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Sarrionandia-Hasier-Jorge 1/95 KOLDO IZAGIRRE 1 Infancia Fascinación por el proletariado Pérdida del idioma No soy Luis, sino Koldo Tiempos de pluralismo y revuelta Nací en Altza en 1953, y me pusieron de nombre el santo del día, que era Luis. Altza es un barrio de Donostia, pero me considero pasaitarra, porque nos trasladamos a Pasaia cuando yo tenía cinco años; fue allí donde hice mis primeros amigos, fue allí donde viví mis primeras ilusiones, me siento de allí, y allí me consideran un pasaitarra más. Nos instalamos en el puerto, en pleno muelle industrial. Mi padre era el encargado del taller eléctrico, y lo querían localizable las veinticuatro horas del día, las grúas no podían fallar. Le concedieron una casa para que pudieran tenerlo a mano. Mi padre era muy bueno en su oficio, y creo que disfrutaba. Sólo fuimos una vez al cine, y fue para ver Edison. Allí no había más que barcos, mercancías y trabajadores, supongo que aquella soledad me haría bastante introvertido, aún lo soy. Fantaseaba viendo a aquellos marineros-piratas: alemanes con pendiente, finlandeses bebedores, negros americanos… No sé exactamente de dónde me viene la afición a la escritura. Posiblemente confluyeron diversos factores. Recuerdo que las empresas consignatarias del puerto acostumbraban a publicar agendas, todos los años me regalaban una. Esos dietarios con su pequeño bolígrafo han sido siempre algo muy cercano para mí. El canto de las hojas e ra dorado, al final tenían unas páginas con señales y banderas marítimas. Eran algo muy bonito para un niño, y por otro lado eran objetos de escritura… Tengo un hermano mayor, nos llevamos nueve años, y él tenía ya una biblioteca considerable. Me leí toda su colección de Salgari, algunas cosas de Baroja… Además escribía ganó un importante premio en castellanoy era muy buen dibujante, aunque hoy lo tiene bastante abandonado. Haciendo ahora una especie de análisis psicoanalítico barato, quizá podría deduci rse que soy escritor por emulación, pues en cuestión de estudios yo era tan malo como él brillante. En un puerto, sin amigos… La suya podría parecer una biografía imaginaria. No es corriente, la verdad. Creo que vivía una soledad privilegiada, rodeado de barcos, marineros, descargadores, hablas y lenguajes diferentes,

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KOLDO IZAGIRRE

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InfanciaFascinación por el proletariado

Pérdida del idiomaNo soy Luis, sino Koldo

Tiempos de pluralismo y revuelta

Nací en Altza en 1953, y me pusieron de nombre el santo del día, que era Luis. Altza es un barrio de Donostia, pero me considero pasaitarra, porque nos trasladamos a Pasaia cuando yo tenía cinco años; fue allí donde hice mis primeros amigos, fue allí donde viví mis primeras ilusiones, me siento de allí, y allí me consideran un pasaitarra más.

Nos instalamos en el puerto, en pleno muelle industrial. Mi padre era el encargado del taller eléctrico, y lo querían localizable las veinticuatro horas del día, las grúas no podían fallar. Le concedieron una casa para que pudieran tenerlo a mano. Mi padre era muy bueno en su oficio, y creo que disfrutaba. Sólo fuimos una vez al cine, y fue para ver Edison.

Allí no había más que barcos, mercancías y trabajadores, supongo que aquella soledad me haría bastante introvertido, aún lo soy. Fantaseaba viendo a aquellos marineros-piratas: alemanes con pendiente, finlandeses bebedores, negros americanos…

No sé exactamente de dónde me viene la afición a la escritura. Posiblemente confluyeron diversos factores. Recuerdo que las empresas consignatarias del puerto acostumbraban a publicar agendas, todos los años me regalaban una. Esos dietarios con su pequeño bolígrafo han sido siempre algo muy cercano para mí. El canto de las hojas era dorado, al final tenían unas páginas con señales y banderas marítimas. Eran algo muy bonito para un niño, y por otro lado eran objetos de escritura…

Tengo un hermano mayor, nos llevamos nueve años, y él tenía ya una biblioteca considerable. Me leí toda su colección de Salgari, algunas cosas de Baroja… Además escribía –ganó un importante premio en castellano– y era muy buen dibujante, aunque hoy lo tiene bastante abandonado. Haciendo ahora una especie de análisis psicoanalítico barato, quizá podría deducirse que soy escritor por emulación, pues en cuestión de estudios yo era tan malo como él brillante.

En un puerto, sin amigos… La suya podría parecer una biografía imaginaria.

No es corriente, la verdad. Creo que vivía una soledad privilegiada, rodeado de barcos, marineros, descargadores, hablas y lenguajes diferentes,

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euskera, gallego, alemán, inglés, castellano… El puerto era una gran juguetería: sal, pirita, carbón de coque, mineral de hierro, fosfatos, fardos de pasta de papel con sus sobres ingleses, sello incluido, cocos, troncos de ocume…

Me metía en los vagones, me llevaban en la locomotora, creía que ayudaba a atar amarras, me dejaban poner en marcha los tractores, me enseñaban a dar puntos de soldadura en las piezas de hierro, con un electrodo en la pinza y una máscara en la cara. Todo eso me ha dejado un cierto poso romántico y una gran simpatía hacia el obrero. Podría decirse que vivía una especie de futurismo sin saberlo. Toda la escultura moderna me parece una imitación de las formas de la chatarra y de las piezas mecanizadas en general. Más tarde me regalaron una cámara de fotos, retraté muchos motivos abstractos. El puerto era una naturaleza muy interesante, muy cambiante.

Ese mundo lo ha reflejado usted en su último poemario, Non dago Basques’ Harbour [Dónde está Basques’ Harbour]…

Sí, es cierto… Puestos a buscar pistas, quizá el origen de que yo escriba esté en uno de aquellos juguetes. Los operarios solían marcharse a las cinco y media, y mi padre se quedaba solo en el taller preparando los trabajos del día siguiente, o arreglando algún aparato eléctrico, porque todavía quedaba algún barco descargando con las grúas en marcha. Yo aprovechaba entonces para hacer mis chapuzas con piezas de latón o con cables y cinta de empalme o barnizando los motores recién bobinados.

Pero muchas veces subía a la oficina y me entretenía haciendo que escribía en una enorme Olivetti, formando frases, tecleando tonterías…

O sea, que empezó a escribir como un juego.

Eso es mucho decir… Todos esos posibles arranques se funden en que me reencontré con mi lengua en la primera adolescencia, pues había ido perdiendo el idioma desde que empecé en la escuela pública, donde, por cierto, nunca vi pegar a nadie. Sé que en otras escuelas no era así, pero lo cierto es que no recuerdo haber visto violencia física alguna en los tres años que estuve allí. Como le decía, cada vez respondía con más frecuencia a mis padres y a mi hermano en castellano. Seguramente hay una estrecha relación entre esto y el hecho de que actualmente sea escritor. Ya sé que es un dato muy habitual y que lo mismo les sucedió a muchos vascohablantes que no son escritores, pero yo lo entiendo como un accidente provocador. Y, además, los idiomas tienen su propia fuerza de seducción, de hecho es lo que le sucedió a Conrad con el inglés, y hace poco leí a Kristeva lo mismo respecto a su francofonía. También a mí me enganchó el idioma, el euskera es muy atractivo,

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con un sistema verbal totalmente regular y una gran capacidad de combinatoria. Cuando oigo a los escritores franceses alabar la racionalidad de su idioma, me echo a reír. Dudo de que haya ningún idioma irracional, pero, puestos a chauvinistas, la verdad es que no hay idioma neolatino que le llegue al barro de la suela al euskera en racionalidad. Nuestra fonética, tan clara, sonora y dulce como el griego; nuestro sistema verbal, una pieza lógica y sin fisuras; nuestro relativo, suave y discreto; nuestra capacidad de composición, como la del alemán…

Ha dicho usted que iba perdiendo la lengua, pero ¿sabía escribir o leer en euskera?

En casa había un libro en euskera, Fernando Amezketarra, recuerdo haberlo leído. Tendría unos quince años cuando me di cuenta de que era un sinsentido ser vasco y no hablar euskera, así que empecé por vasquizar mi nombre, Koldo: eso me obligaba a merecerlo. Por poner una fecha sugerente, diría que fue hacia 1968. Tenía una prisa enorme por recuperar mi idioma, y convencí a mis padres –y he de reconocer que no me costó mucho– para que me pagaran la suscripción a los semanarios Anaitasuna y Zeruko Argia, los únicos medios de expresión en euskera entonces.

Tenía grandes carencias para expresarme y decidí que tenía que aprender todo lo que no sabía, y en ello sigo, porque, felizmente, un idioma nunca se acaba de aprender, y pienso que todo esto ha influido en mi estilo, en mi manera de cuidar la expresión… Bueno, es lo que intento.

S in embargo, cuando publ icó e l grueso tomo Lokuzio Hiztegia [Diccionario de locuciones] nos hizo creer que era usted l ingüista. Seguramente no hubiera hecho esa recopilación de locuciones si en su juventud no hubiera sido castellanohablante.

Es cierto. De hecho, ¿qué son las locuciones, sino recursos expresivos? Empecé a trabajar en ello porque necesitaba euskaldunizar mis locuciones castellanas, mis juramentos, mis insultos, todo mi sistema de desprecio y comparación. Y lo que yo necesitaba no estaba en los diccionarios. A los filólogos no les había interesado nada de eso, ni siquiera lo habían definido.

Hay que tener en cuenta que en aquella época había un gran revuelo en torno al euskera, una viva discusión respecto al modelo estándar, aún vivía Aresti, tenía sus polémicas con Mitxelena y la Academia… En aquella misma época empezó a consolidarse la canción vasca, los festivales de Natxo de Felipe, Imanol y Laboa, los discos de Lertxundi y Lete, todos ellos tuvieron una gran importancia en mi concienciación; cantar aquellas canciones fue algo muy importante para nosotros.

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Además, en Anaitasuna y en Zeruko Argia había una gran participación, cualquiera podía escribir, se publicaban cartas… Había un gran pluralismo, todavía no se había establecido la “intelectualidad vasca”. Todo el mundo hacía sus aportaciones, un estudiante escribía una cosa, otro otra… Joxerra Etxebarria, Xabier Kintana, Luis Haranburu Altuna, Anjel Zelaieta… han sido firmas muy importantes en mi formación. Creo que aquel descaro que imperaba entonces también influyó en que yo empezara a escribir mis cosillas. Fue la segunda generación de jóvenes posterior a la sección “Gazte naiz” [Soy joven] de Zeruko Argia la que me formó, aquellos que empezaron a escribir en torno a 1968.

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Encuentro con Bernardo AtxagaMás que la palabra, me gustan los textos

No tengo un puesto en esta nueva EuskadiPero soy uno más entre otros

El escritor se hace

¿En aquella época, conocía usted de alguna manera la Literatura con mayúsculas?

No, en absoluto. Desde entonces me he ilustrado un poco, pero aun así tengo grandes lagunas, soy diletante, no tengo una formación sólida. La mía es una cultura mediocre, y no crea que lo digo por hacer antiintelectualismo. Realmente, tengo profundas carencias. No domino el inglés y no tengo ni idea de alemán, griego ni latín. Poco a poco, y gracias a las traducciones españolas y francesas, fui descubriendo a los escritores universales, de forma muy incoherente, sin planificación. Conozco bastante bien la literatura escrita en portugués. A Cátulo lo descubrí hace poco, y porque le gusta mucho a un poeta que admiro, Luigi Anselmi. He intentado leer a Dante en tres ocasiones…

Podemos pensar, por tanto, que en aquella época usted leería, y seguramente también escribiría, más fácilmente en castellano que en euskera.

De esto último no estoy tan seguro. Buscábamos a autores como Max Aub, Ramón J. Sender, los republicanos…, pero la literatura en castellano era para nosotros Latinoamérica. Fue el momento del boom, y eso influyó en nuestras obras de entonces, en nuestra fascinación por la estructura y el tratamiento del idioma… En la escuela yo era muy bueno con las redacciones en castellano, pero aquello no era escribir. Estos días he comprobado que en mis viejos cuadernos aparecen mezclados el castellano y el euskera. Quizá me

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euskaldunicé cuando pensé que tenía algo que decir. Era mi manera de hacer frente común con lo mejor de nuestra juventud, la que luchaba por un País Vasco libre.

¿Fue en aquella época cuando tomó la decisión de ser escritor?

Yo diría que, más que una decisión, han sido las circunstancias las que me han llevado a ello. Cuando conocí a Atxaga, sería hacía 1974, él tenía muy claro que quería ser escritor. Yo escribía, pero nada más.

¿Cuántos años tenían entonces?

Yo tenía veintiuno y él veintitrés.

¿Y para entonces, Bernardo Atxaga tenía ya una clara vocación?

Era evidente a qué quería dedicarse, él lo tenía muy claro, y estaba más maduro, para entonces era casi un escritor hecho, y tenía una gran vocación. Y creo que también buscó sus circunstancias. Es decir, abandonó el confort de un puesto fijo de trabajo y se dedicó de lleno a escribir.

Mi caso no es ése. En mi caso… bueno, existe algo. Me matriculé en Filología Románica para profundizar en el estudio del euskera, era lo más cercano. He intentado en dos ocasiones terminar la carrera, pero he abandonado, son otras cosas las que realmente me interesan. Yo había cursado el bachiller por ciencias y tenía serios problemas. En segundo curso volví a suspender latín en septiembre, y era la única asignatura que me quedaba pendiente para superar los dos cursos comunes y poder ir a donde quisiera. Entonces acudí al profesor Patxi Altuna y le dije: “No quiero seguir aquí, apruébeme, quiero ir a Valladolid a estudiar letras modernas”. Y ésta fue su respuesta: “Quédate aquí, necesitamos profesores en las ikastolas”. Y me volvió a suspender, seguramente por hacer un bien al país.

Cursé a trancas y barrancas el tercer curso, el cuarto fue aún peor… sin ninguna ilusión. Y acabé dejándolo, las ikastolas perdieron un profesor. Para entonces sí, para entonces la literatura me interesaba por encima de todo lo demás.

¿Y qué hizo entonces?

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Leer mucho, escribir mucho… Y me dediqué a trabajos alimenticios alternativos. Como estaba muy castellanizado, había aprendido bastante teoría, me había hecho mi propio esquema verbal, y en la escasez de la época me convertí en un tipo que “sabía mucho”. Y, además, con una característica especial: había mucha gente que me preguntaba “¿Cómo puedes saber todo eso, sin haber sido seminarista?”. No se lo creían. “Los verbos y esas cosas…, sólo las saben los que han pasado por el seminario”. Puede parecer algo prehistórico, pero es así. Entonces empecé a dar clases de alfabetización de adultos, porque la escasez de profesorado era producto de una enorme demanda. Las clases estaban llenas de gente que quería euskaldunizarse, sin pensar en diplomas ni perfiles lingüísticos ni oposiciones a nada.

Como se trataba de un trabajo inestable y no reglado, estaba medio “liberado” en la revista Oh! Euzkadi, lanzamos la colección Ustela Saila, etc. Entonces éramos muchos, existía un gran magma, pero, cuando llegó la autonomía, la gente se colocó, tuvo muy buen criterio. Yo en cambio era bastante iluso.

Por otra parte tenía un gran handicap: carecía de titulación superior, no podía opositar a la administración. Por mi baja estatura, tampoco puedo ser ertzaina, por lo que no cumplía los mínimos imprescindibles para colocarme dentro de la autonomía. Miras a derecha y a izquierda y te dices: “¡No tengo sitio en ninguna parte! ¿Qué sé hacer yo, más o menos bien? ¿Qué es lo que me gusta? ¡Pues adelante con los faroles!”.

Pero si su motivación fundamental fue esa carencia respecto a la lengua, ¿por qué escritor y no lingüista? Quiero decir que lo que usted plantea resulta comprensible, pero tal vez no justifique suficientemente todo lo que ha hecho desde entonces. En toda su obra se percibe un anhelo literario de gran calado, por decirlo de alguna manera.

Si no me hubiese euskaldunizado, seguramente hoy no sería escritor. Creo que es el idioma lo que me ha llevado a eso. Aquella incapacidad de mi infancia y mi juventud para expresarme en euskera es lo que me ha motivado a escribir. A mí lo que me interesa es el mundo de la expresividad. Me interesan las palabras, por supuesto, pero no soy filólogo ni me atrae en absoluto la filología. Lo que yo busco es la aplicación de la palabra, el texto.

¿Y cuáles fueron sus primeros textos, cómo eran?

Bueno, lo primero que escribí fueron apuntes recogidos en aquellas agendas de “Gascue y Cruz. Casa Consignataria de Buques”, pensamientos breves copiados a Emmanuel Mounier, a Sartre, a Kafka, y, evidentemente, los textos estarían en castellano y francés. Luego, poco a poco, fui escribiendo otras cosas, pequeños versos, etc., en euskera.

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¿Los recuerda y los guarda, o es usted de los que borra las pistas?

No soy especialmente dado a guardar recortes, pero tampoco borro mi rastro. No tengo talento para inventar mentiras, aunque a veces exagero. Y, en honor a la verdad, le diré que daba mucha importancia a lo que escribía, porque pensaba que yo era alguien, como Patri Urkizu, Ibon Sarasola o Anjel Zelaieta…, pensaba que formaba parte de la nueva juventud vasca.

En cierta ocasión, en el otoño de 1970, iba yo por la Avenida de San Sebastián con mi valiosa carpeta bajo el brazo y vi a Ibon Sarasola. El mismo Ibon Sarasola que aparecía en las fotografías de Zeruko Argia, con su gran bigote nietzscheano, que para entonces ya había publicado el l ibro Poemagintza [Obra poética], además de hacer crítica literaria. Así que me acerqué a él y le dije: “Tú eres Ibon Sarasola. Mira, aquí tengo un libro de poemas”. Lo cogió y cruzamos la Avenida conversando. Nunca después me ha dicho nada al respecto. Ibon Sarasola se ha portado muy bien conmigo, puedo asegurar que se trata de una persona francamente discreta. Pocos meses más tarde publicó Euskal Literaturaren Historia [Historia de la Literatura Vasca], y entonces me di cuenta de que le había dado mis insignificantes papeluchos a un auténtico monstruo. Sentí una enorme vergüenza. Cogí el libro de Ibon, aquella historia de la literatura, y me pregunté “¿Dónde me sitúo yo aquí?”. Diría que entonces maduré mucho de golpe. Poco tiempo después volví a ver a Ibon al entrar en una tienda de música, pero tuve suerte, él estaba ojeando unos discos y no me vio, o sea que di media vuelta y salí corriendo. He ahí uno de los rastros que dejé cuando llevaba patillas largas y una arrogancia aún más larga.

Queda claro que era usted un joven normal, un principiante que quería publicar. ¿Recuerda la primera vez que vio su nombre escrito en letras de imprenta?

Creo que la primera vez que vi mi nombre impreso fue gracias a un concurso que organizaba la Biblioteca Municipal de San Sebastián, tendría dieciocho o diecinueve años. Yo me presentaba en los apartados de poesía yprosa. Entonces me llamó Iñaki Zubizarreta de Radio Popular y me dijo que había ganado en los dos apartados y que aquello era muy importante para la literatura vasca, porque no había apartados diferenciados para euskera y castellano, y al parecer era la primera vez que un escritor en euskera lograba semejante cosa… ¡Qué más quería oír yo! Luego me llamó Félix Maraña, también él había resultado ganador, y me citó para una foto en prensa. Creo que al final sólo gané en el apartado de prosa. Mi primera parición en prensa se la debo a Félix Maraña, fue en La Voz de España o en Unidad, no estoy seguro, posiblemente mi madre guarde el recorte.

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¿La narración se publicó?

No, no. Tendría que haberla guardado, quién sabe si en un futuro no tendré la oportunidad de vender todas mis obras inéditas a la Universidad de Reno…

Digamos entonces que ése fue su primer honor, pero ¿cuándo vio publicado por primera vez un trabajo suyo?

Envié los poemas que había presentado al concurso a la revista Karmel,o sea que están publicados. Eran poemas existenciales, tremendistas. No recuerdo el título, pero seguro que era algo impresionante. Fíjese lo humilde que soy que estoy confesándole lo peor de mí.

Así que está usted construyendo una biografía, me está usted vendiendo modestia…

Hablaba en broma, pero de estas historias que le cuento, o sea, de aquellos malos textos, yo extraería una conclusión interesante: el escritor se hace.

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Ustela y AtxagaUna nueva vía

Éramos amigos, pero estábamos divididosLa intelectualidad traidora

El filo de las diferentes visiones políticas

Pero en algún momento se presentaría usted como escritor.

Sí, cuando Atxaga y yo publicamos Panpina Ustela. Ésa fue mi primera presentación nacional.

¿Cómo se conocieron Atxaga y usted?

Gracias a la cárcel.

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¿Pero, estaban los dos en la cárcel, o era un tercero el que estaba encarcelado?

Digamos que gracias a la cárcel. Es algo bastante normal entre vascos, ¿no?

¿Recuerda cómo establecieron los objetivos de Panpina Ustela?

Ya le he dicho antes que Atxaga era mucho más maduro, estaba más hecho y tenía claras unas cuantas cosas. Yo diría que vivía la literatura de una manera muy obsesiva, seguramente porque lo que él quería era ser escritor y no lo que era entonces, economista en un banco.

En aquella época hablábamos mucho de multitud de temas, y teníamos bastante claro que era necesario un cambio, no nos satisfacía la literatura social realista de los seguidores de Aresti. En poco tiempo yo me distancié mucho de lo que había escrito hasta entonces, abandoné aquella línea entre sentimental y trascendentaloide que había seguido. Empecé a formarme, estaba en la época de los descubrimientos. Bernardo me trasmitió una gran fuerza, la conciencia de la autoría…, y, puestos a reconocer, también los libros de los expresionistas alemanes.

¿Qué acogida percibieron ustedes con Panpina Ustela? O, dicho de otra manera, ¿eran ustedes conscientes de lo innovador que resultaba para los más jóvenes?

Bueno, sí. Creo que ahora es fácil decirlo, pero también entonces éramos conscientes de que estábamos haciendo algo bueno. Con esto no quiero decir que pensáramos que aquellos textos fueran a quedar inscritos en la gran literatura vasca, pero sí que era un buen producto, también desde el punto de vista material, con un fotógrafo, buen papel, una impresión muy cuidada de Daniel Palacios de Usurbil, estaba todo eso y su manifiesto.

Afirmábamos que había que romper –y nuestros trabajos posteriores han demostrado que nos esforzamos en hacerlo– con el social-realismo, y también con el existencialismo. Y creo que, dentro de su nuestros humildes límites, planteábamos una propuesta poética, sobre todo en los textos de Atxaga.

¿Recuerda qué escritores se les acercaron?

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Ramon Saizarbitoria e Ibon Sarasola, aunque luego fue con Ramon con quien profundizamos nuestras relaciones. Nos dijo que había leído Panpina Ustela y que estaba de acuerdo con su espíritu. Nos ofreció su pluma y su casa.

Pero sólo publicaron tres números.

Ya con el primero tuvimos no pocas dificultades, la policía secuestró la tirada, no pudieron salvarse más que algunos pocos ejemplares y fue un desastre. Bernardo perdió algunos sueldos en el intento.

Panpina Ustela tuvo su continuación con Mermelada Ustela y Zorion Ustela, sin Bernardo. No rompimos las relaciones, pero hubo sus más y sus menos, discusiones entre amigos, a decir verdad. Atxaga se fue a Bilbao, donde ya tenía relaciones. Andaba a vueltas con la imaginería de la ciudad, de hecho entonces escribió gran parte de Etiopia. También buscaba un poco de aire fresco, y Bilbao se lo ofrecía.

¿Qué tipo de discusiones fueron aquéllas?

Las normales.

¿Las correspondientes a la edad y a la época?

Sí, y también influyeron los gustos literarios, la función que cada uno atribuía a las revistas…

Las diferencias que podemos encontrar al comparar Pott y Oh!Euzkadi…

Hay bastante menos diferencia de lo que puede parecer, incluso en el estilo hay un evidente paralelismo. Aunque parezca un sarcasmo, podríamos decir que aquella división resultó beneficiosa, pues Atxaga creó otro núcleo en Bilbao… Ramon y yo publicamos otros dos números, y también reunimos a gente nueva, Joxan Elosegi, Gotzon Egia, Ramon Etxezarreta, Joxean Muñoz… Una nueva generación.

¿Qué le aportaron esos dos números de Ustela?

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El comienzo de la colaboración entre Ramon y yo, trabajando en grupo y discutiendo con otra mucha gente. Para mí fueron momentos muy hermosos. Nos compenetramos muy bien y empezamos juntos en Zeruko Argia.

O sea que pasó usted de pasearse con su carpeta bajo el brazo a discutir sobre lo que había escrito.

Ramon Saizarbitoria me contagió el gusto por el trabajo en grupo y la importancia de la crítica. Además pasé muy buenos momentos y viví el aspecto lúdico de la literatura, con Ramon aprendí que la literatura también puede tener ese componente festivo, y eso se reflejaba en el propio texto, en el humor, en la trasgresión verbal. Era como si tuviera un hermano gemelo más maduro, iba a su casa, escribíamos artículos a dos manos mientras nos fumábamos una pipa, nos animábamos mutuamente… Sí, jugando a escritores. No he vuelto a tener con nadie esa compenetración a la hora de trabajar un texto. Continuamos en Zeruko Argia, Ramon aportaba mucho, en la sección “Baietz astea gaizki bukatu1”…

Zeruko Argia se nos quedó pequeño para todo lo que queríamos decir, y como consecuencia surgió Oh! Euzkadi. La editorial Lur se hizo cargo de todos los gastos, fue casi una decisión personal de Iñaki Mujika “Ezkerra”, que nos dio total libertad para publicar lo que quisiéramos y como quisiéramos…

¿Qué era todo eso que tenían que decir?

Acababa de terminar el franquismo, era increíble la cantidad de tonterías que se estaban diciendo respecto al proceso autonómico que se avecinaba, había una ingenuidad política –y sobre todo cultural– que asustaba. Ahora me asombro de lo maduros que éramos entonces, de verdad; las cosas que oíamos y leíamos no tenían ni pies ni cabeza, pero se decían en serio.

¿Recuerda alguna de las más notables?

En aquella época cualquiera decía que Euskal Telebista (ETB) sería el vértice de la pirámide de nuestra cultura y que desde ella la cultura vasca irradiaría al mundo…

1 [A que la semana acaba fastidiándose] Sección de la revista Zeruko Argia que dirigían

Ramon Saizarbitoria y Koldo Izagirre. (N. del E.)

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Euskadiko Ezkerra y Herri Batasuna no estaban aún claramente definidas. En ese periodo tuvimos una gran compenetración, y creo que fue entonces cuando asumí que el escritor también tenía que ser un luchador en prensa; como decía Aresti, tenía que ser capaz de escuchar “la llamada”. En alguna ocasión he dicho que la literatura es una continuación de la guerra por otros medios… Llegué a esa conclusión leyendo precisamente a los escritores “apolíticos”, que por lo general son lo más políticamente rastrero que hay.

¿Podemos decir, entonces, que eran ustedes amigos pero, en cierta medida, un grupo dividido por diferentes visiones políticas?

En general, en el País Vasco la política ha tenido una influencia directa en las familias, en las cuadrillas, en los amigos, en las parejas… y a nosotros nos sucedió lo mismo. También estaba el cansancio, un duro proceso político, y unos cuantos números… Las revistas normalmente suelen ser efímeras, a no ser que se apoltronen o reciban la protección de alguna institución.

Puede que nosotros fuéramos bastante románticos y cachondos, no teníamos esos objetivos. Tal vez si alguno de nosotros hubiera pensado “Me voy a quedar con esta mancheta, acudiré a las instituciones, conseguiré que me den dinero y seré el director”, posiblemente lo hubiera logrado, pero entonces era algo que ni se nos pasaba por la cabeza. Pensábamos que los procesos, cuando se acaban, se acaban, y que más tarde, en algún momento, podríamos publicar otra cosa.

Voy a plantearle la pregunta de otra manera. Entiendo que, en la época de Oh! Euzkadi, entre los que la elaboraban se formaron, digamos, dos bandos. ¿Encontró usted algún compañero de viaje, o continuó su camino en solitario?

Yo nunca he liderado nada… En nuestro pequeño grupo tuvo lugar la división que se estaba produciendo en la izquierda nacional, aunque en diferente proporción. Ya sabe usted cómo es la intelectualidad.

¿Cómo era la intelectualidad de entonces?

Intelectual era quien llevaba El País en el sobaco de una americana de marca, el que se quería distinguir de “la basura”, toda aquella fauna de articulistas surgida en torno a ETA político-militar que lo relativizaba todo excepto su propia conducta. Así era la intelectualidad, una gente que citaba a Marx e ignoraba la dialéctica. Mario Onaindia tenía todas las semanas dos nuevas ideas, empezaron a descubrir “complejos”… La entrega de los polimilis

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se vistió de modernidad, y era posible leer artículos que elogiaban la traición y el liquidacionismo. Fue una oleada terrible, que venía camuflada de realpolitik.Yo conocí bastante gente que en 1974 eran auténticos estalinistas y en 1978 daban lecciones de progresismo a todo el mundo. Claro que, en sus lecciones, sobre el análisis primaba la burla y el desprecio por la discrepancia. Seguían siendo una pandilla de sectarios.

¿Cómo se reflejó eso en Oh! Euzkadi?

Ramon Etxezarreta, de nuestro grupo, apareció portando una pancarta por la liberación de un secuestrado. Entonces nos planteamos: ¿Es posible escribir por encima de milis y polimilis? Decidimos hacer un número sobre la violencia, pero sólo se presentó un artículo. Nadie tenía ganas de hincarle el diente a aquello por escrito.

¿Recuerda de quién era el artículo?

De Trotski: “Vuestra moral y nuestra moral”, mejorado por un tal Izagirre.

Pero ¿se hicieron dos bloques claramente diferenciados, o mantenían aún ciertos puentes afectivos?

Eso siempre lo hemos tenido. Por encima de las discusiones, o a pesar de que las discusiones han sido públicas y encendidas, creo que todos hemos mantenido cierto afecto entre nosotros. Por lo demás, todos éramos vascófilos, de izquierdas, distanciados del PNV, amantes de la buena literatura…

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No me gusta la literatura de laboratorioEl encanto del surrealismo

La “literatura de la berza” españolaEl atractivo de las literaturas emergentes y los gallegos

Sobre la forma adecuada de literatura de denuncia

En lo referente a la literatura, en aquella época, predominaban en Europa los seguidores del Nouveau Roman. De todas formas, no sé si eran una referencia para todos ustedes.

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Cada cual tenía y tiene sus gustos. A mí no me gusta la literatura de laboratorio. Robbe-Grillet y compañía proclamaron que había llegado la muerte de la novela, y yo creo que fueron ellos los que casi la matan, mediante el Nouveau Roman…

No parece usted muy adepto a los franceses.

Pues pienso que la mayor revolución del siglo XX en el mundo de las letras ha sido la de los surrealistas. Apollinaire, Breton, Saupault, Desnos, Eluard, Reverdy… todos ellos me gustan mucho, y realmente creo que la l iberac ión de las fuerzas in ter iores, e l hecho de que af loraran el subconsciente, el sueño, lo accidental y todo lo demás ha sido básico en el desarrollo de la literatura. Uno de mis textos de cabecera fue el debate Breton-Aragon sobre realismo socialista y surrealismo.

Me sorprende mucho lo que dice. No lo esperaba.

¡Pero si mis primeros libros de poemas no son más que un ingenuo surrealismo! ¡He traducido a Maiakovski, Salvat-Papasseit, Eluard y Prévert!

Yo lo creía más cercano a un Sartre.

Sartre es importante en nuestra conciencia de escritores: sabemos que además de la teoría sobre la escritura denunció las torturas en Argelia, colaboró con Cuba, firmó el prólogo del libro que Gisèle Halimi escribió sobre el Juicio de Burgos… Admiro su inteligencia, pero su literatura no me llenaba, me resultaba excesivamente cerebral. Y, no sé por qué, a pesar de que su trayectoria, en general, fue limpia, siempre me ha parecido un poco divino, demasiado parisino.

Me sucede lo mismo con algunos escritores hispano-catalanes… Me resulta más atractiva la “literatura de la berza” –esa literatura castellana seca que ellos despreciaban– que la que hacían esos escritores. Leyendo al Sánchez Ferlosio y al Fernández Santos de los primeros tiempos, o a Ignacio Aldecoa, percibo una amargura de la que carecían los catalanes que escribían en español. Allí había vida.

Sé de algunos que se lo discutirían…

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No pretendo establecer cánones. Más que las formas elaboradas –muchas veces decadentes–, me han interesado las literaturas emergentes, las literaturas que pueden compararse con nuestro caso. Por ejemplo, la gallega, que a pesar de no ser muy conocida, posee grandes obras. ¡Ya me gustaría contar en el patrimonio del euskera a Castelao, Rosalía, Curros Enríquez, Manoel Antonio, Blanco Amor, Méndez Ferrín…! Grandes escritores, escritores universales.

¿No le gusta Cunqueiro?

Cunqueiro no me interesa tanto, siempre a vueltas con el ciclo artúrico, me parece un escapismo de mucho talento. La suya fue una manera muy inteligente de conciliar galleguismo y franquismo.

Pero, ¿cómo puede gustarle la “literatura de la berza” a alguien que admira el surrealismo?

Yo he comparado lo de los castellanos con los hispano-catalanes justamente porque éstos últimos despreciaban aquella literatura. La literatura castellana de la posguerra tiene más autenticidad y más valor, para mí, que otras literaturas más elaboradas. Vamos, que me aburre el academicismo. No me atraen las delicatessen, y fíjese usted en qué quedó aquella vanguardia gauche divine: en pura socialdemocracia.

Me interesa más un mensaje que fal la en la forma que el mero formalismo. Y para explicar mis gustos como es debido, o para confundir por completo al lector, he de reconocer que, a pesar de lo que he dicho, los cuentos realistas de Aldecoa me parecen chatos, limitados, no me gustan en absoluto. Los considero una literatura fácil, en último término conformista, y la auténtica denuncia no puede ser conformista en la forma. Bueno, lo de siempre.

5

He leído casi toda la literatura vascaLos altibajos de Mirande

Cuento o poema: ¿qué es más difícil?Aresti y Saizarbitoria

El caso de KafkaNo hay modelo posible

La literatura de apeaderoLos achaques del idioma

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Hasta ahora ha hablado usted de la influencia de literaturas extranjeras, pero resulta evidente en su obra que también conoce en profundidad el trabajo de escritores vascos anteriores.

Los conocí bastante joven, he leído a casi todos los autores.

Citemos a algunos de ellos. Por ejemplo, Mirande y su Haur besoetakoa [La ahijada]…

Mirande me causó cierto impacto, pero fue por el euskera que utilizaba. La historia que contaba en la novela que usted cita me resultaba muy lejana, no me interesaba nada, pero aun así tenía un gran valor en la descripción del entorno y, especialmente, en cuanto al idioma. La historia en sí, una especie de “Lolita”, el amor de un hombre maduro y amargado por una niña… Yo tenía diecisiete años, y mis sueños eróticos no eran los de Mirande. Y tampoco hoy.

Me resulta extraño que la narrativa de Mirande no le merezca más consideración.

No creo que pueda hablarse de una “narrativa de Mirande”, me parece excesivo. Mirande me interesa como poeta, pero me parece un mal prosista, aunque no soy capaz de explicar por qué.

Para mí es mucho más difícil hacer un buen poema que un buen cuento. Pero, al mismo tiempo, es más fácil hacer un mal poema que un mal cuento. Por eso admiro algunos momentos del poeta Mirande. Como prosista, en cambio, no me parece bueno, y en ocasiones he pensado si no será porque en poesía es más fácil disimular, ocultar las carencias con un poco de barniz. El trabajo de la prosa es muy difícil, es un trabajo continuado y no se puede disimular con fórmulas, el texto adquiere un gran corpus y uno necesita realmente una gran capacidad pulmonar para no ahogarse. De hecho, Mirande es mejor en los relatos breves que en su única novela, tampoco muy extensa.

El sentimiento que me produjo Haur besoetakoa era muy lógico, y fue el mismo que causó a otra mucha gente, porque se trataba de la primera historia civil no costumbrista que leíamos en labortano clásico2. Era como si tocáramos con la punta de los dedos el euskera universal; hay que tener en cuenta que se publicó en 1970, en medio de toda la discusión sobre la unificación del idioma. Y yo estaba a favor del labortano, creía que era el más literario, es

2 El labortano es el dialecto hablado en la provincia de Laburdi. Fue lengua literaria de la

Escuela de Sara, considerada por algunos como el núcleo de la literatura clásica vasca (s.

XVII). (N. del T.)

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decir “la postura más literaria”. Pasé mucho tiempo con la Grammaire Basquede Lafitte.

¿Mirande es el único que admira y al mismo tiempo rechaza?

No hay duda de que mi mayor influencia dentro de la literatura vasca ha sido la obra de Aresti, y especialmente su figura pública, su compromiso civil… Por otra parte, Ramon Saizarbitoria me enseñó mucho con su postura combativa y su forma de estar atento a la realidad. Él es sociólogo de formación y de profesión, siempre estaba diciendo “hay que analizar esto y lo otro”… Le debo mucho, tengo con él una de esas deudas impagables.

¿No le parece una afirmación excesiva?

Yo he tenido muchísima suerte, y es lógico que me sienta en deuda. Firmé junto a Atxaga y a Saizarbitoria cuando aún estaba francamente verde. Me brindaron un gran capital, y yo intento hacer méritos, aunque sea a posteriori: sigo mi camino, sin imitar a Bernardo ni a Ramon. Es mi forma de pagar la deuda.

Aun así, Saizarbitoria y usted, hace no mucho tiempo, escenificaron un enfado.

¿Realmente cree que se trataba de una escenificación?

El caso es que a algunos nos dio pena.

No hay por qué, yo aprendí de él que el escritor forma parte de la sociedad, que la palabra es demasiado importante para dedicarla sólo a la ficción. Pero si les dio pena, quiere decir que la polémica carecía de interés.

Retrocedamos un poco, fijémonos en los clásicos.

Hay mucho que revisar, aún queda mucho por descubrir… Tendríamos que hacer una nueva lectura de toda nuestra l i teratura, hay tantas

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afirmaciones equivocadas… Hay mucha verdad oficializada que oculta un gran desconocimiento.

Por una parte está la literatura universal y por otra nuestra limitada y humilde literatura. ¿Cómo ha vivido usted ese paralelismo?

No existe tal paralelismo, ésa es la primera verdad. Nosotros hemos permanecido alejados de los modelos universales.

Me perdonará usted el ejemplo, pero entiendo perfectamente la preocupación por el idioma mostrada por Kafka, y que escribiese en alemán: el yiddish era una lengua religiosa y estaba totalmente contaminada, no le servía para decir lo que quería. Eso se ve claramente leyendo a Bashevis-Singer, sus relatos están impregnados de elementos religiosos incrustados en el idioma y en el folclore. Comprendo perfectamente la elección de Kafka –si es que hubo elección–, porque nuestros autores clásicos, los compiladores, los que establecen las normas –es decir, los curas– han dejado al euskera prácticamente invalidado para la literatura en determinados momentos… Parece que hubiera existido un pacto entre el Estado y la Iglesia para ahogar una lengua.

Pero está asumido que los vascos tuvimos una iglesia antifranquista y vascófila…

Peor para el euskera, en ese aspecto. El Estado prohíbe –y en el caso francés es algo muy evidente desde la Revolución–, el Estado persigue el idioma, pero deja a la Iglesia el ámbito de la religión. El único espacio público oficial y restringido del euskera y el bretón será la religión. Por tanto, por una parte se le niega una vida normal, y por otra el alimento que se le ofrece está contaminado. Parece que existe una connivencia para ahogar la cultura no sólo mediante prohibiciones, sino también por infiltración. Una república laica permite la sacralización de los idiomas que persigue…, ¡es perfecto! Luego te echan en cara que tu idioma no contribuye al progreso de la humanidad. En Euskal Herria sur sucedió otro tanto, en el franquismo y antes. ¡No me extraña en absoluto que Unamuno recomendara enterrar el euskera!

¿Y cómo sale de ahí el escritor vasco?

Tiene que hacerlo transgrediendo el idioma falsamente normalizado. Por eso entiendo muy bien a los compañeros de Maiatz, el “caos” de su euskera, la influencia del francés… El propio euskera unificado necesita aún una revolución, si no, en bastantes aspectos resulta imposible trabajar.

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Es terrible, por ejemplo, que “perttolikeria”, una mera burla que un fraile o cura integrista, Hiriart-Urruti, hizo con el apellido de un político de izquierda, pase a los diccionarios como sinónimo de mentira.

Uno puede hacer algo “aitaren batean”, o , en castellano, “en un santiamén”. ¿Por qué he de aceptar como castiza una imposición de la Iglesia?

La descontaminación, por tanto, hay que realizarla contaminándonos de otra manera: tomando muchos préstamos sucios, haciendo un euskera voluntariamente “no cast izo”… ¡Qué diablos! , nuestros medios de comunicación utilizan continuamente la palabra “kristaua” [cristiano] con un despreciable casticismo.

¿Realmente?

Sí, en el “euskera castizo” la palabra “cristiano” ocupa el lugar de la palabra “persona”. Hoy el superlativo más corriente es “kristona3”… Y eso en un idioma que ha sido despreciado a la orden de “¡Habla en cristiano!”

Lo que significa que no tenemos un modelo.

No. Yo no tengo ningún modelo para lo que quiero escribir, y creo que los escritores no debemos trabajar con modelos. El Gero [Después], el libro clásico por excelencia según los historiadores, no sirve. No sólo porque hayan pasado cuatro siglos desde su publicación, sino porque en ninguna de sus numerosas páginas aparece nunca la palabra de un vasco.

¿Tampoco podemos tomar referencias lingüísticas?

En algunas ocasiones sí, pero de una manera muy parcial; cada cual debe buscar su camino. La referencia es sólo eso, referencia, no modelo. Sirve para crear, ya sea por analogía, por contraste, por tergiversación, por prolongación… En mi opinión, una de las mejores cosas que se puede decir de un escritor es que tiene su propio estilo. De hecho, es la forma lo que nos hace escritores.

3 Contracción de “kristorena”, literalmente “de Cristo”. (N. del E.)

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¿Y eso no ha mejorado desde que usted empezó?

Creo que se ha avanzado muchísimo, lo que sucede es que ahora los planos se han desplazado. Se ha desarrollado un euskera en los medios de comunicación que antes no existía, se ha estandarizado. Existe un euskera estándar, seguramente guipuzcoanizado, y bastante españolizado sin ninguna duda, pero antes no existía y ahora sí, con un montón de fórmulas.

Por otra parte, tenemos un corpus impresionante de documentos oficiales. Y ese euskera administrativo ha invadido el ámbito de la literatura, lo que ha traído consigo la utilización de recursos fáciles; es decir, que, en un sentido amplio, se ha impuesto el estilo de la literatura de masa.

Cita usted la palabra “masa”. ¿Puede afirmarse que tenemos una masalectora?

Actualmente contamos con un mínimo de lectores adultos y con otro grupo de lectores, la mayoría, que llegan desde la enseñanza. Es decir, los de lectura obligatoria. Eso ha creado un círculo vicioso que hace que se escriba expresamente para ser asimilado sin problemas, es decir, se piensa en las ventas. En este momento, el enemigo de la literatura es el propio libro, puesto que en una misma estantería tenemos obras escritas con vocación literaria y un mínimo de autoexigencia, junto a auténtica basura. Todo ello con la excusa de que hay que ampliar el número de lectores. Y cada vez se produce y se traduce más literatura de ese tipo, Harry Potter y compañía.

Existe una literatura de estación, o de apeadero, mejor, y algunos se alegran de ello, porque piensan que lo importante es hacer muchas ediciones en euskera, que hay que escribir “para el pueblo”. Debemos luchar contra eso, el objetivo de la literatura no es la euskaldunización.

Por tanto, quien desee hacer una literatura exigente no tiene ningún modelo al que recurrir y ha de inventar sus propias reglas y expresiones en cada caso. El euskera tiene todavía mucho con lo que romper, mucho que transgredir, a no ser que deseemos funcionar con fórmulas. No se trata sólo de terminología, se trata también de sintaxis, de estilística… Toda una retórica, ese euskera elegante que, para mí, no es mas que un eco del lenguaje misional, del sermón.

Además de literatura, usted ha realizado muchos trabajos de encargo: traducciones, antologías, conferencias, guiones… Se encuentra usted en una atalaya inmejorable para conocer la situación del euskera.

Trato de estar atento… Ahora tenemos un nuevo factor: la contaminación propia. Antes vivíamos bajo la influencia del castellano o del francés, en este

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momento el propio euskera también contamina. Muchos de los tópicos, clichés y lugares comunes que se crean directamente en euskera se han convertido en un auténtico problema para mí.

Entonces sufrirá usted bastante leyendo muchas de las cosas que se escriben diariamente…

Recuerdo una expresión que leí hace poco en la última novela de un magnífico escritor nuestro, “eguraldi desatsegina egiten zuen”, es decir, “hacía un tiempo desagradable”. Bueno, el euskera es una lengua, como el francés o el ruso, todavía bastante apegada al agro, afortunadamente: ¡en nuestro idioma hay docenas de fórmulas para describir los matices del tiempo atmosférico! Decir que el tiempo era “desatsegina” [desagradable] es una dejadez mental, un calco del castellano y un tópico en el estilo. Ya le he dicho antes que no soy filólogo, no voy a condenar toda una novela por una palabra. Pero el instrumento del escritor es la lengua, y para hacer erotismo, por ejemplo, el escritor debe utilizar la propia erótica de la lengua, todas las interrelaciones que subyacen en las alusiones, en los dobles sentidos, en la cara oculta de las palabras. No entiendo que un narrador rechace los recursos lingüísticos.

Yo no doy ninguna fórmula, pero me exijo a mí mismo cierta dignidad: polisemia, ironía, humor… Intento escribir textos que no infantilicen al lector. El otro día estaba releyendo un texto mío y estuve a punto de tirarme por la ventana cuando tropecé con una expresión que había utilizado. Los escritores tenemos que ir en contra de las fórmulas correctas, tenemos que proponer otra forma de contar, más elevada o más vulgar, pero jamás la establecida, cómoda y falsa. Yo había escrito una fórmula vacía, un cliché, una palabrería que no sirve para nada, creada desde el propio euskera.

En ocasiones usted inventa palabras partiendo del propio idioma. Es algo que empleó bastante en su novela Agirre zaharraren kartzelaldi berriak [Nuevas prisiones del viejo Aguirre].

Hice algún intento, sí, pero no creo que se trate de grandes hallazgos, y como único mérito reconocería que intenté provocar una sonrisa agridulce, y no hacer meros juegos de palabras.

En esto contamos con un gran maestro, el dibujante Antton Olariaga. Merecería más que nadie ser miembro de número de la Academia de la Lengua Vasca. Es un gran escritor, yo lo propongo como socio de honor de la Asociación de Escritores. Tal vez sea el hecho de tratarse de un artista plástico lo que le da esa facilidad para embellecer el idioma al tiempo que lo trasgrede.

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¿Acepta usted la utilización de un euskera más estándar o más humilde en otros géneros como el periodismo, etc.?

El periodismo se ha desarrollado mucho estos últimos años, y han surgido subgéneros. Yo incluyo la crónica dentro de la literatura, y también el articulismo. De hecho, en la antología de la literatura4 que preparamos Xabier Mendiguren y yo lo hicimos así.

Pero en ese caso, en cierta manera reconoce usted el valor de un lenguaje no tan literario, o no tan cuidado…

Sí, pero tampoco se trata exactamente de eso. En muchas ocasiones los cronistas demuestran su valía cuando escriben en un nivel inferior al euskera oficial. Por ejemplo, las crónicas de Batxi Bilbao, ese humilde y estupendo marino-escritor que descubrimos Iñigo Aranbarri y yo, lo demuestran. Escribe en un nivel inferior al de su coetáneo y maestro Kirikiño, y por eso mismo lo supera. Lo que relata es cosmopolita, ofrece una visión del mundo más amplia que la de su maestro, y al mismo tiempo utiliza un euskera inferior a la lengua oficial de su época, un lenguaje popular que posee una gran fuerza. No escribe en el estilo de Kirikiño, considerado entonces y hoy como una gran pluma del periodismo, su euskera no es “elegante”, es otro euskera, no totalmente alejado del purismo aranista, pero lejos de la corrección, más basto, sin refinar, de una sintaxis mucho más libre. Justamente, es muy literario. Casi todos los escritores que han pasado a la historia de nuestra literatura como “excelentes prosistas” no son mas que escritores académicos.

Antes ya se ha referido brevemente a este tema, pero, a pesar de escribir en euskera, siempre tiene a su lado otras lenguas, en su caso el español y el francés.

Y también el gallego, y el portugués.

¿Ha sentido alguna vez la tentación de escribir en esas lenguas?

Ngugi wa Thiong’o, el gran escritor keniata, ha abandonado el inglés y se ha puesto a escribir novelas en kikuyo, una lengua en la que sólo había, en papel, la traducción de la Biblia. ¿Ve usted? Se repite la historia de la

4 Ver la bibliografía de Koldo Izagirre que figura al final de la entrevista. (N. del E.)

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dominación… Ngugi wa Thiong’o ha tenido que hacer un enorme trabajo para descolonizar su idioma. Repito que me hice escritor en un proceso de plena recuperación de mi lengua, hace tiempo que hice mi opción lingüística. Sería absurdo que escribiese en otra lengua que la que me ha hecho como escritor. ¿Para qué habría de hacerlo?

Para conseguir publicidad, para ser leído en el mundo…

¿Usted cree que si Lizardi hubiera escrito en castellano hoy lo leería alguien? Y, aun así, se trata de un escritor universal. Yo tengo que esforzarme en escribir cosas que sean interesantes también en el futuro. Y eso es un mundo: son muchos más lo que actualmente leen a Lizardi en euskera que los que hubieran podido leerlo en su época en castellano. Y para ser leído en el mundo la clave no es el idioma, la clave es la promoción.

¿Y la importancia de la traducción? Hoy en día cada vez se traducen más obras vascas a otras lenguas. ¿Qué importancia le da a esto?

Le daría una gran importancia si se distribuyeran. Miramos en exceso hacia el sur, y no nos damos cuenta de que el mercado es todo el mundo, no únicamente el Estado español… En ese ámbito necesitaríamos un gran esfuerzo institucional para mostrar a lo largo y ancho del mundo la diversidad del País Vasco, tanto en música, como en literatura o danza…

Dentro de los pasos que se han dado hasta el momento, aunque no hayan conseguido gran difusión, ¿cuál le parece el más interesante? Existen algunos autores, y por nombrar al más conocido hablaríamos de Atxaga, que han hecho ya camino en otras lenguas, ¿cree que se ha conseguido despertar el interés de alguien hacia nuestra literatura? ¿Para qué traducir si nadie lo demanda? También ese razonamiento subyace en este asunto.

El hecho de no traducirnos también podría responder a un cierto temor. Pero ahora podemos decir claramente: “Esto es lo que hacemos, y lo hacemos en nuestra lengua, no hay ninguna concha protectora ni nada que se le parezca, pueden leerlo ustedes traducido al cristiano, y ésta es la mediocridad que producimos, similia r a la suya” (hab lo en genera l ) . Aunque no despertemos un gran interés, quien lo desee lo tiene a su alcance. ¿Que nadie lo demanda? Incluso así, “nosotros somos esto”, no mentimos. Eso es lo que tiene la traducción, que puede ser válida para que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, en la medida que posibilita que otros opinen, y lo hagan sin

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sentimiento proteccionista alguno. Son muchos los vascos que pasan anualmente por comisaría, es hora de que lo haga también su literatura.

A su juicio, ¿la traducción es algo que fundamentalmente tienen que impulsar las instituciones?

Fraga, desde los inicios de la Xunta, y ya han pasado unos cuantos años, subvenciona casi automáticamente las obras traducidas del gallego. El Gobierno Vasco ha empezado a hacerlo veinte años después. ¿Qué necesidad tiene el gobierno brasileño, siendo, como es Brasil, todo un continente, de ver traducida la obra de uno de sus escritores al euskera? Pues, aun así, cuando una obra brasileña se traduce al euskera, la paga el gobierno brasileño, y esa dinámica funciona en todo el mundo. Las instituciones públicas tienen que llevar adelante esa labor de promoción… “Ven a Euskadi, y cuéntalo”, dice el eslogan. ¡Pero no hay por qué obligar a todo el mundo a venir aquí, podemos ir nosotros a contarlo por el mundo! Si se hubiera dado a la música un tercio del impulso que se ha dado al cine realizado aquí en castellano, nuestros músicos se moverían mucho más fácilmente por Alemania, Italia, la República Checa o Francia…

6

El peso de la historiaSoy de izquierdas y no me ocultoAquellos “maestros” de escuela

La violencia ha de ser revolucionariaLa patria, en primer lugar, es pan

Soy abertzale, no nacionalista

En su obra se percibe una cierta relación con la historia más cercana, al menos en sus tres novelas: Euzkadi merezi zuten [Merecían Euzkadi], Nik ere Germinal! egin gura nuen aldarri [Yo también quería proclamar ¡Germinal!], Agirre zaharraren kartzelaldi berriak [Nuevas prisiones del viejo Aguirre]…

¿Y qué quiere? En 1968 yo tenía quince años. La muerte de Txabi Etxebarrieta, la condena a muerte de Sarasketa, dos años más tarde el Juicio de Burgos… todo eso ha tenido una influencia directa en mi formación. Y el Che Guevara, la guerrilla boliviana, Vietnam, Mayo del 68, donde, por cierto, no estuve… Aquellos fueron años de la izquierda que condicionaron por completo mi adolescencia. El mundo me situó ante una serie de opciones, y hoy sigo creyendo en aquellos ideales. Pero el fondo de mis dos últimas novelas no es la recreación histórica…

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Sus protagonistas, Angiolillo y Metxa, son oprimidos del mundo, pero también son en cierta manera activistas éticos. De los que llevan sus convicciones hasta el final.

Son coherentes, pero no estereotipos. No son héroes monolíticos, héroes del realismo social. Ambos son muy individualistas, y en eso se basa su rabia. En cierta medida van contra corriente, pero su primera preocupación son los demás. Son inconformistas, pero saben distinguir lo principal de lo accesorio.

Estos últimos años están de moda otro tipo de héroes, el ex, el que fue, el derrotado o el que vive en un puro cinismo… No me parece un personaje atractivo. Conozco a algunos de ellos en la vida real, y no son personas muy interesantes; me aburren enormemente, porque son predecibles en casi todo.

Yo no entiendo muy bien cómo nadie puede situarse por encima de las luchas, y lo he escrito en alguna parte: estoy de acuerdo con Jon Juaristi, realmente no entiendo la postura de Eli Gallastegi, que, ante un alzamiento fascista, dice: “Esta guerra no es la de los vascos y me voy a Irlanda…”. Se puede huir de la guerra, pero no declarar que no nos incumbe.

Estamos implicados en cierta medida por todas las guerras. En la postura de Ben Laden, por ejemplo, existe un elemento antiimperialista, que no ha de ser necesariamente de izquierda, puede ser islamista reaccionario, pero el componente antiimperialista existe, lo mismo que sucedió en la guerra de las Malvinas. Y nos toca de lleno. ¿Acaso no dicen que el vuelo de una mariposa en Japón es parte de nuestro equilibrio? Pues en este mismo momento mi futuro se está jugando en Ramallah. Es tan cierto que todas las guerras me atañen que han inventado las ONG para tranquilizar mi conciencia, así como el concepto de “guerra humanitaria”…

¿Podemos por tanto considerar a Izagirre como un autor claramente de izquierdas?

Yo soy de izquierdas, y supongo que eso se reflejará en mi literatura, no intento esconderme. Y no crea que soy de izquierdas por pose o por militancia, lo soy de una manera natural: la imagen de mi padre es un hombre con buzo, vi muchas más veces sus pies bajo los coches que su cabeza al volante de su Simca 1.000; mi abuelo paterno fue docker, estibador, descargador en aquel mismo muelle en que viví, era un niño abandonado de la inclusa de Villabona, uno de tantos oprimidos de la tierra… Mis amigos de juventud eran y son mecánicos de garaje, repartidores de cerveza, trazadores de fundición, montadores eléctricos, empleados de bar, oficinistas… Ahora bien, ¿por qué un escritor puede ser calificado como “autor de izquierdas”, mientras nunca se denomina a nadie “autor de derechas”? ¿Por qué ser de izquierdas implica, para el escritor, tener etiqueta, y ser de derechas no? ¿Hemos oído que alguien sea “autor de centro”? Es muy interesante…

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Hablando de estas cosas, usted ha afirmado que en nuestras letras predomina el realismo burgués.

Sí, así es. En mi opinión tenemos una importante colección de poemas, relatos y novelas que utilizan los valores estéticos de una burguesía deslucida, se nieguen esos valores o no: exotismo, frivolidad, lenguaje fácilmente comprensible, individualismo, pequeños saltos en la linealidad d e l a narración… Y, como componente “progresista”, un asqueroso paternalismo para con los oprimidos y marginados.

También es importante en sus textos la presencia de la violencia y la represión. Quizá porque, en cierta manera, usted las ha padecido.

Acabo de leer las torturas que ha sufrido Iratxe Sorzabal, y quien las haya leído difícilmente podrá decir que él también ha padecido algo. Pero un escritor puede escribir literatura negra y describir unos crímenes sin saber exactamente qué se siente al rajarle el cuello a alguien. Puede describirlo perfectamente, o al menos hacerlo pasar por real. Ése es el talento de los grandes escritores: escribir “como si”.

Es decir, como si hubieran sufrido.

Por hablar de padecimientos reales, yo sufrí un largo encarcelamiento de nueve años cuando hice el bachiller en los frailes de Lasalle. El primer día que entré, vi la tortura, y durante nueve años vi tortura todos los días.

Años más tarde me encontré con uno de aquellos sádicos en las fiestas del pueblo, iba de paisano y estaba jurando y ciscándose en dios ante una chozna porque no le servían tan rápido como él quería. Le llamé la atención, recordándole a cuánta gente había castigado él por decir cosas mucho más suaves, y haciéndose el sorprendido me respondió: “¡Eran otros tiempos!”. ¡Pero en aquellos “otros” tiempos, los que teníamos nueve años estábamos en contra de la tortura! “Eran otros tiempos”, pero ya para entonces nos solidarizábamos con los torturados. Fue algo muy duro: golpes, bofetadas, reglazos, castigos sádicos, toqueteos, chantajes…

Uno de nuestros mayores héroes fue, y lo será siempre, un alumno que delante de todos le dio un puñetazo en pleno rostro a su tío fraile, y con razón. Lo expulsaron… Él tuvo el suficiente valor físico y moral para enfrentarse al torturador. Aquellos fueron años terribles, basta con recordar los motes: El Ogro, El Pantera, El Águila… Lo único que aprendimos en Lasalle fue a pasar miedo y, en consecuencia, a mentir.

Aquella violencia física, luego, se convirtió en violencia institucional. Es terrible, la persona a la que treinta años más tarde nombraron para

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defenderme, el Ararteko5, era uno de aquellos legionarios que torturaban niños…

Durante la dictadura era el hermano Javier, y en la democracia Xabier, castellanohablante entonces y después. Tengo la violencia muy interiorizada, sí. Es un trauma que no superaré jamás, no puedo creer en la paz de esta sociedad. ¿Cómo podría imaginar una violencia más institucionalizada? Parece una parodia inventada.

Sin embargo, no es la única violencia, hay otra violencia que interviene en nuestra vida cotidiana.

Es cierto, llevamos tres muertos a la semana por “accidente laboral”, como se llama a la violencia patronal.

No me refería precisamente a esa violencia…

Entiendo. Está claro que “esa otra violencia” tiene su influencia… En mayor o menor medida, también yo pertenezco a una generación que ha sido resistente, y esa generación ha practicado la violencia.

El protagonista encarcelado de su última novela tiene una relación directa con ella.

Que yo sepa, ese personaje no lleva a cabo acciones violentas, y además dice, si no me equivoco, que la política es el arte de superar el deseo de venganza.

El personaje no está a favor de la venganza, tampoco yo lo estoy, y creo realmente que las consecuencias de la violencia, hoy, no favorecen el avance del proceso político. Pienso que en este momento no colaboran a elevar la conciencia popular, sino que hacen que disminuya.

No tengo ningún problema en declararlo en cualquier lugar: no todas las violencias son revolucionarias, y llega un momento en que la violencia no resulta políticamente rentable para la izquierda, porque no contribuye a que la sociedad cambie a mejor. Hay un eslogan que dice “El camino es la lucha”, pero nos encontramos sin poder avanzar en ese camino, justamente porque ese tipo de lucha, tal como se está practicando, ha traído el inmovilismo. Corrijo: ha traído la involución.

5 Defensor del Pueblo en la Comunidad Autónoma del País Vasco. (N. del T.)

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En muchos de sus trabajos, tanto en poesía como en prosa, se siente la añoranza producida por la falta: la añoranza del pueblo, la añoranza del idioma…

Procuro huir de los conceptos abstractos. Una de las pintadas que más me ha chocado fue una que vi en Galdakao, no sé si era de patriotas de derecha o de izquierda, y decía: “No tengo hambre de pan, sino de patria”. Estoy a favor de quienes tienen realmente hambre de pan, y la patria, en primer lugar, es pan.

Entiendo la nación como un concepto popular de ciudadanía, la patria y esas cosas, lo abstracto manipulable, me dan bastante miedo… En algún lugar he escrito que todas las patrias tendrían que ser pequeñas.

Sin embargo, en el poemario Non dago Basques’ Harbour aparece su ausencia, como motor.

El título completo es Non dago Basques’ Harbour eta beste madarikazio batzuk [Dónde está Basques’ Harbour y otras blasfemias]. No se trata por tanto de una pregunta, sino de una blasfemia, y en el poema que da título al libro digo: “No hago una pregunta / Cuando pregunto / Dónde está Basques’ Harbour”. Lo importante es navegar, y no llegar a un puerto en concreto. Lo importante es el proceso, y cuanto más lejos vamos más libres somos, y así asumo, interpretándolo a todos los niveles, que la meta es el viaje, que la meta no se reflejará en cosas vulgares. Un Estado vasco no me interesa en absoluto, a pesar de que esté a favor de pract icar e l derecho de autodeterminación: la utopía sirve para avanzar en la práctica. La lucha es precisamente el camino, la constante evolución. Las utopías no pueden ser menores ni mezquinas, yo aspiro a una gran confederación de pueblos libres. Soy abertzale, amo mi lengua y mi país, pero no soy nacionalista en absoluto. Soy vasco para ser universal y solidario. La independencia respecto de España y Francia es sólo un paso, y no el más difícil.

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El euskera y los nacionalistasEl baile entre los géneros

La magia de la novelaNo somos una generación, ¿o sí?

La poesía del siglo XX

El euskera y el nacionalismo vasco han sido compañeros de viaje. ¿En qué han resultado complementarios y en qué un obstáculo mutuo?

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El nacionalismo aranista estuvo a punto de ahogar al euskera. Es cierto que supuso un revulsivo, que hizo que se agitara el agua estancada, que tuvo su lado positivo, pero fue un tratamiento de shock. Había una enorme distancia entre su forma de escribir y los posibles lectores. Los aranistas ni creían en el idioma ni creían en el pueblo, así que resultaron beneficiosos desde el punto de vista de la agitación, pero en la práctica hicieron un enorme daño. Cuando el nacionalismo entra en el terreno de la lengua, siempre resulta perjudicial, porque indefectiblemente aparecen las purgas. Se limpia el vocabulario aún más de lo que lo ha hecho la Iglesia, un desastre. Les interesa más la lengua como tótem que como herramienta.

Si los nacionalistas no trabajan a favor del euskera, ¿quién lo hará?

É s e e s o t r o d e l o s e l e m e n t o s d e n u e s t r o p e q u e ñ o d r a m a pequeñoburgués. Si los partidos nacionales no se mueven a favor del euskera, nadie lo hará, y cuando los partidos nacionales se movilizan, entonces los estatalistas y regionalistas les acusan de utilizar el idioma políticamente. No tocarlo, no usarlo, por defecto, resulta que no es manipulación política… Es la cantinela de siempre de los imperialistas lingüísticos. Yo preferiría que fuéramos vascohablantes sin tener que ser necesariamente abertzales. Actualmente, sin embargo, no veo que sea así (vuelvo a hablar en general), y hay ex parlamentarios socialistas europeos que, sin saber euskera, se sientan en el Consejo Asesor sin que nadie de su partido alce la voz, ni siquiera los vascófilos… De todas maneras, esa nueva situación llegará, y cuando llegue me alegraré muchísimo, ¡es algo que también me conviene desde el punto de vista profesional!

¿Cuál ha sido hasta ahora para usted la mayor dificultad a la hora de escribir y ser escritor?

Por la época que me tocó vivir cuando era un jovenzuelo, me ha resultado bastante fácil publicar. Incluso he publicado más de lo que ahora me gustaría; si empezara a elaborar mi efigie eliminaría algunos de mis trabajos, casi todos, como si pudiera decir: “yo empiezo en tal año”. Muchos escritores tienen una prehistoria, y yo también.

Quizá fuera consecuencia de la falta de competencia.

Sí, todo lo que se escribía y publicaba era importante. Luego han pasado los años, y esos textos han ido cayendo. Afortunadamente, porque eso quiere decir que han sido desplazados por otros de mayor nivel. Pero en su momento

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son importantes, o así lo parece. Tenían otro eco, porque se publicaba muy poco, y todo era importante… ¡Cuánto de aquello no salía con la etiqueta de “En esta obra se aborda por primera vez en euskera el tema de…”!

Y la misma persona que entonces escribía supuestamente malos textos, ahora vive de la escritura…

Y n o t e n g o q u e i r a f i char a ningún sitio, trabajo en zapatil las cómodamente en mi casa, a mi aire… No puedo quejarme, se puede vivir de escribir en euskera. No de la literatura vasca, al menos no yo, pero sí de escribir en euskera.

Escribo guiones de audiovisuales, colaboraciones que me piden para alguna exposición, textos para la escena… De vez en cuando traduzco, antes más, lo que es una buena señal, pues demuestra que el mercado ha avanzado y existe una industria bastante variada.

¿Ha tenido alguna crisis?

Pasé una temporada bastante larga, de 1985 a 1990 más o menos, en la que no tenía ninguna gana de escribir, entregado a un trabajo que exigía mi dedicación día y noche y al que no veía un futuro claro. Pero no tenía coraje para romper con la dinámica cotidiana. No vivía nada a gusto, fueron para mí años duros desde todos los puntos de vista, hasta que un joven me llamó porque tenía que hacer un trabajo sobre Oh! Euzkadi. Él me salvó.

Nos reunimos al día siguiente y creo que Xabier Mendiguren y yo nos hicimos amigos en aquel mismo momento. Gracias a él pude conocer a la nueva generación de Argia: Arano, Arrese, Landa, Sastre, Ubeda, Uria, Zubiria, Zumalabe… Habían creado la editorial Susa, y puede decirse que ellos me hicieron volver a escribir. El libro de poemas Balizko erroten erresuma[Tierra de molinos imaginarios] marca el comienzo del final de esa crisis, ahí acaba mi adolescencia, o, tal como he dicho antes, la prehistoria del escritor Izagirre.

Actualmente comentamos y nos consultamos multitud de cosas, y al menos yo no puedo imaginar una semana en la que no hable con Josu Landa, Gorka Arrese o Xabier Mendiguren. Y no solamente como escritor, también en mi vida personal me han ayudado mucho, especialmente Josu Landa.

Como escritor le hemos visto incluso subido a un escenario, le hemos visto declarando en un juicio, le hemos visto dando conferencias, y también mostrando su apoyo o su crítica en diferentes cuestiones. ¿Cree que nuestra

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sociedad le ha adjudicado, como escritor, un papel excesivamente hinchado en comparación con escritores de otras sociedades, o piensa que es similar?

Personalmente pienso que estoy sobrevalorado. Ahora contamos con algo de lo que antes carecíamos: medios de comunicación; ahora tenemos nuestros propios medios, medios en euskera. Si no los tuviéramos, seguramente, incluso con la misma obra, seríamos todos mucho más anónimos. Hoy en cambio casi es noticia incluso el hecho de que estés escribiendo, aparece como novedad, “está escribiendo, o ha colgado de Internet el segundo capítulo de no sé qué”…

¿Está excesivamente hinchado el papel de los escr i tores? En comparación con los deportistas, no. ¿Y qué sucede en otras sociedades? Bueno, creo que los escritores vascos somos bastante humildes. Viendo a los españoles y a los franceses, ¡caramba!, uno se fija en cómo aparecen en los medios, en las tertulias, en las firmas de libros, vemos cómo hacen sus p romoc iones , cómo op inan sobre lo d iv ino y lo humano, o sea , preferentemente sobre los vascos y lo vasco en general…, pues pienso que somos más humildes. Nuestra lengua no ha tenido ni tendrá durante un buen tiempo ningún imperio, y eso supone una ventaja para ser mínimamente normal.

Diría que otra de las características de su forma de escribir es el mestizaje, la mezcla de géneros. En ocasiones hace usted poesía narrativa, y también prosa poética. Sus crónicas periodísticas no suelen ser meras crónicas, siempre tienen un toque literario… Le gusta esa mezcolanza.

Cada vez queda más claro que la división de géneros es meramente académica…

Es lo que sucede, por ejemplo, con la poesía de Pako Aristi. Si la viéramos escrita de seguido, diríamos que se trata de sketchs, de historias… Pero las vemos en forma de poesía y, claro, eso tiene su importancia, el lugar que la palabra toma en el espacio es relevante… Los poemas de Aristi tienen una gran magia porque no parecen del “género poesía”. También Atxaga ha producido hermosos textos mezclando géneros… En el fondo, se trata de utilizar los recursos de que uno dispone. “En este texto utilizaré poemas, citas, entrevistas, relatos… sin importarme si estoy dentro de una preceptiva o no, porque así me lo pide el tema que trato.”

He escrito dos libros de crónicas, Merry Christmas, Panama y Ez duk erraza, konpai [No es fácil, compay], sobre Panamá y Cuba respectivamente. Este último, por decirlo de alguna manera, es algo fantasioso. Tiene su parte de ficción y su parte de reportaje, también se entremezclan personajes inventados y ciudadanos reales… Es una crónica híbrida, y habrá quien lo deteste, quien diga “¿Qué es esto, una novela, una crónica, o nos está tomando el pelo?”.

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Ha dicho usted que es contrario al realismo…

Sí, pero fíjese en lo que me sucedió. Cuando me encargaron el segundo libro de crónica –y seguramente el hecho de que fuera un encargo también influiría en mi decisión–, me dije: “Bueno, antes hice lo que quería como escritor, un libro escrito por el escritor Izagirre. Ahora actuaré como periodista”, y así escribí Merry Christmas, Panama, esan zuen heriotzak [Merry Christmas, Panamá, dijo la muerte].

Ese libro se encuadra en el género de la crónica, sin ningún aditivo literario: documentación, presencia in situ y entrevistas. Pude demostrarme que sabía hacerlo, y con ello quedé contento. Pero Xabier Mendiguren me dijo: “No me ha gustado nada, esperaba una mayor implicación de tu parte. Esperaba otra cosa, esperaba al escritor”, y eso me alegró muchísimo. Por un lado, porque había superado la prueba que me había planteado, realizando un trabajo estricto de periodista, poniendo un stop al escritor, tal como yo creía que exigía el encargo que me había hecho Euskaldunon Egunkaria. Y, por otra parte, porque Xabier me dejó claro que al lector inteligente le resulta más interesante la diversidad de recursos que implica la mezcla de géneros.

Otra de las herramientas que utiliza con frecuencia es la ironía.

El humor es una buena arma, y creo que el humor del pueblo llano se basa en la ironía. No obstante, aún nos queda mucho por aprender, hay poco humor en nuestra literatura culta. Yo diría incluso que en ocasiones nos ponemos demasiado trascendentes.

¿Cuando escribe un texto busca usted algo más, quiero decir, cierta musicalidad o algo parecido?

Es cierto que cada texto tiene su propia música, su ritmo, su entonación, y una sola palabra puede estropear la “melodía”. Corrijo mucho los textos, y siempre intento leerlos en voz alta. Suelo volver locos a Gorka Arrese y a Josu Landa con las correcciones de última hora. Muchas veces me levanto con el texto de la víspera totalmente reescrito in mente, y cambio todo de un tirón. Parece una pose estilo Desnos, pero es cierto.

Estoy obligado a preguntarle sobre la crisis de la novela.

Se trata de una discusión totalmente académica, no sé desde cuándo se está diciendo que la novela ha muerto y luego aparece gente como Mia Couto

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o Hampaté Ba o Ahmadu Kuruma, gente a la que le importan un pimiento los formalismos, con obras muy hermosas, es esa literatura emergente de la que le hablaba antes. En África se están escribiendo muy buenas novelas, con voluntad de universalismo, pero al mismo tiempo con un toque fantástico que no debe nada a ninguna moda, no todo es mera influencia literaria o libresca, porque saben tomar elementos de su tradición oral para emplearlos en el análisis de la realidad postcolonial…

Por tanto, la novela como género es aceptable.

Siempre muere y siempre se renueva. ¿Qué pensaría un escritor del siglo XVII al leer Don Quijote de la Mancha? Supongo que diría: “Después de leer esto, ¿qué carajo puedo escribir yo?”. Pensaría, sin duda, que la novela había muerto, que no se podía escribir nada nuevo, que el género había alcanzado su cumbre. Muchos de los que dicen que la novela ha muerto me parecen sofistas que lo mismo defenderían, por ejemplo, que ha muerto la sinfonía, que ha muerto la pintura… o que nunca conseguiremos adelantar a la tortuga.

¿Qué ha de tener una novela para ser buena? ¿Cuáles le gustan a usted, como lector?

Me gustan de todo tipo, ya le he dicho antes que soy diletante, bastante indiscriminado. No me limito a una única escuela, estoy abierto a todos los estilos… Lo mismo me gusta el Jorge Amado de Jubiabá que el Kenzaburo Oe de la primera época. Más que aprender, mi objetivo como lector es disfrutar.

¿Rechaza usted el experimentalismo?

El experimentalismo es necesario, sin ninguna duda. Sería imposible avanzar sin él, es necesario romper con las estructuras, formas y modos conocidos de narrar. Pero no es lo mismo experimentalismo que manierismo, ejercicio literario, gimnasia.

Hay novelas que me parecen estar escritas para probar una teoría literaria. Eso es ahogar la literatura, porque se limita a aplicar fórmulas. Hasta el surrealismo se convirtió en una fórmula…

Por decirlo de alguna manera, ¿niega usted que la reflexión sobre la propia novela sea un avance?

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No, pero estoy a favor de superar la teoría, pretendo ser dialéctico. Tomemos a Zola, ya que es su centenario. Podemos decir que en general los personajes de sus novelas están predeterminados por el peso de la teoría naturalista. Eso es lo que estudié en los manuales. Luego coge usted una novela de Zola… ¡y no sucede eso! Si se lee directamente a Zola, y no únicamente su teoría, se ve cómo aparecen cuestiones con un gran valor simbólico…

Ponga un ejemplo.

Tomemos, por ejemplo, La bête humaine: la máquina como un ser humano, el amor sin sexo entre la máquina y el personaje, la presencia de los colores, la obsesión del rojo, la importancia de los relojes…, nos encontramos con una riqueza inmensa que no podría entenderse si nos limitáramos a aplicar la teoría naturalista. Lo mismo sucede con La faute de l’abbé Mouret.

Es algo que se repite en los grandes autores: lideran un movimiento, pero superan la teoría, porque tienen un instinto incontrolable de escritores cuando se enfrentan al texto. Las teorías, en muchos casos, surgen como negación de una corriente anterior, proponen nuevas formulaciones. Pero luego, cuando el creador trabaja sus ficciones, mezcla los géneros, no aplica sus propias normas, las supera e introduce otros elementos, fantásticos.

No obstante, ¿qué magia ejerce la novela sobre el lector? Cuando se publica una novela, los lectores sabemos ya previamente que lo que se dice allí es falso, es mentira, que es una mera ficción del escritor, y aun así, intentamos buscar verdades. ¿Qué es eso?

Una paradoja, porque la novela muestra una verdad que sólo puede expresarse mediante esas mentiras. La novela es un instrumento de investigación, pero no sólo eso: tiene una dimensión fantástica –la palabra ficción resulta limitada para lo que quiero expresar–, algo muy diferente a un informe. Eso es lo que son las novelas de estación o de apeadero, informes o historias curiosas construidas a través de unos personajes, pero cuando el escritor es realmente un creador añade un plus, algo que nos obliga a abandonar nuestra comodidad, porque pone ante nuestros ojos algo que una investigación técnica no podría mostrarnos, nos desplaza el punto de vista.

Ésa es la verdad de la novela, lo que el informe no puede ofrecer. La belleza que se crea al negar de manera artística esta realidad restringida puede ser una mera invención, pero jamás será banal.

¿Existe influencia de otras artes en sus obras?

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Hay quien me ha comentado que en mis diálogos se percibe la influencie del cine. Es posible.

Quizá porque ha trabajado en ese campo.

No es imprescindible haber trabajado en ello para recibir su influencia, pero es cierto que durante cierto tiempo, cuando estuve haciendo cine con Antxon Ezeiza6, me ejercité bastante. Éramos partidarios de la concisión y de aportar siempre una información añadida en los diálogos, Antxon es muy buen dialoguista. Es posible, por tanto, que tenga cierta influencia. Pero a mí siempre me ha gustado la elipsis, soy incapaz de mostrar lo que me parece evidente. Puede que sea cuestión de pudor, algo que parece incompatible con la escritura.

¿Sin falsas modestias, cuál considera que es su cartel, qué han aportado sus obras que no hubiera antes?

Todos aportamos algo que previamente no existía, porque nuestra literatura es algo que estamos elaborando. Tenemos una literatura vasca, sí, pero aún estamos conformando un corpus entre todos…

Como ya sabe, en este libro aparecen cinco autores. ¿Podría decirse que pertenecen todos ustedes a una misma generación?

No lo creo. No sé cómo se verá desde fuera. No obstante, habría que saber a qué punto de vista nos estamos refiriendo. Hay maneras muy diversas de hacer la historia, habrá quien nos incluya a todos en la misma categoría cronológica y otros que no lo harán. No existe demasiada relación entre nosotros, y no creo que nuestros proyectos literarios sean similares.

Yo distingo enseguida, me basta con un párrafo, de quién es una obra concreta, y creo que también el público distingue rápidamente los estilos, los temas, los tratamientos.

En general, ¿qué suelen decirle los lectores?

6 La película Ke arteko egunak (1989). El guión está publicado, ver bibliografía de Koldo

Izagirre. (N. del E.)

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La idea más extendida entre los lectores, al menos la que a mí me ha llegado, es que soy difícil. Es posible que sea por la elipsis a la que antes me he referido, o por la ironía.

¿Se le ha acercado alguna vez algún admirador especial, por razón de sus obras?

Todos tenemos determinados admiradores, y a veces uno piensa si se tratará realmente de lectores o si serán tifosi o algo parecido… Es la figura del euskaltzale, del vascófilo que se alegra porque has publicado un nuevo libro, se siente feliz porque ve que avanzamos aunque no le guste tu literatura, o no la conozca excesivamente. Es una figura importante en nuestra cultura, que da mucho dinero, que siempre nos ensalza… No será muy crítica, pero a ella debemos gran parte de lo que somos.

Yo tengo un entorno muy favorable con los amigos de la editorial Susa: Iñigo Aranbarri, Gorka Arrese, Mikel Elorza, Juanjo Iribar, Josu Landa, Jose Luis Otamendi… Y también Xabier Mendiguren, aunque él pertenezca a la editorial Elkar. Les debo mucho, están llenos de proyectos y son trabajadores incansables, algo bastante excepcional entre la gente de letras. Me animan, me dan tareas, no tienen pelos en la lengua a la hora de criticar, solemos mantener discusiones muy interesantes sobre los textos… Me han abierto un mundo, han posibilitado mis relaciones con los más jóvenes… Por ejemplo, en Susa me aceptaron una locura tan hermosa como XX. mendeko poesia kaierak7 [Cuadernos de poesía del siglo XX]…

Se ha convertido usted en crítico y antólogo.

Con la excusa del final de siglo, se me ocurrió hacer una especie de repaso de un género que ha estado muy relegado en los últimos veinticinco años. Bueno, y también porque me gusta la poesía, me gusta como sólo puede gustarle a un mal poeta. Quería hacer un homenaje a esos grandes autores relegados.

En general, ¿puede decirse que existen unas líneas generales en nuestra poesía?

Yo diría que la poesía es la que mejor y más concretamente ha intentado responder a las preocupaciones y problemas que hemos tenido los vascos

7 NOTA “XX. MENDEKO POESIA KAIERAK”

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durante el siglo. Las revoluciones literarias, en el siglo XX, han venido de la mano de la poesía. Esas revoluciones, tal como señala Joxe Azurmendi, quizá hayan tenido lugar porque nuestra literatura ha tenido que volver a empezar desde cero más de una vez, pero han sido originadas por la poesía. Ésa es la realidad, por lo que queda patente que la nuestra es una poesía plural. Nuestra poesía es, ni más ni menos, nuestra conciencia colectiva moderna, como en el XIX lo fueron los bertsolaris, nuestros poetas repentistas.

¿Se ha encontrado usted con alguna sorpresa al hacer las antologías, o ha sido todo tal como usted esperaba?

Cuando se acude a los textos siempre se topa uno con alguna sorpresa. Vamos cambiando en tanto que lectores, aquello que hace veinte años no nos gustaba ahora puede que nos conmueva, y viceversa. También es posible que tengamos una visión parcial sobre la obra de un autor. A mí me ha sucedido algo así, por ejemplo, con la poesía de Orixe: hay un Orixe místico e individualista, desconocido, mucho más interesante que el Orixe etnográfico de Euskaldunak, y tirando de ese hilo podemos deducir que elabora una poesía del exilio, que los problemas de arraigo y desarraigo de Sarrionandia tienen como precursor a Orixe… Es curioso, pero cuando superamos los estereotipos nos encontramos con sorpresas como ésa.

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Los libros no son los de antesCrítica de la crítica

Funcionarios holgazanesEstoy haciéndome viejoUna hermosa profesión

¿Cómo han cambiado los lectores y el mercado desde que usted comenzó?

Ahora no conocemos al lector, tenemos un pequeño mercado. Antes, poco más o menos, nos conocíamos, ahora no. Los tópicos dicen que, dejando a un lado el público escolar, está compuesto mayoritariamente por mujeres. Pero apenas sabemos nada más.

También ha habido importantes cambios en el mundo editorial. Se necesitan lanzamientos, y existen problemas en la distribución, las editoriales tienen que pelear para que sus libros estén en los escaparates, y además ha desaparecido la figura del librero, los libros se compran en las grandes superficies, y allí no se puede consultar o elegir…

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El comprador acude alimentado por los medios. O por la publicidad, o por las ofertas que se hacen el los propios grandes almacenes: “Los más leídos” o “Los más vendidos en la feria de Durango”, es todo una falacia, y sucede lo mismo en la música, en la música vasca quiero decir… Es todo mentira, puro marketing.

¿ Y qué es lo que hace que un libro tenga éxito?

¿Éxito? Que sea muy vendido.

¿En eso consiste el éxito?

Yo relaciono el éxito con eso, con la venta. Y para vender mucho, a no ser que obtengas un premio fuera del País Vasco, tienes que escribir, para empezar, algo parecido a una novela, en la medida de lo posible lingüística y estilísticamente sencilla, mejor si tiene unas pinceladas de exotismo, que no remueva para nada la buena conciencia de los vascos bienpensantes, que no problemat ice nada… Esos ingredientes, junto con c ier ta dosis de sentimentalismo, hacen que un libro sea un éxito, es decir, que venda más de dos mil ejemplares en un año. Acabo de darle la fórmula, pero ya sabe usted que las fórmulas no siempre sirven…

¿Y la crítica? ¿Dónde está nuestra crítica, cuál es su estado? ¿Es necesaria para el autor?

Sí, por supuesto, necesitamos la crítica continuamente, a ser posible una crítica imparcial. Pero la crítica de los medios de comunicación, ésa que puede orientar al lector de a pie, es cada vez más promocional. Recuerdo una crítica que apareció el año pasado, laudatoria a más no poder, firmada por alguien totalmente desconocido…

Por tanto…

Eso demuestra que la crítica se sitúa cada vez más claramente dentro de la promoción comercial.

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¿Pero agradecería una crítica sensata y honrada?

Sí, pero sé que eso conlleva muchísimo trabajo, exige una gran dedicación por parte del crítico que, además, conseguiría un montón de enemigos, perdería amigos, etc.

Admiro a los jóvenes como Jon Benito, que se toman un trabajo ingente, muy mal pagado económica y moralmente. ¡Qué diferencia entre el comentario personal y enriquecedor de un Markos Zapiain y los que realizan algunos arribistas de la Universidad, repletos de etiquetas y miserias! Zapiain, por cierto, ha sido el iniciador de la crítica como género literario en sí.

Existe la asociación de escritores, la de editores, la de traductores, ¿no son demasiadas asociaciones?

Yo pertenezco a una de ellas, a la Asociación de Escritores, no estoy ni en la de traductores, ni en la de guionistas, ni en la de editores.

¿Es aún necesario el gremialismo?

La Asociación de Traductores ha sido muy beneficiosa para los traductores. Han establecido unas tarifas y han desarrollado una mecánica para la concesión de becas, eso lo han conseguido. La Asociación de Traductores es la asociación de unos profesionales, es por tanto un lobby, y lleva a cabo una labor de presión.

La Asociación de Escritores no tiene poder de influencia, pero bueno, la diferencia entre ambas se basa en el trabajo profesional. La nuestra es algo parecido a una sociedad cultural, o, si lo prefiere, no todos somos trabajadores autónomos, no todos tenemos los mismos intereses profesionales que defender… La Asociación de Escritores será siempre una asociación débil, porque aunque tuviéramos el doble de asociados de los que tenemos, los escritores profesionales pueden contarse con los dedos de la mano. Pero quizá es esa carencia la que le permite desarrollar un buen trabajo por encima de los intereses particulares. Actualmente está adquiriendo una nueva dinámica.

¿La feria de Durango?

En la Feria de Durango nos sucedió algo muy curioso. Allá nos fuimos con Mermelada Ustela o con Zorion Ustela, no recuerdo exactamente, y nos

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pusimos en el mercado a vender las revistas, y entonces nos expulsaron, nos dijeron que nos colocáramos fuera de la feria, eso fue antes de la década de los 80.

Ex is t ía una c ie r ta r ig idez , un gran ce lo por hacer las cosas correctamente, vosotros no habéis pagado un stand, por lo tanto no podéis vender nada dentro. Había una visión mercantilista que seguramente era necesaria en aquel momento para que no se desmadrara, para que aquello no fuera un mercado de indígenas, para que no fuera el mercado de Durango de México, así que los indígenas fuera, y dentro los rabiblancos y los que pagaban impuestos… Ahora, en cambio, hay mucha gente que no paga impuestos y no para de vender dentro del templo sagrado… a cuenta de nosotros, los indígenas.

Se refiere usted a la producción en castellano…

Exactamente. La Feria de Durango nació con otro espíritu, en su momento surgió con el fin de sostener e impulsar la cultura vasca, también se incluía la producción vascófila en castellano porque era necesaria, porque entonces todo era necesario. Pero hoy en día las cosas ya no son así, actualmente en Durango se vende cualquier libro en castellano; por ejemplo, hace un par de años, el libro más vendido fue un recetario de no sé quémonjas, no está mal como muestra….

Los productores y consumidores en euskera estamos marginados en Durango, porque se ha convertido en una megatienda. No tengo nada en contra de los productores y consumidores de otras culturas, pero en Durango obtienen sus beneficios a nuestra costa, porque somos nosotros los que impulsamos la movilización y hacemos el gasto social, no ellos. Antes, las obras en castellano eran sobre temas vascos, temas relativos al País Vasco y temas referentes al idioma, y tenían su influencia en el vasquismo, eso es algo que se ha perdido. Y, por otra parte, el libro en euskera es autosuficiente en todas las disciplinas que pueda ofrecer el castellano en Durango. De hecho, cada vez sube más la venta de autores traducidos del euskera. Creo que habría que crear una feria del Libro y Disco Vasco.

Los premios, las becas y los concursos son tres cosas diferentes, pero al mismo tiempo emparentadas.

Hace no mucho escribí lo que tenía que escribir respecto a ese tema, he hablado públicamente sobre los cambalaches que se organizan y l a desvergüenza de algunas personas.

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Se refiere usted, evidentemente, a los Premios Euskadi y a su artículo “Miren Azkarateren motorista8”…

¡Sí, y mire por dónde, una figura literaria se convierte en realidad: fue el propio motorista, que yo ni sabía que existía, el que me respondió9 con insultos y órdenes…! Ése es el estilo que acostumbra aquí la Administración. Todos, excepto Joxe Austin Arrieta, han callado: los traductores que imponen los premios, los profesores universitarios que premian a sus colegas, los curas que suplantan a escritores en el jurado, los escritores que aceptan la suplantación de un escritor… Todo eso no es más que una gran farsa, provinciana y cutre.

Podría interpretarse que está usted dolido porque no ha sido premiado…

Le recuerdo que yo no concursaba en la edición que critiqué. Pero tiene usted razón, se puede interpretar como pataleo. Pero prefiero que piensen mal de mí antes que tener que escuchar el día de mañana que las cuestiones entre escritores vascos se deciden en vergonzosa camarilla. Yo he denunciado esa omertá de los chanchulleros, y eso siempre acarrea sus riesgos. Los acepto,que digan que estoy dolido. No dirán, sin embargo, que le debo nada a nadie.

¿Cómo, desde dónde puede impulsarse la literatura y, en general, la lectura?

Desde la escuela y desde los medios de comunicación.

Vista la actual producción literaria, ¿qué sentimiento le produce: alegría, pena…?

Todo a la vez, ya le he dicho antes que en mi opinión el mayor enemigo del libro es el propio libro, y ésa es la consecuencia de la producción masiva. Además, por otra parte, se fabrican escritores, cosa que antes no sucedía.

8 [El motorista de Miren Azkarate], Euskaldun Egunkaria, 08-11-2001. (N. del E.)

9 “Koldo Izagirreren motoristari” [Al motorista de Koldo Izagirre], respuesta de Roman

Berriozabal, secretario del jurado de los Premios Euskadi de Literatura, en Euskaldunon

Egunkaria, 10-11-2001. (N. del E.)

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¿Qué quiere decir?

Pongamos, por ejemplo, que un desconocido gana un premio. Enseguida lo persiguen los periódicos, porque necesitan nuevos rostros, y también nuevas firmas de columnistas. Luego aparecen las tertulias radiofónicas con sus demandas. Y puede dar las gracias si no le llaman para un programa de televisión… La sociología que rodea a los escritores vascos ha cambiado mucho.

¿No será que se está haciendo más viejo de lo que cree, y que los jóvenes actuales tienen otra sensibilidad?

Por supuesto que me estoy haciendo viejo, y no tengo ningún interés en dármelas de seductor. Antes éramos más autónomos dentro de nuestra pequeñez y de nuestra pobreza, éramos nosotros los que creábamos nuestros medios, nuestras editoriales, nuestras revistas… Eso, actualmente, está mucho más organizado, y de hecho es posible que existan autores que jamás hayan escrito algo sin cobrar. No sé qué consecuencias tendrá esto, seguramente positivas, porque surgirán escritores profesionales, pero es un dato nuevo que el movimiento euskerista tendría que tener en cuenta. Es algo que está sucediendo ya en la enseñanza, lo que debía ser una “escuela vasca, nacional y progresista” ha fracasado, porque los profesores se han convertido en burócratas, y ésa es una lacra impulsada desde la propia administración. La enseñanza no es una profesión como otra cualquiera, y tampoco la de escritor.

Considera, por tanto, necesaria la militancia.

Fue la militancia la que sacó adelante Euskaldunon Egunkaria, ¿no? ¿Dónde está el periódico en euskera que iba a publicar la Administración? ¡Nos la querían dar con queso, los burócratas! La propia administración ha tenido que admitir el valor de la militancia… ¡Hace diez años nadie hubiera creído que una consejera de Cultura llegara a decir que moriría siendo militante!

Continuando con los escritores jóvenes, sólo los cita usted en negativo.

No era esa mi intención. Yo lo que creo es que tenemos que estar atentos, ¿se ha fijado en la diversidad de la música vasca, y qué parecido es el mensaje de la mayoría de los cantantes? ¿Es realmente diversidad lo que tenemos? ¿Seguro? En apariencia hay pluralismo, pero pluralismo de

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pensamiento es otra cosa… Lo nuestro no es el llamado “pensamiento único”, pero sí un “pensamiento homogéneo”.

Antes era más fácil percibirlo, llega una nueva generación, mira, están en contra de esto y de aquello, esto no les interesa, contestan, y además el euskera que utilizan es repugnante… Ahora no hay nada parecido, está todo muy normativizado, tenemos muchos recursos. A medida que avanzamos en la normalidad/normalización tendremos cada vez más instrumentos de domesticación, que estarán dispuestos a “subvencionar la revolución”. La Universidad, por ejemplo, se ha convertido en una gran maquinaria para anular talentos.

No son los jóvenes escritores los que hacen daño. Los escritores jóvenes son los perjudicados, porque cada vez es más difíci l no ser escritor autonómico.

Antes de finalizar, nos gustaría que nos recomendara cinco libros vascos para una colección básica.

Ya que antes he hablado en contra de Harry Potter, le debo un desagravio a la piedra10: Harri eta Herri [Piedra y Pueblo] de Gabriel Aresti, Harrien lauhazka [El galope de las piedras] de Iñigo Aranbarri, Harri barruko bihotz-borrokak [Luchas de corazones en el interior de la piedra] de Juan Luis Zabala, Abuztuaren 15eko bazkalondoa [La sobremesa del 15 de agosto] de Joxe Austin Arrieta (en este caso no hay piedras en el título, pero sí en el apellido del autor), y el quinto no se me ocurre… ¡está claro que me estoy haciendo viejo! A sí, Bizitza nola badoan [Puesto que se va la vida] de Itxaro Borda. He ahí cinco magníficos libros para comenzar una colección, pero ya sabe usted que una colección puede comenzarse por donde se desee, la cuestión es completarla. Aunque espero que esa colección no pueda completarse nunca.

¿Y otros cinco que no pertenezcan a nuestra literatura?

Los traductores, a pesar de lo que he dicho, han vertido al euskera muchas obras universales, y además lo han hecho bien. Por otra parte, la editorial Igela está realizando una importante labor en ese campo. Felizmente, podrían citarse muchos títulos, hay muy buenas traducciones. Bien, a ver si consigo citar cinco obras traducidas por amigos: Zazie Metroan / Zazie dans le metro (Joxan Elosegi-Raymond Queneau), Mugaldeko jendea / Arraianos(Bego Montorio-Xosé Luis Méndez Ferrín), Kapitainaren alaba / Kapintanskaia dotchka (Jose Morales-Aleksander Pushkin), Ez adiorik / The Long Goodbye

10 Juego de palabras entre Harry (Potter) y Harri (“piedra” en euskera). (N. del T.)

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(Xabier Olarra-Raymond Chandler), y la traducción aún no publicada de las poesías de Wang Wei, Du Fu y Li Bai, realizada directamente del chino por Rafa Egiguren.

En este extraño mundo nuestro, ¿cuál cree usted que será, en el futuro, el papel del escritor?

Sin lugar a dudas, escribir lo que nadie más escribe, porque escribir, cada vez se escribe más, pero todo es bastante monocorde. El escritor tiene que aportar disonancia, personalidad, el escritor no puede contentarse en la “homogeneidad”.

Para terminar, Sr. Izagirre, podría usted hacer una especie de balance de sí mismo?

Un balance… En casa he comentado muchas veces “Bienaventurado sea el día en que hice la peor película del mundo11”.

¿Por qué?

Porque eso me llevó a tomarme totalmente en serio el trabajo de escritor, de manera profesional e independiente. Y, por si eso fuera poco, uno tiene entrevistas, conferencias, fotografías, referencias, como si hiciera algo impor tan te…, ¡y además me pagan! No puedo most ra r mas que agradecimiento hacia mi comunidad, y esto, realmente, no es una cuestión de diplomacia.

¿No suele decirse que la de escritor profesional es una profesión frustrante, que obliga a trabajar siempre para otros y a dejar en segundo término los textos propios…?

En cierta medida sí, pero… Es una profesión muy hermosa, en muchas ocasiones me siento como aquellos escribanos públicos de la Edad Media que enviaban las quejas de los ferrones al corregidor de la provincia… Muchas

11 Koldo Izagirre escribió y dirigió el largometraje Off-eko maitasuna / Amor en Off (1991). (N.

del E.)

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veces tengo que ponerme al servicio de un organismo o un producto que se quiere presentar en público, y lo asumo como asumiría escribir una carta de amor por encargo de un marinero analfabeto. Poner en palabras lo que otros necesitan es una hermosa profesión. Suelo pensar que cumplimos una función pública.

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Izagirre

—Euzkadi merezi zuten (Edición bilingüe)(Orain, SA, 1995)—Incursiones en territorio enemigo (Pamiela, 1997)—Malandanzas de un Aguirre llamado Mecha (Hiru, 1997)—Nuevas prisiones del viejo Aguirre (Ttarttalo, 2001)

Pueden encontrarse en la página Web de la editorial Susa (www.susa-literatura.com) algunos textos traducidos de Izagirre. Entre ellos la novela Euzkadi merezi zuten; los libros de poemas Tierra de molinos imaginarios y Donde está Basques’ Harbour y otras blasfemias; las narraciones La voz del difunto, Iparragirre rides again, Petite Bohème;y los ensayos Mudos blues de la nada y Tristes topiques.

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Bernardo Atxaga

1

Todo empieza en casa: los padresAndoain no es Nueva York, pero casi

Me llamo FedorLa influencia de Ramuntcho

La verdad es que yo no sabía ni que existiese el mundo. Menos aún el mundo vasco, por muy cerca que estuvieran Tolosa y la huella dejada por los escritores Lizardi y Orixe. ¡Cómo iba yo a ser consciente de ello! En nuestra infancia no teníamos contacto alguno con el mundo.

La afición a leer la heredé de mis padres, de ambos, no sólo de mi madre, que era maestra, sino también de mi padre, que siempre ponderaba el valor de la lectura y decía que leer era bueno. Escribir, en cambio, es algo que para mí está relacionado con una anécdota. En una ocasión, mi madre alabó algo que había escrito una compañera suya de la escuela, concretamente la imagen que había utilizado para describir un pueblo y que a mí se me quedó grabada en la memoria: “Los caseríos parecen ovejas dispersas en la montaña”. Esa descripción, a mis doce o trece años, me pareció magnífica. Es en esta anécdota donde yo situaría el origen de mi afición a la escritura.

En aquella época, mi relación con la lengua vasca era muy estrecha, ni se me pasaba por la cabeza que pudiera existir otro idioma. Es como siviviéramos en el interior de un taza, entre algodones.

Recuerdo que mi padre nos contó una vez, como si fuera verdad, que durante la guerra un hombre de nuestro pueblo se había ido con los gudaris a la parte de Santander y que allí se encontró con uno que estaba cuidando vacas y, sin más ni más, le dijo en vasco “Buen tiempo para segar la hierba, ¿verdad?”; pero aquel hombre no le contestó ni palabra. Le insistió una y otra vez, pero nada, hasta que al final alguien le dijo que aquel hombre no sabía hablar en vasco. Y entonces aquel paisano nuestro respondió: “¿Que no sabe vasco? ¿Pero qué dices? ¿Es que no se habla vasco en todo el mundo?”.

Mi mundo también era enteramente aquel en que se hablaba en vasco, y yo me eduqué en ese idioma, aunque más adelante en la escuela me encontraría con el castellano.

Mi madre estudió para maestra en Eibar, y allí solía participar en representaciones teatrales; es decir, salía ella sola al escenario y recitaba monólogos en las pausas de las representaciones. Por ese motivo, y por otras razones diversas, mi madre siempre ha tenido contacto con el euskera escrito, y en casa, nosotros, los tres hermanos, mejor o peor, escribíamos en euskera. No es por lo tanto extraño que cuando me llevaron a estudiar al colegio de Lasalle en San Sebastián, en una ocasión en que participamos en un concurso de redacción, yo lo hiciese en vasco. Tendría yo unos catorce o quince años y, además, siendo de Asteasu, actué con un poco de malicia, pues sabía que en el jurado había algún miembro que era vascófilo, y esperaba obtener así su

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favor. Pero también lo hice porque quería demostrar que era capaz de escribir en euskera.

Recuerdo cuál era el tema: el iceberg. En la entrega de premios, yo recibí una mención especial; un sacerdote de apellido Bereziartu se me acercó y me dijo: “Tú has escrito en vasco y muy bien además. Para mí, tu trabajo era mejor que los demás. Es muy importante que sigas escribiendo en vasco”. Si aquel cura me hubiera pillado con 50 años, no habría tenido ninguna influencia en mí, pero en aquel entonces, a mi edad, sus palabras me causaron sin duda un gran efecto.

En Asteasu vivíamos dejados de la mano de Dios; la mitad de las veces no teníamos clase, es increíble cómo eran las cosas entonces. Claro, el maestro tenía que venir, pero no venía. Nosotros íbamos a la escuela de Zizurkil, en bicicleta, y tardábamos una hora para ir y otra para volver. Y a menudo no llegábamos a clase ni para el mediodía, nos desviábamos por el camino, por decirlo de alguna manera. Recuerdo que el maestro de Zizurkil solía dar buenos pescozones a quien decía que Treviño pertenecía a Álava en vez de a Burgos. Sin embargo, yo acudía muy a gusto a clase; siempre me ha gustado mucho aprender, también ahora.

Pero, como he dicho antes, la primera motivación hacia la literatura la tuve en casa. Y también casa leí mi primer libro. Y el segundo en Andoain, cuando hacía el Bachillerato y empecé a frecuentar la biblioteca municipal y formamos una buena cuadrilla de amigos.

Los primeros escritos también son de entonces.

En casa, todos hemos escrito. Mi segundo hermano sigue haciéndolo, y el tercero, de vez en cuando. Es más, diría que en Asteasu había una especial afición que llevaba a muchas personas a escribir. Resulta curioso, pero en Asteasu hay mucha gente relacionada de alguna manera con los libros.

Empecé a escribir en un cuaderno, copiando la letra de las canciones de Xabier Lete, redactando cartas dirigidas a algunas chicas…

Otros dos autores que aparecen en este libro dicen que usted era un verdadero escritor ya de joven.

Las ganas de escribir las sentí desde muy temprano. Por ejemplo, cuando me trasladé a Bilbao a hacer la carrera de Económicas, mi única preocupación era encontrar gente para poder hablar de literatura, gente con la que pudiese hablar de leer y de escribir.

Desde entonces, la literatura ha sido para mí una necesidad; como decía Samuel Johnson, para mí la literatura era consuelo en los malos momentos y alegría en los buenos.

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Es decir decir, cuando me trasladé a Andoain, por ejemplo, totalmente solo y sin ningún amigo, me llevé un gran disgusto. Aunque Asteasu estaba a tan sólo ocho kilómetros, la diferencia entre ambos pueblos era enorme. En Andoain había partidos políticos, los chicos y las chicas salían juntos, había un ambiente industrial… Es como si yo viniese del tiempo de los romanos y hubiese caído de repente en la época industrial. La literatura me sirvió de gran ayuda en aquellos momentos.

Mis compañeros de estudios me llamaban Fedor, porque siempre andaba hablando de Fedor Dostoievski. Algunos años más tarde, cuando estaba haciendo el preuniversitario, un profesor me dijo: “Irazu, si en el examen vuelves a mencionar a Giovanni Papini, te suspendo”.

Siempre he tenido muy claro que los libros son necesarios y que el oficio de escritor es una buena cosa.

¿Qué leía en la biblioteca de Andoain?

Durante tres años, acudía todos los días a aquella biblioteca. Ha sido muy importante en mi trayectoria literaria. Leía de todo, algunas cosas muy buenas y otras muy malas.

Pero no leía mucha literatura juvenil.

En absoluto. Ahora llevamos a nuestros hijos e hijas a la escuela con tres años porque, dicen, es muy importante. Así será, no lo sé. Nosotros empezamos a aprender algo con once años. Y, por lo que se refiere a la literatura, yo empezaría con trece o catorce años. Me acuerdo de que mi madre me regaló un libro de Dickens, Los papeles del club Pickwick, que me pareció magnífico.

Este boom que vemos en la actualidad será quizá un lujo de las sociedades avanzadas. Recuerdo que Carlo Collodi, en su biografía, decía que en su infancia leía a todos los clásicos, incluido Shakespeare.

¿Y libros en euskera?

La verdad es que poca cosa. Algunos pocos libros que encontraba por casa.

El primer libro que ejerció alguna influencia en mí como vascohablante fue Ramuntcho, de Pierre Loti. No estaba escrito en euskera, pero me produjo una cierta impresión. Lo leí en Hondarribia, en casa de unos primos.

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Por lo demás, yo relacionaba el euskera sobre todo con las canciones.

¿Qué fue lo primero que publicó?

Lo tengo colgado de la pared en casa, a modo de recuerdo. Es un texto que publiqué a los dieciocho años, en El Norte de Castilla de Valladolid; se titulaba Los que anhelamos escribir, y con él gané el premio de narración Francisco de Cossío. Ahí se ve ya que sólo pensaba en escribir.

2

El terremoto ArestiEl euskera no es vanguardia

El extenso mundo de los clásicosEl País Vasco es AméricaSoy un escritor orgánico

Ya he comentado antes la tremenda importancia que tuvo para mí la canción vasca; Xabier Lete, Mikel Laboa, etc. tuvieron una grandísima repercusión en mí y en otros muchos.

Por otra parte, la influencia literaria más directa por aquel entonces la recibí de Gabriel Aresti. Estando en Bilbao, fui a una conferencia suya, y aquella primera vez que le oí me produjo una enorme impresión. Pensé entonces, igual que ahora, que estaba ante un gran escritor.

Debido al utilitarismo de los comunistas de la época, a Aresti todos le decían que tenía que escribir en castellano, y que Picasso también haría mejor enseñando en la escuela, en lugar de dedicarse a su obra artística. Y Aresti, en cambio, hablaba de T.S. Eliot, de Baudelaire, y encima escribía en vasco. Me producía asombro; Aresti fue para mí el descubrimiento de América, en el sentido que le da Kafka, por supuesto.

Y es que yo no relacionaba la lengua vasca con el oficio de escritor, a pesar de que fuese mi lengua materna. La utilizaba para escribir en mis cuadernos y así, pero no se me pasaba por la cabeza que fuera útil para mi vocación de escritor. La prueba es que mis primeros textos los escribí en castellano.

No obstante, enseguida me pasé al euskera; en parte, debido al ejemplo de Aresti, pero también porque ya entonces se había iniciado en la facultad de Sarriko en Bilbao el debate político y la reivindicación de la lengua y la cultura vascas. Por allí anduvo, más adelante, Txabi Etxebarrieta, el primer muerto que tuvo ETA.

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También son de aquella época grupos como Ez dok amairu, con su espectáculo titulado Baga biga higa12, que me produjo una gran impresión, lo mismo que Jorge Oteiza, aunque indirectamente. Pienso que todo este magma estuvo en la base de nuestra educación. Para nosotros la literatura y la lengua vasca estaban perfectamente relacionadas con la vanguardia, el progresismo, la vida política.

Éstas eran las coordenadas en que nos movíamos, aunque luego también supusieron grandes decepciones al ver cómo se iban desmoronando esos vínculos y cómo la lengua vasca no estaba tan ligada al progresismo.

Pero, a pesar de esas decepciones, usted se adentró en ese mundo.

Me vienen a la memoria la librería Verdes de Bilbao y Anjel Zelaieta, y otros que entonces andaban por allí. Me enteré de que en ella solían reunirse algunos amantes de la cultura vasca, y en una ocasión les llevé una pequeña pieza teatral que yo había escrito, titulada Borobila eta puntua [El punto y el círculo]. Yo sólo pretendía que alguien pudiera tener la oportunidad de leerla, si lo deseaba. Nada más. Así que les dejé el manuscrito a los empleados de la librería. ¿A quién más podía dejárselo para que lo leyera, si no? No tenía ni idea de qué es lo que había que hacer con lo que uno escribía.

Pues bien, Anjel Zelaieta leyó aquel manuscrito y, afortunadamente para mí, se lo pasó a Aresti, y cuando éste lo leyó le pareció que debía ser publicado.

Si Aresti no hubiera sido generoso, si se hubiera tratado de un escritor snob y aristocrático, no habría pasado nada. Pero él siempre estaba, con Bertold Brecht, a favor de ayudar a los jóvenes, de apoyar al euskera, de dar oportunidades… Y así fue como yo recibí mi primer empujón.

Quisiera introducir un pequeño matiz aquí, porque tiene su importancia. Los apoyos siempre me han venido a mí de las periferias del mundo de la lengua vasca, de quienes no eran políticamente muy nacionalistas. De los nacionalistas más acérrimos sólo me ha venido lo contrario, bellaquerías. Cuando publiqué con diecinueve o veinte años mis primeros artículos en la revista Anaitasuna, me llegó al poco una carta en la que me decían que hiciese el favor de dejar de escribir y que aprendiese mejor el vasco. Era de un nacionalista ferviente, vizcaíno. Pero, puestos a pensar, debía de ser algo bastante corriente; en una entrevista que he leído recientemente, hecha por Joxerra Garzia al padre Zavala, éste dice también que muchos nacionalistas le pedían que dejase su trabajo. Como se dice por ahí, los unos quieren romper el País Vasco y los otros ahogarlo.

12 Ver Ez dok amairu en el glosario.

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¿Podría seguir hablando de Aresti?

Aresti me escribió una carta en la que me decía que yo tenía madera de escritor. Como se puede imaginar, esa carta me causó una enorme alegría. Pero me decía algo más: que tenía que leer el euskera en el lugar adecuado, en los clásicos; que, aunque era consciente de que leer a Leizarraga o Agirre de Asteasu podía parecer muy aburrido y fastidioso, no me quedaba otro remedio si realmente quería ser escritor, era necesario que yo adquiriese ese conocimiento reflejo. Ese era el término que él utilizaba, “conocimiento reflejo”.

Así pues, comencé poco a poco a leer a nuestros clásicos, Axular y Agirre de Asteasu sobre todo.

¿Qué impresión le produjeron? A más de uno le hemos oído decir que leer a nuestros clásicos es un vía crucis.

No, para mí no. Yo descubrí en aquellas obras un territorio enorme. Como he dicho antes, para mí el País Vasco ha sido como descubrir América. Mucha gente suele tener la sensación contraria, que el mundo vasco es muy pequeño. Para mí, en cambio, ha sido justo lo contrario, muy amplio y extenso. Todavía me lo parece.

Leer a todos aquellos antiguos escritores, pensar que había otros tipos de euskera, que escribir y hablar son cosas distintas, que la poesía tiene sus propios instrumentos, que tiene que ver con la lengua hablada pero no es lo mismo…, para mí fue algo formidable. Creo además que Axular fue verdaderamente un gran escritor, igual que fray Luis de Granada, y que alcanzó un alto nivel literario.

¿Y aparte de los clásicos?

Por suerte elegí la carrera de Económicas, una de esas que podía sacarse estudiando poco. Así que aproveché para hacer una segunda “carrera”, paralela, la de la literatura vasca. Tenía la sensación de que no conocía nada, de que no sabía nada de la cultura vasca.

En tercer curso, leí a Yon Etxaide, con quien descubrí a Etxahun, aunque después de haber leído a Axular, se me hacía muy cuesta arriba el estilo de Etxaide, y no me influyó gran cosa.

Por aquel entonces conocí también lo que escribía gente que se movía en torno a la editorial Lur; había cosas buenas y otras no tanto, pero yo las leía. Por supuesto Egunero hasten delako [Porque comienza todos los días], de Ramón Saizarbitoria, los poemas de Ibon Sarasola, algo de Arantxa Urretabizkaia, y también Xabier Kintana. Kintana tenía bastante influencia

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entonces, era de los que difundían la buena nueva de la lengua vasca. Tenía un gran tesón, además.

¿Y Lertxundi?

Sí, claro. También leía lo que escribía Lertxundi. Me acuerdo muy bien de una conferencia que impartió en Deusto sobre los problemas de la literatura. Creo que también estuvo Mitxelena.

Según nos ha contado él, usted conocía muy bien lo que se publicaba entonces en euskera.

Eso era cuando yo me fui a Bilbao, con 17-18 años. Me sumergí por completo en el universo de la lengua vasca y así me convertí en el escritor orgánico que he sido después, orgánico en un sentido amplio. Es decir, asumí dos trabajos, el mío propio y el de “defensa de la cultura vasca”; y en eso sigo todavía.

3

Ustela e IzagirreRock’n roll versus chanson française

SaizarbitoriaLa Banda Pott

Los fantasmas de JuaristiEl camino de Sarrionandia

También participó en la creación de la revista Ustela junto con Koldo Izagirre. Él no nos ha querido contar cómo se conocieron, sólo nos ha mencionado algún asunto relacionado con la cárcel, pero no nos ha dado más explicaciones.

Tenemos mayor parecido con nuestros tiempos que con nuestros padres. Estamos hablando de los años 1975 y 1976 en el País Vasco… y Koldo Izagirre, diría yo, fue el primer vascohablante aficionado a la literatura en sentido moderno que conocí.

Para entonces ya me había llevado más de un susto con algún escritor en lengua vasca, no voy a decir con quién; una vez oí a un supuesto escritor comentar ante un libro de poesía “¿Cómo puede hacerse un libro con tan pocas letras?”. El caso es que en Izagirre encontré en aquellos inicios un

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compañero; él era bastante joven, pero me resultaba asombroso lo bien que dominaba el lenguaje como instrumento y lo hábil que era para la poesía. De ahí salió la revista Ustela.

Empezamos con la revista Koldo y yo, y también un pintor de Pasaia, Josetxo Alberdi, que se refugió en el País Vasco francés y que, después de pasar allí muchos años, vive ahora en Pamplona. También colaboró con nosotros un fotógrafo de Hondarribia, Susperregi. A decir verdad, la concepción de Ustela fue más cosa del pintor que de nosotros los escritores.

Hoy en día las Ustela de entonces me parecen oscuras, pero bueno, así era también aquella época, oscura.

El escritor siempre suele recorrer su camino en solitario, pero, al menos en los inicios, parece que necesita de un grupo.

Sí, siempre ha sido así, y no sólo entre nosotros. Por ejemplo, para el desarrollo de la literatura fue muy importante la apertura de cafeterías, porque, con la excusa del café, se organizaron salones en los que se reunía la gente.

¿Qué es lo que hace el grupo? Como dice Auden, el grupo hace un favor que nadie más haría, como es leer trabajos no publicados por el escritor novel, y lo hace además de manera cordial, aportando críticas afables, infundiendo ánimos. El grupo no le dirá lo que me espetó a mí aquel nacionalista acérrimo, “¡Olvídate de escribir, que eres muy malo!”.

En mi opinión, eso es algo muy bueno en los principios. Además, estar integrado en un grupo sirve maravillosamente para reforzar la propia personalidad y afinar los conceptos. Te pondré un ejemplo: Jon Juaristi dice en el grupo que solamente hay un cantante en este mundo, Amancio Prada; entonces tú respondes que no le quieres quitar ningún mérito a Amancio Prada, pero que no se puede comparar con Eric Burdon de The Animals. Y alguien más tiene que apoyar lo que tú sostienes o algo parecido para que te sientas reforzado en tus opiniones.

Usted encontró su grupo en Bilbao.

Así es. Ciertamente en mí han sido muy importantes mi pueblo, Asteasu, la biblioteca de Andoain o el colegio de Lasalle; pero Bilbao, desde que me fui allá a estudiar, desde que conocí a Aresti y a mucha otra gente, es mi ciudad, mi patria, de alguna manera.

Y aquel ambiente periférico euskaldun de Bilbao. No el de Tolosa, donde parece que todos pueden ser vascohablantes sin mayor dificultad. La comunidad vascohablante de Bilbao es más heterogénea, con guipuzcoanos, tipos del countryside vizcaíno, otros como Natxo de Felipe, maoístas que han aprendido euskera…

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Yo me encontré más a gusto en Pott que en Ustela. Pero todos teníamos entonces más o menos necesidad de contar con un grupo.

Usted pasó de una revista a la otra.

Yo venía de hacer Ustela en San Sebastián. Cuando se nos acercó Ramón Saizarbitoria, las cosas cambiaron allí; había distintos puntos de vista, distintas ideologías. A mí se me hacía extraña aquella relación con el pasado que tenían Saizarbitoria y algunos otros que colaboraron en el tercer número de Ustela. No sé cómo decirlo, pero ahora me parece que consideraban importante criticar a no sé qué y no sé quién del pasado. Y a mí no me parecía que fuera para tanto, la verdad. Claro que eran de una generación algo anterior a la mía y quizá habían sufrido más que yo.

El número tres de Ustela, que hicimos después de que se integrara Saizarbitoria, era mucho más político que los anteriores, con más “mensaje”, y yo no me sentía muy a gusto. Además –no tengo por qué ocultar este hecho–me quedé aislado en el grupo. Sin colegas, por decirlo así.

En Bilbao, en cambio, me encontré más a gusto, con los de Pott, donde teníamos mayores afinidades, cosa muy importante. Uno decía “me ha gustado tal canción”, y otro enseguida decía que también; o alguien decía que le había gustado esta o aquella película, y te dabas cuenta de que también a ti te había gustado. Es decir, como en la novela de Goethe. En Bilbao, a pesar de que tuviéramos algunas discusiones, nos llevábamos bien, yo al menos me sentía mejor que con el grupo de San Sebastián.

Cada uno tendría su papel en la Banda Pott.

Posiblemente, al principio fui yo quien puso más ganas y quien más se movía, actuando como de “gerente”, llamando a éste o aquél, haciendo fotocopias, buscando financiación… Y más adelante cada uno tuvo su cometido.

Por ejemplo, podemos mencionar a Joxemari Iturralde. Le he dicho antes que yo al principio era ajeno al mundo de la cultura vasca; pues bien, si yo era ajeno, Iturralde era por lo menos sueco: le hablabas de la revista Zeruko Argiao de Xalbador Garmendia, y era como decírselo a un sueco. Él venía con un mundo distinto: tal pintura, tal música, la novela negra…

Digamos que quien mayor contacto tenía con ese mundo cultural de lengua vasca era Jon Juaristi; de ahí le vienen los fantasmas que luego ha llevado hasta el paroxismo.

Ruper Ordorika y Manu Erzilla se mantuvieron algo más en silencio. Ordorika estaba preparando el que iba a ser su primer disco, y ensayaba sus canciones en sitios de lo más tremendo. Manu Erzilla era un tanto misterioso;

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un día te venía con un tema de educación infantil y al día siguiente con una reflexión sobre Beaubourg.

Con todo, el más joven era Joseba Sarrionandia, y afirmaría que era el que decía la última palabra en nuestras reuniones. En las discusiones solía estar a menudo en silencio, hasta que al final decía “Sí, pero yo creo que esto es de esta manera, como ha dicho éste”, y todo el mundo terminaba por decir “bueno, pues así será”.

Lo mejor que he hecho en mi vida de escritor o, mejor dicho, en esa labor de “gerente” que he mencionado, fue atraer a Sarrionandia. Yo leía todas las semanas lo que publicaba en Zeruko Argia, y siempre me daba la misma impresión: “Éste no escribe como los demás, aquí hay algo”.

Nos costó muchísimo averiguar su paradero, hasta que al final lo localizamos en la Universidad de Deusto y le pedimos a través de Ruper que se uniese al grupo. Vino, y creo que eso le dio bastante juego.

También estaría Jon Juaristi allí.

Juaristi es un hombre, cómo diría yo, con un doble carácter. Por un lado, una persona maravillosa, muy agradable, de los que ponen el corazón por delante. Pero, como todos los herederos de Unamuno, tiene un interior poblado de fantasmas que tiene que airear. Pero se trata de fantasmas tan anacrónicos hoy en día como el propio Unamuno. Juaristi nunca llegará a dominarlos por eso, porque son anacrónicos.

Juaristi es un hombre de una gran valía, pero sus fantasmas no le dan opción; su espiral intelectual es descendente, no ascendente. Con treinta años era una persona mucho más interesante que ahora, también como intelectual.

Es algo que sucede con frecuencia; tienes un fantasma dentro de ti, que te va carcomiendo. Es un fantasma tuyo, de nadie más. En un creador, pueden salir cosas bellas de la lucha con ese fantasma, y esa belleza es algo que la gente puede percibir; pero, no sé, en otros no suele servir para nada.

Es como las obsesiones de Unamuno sobre la religión, el cristianismo, etc., totalmente anacrónicas, que tuvieron cierto sentido solamente desde una visión esteparia. Es inimaginable en aquella época la agonía del cristianismo en Francia, por ejemplo, donde los enciclopedistas dejaron bien enterrados todos esos fantasmas. Unamuno, en cambio, seguía tercamente empeñado en su Castilla, intentando sacarles provecho a esos fantasmas anacrónicos imposibles de vencer.

No parece que le resulte muy simpático don Miguel.

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Encontré hace poco un artículo que empieza diciendo: “No intento herir la sensibilidad de nadie, pero creo que, en lo que a la filosofía respecta, Unamuno es una especie de Conchita Bautista”. Eso está muy bien, porque Unamuno es tan anacrónico como Conchita Bautista.

Y lo mismo Juaristi; cuando, rodeado de sus fantasmas, se pone a hablar del PNV, sigue hablando de Sabino Arana. Pero, ¿qué es lo que está diciendo? Aquí cualquiera es más moderno que él. Es una persona devorada por sus fantasmas, y, hoy por hoy, de la misma manera que siento una sincera simpatía hacia él, también me provoca un cierto rechazo.

Sarrionandia estaría en el otro extremo.

Con Sarrionandia creo que he tenido una mayor empatía; sus fantasmas y los míos tenían mayor seriedad. Además, la relación personal siempre ha sido muy buena entre nosotros; una verdadera relación de amistad. Una noche nos tocó tener que dormir en la misma cama; quiero decir con eso que había una cierta proximidad entre los dos, familiaridad casi. Si viviera aquí, seguramente seríamos grandes amigos. Todavía lo siento así, a pesar de que a menudo nuestras opiniones han sido muy distintas.

Y hablando de fantasmas, lo que le pasó a Sarrionandia es que se quedó atrapado por el Fantasma Mayor de este pueblo. La represión, la cárcel… Se dice fácil, pero es terrible pasar tanto tiempo en una cárcel.

El fantasma es al final algo que no tiene ninguna materialidad, que nunca vemos tomar cuerpo, a pesar de su apariencia real. En ese sentido, la libertad es también un fantasma, representado con cuerpo de mujer, que nunca llegamos a tocar.

Sin entrar en cuestiones de corrección o incorrección, lo de Joseba es también una gran bola de piedra como la que Sísifo empuja montaña arriba. Lo detuvieron, acabó en la cárcel, se escapó, se exilió…

Hay mucha gente que habla de Sarrionandia sin ponerse siquiera a pensar qué tarea le tocó afrontar. A Joseba le ha tocado en suerte una labor formidable, porque también él ha terminado por convertirse en un fantasma para algunos. Un fantasma que vaga por ahí, que publica un libro de vez en cuando, con quien es imposible contactar… Para él es una situación horrible, y es imposible que sepamos cuál habría sido su camino si no se hubiese encontrado en determinadas circunstancias. Lo que sí sabemos seguro es que es un excelente poeta.

Yo he leído mucha poesía. Decir eso es una de mis vanidades. Quizá nunca escribiré buena poesía, pero la conozco casi toda. Y no hay muchos poetas del nivel de Sarrionandia. Por mis manos no pasa buena poesía sin que yo me dé cuenta. Ni tampoco mala. Podría ser un buen crítico de poesía.

Hans Magnus Enzensberger escribió un artículo infame tras visitar a Sarrionandia en la cárcel. Fue allí con la excusa de un reportaje que tenía que

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hacer y terminó pintando un retrato in justo y fa lso. Yo, a Magnus Enzensberger, le diría: “Lo que quieras, pero Joseba Sarrionandia es mejor poeta que tú”. Así es, considero a Joseba un gran poeta.

Poeta y amigo.

Él siempre tuvo una tendencia muy marcada a ocultarse. Aunque esté en casa, parece que no está. No se deja notar, parece que no es nada, esconde su personalidad. Pero, ¿qué pasa en su interior? ¿Cómo es con las chicas? ¿Qué piensa de tal o cual cosa?

Yo le he solido decir que el primer camino es el de la metaliteratura, pero que ése es también un camino con muchas limitaciones. “Puedes hacer un par de libros, o tres, pero no diez”, le he dicho alguna vez. “Borges es el único que puede escribir diez libros de metaliteratura: vive en la Biblioteca Nacional, está medio ciego, casi no se puede mover…, pero en tu caso es imposible. Tienes que abrir la puerta a la realidad y a la experiencia. Tienes que contarnos la experiencia de la prisión, la experiencia del exilio”. Todo eso le he dicho.

Y eso es lo que ha empezado a hacer, como deja patente su novela Lagun izoztua [El amigo congelado]. No sé hasta dónde seguirá, pero creo que debe afrontar esa lucha con todas sus facultades, la lucha de expresar su realidad y su experiencia. Debería abordar una obra memorialística, y en mi opinión haría un trabajo espléndido, estoy seguro.

4

Sobre el compromisoFracaso de los poetas comunistas

El escritor y la comunidadLa imagen de Izagirre

Me ha llegado al corazón lo que ha comentado sobre el escritor orgánico. Resulta cuando menos curioso explicar de esa manera el compromiso personal.

Pienso que la cuestión del compromiso, al igual que sucede con otras cosas, termina frustrándose por ser discutida con demasiada prisa o por parte de quienes no deben hacerlo.

Y, ¿quién es el culpable de esa mala fama que t iene ahora el compromiso? Para mí, los doctrinarios. Un militante del Partido Comunista o de un partido nacionalista radical podía pensar que el compromiso era escribir aquello que decía su secretario general. Y eso, por supuesto, no es compromiso, es servilismo.

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Por ello se perdió en España la literatura de toda una generación, por ejemplo. No voy a mencionar nombres, pero sí diré que la poesía de muchos que vivieron próximos al PCE terminó deslizándose cuesta abajo. Si escribes sobre los temas que te proporciona el partido, cuando éste vaya cuesta abajo, tú bajarás con él. Creo que solamente Blas de Otero se l ibró de ese lamentable destino.

Se refiere a Celaya, Alberti, etc.

Sí, a todos esos. Celaya, sin embargo, sí que tenía un punto alegre: “Estoy tan loco como ese batería”. Eso puede que lo salve un poco, pero en esa generación yo diría que era Otero quien tenía mayor fuerza interior. Algunas cosas suyas son de un altísimo nivel.

¿También entre nosotros ha habido algo parecido?

Sí, en el País Vasco ha sucedido muchas veces. Muchos han entendido el compromiso en ese sentido servil, poniendo su escritura al servicio de ese compromiso, y, como resultado, muchos han dejado de escribir. Ha sido algo dañino, porque se ha traicionado la función del escritor, que es hablar de su relación con la comunidad.

Hablemos de ello, entonces.

Yo al menos siento que existe una relación entre el escritor y la comunidad, no entiendo de otra manera la tarea del escritor. Yo entiendo esa tarea en el sentido de Aresti o de nuestros cantantes: hay que escribir un relato, es importante, claro, pero también hay que ir a dar una conferencia a Otxandio o a donde sea, a hablar de la escritura o yo qué sé; eso también es importante. Y más aún ofrecer en Hernani o en Elorrio una reflexión que no sea agradable de oír.

Creo que hay y debe haber una relación entre la comunidad y el escritor, y es bueno que la haya. Pero sin entenderla nunca como subordinación a las consignas de un jefecillo o un acto de servicio a éste. Ése sería un concepto completamente utilitarista y miope.

Evidentemente, si tu comunidad es muy grande, tu compromiso puede serlo solamente con el idioma. Por ejemplo, si eres estadounidense, eres uno más entre otros diez mil. Pero si eres Nadine Gordimer y vives en Sudáfrica, entonces esa relación con la comunidad que te rodea es mucho más sólida. Y

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eso es algo positivo, siempre y cuando se entienda como un vínculo entre personas libres.

No sé por qué, pero cada vez que sale el tema del compromiso, me viene siempre a la mente Koldo Izagirre.

Considero a Izagirre un buen escritor. Aparentemente está muy cercano a la ideología de eso que se llama la izquierda abertzale, pero sospecho que es otra cosa. Seguramente será una persona muy crítica con su entorno, y sin embargo no podrá verse a sí mismo con otra imagen que no sea la de ese colectivo.

Un escritor “pijo” usaría la falta de compromiso en provecho propio: “Los padres me importan un bledo, he traicionado a la patria”… Yo diría que Izagirre teme caer en eso. Seguramente odia a los escritores “pijos”. Por otro lado, no me imagino a Izagirre escribiendo en El Diario Vasco, y no sólo por motivos ideológicos. Yo pienso que todos tenemos una imagen de nuestro propio espejo, y Koldo no soportaría algo así. Mi imagen tampoco será de su agrado, seguramente, porque ando de aquí para allá, fuera de aquí y así. Tampoco le gustará la de otros.

Izagirre siempre ha estado en la intendencia del País Vasco, ha trabajado mucho, ha abarcado mucho, y me parece que algunos, los jurados de premios y gente por el estilo, no han reconocido el valor de su obra. Si miras quiénes h a n e s t a d o e n los jurados de estos úl t imos años, no encontrarás correligionarios o claros amigos suyos. Otros escritores han disfrutado de mejor fortuna. O hemos disfrutado, para ser más exactos.

Creo que no hay muchos escritores en el País Vasco del nivel de Koldo.

Opino lo mismo.

Siento respeto por Koldo.

5

Maquillaje y amores corruptosEl ejemplo de los británicos

Nacionalistas versus abertzalesPolítica cultural y cultura de la política

Simpáticos y antipáticos

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Hablemos ahora de la política cultural y lingüística. ¿Siempre ha ido de la mano el binomio euskera y nacionalismo?

Esa vinculación ha sido necesaria durante mucho tiempo, qué duda cabe, aunque la ideología nacionalista y la lengua y la cultura vascas no tienen por qué ir necesariamente de la mano. Como dice mi amigo Iturralde, para ver que eso es así basta pensar en Etxepare, que ya en el siglo XVI hizo una apología del euskera, es decir, varios siglos antes del movimiento romántico y del nacionalista. Joan Fuster llamaba nacionisme a esa postura de Etxepare yotros escritores como él. “Defiendo la lengua vasca porque es la lengua en que habla mi gente”, habría argumentado Etxepare. No, como más tarde diría el nacional ismo, “porque es el fundamento cultural necesario para la independencia”.

Pero sí, es cierto que, a lo largo de la historia, el nacionalismo y la lengua vasca han caminado juntos, afortunadamente, habrá que decir. Y es que, no me cabe ninguna duda, si comparamos el nacionalismo español y el vasco, éste último ha sido más democrático y más humanista. Quiero decir con esto que los aspectos positivos y negativos de la ideología no se dilucidan en los libros de teoría, sino en el mundo real, en el fuste torcido de la humanidad, como decía Kant y repetía Isaiah Berlin, un mundo en el que los que estaban en contra del uso de la lengua vasca eran los fascistas y los dictadores militares, y a favor, en cambio, hombres como Jose Antonio Agirre, Juan Ajuriaguerra, etc.

Claro está, el idioma necesita una protección, de todas clases además, pero, fundamentalmente, ideológica. Un idioma no tiene posibilidades de salir adelante sin una ideología que le proporcione un estatus social, sin una institución que lo saque de su reserva hogareña y lo “ponga” en el mundo, sin poder; en caso contrario, la comunidad que convive con ese idioma sufrirá su pérdida.

Es algo que se puede apreciar, por ejemplo, en el cementerio de Montevideo, donde, si uno se fija en las tumbas de los primeros emigrantes vascos, encontrará nombres claramente vascos, pero sin nada más escrito; en cambio, los que llegaron allí tras la Guerra Civil, además del nombre, tienen alguna inscripción, algún poema, en vasco, claro. Éstos, al contrario de los primeros, tenían ya una ideología. Por ello mantuvieron la lengua.

¿Está diciendo que la ideología salvará al idioma?

No, no es eso. Hoy está muy claro que la ideología posee una eficacia muy limitada; al fin y al cabo, esa ideología no es una poética, que tiene en consideración todos los contenidos de la realidad, sino una ideología tout court, creada y formada en torno a unos determinados objetivos políticos, y una ideología así fácilmente se desliza hacia lo simbólico y el simulacro. Según la tradición, César dijo a su mujer: “No basta con ser honesta, sino que

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además hay que parecerlo”; pues bien, en esto que estamos comentando, parece que muchas veces es suficiente con ofrecer esa apariencia.

¿Tiene importancia la pérdida de un idioma?, preguntan a veces algunos. Pues, para unos sí y para otros no, pero, de cualquier manera, nadie se puede poner en el lugar de quien está en peligro de desaparición y decirle: “Olvida tu idioma, por favor, es lo mejor para todos”. Normalmente, ese tipo de cosas las plantea quien posee el poder de la mayoría, y la amenaza no suele estar muy lejos de las buenas palabras. Pero no hay nadie que tenga ganas de abandonar su propio idioma. Y cuando eso sucede, cuando un escritor deja de escribir en su lengua y empieza a utilizar otra, sus motivos no suelen ser celestiales. Dicho brevemente, esos escritores obtienen un provecho del cambio de idioma, especialmente en Francia. En una ocasión, bromeé con unas personas de Gallimard sobre un escritor latinoamericano “pasado” al francés que aparecía en todas las revistas y con grandes fotografías. “C’est trés important pour nous!”, exclamaron a coro todos los de Gallimard. Y ya que hemos mencionado a los franceses, que son los primeros en marginar a los idiomas pequeños –viniendo desde posiciones de izquierda, todo hay que decirlo–, pues fíjese en cómo se ponen cuando sienten el acoso del inglés. Hace algunos años quisieron prohibir que los rótulos de las tiendas estuviesen en inglés.

No obstante, tendrá que admitir que hoy en día no es nada fácil tener una ideología, a no ser que sea la ideología única, claro.

Si hablamos del conflicto que tenemos en el País Vasco, eso nos sucede porque hemos asimilado la mentira de los charlatanes y los maldicientes. Podríamos decir que vivimos una especie de masoquismo, que a la gente le encanta lloriquear sus culpas por las esquinas. Ese tipo de conducta me parece despreciable; pienso que no debemos nunca admitir una mala crítica de quien jamás te hará una buena. Para mí, ésa es una ley fundamental, y quien no lo ve no es más que un papanatas. En Castilla dicen: “Quien tiene cara, también tiene culo”. Personalmente, no aguanto a quienes se consideran a sí mismos modélicos. Y quienes creen a esos fariseos todavía se me hacen más insoportables. Una persona tiene que ser más madura, no me puedo creer los cuentos de buenos y malos.

Me refiero a los medios de difusión madrileños, claro está. Lees las páginas de política de los periódicos de allí, y están llenas de veneno, puro veneno. No deberíamos adoptar ese tipo de mensajes, ni tampoco cambiar de humor por lo que se diga en esos cubiles de sectarios y conversos.

Y entre esas opciones, ¿dónde se sitúa?

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Yo prefiero el punto de vista básico de Aldous Huxley, que distingue entre nacionalista y patriot. Para Huxley, y en general para los ingleses, el nacionalista tiene demasiado egoísmo, ensalza desmesuradamente lo propio, y solamente porque es suyo. Se cree que es el ombligo del mundo y considera a los de fuera como amenazas. Puede ser una fuente de xenofobia.

Pero luego distingue claramente lo que es ser patriota, y nosotros aquí deberíamos decir con total tranquilidad “yo no soy nacionalista, pero soy abertzale”, en ese sentido, claro.

Cuando los nazis bombardearon Londres, algunos ingleses estaban a favor de los alemanes, a pesar de todo; otros decían que en caso de ser atacados, se portarían como patriotas; y otros, que no harían de patriotas si no les obligaban a ello… Llegados a una situación extrema, esos conceptos son muy movedizos. Se multiplican los matices.

Cada vez veo más una ofensiva terrible, últimamente. Y yo no seré patriota a menos que me quieran castigar por lo que soy, por ser vasco. Pero si viera que a un amigo lo llevan a la cárcel solamente por ser vasco, que impiden a mi hija acudir a una escuela en euskera, entonces… me volvería patriota. Patriot, claro que sí.

Una matización importante.

Sería bueno para el País Vasco que se diese ese cambio de definiciones, serviría para ensanchar algo la ideología, creo yo.

Ahí es donde me sitúo ahora, porque aunque la soberanía sea importante, no me parece que la independencia tuviera que ser políticamente beneficiosa. Prefiero fórmulas menos drásticas, que puedan contar con un mayor consenso.

Las demostraciones de fuerza las preferiría en otro campo, en el de la cultura. La verdad, no me emociona nada oír que vamos a ser independientes. Independientes, ¿para qué? Muchos jóvenes de Las Landas, en Francia, oyen la emisora Euskadi Gaztea13, al parecer. Y eso es porque emiten más música americana que ninguna otra emisora. Se puede ser satélite de muchos planetas, creyendo que eres libre. Pero yo, si es posible, no. Prefiero una identidad auténtica, basada en la cultura, y no tanto en el pasaporte.

También Andima Ibiñagabeitia, después de la guerra, solía decir al ver a los que se reunían en la Casa Vasca de París: “Aquí hay muchos nacionalistas y pocos abertzales”.

13 [Euskadi joven] Emisora musical pública.

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Le agradezco la anécdota, seguro que no estará escrita en ninguna parte. Yo al menos no la he leído en ningún sitio. Por cierto, hace muy pocos días he puesto en vías de publicación la traducción de un poema de Virgilio realizada por Andima. Es magnífica. Pero, ¿dónde ha estado escondido hasta ahora ese texto? ¿Cómo ha podido estar tanto tiempo sin publicarse? Y luego me preguntan qué es eso de la caja de resonancia que tantas veces comento. Pues, eso mismo: dar el nivel que se debe a un producto cultural que merece la pena; aprovechar ese producto, dicho de manera utilitarista.

Pero a la mayoría de los nacionalistas les basta con el símbolo: saber que también Virgilo está traducido al euskera y poder decir que Andima esto, Andima aquello y bla, bla, bla. Al nacionalista común no se le pasará nunca por la cabeza que esa traducción sea para leerla y utilizarla en la vida diaria. Ni se le ocurre.

Usted siempre se muestra preocupado por todo lo que queda por hacer en favor de la cultura vasca.

Así es, vivimos en una situación lastimosa. No quisiera alentar un espíritu guerrero, pero creo que ha llegado el momento de dar un zapatazo. Quienes nos movemos en el ambiente cultural vasco tenemos que realizar una reflexión muy crítica. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Para qué están utilizando la cultura vasca?

En una determinada época, la cul tura vasca estuvo negada y arrinconada, se veían agujeros por todas partes. Existía Marifé de Triana, pero no había cantantes vascos. Era algo evidente. Había escritores en castellano, pero no en lengua vasca. Había teatro en castellano, pero no en euskera. Había medios de comunicación en castellano, pero no en nuestro idioma… Los agujeros eran evidentes.

Ahora, en cambio, no. No se ve agujero alguno en ningún sitio. No parece que haya agujeros, pero empiezas a dar cuatro pasos y metes el pie en todos los agujeros. Hay agujeros por todas partes. Todo lo hecho hasta ahora es puro maquillaje. ¿Qué han hecho hasta ahora las instituciones, el poder, el Gobierno Vasco, los ayuntamientos, diputaciones…, tantos y tantos funcionarios? Pues, en gran parte, cuidar las apariencias, nada más. Maquillaje. Sin arreglar nada esencial, sin tener en cuenta a los creadores, sin apoyar a los agentes culturales.

Se l imitan a hacer un registro del maquil laje. Deberían abrir un departamento en las instituciones para meter en él a todos los esthéticiens.

Le veo en buena forma.

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¿Y qué pasa con el euskera? Usted, y yo, y otros, estamos dentro de la lengua vasca, en el interior del círculo; pero, según mi experiencia, ¿cuándo se encuentran con el euskera los que están fuera de ese círculo? ¿Cuándo se topan con el euskera? ¡Nunca!

Estamos dentro de un gueto, debajo de ese maquillaje. Nos parece que la gente sabe de nosotros y que se encuentra con el euskera y con la cultura vasca. Pero eso es solamente un espejismo.

La cultura vasca necesita hoy enseñantes, o difusores, o publicistas. Es que ni siquiera se nos ve. No puedes salir de casa y recorrer cuatro kilómetros sin tropezarte con diecisiete errores ortográficos y siete gramaticales.

¿Alguna propuesta?

Los que usamos la lengua vasca debemos cambiar de planteamiento, tanto ideológico como práctico. Debemos empezar a pensar que formamos parte de una minoría, como los negros en Chicago. Y darnos cuenta luego de que nosotros, los patéticos, los que sufrimos la situación, tenemos amigos alrededor, los “simpáticos”, y otros que no son tan amigos, los “antipáticos”. Pero no debemos permitir ni a unos ni a otros que se pongan en nuestro lugar. Nadie puede hacer nada en nuestro nombre, nosotros mismos debemos redactar una tabla reivindicativa muy densa, bien pensada y bien difundida. Debemos reclamar con firmeza los derechos de las minorías, como hacen los indios o los negros con los suyos. Pero dejémonos de detalles hasta el momento en que exista la oportunidad de formar esa comunidad de vascohablantes. Ahora, como sabemos, estamos bloqueados. Por culpa de los fanáticos, sobre todo; con el fanático sucede eso, que bloquea el movimiento de toda una sociedad.

6

Soy un cohetePronto lanzaré una gran cápsula

Esto se ha acabadoLos sueños del retirado

Primera mención al espacio exterior

No hemos hablado todavía de su trabajo literario. En mi opinión, usted es un escritor que quema etapas y sigue avanzando. Parece una nave espacial de la NASA, que va dejando atrás cápsulas. Hasta ahora, tres.

Parece que hemos tenido algo de telepatía. Esa última imagen, la de soltar cápsulas, también se me ha ocurrido a mí. Diría que sí, que es cierto,

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pero ignoro si es así por mi manera de ser, por mi vida, por mi entorno. Quiero decir, que también es así por razones extraliterarias.

Es cierto, igualmente, que he tenido como tres mundos, o tres etapas, y que uno se ha escondido a medida que emergía el otro. Algo así.

La primera cápsula que soltó contenía el experimentalismo y la vanguardia, y su nombre era Ziutateaz [Acerca de la ciudad] y Etiopia.

He pensado a menudo por qué nuestros inicios fueron vanguardistas. Pues, seguramente, porque era más fácil que fuera así, y no de otra manera. En Bilbao era más fácil asistir a una representación de Tristan Tzara o al recital de un poeta surrealista que ver La muerte de un viajante, de Arthur Miller.

Nos llegaban cosas raras y sorprendentes como si fueran de lo más corriente, y así nos las tragamos nosotros. Recibíamos un mensaje subliminal, que Tzara era el escritor más normal del mundo, que lo surrealista era algo totalmente normal. Todo ello tendría gran influencia en nosotros, seguramente.

Yo, al principio, tuve una tendencia vanguardista, en poemas, obras teatrales, etc., sobre todo en Ziutateaz, pero también más tarde, en Groenlandiako lezioa [Lecc ión de Groenlandia] , aparece una c ier ta reminiscencia de aquello. Luego, sin embargo, en un momento dado ese mundo se me hizo extraño, así que solté la cápsula y adelante. ¿Fue por la edad? ¿Por mi situación? No lo sé.

He oído a muchos decir que siempre están escribiendo el mismo libro. Yo no. No, al menos, hasta ahora. Quizá suceda en adelante que consiga un libro que reúna todas mis tendencias; sería un día feliz para mí.

En la segunda cápsula iba la fase más fantástica y narrativa. Es la cápsula de Obabakoak.

Al escribir Obabakoak, el viaje fue de dentro hacia fuera; por haber nacido donde nací, y porque ello ejerció un gran influjo en mí.

La gente dice muy fácilmente “Atxaga utiliza el mundo rural, del caserío y el monte, como si entendiera todo”. Cuando oigo decir eso, pienso: “¡Pobres! ¡Si supierais lo que hay detrás de ese mundo rural!”. Lo que quiero decir es que la gente a menudo ve a través de clichés cosas que son mucho más complicadas. Piensan que el cliché es la verdadera realidad y que yo he escrito sobre el cliché. Pero ese cliché está en sus cabezas, no en el libro.

Cuando me puse a mirar hacia mi infancia, hice el descubrimiento de todo un universo para mí. Eso ha sido algo muy importante en mi vida. No estoy hablando del cliché, por supuesto. En absoluto. Con nueve, diez años, yo iba

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de caserío en caserío con mi padre a cobrar la luz. Veía aquel mundo, los animales, el ganado, casas sin retrete, en muchos casos sin luz ni agua corriente…

Entonces, puedes ponerte a reflexionar como un periodista que tiene que escribir un reportaje, pensando que el mundo se divide en 36 páginas, como el periódico: una página entera o página y media trata de este mundo, y la otra media corresponde al mundo rural. Ésa es una reflexión tonta. Las cosas no son así. Es un universo, no un parte de otra cosa.

Un poquito más de luz, por favor.

Cuando aquí yo digo palabras como “muchacha”, “amor” o “enamorarse”, digo una cosa, y en ese otro mundo decir “muchacha”, decir “amor”, decir “enamorarse” era decir otra cosa distinta. Cuando aquí digo “morir”, es una cosa, y allí es otra. Cuando aquí digo “Dios”, es una cosa, y cuando lo digo allí es otra. Cuando aquí digo, por ejemplo, “brujas” para mí es una cosa, y allí es otra. Porque yo he visto a mucha gente decir con total seriedad cosas que a mí me parecían fantasías, cosas que ellos relataban como si fuesen auténtica realidad.

Obaba ha sido ese universo. En los frescos del museo de arqueología de Nápoles, frescos que estaban en Pompeya y Herculano hace 2.000 años, aparecen juegos infantiles que yo he conocido de pequeño. Hoy, en cambio, esos juegos han desaparecido, y te dices “¡cómo cambia el mundo!”.

Burke escribió un libro famoso sobre la cultura popular, y en él sostenía que ese mundo antiguo estaba ya muerto en la época de los hermanos Grimm. ¿Cómo podía decir eso, si yo mismo he llegado a conocerlo?

La gente dice que Obaba es fantasía. Pero la palabra “fantasía” tiene un significado para el médico del pueblo y otro para sus pacientes. Las cosas están en función de algo, sin reglas impuestas por nadie o por nada. Para un niño, la fantasía es una cosa, y para el campesino es otra. Si te pones a pensar así, te puede dar un mareo. Para un creyente, Dios no es un fantasma, pero sí lo es para uno que no cree en Dios. Te pones a pensar así, y el mundo toma otra medida, aparece otro universo. Como en la selva, apartas una hilera de cañas y, de repente, apareces en otro planeta.

Para mí, Obaba ha sido algo parecido a eso. ¿Que en mi obra aparece un diez por ciento de lo que he visto? Pues, sí.

La tercera cápsula tenía un toque más realista del entorno cercano. Contenía Gizona bere bakardadean [El hombre sólo].

He mencionado ya antes lo de ser parte de una comunidad. Creo que tiene que ver con esto. En cambio, este otro viaje es desde fuera, obligado por

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las circunstancias. Tienes amigos en la cárcel, te es imposible tener contacto con ellos, quizá hayas visto un asesinato… Todo eso tiene su influencia, evidentemente.

Por lo tanto, sí que puede decirse que Gizona bere bakardadean y Zeru horiek [Esos cielos], etc. forman parte de una etapa más realista y formal.

Ahora, en cambio, me he propuesto escribir, y en ello estoy, otro libro para terminar con todo esto. En ese libro pretendo reunir todo lo de hasta ahora, explicarlo y reciclarlo; ésa será la cápsula siguiente.

¿Las tres trayectorias en un solo libro?

No, sobre todo las dos últimas. No tendrá tanto de experimentalismo, porque haber practicado el vanguardismo enseña a escribir, y eso siempre aparecerá de un modo u otro. Lo que estoy haciendo ahora es otra cosa. Estará Obaba, estará Gizona bere bakardadean, pero también habrá pequeños detalles, aparecerá Gabriel Aresti, por ejemplo.

Se tratará de una cápsula bastante grande, ya que quiero meter en ella todo lo hecho hasta ahora para volver a empezar ahí desde cero. Quiero cerrar definitivamente este capítulo de mi vida e imprimirle un nuevo rumbo.

¡Caramba!

Volveremos a empezar desde el principio. Poco a poco. Creo que van a cambiar bastante mi labor y mi vida. En alguna ocasión he hablado de retirarme, y este libro será algo así. Me produce una gran alegría pensar que me voy a retirar.

Más que morir y desaparecer, parece un renacimiento.

Pienso que en esto que digo hay algo de alegría. Quiero perder la imagen que tenía hasta ahora. Cuando me despierto con una pesadilla en la cabeza, siempre estoy dando conferencias aquí o allí. Siempre con ese empeño. Eso se ha terminado. Quiero escribir, pero dirigiéndome hacia otro campo.

¿Cómo es eso?

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Siento muy próxima la poesía. Siento también muy cercanos la reflexión y el ensayo. También la ficción. No sé qué ni cómo, pero al menos no como hasta ahora. Ya veremos…

Libre de presiones, entonces.

Creo que los últimos treinta años tienen que valer para algo. He pasado por muchas crisis, de verdad, muchas veces no me gusta cómo me veo a mí mismo; qué hice aquí, cómo hice aquello otro…

Se precisa valor para volver a echarle la mirada a todo eso, recogerlo, analizarlo y, como se hace con los papeles, clarificarlo, expurgarlo y guardarlo. A ver qué sale de todo eso. Ese futuro me resulta atractivo, y no la realidad actual: trabaja que te trabaja, sin poder terminar nada y siempre con una conferencia que impartir aquí o allí.

No sé qué es lo que pasará, pero soltaré una gran cápsula y me iré al espacio exterior.

7

Sobre el valor de la novelaSobre el entontecimiento de la sociedad

Jóvenes conservadoresLo que una mano da, la otra lo quita

Otra vez al espacio exterior

Por lo que le hemos oído hasta el momento, podría pensarse que usted también cree que la novela carece de valor. Habla de poesía, ensayo, memorias, pero no de novelas.

En literatura y, en general, en las disciplinas artísticas, siempre hay una especie de guardián o de Big Brother. Puede ser la sociedad, el mercado o cualquier otra cosa, pero es algo que ejerce una presión terrible al creador que va por libre.

Pongo un ejemplo: en la Inglaterra del XIX, en un determinado momento, nueve de cada diez novelas constaban de tres tomos. Parece que la gente pensaba que debían ser así, de tres tomos. Pero, en un momento dado, desde las bibliotecas públicas se comienza a advertir de la inconveniencia de seguir publicando libros de tres tomos, por los problemas que causaban a los bibliotecarios. Pues bien, algunos escritores hicieron caso de esa advertencia y comenzaron a escribir novelas de un solo tomo. Enseguida, lo que había sido una advertencia terminó por convertirse en una orden: en las bibliotecas

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públicas no se admitirían más novelas de tres tomos. Al cabo de tres años, se acabó con la costumbre.

He puesto este ejemplo, por mor de la brevedad, para mostrar qué influencia ejercen a veces cuestiones ajenas a la literatura.

Pero eso no aclara la crisis que supuestamente vive hoy la novela.

De todas maneras, es cierto que la novela ha conocido tiempos mejores. En el siglo XIX, la novela lo era todo. No había cine ni televisión; la novela era la representación mejor y más hermosa del mundo. Acuérdese, si no, de lo que decía Balzac: “Yo soy el notario de Francia”. Hoy, ¿quién puede decir algo así? ¿Quién puede decir que está levantando acta? En nuestro tiempo, un novelista no levanta acta, o lo hace en una medida muy reducida. Ha perdido relevancia.

Probablemente todo eso se fue a pique por culpa de las guerras, que enterraron el opt imismo y al imentaron el hambre de revolución, las vanguardias y todo eso. Es curioso saber que a Man Ray le pagaban los ricos sus películas dadaístas y luego en París las salas de cine se llenaban para ver aquellas locuras. ¡A ver quién iría hoy!

También en nuestra época había algunas convicciones canónicas: todo el mundo tenía que leer Paradiso de Lezama Lima o Ulysses de Joyce. Ahora, en cambio, son muchos los que dicen que la novela está en crisis.

Es cierto que hay una presión desde fuera, que las fórmulas pueden estar bastante fijadas y que es muy complicado aportar cosas novedosas. La gente, de alguna manera, ha sido educada a través del cine y la televisión, y, en todo caso, prefiere novelas construidas a la manera tradicional, como los best sellers, mientras que el escritor normalmente pretende ir más allá. Lo mismo sucede con las canciones: oyes una de esas que tienen éxito y has oído cinco mil iguales. Hay una infantilización. La gente quiere oír siempre el mismo cuento.

No hace mucho, leí en un diario del País Vasco una frase pasmosa, referida al éxito de Harry Potter: “Por fin la literatura infantil ha alcanzado su dignidad”. Al leer eso, no tienes más remedio que pensar en lo mal que están las cosas. Utiliza la palabra “dignidad” cuando en realidad lo que quiere decir es “por fin una escritora consigue ganar más dinero que la reina de Inglaterra”. ¡Felicidades! Pero, ¿dignidad?, acaso no tenía dignidad Alicia? Pero, claro, en el país no tan maravilloso de la ignorancia, decir Alicia o decir María Pilar es lo mismo.

Así están las cosas, y ésa es la presión que hay. Parece que la sociedad va directa hacia el analfabetismo, y ello traerá su polarización. Una minoría leerá novelas e irá por su camino, mientras que la mayoría verá la tele, verá las películas de siempre, con los tiros de siempre, los coches de siempre, y, si se trata de una película española, las actrices aparecerán enseñando el sostén y las bragas, que parece algo obligado en un filme español. Dicho de

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paso, es realmente curioso cuánto les gusta la lencería a los directores españoles.

En este momento, también yo prefiero leer poesía o ensayo, antes que novela. A la novela le pido un ejercicio memorialístico. De todas formas, lo importante es no ceder ante esa presión externa que hemos dicho, y que cada cual encuentre su camino. Al menos yo no pienso resignarme.

Pero usted también sufrirá esas presiones, supongo.

Pienso que la primera ley es responder cada uno a su propio mundo, estar cada uno en su lugar. Sin embargo, sería pecar de vanidad pensar que esas presiones no tendrán efecto alguno sobre mí. Recuerdo que durante una mesa redonda entre pintores se suscitó una discusión en la que alguien dijo que sus cuadros valían mucho dinero, pero que eso de ninguna manera repercutía en su trabajo. Lucio Muñoz le respondió que, por favor, no se pusiera tan estupendo, que el dinero alcanzaba a todos los talleres, y que ése era precisamente uno de los problemas mayores, un problema artístico, porque la sombra del dinero altera la manera de trabajar. Mire, si no, con qué vanidad se dan a conocer en el País Vasco las cifras de ventas de libros en las ferias.

¿No será que está dejando de ser joven?

Puede ser, pero yo creo que el joven, por lo general, suele ser conservador. Tengo mucha más fe en quien mantiene su forma de ser a pesar de haber cumplido unos cuantos años. De jóvenes solemos, y solíamos, meter mucho ruido, pero los jóvenes en general son muy conservadores.

Es algo que he aprendido de Gombrowicz, que no hay cosa más reaccionaria que un joven. No tienen exigencias de la realidad, no tienen obligación de ganar dinero, ni de criar hijos… Parece que viven, o vivíamos, muy libres, porque yo también me incluyo. Pero luego, ¿qué?

Se me hacen bastante aburridos; uno, que sólo oye heavy; otro, que no te habla más que de fútbol… Me parece que la rebeldía y la personalidad aparecen más claramente a partir de una cierta edad. Yo, con veinte años, era muy asocial, no hacía una a derechas. Pero ahora, una vez llegado a esa edad, para mí es importante hacer frente a ciertas influencias de la sociedad, mantener lo que es mío propio.

¿Está en contra de la juventud?

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No, no es eso. Mire, Jon Juaristi también decía que Atxaga era de joven un asocial. Pero eso era algo normal, estábamos perdidos, más atados al nacionalismo, acudíamos a asambleas, charlas y cosas así, y siempre armábamos escándalos. Y eso, ¿por qué? Pues, llevados por la propia situación, sin duda alguna, y porque teníamos poco que perder.

Ahora, si te vienen a buscar para un premio importante y les dices que no discretamente, sin que nadie se entere, ¿no tiene eso más valor? A tu alrededor todos se alegrarían de lo recibieras, también tu madre, pero si tú dices que no, es porque sientes que tienes que hacerlo. Y punto.

Y eso sí que es difícil de verdad. Más difícil que sólo meter ruido.

Usted mismo ha sacado el tema de los premios.

Le responderé otra vez al revés. Tengo ganas de dar un gran cambio, quisiera cambiar mi imagen pública, en cierto sentido al menos. Quisiera esconder a Atxaga. Éste fue Atxaga, pero se acabó.

Cualquiera diría que le amarga un dulce.

Mire, empiezo a escribir, luego me traducen, comienzo a aparecer por aquí y por allí, obtengo cierto reconocimiento, gano este u otro premio…, ¿cuántas cosas buenas me ha proporcionado todo eso? Muchísimas. Y no sólo desde el punto de vista material. Hasta la casa en la que estamos ahora se la debo a eso; pero también me ha proporcionado un lector maravilloso en Italia o en los Estados Unidos. Gracias a ello se me ha acercado gente muy interesante, encantadora, que me ha aportado mucho. Pero, no hace falta decirlo, como siempre sucede en la vida, lo que una mano te da, la otra te lo quita.

Así que está agotado.

Sí que tengo un cierto cansancio. Generalmente, se me considera un “ganador”, y los ganadores siempre provocan algo en su contra. El ganador siempre tiene algo feo para la gente; hay una especie de justicia cósmica en su contra. Al perdedor, en cambio, se le encuentra una cierta belleza. Hay mucha gente que valora ser un perdedor. Lautréamont vendió en toda su vida treinta y dos libros solamente; más tarde, los surrealistas dijeron que Lautréamont había sido uno de los mejores escritores de la historia, y la gente se acercó a su obra. Se vendieron miles de libros. Porque era un perdedor, o también por

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eso. Existe una especie de amor y de fascinación hacia el perdedor que el ganador no es capaz de suscitar.

Y, claro está, yo he sentido de forma muy notoria una gran difusión social, un cierto reconocimiento de mi nombre, pero a la vez eso me ha traído cosas negativas, al igual que el mar también tiene resaca.

Es usted un hombre marcado.

Sí, y ¿qué puedo hacer? Por un lado, podría aceptar mi papel de ganador, aceptarlo plenamente, y hacer caso omiso de todas las antipatías. Eso se hace diciendo que sí a todos los premios que vienen o que podrían venir: Vasco Universal, Sabino Arana, Príncipe de Asturias… Así y teniendo en cuenta los epigramas de Marcial, claro: “Hay uno que revienta de envidia, querido Julio, porque Roma me lee”. Pero mi humor, a veces sí, pero la mayor parte de las veces no es eso lo que me pide.

Por otra parte, podría seguir con la tensión y, poco a poco, ir perdiendo mi sit io. De esa manera, de adoptar ese modelo, al f inal terminaría pareciéndome a Juan Ramón Jiménez. Como sabe, Juan Ramón sentía enormes celos hacia otros escritores, y andaba siempre peleándose, haciendo malas críticas al resto de los escritores, aunque por otro lado era un hombre muy estimable y que en la Guerra Civil estuvo a favor de la República; en su álbum tenía una fotografía recortada de un periódico, con un pie que decía “El pueblo de Bilbao despidiendo a los soldados que van al frente”, y él había escrito, de su puño y letra, “¡Qué hermoso!”.

Pero, volviendo al tema, me viene a la memoria una maquinita de juguete que de niño me gustaba mucho. Tenía un botón rojo que, en casos de desesperación, se pulsaba y ¡zas!, tu astronave saltaba al espacio exterior; era un salto muy arriesgado, que no se podía repetir una y otra vez, porque podía destruir la nave. Pero si salía bien te librabas de los asteroides y de todos los peligros.

Usted me ha dicho antes que me encuentra agotado, y le he contestado que sí. Voy a aclararle un poco esa respuesta. Estoy cansado, pero de determinado mundo y del papel que yo he desempeñado, a gusto o a disgusto, en él. Ha sido una época muy animada, qué duda cabe, pero esa vía ha llegado a un punto muerto, sin salida. ¡Qué quiere que le diga! Uno cambia. Ya lo expresé en Gizona bere bakardadean, de alguna manera; escribí que con los sentimientos y con las maneras de pensar sucede como con las entrañas: te levantas una mañana y te das cuenta de que el cambio ya se ha producido; que no quieres volver a ver a mucha gente que solías ver en el pasado. Que no quieres repetir ciertas discusiones del pasado; que algunos tonos, algunos gestos, una cierta forma de hablar, te son completamente ajenos ya. Y, sobre todo, que renovarte no te parece ya una misión imposible. Así que quiero hacer también como con el juguete: darle al botón rojo y saltar al espacio exterior. Ésa es mi intención actual, hablando clara, muy claramente.

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No hay generacionesLo que cuenta es el tiempo, no el espacio

Vuelta al espacio exteriorLas relaciones con los lectores

Sobre el oficio de escribirLos problemas de los pequeños

La función de la crítica

¿Cómo ve que incluya en un mismo libro de entrevistas a ustedes cinco, Izagirre, Lertxundi, Saizarbitoria, Sarrionandia y usted mismo?¿Será que son de la misma generación?

Yo diría que no. Ha sido la memoria de usted y su voluntad lo que ha determinado esa opción. No tenemos ni siquiera la misma edad. Como mucho, hemos sido un puente, o mejor dicho, nosotros y otros muchos como nosotros hemos formado algo parecido a un puente.

¿Un puente hacia dónde?

Podría ser también una escalera. Casi de la nada hemos llegado a donde estamos. Los que nos precedieron, Aresti, Mirande, Ugalde y otros, fueron los pioneros, los que escribieron y publicaron partiéndose la cara. Ellos ganaron las primeras batallas, y para nosotros luego ha sido más fácil.

Hasta ahora no hemos mencionado a Mitxelena, y habría que hacerlo, y no sólo por su faceta de lingüista. Sus comentarios literarios, por ejemplo, eran muy buenos.

Pues bien, todos esos que ha mencionado, y alguno más, llegaron a Louisiana, un lugar lleno de pantanos y zarzas, y atravesaron un territorio plagado de serpientes y cocodrilos para plantar unos campamentos-base. Y es de esos campamentos de donde hemos partido nosotros, apoyándonos en las losas que ellos pusieron, y quizá lo que nosotros hemos hecho es darle a todo eso una cierta realidad, y ampliarlo.

Mire, ahora se publican y se compran libros como rosquillas. A menudo, ni sabes quién los ha escrito. Quien no lea no podrá decir que es porque no hay libros en euskera. Será por otro motivo.

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Resulta algo exagerado hablar de Sísifo, pero sí, también nosotros hemos empujado el peñasco, y lo hemos sacado a la calle. Jalgi hadi plazara!14.

Pero ustedes cinco pertenecen a un mismo grupo, ¿o no?

No lo creo. Desde mi punto de vista, somos muy diferentes. Por origen, personalidad… Muy diferentes.

¿También literariamente?

También. En algunos, por ejemplo, es patente la influencia francesa. Amamos tradiciones distintas. Lertxundi ha vivido en Italia y tiene muy presentes a los italianos.

Al fin y al cabo, ¿qué es lo que cuenta? Que cada uno tenga su propia voz, una voz reconocible a primera vista. Baroja, por ejemplo, no se lee porque cuenta esta u otra historia, sino porque tiene su propia poética; porque no hay otro Baroja en ninguna otra parte. Es decir, porque es único. Ésa es la única cosa que puede pervivir con el paso del tiempo: la voz de un autor.

Ustedes cinco coinciden en eso, en que es imprescindible que el autor consiga su propia poética. Sin embargo, Sarrionandia dice que ésa es una tarea muy difícil y que también a usted le costaba escribir. Mientras que el lector se traga en tres minutos horas y horas de trabajo del autor.

Es verdad que las cosas se tragan en tres minutos, pero si ello deja alguna huella en el lector, es más que suficiente. Por ejemplo, cuando escribí el poema El erizo15, un hombre me vino en San Sebastián diciendo lo bien que reflejaba en ese poema la situación del euskera; y yo me quedé asombrado de que, en donde yo hacía una reflexión metafísica, aquel hombre viese una reivindicación lingüística. Pero, aparte de mi asombro, también sentí agradecimiento, porque mi poema estaba vivo en la mente de aquel hombre, no sólo en la mía. Y eso está bien. Es bueno que un texto habite en distintas

14 “Sal a la plaza”: referencia a un poema del primer escritor en lengua vasca, Bernard

Etxepare, en el que éste exhorta a la lengua vasca a darse a conocer ante el mundo, a salir a

la plaza.

15 Bernardo Atxaga, Poemas & híbridos, Visor, Madrid, 1990, pg. 6.

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mentes, porque de esa manera permanece en el tiempo. Igual que en mi interior todavía resuena aquel poema de Lete que tan bien cantó Mikel Laboa, “Un día el polvo de estrellas se convirtió en germen de vida”. O aquel poema de Mendiague, Kantuz [Cantando], que cantaba Laboa. Es admirable saber que ese poema es la versión de un texto de otro poeta argentino y, por lo tanto, que sus palabras andan de por medio. Seguramente se alegrará mucho en el Parnaso cada vez que oiga la canción en boca de Laboa. Estos son ejemplos cercanos, pero podría ponerle igualmente otros más lejanos.

El mejor premio para un escritor es que su obra perdure en el tiempo. Sin duda, resulta más fácil vencer al espacio; se puede conseguir que tu obra esté una temporada en los escaparates de todas las tiendas; se puede dominar el espacio. En cambio, no sucede lo mismo con el tiempo: que dentro de veinte años alguien recuerde tu obra y le sirva para reflexionar ante otra situación distinta. Eso es lo que más aprecia un escritor, lo más grande; que su obra venza al tiempo y que lo que ha escrito sea recordado. Hace un rato estaba escuchando Just like a woman de Bob Dylan. Tiene que ser una delicia ser consciente de haber creado una canción como esa. Y hablo de canciones por tomar referencias más amplias, pero lo mismo podría decir de un poema o de un ensayo.

¿Sabía usted que ayer falleció Pierre Bourdieu? Me causó una gran pena. Apreciaba mucho sus reflexiones, sobre la televisión y otras muchas. Siempre se menciona a Guy Debord, pero el tipo de análisis de Pierre Bourdieu es más sereno y discreto. Además, Debord ha sido adoptado por los esteticistas.

Anoche mismo, con ocasión de la muerte de Bourdieu, en el canal franco-germano de Arte TV emitieron una conversación entre Bordieu y Günter Grass. Hablaron mucho de la importancia del lector. ¿Qué relaciones mantiene usted con los lectores?

En nuestro caso, en el de la edición en euskera, siempre he pensado que los lectores nunca iban a acercarse a nosotros por sí mismos, que eso había que propiciarlo. Que es preciso hacer de predicador en el desierto. En ese sentido, hemos hecho una gran apuesta, yo también, dando conferencias, recitales…

Para decir las cosas como son, siempre me he sentido cercano a la gente de Bilbao. Ir a dar una conferencia a Algorta era para mí como acudir a una fiesta. Sentía que decían “Es uno de los nuestros”, sentía afecto y aprobación.

En San Sebastián, por el contrario, siempre me he sentido en tensión. Miradas afiladas en las conferencias… Con todo, también es cierto que sueloandar muy a gusto por los montes y senderos de Gipuzkoa.

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Antes de que se me olvide preguntárselo, dígame los títulos de cinco libros imprescindibles en euskera.

Aunando corrección y cortesía: Ni ez naiz hemengoa [No soy de aquí], de Sarrionandia; Non dago Basques’ Harbour [Dónde está Basques’ Harbour], de Izagirre; Otto Pette [Las últimas sombras], de Lertxundi; Egunero hasten delako [Porque comienza todos los días], de Saizarbitoria; y Nora noa? [¿A dónde voy?], de Joxemari Iturralde.

Cinco libros imprescindibles en castellano.

Teniendo en cuenta la corrección y su relación con nuestra cultura: Los Baroja, de Jul io Caro Baroja; Entre nosotros, de Mitxelena; Quousque tandem…, de Jorge Oteiza; los Cuentos, de Martín Ugalde; y La historia vasca del mundo, de Marc Kurlansky.

Usted decía hace poco que el escritor debe vivir liberado, sin tener otro oficio.

Eso es mucho decir, pero es cierto que la literatura vasca se ha visto beneficiada de que algunos escritores estuvieran dedicados únicamente a la escritura. Yo diría que unos cuantos escritores hemos conseguido, con enorme trabajo, fortalecer nuestra institución literaria. Trabajando no sólo en casa, sino también haciendo muchísimos trabajillos para salir adelante: traducciones, recitales, artículos, mil cosas.

Hace poco estuve hablando de este tema con un escritor joven, y le dije que si se convertía en escritor profesional, eso repercutiría en nuestro mundillo literario y cultural, porque tendría que meter muchas horas en ese campo para ganarse el pan y el vino; pero que ello no implicaba que su trabajo literario fuera necesariamente a salir beneficiado.

Tomemos un ejemplo de hoy mismo: Harkaitz Cano. Anda de aquí para allá, dando conferencias, recitales, escribiendo colaboraciones. Si este hombre trabajase de abogado, ¿quién escribiría los programas radiofónicos y otros trabajos que él hace tan magníficamente bien?

Todo esto tiene que ver con la “organicidad” que hemos mencionado al principio: es decir, que algunos escritores vascos hemos actuado como escritores orgánicos, y que eso ha tenido influencia en todas nuestras decisiones. Lo expresaré mejor con un ejemplo: hace algunos años me di cuenta de que necesitaba un agente literario. Podría haber acudido a Carmen Barcells, Raquel de la Concha u otros como ellas, pero me pareció que a la literatura vasca le convenía tener un agente de aquí, y al final lo conseguí. Y es que el mundo de la cultura se enriquece si cuenta con una agencia. Hasta

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en Polonia saben enseguida a dónde escribir o a dónde deben llamar cuando quieren saber algo sobre la literatura vasca. Y los autores vascos tienen así un despacho que va a pelear por ellos.

Entramos en la cuestión económica.

No deben dejarse a un lado estas cuestiones ordinarias, y no lo digo por simple ambición económica, no es eso. Lo digo porque es cuestión de justicia. Hace poco me quedé de piedra cuando vi el contrato de un famoso cantante nuestro; no voy a decir nombres, pero sí que algunos patronos de la cultura vasca me parecen auténticos negreros, porque no tienen mucha más ética que estos últimos. Ésas son cosas totalmente negativas para la cultura vasca; peor aún, son negativas en general. Hay que mandar a alguien contra esos patronos: abogados, agentes, jueces, ángeles exterminadores, cualquiera que devuelva su equilibrio a la justicia. Y, por supuesto, dentro de ese concepto de “patrón” incluyo también a las instituciones públicas vascas, ¡cómo no! Con todas las alergias que hay en el mundo, ellos tenían que pillar la alergia a los derechos de autor. ¿No se ha dado cuenta usted? En cuanto se les acerca un autor, comienzan a estornudar. Y lo de EITB es aún más grave. Quizá usted no lo sepa, pero entre todas las televisiones existentes en el Estado, es la más dura, según dicen, con los derechos de los actores.

¡Y en buen sitio estamos! Hace un par de años, al poco de volver de un viaje a Alemania, le comenté algo que me sucedió allí a uno que ejercía de pez gordo de ese “complejo mediático”. Le comenté que me habían pagado, no mucho, unos 200 marcos o algo así, por las entrevistas que me habían hecho en la radio sobre mis libros, y le pregunté si ellos no deberían ir por esa línea con los escritores vascos. Pues, nada, dejé al hombre con una alergia espantosa; se quedó como Superman al sentir los efectos de la kriptonita.

Recientemente, a un escritor amigo le han pagado con un plato de jamón un discurso escrito para el presidente de una importante caja de ahorros.

Así es como están las cosas todavía. Si quieres ir de manera voluntaria, podrás ir a apoyar la ikastola de Miranda de Ebro, pero si se te acerca el Señor Dineros y encima empieza a succionarte… Un día de estos voy a decir a mi agente que vamos a empezar a cobrar por las entrevistas, aunque luego demos a Cáritas nuestras ganancias.

En el fondo, la culpa la tiene nuestra situación cultural. El País Vasco no es precisamente la Florencia de los Médicis. Falta una sensibilidad, una cultura, para valorar ciertas cosas; más aún, se precisa una mentalidad de metrópolis, y esa mentalidad todavía no ha llegado a nuestro país.

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Ésas son las cuitas del pequeño. Nuestro mercado editorial también tiene las suyas. Sin embargo, algunos opinan que ser pequeño no carece de ventajas, al no tener que soportar las presiones y leyes de un mercado editorial grande.

Conozco esa opinión de Saizarbitoria. Por un lado, me recuerda al “En favor de lo pequeño” escrito por Galileo, eso de que los cuerpos pequeños son proporcionalmente más fuertes que los grandes. Ya conoce el razonamiento: un caballo se mata si se cae desde la altura de un primer piso, pero una hormiga seguirá viva aunque se caiga de un campanario.

Saizarbitoria reflexiona bastante bien generalmente, y ha adoptado además una actitud muy positiva estos últimos años; su reentrada en la cultura vasca ha sido algo muy beneficioso para todos. Dicho esto –y, dadas nuestras relaciones, no me parece poco decir–, no estoy muy de acuerdo con esa opinión. Opino más bien lo contrario: un mercado pequeño como el vasco es más estándar, más vulgar que los grandes mercados. Por norma, cuanto mayor es un mercado, más sitio hay para todos, hasta para las opciones marginales, y también para las “sutiles”.

Dicho en pocas palabras, en un mercado pequeño, todas o la mayor parte de las actividades o iniciativas especiales se quedan siempre por debajo del mínimo necesario. En Francia, por ejemplo, se publicaba una revista como Le serpent á plumes, dedicada al relato breve de todo el mundo, y tiraba seis mil ejemplares. Digo que tiraba porque he oído que están a punto de cerrarla. ¡Vete a sacarla en euskera! Vendería cien ejemplares, ¡y a casa! Mirando a otra dirección: en Atlanta se podía comprar un periódico gay, cosa impensable aquí. Además, por si lo del pequeño tamaño fuera poco, está también la mediocridad de nuestra tradición cultural. Lo que le he dicho antes: esto no es la Florencia de los Médicis. Aquí justo estamos saliendo ahora del ambiente iletrado de una época.

Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?

Yo creo que la única ventaja de una escala pequeña, como la nuestra, es la posibilidad que existe de trabajar en equipo. En ese sentido, el idioma sirve de pegamento o de nexo de unión entre los artistas, escritores, etc. Aquí, de cuando en cuando, se hacen trabajos de equipo cruzados: alguien recita una letra tuya, otro compone una canción con ella, un tercero le pone imágenes… En otras partes, en Madrid o París, difícilmente surgen este tipo de obras colectivas.

Así pues, mejor ser grande.

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Sí. Mire, usaré una metáfora que emplea un amigo mío. ¿Recuerda todo lo que se armó cuando unos vascos pisaron por vez primera el Everest?; pues bien, un par de semanas después, unos austriacos consiguieron subir sin oxígeno, y sin tanta alharaca. ¿Por qué Zabaleta y los miembros de la expedición Tximist no ascendieron sin oxígeno, para que el mérito fuera aún mayor? Como diría ese amigo mío, cuando treinta expediciones vascas suban al Everest, entonces la trigésimo primera dirá “ahora vamos a subir sin oxígeno”, y la siguiente “subiremos a la pata coja”, y así… Pero en aquella época de Zabaleta y de sus compañeros, después de trabajar tanto, de reunir a duras penas el dinero necesario, y con la presión popular, ¿cómo iban a arriesgarse a no llegar?

Pues bien, al mundo de la cultura vasca le sucede lo mismo que a aquellos montañeros. Es tan pequeño, hay tantas cosas que deben hacerse por primera vez, hay tantas necesidades básicas, que no hay sitio para caprichos. Ni para proyectos con un poquito de riesgo. Ahí tiene mi caso. ¿Cuántos ejemplares ha vendido Bi letter [Dos letters]? Millares. En cambio, el libro-disco titulado Hitz beste eginez [Cambiando de tema], que he publicado no hace mucho tiempo, no habrá vendido más que algunos centenares. Y no diría yo que se trata de una mala edición. Pero proyectos así necesitan de mayor terreno para que ese nivel mínimo esté más arriba.

Con todo, por grande o pequeño que sea un mercado, es difícil adivinar cuál va a ser la trayectoria de un libro.

En ocasiones es muy sencillo. Si se quiere encontrar al lector entre los telespectadores, entonces basta con saberse las cuatro reglas para calcular las cifras de edición. Por ello ha surgido ahora esa moda con los escritores que están todo el rato en televisión. De esa manera, el editor dice: Fulano, diez horas de pantalla todas las semanas, buen aspecto, dos pequeños escándalos el año pasado, total: 83.000.

No obstante, los demás libros, los serios quiero decir, a menudo se difunden por motivos extraliterarios. Eso lo he visto muy claro en Francia, donde, por ejemplo, un hombre de origen argelino, que firma sus libros con un seudónimo femenino, con problemas en su país, llega un día a París con esa leyenda –avec le problème– y lo reciben con los brazos abiertos, le hacen mil entrevistas y de un día para otro vende miles de ejemplares. Si ese escritor no hubiera sido argelino, seguramente nadie habría leído su libro, aunque fuese muy bueno. Siempre compramos los libros pensando que son también algo más.

Pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras farisaicamente. Es sabido que el mundo va mal. Pero en ese mundo que va mal, miles de libros buenos ven la luz, y el asunto es encontrar alguno de esos libros. Todo lo demás no importa.

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La crítica tendría algo que decir en eso.

Así es; y creo que entre nosotros la crítica está empezando a aparecer ahora. Por ejemplo, Mari Jose Olaziregi hace artículos muy bien escritos que sirven para presentar la literatura vasca “al mundo”. Y eso está bien, el crítico debería ir siempre por delante del escritor.

Si te tienen que publicar un libro en, pongamos por caso, Alemania, es interesante que antes un crítico de aquí dé a conocer allí su trabajo sobre ese libro. En los círculos universitarios y en donde sea posible. Se prepara un informe o algo así y se envía.

Eso más que crítica parece promoción.

La promoción y la crítica siempre han ido de la mano. ¿Qué otro objetivo puede tener la crítica si no es promoción? El crítico señala un libro entre un montón enorme y dice “hay que leer éste” o “no hay que leer aquel otro”; y ese hecho está directamente relacionado con la trayectoria que luego va a tener ese libro.

El problema no es ése, diría yo. El problema es si el trabajo se hace o no “en condiciones en que la ética quede a salvo”. En ese sentido, la situación de los críticos honestos es muy complicada. Ellos saben que después de su reseña habrá otra que no será tan honesta, “pagada” de alguna manera, reservada a los escritores “de la casa”, que seguramente será ditirámbica. ¿Cómo se puede escribir recto sobre esas líneas torcidas? Él puede hacer su crítica según su conciencia, y mencionar por ejemplo los defectos que le ha encontrado al libro; pero ¿es correcto publicar eso, sabiendo que al lado hay otro libro con muchísimos más defectos pero que sólo va a recibir elogios? Yo mismo no sabría qué hacer.

De todas maneras, creo que hay otras vías más nobles que la crítica para hacer promoción. Y hay muchos críticos que consiguen llevar a buen puerto esa labor tan complicada.

Una última observación. Como vasco, yo no le tendría miedo a la promoción. Estemos tranquilos. Nos costará alcanzar el listón de Hollywood, del Instituto Cervantes, del British Council o de otras instituciones y empresas parecidas. Yo calculo que necesitaremos unos quince mil años. Así que, hasta entonces, tranquilos. Nada de mala conciencia.

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Atxaga

Narrativa—Obabakoak, Ediciones B, Barcelona, 1989 (Punto de Lectura, Madrid, 2000)—Memorias de una vaca, Ediciones SM, Madrid, 1992—El hombre solo, Ediciones B, Barcelona, 1994—Dos hermanos, Ollero y Ramos, Madrid, 1995—Dos letters, Ediciones B, Barcelona, 1990,—Historias de Obaba, Ediciones B, Barcelona, 1997 (Incluye los dos relatos anteriores

más Cuando una serpiente...)—Esos cielos, Ediciones B, Barcelona, 1996—Un espía llamado Sara, Acento Editorial, Madrid, 1996 (SM, 2000)—Lista de locos y otros alfabetos, Siruela, Madrid, 1998

Relatos en libros colectivos—Cuentos apátridas, Ediciones B, Barcelona, 1999 —La condición humana; diez relatos y un poema, Fnac, Madrid, 1994 —Relatos urbanos, Alfaguara, Madrid, 1994—Una infancia de escritor, Xordica, Zaragoza, 1997 —El desnudo en el Museo del Prado, Galaxia Gutemberg. Círculo de Lectores,

Barcelona, 1999

Poesía—Poemas & Híbridos, Visor, Madrid, 1990 (Plaza y Janés, Barcelona, 1997)—Nueva Etiopía, El Europeo, Madrid, 1996

Infantil—Aventuras y calenturas de Nikolasa, Ediciones B, Barcelona, 1989—Ramuncho detective, Ediciones B, Barcelona, 1989—La cacería, Altea, Madrid, 1986—Cuentos y cantos de Siberia, Editorial Laboratorio Educativo, ¿??

(Colección de cuentos que comprende los siguientes volúmenes: Jimmy Potxolo, Antonino Apreta, Un burro en el hipódromo, Los pollitos y Bakarty James)

—Flannery, Ediciones B, Barcelona, 1992—Shola y los leones, Ediciones SM, Madrid, 1995—Shola y los jabalís, Ediciones SM, Madrid, 1996—El mundo según Markoni, Fundación Bilbao Bizkaia, Bilbao, 1995—Los grandes episodios de la gran familia Markoni, Fundación Bilbao Bizkaia, Bilbao,

1995—Bambulo: Primeros pasos, Alfaguara, Madrid, 1998—Bambulo: La crisis, Alfaguara, Madrid, 1998—Bambulo: Amigos que cuentan, Alfaguara, Madrid, 1999

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GLOSARIO ONOMÁSTICO Y DE PUBLICACIONES PERIÓDICAS CITADAS

En el presente glosario se recogen algunas de las referencias que

aparecen en las entrevistas precedentes. El criterio de selección ha consistido,

esencialmente, en facilitar al lector una primera aproximación a los personajes

de mayor relevancia desde el punto de vista de su incidencia en la trayectoria

de los autores entrevistados o de la cultura vasca en general. No hay, por

tanto, afán exahaustivo en el presente glosario. Para más información sobre

estos u otros nombres contenidos en el presente libro, el lector puede

consultar la Enciclopedia Auñamendi (en castellano), tanto en formato de libro,

como en <www.euskomedia. org>.

Agirre Asteasukoa. Nombre con el que se conoce al escritor religioso Juan

Bautista Agirre Elola (Asteasu, 1742 – 1823), de gran reputación

como prosista. Es uno de los más señalados autores del dialecto

guipuzcoano literario.

Agirre, Jose Maria, “Xabier Lizardi” (Zarautz, 1896 – Tolosa, 1933). Su poesía,

lírica con marcado tono naturalista, es referencia imprescindible en

las letras vascas. Publicó un poemario, Biotz-Begietan (1932) [En el

corazón y en los ojos], a los que hay que añadir el póstumo

Umezurtz Olerkiak (1934) [Poemas huérfanos]. Escribió también

para el teatro y buen número de artículos. Fue miembro activo del

movimiento Euskaltzaleak [Los vascófilos].

Agirre, Txomin. Nombre con el que se conoce al escritor Domingo Agirre

Badiola (Ondarroa, 1864 – Zumaia, 1920). Se le considera pionero

de la novelística en lengua vasca. Si bien su primera novela,

Auñemendiko lorea [La flor del Pirineo], data de 1898, sus obras

más conocidas y reputadas son Kresala [Salitre] (1907) y Garoa

[Helecho] (1912), re latos ambos de t intes costumbristas,

ambientados, respectivamente, en una pequeña localidad costera y

en el mundo rural.

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Altube Lertxundi, Sebero (Arrasate, 1879 – Gernika, 1963). Lingüista y escritor

vasco. Académico de la Lengua Vasca, dedicó su atención

fundamentalmente al léxico y a la sintaxis. Sentó cátedra en ambas

disciplinas, en las que ejerció gran influencia durante muchos años.

Su postura respecto a la cuestión del léxico se enfrentaba a la de

los puristas seguidores de Sabino Arana, y su aportación resultó

decisiva en los años 50, cuando la Academia marcó la línea a seguir

sobre el particular. En la sintaxis, sin embargo, cayó en el mismo

error que criticaba a los puristas al proponer un sistema sintáctico

demasiado rígido, que ha sido puesto en entredicho posteriormente

por lingüistas como Koldo Mitxelena.

Altuna Bengoetxea, Patxi (Azpeitia, 1927). Filólogo, profesor y académico de la

Lengua. Es autor de numerosos trabajos sobre escritores clásicos

del euskera, entre los que cabe destacar la más completa

investigación sobre el primer escritor en dicha lengua, Bernat

Dechepare. Es sacerdote jesuita, y ha impartido docendia en la

Universidad de Deusto. También es autor de un método de

aprendizaje de la lengua.

Altzaga Anabitarte, Toribio (San Sebastián, 1861 – 1941). Autor de teatro en

lengua vasca y director de la Academia de la Lengua y Declamación

Éuskara de San Sebastián desde 1915 hasta su muerte. Fue un

infatigable impulsor del teatro popular y autor, asimismo, de

numerosas piezas costumbristas, aunque también hizo alguna

incursión en la dramaturgia culta escribiendo y representando una

adaptación de Macbeth.

Amuriza, Xabier (Etxano-Zornotza, 1941). Bertsolari y escritor. Notable

renovador del bertsolarismo, ganó el campeonato absoluto de

bertsolaris en 1980 y 1984. Ha publicado varias novelas y libros de

bertsos y didáctica del bertsolarismo.

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Anabitarte Irazu, Agustin (San Sebastián, 1891 – 1981). Escritor en lengua

vasca, autor de novelas costumbristas como Usauri (1931), Donostia

(1932) o Poli (1958). Viajero infatigable, publicó en 1961 la crónica

de un viaje por Argelia: Aprika-ko basamortuan [En el desierto de

África]

Anaitasuna. Revista mensual de cultura e información general fundada en 1953 por

Imanol Berriatua. A partir de 1967, se convierte en quincenal. Fue un instrumento

básico en la implantación del euskera unificado.

Aresti, Gabriel (Bilbao, 1933-75). Poeta, dramaturgo, novelista y traductor, es

considerado como el mayor renovador e impulsor de la poesía

moderna y teatro en lengua vasca. A partir de 1954, comenzó a

publicar sus obras en diversas revistas. En 1957 fue nombrado

académico auxiliar. Sus primeras obras (especialmente Maldan

Behera) se caracterizan por la utilización de un patrón lingüístico

que anuncia el euskera literario unificado, así como, en cuanto al

contenido, por la asimilación de las nuevas corrientes europeas,

punto desde el que se fue aproximando a su entorno inmediato,

hasta sumergirse, en posteriores etapas, en los problemas sociales

de la época. Entre sus obras poéticas, cabe destacar: Maldan

Behera (1960) [Pendiente abajo]; Harri eta Herri (1964) [Piedra y

Pueblo]; Euskal Harria (1967) [La piedra vasca]; Harrizko Herri Hau

(1970) [Este pueblo de piedra] y el póstumo Azken Harria (1976)

[Última piedra].

Argia. Véase Zeruko Argia.

Arregi Aranburu, Rikardo (Andoain, 1942 – Mendaro, 1969). Escritor en

euskera y señalado dinamizador cultural. A pesar de su temprana

muerte, dejó innumerables artículos sobre filosofía, política y cultura

en general. Fue uno de los impulsores del euskera unificado y

fundador, a su vez, de la editorial Lur. A iniciativa suya, en 1966, la

Academia de la Lengua Vasca creó un servicio de alfabetización de

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adultos, que fue el germen de todo el movimiento posterior de

enseñanza de la lengua.

Arteche Aramburu, José de (Azpeitia, 1906 – San Sebastián, 1971) Escribió

fundamentalmente en castellano. Cultivó la biografía, el ensayo

breve y el artículo periodístico. Toda su obra está impregnada de

profunda religiosidad y de una afectividad recurrente hacia su

provincia natal. Se mostró radicalmente opuesto al modelo de

euskera unificado adoptado por la Academia. Dejó a su muerte un

interesante libro, El abrazo de los muertos, testimonio de su

intervención en la Guerra Civil, y un diario de posguerra.

Auspoa. Colección de libros de cultura popular iniciada por el padre Antonio

Zavala en 1961, que hoy se sigue publicando. Su catálogo consta

de más de 300 títulos y es referencia obligada para conocer vida y

obra de bertsolaris, relatos orales y relatos populares.

Axular, Pedro de (Urdax, 1556 – Sara, 1644). Sobrenombre de Pedro

Azpilkueta Agerre, escritor navarro, párroco del pueblo labortano de

Sara desde 1600 hasta su muerte. Autor de la obra clásica

fundamental de la literatura en lengua vasca, Gero [Después]

(1643), libro de ascética cuya prosa ha ejercido una influencia

esencial en la literatura vasca posterior.

Azkue, Resurrección María (Lekeitio, 1864 – Bilbao, 1951). Lexicógrafo,

folclorista y gramático. Se ordenó sacerdote en 1888 en Salamanca,

en cuya Universidad se doctoró en Teología. Estudió música en

Bruselas y Colonia. En competencia con Sabino Arana y Unamuno,

obtuvo, en 1888, la cátedra de Euskera en el Instituto de Bilbao, en

la que permaneció hasta 1936. Cofundador de la Academia de la

Lengua Vasca, fue el primer presidente de la institución, y en 1927

fue designado académico de la real Academia Española, en calidad

de representante del euskera. Su ingente obra abarca desde

trabajos lexicográficos (el más señalado, Diccionario Vasco-Español-

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Francés, 1905), hasta recopilaciones del folclore vasco (la principal,

Cancionero Popular Vasco, 1918; Euskalerriaren Yakintza [Sabiduría

del País Vasco], obra en 4 tomos, 1935-1947), pasando por trabajos

de índole gramática (Morfología Vasca, 1923) e, incluso, obras de

ficción.

Azurmendi Otaegi, Joxe (Zegama, 1941). Poeta y ensayista. Uno de sus

ensayos más conocidos Espainolak eta euskaldunak (1992) fue

t raducido y publ icado en castel lano [Los españoles y los

euskaldunes] por la editorial Hiru, en 1996.

Batxi. Ver Bilbao Elgezabal, Juan Bautista.

Beobide, Iñaki (Zumaia, 1934). Periodista y dinamizador cultural, editó

enciclopedias infantiles y fundó del grupo de teatro en euskera

Jarrai. También editó colecciones de música tradicional vasca en

Euskal Musika Herrikoia [Música Popular Vasca] y las primeras

grabaciones de cantautores vascos. Fue pionero en el desarrollo de

la televisión y el audiovisual en euskera.

Bilbao Elgezabal, Juan Bautista, “Batxi” (Arratzu, 1887 – Golfo de Vizcaya,

1916). Marino y escritor vizcaíno. Autor de artículos que enviaba

desde diferentes puertos del mundo al periódico nacionalista

Euzkadi. Sólo en 1997 fue publicada una recopilación de sus

artículos bajo el título Hau mundu arrano hau [Este maldito mundo!],

realizada por Koldo Izagirre e Iñigo Aranbarri.

Bustintza Lasuen, Evaristo, “Kirikiño” (Mañaria, 1866 – 1929) Escritor y

periodista en lengua vasca. Autor de cuentos de vena popular

recopilados en dos volúmenes que l levan por título Abarrak

[Ramillas] (1918 y 1930). Fue hasta su muerte responsable de la

sección en euskera del periódico nacionalista Euzkadi, en el que

escribió incansablemente.

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“Etxahun”, Pierre Topet (Barkoxe, 1786-1862). Bertsolari y poeta suletino de

vida azarosa, de la que dio cuenta en sus composiciones poéticas.

Acusado de un crimen pasional, fue juzgado y encarcelado.

Condenado al destierro, cantó su desgracia en Santiago de

Compostela y Roma, hasta que, de regreso a su país, se ganó la

vida como pastor y como coplista en fiestas y esponsales. Jamás

publicó sus versos, que se han conservado gracias a la tradición

oral, puesto que, a su muerte, sus familiares quemaron los

cuadernos que los contenían. Sus composiciones de juventud son,

fundamentalmente, sátiras, mientras que las posteriores son de tipo

elegíaco.

Etxaide, Yon (San Sebastián 1920-1998). Colaborador en múltiples revistas en

euskera, publicó la narración breve Alos torrea (1950) [La torre de

Alos], a la que siguió su obra más señalada: la novela histórica

Joanak joan (1955) [Lo pasado, pasado está]. De su producción

posterior cabe señalar las obras de teatro Markesaren alaba (1958)

[La hija del marqués], Amayur (1951) [Maya de Baztán] y Begia begi

truk (1962) [Ojo por ojo], la novela Gorrotoa lege (1964) [La ley del

odio] y la obra b iográf ica Amasei seme Euskalerriko (1958)

[Dieciséis hijos del País Vasco]. Tradujo, entre otros, a Pío Baroja

(Las inquietudes de Shanti Andía).

Etxaniz Aranberri, Nemesio (Azkoitia, 1899 – San Sebastián, 1982) Sacerdote,

escritor e importante dinamizador cultural. Escribió poesía,

narrativa, teatro y artículos periodísticos. De él escribe K. Mitxelena:

“de su pluma han salido ensayos muy audaces por la forma y por el

fondo, y probablemente una cierta falta de ambición artística ha sido

la única causa de que no ocupe en la lírica vasca el puesto que por

inspiración y recursos le correspondía”. Sin emabrgo, su fama en el

movimiento vascófilo se debe más a su espíritu activista en la

defensa de la lengua vasca bajo el franquismo. Puso letra a

innumerables canciones y fue el impulsor de la nueva canción

vasca.

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Euskalerriaren Yakintza. Véase Azkue, Resurrección María.

Ez dok amairu [No hay trece]. Grupo formado en 1966 por varios cantantes

vascos, e impulsado por Nemesio Etxaniz y Jorge Oteiza. El primer

núcleo lo constituyeron Mikel Laboa, Benito Lertxundi y Lordes

Iriondo. Posteriormente se sumaron otros, como los hermanos Artze,

Xabier Lete, Julen Lekuona, y los hermanos Irigaray. El grupo

modernizó la canción vasca, conjugando el cancionero tradicional

con la música contemporánea. En 1970 crearon el espectáculo

Baga, Biga, Higa [Uno, dos, tres], que presentaron en buen número

de localidades vascas. El grupo se disolvió en 1972.

Haritschelhar, Jean (Baigorri, 1923). Escritor y lingüista. Licenciado en filología

hispánica, cursó sus estudios en las universidades de Toulouse y La

Sorbona y enseñó castellano, euskera y literatura vasca en la de

Burdeos. Realizó su tesis doctoral sobre Etxahun. Fue alcalde de

Baigorri y director, durante 27 años, del Museo Vasco de Bayona.

Es presidente de la Academia de la Lengua Vasca desde 1988.

Ibiñagabeitia, Andima (Elantxobe 1906 – Caracas, 1967). Escritor, crítico

literario y profesor de euskera. Estudió Teología y Derecho

Canónico en Bélgica. Exiliado tras la Guerra Civil, tuvo como

alumnos en París a Txomin Peillen y Jon Mirande, con quienes,

posteriormente, mantuvo extensa correspondencia sobre el

panorama cultural vasco. En Caracas fundó la revista Eman [Dar].

Tradujo la obra de Virgi l io, Bergiliren idazlanak osorik [Obras

completas de Virgilio], 1966. Fue, asimismo, autor del manual

Aprenda el vasco en 60 horas y otros métodos de aprendizaje del

euskera.

Igela [La rana]. Revista. Véase Mirande, Jon y Peillen, Txomin.

Kirikiño. Ver Bustintza, Evaristo.

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Korrok [Eructo]. Revista literaria en euskera editada en Navarra entre los años

1984 y 1989 (12 números).

Larrea, Txema (Basauri, 1954). Escritor y profesor en la Universidad del País

Vasco, fue colaborador de Zeruko Argia, Hitz, Xaguxarra y Jakin,

entre otras publicaciones. Compilador de los poemas y artículos de

Jon Mirande y antólogo de prosistas navarros en lengua vasca.

Autor del ensayo Euskaldungoa erroizturik (1994) [La vasquidad

despeñada].

Lasa, Mikel (San Sebastián, 1938). Poeta. Su obra, apartada de los contenidos

sociales imperantes en la época, supuso una innovación en el

panorama poético vasco. En 1971 publico, con su hermana Amaia,

Poema bilduma [Suma de poemas], poemario reeditado en 1984

únicamente con los poemas de Mikel Lasa. En 1993 publicó Memory

Dump, recopilación completa de su obra, que incluía nuevos

poemas junto con reflexiones literarias. Ha traducido al euskera a

Alfonso Sastre, Marcel Schwob, Michel Tournier y Arthur Rimbaud.

Leizarraga, Joannes (Beskoitze, ca. 1506 – Bastida, 1601). Escritor labortano,

fue, al parecer, cura católico antes de hacerse ministro calvinista. El

sínodo calvinista celebrado en Pau en 1564 le encomendó la

traducción al euskera del Nuevo Testamento, obra publicada en

1571 bajo los auspicios de la reina de Navarra Joana de Albret.

Lekuona, Juan Mari (Oiartzun 1927). Sacerdote y poeta que destaca por el

tratamiento vanguardista aplicado a la métrica tradicional: Mindura

gaur [Amargura hoy], 1966; Muga beroak [Fronteras ardientes],

1973; Mimodramak eta ikonoak [Mimodramas e iconos], 1990.

Miembro de la Academia de la Lengua Vasca desde 1987, a él se

deben algunas de las canciones más conocidas del grupo Ez dok

amairu: Ez, ez dut nahi [No, no quiero]; Hiltzaile bat bezala [Como un

asesino], etc. Ha traducido a autores como T. Williams.

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Lete, Xabier (Oiartzun, 1944). Poeta y cantautor. Su obra poética está

impregnada de una fuerte inquietud existencial. Sus tres libros

fundamentales son Egunetik egunera orduen gurpilean (1968) [Día a

día en la rueda de las horas] Bigarren poema liburua (1974)

[Segundo libro de poemas] y Biziaren ikurrak (1992) [Los signos de

la vida]. Fue uno de los fundadores del grupo de músicos Ez Dok

Amairu.

Lizardi, Xabier. Véase Agirre, Jose Maria.

Lizarraga, Joakin (Elkano, 1748 – 1835). Escritor navarro de la cuenca de

Pamplona. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, abandonó la

orden y se hizo cura. Sus obras, todas ellas de carácter religioso,

fueron publicadas después de su muerte.

Maiatz [Mayo]. Revista literaria en euskera editada en Lapurdi desde 1982 (35

números hasta la fecha). Desde 1984, es también editorial literaria.

Mirande, Jon (París, 1925-1972). Narrador y poeta en lengua vasca, hijo de

emigrantes suletinos en París. Durante la Segunda Guerra Mundial

trabó amistad con bretones de ideología nazi y aprendió la lengua

bretona. Muy interesado por las lenguas, estudió a fondo buen

número de ellas, tanto clásicas como modernas. Publicó multitud de

artículos en diversas publicaciones vascas, y trabó amistad con

vascófilos del sur y del norte del País Vasco. En 1962 fundó, con

Txomin Peillen, la revista crítica Igela, donde trató temas y empleó

registros poco usuales hasta el momento en las letras vascas

(humor negro, erotismo, ironía…). Ávido lector de Spengler y

Nietzsche, hizo suyos ciertos componentes de la ideología nazi.

Escribió contra la democracia occidental, el catolicismo y la

literatura “comprometida”, y se mostró abiertamente partidario del

paganismo. Su obra más señalada es la novela Haur besoetakoa

[La ahijada] (1970), el único de sus trabajos que vio publicado en

vida.

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Mitxelena Elissalt, Koldo (Errenteria, 1915 – San Sebastián, 1987). Lingüista y

escritor. Estudió el bachiller al tiempo que trabajaba. Fue gudari en

la Guerra Civil y hecho prisionero en Santoña. Condenado a muerte,

pasó ocho años en la cárcel, donde comenzó a estudiar Filosofía y

Letras, así como idiomas clásicos y modernos. En 1954, ingresó

como miembro de número en la Academia de la Lengua Vasca y,

psteriormente, fue nombrado director del Seminario de Filología

Vasca Julio de Urquijo. Partició en la creación de la revista Egan

[Volando], y, además de su extensa obra de contenido lingüístico y

filológico (escrita en su mayor parte, en castellano), cultivó la crítica

literaria y cinematográfica. En sus últimos años, vivió dedicado al

gran proyecto de Orotariko Euskal Hiztegia [Diccionario General

Vasco], obra que, desde la muerte de Mitxelena, continúa Ibon

Sarasola. Impartió sus enseñanzas en La Sorbona, Salamanca y

Universidad del País Vasco. Constituye un referente ineludible en la

historia del euskera, tanto en su calidad de investigador, como en la

de promotor de la unificación de la lengua. Doctor Honoris Causa

por las universidades de Burdeos y Barcelona, fue galardonado con

los premios Menéndez Pidal y Ossian.

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Oh! Euzkadi. El 24 de mayo de 1979, apareció, firmada por 24 personas, una

gran hoja plegada titulada Oh! Euzkadi: “Oh! Euzkadi no es la revista

del pueblo, y no creemos que llegue a serlo nunca”. En mayo de

1980, se publicó, en San Sebastián, el primer número de Oh!

Euzkadi, con intención de mantener en lo sucesivo una periodicidad

mensual, bajo el patrocinio de la editorial Lur (Iñaki Mujika Arregi), y

con imágenes y maqueta de Juanba Berasategi. Los principales

promotores de la revista Oh! Euzkadi fueron Ramon Saizarbitoria,

Koldo Izagirre, Ramon Etxezarreta, Joxean Muñoz, Joxan Elosegi,

Juanba Berasategi y Gotzon Egia. De sus dieciséis números, seis

fueron publicados en 1980, siete en 1981, un ejemplar en febrero y

otro en marzo de 1982 y, tras un año de silencio, el último apareció

en 1983.

Orixe (Ormaetxea, Nikolas. Orexa, 1888 – Añorga, 1961). Escritor y traductor.

Impartió docencia en centros de los jesuitas entre los años 1914-20.

En la Guerra Civil, fue encarcelado en Pamplona durante seis

meses. Se exi l ió a Francia el año 1938, y de ahí emigró a

Sudamérica (Argentina, Chile, Perú, Bolivia y El Salvador), de donde

regresó al País Vasco en 1954. Colaborador de publicaciones

periódicas en euskera, fue uno de los miembros más influyentes del

movimiento Euskaltzaleak [Los vascófilos]. Su principal obra es el

poema Euskaldunak Poema XV kantuetan [Los vascos, poema en

XV cantos], escrito por encargo de la sociedad Euskaltzaleak con la

intención de que llegara a ser el poema nacional vasco. Miembro de

número de la Academia de la Lengua Vasca. En su obra,

impregnada de idealismo romántico, se percibe una fuerte

inclinación religiosa, así como un acusado antimodernismo formal.

Ormaetxea, Nikolas: Véase Orixe.

Peillen, Txomin (Paris, 1932). Licenciado en Biología y doctor en Letras

Vascas. Articulista en múltiples publicaciones en euskera, fundó,

con Jon Mirande, la revista Igela, de la que fue director. Es

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académico de la Lengua Vasca desde 1988 y autor de buen número

de novelas, piezas narrativas breves, artículos de investigación y

ensayos. Ha dedicado importantes trabajos a la vida y obra de Jon

Mirande.

Pott Banda [El término Pott admite ser traducido por “fracaso” y “beso”].

Nombre que se dio el grupo literario promotor de la revista Pott,

integrado, entre otros escritores jóvenes, por Ruper Ordorika,

Bernardo Atxaga, Joseba Sarrionandia, Joxemari Iturralde. La

revista Pott publicó en Bilbao, sin periodicidad fija, cinco números

entre los años 1977-80. De línea alternativa o marginal, constituyó

un verdadero revulsivo para el ambiente literario de la época.

Sarasola, Ibon (San Sebastián, 1946). Estudió Ingeniería en San Sebastián y

Filosofía y Letras en Barcelona. Es catedrático de la Universidad del

País Vasco y miembro de su Instituto de Euskera, así como

responsable de la Comisión de Diccionarios de la Academia de la

Lengua Vasca. Desde la muerte de K. Mitxelena, dir ige la

elaboración de Orotariko Euskal Hiztegia [Diccionario General

Vasco]. En 1977 publicó Euskal literaturaren historia [traducida al

castellano con el título Historia social de la Literatura Vasca] y es

autor de obras de análisis literario y de traducciones literarias al

euskera. Ha cultivado también la poesía (Poemagintza [Obra

poética], 1969) y la novela (Jon eta Ane zigarro bat erretzen [Jon y

Ane fumando un cigarro] (1982).

Susa [En celo (referido a la vaca). Es también el nombre de una antigua ciudad

de Asia]. Revista literaria en euskera que publicó 30 números entre

1980 y 1994. En1983 se convirtió en editorial, labor en la que

continúa hoy día.

Ugalde, Martin (Andoain, 1921). Tras la Guerra Civil, se exilió en Venezuela.

Estudió periodismo en Chicago y dirigió la revista El Farol de

Caracas. En 1957 publicó, en Venezuela, su primer libro: Un real de

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sueño sobre el andamio. En 1969, regresó al País Vasco, y dirigió la

revista clandestina del PNV Alderdia [El partido]. En castellano, es

autor de una extensa obra narrativa, ensayística, historiográfica y

biográfica, en la que figuran, entre otros títulos, Hablando con los

vascos (1974), Tres relatos vascos (1974), El problema vasco y sus

profundas raíces culturales y políticas (1980) e Historia del País

Vasco (6 tomos, 1981-1983). Es, asimismo, uno de los pioneros de

la cuentística moderna en euskera.

Ustela [Podrido]. Denominación común a tres revistas literarias. La primera de

ellas, Panpina Ustela [La muñeca podrida], fue editada en 1975 con

textos de Koldo Izagirre y Bernardo Atxaga, con fotografías de J.M.

Susperregi. La segunda, Zorion Ustela [Felicidad podrida] apareció

en 1976, con textos de Koldo Izagirre, Ramon Saizarbitoria,

Bernardo Atxaga y Xabier Olarra, e ilustraciones de Juanba

Berasateg i . En e l mismo año, aparec ió Mermelada Ustela

[Mermelada podrida], a la que se habían sumado Joxan Elosegi,

Iñaki Badiola y Joxean Muñoz. El nombre Ustela pervivió como

denominación de la editorial creada en 1977 por Koldo Izagirre:

Ustela Saila [Colección Ustela].

Zeruko Argia [Luz del Cielo]. Revista religiosa mensual en euskera creada en

1919 por los frailes capuchinos. Desaparecida en la Guerra Civil,

reapareció en 1954. Prohibida por el ministerio de Información y

Turismo entre los años 1960-63, se volvió a editar a partir de ese

último año y se convirtió en una revista de información general. En

1980 cambió de dueños y de nombre para convertirse en Argia

[Luz], cabecera bajo la que se edita hoy día con periodicidad

semanal y contenido de información general en euskera.