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PAGAR POR LAS REFORMAS. Manfred Nolte Pertenece al mundo paradójico de la sicología social el inevitable suicidio político al que se ven abocados aquellos gobiernos que en aras de enderezar situaciones de inviabilidad económica introducen severas reformas estructurales en los hábitos productivos del país con la consecuencia de afectar negativamente al nivel del bienestar de sus electores. Es notoria la relación de los castigos registrados en varios países europeos desde el estallido de la crisis en 2008, incluido el ‘harakiri’ del Presidente Rodríguez Zapatero al anunciar el 12 de mayo de 2010 ante el pleno del Congreso la mayor tabla de recortes presupuestarios de la democracia hasta aquella fecha, que conduciría a la posterior derrota electoral de su partido y a su propia defunción política. La doctrina del ‘voto económico’ recoge este tipo de conductas y los resultados del 24-M constituyen en gran medida un suma y sigue en la penosa sucesión de correctivos electorales en represalia a las mal llamadas políticas de austeridad. La repulsa de la corrupción tienen su innegable incidencia en los resultados de las urnas, pero en lo que hoy nos atañe, los programas de reformas estructurales, siendo inexcusables en el plano económico, jamás funcionan en el plano político. Los votantes, lisa y llanamente, los demonizan y los condenan sin titubeos en las urnas. 1

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PAGAR POR LAS REFORMAS.

Manfred Nolte

Pertenece al mundo paradójico de la sicología social el inevitable suicidio político al que se ven abocados aquellos gobiernos que en aras de enderezar situaciones de inviabilidad económica introducen severas reformas estructurales en los hábitos productivos del país con la consecuencia de afectar negativamente al nivel del bienestar de sus electores. Es notoria la relación de los castigos registrados en varios países europeos desde el estallido de la crisis en 2008, incluido el ‘harakiri’ del Presidente Rodríguez Zapatero al anunciar el 12 de mayo de 2010 ante el pleno del Congreso la mayor tabla de recortes presupuestarios de la democracia hasta aquella fecha, que conduciría a la posterior derrota electoral de su partido y a su propia defunción política. La doctrina del ‘voto económico’ recoge este tipo de conductas y los resultados del 24-M constituyen en gran medida un suma y sigue en la penosa sucesión de correctivos electorales en represalia a las mal llamadas políticas de austeridad. La repulsa de la corrupción tienen su innegable incidencia en los resultados de las urnas, pero en lo que hoy nos atañe, los programas de reformas estructurales, siendo inexcusables en el plano económico, jamás funcionan en el plano político. Los votantes, lisa y llanamente, los demonizan y los condenan sin titubeos en las urnas.

Dicho lo cual y aunque los resultados del 24-M no afecten directamente a la continuidad de la política económica centralizada por el ejecutivo de Rajoy, hay que señalar que la reconversión económica en curso no solo no es discutible, sino que, en todo caso, se estarían llevando a cabo con menor vehemencia de lo que nuestra particular situación en el concierto global de países reclama.

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Se agrietó la economía española a partir de la quiebra de Lehman Brothers por el efecto contagio del crunch crediticio importado vía Europa desde Estados Unidos y acabó de romperse con el estallido de la burbuja inmobiliaria, el cese fulminante de la actividad del ladrillo y la evidencia de colosales perdidas acumuladas en los balances de los bancos prestamistas que obligó al actual gobierno del estado a pedir a nuestros socios europeos no solo dinero sino también consejos sobre la forma de actuar, que no otra cosa significa el llamado ‘memorando de entendimiento’ y sus 32 recomendaciones. En el verano de 2012 España rozó la quiebra exterior y solo Bruselas, la providencial mano de Mario Draghi y el inicio de inexcusables reformas estructurales han hecho posible la relativa senda de optimismo que se abre a la economía española al día de hoy.

Pero los males de la economía española vienen de lejos y se apilaban en eso que los analistas llaman ‘los fundamentales’ de un país. Todos ellos se resumen en uno: el paupérrimo modelo de producción aplicado en la década dorada (1997-2007) anestesiadas sus carencias por la pertenencia a la moneda única europea, la entrada masiva de capitales y un escenario de tipos bajos, pero, a la postre, acumulando una suma de desequilibrios insostenibles.

En el periodo citado la economía española creció a tasas acumulativas anuales promedio cercanas al 3,5%. ¿Cómo se concilia un crecimiento tan próspero con el diagnóstico subyacente de la fragilidad básica de su sistema productivo? La respuesta no ha sido muy aireada pero es incontestable: el PIB español viene creciendo desde hace años por un efecto ‘numérico’, por la incorporación de nuevos recursos humanos a la tarea productiva del país. Se trata de un crecimiento debido a la ‘masa’ de trabajadores, en particular por el boom de la inmigración. Desde el año 2000 la cifra de inscripción de extranjeros pasó de 924.000 ese año a 5.760.000 al 1 de enero de 2011.

Y ¿dónde radica, entonces, la fragilidad de nuestro sistema productivo? Nuevamente hay que airear la principal de sus razones: en la deficiente productividad de los factores y la productividad total de la economía española, con la consecuencia inmediata de la perdida de competitividad. La persistente falta de competitividad quedó enmascarada en la década prodigiosa por el alto nivel de la demanda pero produciendo un enorme déficit de Balanza de pagos y deteriorando la posición financiera del país que exigía tarde o temprano un ajuste radical. Como ya se ha dicho, la pertenencia al euro y el disfrute de unas entradas masivas de capital a bajos tipos de interés encubrió hasta el momento de la crisis esta cruda realidad.

La productividad es un indicador sencillo pero poderoso de la habilidad de un país para usar sus recursos a favor de un

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crecimiento sostenido. La productividad del trabajo mide el PIB por trabajador empleado u hora trabajada. La productividad total de los factores (PTF) expresa el PIB derivado de todos los factores de producción, no solo del trabajo, incluyéndola tierra y el capital. El crecimiento de PTF es el resultado de la combinación de mejoras en la eficiencia(menos factores para un PIB dado) así como de la tecnología y de la innovación(más PIB para unos factores dados).

Pues bien, atiendan por favor a los datos que corresponden a la economía española1: La PTF, que en definitiva es la medida de la eficiencia tecnológica de nuestro modelo productivo, ha registrado sin excepción crecimientos nulos o negativos desde 2001 hasta nuestros días. Pues bien, la PTF, que en definitiva es la medida de la eficiencia tecnológica de nuestro modelo productivo, ha registrado sin excepción crecimientos nulos o negativos desde 2001 hasta nuestros días.

Diversos factores explican esta cruda circunstancia. La importancia excesiva de la construcción y del turismo en nuestro PIB y la probada insuficiencia de capital humano y tecnológico. El stock de riqueza y capacitación humana en España es bajo en comparación a la Europa de los 28. Alcanzamos pobres baremos en el estudio PISA. Registramos un alto índice de deserción universitaria. Nuestra dotación a I+D es casi la mitad de la europea sin mencionar la distancia que nos separa de Estados Unidos, Japón o los Países escandinavos. Y en general existen ausencias significativas de productividad en los mercados de bienes(confuso marco regulatorio para que las empresas actúen con transparencia y flexibilidad), energía, servicios profesionales, sanidad(dudoso coste-eficiencia del

1 THE CONFERENCE BOARD. https://www.conference-board.org/data/economydatabase/

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sector sanitario y falta de racionalización en el gasto farmacéutico hospitalario), educación(particularmente en la universitaria) y un largo etcétera que clama por las correspondientes reformas estructurales entre las que se incluyen la reordenación fiscal, la dinamización laboral, las pensiones y la gran burbuja latente que representa un sector público paquidérmico.2

No hay empleo sin crecimiento y la evidencia acumulada nos enseña que, a largo plazo, la principal fuente del crecimiento es la mejora de la productividad. Nuestro modelo actual se ha mostrado inservible y todas las reformas deben orientarse a evolucionar hacia un sistema de mayor y más estable productividad. En esto no caben distingos por siglas políticas, coloraciones sociales ni, menos aún, simplistas planteamientos antisistema que propugnen el retorno a las comunas y a la agricultura de mi huerto particular.

El empleo está creciendo en la actualidad al mismo tiempo que la actividad. Al cierre del primer trimestre de 2015, sin embargo, la productividad se redujo (-0,1%) en términos interanuales. El PIB del primer trimestre de 2015 crece un 0,9% y ya se anticipa que el segundo trimestre puede llegar al 1,1%. En ello ha jugado un papel decisivo la devaluación interna realizada en los dos últimos años(también en cantidad de empleo, no en nivel salarial), pero sobre todo por la múltiple bonanza exógena producida por los precios del petróleo, una liquidez inusitada y la devaluación del euro a lo que hay que añadir la rebaja del IRPF, la devolución de la paga a los empleados públicos y el efecto del ciclo electoral sobre la obra pública. Son temas circunstanciales. Lo esencial radica en una magna revolución cultural y tecnológica que no se atisba y en el adelgazamiento y optimización permanente de nuestro sistema productivo vía políticas de oferta, o sea, reformas estructurales que –ya lo sabemos- suscitarán el rechazo visceral del elector y resultarán en líderes guillotinados y formaciones defenestradas de la arena política. La revolución, ya se sabe, siempre devora a sus preceptores.

2 Ver FEDEA(2011): La Ley de Economía Sostenible y las reformas estructurales, 25 propuestas. http://www.fedea.net/reformasestructurales/les.pdf

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Fuente: The Conference Board.

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