Aldo Mazzucchelli, Nuestros charrúas posibles

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H enciclopedia es administrada por Sandra López Desivo © 1999 - 2013 Amir Hamed ISSN 1688-1672 / / / / / / NO BASTA CON NO PARECER INDÍGENA PARA SERLO Nuestros charrúas posibles Aldo Mazzucchelli A raíz de una movilización reciente, con participación directa de indígenas y de gauchos en la avenida 18 de Julio, me estaba preguntando por los últimos avatares del interesante problema de la identidad charrúa y su renovada vigencia actual, cuando cae a mis manos un completo ensayo de Gustavo Verdesio quien, desde su mirada como académico en los Estados Unidos, provoca al lector con una reseña de algunos de los episodios de la discusión acerca de los grupos locales que reivindican tal identidad. Y puesto que la informada nota parece defender sin más la existencia de una identidad charrúa actual, es acaso interesante leerla viendo cuál es el tipo de estrategia retórica que informa esa postura, la que se va volviendo generalizada como parte de una general revisión y reformulación de lo uruguayo que se está dando con intensidad desde hace años. Pues con seguridad no alcanza con que un grupo de ciudadanos se autodenomine charrúa para convencernos de que hay allí algo más que una idea, por mejor que sea, y un sano entusiasmo. La nota plantea, pese a las críticas que puedan hacérsele, un asunto importante y legítimo. Los grupos indígenas uruguayos tienen derecho, en caso de ser, a conformarse, a buscarse, a expresarse, a ser reconocidos, a plantear sus reivindicaciones. Y tienen, sobre todo, el derecho a que el resto de la sociedad los tome en serio, los interpele honestamente por sus antecedentes, legados y tradiciones, para integrarlos al presente como miembros reconocibles de una sociedad común, o para respetarlos como expresión de una sociedad distinta. El texto comienza por señalar, atinadamente, que el Uruguay, puesto que cree que no tiene indígenas, o no ha notado que los tiene, no ha ratificado aun convenios internacionales relativos a la materia. “En el resto del mundo, en cambio, desde principios de los 90, se vive un clima muy diferente en relación a los temas indígenas”. Se afirma pues que, en esto, el Uruguay no está a tono con el mundo —una afirmación que, pienso, es la que subtiende todo el mecanismo de legitimidad que la nota invoca. El país no se habría enterado de que en otros países ha habido, especialmente desde los prolegómenos del quinto centenario del “Descubrimiento”, protestas indígenas, y que ellas han sido “respondidas favorablemente”, en un proceso que ha culminado en la “histórica aprobación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas en setiembre de 2007”. En el nuevo clima internacional, proclive a la sanción de los derechos de las minorías, para Uruguay, ahora —observa el autor— “no debería ser tan difícil entender que los derechos de los indígenas son tan importantes como los de las mujeres o los homosexuales”. Luego de esta correcta introducción, al final del citado párrafo aparece, sin embargo, un primer elemento que habrá que mirar más de cerca. Dice Verdesio, creo que también atinadamente, que Uruguay debería aprobar el Convenio 169 de la OIT, “que otorga, entre otras cosas, el derecho de los indígenas a autodefinirse como tales”. Pero en realidad esta última frase representa un cierto derrape con respecto a los criterios que el Convenio 169 determina para identificación de los pueblos indígenas, pues la autodefinición no es el criterio único; es decir, el indígena Dora Manchado es una indígena que habla tehuelche, de la provincia de Santa Cruz, hoy parte de la Argentina —la que, en el truco retórico de la confianza respecto la buena de la película, tan común en el discurso público contemporáneo, ha perdido repentinamente el apellido, como Pepe y como Cristina. No cabe dudar en absoluto de su testimonio, pero hay que decir que éste no aclara mucho respecto a los charrúas, ni de antes ni de hoy, salvo por una aventurada metonimia en la que se incurre sin más cuando se traslada las penurias tehuelches o argentinas a la situación local. Pero el elemento más controversial, me parece, es que, incurriendo el autor mismo en aquello que no quisiera para nuestros actuales autodenominados charrúas, pone en la misma bolsa a toda persona que tenga dudas o tome distancia de su visión de la cuestión, achacándolo todo a “una sociedad que quiere creer que el problema del indio en Uruguay fue resuelto hace unos 180 años”. Dicho de modo más crudo, por acción u omisión, o sos charruista, o sos genocida y exterminador. Con todo respeto, y con la indudable autoridad que me confiere ser un miembro más de la sociedad uruguaya así sospechada, yo no creo, sobre el problema charrúa, nada de eso que se nos atribuye a los uruguayos. Por tanto, no creo que el problema fuera resuelto hace 180 años. Dudo, incluso, de la existencia del problema mismo. Porque en efecto, para que sea resuelto, primero hay que haber aceptado que el que estamos considerando es un problema a resolver, y no un mero constructo académico con derivaciones prácticas que surgen más de motivadoras ideas que de tradiciones raigales y continuas. En cualquier caso, la operación de aceptar que estamos frente a un problema serio insume una cantidad importante de saltos lógicos bastante arriesgados. ¿Qué problema, pues? El mundo está repleto de sociedades que se suceden unas a otras; las identidades mutan y cambian; traiciones seguidas de asesinatos en masa y degollinas las hemos tenido por decenas en el siglo XIX, y es humanamente desagradable suponer que unas son esencialmente peores que otras; la gente se asimila y se diferencia; las naciones se construyen en etapas y se deconstruyen también muy rápido. Para creer que una proclamada estática de un grupo determinado merece un trato especial que lo exonere incluso de brindar aunque sea mínimas y tenues pruebas factuales de su existencia hace falta una narrativa demasiado cerrada, que se blinde y se disponga a permanecer incólume ante cualquier pregunta. Que la academia, especialmente una parte de la estadounidense, dedique una parte importante de su tiempo (in)útil a considerar esa clase de “problemas web H enciclopedia interruptor_Nuestros charrúas posibles http://www.henciclopedia.org.uy/Columna H/MazzucchelliNuestroschar... 1 of 3 10/25/2013 1:18 PM

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  • H enciclopedia es administrada por

    Sandra Lpez Desivo

    1999 - 2013Amir Hamed

    ISSN 1688-1672

    / / / / / / NO BASTA CON NO PARECER INDGENA PARA SERLO

    Nuestros charras posiblesAldo Mazzucchelli

    A raz de una movilizacin reciente,con participacin directa de indgenas y de gauchos en laavenida 18 de Julio, me estaba preguntando por los ltimosavatares del interesante problema de la identidad charra ysu renovada vigencia actual, cuando cae a mis manos uncompleto ensayo de Gustavo Verdesio quien, desde sumirada como acadmico en los Estados Unidos, provoca allector con una resea de algunos de los episodios de ladiscusin acerca de los grupos locales que reivindican talidentidad. Y puesto que la informada nota parece defendersin ms la existencia de una identidad charra actual, esacaso interesante leerla viendo cul es el tipo de estrategiaretrica que informa esa postura, la que se va volviendogeneralizada como parte de una general revisin yreformulacin de lo uruguayo que se est dando conintensidad desde hace aos. Pues con seguridad no alcanzacon que un grupo de ciudadanos se autodenomine charrapara convencernos de que hay all algo ms que una idea,por mejor que sea, y un sano entusiasmo. La nota plantea,pese a las crticas que puedan hacrsele, un asuntoimportante y legtimo. Los grupos indgenas uruguayostienen derecho, en caso de ser, a conformarse, a buscarse, aexpresarse, a ser reconocidos, a plantear susreivindicaciones. Y tienen, sobre todo, el derecho a que elresto de la sociedad los tome en serio, los interpelehonestamente por sus antecedentes, legados y tradiciones,para integrarlos al presente como miembros reconociblesde una sociedad comn, o para respetarlos como expresinde una sociedad distinta.

    El texto comienza por sealar, atinadamente, que elUruguay, puesto que cree que no tiene indgenas, o no hanotado que los tiene, no ha ratificado aun conveniosinternacionales relativos a la materia. En el resto delmundo, en cambio, desde principios de los 90, se vive unclima muy diferente en relacin a los temas indgenas. Seafirma pues que, en esto, el Uruguay no est a tono con elmundo una afirmacin que, pienso, es la que subtiendetodo el mecanismo de legitimidad que la nota invoca. Elpas no se habra enterado de que en otros pases ha habido,especialmente desde los prolegmenos del quintocentenario del Descubrimiento, protestas indgenas, y queellas han sido respondidas favorablemente, en unproceso que ha culminado en la histrica aprobacin de laDeclaracin de las Naciones Unidas sobre los Derechos delos Pueblos Indgenas en setiembre de 2007. En el nuevoclima internacional, proclive a la sancin de los derechosde las minoras, para Uruguay, ahora observa el autorno debera ser tan difcil entender que los derechos de losindgenas son tan importantes como los de las mujeres o loshomosexuales.

    Luego de esta correcta introduccin, al final del citadoprrafo aparece, sin embargo, un primer elemento quehabr que mirar ms de cerca. Dice Verdesio, creo quetambin atinadamente, que Uruguay debera aprobar elConvenio 169 de la OIT, que otorga, entre otras cosas, elderecho de los indgenas a autodefinirse como tales. Peroen realidad esta ltima frase representa un cierto derrapecon respecto a los criterios que el Convenio 169 determinapara identificacin de los pueblos indgenas, pues laautodefinicin no es el criterio nico; es decir, el indgena

    Dora Manchado es una indgena que habla tehuelche, de laprovincia de Santa Cruz, hoy parte de la Argentina la que,en el truco retrico de la confianza respecto la buena de lapelcula, tan comn en el discurso pblico contemporneo,ha perdido repentinamente el apellido, como Pepe y comoCristina. No cabe dudar en absoluto de su testimonio, perohay que decir que ste no aclara mucho respecto a loscharras, ni de antes ni de hoy, salvo por una aventuradametonimia en la que se incurre sin ms cuando se trasladalas penurias tehuelches o argentinas a la situacin local.Pero el elemento ms controversial, me parece, es que,incurriendo el autor mismo en aquello que no quisiera paranuestros actuales autodenominados charras, pone en lamisma bolsa a toda persona que tenga dudas o tomedistancia de su visin de la cuestin, achacndolo todo auna sociedad que quiere creer que el problema del indio enUruguay fue resuelto hace unos 180 aos. Dicho de modoms crudo, por accin u omisin, o sos charruista, o sosgenocida y exterminador. Con todo respeto, y con laindudable autoridad que me confiere ser un miembro ms dela sociedad uruguaya as sospechada, yo no creo, sobre elproblema charra, nada de eso que se nos atribuye a losuruguayos. Por tanto, no creo que el problema fuera resueltohace 180 aos. Dudo, incluso, de la existencia del problemamismo. Porque en efecto, para que sea resuelto, primero hayque haber aceptado que el que estamos considerando es unproblema a resolver, y no un mero constructo acadmicocon derivaciones prcticas que surgen ms de motivadorasideas que de tradiciones raigales y continuas. En cualquiercaso, la operacin de aceptar que estamos frente a unproblema serio insume una cantidad importante de saltoslgicos bastante arriesgados. Qu problema, pues? Elmundo est repleto de sociedades que se suceden unas aotras; las identidades mutan y cambian; traiciones seguidasde asesinatos en masa y degollinas las hemos tenido pordecenas en el siglo XIX, y es humanamente desagradablesuponer que unas son esencialmente peores que otras; lagente se asimila y se diferencia; las naciones se construyenen etapas y se deconstruyen tambin muy rpido. Para creerque una proclamada esttica de un grupo determinadomerece un trato especial que lo exonere incluso de brindaraunque sea mnimas y tenues pruebas factuales de suexistencia hace falta una narrativa demasiado cerrada, quese blinde y se disponga a permanecer inclume antecualquier pregunta. Que la academia, especialmente unaparte de la estadounidense, dedique una parte importante desu tiempo (in)til a considerar esa clase de problemas

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  • no puede meramente autodefinirse para ser reconocidocomo tal en el marco del citado convenio. La OIT mismaexplica que el acuerdo, en lugar de definir quines son lospueblos indgenas y tribales, adopta un enfoque prctico,proponiendo solamente criterios para describir los pueblosque pretende proteger lo cual parece bien sensato, dadala heterogeneidad cultural en cuestin. Y si laautoidentificacin es un criterio fundamental, de ningnmodo (como es de sentido comn) puede tomarse como elnico criterio para ese fin. En cambio, junto a l serecomienda (por parte de la misma OIT) el cumplimientode los siguientes criterios, que Verdesio no menciona nicomenta. Lo hago aqu: para los pueblos tribales, estosdeben presentar estilos tradicionales de vida; cultura ymodo de vida diferentes a los de los otros segmentos de lapoblacin nacional, p. ej. la forma de subsistencia, elidioma, las costumbres, etc."; y adems, deben presentaruna organizacin social y costumbres y leyes tradicionalespropias. En el caso de los pueblos indgenas, los criteriosrequeridos son los mismos ya mencionados, ms vivir encontinuidad histrica en un rea determinada, o antes deque otros invadieran o vinieran al rea.

    ***

    Claro que la OIT no es la organizacin nica a invocarsobre este asunto de las identidades indgenas, pero sirve depunto de referencia para organizar una parte de ladiscusin. En ese sentido, lo primero ser observar que, enbase al conjunto de criterios OIT antes mencionados,parecera ser bastante difcil encontrar, en el territorio deUruguay, pueblos indgenas o tribales que cumplanntidamente con al menos uno de ellos, salvo naturalmenteel de la autoidentificacin; pero la autoidentificacin,privada de todo control ms o menos externo (de lacomunidad) respecto de la o las personas que la invocan,parece un mecanismo indefenso ante la superchera y laimpostura de quien quisiese, por mala intencin o deseo dealgn otro tipo, invocar una identidad con la que no loabriga ninguna relacin. Naturalmente que no es eso lo quedefiende el colega en su largo artculo, el cual acontinuacin hace algunos comentarios acerca del estadode cosas respecto a la legislacin de los derechos indgenasen Argentina, para cruzar luego al Uruguay. All enseguidaafirma, como cosa juzgada, que en este ltimo pas elterritorio fue apropiado por medio de una campaa deexterminio de los pobladores originarios. No es este elespacio ni el tiempo de reconstruir polmicas muyagresivas, que han estado centradas en la divisin entrequienes ven sobre todo aculturacin y quienes ven sobretodo exterminio, y que han sido recorridas ya para uno yotro lado por historiadores y antroplogos. Pero adems delripio terico de dar por sentado lo que sigue siendocontroversial, es el hecho mismo de la existencia ycaractersticas de los charras histricos no ya losactuales el que sigue porfiadamente en duda en ladiscusin antropolgica e histrica profesional. Pues, almismo tiempo que existe una amplia (siempre interesanteen el fondo, pero a menudo delirante por las formas quetoma) discusin acerca del tipo de desarrollos culturalesexistentes entre los charras a los que da por sentados,en el otro extremo algunos incluso plantean la inexistenciade tal identidad cultural, asimilndola a grupos regionalesms grandes que no autorizaran a seguir creyendo lo que,para ellos, es un mito construido por inexactos relatos delos colonizadores y, luego, editado por los relatosfundacionales del Estado-nacin uruguayo, ya entrado elsiglo XIX.

    Un detalle ltimo al terminar la consideracin del Convenio169: cuando se habla de proteger a los pueblos indgenas, laOIT pide, como criterio a seguir para su definicin, questos demuestren vivir en continuidad histrica en un readeterminada, o antes de que otros invadieran o vinieran alrea. En este caso, el problema para los charras de hoy,en caso se demostrase que cumplen con todos los demscriterios aparte de la autoidentificacin, sera la incmodaposibilidad de que los charras de acuerdo a confiableshistoriadores contemporneos llegaron ms tarde que y vivieron guerreando y conquistando territorio anteshabitado por guenoas-minuanos, pampas, chanaes ybohanes (ver por ejemplo Diego Bracco, Charras,Guenoas y Guaranes), por lo que cualquier otra etnia o

    latinoamericanos, cogollo sureo en la agenda de los yabien decrpitos estudios culturales, hace mucho tiempo queha dejado de volverlos reales. El lector puede consultar, entorno a estos desvaros norteos, la perspectiva de un colegaque, al igual que Verdesio y que quien escribe, haexperimentado de primera mano el tema.

    ***

    En fin, los argumentos que se van sucediendo, al tiempo quecelebran la posibilidad de la reemergencia por la va deanticiparle, generosamente, realidad, siguen la estrategia deir poniendo peros y advertencias a las naturales objeciones,pero sin levantarlas. Pues tampoco alcanza, como decamosal comienzo, con que un grupo de ciudadanos seautodenomine charra para convencernos de que hay allalgo ms que una buena idea y un sano entusiasmo. Nitampoco es probable que le preocupe mucho a nadie, a estaaltura, el pseudoproblema de las supuestas inconsistenciasde nuestro inconsciente colectivo (la usurpacin delterritorio y las polticas de exterminio [] no son un origenque a la gente, en general, le guste recordar. Por el contrarioesos orgenes espurios se intentan poner bajo la alfombra ose los reemplaza con narrativas y mitos..:). Tal supuestanecesidad de reprimir datos identitarios, de ocultar pecadosoriginales supuestamente presentes en las races de lanacionalidad, es materia de debate exclusivamenteacadmico, en el peor sentido de la expresin. Ya nuestrastatarabuelas haban resuelto bien todo el asunto. Yosugerira que bastantes problemas tiene la nacionalidaduruguaya con sus imposibilidades y limitaciones conocidasy conscientes, como para estarse anexando una metfora,una dimensin psicoanaltica, que a lo sumo habr sido muyatractiva una vez en Pars, como lo haban sido aun antespara ellos nuestros desoladores Senaqu, Guyunusa,Vaimaca Pir y Tacuab. La nota no se priva tampoco deuno de los lugares comunes del gnero: citar, censurndolode pasada, a Zorrilla y su poema. Gustavo Verdesio sabe dela literatura, pero su bienintencionado afn lo hace olvidarsede las cosas que conoce, como que habra mucho queobjetarle al uso de Tabar de esa forma, porque la obra deZorrilla zurce en su tiempo, y mudarla a un presentecompletamente antiromntico para desleerla es maniobrafalsa por demasiado fcil. Es cosa visible que muchos dequienes en el mundo de la divulgacin indigenista hablan deZorrilla parecieran tener una ignorancia casi perfecta de lahistoria de la literatura, a la vez que una temeridad notablepara el anacronismo valorativo, lo que les permite nohaberse molestado en visitar con el ojo abierto la obra de laque ren. Observo, sin embargo, que el eje Occidente versusun charra genuino y originario, ecolgico y feminista,espiritual y sabio, tan en boga hoy en las versionespopularizadas del charrusmo, no es otra cosa que unareedicin de Tabar, pero sin la alegra de la msica delverso de Zorrilla de San Martn. Es decir, sin nada.

    Hacia el final, la secuencia de argumentos en defensa deidentidades autodefinidas, que est en el aire, y que la notaque comentamos recoge muy profesionalmente, se vasutilizando para elevarse a zonas ya algo enrarecidas, si nocompletamente oximornicas. Por ejemplo, se presupone elhiato cultural y al mismo tiempo se exige suponer lacontinuidad cultural: Parecera existir una expectativa deque los indgenas de hoy luzcan como nos imaginamos quelucan los de antes del contacto. Esto es algo bastanteinjusto, dado que a todas las otras sociedades del planeta seles permite evolucionar sin que se les cuestione sulegitimidad cultural: nadie les pide a los romanos de hoyque se vistan como un gladiador o un legionario de la pocaimperial []. Ahora bien, si los charras fueronexterminados (cosa que no ocurri con los habitantes deRoma) no estaramos en el Uruguay frente a la misma ysupuesta continuidad histrica que se postula, digamos,entre Vittorio de Sica y Calgula. Pero al mismo tiempo que,por un lado, no hay continuidad porque hubo exterminio,por el otro se nos pide que consideremos que, digamos DaniUmpi, de Tacuaremb, est sin ms en un hilo continuo desucesin cultural con Tacuab, posiblemente originario delmismo lugar continuidad que hay que dar por sentada yde la que no sera necesario demostrar nada. El argumentoes extrao. Aunque no le pidamos a Dani Umpi que sepertreche de mazas y salga a partir crneos en la batalla,aparentemente deberamos aceptar sin ms, en l, y en

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  • cultura anterior (digamos, los bohanes; o digamos,probablemente mucho antes, los aborgenes que dejaron lossignos rupestres de Chamang, en el departamento deFlores) podra estar en la situacin moral y legal dereclamar un territorio que, antes de charra, fue de ellos. Esdifcil poner la barra de la legitimidad histrica en un sitioy que se quede quieta.

    ***

    El relato que hace Verdesio, tras ir repasando varios de loslugares comunes del registro divulgador de la antropologay la historia, adquiere tonos ms emocionales cuando sededica a describir los ataques populares (entre ellos, los deuna murga) a la identidad charra, articulando un clmaxque no desdea la prolijidad administrativa cuando aseveraque es en ese contexto hostil que surgen y se desarrollanlos grupos que se autoidentifican como indgenas en elUruguay actual. Al principio fueron la Asociacin deDescendientes de la Nacin Charra (Adench) y laInstitucin de Descendientes de los Indgenas Americanos(India, con un espectro tnico ms amplio) [] y msrecientemente el Consejo de la Nacin Charra (Conacha),que coordina a varias (en este momento son nueve o diez)asociaciones de indgenas. Luego, tras citarse el autor a smismo en un captulo publicado por la Universidad deCatamarca, quebrando sbitamente el registro, acota: loslectores pueden imaginarse lo difcil que debe serreemerger en condiciones tan hostiles.

    Reemerger en condiciones hostiles es, siempre, difcil.Tambin hay que coincidir con el autor en que esciertamente injusto e indeseable el ataque a cualquieridentidad, especialmente a las identidades histricas que yano estn en situacin de defenderse. Por ejemplo, escensurable el ataque a los charras histricos y toda clasede crueles burlas forjadas contra ellos por la comunidadoccidental y cristiana, as como lo es, tambin, lapermanente crtica denigrante que, en los ltimos tiempos,algunos agentes de nuestra academia local y mucho de lospracticantes de los estudios culturales en las academiasextranjeras, particularmente la estadounidense, practicancontra la comunidad criolla, tanto patricia como popular, delos siglos XVIII y XIX en Amrica. Aquellos fueroncolonos y agricultores, comerciantes y letrados, gente detrabajo y de luces que organiz y gan, luchando codo acodo como soldados, la independencia de estos pases:autnticos progresistas que hicieron una revolucin real.Sea como sea, el prrafo que comentbamos y que invita ala solidaridad con los nuevos representantes charrasincurre en un truco retrico, que creo involuntario. Antesde sugerirnos una prueba cualquiera de que la gente deAdench, India o Conacha son o bien pueblos indgenas obien pueblos tribales, ya se nos convoca a solidarizarnoscon las penurias simblicas que pasan. Pero de momento,creo que tendremos que acordar con Verdesio que lo quetenemos son charras de autodenominacin, los que, salvoque se muestre algo en contrario, no cumplen con ningunode los criterios que, por ejemplo la OIT, recomienda parallegar a una clara y legtima definicin.

    A determinada altura la lnea argumental presentada, acasoconsciente de las dificultades que entraa el problema,ensaya una defensa ya clsica, y se nos aconseja queveamos las cosas as: los indios siempre han estado entrenosotros, pero estaban ocluidos por los dispositivos deinvisibilizacin del Estado y la sociedad dominante, por elmiedo al estigma de ser indio y por el temor al escarniopblico; en suma, y para citar a Dora, por miedo a sertratados peor que a perros.

    cualquier otro de los ciudadanos del Uruguay actual, unacontinuidad natural con los charras que basta invocar paraque exista. La misma, se nos sugiere, que existe entre unromano de hoy y un centurin, o entre Roland Barthes yRobespierre. Lo contrario es decir, pedir que sea mostradaesa continuidad, segn el artculo, sera tener una injustay excesiva expectativa algo basado en meras apariencias,(y no, supongo, en la esencia continua del charra total).

    Este ltimo argumento se despliega, pidiendo luego al lectorque se d cuenta de que los indios ya no son lo que eran, yque hoy pueden usar zapatillas Nike y celular. El autor,sabedor de que est pisando terreno escabroso, se defiendeall con un contraataque: Parecera que a los indgenas losbienes y artefactos de la modernidad les tuvieran que estarvedados. Esto se debe, casi seguramente, a aquellos queJohannes Fabian llam en Time and the Other. HowAnthropology Makes its Object [...] la negacin de lacontemporaneidad [denial of coevalness], que es unaoperacin mental que consiste en relegar al indgena delpresente, se que vemos con nuestros ojos, al pasado, a unmomento histrico anterior a la evolucin de la especie.

    No creo que sea difcil evitar el problema del que se nosadvierte en el prrafo recin citado. Cualquiera se apurara aconceder, una vez instruido, y en ingls, del trmino tericocorrespondiente, que no es preciso que los indios charrasse presenten en sociedad munidos de signos tpicos para sercrebles. Pero s cabe observar que a menudo hay unainversin lgica que pasa desapercibida en los argumentos,por los que a alguien, dado que de A se sigue B, se le pide(de contrabando) que acepte que de B se sigue A. Y estoltimo no se cumple necesariamente. No en este caso, almenos. Dicho de otro modo, no alcanza con que vengaalguien que se invoque charra porque lleva zapatillas Nikey un iPhone, para que uno inmediatamente le crea.

    El esfuerzo retrico confunde el auspicio de una posibilidaden s interesante con trabajar en pos de la obturacin de todaposibilidad de comprobar, en los hechos, esa posibilidad;confunde el deber ser con el ser. Pero en lugar de esforzarseen criticar las sospechas ajenas, bastara con exhibir loselementos probatorios que hasta la OIT modestamentesugiere, para que, en lugar de una polmica posible,tuvisemos la riqueza de una diversidad desde siemprealentada en el imaginario de este pas, que eligi llamarse enlengua guaran.

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