35 cuentos para 3º de primaria
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MIS LECTURAS FAVORITAS
3º A
JOSE A. RENTERO ALCARAZ
“LA FLAUTA MÁGICA”
Mi madre me ha comprado una flauta. Todo el mundo sabe que
una flauta es un tubo con agujeros (mi flauta tiene seis) que se tapan y se
destapan para producir distintos sonidos que llamamos música. Todo el
mundo sabe, también, cómo se toca la flauta, pero pocos son los que
saben interpretar una canción. Yo, en el colegio, estoy aprendiendo. La
profesora me dice que tengo facilidad para ello, y me pone de ejemplo
para los otros compañeros de la clase. A mí me gustaría tocar ya “la
flauta mágica” de Mozart, pero mi profesora dice que estoy algo verde.
Yo le digo que, con seis años, Wolfgang Amadeus Mozart ya era capaz
de interpretar seis tríos como segundo violín.
El otro día, en casa, mientras mi madre preparaba la comida, yo
ejercitaba con mi flauta. Estaba en mi habitación sentada en una
alfombra hecha a mano que me trajo mi padre en un viaje que hizo a la
India y tocando la flauta. Inventándome una melodía misteriosa. Con el
solecito del mediodía me entró modorra. Dejé la flauta y me eché sobre
la alfombra india. Me quedé dormida como un recién nacido.
Me despertó la voz de mi madre, que me avisaba de que la comida
estaba en el plato. Me sobresaltó su llamada. Me sorprendió su grito en
mitad de un sueño. Estaba interpretando una canción con mi flauta,
sentada sobre la alfombra. Iba vestida con una túnica dos tallas mayor y
llevaba un turbante sobre mi cabeza. Una vaca, algo flaca, me miraba
seria. A mi lado una cacerola se calentaba en una lumbre de ramas
secas. De repente la tapadera se elevó unos centímetros y cayó al suelo.
Unos hilos largos empezaron a surgir del interior de la cacerola, parecían
serpientes blancas recién nacidas. Eran… eran espaguetis que se
enderezaban queriendo saber quién estaba tocando la flauta. Se
movían, se contoneaban oyendo la melodía que salía de mi flauta.
- Hola, hija mía, deja de tocar, que ya están cocidos – me dijo mi
madre, terminando de cortar trocitos pequeños de chorizo y jamón.
Cuando me desperté del sueño y fui a la cocina a comer, ya sabía
qué comida me estaba esperando en el plato; ¿a que tú también?
Daniel Nesquens, Diecisiete cuentos y dos pingüinos. Ed Anaya
“El flautista de Hamelín”
Hace mucho, muchísimo tiempo, en la ciudad de Hamelín, sucedió algo muy
extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus
casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que caminaban por
todas partes, comiéndose el grano de sus graneros y la comida de sus despensas.
Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor,
nadie sabía qué hacer para acabar con aquella plaga.
Por más que pretendían acabar con ellas, parecía que cada vez acudían más
y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, hasta los mismos gatos
huían asustados.
Ante la gravedad de la situación, los hombres de la ciudad, que veían peligrar
sus riquezas, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a
quien nos libre de los ratones".
Al poco se presentó ante ellos un flautista, alto y poco arreglado, a quien nadie
había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un
sólo ratón en Hamelín".
Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con
su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de
sus escondrijos seguían los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde
allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir
al flautista, todos los ratones murieron ahogados.
Los hamelineses, al verse al fin libres de los ratones, respiraron aliviados. Ya
tranquilos y satisfechos, volvieron a sus negocios, y tan contentos estaban que
organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes
carnes y bailando hasta muy entrada la noche.
A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los
hombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero
éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete
de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa
como tocar la flauta?".
Y dicho esto, los hombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda
dando grandes carcajadas.
Furioso por lo que había pasado, el flautista, al igual que hiciera el día anterior,
tocó una dulcísima melodía una y otra vez.
Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad
quienes, movidos por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.
Cogidos de la mano y sonrientes, formaron una gran hilera y siguieron al
flautista.
El flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los
niños, al igual que los ratones, nunca jamás volvieron.
En la ciudad sólo quedaron sus habitantes, sus graneros y sus despensas,
protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía
ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni
un niño.
FIN
LA FLAUTA MÁGICA
Cuentan que en una aldea lejana vivía una muchacha que, al quedarse
huérfana de padre y madre, trabajaba pastoreando los rebaños del pueblo.
Salía con sus ovejas al amanecer y caminaba monte arriba en busca de una
pradera verde.
Mientras el ganado pastaba, ella, sentada en una piedra, se entretenía
fabricando flautas de caña, con las que tocaba bellas melodías. Un día, cuando
estaba ensimismada con su música, vio aparecer ante ella una figura
resplandeciente: era un ángel que la miraba sonriendo.
- Eres una niña buena. Pídeme lo que quieras y te será concedido.
- Sólo deseo una cosa - dijo ella-: una flauta que haga bailar a todo el que la oiga.
El ángel le entregó inmediatamente una hermosa flauta y desapareció. La
pastora, muy contenta, empezó a tocar el mágico instrumento. Al instante, todas las
ovejas y corderos empezaron a bailar al son de la música.
Pero he aquí que el señor boticario, que había salido a cazar por aquellos
parajes, escuchó a lo lejos la música. Inmediatamente empezó a sentir un extraño
hormigueo en los pies y, sin darse cuenta, se encontró bailando sin poder detenerse.
Bailó y bailó, jadeando de cansancio, hasta que la música cesó.
- ¡Esto es cosa de brujería! - exclamó. Y corrió al pueblo, furioso, para denunciar a la
pastora que lo había hechizado con su música.
La pastora fue llevada ante el tribunal del pueblo y condenada a muerte por
bruja.
Cuando iba a cumplirse la sentencia, le preguntaron si tenía un último deseo.
Ella rogó que le desataran las manos, porque sus muñecas estaban doloridas.
- ¡No lo hagan! ¡No lo hagan o tendrán que arrepentirse! -gritó el boticario al ver que
soltaban las ligaduras de la muchacha.
Pero no lo oyeron y, si lo oyeron, no le hicieron caso. Entonces, el boticario rogó
a un hombre que se encontraba a su lado:
- ¡Átame bien fuerte a este árbol y aprieta bien la cuerda!. Al ver sus manos libres, la
pastora sacó del bolsillo la flauta mágica y empezó a tocar una alegre melodía.
Todos los que se encontraba en la plaza, hasta el verdugo y los soldados,
empezaron a bailar. El boticario, atado como estaba, movía también los pies y la
cabeza al compás de la música.
Cuando la melodía se detuvo, la gente, encantada por el buen rato pasado, corrió a
pedir al alcalde que perdonara a la pastora, y el alcalde, que también había estado
bailando concedió el perdón con mucho gusto.
Desde entonces, todo el pueblo bailó en las fiestas al son de la flauta mágica y la
pastora vivió querida y respetada por todos.
Anónimo
MÚSICA PARA LAS NUBES
Había una vez un pequeñísimo país castigado por una larga sequía. Llevaba
tanto tiempo sin llover que la gente comenzaba a pasar hambre por culpa de las
malas cosechas.
Coincidió que en esos mismos días un grupo de músicos cruzaba el lugar tratando de
conseguir unas monedas como pago por sus conciertos. Pero con tantos problemas,
nadie tenía ganas de música.
- Pero si la música puede ayudar a superar cualquier problema - protestaron los
músicos, sin conseguir ni un poquito de atención.
Así que los artistas trataron de descubrir la causa de que no lloviera. Era algo
muy extraño, pues el cielo se veía cubierto de nubes, pero nadie supo responderles.
“Lleva así muchos meses, pero ni una sola gota han dejado caer las nubes”, les
dijeron.
- No os preocupéis, nosotros traeremos la lluvia a esta tierra – respondieron, e
inmediatamente comenzaron a preparar su concierto en la cumbre de la montaña
más alta.
Todos los que lo oyeron subieron a la montaña, presa de la curiosidad. Y en
cuanto el director de aquella extraña orquesta dio la orden, los músicos empezaron a
tocar.
De sus instrumentos salían pequeñas y juguetonas notas musicales, que subían y
subían hacia las nubes. Era una música tan saltarina, alegre y divertida, que las
simpáticas notas comenzaron a juguetear con las suaves y esponjosas barrigotas de
las nubes, y tanto las recorrieron por arriba y por abajo, por aquí y por allá, que se
formó un gran remolino de cosquillas, y al poco las gigantescas nubes estaban riendo
por medio de grandes truenos.
Los músicos siguieron tocando animadamente y unos minutos más tarde las
nubes, llorando de pura risa, dejaron caer su preciosa lluvia sobre el pequeño país,
con gran alegría para todos.
Y en recuerdo de aquella lluvia musical, cada habitante aprendió a tocar un
instrumento y, por turnos, suben todos los días a la montaña para alegrar a las nubes
con sus bellas canciones.
Pedro Pablo Sacristán
“GAGROBATZ”
En lo más alto de las montañas, allí donde solo hay hielo, nieve y rocas, vivió en
otro tiempo un monstruo enorme, malhumorado y absolutamente horrible llamado
Gagrobatz. Gagrobatz vivía desde hacía más de tres mil años completamente solo
en una cueva oscura y la mayor parte del tiempo le rugían las tripas. Todos los días
tenía que comer rocas porque no había ninguna otra cosa, salvo un esquiador o una
marmota de vez en cuando. Por culpa de las rocas, Gagrobatz tenía casi siempre
dolor de estómago. Por ello, desde el amanecer hasta bien entrada la noche,
esperaba al acecho a que algún ser vivo descuidado y sabroso se extraviara de su
camino.
Y en efecto, un día se dirigió un autobús de colegio, lleno de niños, al lugar en
el que vivía Gagrobatz. El monstruo vio desde la lejanía cómo se iba encaramando.
Se relamió y sonrió. Ese era un botín fácil. Solo tenía que empujar un gran pedrusco
hasta el camino de los humanos. El resto sería entonces un juego de niños.
Los ocupantes del autobús en ningún caso se figuraban que estaban en el
menú de un horrible monstruo. Ellos cantaban “Se van los montañeros”, mientras que
el conductor seguía su camino hacia la cima. Perplejo se quedó mirando la gran
piedra que obstruía la calzada.
- ¡Bueno, y ahora esto! gruñó y se rascó su gran cabeza.
¡Atención, damos la vuelta!- dijo en voz alta, dio un viraje espeluznante y se dirigió
directamente a un túnel.
¿Qué es esto? pensó él entonces, antes de que todo quedara completamente
oscuro. “Eso no estaba ahí hace un momento”. Pero ya era muy tarde.
El malhumorado, horrible y siempre hambriento Gagrobarz no era estúpido.
Se había colocado en la carretera con su gran boca abierta y la lengua fuera.
Y así fue rodando el autobús junto con su preciado contenido directamente
hacia su estómago vacío.
- ¡Ssssssssluc! – rugió el terrible Gagrobatz, eructo, pasó la lengua por su horrible
boca y se fue sigilosamente de vuelta a la cueva a echarse una pequeña
siestecilla para hacer la digestión.
- ¡Cielos! ¿Dónde estamos? – gritó la señorita Cantarela, la profesora de la clase
devorada, desde lo más profundo de la tripa del monstruo.
- ¡Parece como si fuera una cueva de estalactitas o algo así! – exclamó
refunfuñando el conductor del autobús y desempaquetó su bocadillo del
desayuno- . De cualquier modo no se puede seguir.
- Esto no es una cueva, es un estómago – dijo María, la primera de la clase de
Biología- ¿No has visto los dientes cuando entramos, señorita Cantarela?
Cornelia Funke, Cornelia Funke cuenta cuentos.
Ed. Edaf.
LOS DOS CONJUROS
Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por
mucho que dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además
era un rey pacífico y justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel,
resultó que no tenía nada de autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño
encargo de conseguir una poción para que le obedecieran.
El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras
tantas pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol
luchador o una hormiga bailarina, no consiguió encontrar la forma de que nadie
obedeciera al rey. Se enteró del problema un joven, que se presentó rápido en
palacio, enviando a decir al rey que él tenía la solución.
El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos
pequeños trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores.
- Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes
de decir aquello que queráis que vuestros súbditos hagan, y el segundo cuando lo
hayan terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro
poder. Hacedlo así, y el conjuro durará para siempre.
Todos estaban intrigados esperando oír los conjuros, el rey el que más. Antes de
utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces
dijo, dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos:
- Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo.
El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás
había oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban
sorprendidos de la eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco
interés, dijo:
- Gracias, Apolonio, puedes retirarte.
Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía
bajo su poder, tal y como había dicho el extraño! El rey, agradecido, llenó al joven de
riquezas, y éste decidió seguir su viaje.
Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole
dónde había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los
compartiera con él. Y el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la
verdad:
- Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué
de la escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que
educadamente y de buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu
buen rey sólo necesitaba buenos modales y algo de educación para conseguir todas
las cosas justas que quería.
Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo
de todos sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de
buenos modales, dispuesto a seguir educando a su brusco rey.
ALIMENTOS LEJANOS
¿Cómo surgieron las clementinas?
El hermano de Clemente era un religioso que trabajaba a finales del siglo XIX en
una granja agrícola para huérfanos en Argelia. Le apasionaban las plantas. En 1900
tuvo la idea de recoger un poco de polen de las flores de un toronjo, el árbol que
produce las naranjas amargas. Con ese polen fecundó las flores de otro árbol, el
mandarino. Estas flores dieron frutos de los que el padre Clemente recuperó las
semillas. Las plantó y esperó pacientemente… Crecieron unos árboles de una especie
totalmente nueva y, dos años más tarde, dieron sus primeros frutos, unos frutos
totalmente nuevos. Poco ácidos, sin semillas y con una piel muy fina, hicieron las
delicias de los niños del orfanato. A partir de entonces, fueron cultivados, sobre todo
en el área mediterránea y, en 1929, se les dio un nombre derivado de su creador: LAS
“CLEMENTINAS”.
¿De dónde viene el chocolate?
El chocolate es originario de América. En México, los mayas y los aztecas lo
consideraban una bebida mágica, digna de los dioses, que incluso podía alimentar a
los hombres después de la muerte. Las semillas de cacao tenían tanto valor que se
empleaban como monedas de cambio. Para hacer el chocolate, se las tostaba y se
las molía y la pasta obtenida, mezclada con pimienta, se diluía en agua caliente. En
1492, cuando Cristóbal Colón llegó a América, lo probó y le pareció… ¡horriblemente
amargo! En el siglo siguiente, se trajeron a España semillas de cacao. Añadiendo
azúcar de caña, se obtuvo una excelente bebida de propiedades sorprendentes: se
cuenta que una taza de este precioso líquido daba fuerzas para caminar durante
una jornada completa, sin comer otra cosa. Ana de Austria, hija del rey Felipe II lo
adoraba. Cuando se casó con el rey de Francia Luís XIII en 1615, llevó en su equipaje
semillas de cacao. Así se conoció el chocolate en París, extendiéndose con gran
éxito a todo el mundo.
LA CASITA DE CHOCOLATE
Dos hermanitos salieron de su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero
cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se
asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque.
Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se
dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate.
Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa
golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo:
- Hermosos niños, ya veo que tenéis mucho apetito. Entrad, entrad y comed
cuanto queráis.
Los dos hermanitos obedecieron confiados. Pero en cuanto estuvieron dentro,
la anciana cerró la puerta con llave y la guardó en el bolsillo, echándose luego a reír.
Era una perversa bruja que se servía de su casita de chocolate para atraer a los niños
que andaban solos por el bosque.
Los infelices niños se pusieron a llorar, pero la bruja encerró al niño en una jaula
y le dijo:
- No te voy a comer hasta que engordes, porque estas muy delgado- Primero te
cebaré bien.
Y todos los días le preparaba platos de sabrosa comida. Mientras tanto a la
niña la obligaba a trabajar sin descanso. Y cada mañana iba la bruja a comprobar si
engordaba su hermanito, mandándole que le enseñara un dedo. Pero como tenía
muy mala vista, el niño, que era muy astuto, le enseñaba un huesecillo de pollo que
había guardado de una de las comidas. Y así la bruja quedaba engañada, pues
creía que el niño no engordaba.
- Sigues muy delgado decía -. Te daré mejor comida.
Y preparaba nuevos y abundantes platos y era la niña la que se encargaba de
llevarlos a la jaula llorando amargamente porque sabía lo que la bruja quería hacer
con su hermano.
Escapar de la casa era imposible, porque la vieja nunca sacaba la llave del
bolsillo y no se podía abrir la puerta. ¿Cómo harían para escapar?
Un día llamó la bruja a la niña y le dijo:
- Mira, ya me he cansado de esperar porque tu hermano no engorda a pesar de
que come mejor que un rey. Le preparo las mejores cosas y tiene los dedos tan flacos
que parecen huesos de pollo. Así que vas a encender el fuego enseguida.
La niña se acercó a su querido hermanito y le contó los propósitos de la
malvada bruja. Había llegado el momento tan temido.
La bruja andaba de un lado para otro haciendo sus preparativos. Como veía
que pasaba el tiempo y la niña no había cumplido lo que le había mandado, gritó:
- ¿A qué esperas para encender el fuego?
La hermana tuvo entonces una buena idea:
- Señora bruja - dijo -, yo no sé encenderlo.
- Pareces tonta - contestó la bruja -; tendré que enseñarte. Fíjate, se echa mucha
leña, así. Ahora enciendes y soplas para que salgan muchas llamas. ¿Lo ves?
Como estaba la bruja en la boca del horno, la niña le arrancó de un tirón las
llaves que llevaba atadas a la cintura y, dando a la bruja un tremendo empujón, la
hizo caer dentro del horno.
Libre ya de la bruja, y usando las laves, abrió con gran alegría la puerta de la
jaula y salieron los dos corriendo hacia el bosque. Se alejaron a todo correr de la
casita de chocolate y cuando encontraron el camino de regreso a su casa lo
siguieron y llegaron muy felices.
(Hermanos Grimm)
FIN
FÁBULA: EL LEÓN Y EL RATÓN AGRADECIDO
Un día estaba el león durmiendo y de pronto sintió un cosquilleo por el cuerpo.
Se despertó enfadado y apresó a un ratón, el causante del cosquilleo. Ya estaba a
punto de engullírselo, cuando el ratón le suplicó que se apiadase de él y no le hiciera
daño, que algún día le podría devolver el favor.
Al león le hizo gracia la respuesta del ratón. ¿Cómo pensaba ese pequeño y
débil animal que algún día podría ayudarle a él, el rey? Así y todo, se sintió generoso
y lo soltó.
Pasado el tiempo, el león cayó en una trampa tendida por el hombre. Gritó y
gritó pidiendo ayuda. Y a sus gritos se presentó el ratón, que lo reconoció y le
devolvió el favor: con sus dientecillos fue royendo las cuerdas que aprisionaban al
león, hasta conseguir liberarlo.
La historia nos enseña que las circunstancias de la vida cambian y también los
poderosos pueden llegar a necesitar algún día la ayuda de los más débiles, que unos
y otros debemos ayudarnos.
Esopo
Cuenta en varios dibujos esta fábula.
FORTUNATO
A Fortunato le habían puesto Fortunato por su abuelo Fortunato. ¿Está claro?
A Fortunato, su nombre no le gustaba nada, hasta que descubrió tres cosas
esenciales, más o menos a los siete años. Primera, que Fortunato sonaba a fortuna y
eso tenía que significar algo en su vida, o sea, que no era casual. Ese día decidió ser
un chico con suerte, porque la suerte, como las setas, hay que ir a buscarlas.
Segunda, que Fortunato era un nombre diferente, casi único. Así que en lugar de
sentirse raro o avergonzado por ello lo que se sintió fue importante. Si alguien por la
calle llamaba “¡Pepe!”, se volvía tres José Marías. En cambio, ¿Quién iba a gritar
¡Fortunato! si no era para llamarle precisamente a él? Y tercero, que ningún gran
hombre de la historia se había llamado así. No había ningún conquistador, héroe
mitológico, o futbolista que atendiese por Fortunato. Y eso, lejos de desanimarle, lo
que hizo fue darle seguridad y confianza. Por lógica, tarde o temprano, un Fortunato
se haría famoso. Y como estaba decidido a tener suerte y era optimista, pensó que
tenía todos los números para que le tocara a él.
O sea que, a partir de los siete años, Fortunato levantó la cabeza y empezó a
caminar por la vida con el corazón por bandera y el ánimo blindado a prueba de
adversidades.
¡Tonterías a él!
- Todo es posible, ¿no?- les decía sus padres cuando uno u otra cuestionaban sus
ideas o sus planes.
- ¡Ay, hijo, que la vida es muy larga y muy dura, ya verás! – suspiraba su madre.
- No, la vida es muy corta y hay que aprovecharla – decía su padre.
Entonces él y ella empezaban a discutir sobre sus respectivos puntos de vista, y a
Fortunato le encantaba, porque cuando sus padres discutían – de buen rollo – se
ponían la mar de divertidos, filosóficos y trascendentes, que para algo eran
mayores.
Jordi Sierra i Fabra, Querido Rey de España. Ed. Edelvives
EDUARDO Y EL DRAGÓN
Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e
inteligente, que sin haber llegado a luchar con nadie, siempre había derrotado a todos sus
enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al
adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante
castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un
escondite para el castillo.
Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se
acercó al lugar del que procedían las voces.
-¿hay alguien ahí?- preguntó.
- ¡Socorro! ¡Ayúdanos! -respondieron desde dentro- ¡llevamos años encerrados aquí sirviendo
al dragón del castillo!
¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a
punto de quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y
dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo:
- Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era
yo.
El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie
se le opusiera, y menos con tanto descaro.
- ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quién seas! -- rugió el dragón.
- Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran
Espada de Cristal! - siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier
cosa- ¿sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la
desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte?
Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de
que le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando.
- De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro lado
del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de la
torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su
poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días.
Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó
que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón,
deseando luchar con aquel temible caballero, salió volando rápidamente hacia el otro lado
del mundo, en un viaje que duraba más de un mes.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite,
entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos
muchísimos años, y al regresar, todos celebraron el gran ingenio de Eduardo.
¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que
había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro?
Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien
ingenioso vaya a rescatarle.
FIN
“RUMPELSTILTSKIN”
Había una vez un molinero pobre que tenía una hija muy hermosa. Un día
sucedió que tenía que ir a hablar con el rey, y para parecer más importante le dijo:
- Tengo una hija que puede hilar la paja y convertirla en oro.-
- Esa es una habilidad que me complace, - le dijo el rey al molinero - si tu hija es tan
lista como dices, tráela mañana a mi palacio y lo comprobaremos. -
Cuando trajeron a la muchacha, el rey la llevó a una habitación llena de paja,
le dio una rueca y una bobina y dijo:
- Ponte a trabajar, y si mañana por la mañana no has convertido toda esta paja en
oro durante la noche, morirás. -
Entonces él mismo cerró la puerta con llave, y la dejó sola. La hija del molinero
se sentó sin poder hacer nada por salvar su vida. No tenía ni idea de cómo hilar la
paja y convertirla en oro, y se asustaba cada vez más, hasta que por fin comenzó a
llorar.
Pero de repente la puerta se abrió y entró un hombrecillo:
- Buenas tardes señorita molinera, ¿por qué estás llorando tanto? -
- ¡Ay de mí!, - contestó la chica - tengo que hilar esta paja y convertirla en oro pero
no sé cómo hacerlo.
- ¿Qué me darás - dijo el hombrecillo - si lo hago por ti?
- Mi collar. - dijo ella.
El hombrecillo cogió el collar, se sentó en la rueca trabajó hasta que toda la
paja estuvo hilada, y todas las bobinas llenas de oro.
Al despertar el día, el rey ya estaba allí, y cuando vio el oro quedó atónito y
encantado, pero su corazón se volvió más avaricioso. Llevó a la hija del molinero a
otra habitación mucho más grande y llena de paja, y le ordenó que la hilara en una
noche si apreciaba su vida.
La chica no sabía qué hacer, y estaba llorando cuando la puerta se abrió de
nuevo. El hombrecillo apareció y dijo:
- ¿Qué me darás si hilo esta paja y la convierto en oro? - preguntó él.
- El anillo que llevo en mi dedo. - contestó ella.
El hombrecillo cogió el anillo, y empezó otra vez a hacer girar la rueca, y por la
mañana había hilado toda la paja y la había convertido en brillante oro.
El rey seguía sin tener suficiente oro, así que llevó a la hija del molinero a otra
sala llena de paja aún más grande que la anterior, y dijo:
- Tienes que hilar esto en el transcurso de esta noche, si lo consigues serás mi esposa. -
Cuando la chica se quedó sola, el hombrecillo apareció por tercera vez, y dijo:
- ¿Qué me darás si hilo la paja esta vez?
- No me queda nada que darte. - respondió la muchacha.
- Entonces prométeme, que si te conviertes en reina, me darás tu primer hijo. Y no
sabiendo cómo salir de aquella situación le prometió al hombrecillo lo que quería. Y
una vez más hiló la paja y la convirtió en oro.
Cuando el rey llegó por la mañana, y se encontró con todo el oro que habría
deseado, se casó con ella y la preciosa hija del molinero se convirtió en reina.
Un año después, trajo un precioso niño al mundo y en ningún momento se
acordó del hombrecillo. Pero de repente se le apareció en su cuarto y le dijo:
- ¡Dame lo que me prometiste!
La reina estaba horrorizada y le ofreció todas las riquezas del reino si le dejaba
a su hijo. Pero el hombrecillo dijo:
- No, algo vivo vale para mí más que todos los tesoros del mundo. -
La reina empezó a llorar, tanto que el hombrecillo se compadeció de ella:
- Te daré tres días, - dijo - si para entonces has descubierto mi nombre, entonces
conservarás a tu hijo.
Entonces la reina pasó toda la noche pensando en todos los nombres que
había oído, y mandó un mensajero a lo ancho y largo del país para preguntar por
todos los nombres que hubiera. Cuando el hombrecillo llegó al día siguiente, empezó
con Gaspar, Melchor, Baltasar... Dijo, uno tras otro, todos los nombres que sabía, pero
en cada uno decía el hombrecillo:
- Ese no es mi nombre. -
En el segundo día había preguntado a los vecinos sus nombres, y ella repitió los
más curiosos y poco comunes:
- Quizá tu nombre sea Pata de Cordero o Lazo Largo.
Pero siempre contestaba:
- No, ese no es mi nombre.
Al tercer día el mensajero volvió y dijo:
- No he podido encontrar ningún nombre nuevo. Pero según subía una gran montaña
al final de un bosque. Allí vi a un hombrecillo bastante ridículo que estaba saltando.
Dio un brinco sobre una pierna y gritó:
"Hoy hago el pan, mañana haré cerveza,
al otro tendré al hijo de la joven reina.
Ja, estoy contento de que nadie sepa
que Rumpelstiltskin me llamo."
Podéis imaginar lo contenta que se puso la reina cuando escuchó el nombre. Y
cuando al poco rato llegó el hombrecillo y preguntó:
- Bien, joven reina ¿Cuál es mi nombre?
La reina primero dijo:
- ¿Te llamas Conrad?
- No.
- ¿Te llamas Harry?
- No.
- ¿Quizá tu nombre es… Rumpelstiltskin?
-¡Te lo dijo el demonio! ¡Te lo dijo el demonio! -gritó el hombrecito, y, furioso, dio en el
suelo una patada tan fuerte, que se hundió para siempre en el fondo de la tierra y
nunca más se supo nada de aquel hombrecillo.
FIN
MI CIUDAD SALVAJE
Mi plaza despierta
como una tortuga:
se encoge y se extiende,
se estira y se arruga.
Mi calle se enrosca
como una serpiente:
se llena de niebla
y se traga a la gente.
Mi casa se esconde
como un caracol:
cierra las persianas
y enciende un farol.
ESTRELLAS DE FERIA
El sol
Es un farol
Colgado del cielo.
Ayer lo apagó
Pegando un soplido
El farolero.
La luna
Es un espejo
Entre los tejados.
Ayer un avión,
Por querer mirarse,
Lo rompió en pedazos.
Hoy solo hay estrellas
Para alumbrarnos:
Bombillas de feria
Parpadeando.
INVIERNO
Silencio, ya llega,
Se acerca, se cuela.
Preparen los gorros,
abrigos, bufandas.
Enciendan la estufa,
pongan cuatro mantas.
Cierren bien las puertas,
las contraventanas,
si encuentra rendijas,
enfriará la casa.
Silencio, es diciembre,
con su cara helada
el invierno llama.
LA ESPADA PACIFISTA
Había una vez una espada preciosa. Pertenecía a un gran rey, y desde siempre había
estado en palacio, participando en sus entrenamientos y exhibiciones, enormemente
orgullosa. Hasta que un día, una gran discusión entre su majestad y el rey del país vecino,
terminó con ambos reinos declarándose la guerra.
La espada estaba emocionada con su primera participación en una batalla de
verdad. Demostraría a todos lo valiente y especial que era, y ganaría una gran fama. Así
estuvo imaginándose vencedora de muchos combates mientras iban de camino al frente.
Pero cuando llegaron, ya había habido una primera batalla, y la espada pudo ver el
resultado de la guerra. Aquello no tenía nada que ver con lo que había imaginado: nada de
caballeros limpios, elegantes y triunfadores con sus armas relucientes; allí sólo había armas
rotas y melladas, y muchísima gente sufriendo hambre y sed; casi no había comida y todo
estaba lleno de suciedad envuelta en el olor más repugnante; muchos estaban medio
muertos y tirados por el suelo y todos sangraban por múltiples heridas...
Entonces la espada se dio cuenta de que no le gustaban las guerras ni las batallas. Ella
prefería estar en paz y dedicarse a participar en concursos. Así que durante aquella noche
previa a la gran batalla final, la espada buscaba la forma de impedirla. Finalmente, empezó
a vibrar. Al principio emitía un pequeño zumbido, pero el sonido fue creciendo, hasta
convertirse en un molesto sonido metálico. Las espadas y armaduras del resto de soldados
preguntaron a la espada del rey qué estaba haciendo, y ésta les dijo:
- "No quiero que haya batalla mañana, no me gusta la guerra".
- "A ninguno nos gusta, pero ¿qué podemos hacer?".
- "Vibrad como yo lo hago. Si hacemos suficiente ruido nadie podrá dormir".
Entonces las armas empezaron a vibrar, y el ruido fue creciendo hasta hacerse
ensordecedor, y se hizo tan grande que llegó hasta el campamento de los enemigos, cuyas
armas, hartas también de la guerra, se unieron a la gran protesta.
A la mañana siguiente, cuando debía comenzar la batalla, ningún soldado estaba
preparado. Nadie había conseguido dormir ni un poquito, ni siquiera los reyes y los generales,
así que todos pasaron el día entero durmiendo. Cuando comenzaron a despertar al
atardecer, decidieron dejar la batalla para el día siguiente.
Pero las armas, lideradas por la espada del rey, volvieron a pasar la noche entonando
su canto de paz, y nuevamente ningún soldado pudo descansar, teniendo que aplazar de
nuevo la batalla, y lo mismo se repitió durante los siguientes siete días. Al atardecer del
séptimo día, los reyes de los dos bandos se reunieron para ver qué podían hacer en aquella
situación. Ambos estaban muy enfadados por su anterior discusión, pero al poco de estar
juntos, comenzaron a comentar las noches sin sueño que habían tenido, la extrañeza de sus
soldados, el desconcierto del día y la noche y las divertidas situaciones que había creado, y
poco después ambos reían amistosamente con todas aquellas historietas.
Afortunadamente, olvidaron sus antiguas disputas y pusieron fin a la guerra, volviendo
cada uno a su país con la alegría de no haber tenido que luchar y de haber recuperado un
amigo. Y de cuando en cuando los reyes se reunían para comentar sus aventuras como reyes,
comprendiendo que eran muchas más las cosas que los unían que las que los separaban.
DUENDES
Un día, estaba Margarita dando de comer a su gatita cuando llegaron los duendes.
Venían huyendo de otro pueblo, porque ahí hacía demasiado calor para ellos. La gata de
Margarita hizo “buf”, agarró a uno y se lo quería comer, pero Margarita le hizo soltar al
duende y le regaño mucho.
Los duendes buscaron casas donde vivir. Dos se metieron en casa de don Rilito, tres en
la de Margarita, uno se fue a vivir con Natalia la chata y así hasta que todos encontraron
morada.
Y desde entonces, empezaron a pasar cosas raras.
Un día, el perro de Salustiano, o sea Mamarracho, se encontró con que, mientras
dormía, le habían hecho tres nudos en el rabo. Mamarracho se enfadó mucho, fue a buscar
a los duendes, pero estos reían mientras Mamarracho ladraba lleno de ira.
A la gata de Margarita la untaron de mantequilla, también mientras dormía. Hasta las
patas las tenía untadas. La pobre gata no podía caminar, porque resbalaba. Los duendes
reían. Margarita tuvo que bañar a su gatita, regañó a los duendes, pero a estos no les
importó. ¡eran de un fresco!
A Natalia la chata le desaparecieron los zapatos y tuvo que salir a la calle en
zapatillas. Por la noche, al irse a meter en la cama, notó algo raro. ¡Allí dentro estaban todos
sus zapatas!
En el frasco de colonia de doña Botines metieron vinagre, y doña Botines se pasó un
día entero oliendo a salsa vinagreta.
Tantas trastadas hicieron, que todos los habitantes del pueblo se reunieron para ver
que determinación tomaban con ellos.
- No les podemos echar, sería poco hospitalario.
- Pero regañarles no sirve de nada. Son tan frescos.
- Sí, pero la verdad es que da mucho gusto verles la carita.
Después de mucho discutir, decidieron que la única solución era aguantarse.
- Después de todo, tampoco es tan grave lo que hacen.
- Fastidia un poco, nada más.
Así que, al día siguiente, cuando don Rilito fue a desayunar y en el sitio de la taza
encontró sus botas, suspiró y fue a buscar la taza en el sitio de las botas, que era
donde naturalmente estaba.
El único que no se conformaba era Mamarracho que, cuando veía a los duendes,
ladraba. Pero estos como si nada.
Y así pasó el tiempo, hasta que llegó la primavera y los duendes se fueron, porque
hacía demasiado calor para ellos.
¡Hasta Mamarracho los echó de menos!
Consuelo Armijo, En viriviví. Ed Anaya.
EL DUENDE VERDE DE LA CASA
Había una vez un duende llamado Nipi que vivía en una parcela a las afueras
de un pueblo muy pequeñito. En la parcela había una casa, en la que vivía una
familia: la madre, el padre, el hijo, la hija, y un gato llamado Miau.
Nipi, el duende, solía vivir entre los matorrales de la parcela y a veces se metía
en el garaje de la casa a pasar el rato. Sin embargo, la familia no sabía que
compartían parte de su vida con un duende.
Un día, Nipi fue el garaje de la casa como cualquier otro día a pasar el rato,
pero esta vez se encontró de forma inesperada con el gato, Miau.
Miau se quedó quieto al ver al duendecillo verde, y a Nipi le pasó lo mismo. Se
quedaron mirando fijamente el uno al otro, hasta que oyeron la voz de uno de los
niños que bajaba al garaje. Entonces Nipi salió corriendo a tal velocidad, que ni Miau
supo a donde había ido. Miau empezó a buscarlo olfateando el suelo para seguir su
rastro, pero Miau no sabía que los duendes no dejan rastro de olores, y que por tanto,
no se les puede encontrar.
Nipi era muy vergonzoso y sólo se dejaba ver por los animales, nunca por las
personas, por lo que siempre salía huyendo cuando se acercaba algún humano.
Pero Nipi guardaba un secreto:sabía hablar como los gatos, conocía su idioma.
Por lo que otro día, decidió buscar a Miau para hacerse su amigo.
Y así fue…, encontró a Miau y se puso a hablar con él. Miau, al principio, se
quedó un poco sorprendido de ver hablar al duende verde, pero se acostumbró en
seguida y estuvieron hablando juntos un buen rato.
En una ocasión Miau le preguntó: “¿y tú qué haces viviendo aquí?”Entonces,
Nipi le contó que él es un duende que se encarga de cuidar la naturaleza, y que su
misión fundamental es vigilar a la familia que vive en la casa para que cuiden la
naturaleza, respeten el medio ambiente e instalen energías renovables en su
vivienda.
Además, Nipi le contó, que en cada familia de todo el mundo, existe un
duende que cuida de que la familia esté concienciada de que hay que cuidar el
mundo en el que vivimos.
Las personas no se enteran, pero hay un duendecillo verde dentro de ellos que
les hace pensar en cuidar el planeta. A veces el problema es que el duendecillo no
consigue su objetivo, y existe gente que maltrata nuestro planeta.
Por eso, Nipi era un duende verde, además de por su color, por su forma de
cuidar la naturaleza.
FIN
Las dos Vasijas.
Cuento Hindú
Érase una vez un aguador de la India que tenía dos grandes vasijas. Cada día
colgaba cada una de ellas en los extremos de un palo que llevaba sobre los
hombros. De esta manera, transportaba agua de un lugar a otro.
Una de las vasijas estaba agrietada y aunque el aguador la llenaba con
esmero, el agua se iba perdiendo por el camino de manera que cuando llegaba a su
destino sólo conservaba la mitad. En cambio, la otra vasija estaba totalmente nueva
y el agua no se derramaba.
La vasija agrietada se consideraba imperfecta e inútil, y un día le dijo al aguador:
-Siento no ser realmente útil para ti. A causa de mis grietas, el agua que llevo dentro
se va esparciendo por el camino y siento que no cumplo mi trabajo a la perfección.
El aguador le contestó:
-Mira… Vamos a regresar a casa y quiero que te fijes bien en las flores que verás a
nuestro paso ¿de acuerdo?
-Está bien – dijo sorprendida la vasija.
Efectivamente, la vasija pudo comprobar cómo el camino de vuelta estaba
repleto de hermosas y coloridas flores, pero ni contemplando tan bello espectáculo
pudo sentirse mejor.
El aguador le dijo entonces:
-No te sientas mal. Mira las flores. Crecen solamente en el lado del camino por donde
tú pasas a diario. Como veía que el agua salía de tus grietas, planté semillas de flores
y todos los días, al pasar, las ibas regando sin darte cuenta. Todo este tiempo han
crecido preciosas flores que yo he ido recogiendo. Si no fuera por ti, habría sido
imposible. Con esto quiero que sepas que nadie es mejor que nadie, pues todos
tenemos defectos de los que se puede sacar algo bueno.
HÉRCULES LLEGA A ANDALUCÍA
En unas tierras muy, muy lejanas, vivía un niño llamado Hércules. A Hércules le
gustaban mucho los animales, todos eran sus amigos, pero los mejores, a los que él más
quería y nunca se separaba de ellos eran dos leoncitos preciosos. Se llamaban “Leoncio” y
“Poponcio”. Los tres amiguitos siempre estaban juntos, hasta dormían en la misma cama.
Una mañana, Hércules se despertó el primero y llamó a sus dos amigos:
- ¡ Leoncio, Poponcio, levantaros! Hoy tengo una sorpresa para ustedes, nos vamos a ir
a dar un paseo en barco por el mar.
A nuestros amigos les gustaba mucho viajar en barco por el mar, así que medio dormidos
se fueron a lavar la cara y comer un poco antes de emprender el viaje. Se montaron los tres
en el barco y remando, remando se fueron muy lejos de la orilla.
Como se habían levantado muy temprano los tres se quedaron dormidos en el barco. Al
despertar se dieron cuenta de que ya no veían la orilla, se habían alejado mucho y aunque
Hércules era un niño muy valiente y fuerte, tuvo un poco de miedo al verse solo en el mar, se
acurrucó junto a los dos leoncitos y así estuvieron hasta que llegaron a una playa que no
conocían.
Era una tierra muy bonita con un campo muy grande de color verde que estaba lleno de
olivos y viñedos. A nuestro amigo Leoncio, le gustaba mucho el color verde y por eso se fue
corriendo por el campo que tenía su color favorito.
- ¡ Yupy, que campo tan bonito! ¿Nos podemos quedar a jugar un ratito?
Los tres amigos que eran muy curiosos comenzaron a correr por aquellas tierras. No
encontraron a nadie y siguieron caminando y caminando buscando una casita donde
quedarse
- ¡Que tierra tan bonita!- Dijo Hércules.
- ¡Sí, y que campo tan verde!- Dijo Leoncio.
A nuestro amigo Poponcio lo que más le gustó fue el color blanco de la espuma de las
olas del mar.
-¡Tengo una idea!- Dijo Hércules. Como a Leoncio le gusta el verde del campo y a
Poponcio el blanco de la espuma, nos construiremos unas casitas blancas en el prado verde
y así tendremos los dos colores que os gustan.
- Pero no sabemos qué tierra es esta y cómo se llama- Dijo Leoncio.
- Bueno, sabemos que tiene olivos y un campo muy verde, nosotros vamos a construir
casas blancas y le pondremos un nombre a todas estas tierras.
Los tres amigos pensaron y pensaron, hasta que se pusieron de acuerdo en llamarla
Andalucía. Desde entonces la bandera de Andalucía es blanca y verde como les gustaba a
Leoncio y Poponcio y en su escudo está la foto de los leoncitos junto a Hércules, porque
fueron ellos los que descubrieron Andalucía.
UNA BICICLETA OXIDADA
Selva hacía que todo fuera distinto. Y también tenía una bicicleta. ¿Qué por
qué me acuerdo de la bicicleta de Selva? Ahora lo verás. Yo creo que por eso Selva
sigue aquí, latiendo en mi pecho, aunque ya hayan pasado casi sesenta años.
Un día, Selva apareció con una bicicleta. Estaba oxidada, chirriaba el sillín y no
tenía timbre. Nosotros teníamos bicicletas nuevas, con el metal deslumbrante, sillines
mullidos y timbres que sonaban como los ángeles.
Pero la bicicleta de Selva era la mejor de todas. Tenía cosido al manillar un
sombrero de paja que hacía de cesta. Allí, Selva guardaba muchas cosas: un tebeo,
tornillos, caléndulas, un lazo.
A Marcos sus padres le compraron una cesta de verdad que iba enganchada
al manillar con una cadena metálica. Él se paseaba muy orgulloso con su bicicleta y
su cesta. Pero, la verdad, no era lo mismo.
Algunos niños se reían de la bicicleta de Selva. Y ella decía:
- Pero mi bici es así porque tiene una historia.
Todos nos poníamos a su alrededor y entonces ella contaba que aquella bici la
había usado su abuelo para escapar de su país. Había guerra y a él le buscaban por
ayudar a unos presos. Entre los presos estaba su hermano. Y aquella bicicleta, que ya
tenía el sombrero enganchado, llevó al abuelo al otro lado de la frontera. Allí vivió
muchos años en un pueblo aislado donde el único vehículo que había era la
bicicleta. Con la bicicleta traía medicinas de la ciudad. Con la bicicleta llevaba a
pasear a Bahía, la mujer más bonita del poblado que luego sería la abuela de Selva.
Con la bicicleta llevaba cartas a los ancianos y botellas llenas de mar para que los
niños conociesen cómo era el océano. Y también la arena del desierto. Todo eso. Así
que nosotros mirábamos embobados la bicicleta de Selva.
Ya no nos gustaban las otras.
- A veces – Decía Selva -, las cosas viejas son más bonitas porque guardan
historias.
Yo ahora que soy viejo también guardo muchas historias. Por eso te las cuento.
Por eso te las cuento.
Mónica Rodríguez, la bicicleta de Selva. Ed Anaya
PLANTAS QUE MUERDEN
Digámoslo enseguida: las plantas carnívoras existen, pero ninguna de ellas
puede comerse a un explorador, y ni siquiera a un ratoncillo. Tan solo son capaces de
capturar pequeños insectos.
¡Qué despilfarro!
Las plantas carnívoras desperdician casi del todo a sus víctimas. A ellas no les
interesa comer su carne, porque fabrican sus propios alimentos. Entonces ¿para qué
las atrapan?
Estas plantas viven sobre suelos muy pobres, que apenas contienen sales
minerales. Y como los insectos, igual que todos los animales, contienen sales en su
cuerpo, las plantas han aprendido a capturar insectos y a aprovechar sus sales
minerales.
Plantas pegajosas
Antiguamente cuando no existían insecticidas, se colgaba en verano del techo
de las casas unas tiras de papel empapadas de líquidos dulces y muy pegajosos. Las
moscas y otros insectos se pegaban a ellas, y se daban cuenta de que no podían
despegarse cuando ya eran demasiado tarde. Esto ya lo habían inventado unas
plantas carnívoras que cubren sus hojas de sustancias pegajosas con las que atrapan
a los insectos desprevenidos. Cuando estos se descomponen, aprovechan sus sales
minerales.
¡Insecto al agua!
Algunas plantas de la selva tienen unas hojas que forman como pequeñas
jarras de bonitos colores. Como allí llueve tanto, esas “jarras” están siempre llenas de
agua. Los insectos que caen en su interior se encuentran con que las paredes son tan
resbaladizas que no pueden salir, y se ahogan.
Cárceles vegetales
Las más curiosas entre las plantas “carnívoras” son las llamadas atrapamoscas,
que tienen hojas con el borde cubierto de espinas. Cuando un insecto se para en
una hoja, esta se cierra automáticamente, y las espinas encajan unas con otras
como los barrotes de una jaula.
Juan Ignacio Medina y Félix Moreno, ¿Qué sabes de las plantas? Ed. SM
EL HADA Y LA SOMBRA
Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran
la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar
misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos
siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres amenazaron el
lago y sus bosques, muchos se unieron al hada cuando les pidió que la
acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos en busca
de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos.
El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar
todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde
hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el
viaje. El camino fue aún más terrible y duro de lo que había anunciado el hada. Se
enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche y vagaron perdidos por el
desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se
desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo
quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera
el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le
preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía
siempre lo mismo "Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y eso es lo
que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque haya sido verdad que iba a ser
duro".
Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal,
pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela.
Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra
quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus días...
La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y
expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra,
pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún
otro. Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el
compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al
llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a
su triste hada.
EL NIÑO QUE QUERÍA VOLAR
Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el día contemplando el volar de
las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este
vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión
de siempre era volar algún día como los pájaros.
- Pero Pedro ¿cómo llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el
colegio?
- He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas.
- Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila .Además no tienes plumas.
- Ya lo sé mamá, pero es superior a mí.
- Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de
volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.
Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a
las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar
como ellas?
Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuenta y
se sobresaltó un poco.
- No te asustes Pedro - le dijo la joven, con una voz muy dulce.
- Esa sería mi mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito,
bastante desanimado
- ¿Por qué dices eso, de que nunca podrás hacerlo? – le preguntaba la joven.
- Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré
hacerlo aunque me guste mucho.
-No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes.
- De que valores me habla usted.
- Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los
ojos y pensar en volar.
- Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado.
- Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo.
Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las
alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus
mejillas.
Cuando Pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había
dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “sigue siempre así y cuando
quieras volar, solo tendrás que cerrar los ojos”.
Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que
tanto deseaba.
En uno de sus muchos vuelos, vio a un amigo caerse en un pozo y su rápida
actuación salvó su vida.
Pedro estaba muy contento, porque además de hacer lo que tanto deseaba
(que no todos lo consiguen), se dio cuenta que podía ayudar a la gente y eso le
hacía la persona más feliz del mundo.
FIN
FLORA, UNA PLANTA CARNÍVORA
Flora era una planta carnívora, pero carnívora de verdad, que vivía en un
supermercado junto al puesto de Paco, su gran amigo carnicero. Paco la trataba
con cariño y atención y siempre tenía algún trocito de carne que darle al final de
cada día. Pero un día, Flora no recibió su ración de carne, y al día siguiente tampoco,
y empezó a preocuparse tanto, que decidió espiar a Paco.
Así fue como descubrió que el carnicero no le daba nada de carne porque
guardaba grandes trozos en una gran caja amarilla.
Haciéndose la despistada, Flora llegó a pedirle un poco de aquella comida
guardada en la caja, pero Paco respondió muy severo que no, y añadió:
- ¡Ni se te ocurra, Flora! No se te ocurra tocar la carne de esa caja.
La planta se sintió dolida, además de hambrienta, y no dejaba de pensar para quién
podría estar reservando el charcutero aquellas delicias. Con sus malos pensamientos
se fue llenando de rabia y de ira, y aquella misma noche, cuando no quedaba nadie
en la tienda, llegó a la caja, la abrió, y comió carne hasta ponerse morada...
A la mañana siguiente, justo cuando llegó Paco para descubrir el robo, Flora
comenzó a sentirse fatal. Su amigo le preguntó varias veces si había sido ella quien
había cogido la carne, y aunque comenzó negándolo, viendo la preocupación y el
nerviosismo del charcutero, decidió confesar.
- ¿Pero qué has hecho, imprudente?- estalló Paco- ¡¡Te dije que no la tocaras!! ¡Toda
esa carne estaba envenenada!! Por eso llevo días sin poder darte apenas nada,
porque nos enviaron un cargamento estropeado...
A la carrera, tuvieron que ir a buscar un veterinario que pudo, por poco, salvar
la vida de Flora, quien se pasó con grandes dolores de raíces y cambios de colores
en las hojas durante las siguientes dos semanas. El susto fue morrocotudo para todos,
pero al menos la planta aprendió que obedecer las normas puestas por quienes más
nos quieren, es mucho más seguro que hacer las cosas por nuestra cuenta.
LUNA ENFERMA
La luna está enferma,
metida en la cama.
Tose por las noches
y está constipada.
Estornuda nieve,
nieve azul y blanca.
El sol la calienta,
la nube la tapa,
el viento la acuna
y el gorrión le canta,
y un rosal de rosas
su aroma le manda.
La luna está enferma,
metida en la cama:
le pican los ojos,
los pies, la garganta…
(Limón y jarabe,
limón y bufanda).
El ratón más sabio,
desde su ventana,
gritaba a los humos
que echaba la fábrica:
- ¡No ensuciéis el aire,
la luna está mala!
Se detuvo el humo,
se cerró la fábrica,
se curó la luna…
José González Torices,
LA NIÑA Y LA GOLONDRINA
Era una hermosa mañana de primavera y Anita estaba, como siempre, sentada en su silla de
ruedas en el jardín. La vista hacia la playa era hermosa y su madre decía que la brisa marina le haría
muy bien.
Eran sus padres muy buenas personas y habían comprado aquella casa con la esperanza de que el
clima de la costa hiciera un milagro, ya que en sus cortos 5 años, la niña, inexplicablemente, no podía
caminar.
Estaba la madre en casa, ocupada en sus quehaceres cuando oyó que la niña gritaba...
- ¡Mamá, mamá! –
Rápidamente corrió a su lado.
- Hay algo dentro de ese arbusto - señaló.
La madre cuidadosamente apartó las ramas y encontró allí una pequeña golondrina que
inútilmente aleteaba en un esfuerzo desesperado por escapar.
- Tiene un ala quebrada - dijo la mamá. - No podrá volar -.
- Dámela a mí - dijo Anita - Yo la cuidaré -.
Había en los ojos de la niña un brillo especial...Una emoción que su madre nunca antes había
visto en ella.
Anita tomó entre sus manos la temblorosa avecilla y se dedicó a cuidarla como si hubiese sido su
propia hija.
Y así pasaron las semanas...
Ya comenzaba el verano...Anita estaba en el jardín, sentada en su silla, con la golondrina en su
regazo. La tarde comenzaba a pintarse de dorados y rosas y la espuma de las olas parecía más blanca
que de costumbre. La tibia brisa movía los cabellos de la niña cuando una bandada de golondrinas se
acercó volando por la playa...Venían con sus alas casi tocando la arena y luego en grupo se elevaron y
pasaron sobre la niña y el jardín.
La golondrina que Anita tenía entre sus manos comenzó a inquietarse. Quería liberarse y extender sus
alas.
Anita se dio cuenta de que la pequeña golondrina, que había sido su alegría en los últimos días,
estaba lista para partir.
En ese momento tuvo sentimientos encontrados: la alegría de haberla salvado y el temor de no
volver a verla nunca más.
Podría mantenerla en una jaula, pensó, pero no sería feliz.
Entonces, la acercó hasta su boca, besó su pequeña cabecita y levantó ambas manos hacia el cielo...Ante
sus ojos la golondrina extendió sus alas y alzó el vuelo.
Comenzaba a refrescar la brisa cuando la madre miró por la ventana...
Un grito se formó en su garganta. ¡No podía creer lo que estaba viendo!
Con las manos alzadas hacia el cielo, de pie frente a la silla de ruedas, Anita tenía la vista fija en
el horizonte.
La bandada de golondrinas aún daba vueltas y hacía piruetas sobre la arena y las olas.
Al año siguiente, en la primera semana de primavera, Anita fue despertada por un revolotear en
su ventana.
Al correr las cortinas vio una golondrina que golpeaba el vidrio con su pico.
¡Había regresado!
Esa mañana, Anita corrió por la playa seguida por la golondrina y ambas fueron los seres más felices de
este planeta!
MÓNICA LEAL GALLARDO
EL ESTUDIANTE Y EL CAMPESINO
Cierta vez un estudiante iba de viaje en compañía de un paisano, un pobre
campesino que se había ofrecido a acompañarlo desde la estación de tren hasta un
pueblo que quedaba a dos jornadas de viaje.
Por el camino cazaron un par de liebres. El campesino que se daba maña con
el asado, preparó las liebres a fuego lento durante largo tiempo. Quedaron
deliciosas, tiernas, con un leve sabor ahumado. Esa noche se comieron una liebre
entera y dejaron la otra para el desayuno.
Entonces, al estudiante se le ocurrió una idea para comerse él solo la liebre que
quedaba. Viendo que el paisano era un hombre simple, sin mucha cultura, pensó
que sería fácil ganarle en una competición intelectual.
- Vamos a dormir – le dijo - . Y te propongo una apuesta: el que al despertarse
haya tenido el mejor sueño, ese se come la liebre entera.
- Vamos nomás – dijo el paisano, que era un hombre de pocas palabras.
En cuanto el estudiante se durmió, el paisano se levantó y se comió el animal
todito. ¡Estaba excelente! Se durmió con la tripa llena y se despertó bien entrada la
mañana: el estudiante lo estaba sacudiendo.
- Amigo, tenemos que contarnos nuestros sueños, a ver cuál es el mejor. Yo he
soñado que me moría y que venía un coro de ángeles para llevarme a la
gloria. Su piel era marfilínea y ostentaban sonrisas de beatitud. Suaves como
las nubes eran las plumas de sus alas y sus bocas de querubines entonaban
hosannas. No puedo imaginarme nada mejor. Pero vamos a ver, quiero saber
cómo fue tu sueño.
El estudiante estaba convencido de que el paisano se iba a quedar admirado
de escuchar tantas palabras difíciles.
- ¡Qué casualidad, joven! Yo he soñado exactamente lo mismo, ¿no es
increíble? Que usted se moría y venía el coro de ángeles a llevárselo a la gloria.
Ahí me quedé mirando cómo lo alzaban y se lo llevaban para arriba. Y cuando
se perdió de vista me dije: “¿Para qué quiere ahora la liebre, este mozo?” Así
que me levanté y me la comí nomás.
Ana María shua. Este pícaro mundo. Ed Anaya.
DÉDALO E ÍCARO
Existió hace muchísimos años un hombre llamado Dédalo, que llegó a la isla de
Creta en compañía de su hijo Ícaro.
Dédalo era un gran inventor. Por eso, el rey de Creta le encargó unos cuantos
trabajos. Entre ellos, unas estatuas maravillosas que podían hablar y moverse.
El rey estaba tan contento con los trabajos de Dédalo que lo invitó a quedarse
a vivir en la isla y así poder continuar haciendo inventos.
El rey le mandó construir un edificio para el Minotauro, un monstruo que poseía
el rey que era un hombre enorme con cabeza de toro.
Dédalo construyó un enorme laberinto del que era imposible salir.
Para impedir que Dédalo contara el secreto del laberinto a otras personas, el
rey lo encerró en él con su hijo.
Un día, Dédalo e Ícaro miraban al cielo, contemplando a las aves que volaban
libremente.
Entonces, a Dédalo se le ocurrió la idea de construir unas alas como las de los
pájaros, con plumas de verdad pegadas con cera.
Tardaron mucho tiempo en terminarlas, pero por fin un día, cuando las
terminaron, se las ataron a los brazos el uno al otro y comenzaron a agitarlas.
Empezaron a elevarse poco a poco, volando cada vez más altos y más
contentos.
Dédalo, al ver la altura que habían alcanzado, advirtió a su hijo para que no se
elevase más, pero Ícaro, feliz, subía y subía por el cielo azul.
Ícaro se acercó tanto al Sol que el calor de éste comenzó a derretir la cera, y
las plumas empezaron a despegarse.
Sin alas, Ícaro no pudo sostenerse en el aire y su vuelo terminó sobre las agua
del mar, donde se ahogó.
EL NIÑITO Y EL PERRO
El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta en el que se leía:
“Cachorritos en venta”. Esta clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito
apareció en la tienda preguntando: “¿Cuál es el precio de los perritos?”. El dueño contesto: -
- Entre cuarenta y cincuenta euros”.
El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas. Solo tengo cinco euros
- ¿Puedo verlos? Dijo el vendedor.
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra corriendo seguida por cinco
perritos. Uno de los perritos estaba quedándose muy atrás. El niñito inmediatamente señaló
al perrito rezagado que cojeaba. ¿Qué le pasa a ese perrito?, preguntó.
El hombre explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una
cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida. El niñito se emocionó mucho y
exclamó: ¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!
Y el hombre volvió a decir:
- No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo.
Y el niñito se disgustó, y mirando directamente a los ojos del hombre le dijo:
- No. Yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y yo
pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis cinco euros ahora y cinco
cada mes hasta que lo haya pagado completo.
El hombre contestó:
- Tú en verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. Él nunca será capaz de correr, saltar
y jugar como los otros perritos.
El niñito se agachó y se levantó el pantalón para mostrar su pierna izquierda, cruelmente
retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y
le dijo:
- Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y mis padres me quieren igual que al
resto de mis hermanos.
El hombre estaba ahora mordiéndose los labios, y sus ojos se llenaron de lágrimas...sonrió y
dijo:
- Hijo, solo espero que algún día, cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como
tú.
EL PRINCIPE ENAMORADO
Hace mucho tiempo vivía un Príncipe en un enorme castillo, que buscaba princesa
con quien casarse y tener muchos hijitos. Su padre el rey hizo el anuncio que todo el reino
esperaba.
El día del cumpleaños del Príncipe, que será dentro de catorce días y catorce noches,
la muchacha que le haga a mi hijo el mejor regalo y por tanto el que más le guste a él, la
elegirá como esposa para acabar siendo la reina de este castillo.
La sorpresa fue mayúscula y creó una gran expectación y alegría allá donde la noticia
se escuchaba.
Todas las muchachas del reino, de algunas ciudades del alrededor e incluso de
algunos países extranjeros, se dieron cita el gran día del cumpleaños del Príncipe.
Los regalos eran espectaculares, joyas, cofres repletos de oro y diamantes, caballos
traídos de Arabia, Toneles del mejor vino español y otros muchos y de los más variados de
todo el continente.
Pero el Príncipe se fijó en un regalo que era una simple caja, a decir verdad era una
caja muy bonita de madera, pero lo que más le llamó la atención al Príncipe fue que la
caja estaba abierta y dentro no había nada, estaba completamente vacía y por
supuesto el Príncipe no entendió nada. Hizo llamar a su mayordomo y le pidió que
localizara a la muchacha que se estaba burlando de él y que su regalo había sido nada.
Pocos minutos después el mayordomo se presentó anunciando a la muchacha que no
le había hecho ningún regalo y por supuesto el Príncipe le preguntó:
- ¿Me puedes explicar por qué te has querido burlar de mí no regalándome nada?. Dijo el
Príncipe dándole la espalda a la muchacha.
Con voz temblorosa la muchacha pudo decir:
- Lo siento Príncipe, pero por el camino me encontré con tanta gente que lo necesitaba
más que usted, que lo repartí todo.
El Príncipe solo escuchando la voz dulce de la muchacha y su grandiosa generosidad,
se dio media vuelta, se arrodilló y sin mirarle el rostro dijo:
- No me importa como seas por fuera, porque por dentro he visto que quiero que seas la
madre de mis hijos y la reina de mi castillo y mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo?
Ella se arrodilló junto a él y por primera vez se miraron a la cara y descubrieron lo bellos
que eran y lo mucho que se amaban.
Se besaron dulcemente y anunciaron el compromiso. Juntos repartieron todos los
regalos del Príncipe y todo el reino lo agradeció.
Fueron muy felices y reinaron con sabiduría y justicia, hasta el final de sus días.
JULIO BENAGES
LA FLOR MÁS BONITA
Se cuenta que allá para el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la
región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él
debía casarse. Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas
de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe
anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un
desafío.
Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los
comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija
tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contar los
hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder
creerlo le preguntó:
"¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte
estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero
no hagas que el sufrimiento se vuelva locura" Y la hija respondió:
- "No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás
seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos
momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz".
Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas,
con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas
intenciones.
Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío: "Daré a cada una de ustedes
una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida
por mí, esposa y futura emperatriz de China" La propuesta del príncipe seguía las
tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean:
costumbres, amistades, relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía
mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura
de su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que
preocuparse con el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía
pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más
profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo
y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias
ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe
por unos momentos.
En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes
tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella
estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento
esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y
atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado: Aquella bella
joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más
inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella
que no había cultivado nada. Entonces, con calma el príncipe explicó:
"Ella fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la
flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles.”
FIN
“LOS DUENDES MALVADOS”
Había una vez un grupo de duendes malvados en un bosque, que
dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de un pobre viejecito que
ya casi no podía moverse, ni ver, ni oír, sin respetar ni su persona ni su
edad.
La situación llegó a tal extremo, que el Gran Mago decidió darles
una lección, y con un conjuro, sucedió que desde ese momento, cada
insulto contra el anciano mejoraba eso mismo en él, y lo empeoraba en
el duende que insultaba, pero sin que los duendes se dieran cuenta de
ello. Así, cuanto más llamaban "viejo tonto" al anciano, más joven e
inteligente se volvía éste, al tiempo que los duendes envejecían y se
hacían más tontos.
Con el paso del tiempo, aquellos malvados duendes fueron
convirtiéndose en seres horriblemente feos, tontos y torpes sin siquiera
saberlo. Finalmente el mago permitió a los duendes ver en un espejo su
verdadero aspecto, y éstos comprobaron aterrados que se habían
convertido en las horribles criaturas que hoy conocemos como trolls.
Tan ocupados estaban faltando el respeto al anciano, que no
fueron capaces de descubrir que eran sus propias acciones las que les
estaban convirtiendo en unos horribles monstruos, hasta que ya fue
demasiado tarde y no pudieron recuperar nunca más su aspecto normal.
Quedando para siempre convertidos en horribles trolls.