Alberto De Mari - Arin

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Poesia,surrealismo,varios acontecimientos en un solo ser humano.Alberto De Mari

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ALBERTO DE MARI

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)el asunto( milena caserola

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ALBERTO DE MARI ARIN. — 1a ed. )el asunto(, milena caserola, 2011. 110; 13x20 cm. I.S.B.N 978-987-1583-43-9 1. Poesía, Narrativa

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[email protected] www.aunfaltalamayorrevolucion.blogspot.com Página de libros independientes: www.elasunto.com.ar Todos los izquierdos están reservados, sino remítanse a la lista de libros censurados en las distintas dictaduras y democracias. Por lo que privar a alguien de quemar un libro a la luz de una fotocopiadora, es promover la desapari-

ción de lectores.

Arte de tapa: Nicolas Sacarelo/Matías Reck/ Alberto de mari. Edición: Matías Reck / [email protected] Rey Larva/ [email protected] www.milenacaserola.blogspot.com

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¨… esperó así,

achicándose paulatinamente

hasta volverse nada más

que el dedo pulgar de su propio pié.¨

Henri Michaux

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MENDIGO ENTRE EL RUIDO Yo esperaba que el fuego me dé las alas que necesitaba para sobrevolar el otoño. Me peleé con el ruido, en mi todo era un espacio que vibraba. Mis ojos blancos escalaban figuras de sombra opaca. Yo buscaba congelar las palabras hasta que se produjera una ruptura que me estremezca. Yo anhelaba el sentido y dirección de mis caóticas palabras. Desesperado por el tardío aterrizaje de las aves, invoqué la tormenta, rellené a las tumbas con luz. Buscaba detener la separación, hallar la perfecta concordancia sonora entre el ángel y la bestia.

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ARRASTRANDO LOS SIGLOS

Vení, sentáte y mirá como todo vuelve para nada llevarse. Todo es igual y nada se va. Todo es igual pero yo me voy, lejos, sin moverme. Me voy por que no sé o se han equivocado. Me voy por que no es el momento ni espacio. La huída es necesaria. Yo no soy necesario. Ningún yo es necesario. Yo te ha dejado mendigo en una ciudad ajena. Yo te ha dejado mudo con un enjambre de palabras que no supieron desbordar tus labios. Yo es un huérfano que deambula en un tiempo gris. Caducarán los fuegos. Es tiempo de la ceniza olvidada. El absurdo es la rutina de los siglos. La locura es el único perdón a la tierra. No me hablés, gritáme para que despierte, gritáme para que olvide, Gritáme para fundir esta falsa alegoría que nos aplasta. Gritáme para que sepa que nada se ha hecho. Que todo es virgen y nuevo.

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ARDUO Nada se asoma. Es tanta la luz que no veo. Mi cabeza es el sendero de las hormigas que van por el sol. Pieza por pieza ellas lo anhelan en su reino. Tanto ida y vuelta me dejó paralizado en un elevado punto del que no pude salir. Era cuando salir y entrar significaba lo mismo. Había que hablar del espíritu para no enloquecer cada vez que se miraba al cielo, para entender de donde venía tanto mar, para darle un impulso real a nuestras alocadas palabras. Un jugo de ojos se revuelve feroz y constante en nuestro pecho de ángel. Hablo de nuestra búsqueda sin fin, de nuestro único deber con la voluntad. Revolver la peligrosa olla del lenguaje en busca de signos que justifiquen el anhelo animal por el otro lado. Contradecirse hasta hervir. Saturarse hasta la sinrazón para después recostarse con calma a ver al cielo, esperando que al-gún día, nuestros ojos estén listos para el sol.

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DESDE EL SOL

He anticipado la tormenta, jamás la inundación. Mi propio error me ha sacrificado dejándome más vivo que nunca. No ha quedado rincón sin la trampa astuta. Miro por la ventana y ya no veo aquél cielo rojo sediento de garras. Las cosas son como no creémos que son ni jamás creeríamos. Deseché los consuelos. Es necesario adecuar este espacio al caos. Sobrevuelo como humano la tensión que me aísla del brillo. Rompo los siglos para ver de cerca al polvo y saber que allí no hay nada más. Exóticos movimientos como bestias se agitan en la privilegiada nada. Y yo inmóvil sobre un campo devastado sosteniendo con una mano un ave enferma y con la otra un elefante de oro. No aguanté. ¿Quién aguantaría? Las piedras un día se atrevieron a pasar fluidamente por mi garganta. No me alivié. Aquella fue la entrada. El maldi-to umbral a mis múltiples cielos con aroma a diablo había sido violado. Mi andar corrompido por el día. Mis huellas extraídas del tiempo tuvieron sombras que dieron fe. Pobres señales estalladas como un volcán de hielo azul. Los signos. Quedan los signos. De ellos solo hablaré desde la seguridad de la locura. Hay signos de un poblado, de un pozo oculto, de otro blanco aún más intenso e indefinido, sólo vestigios. En mi memoria yace la ceniza, el estado nocturno, los rostros que alejé. Abandonaré mi cuerpo en secreto, como al nacer, como en la infancia suplicada. No haré nada. Como todo el mundo a toda hora. Un cuervo se llevó mis ojos, por eso ahora miro en lo negro. Por eso este poema se deshace en la tentativa absurda de salvarme y yo lo miro de afuera. Desconociéndome. Alivián-dome.

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LA HIERBA HOSTIL Todo se había iluminado como en una sinfonía de soles ejecutando melodías de noche oscura. Con los pies ardiendo avancé sobre un lenguaje oscuro, no negro, no opuesto, oscuro. Oscuro como un algo, claro como lo oscuro. Lo cierto es que errante e invisible, él aún aguardaba el descubrimiento. La Explosión. El eco furioso como infinito revuelto. El cielo que por fin reconozca su mar como el espejo exacto de las formas agonizando.

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FILO DEL TIEMPO

I

Hay dioses, sí, como hay palabras y murmullo. Ví más espacio que hombres, y también ví lo que hicieron los hombres con el espacio. II Me hice a un costado. El miedo había tomado una apariencia angelical. Tuve más aire y al fin podía ver las paredes de la cueva. Oí sobre un camino de trampas vivas que simulaban cielos. Me abstuve y volví a cerrar los ojos. III Yo no sabía como escribir que el tiempo realmente me excedía. El jugo con mi profundidad hasta el punto de dejar una sola línea recta. Me había propuesto un azar que me llevara a la raíz. Que pueda remover la carne y la concien-cia, hasta llevarme al primer punto. Que el pensamiento automáticamente deseche cada instante pasado. Cada imágen con su forma, cada forma con su cuerpo, cada cuerpo con su lenguaje, cada expre-sión con su propio fuego, y finalmente lograr imprimirle un rostro a esa llama. Un rostro único, un rostro con facciones de polvo, un rostro que no se parezca a ningún rostro.

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TIEMPOS EN SUMA I Murmullo salvaje de una criatura superior. Fijo el escape. Me busco un sol. Ya no importan las tragedias ni los cuerpos confundidos. La conciencia solo se detiene donde empieza el mar, para contemplarlo, como quien se para frente a un espejo II La hierba solo crecerá para que el viento se redima. La sombría fascinación se había vuelto supli-ca, nuevos astros me habían convocado. El espíritu se había manifestado ferozmente mediante un sentido nuevo. III Junto a un gris oscuro que imita el sonido de una vieja flor quebrándose, palpito desnudo al lado de mi cuerpo iluminado por la lluvia. IV En el aire un sonido retorno ileso del caos. Me asomé y no quise ver más. Aquello me dejó petrificado, fascinado, sin retorno. El bosque se apagó y el tiempo volvió a su antiguo estado.

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LOS MALDITOS Detrás de cada máscara, soles, territorios hostiles. Vírgenes sin sangre invirtiendo vientres, gri-tos de necesidad. Sí, existe un decorado perfecto para mi fiebre e inmunda sed. Agoté las superficies, las hojas, la tinta dejó de esperar. Mi sed, al márgen, cubriéndolo todo. Una sed que no es sed, una sed rodeada de aguas, una sed que no es de agua. Caído, sin aire, enloquecí por el azul del cielo. Allí edifiqué hogares, aunque terrenos sin viento invadían mi visión, la poco clara, aún así reveladora y siempre innecesaria, como todo. Dioses esculpieron mis pies para que baile eternidades. Dioses sin barba, con caras de diablo. Más tarde comprendí que esto no era tan efímero como el vuelo de aquella ave que supo ce-garme. Comprendí, después me asusté, y no pude dejar de comprender. Como un fuego blanco, a la vista indefenso y nuevo. Pero siempre fuego. Hallé un limbo y me senté a esperar. El tiempo no me perdonó y tuve que engendrar un verbo nuevo. Un plano conveniente, la única rebelión posible. Me fuí por las ramas sabiendo que el árbol aún no había crecido lo suficiente, es más, ni siquiera había sido plantado. Alguien o algo me había enseñado a olvidar, por desgracia lo olvidé. Busqué mi ánimo perdido en un pozo hambriento de flores y abismos. Vi reflejos, imágenes de mi tránsito nocturno. Vi el sol y lloré por los ciegos. Una nostalgia como pluma había acariciado los sitios que ignoré hasta hoy. Creo que de eso hablaba aquél murmullo.

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EL BOSQUE FUERA Fue una repentina conmoción. De la nada me encontraba caminando por el sendero de un viejo bosque. Jamás pude distinguir si aquello fue un sueño o fue real, aún sabiendo que hay ciertos sueños que son más reales que la misma realidad. Mi corazón no latía a ritmo normal, pasaba por al lado de criaturas que jamás había visto, aun así, no les temía. No poseían piel, ni ojos, sólo dien-tes, grandes dientes. Me topé con un numeroso poblado de muertos, que al parecer, habían con-cluído su más sagrado ritual, ellos adoraban al sonido interminable. Cantaban, aullaban ince-santemente, los sonidos eran su propiedad. Hace tiempo creía que los escuchaba cuando era la peste lo que se acercaba. Para mi mal, aún estaba vivo y no estaba acostumbrado a ver tantos muertos juntos, aunque éstos, en este caso, estén dotados de una naturaleza lírica que en mi generaba una contradicción que no podía soportar. Todos los planos se habían unido en mi co-ntra, ¿o a mi favor? Aquella incertidumbre tampoco podía soportar ¿Qué tenia aquél bosque, qué lo hacia tan diferente a otros? Su fauna era muy peculiar, nada de insectos, solo criaturas sin piel y muertos. Al menos yo los llamaba así. Lo cierto es que gracias a su canto, el bosque se mantenía visible. La flora, toda azul, incluso la tierra. Hojas, plantas y flores como la única ex-tensión posible del mar. Allí no había signos de ninguna muerte humana, ni huesos, ni agujeros, nadie podía morir allí. Ni el sol ni el día eran necesarios. El bosque convivía bajo una maravillo-sa noche azul, provista de los cantos y las flores. Era curioso, pero no podía divisar ningún ave, alguna que otra mariposa que aterrizaba brevemente a cargar sus alas, pero ninguna ave. Inclu-so había llegado a la conclusión de que aquél lugar se encontraba en el ala de alguna de ellas, y que al querer irme, caería inciertamente en algún territorio hostil y sin flores. Nunca supe don-de estaba, esa era una duda más que se sumaba a las otras, pero que después de pasar un tiem-po allí dentro, ya podía soportar, incluso olvidar. Tampoco supe nunca como entre allí, ni como salí. Solo se que después de aquél acontecimiento, le tomé un afecto especial al azul y a todas sus tonalidades, a los seres que nunca podría describir y al aullido musical de la eterna estadía nocturna.

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TREGUA DEL VIENTO

no te espantes ni temas por estas palabras semi muertas temé por lo que no ves ni existe

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UN SUEÑO Estaba en el auto con mi papá viendo las olas, era una especie de costanera. El día era gris y frío, había mucho viento. Las olas estaban lo suficientemente alejadas, aunque no como para no re-presentar peligro alguno. Ellas crecían gradualmente, lo que a mi me generaba un placer inmenso. Siempre amé las grandes olas, aún sabiendo que no me animaría surfear por ninguna de ellas. Se iban haciendo cada más grandes. Sin esperarlo me sentí amenazado por una ola gigante, que doblaba el tama-ño a las anteriores. Mi papá arrancó el auto rápidamente. La ola jamás llegó a donde estábamos nosotros. De repente me encontré en el auto, mí padre ya no estaba. Yo tenía hijos y una casa al lado del mar. Era un gran huracán el que se aproximaba, no nos podíamos ir a ningún lado, debíamos per-manecer en nuestra humilde casa de madera. Yo aparte de hijos, o hijo, no podría precisar el número, tenía un perro que me hablaba desde el auto. Lo llamaba para que entre pero él no hacía nada, lo tuve que cargar y meterlo a la casa por mis propias manos. Una vez adentro nos acomodamos a observar las inmensas olas a través de un gran ventanal. No teníamos miedo. Yo deseaba que nuestro hogar estuviera en algún sitio más alto para que el agua que entraba por una pequeña rajadura no nos inundara la casa. Las olas parecían querer borrar el mundo, pero jamás avanzaron hacia donde yo estaba.

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SENTADO EN EL AIRE En su habitación, un niño mudo intenta cantar. Oye como un dios, pero de él solo salen silencios, espacios muertos. En aquella habitación la melodía estaba ausente aunque afuera había ángeles musicales. Un día el niño se cansó de intentar cantar para afuera y empezó a cantar para su adentro. Sin anunciarse, los ángeles musicales ahora estaban dentro de él. Poseían unas alas gigantes, que según decían, le hubieran dado visión hasta al que no veía.

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EL NOMBRE AUSENTE Una flor sembrada en un invierno fuera de este mundo sacrifico mi huida, las pocas luces de mi olvido estéril. Mis pasos se escondieron entre la niebla y el sol sin dejar huella. Las bellezas sobre-vivientes agonizaron en cuadros, que sólo acentuaron el anonimato del sonido.

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LATIGOS I Sus ojos cerrados eran el pasaje a la ciudad del frío retorno. El hambre jugó con su caótica pre-sencia, lo serenó, hasta el punto de cerrarle los ojos por completo. Todo yacía en el aire, por en-cima de la nube que resguardaba su cabeza. El quería una lluvia que no cesara. Un ruido atroz que espante a las bestias que no llamó. Anclar la noche para que el día pueda volver callado.

II

Los truenos ya no anunciaban la tormenta, sino la espera. Para que el viento regrese era necesario que estallen todos y cada uno de los rostros que mora-ban en su inmunda pared.

III

Él sólo buscaba materializar la conciencia de un pájaro en el preciso instante en el que se decide a emprender vuelo. Darle una forma, inventarle un color. Lograr que aquello hable por él y por el mundo.

IV

Sonaron a temblor las campanas que expulsaron al niño de su terreno, su sublime estado. No había ya pan, ni dientes. Hasta la nada había decidido esconderse.

V

Los peces se habían decidido a abandonar para siempre el agua. Ellos buscaban la adaptación al estado de asfixia total. Hallar su propia carga, que de la nada, se les forme un esqueleto. Fue oportuno que alguien les haya dicho que para aquello seria necesario que se bebieran toda el agua del océano.

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LA VENGANZA DEL OTOÑO Rincones intraducibles. Bellezas diezmadas por el polvo. Las nubes. Sí, hasta ellas fueron indu-cidas. Nadie se salva del santo olvido. Un color quedó varado en el desierto. Una pintura te refleja. Árboles rojos se alinean con el sol. El blanco nos ha culpado y quedamos sedientos. Me abro entre lo que no sé, buscando melodías masacradas. La atracción única de lo que no existe. Las voces caen como una catarata mientras el temblor busca poseernos. Me pierdo entre los muertos salvados por la locura. Surrealista y solitaria fue siempre la isla de los perdidos. Siempre las mismas palabras, los mismos planetas, los mismos monos. Me refugié en la lluvia cuando el sol fue demasiado lejos. Y él es más orgulloso que nosotros. Quiero volver a caminar, ya no sé más que correr y robarme luces del cielo. No hay idea ni plan similar a lo que llamo estructura, los presos corren libres por el bosque íntimo del ser. Al azar, desparramado por el rojo, me encontré aquella noche de apariciones cantando barbaries que no supieron llegar. Es mi cuerpo el que agoniza entre el polvo hambriento. Es mi ruptura lo que agiliza aquella violenta melodía. Fue el sueño de los aromas imposibles, de los bailes en la estación fría. No aprendí de la tormenta ni del ahogo de los poetas. Las letras promueven el caos sin solución. Es lo oscuro, lo invisible, lo que me eleva sobre mis huesos. Es mi uña carcomiendo la pared que el lenguaje posó delante de mis ojos enfermos. No sé de orígenes. Las imágenes se agitan desconocidas danzando locamente en una ceremonia de soles. O tendría que decir estrellas. Debo usar pala-bras adecuadas, dejar en blanco el frenesí, dejar de mendigar bajo aquel puente por el que no pasa nadie vivo. No querer ir mas allá del allá.

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LA COSTA NEGRA

I Camino despacio. Percibo. Atrapo todo. Reconozco todos los granos. Cada grito es encerrado y puesto a prueba. Me pongo cabeza abajo, abro la boca, me saco el ombligo. No se cae nada ni se escapa nada. Un mundo se adhirió fuertemente a mí, en plena era de hielo. II

Situáte. Observáte observando.

Hay murmullos, las palabras no acompañan. Es una nota musical que no encuentra su silueta, su cuerpo resonante. Otro silbido, un eco, o quizás fue el viento. Un árbol eligió caer quien sabe donde. Yo lo oí. III Acudo a lo negro. Una hoja en negro para escribir con luz. El negro admite los contrastes mas alejados. Si este mar no habla, que sea bebido. IV Hace tiempo descubrí que el tiempo no corre. Yo corro y eso me detiene. Una y mil veces deco-raré las paredes grises de la soledad. Los recuerdos dejarán de ser profanados. Meditaré en silencio sobre lo que no calla. V Aún lo más alejado que hay en nosotros, pertenece a nosotros. Aún estas líneas malditas, son el ruego de un ángel.

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CUIDANDO EL ESPACIO

I

Desemboqué en un río donde las piedras por fin sepultaron a las palabras esta densidad, este follaje, que devora al cazador. II Dibujo mis ojos mientras olvido lo que veo. así llega todo, todo va llegando, todo se estaciona y se olvida, pero nada explota. III Tengo que gritarme tengo que confesarme me tengo que contar todo sí, pero en silencio. IV Las necesarias e inevitables las que no se dicen pero no paran de saltar yo las extraigo y las perfumo por pereza e incapacidad otras veces simplemente, las dejo estar y ellas son las que me extraen necesaria e inevitablemente. V Un niño se desarma en mi memoria él juega a que es el sol él llena el espacio de flores mientras deshoja al viento él no sabe, por eso juega y ojalá que nunca sepa.

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VI Convivir, sí conmigo y varios y todos de perfil decretando y escondiéndose en mi sangre el espacio esta para huir sólo quiero saltar al mar. VII en un sueño vi el retrato del espejo en el que me miraría una vez que el lenguaje, por fin, logre expulsarme. VIII

En su rostro algo pesa. Quisiera dormir. Dormir. Dormir hasta que algo pase. Y seguirá sin pasar nada. Mientras en él seguirán desfilando silencios. Con muchas palabras.

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AGUA El agua no arrastra las piedras. Hay una luz en mi cabeza. El sonido del agua me ha despertado. Las señales han sido arrastradas por la corriente, y todo es agua...

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EL GRANO CONGELADO Debajo de aquella máscara aún había luces haciendo suaves recorridos, curvas sin patrón. Pare-cía como si hubieran estado entrando por la nariz y saliendo por la boca, todo el tiempo. Lo cierto es que jamás se movieron de sus ojos.

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TU ROMANCE Sea tu aliento el que desgarre mi vida, el que habite las paredes de mis recuerdos humeantes. Olor a azúcar quemada, tus manos temblando ante la figura que se apaga en un cuadro como un súbito apagón total de la tierra. Cuidaba que el instrumento sonara bien, que rebote con la perfecta armonía con la que una hoja cae en el suelo. Se prendió la música, caímos, dimos paso, la melodía debía recorrer nuestro desconcierto. Tu voz no decía nada, susurraba apresuradamente las palabras que temías que se escapen, que se cansen, que arbitrariamente decidan que otros sean los ojos, los sentidos que encastren con su figura. La locura nos mintió, nos engaño, nosotros queríamos la palabra, que todavía no existía, y ca-minaba anónima, por el interior de nuestro deseo mudo.

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LA PIEZA QUE FALTA Un instante de mil voces transparentemente filosas. El mundo se ha vuelto materia inofensiva, similar al humo sin cuerpos alrededor. En mi tiempo que nunca tengo, llamas como hormigas rellenando los huesos. El tema es siempre el desconcierto. El disfraz maravillosamente irreal que reviste el vacío.

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LA LUZ LLEVADA La piedra siempre estuvo allí y yo al costado, o sea afuera, en el centro de su corazón. Viajé por todo lo ancho del tiempo, lo largo es un trayecto que se inicia apenas se sale del vien-tre, un trayecto involuntario, un trayecto al que somos empujados, inevitablemente. Es como que si detrás nuestro tuviésemos a un hombre con un sombrero de niebla amenazándonos con quemar una rosa negra. Me corrí del paisaje sólo por amor a las luces que traen las aves después de dar la vuelta al mundo y envejecer. En el centro de la huella gritan los relojes enloquecidos, aguardando la llu-via. Yo amenazo al viento con desterrarlo del significado. Yo le doy sombra al loco que desea entrar al árbol. Mientras menos puedo, más me sacuden las hojas, el eco de mis primaveras sin aguja. Las pala-bras yacen en mi piel, tapando mis poros, simulando desapariciones. El sol sabe que pronto dejará de ser un esclavo. Alguien camina por el mar imaginándose el sonido real de las cosas. Alguien pisa fuerte el es-cenario donde hoy el polvo es rey. Nadie habla ni hablará de lo maravilloso del silencio ni de lo aterrador del círculo. Donaré mis huesos a una criatura que no se los merezca. La jungla recobró el apetito y es mi carne la que es atraída. Mirarse adentro implica una ceguera a la que aún no estoy habituado.

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VARIAS LUNAS

I

El mundo se comprimió. Se redujo a la insignificancia de un corazón. Yo pretendía que mi mi-rada abarque el universo, que humille la visión del sol. De repente me quedé impotente, todo me apuntaba, los huesos apretaban. Opté por seguir de largo e ingresar nuevamente al jardín, aunque esta vez haya sido por la puerta de atrás. II Un esclavo hastiado de su patético estado, decidió salir. Seguirá ahí, pero él estará afuera. El sabrá lo justo y necesario. No bajará nunca la mirada, vencerá la tentación del suelo. Solo dis-pondrá de los pulmones, el corazón pasará a ser un poste, su cerebro servirá como una fuente de agua clara, en donde sólo por las noches él podrá reflejarse. El ahora será esclavo de su método. III La tierra buscó consuelo en el agua. El agua había pasado de ser azul, a ser roja. La luna y el sol jugaban al fin del mundo mientras los animales imploraban por otra compañía. El manto fue removido, y sólo se vieron catedrales con centenares de cuervos morando en sus techos. Dios no había muerto, sino que se había ido en busca de un mundo diferente, opuesto al que según se decía, él había creado. El cielo ya no quería ser el único testigo. Hasta hoy aquel había sido el único paraíso.

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LA CAÍDA DEL SUELO Un escrito pesado, lo cierto es que fui atraído por un volcán. Me digo, me dicen que olvidé. Ayer pensaba por que necesitaríamos respirar para vivir, ayer me preguntaba quien baila furio-so del otro lado. Me prometieron un rosedal, una infancia que dure. Cae la lluvia recitando efí-meras libertades, absorviendo profundidades. Mi razón es carente de ella. Allí mi aire prohibi-do, mis alas sin cuerpo. Supe espantar a la locura invocando brillos, enterrando extraños. El único estilo es el de las aves. Aunque lo intente, jamás podré dejar de recurrir al bosque.

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LA PLEGARIA DEL SUELO A veces me siento como un bloque, un bloque grueso y pesado. Un bloque con varias esquinas luminosas, como el aire de un túnel invadido por moscas. Me abro por un costado y soy un pan-tano. Desde allí veo achicarse el cielo a medida que mi mirada persiste en él. Yo me hundía al re-vés, deliraba como arena, jugaba a la presa en la boca de un león dormido.

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PLUMAS DE HOMBRE Aquél fue un día diferente. Un día de quiebre, ajeno hasta de la irrealidad. Caminaba sobre una extraña hierba, las nubes eran tantas que bloqueaban al infinito. Era raro, pero aun así el sol llegaba hasta el suelo. Yo había enmudecido solo para escuchar la nada. Sin ni siquiera verlo venir me encontraba enloquecido por el rojo, castigado por lo gris y cobardemente amenazado por el azul. Ese fue el día en el que le crecieron garras a las cosas. Yo seguía caminando, acechado. Descifrando mundos perplejos, tejiendo nuevos espacios con-gelados.

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INTERFIRIENDO YO se ha quedado en el camino, varado, entregado a la ruina. Aún no comprendía los restos. El pasado había atentado contra la nueva piel. Todavía recordaba el color del sol, la máscara in-confundible del paisaje. Todo era inesperado como en un cuento en el que los náufragos al fin tuvieron un final feliz. El cristal aún era inquebrantable. Hacia tiempo que ya no sabia nada del mundo. Eso no era tan malo, lo trágico es que ya no podía ver nada. Mi viejo instinto había sido enterrado. Me hallaba en el fondo del mar, pero sin peces alrededor. Lo peor de todo es que tenía aire suficiente como para vivir un siglo allí. Necesité del caos, no tenía ni pies ni manos. Ahí fue cuando empecé a golpear con la cabeza.

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EL SIN EL La luna estaba furiosamente enfrentada con el hombre, que recorría los planetas en busca de su visión, torpemente enterrada, como un topo de niebla. El hombre escribe, no sabe adonde va, no sabe porque su piel se arruga, porque tiembla ante el vaso. El tren poseía un fondo privilegiado, allí crecía el pasto y se reproducían los espantos como si fueran música. En el camino no debía haber nada, nada que indique que se estaba ahí, cami-nando, siguiendo una meta, un destino, un lugar que fuese la cura definitiva del insomnio. Los rieles adoptaron una nueva postura, se habían puesto en círculo para que el tren aprenda a gi-rar como un perro que se quiere morder la cola. Un perro que nunca se cansaría, ignoraría las pulgas y garrapatas, los alimentos, ignoraría todo lo que se pudiera ignorar, y eso no era poco, sino que por el contrario, lo significaba todo.

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OTROS Nadie estaba invitado, había que ser profundo, de verdad. Salir del cuarto, salir del modelo, salir del mundo. Había que girar como animal enloquecido, raspar los alambres hasta que ceda la montaña y la respuesta se aleje aún más. Yo regresaba, me arrodillaba ante mis órganos, me daba de comer a mi mismo. Los oídos apretaban como los dientes en un sueño cobarde. Me dis-tinguí otra capa, otro escape, otra rueda privilegiada. El dibujo estaba encaprichado con que el horizonte tenga un fin certero. Estaba cansado de los portales abiertos, de los infinitos perezo-sos. La certeza de que un diminuto insecto había franqueado los límites, era algo que se trans-mutaba en pánico para el imperio de los dioses. Nadie dudaba en arrodillarse cuando era la sangre la que guiaba la ceremonia. El lenguaje debió acelerar su proceso aún corriendo el riesgo de ser la primer víctima de su propio embate. Nadie se animó a quemar las hormigas y por eso, hoy, seguimos acá.

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EL ÚNICO TIEMPO La vida lentamente me fue dejando sin palabras, me vi obligado a pedirle a la luz que hable por mí. El bosque diluviaba cada vez que la música se extendía por mi cuerpo. Yo contemplaba el espectáculo como quien sentado en una playa, contempla el movimiento de las olas. La melodía tenía un solo lado, por más que la diera vuelta, siempre era el mismo lado. Un lado único, ce-rrado en su condición infinita, y del infinito nunca se sale. Formas diabólicas habían sido sembradas en el jardín que marcó el inicio del tiempo. Un sol naranja había privado a las victimas del rocío de su paraíso prometido. El ocaso fue permanen-te, el hombre había elegido la tierra. La noche volvía a tomar cuerpo, la luna descansaba su ar-monía sobre rayos de sol, que jamás la dejarían sola. La jaula del ángel que predijo el desastre había sido abierta, los climas despertaron, alertaron al tiempo. El dominio del espacio tarde o temprano llegaría a su fin. Todo esto lo vi sin soñar, se me había presentado la imagen de la humanidad danzando en cír-culos alrededor de un fuego que no terminaba de prenderse. Más tarde imaginé que pasaría si el fuego por fin se prendiera. Muchos intentarían apagarlo, otros huirían espantados, se que habría quienes se sentarían a contemplarlo, como seguramente habrían otros que arrojarían a estos a las llamas, para luego devorarlos.

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PAREDES Había terminado en la boca de una serpiente. Mi cuerpo cabía perfectamente en su fina lengua, estaba parado justo debajo de su colmillo más filoso y letal. No se movía en absoluto, parecía estar esperando algo. ¡Aquél flagelo no era solo nuestro! La boca estaba completamente abierta, bastaba con que de un paso hacia adelante para que la boca amenace con cerrarse por completo. Mis cabellos se habían vuelto blancos. Descubrí espan-tado que podía ver a través de mi carne, observaba claramente mis huesos, órganos, la sangre corriendo como un furioso río, los millones de ojos que me anunciaban todo el tiempo. Tenía casi en el centro del pecho un órgano que parecía el motor de toda aquella estructura, bombeaba sangre a todos lados y no paraba de contraerse. Tranquilamente podía creer que aquello fuera el corazón, pero preferí seguir creyendo que el verdadero corazón no tenia forma física, ni simbó-lica, no podía nombrárselo nunca y mucho menos permanecer en un solo sitio. Empecé a tener miedo. Vi como afuera empezaba a congelarse todo: animales, insectos, incluso la hierba. Por el contrario, las piedras habían empezado a ablandarse. La serpiente no parecía dar signos de ma-lestar, el frío no parecía afectarle en lo más mínimo. Fue una milésima de segundo en el que la serpiente cerró y volvía a abrir su boca. Ahora en frente nuestro teníamos a otra serpiente que la enfrentaba con postura hostil. Era gigante, la doblaba en tamaño. Empezó a avanzar hacia noso-tros. Salté, grité, corrí hacia adelante y hacia atrás, buscaba su reacción, aquello era realmente amenazante. La gran serpiente empezó a tragarnos lentamente, cerré los ojos despidiéndome del mundo. Se hizo un silencio, una pausa, un reacomodamiento obligado de los planos agitados. Yo seguía vivo. Allí tenia aire y luz. Todo lo necesario para que viviera. Estaba en la boca de una serpien-te, en el estómago de otra, y era cuestión de tiempo que pronto termine en la cola.

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DE PUENTES Y DERRUMBES Ninguna emoción o sensación puede servirme de puente, a la hora de escribir. Aquellas apenas son el espejo de las letras volcadas, que previamente, necesitan ser salvadas. Mi luz más profunda grita. Yo Apilo y sólo puedo empujar de espaldas. No puedo hablar desde la fuerza, sino desde la suspensión. Cuando me atraviesan no puedo escribir. Cuando me callo y no intervengo en lo absoluto, es cuando puedo girar. El gran problema es que soy muy mio y debo usar puentes. Una palabra que revierta el clima. Una palabra como pulpo del lenguaje. Una palabra que no haga fallida mi embestida hacia la nada. El puente que uso con más frecuencia es la palabra palabra.

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BRECHAS. ESPACIOS QUE SE PRENDEN Y SE APAGAN Cada instante me revela y me incendia. Respiro y nada más, ya que es lo único real. *

Entre la niebla, una imagen, un puñal, anclado en el tiempo. *

Paz celeste en el espacio todo sentimiento, deseo, pensamiento, por la alcantarilla del fin del mundo *

sucumben las palabras. aquí, allá la única explicación del vacío *

cuando me deje caer cuando me deje vaciar imprimiré rosas al viento

*

el pulso siniestro la razón que niega la luz se oculta en la sombra como yo en el poema *

el viento filoso que me recorre estos fantasmas que albergo sean acaso hoy, los artífices del color *

escasas y nunca justas las palabras que dan la cara por mí habrá que incendiar el jardín. *

las palabras seguirán cayendo como una catarata hacia la nada. y yo con un sol en la mano. aquí el dilema .

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un poema extenso siempre esconde el puñal vos, en esta línea enferma me verás morir y renacer *

una cruz en el mapa señala el pozo la iniciación del sonido *

por entre los poros, brotando feroz como palabra, una fuerza que disminuye la fuerza.

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MUDANZA Era un hombre que quería dejar de ser hombre. Sus huesos pronto estarían por encima de la piel. Aquél escenario paralizaba. El deseaba transformarse en una especie de construcción firme, con muchas ventanas y si fuera posible, una terraza espaciosa. Con la ayuda de un mago que vivía desde hacía tiempo en su frente, se transformó en un edificio. Ahora respiraría por las ventanas, cada ladrillo significaría un hueso, y los huéspedes que allí albergaría, sus órganos. Era inevita-ble y necesario que al menos un ser humano, permaneciera en él. Para no pasar ningún sobre-salto, ataría de pies y manos a un hombre en su sótano. Se aseguraría que al hombre atado no le falte lo necesario para mantener su existencia, que en este caso, era la de ambos. Para el cemento que reemplazaría su piel, prefirió hacer una excepción, pues decía que su piel lograba alcanzar tales estados de rigidez, que la volvían insuperable.

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ALGO ENTRE LA ESPINA Y LA PALABRA El está, pero no responde. Lo que se oye es la muerte desnuda, indefensa. Los huesos al fin hablaron. Fueron los sonidos que perforaron el paisaje los que me frenaron en el umbral. Es el palpitar animal. La noche abierta de los gestos ciegos y sordos. El niño que se hamaca enloque-cido, como una pluma en el viento. El lenguaje sin pertenencia acumulando flores en su rincón invisible. El galopar caluroso, nebuloso. Las heridas de antaño abiertas por el roce criminal del vacío. Abstraído, sin culpa, con un océano que me delata. Las batallas pertenecen a la historia. El para-lelo anhelado se posa en mi cielo, por encima del sol. Hay más cosas arriba, más arriba y arriba de mucho más arriba. Lo que me retrocede es el centro mismo. Agitado como tornado, letal co-mo la lluvia en el verano.

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CON UN PIE

Lo borroso de este sonido clarifica por que lo oscuro se aproxima mintiendo. Estoy cerca, y no hay siquiera una sola ciudad iluminada por velas. Por el ancho, por el largo, por los millones de rincones que cubren la evidencia, reboto en un espacio chico, dentro del mismo mar inmenso. La luz me esquiva. Hay veces en la que puedo verle un pie, rara vez alguna mano, pero nunca los ojos. Cuando creo tener su cuerpo entero frente mío, me acerco y compruebo que sólo es una sombra. Una sombra de luz, no una sombra por falta de luz. Sigo subiendo escaleras que me conducen a sótanos. Apenas tinta, papel, un ombligo hambrien-to y una cara borrada. Mi cuerpo es como un gran ojo, que en lugar de ver, informa mediante estallidos.

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INEXISTENTE I El momento, el momento al que nazco, el momento que me desintegra. El momento que olvido, el que me marea. Un único momento ligado al agua, que me aplasta como piedra, que me que-ma como hielo. Un momento que avanza paso a paso buscando su verdugo. Un momento que acabo con un punto. II Donde van las aves sin alas, sin pies, sin corazón. Donde van si no existen, donde van si son sólo una palabra, parte de una frase, de una concien-cia que busca apropiarse de sí misma, donde van si no hay nidos, donde beben si este mundo no es de ellas, donde podrían comer si estas líneas son su jaula. III Me metí en la lluvia. Las gotas caían a mi lado sin percatarse de mi estado de quietud. Poseía el cuerpo y el espacio necesario para caer, pero no caía. Pasaban por mi lado como quien pasa por al lado de un desierto. Mi apariencia era la de un rey y mis ojos brillaban como insecto, pero yo seguía invisible.

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PASO Tiempos rotos en la huella de mi ascenso. Un ascenso que choca, rebota, y se lleva como una mano golpeando la arena. Cuando el eco de mi desconocida transformación había desapareci-do, vi el sonido romperse en mis manos. Era una parálisis que me permitía ser dios de mi aguje-ro. Allí podría danzar toda la noche al ritmo de la luz. El día sólo servía para oír, comprobar y esperar la noche. Le había declarado la guerra a las palabras y era necesario emplear una estra-tegia. No sabia a ciencia cierta si era necesario extinguirlas, yo quería darles un nuevo sentido, una nueva dirección que carezca de ella. Empleé siglos en aquella ardua tarea, sin resultado, la guerra era desgastante y a medida que pasaba el tiempo mis armas se volvían menos sofistica-das. Resignado, le dije a mis adentros "voy a cerrar los ojos hasta que algo pase", y eso hice. Cerré los ojos con la convicción de un reflejo. Estaba liviano y aliviado, habia eliminado el peso de la luz. Me sentí afuera del mundo, aquella sensación me proveía de tal ligereza que sentía que había nacido con alas y que en cualquier momento podría echarme a volar. Paso un largo tiempo sin que pasara nada, estaba como apagado meditando sobre la tragedia de los vientos, el desconcierto del sol y la eterna compasión de la luna. De vez en cuando sentía vértigo y era ne-cesario que toque mi cuerpo, para comprobarme. Era indispensable comprobarme para luego olvidarme sin sobresaltos. Mi corazón adquirió el ritmo de una tortuga. Empecé a reír, reía de la nada, reía de las explicaciones que le atribuía a esa nada. Me aventuré a esperar que me posea algún estado animal. Fue imposible. Mi nombre era una de las pocas cosas que recordaba con una claridad absoluta. Pensé que moriría en aquél estado de pacifica oscuridad. Estaba por ol-vidar por que cerré los ojos y el tiempo que había estado en aquella particular cueva. Me cansé y me dispuse a abrir los ojos pero antes de que pudiera hacerlo, un punto iluminado sacudió mi visión inmóvil. Era muy pequeño como para que le atribuyera alguna forma. Empecé a obser-varlo con una desmesurada atención, era como si quisiera que todo mi cuerpo sea absorbido por aquél misterioso punto. A medida que pasaba el tiempo y mi concentración aumentaba, el pun-to iba creciendo gradualmente. Distinguí movimientos, eran como pequeños ángeles exaltados por algún acontecimiento que no podría precisar. Rebotaban desordenadamente sobre los lími-tes del punto, que continuaba creciendo. El punto se hizo más grande y los supuestos ángeles ahora eran fuego, eso era seguro, era un fuego que parecía gritar, un fuego furioso que parecía querer adueñarse del mundo. Mi corazón había adquirido la velocidad de un diluvio. Yo estaba maravillado. El punto continuó creciendo, una fuerte corriente de agua terminó con el fuego. Ahora el agua era la que tomaba posesión del punto. Era un agua que había llegado para apaci-guar, para reconciliar los planos enemigos. Era un agua que parecía tener vida propia, sus alte-rados movimientos parecían inducidos por alguna extraña música. Seguí aquellos movimientos buscando reconstruir lo que pudiera ser la melodía que las inducía a semejante danza. Las ma-nifestaciones del punto me habían llevado a un estado de éxtasis que me desbordaba, era impo-sible de describir, dude si mi cuerpo podía soportar tales estremecimientos. Faltaba poco para que el punto cubriera por completo el cuadro, deseé más que nunca que mi visión se ensanchara o tener mil ojos. Empecé a temer por lo que podría pasar una vez que el punto cubriera todo. Creí que el agua me despediría de aquella fantasía, pero no fue así. Vi colores titilando por toda la dimensión del punto, colores que nunca había visto. Volvió a hacerse todo blanco y ante mis ojos se presentó un paisaje, un paisaje corriente e inmóvil, libre de viento, con actitud de piedra.

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No podría precisar de que manera los paisajes empezaron a sucederse uno a otro. Eran mil pai-sajes por segundo, pero que inexplicablemente podía distinguir uno por uno. Contemplé natu-ralezas que me hicieron a mí mismo un desconocido ante la existencia. Todo se volvió blanco nuevamente, me sentía en el centro de dos universos pronto a chocar entre sí. Mis ojos se abrie-ron bruscamente, como si hubieran sido expulsados. Ya había visto todo lo que tenía que ver. Aquella fue mi mayor aproximación con el fondo de mi visión más anhelada y temida. Ahora sabía con certeza que no había que extinguir a las palabras, sino que había que apagarlas.

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EXTREMIDADES I Se puede subir abajo. Me intercepté en la noche rodeado de ángeles idénticos el uno al otro. El puente se volvió un laberinto infinito. Ciertas imágenes me incendian sin dejar humo ni ceniza. No puedo revelarme a aquél cuadra-do, que a su vez, está dentro de otro cuadrado. Llegué hasta acá tambaleando, creído que algún día podría llegar a alcanzar un punto en común con el agua. Ciertos momentos de inmortalidad que, sin anunciarse, descendían hacia mí como ave rapaz, picándome fuertemente, dejándome solo centésimas de desconocimiento absoluto. Las picaduras cicatrizan y vuelven con las porciones, las muchas partes que soy, y que esperan algún día ser parte de algo mas que una plaga temblando, esperando que alguna mano les hable con otra voz. Una mano que tiembla aún más que las partes, una mano nula, una mano que espera que algún brazo le grite como nunca. II Los cuervos son cuervos aunque los pinte de blanco, de azul, de gris. Un aullido de luz sacudió el último bosque y los niños ya no supieron donde jugar. El eco es mío, solo mío. Así como las voces de los que no invite. La visión en un perpetuo errar, en un sombrío asomar. Sacudido por variadas maravillas, para-do sobre la rama de un árbol negro. Aguardé la flor que me salvaría del colapso. Llegará el día en que pueda dejar de arrastrar mi cuerpo sobre naturalezas muertas. Sucumbirá la tierra ante aquél batir de alas furioso que se aproxima levantando tumbas, buscando un lugar definitivo para todos y todo. Algo que evite la gran nada del hombre, aunque estos sigan espe-rando, aturdidos, que los cuervos se vayan solos.

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MEDIANAMENTE Un día más. Estaba en el centro de la ciudad peleando con el humo y el sonido. De golpe empe-cé a oír el mar. Silencio de mar. Respiración de mar. El mar estaba en mi oído. Era un ritmo tan sereno que lograba desencajarme. El sonido me envolvía, me encerraba, yo realmente estaba en el agua. El sol derretía los huesos, pero yo estaba en el agua. No sabia si estaba quieto o camina-ba, lo cierto es que nadaba sin esfuerzo alguno. Nadaba con la certeza de un pez, aunque el sa-berme pez disminuía el encanto de la experiencia. Porque a mi me gustaría ser pez con todas las letras, pero ni siquiera una palabra. Un olvido renovado cada segundo. Un viento que no nace en ningún lado y no va a ningún lado. Era mucho el calor y empecé a tener sed, me detuve en una canilla, gire el grifo y empecé a beber. El primer trago fue inmenso como mi sorpresa, el agua estaba completamente salada, insistí, seguí tomando con la loca idea de que de un mo-mento a otro el agua, de alguna manera u otra, logré finalmente saciar mi sed. Cada trago signi-ficaba la necesidad de diez tragos más. Estaba enloqueciendo y no era un mito. Dejé de tragar agua y no pude cerrar más la boca. Empecé a correr sin dirección, la gente se abría asustada, pués aquello iba más allá de la normalidad soportada. Corrí, corrí hasta caer desmayado. Insólitamente desperté en una gran playa, el día había caído, yo estaba desnudo, congelado, sediento y casi enloquecido. Fue bueno no saberme en la ciudad, pero para mi desgracia yo no había nacido pez.

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LA SOMBRA DEL DIAMANTE

Cerrar los ojos era abrir el templo. Las palabras que huyen se dicen así. No eran las promesas ni los lobos ciegos los que decidían. Era la piel, la que a sí misma se hablaba y sentenciaba. Pelliz-qué la luz y fui devuelto. Todo el espacio era mío. Lo habitaba, lo controlaba, sabía donde había que ir de noche y donde había que refugiarse durante el día. Era un espacio que a sí mismo se anulaba. Estaba de frente a él con unos gigantes ojos en la nuca y en la planta de los pies. Yo era el dedo. El que guiaba la carrera del viento. Podía decidir su velocidad, su dirección, su porque nacer para correr y luego nada. Dirigía el tránsito y ritmo de las hojas muertas precipitándose al suelo. Apagaba el paisaje, lo guardaba en mi ombligo, lo pausaba, le daba alas, lo ponía contra el suelo con un pie en la cabeza. Quería ser un todo sin saberlo, sin guardarlo en el pecho, sin ponerme de rodillas a su lado. Darme la espalda y al mismo tiempo habitarme y ser. Con la promesa de una historia sin fin, perdí en mis huesos, perdí en mi carne. No oí el canto, ni siquiera el llanto. Los rincones fueron poblados por estatuas de piedra fundida. El frío funde aún más que el fuego. La memoria expandió al olvido justo cuando la noche perdió su forma. Moví los mundos como marionetas a mi antojo. Arranqué al sol de un solo suspiro. Las señales estaban, siempre estuvieron, como el humo. Exactamente en el momento donde las palabras ya eran demasiadas, encontré el silencio. La conciencia sola había encontrado su cura.

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HOLOGRAMAS DEL AYER Mientras caminaba ya iba pensando algo que pudiese ser atractivo, si lo volcara al papel. Pero no tenía papel, sólo tenía una memoria desesperada por almacenar cada palabra, cada imagen que amenazaba con irse, apenas el brillo la rozara con sus alas. El papel espera agazapado, no sabe con que se topará, yo le repetía casi siempre lo mismo, el blanco ya me bostezaba. Las ro-sas, el sol, el vino que aún volcado podía beberse si uno quisiera. El siempre me miró con desconfianza y amor, no lo dejaría volverse amarillo. El papel es el cielo que nosotros podemos amoldar al gusto de nuestra palabra, nubes por aquí, planetas por allá o simplemente una absoluta contemplación de lo profundamente sumergidos que estamos en el universo, de nuestro ínfimo tamaño y lo grande del mundo que uno lleva consigo. Las hormi-gas son más diminutas, las matamos muchas veces con una envidia conciente de saberlas supe-riores. Pues ellas no cargan con el mundo, cargan hojitas de trébol, se cargan entre ellas con un amor imposible de igualar, quedan las letras, no nos queda nada. El concierto de las aves que giran presurosas en busca de nuevos nidos, nuevas estructuras, árboles que cambian de color según el clima, de alturas que dibujen alegremente la maldita ecuación del ser. Del ser que se sabe ser, del ser que solo es, de las plagas de seres en busca del sombrero que encaje perfecta-mente con su cabeza. Del ser que come su propia piel, que nada su propia sangre, que lleva en la debilidad que busca aplacar, el ritmo de su corazón salvaje. Había un martillo para todos, un grito unificado en la debacle de la tierra. Detrás de todo esto, un inocente aguardo hasta la me-dianoche, que el mundo empiece a girar. Aguardo incansable, espero que las voces se disipen, no estaba anunciada ninguna catástrofe para el paisaje que el cuidaba y vigilaba con el mayor cuidado que se pueda tener. No bastó la paciencia ni esperar, de repente todos éramos una sola presa y la tormenta cayo. Buscamos la revolución en la ceniza de un futuro que ya era, estaba presente. El problema era que no teníamos ojos en la espalda y que nuestros pies siempre vayan para el mismo lado. Había que decir para no desaparecernos.

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VENTANAS AL FUEGO I No me pidas que hable. No me pidas que escuche, mis oídos pertenecen al eco. Algo intenta formarse a lo lejos, en el horizonte del horizonte. Una forma inconstante, un color ruidoso y opaco. Hasta el océano se acobardó de mi profundidad. Por cierto, no la quiero, la regalo. ¿Al-guien la necesita? He castigado a la sublime transparencia y pagaré con tormenta. Luego nom-braré al arco iris. II Ya sé demasiado del mundo, y es irreversible. Sí. La mano no supo levantar la piedra. Gritos que naufragan en el silencio de las noches ausentes de melodía, sonidos negados a la locura del bosque. Los ángeles se han manifestado. III Comenzar con el olvido. Principio y fin de toda cosa maravillosa. El resto cae solo. Como una lluvia perfecta y loca. IV Hay vientos huérfanos que ingresan de súbito en una habitación blanca. Los cuadros cayeron. No queda nada por derrumbar. Yo, sentado en una silla, observo avanzar el huracán.

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FANTASMA La vida de un fantasma es apacible y serena. Nada apetecen más que no apetecer. Hablan sólo a través de las venas. No castigan más que con la sola presencia. Llevan en sus ojos la importuna carga del origen y no pueden quemarse, ya que ellos son la ceniza. . Flotan por desconocimiento al vuelo

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PLANTA - CABEZA De un salto caigo en lo que no soy. Imagino todas mis transformaciones en un frasco pequeño flotando entre el fondo y la superficie. Hay letras marcadas fuera del marco que conforma lo que aparento ser. Morir como un árbol, vivir como el viento. Todo menos esto. Que sea lo que sea, se muta en la noche y vuelve a su estado normal al alba. Hay una pared veloz, alerta e im-placable, que se desplaza sobre una ruta de hierba traidora. Un segundo que se vuelve cosa y se agrupa con el abandono. Amanecí con un ala negra crecida y madura en mi estomago. No era el dolor, sino el misterio, lo que me helaba y derretía. Creo que seria mejor si hablara de algo reciente y novedoso, en vez de describir constantemente los diferentes tonos que adopta mi propia opinión sobre mí, lo que miento de mí, lo que oculto y jamás dejaré salir, de mí. Pero el mundo no se ha movido. Seguimos rodando cuesta abajo, y sin fin aparente, entre bestias ciegas y diccionarios. Dios duerme y hace estragos. Sigo perteneciendo a una sola palabra.

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OJO DE CAMALEÓN Tengo en mis ojos, blandos y filosos, una vida que no desaparece. Hablo del río, del serpentario y la avalancha.

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ANTES DEL DÍA La carne fresca, erupción de la tierra, que no cesa de escupir letras. El fuego atraviesa las gargantas sedientas de libertad. La tierra ya no camina sola. Somos la ceniza y el tiempo. ELLOS HARAN DE LA TIERRA UNA PIEDRA

Aquí ya hemos emigrado.

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HABITANDO LA CENIZA Las orillas aún permanecían lejos. Los relojes, ¿cuántos viven y mueren dentro de un reloj? Pequeños cascarones de niños sin lenguaje. Las palabras saturan, me refugio de ellas, pero ellas son las que me buscan a mí. Buscaba gestos, gestos como alas, gestos que acortaran mi distancia con el mar. Mis últimas pa-labras se fueron con el naufragio, en la penosa descripción del forzoso aterrizaje de un pájaro que se quedó ciego en pleno vuelo. Ahora, de la nada, poseía una gran espina, yo la acariciaba, medía su longitud, palpaba su tex-tura, calculaba cuanto tiempo de vida le quedaba, cuánto tiempo de muerte le quedaba. Tuve frío, mucho frío, luego me invadió un calor, un calor sofocante, agobiante, un calor que no se pareció a ningún calor. Un calor que supo dejar helado al fuego. Los siglos se doblaron hasta caber en el pétalo de una flor que fue arrancada súbitamente de un jardín que fue arrancado súbitamente por una mano que no tenía brazo. Marionetas azules caí-an sobre el cielo, que estaba en el suelo. En el suelo como mis frases, como mis intentos vanos de invertir el único sentido. Las orillas por fin pudieron divisarse, bien a lo lejos, donde la tierra cae y se pierde. Poco oxigeno me quedaba y cuando acudí al bosque en busca de aire me sor-prendí fatalmente al encontrar solo árboles pelados. El otoño se vengó con una luminosidad agobiante, las sombras empezaron a ceder. Yo no cedí, aún no podía ceder. Tomé al diablo de las orejas y le señalé el río. Me acuerdo que me miró con miedo y escapó. Más tarde entendí que yo sólo podía ver ese rio. A partir de ese momento, dejé de verlo, no podía imaginarlo, si lo nombraba, temblaba. Sólo me fue permitido estar dentro de él, siempre y cuando olvidara com-pletamente de que existen los ríos y de que sumergido en el, podía ser libre.

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LLUEVEN UÑAS La tendencia me enerva. El ahogo, aún constante, se manifiesta sereno y controlado, pero siem-pre en pie de guerra. Es como si las fuerzas que yo mismo me provoco, y que me son descono-cidas, esperaran algo de mí. Abrumado, siempre. A decir verdad, uno siempre esta abrumado, todos y a toda hora. Ya sea de lucidez, de paz, de hastío o de mal. Así uno no tenga la seguridad de estar involucrado, en su totalidad, en tal o cual estado, uno esta abrumado precisamente de eso, la sensación de división, de reconocerse mil cuerpos pero ni una sola cara, de un medio en el medio, que así y todo puede llegar a estar arriba o abajo. Uno esta abrumado porque se sabe y se siente, pero sobre todo porque se dice, con todo el furor que eso implica. Además de abru-mado, suelo estar perdido. Un día caminaba por lo que yo creía, un sitio seguro. Aquél pensa-miento hacia mi caminar tranquilo y despreocupado, yo flotaba con mis pies pegados en el piso. Caminé largo tiempo tan desinteresado por lo que me rodeaba que me perdí. No era una situa-ción nueva, pero no podía acostumbrarme, el miedo no variaba y barría con todo lo abstracto y seguro que había en mí. Estaba perdido y la noche me había encontrado, por mis propios me-dios jamás podría encontrarla. El cielo estaba nublado en su totalidad, impedía que la luna pu-diese guiarme con su luz. Realmente estaba asustado pero con la lucidez suficiente como para buscar una salida pronta a mi situación. Tomé varias ramas del suelo para ver si podría hacer fuego. Se veía que había llovido y las ramas aún no estaban secas en su totalidad, sin embargo insistía, frotaba, frotaba, me engañaba con la absurda creencia de que las ramas se secarían a causa de mi repetidos intentos. No me detenía, frotaba, peleaba, las manos empezaron a san-grarme, frotaba, peleaba, la piel empezaba a caerse. Sin darme cuenta, en medio de mis frenéti-cos intentos, las ramas junto con mi mano cayeron al suelo. Era el fin, pero resignarme no era lo mío. Aún podría despejar algunas nubes para permitir que la luna me salve. Comencé a saltar, saltaba con mi brazo extendido para ver si lo lograba, soplaba, soplé como nunca pero no había caso. Por una distancia mínima no podía llegar a las nubes. Luego de un breve lapso de resig-nación pensé en mi brazo sin mano y me pregunté ¿de qué me puede servir un brazo sin mano? Sin problema arranqué aquel brazo sin mano, para así poder despejar un pequeño trozo de cielo que permitió que la luz me guíe, y que por fin, ya pueda volver a mi sitio seguro.

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CONFESIÓN Cuando escribo pierdo a mis personas. Vuelo del eje. Me atan vibraciones blandas que me vuel-ven un ser de piedra. Me estrecho. Me vuelvo un grano de arena que puede llegar a ocupar el espacio de un planeta. Me soy, me soy, me soy hasta explotar en un canto único, que termina dejándome dormido.

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EL ARCA DE MI TIEMPO Bajo la luna hambrienta cacé el último susurro maldito. Extinguí todo rastro que me asemejara a mí. Me llamé en el tiempo. Hablé de portales, de huidas, de planos acechantes. Hallé las rui-nas por las que las aves demoraron su escape. Descubrí que el fuego no puede incendiar alas. Descubrí tanto que ya no vi más, que otoños de sal, orillas desbordando formas enfermas. Ni-dos refugiando humanidades, mientras, el ruido lo cubría todo.

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Un cuento que empieza en la copa de un árbol y termina en el fondo de un gran precipicio. Aparenta ser un cuento mudo. No hace falta leerlo, ni siquiera se puede oír. Solo se puede in-tentar, penetrarlo suavemente, perdiendo todo el cuidado. En lo posible seria recomendable quitarnos los ojos antes del intento. Se puede entrar parcialmente, nunca del todo, aunque em-pujemos con el mayor ímpetu, uno nunca termina de entrar. Por eso, en estos casos, lo mejor que se puede hacer es jugar. Sacarle pies al ciempiés para ponérselos al gusano, hacer equilibrio sobre varias serpientes atadas, intercambiar el cuello de una jirafa por la trompa de un elefante ,en fin, varias cosas. Eso sí, no se puede modificar al árbol. En el está todo lo que si y todo lo que no, la razón por la que en este cuento no hay ni siquiera una pared. Como ya dijimos, este cuen-to es totalmente impenetrable aunque hay una salvedad: una vez que se ingresó parcialmente en él, no se puede salir. Es en este punto de desconocimiento, de exceso caótico de sin sentido, de luces que no alumbran y de agujeros que llueven, donde es recomendable y permitido, plan-tar nuestro propio árbol.

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CENTÍMETROS CÚBICOS

Imposible dejar que los cuerpos avancen sobre mi esqueleto primero. Mentirse es lo adecuado. El plan desesperado. Mentirse con violencia. Agitar el silencio para que cese el dominio. *

Un pequeño dolor para que no envejezcan los que pelean en mi. Aprender de los animales la decisión para la huída. Así como de la severidad de la vida en sus primeros años, para alejarse del hombre, dejando sólo eso, un hombre, un hombre que antes era vida. *

Las construcciones no se alteran, no se tocan. Una vez creadas, nada se puede hacer. La estabili-dad de mi hogar se asemeja a la de un hombre parado sobre una pared. Sólo que en mi hogar, afortunadamente, no existe la gravedad.

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Dotado como un bicho, en el fuego de tu rostro imaginario hablás para alejarte de lo único posible

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LA TIERRA DEL NÚMERO I El ladrido nunca tuvo la estructura del sonido. Así como el graznar, el mugir, el piar, la pura habladuría. Varias son las estructuras que creemos por fuera nuestro, pero que son parte de nosotros. Alimentar ríos, dotar de sonido a las tormentas, pulsar las violencias hasta hacer de nuestro corazón una música desesperada. Todo como pulsión única ante la nada. Así es como algunas criaturas nos representan el miedo y el amor la ceguera total. Pero a no confundirse, el amor no esta ciego, ya que no tiene ojos. Para estar ciego es imprescindible la complicidad de los ojos. Así como la presa necesita la del cazador y el amanecer la del gallo. II Una luminosidad recorrió todos y cada uno de los rostros del único nido que sobrevivió a la limpieza. Era una multitud callada y agobiada, que sólo abría la boca para rezarle al único ver-dugo de la tierra. Yo no fui alcanzado por ningún tipo de luz. No asistí al reparto, nunca creí en las ofrendas mul-titudinarias. Mi cuerpo dormía. La conciencia seguía intentando inútilmente resolver la cuestión que a mí me dislocaba, ¿estaba vivo realmente?, enseguida, una cuestión aún más aguda me sacudió, de una manera que jamás podré explicar, despertándome por completo. ¿Que signifi-caba estar vivo? Miré al cielo y sentí un gran escalofrío, estaba a punto de colapsar. Tomé una gran bocanada de aire siguiendo completamente su recorrido. El malestar desapareció y volví a cerrar los ojos. III Empecé a sentir que una araña caminaba por mi cabeza. Ante una sorpresa de dicha magnitud optaba por creer que era producto de mi imaginación. Pero aquellas patas no cesaban. Corrí, salté, sacudí mi cabeza para todos lados, pero era inútil. Aquél insecto estaba aferrado con gran fuerza, supe que debía usar mis propias manos para alejarla. Lentamente y con miedo comencé a deslizar mi mano derecha sobre la superficie de mi cráneo, esperando toparme con alguna de sus patas. La araña parecía haber desaparecido por completo. Al despegar la mano de mi cabeza volví a sentir sus peludas patas sobre mí. Repetí el procedimiento varias veces pero la araña jamás cayó, desaparecía en cuanto apoyaba mi mano derecha sobre mi cabeza. Jamás me atreví a probar con la otra mano. Con el tiempo me fui acostumbrando al parecer había estado vidas enteras de esa manera, creyendo que en vez de ser pisadas las que recorrían mi cabeza, eran simples y a veces indecibles pensamientos. Pero bueno, resultó ser que no sólo para las arañas sino que también para varios insectos, mí cabeza era un nido privilegiado.

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LAS GARRAS DEL DÍA Ya no bastan las eternidades de los cuentos infantiles ni los mitos decapitados para tanta inclemencia para tanto juego mudo. nada más. sólo una señal, y que me esconda el sol.

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Cuantos perdidos en aquél aullido de lobo. Dolores, alegrías, veranos de luna. El nido emite señales, el nido aguarda como nosotros, ausen-te. El verbo anclado, aquella tensión solar que no supo. Los ritmos siniestros danzando a la par de celestes melodías antiguas.

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Todo será cierto. las ciudades arderán, el infortunio de nuestro destino. aquí no hay más víctimas que los árboles. hemos nacido verdugos. los inadaptados del tiempo. por eso mismo... sigamos pintando garabatos y fuego en los cielos ya que nada quedará.

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IRSE Sus ojos devolvían una especie de agua verde. Sí, agua, sí, verde. Era aún más pura que el aire de cualquier solitario bosque. Un fluído sin materia que me hizo olvidar del mundo y del abso-luto desconocimiento que tengo sobre él. Fueron escasos segundos sin presente que me hundie-ron en lo maravilloso, para luego rebotar y caer nuevamente en el mundo.

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POLVO Y MÁS POLVO En el ala de un cuervo pude divisar las muertes que se dirigían hacia el jardín oculto de la noche blanca. Supe como nadie que el sol algún día se apagaría. Humillé a los signos sólo para poder hablar. Llegado el momento sólo supe murmurar. El color había sido desplazado por el nombre.

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Colecciones de Milena Coediciones )el asunto( - Eloisa Cartonera - MDG - nulú bonsái - Cospel - No hay vergüenza ediciones - Leer y psicoanalizar - Jakembó - Felici-ta Cartonera.

POP BIZARRA (7) Emiliano Correia , La Fórmula de la fantasía, Milena, 2007. Sebastián Matías Oliveira, Presente Gourmet, Milena, 2007. Mariano Quiroga , Canciones, Milena Caserola, 2007. Andrés Kilstein, Moloko Vellocet, Milena Caserola, 2007. Mayra Jazmín Lucio, Amanecer Oscuro, Milena Caserola, 2008. Silvana Gangi, Lorena, Milena Caserola, 2008 Esteban Yañez, Sonria, Milena Caserola, 2008.

ARTE (9) Christian D. Marelli , Políticamente In Correcto, Milena, 2007. Sebastián Kirzner, Axiomas Nocturnos, Ilust.: Chelo Candia, 2008. Madame Barfly - Muertita dibujante , Sorbos de locura, Milena, 2009. Espino – Riera, Los síntomas del mono, Milena, 2009. Nico Pesin, Grabados / Engravings, Milena Caserola 2009. Francisco Ocampo, En Helsinki, Ilust.: Lino Divas, Milena, 2009. Ojo Canibal, Libro Caset, Milena Caserola, 2010 Luis Alberto “Merluza” Juárez , Vicente Nario, Milena, 2010 Christian D. Marelli , Materia Gris, Milena Caserola, 2010

POESÍA POESÍA (35) Miguel Ángel Peñarrieta, La voz del coagulo espera, 2006. Sebastián Matías Oliveira, Todo texto debe autovalerse. Mariano Quiroga , formas de morir, Milena Caserola, 2008. Emanuel Alegre, Cuaderno de apuntes, Milena Caserola, 2007. Adrián Bechelli, Poemas para volver a mí, Milena, 2008. Juan Xiet, Metástasis, Milena Caserola, 2008. Javier Leal, Bitácora de un tiempo, Milena Caserola, 2008. María Adelina Cammarano, Ego Fusión, Milena, 2008. Maru Paii, este viento que pedalea por mí, Milena, 2008. Ioshua, Peq. antología de poemas contemporáneos, Milena, 2008. Favio Gabriel Kobielusz, Free Shop, Milena Caserola, 2009 Grau Hertt, La otra campaña, Nulú Bonsái, Milena, 2009. Iván Quiroga, La violencia de los pájaros, Milena, 2009. Juan Senach García, La Noche líquida, Milena Caserola, 2009. Leonor Farías, La hembra, Milena Caserola, 2009. Luciana Siguelboim, la prologal, Milena Caserola, 2009. Patricia González López, Indecible, Milena Caserola, 2009. Sofía Luppino, masticándoME, Milena Caserola, 2009. Stella Maris López, Vivencias, Milena Caserola, 2009. Agustín Romero, Palabrazos, Milena Caserola, 2009. Marcos Lizenberg, Luz de Giro, Milena Caserola, 2009. Héctor Ramón Cuenya, Gore, Milena Caserola, 2009. <Elih.anna García>, Azules Manzanas, Milena Caserola, 2010 Mariela Pacin, El amor es la guerra, Milena Caserola, 2010 Ariel Presti, Poesía Completa, Milena Caserola, 2010 Marat, el infanticida imaginario, Milena Caserola, 2010 Agustín Marcenaro, El bardo de Bubón. Milena, 2010 Juan Ignacio Barragán Fuentes, El libro celeste, Milena, 2010 Juan Ignacio Barragán Fuentes, Poseído, Milena, 2010 Héctor Ramón Cuenya, Dolce Vita, Milena Caserola, 2010. Roberto Riera, De oreja a oreja, Milena Caserola, 2010. Silvina Nellar, Sexo, dolor y psiquiatras, Milena Caserola, 2010. Andrés Boiero, Texas, Milena Caserola, 2011. Ad Lihn Fand, Embustero, Milena Caserola, 2011. Pablo Queralt, Jazz, Milena Caserola, 2011.

REY LARVA (7) Pecado y Perdón, Milena Caserola, 2008 Milagro Eterno , Milena Caserola, 2008. Las puertas del viento, Milena Caserola, 2008 Días de vos, Milena Caserola, 2009 Trash, Grau Hertt – Rey Larva Nulú Bonsái, Milena, 2009. El árbol del sueño, Ix am – Rey Larva, Nulú, )el asunto(, Milena, 2009. Sonido Interior, Eric Thiemer – Rey Larva, Milena, 2010.

CUENTO - MICROCUENTO - NOVELA (18) Merluza, Cuentos, 2º ed., Milena Caserola, 2007. Nicolás Reffray, Del amor y otros atropellos, Milena, 2008. Nicolás R. Correa, Engranajes de sangre, Milena Caserola, 2008. Enrique del Acebo Ibáñez, Breviario, Milena Caserola, 2008. Enrique del Acebo Ibáñez, breves encuentros, Milena, 2008. Felix Quadros, Comedia, Milena Caserola, 2008. ignacio spagna, pequeñas victorias, Milena Caserola, 2009. Julia Ester Lanza, Cuentos breves de historias grandes, Milena, 2009. Gonzalo Unamuno, El vermú de la gente bien, Milena, 2009.

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Yair Magrino, Porcelanas, Milena Caserola, 2009. Cristina Civale, Cuentos Alcohólicos, Milena Caserola, 2009. Julia Ester Lanza, Todo por ti, Milena Caserola, 2010. Mariela Puzzo, El monte, Milena Caserola, 2010 Diego Herrera, Maten al Croupier, Milena Caserola, 2010 Leib Malaj, La crucifixión de Don Domingo, Milena, 2011 Julia Ester Lanza, Mujeres, Milena Caserola, 2011. Juan Marcos Almada, Deforme, Milena Caserola, 2011. Gonzalo Unamuno, Acordes menores para Marion Cotillard, Milena, 2011.

NARRATIVA (13) Diego Rojas, Temporal, 2º edición, Milena Caserola, 2008. Mariano Quiroga , Mierda, Milena Caserola, 2007. Sebastián Matías Oliveira, Suaves Dedos Finos, Milena, 2007. Agustina Viqueira, Callate Nepalí, Milena Caserola, 2008. Kasaokupada, GOS, Milena Caserola, 2008. Mateo Ingouville, Natasha, ernesto y yo, Nulu, Milena, 2009. Darío L. Estryk , Serendipias, Milena Caserola, 2008. Favio Gabriel Kobielusz, 1977, Milena Caserola, 2009. Cesar Guillermo Castro, Obrero Man-El gladiador barrillero, Milena, 2009. Diego Herrera, Tres Mujeres, Milena Caserola, 2009. Héctor Ramón Cuenya, Dulces Paralelas, Milena, 2009. Felipe Herrero, Agua Marina–Otoño y olvido–Bajo Nieve, Milena, 2010. Ioshua, En la noche, wachodelacalle ediciones, Milena, 2010.

13 LUNAS (5) Ale Sirkin , El árbol cósmico, 2006. Alex Portugueis, El ombú cósmico, Milena Caserola, 2006. Maximiliano Borovicka , el delirio coherente, Milena, 2008. Ix Am , Lo único que queda es tratar de expandir nuestra esfera hacia límites inimaginados, Milena Caserola, 2009. Julián Mur, Universo de luces, Milena Caserola, 2009.

DOBLES - BILINGÜES (3) Elisabeth Neira, Abyecta – Hard Core Hotel, Milena, 2008. Rodrigo Domingos, El principio del soplo - O início do assoprado (Portugués/Español), Milena Caserola, 2008. Patricio Miguel Federico, Tapa – Contratapa, Milena, 2009.

PA COLOREAR (3) Salvador Jiménez - Merluza Juárez, Los coloridos amigos de Salva…, Milena, 2008. Micaela Nair Verdún Perazzo, Cuentos, Poesías, Canciones, Milena Caserola, 2010. Bárbara Molinari , Me duele el pelo, Ilust.: Delfina Estrada, Milena, 2010. CO-EDICIONES CON )EL ASUNTO( (18) Pablo Om, la juventud al poder, )el asunto( - milena, ocio verde, 2008. Emanuel Alegre, 16 golpes, )el asunto( - milena caserola, 2008. Antonio O´Higgins, vómito de sangre, )el asunto( - milena, 2008. Ezequiel Abalos, ida y vuelta a la boca, )el asunto( - milena, 2008. Luis Alberto “Merluza” Juárez, Necesito Alquilar, mionca, trapos y barrabravas …)el asunto( - Eloisa Carton - milena, 2009. Emanuel Alegre, Islas, )el asunto( - MDG - milena caserola, 2009. Ioshua, )el asunto( - Milena Caserola, 2009. Pablo Struchi, Locura, )el asunto( - Milena Caserola, 2009. Galundia Moera, Nada, )el asunto( - Milena Caserola, 2009. Erroristas, Manifiesto Errorista, )el asunto( - Milena, 2009. Anahí Ferreyra, Máscara y Vacío, )el asunto( - Milena, 2009. Analía M. Aguilar, La Rosa de los Vientos, )el asunto( - Milena, 2010. Comité invisible, La insurrección que viene, Hekht-)el asunto(-Milena, FeEnLaErrata, En el aura del sauce, 2010. Ezequiel Abalos, Roble, )el asunto( - milena, 2011. Graciela Amalfi , Des Palabras Armando, )el asunto( - milena, 2011. Ramiro Ross, De sabihondos y suicidas, )el asunto( - milena, 2011. Javier Antonio Galarza, Grito Cotidiano, )el asunto( - milena, 2011. Galundia Moera, Haz, )el asunto( - Milena Caserola, 2011. Rosario María Daniel, La Mañana Impermeable, )el asunto( - Milena Caserola, 2011. Alberto De Mari , Arin, )el asunto( - Milena Caserola, 2011.

IMPERFECTAS - )EL ASUNTO( - MILENA CASEROLA (6) Nat, donde se cuentan algunas cosas, )el asunto( - milena, 2008. Verónica Gelman, en espiral, )el asunto( - milena caserola, 2008. Mónica Torres, uvas, )el asunto( - milena caserola, 2008. Kaudia con K, poemas para vos/z, )el asunto( - milena, 2008. Mónica Torres, Enero Cristal, )el asunto( - milena, 2009. Mónica Torres, Bisectriz, )el asunto( - milena caserola, 2009.

IMPENSADOS (3) Oscar del Barco, El Otro Marx, Milena Caserola, 2008. Juan Manuel Núñez, Vuestros ochentas, Milena Caserola, 2009. Peter Pál Pelbart., El hilo de un vértigo. Trad.: Marta Inés Arabia , Milena, 2010.

HUMOR – HISTORIETA (8) Andrés Kilstein, 13 excusas para no comprar este libro, Milena, 2008.

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Andrés Kilstein, Esto no es SPAM, [mis mejores conversaciones por medios electrónicos], Milena Caserola, 2008. Alan Dimaro, Diego Gainza, Niko Battista, Iván Franco, Sr. Valdemar, Milena, 2009. Andrés Kilstein, Prohibido Fu-Marx, Milena Caserola, 2009. Tzipe, Humor Gráfico, Milena Caserola, 2009. Juan Castro, Libro de quejas al destino, Milena Caserola, 2009. Gimenez-Cuenya, Argentina Superpotencia, Milena, 2010. Ioshua, Cumbia gei, wachodelacalle ediciones, Milena, 2010.

EN LOS BORDES – LEER Y PSICOANALIZAR - MARX(ITSMOS) (9) León Trotsky, Su moral y la nuestra, León Sedov: hijo, amigo, luchador, Milena, 2008 Enrique del Acebo Ibáñez, Meditaciones del post-sujeto, Milena Caserola, 2008. Ramiro Ross, Crónicas desde el Borda, Milena Caserola, 2008. Héctor Fenoglio, La Telépata, Un psicoanálisis de la alucinación y el delirio, Milena, 2009. Teodoro Lecman, Freud x Masotta (conceptos, aclaraciones y esquemas de Teodoro Pablo Lecman sobre las clases de Freud por Masotta 1972-4), Mile-na-Leer y psicoanalizar, 2009. Nahuel Moreno, Método de interpretación de la historia Argentina. Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América, Milena, 2009. Vías Argentinas (ensayos sobre el ferrocarril), Varios autores, Milena, 2010 Alfonso Carofile, El endemoniado Esteban Lucich, Milena-Leer y psicoanalizar, 2010 Valentina Contino, Prólogo para morder a alguien, Milena, 2010. Alejandro Esteban García, Teoría del equilibrio de la vida, Milena, 2011. Teodoro Lecman, Cuestiones de la Clínica, Milena-Leer y psicoanalizar, 2011.

IDEOGRAFIAS (15) Jeremías Maggi, Subterfugio consentido, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, Trozos del bloque inicial, Milena, 2009. Sofia Lino, Historia típica, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, La Salidera, mc, 2009. Walter Reich, NTNA [niñotravestinazialien], mc, 2009. Leonardo Capucci, La estrella feroz, mc, 2009. 3.6.1, Bagrejaponés, mc, 2010 Cristino Bogado, Amor Karaíva, 2010 Diego Mora, Historias de Inodoro, 2010 Max Orioli , Inanedrama, 2010 2017, Nueva Poesía Contemporánea, Tomo I, Milena, 2017 Alejandro Vilas, Atrapado, Milena Caserola, 2010 Sebastián Kirzner, Risperidona, Milena Caserola, 2017. Andrés Kilstein, De cómo perder lo que nunca se tuvo, Milena, 2010.

DETALLES (2) Ivana González, Todo habla, Milena Caserola, 2009. Sebastián Kirzner, La salidera, Milena Caserola, 2009.

TEATRO (2) Bèla Arnau, La Maciel - de todas la más cruel -, Milena Caserola, 2009. Ignacio Javier Olguín, Puro Teatro, Milena Caserola, 2010.

MANDRÁGORA PORTEÑA (3) Matías Mauricio , Bandoneón Blindado, Milena Caserola, 2010 Varios autores, Antangología, Milena Caserola, 2011 Carlos Echazarreta, El payador entrerriano, Milena, 2011

CIENCIAS SOCIALES Y ANTROPOLOGÍA (1) Enrique del Acebo Ibáñez, Homo Sociologicus, 2º ed. Milena, 2011.

LITERATURA PALINDRÓMICA (SORBILIBROS) (2) Xavi Torres - Pablo Nemirovsky, SobreverboS, Milena, 2011. Xavi Torres - Pablo Nemirovsky, Miguel de Cervantes, Autor del “Soldado Rod Adlos”, Milena Caserola, 2011.

MINIRRELATOS & MINIENSAYOS (3) Andrés Pérez Molina, Lascivia Brevis, Milena Caserola, 2011. Enrique del Acebo Ibáñez, Lo mínimo que te puedo contar, Milena Caserola, 2011. Andrés E. Peribáñez, Breves historias desnudas, Milena, 2011.

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Este libro se terminó de imprimir en Buenos Aires, Invierno de 2011

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