Basta Morir

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Basta morir Iris García Cuevas

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Obra de Teatro de Iris García Cuevas donde se narra el romance de una mujer confesado a un comandante de policía encargado de un asesinato. Esta mujer es una famosa escritora pero nadie sabe nada sobre su vida personal hasta que este policía escucha todo su relato.

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Basta morir

Iris García Cuevas

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“Como un dolor que avanza y se abre paso entre vísceras

que ceden y huesos que resisten, como una lima que lima

los nervios que nos atan a la vida, sí, pero también como

una alegría súbita, como abrir una puerta que da al mar,

como asomarse al abismo o llegar a la cumbre...”

Octavio Paz

Los trabajos del poeta

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Personajes

MARITZA ZALDÍVAR, escritora de novelas policiacas.

ARMANDO OJEDA, comandante de la policía judicial.

FERNANDO RODRÍGUEZ, poeta.

ANA TRUJILLO, abogada.

GUSTAVO TORRES, reportero de nota roja, joven, con vocación de detective.

ARTEMIO SÁNCHEZ, judicial.

Espacio

Una sala. Lo mismo será la del departamento de Maritza Zaldívar, la del

comandante Ojeda, la recepción de la oficina del Ministerio Público, la sala de

espera de un hospital y cualquier otra sala que sea necesaria.

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Maritza está sentada con los pies sobre el sofá. Viste ropa cómoda. Está descalza.

Hay hojas esparcidas por el suelo. Ella tiene algunas en la mano que lee y corrige

con un lápiz mientras se bebe un güisqui. Tocan el timbre. Ella lo ignora unos

momentos. Insisten.

MARITZA: (Tirando los papeles) ¡Puta Madre! (Gritando) ¡Ya voy! (Va a la puerta y

abre) ¿Sí?

OJEDA: (Entrando, con un libro de Maritza en la mano) ¿Maritza Zaldívar?

MARITZA: ¿Quién la busca?

OJEDA: Soy el comandante Ojeda. (Pausa) He leído sus novelas (Le muestra el

libro).

MARITZA: (Cortante) ¿Vino por un autógrafo?

OJEDA: (Contrariado) No. (Pausa) Me apena mucho lo que voy a decirle. (Pausa)

Se trata de su esposo.

MARITZA: ¿Esposo?

OJEDA: Fernando Rodríguez.

MARITZA: (Hace un gesto al comandante para que pase y cierra la puerta) Claro.

Mi esposo.

OJEDA: Lamento ser yo quien le dé esta noticia…

MARITZA: Al grano, comandante. Estoy ocupada.

OJEDA: Es que… Lo encontramos muerto.

MARITZA: (Termina el contenido de su vaso. Mantiene la calma) ¿Dónde?

OJEDA: En su departamento de Reforma.

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MARITZA: (Se sirve otro trago antes de contestar. Bebe un poco. Respira

profundo) Me alegro.

OJEDA: ¿Cómo dice?

MARITZA: (Viendo al comandante de frente) Que me alegro. Me alegra que esté

muerto. Me alegra saber que nunca voy a volver a verlo. ¿Eso es todo?

OJEDA: (Desconcertado) Aparentemente fue suicidio, pero el asunto no es claro

todavía. Estamos investigando (Pausa en la que se miran).

MARITZA: Bien, ya estoy enterada. Por favor cierre la puerta antes de salir.

Maritza recoge algunas hojas y vuelve a sentarse a corregir, el comandante Ojeda

permanece de pie junto a ella. La observa.

MARITZA: (Luego de un momento de incomodidad) ¿Se le ofrece algo más?

OJEDA: Sí, lamento molestarla, pero tengo que hacerle algunas preguntas.

Entiendo que estaban separados…

MARITZA: (Alterada) Desde hace tres años, así que no tengo ninguna información

que ofrecerle acerca de la vida de ese hombre.

OJEDA: ¿No habían vuelto a verse desde entonces?

MARITZA: Sí, más frecuentemente de lo que yo hubiera querido. Cada vez que se

quedaba sin dinero, estaba deprimido, se emborrachaba, o le pasaba algo

tremendo que le hacía comprender que yo era lo mejor que le había pasado

en la vida. Ya estaba harta. (Pausa. Respira profundo para recuperar la

calma. Bebe un trago. Mira a Ojeda con malicia) ¿Qué? ¿Acabo de

convertirme en sospechosa?

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OJEDA: (Sonríe) No. Un asesino procura ocultar su animadversión contra la

víctima. Creo que este exabrupto la descarta. Usted debería saberlo.

MARITZA: (Sonríe también) Quizá lo sé y sólo lo hice para confundirlo (Pausa)

¿Cuál dijo que era su nombre?

OJEDA: Ojeda (Le tiende la mano), Armando Ojeda, para servirle.

MARITZA: Mucho gusto (Estrecha la mano del comandante). Armando Ojeda

(Pausa) Me gusta ¿Me permitiría usarlo para un personaje?

OJEDA: (Sonríe visiblemente halagado) Si a usted le parece adecuado.

MARITZA: Si no me pareciera adecuado no lo sugeriría.

OJEDA: De acuerdo.

MARITZA: ¿Algo más, comandante?

OJEDA: Sí. Es necesario que se presente en la agencia del Ministerio Público, el

director de averiguaciones previas quiere hacerle un interrogatorio en

forma.

MARITZA: ¿Sobre qué? Usted dijo que fue suicidio…

OJEDA: Es lo más probable, pero todavía no se establece. Quizá usted o alguien

que lo conozca pueda darnos algún dato que indique otra línea de

investigación. Tenemos que descartar todas las posibilidades. Su esposo

era una persona conocida. ¿Sabe si tenía algún enemigo, problemas con

alguien?

MARITZA: Ni siquiera sé quiénes eran sus amigos. Su vida dejó de estar entre mis

prioridades desde hace mucho tiempo.

OJEDA: Entonces será cosa de rutina.

MARITZA: Y ¿tiene que ser justo ahora?

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OJEDA: Pues, entre más pronto…

MARITZA: Como comprenderá, si su vida no estaba entre mis prioridades, mucho

menos su muerte.

OJEDA: Es necesario.

MARITZA: No puedo. Tengo que terminar de corregir un texto que debo entregar

mañana.

OJEDA: Tengo una orden...

MARITZA: ¿Va a obligarme? Eso no sería muy cortés de su parte. (Pausa) Por

favor, hoy no.

OJEDA: Bueno, puedo decir que no la encontré y que arrojé el citatorio por debajo

de la puerta (Le entrega un sobre).

MARITZA: Gracias.

OJEDA: Pero tiene que presentarse mañana.

MARITZA: Se lo prometo.

OJEDA: Además, hay formas que llenar. Necesitamos que firme algunos

documentos y nos indique qué se debe hacer con el cadáver.

MARITZA: ¿Yo?

OJEDA: Usted seguía siendo su esposa, al menos legalmente. No puede dejar

pasar más de tres días o el cuerpo será enviado a la fosa común, o a la

escuela de medicina si corre con mejor suerte. (Pausa) A menos que me

indique a quién puedo comunicar el deceso para que reclame los restos y

se haga cargo de los trámites.

MARITZA: (Resignada) No, está bien. Iré mañana temprano al interrogatorio y

después de eso me ocuparé de todo lo que sea necesario.

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OJEDA: (Saca una tarjeta) Aquí está la dirección y mis teléfonos, para cualquier

duda.

MARITZA: Gracias.

OJEDA: (Nervioso) Y bueno, sé que no es un buen momento… (Mira el libro y a

Maritza) Perdón. Definitivamente no es un buen momento. No sé qué

estaba pensando.

MARITZA: Está bien, comandante. No se preocupe. La muerte de ese hombre no

es algo que pueda afectarme.

OJEDA: ¿De verdad está bien?

Maritza toma el libro y busca una pluma. Escribe. Lo devuelve a Ojeda quien lee la

dedicatoria y sonríe.

OJEDA: Gracias. Y una vez más le ofrezco una disculpa. Debí esperar…

MARITZA: No importa. Hasta mañana, comandante.

OJEDA: Hasta mañana, señora Zaldívar.

MARITZA: Maritza.

OJEDA: Está bien. Maritza.

Ojeda sale. Maritza cierra la puerta. Llora. Primero despacio, unas cuantas

lágrimas que intenta contener. Va hasta sus papeles. Intenta corregir pero el llanto

la vence. Rompe las hojas. Llora frenéticamente. Entra Fernando. La abraza por la

espalda. Ella se suelta, se deja caer en el piso y sigue llorando.

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FERNANDO: Maritza, ¿qué te pasa?

Fernando intenta abrazarla de nuevo. Maritza se suelta bruscamente y se aleja de

él. Fernando la sigue.

FERNANDO: ¿No vas a hablarme? ¿Por lo menos dime qué te pasa?

Maritza recoge algunos de los papeles que hay esparcidos por el piso y se los

arroja a la cara.

FERNANDO: (Viendo el contenido de los papeles) ¿Estuviste revisando mis

cosas?... (Tira los papeles, golpea con el puño cerrado una pared) ¡Puta

Madre! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? (Tratando nuevamente de

abrazarla) Eso no se hace, de verdad, no se hace.

MARITZA: (Empujándolo) Lo que no se hace es engañar a una mujer de esta

manera. No tienes madre, Fernando, no tienes madre.

FERNANDO: No te engañé.

MARTITZA: Pues está escrito de tu puño y letra, y creo más en tu diario que en

tus palabras.

FERNANDO: ¡Carajo!

Maritza irá recogiendo papeles y mostrándoselos a Fernando

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MARITZA: Ahora ya sé: La primera vez que se acostaron. Las veces que te

quedaste despierto pensando que la muy puta estaba revolcándose con

otro. Lo mucho que has sufrido desde que te mandó al demonio porque no

te quería. Y los poemas, Fernando, dijiste que eran para mí ¡y los escribiste

pensando en ella! No sé cómo pude ser tan idiota.

FERNANDO: Maritza. Tú no sabes cómo fueron las cosas.

MARITZA: Al contrario, ahora estoy mejor enterada que nunca. Por primera vez en

la vida sé lo que piensas, lo que sientes, lo poco que te importo, lo estúpida,

estúpida, que he sido…

FERNANDO: No me hagas esto...

MARITZA: ¿Y lo que tú me has hecho? ¿Eso no cuenta? Mi vida los últimos seis

años ha sido una mentira.

FERNANDO: Eso no es cierto. No es cierto.

MARITZA: Y todo porque no tuviste los güevos para decirme que ya no me

querías.

FERNANDO: Sí te quiero, te quiero mucho.

MARITZA: Pero no me amas. Allí lo dice, Fernando. No me amas. No soy más que

la mujer con la que coges cuando ella tiene mejores cosas que hacer. El

cuerpo al que te acercas para cerrar los ojos y pensar que es ella.

FERNANDO: Eso no es justo. Tú sabes que te quiero…

MARITZA: ¡No vuelvas a decirlo! ¡Me da rabia la maldita mediocridad del cariño

que me tienes! Qué vale ese cariño comparado al amor que sientes por ella.

(Busca entre las hojas. Lee al azar, con rabia). “Por fin había encontrado a

la mujer. La única. A su lado la vida parecía tener sentido. Pero mis brazos

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no tuvieron la fuerza suficiente para retenerla. Se fue. Me dejó su ausencia

metida entre las sábanas” (Su voz se va quebrando). “Hay un cuerpo, otro

cuerpo, que nunca será el tuyo, mi pequeño huracán particular” (Trata de

serenarse para seguir leyendo). “Miro la luna y me parece ver tu rostro

luminoso descendiendo sobre mí. Te extraño. Me dejaste vacío. Ya ni

siquiera soy capaz de besar...” (El llanto le impide seguir. Estruja los

papeles con fuerza)

FERNANDO: Maritza. Ella no existe, de verdad, no existe. Ya no forma parte de mi

vida. (Intenta abrazarla pero Maritza lo rechaza)

MARITZA: Porque fue lo suficientemente lista para mandarte al diablo. Porque se

dio cuenta de lo poco que vales. No, si aquí la pendeja soy yo. ¿Por qué no

me di cuenta? ¿Por qué? Estaba pensando en eso, ¿sabes? ¿Desde hace

cuánto no me das un beso largo? ¿Desde cuándo empezamos a coger con

la luz apagada? ¿Sabes desde cuándo? ¡Desde que la conociste, cabrón!

¡Desde que la conociste! (Le arroja los papeles a la cara)

FERNANDO: Maritza, necesitamos hablar.

MARITZA: No quiero hablar.

FERNANDO: Tranquilízate. No me gusta verte así.

MARITZA: Sencillo. No me veas. No vuelvas a verme en tu vida.

FERNANDO: Te quiero.

MARITAZA: ¡No es cierto!

FERNANDO: Sí. Sí lo es. Tú no puedes saber lo que siento. No puedes leer lo que

hay dentro de mí (Pausa en la que busca la mirada de Maritza. Ella lo

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evade). ¿Qué estoy haciendo aquí, contigo, si según tú estoy enamorado

de otra? ¡Dime!

MARITZA: ¡No lo sé y no me importa!

FERNANDO: ¡Escúchame carajo!

MARITZA: Vete al diablo.

FERNANDO: ¡Te quiero!

MARITZA: Y yo quiero que te vayas, quiero que desaparezcas de mi vida. No

quiero volver a verte nunca. ¡Quiero que te mueras! ¡Quiero que te mueras!

Fernando la abraza para calmarla. Maritza llora, lo golpea hasta que la suelta. Ella

se sienta en el piso, con los brazos sobre su cabeza como si fuera un caparazón.

FERNANDO: Está bien. Si eso es lo que quieres está bien (Pausa). ¿Te has dado

cuenta? Nunca he sido bueno para hacerte feliz. Haga lo que haga para ti

nunca será suficiente. (Pausa) ¿Todo ha sido tan malo que no puedes

perdonar un error? (La mira esperando una reacción que no llega. Va a salir

pero regresa). “Estoy sangrando por los cinco sentidos...”

Maritza se tapa los oídos. Fernando abre la puerta. Al hacerlo vemos a Ojeda que

hace lo mismo. No se ven, ambos ven a Maritza acurrucada en el suelo.

FERNANDO Y OJEDA: ¿Maritza?

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Ella no contesta. Ojeda entra y Fernando sale. Ambos harán el movimiento de

cerrar la puerta. Ojeda se acerca a Maritza. Mira los papeles despedazados. Se

sienta en cuclillas junto a ella.

OJEDA: La estuvimos esperando todo el día. Conseguí su teléfono e intenté

comunicarme con usted. Como no contestó me preocupé. El portero me

hizo favor de prestarme la llave de su departamento. Estuvimos tocando

antes, pero no respondió (Pausa). Entiendo que la noticia finalmente la

haya afectado. Así es en estos casos. De verdad lamento molestarla, pero

es necesario que me acompañe (Pausa). ¿Quiere que llame a alguien?

Maritza por fin lo mira. Niega con la cabeza.

MARITZA: “Estoy sangrando por los cinco sentidos...”

Llora. Se acurruca contra el pecho del comandante. Ojeda la abraza. Están así

unos momentos. Ojeda le acaricia el cabello con ternura.

MARITZA: (Se separa bruscamente y se limpia las lágrimas) Discúlpeme,

comandante. (Ambos se levantan)

OJEDA: No se preocupe, la entiendo.

MARITZA: (Mirándolo fijo) ¿De veras, comandante?

OJEDA: Sí, todos hemos perdido a alguien alguna vez.

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MARITZA: Quizá, pero creo que soy la única que ha perdido a la misma persona

muchas veces.

OJEDA: (Sonríe triste) No se crea. Habemos quienes somos perdedores

profesionales.

MARITZA: ¿Ha perdido a mucha gente, comandante?

OJEDA: Hay pérdidas que valen por millones. Duelen, como si hubiéramos

perdido a la humanidad entera.

MARITZA: Tendrá que contarme su historia.

OJEDA: No creo que le resulte interesante.

MARITZA: Créame, a los escritores siempre nos interesa el dolor ajeno. Los

relatos felices no sirven para escribir novelas.

OJEDA: Después. Ahora la esperan en la agencia. Yo puedo llevarla. (Pausa) Sé

que no es agradable, pero entre más tiempo pase será peor para usted.

Tiene que ver el cuerpo antes de iniciar los trámites para el sepelio,

autorizar la autopsia. (Pausa) Aunque si se siente muy mal podemos dejarlo

para mañana, puedo conseguir que nos den más tiempo.

MARITZA: No. Ya estoy bien. Prefería que fuera ahora mismo, sólo quisiera darme

un baño, cambiarme de ropa, si no es mucha molestia, ¿me podría esperar

unos minutos?

OJEDA: Por supuesto. Tómese su tiempo.

MARITZA: Por favor, hablémonos de tú. Después de todo ya me viste llorar. Ese

es un buen principio para entrar en confianza.

OJEDA: De acuerdo.

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MARITZA: No tardo. (Va a salir pero se detiene) ¿En el camino me contarás tu

pérdida?

OJEDA: Quizá.

Maritza sale. Ojeda comienza a recoger los papeles. Entra Ana.

ANA: (Deja su bolsa sobre un sillón) ¿Tú? Pensé que ya no vivías aquí.

OJEDA: Ana, por favor, no quiero pelear.

ANA: (Se quita las zapatillas) Yo tampoco. (Gritando hacia el cuarto) ¡Armando!

OJEDA: Está dormido, déjalo.

ANA: Tiene que recoger este desorden. No tiene criada como para que deje todo

botado como si nada. (Camina hacia el cuarto) ¡Armando, ven acá!

OJEDA: (La detiene) ¡Yo le dije que podía recogerlo por él!

ANA: ¡Pues no puedes! ¡Tiene que aprender a levantar él mismo lo que tira!

OJEDA: No seas tan dura con él.

ANA: No soy dura. Estoy tratando de educarlo.

OJEDA: Sería bueno que de vez en cuando, en lugar de regañarlo le preguntaras

cómo se siente.

ANA: ¿Crees que no sé cómo se siente mi hijo?

OJEDA: Hablé con él. Está triste porque lo sacaste de las clases de música.

ANA: ¡Bajó sus calificaciones!

OJEDA: ¡Qué importa! ¡No reprobó! Y si lo que le gusta es la música…

ANA: Tiene ocho años. Todavía no sabe lo que quiere. Me toca a mí decidir lo que

es mejor para él.

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OJEDA: Sin tomarlo en cuenta…

ANA: ¡Nunca estás y cuando llegas quieres decirme cómo educar a mi hijo!

OJEDA: ¡También es mi hijo!

ANA: ¡Qué bueno que te acuerdas, por lo menos de vez en cuando!

Se miran en silencio. Ojeda continúa levantando papeles. Ana le ayuda.

OJEDA: (Conciliador. Intentando hacer plática) ¿Cómo te fue en el despacho?

ANA: Lo sabrías si hubieras aceptado el puesto que te ofreció Carreto.

OJEDA: Pensé que ese tema estaba agotado.

ANA: Tienes razón, no viene al caso. (Silencio) Y a ti ¿cómo te fue? ¿Cumpliste

con tu cuota de extorsiones del día?

OJEDA: (Dándose por vencido) Voy a acostarme, estoy cansado (Coloca los

papeles que tiene en la mano sobre la mesa se centro).

ANA: (Haciendo un puchero) Yo también.

OJEDA: (Le quita a Ana los papeles de la mano) Entonces dejemos esto para

mañana...

ANA: No, Armando, estoy harta de esto. ¿Te acuerdas cuando estábamos en la

facultad? La idea era montar nuestro propio despacho. No que te la pasaras

levantando cadáveres y entrevistando presuntos asesinos. Esta no es la

vida que soñamos. Me da vergüenza decir que te volviste judicial en lugar

de presidente de la barra de abogados.

OJEDA: ¿Te avergüenzas de mí?

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ANA: Entiéndeme. Dijiste que era un trabajo temporal y llevas quince años metido

en esa agencia rascuache del emepé. ¡Si al menos fuera la Procuraduría!

No sabes cómo me siento cada vez que me convierto en tema de

conversación en los pasillos: “¿Sabías que la licenciada Trujillo está casada

con un judicial?”

OJEDA: Ana, no empieces.

ANA: No empiezo, más bien estoy terminando (Pausa). Quiero divorciarme.

OJEDA: Ana…

ANA: Ya tomé la decisión. Me ofrecieron un trabajo fuera de aquí y acepté. El niño

se va conmigo. Podrás ir a verlo cuando quieras.

OJEDA: No puedes hacerme esto.

ANA: ¡Tengo ganas de vivir! De tener una pareja de verdad, que esté conmigo los

fines de semana, con quien pueda dormir una noche completa, a quien no

le llamen a las tres de la madrugada porque encontraron a alguien

descuartizado...

OJEDA: No, Ana. Podemos arreglar esto. Te juro que mañana mismo presento la

renuncia. Incluso, con el tiempo que llevo ahí puedo pedir que me den un

trabajo administrativo…

ANA: Ya es tarde, Armando.

OJEDA: ¿Por qué?

ANA: (Respira profundo) Hay alguien más.

OJEDA: No es cierto. ¡No es cierto!

ANA: No hagas esto más difícil.

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OJEDA: Quieres que crea eso para que te deje ir (Pausa). Estás molesta. Te

entiendo. Yo paso mucho tiempo fuera. Te sientes sola y quieres

castigarme.

ANA: No, las cosas no son así…

OJEDA: ¿Entonces cómo son?

ANA: Lo nuestro no funciona. Estoy enamorada de alguien más. Y me voy.

OJEDA: ¿Eso es todo?

ANA: Sí.

OJEDA: ¿Así de simple? (Tratando de contenerse pero furioso) ¿Mandas todo a la

chingada por el primer pendejo que te mete la mano debajo de la falda?

ANA: ¡No es una aventura!

OJEDA: ¿No, entonces qué es? ¿Nueve años de matrimonio no significan nada?

ANA: ¡Significan lo mejor de mi vida tirado a la basura!

OJEDA: ¿Eso fue nuestro matrimonio para ti? (Pausa) ¿Y cuándo te diste cuenta

del error? (La toma de los hombros y la sacude) ¿Cuando empezaste a

revolcarte con otro cabrón?

ANA: (Gritando) ¿Qué? ¿Vas a pegarme? ¡Anda! ¡Hazlo! ¡Eso no hará más que

facilitarme las cosas! ¡Una demanda de divorcio por maltrato se gana con

mayor rapidez!

OJEDA: (La suelta) Nunca te he puesto una mano encima. ¡Nunca!

Silencio. Ojeda camina de un lado a otro.

ANA: Lo siento. Esto también es difícil para mí.

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OJEDA: (Irónico) Me imagino, eso de ser esposa, madre, abogada y adultera debe

ser complicado.

ANA: Cuida tus palabras, Armando.

OJEDA: ¿Qué? ¿Vas a ponerme una demanda por difamación si digo que eres

una puta?

ANA: No me insultes.

OJEDA: No es insulto, es descripción.

ANA: Si crees que me lastimas estás equivocado. Me importa muy poco lo que

pienses de mí.

OJEDA: Claro, ¿qué te puede importar lo que piense un pinche judicial de

pacotilla?

ANA: Armando, por favor. Vamos a tratar de resolver esto como adultos. Piensa

en el niño.

OJEDA: Pensé en él cuando nos casamos.

ANA: Lo sé. Pensaste en él. Nunca pensaste en mí.

Silencio incómodo. Ojeda se deja caer en el sofá. Toma el vaso con güisqui dejado

por Maritza. Le da un trago.

OJEDA: ¿Cuándo te vas?

ANA: Mañana, me iré mañana mismo, no tiene caso prolongar mi estancia aquí.

Ana va hacia la puerta de la recámara. Maritza entra.

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ANA Y MARITZA: ¿Te encuentras bien?

OJEDA: Sí. Todo bien. (Mira a Maritza) Sólo estoy un poco cansado.

Ana sale y Maritza se acerca a Ojeda.

MAITZA: (Señalando los papeles ordenados) Gracias.

OJEDA: No fue nada.

MARITZA: (Viendo el vaso en las manos de Ojeda) ¿Tomaste mis huellas digitales

en mi ausencia?

OJEDA: Lamento decepcionarte pero los ministerios locales no contamos con esa

tecnología, y los de la AFI andan ocupados en asuntos más grandes. (Ríen)

¿Estás lista?

MARITZA: No, pero al parecer no tengo otra alternativa (Le quita el vaso a Ojeda

de las manos). Para el camino. Voy a necesitarlo.

Maritza y Ojeda salen. Del otro lado entra Gustavo persiguiendo a Artemio.

Gustavo lleva un cuaderno de notas en la mano.

GUSTAVO: Ya dime, pinche Artemio, no seas gacho. ¿Fue o no fue suicidio?

ARTEMIO: Esa no es una información que yo pueda darte. Mejor espera a que

llegue Ojeda y él te dice todo lo que quieras saber.

GUSTAVO: No manches, ya me metiste la duda.

ARTEMIO: Yo no te metí nada.

GUSTAVO: No seas cabrón, me van a cerrar la edición.

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ARTEMIO: Y a mí me van a correr si te sigo pasando información sin que me lo

autoricen.

GUSTAVO: Ya, mejor dime que quieres un varo.

ARTEMIO: No me chinges. Ya sabes que no es eso.

GUSTAVO: (Dándole un billete) ¿Entonces qué? ¿Fue suicidio?

ARTEMIO: (Embolsándose el billete) Mira, todo parece indicar que sí, pero estuvo

muy raro. El que lo encontró fue el portero del edificio. Todos los días le

llevaba el periódico. Dice que ese día tocó, y como el ahora occiso no le

contestó, pensó que no estaba o que no lo oía porque estaba borracho, o

drogado, ve tú a saber, y al parecer eso era bastante seguido. Total que

como hacía siempre, abrió con su llave para dejarle el periódico sobre la

mesa. Así lo encontró.

GUSTAVO: (Anotando) Pero, ¿cómo lo encontró?

ARTEMIO: Pues a media sala, con la pistola encajada en la boca y el reguero de

sangre por el piso.

GUSTAVO: ¿Qué fue lo raro?

ARTEMIO: Mira, si uno se suicida con una pistola se la pone así (Simula una

pistola con los dedos y se la lleva a la boca); lo lógico es que el balazo entre

por el paladar y salga por la parte superior de la cabeza. Pero en este caso

la bala salió por la parte trasera del cuello, como si la pistola la hubieran

puesto así (Hace la mímica de ponerse la pistola en la boca, ahora en

contrapicada) y la neta esa es como una posición muy incómoda para

suicidarse. Es como si alguien le hubiera disparado desde arriba mientras él

estaba hincado.

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GUSTAVO: ¿Crees que fue un ajusticiamiento?

ARTEMIO: Eso también es raro, porque quien hace eso se lleva su pistola, no la

deja encajada en la boca del difunto. Pero bueno, ya Ojeda te dirá qué

investigó.

GUSTAVO: ¿Sabes si sospechan de alguien?

ARTEMIO: Pues mira, al agente le vale madres. Como nadie ha preguntado por el

caso, va interrogar a cualquiera que se deje para llenar las formas, dirá que

fue suicidio y se acabó. Así la cosa es más fácil. No te metes en broncas y

se cierran más casos. (Confidencial) Pero aquí entre nos, yo creo que fue la

viuda.

GUSTAVO: Órale. ¿Cómo está eso?

ARTEMIO: Pues no sé. La vieja es escritora y todas sus novelas son de

asesinatos. Así que de seguro sabe bien como cargarse a alguien, ¿no?

GUSTAVO: Bueno, eso no quiere decir nada. ¿Qué piensa Ojeda?

ARTEMIO: El pinche Ojeda se la pasa leyendo los libros de esa vieja.

GUSTAVO: Ahora muy culto el cabrón.

ARTEMIO: Pues con eso de que antes de entrar a la policía estudió una carrera…

GUSTAVO: Eso no le quita a nadie lo tarugo.

ARTEMIO: (Mira a Gustavo significativamente) Pues no.

GUSTAVO: Ya. Me estabas diciendo que onda con el Ojeda y la escritora.

ARTEMIO: Pues eso. Cuando se enteró quien era la interfecta quiso ir él mismo a

darle la noticia sin que nadie lo acompañara. El día que la fue a buscar en

lugar de una declaración llegó con un libro autografiado. Yo lo vi: “Para el

comandante Ojeda, por la complicidad”, decía más cosas pero fue lo

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alcancé a leer antes de que Ojeda entrara a la oficina. Acá dijo que no la

había encontrado, pero le había dejado el citatorio. Dime tú si no son

chingaderas.

GUSTAVO: No mames.

ARTEMIO: A mí se me hace que se la quiere coger. Si no ¿por qué tanto pinche

interés? Ni que fuera qué. Es más, ya hasta se la debe haber cogido a

cambio de darle carpetazo al asunto, si no, qué significa eso de “la

complicidad”. Ayer, después de verla, llegó como flotando.

GUSTAVO: Pues a lo mejor no le dio las nalgas, pero que tal un varo.

ARTEMIO: Pues eso sí. Los escritores tienen lana ¿no?

GUSTAVO: Ni tanta, pero con tal de no ir al bote uno empeña hasta a su madre.

ARTEMIO: Pero a ver, ¿cómo se lo compruebas? Si me preguntan lo del libro, yo

digo que no vi nada. Así, pues resulta que nunca se han visto.

GUSTAVO: ¿Entonces?

ARTEMIO: El citatorio era de esos que dicen que te debes presentar en las

siguientes 24 horas, que por cierto ya pasaron y la vieja no ha venido. El

puto de Ojeda fue dizque a buscarla otra vez, pero no creo que la

encuentre, para mí que se peló. Ya hasta ha de estar en otro país y el

Ojeda nomás le está haciendo al cuento.

GUSTAVO: Pues si se fugó, seguro fue ella.

Entran Ojeda y Maritza.

OJEDA: Buenas noches.

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GUSTAVO: Buenas noches, comandante. Lo estaba esperando. (A Maritza)

¿Maritza Zaldívar?

MARITZA: Sí.

GUSTAVO: (Tendiendo la mano) Gustavo Torres, reportero. Me gustaría

conversar con usted unos instantes, si me lo permite.

OJEDA: No creo que sea el momento para que importunes a la señora, tiene que

hacer varios trámites y será el agente quien la interrogue, no tú.

GUSTAVO: (A Maritza) Usted disculpará, no quiero incomodarla…

OJEDA: Después, Gustavo, después. Ahora la señora tiene cosas que hacer.

GUSTAVO: …Sé que no es agradable para usted y entiendo que en este

momento no pueda atenderme…

OJEDA: ¡Ya, Torres!

GUSTAVO: …pero le agradecería que pudiera darme una entrevista. (Pausa)

Entiendo que su relación con el poeta era muy cercana, y quien mejor que

usted para hablar de él, de su vida, de su obra. (Pausa) Espero que

comprenda, es mi trabajo.

MARITZA: Comprendo.

GUSTAVO: (Saca una tarjeta de su cartera y se la ofrece a Maritza) Estoy en

estos número para lo que se le ofrezca. ¿Hay algún número en el que

pueda localizarla para que platiquemos después, con más calma?

Gustavo le ofrece la libreta a Maritza. Ella anota ahí su número telefónico.

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MARITZA: No creo ser la persona más indicada para hablar de Fernando, pero lo

atenderé con mucho gusto.

GUSTAVO: Le llamo mañana, ¿le parece?

MARITZA: Sí, está bien.

OJEDA: (Al judicial) A ver, Sánchez, acompáñala con el agente. Yo me quedo a

atender a las visitas.

GUSTAVO: La llamaré entonces. Gracias.

MARITZA: Con su permiso.

Maritza y el judicial salen.

OJEDA: Eres un culero.

GUSTAVO; ¿Por querer hacerle una entrevista?

OJEDA: La obra del poeta es lo que menos te interesa. ¿Qué quieres encontrar?

GUSTAVO: Una historia que contar a los lectores, Ojeda. Sólo eso.

OJEDA: No tienes el menor respeto por el dolor ajeno.

GUSTAVO: Ese es mi trabajo. Si ustedes hicieran el suyo con la misma

dedicación habría menos asesinatos declarados como suicidios.

OJEDA: Hacemos lo que nos corresponde.

GUSTAVO: ¿Ah, sí? Entonces, ¿hay algún avance en la investigación del

homicidio de Fernando Rodríguez?

OJEDA: No fue homicidio.

GUSTAVO: ¿Está seguro?

OJEDA: ¿A dónde quieres llegar?

Page 26: Basta Morir

26

GUSTAVO: Pues a que todavía no se ha interrogado a la sospechosa y según el

acta del forense, la trayectoria del balazo parece más la de un

ajusticiamiento que la de un suicidio (Silencio). Fernando Rodríguez había

tenido problemas con su esposa, ¿no es así? Podría tratarse de un crimen

pasional disfrazado.

OJEDA: (Burlón) No digas pendejadas, Gustavo. ¿Cuál forense, si el cuerpo no ha

salido de aquí? A SEMEFO nada más los mandamos cuando alguien pide

que hagamos una autopsia, y éste no es el caso. Ves muchas películas

gringas.

GUSTAVO: (Molesto) Y usted lee muchas novelas policiacas, comandante. ¡Qué

lástima que no le sirvan para resolver los casos! Ni siquiera el de su esposa

(Silencio). Hasta pronto. Seguiré pendiente de las investigaciones (Sale).

Ojeda se sienta en el sofá. Se lleva las manos a la cabeza. Entra Ana llorando.

Está golpeada.

ANA: ¡Armando, necesito tu ayuda!

Ojeda la mira sin contestarle. Se levanta dispuesto a marcharse pero Ana le corta

el paso.

ANA: ¡Escúchame! Mario vino a buscarme.

OJEDA: Y por lo visto te encontró.

Page 27: Basta Morir

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ANA: Perdí el trabajo por su culpa y ahora ni siquiera puedo salir de la casa sin

miedo a que aparezca detrás de los arbustos e intente llevarme por la

fuerza. Hoy me hubiera llevado si no es porque intervinieron los vecinos.

¡Qué vergüenza!

OJEDA: Lamento lo que te ocurre, pero no puedo hacer nada por ti.

ANA: Fui a levantar un acta, pero en cuanto les dije que había sido mi pareja me

ignoraron, el agente dijo que no se metían en broncas personales.

OJEDA: Así es, son broncas personales, y lo mejor que puede hacer uno es no

meterse.

ANA: ¡Armando!

OJEDA: ¡Ésta no es la primera vez que ese hombre te golpea! Dime, ¿cuántas

veces después de una madriza has ido al ministerio a levantar una

demanda? ¡Las mismas que has ido a retirarla porque te convenció de que

podía cambiar! Ya era hora de que te mandaran al diablo.

ANA: ¡Esta vez es diferente!

OJEDA: ¿Por qué?

ANA: (Duda antes de contestar) Le pegó a Armandito…

OJEDA: ¡Y tú se lo permitiste!

ANA: ¿Qué podía hacer? No fue mi culpa. El niño se despertó cuando estábamos

discutiendo. Vio que iba a golpearme y se interpuso.

OJEDA: ¿Dónde está mi hijo?

ANA: Lo llevé con mi mamá. Está bien. Un poco asustado pero bien. (Pausa)

Armando, tienes que ayudarme. Mario tiene influencias. Por la vía legal

nunca voy a poder quitármelo de encima. Tú tienes que hacer algo.

Page 28: Basta Morir

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OJEDA: ¿Y cómo qué se te ocurre que pudiera yo hacer?

ANA: No sé. ¡Amenázalo! ¡Asústalo! Hazle ver que no puede meterse con

nosotros y quedarse como si nada.

OJEDA: ¿Para qué? ¡Para que después vengan los dos a acusarme de acoso!

¡Para que después regreses a revolcarte con él como la perra que eres!

ANA: No me hables así.

OJEDA: Te hablo como te mereces.

ANA: ¡Golpeó a tu hijo! No puedes quedarte con los brazos cruzados.

OJEDA: Y no lo haré. Voy a proteger a mi hijo.

ANA: ¿Y yo?

OJEDA: Desde hace mucho lo que pase contigo no es algo que me incumba.

ANA: Tiene que importarte. ¡Soy la madre de tu hijo!

OJEDA: Eso no pareció importante cuando te largaste.

ANA: Esto es diferente ¡Coño! ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

OJEDA: (La toma por el cuello) Cuando me dijiste que te ibas tuve ganas de

matarte. El niño fue la única razón para no hacerlo. No quería que viviera

con el peso de que su papá había asesinado a su madre. Por eso me

contuve. Así que si el cabrón con el que te largaste te mata a golpes, me

hará un enorme favor.

ANA: (Desfalleciendo) Armando.

OJEDA: (La suelta) Te aviso: hoy mismo iré por el niño a casa de tu madre. Se

quedará conmigo hasta que arregles tus problemas.

ANA: ¿Vas a quitarme a mi hijo?

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OJEDA: Voy a protegerlo de ti. Del maltrato al que lo has expuesto en tu búsqueda

de la pareja ideal.

ANA: No, no me hagas eso…

OJEDA: (Hiriente) Supongo que ya estarás contenta. Encontraste al hombre que

te merecías.

ANA: Eso no es justo.

OJEDA: La vida es injusta, Ana. Tú deberías saberlo.

ANA: ¿No piensas ayudarme? (Silencio). Armando, déjame volver contigo.

Entiendo que estés resentido. Pero yo sé que en el fondo me sigues

queriendo (Lo abraza desesperadamente).

OJEDA: (Zafándose del abrazo) No.

ANA: ¡No te creo!

Ana intenta besarlo, pero Ojeda la rechaza. La lucha se vuelve cada vez más

violenta, hasta que Ojeda la tira de una cachetada. Está a punto de irse sobre ella

a golpes pero se contiene.

ANA: ¡Maldito cobarde! Eres igual a todos.

OJEDA: Vete. Si no quieres darte cuenta de que puedo ser peor.

ANA: Perdóname, Armando, no quise decir eso.

OJEDA: Vete. ¡Vete!

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Ana se levanta asustada. Mira a Ojeda unos instantes desde uno de los extremos

del escenario. Ojeda vuelve a sentarse en el sofá. Del lado contrario entra Maritza.

También con los ojos llorosos.

ANA Y MARITZA: ¿Eso es todo, comandante?

Ojeda afirma con la cabeza sin ver a ninguna de las dos mujeres. Ana sale y

Maritza se sienta junto al comandante.

MARITZA: Ya no sé qué fue peor, si ver a Fernando en esas condiciones o las

preguntas morbosas del agente.

OJEDA: ¿Qué te preguntó?

MARITZA: Prefiero no hablar de eso.

OJEDA: (Sonríe) No importa, de todas formas voy a leer tu declaración en el

expediente.

MARITZA: (Sonríe) Vas a aburrirte mucho.

OJEDA: Lo dudo. Siempre es interesante saber que cuenta una persona sobre

alguien con quien compartió parte de su vida.

MARITZA: Es doloroso.

OJEDA: La curiosidad por el dolor ajeno no es privativa de los novelistas.

MARITZA: ¡Fue tan desagradable!

OJEDA: Me hubieras hablado para que te acompañara.

MARITZA: No, estuvo bien. Además, tú estabas ocupado. ¿Sabes?, no sé explicar

qué es exactamente lo que duele, pero duele.

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OJEDA: Quizá saber que alguien a quien alguna vez sentiste parte de tu vida, de

tu cuerpo, ha dejado de existir.

MARITZA: (Mirando a Ojeda fijamente) ¿Perdiste a alguien muy cercano?

OJEDA: Sí. Hace más de un año. Aunque es de esas pérdidas que no puedes

superar.

MARITZA: ¿Una mujer?

OJEDA: Peor que eso.

MARITZA: Lo siento.

OJEDA: Hay cosas que no tienen remedio.

MARITZA: La gran mayoría no tiene remedio.

OJEDA: (Silencio) Espero que no te haya afectado mucho ver el cuerpo de tu ex,

el interrogatorio...

MARITZA: (Sonríe triste) Estoy acostumbrada a tratar con muertos y policías,

comandante, aunque sea en el papel.

OJEDA: Si tú lo dices. La verdad es que, aún después de quince años, yo todavía

no puedo acostumbrarme.

MARITZA: Entonces no te entiendo. ¿Cómo puedes leer novelas policiacas

después de lo que ves y escuchas todos los días?

OJEDA: En la vida real la mayoría de los casos se quedan sin resolver y uno

termina por sentirse inútil, cansado. En cambio, en las novelas, siempre te

enteras quién fue el culpable. Aunque no consigan atraparlo. Saber la

verdad produce cierto alivio. Es un privilegio que los policías de carne y

hueso casi nunca tenemos. Es una manera de contrarrestar.

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MARITZA: (Suspira) Nunca lo había visto así. Tienes razón, saber la verdad

produce cierto alivio, aunque no por eso deja de doler.

OJEDA: Por eso mucha gente prefiere la ignorancia.

MARITZA: Yo no. Me gusta estar segura de que lo que sé es la verdad.

OJEDA: ¿Es posible estar seguros de eso? La verdad es algo tan relativo…

MARITZA: ¿Vamos a ponernos profundos?

OJEDA: ¿Por qué no? (Pausa) ¿Quieres un café?

MARITZA: Preferiría algo más fuerte.

OJEDA: Entonces estamos en el lugar equivocado.

MARITZA: ¿Vas a invitarme una copa?

OJEDA: No sería mala idea.

MARITZA: (Juguetona) Está comprometiendo la investigación, comandante.

OJEDA: ¿Te importa?

MARITZA: No mucho.

OJEDA: (Se levanta) Déjame arreglar algunas cosas y nos vamos, ¿te parece?

MARITZA: Cómo usted ordene, comandante. Estoy a sus órdenes.

Ojeda sale. Suena el celular de Maritza. Lo mira unos momentos antes de

contestar.

MARITZA: ¿Diga?

FERNANDO: (En off) Soy yo…

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MARITZA: (Alterada) ¿Dónde te habías metido? Me llamó Arturo preguntando por

ti. ¡No llegaste a la presentación del libro! Te han estado buscando desde

hace tres días.

FERNANDO: Iban a matarme, Maritza. Sólo podía pensar en ti. En lo tonto que he

sido…

MARITZA: Fernando, ¿qué pasó?

FERNANDO: Quiero verte. Necesito decirte que te quiero viéndote a los ojos.

Aunque me pidas que después desaparezca de tu vida para siempre. Dame

la oportunidad de verte por última vez…

MARITZA: ¿Dónde estás?

FERNANDO: Aquí. En la puerta de tu casa.

Maritza tira el celular en el sillón y se apresura a abrir la puerta. Fernando entra.

Se abrazan.

MARITZA: Ay, Fernando. Estaba tan preocupada. ¿Dime qué pasó?

FERNANDO: No quiero hablar de eso. Sólo quiero que me abraces fuerte. ¡Me

siento tan seguro a tu lado! (Se separa y le muestra sus manos) Mira,

todavía estoy temblando.

MARITZA: ¿Qué te hicieron?

FERNANDO: Eso no importa. Lo que importa es que pensé que iba a morir. Tuve

miedo. Me pusieron una pistola en la frente y en lo único que podía pensar

era “Maritza. Quiero volver a ver a Maritza. Quiero que sepa que es lo mejor

que me ha pasado en la vida”.

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MARITZA: No es el momento para hablar de eso…

FERNANDO: ¿No me crees? (Silencio) Maritza, te quiero…

MARITZA: …lo importante es que estás bien…

FERNANDO: …Me ha dolido tu ausencia...

MARITZA: … si puedo ayudarte en algo no tienes más que decirlo…

FERNANDO: ... “Como un dolor que avanza y se abre paso entre vísceras que

ceden y huesos que resisten”...

MARITZA: (Conmovida) Basta Fernando...

FERNANDO: ...“como una lima que nos lima los nervios que nos atan a la vida”...

Se acerca a ella, la besa. Maritza se separa.

MARITZA: Me da gusto que estés vivo, pero eso no significa que quiera comenzar

este juego otra vez.

FERNANDO: Podemos intentarlo...

MARITZA: No hay nada que intentar. Lo hemos intentado hasta el hartazgo y

siempre salgo lastimada.

FERNANDO: Podemos aprender de nuestros errores.

MARITZA: Eso es lo que estoy tratando de hacer.

FERNANDO: Te amo (Silencio) ¿Por qué no me crees?

MARITZA: Me has mentido tantas veces, ¿por qué habría de creer que ahora

dices la verdad?

FERNANDO: Estuve a punto de morir y no te importa. Hubiera sido mejor que

dispararan, así te habría ahorrado el disgusto de volver a verme.

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MARITZA: Ya basta de chantajes, Fernando.

FENANDO: ¿Eso crees? (Pausa) Puedes estar tranquila. Los hombres que me

secuestraron van a volver, amenazaron con matarme si no les doy dinero. Y

como no voy a tenerlo, lo más probable es que me maten. (Pausa) Eso te

gustaría, ¿verdad? ¡Así por fin te librarías de mí!

MARITZA: (Irónica) Mira qué interesante: Unos hombres secuestran a un poeta sin

motivo aparente. Amenazan con volver para matarlo si no les da dinero. Es

un buen argumento. Pero hay algo que falta en esta historia. Para que sea

creíble los asesinos deben tener un móvil. No me convence eso de la

maldad intrínseca en el criminal. Tampoco la idea de que la “víctima” nunca

haya hecho nada para merecerlo.

FERNANDO: No te burles.

MARITZA: No lo hago, sólo estoy tratando de entender, de aclarar esta historia:

¿Por qué unos delincuentes escogerían a un pobre diablo para

extorsionarlo? (Silencio) Anda, revela el dato oculto.

FERNENDO: (Molesto) ¿Para qué? De todos modos pensarás que estoy

mintiendo.

MARITZA: Dame una oportunidad. Prometo escucharte sin prejuicios. (Silencio)

Estoy esperando.

FENANADO: Me confundieron. Con otra persona. Hablaban de alguien que les

debía dinero. Por drogas o qué sé yo. No pude convencerlos de que yo no

era la persona a quien buscaban. Me dejaron ir para que les consiga el

dinero…

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MARITZA: (Burlona) ¡Pero claro! Qué tonta. Yo debería saberlo. Son tan comunes

las equivocaciones de este tipo.

FERNANDO: No me crees. (Silencio) ¡Iban a dispararme! Lo único en que podía

pensar al salir de ahí era en venir a verte. De veras quería verte. (Silencio)

Adiós, Maritza. Sólo quiero que sepas lo importante que has sido siempre

para mí. Sí algo me pasa, ten la certeza de que tu imagen ocupó mi último

pensamiento.

Fernando va hacia la puerta.

MARITZA: ¡Fernando!… Espera. ¿Qué piensas hacer?

FERNANDO: ¿Importa? Después de todo lo estoy inventando, ¿no?

MARITZA: Quiero ayudarte.

FERNANDO: ¡Sólo créeme!

MARITZA: Te creo. (Lo mira inquisitoria) ¿Cuánto les debes?

FERNANDO: Yo no soy...

MARITZA: La verdad, Fernando. Sabes que lo único que no tolero es que quieras

verme la cara de idiota.

FERNANDO: Esa es la verdad. No pude convencerlos de que yo no era la

persona que buscaban.

MARITZA: (Tomando el celular) Bien. Si no es a ti a quien buscan no hay nada

que temer. Podemos llamar a la policía.

FERNANDO: (Se lo quita de las manos) ¡Ellos son la policía! No tengo opciones.

Necesito esconderme…

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MARITZA: Claro. ¡Ellos son la policía! Debí haberlo previsto.

FERNANDO: Maritza, ayúdame. Ya no sé en quien confiar, sólo te tengo a ti...

MARITZA: ¿Cuánto les debes?

FERNANDO: ¡No!

MARITZA: (Saca la cartera de su bolsa. De la cartera una tarjeta.) Toma. Conoces

la clave. Dispón de lo que necesites. No hay mucho, pero al menos servirá

para tenerlos tranquilos en lo que consigues el resto.

FERNANDO: Yo…

MARITZA: No me digas nada. Tómalo como un préstamo.

FERNANDO: Hay algo que es verdad: Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

MARITZA: Vete.

FERNANDO: Es en serio.

MARITZA: Fernando. Ya vete.

Fernando se levanta y va hacia la puerta. Vuelve a sonar el celular. Entra Ojeda.

Fernando y el comandante miran a Maritza desde extremos opuestos del

escenario.

FERNANDO Y OJEDA: ¿No vas a contestar?

Maritza niega con la cabeza. Fernando sale. Ojeda se acerca a ella. El teléfono

suena otra vez. Ojeda lo levanta y mira la pantalla.

OJEDA: ¿Arturo?

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MARITZA: Un amigo. De Fernando, más bien. Debe querer enterarse de cómo

están las cosas. No tengo ánimos para hablar con nadie.

OJEDA: Pues no le contestes (Apaga el celular). ¿Nos vamos?

MARITZA: ¿Estás seguro? No quiero causarte problemas.

OJEDA: No creo. Pero de todos modos vale la pena el riesgo. Además, uno de tus

personajes llevará mi nombre, y quién sabe, quizá en una novela se me

haga resolver un crimen. Estoy en deuda contigo por eso.

MARITZA: ¿Nunca has resuelto un caso?

OJEDA: (Ríe) Lo he intentado, pero no depende de mí.

MARITZA: (Lo mira con interés) Las estadísticas dicen que los casos se cierran.

Estoy al tanto de eso.

OJEDA: Este no es el mejor lugar para hablar mal del sistema judicial.

MARITZA: (Se pone de pie) Entonces vámonos. De veras me interesa saber.

Puede serme útil para la novela que estoy escribiendo.

OJEDA: ¿Y será el personaje que lleva mi nombre quien hable pestes de la

judicial?

MARITZA: No, comandante, prometo no hacerlo tan obvio. Además, serás el

héroe de la historia. El encargado de resolver el crimen. ¿Qué te parece?

OJEDA: Me convenciste.

MARITZA: Es más, me gustaría que leyeras el borrador de la novela, ¿podrías?

OJEDA: Será un placer. (Caminan hacia la salida) ¿Cómo se va a llamar?

MARITZA: (Sonríe) “Vivir es mejor sin ti”.

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Salen. Del otro lado entra Gustavo. Carga varios ejemplares de periódicos y

copias fotostáticas. Pone los papeles sobre la mesa de centro. Camina de un lado

a otro.

GUSTAVO: (Señalando los papeles) Aquí hay una historia. Sé que hay una

historia. (Separa los papeles en dos tantos) Un judicial, una escritora de

novelas policiacas, y lo mejor, dos muertos. Va a ser un mega reportaje. El

pinche Truman Capote se va a quedar pendejo al lado de lo que estoy

armando. (Pausa) Ya me imagino los titulares: “Maritza Saldívar, la dama

del crimen”. Ya hasta tengo el balazo: “Decidió llevar el asesinato de la

literatura a la realidad”. O mejor: “Quería saber que sentían sus

personajes”. (Pausa) Lo qué no me cuadra es por qué Ojeda la cubre.

(Pausa) ¿Y si ya se conocían? A lo mejor decidieron matar a sus

respectivos cónyuges para poder estar juntos. (Pausa) No. Esa no es una

buena teoría, los dos llevaban mucho tiempo separados y pasó mucho

tiempo entre una muerte y otra. (Revisa los papeles) Debe haber algo que

me sirva para juntar las historias. Piensa, Gustavo, piensa. (Iluminado)

¡Claro! En ambos casos se declaró suicidio a pesar de las irregularidades.

(Pausa) Esa también sería una buena entrada: “¿sabe usted cuantos

asesinatos se declaran suicidios por la güevonés de la policía para

investigar el caso”. Y pensar que es por flojera es pecar de ingenuo.

(Revisando los papeles) Tendré que encontrar similitudes entre las escenas

del crimen. Entre las cosas que no aparecen en el reporte del emepé, por

ejemplo, en ninguno de los casos se encontró carta póstuma, y sabemos

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que todos los suicidas dejan una carta. Habrá que hacer las preguntas que

no hizo el agente. (Actuando) ¿Dónde estaba usted la noche del crimen?

¿Hay alguien que pueda confirmar su coartada? ¡Ajá! Así que estuvo sola

en su casa viendo películas… ¡No, señora Zaldívar, no le creo! Pero lo que

yo crea no tiene la menor importancia. (Se acerca al sillón lentamente) ¿Por

qué está tan nerviosa? (Hace la mímica de sacar una bolsa, abrirla y extraer

de ella una pistola) ¿Reconoce esta pistola?... Así es, es el arma con la que

asesinaron al poeta. ¿Cómo lo supo? Yo no se lo dije… ¡Se lo imaginó!

Supongo que entonces también se imagina la manera en que alguien le

disparó en la boca, la manera en que los ojos del poeta vieron a la persona

que le apuntaba, suplicando, ¡no me mates!, la manera en que los sesos

salieron disparados junto con la bala y salpicaron las paredes y el piso…

¿Por qué llora, señora Zaldívar? Hay algo que quiera confesar… Es verdad,

lo sé (Saca una grabadora y la enciende) pero es necesario que la

confesión salga de sus propios labios… Ande, cuénteme los detalles…

Bien, muy bien… (Apaga la grabadora, se recompone la ropa) Eso era todo,

Señora Zaldívar. Gracias por la entrevista.

Gustavo recoge los papeles y sale. Entran Ojeda y Maritza vestidos de negro. Ella

trae una urna entre los brazos. Se sientan.

MARITZA: No sé dónde voy a poner esto.

OJEDA: No te preocupes, ya encontrarás lugar.

MARITZA: Gracias por acompañarme.

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OJEDA: No hay nada que agradecer.

MARITZA: ¿Puedo ofrecerte algo, una copa, un café?

OJEDA: No. Está bien así. (Levantándose) Me voy. Será mejor que descanses.

MARITZA: No, no te vayas. No quiero estar sola. Además, (mira la urna) ya estoy

descansando.

OJEDA: No digas eso.

MARITZA: ¿Por qué no? ¿Vas a pensar mal de mí?

OJEDA: No.

MARITZA: No, tú no (Pausa). ¿Por qué me ayudas?

OJEDA: No sé. (Intentando dar una buena respuesta.) Me agrada tu compañía.

Eres una buena persona.

MARITZA: (Ríe) Eso ni yo lo sé.

OJEDA: En este oficio se conoce a mucha gente mala. Créeme, eres una buena

persona.

MARITZA: Mucha gente cree que soy capaz de hacer todo lo que escribo y cosas

peores. (Pausa) A lo mejor tienen razón.

OJEDA: Yo no lo creo. Me resisto a pensar que la gente haga daño porque sí,

siempre hay razones detrás. A veces sólo actuamos obligados por las

circunstancias.

MARITZA: Quién sabe, comandante. Quién sabe.

OJEDA: Sé que tú no harías daño porque sí.

MARITZA: A veces quisiera... (Ríe)

OJEDA: ¿Qué?

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MARITZA: Ser un personaje. Con más instinto que conciencia. Poder hacer daño

sin sentir culpa, tener el corazón frío para que nada nunca pudiera

lastimarme. Pero en la vida real las cosas pesan.

OJEDA: (Vuelve a sentarse) ¿Qué harías?

MARITZA: (Deja la urna sobre el piso) Sería una chica mala (Mira fijamente a

Ojeda y le da un beso breve en los labios. Después se recarga en su

pecho). Y tendría menos miedo. ¿Los malos tienen miedo, comandante?

OJEDA: No lo sé. Supongo que sí (La abraza fuerte). Todos tenemos miedo

alguna vez.

MARITZA: ¿Tú también, comandante?

OJEDA: Sí. Y hay cosas que me asustan más que los balazos.

Se miran unos momentos. Se besan.

MARITZA: (Sonriendo) ¿Ahora sí quieres un café?

OJEDA: Sería bueno. También sería bueno que me dijeras Armando.

MARITZA: No. Me gusta cómo se escucha “comandante”. Digamos que es una

fantasía cumplida (Ríe). Voy por el café.

OJEDA: No, no te levantes. Yo puedo prepararlo. (Se para y toma la urna) Dejaré

esto allá adentro. Si no me sentiré vigilado. (Ríen)

Ojeda sale. Maritza respira profundo, trata de aliviar la tensión de su cuello.

Fernando entra y se para detrás de Maritza y la toma de los hombros.

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FERNANDO: Qué rápido encontraste compañía.

MARITZA: ¿Qué haces aquí?

FERANANDO: Vine a verte. Te he extrañado. Pero creo que tú a mí no.

Maritza se levanta.

FERNANDO: ¿Qué le viste? Cuando me lo dijeron, no lo podía creer. Por eso

vine, a comprobarlo con mis propios ojos.

MARITZA: Eso no es algo que te incumba.

FERNANDO: Lo haces sólo por lastimarme ¿verdad?

MARITZA: ¿A ti qué te importa?

FERNANDO: Me duele. Me dueles.

MARITZA: No seas hipócrita.

FERNANDO: ¿Tú qué sabes?

MARITZA: Sé que tengo derecho a rehacer mi vida. Tengo ganas de amar...

FERNANDO: (Abrazándola) Me amas a mí.

MARITZA: (Tratando de soltarse) Ya no.

FERNANDO: No es cierto. Me amas a mí y no serás capaz de enamorarte de

nadie más.

MARITZA: Fernando, suéltame.

FERNANDO: No hasta que me digas que me amas.

MARITZA: Estás pendejo (Forcejean). ¡Suéltame, carajo!

Fernando la tumba en el sillón y se monta sobre ella.

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FERNANDO: En realidad no quieres que te suelte. Todavía me quieres,

confiésalo.

MARITZA: No, Fernando, ya no. Me costó mucho, de verdad mucho, pero ya no.

FERNANDO: No te creo.

MARITZA: Estoy con un hombre que muere por mí. Que cuando estoy con él

ansia besarme. Que a cada momento me demuestra que está pensando en

mí. Que me hace sentir protegida, amada.

FERNANDO: Eso no basta.

MARITZA: ¿Quién lo dice?

FERNANDO: Yo.

La besa. Ella se resiste.

FERNANDO: Tú me amas, Maritza.

MARITZA: No.

FERANDO: ¿No?

Le acaricia las piernas. Mete la mano debajo de su falda.

MARITZA: (Con menos convicción) No.

Fernando la besa. Al principio opone resistencia, pero luego corresponde. Él se

baja la cremallera y le sube el vestido. Ella hace un último intento por quitárselo

de encima.

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45

FERNANDO: Me amas a mí. Nunca podrás dejar de hacerlo.

MARITZA: (Con voz temblorosa) No.

Fernando la penetra. Maritza gime.

FERNANDO: Eres mía. Dilo. Di que eres mía

MARITZA: No…

FERNANDO: ¡Di que me amas!

MARTITZA: Es un amor que duele...

FERNANDO: Pero está en ti... (Se abrazan con fuerza. Violentamente). “Como un

dolor que avanza...”

MARITZA: (Lo besa) “...y se abre paso entre vísceras que ceden y huesos que

resisten...”

Maritza grita y le clava las uñas en la espalda.

FERNANDO: (En un susurro) “...Sí, pero también como una alegría súbita...”

MARITZA: “...como abrir una puerta que da al mar...”

FERNANDO: (Con voz entrecortada) “...como asomarse al abismo o llegar a la

cumbre...”

Fernando se desvanece al llegar al orgasmo. Se deja caer sobre ella. Maritza lo

abraza. Van recuperando lentamente el ritmo de sus respiraciones. Fernando se

levanta y vuelve a subirse el cierre. Maritza se sienta y él se deja caer junto a ella.

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Maritza intenta besarlo en los labios pero él le sujeta el rostro y le da un beso en la

frente.

FERNANDO: Me voy.

MARITZA: ¿Cómo?

FERNANDO: Tengo cosas que hacer. Mañana temprano salgo a Zacatecas para

una lectura.

MARITZA: Fernando, no te entiendo (Pausa). ¿Y esto?

FERNANDO: No sé, Maritza. Estoy confundido. (Sonríe como si se tratara de una

broma) Sentí celos (Pausa). Tengo que irme, hablaremos después.

MARITZA: ¿Después? ¿Cuándo es después? ¿Dentro de tres meses? ¿El

próximo año? ¿Cuándo vuelvas a darte cuenta de que estoy intentando

rehacer mi vida?

FERNANDO: Creo que fue un error haber venido. Lo siento.

MARITZA: ¿Eso es todo lo que puedes decir? (Silencio) ¿Vienes a poner en jaque

lo poco que logro levantar de mí misma cada vez que te vas y sólo dices: lo

siento?

FERNANDO: No vine a discutir. Perdóname.

MARITZA: Para perdonar hay que entender, y yo no te entiendo, no entiendo por

qué haces las cosas, no entiendo por qué me buscas. ¿Para qué? No

entiendo qué ganas con lastimarme. Y no te entiendo porque nunca has

sido honesto conmigo, porque no eres capaz de decir qué es lo que

realmente sientes. ¿Cómo te puedo perdonar si no te entiendo? Si tan sólo

fueras capaz de explicarme qué pasó, en qué momento llegamos a esto...

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FERNANDO: No hablemos del pasado.

MARITZA: No, no es el pasado, porque tú sigues llegando a mi vida cada vez que

te place y después te vas como si nada, sin importarte cómo me sienta yo.

Y no es justo. ¡No es justo!

FERNANDO: ¿Ves? Por eso nunca han funcionado las cosas. Porque sólo

piensas en ti. ¿Cómo crees que estoy yo? ¿Crees que no me duele pensar

que en cualquier momento puedo perderte? Sí, sé que puede pasar, y me

duele, ¿pero qué puedo hacer? ¿Crees que yo sé lo que pasa conmigo?

¡No lo sé!

Maritza quiere responder pero no logra articular palabra. Da la impresión de ser un

pez fuera del agua, ahogándose. Llora. Entra el comandante con dos tazas de

café. Vemos en Fernando y en Ojeda el mismo impulso de acercarse pero ambos

se contienen. A ella se le escapa un grito que ahoga. El llanto es cada vez más

violento.

OJEDA Y FERNANDO: Es mejor que me vaya.

MARITZA: (En un susurro) No.

Fernando sale y el comandante coloca las tazas sobre la mesa.

MARITZA: (Mirando a Ojeda) Quédate. No quiero estar sola.

OJEDA: Dos soledades no son buena compañía.

MARITZA: Por favor.

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Le extiende la mano. Ojeda la toma. Ella lo jala suavemente. Ojeda se sienta.

MARITZA: ¿Puedes abrazarme?

OJEDA: Maritza…

MARITZA: No digas nada. Sólo abrázame.

Ojeda la abraza. Ella se acurruca en su pecho.

MARITZA: Se siente bien.

OJEDA: Sí.

MARITZA: ¿Y si te digo que quiero hacerte una confesión?

OJEDA: No. No es momento para confesiones. Ya habrá tiempo.

MARITZA: Eso no podemos saberlo, comandante. Quiero que sepas qué pasó.

OJEDA: Ya lo sé, Maritza, ya lo sé. No es necesario que lo digas.

MARITZA: No, no lo sabes.

OJEDA: (Sonríe). Leí la novela. El borrador que me prestaste ayer. Donde el

investigador tiene mi nombre puesto a lápiz, pero es más listo que yo y es

capaz de resolver el caso sin que la escritora le explique lo qué ocurrió.

MARITZA: ¿Leíste el final?

OJEDA: No, la verdad no. No sé qué pasa con tus protagonistas, pero te prometo

que hoy mismo voy a averiguarlo.

MARITZA: (Sonríe tristemente) Y no sería bueno que lo arruinara contándote en

qué acaba, ¿verdad?

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OJEDA: No, prefiero descubrirlo.

Suena el teléfono de Maritza. Ella se incorpora y busca su teléfono.

MARITZA: ¿Diga?... ¿Gustavo Torres?... Ya, el reportero… Sí, Gustavo, sé que

tenemos la entrevista pendiente, pero éste no es un buen momento. Te

llamo mañana temprano, si no te importa… Gracias por entender… Adiós…

Maritza cuelga. Ojeda se ha puesto de pie.

OJEDA: Me voy.

MRITZA: ¿Ya?

OJEDA: Tengo que terminar de leer una novela. Quiero enterarme qué sucede al

final con los personajes.

Maritza lo abraza. Le da un beso en los labios. Suave y lento.

MARITZA: No me juzgues, comandante.

OJEDA: No lo hago. Te entiendo Maritza. Algún día te contaré mi historia, es más

vieja que la tuya, pero duele lo mismo. Creo que estas cosas nunca dejan

de doler y hay que aprender a vivir con eso.

MARITZA: Yo no puedo. Mis huesos están cansados de oponer resistencia.

OJEDA: Se puede, Maritza, te juro que se puede.

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Ojeda se acerca a Maritza y le da un beso en la frente. Sale. Ella espera de pie,

con los ojos cerrados, hasta que escucha que Ojeda cierra la puerta. Maritza sale

corriendo hacia su cuarto. Ana y Fernando entran al mismo tiempo, por extremos

opuestos. No se ven. Ana está sumamente nerviosa, como desquiciada. Fernando

está enfurecido, golpea las cosas con los puños. Se escucha que tocan la puerta.

Ana y Fernando miran hacia extremos opuestos. Cada uno va a abrir una puerta

distinta. Del lado de Ana entra Ojeda rápidamente, dando pasos largos. Del lado

de Fernando entra Maritza, despacio y en silencio; va a sentarse a un sillón,

Fernando la sigue. Se quedan mirando fijamente.

OJEDA: ¿Dónde está mi hijo? (Buscando en las habitaciones) ¿Dónde está? Dice

tu madre que pasaste por él (Gritando) ¡Armando! ¿Estás aquí?

ANA: ¡No está aquí! ¡No está aquí!

OJEDA: (Sobre Ana) ¿Dónde está? ¡Dime dónde está!

ANA: (Llora) No lo sé.

OJEDA: (Sacudiéndola) ¡No lo sabes! ¿Cómo jijos de la chingada no vas a

saberlo? ¿Dónde está?

ANA: No fue mi culpa.

OJEDA: ¿Dónde está mi hijo?

ANA: Yo fui por él, pero él no quería, me dijo que no le gustaba vivir conmigo, que

su abuela le había dicho que tú irías por él. Me lo traje a la fuerza. Cuando

llegamos a la casa aprovechó el momento en que sacaba las llaves para

echar a correr y... (el llanto le impide continuar)

OJEDA: Se escapó y no fuiste a buscarlo.

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ANA: (Niega con la cabeza, su llanto se hace más intenso) Lo seguí.

OJEDA: Ana, ¿qué pasó?

ANA: Se atravesó la calle, no pude detenerlo.

Ana se queda estática. Ojeda la toma de los hombros y la sacude.

OJEDA: Dime que pasó.

ANA: Lo vi volar. Caer. Su cabeza se rompió y yo me quedé mirando. Sin

acercarme. No pude acercarme. Había mucha gente y todo daba vueltas.

La ambulancia se lo llevó. Le taparon la cara, Armando, le taparon la cara.

Ana se cubre el rostro. Llora. Ojeda se deja caer en el piso. En silencio.

FERNANDO: ¿Y bien?

MARITZA: Ensayé esto muchas veces antes de venir. Lo escribí. ¿Leíste el

borrador que te mandé?

FERNANDO: No. (Pausa) Me cancelaron el taller que iba a dar, no he terminado

de corregir el poemario y corro el riesgo de que retrasen la publicación...

¡Tengo muchos problemas, Maritza! ¿Y tú quieres que lea una novela

policiaca?

MARITZA: (Ríe) ¡No! Quería... no importa. (Nerviosa) Lo que te envié es mi

versión de lo que sucedió. Intenté reconstruir la historia que tuvimos, para

ver si entendía, pero no entendí. Por más que trato, no logro entender cómo

una persona por la que hubiera dado mi vida ha sido capaz de hacerme

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tanto daño. Eso no me deja, Fernando; lo tengo aquí, aquí (Se da golpes en

la frente y en el pecho).

FERNANDO: Maritza, ya estoy harto. Diga lo que diga no vas a creerme. Así que

construye la historia que tú quieras, yo no tengo nada que decirte.

MARITZA: ¿Por qué no? ¿Qué te cuesta ser honesto conmigo una vez en tu vida?

FERNANDO: ¡He sido honesto contigo! Pero nada te basta. Quieres que te diga lo

que quieres escuchar y no estoy dispuesto a inventar una historia que no

sucedió para que estés contenta.

MARITZA: No soy idiota, Fernando ¡No me trates como idiota!

FERNANDO: ¡Cálmate!

MARITZA: (Empezando a llorar) ¡Estoy calmada! ¡Lo único que quiero es que deje

de doler! ¡Ayúdame a que deje de doler!

FERNANDO: Maritza, me rebasas. ¡No sé qué hacer!

MARITZA: Eso es lo que has dicho siempre, desde que te conozco. ¡Nunca sabes

qué hacer! ¡Nunca sabes qué hacer!

FERNANDO: ¡Basta!

MARITZA: Sí. ¡Ya basta! Después de hoy no tendrás que preocuparte por mí.

Maritza saca una pistola de su bolsa y se apunta a sí misma en la sien.

FERNANDO: Maritza, las cosas no funcionan así. De este modo no vamos a

solucionar nada...

MARITZA: ¡No! No intento encontrar una solución. Sólo quiero que deje de doler.

Y no encuentro otra forma. Lo he escrito una y otra vez, y no deja de doler.

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He vaciado mil vasos, hasta que la piel se me entume y los ojos se cierran,

pero tampoco deja de doler...

Fernando da unos pasos hacia ella.

MARITZA: ¡No te me acerques! Sólo mírame. Guarda en tu memoria la última

imagen que verás de mí...

Fernando contempla a Maritza sin saber qué hacer. Ana, como si despertara de un

sueño, mira a Ojeda con desprecio.

ANA: Fue tu culpa.

OJEDA: ¿Qué?

ANA: ¡Fue tu culpa! Si no te hubieras negado a ayudarme esto no hubiera pasado.

¡Fue tu culpa! ¡Tu culpa!

Ana se abalanza contra Ojeda que la detiene de un golpe seco. Se miran con

rencor. Fernando intenta acerarse a Maritza lentamente.

FERNANDO: Estás cometiendo un error. Chantajeándome de este modo no vas a

hacerme volver.

Maritza mira a Fernando con desprecio. Baja lentamente la pistola.

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MARITZA: ¿Eso es lo que crees? ¿Qué todo mi dolor no es más que una treta

para hacerte volver? (Irónica) ¡Soy una idiota! ¿Cómo no me di cuenta?

¡Gracias! Acabas de hacerme comprender que en realidad la vida es

maravillosa. (Maritza vuelve a subir lentamente la pistola. Ahora apunta a la

cabeza de Fernando) El único problema en mi vida eres tú.

FERNANDO: Maritza, no hagas una locura.

MARITZA: Esto es lo más sensato que he hecho en la vida desde que te conozco.

Fernando se hinca lentamente frente a Maritza. Susurra frases de perdón. Levanta

las manos hacia ella. Ojeda respira con dificultad. Llora. Se dirige a la puerta.

ANA: Me alegro que se haya muerto tu hijo. Te lo mereces.

Ojeda saca la pistola al mismo tiempo que Maritza acerca el cañón de la suya al

rostro de Fernando. Fernando sujeta a Maritza de la muñeca para intentar evitar el

disparo. Ojeda y Maritza disparan al mismo tiempo. Se hace un oscuro y se

escucha el ruido de sirenas. Las luces volverán a encenderse lentamente. Se

escuchan los ruidos propios de un hospital. Ojeda está sentado en el sofá. Maritza

está parada detrás de él. Ella lo mira. Él lee una carta que tiene en las manos.

MARITZA: Espero que te haya gustado el final de la historia, comandante. Si no,

puedes hacer los cambios que te parezcan apropiados. Te la regalo.

Además, es más fácil cambiar la ficción que la vida. En el mundo real, una

vez que una decisión se convierte en acción, no hay manera de borrar. Sé

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poco del personaje que lleva tu nombre, sólo lo que te escribí en la

dedicatoria: Somos cómplices, porque los dos trabajamos con el dolor y la

muerte. Me gustaría que tú escribieras los pasajes de su vida. De tu vida.

Créeme, escribir también sirve para aliviar el dolor, aunque a veces no

basta.

OJEDA: ¡Ay, Maritza!

MARITZA: ¿Sabes? Todo lo que he escrito ha sido para que el mundo no me sea

tan insoportablemente doloroso. Creo que en el fondo lo único que siempre

quise fue amar, amar intensamente y que me amaran de la misma manera.

Pero eso es algo que nunca se me dio. Toda la gente me vio siempre como

una mujer fuerte, ¿cómo les haces entender que no? Eso es triste, una

mujer fuerte no necesita nadie que la proteja, y yo sí lo necesitaba. Sólo

eso, alguien que me abrazara y me dijera que yo no tengo la culpa de que

el mundo sea tan feo, de que la gente sea tan mala y lastime a los demás

hasta sin querer. Por eso mis personajes, a pesar de lo dura que parezca la

historia, siempre encuentran el amor, encuentran a alguien dispuesto a

matar o a morir por ellos. Es una idea cursi, ¿no te parece? Sobre todo

viniendo de una escritora de novelas policiacas.

Ojeda niega con la cabeza.

MARITZA: Pero así soy. Qué le vamos a hacer. Más débil de lo que todo el mundo

cree. Nadie entendió que mi fortaleza era una máscara para evitar que me

lastimaran, pero me lastimaron más, y sin compasión, porque creyeron que

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era fuerte. Todo lo hice mal. ¡Ay, comandante! Me hubiera encantado

conocerte en otras circunstancias, no ahora que ya había decidido

marcharme. Pero así son las cosas. Ya no podemos hacer nada, la novela

está escrita y una vez que descubro el final de una historia no puedo

cambiarlo, nunca he podido. Gracias por todo, comandante Ojeda. Y como

te dije antes, no me juzgues.

Ojeda cierra la carta. Maritza sale.

OJEDA: (A punto del llanto) Maritza.

ARTEMIO: (Entrando) Oiga, jefe. Allá afuera está Torres, dice que quiere hablar

con usted.

OJEDA: ¡Puta madre!

ARTEMIO: ¿Le digo que regrese después?

OJEDA: No. Dile que pase.

ARTEMIO: (Desde la puerta a Gustavo) ¡Que pases! (Lo deja entrar y sale).

GUSTAVO: ¿Cómo está, comandante?

OJEDA: ¿Qué pasó, Gustavo?

GUSTAVO: Pues eso es lo que quiero que usted me diga. ¿Cómo está la

escritora?

OJEDA: Todavía no lo sé.

GUSTAVO: Oiga, si no es indiscreción, ¿cómo lo supo? ¿Ella le dijo algo?

OJEDA: Para que veas que a veces de algo sirve leer novelas policiacas.

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GUSTAVO: Yo me quedé esperando la llamada para lo de la entrevista. Pero al

menos me dio nota. “La escritora asesina se suicida”.

OJEDA: Si publicas algo así te rompo la madre.

GUSTAVO: Chale, que susceptible. (Pausa) Oiga, ¿y va a seguir investigando el

caso del poeta asesinado?

OJEDA: Ese es caso cerrado. Fue suicidio, Gustavo. Él solito se puso la pistola en

la boca, sin importar el ángulo desde el que se haya disparado.

GUSTAVO: ¿Y fue suicidio, suicidio, o fue como el de su esposa?

OJEDA: Mira, Gustavo, la gente dice adiós de muchas formas, y cada cual elige la

que más le conviene. Si tú sabes la que te conviene, deja de estarme

chingando la madre, porque no estoy de humor para tus pendejadas.

ARTEMIO: (Entrando) Comandante Ojeda, dice el doctor que necesita hablar con

usted.

OJEDA: Voy.

GUSTAVO: (A Ojeda) ¿Cree que se salve?

Ojeda sonríe triste a Gustavo y levanta los hombros. Sale. Gustavo lo mira un

instante. Sale por el otro lado. La sala se queda vacía y lentamente se hace el

OSCURO FINAL.