36 EL PAÍS, miércoles 30 de enero de 2008 vida & artes Morir... · tegrada por el oncólogo del...

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36 EL PAÍS, miércoles 30 de enero de 2008 vida &artes Cuando el muerto es el culpable del accidente, paga Empezó siendo el caso Leganés y ha terminado siendo el caso La- mela. Han pasado casi tres años desde que el consejero de Sani- dad de la Comunidad de Madrid Manuel Lamela, del PP, iniciara la persecución judicial del equi- po de urgencias del Hospital Se- vero Ochoa de Leganés, con una acusación desmesurada: 400 po- sibles casos de homicidio por se- dación irregular de enfermos en situación terminal. La justicia ha dicho por fin la última palabra. Ni homicidios ni sedaciones irregulares. Ni siquie- ra mala práctica médica. La Au- diencia de Madrid ha cerrado el caso dejando claro que todo fue correcto en la actuación del coor- dinador del servicio, Luis Mon- tes, y trece facultativos más. Pero ha dejado un gran poso de dolor: el dolor moral de los médicos per- seguidos, y el dolor físico y moral de muchos moribundos. En estos tres años el conseje- ro Lamela ha cambiado de ocupa- ción —de Sanidad a Transporte— lo que le permite ahora eludir las consecuencias de su atrevimien- to, pero el equipo de Montes ha quedado desperdigado, la sani- dad pública ha recibido un golpe bajo de consecuencias imprevisi- bles y muchos enfermos, tal vez miles, han muerto con dolor por- que sus médicos no se han atrevi- do a aplicarles la sedación termi- nal. En realidad, morir sin dolor sigue siendo en España un privi- legio que no está, ni mucho me- nos, al alcance de todos los pa- cientes. Podría decirse que el caso La- mela ha tenido dos efectos gra- ves y un rebote. El primer efecto lo han pagado los pacientes. To- dos los especialistas consultados coinciden en que, tras la denun- cia, muchos médicos dejaron de aplicar la sedación terminal y otros cuidados paliativos a enfer- mos que los necesitan, especial- mente en la comunidad de Ma- drid, por temor a ser cuestiona- dos o incluso denunciados. “La sedación pasó a ser una práctica sospechosa y eso hizo mucho daño”, afirma Fernando Marín, de la asociación En Casa, una entidad sin ánimo de lucro que proporciona cuidados paliati- vos domiciliarios y defiende el de- recho a una muerte digna. Esta asociación ha recibido durante este tiempo el testimonio de mu- chos familiares desesperados por no poder aliviar a sus enfer- mos terminales. “La denuncia provocó un retraimiento en lo que ya estaba plenamente admiti- do como una práctica asistencial correcta. Muchos médicos se lo piensan ahora dos veces antes de indicar una sedación”, corrobora José Expósito, director del Plan Integral de Oncología de Andalu- cía y uno de los impulsores de los cuidados paliativos en esta comu- nidad. Lo que ya se conoce como el efecto Lamela ha privado y sigue privando a muchos pacientes ter- minales de una herramienta que no sólo está indicada sino que constituye una buena práctica médica. La sedación terminal se aplica a enfermos que no tienen ninguna posibilidad de curación y han entrado ya en fase de ago- nía. No administrar la sedación terminal cuando está indicada supone prolongar la agonía y el sufrimiento de forma innecesa- ria. “Es claramente una mala praxis”, afirma José Expósito. Y si se hace además por razones ideológicas, una inmoralidad. “Cuando han de afrontar la muer- te, lo que piden, tanto los pacien- tes como los familiares, es no su- frir. Es en lo que siempre insis- ten más”, añade Fernando Ma- rín. La minuciosa y a veces despia- dada revisión de las 339 historias clínicas del hospital de Leganés sometidas a examen ha permiti- do ver que en realidad el doctor Luis Montes y su equipo han sido perseguidos por no haber mira- do hacia otro lado. Por haber si- do sensibles a un problema que otros servicios de urgencias pre- fieren ignorar. Un servicio de Ur- gencias no es, desde luego, el me- jor lugar para morir, pero tanto entonces como ahora, muchos pacientes acaban agonizando en estos servicios porque no tienen unidades de cuidados paliativos en las que ingresar ni equipos que les atiendan en su casa. Después de instaurar el proto- colo del ictus, el protocolo de in- fartos o el protocolo de traumato- logía, el doctor Montes instauró en las Urgencias de Leganés un protocolo para atender mejor a los enfermos agonizantes. Reser- vó para ellos un espacio mínimo pero digno y consensuó con su equipo la forma de aplicar las he- rramientas de sedación terminal y los cuidados paliativos. “Ha si- do penalizado por ser una perso- na sensible y hacer lo que debía”, insiste Fernando Marín. El segundo efecto Lamela ha recaído en la propia profesión médica. La denuncia no sólo ha dejado a su paso un reguero de resquemor profesional que, co- mo la pólvora, ha tenido efectos morales devastadores, sino que ha sentado un precedente que an- tes era impensable: Por primera vez, una autoridad sanitaria utili- za el poder institucional que le confieren los ciudadanos para perseguir a un equipo profesio- nal, no por criterios médicos, si- no por oscuras razones ideológi- cas. “Nunca hubiéramos pensa- do que se podía llegar a esos nive- les de intromisión en la práctica asistencial por motivos ideológi- cos”, reflexiona José Expósito. Por eso, en los actos de solidari- dad con los médicos de Leganés, Lamela ha sido con frecuencia comparado con McCarthy, el se- nador norteamericano que mon- tó una monumental fábula para perseguir a los intelectuales de izquierda. Muchos han interpretado la acción de Lamela como un ata- que preventivo contra la posibili- dad de que en España se regule la eutanasia, a la vista de que en los foros de debate ganaba adep- tos la propuesta de modificar el Código Penal para despenalizar la ayuda médica al suicidio en el caso de enfermos en situación terminal irreversible y sufrimien- to insuperable y siempre que lo pidan con plena consciencia y li- bertad. Otros, entre ellos el propio Luis Montes, la interpretaron co- mo como una operación de des- prestigio de la sanidad pública, destinada a reforzar la estrategia de privatización de la gestión hos- pitalaria emprendida por la Co- munidad de Madrid. En un caso de origen tan claramente políti- co, la politización era inevitable. Pero lo que más mella ha hecho en la moral profesional, lo más corrosivo ha sido ver la facilidad con que se podían montar comi- siones de investigación y escruti- nio de profesionales para juzgar a otros profesionales fuera del sistema judicial y por tanto, sin ninguna garantía profesional. El caso Lamela se convirtió en un juicio profesional paralelo al judi- cial. “Es un precedente letal. Nin- gún servicio sanitario soportaría una evaluación tan sesgada co- mo la que aplicó el comité de ex- pertos reunidos por Lamela para juzgar la práctica asistencial de los médicos de Leganés. Cual- quiera de los miembros de esa misma comisión saldría mal pa- rado de un escrutinio semejan- te”, afirma Xavier Gómez-Batiste, impulsor en España de los cuida- dos paliativos y una de las perso- nas con mayor autoridad para juzgar la asistencia a enfermos terminales. Gómez-Batiste será nombrado dentro de unos días director del Centro Colaborador de Programas Públicos de Cuida- dos Paliativos de la OMS. La comisión Lamela estaba in- tegrada por el oncólogo del 12 de Octubre Hernán Cortés Funes; el de La Paz Manuel González Ba- rón; el presidente de la Sociedad Española de Anestesiología, Fran- cisco López Timoneda; el profe- sor de Fisiología en la Universi- dad San Pablo CEU y jefe de Pe- diatría de la Fundación Hospital Alcorcón, Bartolomé Bonet Se- rra; la psiquiatra Dolores Crespo Hervás, del hospital Ramón y Ca- jal, y el inspector médico de la consejería, Isidro Álvarez Mar- tín. Todos ellos fueron nombra- dos a dedo por el consejero y ac- tuaron en todo momento bajo el manto protector del secreto. El mismo Colegio de Médicos de Madrid se vio rasgado por la enorme tensión del caso Lamela y aún se lame las heridas. Aunque el doctor Montes ha anunciado ahora acciones judi- ciales contra sus perseguidores, difícilmente la justicia podría re- mediar lo que es irreparable, el dolor innecesario. Pero el caso Lamela ha tenido también un efecto rebote: la reac- ción que ha provocado ha permi- tido poner en evidencia las caren- cias del sistema sanitario en cui- dados paliativos y ha dado lugar a una estrategia nacional que ahora aplican, con mayor o me- nor intensidad, las comunidades autónomas. El caso Lamela mos- Morir sin dolor aún es privilegio El ‘caso Lamela’ ha desatado el miedo a aplicar sedaciones Sólo un tercio de los enfermos que precisan cuidados paliativos los reciben sociedad Los cuidados paliativos son desiguales, y no todas las pa- tologías se benefician de ellos. Morir sin dolor todavía es una lotería. / martin ley M d s L p l a MILAGROS PÉREZ OLIVA

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Page 1: 36 EL PAÍS, miércoles 30 de enero de 2008 vida & artes Morir... · tegrada por el oncólogo del 12 de OctubreHernán CortésFunes; el de La Paz Manuel González Ba-rón; el presidente

36 EL PAÍS, miércoles 30 de enero de 2008

vida&artes El Madrid negociaun contratovitalicio para Raúl

Cuando el muertoes el culpable delaccidente, paga

Tele 5 echa elcierre a ‘Aquí haytomate’

Enrique Morente:“El ‘pellizco’ se estáperdiendo”

Empezó siendo el caso Leganés yha terminado siendo el caso La-mela. Han pasado casi tres añosdesde que el consejero de Sani-dad de la Comunidad de MadridManuel Lamela, del PP, iniciarala persecución judicial del equi-po de urgencias del Hospital Se-vero Ochoa de Leganés, con unaacusación desmesurada: 400 po-sibles casos de homicidio por se-dación irregular de enfermos ensituación terminal.

La justicia ha dicho por fin laúltima palabra. Ni homicidios nisedaciones irregulares. Ni siquie-ra mala práctica médica. La Au-diencia de Madrid ha cerrado elcaso dejando claro que todo fuecorrecto en la actuación del coor-dinador del servicio, Luis Mon-tes, y trece facultativos más. Peroha dejado un gran poso de dolor:el dolor moral de los médicos per-seguidos, y el dolor físico y moralde muchos moribundos.

En estos tres años el conseje-ro Lamela ha cambiado de ocupa-ción —de Sanidad a Transporte—lo que le permite ahora eludir lasconsecuencias de su atrevimien-to, pero el equipo de Montes haquedado desperdigado, la sani-dad pública ha recibido un golpebajo de consecuencias imprevisi-bles y muchos enfermos, tal vezmiles, han muerto con dolor por-que sus médicos no se han atrevi-do a aplicarles la sedación termi-nal. En realidad, morir sin dolorsigue siendo en España un privi-legio que no está, ni mucho me-nos, al alcance de todos los pa-cientes.

Podría decirse que el caso La-mela ha tenido dos efectos gra-ves y un rebote. El primer efectolo han pagado los pacientes. To-dos los especialistas consultadoscoinciden en que, tras la denun-cia, muchos médicos dejaron deaplicar la sedación terminal yotros cuidados paliativos a enfer-mos que los necesitan, especial-mente en la comunidad de Ma-drid, por temor a ser cuestiona-dos o incluso denunciados.

“La sedación pasó a ser unapráctica sospechosa y eso hizomucho daño”, afirma FernandoMarín, de la asociación En Casa,una entidad sin ánimo de lucroque proporciona cuidados paliati-vos domiciliarios y defiende el de-recho a una muerte digna. Estaasociación ha recibido duranteeste tiempo el testimonio de mu-chos familiares desesperados

por no poder aliviar a sus enfer-mos terminales. “La denunciaprovocó un retraimiento en loque ya estaba plenamente admiti-do como una práctica asistencialcorrecta. Muchos médicos se lopiensan ahora dos veces antes deindicar una sedación”, corroboraJosé Expósito, director del PlanIntegral de Oncología de Andalu-cía y uno de los impulsores de loscuidados paliativos en esta comu-nidad.

Lo que ya se conoce como elefecto Lamela ha privado y sigueprivando a muchos pacientes ter-minales de una herramienta queno sólo está indicada sino queconstituye una buena prácticamédica. La sedación terminal seaplica a enfermos que no tienenninguna posibilidad de curacióny han entrado ya en fase de ago-nía. No administrar la sedaciónterminal cuando está indicadasupone prolongar la agonía y elsufrimiento de forma innecesa-ria. “Es claramente una malapraxis”, afirma José Expósito. Ysi se hace además por razonesideológicas, una inmoralidad.“Cuando han de afrontar la muer-te, lo que piden, tanto los pacien-tes como los familiares, es no su-frir. Es en lo que siempre insis-ten más”, añade Fernando Ma-rín.

La minuciosa y a veces despia-dada revisión de las 339 historiasclínicas del hospital de Leganéssometidas a examen ha permiti-do ver que en realidad el doctorLuis Montes y su equipo han sidoperseguidos por no haber mira-do hacia otro lado. Por haber si-do sensibles a un problema queotros servicios de urgencias pre-fieren ignorar. Un servicio de Ur-gencias no es, desde luego, el me-jor lugar para morir, pero tantoentonces como ahora, muchospacientes acaban agonizando enestos servicios porque no tienenunidades de cuidados paliativosen las que ingresar ni equiposque les atiendan en su casa.

Después de instaurar el proto-colo del ictus, el protocolo de in-fartos o el protocolo de traumato-logía, el doctor Montes instauróen las Urgencias de Leganés unprotocolo para atender mejor alos enfermos agonizantes. Reser-vó para ellos un espacio mínimopero digno y consensuó con suequipo la forma de aplicar las he-rramientas de sedación terminaly los cuidados paliativos. “Ha si-do penalizado por ser una perso-na sensible y hacer lo que debía”,

insiste Fernando Marín.El segundo efecto Lamela ha

recaído en la propia profesiónmédica. La denuncia no sólo hadejado a su paso un reguero deresquemor profesional que, co-mo la pólvora, ha tenido efectosmorales devastadores, sino queha sentado un precedente que an-tes era impensable: Por primeravez, una autoridad sanitaria utili-za el poder institucional que leconfieren los ciudadanos paraperseguir a un equipo profesio-nal, no por criterios médicos, si-no por oscuras razones ideológi-cas. “Nunca hubiéramos pensa-do que se podía llegar a esos nive-les de intromisión en la prácticaasistencial por motivos ideológi-cos”, reflexiona José Expósito.Por eso, en los actos de solidari-dad con los médicos de Leganés,Lamela ha sido con frecuenciacomparado con McCarthy, el se-nador norteamericano que mon-tó una monumental fábula paraperseguir a los intelectuales deizquierda.

Muchos han interpretado laacción de Lamela como un ata-que preventivo contra la posibili-dad de que en España se regulela eutanasia, a la vista de que enlos foros de debate ganaba adep-tos la propuesta de modificar elCódigo Penal para despenalizarla ayuda médica al suicidio en elcaso de enfermos en situaciónterminal irreversible y sufrimien-to insuperable y siempre que lopidan con plena consciencia y li-bertad.

Otros, entre ellos el propioLuis Montes, la interpretaron co-mo como una operación de des-prestigio de la sanidad pública,destinada a reforzar la estrategiade privatización de la gestión hos-pitalaria emprendida por la Co-munidad de Madrid. En un casode origen tan claramente políti-co, la politización era inevitable.Pero lo que más mella ha hechoen la moral profesional, lo máscorrosivo ha sido ver la facilidadcon que se podían montar comi-siones de investigación y escruti-nio de profesionales para juzgara otros profesionales fuera delsistema judicial y por tanto, sinninguna garantía profesional. Elcaso Lamela se convirtió en unjuicio profesional paralelo al judi-cial.

“Es un precedente letal. Nin-gún servicio sanitario soportaríauna evaluación tan sesgada co-mo la que aplicó el comité de ex-pertos reunidos por Lamela para

juzgar la práctica asistencial delos médicos de Leganés. Cual-quiera de los miembros de esamisma comisión saldría mal pa-rado de un escrutinio semejan-te”, afirma Xavier Gómez-Batiste,impulsor en España de los cuida-dos paliativos y una de las perso-nas con mayor autoridad parajuzgar la asistencia a enfermosterminales. Gómez-Batiste seránombrado dentro de unos díasdirector del Centro Colaboradorde Programas Públicos de Cuida-dos Paliativos de la OMS.

La comisión Lamela estaba in-tegrada por el oncólogo del 12 deOctubre Hernán Cortés Funes; elde La Paz Manuel González Ba-rón; el presidente de la SociedadEspañola de Anestesiología, Fran-cisco López Timoneda; el profe-sor de Fisiología en la Universi-dad San Pablo CEU y jefe de Pe-

diatría de la Fundación HospitalAlcorcón, Bartolomé Bonet Se-rra; la psiquiatra Dolores CrespoHervás, del hospital Ramón y Ca-jal, y el inspector médico de laconsejería, Isidro Álvarez Mar-tín. Todos ellos fueron nombra-dos a dedo por el consejero y ac-tuaron en todo momento bajo elmanto protector del secreto. Elmismo Colegio de Médicos deMadrid se vio rasgado por laenorme tensión del caso Lamelay aún se lame las heridas.

Aunque el doctor Montes haanunciado ahora acciones judi-ciales contra sus perseguidores,difícilmente la justicia podría re-mediar lo que es irreparable, eldolor innecesario.

Pero el caso Lamela ha tenidotambién un efecto rebote: la reac-ción que ha provocado ha permi-tido poner en evidencia las caren-cias del sistema sanitario en cui-dados paliativos y ha dado lugara una estrategia nacional queahora aplican, con mayor o me-nor intensidad, las comunidadesautónomas. El caso Lamela mos-

tró que en España la mayoría delos enfermos morían mal, algu-nos muy mal. “La sociedad hareaccionado y quienes veníamosluchando por extender los cuida-dos paliativos hemos recibido unrefuerzo muy importante. Se hademostrado que es una de las in-tervenciones más coste-efecti-vas, es decir, que con menos re-cursos produce mayor beneficio,y ahora se está haciendo un es-fuerzo muy importante”, explicaJosé Expósito.

Pero morir sin sufrir siguesiendo en España una lotería,porque aunque se ha avanzadomucho en la extensión territorialde los cuidados paliativos, ni es-tán implantados por igual en to-das las comunidades ni todas laspatologías se benefician de ellos.Hasta ahora prácticamente sóloalcanzaban a los enfermos decáncer, y ni siquiera a todos. Seestima que por cada enfermo decáncer que necesita estos cuida-dos, hay 2,5 enfermos de otraspatologías crónicas y degenerati-vas que también los necesitan.

Xavier Gómez Batiste se sabelos números de memoria, de tan-tas veces como los ha expuesto:cada año mueren en España100.000 enfermos de cáncer, delos que 60.000 necesitan cuida-dos paliativos. Otros 250.000mueren por enfermedades cróni-cas y degenerativas, de los cua-les, por lo menos un 30% necesi-tan también este tipo de cuida-dos, aunque si aplicáramos loscriterios más amplios de la OMS,el porcentaje podría llegar al

60%. Eso significa que entre150.000 y 200.000 enfermos ne-cesitan en España la atención deun equipo de paliativos. Pero,¿cuántos los reciben realmente?Apenas unos 60.000. Y estar en-tre los afortunados que puedenmorir sin rabiar depende de algotan aleatorio como que su comu-nidad autónoma haya hecho o nolos deberes.

Xavier Gómez-Batiste dividela “realidad nacional” de los cui-dados paliativos en tres catego-

rías: las comunidades pionerascomo Cataluña, Canarias, Extre-madura, Navarra, Baleares o laRioja, que tienen una aceptablecobertura territorial con la queatienden a más del 70% de lospacientes de cáncer y que ahoraestán extendiendo la prestacióna otras patologías; las comunida-des en situación intermedia, queestán haciendo un esfuerzo poraplicar el plan de paliativos peroaún no tienen una cobertura ex-tensa, como Galicia, Andalucía,Asturias, Aragón o Murcia, y, enel furgón de cola, las comunida-des que aún presentan graves ca-rencias, como Castilla-La Man-cha, Castilla y León, País Vasco oComunidad Valenciana.

En estos casos, ni siquiera losenfermos de cáncer están cubier-tos, aunque algunas de sus auto-ridades dicen con frecuencia quetienen el problema resuelto. “Es-tos son los que más preocupan,porque eso significa que no sonconsciente del tipo de necesida-des que tiene su población”, afir-ma Gómez-Batiste.

“En realidad, incluso en lasmás avanzadas, hay aún lagunasque cubrir”, indica Josep Porta,responsable de la Unidad de Cui-dados Paliativos el Hospital Du-ran y Reynals. El reto, en estoscasos, no es ya sólo garantizarque todos los enfermos tienen ac-ceso a estos cuidados, sino que laintervención llega a tiempo. Enestos momentos, los cuidados pa-liativos se inician, como media,ocho semanas antes de morir,cuando en los servicios pioneroscomo el del Duran y Reynals lamedia de intervenciones se ini-cia cinco meses antes.

Gómez-Batiste es taxativo:“Hace veinte años no tener cuida-dos paliativos podía considerar-se un problema moral. Hace diezpodía considerarse una negligen-cia, porque había ya evidencia su-ficiente de su efectividad y necesi-dad. Hoy, carecer de cuidados pa-liativos debería considerarse undelito, porque supone negar a losciudadanos un derecho funda-mental: el derecho a morir sinsufrimiento”.

Morir sin doloraún es privilegioEl ‘caso Lamela’ ha desatado el miedo a aplicarsedaciones P Sólo un tercio de los enfermos queprecisan cuidados paliativos los reciben

Cuando estalló el caso Lamela, ladenuncia se presentó de tal for-ma que muchos pensaron que enUrgencias de Leganés se practica-ba la eutanasia. Conviene, pues,aclarar conceptos:

Eutanasia es causar la muertede una persona, a petición de és-ta. La eutanasia sólo puede ser vo-luntaria, puesto que si es involun-taria, es un homicidio. Quienes,desde entidades como el Comitéde Bioética de Cataluña, el Institu-to Borja de Bioética o el Observa-torio de Bioética de la Universi-dad de Barcelona, proponen ladespenalización de la ayuda al sui-cidio, se refieren a una posibili-dad que sólo se contempla paraenfermos terminales en situaciónirreversible y sufrimiento insopor-table, que activa, libre y conscien-temente lo piden. No cabe, pues,hablar de eutanasia activa y pasi-va. La eutanasia sólo puede seractiva y a petición del enfermo.

Otra cosa es la limitación delesfuerzo terapéutico. Retirar unrespirador o un tratamiento aun enfermo que ya no puede be-neficiarse del mismo no sólo noes eutanasia, sino que es unabuena práctica médica. Persistiren tratamientos fútiles e invasi-vos sólo consigue prolongar laagonía. El encarnizamiento tera-péutico está considerado malapraxis médica.

Cuando un enfermo entra enagonía entre espasmos, dolores in-soportables y sufrimiento emocio-nal, está indicada, previo consenti-miento de la familia, una seda-ción terminal. Suele ser irreversi-ble y, según la intensidad, puedellegar a deprimir el sistema ner-vioso hasta provocar la muerte.Bien administrada, en ningún ca-so provoca una muerte que nofuera ya inminente. Evita el dolora costa de acortar ligeramente eltiempo de la agonía.

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Los cuidados paliativos sondesiguales, y no todas las pa-tologías se benefician deellos. Morir sin dolor todavíaes una lotería. / martin ley

De la sedacióna la eutanasia

Muchos médicosdejaron de aplicarsedaciones tras el‘caso Lamela’

La denuncia hapuesto en evidenciala necesidad deabordar la muerte

Por cada enfermo decáncer, hay 2,5 conotras patologías quenecesitan cuidados

Canarias, NavarraExtremadura,La Rioja y Cataluñason pioneras

MILAGROS PÉREZ OLIVA

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El Madrid negociaun contratovitalicio para Raúl

Cuando el muertoes el culpable delaccidente, paga

Tele 5 echa elcierre a ‘Aquí haytomate’

Enrique Morente:“El ‘pellizco’ se estáperdiendo”

Empezó siendo el caso Leganés yha terminado siendo el caso La-mela. Han pasado casi tres añosdesde que el consejero de Sani-dad de la Comunidad de MadridManuel Lamela, del PP, iniciarala persecución judicial del equi-po de urgencias del Hospital Se-vero Ochoa de Leganés, con unaacusación desmesurada: 400 po-sibles casos de homicidio por se-dación irregular de enfermos ensituación terminal.

La justicia ha dicho por fin laúltima palabra. Ni homicidios nisedaciones irregulares. Ni siquie-ra mala práctica médica. La Au-diencia de Madrid ha cerrado elcaso dejando claro que todo fuecorrecto en la actuación del coor-dinador del servicio, Luis Mon-tes, y trece facultativos más. Peroha dejado un gran poso de dolor:el dolor moral de los médicos per-seguidos, y el dolor físico y moralde muchos moribundos.

En estos tres años el conseje-ro Lamela ha cambiado de ocupa-ción —de Sanidad a Transporte—lo que le permite ahora eludir lasconsecuencias de su atrevimien-to, pero el equipo de Montes haquedado desperdigado, la sani-dad pública ha recibido un golpebajo de consecuencias imprevisi-bles y muchos enfermos, tal vezmiles, han muerto con dolor por-que sus médicos no se han atrevi-do a aplicarles la sedación termi-nal. En realidad, morir sin dolorsigue siendo en España un privi-legio que no está, ni mucho me-nos, al alcance de todos los pa-cientes.

Podría decirse que el caso La-mela ha tenido dos efectos gra-ves y un rebote. El primer efectolo han pagado los pacientes. To-dos los especialistas consultadoscoinciden en que, tras la denun-cia, muchos médicos dejaron deaplicar la sedación terminal yotros cuidados paliativos a enfer-mos que los necesitan, especial-mente en la comunidad de Ma-drid, por temor a ser cuestiona-dos o incluso denunciados.

“La sedación pasó a ser unapráctica sospechosa y eso hizomucho daño”, afirma FernandoMarín, de la asociación En Casa,una entidad sin ánimo de lucroque proporciona cuidados paliati-vos domiciliarios y defiende el de-recho a una muerte digna. Estaasociación ha recibido duranteeste tiempo el testimonio de mu-chos familiares desesperados

por no poder aliviar a sus enfer-mos terminales. “La denunciaprovocó un retraimiento en loque ya estaba plenamente admiti-do como una práctica asistencialcorrecta. Muchos médicos se lopiensan ahora dos veces antes deindicar una sedación”, corroboraJosé Expósito, director del PlanIntegral de Oncología de Andalu-cía y uno de los impulsores de loscuidados paliativos en esta comu-nidad.

Lo que ya se conoce como elefecto Lamela ha privado y sigueprivando a muchos pacientes ter-minales de una herramienta queno sólo está indicada sino queconstituye una buena prácticamédica. La sedación terminal seaplica a enfermos que no tienenninguna posibilidad de curacióny han entrado ya en fase de ago-nía. No administrar la sedaciónterminal cuando está indicadasupone prolongar la agonía y elsufrimiento de forma innecesa-ria. “Es claramente una malapraxis”, afirma José Expósito. Ysi se hace además por razonesideológicas, una inmoralidad.“Cuando han de afrontar la muer-te, lo que piden, tanto los pacien-tes como los familiares, es no su-frir. Es en lo que siempre insis-ten más”, añade Fernando Ma-rín.

La minuciosa y a veces despia-dada revisión de las 339 historiasclínicas del hospital de Leganéssometidas a examen ha permiti-do ver que en realidad el doctorLuis Montes y su equipo han sidoperseguidos por no haber mira-do hacia otro lado. Por haber si-do sensibles a un problema queotros servicios de urgencias pre-fieren ignorar. Un servicio de Ur-gencias no es, desde luego, el me-jor lugar para morir, pero tantoentonces como ahora, muchospacientes acaban agonizando enestos servicios porque no tienenunidades de cuidados paliativosen las que ingresar ni equiposque les atiendan en su casa.

Después de instaurar el proto-colo del ictus, el protocolo de in-fartos o el protocolo de traumato-logía, el doctor Montes instauróen las Urgencias de Leganés unprotocolo para atender mejor alos enfermos agonizantes. Reser-vó para ellos un espacio mínimopero digno y consensuó con suequipo la forma de aplicar las he-rramientas de sedación terminaly los cuidados paliativos. “Ha si-do penalizado por ser una perso-na sensible y hacer lo que debía”,

insiste Fernando Marín.El segundo efecto Lamela ha

recaído en la propia profesiónmédica. La denuncia no sólo hadejado a su paso un reguero deresquemor profesional que, co-mo la pólvora, ha tenido efectosmorales devastadores, sino queha sentado un precedente que an-tes era impensable: Por primeravez, una autoridad sanitaria utili-za el poder institucional que leconfieren los ciudadanos paraperseguir a un equipo profesio-nal, no por criterios médicos, si-no por oscuras razones ideológi-cas. “Nunca hubiéramos pensa-do que se podía llegar a esos nive-les de intromisión en la prácticaasistencial por motivos ideológi-cos”, reflexiona José Expósito.Por eso, en los actos de solidari-dad con los médicos de Leganés,Lamela ha sido con frecuenciacomparado con McCarthy, el se-nador norteamericano que mon-tó una monumental fábula paraperseguir a los intelectuales deizquierda.

Muchos han interpretado laacción de Lamela como un ata-que preventivo contra la posibili-dad de que en España se regulela eutanasia, a la vista de que enlos foros de debate ganaba adep-tos la propuesta de modificar elCódigo Penal para despenalizarla ayuda médica al suicidio en elcaso de enfermos en situaciónterminal irreversible y sufrimien-to insuperable y siempre que lopidan con plena consciencia y li-bertad.

Otros, entre ellos el propioLuis Montes, la interpretaron co-mo como una operación de des-prestigio de la sanidad pública,destinada a reforzar la estrategiade privatización de la gestión hos-pitalaria emprendida por la Co-munidad de Madrid. En un casode origen tan claramente políti-co, la politización era inevitable.Pero lo que más mella ha hechoen la moral profesional, lo máscorrosivo ha sido ver la facilidadcon que se podían montar comi-siones de investigación y escruti-nio de profesionales para juzgara otros profesionales fuera delsistema judicial y por tanto, sinninguna garantía profesional. Elcaso Lamela se convirtió en unjuicio profesional paralelo al judi-cial.

“Es un precedente letal. Nin-gún servicio sanitario soportaríauna evaluación tan sesgada co-mo la que aplicó el comité de ex-pertos reunidos por Lamela para

juzgar la práctica asistencial delos médicos de Leganés. Cual-quiera de los miembros de esamisma comisión saldría mal pa-rado de un escrutinio semejan-te”, afirma Xavier Gómez-Batiste,impulsor en España de los cuida-dos paliativos y una de las perso-nas con mayor autoridad parajuzgar la asistencia a enfermosterminales. Gómez-Batiste seránombrado dentro de unos díasdirector del Centro Colaboradorde Programas Públicos de Cuida-dos Paliativos de la OMS.

La comisión Lamela estaba in-tegrada por el oncólogo del 12 deOctubre Hernán Cortés Funes; elde La Paz Manuel González Ba-rón; el presidente de la SociedadEspañola de Anestesiología, Fran-cisco López Timoneda; el profe-sor de Fisiología en la Universi-dad San Pablo CEU y jefe de Pe-

diatría de la Fundación HospitalAlcorcón, Bartolomé Bonet Se-rra; la psiquiatra Dolores CrespoHervás, del hospital Ramón y Ca-jal, y el inspector médico de laconsejería, Isidro Álvarez Mar-tín. Todos ellos fueron nombra-dos a dedo por el consejero y ac-tuaron en todo momento bajo elmanto protector del secreto. Elmismo Colegio de Médicos deMadrid se vio rasgado por laenorme tensión del caso Lamelay aún se lame las heridas.

Aunque el doctor Montes haanunciado ahora acciones judi-ciales contra sus perseguidores,difícilmente la justicia podría re-mediar lo que es irreparable, eldolor innecesario.

Pero el caso Lamela ha tenidotambién un efecto rebote: la reac-ción que ha provocado ha permi-tido poner en evidencia las caren-cias del sistema sanitario en cui-dados paliativos y ha dado lugara una estrategia nacional queahora aplican, con mayor o me-nor intensidad, las comunidadesautónomas. El caso Lamela mos-

tró que en España la mayoría delos enfermos morían mal, algu-nos muy mal. “La sociedad hareaccionado y quienes veníamosluchando por extender los cuida-dos paliativos hemos recibido unrefuerzo muy importante. Se hademostrado que es una de las in-tervenciones más coste-efecti-vas, es decir, que con menos re-cursos produce mayor beneficio,y ahora se está haciendo un es-fuerzo muy importante”, explicaJosé Expósito.

Pero morir sin sufrir siguesiendo en España una lotería,porque aunque se ha avanzadomucho en la extensión territorialde los cuidados paliativos, ni es-tán implantados por igual en to-das las comunidades ni todas laspatologías se benefician de ellos.Hasta ahora prácticamente sóloalcanzaban a los enfermos decáncer, y ni siquiera a todos. Seestima que por cada enfermo decáncer que necesita estos cuida-dos, hay 2,5 enfermos de otraspatologías crónicas y degenerati-vas que también los necesitan.

Xavier Gómez Batiste se sabelos números de memoria, de tan-tas veces como los ha expuesto:cada año mueren en España100.000 enfermos de cáncer, delos que 60.000 necesitan cuida-dos paliativos. Otros 250.000mueren por enfermedades cróni-cas y degenerativas, de los cua-les, por lo menos un 30% necesi-tan también este tipo de cuida-dos, aunque si aplicáramos loscriterios más amplios de la OMS,el porcentaje podría llegar al

60%. Eso significa que entre150.000 y 200.000 enfermos ne-cesitan en España la atención deun equipo de paliativos. Pero,¿cuántos los reciben realmente?Apenas unos 60.000. Y estar en-tre los afortunados que puedenmorir sin rabiar depende de algotan aleatorio como que su comu-nidad autónoma haya hecho o nolos deberes.

Xavier Gómez-Batiste dividela “realidad nacional” de los cui-dados paliativos en tres catego-

rías: las comunidades pionerascomo Cataluña, Canarias, Extre-madura, Navarra, Baleares o laRioja, que tienen una aceptablecobertura territorial con la queatienden a más del 70% de lospacientes de cáncer y que ahoraestán extendiendo la prestacióna otras patologías; las comunida-des en situación intermedia, queestán haciendo un esfuerzo poraplicar el plan de paliativos peroaún no tienen una cobertura ex-tensa, como Galicia, Andalucía,Asturias, Aragón o Murcia, y, enel furgón de cola, las comunida-des que aún presentan graves ca-rencias, como Castilla-La Man-cha, Castilla y León, País Vasco oComunidad Valenciana.

En estos casos, ni siquiera losenfermos de cáncer están cubier-tos, aunque algunas de sus auto-ridades dicen con frecuencia quetienen el problema resuelto. “Es-tos son los que más preocupan,porque eso significa que no sonconsciente del tipo de necesida-des que tiene su población”, afir-ma Gómez-Batiste.

“En realidad, incluso en lasmás avanzadas, hay aún lagunasque cubrir”, indica Josep Porta,responsable de la Unidad de Cui-dados Paliativos el Hospital Du-ran y Reynals. El reto, en estoscasos, no es ya sólo garantizarque todos los enfermos tienen ac-ceso a estos cuidados, sino que laintervención llega a tiempo. Enestos momentos, los cuidados pa-liativos se inician, como media,ocho semanas antes de morir,cuando en los servicios pioneroscomo el del Duran y Reynals lamedia de intervenciones se ini-cia cinco meses antes.

Gómez-Batiste es taxativo:“Hace veinte años no tener cuida-dos paliativos podía considerar-se un problema moral. Hace diezpodía considerarse una negligen-cia, porque había ya evidencia su-ficiente de su efectividad y necesi-dad. Hoy, carecer de cuidados pa-liativos debería considerarse undelito, porque supone negar a losciudadanos un derecho funda-mental: el derecho a morir sinsufrimiento”.

Morir sin doloraún es privilegioEl ‘caso Lamela’ ha desatado el miedo a aplicarsedaciones P Sólo un tercio de los enfermos queprecisan cuidados paliativos los reciben

Cuando estalló el caso Lamela, ladenuncia se presentó de tal for-ma que muchos pensaron que enUrgencias de Leganés se practica-ba la eutanasia. Conviene, pues,aclarar conceptos:

Eutanasia es causar la muertede una persona, a petición de és-ta. La eutanasia sólo puede ser vo-luntaria, puesto que si es involun-taria, es un homicidio. Quienes,desde entidades como el Comitéde Bioética de Cataluña, el Institu-to Borja de Bioética o el Observa-torio de Bioética de la Universi-dad de Barcelona, proponen ladespenalización de la ayuda al sui-cidio, se refieren a una posibili-dad que sólo se contempla paraenfermos terminales en situaciónirreversible y sufrimiento insopor-table, que activa, libre y conscien-temente lo piden. No cabe, pues,hablar de eutanasia activa y pasi-va. La eutanasia sólo puede seractiva y a petición del enfermo.

Otra cosa es la limitación delesfuerzo terapéutico. Retirar unrespirador o un tratamiento aun enfermo que ya no puede be-neficiarse del mismo no sólo noes eutanasia, sino que es unabuena práctica médica. Persistiren tratamientos fútiles e invasi-vos sólo consigue prolongar laagonía. El encarnizamiento tera-péutico está considerado malapraxis médica.

Cuando un enfermo entra enagonía entre espasmos, dolores in-soportables y sufrimiento emocio-nal, está indicada, previo consenti-miento de la familia, una seda-ción terminal. Suele ser irreversi-ble y, según la intensidad, puedellegar a deprimir el sistema ner-vioso hasta provocar la muerte.Bien administrada, en ningún ca-so provoca una muerte que nofuera ya inminente. Evita el dolora costa de acortar ligeramente eltiempo de la agonía.

deportessociedad pantallascultura

Los cuidados paliativos sondesiguales, y no todas las pa-tologías se benefician deellos. Morir sin dolor todavíaes una lotería. / martin ley

De la sedacióna la eutanasia

Muchos médicosdejaron de aplicarsedaciones tras el‘caso Lamela’

La denuncia hapuesto en evidenciala necesidad deabordar la muerte

Por cada enfermo decáncer, hay 2,5 conotras patologías quenecesitan cuidados

Canarias, NavarraExtremadura,La Rioja y Cataluñason pioneras

MILAGROS PÉREZ OLIVA

EL PAÍS, miércoles 30 de enero de 2008 37