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  • RESUMEN

    La influencia de los modelos clsicos fue enorme durante toda la Edad Moder-na y su peso fue decisivo sobre la historiografa barroca, pero, como es lgico,se fue mitigando merced a su paulatina sustitucin por otros modelos y a su pro-gresiva inadecuacin al tiempo. Los historiadores barrocos se nutran de los cl-sicos desde las fases iniciales de su educacin y eran lectores asiduos de lasobras clsicas en la edad adulta, pero esa dependencia no oculta que el men-saje clsico era menos entendido e incorporado que los aspectos formales, yque obras y autores griegos y latinos haban llegado a la Edad Moderna a tra-vs del tamiz cristiano y medieval. Lo que en este artculo se pretende es por lotanto, observar en qu medida los historiadores del Barroco seguan pendientesde las referencias clsicas, cmo las obtenan y entendan y si fueron capacesde ir desprendindose de su dominio.

    Palabras clave: modelos clsicos, historia, historiografa, Barroco.

    ABSTRACT

    The influence of Classic models throughout the Early Modern period was extraor-dinary and the weight of that influence was decisive on Baroque historiography.However, in time, their influence diminished and they were ultimately replaced byother less anachronistic models. Baroque historians received the influence of theClassics from the initial stages of their education and, as adults, were assiduousreaders of Classic works. In spite of that dependency, it is apparent that the Clas-sic contents was less understood and assimilated than the formal aspects. It isalso evident that Greek and Latin works and authors had arrived to the Early Mo-

    El peso de la herencia: la influenciade los modelos en la historiografa

    barrocaOfelia Rey Castelao

    Pedralbes, 27 (2007), 35-58

  • dern period via the Christian and medieval world. The objectives of this articleare to analyze to what extent Baroque historians were still depended on Classicreferences; where they obtained those references and how they understoodthem; and finally, whether they were able to free themselves of the Classic in-fluence.

    Key words: Classic models, history, historiography, Baroque.

    Directa o indirectamente, los modelos clsicos fueron una referencia fun-damental de la historiografa europea hasta bien avanzada la Edad Mo-derna, que se mantuvo bajo la proteccin de ese paraguas hasta que sefueron colando otros modelos, pero incluso despus siguieron sindolodesde el punto de vista estilstico. Sin embargo, por demasiado obvia, lainfluencia clsica es sospechosa y oculta el creciente desconocimientode su verdadero significado, esto es, era ms formal que de contenidosy ms aparente que real, ya que, conforme avanza el perodo moderno,y en especial en el siglo XVII, eran menos los autores los que de verdadrevelan un dominio de los clsicos. Esto se manifestaba en aquel defi-ciente conocimiento del latn que se denunciaba reiteradamente, impu-tndolo a la enseanza impartida en colegios y universidades, pero quese extenda ms all, y repercuta en la frecuencia de los errores en tra-ducciones y ediciones de los clsicos.1 La pregunta clave es si habaotras opciones para quienes quisieran escribir textos de Historia.

    Las disponibilidades del mercado

    Los modos de pensar y escribir historia en el periodo moderno han sidoobjeto de una extraordinaria proliferacin de estudios en los ltimosaos, si bien es cierto que nos hemos ido metiendo en un crculo vicio-so al multiplicar las revisiones de la produccin de nuestros antecesoresy las relecturas del discurso histrico atendiendo slo a los conceptos

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    1. Tema ampliamente tratado por Luis GIL FERNNDEZ, Panorama social del Humanismoespaol, 1500-1800, Madrid, 1981, p. 53; Lia SCHWARTZ LERNER, De Fray Luis a Quevedo.Lecturas de los clsicos antiguos, Mlaga, 2005, p.13.

  • que lo configuran y a los elementos formales, sin pasar de estos a lasideas subyacentes.2 Esa proliferacin es positiva en lo que tiene de in-trospeccin y en la capacidad de la historia de la historiografa de ense-arnos que las elaboraciones histricas forman parte de una tradicin in-evitable y que los historiadores que nos han precedido invirtieron gran-des dosis de trabajo, con frecuencia de pobre rentabilidad, en averiguarel modo de desvelar con el menor esfuerzo el saco de claves que lle-va consigo el ser humano. Hasta el siglo XIX, las soluciones que se ide-aron para esto fueron insuficientes unas veces, reiterativas otras, ade-lantadas a su tiempo una minora y, con frecuencia, los logros obtenidos,lejos de haber constituido procesos de afianzamiento, se diluyeron enetapas de incertidumbre y de crisis. Es as como deberamos entenderel encadenamiento de la historiografa barroca a los modelos clsicos:estos formaban parte de una largusima tradicin que aportaba cierta se-guridad en un perodo postcrtico. Lo adecuado por lo tanto es buscarel instrumental terico y metodolgico del que dispondra un historiadorbarroco y preguntarnos si tena otra opcin que no fuera esa.

    Vistas as las cosas, est claro que los hombres del perodo moderno re-cibieron de la poca medieval un legado incierto que a su vez remita ala Antigedad, un perodo en el que la historia no se configur como unsaber especfico, ni fue una parte esencial del entramado del saber filo-sfico, sino que era, ante todo, aunque no slo, literatura. Ese era elmensaje que reciba un historiador de 1500 o de 1600 y an de 1700. Silea a los historiadores griegos, quiz no advirtiese que la tarea de estosno haba sido explicar el presente en trminos de pasado, sino asegurarque las acciones de los hroes y los hechos significativos no cayesen enel olvido; incluso Tucdides, que escriba historia, lo haca desde su inte-rs por el presente o por el pasado inmediato dentro de un esquema deexplicacin causal sin conciencia clara de la evolucin cclica del tiempoy sin asentarse sobre la idea de progreso hacia el futuro.3 Pero si nues-

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    2. Charles-O. CARBONELL, La historiografa, Mxico, 1981; del mismo, Lapport de lhis-toire de lhistoriographie, en G. Gadoffre, Certitudes et incertitudes de lhistoire, Pars,1987, p. 205; Fernando SNCHEZ MARCOS, Invitacin a la historia: de Herodoto a Voltaire,Barcelona, 1988; Giuseppe GIARRIZO, La sciencia della storia. Interpreti e problemi, Npo-les, 1999; y Josep FONTANA, La historia de los hombres, Barcelona, 2000.

    3. Jos Carlos BERMEJO BARRERA, El final de la Historia. Ensayos de historia terica,Madrid, 1987, p. 14. Una visin menos restrictiva de los valores de la historiografa clsi-ca, en especial de Tucdides, en Albert COOK, History writing. The theory and practice of

  • tro historiador lea a los romanos, se encontraba casi con lo mismo,dado que estos no haban avanzado gran cosa en esa percepcin, yaque en su veneracin por la autoridad, los antepasados y la tradicin, seoponan a los cambios hasta que se juzgaban acordes con las costum-bres ancestrales. Y unos y otros tenan una visin del tiempo limitada alpasado y al presente.4

    Fue el cristianismo el que incorpor la dimensin del futuro, al haber to-mado de la tradicin hebrea dos cosas, la ubicacin del hombre en unproceso con un comienzo, la creacin, y un final, la redencin, y, sobretodo, la idea del cosmos como una creacin de Dios que en realidad ha-ba ocurrido en la historia; el cristianismo, adems, suprimi a fines delsiglo IV el calendario pagano, e impuso la obsesin por la cronologa enfuncin del calendario litrgico y una concepcin cclica de la historia,elaborada por Agustn de Hipona.5 ste parece haber sido el primer pen-sador que analiz las consecuencias de que la experiencia personal delhombre se limitase al instante presente y que lleg a la conclusin deque las ideas al respecto del pasado y del futuro dependen de la con-ciencia de memoria y del sentido de la expectativa. Tenemos por lo tan-to, una segunda referencia, la providencialista, a la que poda remitirseel historiador del que hablamos, un historiador que viva en las primerasfases de la Contrarreforma, no lo olvidemos.

    Pero ese historiador reciba los legados clsico y cristiano tamizados porel largo trnsito medieval. Tradicionalmente se sostuvo que la Edad Me-dia fue un perodo poco rentable para la evolucin del conocimiento his-trico dada la dificultad que el hombre medieval tena para apreciar elsignificado del tiempo al estar mal equipado para medirlo, lo que en la

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    history in Antiquity and Modern Times, Cambridge, 1988, p. 15: Moiss I. FINLEY, Uso yabuso de la historia, Barcelona, 1979; Michele JACOVIELLO, Storia e storiografia. DallAnti-chit classica allet moderna, Npoles, 1995; Emilio GABBA, Cultura clasica e storiografiamoderna, 1995, p. 11; Donald R. KELLEY, Faces of History. Historical inquiry from Herodo-tus to Herder, Yale, 1998, p. 45.

    4. Arnaldo MOMIGLIANO en Problmes dhistoriographie ancienne et moderne, Pars,1983; COOK, History writing, pp. 31, Enrique MORADIELLOS, El oficio de historiador, Madrid,1994, p. 21.

    5. Jos FERRATER MORA, Cuatro visiones de la historia universal: San Agustn, Vico, Vol-taire, Hegel, Madrid, 1982; J.C. BERMEJO BARRERA, Replanteamiento de la historia. Ensa-yos de historia terica, II, Madrid, 1989, p. 31.

  • prctica se traduca, por ejemplo, en la falta de precisin para registrarlos acontecimientos y medir la duracin y en cifrarlo en las percepcionesestacional y litrgica; y eso era s porque el tiempo se entenda slocomo una imagen mvil de la eternidad y porque el esquema dominan-te para pensar la historia proceda de San Agustn, de modo que el sen-tido profundo de esta se reduca a las conquistas de la Iglesia, institu-cin fundada por Dios para asociar a los hombres a la salvacin. Sin em-bargo, la obra de B. Guene6 condujo al extremo opuesto y a sobreva-lorar la produccin de los cronistas y puso a la luz, antes ya de la crisisdel XIV, una idea difusa de progreso, perceptible a travs del deseo debeneficiarse de la herencia de las generaciones anteriores y de estable-cer una ciencia histrica de tal rigor que permitiese comprender el cursode los sucesos y deducir sus aplicaciones, aunque el principio de todacausalidad siguiese reservndose a Dios.7 As pues, la historia estabasubordinada a la teologa y a la moral y, cada vez ms, al derecho, queutilizaban el pasado como fondo de argumentos y normas, pero estabaadquiriendo un carcter diferente en vsperas de la Peste Negra y de laquiebra que esta produjo.

    Desde fines del siglo XIV y principios del XV se abri un perodo de flo-recimiento, en especial a partir de la celebracin de los concilios deConstanza y Basilea, punto de encuentro y de controversia teolgica enel que se dieron cita sabios de toda Europa. Pero ese florecimiento fueparalelo en el siglo XV a un cambio de dueo, convirtindose la historiaen instrumento privilegiado de los prncipes y de los sentimientos nacio-nales; a un cambio de estilo, hacindose cada vez ms literaria y retri-ca, y mejor en tcnica y capacidad crtica, y a un cambio de rumbo, parapasar a ser una historia civil a travs de la cual se observaban los jue-gos de la guerra y de la diplomacia. Pero sobre todo, la historia se be-nefici de la invencin de la imprenta. Lo que nuestro historiador de1600 tena a su disposicin era muy diferente a lo que hubiera tenido an-tes de 1452: aunque la letra impresa sirvi para debilitar al latn frente alxito de las lenguas modernas, la imprenta haba liberado a autores ylectores lo fuesen de historia o no del precio, lentitud y escasez de las

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    6. Bernard GUENE, Politique et histoire au Moyen-Age, Pars, 1981.7. En este aspecto, Jean BRUN, Philosophie de lHistoire. Les promesses du temps, Pa-

    rs, 1990, p. 103; Carmen ORCASTEGUI y Esteban SARASA, La Historia en la Edad Media:Historiografa e historiadores en Europa Occidental, siglos V-XIII, Madrid, 1991, d.p.

  • copias de documentos y de libros; haba aportado su enorme capacidadde internacionalizar la informacin y de recuperar a los clsicos mu-chos humanistas fueron, adems, editores y la tradicin histrica grie-ga y romana; y haba ofrecido productos, como las colecciones de pro-verbios y topoi por ejemplo, los adagia de Erasmo que transmitan lu-gares comunes de la literatura y la filosofa grecolatina, y cuya funcininicial era la conformacin ideolgica de los estudiantes, pero que, msall de fueron referencia obligada en Espaa an durante el siglo XVII.Y algunas bibliotecas privadas pretendan parecerse al modelo de biblio-teca griega o romana que apareca en los textos clsicos, cuyo prestigioquedaba as vinculado al de los modelos de la cultura renacentista; es-tas bibliotecas antiguas aparecan descritas en trataditos como el De bi-blioteca sytagma Justo Lipsio (1547-1606) y su imagen cristaliz en untopos literario recreado frecuentemente en enciclopedias y polianteasque contribuyeron a divulgar el saber de la cultura grecolatina en un si-glo ansioso de novedades como el XVI.8

    Dicho de otro modo, estos cambios, reforzados por los descubrimientosgeogrficos y su ruptura implcita con el mundo conocido por los clsi-cos, ofrecan, en los prolegmenos de la Edad Moderna, una va alter-nativa que en apariencia rompa con la herencia medieval. Y slo enapariencia por cuanto la historiografa humanista se revisti de un ropa-je antropocntrico y secularizado, y de una finalidad pragmtica polti-ca casi siempre y se deslig de la preocupacin ultraterrena de la his-toriografa medieval, pero no por eso fue capaz de romper con las fuer-zas teleolgicas: la providencia cristiana fue sustituida por la fortuna, yla virtud cristiana suplantada por la virtud laica tomada de los modelosclsicos y, lo que es ms significativo, la mitificacin de la cultura clsi-ca hizo fijar la atencin ms en el pasado que en el futuro, lo que impe-da la gnesis de una idea de desarrollo histrico. Se trataba, por lo tan-to, de cambios ms aparentes que reales.9

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    8. La SCHWARTZ LERNER, `Las preciosas alhajas de los entendidos: un humanista ma-drileo del siglo XVII y la difusin de los clsicos, Edad de Oro, 17 (1998), pp. 223-224.

    9. Eduard FUETER, Historia de la historiografa moderna, Buenos Aires, 1953; GeorgesLEFEBVRE, El nacimiento de la historiografa moderna, Barcelona, 1979; W. K. FERGUSON, IlRinascimento nella critica storica, Bolonia, 1984 (ed. or., 1969); Quentin SKINNER, Los fun-damentos del pensamiento poltico moderno, Mxico, 1985 (ed. or., 1978); tambin la obraclsica de Len DUJOVNE, La filosofia de la historia desde el Renacimiento hasta el sigloXVIII, Buenos Aires, 1959.

  • Formalmente, la produccin histrica a partir del siglo XV, con indepen-dencia de la concepcin a la que obedeciese en cada caso, responde ados presentaciones, la narrativa y la erudita. En la primera tienen su aco-modo ms claro las resurgencias clsicas porque no se basaba en elanlisis minucioso de fuentes archivsticas para elaborar una interpreta-cin del pasado, sino que se inspiraba en modelos clsicos que eran re-elaborados en un discurso que el historiador procuraba que fuera per-suasivo y atrayente y que cumpliera una necesaria funcin moral.10 Na-cida en Florencia de la mano de Leonardo Bruni, tuvo su apogeo en lasegunda mitad del siglo XV y en el primer tercio del XVI, en especial conMaquiavelo algo alejado de los modelos clsicos y Guicciardini, e in-fluy sobre toda Italia ya que su produccin se puso al servicio de las re-pblicas italianas gracias a Sabellicus, Navagero, Bembo, Crivelli, Simo-netta, Valla, Platina, etc.11 Ms tarde se puso al servicio de las monar-quas en proceso de consolidacin, donde se encontr con las respecti-vas tradiciones historiogrficas generando de este modo subtipos espe-cficos;12 esta vinculacin no deja duda de que se trata de historia pol-tica siempre y de un pragmatismo no disimulado las ms de las veces.Su formato externo es de evidente herencia clsica: la adopcin del la-tn como lengua de expresin, la organizacin en anales, la inclusin dediscursos y arengas, la preocupacin esttica, etc., resultan forzados,como suele suceder en este tipo de transplantes anacrnicos y la perse-

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    10. L. SCHWARTZ LERNER, Un gnero historiogrfico del siglo XVII: las vidas de JuanPablo Mrtir Rizo, Studi Ispanici, 1 (2005), p. 91.

    11. Quentin SKINNER, Maquiavelo, Madrid, 1984. Felix GILBERT, Machiavel et Guichiar-din: Politique et histoire Florence au XVIe, Pars, 1996; Eric COCHRANE, Historians andhistoriography in the Italian Renaissance, Chicago, 1985; V. de CAPRARIIS, Dalla politica allastoria, Bari, 1950, p. 78.

    12. Estas monarquas tuvieron que importar historiadores italianos que hiciesen his-toria a la florentina Marineo Sculo en Espaa, Paulo Emilio en Francia, Poliodoro Virgi-lio en Inglaterra, etc., con lo que se persegua la creacin artificial de una corriente dehistoriografa humanista; el xito de esta medida fue escaso y la variante narrativa del hu-manismo slo cuajar con retraso, lo que se explica por la persistencia de la historiografamedievalizante de tipo cronstico. Cada uno de los casos europeos en Orest RANUM, ed.,National consciousness, history and political culture in Early Modern Europe, Baltimore,1975. El interesante caso ingls tiene una buena referencia en Donald B. KELLEY y D.H.SACKS, eds., The historical imagination in Early Modern Britain. History, rhetoric and fiction,1500-1800, Cambridge, 1997, p. 2; y, en especial, J.H.M. SALMON, Precept, example andtruth, p. 11. Para Espaa, Jos CEPEDA ADN, En torno al concepto de estado en los Re-yes Catlicos, Madrid, 1956.

  • cucin de una obra formalmente bella, supeditada a determinados inte-reses polticos, provoc un claro descuido de la labor heurstica y el des-precio a la informacin documental en la medida en la que no se busca-ba la verdad histrica, algo que abra la puerta a los falsarios. En efec-to, por ah hicieron su aparicin Annio de Viterbo (1432-1502) y de Jo-hannes Trithemius (1462-1516), religiosos ambos, que compartan la do-ble condicin de imaginativos falsarios y tratadistas de la crtica histri-ca: ese era su peligro; eran falsarios por inventar fuentes, no por inven-tar la historia, algo para lo cual bastaba con recurrir a la tradicin bbli-ca, y sobre todo a la historiografa grecoromana, a la mitologa antiguay a sus genealogas de hroes.13 Annio de Viterbo marcara una poca,al gestar un modelo que, adems de su utilidad poltica, se apartaba for-malmente de la crnica medieval. Las falsificaciones y la ficcin plante-aron en el siglo XVI y en la mayor parte del XVII, contradicciones intere-santes, como ser obra de autores religiosos o eclesisticos o que sedesarrollaran en momentos de auge de la verdad histrica, pero el frau-de piadoso estaba admitido en la moral general como motivo edificante14y haba numerosos autores que crean lcito falsear la historia cuando elhonor de la patria lo exiga.

    La historia erudita se situaba en el polo opuesto de la narrativa, si bienexisten puntos de contacto como un origen temporal y espacial comunessiglo XV e Italia, ligado en este caso a Flavio Blondus y a Lorenzo Va-lla, sus preferencias temticas la historia poltica, y el comn sujetode sus obras el hombreindividuo, el personaje. Las diferencias afec-tan al estilo expositivo la historia erudita opta por un tipo de relato pre-ciso y fro, alejado de los modelos clsicos, a la dimensin participati-va del historiador pretensin de objetividad en este, subjetivismo no di-simulado en la historia narrativa y al mtodo la historia erudita tienesu clave definitoria en la atencin al documento. Su desarrollo en eltiempo y en el espacio fue irregular y, en apariencia al menos, opuesto

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    13. Fernando WULFF, Las esencias patrias. Historiografa e historia antigua en la cons-truccin de la identidad espaola, siglos XVI-XX, Barcelona, 2003, p. 23.

    14. Ofelia REY CASTELAO, La historiografa del Voto de Santiago. Recopilacin de unapolmica barroca, Santiago, 1985, y La Historia Crtica de los Falsos Cronicones de JosGodoy Alcntara, en M. Barrios Aguilera y M. Garca-Arenal, eds., La historia inventada?Los libros plmbeos y el legado Sacromontano, Granada, 2008, p. 295. Tambin del ladoprotestante: Peter COLLISON, Truth, lies, and fiction in sixteenth-century. Protestant historio-graphy, en Kelley y Sacks, eds., The historical imagination, p. 37.

  • al de la historia narrativa; no son gneros que se excluyan pero parececomo si en los perodos de xito y proliferacin de uno de ellos, el otroquedase relegado a un segundo plano. As en el XVI la historia eruditasolo prosper fuera de Italia, all donde haba permanecido ms viva latradicin cronstica medieval: en Aragn, Jernimo Zurita o, en Castilla,Ambrosio de Morales y autores menos conocidos, realizaron importantesesfuerzos de recopilacin y crtica documental; en Alemania, BeatusRhenanus; en Francia, Scaliger, que puso las bases de una cronologametdica y de una filologa nueva, E. Pasquier, Fauchet, De Thou, etc.15

    Mencin especial merece Jean Bodin, que escribi su Methodus ad fa-cilem historiarum cognitionem (1566)16 en medio de las inquietudes in-telectuales de la Francia de las Guerras de Religin, lo que explica surechazo del dogmatismo escolstico a causa del descubrimiento de larelatividad de las cosas y de los sistemas polticos y su inters por re-construir los hechos de forma verdica y la representacin del todo,lo que inclua la compresin de la naturaleza, los hbitos, las costum-bres, etc. Es decir, el Methodus es una obra rupturista que se apartade la preceptiva al no centrarse en la narracin y el formato y de laproduccin histrica convencional al no atenerse ni al modelo medie-val ni, lo que es ms significativo, al clsico. Bodin estaba convencidode que la historia es una ciencia, aunque abierta a desarrollos impre-visibles y contraria a las ciencias cerradas, reductibles a principios yleyes,17 y haba comprendido que la historia era la forma ms vlida deconocimiento, por cuanto constitua el esfuerzo ms valioso por com-prender los trminos de la relacin entre el hombre y la naturaleza, lapermanente sucesin de los hechos naturales y las acciones arbitra-rias del hombre. Desde un principio metodolgico clave, el mtodoanaltico, distingua entre historia propia de un hombre o un pueblo e

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    15. Claude G. DUBOIS, La concepction de lhistoire en France au XVIe sicle (1560-1610), Pars, 1977, p. 22; Arlette JOUANNA, Histoire et polmique en France dans la deu-xime moiti du XVIe. sicle, Storia della Storiografia (1982), 2, p. 57; Yves M. BERC yPhilippe CONTAMINE, Histoires de France, historiens de la France, Pars, 1994, p.137; G.GIARRIZO, Per una storia dell storiografia europea. Gli storici, la storia, Bonnano, 1995, p.11 ; M. Thrse JONES-DAVIS, Lhistoire au temps de la Renaissance, Pars, 1995.

    16. Girolamo COTRONEO, Jean Bodin, Npoles, 1966; George HUPPERT, The idea of per-fect history, Urbana, 1970.

    17. Vase sobre esto Guy BOURD y Herv MARTIN, Les coles historiques, Pars, 1983pp. 63 y ss.

  • historia comn o universal, que le interesaba poco por cuanto enten-da que el sujeto de la historia era el Estado y que, por lo tanto, slopoda hacerse la historia de un estado en particular y, a posteriori, ha-cer un examen comparativo de los diversos Estados. Seguramente nofue consciente de que pona en duda el concepto tradicional de histo-ria universal. Adems, Bodin introdujo la idea de un progreso ilimitadoque sobrepasa la historia lineal bblica, en tanto que los conocimientosde los modernos superan a los de los antiguos y, a su vez, son supe-rados por otros nuevos: su orden de la historia pretende ser matem-tico,18 y, por lo mismo, muy alejado de los modelos clsicos.

    As pues, Bodin sostuvo una concepcin de la historia adelantada a sutiempo y a las posibilidades de desarrollo prctico del conocimiento his-trico, pero tambin los esfuerzos de los otros historiadores menciona-dos fueron prematuros por cuanto no exista un desarrollo paralelo delas ciencias auxiliares de la historia. Precisamente fueron las graves di-ficultades metodolgicas que la historia erudita encontraba, junto con lanumerosa clientela receptora de la produccin narrativa, los factores quecoartaron su evolucin, algo que se corregir, en parte, en el siglo XVII.La historia clsica de la historiografa Fueter, por ejemplo, reproch ala produccin histrica del XVII su desafeccin respecto a las formas es-tilsticas de la historiografa renacentista, y un amplio grupo de historia-dores, sostuvo la opinin de que ese siglo habra constituido un cuadropoco favorable a la historiografa, encajada entre el desprecio baconia-no y la duda cartesiana.19 Unos y otros se centraban en la historia na-rrativa, que no recibi aportaciones relevantes en el siglo XVII, y en laantihistrica filosofa cartesiana. En efecto, El Discurso del Mtodo deDescartes dice que todo lo pasado es fuente de error, pero, tal comola interpret P. Chaunu, su mensaje anti-histrico va ms all, directa-mente al centrar su atencin sobre el discernimiento del lenguaje mate-mtico e indirectamente al bloquear cualquier curiosidad sobre los cam-pos de la religin y la poltica, elementos que interesan sobre todo comobase de la sociedad; al sistema mecanicista le importaba sobremanera

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    18. Mirian YARDENI, Historiographie et priodisation en France au XVIe sicle, en J.M.Dufais, dir., Pratiques et concepts de lhistoire en Europe, XVIe-XVIIIe sicles, Pars, 1990,pp. 43 y ss.

    19. L. BRAUM y otros, La dfaite de lrudition, Pars, 1988, p. 307; DUFAIS, Pratiques etconcepts, cit. p. 10.

  • mantener en bloque todo el orden social tradicional y el proceso histri-co es por definicin modificador.20 No obstante, la filosofa del sujetoser desde Descartes una teora del sujeto que conoce y una reflexinsobre el mtodo, lo que jug en beneficio de la crtica, y su mecanicis-mo, poniendo en duda el providencialismo, abra el camino para que elmundo tomara el relevo de Dios, y eso acab influyendo positivamenteen la historia.21

    Hoy ya no se duda de que el XVII fue el siglo del desarrollo del mtodohistrico y en el que se dot a la historia de un estatuto cientfico.22 Lahistoria erudita se convirti en el instrumento de la historia eclesistica yreligiosa, aunque desprovista en buena medida del tinte polmico de lahistoriografas catlica y protestante del XVI; legistas, polticos, filsofose incluso telogos huyeron de ser historiadores, de modo que esta nue-va erudicin estuvo en manos de rdenes religiosas que realizaron unaingente labor de recopilacin documental, slo concebible en el marcode proyectos colectivos a realizar a muy largo plazo no faltaron esfuer-zos individuales, por supuesto. Los jesuitas belgas, impulsados desde1607 por Jean Bolland, se impusieron como objetivo en sus Actae Sanc-torum demostrar la antigedad del culto a los santos y superar las defi-ciencias de la hagiografa de la poca mediante la depuracin de fuen-tes y la precisin cronolgica y los benedictinos de SaintMaur se preo-cuparon por la historia de su propia orden y por las mejoras tcnicas ymetodolgicas en la crtica de fuentes y en su seno surgieron las disci-plinas auxiliares de la historia, como la diplomtica y la paleografa. Laimportancia de lo que hicieron fue muy superior de la que ellos mismosfueron conscientes; la obra de Mabillon, De Re Diplomatica, situaba en

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    20. Pierre CHAUNU, Histoire, science sociale. La dure, lespace et lhomme lpoquemoderne, Pars, 1974, p. 44 ; L. BRAUM, Faces in Clios mirror, s.l., 1975 ; y DUFAIS, Pra-tiques et concepts, introduccin, p. 12 ; B. HERSCH, Re-thinking Cartesian historiography,1977, p. 99, etc.

    21. J.C. BERMEJO, op cit., p. 131; Juan David GARCA BACCA, Antropologa y ciencia con-tempornea, Barcelona, 1983, p. 25-26.

    22. Bibliografa ya citada y Religion, rudition et critique la fin du XVIIe sicle et audbut du XVIIIe, Pars, 1968 ; y P. CHAUNU, La civilisation de lEurope classique, Pars,1970. Un verdadero cntico de este autor en alabanza de la erudicin del XVII puedeverse en las pginas iniciales de Rflets et miroir de lhistoire, Pars, 1990. Orest RANUM,Artisans of glory. Writers and historical thought in seventeenth-century France, ChapelHill, 1980.

  • 1680 un punto sin retorno.23 Adems, el desarrollo del criticismo en laEuropa del XVII y sobre todo en zonas de cultura francfona, estuvoacompaado del desarrollo de escritores escpticos y eclcticos que ex-ponan los problemas crticos y filosficos a una nueva perspectiva.24

    De otro lado, la historia estuvo al servicio de la monarqua y de la cons-truccin del absolutismo monrquico, con Bossuet como centro,25 y con-tribuy una primera forma de memoria colectiva que tocaba a un pbli-co ms amplio que el de las letras; escrita por historiadores pensiona-dos que participaron en la glorificacin de la monarqua y en la concep-cin de la historia nacional en un tiempo sagrado, el de Dios.26

    Estos mltiples desarrollos denotan en general la aplicacin de la opera-cin racional a la historia y constituyen un esfuerzo superador del despre-cio que hacia nuestra disciplina estaba cuajando como contraposicin auna atencin progresiva hacia la naturaleza y como resultado de una nue-va inteligibilidad del mundo en la que la historia no tena cabida, y en eltramo final del XVII se produjo un cambio que permite hablar de una re-volucin historiogrfica: a) progreso sustancial de la filosofa; b) accesofcil a los archivos; c) intercambio de informaciones entre eruditos a esca-la internacional; d) reconocimiento de una cierta teora del progreso. Seadelanta la tensin, clave en el XVIII, entre la voluntad de emitir un juicioracional de la historia y el establecimiento positivo de los hechos. En esegiro, los clsicos acabarn perdiendo el terreno que les quedaba.

    46 Ofelia Rey Castelao

    23. Blandine BARRET-KRIEGEL, Brves reflections sur quelques rgles de lhistoire, enDufais, dir., Pratiques et concepts, p. 85.

    24. Peter BURKE dedica varias pginas a este movimiento en A social History of Kno-wlegde. From Gutemberg to Diderot, Cambridge, 2000, al referirse al pirronismo histrico.Edward OFLAHERTY, The theatre of diversity: historical criticism and religious controversy inseventeenth-century France, en C. Brady, ed., Ideology and the historians, Dublin, 1991,p. 31

    25. RANUM, Artisans of glory; F. LAPLANCHE y otros, eds., La monarchie absolutiste et l-histoire de France, Pars, 1987; J.C. BERMEJO, Tras las huellas de Bossuet, en Replante-amiento de la historia, p. 19; G. CHEYMOL, Tolrance et histoire laube des Lumires, enLhistoire au XVIIIe sicle, Aix-en-Provence, 1980, p. 203.

    26. Historiographes, historiographie et monarchie en France au XVIIe ; ChantalGRELL, Lhistoire en France et le mythe de la monarchie au XVIIe., ambos en Berc, His-toires de France, pp. 149 y 165, respect. Tambin, Jean-Marie GOULEMONT, Le rgne de l-histoire. Discours historiques et rvolution, XVIIe-XVIIIe sicles, Paris, 1996 (ed. or., 1975).

  • El instrumental de un historiador barroco hispano

    Cmo determinar en esa evolucin la influencia real de los clsicos?Para superar la simple deduccin, tendramos que conocer mejor a losautores barrocos, sus obras y, sobre todo, los fundamentos de estas. Encuanto a lo primero, a ttulo general podemos decir que quienes escri-bieron textos de tema histrico pertenecan a sectores sociales bien si-tuados nobles, clrigos, funcionarios, militares y que ni eran historia-dores, ni se vean a s mismos como tales, ni la historia era el nico g-nero literario que les interesaba, sino la religin, el derecho, o la polti-ca, segn cada sector socioprofesional. De su formacin apenas tene-mos noticias, incluso si haban pasado por la Universidad, ya que enesta no se imparta historia; s podemos suponer la influencia de los co-legios de la Compaa de Jess y constatar en la mayora de ellos surelacin con la retrica. Era en el nivel medio de la enseanza donde po-dan haber adquirido un trato ms o menos amplio y til con los clsicosya que desde Petrarca, los humanistas pusieron su confianza total en elpoder educativo de los textos antiguos. Los tratados sobre la historia quese redactaron desde el siglo XVI insistan precisamente en la ejemplari-dad que encerraba y su importancia prctica para la educacin de los j-venes y de los lectores vinculados a las clases dirigentes. El paso deltiempo no desminti esta conviccin, de modo que en autores de graninfluencia del perodo que nos ocupa, como Justo Lipsio (15471606),hallamos an la insistencia en que los textos de griegos y romanos cum-plan una funcin prctica: los estudios de antigedades romanas y lostratados antiguos de arte militar se aplicaban a la educacin poltica dela nobleza.27 As pues, la educacin estaba impregnada de los clsicosy del valor ejemplarizante de la historia, pero la pedagoga humanista noentenda la necesidad de organizar el pasado reconocindolo mejorque el presente segn un orden cronolgico y los hechos importabanen tanto que de ellos se podan obtener preceptos de comportamiento,conocer leyes, observar acciones de personajes a imitar, etc.

    La praxis ms slida y asentada de ese principio se halla en la ratio stu-diorum de la Compaa de Jess en sus versiones de 1569, 1586 y1591, cuyo hilo conductor era el aprendizaje del latn y cuya pedagoga

    El peso de la herencia: la influencia de los modelos en la historiografa barroca 47

    27. SCHAWRTZ LERNER, De Fray Luis a Quevedo, pp.13-18.

  • tena como objetivo la formacin de productores de discursos. En los co-legios jesuticos, la lectura de los clsicos inclua la de los historiadores dela Antigedad con Cicern como clave, y tena su espacio en la clase dehumanidades, asocindolos con los poetas.28 Es decir, se pretenda pre-parar a los alumnos en el dominio del leguaje y de la retrica, y en esecontexto, la historia ocupaba un lugar complementario e instrumental, elde aportar algo de erudicin, asentado en la conviccin as se deduce dela ratio de 1586, de que el estilo de la historia es ms simple que el dela poesa y de que bastaba con explicar los sucesos tal como eran relata-dos por los autores sin necesidad de contrastar su contenido. As pues,ms que ensear historia, se recurra al pasado y todo se explicaba haciaatrs y las lecturas que se imponan buscaban cubrir la faceta oratoria (Ci-cern) o ms propiamente retrica (Aristteles), de modo que solo se da-ban algunas nociones de historia y se lean las obras de historiadorescomo Julio Csar, Salustio, Tito Livio o Quinto Curcio. Posteriores elabo-raciones de la ratio, como la de 1591, reconocan que la historia aportabaplacer al lector, que tena la capacidad de ordenar los hechos y que dis-pona de un ritmo y un estilo propios, y los textos de los pedagogos y tra-tadistas de la Compaa sugeran desarrollar aspectos de la Antigedaden representaciones teatrales, fiestas, juegos, etc.29 Fuera del mbito je-sutico, sabemos poco, salvo que en monasterios y conventos, al lado deuna formacin no muy diferente de la jesutica, los novicios y los alumnoslaicos hacan prcticas copiando documentacin de archivo, aunque msbien por inters caligrfico, y los planes de estudios de las rdenes incor-poraron tarde enseanzas de tipo histrico o instrumental.

    Salvadas esas limitaciones del sistema educativo, no hay duda de que eldominio de la retrica y la oratoria permita a su vez dominar la palabra y

    48 Ofelia Rey Castelao

    28. Anne BRUTER, LHistoire enseigne au Grand Sicle. Naissance dune pdagogie,Pars, 1997, p. 49; de la misma, La confiscation de lhistoire: lclatement des usages delhistoire au XVIIe sicle, en H. Moniot y M. SerwanskI, Lhistoire et ses fonctions, Paris,2000, p. 27. Jean-Marie VALENTIN, Les jsuites et la scne: Orphe, Pallas et la renovatiomundi, en L. Giard y L. De Vaucelles, Les jesuites lage baroque, 1540-1640, Grenoble,1996, p. 131. Para el caso espaol, Jos SNCHEZ HERRERO, La actitud educadora direc-ta e institucional, en Historia de la accin educadora de la Iglesia en Espaa, Madrid,1995, p. 614.

    29. De los tratados del primer tercio del siglo XVII, muchos fueron escritos por autoresjesuitas: Victoria PINEDA, La preceptiva historiogrfica renacentista y la retrica de los dis-cursos: antologa de textos, Talia dixit, 2 (2007), pp. 95-96.

  • el relato y, por lo tanto, escribir historia algo que se observa muy bien enlos eclesisticos, que solan ser docentes, oradores, predicadores, etc..Para lo dems que la enseanza no aportaba, los historiadores se sirvie-ron casi en exclusiva de la lectura, de ah que sea imprescindible incidiren la experiencia personal e intransferible de leer y de escribir que facilitla transformacin de algunos lectores en historiadores.30 Una prospeccinsomera nos revelara que la mayora no dud en imitar lo que lea. Laprctica de la imitacin se consideraba positiva para adquirir destreza re-trica o dialctica, aunque se pensaba que deba ser creadora y reflejar lapersonalidad de quien escriba: fue as como los autores renacentistas obarrocos hacan una lectura peculiar de los clsicos que gener una nue-va cultura transmitida en sus ediciones, comentarios y tratados sobre lascostumbres antiguas o en obras literarias que a su vez imitaban a los cl-sicos.31 Y los historiadores tampoco dudaron en apropiarse de los textosde quienes los haban precedido; la apropiacin se vinculaba con frecuen-cia con la propiedad de un libro, algo que a ojos del propietario, iba msall de su materialidad para alcanzar la de sus contenidos. Desde luego,no era necesario tener libros para ser historiador se podan leer librosprestados por particulares o bibliotecas y aquellos libros que los historia-dores tuvieran no seran todos de historia, porque la produccin y el con-sumo de obras de historia era escaso todava en el siglo XVII, y la exis-tencia de libros de historia en las bibliotecas no tena que traducirse enproduccin de textos, porque entre el consumidor estaba muy difundida laidea de que la historia tena la misma utilidad que la literatura y servacomo entretenimiento. Los libros de los historiadores seran un modo deacceder a la informacin de la que disponan, pero estamos poco informa-dos de las bibliotecas de los historiadores, aunque podemos suponer quelos miembros de instituciones, recurriran a las de estas. No se duda sinembargo de que, fueran particulares o colectivas, las estanteras de esasbibliotecas barrocas, en las que era visible la ralentizacin del consumo delibros desde comienzos del XVII, dominaba el libro religioso, el instrumen-tal o profesional y los clsicos grecolatinos.

    Ahora bien, para ver mejor de qu se nutran los historiadores es ms

    El peso de la herencia: la influencia de los modelos en la historiografa barroca 49

    30. Vase nuestro experimento sobre los historiadores gallegos en Ofelia REY CASTE-LAO, Libros y lectura en Galicia. Siglos XVI al XIX, Santiago, 2003.

    31. Anthony GRAFTON, Bring out your dead. The past as revelation, Cambridge, Mass.,2001.

  • eficaz el anlisis de sus citas intercaladas o marginales, para deducirlo que haban ledo o captado, o de lo que se haba apropiado conscien-te o inconscientemente, o los libros utilizados real o aparentementepara elaborar un texto histrico de mejor o peor calidad. Obviamente, lascitas slo en teora responden a una prctica real de lectura, ya queexisten variadas y numerosas frmulas para apropiarse de lo ledo porotros, y ms entre autores con escasa movilidad geogrfica y con dificul-tades para hacerse con el material que era o pareca necesario. En elBarroco, la exigencia de contrastar, comparar, debatir y discutir y asen-tar... una afirmacin, y de asegurarla sobre la autoridad de nombres re-conocidos, gener una inflacin de citas mejor si eran de los clsicos,frecuentemente copiadas de los dems, de la que quedaron al margenlos textos elaborados a partir de documentacin de archivo y redactadosen la sobriedad heredada de las crnicas medievales. Es el caso de lahistoria monstica y conventual, cuyos autores solan dejar que los do-cumentos se expresasen por s mismos, no buscaban impresionar a laclientela y polemizaban menos que los otros, pero tambin porque paralas historias de iglesias, monasterios, cabildos y obispos, el recurso a losclsicos era irrelevante. Algo parecido suceda con los textos monogr-ficos, por su estilo y por su restriccin cronolgica, temtica o zonal.

    La inflacin corresponda ms bien a la vanidad intelectual y era obra deautores que pretendan polemizar o reivindicar algo. Esto afectaba sobretodo a quienes trataban de los perodos histricos primitivos, del primercristianismo o de la primaca de un territorio sobre otros, lo que exigadar referencias y testimonios, contraponerlos a las de los dems, discu-tir teoras y aportar alternativas, etc.;32 por supuesto, obedeca tambinal deseo de demostrar conocimiento de materias varias, algo frecuenteentre archiveros y bibliotecarios de monasterios, entre juristas o entrequienes queran acreditar su capacidad de traducir. Pero el elemento de-cisivo era la necesidad de contar con la autoridad y credibilidad que otor-gaban determinados autores y textos o la de solucionar espinosas cues-tiones cronolgicas y espaciales. Dado que el cristianismo introdujo enla historia un componente discriminador al diferenciar lo cristiano de lopagano y la Iglesia de lo no eclesistico,33 esto explica las persistentes

    50 Ofelia Rey Castelao

    32. Vanse ejemplos de esto en Manuel LVAREZ MARTI-AGUILAR, Tarteso. La construc-cin de un mito en la historiografa espaola, Mlaga, 2005, pp. 23-25.

    33. Benito SNCHEZ ALONSO, Historia de la historiografa espaola, vol. I, Madrid, 1941;ORCSTEGUI y SARASA, La historia en la Edad Media, p. 64.

  • y generales referencias a la Biblia o a los fundamentos del dogma y ladoctrina, y a los santos padres, en especial aquellos que trasvasaron alcristianismo la idea de la biparticin entre la edad del mito y la edad dela historia: Agustn de Hipona, Jernimo y Eusebio de Cesarea, quienplante por primera vez la visin completa y sincrnica de los aconteci-mientos de los pueblos y cuya cronologa marc la de los historiadoresmedievales; tambin era inevitable Flabio Josefo, que resolva el enlaceentre la tradicin judaica y el cristianismo. Lo mismo podra decirse delas citas a los clsicos, menos abundantes de lo que se pudiera pensary muchas veces con sntomas claros de que se conocan a travs de re-copilaciones, pero que eran inevitables en tanto que modelos de los quelos historiadores modernos se crean continuadores y en tanto que sustextos eran considerados como fuentes de primera importancia para elperodo antiguo.

    Las referencias a unos y otros se agolpaban en las pginas introducto-rias de los textos histricos, como se haca en las historias medievalesy renacentistas, con objeto de marcar el estilo y determinar la actitud delautor con respecto a la poca clsica.34 Sus citas menudean en las des-cripciones geogrficas y en introducciones y prlogos pero no suelenaparecer en el cuerpo de los textos, salvo para tratar la Antigedad ycon funciones distintas. En prlogos e introducciones son unnimemen-te citados Cicern, Julio Csar, Tcito, Ovidio o Virgilio y, en menor me-dida, Aristteles, Platn, Atengoras o Sneca, de lo que se deduce queeran utilizados como autoridades de un saber del que los autores quie-ren dar cuenta, sin que necesariamente cumplan otra funcin o sirvien-do slo como referencias y modelos literarios; Cicern es el que concitamayor fidelidad en las citas y mayor lealtad en las preferencias, porqueal introducir la historia en sus consideraciones y tratados retricos se ha-ba convertido en el gozne de todas las teoras sobre la formulacin es-ttica de la literatura historiogrfica y porque entenda esta como vivifi-cadora de la memoria y como depsito de la verdad, sin que sirvierapara formar polticamente sino moralmente a sus lectores.35

    El peso de la herencia: la influencia de los modelos en la historiografa barroca 51

    34. Robert B. TATE, Ensayos sobre la historiografa peninsular del siglo XV, Madrid,1970, pp. 5 y ss.

    35. Carmen CODOER, Un modelo imitativo: la historiografa latina, en el dossier Cua-tro aspectos de la historiografa renacentista, dirigido por B. Cuart, Studia Historica (1995),p. 21.

  • En las descripciones de la Pennsula Ibrica, los clsicos romanos ma-yoritariamente eran esenciales para fundamentar sobre una base hist-rica y dar continuidad a lo que se describa, de modo que eran emplea-dos como fuente.36 As pues, en Herodoto de Halicarnaso se deposita laconfianza de los testimonios ms antiguos de la Pennsula y es reitera-damente citado, en tanto que la reiteracin de las citas a Rufo FestoAvieno en su poema Ora Maritima se entiende en tanto que es un com-pilador de nombres de pueblos y ciudades de la Pennsula, obtenidos deautores griegos y latinos. La antigedad de sus testimonios explica tam-bin la reiteracin de las citas a Diodoro Sculo, del siglo I a. C., cuyaBiblioteca Histrica contiene referencias a la Pennsula las hazaas deHrcules o la reconquista por parte de Amlcar y Asdrbal y la participa-cin de Cornelio Escipin, las guerras de Numancia, de Viriato y de Ser-torio. Igual de abundantes son las citas al historiador y gegrafo Estra-bn, cuya descripcin de la Pennsula a pesar de no haberla visitado sevali de Polibio, Posidonio y otros autores y de testigos de las guerrascntabras, se consideraba un elemento clave. Tito Livio ocupa el mis-mo lugar preferente, tanto como modelo historiogrfico como porque diogran importancia a las guerras de la conquista de la Pennsula, si biensu perdido relato de las guerras cntabras se recupera a travs de Flo-ro y Orosio. Algo parecido sucede con la importancia de Justino en lascitas de nuestros historiadores, ya que por su mediacin se conocenpartes de la obra de Trogo Pompeyo, en especial su descripcin de laPennsula. Sneca, muy citado, lo es en prlogos e introducciones porsus aportes filosficos y sus valores morales; es ms o menos lo que ex-plica la abundante presencia de Lucano y su Farsalia. No hay muchasreferencias a Columela, pero s a Plinio el Viejo y a Julio Solino, que sevala de sus datos, cuya Historia Natural era un magnfico complemen-to a las obras de los anteriores, y al ms tardo Ptolomeo, cuya descrip-cin geogrfica, redactada en el siglo II, es una obra esencial para el co-nocimiento de pueblos y ciudades de la Pennsula. El poeta Silio Itlicoy su epopeya Punica es tambin muy citado, aunque sus noticias proce-den de Tito Livio, quiz porque ofrece rasgos tpicos de los habitantespeninsulares; Marcial, poeta que cant a la Celtiberia de su nacimiento,tambin es un autor muy socorrido, aunque menos, como sucede conJuvenal. Plutarco lo es abundantemente porque era un modelo en los re-

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    36. Jos Mara BLQUEZ, La historiografa sobre la Edad Antigua, en J. Andrs-Galle-go, coord., Historia de la historiografa Espaola, Madrid, 1999, pp. 15 y ss.

  • latos biogrficos y porque en los redactados por l se contienen episo-dios referidos a la Pennsula, y ms an lo es Lucio Anneo Floro, por-que a su travs se conservan los textos de Tito Livio, como dijimos, ade-ms de recoger datos de Salustio, Csar, Lucano y Sneca. El poetaClaudio Claudiano es citado en medida menor pero a tener en cuentapor ser hacia 400 el autor de una alabanza de la Pennsula, como tierrarica y de origen de emperadores. Menos citados en descripciones y re-ferencias al perodo antiguo C. Velello Paterculo, quiz por la brevedadde su descripcin, Valerio Mximo porque recoge ancdotas que sepueden leer en Varrn, Cicern y Tito Livio, Varrn porque sus datosaparecan en Plinio el Viejo y en otros autores, Julio Frontino, Higinio,Aulo Gelio en sus Noches Aticas, Pausanias, Filostrato, Claudio Eliano,Paciano obispo de Barcelona, Amiano Marcelino y Dcimo Magno Auso-nio, entre los historiadores romanos que decan algo de la Pennsula, yafuera directa o indirectamente, si bien es verdad que en su mayora losms tardos eran imitadores de Herodoto, Tucdides y Salustio, o comoera el caso de Amiano Marcelino, escritor de decadencia que no pasabade imitar a Tcito. Muy citado es Sidonio Apolinar, historiador romano delsiglo V. Y no debemos olvidar que autores de la primera Edad Media,como Isidoro de Sevilla y Beda, eran citados de modo general e insis-tente, no tanto por s mismos como por ser transmisores de los modelosy los contenidos de los clsicos.

    En definitiva, dado el tipo de enseanza que reciban y las lecturas quehacan, no es de extraar que quienes escribieron textos de historia enel Barroco lo hicieran a partir de esas referencias clsicas, retricas, rei-terativas y menos abundantes de lo que se pudiera pensar, y, en nues-tra opinin, revelan un inters mayor por los contenidos concretos y porlas noticias sobre la historia preromana de la Pennsula, que por el sen-tido de la historia o los modelos literarios. Por la misma razn, tampocoes extrao que los historiadores barrocos se manejasen con cierta sol-tura entre los clsicos y que cuando avanzaban hacia perodos ms tar-dos en los que esa base no les serva como soporte, perdan todo loque de cierta calidad pudieran tener.

    Desde nuestro punto de vista, todo indica que la preceptiva historiogr-fica moderna no les suministr alternativas, y es casi imposible encon-trar obras de ese tema en las bibliotecas particulares e institucionales, oen las citas de la produccin escrita, dado que era incapaz de competircon la teora clsica, de la que era deudora. Nacida en la segunda mi-

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  • tad del siglo XVI, la preceptiva se inspiraba en tratados antiguos Aris-tteles, Cicern, Quintiliano y era depositaria de las convencionessobre la escritura de la historia que la tradicin le haba legado desde laAntigedad y por eso mismo careca de originalidad; se centraba en laexposicin y el relato sin tener en cuenta los problemas de la investiga-cin, de la depuracin de los hechos y de la dificultad de adaptarlos a lapoca contempornea como sealada Bodin en su Methodus, sin su-perar tpicos como la necesidad de verdad y la imparcialidad del histo-riador. No es raro que as fuera porque su nacimiento est ligado al dela preceptiva oratoria; a la manera de las artes rhetoricae se elaboraronartes historiae, contribuyendo quiz a que la historia fuera consideradaun tipo ms de discurso retrico. El Renacimiento se empe en demos-trar que la historia es una ars, como la retrica, segn la tradicin cice-roniana y esta orientacin retrica se afianz desde finales del XV y es-tuvo presente hasta la mitad del siglo XVII, aunque el hilo escptico nun-ca desapareci por completo.37 La combinacin de retrica y verdad,aplicados a la escritura de la historia, encontr soluciones dispares se-gn el mayor o menor peso que el historigrafo concediera a una o aotra y a los elementos adicionales del razonamiento y el concepto de ve-rosimilitud ayud a salvar teoras presuntamente contradictorias. Asimis-mo, la contraposicin entre lo til y lo deleitable como fin esencial de lahistoria entr tambin a participar en la discusin, colaborando a la ur-dimbre de una intrincada trama de filosofas historiogrficas.38

    Todo lector barroco de la Potica de Aristteles conoca la distincin queeste haca entre historiador o cronista y poeta y deca que no se diferen-ciaban por decir las cosas en prosa o en verso, sino en que uno dice losucedido y el otro lo que podra suceder; por eso el historiador debarespetar la verdad de lo acontecido y el poeta solo lo verosmil, y sabaque Aristteles defenda que la poesa era superior porque era ms filo-sfica y elevada pues dice lo general y la historia solo particular. Dichode otro modo, los relatos histricos que narran lo acontecido difieren delos textos poticos porque el objetivo del historiador es informar sobreuna secuencia de hechos ya sucedidos, que estn fuera de su control yno caben en el espectro de lo imaginario. Sin duda, todo historiador in-

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    37. PINEDA, La preceptiva historiogrfica, pp. 95-97.38. Anthony GRAFTON, What Was History? The Art of History in Early Modern Europe,

    Cambridge, 2007.

  • venta una trama para ordenar y disponer su narracin de hechos, peroan utilizando recursos retricos se aparta de la poesa por la exigenciade objetividad. El poeta era un hacedor y el historiador se limitaba a tras-ladar lo que otros haban escrito y estaba atado a la verdad; cada histo-riador poda desarrollar un estilo propio en el que podan identificarsemuchos recursos que haba codificado la retrica y que eran comunes alos de los poetas o por los oradores.39

    Sin embargo, insistimos en el escaso peso real de la preceptiva en loshistoriadores barrocos hispanos. El Memorial de las cosas necesariaspara escribir historia, de Juan Pez de Castro, por la sencilla razn deque qued manuscrito. La obra de Fox Morcillo, De historiae institutionedialogus, publicada en Amberes en 1557, no era mucho ms conocida yse cita para resolver cuestiones estilsticas y es que su valoracin fuetarda la erudicin decimonnica la vio como una obra completa; Foxsugera verdad e imparcialidad, su estilo era literario y filosfico, y pro-pona un contenido ntegro de la historia sin omitir lo desagradable allector, pero no tuvo trascendencia en el modo de hacer historia en Es-paa, vctima en cierta medida de los cronistas oficiales, elegidos por vade amistad y privilegio. En realidad, Fox Morcillo era un imitador de Pla-tn al que solo importaban los historiadores griegos y latinos, aunque losrefuta en varias ocasiones por dar entrada a las fbulas; en perpetua co-munin con el mundo antiguo, denunciaba la indigencia historiogrficade Espaa y la inexistencia de mecenas, reclamaba una historia redac-tada en latn, exportable, que estaba al alcance de pocos, y proclamabala utilidad de la historia para los prncipes y para fundamentar el engran-decimiento, podero, ilustracin y gloria de los pueblos.

    Tampoco sola citarse el Arte de retrica de Rodrigo de Espinosa deSantayana (1578), que no pasaba de ser un conjunto desordenado demximas triviales, ni la obra de Juan Costa, De conscribenda rerun his-torialibri duo (Zaragoza, 1591). No mucho ms se haca referencia a Ca-brera de Crdoba (De historia, para entenderla y escribirla, Madrid,1611), un autor muy influido por Tcito y Polibio; sus principios no erannuevos, ya que entenda a la historia como maestra de la vida pero li-mitada su funcin a los ejemplos positivos ocultado lo que menoscaba-ba la autoridad y como la narracin de verdades por hombre sabio

    El peso de la herencia: la influencia de los modelos en la historiografa barroca 55

    39. SCHWARTZ LERNER, Un gnero historiogrfico del siglo XVI,, pp. 85-102.

  • para ensear a bien vivir; crea tambin que la verdad haca imposibleconfundir la historia con la poesa, por cuanto esta enseaba deleitandoy la historia lo haca relatando sucesos verdicos o exponiendo vicios yvirtudes de sus agentes histricos, cuyo estudio abraza la filosofa mo-ral. Pero sobre todo, Cabrera, como otros antes que l, entenda que elhistoriador deba ser hombre de la Corte, buen conocedor de los asun-tos polticos, pero se planteaba el problema de la imparcialidad y delriesgo de decir la verdad, de modo que buscaba una va ingeniosa pararesolverla, las arengas, como espacio autnomo en el que la verdad co-rra libremente.

    No es fcil hallar referencias a Bartolom de Argensola (Discurso acer-ca de las cualidades que ha de tener un perfecto cronista), que propo-na respeto sin imitacin de los clsicos y rechazo a emplear la imagina-cin para rellenar huecos primitivos; para Argensola, la historia tenacomo fin no dejar que los hechos de los hombres cayeran en el olvido yque de ellos emanase cierta enseanza, sin que el historiador moraliza-se. Tampoco se menciona a otros autores del siglo XVII, como Fray Je-rnimo de San Jos (Genio de la historia, 1651), un autor con un profun-do conocimiento de los historiadores y preceptistas antiguos. Este reli-gioso era partidario de una cronologa rigurosa, hecha por un historiadorvirtuoso, sabio, noble y digno de oficio y puesto en la repblica; reco-mendaba visiones de conjunto previas a la obra y rechazaba las descrip-ciones intiles y los discursos, as como el estilo rebuscado y los hechosque no conviniesen a la utilidad pblica; entenda que los juicios debanser breves la moralidad surgira por s misma y se mostraba muy pre-ocupado por la forma material de la historia, combatiendo el culteranis-mo en un siglo en el que la historia se haba aliado con la poesa, has-ta el punto de que poetas como los Argensola y Juan de Mena llegarona ser cronistas oficiales.40 No debe olvidarse la influencia del tacitismo,importante a lo largo del XVII desde que los pensadores reformistas deltiempo de Felipe II en adelante sugiriesen la idea de que la poltica erauna disciplina cuya fuente es la historia.

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    40. L. SCHWARTZ LERNER, Modelos clsicos y modelos del mundo en la stira urea:los Dilogos de Bartolom Leonardo de Argensola, en M. Garca Martn, coord., Estadoactual de los estudios sobre el Siglo de Oro. Actas del II Congreso Internacional de Hispa-nistas del Siglo de Oro, 1, Salamanca-Valladolid, 1993, pp. 75-94.

  • Conclusiones

    Las consecuencias que de la falta de agilidad de la historiografa barrocase pudieran derivar afectaban poco al lector porque el consumo de obrasde historia todava era escaso en el siglo XVII, como lo revelan las acu-mulaciones de libros en las casas particulares, centros educativos e insti-tuciones eclesisticas, en los que la historia no era una proporcin rele-vante. Su crecimiento se producir con un considerable retraso con res-pecto a Francia, por ejemplo, esperando al final del siglo XVII para serinteresante y al XVIII para convertirse en uno de los renglones ms den-sos de la produccin impresa y de la lectura. No obstante, habr de reco-nocerse que la historia suele estar subsumida en la mayora de los clcu-los en el cajn de sastre de las bellas letras, y rara vez puede medirse pors misma, lo que nada tiene de anmalo porque la historia tena entre suclientela ms asidua la de los grupos mejor situados de la sociedad, elmismo carcter que la literatura, esto es, se vea ante todo como lecturade entretenimiento; tambin es preciso tener en cuenta que una parte dela produccin historiogrfica no lleg a la imprenta, en especial muchas delas falsificaciones barrocas lo que, bien mirado, es positivo. Obviamente,la existencia de libros de historia en las bibliotecas privadas e instituciona-les no tena que traducirse en produccin de textos y solo una minora deeclesisticos, nobles e hidalgos, militares y funcionarios se atrevi a escri-bir textos de historia; les faltaba formacin para esto y tenan que extraersus modelos de la tradicin historiogrfica. Esos modelos son los clsicos,pero no debemos sobredimensionar su influencia, ms formal y de con-tenidos concretos que de filosofa y espritu, y tamizada por la relecturaque de los clsicos se hizo en la Edad Media alterando su mensaje enfavor del cristianismo y en la primera Edad Moderna; a la postre, el his-toriador barroco era ante todo dependiente de los cronistas castellanos delXVI, verdadera cantera de informacin, de modelos estilsticos y de lne-as argumentales, no en vano haban contado con el respaldo oficial y unaenorme capacidad de difusin y de permeabilidad del mercado, de modoque su sombra amparaba al resto de la produccin.41

    El peso de la herencia: la influencia de los modelos en la historiografa barroca 57

    41. Manuel PEA, El laberinto de los libros: historia cultural de la Barcelona del Qui-nientos, Madrid, 1997, p. 149; M Luisa LPEZ-VIDRIERO, "Les chroniques imprimes: livrede cour dans l'Espagne du XVIe. sicle", en A. Quondam, ed., El libro a corte, Roma, 1994,p. 401; Agust ALCOBERRO, "La historiografa de la Corona de Aragn en el Reinado de Fe-lipe II", en Las Sociedades Ibricas y el mar, III, Madrid, 1998, pp. 7-18.