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CONTENIDOS

Claudina, náufraga en el Turó de la Peira

Fototrampeo

Aguilar entre dos siglos

El último herrero (III)

Patrimonio aguilarano

Jornada Cultural, La Arquitectura

Nº 10 - Verano 2016

AGUILAR NATURAL Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel)

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EDITORIAL

Otro año más seguimos adelante con un nuevo número de la revista, y con el presente ya van diez. Los últimos doce meses han sido importantes para la actividad de la Plataforma y del pueblo. Desde un punto de vista interno nuestra asociación ha renovado su junta directiva dando entrada a nuevos integrantes. Fruto de la labor de las anteriores juntas, hemos logrado la máxima catalogación prevista en la legislación autonómica para importantes elementos del patrimonio natural de Aguilar, la del chopo cabecero del Remolinar, declarado árbol monumental de Aragón y que se suma a la de árbol singular de este ejemplar y de la carrasca del Cerrado Galindo lograda el año anterior, y la de la cluse del Estrecho de la Hoz-Virgen de la Peña, Bien de Interés Geológico, y los cañones de los Cantos de la Hoz, considerados itinerarios de interés geológico. Dichos reconocimientos oficiales logrados gracias al trabajo de la Plataforma contribuyen a incrementar el reconocimiento y los atractivos de nuestro pueblo de cara a la formación de una oferta turística, de la cual, las excursiones de numerosos visitantes al chopo del Remolinar y las de escolares que visitan la chopera, la cluse, la quesería y el aula ambiental, pueden dar fe.

ÍNDICE

Literatura

Claudina, náufraga en el Turó de la Peira, Daniel Izquierdo Clavero 3

Artículos

La técnica del fototrampeo, Chusé Lois Paricio Hernando 4

Aguilar entre dos siglos: retrato de la sociedad aguilarana entre fines del siglo XIX y principios del XX, Sergio Benítez Moriana 6

El último herrero en Aguilar del Alfambra (III), Manuel Najes Guillén 10

Patrimonio aguilarano. Casas solariegas entre los siglos XVI y XVII, Ivo-Aragón 17

Quintas Jornadas Culturales de Aguilar del Alfambra. La arquitectura, Fernando Inigo Zaera 22

Fotografía de portada, panorámica de la Virgen de la Peña, de Sergio Benítez Moriana.

Aguilar Natural.

Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel).

N.º 10 – Verano 2016

ISSN – 1889-6758

Dep. Legal - M-28945-2009

Edita: Plataforma Aguilar Natural

Pza. Ayuntamiento, s/n

44156 Aguilar del Alfambra (Teruel)

E-mail: [email protected]

Página web: www.aguilarnatural.com

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CLAUDINA, NÁUFRAGA EN EL TURÓ DE LA PEIRA

Han descubierto agua salada en Marte, pero a doscientos veinticinco millones de kilómetros, nadie sabe por qué, doña Claudina no ha salido a pasear.

Claudina vive sola en un geriátrico municipal del barrio. Su hija, arquitecta; su hijo, notario, tienen mucho trabajo y sendas reputaciones enmoquetadas que cuidar. Pero van a verla, cada fin de mes, y le llevan flores que ella ya no aprecia porque perdió el olfato (también la luz) de tanto llorar.

Claudina habla por los codos cuando habla y da razones de un mundo otro que ha dejado de orbitar y te coge la mano y en su dorso enciende el último fósforo de la cerillera que va a morir de frío en un soportal. Y antes de morir, con la pupila en llamas, te cuenta que Mireia, la hija del notario, estudia medicina en la universidad; que es una joven guapa, lista y muy tierna que lleva a los niños, eso dice Claudina, de aquí para allá. O te explica la historia de su nieto Fernando, un muchacho de apenas diecinueve, que se ha ido a Londres a estudiar inglés y esa mandanga que ahora está tan de moda y no sabe nombrar. Fernando, hermano de Mireia, tiene una novia rubia que habla una lengua extraña porque la moza es sueca y en Suecia, fíjate tú, no saben hablar.

Claudina sonríe cuando evoca a sus nietos tan libres y formales y se entelan sus ojos cuando, al vencer la tarde, besa sus fotos en la habitación. Sorbiendo la cena, sola frente al eucalipto, Claudina recuerda la última vez que los vio y espera la llegada de otro fin de mes para estar con su hija, para estar con su hijo y comer con ellos en un restaurante suburbial.

Claudina no ha visto dónde vive el notario, ni dónde la arquitecta. Y no sabe que ambos dijeron adiós a su vida formal. Ella con Mauricio, ese abogado ufano con cara de chorlito que le gritaba “¡Claudi!” y la miraba mal; él con Isabela, esa economista boba que al mes siguiente de conocer a su hijo, la apartó de su lado, la ingresó en Bonavida y la llamó “mamá”.

Claudina no ha salido a pasear. Una ambulancia fúnebre ha ido a recogerla. Al parecer, había quedado a ciegas (sin saberlo nadie) con Luciano. Un minero guapo que la arrancó de Asturias (hace sesenta años) como un mineral.

Luciano, su Luciano, también le regalaba flores. Como su hija arquitecto y su hijo notario. Los dos hijos que Luciano no conoció en persona, aunque sí en el vientre, cinco meses antes de la explosión de gas.

Luciano se fue en febrero del ochenta y cuatro. Nunca fue a Londres. Nunca viajó en avión. Claudina tampoco, pero veía el Támesis en una postal que, una vez al año, Fernando le escribía. En esa inmensidad se abrazaba a Luciano, a la fatua Mireia, a su hija e hijo, a las flores de plástico que le daban al verla, antes de comer.

Y rodaba una lágrima pequeña y salada como el mar de Marte que han descubierto hoy a doscientos veinticinco millones de kilómetros. Dios mío, qué distancia.

Así somos los hombres. Viajamos al espacio y olvidamos viajar debajo de la piel.

DANIEL IZQUIERDO CLAVERO

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LA TÉCNICA DEL FOTOTRAMPEO

El fototrampeo es una técnica consistente en el uso de cámaras que combinan la fotografía y el vídeo. Los aparatos se instalan en el campo y se autoaccionan por medio de sensores de movimiento al paso de cualquier animal. Además, disponen de iluminación invisible que permite obtener fotografías en plena oscuridad sin que se note su presencia.

En la actualidad existen cámaras de calidades y prestaciones para todas las necesidades. Varias son las características básicas además del precio a la hora de adquirir una:

1.º Los sensores de movimiento; cuantos más sensores más seguridad a la hora de capturar imágenes de todo lo que pase por delante de la cámara.

2.º La velocidad de disparo; las velocidades oscilan entre 0,1 y 5 segundos.

3.º El tiempo de recuperación; es el tiempo que tarda la cámara en volver a realizar otra toma.

4.º La iluminación; la luz incandescente proporciona capturas nocturnas a color pero es visible para los animales, mientras que la infrarroja permite fotografías a oscuras en blanco y negro a la vez que es imperceptible para la fauna.

5.º Campo de detección; cuanto mayor sea la amplitud del ángulo y mayor su profundidad, habrá más posibilidades de capturar imágenes de animales en las instantáneas.

Aparatos y esquema del fototrampeo. Fuente: www.ultimedia.es, blog.dereflex.com, Ofertasm, www.fototrampeo.es.

Con esta técnica podemos conseguir la detección e identificación de los animales más difíciles de ver por sus hábitos huidizos y su actividad nocturna, entre los que se encuentran la mayoría de los mamíferos. Tener ciertos conocimientos del comportamiento y hábitos de las diferentes especies, así como distinguir huellas, excrementos, encames, escarbaderos, puntos de agua, puntos de alimentación, posaderos, sendas, etc., nos ayudará a colocar la cámara en el lugar más idóneo para asegurarnos unas buenas capturas.

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CHUSÉ LOIS PARICIO HERNANDO

Diversas formas de colocación y emplazamientos de las cámaras. Fotografías de Chusé Lois Paricio Hernando.

Imágenes de capturas de fauna mediante fototrampeo en el término de Aguilar: gato montés, corzo, jabalí, garduña, zorro y tejón. Fotografías de Chusé Lois Paricio Hernando.

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AGUILAR ENTRE DOS SIGLOS: RETRATO DE LA SOCIEDAD AGUILARANA ENTRE FINES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX

Los censos electorales de finales del siglo XIX y principios del XX nos permiten hacer un retrato bastante aproximado de la composición socioprofesional de Aguilar en aquel momento. Concretamente hemos examinado los censos de 1897, 1899, 1902, 1904 y 1906

1. Hay que

tener en cuenta que es un retrato parcial, ya que solo podía votar la población masculina mayor de 25 años, por lo que queda oculta la actividad laboral femenina, que en muchas ocasiones era la misma del cónyuge, especialmente en labores agrícolas, aunque no reconocida oficialmente, además de las labores domésticas.

Carmen Frías y Pedro Rújula han analizado los censos altoaragoneses de la misma época, donde encontramos analogías de las que nos podemos servir. En primer lugar, las clasificaciones profesionales son confusas. Hay que tener en cuenta el modo de recogida de los datos, muy análogo a cualquier formulario actual en el que hay que rellenar un dato de manera simplificadora. Se recoge en teoría la ocupación principal, lo que esconde una realidad más compleja. Las ocupaciones más directamente relacionadas con el sector primario son las de “propietario”, “labrador” y “jornalero”. Frías y Rújula interpretan que el término “propietario” se refiere a “aquellos cuyo nivel de vida les permite la contratación de asalariados para la explotación de sus propiedades”

2. En Aguilar solo encontramos a uno, Francisco Muñoz

Remón, cuyo perfil claramente encaja con el señalado en su condición de cabeza de una familia manifiestamente acomodada

3.

Más confuso es el término “labrador”, de dominio claro en Aguilar, constituyendo el 53,9% de los electores, por ejemplo, en el censo de 1902, un total de 69. Este, según Carmen Frías, parece referirse a aquellos propietarios cuyas explotaciones no se trabajaban con mano de obra asalariada, aunque también puede referirse a titulares de contratos de arrendamiento o de aparcería.

El término “jornalero” tampoco está exento de confusiones. Podría denominar a los asalariados a tiempo completo, carentes de propiedades, pero también a aquellos titulares de ínfimas y pequeñas propiedades, cuya explotación es insuficiente para mantener al grupo familiar. En este sentido Carmen Frías ha detectado, para el caso de Huesca, que algunos “jornaleros” aparecían también como contribuyentes en otras fuentes, lo que significa que tenían propiedades o contratos de arrendamiento y que no eran puramente jornaleros. En el censo de Aguilar de 1902 aparecen 15, siendo solo un 11,7% de los censados. Un estudio de la contribución rústica en Aguilar nos daría una idea más exacta de los parámetros en los que nos movemos, aunque posiblemente no diferirían mucho de los expuestos.

1 Archivo Histórico Provincial de Teruel, Delegación Provincial de Estadística de Teruel. Censos

electorales. Censos electorales del Ayuntamiento de Aguilar del Alfambra de 1897 (ES-AHPTE-ESTADÍSTICA-2-147), 1899 (ES-AHPTE-ESTADÍSTICA-3-5), 1902 (ES-AHPTE-ESTADÍSTICA-4-5), 1904 (ES-AHPTE-ESTADÍSTICA-4-283) y 1906 (ES-AHPTE5-4).

2 FRÍAS CORREDOR, C. y RÚJULA LÓPEZ, P. “Propiedad de la tierra y relaciones sociales en el campo:

Huesca durante la segunda mitad del XIX”. En, Tierra y campesinado: Huesca, siglos XI-XX. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1996, p. 159.

3 Sabemos que don Francisco Muñoz Remón contaba con un gran patrimonio en tierras agrícolas y de

pasto, y que contrataba para la collida a segadores que dallaban con corbello (hoz) en lugar de con dalla (guadaña), lo que era más caro pero permitía un mejor aprovechamiento del cereal al hacer mejores gavillas y desperdiciarse menos grano en el proceso, por lo que la inversión quedaba compensada. Episodio referido por Victoria Alquézar.

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CENSOS (años)

1897 1899 1902 1904 1906

Labradores 71 73 69 76 75

Jornaleros 14 14 15 18 17

Propietarios 1 1 1 1 1

Pastores 21 21 20 20 19

Sastres 3 2 2 2 2

Molineros 1 2 2 2 1

Caldereros 1 1 2 2 2

Carpinteros 1 1 2 4 4

Herreros 2 2 2 3 3

Alpargateros 1 2 2 2 2

Tejedores 2 2 2 2 2

Zapateros 1 1

Hojalateros 1 1 1 1 1

Esquiladores 1 1 1 1

Tenderos 1 1 1 1

Mineros 1 1 1 1 1

Secretarios 1 1 1 1 1

Maestros 1 1 1 1

Ministrantes 1 1 1

"Inútil" 1 1 1 1

Párrocos 1 1

Alguaciles 1 1

Eclesiásticos 1

TOTAL 126 130 128 141 134

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En el caso de Huesca los profesores Frías y Rújula señalan que “el altísimo porcentaje de pequeña e ínfima propiedad hace suponer que la oferta de trabajo para las explotaciones mayores” era cubierta “por pequeños e ínfimos propietarios, que dispondrían, a través del jornal o de contratos de arrendamiento o aparcería, de un medio para completar su subsistencia y asegurar la reproducción del grupo familiar”

4. Sin embargo, este modelo solo es parcialmente

trasladable al caso de Aguilar dada la preponderancia en los censos de “labradores”, campesinado propietario, frente a la reducida presencia de jornaleros, como mucho propietarios de pequeñas e ínfimas propiedades

5.

Muestra de la gran importancia histórica que tuvo la ganadería en la economía aguilarana es el notable número de pastores censados en 1902, un total de 20. La nómina de oficios en dicho censo, tomado a modo de ejemplo, se diversificaba con la presencia de dos molineros (Juan Blasco Aparicio y Pedro Lou Izquierdo), dos sastres (Pedro Bayo Barea y Pablo Marzo Marco), dos carpinteros (Pedro Blasco Galindo y Eugenio Galindo Alegre), dos caldereros (Pedro Blasco Bayo y Bernabé Blasco Ferrer), dos herreros (Gregorio Galindo Alegre y Alejandro Torres Teruel), dos alpargateros (Lorenzo Gómez Paricio y Justo Josa Novella), dos tejedores (Miguel San Francisco Sanz y Vicente San Francisco Bayo), un hojalatero (Santiago Blasco Escuder), un esquilador (Juan José López Mateo) y un zapatero (Narciso Sancho Artero).

Podemos completar la nómina anterior con los datos que nos ofrece Timoteo Galindo para el primer tercio del siglo XX en su obra Notas para la historia de Aguilar del Alfambra. Sastres propiamente dichos hubo dos consecutivos, la familia de don Pablo Marzo, primero, y la de don Vicente Josa, después. Mucho antes hubo un sastre de “calzones a la antigua usanza”, la familia de don Perico Bayo. Respecto a los caldereros estuvieron la familia de don Blas del Barrio Pérez, la familia de don Pablo Valero, la don Bernabé Blasco y la de su hijo Pedro.

Igualmente, Timoteo Galindo menciona que las familias de don Justo Josa y Manuel Pérez obraron esparteñas o alpargatas, y relata la existencia de dos telares (el de la familia San Francisco y el del abuelo de don Damián Moya), pellijeros (la familia de don Máximo Blasco confeccionaba todo tipo de útiles y aperos de cuero), cesteros (el trabajo del mimbre lo realizaron hasta cuatro familias emparentadas entre sí), boteros y relojeros (los dos oficios eran ejercidos por don Santiago Sancho), canteros (don Marco Patricio y familia, encargados de la talla de pilas, ruedas de molino y piedras de afilar, producción que se exportaba en parte al Bajo Aragón), aljezadores y albañiles (la nómina de fabricantes de yeso y albañiles es muy larga, hasta once sin contar los eventuales) y trabajos de artesanía a tiempo parcial del hueso, el cuerno, el pelo de caballo y la realización doméstica de zuecos

6.

Estos oficios artesanos, más que un sector secundario propiamente dicho, eran dedicaciones no agrarias enmarcadas en “una actividad casi completamente subsidiaria del sector primario, dado que nos hallamos ante ocupaciones relacionadas con las necesidades específicas de una mayoría campesina”

7. Así, estos oficios proporcionaban en gran medida “los servicios precisos

a estas comunidades rurales para mantener una cuasi autosuficiencia”8.

4 FRÍAS CORREDOR, C. y RÚJULA LÓPEZ, P.: 1996, op.cit., p. 160-178.

5 De hecho, gran parte de la mano de obra contratada para la casa Muñoz por don Francisco Muñoz

Remón eran cuadrillas forasteras. Episodio referido por Victoria Alquézar.

6 GALINDO GUILLÉN, T.: Notas para la historia de Aguilar del Alfambra, 1985, pp. 272-274.

7 FRÍAS CORREDOR, C. y RÚJULA LÓPEZ, P.: 1996, op.cit., p. 148.

8 ROMERO SALVADOR, S. “La suplantación campesina de la ortodoxia electoral”, L’Avenç, 1999, p. 89.

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Antigua cantera de piedra de amolar en el Cerrico. Fotografía de Ivo-Aragón.

Los oficios y el número de personas que los ejercieron se mantuvo más o menos estable en los distintos censos, aunque hay que apuntar un crecimiento del número de herreros en 1904, que pasaron de dos (Gregorio Galindo Alegre y Alejandro Torres Teruel) a tres (a los anteriores se añadió Blas Blasco Escuder), y el rápido aumento del número de carpinteros, de solo uno en 1897 (Pedro Blasco Galindo) a cuatro en 1904 (Eugenio Galindo Alegre, Cesáreo Galindo Izquierdo y Francisco Martín Villarroya, además del antes mencionado). Completando las informaciones censales para fechas algo posteriores, Timoteo Galindo cita como herreros a don Alejandro Torres y a su hijo Inocencio, y a don Gregorio Najes y a su hijo Manuel, sucedidos por los últimos herreros de Aguilar, don Gregorio Najes y doña Plácida Guillén. En cuanto a los carpinteros, recuerda a Cesáreo Galindo y su esposa, Carmen Izquierdo, a quienes les sucedieron sus hijos, Manuel Galindo y esposa, Josefina Sangüesa, y Francisco Galindo y esposa, Piedad Grao. Menciona también a Pedro Joaquín Pérez Sancho y a la familia de Marcos Grao Paricio.

Concluyendo con los censos, encontramos solo un tendero, y como representante de la administración, un secretario (Gaspar Izquierdo Simón) y un maestro (Sebastián Campos Arguedas). A partir de 1902 se recoge la presencia de un ministrante o practicante (Lope García García en 1902, y Eduardo Sancho García en 1904 y 1906) para prestar los servicios médicos en materia de cirugía menor, por lo que vemos se mantuvo cierta continuidad con lo detectado desde el siglo XVII en Aguilar, la presencia de oficios relacionados con los servicios sociales de provisión vecinal a través del concejo, primero, y del ayuntamiento, después. En los servicios religiosos aparece un párroco en 1897 y en 1899, y un eclesiástico sin determinar en el censo de 1906 (quizás asociado a la figura del párroco coadjutor y a la vivienda homónima). Significativamente, la única persona que debía prestar su fuerza de trabajo enteramente fuera de la población de Aguilar era un minero, Juan Ortiz Bayo, que se cita en todos los censos. Finalmente, aparece clasificado como “inútil”, o sea, imposibilitado para trabajar por algún motivo (no hay que entenderlo despectivamente sino achacarlo a la crudeza del lenguaje de aquella época), a un censado, Fabián Blasco Torres.

SERGIO BENÍTEZ MORIANA

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EL ÚLTIMO HERRERO EN AGUILAR DEL ALFAMBRA (III)

En Egipto y Persia se empleó la herradura de metal atada al casco del animal por medio de correas. El herraje que hoy conocemos, es decir, con clavos, se inició en el año 400 d.C. Para herrar adecuadamente una caballería se requiere el conocimiento de la fisiología y anatomía de las extremidades del animal para no alterar sus funciones de modo negativo.

El calzado de las caballerías: a) evita la inutilización temporal de los animales de labor debido al desgaste de los cascos, puesto que una caballería desherrada para compensar el desgaste realizado en una jornada de trabajo tendrá que reposar de dos a nueve días, según las condiciones del suelo; b) ayuda de modo eficaz y decisivo al tratamiento de varias enfermedades del casco; c) actúa como palanca encargada de impulsar el cuerpo durante la marcha. Con un calzado adecuado la relación de beneficios que los animales obtienen son incalculablemente mucho mayores que si están descalzos.

A continuación se van a describir los pasos que seguía en este proceso Gregorio Najes Galindo, el último herrero de Aguilar, desde levantar las herraduras usadas hasta el clavado de una después de desbastar.

Introducción

Hay dos sistemas de herraje, el estilo inglés, en el cual es el propio herrador el que sujeta las manos y pies del animal (utiliza la cuchilla inglesa para el corte del casco y la escofina para nivelar la palma), y el estilo español, o como se le conoce en todo el mundo, a la española, en el cual un ayudante o el mismo dueño de la caballería sujeta las patas, en tanto que el herrador ejecuta las acciones propias del herrado (utiliza la tenaza de cortar el casco y el pujamante

(fig. 1), o pujavante, para aplanar la palma). El sistema que utilizaba Gregorio era el segundo, a

la española.

Para asentar la herradura en una caballería existen dos técnicas: el herraje en frío y el herraje a fuego o en caliente. La técnica más común, y que habitualmente practicaba Gregorio, es el herraje en frío, más rápido y económico. Simplemente se requiere que el desbastado del casco y la herradura estén correctamente nivelados. El asiento en caliente es mejor porque se adopta con más facilidad la forma adecuada, aunque también es preciso que la herradura y el desbastado estén parejos. La duración de uno de estos herrajes dependía del dueño de las caballerías, pero lo normal para el buen apoyo del animal era de diez a catorce semanas.

El calzado de las caballerías

En el proceso del herrado lo primero era contar con alguien que sujetara las patas. Una caballería dócil se podía atar mientras se realizaba la tarea, pero alguna tendía a moverse y requería de otra persona que la retuviera. La mayoría de los animales se relajaban con caricias suaves sobre la cabeza y el cuello. En caso contrario, se tenía que recurrir al trabón (fig. 2) y a las cuerdas para sujetarla y poder realizar la tarea adecuadamente.

La operación consistía en enlazar la cola con una cuerda a fin de sujetar mejor los pies, que un ayudante levantaba al mismo tiempo que otros dos, teniendo asidos los extremos de la cuerda, tiraban en sentido opuesto, colocándose el herrador en medio. También se encolaba con una cuerda que únicamente sujetaba la persona que mantenía levantado el pie del animal, aunque las cuerdas debían pasar siempre por la anilla del trabón para evitar las rozaduras de la cuartilla, que siempre resabiaban a los animales y les dejaban huellas indelebles. Las mismas cuerdas y trabón servían para cuando había que sujetar las manos de las caballerías. La más larga atravesaba la anilla del trabón y se pasaba por la cruz del equino, y una o dos personas tiraban de ella para levantar la mano.

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Una vez sujeta la pata por el ayudante, Gregorio procedía a levantar la herradura vieja. Para ello utilizaba la cuchilla (fig. 1) por el lado romo, con un filo más obtuso, con el objetivo de desdoblar los remaches de los clavos al ser golpeada con el martillo de herrar. Los golpes debían ser fuertes y secos. Después, se servía de una tenaza de cortar clavos (fig. 1) para extraerlos y hacer los remaches sobre la tapa del casco. La palanca con la tenaza debía realizarse siempre siguiendo la dirección de la herradura y hacia adentro. Si se hacía fuerza hacia el costado, los clavos rompían la pared del casco. Al hacer palanca y levantar la herradura se podían extraer los clavos con pocos tirones bien firmes, o se podían sacar uno a uno haciendo palanca con la tenaza hasta que la herradura se hubiera liberado.

Para limpiar la palma y la ranilla (fig. 3) de manos y pies de las caballerías se utilizaba el limpia cascos. Gracias a esta operación se podía ver claramente el trabajo a realizar. No se debía retirar la basura y los restos de arena con la cuchilla ni con ninguna otra herramienta, ya que perdían rápidamente el filo. Al limpiar la palma y la ranilla solo se debía eliminar el material que se encontraba suelto. El objetivo era descubrir el límite entre la pared que creció y lo que debía permanecer en la mano o en el pie del animal. Se debía conservar la forma natural de la ranilla para que pudiera cumplir su función. Al obtener los puntos naturales de corte de los talones (fig. 3), Gregorio comenzaba a recortar con una tenaza de cortar cascos (fig. 1) la muralla o pared crecida (fig. 3). El corte se realizaba siguiendo la unión entre esta última parte y la palma, utilizando media tenaza para cortar y media para tomar guía (siempre perpendicular al plano que deseaba obtener). De esta manera conseguía un corte parejo, sin escalones.

Fig. 1. De izquierda a derecha: cuchilla, tenaza de

cortar el casco, martillo, pujamante, tenaza de cortar

la punta de los clavos y escofina. Fotografía de Manuel Najes Guillén.

Fig. 2. Trabón en el centro, torcedores en los lados.

Fotografía de Manuel Najes Guillén.

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Después de recortar la pared crecida pasaba a emparejar el casco para lograr un buen asiento de la herradura. Esto lo hacía con el pujamante, empujando del mango con una mano desde los talones hacia las pinzas (fig. 3) y con la otra sujetando el casco. El resultado de espalmar (fig. 4) era el arranque de virutas del casco similar a las que produce un cepillo de madera. Gregorio realizaba esta operación indistintamente con las dos manos, ya que tenía la misma habilidad con la diestra que con la zurda. Esto le permitía realizar el emparejado del casco sin cambiar de posición. Terminaba espalmando en sentido opuesto con el peligro de que la operación se realizaba con el corte del pujamante orientado hacia el ayudante, por lo que podía lastimarle. No tengo constancia de que nunca se diera este tipo de accidente.

Como resultado de todas estas operaciones, al presionar las palmas de los animales con el dedo pulgar, estas se debían encontrar duras y firmes. Si al presionar la palma estaba blanda era porque se había recortado más allá de los límites naturales, por lo que la caballería sentía dolor. El paso siguiente era eliminar con el lado fino de la escofina (fig. 1) el material sobrante de la pared dorsal del casco (fig. 3), de modo que se descubría definitivamente su forma y tamaño. La siguiente etapa era colocar la herradura.

Fig. 3. Partes del casco. Fuente: Equitacionhipica (micompi).

Elección y clavado de la herradura

La herradura debía cubrir la totalidad del casco del animal pero sin que sobresaliera por sus costados. Solo en las cuartas partes (fig. 3) era un poco más ancha (dos milímetros de descanso) para dar soporte a la dilatación horizontal del pie o la mano cuando lo apoyaban sobre el piso. Gregorio ya tenía las herraduras “apañadas”, forjadas en frío (como se describió en la segunda parte de esta serie de artículos) y colgadas en la pared de la herrería. Con un palo que llevaba en un extremo una pieza de hierro con forma de V procedía a retirar las herraduras sin medir previamente el casco, simplemente con la observación, es decir, “a ojo”.

Es posible que de la misma observación, antes de comprobar la herradura en el casco de la caballería a herrar, realizara algún pequeño retoque sobre el yunque de la herrería. El herraje lo realizaba, generalmente, en la Plaza de la Herrería y en este espacio no disponía de yunque, por lo que de no ajustarse la herradura tenía que desplazarse nuevamente a terminar de darle (en frío) la forma adecuada para el casco de cada animal. En algún caso tenía que desplazarse un par de veces, aunque no era lo más común.

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Figs. 4 y 5. Espalmado con pujamante y clavado de la herradura. El aplanado de la palma y el clavado de los clavos

eran las operaciones de mayor riesgo para la caballería. Fuente: J. ALCAÑIZ SAIZ, Manual del herrador, Espasa-Calpe, 1942.

El clavo a utilizar debía tener un calce perfecto en la clavera de la herradura. No debía esconderse en el agujero ni sobresalir demasiado, como mucho un milímetro sobre la cara en contacto sobre el suelo. Hay que tener presente que la punta del clavo tenía un bisel indicado por la estampa de la marca del fabricante. Tanto el bisel como la marca debían mostrarse hacia la ranilla. De esta forma, al penetrar el clavo por la línea blanca, la tendencia era la de salir por la pared dorsal del casco. Existían diferentes dimensiones de clavos de herrar: en función del tamaño del casco, forma de la cabeza y si se requería mayor o menor agarre sobre el terreno.

Una vez preparada la herradura Gregorio cogía los ocho clavos en una mano y el martillo de herrar en la otra, utilizaba la diestra y la zurda indistintamente según se tratara de mano o pie derecho o izquierdo (rama interna o externa de la herradura). La inclinación del clavo debía de ser paralela a la pared del casco. El bisel del clavo hacía que, luego, este saliera a la altura deseada. Debido a que la consistencia de las paredes nunca era la misma en cada caballería, Gregorio buscaba la inclinación correcta para cada caso. Los clavos se acompañaban, es decir, se sostenían con los dedos hasta que, por el sonido que producía el martillazo y por la resistencia que ofrecían, se estaba seguro de que penetraban por tapa firme y con la dirección debida, sacándolos en caso contrario y volviéndolos a clavar, variando su dirección o dándoles o quitándoles vuelta.

Gregorio colocaba un primer clavo en una rama, sin clavarlo del todo, y luego procedía a poner otro en la otra rama. A continuación, alternaba los golpes entre uno y otro para evitar que se corriera la herradura. Una vez clavados todos, doblaba la punta de los clavos con el borde de la cara del martillo, un martillo español, sin orejas (fig. 1). Después, procedía a cortar las puntas con las tenazas de cortar clavos (las mismas que utilizaba para levantar la herradura y remachar las puntas) hasta obtener un largo de 2 mm. La distancia entre el borde del casco hasta el punto de salida del clavo debía ser, aproximadamente, 1 pulgada (25,4 mm). Se evitaba dañar a la caballería y se evitaba, además, quebrar la pared por clavos demasiado bajos.

La herradura se ajustaba golpeando la cabeza del clavo y apoyando la tenaza de cortar clavos sobre el extremo del clavo cortado y doblado. Lo golpeaba solo hasta que el remache hubiera ajustado. Un exceso de golpes con el martillo hacía que se quebrara la pared del casco por debajo del remache. El ajustado de la herradura se terminaba haciendo palanca con las tenazas de cortar clavos y golpeando con el martillo en los talones de la herradura para ajustarlos a los talones del casco (fig. 3). En la parte de las pinzas o lumbre (fig. 3), si sobresalía ligeramente el casco, lo cortaba con la cuchilla por el lado más agudo de la misma.

Con el lado fino de la escofina limpiaba los trocitos de pared que producían los clavos al salir y con la lima pulía los extremos de los remaches. Para observar la terminación del calzado de la herradura se dejaba que la caballería apoyara la pata sobre el suelo.

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Herraduras levantadas

En el herrado, como se ha descrito anteriormente, después de tranquilizar al animal había que proceder a levantar la herradura usada (vieja). ¿En qué consistía calzar o clavar una herradura levantada? En volver a utilizar las herraduras viejas que aún se encontraban en buen estado. Al levantar las herraduras se deformaban al hacer palanca con las tenazas, por lo que era necesario forjarlas en frío para adecuarlas de nuevo al casco y volver a clavarlas, siendo el proceso el mismo que si fueran nuevas. El volver a utilizar las herraduras viejas (reciclado) tenía un ahorro de material (acero), energía (carbón) y mano de obra. El coste del herrado con herraduras viejas era la mitad que con las herraduras nuevas.

Espacios y lugares donde Gregorio calzaba a los equinos

Una máxima que siempre ha tenido mi padre con respecto al calzado de las caballerías (caballos, mulos y asnos) ha sido, además de la calidad, la rapidez en la operación. Si se prolongaba en el tiempo “se cansa el ayudante o dueño, y se cansaba la caballería”. Hay que destacar que un día llegó a poner 63 herraduras, esto demuestra la soltura que tenía en el arte de herrar. En Aguilar del Alfambra, el lugar donde realizaba el herraje era en la llamada Plaza de la Herrería, hasta 1974, por el espacio disponible para poder atar, en las anillas, a los animales. Además de herrar para los del pueblo, acudían de otras localidades vecinas y circundantes: Ababuj, Camarillas, Jorcas, Allepuz, El Pobo, Aliaga y Miravete. En ocasiones también se desplazaba a herrar a Allepuz; lo hacía durante un día o dos y venían a recogerle. También iba, puntualmente, a Aliaga a herrar los burros de la empresa que realizaba la colocación de los postes del tendido eléctrico (los utilizaban de animales de carga para el transporte de los materiales debido a lo accidentado del terreno), a calzar el mulo de los hermanos Royo de la carnicería y a la yegua del bar La Parra.

Precios por el herraje de las caballerías

Año 1947, en pleno apogeo de la actividad:

Por herrar la burra (cuatro herraduras nuevas) 14 ptas

Por herrar la burra (cuatro herraduras levantadas) 7 ptas

Por herrar el macho (cuatro herraduras nuevas) 16 ptas

Por herrar el macho (cuatro herraduras levantadas) 8 ptas

Por herrar la yegua (cuatro herraduras nuevas) 20 ptas

Por herrar la yegua (cuatro herraduras levantadas) 10 ptas

Año 1984, cuando prácticamente habían desaparecido las caballerías en el pueblo de Aguilar:

Por herrar el macho (cuatro herraduras nuevas) 2000 ptas

Por herrar una yegua (una herradura nueva y tres levantadas) en Aliaga 2590 ptas

Año 2014:

Por herrar un caballo (herradores itinerantes) entre 50 y 60 €

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Herrado en caliente

El herrado en caliente, también denominado a fuego, no se practicó antes del siglo XVIII. La primera referencia escrita de esta técnica es de 1736. ¿En qué consiste? El herrado en caliente consiste en la aplicación sobre la cara plantar del casco, ya emparejado y correctamente aplanado, de la herradura en caliente (con un color negro o cereza oscuro), que se mantiene durante pocos segundos en dicha posición, de forma que el herrador puede apreciar si el tamaño y contorno de la herradura se adaptan a los del casco. Durante este proceso se produce una película de carbón correspondiente a la primera capa de sustancia córnea del casco que se carboniza al contacto con la herradura caliente, lo que va a permitir después un ajuste perfecto. Siempre que la técnica se realice correctamente, es evidente que no se va a producir dolor ni daño en los tejidos subyacentes debido a que el tejido córneo es mal conductor del calor. El resto del proceso de herrado es idéntico al del herrado en frío.

Cansancio de las caballerías debido al peso de las herraduras

Al principio de este artículo se han descrito los beneficios que se obtenían en el herrado de las caballerías. Frente a ello, un inconveniente sería el peso de las herraduras. Con frecuencia se ignora el grado en que unas herraduras pesadas pueden cansar a una caballería. Si cada herradura de una caballería tiene una masa de 0,5 kg y, si el animal da 30 pasos por minuto (suponiendo que en cada paso levanta una mano y el pie contrario) realiza el esfuerzo de levantar 9,8 N en cada paso, y en un minuto 294 N. Al final de una jornada normal de 8 horas el peso que levantará, debido a las herraduras, será de 141.120 N.

Suponiendo que levanta las patas 4 cm del suelo, en las 8 horas realizaría un trabajo de 5644,8 J y desarrollaría una potencia de 0,2 W. Cuando se considera que este peso adicional de las herraduras se sitúa al final de un largo brazo de palanca, resulta más fácil comprender el esfuerzo que la caballería debe realizar durante su jornada laboral, así como la contribución de las herraduras pesadas al esfuerzo de los miembros y al cansancio.

El esfuerzo que representa el transporte de las herraduras no es tan insignificante como puede parecer a simple vista (caso de un caballo de carreras). Suponiendo que las cuatro herraduras tengan una masa de 2 kg, que el tranco de trote o de galope sea de 4 m y que el caballo eleve sus cascos a 35 cm, por cada km recorrido el trabajo que realiza el caballo es de 1.715 J o

175 kpm; el trabajo que realiza un caballo de 500 kg durante 1 km para elevar su propio peso

es de 428.750 J, de lo que se deduce que el trabajo que realiza el caballo para levantar las herraduras supone un 0,4% frente al trabajo total.

Si la velocidad media al galope es de 20 km/h el tiempo que tardará en recorrer 1 km será de 180 s, y tendrá que desarrollar una potencia debido al peso de las herraduras de 9,5 W. Por esta razón se ha procurado siempre reducir el peso de las herraduras como medio de favorecer la velocidad, fabricándolas de aluminio o de cualquier otro metal o aleación más ligero que el acero, llegando algunos preparadores hasta el extremo de suprimirlas, haciendo que sus caballos corran desherrados.

Fig. 6. Herrado en caliente. Fuente: www.eki.es.

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Contrato de regencia de establecimientos de herraje

Este documento recoge en tres hojas las condiciones que se exigían para la apertura o mantenimiento de un establecimiento de herraje y la consecuente autorización del Colegio Provincial Veterinario. Contenía los siguientes apartados:

Legislación vigente

En él se consideran como funciones exclusivas del Veterinario la práctica de la vacunación en los animales, la asistencia médica y quirúrgica de los mismos y la dirección del ejercicio del herrado.

Intrusismo en veterinaria

Código Penal: delitos y sus penas, y faltas.

Clausulas generales / Clausulas particulares

Primera.- El establecimiento instalado en Aguilar, Calle Mayor, n.º 14 de Herrería se practicará el herraje por el herrador D. Gregorio Najes Galindo con absoluta independencia económica e industrial del Veterinario que regenta, reservándose este el control técnico-sanitario de conformidad con lo prevenido en la legislación vigente.

Segunda.- El contratante herrador deberá adquirir por su cuenta las herramientas y útiles en general que a juicio del Veterinario D. Gerardo Poveda Ortega sean considerados como necesarios para el normal cumplimiento del servicio, siendo igualmente de cuenta del herrador la adquisición de los materiales que, como herraduras, clavos, etc. precise el establecimiento.

Séptima.- Por la cesión del establecimiento de herraje y por los derechos a la práctica del mismo, el herrador pagará cincuenta y tres pesetas mensuales al veterinario D. Gerardo Poveda Ortega.

Octava.- El tiempo de duración de este contrato será de dos años prorrogables.

Así lo acuerdan y convienen ambos comparecientes, en presencia de los testigos, D. Eugenio Galindo Mallén y D. Amado Paricio Villarroya, ambos mayores de edad y de esta vecindad, y en prueba de lo cual firman todos en la localidad y fecha indicadas.

Providencia

Visto lo estipulado en este contrato y hallándose en un todo conforme a los preceptos estatuidos por este Colegio, se autoriza la apertura (o continuación) del mencionado establecimiento de herraje, según el acuerdo adoptado en Junta Directiva en Teruel a treinta y uno de Julio de mil novecientos cuarenta y ocho.

Teruel, 31 de Julio de 1948

MANUEL NAJES GUILLÉN

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PATRIMONIO AGUILARANO. CASAS SOLARIEGAS ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII

En el número 7 de Aguilar Natural expusimos cómo el origen medieval del casco urbano de Aguilar se debió encontrar en el haz de calles localizado entre la ermita de Santa Celestina y la Calle Mera. Se distinguía por un urbanismo de aspecto abi-garrado, solares más bien uniformes, el desarrollo lineal de los viales y un retranqueo de fachadas uniforme.

La anterior pauta urbanística cambió a partir del siglo XVI con solares desiguales, un urbanismo orgánico con numerosos espacios abiertos y calles de trazado sinuoso. Esta es la trama urbana predominante por extensión en la actualidad y la que singulariza a nuestro pueblo debido a que estos rasgos son más patentes que en otros del entorno.

La formación de un urbanismo más esponjado estuvo condicio-nado por la evolución de la vivienda al aparecer casas más grandes y con diversos anexos (corrales, eras, arreñales, gra-neros y huertos).

Así, en sendos documentos del año 1696 se citan “[…] una casa situada en dicho lugar que confrenta con el arreñal de Miguel Martín y arreñal de Pedro Paricio […]” y “Así una casa que yo tengo sita en dicho lugar de Aguilar con guerto, hera, y paxar todo contiguo que confrenta con arriñal de los herederos de Miguel Valero y con hera y paxar de Miguel Lucía, vecino de dicho lugar y tres casas del pueblo y calles”

9.

9 AHN. Clero Secular. Iglesias parroquiales, colegiatas y ermitas. Iglesia de San Pedro de Aguilar de

Alfambra (Teruel). ES.28079.AHN/3.2.2.1188. 1 Legajo.

Casa de Marcelo o de los Pelaires, uno de los más bellos ejemplos de arquitectura aguilarana en riesgo inminente de perderse junto con las evocadoras ruinas de la ermita de Santa Celestina. Fotografía de Chusé Lois Paricio Hernando.

Escudo de la casa de los Pelaires. Fotografía de Sergio Benítez Moriana.

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La distribución interior prototípica de este tipo de vivienda sería como el de la antigua y desaparecida casa de la familia Martín-Sebastián (siglos XVI-XVIII), que tenía frente a ella una majada y pajar. Constaba de un patio de entrada que antecedía a la fachada principal, tras la cual se encontraba el zaguán. Este espacio hacía de distribuidor a la cuadra (que probablemente contaría con acceso independiente desde el patio), a la cocina, al amasador y a una sala. Igualmente de allí arrancarían las escaleras que llevaban a dos habitaciones y a los graneros

10.

De esta época solo nos quedan, que sean datables, cinco casas

11. La más antigua es la del Cura, con un origen medieval;

en la reciente restauración de la cubierta aparecieron tejas fechadas en 1499

12. Sin embargo, las profundas transfor-

maciones que ha sufrido el inmueble hacen que no sean reco-nocibles los elementos arquitectónicos originales. A conti-nuación se encuentra la conocida como casa de Marcelo o de los Pelaires, de 1534. Con bellos arcos adovelados y un curioso escudo sobre uno de ellos, hoy en día se encuentra en un lamentable estado que amenaza ruina. Una verdadera des-gracia para el patrimonio de Aguilar dado su valor arqui-tectónico y la plasticidad de sus fachadas principales.

10

Descripción basada en el inventario de la vivienda: AHPZ. Real Audiencia de Aragón. Civil. Pleitos civiles (1712-1870). ES-AHPZ-J-010099-000002.

11 Nos referimos a casas en el casco urbano, ya que la masada del Cerrado Galindo también es de los

siglos XVI-XVII, siendo la referencia documental de la más antigua de 1634. AHPZ. Real Audiencia de Aragón. Civil. Pleitos civiles (1712-1870). ES-AHPZ-J/010806/000014.

12 Agradecemos la información de las tejas de la casa del Cura a Teófilo Izquierdo.

Casa Rubio. Fotografía de Ivo-Aragón.

Cerramiento original del balcón abierto a la calle Centro de la casa de los Romeros. Fotografía de Chusé Lois Paricio Hernando.

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Junto a la vivienda mencionada se levantan, en calle Mayor, la casa Rubio, la de los Romeros y la de don Florencio Esco-rihuela. La datación de todas ellas oscilaría entre los siglos XVI y XVII, pudiendo prolongarse su cronología en todo caso hasta el XVIII, atendiendo a ciertos elementos arquitectónicos co-munes, si bien la de don Florencio (hermosamente restaurada) presenta algunas especificidades que la diferencian un tanto.

Comparten el plano en forma de “ele” con un patio que antecede a las fachadas principales, aunque en algunos casos esta planta puede no ser la primigenia y obedecer a ampliaciones del edificio original, como podría suceder en las casas de don Florencio Escorihuela y en la Rubio.

Casa de don Florencio Escorihuela. Debido a la presencia de elementos como pilares de piedra tallados, bóvedas y un excelente trabajo de sillares en los vanos, se ha especulado con que la vivienda fuera en su origen un convento. Sin embargo, este es un extremo que parece poco probable y que no ha podido confirmarse hasta el momento de manera documental. Fotografía de Ivo-Aragón.

Casa de los Romeros. Esta vivienda, hoy repartida en varias propiedades, ha sido afortunada y bellamente restaurada en las fachadas que dan a la calle Mayor y parte de la calle Centro. El trabajo de carpintería original de los cerramientos de los vanos era de gran mérito y belleza. Fotografía de Chusé Lois Paricio Hernando.

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Por otra parte, existen ciertas coincidencias de detalle pero significativas. La primera es que tanto la casa Rubio como la de Marcelo o de los Pelaires cuentan con ménsulas semejantes en el portalón de ingreso al patio, mientras que esta puerta en la casa de los Romeros es un bonito arco de medio punto do-velado inserto en un apreciable muro de sillarejo.

El portalón de acceso al patio de la vivienda de don Florencio podría ser posterior al edificio. No cuenta con ménsulas ni es un arco de medio punto, aunque se aprecia el arranque de uno integrado en la fachada que da a la calle Mayor de notables di-mensiones (con dovelas de tamaño realmente impresionante) que hoy está tapiado, y que no daba acceso al patio sino al interior de la propia vivienda.

Ménsulas de la casa de Marcelo y casa Rubio. Fotografías Ivo-Aragón.

La segunda coincidencia es que tanto la casa de Marcelo como la de los Romeros cuentan con un alero de madera semejante con sencillos canecillos labrados, mientras que el alero de la casa Rubio y el de la vivienda primigenia de don Florencio son una meritoria obra de teja y ladrillo. Esta última presenta también aleros de madera en zonas que corresponden a lo que parece una ampliación posterior y que presentan una elabo-ración menor.

Aleros de las casas de don Florencio Escorihuela, de los Romeros y Rubio. Fotografías Ivo-Aragón.

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El tercer indicio es que estas viviendas cuentan con un balcón corrido integrado en las fachadas de menor longitud. En las casas de Marcelo, Romeros y Rubio tienen orientación Sur, mientras que la de don Florencio mira a poniente y, más que un balcón, es una fachada retranqueada bajo un alero de mayor vuelo, un aspecto de carasol que es mucho más patente en la casa de los Romeros. Por su parte, en la casa Rubio los balcones aparecen tanto en la primera como en la segunda planta (confiriendo una singular belleza a la fachada), aspecto que debió ser común a la de Marcelo, con trazas de haber tenido en tiempos también una doble balconada, siendo tapiado en algún momento el balcón de la primera planta.

Todos estos elementos arquitectónicos presentes y comunes en distinta proporción en las viviendas analizadas parecen revelar una cronología común, siglos XVI a XVII a partir de la datación de la casa de Marcelo (1534). Las dimensiones, la presencia de forjados y otros elementos de prestigio como el escudo, los arcos de dovelas, las ménsulas y las piedras de sillar labradas en esquinas y vanos nos permiten encuadrar a las familias que construyeron estas hermosas casas en el estrato acomodado de la sociedad aguilarana, por lo que nos encontraríamos ante un modelo de “casa solariega” de Aguilar en esta época.

IVO-ARAGÓN

Conjunto que forman las casas Rubio y de los Romeros

en la calle Mayor. Fotografía de Chusé Lois Paricio

Hernando.

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QUINTAS JORNADAS CULTURALES DE AGUILAR DEL ALFAMBRA. LA ARQUITECTURA

Se me pide que escriba una crónica-resumen de la Jornada Cultural celebrada en Aguilar en junio del año pasado sobre La arquitectura, y debo decir que al aprieto de tener que organizarla se une este de tener que escribir unas palabras sobre ella. En primer lugar el objetivo fundamental fue que la maravillosa gente de Aguilar, que con la celebrada en 2016 lleva seis años manteniendo y asistiendo a estas jornadas culturales, tomara conciencia de que la arquitectura, y especialmente la arquitectura popular, es tan importante como la naturaleza que circunda al pueblo.

Si queremos que el pueblo atraiga a la gente para contribuir a su futuro tenemos que cuidarlo, porque de momento, como dije en mi relato, la degradación que ha sufrido Aguilar es evidente y, entre otras cosas, provoca que se deprecie el valor de las propiedades, tanto las de quienes cuidan sus inmuebles como las de quienes no lo hacen. Solo hay que ver la fachada del pueblo desde la carretera, lo que hace que un potencial visitante no encuentre ningún estímulo para conocerlo, y añadí: “esperemos que la degradación no continúe y, a ser posible, se restaure".

El otro motivo era dar a conocer a un ilustre agui-larano, Juan Antonio Muñoz Gomez, al que la Gue-rra Civil segó su vida con sólo 41 años durante la batalla de Teruel. Así pues, la Jornada quedó es-tructurada en cuatro partes:

1.º La Arquitectura y la Arquitectura popular, que corrió a mi cargo como arquitecto-urbanista.

2.º La Arquitectura bioclimática y rehabilitación sos-tenible, que pronunció Margarita de Luxán García de Diego, doctora en Arquitectura y catedrática de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid.

3.º La Arquitectura y el Cine, tema que desarrolló Rafael Navarro Miñón, arquitecto, fotógrafo, artista plástico, actor, guionista y director de cine.

4.º Juan Antonio Muñoz Gomez. Arquitecto provin-cial de Teruel, autor, entre otras obras destacadas, del Ensanche de Teruel, que volvió a caer bajo mi responsabilidad ya que no pudo venir, por encon-trarse en la Universidad de Barcelona dando unas conferencias sobre El Modernismo en Teruel, el arquitecto de la Diputación Provincial, Antonio Perez.

Cartel de la V Jornada Cultural de Aguilar (David Guijarro).

Juan-Antonio Muñoz en el Diario de Teruel.

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Intervenciones de Fernando Inigo, Margarita de Luxán y Rafael Navarro, y aspecto de la sala. Fotografías de Chusé Lois Paricio Hernando.

En resumen, la Jornada nos vino a decir que el clima, los materiales y también la estructura social de cada pueblo influyen sobremanera en la disposición de la planta de las viviendas y en su íntima estructura. Estas características cambian de una época de la historia a otra debido siempre a su dependencia inmediata del factor social.

Las tradicionales edificaciones de los pueblos españoles presentan en cada región una particular fisonomía, fiel expresión de las condiciones geográficas específicas de cada zona. Pocos países de Europa pueden mostrar una riqueza y una variedad semejante a la de nuestras costumbres, realidad que se refleja en la extraordinaria diversidad de la arquitectura popular española.

Las viviendas populares las proyectaba y las construía el que las iba a habitar. Cada cual creaba su propio hogar atendiendo a sus necesidades y a sus gustos personales, y así cada vivienda tenía una personalidad, haciendo su propietario uso de su primitivo ingenio.

FERNANDO INIGO ZAERA

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