35 Cuentos Para Primaria 2011

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DOA CLEMENTINA QUERIDITA, LA ACHICADORA Graciela Montes Cuando los vecinos de Florida se juntan a tomar mate, charlan y charlan de las cosas que pasaron en el barrio. Se acuerdan del ladrn de banderines de bicicletas; de cuando, por culpa de la mquina del tiempo, se les hel el agua de las canillas en pleno diciembre. Pero ms que de ninguna otra cosa les gusta hablar de doa Clementina Queridita, la Achicadora de Agustn lvarez. Doa Clementina no haba empezado siendo una Achicadora: por ejemplo, a los dos aos era una nenita llena de mocos que se agarraba con fuerza del delantal de su mam y a los diez, una chica con trenzas que juntaba figuritas de brillantes. Cuando doa Clementina Queridita se convirti en la Achicadora de Agustn lvarez era ya casi una vieja. Tena un montn de arrugas, un poquito de pelo blanco en la cabeza y un gato fortachn y atigrado al que llamaba Polidoro. A doa Clementina los vecinos la llamaban "Queridita" porque as era como ella les deca a todos: "Hola, queridita, cmo amaneci su hijito esta maana?, Manolo, queridito, me haras el favorcito de ir a la estacin a comprarme una revista?. Pero, aunque todos la conocan desde siempre, doa Clementina, solo lleg a famosa cuando empez con los achiques. Y los achiques empezaron una tarde del mes de marzo, cuando doa Clementina tena puesto un delantal a cuadros y estaba pensando en hornear una torta de limn para Oscarcito, el hijo de Juana Mara, que cumpla aos. En el preciso momento en que doa Clementina estaba por agarrar los huevos de la huevera, entr Polidoro, el gato, maullando bajito y frotndose el lomo contra los muebles. -Poli! Tens hambre, pobre! -se sonri doa Clementina, y volviendo a dejar los huevos en la huevera, se apur a abrir la heladera para buscar el hgado y cortarlo bien finito. -Aqu tiene mi gatito! -dijo, apoyando el plato de lata en un rincn de la cocina. Y ah noms vino el primer achique. El gordo , peludo y fortachn Polidoro empez a achicarse y a achicarse hasta volverse casi una pelusa,

del mismo tamao que cada uno de los trocitos de hgado que haba colocado doa Clementina en el plato de lata. El pobre gato, bastante angustiado, erizaba los pelos del lomo y corra de un lado al otro dando vueltas alrededor del plato, ms chiquito que una cucaracha pero, sin embargo, peludito y perfectamente reconocible. Era Polidoro, de eso no caba duda, pero muchsimo ms chico. Doa Clementina, asustadsima, le hizo upa enseguida: le pareca muy peligroso que siguiera corriendo por el piso; al fin de cuentas poda matarlo la primera miga de pan que se cayera desde la mesa Lo sostuvo en la palma de la mano y lo acarici lo mejor que pudo con un dedo. En medio de la pelusita atigrada brillaban dos chispas verdes: eran los ojos de Polidoro, que no entendan nada de nada. Se ve que la enfermedad del achique es muy violenta porque despus del de Polidoro hubo como quince achiques ms, todos en el mismo da. Doa Clementina se sac el delantal a cuadros, agarr el monedero y corri a la farmacia. -Ay, don Ramn! -le dijo al farmacutico, un gordo grandote y colorado, vestido con delantal blanco-. Don Ramn, algo le est pasando a Polidoro. Se me volvi chiquito! Don Ramn busc un frasco de jarabe marca Vigorol y lo puso sobre el mostrador. -Y usted cree que este jarabito le va a hacer bien, don Ramn? -pregunt doa Clementina mientras miraba con atencin la etiqueta, que estaba llena de estrellitas azules. Y en cuanto termin de hablar, el frasco de jarabe se convirti en un frasquito, en un frasquitito, el frasco ms chiquito que jams se haya visto. Don Ramn, el farmacutico, corri a buscar una lupa: efectivamente, ah estaba el jarabe de antes, muy achicado, y, si se miraba con atencin, podan divisarse las estrellitas azules de la etiqueta. -Ay, don Ramn, don Ramoncito! No s lo que vamos a hacer! -llorique doa Clementina con el frasquito diminuto apoyado en la punta del dedo. Y don Ramn desapareci. -Don Ramn! Dnde se meti usted, queridito? -llam doa Clementina. -Ac estoy! -dijo una voz chiquita y lejana.

Doa Clementina se apoy sobre el mostrador y mir del otro lado. All abajo, en el suelo, apoyado contra el zcalo, estaba don Ramn, tan gordo y tan colorado como siempre, pero muchsimo ms chiquito. "Pobre hombre!", pens doa Clementina. "Qu solito ha de sentirse all abajo...! Voy a llevarlo con Polidoro, as se hacen compaa." De modo que doa Clementina se llev a don Ramn en un bolsillo y al frasquito de jarabe en el otro. Entr en su casa y llam: -Poli Poli Estoy ac. Pero Polidoro no vino. Se haba cado en el fondo de la huevera y desde all maullaba pidiendo auxilio. Entonces doa Clementina se dio cuenta de que las hueveras eran muy tiles para conservar achicados. Sin pensarlo dos veces, sac los huevos que quedaban, los puso en un plato y en la huevera puso a don Ramn, que la miraba desde el fondo, perplejo, y algo le deca, pero en voz tan bajita que era casi imposible orlo. En fin, basta con que les cuente que, en esos das, doa Clementina llen la huevera, y tuvo que inaugurar dos hueveras ms, que contenan: -un gato Polidoro desesperado, -un don Ramn agarrado al borde, que cada tanto peda a los gritos algn jarabe, -un frasquito de jarabe Vigorol con una etiqueta llena de estrellitas, -el "kilito" de manzanas que doa Clementina le haba comprado al verdulero, -la "sillita" de Juana Mara, en la que se haba sentado cuando fue al cumpleaos de Oscar, -el propio "Oscarcito", al que de pronto se le haba acabado el cumpleaos, -un "arbolito", al que se le estaban cayendo las hojas, -un "librito de cuentos", -siete "velitas" (encendidas para colmo), y otras muchas cosas que resultaban invisibles a los ojos -como un "tiempito", un "problemita" y un " amorcito" - todas chiquitas. Y, claro, doa Clementina no saba qu hacer con sus achicados; le daba mucha vergenza esa horrible enfermedad que la obligaba a andar achicando cosas contra su voluntad. Era por eso que, en cuanto algo o alguien se le achicaba (gente, bicho, cosa o planta), se apuraba a

metrselo en el bolsillo y despus corra a su casa para darle un lugarcito en la huevera. Con las "manzanitas", la "sillita", las "velitas", el "jarabito" y el "librito de cuentos" no haba conflicto. Pero con Polidoro, y sobre todo con don Ramn y con Oscarcito era otra cosa. En el barrio no se hablaba de otra cosa que de su misteriosa desaparicin. La mujer de don Ramn no saba qu pensar: haba encontrado la farmacia abierta y sola, sin rastros del farmacutico por ninguna parte. Y Juana Mara y Braulio, los padres de Oscarcito, andaban desesperados en busca del hijo tan travieso que se les haba escapado justo el da del cumpleaos. As pasaron cinco das. Doa Clementina Queridita, la Achicadora de Agustn lvarez, cuidaba con todo esmero a sus achicados: al arbolito le pona dos gotas de agua todas las maanas, a Oscarcito lo alimentaba con miguitas de torta de limn (su torta favorita) y a don Ramn le preparaba churrasquitos de dos milmetros vuelta y vuelta. Dos veces al da, doa Clementina vaciaba las hueveras sobre la mesa de la cocina: Oscarcito jugaba con Polidoro y los dos se revolcaban hasta quedar escondidos debajo de la panera; don Ramn, en cambio muy formal, se sentaba en la sillita y le explicaba a doa Clementina cosas que ella jams entenda, mientras mordisqueaba una manzana (perdn una manzanita). En el quinto da de su vida, en la huevera Oscarcito se puso a llorar. Fue cuando vio, apagadas y chamuscadas, las siete velitas de su torta de cumpleaos. Doa Clementina se puso a llorar con l: Oscarcito era su preferido entre los chicos del barrio. No saba qu hacer para consolarlo; era tanto ms grandota que l que ni siquiera poda abrazarlo... -Bueno, Oscar, no llores ms -le deca mientras le acariciaba el pelo con la punta del dedo. -Cmo vas a llorar si ya sos un muchacho? Un muchachote de siete aos! Entonces Oscar creci. Creci como no haba crecido nunca. En un segundo recuper el metro quince de estatura que le haba llevado siete aos conseguir. Y se abraz a la cintura de doa Clementina, la Achicadora de

Agustn lvarez, que por fin, haba encontrado el antdoto para curar a sus pobres achicados. Doa Clementina corri a agarrar al gato Polidoro y le dijo, entusiasmada: -Gatn! Gatote! Gatazo! Y Polidoro creci tanto que hasta podra decirse que qued un poco ms grande de lo que haba sido antes del achique. Le tocaba el turno a don Ramn. Doa Clementina dud un poco y despus llam: -Don Ramonn! Y don Ramn volvi a ser un gordo grandote y colorado, con delantal blanco, que ocup ms de la mitad de la cocina. Y todos corrieron a casa de todos a contar la historia esta de los achiques, que con el tiempo, se hizo famosa en el barrio de Florida. Desde ese da, doa Clementina Queridita cuida mucho ms sus palabras, y nunca le dice a nadie " queridito" sin agregar "queridn". La sillita de Juana Mara, el frasquito con la etiqueta de estrellitas azules y el librito de cuentos siguieron siendo chiquitos. Estn desde hace aos en un estante del Museo de las Cosas Raras del barrio de Florida, adentro de una huevera. EL CLUB DE LOS PERFECTOS Graciela Montes Hay gente que ya est cansada de que yo cuente cosas del barrio de Florida. Pero no es culpa ma: en Florida pasa cada cosa que una no puede menos que contarla. Como la historia esa del Club de los Perfectos. Porque resulta que los perfectos de Florida decidieron formar un club. Algunos de ustedes preguntarn quines eran los Perfectos. Bueno, los Perfectos de Florida eran como los Perfectos de cualquier otro barrio, as que cualquiera puede imaginrselos. Por ejemplo, los Perfectos no son gordos, pero tampoco flacos. No son demasiado altos, y mucho menos petisos. Tienen todos los dientes parejos y jams de los jamases se comen las uas. Nunca tienen pie plano ni se hacen pis encima. No son miedosos. Ni confianzudos.

No se ren a carcajadas ni lloran a moco tendido. Los Perfectos siempre estn bien peinados, siempre piden por favor y jams hablan con la boca llena. Hay que reconocer que los Perfectos de Florida no eran muchos que digamos. Es ms, eran muy pocos. Tan pocos que haba calles como Agustn lvarez donde no poda encontrarse un Perfecto ni con lupa. Pero -pocos y todo- decidieron formar un club porque todo el mundo sabe que a los Perfectos slo les gusta charlar con Perfectos, comer con Perfectos y casarse con Perfectos. El Club de los Perfectos fue el tercer club de Florida. Los otros dos eran el Deportivo Santa Rita y el Social Juan B. Justo. El Deportivo Santa Rita era sobre todo un club de ftbol. Los sbados por la tarde se llenaba de floridenses porque los sbados por la tarde se jugaban los partidos amistosos con el equipo de Cetrngolo. El Social Juan B. Justo era el club de los bailes. Los sbados por la noche los floridenses que queran ponerse de novios se reunan a bailar con los Rockeros de Florida entre guirnaldas verdes, rojas y amarillas. Pero el Club de los Perfectos era otra cosa. Para empezar no era ni un galpn ni una cancha. Era una casa en la calle Warnes, con grandes ventanales y un enrejado alto de rejas negras. Y en el jardn que daba al frente, nada de malvones, dalias y margaritas, slo palmeras esbeltas, rosales de rosas blancas y gomeros de hojas lustrosas. Los sbados por la noche, los Perfectos llegaban al club con sus ropas planchadas y sus corbatas brillantes. Como eran perfectamente puntuales llegaban todos juntos. Se sentaban alrededor de la mesa con mantel almidonado y vajilla deslumbrante. Coman tranquilos y educados. Masticaban bien. Sonrean. Nunca parecan tener hambre. Ni apuro. Ni sueo. Ni rabia. Ni ganas. Ni celos. Ni fro. Tan diferentes eran que a los floridenses se les hizo costumbre eso de ir a visitar el Club de los Perfectos. Bueno, visitar es una manera de decir porque al club de los Perfectos slo entraban Perfectos, y los dems miraban de afuera. Lo cierto es que, a eso de las siete de la tarde, en cuanto terminaba el partido, los del Deportivo Santa Rita se venan en patota a la calle Warnes y, a eso de las ocho, antes de ir para el baile del Social Juan B. Justo, las

parejas de novios pasaban por la calle Warnes para echarles una ojeadita a los Perfectos. Los floridenses se apretaban todos junto al enrejado. Eran un montn, pero ninguno era perfecto. Estaba doa Clementina, llena de arrugas; el nieto de don Braulio, que era un poco bizco; el chico del almacn, que era petiso; Antonia, llena de pecas y chicos que usaban aparatos en los dientes, chicos que a veces se coman las uas, chicos que a veces se hacan pis encima, chicos con mocos, muchachos que clavaban los dientes en los snguches de milanesa porque tenan hambre y chicas un poco despeinadas porque haba viento. Los sbados por la noche, el Club de los Perfectos estaba siempre rodeado de floridenses. Y fue por eso que, cuando pas lo que tena que pasar, hubo muchos que pudieron contarlo. Resulta que estaban ah los Perfectos, tan perfectos como siempre reunidos alrededor de la mesa, perfectamente bronceados porque era verano y perfectamente frescos y perfumados, cuando pas lo que tena que pasar. Pas una cucaracha. Una cucaracha lisita, negra, brillante, en cierto modo una cucaracha perfecta, que trep lentamente por el mantel almidonado y empez a caminar, perfectamente serena, por entre los platos. El primero que la vio fue un Perfecto de saco blanco y corbata a rayas, perfectamente rubio. La cucaracha se acercaba, pacficamente, hacia su plato. El Perfecto rubio se puso de pie demasiado bruscamente, porque volc la silla, empuj con el codo el plato decorado, que se estrell contra el piso, y derram el vino tinto de su copa labrada sobre la Perfecta de vestido blanco. La cucaracha entre tanto, posiblemente sorda y seguramente valiente, segua recorriendo la mesa, desvindose sin sobresaltos cuando se le interpona algn plato. Los Perfectos, en cambio, s que parecan sobresaltados. Haba algunos que se suban a las sillas y gritaban pidiendo ayuda, y otros que se coman velozmente las uas acurrucados en los rincones. Haba algunos que lloraban a moco tendido y otros que, de puro nerviosos, se rean a carcajadas.

El mantel ya no pareca el mismo, lleno como estaba de platos rotos y copas volcadas. Y serena, parsimoniosa, la manchita negra y lustrosa prosegua su camino. Los floridenses que estaban junto a la reja al principio no entendan. Se agolpaban para ver mejor, los de la primera fila les pasaban noticias a los de atrs. Anbal, el relator de los partidos amistosos, se trep a lo alto del enrejado y empez a transmitir los acontecimientos: El Perfecto de la Camisa a Cuadros se cae de espaldas. Rueda. Quiere ponerse de pie, trastabilla y cae sobre la Perfecta del Collar de Ncar. La Perfecta del Collar de Ncar pierde la peluca. Se arroja al suelo y camina en cuatro patas tratando de recuperarla. El Perfecto del Traje Azul tropieza con ella, pierde el equilibrio y cae Cae tambin su dentadura, que golpea ruidosamente contra la pata de la mesa Arrugados, despeinados, manchados y llorosos, los Perfectos fueron abandonando la casa de la calle Warnes. Los floridenses los miraban salir y no podan casi reconocerlos. Algunos estaban plidos. Otros parecan viejos. Algunos, si se los miraba bien, eran francamente gordos. Y todos, uno por uno, estaban muertos de miedo. A los floridenses ms burlones les daba un poco de risa. Los ms comprensivos les sonrean y les daban la bienvenida: al fin de cuentas no era tan malo estar de este lado de la reja. De ms est decir que ese mismo da se disolvi el Club de los Perfectos. Y cuentan en el barrio que los sbados por la tarde algunos de los que fueron sus socios llegan cansados y hambrientos del Deportivo Santa Rita y que otros van, un poco despeinados, al Social Juan B. Justo. Cuentan tambin que en la casa de la calle Warnes ahora crecen malvones. Y parece que as es mucho mejor que antes. HISTORIA DE UN RAMN, UN SALMN Y TRES DESEOS Graciela Montes sta es la historia increble de lo que le pas a Ramn Gariboto a las siete y veinticinco de la maana de un Da de Morondanga. Ramn se despert, como siempre, a las siete y cuarto. A las siete y veinte entr en el bao y se mir en el espejo: tena pelo de

sueo, ojos despeinados y barba pinchuda. Despus, Ramn Gariboto, con la mano izquierda, agarr el tubo de pasta dentfrica y el cepillo de dientes y, con la mano derecha, abri la canilla del agua fra. Y en realidad ah fue donde empez el cuento porque de la canilla del agua fra primero sali agua fra, por supuesto! Pero despus sali bueno, no sali, pero al menos intent salir: un pez! El pobre no poda pasar por el cao demasiado estrecho de la canilla: apenas asomaba la cabeza. -Un bagre! -grit Ramn Gariboto, que jams haba visto un pescado que no estuviese bien frito. Pero mir mejor y dijo: -No, un bagre no es No tiene bigotes Ya s! Es un pejerrey!.. No! Una merluza!... Un surub!... Un...! -Soy un salmn, ignorante -lo interrumpi el pez-, y hac el favor de ayudarme a salir de ac adentro, que me estoy ahogando. -S, cmo no -dijo Ramn Gariboto amablemente. Ramn Gariboto era una persona ms bien tmida, y a las siete y media de la maana era tan tmido que hasta un pez poda asustarlo. De modo que sostuvo al pez con dos dedos y tir hacia afuera. -Ay! Con cuidado! -se quej el prisionero, que pareca bastante malhumorado-. Me ests lastimando las agallas, infeliz! Se habr visto! -Lo siento mucho -se disculp Ramn Gariboto y volvi a tirar hacia afuera con la mayor suavidad. El ltimo tramo fue ms fcil. El pez se agit, su cuerpo tornasolado termin de atravesar la canilla y un momento despus andaba a los coletazos por la piletita del bao. -Caramba! -dijo Ramn Gariboto agachndose para mirarlo bien-. Por qu abrir tanto la boca? Me querr decir algo? -A-a-a-a-a-a-agua-a-a-a-a-a-a -logr musitar el pez antes de desmayarse. Y slo entonces Ramn Gariboto record que los peces tienen la costumbre de vivir en el agua, y mir y vio que toda el agua que sala por la canilla se escapaba en un santiamn por el sumidero. Ramn se apur a buscar un tapn, y al rato el pez empez a respirar tranquilo. Tranquilo pero enojadsimo, como siempre. Ramn Gariboto se

pregunt si todos los salmones seran tan impacientes. -Ms tonto que una mojarrita en primavera! -murmuraba el pez mientras iba y vena por la diminuta pileta-. Ms estpido que un caracol agujereado! Ms intil que un renacuajo sin cola! Ms! -Bueno, basta! -rugi Ramn Gariboto, harto ya de tantos retos-. Mire que saco el tapn y se acaba la funcin El pez se call la boca y durante los cinco minutos siguientes slo nad de un lado al otro de la pileta, llenndose las branquias de agua. Pareca aliviado, casi contento. Despus de un rato, cuando Ramn Gariboto ya haba empezado a enjabonarse la cara para afeitarse la barba, dijo: -Bueno, al grano. Supongo que te habrs dado cuenta de que yo no soy un pez cualquiera, un pececito de tres por cuatro, no es cierto? -En fin -empez a decir Ramn Gariboto, sin dejar ni por un momento de afeitarse y decidido ya a no dejarse patotear por el primer salmn que se le apareciera en la canilla. Le dir: usted no me parece muy diferente de otros peces Salvo porque habla, claro. Y mir de reojo al pez, que empezaba a enojarse nuevamente. -Ser posible! -chill el salmn-. Una vez cada cinco mil aos tengo posibilidades de charlar con un humano y me viene a tocar un ignorante como ste. Qu desgracia! Qu decadencia! Casi con medio cuerpo fuera del agua el salmn enfrent a Ramn Gariboto y le dijo: -Yo soy el pez de la suerte, seor mo. Otorgo deseos. No me va a decir que nunca oy hablar de m. Soy famossimo! -Si usted es el pez de la suerte, cmo sern los peces de la mala suerte! -se burl Ramn. Ramn Gariboto estaba decidido a no tomarse demasiado en serio al salmn, al fin de cuentas un pez que haca su entrada triunfal por una canilla no pareca un pez muy formal. -Bueno, estoy esperando -dijo el salmn, un poco ofendido por la indiferencia de Ramn. -Y qu es lo que espera, si puede saberse? -pregunt Ramn mientras se pasaba la toalla por la cara. -Cul es tu primer deseo? Ramn Gariboto no quera perder la calma, eso estaba bien claro, pero

tampoco quera perder la oportunidad. Y nunca le haba pasado que alguien le preguntara as como as cul era su primer deseo. Antes de hablar quiso asegurarse: -Cuntos deseos tengo? -Tres, claro est -volvi a enojarse el pez-. Decime: vos nunca leste un cuento? Entonces Ramn se mir al espejo: tena los ojos peinados, el pelo descubierto y la cara lisita Despus mir por la ventana del bao y vio una paloma revoloteando por ah cerca. -Ya s! -grit de pronto, sin sacar los ojos de la ventana-. Quiero volar como una paloma. -Todos piden los mismo! -se quej el pez-. Bueno, tu deseo ser concedido. Ya pods volar. Ramn Gariboto se acerc al balcn y mir hacia abajo. Viva en un cuarto piso, de modo que no era cuestin de saltar as como as para ver qu pasaba. En una de esas el pez haba perdido sus poderes o sencillamente era un pez mentiroso y lo haba engaado. Entonces Ramn Gariboto baj en piyama hasta la planta baja (pero por las escaleras), sali a la vereda, estir los brazos, los agit hacia arriba y hacia abajo y vol. Vol alto, vol bajito, revolote, subi en picada hasta la altura del cuarto piso y volvi a entrar al departamento (pero por el balcn, que por suerte haba dejado abierto). No fue un aterrizaje muy prolijo: tir tres macetas, el pantaln del piyama se le enganch en uno de los barrotes y se torci un tobillo al apoyar los pies. -Es cuestin de practicar -se dijo Ramn-, con el tiempo me va a salir mejor que a Sperman. Revoloteo hasta el techo de la habitacin para buscar un pulver amarillo con rayas rojas que estaba en el estante ms alto del placard. Cuando fue a la cocina a prepararse el mate cocido sinti un dolorcito, un extrao dolorcito de panza. -Qu raro! Me duele la panza -dijo en voz alta. -Claro -coment el pez desde el bao-, estars por poner un huevo Ramn Gariboto corri desesperado hasta la piletita, donde el salmn nadaba serenamente. -Por poner un huevo!? Cmo por poner un huevo?! Quin dijo que yo

pongo huevos? -Yo lo digo -asegur el pez-. Todas las palomas ponen huevos. -Pero yo no soy una paloma -se defendi Ramn-, jams he sido una paloma! -lloraba. -Quin entiende a los humanos! -suspir el salmn-. Acabs de decirme que quers volar como una paloma Qu te hace suponer que se puede volar como una paloma sin estar obligado a poner huevos como una paloma? -Yo quise decir palomo. -Pero dijiste paloma. -Mir que te saco el tapn de la piletita -Mir que te dejo poniendo huevos para el resto de tu vida. Ramn Gariboto miraba al salmn. El salmn no le quitaba los ojos de encima a Ramn Gariboto. Ramn Gariboto no estaba acostumbrado a poner huevos. Y no le gustaba nada la idea de tener que empollarlos. Adems, qu iba a pensar su novia? -Voy a pedir mi segundo deseo -dijo por fin. -Sea -dijo el pez, hacindose el pez del cuento. -Quiero dejar de volar como una paloma, y de poner huevos como una paloma. -Tu deseo est concedido -dijo el pez, con una sonrisita que a Ramn no le gust nada. El dolorcito desapareci de inmediato. Y cuando Ramn Gariboto quiso buscar la bufanda del estante de arriba del placard tuvo que subirse a una banquito, por supuesto. -A ver, che! -lo llam el pez desde el bao. Ramn frunci el ceo y fue hasta el bao, cada vez ms molesto con el pez tan grosero y confianzudo. -Qu quiere? -pregunt. -A ver si le pons un poco ms de agua a esta pileta que me estoy quedando en seco. Y and pensando el tercer deseo, eh, que ya estoy cansado de esperarte.

Ramn ech un poco ms de agua en la piletita y quiso saber: -Y despus del tercer deseo, qu? -Y, nada ms -dijo el pez-. Me quedo a vivir ac con vos por un tiempito Claro que no en esta pileta de morondanga, te imaginars. Lo menos que pods hacer por m es instalarme un acuario como la gente, con plantas caracoles, cascadas En fin, yo ya te voy a ir diciendo y entonces Ramn Gariboto volvi a mirarse en el espejo: tena los ojos redondos de susto. Se imagin cmo seran sus das con ese pez antiptico ocupando la mayor parte de su departamento de un ambiente, charlando todo el da como un loro, dndole rdenes, gritndole, patotendolo De pronto, Ramn Gariboto supo cul iba a ser su tercer deseo. No quera volverse chiquito como una arveja. Tampoco quera crecer como un obelisco. No quera volverse invisible, ni volverse rico, ni volverse valiente, ni volverse hermoso -Seor salmn, estse atento: voy a pedir mi tercer deseo antes de que se me enfre el mate cocido -dijo. -Era hora! Cul es tu tercer deseo? -Quiero que usted se vaya por donde vino! Y pronto! -grit Ramn Gariboto con una sonrisa triunfal. El salmn entrecerr los ojos, ech hacia un lado la cabeza y dijo: -Tu deseo ser concedido Pero no te vayas a creer que me voy a ir sin antes decirte que es la primera vez en los ochenta y siete mil novecientos quince aos de vida que tengo que me pasa algo semejante La ignorancia de la gente, que -Dije pronto! -repiti Ramn Gariboto, y abri la canilla. El pez empez a remontar el chorro de agua. -Menos mal que los salmones sabemos nadar en contra de la corriente -dijo. Y eso fue lo ltimo que dijo. Un par de minutos despus, slo se vea la cola tornasolada movindose en la punta del cao. Ramn Gariboto cerr la canilla, sac el tapn de la piletita, se puso el pulver amarillo con rayas rojas, se enrosc la bufanda, se tom el mate

cocido y sali a la calle. Como todas las maanas de los Das de Morondanga camin hacia el quiosco de diarios y revistas que quedaba justo en frente de su casa. En el tech de latn del quiosco se haba posado una paloma. Ramn Gariboto la mir y le pregunt de sopetn al diariero: -Don Luis, dgame la verdad, qu opina usted de los salmones? UN ELEFANTE OCUPA MUCHO ESPACIO Elsa Bornemann Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Vctor, un elefante de circo, se decidi una vez a pensar en elefante, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento: Verano. Los domadores dorman en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes, el loro haba volado de jaula en jaula comunicndoles la inquietante noticia. El elefante haba declarado huelga general y propona que ninguno actuara en la funcin del da siguiente. -Te has vuelto loco, Vctor? -le pregunt el len, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula-. Cmo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? El rey de los animales soy yo! La risita del elefante se desparram como papel picado en la oscuridad de la noche: -Ja. El rey de los animales es el hombre, compaero. Y sobre todo aqu tan lejos de nuestras anchas selvas... -De qu te quejas, Vctor? -interrumpi un osito, gritando desde su encierro-. No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida? -T has nacido bajo la lona del circo... -le contest Vctor dulcemente-. La esposa del domador te cri con mamadera... Solamente conoces el pas de los hombres y no puedes entender, an, la alegra de la libertad... -Se puede saber para qu haremos huelga? -gru la foca, coleteando nerviosa de aqu para all. -Al fin una buena pregunta! -exclam Vctor entusiasmado, y ah noms les explic a sus compaeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueo del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a

ejecutar ridculas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no deban soportar ms humillaciones y que patatn y que patatn. (Y que patatn fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales queran volver a ser libres... Y que patatn fue la orden de huelga general...). -Bah... Pamplinas... -se burl el len-. Cmo piensas comunicarte con los hombres? Acaso alguno de nosotros habla su idioma? -S -asegur Vctor-. El loro ser nuestro intrprete. Y enroscando la trompa entre los barrotes de su jaula, los dobl sin dificultad y sali afuera. Enseguida, abri una tras otra las jaulas de sus compaeros. Al rato, todos retozaban en torno a los carromatos. Hasta el len! Los primeros rayos del sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueo del circo se desperez ante la ventana de su casa rodante. El calor pareca cortar el aire en infinidad de lneas anaranjadas... (Los animales nunca supieron s fue por eso que el dueo del circo pidi socorro y despus se desmay, apenas pis el csped...). De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio: -Los animales estn sueltos! -gritaron a coro, antes de correr en busca de sus ltigos. -Pues ahora los usarn para espantarnos las moscas! -les comunic el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente. -Ya no vamos a trabajar en el circo! Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante! -Qu disparate es ste? A las jaulas! -y los ltigos silbadores ondularon amenazadoramente. -Ustedes a las jaulas! -grueron los orangutanes. Y all mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueo del circo fue el que ms resistencia opuso. Por fin, tambin l miraba correr el tiempo detrs de los barrotes. La gente que esa tarde se aglomer delante de las boleteras, las encontr cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES.

Entretanto, Vctor y sus compaeros trataban de adiestrar a los hombres: -Caminen en cuatro patas y luego salten a travs de estos aros de fuego! -Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas! -No usen las manos para comer! -Rebuznen! Mallen! Pen! Ladren! Rujan! -Basta por favor, basta! -gimi el dueo del circo al concluir su vuelta nmero doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos-.Nos damos por vencidos! Qu quieren? El loro carraspe, tosi, tom unos sorbitos de agua y pronunci entonces el discurso que le haba enseado el elefante: -...Conque esto no, y eso tampoco, y aquello nunca ms, y no es justo, y que patatn y que patatn... porque... o nos envan de regreso a nuestras anchas selvas... o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversin de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho. Las cmaras de televisin transmitieron un espectculo inslito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje entre los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino a frica. Claro que el dueo del circo tuvo que contratar dos aviones: en uno viajaron los tigres, el len, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Vctor... porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio... Basado en el poema El gigante de ojos azules De Nazim Hitmet CUENTO GIGANTE Elsa Bornemann Existi una vez un hombre con el corazn tan grande, tan

desmesuradamente grande, que su cuerpo debi crecer muchsimo para contenerlo. As fue como se transform en un gigante. Este gigante se llamaba Bruno y viva junto al mar. La playa era el patio de su casa; el mar, su baera. Cada vez que las olas lo encerraban en su abrazo desflecado de agua salada Bruno era feliz. Por un instante dejaba de ver playa y cielo: su cuerpo era un enorme pez con malla dejndose arrastrar hacia la orilla.

La estacin del ao que ms quera Bruno era el verano. En ella, su patio playero solo y callado durante el resto del ao- volva a ser visitado por los turistas y a llenarse de kioscos. Entonces, tambin tambin Bruno se senta menos solo. El primer da de un verano cualquiera Bruno conoci a Leila. El gigante acababa de salir del mar y caminaba distrado. Sus enormes huellas quedaban dibujadas en la arena. De tanto en tanto, Bruno volva su rizada cabeza para verlas. De pronto, otros pies, unos pies pequesimos, empezaron a pisarlas una por una Eran los pies de Leila, una mujercita, una mujercita apenas ms grande que sus propias huellas. Bruno se detuvo, asombrado: -No me tienes miedo? le pregunt, doblando la cintura. Leila larga trenza castaa rematada en un moo- simul no escucharlo. Bruno se le acerc un poquito: -Eres sorda acaso? Te he preguntado si no me tienes miedo -y el aliento del gigante hizo agitar las cortaderas de las dunas. La mujercita se ri: -No. Por qu habra de temerte? Eres tan hermoso La belleza no puede hacer dao Bruno se estremeci: -Hermoso yo? -S. Eres hermoso. Me encanta el metro de azul que tienes en cada ojo. El segundo da de aquel verano, Bruno se enamor de Leila. -Quieres casarte conmigo? se anim a preguntarle, quebrado la timidez por primera vez en su vida. -S le contest ella-. Quiero casarme contigo -y se alej saltando. El tercer da del verano, no bien la siesta se despert, Bruno corri hacia el mismo lugar del encuentro, buscando la larga trenza castaa. Y la encontr, muy ocupada, juntando almejas en un balde.

-Hola Leila! le dijo despus de mirarla unos minutos en silencio. -Qu tal Bruno? le respondi ella. Desde esa tarde, y hasta que termin el verano, el gigante y la mujercita se encontraron en la playa todos los das. El ltimo da de las vacaciones, Bruno la tom de la mano y la llev con los ojos cerrados- a conocer la casa que l mismo haba construido frente al mar. -Puedes abrir los ojos, Leila -le dijo tras caminar un largo trecho por la playa-. Esta ser nuestra casa; aqu viviremos cuando nos casemos -y el enorme corazn de Bruno hizo agitar su camisa tanto o ms que el viento Lo primero que vio Leila fue el zcalo, que le llegaba hasta las rodillas Despus mir la puerta, de la que ni siquiera poda alcanzar el picaporte Finalmente ech su cabecita hacia atrs y la contempl entera Una gigantesca casa de piedra ocup su atencin durante media hora: el tiempo necesario para verla de frente, con sus pequeos ojos. Puerta de madera, tallada con extraos arabescos Ventanales con vidrios azules Una cpula all, a lo alto, tan lejos de la playa Tan cerca de las nubes -No me gusta! -grit Leila de repente, con su vocecita chillona-. No me gusta! -Pero si todava no la has visto por dentro -le dijo el gigante un poco triste -y, tomndola en brazos, franque la entrada y llev a Leila hacia el interior de la casa. No bien pisaron la alfombra del vestbulo, Leila protest: -Y esas escaleras? Para qu tantas escaleras? No hay ascensor en esta casa? Piensas que me voy a pasar el da subiendo escaleras? -Pero por esta escalera podrs alcanzar el verano -le explic Bruno tartamudeando-. Esta otra te llevar a la terraza Desde all miraremos ahogarse el sol en el mar todos los atardeceres Aqulla sube hasta la noche de Reyes podrs poner tus zapatos cada vez que lo desees Esa

llega a

un jardn

de aire libre All tendrs todo el que quieras para

llenarte las manos Esa otra -No!, no y no, y quiero una casita chica, bien chiquita, con cortinas de cretona y macetitas con malvones -Pero all no cabra yo -gimi Bruno-. No cabra. -Podras sacar la cabeza por la chimenea! asegur Leila furiosa- y desenrollar tu barba por el tejado y estirar tus brazos a travs de las ventana y deslizar una de tus piernas por la puerta y doblar la otra y No Bruno era un gigante, Y esa mujercita no sabe que el corazn de un gigante no cabe en una casa chiquita Un gigante hace todas las cosas en gigante Hasta sus sueos son gigantes Hasta su amor es gigante No caben en casas chiquitas No caben -Adis Bruno le dijo entonces-. No puedo casarme contigo y, dando varios saltitos, desapareci de su lado. A la semana siguiente se cas con un hombrecito de su misma altura, y desde entonces vive contenta en una casita de la ciudad, con cortinas de cretona y macetas repletas de malvones. Y Bruno? Pues Bruno sigue all junto al mar. Sabe que cualquier otro verano encontrar una mujercita capaz de entender que su corazn gigante necesita mucho espacio para latir feliz. Y con ella estrenar entonces todas las escaleras de la casa de piedra Y con ella bailar en la cpula, al comps de la msica marina Y con ella tocar alguna noche- la piel helada de las estrellas GUSTOS SON GUSTOS Gustavo Roldn Ah estaban el yuchn y el jacarand, el quebracho colorado y el chaar, las palmeras y el mistol, y el lapacho, esa fiesta de flores rosadas. Todos los rboles eran grandes y hermosos, pero el algarrobo pareca una guitarra llena de colores y msica porque ah cantaban los pjaros. La sombra del algarrobo, tan grande, alcanzaba para todos los bichos, y las vainas amarillas colgando de las ramas y desparramadas por el suelo eran hilos de sol y dulzura.

Y ah estaba el ro de aguas marrones, el ro del color de la tierra, ese ro al que no se poda mirar sin pensar que hay cosas que nunca comienzan y nunca se acaban. Y al lado del ro, a la sombra del algarrobo, estaban el mono y el coat, el quirquincho y el oso hormiguero, el pequeo tapir y la corzuela y la iguana, y mil animales ms. Tambin estaba el and. Y el piojo que viva en la cabeza del and. Entonces el grito los sorprendi a todos. Desde la pluma ms alta de la cabeza del and el piojo estaba largando un sapucai que tena revoloteando a los pjaros y haca caer algarrobas a puados. Siete minutos dur el grito, y fue el sapucai ms largo que se hubiera escuchado por esos pagos. Y se hizo tan famoso que ese paraje que se llamaba El Monte de las Vboras, fue conocido desde entonces como El Monte del Sapucai del Piojo. Los pjaros se posaron otra vez en las ramas, las algarrobas dejaron de caer, y el piojo, despus de respirar hondo, pudo decir: -Volvi don sapo! Ah llega don sapo! Todos los animales corrieron a recibirlo. -Cmo le fue, don sapo! Qu tal el viaje! Cmo hizo, don sapo, cmo hizo! Queda muy lejos? Es cierto que hay mucha gente? Cuente, don sapo, cuente! Es grande Buenos Aires? -Despacito y por las piedras que ya parecen porteos por lo apurados. -Es que estamos curiosos desde que nos enteramos de que se haba ido a Buenos Aires -dijo el coat-. Cmo hizo, don sapo? -Fcil, mhijo. Usted vio la creciente grande y todos los camalotes que pasaban? Bueno, en cuanto vi pasar un camalote que me gust, salt y me fui. -Y es muy grande Buenos Aires? -Ni le cuento! Pueblo grande, s, pero todos apurados -Apurados? -pregunt la cotorrita verde-. Adnde van apurados? -A ninguna parte. Son costumbres noms. Ser que eso les gusta. Y se la pasan viajando, amontonados, en unas cosas enormes que van para todos lados. -Y eso les gusta? -Debe ser, porque pagan para hacerlo.

-Mire que es loca la gente! -dijo el piojo. -No diga eso, mhijo. Gustos son gustos Y cuando vuelven a sus casas se sientan frente a una caja, y ah se pasan las horas mirando propagandas. -Propagandas de qu? -De champ. Se ve que son locos por el champ. -Y ro, don sapo? Tienen ro? -Uno grande a ms no poder. -Ms ancho que el Bermejo? -Ms ancho. Dicen que es el ms ancho del mundo. -Qu lindo! -dijo el yacar-. Ah se baarn todos muy contentos! -Qu se van a baar! Lo usan para tirar basuras. Est prohibido baarse ah. -Ser que no les gusta el ro. -Don sapo -dijo el tapir-, tengo dos preguntas para hacerle: Esas gentes nos conocen? Nos quieren? -Linda pregunta, pero es una sola, no dos. -No, don sapo, yo le hice dos preguntas. -Mire chamigo, hay un viejo pensamiento que acabo de inventar que dice: No se puede querer lo que no se conoce. -Y a nosotros no nos conocen? -No. Conocen muchos animales, pero de otro lado. Se ve que les gusta conocer cosas de otro lado, hipoptamos, cebras, elefantes, jirafas, ardillas y un montn ms. Pero a nosotros no nos conocen, y por eso no nos quieren. -Bah -dijo el quirquincho-, no saben lo que se pierden. -Yo me qued pensando en eso de que usan el ro para tirar basuras -dijo el monito-. Y qu les gusta? -Prohibir. Eso se ve que les gusta. Se la pasan prohibiendo todo el da. Prohibido subir, prohibido bajar, prohibido pisar. Prohibido pararse y prohibido correr. Siempre ponen cartelitos prohibiendo algo. -Eso s que no lo entiendo -dijo el coat-. Y si alguno no les hace caso a los cartelitos? -Viene la polica y se lo lleva. -No le veo la gracia -dijo el piojo. -Qu quiere que le diga, mhijo! Gustos son gustos.

UNA CARA MUY FEA Gustavo Roldn El piojo daba vueltas y vueltas y pegaba grandes saltos mortales arriba de la cabeza del and. -Eh, compadre, qu le anda pasando? Me est haciendo un revoltijo en las plumas. -Es que estoy ordenando mis ideas, pero ya estn a punto. Mire, ah llega don sapo para resolver mis dudas. -Lo escucho y contesto como contestador automtico. Qu dudas anda teniendo amigo piojo? -Don sapo, lo que no me puedo imaginar es cmo son esas gentes. Son lindos? Son feos? -Feos, mhijo. Muy feos. -Eh, don sapo, usted siempre dice que no hay que andar criticando, y ahora nos viene con eso -Es que no lo digo yo. Es la opinin de ellos mismos. -Dicen que son feos? -No es que lo digan, pero siempre se andan tapando el cuerpo con trapos de colores. Apenas se dejan sin tapar la cara. Y si se esconden tanto, no debe ser porque se sientan lindos -Todo el cuerpo tapado? Aunque haga calor? -Todito, mhijo. Todo tapado. Y lo peor, tienen que trabajar toda la vida para comprar esos trapos. -Trabajar toda la vida? dijo el monito sorprendido-.Tantos tienen que comprar? -Muchos. No, muchos no, muchsimos. Compran unos para trabajar, otros para pasear, algunos para usar de da, otros de noche. Unos para los das comunes, otros para los das de fiesta -Estn todos locos! -No diga eso mhijo. Si as estn contentos -Bueno, estarn contentos, pero cmo se deben sentir de feos para hacer todo eso. -Don sapo dijo la garza blanca-, y la cara? Porque usted dijo que en la cara no se ponen trapos. -No, ah no.

-Entonces no se ven tan fea la cara. -No crea mhija, no crea. No se ponen trapos, pero ni le cuento lo que hacen, en especial las mujeres: Se pintan de todos los colores! -Eh, don sapo!, no nos est haciendo un cuento? dijo el piojo. -Un cuento? Una mentira? Yo? Me creen capaz de andar inventando historias? No, mhijo, todo lo que digo es cierto. Se pintan la boca, los cachetes, los ojos; de rojo, de verde, de azul, de negro, de cualquier color. -Se pintan toda la cara? -Toda, y de varios colores a la vez. -Hasta las orejas? -No, las orejas es lo nico que no se pintan. -Ah, bueno, por lo menos se ven lindas las orejas. -Yo no dije eso. Dije que no se pintan. -Por eso, ser porque no se las ven tan feas. -Es que hay otras cosas. No se pintan pero se hacen un agujero y se cuelgan piedritas de colores. -Don sapo dijo con un poco de timidez el monito-, usted sabe que nosotros le creemos todo lo que nos cuenta, pero eso de que alguien se haga un agujero en la oreja y se cuelgue piedritas de colores No, don sapo, eso no puede ser cierto. -Mire mhijo, s que algunos dicen que soy un sapo mentiroso, a lo mejor por alguna mentirita que dije cuando chico, pero ahora estoy hablando en serio. Y el sapo se fue silbando a pegar una zambullida en el ro. Los bichos se quedaron un rato callados, pensando. Despus el mono dijo: -Aamembu! Qu lindo miente don sapo! -Cierto, -dijo el tapir-, un poco ms y me hace creer que en Buenos Aires se agujerean las orejas y se cuelgan piedritas de colores -Y bueno dijo el piojo-, aunque mentiroso, habra que darle un premio por la imaginacin que tiene. Pero miren si uno va a creer todas esas cosas! UNA PIEDRA MUY GRANDE Gustavo Roldn

Esa tarde la lluvia caa y caa y un olor a tierra mojada llenaba el monte.

-Eh, don sapo! -grit el piojo desde abajo de la panza del and-. Aqu no nos moja la lluvia! Qu oportunidad para que nos cuente un cuento! -Un cuento de Buenos Aires, don sapo! Cuntenos ms de Buenos Aires! -pidi la garza blanca. -Eso, don sapo! -dijo el quirquincho-. Qu les gusta a los que viven all? Tienen buena tierra? Les gusta el olor de la tierra mojada? -Son raros, no tienen tierra a mano, los pobres. -Cmo? -Que no tienen tierra? -No puede ser, don sapo! -No nos haga bromas, don sapo! Cmo no van a tener tierra! -Ya les explico. Tienen que pensar que all las cosas son diferentes. -S, pero no puedo creer que no tengan tierra. -Y sin embargo es as. Todo todo es como una piedra muy grande y chata. -Una piedra muy grande? -S. Tapa todo el suelo. -Tienen el suelo forrado? -S, pero en el fondo se ve que la tierra les gusta, porque vuelta a vuelta la rompen y hacen grandes pozos, y ah, debajo de la piedra, tienen tierra. -Y qu hacen con esa tierra? -La sacan afuera, la tienen algunos das amontonada y despus la vuelven a meter al pozo y la vuelven a tapar con la piedra. -Y siempre hacen eso? -Todos los das. Cuando tapan un pozo se van un poco ms all y cavan otro pozo. -Y despus lo tapan otra vez? -Claro, pero otro poco ms all vuelven a cavar otro. -Y as toda la vida? -Parece.

-Pero no tiene sentido, don sapo! -Mire m hijo, no se apresure a juzgar. Se ve que a ellos les gusta hacerlo, y bueno. Lo que yo les aseguro es que cavan y cavan y rompen las piedras todo el da. -Bueno, don sapo, pero lo que no entiendo es por qu no dejan toda esa tierra afuera del pozo y listo. La tienen a mano para toda la vida. -Es que all tienen muchas leyes, y parece que la ley dice que tienen que ser as. -Bueno, unos cavan y cavan, y qu hacen los otros? -Se paran y miran dentro del pozo. Se paran y miran. Por eso digo que les gusta la tierra. -Pobres! Qu mala suerte tener esa piedra arriba! El trabajo que les cuesta! -Y bueno, amigo piojo, son cosas de la vida. No a todos nos toca la suerte de vivir en el monte.

TRISTE HISTORIA DE AMOR CON FINAL FELIZ Gustavo Roldn Las aguas del Bermejo corran alborotadas despus de la lluvia, de las hojas colgaban infinitos espejos de luz brillando bajo el sol y el monte floreca de colores y bailaba con el canto de los pjaros. Qu lo tir! -dijo el piojo-. Esto es tan lindo que me da un no s qu!, -y de puro nervioso lo pic tres veces al and. -Eh, don piojo, no se entusiasme tanto! -grit el and sacudiendo la cabeza. -No se achique compaero! -dijo el piojo saltando de contento. ste es un da para no desperdiciar. No ve que anda contenta hasta doa vizcacha? -Doa vizcacha contenta? No lo puedo creer! No hay ms que mirarle la cara.

-No estar enferma? -dijo preocupado el quirquincho-. A ver si tiene algo grave. -Grave? -dijo el sapo-. Grave fue lo que le pas al abuelo del oso hormiguero cuando era mozo. Y me acuerdo porque estos das tan lindos a veces son peligrosos. -Qu le pas, don sapo? -La culpa fue de un da como ste. Todos contentos, y al oso hormiguero se lo dio por enamorarse. Ah andaba la parejita jurndose amor eterno y todas esas cosas que se dicen en esos momentos. -Bueno, -dijo la paloma-, andar enamorado no es nada malo -Hasta ah estamos de acuerdo, y no va a ser este sapo el que hable mal del amor, pero aqu la historia es diferente. Resulta que se enamor de la hormiga, y ustedes saben que el oso hormiguero no tiene ese nombre porque s noms. Y desde ese da no pudo comer hormigas, que es lo que come un buen oso hormiguero. -Y qu hizo?, porque eso es bastante grave. Prob vainas de algarrobo, frutitas de tala y mistol, un poco de puiquilln y chaar. Pero nada. Iba enflaqueciendo que era una tristeza. Al final estaba puro cuero y huesos. Con decirle que lo quisieron contratar de la universidad para estudiar el esqueleto. Le ofrecan un buen sueldo y todo. -Y no acepto? -Qu iba a aceptar! Si lo nico que quera era estar con su hormiguita! Mire que yo conozco historias de amores grandes, pero como ste, ninguna! -Me tiene sobre ascuas, don sapo -dijo la pulga emocionada-. Me enloquecen las historias de amor! -A m tambin -dijo la paloma-, siga, siga, don sapo, que estoy muerta de curiosidad! Las cosas andaban bien entre ellos? -Y bueno, bien o mal, segn como se mire. Porque al final el oso hormiguero ya no tena fuerzas ni para decirle un te quiero a la hormiguita. -Ay! Ya me imagino! -dijo la paloma-, seguro que se cruz una desgracia! -Y s, o no Segn como se mire -Don sapo, usted no est hablando muy claro -dijo el piojo-. Se cruz o no se cruz una desgracia? -Y, s o no Segn como se mire.

En realidad, lo que se cruz fue un hormigo. Un hormigo simptico, buen mozo, que tambin se enamor de la hormiguita. -No me diga que la hormiguita se fue con el hormigo! -dijo la paloma. -Si no quiere no se lo digo. Pero eso fue lo que le pas. Ni ms ni menos. -Ay, qu triste historia! -dijo la pulga. -Y, s o no -dijo el sapo-, segn como se mire. El oso hormiguero primero se puso muy triste, despus ms triste todava, pero al final justo apareci por ah una osa hormiguera que lo cuid, se preocup por hacerlo sentir bien y ya se imaginarn cmo termin el cuento. -Ay, qu suerte! -dijo la pulga-. Me vuelve el alma al cuerpo! Este final s que me pone contenta! -A m tambin -dijo el piojo- y saltando de alegra lo pic tres veces al and. Mientras los bichos volvan a corretear de un lado para el otro, aprovechando el da tan especial, el sapo se zambull en el ro. Algunos juran que lo oyeron decir: J, si sabr este sapo de historias de amor. Eso dicen algunos, pero otros aseguran que dijo Me parece que yo tambin voy aprovechar este da tan especial, mientras nadaba hacia una sapita que estaba arriba de un tronco. COMO SI EL RUIDO PUDIERA MOLESTAR Gustavo Roldn Fue como si el viento hubiera comenzado a traer las penas. Y de repente, todos los animales se enteraron de la noticia. Abrieron muy grandes los ojos y la boca, y se quedaron con la boca abierta, sin saber qu decir. Es que no haba nada que decir. Las nubes que trajo el viento taparon el sol. Y el viento se qued quieto, dej de ser viento y fue un murmullo entre las hojas, dej de ser murmullo y apenas fue una palabra que corri de boca en boca hasta que se perdi en la distancia. Ahora todos lo saban: el tat estaba a punto de morir. Por eso los animales lo rodeaban, cuidndolo, pero sin saber qu hacer. -Es que no hay nada que hacer -dijo el viejo tat con una voz que apenas se oa-. Adems, me parece que ya es hora.

Muchos hijos y muchsimos nietos tatucitos lo miraban con una tristeza larga en los ojos. -Pero, don tat, no puede ser! -dijo el piojo-, si hasta ayer noms nos contaba todas las cosas que le hizo al tigre. -Se acuerda de las veces que lo embrom al zorro? -Y de las aventuras que tuvo con don sapo? -Y como se rea con los cuentos del sapo! Varios quirquinchos, corzuelas y monos muy chicos, que no haban odo hablar de la muerte, miraban sin entender. -Eh, don sapo! -dijo en voz baja un monito-. Qu le pasa a don tat? Por que mi pap dice que se va a morir? -Vamos, chicos -dijo el sapo-, vamos hasta el ro, yo les voy a contar. Y un montn de quirquinchos, corzuelas y monitos lo siguieron hasta la orilla del ro, para que el sapo les dijera que era eso de la muerte. Y les cont que todos los animales viven y mueren. Que eso pasaba siempre, y que la muerte, cuando llegaba a su debido tiempo, no era cosa mala. -Pero, don sapo pregunt una corzuela-, entonces no vamos a jugar ms con don tat? -No. No vamos a jugar ms. -Y el no est triste? -Para nada. Y saben por qu? -No, don sapo, no sabemos -No est triste porque jug mucho, porque jug todos los juegos. Por eso se va contento. -Claro -dijo el piojo-. Cmo jugaba! -Pero tampoco va a pelear ms con el tigre! -No, pero ya pele todo lo que poda. Nunca lo dej descansar tranquilo. Tambin por eso se va contento. -Cierto! -dijo el piojo- Cmo peleaba! -Y, adems, siempre anduvo enamorado. Tambin es muy importante querer mucho. -l s que se diverta con sus cuentos, don sapo! -dijo la iguana. -Como para que no! Si ms de una historia la inventamos juntos. Y por eso se va contento, porque le gustaba divertirse y se divirti mucho. -Cierto -dijo el piojo-. Cmo se diverta! -Pero nosotros vamos a quedar tristes, don sapo. -Un poquito si, pero... -la voz se le qued en la garganta y los ojos se le mojaron al sapo-. Bueno, mejor vamos a saludarlo por ltima vez.

-Qu esta pasando que hay tanto silencio? pregunt el tat con esa voz que apenas se oa-. Creo que ya se me acab el pioln. Me ayudan a meterme en la cueva? Al piojo que estaba en la cabeza del and se le cay una lgrima. Pero era tan chiquita que nadie se dio cuenta. El tat mir para todos lados, despus baj la cabeza, cerr los ojos, y muri. Muchos ojos se mojaron, muchos dientes se apretaron, por muchos cuerpos pas un escalofro. Todos sintieron que los oprima una piedra muy grande. Nadie dijo nada. Sin hacer ruido, como si el ruido pudiera molestar, los animales se fueron alejando. El viento sopl y sopl, y comenz a llevarse las penas. Sopl y sopl, y las nubes se abrieron para que el sol se pusiera a pintar las flores. El viento hizo ruido con las hojas de los rboles y silb entre los pastos secos. -Se acuerdan -dijo el sapo-, cuando hizo el trato con el zorro para sembrar maz? FLORI, ATALFO Y EL DRAGN Ema Wolf No todas las princesas son lindas, como algunos piensan. No, seor. La princesa Floripndula, sin ir ms lejos, tena unos ojitos, y unas orejas, y una bocucha que bueno, bueno! Todos los das Floripndula le preguntaba a su espejo mgico: -Hay alguna dama en el reino ms bella que yo? Y el espejo le contestaba: -S. Dos millones trescientas mil. O bien: -Espejito, espejito Cul es la dama ms linda de este reino? El espejo responda: -Mi ta Romualda. Tanto por decir algo... Cuando Floripndula lleg a la edad de tener novio, su padre, el rey Tadeo, empez a preocuparse. Y le deca estas cosas a su esposa, la reina Ins: -Me pregunto quin va a querer casarse con nuestra amada hija. No es lo que se dice una belleza.

La reina Ins no atinaba a dar una respuesta. Floripndula era una buensima princesa, pero el tiempo pasaba y nadie se apuraba a pedir su mano. El rey Tadeo consult entonces al astrlogo de la corte, como se acostumbra en estos casos. El astrlogo se tom un tiempo para meditar la cuestin. No todos los das se le presentaban problemas as. Finalmente dio su opinin: -Si quieren que Flori se case -dijo el astrlogo-, van a tener que recurrir al viejo truco del dragn. Y el rey Tadeo y la reina Ins escucharon lo que sigue: -Hay que conseguir un dragn que cometa bastantes estropicios en la comarca. Despus, convocar a los ms nobles caballeros de este reino y otros reinos para que luchen contra el dragn. El valiente que lo deje fuera de combate obtendr como premio la mano de la princesa. Qu tal? El rey Tadeo reconoci que el astrlogo haba dado con una solucin. Seguramente as, Flori conocera muchachos interesantes. Sin perder un minuto, el rey llam a sus ayudantes y orden: -Manden a mis seis mejores caballeros para que consigan un dragn adulto. No importa adnde tengan que ir a buscarlo ni a qu precio. Los seis hombres ms valerosos del reino partieron al da siguiente para cumplir la misin. Durante varias semanas no dieron seales de vida. Los dragones no abundaban por aquellas zonas y haban tenido que viajar lejos. Con el correr de los das, cinco caballeros regresaron derrotados y sin dragn. Que no conseguan, que eran muy pichones, o muy caros, o de segunda mano Excusas, bah! Por fin, el sexto caballero, el joven Atalfo de Aquitania, apareci con un esplndido dragn atado de una soga. Lo haba capturado en pelea de buena ley y no alquilado, como decan los chismosos. -Dnde lo suelto? -pregunt. -Por ah, en los alrededores de la comarca -dijo el rey. Y as lo hizo. Cuando la gente del pueblo vio aparecer al dragn se guard muy bien en sus casas tras puertas con cuatro vueltas de llave y se dedic a espiarlo por las ventanas.

La temible bestia slo pudo alimentarse de maz, espinacas, y alguna gallina desprevenida que se aventuraba fuera del corral. Al da siguiente apareci en la plaza de la aldea un bando real. El anuncio prometa la mano de la princesa Floripndula al caballero que liberara a la comarca del espantoso dragn. Cuando la noticia lleg a odos de todos los solteros del reino, la respuesta no se hizo esperar. Unos se excusaban diciendo que casarse con una princesa era un honor demasiado alto para ellos y que gracias de todos modos. Otros se ofrecan a desalojar al dragn pero sin casarse con la princesa. Otros estaban dispuestos a vencer a cien dragones antes que casarse con la princesa. Uno dijo que prefera casarse con el dragn. El caballero Atalfo de Aquitania se rascaba la cabeza mirando el bando real. -Pero no es ste el dragn que me hicieron traer la semana pasada? -deca. Aunque a Atalfo nada de eso le importaba, porque -spanlo todos de una vez!-estaba enamorado hasta el carac de la princesa Floripndula. Siempre le haba parecido la ms hermosa de todas las princesas de la Tierra. Y la vea as porque la amaba. La amaba de verdad. Hasta entonces Atalfo no haba hecho ms que suspirar por ella como un ventilador. Ahora tena la oportunidad de convertirla en su esposa. Pero lo mejor de todo es que Flori tambin amaba a Atalfo! Y si no, por qu dejaba caer pauelos desde su balcn cada vez que l pasaba por abajo? Temerario como era, Atalfo de Aquitania march contra el dragn. Era la segunda vez que se enfrentaban. El dragn le tena un fastidio atroz. -Ac estoy, lagartija agrandada! -le grit Atalfo. Y le tir tres o cuatro espadazos con buena suerte. El dragn le contest con una bocanada de fuego que chamusc las pestaas del valiente. Se entabl entre los dos un combate dursimo. Horas y horas dur la pelea. La espada de Atalfo ya estaba casi derretida cuando le asest un ltimo golpe formidable al dragn. La bestia huy con la cola entre las patas y el nimo por el suelo.

Se perdi en un bosquecito y nunca ms lo volvieron a ver. S. La bestia horrible haba huido para siempre. Y el gran Atalfo de Aquitania march triunfante hacia el palacio con un puado de escamas de dragn en la mano. El rey lo recibi en la escalinata con toda su corte. Las trompetas sonaron. La princesa Floripndula ofreci su tmida mano al caballero. Y Atalfo se la bes tiernamente como hacen los hroes enamorados. Una semana ms tarde, Floripndula y Atalfo se casaron. Tuvieron siete hijos. Siete principitos! Eran todos iguales. Iguales a su padre y a su madre, que -aqu entre nosotros- se parecan bastante. Todos tenan los mismos ojitos, las mismas orejas, la misma bocucha Fueron muy felices, cranme. PELOS Ema Wolf -Oh, madre! Me ha salido un pelo! -dijo el pequeo surub. En efecto, una maana de junio de mil novecientos y pico, un jovencsimo surub que nadaba como todos los das en el Ro de la Plata se descubri un pelo en la cabeza. La madre se sorprendi bastante porque -ya se sabe- los peces no tienen pelos. Pero como hacen todas las madres, enseguida lo mand a peinarse y listo. As empez la mayor rareza de la historia peluda y acutica. Porque ese pelo era apenas el principio de muchos otros pelos que vendran. Y no slo para el surub, sino para todos los dems peces del ro. La causa era bien simple: El marinero de un remolcador haba volcado en el agua, por accidente, un frasco de tnico capilar. El pobre ni se imagin las novedades que eso iba a producir en el fondo del ro. A los sbalos les sali una melena enrulada. A los dorados, una cabellera larga y lacia. Los pates y los pejerreyes empezaron a peinarse con flequillo. Al principio se sentan raros con la nueva facha, pero despus todo el mundo estaba encantado con sus pelos.

Las hijas ms chicas de una familia de dientudos salan de paseo con trenzas. Las palometas y las viejas se hicieron la permanente. Nadie hablaba de otra cosa. -Qu bien te queda el brushing, Ernestina! -le deca una boga a su amiga-. Yo hoy tengo el pelo horrible con tanta humedad. Y tambin: -Pap, qued ciego! -No, nene. Es el pelo que no te deja ver -protestaba el pac-ata-, a este chico lo dejan entrar as a la escuela? En cada esquina haba una peluquera. Y en cada peluquera los peces se ondulaban, se alisaban, se cortaban, se estiraban, se tean, se afeitaban, todo mientras lean revistas. Entre los juncos crecieron grandes fbricas de peines, peinetas y gorras de bao; de champes y fijadores; de vinchas, hebillas y secadores de pelo. Pero nada dura en esta vida Y un da todo termin como haba empezado. Una seora que volva del Delta en una lancha colectivo dej caer en el agua un frasco de crema para depilarse. Destapado, el frasco. Y as fue como los hermosos pelos empezaron a desprenderse de las cabezas. Primero vinieron las calvicies y, poco a poco, avanz la peladez. El disgusto de los peces fue enorme. Era lgico: habituados ya a sus melenas, se vean feos sin ellas. Y no haba peluca que parara semejante desastre. Muchos, para disimular, se raparon la cabeza y se hicieron punkies o cantantes de rock pesado. El nico que conserv restos de la era pelosa fue el bagre, que an hoy tiene bigotes. As, los peces volvieron a ser como han sido siempre: calvos como huevos. Pero todava hoy siguen sin entender qu les pas y por qu los pelos son cosas que aparecen y desaparecen tan locamente. Por eso, para evitarles problemas, es mejor no tirar cosas raras al ro. EL CENTAURO INDECISO Ema Wolf

Casi llegando a Dolores yo vi un centauro. Estaba parado a cincuenta metros de la ruta. Mitad hombre, mitad caballo. Mitad caballo, mitad hombre. El centauro quera comer porque era pasada la hora de la merienda. A su derecha se extenda un campo jugoso de alfalfa fresca. A su izquierda, un puesto de choripn. -Qu como? dijo-. Alfalfa o choripn? Choripn o alfalfa? Dudaba. Y tanto dud que se fue a dormir sin comer. -Dnde duermo? dijo-. En una cama o en un establo? En un establo o en una cama? Dudaba. Y tanto dud que se qued sin dormir. Mucho tiempo sin comer y mucho tiempo sin dormir, el centauro se enferm. -A quin llamo? dijo-. Al mdico o al veterinario? Al veterinario o al mdico? Dudaba. Y tanto dud que se muri. -Dnde van los centauros cuando mueren? me dije entonces yo. Y como no lo s, agarr y lo resucit. EL MENSAJERO OLVIDADIZO Ema Wolf Hace mucho tiempo haba reinos tan grandes que los reyes apenas se conocan de nombre. El rey Clodoveco saba que all donde terminaba su reino empezaba el reino del rey Leopoldo. Pero nada ms. Al rey Leopoldo le pasaba lo mismo. Saba que del otro lado de la frontera, ms all de las montaas, viva Clodoveco. Y punto. La corte de Clodoveco estaba separada de la de Leopoldo por quince mil kilmetros. Ms o menos la distancia que hay entre Portugal y la costa de China.

Entre corte y corte haba bosques, desiertos de arena, ros torrentosos, precipicios y llanuras fenomenales donde vivan solamente las lagartijas. Tan grandes eran los reinos Cuando Clodoveco y Leopoldo decidieron comunicarse, contrataron mensajeros. Y como siempre se trataba de comunicar asuntos importantes, secretos, nunca mandaban cartas por temor de que cayeran en manos enemigas. El mensajero tena que recordar todo cuanto le haban dicho y repetirlo sin errores. El mejor y ms veloz de los mensajeros se llamaba Artemio. Adems, termin siendo el nico: nadie quera trabajar de mensajero en aquel tiempo. No haba cuerpo ni suela que durase. Pero Artemio era veloz como un rayo y no se cansaba nunca. El problema es que tena una memoria de gallina. Una memoria con poca cuerda. Una memoria que goteaba por el camino. Artemio parta de la corte de Clodoveco de maana bien temprano con la memoria afinada y tensa como un arco. Al llegar al kilmetro 7.500 ms o menos, haba olvidado todo, o casi todo. No era para menos Lo que no recordaba, lo iba inventando en la marcha. Una vez, la esposa del rey Clodoveco le mand pedir a la esposa del rey Leopoldo la receta de la mermelada de frambuesas. Artemio volvi y recit ante la reina la receta de los canelones de acelga. No se sabe si haba trabucado el mensaje en el viaje de ida o en el viaje de vuelta. La reina pens que la otra seora estaba loca, pero prepar noms la receta. -Qu buena mermelada, Majestad! -decan todos, mientras coman canelones. Otra vez, el rey Leopoldo quiso anunciar al rey Clodoveco la feliz noticia del cumpleaos de su abuela. El mensaje que Artemio deba transmitir era: Te saludo, Clodoveco, y te anuncio que maana va cumplir noventa aos la reina nona Susana.

Artemio cruz valles, selvas, acantilados y charcos, nad ros y atraves planicies a lo largo de quince mil kilmetros. Cuando lleg a la corte del rey Clodoveco se present en la sala del trono y dijo lo que sali: Te saludo, Clodoveco, y te cuento: esta maana en el jardn florecido se me ha perdido una rana. Clodoveco no entenda por qu tanta preocupacin por una simple rana. Leopoldo deba estar chiflado. Pero all mand a Artemio con un mensaje que deca:

Lo siento, ya conseguirs otra. Leopoldo, creyendo que se refera a su abuela, se enoj mucho y jur que no cambiara a su nona por ninguna otra en el mundo aunque estuviera viejita. A veces, Artemio recorra quince mil kilmetros solamente para decir: gracias. Y volva con la respuesta de nada. Un da, Clodoveco lo envo para que le pidiera a Leopoldo la mano de su hija Leopoldina. Quera casarlo con su hijo, el prncipe heredero. Mientras marchaba a travs de los caminos peligrosos, Artemio se iba olvidando. -Qu tengo que pedir de la princesa Leopoldina? Era la mano? No sera el codo? Me parece que era el pie. Cuando estuvo frente a Leopoldo, dijo: Te hace el rey Clodoveco una peticin muy grata: que le enves enseguida de Leopoldina una pata. A Leopoldo le dio un ataque de furia. Cmo se atreva ese delirante a pedir una pata de su hija!

Mand a Clodoveco una respuesta indignada por semejante ocurrencia. Artemio se olvid de todo. Cuando lleg a la corte de Clodoveco, dijo sinceramente: Necesito dormir la siesta antes de darte respuesta. Clodoveco crey que sa era la verdadera contestacin de Leopoldo y qued convencido de que el pobre no tena cura. Cmo poda irse a dormir la siesta cuando le peda la mano de su hija! Y as siguieron las cosas. Hasta que un da, un da Un da, el rey Leopoldo le pidi prestado al rey Clodoveco algunos soldados. Quera organizar un desfile vistoso. Qu mejor que los soldados de Clodoveco, que tenan uniformes tan bonitos! Entonces le mand decir por Artemio: Necesito seis legiones, o mejor: diez batallones. Pero Artemio, en el colmo del olvido, dijo: Que me mandes cien ratones. Todo mal! Cuando Leopoldo recibi en una linda caja con moo cien ratones perfumados, la paciencia se le termin de golpe. -Basta! -grit- Clodoveco me esta tomando el pelo! No lo soporto! Si no le hago la guerra ya mismo el mundo entero se va a rer de m! Y sin pensarlo dos veces mand alistar sus ejrcitos para marchar sobre el reino de Clodoveco. Pero antes, como era de costumbre, le mand una declaracin de guerra: Yo te aviso, Clodoveco,

que guerra

me

esperes

bien

armado, pues voy hacerte la por insolente y chiflado. Artemio se lanz a travs de montaas y llanuras llevando en su cabeza el importante mensaje. Tanto y tanto tiempo anduvo que cuando lleg a la corte de Clodoveco la noticia se haba convertido en cualquier cosa: Mi querido Clodoveco,

esprame bien peinado, pues visitar tu reino en cuanto empiece el verano. Clodoveco se llev una alegra. -Leopoldo va a venir a visitarnos! Seguramente quiere arreglar el casamiento de Leopoldina con mi hijo. Vamos a prepararle una recepcin digna de un rey. Y orden a sus ministros que organizaran la bienvenida. Mientras en el pas del rey Leopoldo, los ejrcitos se armaban hasta los dientes, en la corte del rey Clodoveco, todo era preparativos de fiesta. Leopoldo amontonaba plvora y caones. Clodoveco contrataba msicos y compraba fuegos artificiales. Leopoldo preparaba provisiones de guerra mientras los cocineros de Clodoveco planeaban menes exquisitos. En un lado fabricaban escudos y lanzas de dos puntas. En el otro adornaban los caminos con guirnaldas de flores y banderines. Por fin lleg el da. Las tropas de Leopoldo avanzaron hacia el reino de Clodoveco haciendo sonar clarines y tambores de combate mientras la corte de Clodoveco sala a recibir al rey Leopoldo vestida de terciopelo, con bufones, bailarines y acrbatas. Se encontraron a mitad de camino. Unos formados para la batalla, otros cantando himnos que decan Bienvenido rey Leopoldo.

Los dos reyes, frente a frente, se miraron. Uno con cara de guerra y otro con una sonrisa de confite en los labios. Artemio se encontr entre los dos. Estaba quieto, muy quieto. Miraba a Leopoldo y miraba a Clodoveco. Se rasc la cabeza y pens que algo andaba mal, muy mal Tan mal que mejor encontrara una solucin antes de que fuera demasiado tarde. Bram un tambor y estall un fuego de artificio. Entonces Artemio tom aire y grit con toda la fuerza de sus pulmones: Cudense del rey Rodrigo si es que quieren seguir vivos! -Rodrigo? Y quin es el rey Rodrigo? -preguntaron los dos reyes. El que les morder el ombligo! grit Artemio, y sali corriendo hacia el norte, veloz como una flecha enjabonada. Clodoveco y Leopoldo se quedaron pensando. Nunca haban odo hablar del rey Rodrigo, pero pareca un enemigo de cuidado. -Ser el rey Borboa? -deca Clodoveco. -No, se se llama Atalfo -deca Leopoldo-. Debe ser el rey de Bretoa. -No creo, me parece que se llama Ricardo, y adems tiene un apodo que ahora no me acuerdo As siguieron Y todava estn all, tratando de averiguar quin es el famoso Rodrigo. Mientras tanto, Artemio sigue corriendo, que para eso estaba bien entrenado. Ya se olvid del rey Rodrigo, y seguramente tampoco se acuerda de por qu corre. LA PLANTA DE BARTOLO Laura Devetach Bartolo sembr un da un cuaderno en un macetn. Lo reg, lo puso al calor del sol y, cuando menos lo esperaba, trcate!, brot una planta tiernita con hojas de todos colores.

Pronto la planta comenz a dar cuadernos. Eran hermossimos, como esos que les gustan a los chicos. Tenan tapas de colores y muchas hojas muy blancas, que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos. Bartolo palmote siete veces de contento y dijo: -Ahora, todos los chicos tendrn cuadernos! Pobrecitos los chicos del pueblo. Estaban tan caros los cuadernos que las mams, en lugar de alegrarse porque escriban mucho y los iban terminando, rezongaban y les decan: -Ya terminaste otro cuaderno! Con lo que valen! Y los chicos no saban qu hacer. Bartolo sali a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra grit: -Chicos!, tengo cuadernos lindos para todos! El que quiera cuadernos nuevos que venga! Vengan a ver mi planta de cuadernos! Una bandada de parloteos y murmullos llen inmediatamente la casita de Bartolo, y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo. Y as pas que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro, y ellos escriban y dibujaban con muchsimo gusto. Pero una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de cuadernos se enoj como no s qu. Un da, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpe la puerta con las manos llenas de anillos: Toco toc! Toco toc! -Bartolo le dijo con falsa sonrisa atabacada-, vengo a comprarte tu planta de cuadernos. Te dar por ella un tren lleno de chocolate y un milln de pelotitas de colores. -No dijo Bartolo mientras coma un rico pedacito de pan. -No? Te dar entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de Navidad. -No. -Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes. -No. -Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja. -No. -Qu quieres entonces por tu planta de cuadernos?

-Nada. No la vendo. -Por qu sos as conmigo? -Porque los cuadernos no son para vender, sino para que los chicos trabajen tranquilos. -Te nombrar Gran Vendedor de Lpices y sers tan rico como yo. -No. -Pues entonces rugi con su gran boca negra de horno-, te quitar la planta de cuadernos! Y se fue echando humo como una vieja locomotora. Al rato volvi con los soldaditos azules de la polica. -Squenle la planta de cuadernos! orden. Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y tambin llegaron los pjaros y los conejitos. Todos rodearon con grandes risas al Vendedor de cuadernos y cantaron arroz con leche, mientras los pjaros y los conejitos le desprendan los tiradores y le sacaban los pantalones. Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, aullando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar. -Buen negocio en otra parte! grit Bartolo secndose los ojos, mientras el Vendedor tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan. TODO CABE EN UN JARRITO Laura Devetach La Viejita de un solo diente viva lejos, lejos, a orillas del ro Paran. Su rancho era de barro, y el techo de paja tena un flequillo largo que apenas si dejaba ver la puerta y las dos ventanas del tamao de un cuaderno. Viva sola, pero su casa siempre estaba llena. Si no venan los perros, estaban las gallinas, estaba el loro y la cotorra, que era ms entendida que el comisario. Si no estaba la cotorra, estaba algn vecino viajero. Y no se poda pasar por la casa de la Viejita sin parar a tomar unos mates, porque ella siempre tena algo para convidar al cansado.

Algunas veces sucedi que en las tardecitas calientes se juntaban todos: perros, gatos, loros, chicharras, vecinos de pie o a caballo, vaquitas de San Antonio que se dorman en la higuera y malones de mosquitos que cantaban y queran comer. Entonces la Viejita sacaba agua fresca del pozo para convidar y cebaba mate mientras canturreaba junto al brasero: -Todo cabeee en un jarrito si se sabeee a-co-mo-dar. Por eso tena tantas visitas. Pero una tarde empez a llover. Y dale lluvia, dale lluvia; no se poda ni mirar para arriba porque uno se ahogaba de tanta agua. Hasta los patos se inquietaron y, medio mareados, se metieron en el rancho sacudiendo las colas y haciendo cuac y que-te-cuac. Y se acurrucaron entre los perros que haca rato haban tomado ya posicin de lluvia debajo de la mesa. Cuando llegaban esas tormentas, el ro se pona enorme y rebalsaba como un plato de sopa, desparramando camalotes, ramas y perros y vacas nadando. Por eso nadie se sorprendi cuando entraron al rancho la vaca color caf, el ternero manchado y un burro. -Todo cabe en un jarrito si se sabe acomodar -dijo la Viejita y los empuj hacia un rincn. Y as fueron llegando el pavo, el chancho, la chancha y los chanchitos, un tat mulita, dos ovejas y todos los socios ms chicos: pulgas, piojos y garrapatas. -Todo cabe, todo cabe -iba diciendo la Viejita mientras los acomodaba para que la vaca no pisara al gato ni el gato al cuis, ni el cuis a la iguana. Adems, iba poniendo al cuis lejos del gato para que a ste no se le ocurriera cazarlo. Y a las gallinas lejos de las orugas. -Todo cabe, todo cabe -canturreaba acomodando a los animales como en las estanteras de un negocio. Estaba muy ocupada con el acomodo mientras el agua suba y nadie se quedaba quieto. Los patos y las gallinas se treparon sobre la vaca y el

burro. Los perros estaban sobre la mesa y el jarro de lata de tomar el mate cocido haba empezado a flotar como una canoa porque el agua tambin haba trepado a lambetear la mesa. El ro suba y suba y los animales estiraban los cogotes y se ponan en puntas de pie. Chapoteaban, pataleaban y hacan ruido. Entonces, en medio del alboroto, la gallina se acerc al jarrito de lata que pasaba flotando y pcate, se meti adentro, haciendo saltar tambin a los pollitos. -Vamos, vamos, suban! cacare, para poder salir de all y navegar hasta donde estaban las lanchas que venan a sacar gente del ro durante la creciente. -Adentro! grit con su voz gruesa la vaquita de San Antonio. Y todos empezaron a meterse en el jarrito. Los perros, el gato, el loro y la cotorra, la vaca, el burro. Y se acomodaban, se acomodaban. Por ah haba mordiscones, plumas perdidas, araazos. Pero finalmente todos se metieron en el jarrito de lata, casi sin respirar. Y tenan que quedarse muy muy quietos para no desacomodar el amasijo de pelos, patas y colas, porque si uno mova una pestaa, saltaban todos los dems. En medio del batifondo de relinchos, gruidos y mugidos, el jarro iba acercndose a la puerta para salir y meterse en la correntada. De pronto, la cotorra grit abriendo apenas el pico por la falta de lugar: -Dnde est la Viejita? No veo a la Viejita! Y era terrible, porque en el jarro ya no entraba ni el pelo de un gato. Y nadie saba dnde estaba la Viejita. -La perdimos lloraban en susurros apretados. -Con lloror no gonomos nodo dijo la vaca moviendo apenas el hocico. Y todos empezaron a moverse de a poquito, de a poquito hasta que chas, como un corchazo, salt una ristra de patos que se zambulleron para buscar a la Viejita de un solo diente. Y entonces se oy un sonido que sala del fondo, pero bien del fondo del fondo. Era una voz medio amordazada que deca: -Todo cabe en un jarrito si se sabe acomodar. Y ese fondo era el fondo del jarro de lata. Todos se alegraron con alegras grandes, pero con risas apretaditas. Los patos se metieron de nuevo y cada cual se enrosc, se aplast, hizo lugar y

el jarro de lata sali por la puerta del rancho. Y naveg, naveg con su carga, en busca de las lanchas que sacan a la gente del ro cuando llega la creciente. CUENTO DE LA POLLA Laura Devetach rase que se era una pollita un poco qu-s-yo. Un da le dieron ganas de salir a dar una vuelta por ah, a ver qu haba de nuevo. Pero... - Uy! -dijo-. Si me voy no me quedo, y si me quedo no me voy, Qu s yo! Picote tres yuyos mientras pensaba. Uno ms largo, uno ms cortito, y otro que pareca un rulo. Y decidi irse noms. Para eso tuvo ganas de pintarse el pico con la fruta de la tuna que ya estaba del color de la puesta de sol. Pero... - Uy! -dijo-. Si me pinto me va a quedar el pico todo colorado, y si no me pinto voy a quedar paliducha igual que siempre. -Qu s yo! -pens mientras miraba fijo fijo un agujerito del suelo. Y eligi pintarse. Busc hasta que encontr una tuna que pareca una luz roja all arriba en su tunal. - Uy! -dijo-. Si la bajo tengo que saltar como una rana, y si no la bajo la tuna quedar all, tan campante. Qu s yo! Se puso a sacudir margaritas mientras pensaba y eligi saltar, bajar la tuna y pintarse el pico de colorado. Despus quiso arreglarse un poco las plumas, pero para eso tena que esperar al viento, que era su modisto y tintorero. -Uy! -dijo-. Si lo espero voy a tener las plumas flufl, y si no lo espero seguirn todas lisas en su lugar. Qu s yo! Eligi esperar al viento. Cuando lleg, vaya a saber de dnde, la polla cerr los ojos y levant el pico para que el viento la cepillara un poco y, con un toquecito aqu y otro all, le dejara las plumas bien flufl. Despus tuvo ganas de mirarse en un charco. -Uy! -dijo-. Si me miro sabr como estoy de buena moza, y si no, no. Qu s yo! Eligi mirarse, y se gust mucho en el agua chispeante de sol.

Ya estaba estirando la patita para irse por el camino verde requeteverde cuando, tuit, tuit, le chifl la panza porque tena hambre de un grano de maz. - Quiero un grano muy pupipu -dijo-. Pero uy!, si como un maz no me voy enseguida, y si no lo como la pancita seguir haciendo tuit tuit. Qu s yo! Y eligi buscar un grano de maz para comrselo. Empez a caminar toda durita, porque si no, le pareca que se le iba a despintar el pico. A los dos ratitos ms o menos, encontr un grano de maz amarillo, panzoncito y de nariz blanco. Qu grano tan pupipu! -dijo la polla abriendo apenas el pico para que no se le despintara. Despus se qued parada en medio del camino verde requeteverde diciendo: Uy! Si pico, me ensucio el pico. Si no pico, pierdo mi grano. Pico o no pico? Y ah se qued la polla plantada, dele que s, dele que no. Y si se comi el grano pupipu o no se lo comi, la verdad de las cosas... Qu s yo!

NOCHE DE LUNA LLENA Laura Devetach Blanca viva en un rancho que pareca un nido de hornero. Tena el pelo muy negro y, para los das de calor, un sombrero igual al techo de paja del rancho. No muy lejos estaba el montecito, cueva verde y llena de pjaros. All iba Blanca al trote, cruzando el pastizal, en las tardes de verano. Era el lugar ideal para jugar sin que sus hermanos pequeos rompieran sus tesoros. Esos que ella guardaba en una caja desde haca mucho. La caja cerrada y atada con dos vueltas de pioln era de cartn. Se la dieron en el almacn del pueblo y ahora, adornada con recortes que Blanca le peg, viva bien escondida debajo del catre que la nia comparta con su hermana pequea.

Eran seis hermanos y Blanca, la mayor. Ayudaba a su madre y trajinaba con los cinco chicos. Pero en las tardes de verano, no haba fuerza que la hiciera quedarse en su casa. Sacaba la caja mientras todos estaban adormilados en los catres o bajo la sombra del naranjo y trotaba hacia el montecito. Ya se haba ocupado antes de sacar una naranja del rbol para comrsela y convidarles algunas tajadas a los pjaros. All jugaba con las muecas pequesimas que ella misma haba hecho con rollos de trapos. Iba sacando de la caja dos cunas de latas de sardinas, vestiditos y zapatos de papel, una cinta para el pelo, hebillas, una tijera, un collar de colores, varias latitas de azafrn, un libro de cuentos que le haban regalado en la escuela, cinco carozos de duraznos bien lustrados para jugar a la payana, y lo mejor de lo mejor: su espejo. Era un espejo redondo como la luna. Se lo haba regalado una seora muy linda que una vez se acerc a su casa porque se le haba roto el auto en medio del campo. Esper a la sombra y Blanca le convid agua fresca del pozo. La seora tena el mismo olor de los azahares del naranjo. Al despedirse, abri la cartera y le regal el espejo. Y fue algo maravilloso. Ella nunca haba tenido un espejo. Poco saba de su cara. En la casa haba un trozo roto colgado muy alto, afuera, en la pared del rancho, pero no le haba hecho demasiado caso. Ahora, en el montecito, se miraba, haca muecas, ataba y desataba el pelo, jugaba con los reflejos del sol. Lo que ms le gustaba era ponerlo entre los rboles y ver cmo se alborotaban los pjaros. Temblaba de slo pensar que sus hermanos se lo rompieran. Aquella tarde en el montecito, Blanca hizo hablar a las muecas, las visti con las ropas de papel, se pint los labios con moras, ley su cuento por vez nmero cien y de pronto se dio cuenta de que ya haba cado la tarde y la luna llena estaba en lo alto como un farol.

Apuradsima, meti todo a medio guardar dentro de la caja y corri hacia la casa donde, seguramente, la esperaban con cara de pocos amigos. No poda dormir aquella noche tan clara. Muy tarde, revis silenciosamente las cosas de la caja y vio que el espejo no estaba. Por la ventanita alta del rancho entraba la luna a chorros. Blanca pens que era como si su espejo se hubiera instalado en el cielo. Con pisadas de gato, sali a buscarlo por el campo. Dicen, quienes hablan con los animales, que las noches de luna llena suelen inquietarlos, y despus se ponen a contar cosas extraas. Aquella noche, muy tarde ya, se encontraron en el montecito el burro viejo, la vaquita de San Antonio y el teru. Todos excitados y atropellndose por contar. -Esta noche fue muy rara -dijo el burro-. Vi algo brillante en el pasto Y result ser una tajada redonda de luna! Ah estaba, chata. Yo digo que es por esas cosas que andan por los cielos y no son pjaros, puestas por los hombres. Van a terminar gastando la luna. Bueno, la lam y tena gusto fresco y plateado, nada del otro mundo. Siempre haba querido probar la luna. -Debe ser una noche mgica -dijo la vaquita de San Antonio-. Yo tambin andaba paseando cuando de pronto me encontr a la orilla de un mar. Yo, que nunca haba visto el mar! Era plateado y me met para cruzarlo pensando que sera un largo viaje lleno de aventuras. Y, sin embargo, pronto llegu a la orilla. Despus de todo, cruzar el mar, no es para tanto. -A m tambin me pas algo extrao -cont el tero-. Encontr un charco que pareca un plato lleno de estrellas. Me puse a picotear, pero no logr picar ninguna. Lstima, siempre tuve el antojo de picotear estrellas. Arriba, el farol de la luna se despeda con todo su esplendor.

Los animales se acomodaron aqu y all. Ya faltara poco para salir a buscar el primer alimento del da. A lo lejos, despus de buscar y buscar, Blanca, alborozada, levant del pasto la tajada de luna, el mar y el plato de estrellas. El campito era todo luz. Al mirar el espejo, le pareci ver un lengetazo de burro, las pisadas de una vaquita de San Antonio y los picotazos de un tero.

LOS TRES ASTRONAUTAS Umberto Eco Era una vez la Tierra. Era una vez Marte. Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo, y alrededor haba millones de planetas y de galaxias. Los hombres que estaban sobre la Tierra queran llegar a Marte y a los otros planetas; pero estaban tan lejos! Sin embargo, trataron de conseguirlo. Primero lanzaron satlites que giraban alrededor de la Tierra durante dos das y volvan a bajar. Despus, lanzaron cohetes que daban algunas vueltas alrededor de la Tierra, pero, en vez de volver a bajar, al final escapaban de la atraccin terrestre y partan hacia el espacio infinito. Al principio, pusieron perros en los cohetes: pero los perros no saban hablar y por la radio del cohete transmitan solo "guau, guau". Y los hombres no entendan qu haban visto y adnde haban llegado. Por fin, encontraron hombres valientes que quisieron trabajar de astronautas. El astronauta se llama as porque parte a explorar los astros que estn en el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que hay alrededor. Los astronautas partan sin saber si podan regresar. Queran conquistar las estrellas, de modo que un da todos pudieran viajar de un planeta a otro, porque la Tierra se haba vuelto demasiado chica y los hombres eran cada da ms. Una linda maana, partieron de la Tierra, de tres lugares distintos, tres cohetes.

En el primero iba un estadounidense que silbaba muy contento una cancin de jazz. En el segundo iba un ruso, que cantaba con voz profunda "Volga, Volga". En el tercero iba un negro que sonrea feliz con dientes muy blancos sobre la cara negra. En esa poca los habitantes de frica, libres por fin, haban probado que como los blancos podan construir, casas, mquinas y, naturalmente, astronaves. Cada uno de los tres deseaba ser el primero en llegar a Marte: El norteamericano, en realidad, no quera al ruso y el ruso al norteamericano, porque el norteamericano para decir "buenos das" deca How do you do y el ruso deca zdravchmite. As, no se entendan y crean que eran diferentes. Adems, ninguno de los dos quera al negro porque tena un color distinto. Por eso no se entendan. Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo. Descendieron de sus astronaves con el casco y el traje espacial. Y se encontraron con un paisaje maravilloso y extrao: El terreno estaba surcado por largos canales llenos de agua de color verde esmeralda. Haba rboles azules y pajaritos nunca vistos, con plumas de rarsimo color. En el horizonte se vean montanas rojas que despedan misteriosos fulgores. Los astronautas miraban el paisaje, se miraban entre s y se mantenan separados, desconfiando el uno del otro. Cuando lleg la noche se hizo un extrao silencio alrededor. La Tierra brillaba en el cielo como si fuera una estrella lejana. Los astronautas se sentan tristes y perdidos, y el norteamericano, en medio de la oscuridad, llam a su mam. Dijo: "Mamie". Y el ruso dijo: "Mama" Y el negro dijo: "Mbamba" Pero enseguida entendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenan los mismos sentimientos. Entonces se sonrieron, se acercaron, encendieron juntos una linda fogatita, y cada uno cant las canciones de su pas. Con esto recobraron el coraje y, esperando la maana, aprendieron a conocerse.

Por fin lleg la maana y haca mucho fro. De repente, de un bosquecito sali un marciano. Era realmente horrible verlo! Todo verde, tena dos antenas en lugar de orejas, una trompa y seis brazos. Los mir y dijo: "grrrrr". En su idioma quera decir: "Madre ma!, Quines son estos seres tan horribles?". Pero los terrqueos no lo entendieron y creyeron que se era un grito de guerra. Era tan distinto a ellos que no podan entenderlo y amarlo. Enseguida se pusieron de acuerdo y se declararon contra l. Frente a ese monstruo sus pequeas diferencias desaparecan. Qu importaba que uno tuviera la piel negra y los otros la tuvieran blanca? Entendieron que los tres eran seres humanos. El otro no. Era demasiado feo y los terrqueos pensaban que era tan feo que deba ser malo. Por eso decidieron matarlo con sus desintegradores atmicos. Pero de repente, en el gran hielo de la maana, un pajarito marciano, que evidentemente se haba escapado del nido, cay al suelo temblando de fro y de miedo. Piaba desesperado, ms o menos como un pjaro terrqueo. Daba mucha pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no supieron contener una lgrima de compasin. Y en ese momento ocurri un hecho que no esperaban. Tambin el marciano se acerc al pajarito, lo mir, y dej escapar dos columnas de humo de su trompa. Y los terrqueos, entonces; comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lo hacen los marcianos. Luego vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo levantaba entre sus seis brazos tratando de darle calor. El negro que en sus tiempos haba sido perseguido por su piel negra saba cmo eran las cosas. Se volvi hacia sus dos amigos terrqueos: -Entendieron? dijo-. Creamos que este monstruo era diferente a nosotros y, en cambio, tambin l ama los animales, sabe conmoverse, tiene corazn y, sin duda, cerebro tambin! Todava creen que tenemos que matarlo? Se sintieron avergonzados ante esa pregunta. Los terrqueos ya haban entendido la leccin: no es suficiente que dos criaturas sean diferentes para que deban ser enemigas.

Por eso se aproximaron al marciano y le tendieron la mano. Y l, que tena seis manos, estrech de una sola vez las de ellos tres, mientras con las que tena libres haca gestos de saludo. Y sealando con el dedo la Tierra, ah abajo en el cielo, hizo entender que quera hacer conocer a los dems habitantes y estudiar junto a ellos la forma de fundar una gran repblica espacial en la que todos estuvieran de acuerdo y se quisieran. Los terrqueos dijeron que s muy contentos. Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano muy feliz se lo meti en la nariz y empez a fumar. Pero ya los terrqueos no se escandalizaban ms. Haban entendido que en la Tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres y que slo es cuestin de comprenderse entre todos. EL RBOL DE LAS VARITAS MGICAS Ricardo Mario Faltaba poco para que empezara la fu