta

sino que está anclada con firmeza en la consideración de asuntos concretos y

prácticos, como la muerte, el sufrimiento, la riqueza, la pobreza, el poder sobre

otros y la sumisión a otros, como ocurre en la esclavitud. Pero la distinción entre

estas tres disciplinas es solo metodológica, pues en realidad no estudian objetos

diferentes, sino desde diferentes puntos de vista el mismo objeto, a saber, el

universo racional, tanto a gran escala como a pequeña escala. Los estoicos tienen

una concepción orgánica de la filosofía, e ilustran la interrelación de sus partes

por el recurso a símiles así mismo orgánicos, sea un animal, un huevo, o un

huerto. En este último caso la filosofía se parece a un campo fértil, en el que la

física corresponde a los árboles que se elevan hacia el cielo, la ética a los frutos

que proporcionan alimento, y la lógica a los muros que le dan seguridad?. Hay,

pues, una compenetración de los tres enfoques que hacen inviable el

establecimiento de prelaciones entre tales disciplinas, y aunque puede

considerarse que el fin práctico de vivir bien subordina la física y la lógica a la

ética, en realidad solo el hombre bueno o sabio podrá llevar a una práctica

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adecuada esas materias, pero para llegar a ser un hombre tal se requiere

competencia en física y lógica?.

Para comprender esto con una precisión mayor, que baste para el propósito

actual, quizás sea suficiente recordar aquí que, con algunas salvedades, lo

corpóreo es lo único que existe. Este puede ser pasivo o activo, según se

componga de los elementos tierra y agua o fuego y aire; este último principio es el

pneuma, un aliento cálido que anima a los seres vivos y en general proporciona

una organización racional al conjunto del universo. El pneuma se constituye así

en ‘vehículo del lógos’?, un fuego artístico que da coherencia y mantiene unidos

los elementos pasivos. Su acción se extiende por toda la esfera cósmica, y como es

tan sutil que todo lo penetra, se encuentra también en todo cuerpo individual.

Así, el principio activo de las plantas, de los animales y también del hombre es

este mismo pneuma en distribuciones diferentes. En el hombre, en particular, el

pneuma es su alma, con sus ocho partes o facultades –los cinco sentidos, la

facultad reproductora, el lenguaje, y el principio rector (hegemonikón), que es la

parte dominante del alma, por ser allí puro el fuego que la compone–. Así, el

hombre es un microcosmos, cuya estructura refleja la estructura del universo, en

la medida en que su cuerpo se compone de tierra y agua, que se mantiene

cohesionado y animado por el pneuma, corpóreo también y compuesto de aire y

fuego. Gracias a al respiración el alma se alimenta del pneuma disperso en el aire.

Se comprende entonces que la ética estoica suponga la lógica y la física. En

efecto, el cosmos se da su propia ley por la que se desarrollan en él todos los

acontecimientos: no solo es inteligible, sino también inteligente. A partir de allí,

el ser humano que, como se ha visto, tiene una participación intrínseca en esta

ley debe buscar ser tan ordenado, autónomo y uniforme como el universo mismo,

del cual forma parte. El sabio estoico debe identificar su propia alma con el alma

del cosmos, gracias a que lleva una vida según la razón, que no es más que la

propia ley de la naturaleza?. Así, la exhortación a vivir conforme a la naturaleza

se identifica con la de vivir conforme a la razón, y esta con la de vivir conforme a

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uno mismo. Una vida conducida según este principio le permitirá al sabio

liberarse del asalto de las pasiones, es decir, ser él mismo el principio activo de

sus reacciones y de las respuestas ante los eventos que ocurren o que se prevé que

pueden ocurrir?.

Si bien en el Tractatus de Wittgenstein no se encuentran reflexiones

cosmológicas del tipo que se acaban de aducir a propósito de los estoicos, la obra

sí presenta una ontología del mundo de la que hay que referir sus aspectos

básicos. Como ya se dijo, el mundo es la totalidad de los hechos, no de los objetos,

pero los propios hechos se componen de estados de cosas más elementales y, por

último, los estados de cosas son combinaciones de objetos primarios. Es

importante precisar que estas determinaciones se dan en el espacio lógico, es

decir, en un espacio de posibilidades determinadas por la lógica, no por la física;

sin embargo, es claro que Wittgenstein está hablando aquí del mundo (totalidad

de estados de cosas existentes) y de la realidad (totalidad de estados de cosas,

tanto existentes como no existentes), incluso de la realidad empírica, no de una

mera realidad lógica. En este punto la ontología del Tractatus toma un giro hacia

lo singular y contingente, pues el autor insiste en que un estado de cosas es

independiente de cualquier otro, por lo que de la afirmación de uno no se puede

derivar la afirmación de ningún otro. Esto tiene una consecuencia importante

cuando se habla del sujeto, pues cualquier determinación del sujeto es también

un estado de cosas, independiente por lo tanto de lo que en efecto se dé en el

mundo. Con ello queda descartado que entre el sujeto y el mundo haya un vínculo

necesario, pues no puede haber ninguna necesidad empírica: toda necesidad es

lógica. Pero si esto es así, resulta que todos los estados de cosas del mundo son

equiparables y equivalentes en la medida en que todos ellos se dan en el espacio

lógico. Así, será inútil buscar en el mundo valor alguno, pues en él solo hay

hechos, mientras que el valor, al ser necesario, no puede ser un hecho. Con esto la

ética queda relegada al campo de lo trascendental: los hechos son inflexibles, y

aunque el sujeto puede adoptar un comportamiento ético y hacer valoraciones,

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eso no cambiará los hechos ni hará que sus juicios y acciones dejen de ser tan solo

eso: hechos. Lo que cambia con la actitud ética es, entonces, el mundo como un

todo, no sus determinaciones internas particulares. Por eso, de todos modos, el

mundo de quien obra con rectitud es diferente de quien no lo hace, pero esta

diferencia no se muestra en un hecho particular, ni por fuera de la acción misma.

Con esto último parece que nos hemos alejado de la agradable sincronía que se

había podido constatar –a grandes rasgos, claro– entre las dos propuestas

filosóficas. Antes de reflexionar en detalle sobre esta diferencia, quizás proceda

consignar, a propósito de la física y de la ontología, algunos puntos adicionales de

cercanía entre los dos sistemas, así: (1) puede avanzarse la tesis de que la

ontología cumple en el sistema tractariano una función análoga a la de la física en

el sistema estoico, a saber, presentar el mundo con su estructura lógica o

racional; (2) gracias a lo anterior se puede determinar tanto el espacio de acción

de la actividad filosófica –que será lógica o racional–, como el sujeto/agente de

dicha actividad; (3) el mundo puede constituirse solo por el recurso a

determinaciones lógicas (pneuma/forma lógica, esto es, forma de la realidad), es

decir, el mundo no es meramente lo que es de hecho, pues ya viene estructurado

racional/lógicamente (6.124); (4) más aun, así como el pneuma llena el mundo

de los estoicos, la lógica llena el mundo del Tractatus; (5) al tener el mundo y el

lenguaje la misma determinación lógica/racional, tienen los mismos límites; (6)

tanto en el sistema tractariano como en el pensamiento estoico la capacidad de

usar el lenguaje/la racionalidad es algo susceptible de cambio y de crecimiento,

por lo que, en este sentido preciso, los límites del lenguaje determinan los límites

del mundo; (7) lo anterior tiene en el Tractatus una consecuencia que se expresa

diciendo que de lo que sobrepasa esos límites no se puede hablar. La reflexión

correlativa, en el sistema estoico, sería que al estar el mundo rodeado por el

vacío, que por ello carece de pneuma, resultará presumiblemente opaco a toda

determinación racional; (8) el lenguaje es una parte del alma/del organismo

humano; (9) la determinación del mundo es la propia determinación de la vida.

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Desde una perspectiva estructural se observa que la íntima trabazón que el

pensamiento estoico acusa entre las tres partes de la filosofía –lógica, física y

ética– en el Tractatus se conserva como lógica, ontología y ética. Sin embargo, la

relación expedita que en los estoicos la ética manifiesta en relación con la lógica y

la física, en Wittgenstein ha sufrido una modificación considerable respecto de la

lógica y la ontología. En efecto, mientras que la ética es parte constitutiva del

sistema estoico, apenas si se puede decir que ocupe un lugar en el sistema

tractariano, relegada como ha quedado al espacio de lo trascendental, de lo que

se muestra, mas no puede decirse, y por tanto carece de sentido y de un lugar en

el mundo. En una primera reflexión puede pensarse que este es el precio que en

el Tractatus hay que pagar por la adopción de un punto de vista trascendental,

afín al kantiano, pero en clave lingüística. Así, una vez que se ha hablado de los

hechos y de las proposiciones, es decir, del mundo y del lenguaje, y de aquello

que los vincula, la lógica, se constata que en este espacio teórico no hay lugar para

determinaciones del deber ser. Como en Kant, la consecuencia que trae la

adopción de un punto de vista trascendental para el resolución crítica de

cuestiones teóricas es que el proceder respecto de las cuestiones prácticas solo

puede postularse como una exigencia absoluta. El carácter inmanente del

pensamiento estoico, con su afinidad entre naturaleza, razón y sujeto, si bien no

le permite adelantar una reflexión crítica, tampoco lo compromete con preceptos

absolutos, sino tan solo con el desarrollo de la naturaleza racional del hombre

hasta que concuerde con la ley del cosmos. Así expresada, la diferencia entre los

dos sistemas de pensamiento es mucho mayor de lo que las reflexiones anteriores

han querido mostrar; sin embargo, la presencia constitutiva de las tres

dimensiones fundamentales de lógica, física y ética, así esta última se entienda en

Wittgenstein de modo muy distinto, me parece lo bastante fuerte como para

pensar en que la calificación de estoico no es del todo ajena al pensamiento del

Tractatus.

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Son de sobra conocidas las declaraciones de Wittgenstein a su amigo Ludwig

von Ficker respecto de que la parte importante del libro es la que no se escribió

como para pensar en montar a partir de ellas un razonamiento adicional que

subraye la relevancia ética del Tractatus. Tampoco sería justo para este propósito

argumentar ad hominem, procediendo a destacar las muchas y muy variadas

facetas de las personalidad de Wittgenstein que permiten pensar en él como en

un estoico. Sin embargo, como último apuntalamiento de la tesis que, con todas

las reservas del caso, he querido presentar aquí de forma sumaria, quizás sí sirva

reflexionar sobre la pretensión de Wittgenstein con el ejercicio de la filosofía que

propone en el Tractatus. Como aclaración lógica del pensamiento, la filosofía es

una actividad y no una doctrina, y es una actividad que no es afín a las ciencias

naturales, pues no busca proponer proposiciones sino aclarar las ya existentes y

delimitarlas frente a las que son proposiciones solo en apariencia. Esta actividad

filosófica crítica parte de la convicción de que el planteamiento de los problemas

filosóficos descansa en la incomprensión de la lógica del lenguaje, razón por la

cual las muy numerosas expresiones de la metafísica, profundas en apariencia, en

realidad se mostrarán como lo que son, sinsentidos, una vez se las vea desde el

punto de vista lógico correcto. ¿Cómo entender esta propuesta programática

respecto de la tarea de la filosofía? Se trata de aclarar, dilucidar, expresiones

confusas, tanto de las ciencias, como de la lógica, la matemática y la metafísica,

por lo que no se está proponiendo –en su remplazo, al menos parcial– ningún

cuerpo doctrinal o teórico. La claridad que se busca es del orden práctico. Tras las

elucidaciones nada habrá cambiado en el mundo, pero el filósofo esclarecido

habrá ganado otro punto de vista, y podrá ver el mundo en forma correcta. Así,

pues, aunque sea desde la perspectiva de la crítica lógica del lenguaje, el filósofo

del Tractatus aspira a vivir de acuerdo a la razón, sin dejarse perturbar, en

cuanto filósofo, por los variados hechos del mundo. Crisipo, el gran impulsor del

estoicismo antiguo, habría estado feliz.