1º jornada 17052010 jornadas informativas del modelo de la1º escuela de tiempo pleno sr...

Ministerio de EducaciónAbril de 2010.

TRANSFORMACIÓN DE LA EDUCACIÓNPLAN SOCIAL EDUCATIVO 2009-2014“VAMOS A LA ESCUELA”

Plan Social Educativo 2009-2014“Vamos a la Escuela”

La escuela de tiempo pleno.

COLIBRÍ

Colibrí no soportaba la escuela. Suplicio, verdadero suplicio al que se sometía diariamente por esa inveterada costumbre de asistir sin falta alguna al aula, escuchar pacientemente las lecciones, resolver las dificultades con los números, y para colmo, volver a casa con un manojo de tareas por hacer y presentar el día siguiente. Su alma requería de otras realidades, de otras vivencias. Vivía en un perenne mundo de fantasía, de juegos, de sueños. Por eso le llamaban Colibrí.

Colibrí volador, libre, suelto. Fue creciendo, y sus ansias de imaginarse mundos diferentes le fue llenando cada vez más el alma, acentuando entonces su rechazo al estudio dirigido. Así que ya lindando en la frontera entre niñez y juventud, su corazón casi explotaba con todos los impulsos que llevaba guardados, refrenados, debido a las responsabilidades a que la escuela le obligaba cada vez más.

El estudio era ahora más serio. El Maestro era un viejo italiano al que llamaban Don Fibonacci. Don Fibonacci era un enamorado de la ciencia. Tenía una larga nariz muy colorada; el cabello apenas le formaba una fina herradura horizontal un poco destejida hacia la nuca. Más bien pequeño y un tanto graso, Don Fibonacci todo lo reducía a la ciencia.


Pero a Colibrí muy poco le interesaban el sueño de Kekulé y sus átomos saltarines, o las octavas de Newland, o las triadas de Doebereiner. Leer el nonius o vernier le provocaba un inmenso estado de abatimiento, así como aquello de si los meniscos en los capilares mojan o no mojan dependiendo de si son convexos o cóncavos. Cuando Don Fibonacci llegaba preguntando por el significado de las rayas de Fraunhofer, o por los cuidados que había de tenerse con las flemas y las vinazas de los destilados y después con las cabezas y las colas, Colibrí le escamoteaba el tiempo y se tumbaba a soñar, perdiéndose en sus pensamientos hasta que se quedaba turulato.De repente, entonces, Don Fibonacci le soltaba un buen guascazo, con lo que reaccionaba de inmediato y volvía al suplicio.

¿Qué podía importarle a Colibrí que el Emperador Yu, 2200 años antes de Cristo, encontrara el cuadro mágico en el río amarillo, sobre la cobertura de una tortuga? E igualmente, ¿qué podía importarle que el fraile minimite Mersenne haya sido un gran amigo de Cartesius y que haya empleado su vida en editar los trabajos de Euclides, de Apolonio y de Arquímedes? O que don Juan Napier, que era por lo demás, un aristócrata, haya inventado los logaritmos, con lo mucho que le incomodaba aquello de que el cologaritmo de un número no era otra cosa más que el logaritmo de la recíproca del número, aunque Don Fibonacci dijera que ello era tan sencillo y fácil de comprender como el que la asíntota era una tangente a una curva tirada desde el infinito. O que para 1972, a los rusos se les habían muerto cuatro astronautas en sus viajes tripulados al espacio, y en cambio a los norteamericanos sólo tres.


Colibrí lo que quería era soñar. La muletilla científica de Don Fibonacci lo único que le provocaba era hacerlo sufrir, retardarle más el gozo de volar entre los cielos, persiguiendo a los pájaros, aleteando con fruición desesperada, inclinando sus alas para describir piruetas increíbles en aquel vacío inmenso. Le gustaba quedarse en zalagarda a la orilla de un oscuro lago, esperando que aparecieran gnomos increíbles, ninfas fantásticas, céfiros, sílfides, duendecillos y trasgos… Los veía urdiendo sus misterios y sus magias, en medio del pantano, libando mieses y bebiendo polen. Para él, esos seres extraños y juguetones estaban hechos de una quinta esencia y por lo tanto eran puros. Apuraba sus ansias en los atardeceres, esperando que una bandada de aquellos serecillos apareciera, para observarlos y ser como ellos. Cuando no lo hacían, cansado de esperar, les tiraba guijarros al agua para animarlos a que se dejaran ver. “Me harán su saludo“, pensaba para sí…” ¡Colibrí amiguillo…!”, me dirán. Cuando anochecía algún temor le llenaba de que fueran a aparecerle, en vez de ninfas y céfiros, horrendos yacarés, hambrientos yaguaretes, vulpejas y otros bichos peligrosos. Entonces prefería deshacer el camino a casa a soñar de verdad mientras amanecía un nuevo día.


A veces, en el sueño verdadero se le aparecía Don Fibonacci preguntándole si en la ecuación de la Bruja de Agnesi, el lugar geométrico de P podía ser expresado en función de sus coordenadas x e y; o inquiriéndole en responder si a toda apódosis debía anteceder necesariamente una prótasis. Colibrí lloraba en silencio, en su lecho mullido y tibio, reclamando que los gnomos y los trasgos y las sílfides ya habían superado esas etapas porque estaban hechos de la quinta esencia y por lo tanto todo lo sabían. Pero Don Fibonacci insistía aún en los sueños verdaderos de Colibrí. Se desesperaba cuando le repetía que para poder comprender el concepto de los números, había primero que aceptar que entre los puntos de una recta y los números reales, a cada punto corresponde necesariamente un número y a cada número un punto. Don Fibonacci se le aparecía con su herradura por cabello y su nariz colorada, afirmándole con talante de sabio que el que los conjuntos disjuntos no tengan miembros en común es una verdad axiomática.

¡Dolor inmenso!!!!! Si Colibrí lo que quería era ver las bandadas de pericos revoloteando en los atardeceres con su parloteo interminable, formando una alegre nube desplazándose por los cielos haciendo cabriolas y perdiéndose al final en desbandada. Su gran pregunta era porqué no los veía retornar por las mañanas, a pesar de haber destinado largas horas de observación en tal sentido. ¿Dónde darán la vuelta?, se preguntaba Colibrí.


Pero todos los días lo esperaba la escuela, con sus pupitres de madera, y su gran pizarrón repleto de polvillo de tiza, y la esfera del mundo a un lado del salón, y el cuerpo humano aquel de tamaño natural, siempre a distracción, mostrando huesos, venas, arterias, músculos, nervios, y un enorme corazón, y la columna vertebral. Y sobre todo, Don Fibonacci, con su cuerpo rechoncho, y su nariz colorada, y su cabello de herradura, con la vara en la mano, con la expresión bonachona de maestro, perdido en los recónditos caminos de la ciencia, presto a explicar el teorema de Pitágoras y a calcular mediante su aplicación, la altura del enorme conacaste en el centro de la plaza, altura que Colibrí había calculado en la práctica, subiendo tantas veces a su copa para ver si alguna seria y enojada lechuza había hecho su nido dentro del tronco voluminoso y misterioso.

¿Qué habría sido de Colibrí? Seguramente ahora será un hombre, y estará cotidianamente preparando por las mañanas a sus pequeños hijos para que acudan a la escuela a sorber el saber de los Don Fibonacci, mientras estos desesperan por ir al campo a arrear los cabretillos, o a chupar las mieles de los papaturros, o a alcanzar piedrecillas y guijarros sobre las aguas del lago aquel en el que él paso tantas tardes esperando a que aparecieran gnomos, ninfas, sílfides, trasgos, duendecillos y céfiros, seres aquellos hechos de la quinta esencia que el bueno y abnegado de Don Fibonacci no conocía.

Y es que no hay cultura sin vida,ni espiritualidad sin vitalidad.

¡ Cómo necesitamos ahoraque aparezcan colibríes

para que alumbren a los Fibonacci!

Anexos

Plan Social Educativo 2009-2014 “Vamos a la Escuela”

LOS SIETE SABERES NECESARIOS PARA LA EDUCACIÓN DEL FUTURO

De Edgar Morín

1º Las cegueras del conocimiento: El error y la ilusión.

2º Los principios de un conocimiento pertinente.

3º Enseñar la condición humana.

4º Enseñar la identidad terrenal.

5º Afrontar las incertidumbres.

6º Enseñar la compresión.

7º La ética del género humano.



LA APUESTA FINLANDESA

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