12PF Clase 05b: La Solución es el Amor

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¡Decenas de ejemplos y razones que muestran que el amor nunca falla!

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Curso Básico Bíblico

LAS 12 PIEDRAS FUNDAMENTALES

CLASE 05B: LA REGLA DE ORO

Segunda Parte

© La Familia Internacional

Editado por http://audioconectate.net

Junio de 2011

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Las 12 Piedras Fundamentales Clase 05B

La regla de oro, 2ª parte:

EL AMOR ES LA SOLUCIÓN

PRIMER TRAMO: ESTUDIO DE LA BIBLIA SOBRE LA LEY DEL AMOR

La Biblia habla mucho de relaciones humanas y de manifestar amor a los demás.

Ése es todo el sentido de nuestra existencia: amar a Dios y a nuestro prójimo. El

propósito de todo es el amor. Y si amas a Dios, manifiestas también amor a los de-

más. Proyectándote hacia los demás expresas tu amor al Señor.

El buen samaritano

Echemos un vistazo a Lucas, capítulo 10, y a la parábola del buen samaritano.

Lucas 10:25-37. He aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probar-

le:«Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?» El le dijo: «¿Qué

está escrito en la ley? ¿Cómo lees?» Aquél, respondiendo, dijo: «Amarás al Se-

ñor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y

con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Y le dijo: «Bien has res-

pondido; haz esto, y vivirás». Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»

Respondiendo Jesús, dijo: «Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y

cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron,

dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel cami-

no, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lu-

gar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino

cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus

heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al

mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesone-

ro, y le dijo: “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.

¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos

de los ladrones?» (El dijo: «El que usó de misericordia con él». Entonces Jesús

le dijo: «Ve, y haz tú lo mismo».

¿Qué respondió Jesús cuando le preguntaron: «¿Quién es mi prójimo?» Los lega-

listas quieren saberlo todo con exactitud, estrictamente hablando: ¿«quién es mi

prójimo»? Dicho de otro modo: «Dime exactamente a quién debo amar. Así sabré a

quién no tengo que amar».

En ese momento Cristo les enseñó el ejemplo del buen samaritano. Les contó el re-

lato de un samaritano que había ayudado a un pobre judío, al que unos ladrones hab-

ían dado una paliza después de asaltarlo. El samaritano alzó al judío, le vendó las

heridas y lo llevó a una posada donde le pagó el hospedaje.

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Los samaritanos eran odiados y despreciados por los judíos. Si llegaban a tocar a

uno de ellos, sus leyes rituales les exigían lavarse después. Era tal la discriminación

que practicaban que evitaban viajar a través de Samaria. En vez de tomar el camino

más corto a Galilea, que atravesaba Samaria, cruzaban el Jordán y la rodeaban com-

pletamente con tal de no acercarse a los samaritanos.

Jesús enseñó que aquel había sido un buen vecino, un samaritano que se había por-

tado bien con un judío. ¿Qué les parece? Prácticamente dijo a los judíos: «Escuchen,

ustedes saben muy bien quiénes son su prójimo. Esos samaritanos que viven allá en

Samaria, esos a quienes ustedes odian, a quienes no se dignan tocar, ni acercarse si-

quiera, esos son su prójimo. Más les vale manifestarles amor».

El prójimo es cualquiera que necesite tu amor —sin distingos—, aunque viva al

otro lado del planeta. Puede que no viva en la casa de al lado, pero si vive en la Tie-

rra, es tu prójimo y por tanto tienes el deber de amarlo. Y si es deber amar a gente de

otras razas y culturas, ¡cuánto más debes amar a quienes te rodean y a quienes viven

cerca tuyo!

¡El amor divino y sobrenatural te capacita para amar a personas que

ni siquiera te caen bien!

Lucas 6:32-36. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también

los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien,

¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis

a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los

pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vues-

tros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vues-

tro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con

los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.

¿Cómo hacer para amar a alguien que ni siquiera te cae bien? ¿Espera el Señor de

ti que superes la antipatía que te produce ciertas personas? Uno de los aspectos nota-

bles del buen samaritano es que se tomó un montón de molestias por ayudar a alguien

que era prácticamente de un pueblo enemigo.

La respuesta es que el amor sobrenatural, es decir, el amor de Dios, te capacita pa-

ra amar a todo el mundo, aun a quienes te desagradan, incluso a quien se ha portado

mal contigo o te ha hecho algún daño. Pídele a Jesús que te dote de Su amor. Él res-

ponderá a tu petición ferviente. (Más adelante en esta misma clase hablaremos de la

fuerza para amar.)

El más grande mandamiento: ¡amar!

Los dirigentes religiosos interrogaban a Jesús:

Mateo 22:36. Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?

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De los cientos de mandamientos contenidos en la ley mosaica, Jesús escogió el si-

guiente:

Mateo 22:37-39. «"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu

alma, y con toda tu mente". Este es el primero y grande mandamiento. Y el se-gundo es semejante: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"».

Jesús procedió a escandalizar a los fariseos —cuya religión se basaba totalmente

en la observancia de miles de ritos, ordenanzas y tradiciones del judaísmo— al decir-

les que aquellos dos sencillos mandamientos resumían todos los demás preceptos del

Antiguo Testamento. Es decir, ¡que el amor era la ley divina! ¡Que si amas, cumples

todas las leyes de Dios! Jesús proclamó:

Mateo 22:40. De estos dos mandamientos (amar a Dios y al prójimo) depende toda la ley y los profetas.

A este precepto lo denominamos la Ley del Amor. La Ley del Amor es el principio

divino por el que los cristianos debemos regir la totalidad de nuestros actos. Jesús lo

expresó de modo muy sucinto en la famosa Regla de Oro, en la que nos dio la clave

para relacionarnos con los demás.

Repaso de

Mateo 7:12. Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,

así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.

Eso significa que al amar al prójimo como a ti mismo cumples las leyes divinas.

Tal amor engloba la «ley y los profetas». Ese amoroso principio debe regir todas

nuestras acciones para con los demás. Millones de cristianos comparten esa creencia.

El gran mandamiento, no es otro que amar.

Gálatas 5:14. Toda la ley en esta sola palabra se cumple: «Amarás a tu prójimo

como a ti mismo».

Esta Ley del Amor que Jesús proclamó —amar primeramente a Dios y luego a tu

prójimo como a ti mismo— abarca todas las demás leyes bíblicas. Significa que que-

damos libres de todas las antiguas leyes bíblicas. Por ejemplo, si amas al Señor con

todo el corazón, el alma y la mente, no pondrás otros dioses delante de Él ni usaras

Su nombre en vano. Si amas a tu prójimo como a ti mismo, no lo mataras ni le roba-

ras, no le mentiras ni codiciaras lo que tiene. Lo que te motiva a no hacer ninguna de

esas cosas es el amor. No son las leyes bíblicas las que te refrenan de hacer esas co-

sas; te abstienes de hacerlas porque sería una falta de amor. Todo el concepto de la

Ley del Amor está sintetizado en la exhortación del Señor para que modelemos nues-

tra vida según el principio de amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo co-

mo a nosotros mismos, el cual nos exime de las antiguas leyes bíblicas.

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Manifestar el amor con acciones

Cuando hablamos de vivir la Ley del Amor, hablamos de amar a quienes nos rode-

an, de manifestar ese amor cotidianamente y de forma tangible. Se traduce en vivir

abnegadamente, brindarnos a los demás, ayudar a quienes padecen necesidad, y so-

brellevar los unos las cargas de los otros.

En términos sencillos la Ley del Amor consiste en amar a los demás desinteresa-

damente. Al vivir con abnegación, practicar la generosidad y el amor sacrificado

hacia los demás, le das al Señor la posibilidad de conceder innumerables bendiciones.

Pues Él bendice a los desinteresados y abnegados.

La Ley del Amor establecida por Dios consiste primeramente en amar al Señor de

todo corazón, y con toda el alma y la mente; y en segundo término, amar al prójimo

como a ti mismos. La forma más sublime en que se manifiesta el amor divino es la

entrega de tu vida por otra persona.

La Ley del Amor debe ser el principio orientador de nuestra vida.

Todo lo que hacemos debe girar en torno a ella. ¡Eso abarca muchísimas cosas! Le-

vantar la moral a alguien o consolarlo, practicar la sencillez, preferir a los demás an-

tes que a nosotros mismos, hacer un esfuerzo mayor por ayudar a quienes nos rodean,

comprender y compadecernos de los demás y empatizar con ellos en su dolor.

El amor manifestado cotidianamente

1 Pedro 4:8a. Ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor

cubrirá multitud de pecados.

Juan 15:12. Este es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado.

En el mensaje final que dejó Cristo a Sus discípulos en la Última Cena, antes de ser

detenido, llevado a la cárcel, atormentado y muerto, ¿qué les dijo? Les habló del

amor. ¡Les dijo que el amor es lo más importante de todo!

Juan 13:1-17. Y antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había

llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que

estaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Y cuando terminó la cena, el diablo habiendo ya puesto en el corazón de Judas

Iscariote, hijo de Simón, que le entregase; sabiendo Jesús que el Padre le había

dado todas las cosas en sus manos, y que había venido de Dios, y a Dios iba, se

levantó de la cena, y se quitó su túnica, y tomando una toalla, se ciñó. Luego pu-

so agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugar-

los con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le

dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú

no lo entiendes ahora; pero lo entenderás después.

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¿Cuál es el más grande de todos los mandamientos? Amar a Dios. ¿Y el segundo?

Amar a tu prójimo como a ti mismo. Jesús explicó que este era semejante al primero.

¡Amar al prójimo es amar a Dios!

Como puedes ver, el Señor deja bien claro que debemos conducirnos con amor en

todo lo que hagamos, que el amor debe ser el principal móvil de todas nuestras accio-

nes y que debemos manifestarlo por medio de acciones tangibles que apunten a cubrir

las necesidades ajenas.

Cuando vemos que alguien tiene necesidad de algo, el amor nos insta a hacer

lo posible por satisfacer esa necesidad.

Si no hacemos nada, ¿cómo puede morar el amor de Dios en nosotros?

1 Juan 3:17-18. El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener ne-

cesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hiji-tos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

Cuando ayudas a un niño o a una persona sobrecargada, enferma, solitaria o despo-

seída, te brindas a ella con amor. Así cumples la Ley del Amor proclamada por Jesús.

Si tú estuvieras enfermo o hambriento, si necesitaras ayuda con tus hijos, si necesita-

ras un amigo, un abrigo, un par de zapatos o algo que comer, ¿no desearías que al-

guien te brindara la ayuda que precisas? (Mateo 7:12)

La esencia de la Ley del Amor es amar de tal modo que hagas con los demás como

quisieras que ellos hicieran contigo; amar de tal modo que ayudes a quienes padecen

necesidad sea cual sea ésta, así como querrías que ellos te ayudaran en caso de

que tú padecieras necesidad; es anteponer las necesidades de los demás a las propias,

aun cuando ello suponga un sacrificio para ti. Eso es amor.

A lo largo del día, procura recordar este importante principio de la Ley del

Amor.

Si ves a alguien que necesita ayuda, échale una mano unos minutos. Eso es amor.

Si amas a tu prójimo como a ti mismo, te pondrás en su lugar y pensarás en cómo te

sentirías tú si estuvieras en su pellejo y qué querrías o necesitarías que hicieran por ti.

De eso se trata la Ley del Amor: brindar amor, de hecho y en verdad, a quienes tienen

necesidad de él.

Manifestar amor a los demás no siempre supone realizar algún acto noble y extra-

ordinario, como sería por ejemplo dar de comer a los indigentes. También implica

compartir lo que tienes con quienes te rodean. La dadivosidad debiera convertirse en

parte de integral de nuestra vida cotidiana.

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SEGUNDO TRAMO: EL AMOR LLEVADO A LA ACCIÓN

El amor no se queda en palabras cariñosas; se traduce en actos de

amor

Si amamos de verdad no podemos enfrentarnos a una situación de necesidad sin

hacer algo al respecto. No pasamos de largo junto al pobre hombre del camino a Je-

ricó. Actuamos, como hizo el samaritano.

Hoy en día, al enfrentarse al sufrimiento de los necesitados o los pobres, muchas

personas dicen: «¡Cómo me apena. Es lamentable». Sin embargo, ¡la compasión hay

que traducirla en actos! Esa es la diferencia entre la pena y la compasión: la pena

simplemente siente lástima; la compasión, en cambio, ¡hace algo al respecto!

Son pocas las ocasiones en que se puede demostrar amor sin una manifestación

concreta por medio de una acción. La necesidad de amor verdadero es de índole espi-

ritual, pero debe manifestarse físicamente con obras:

Gálatas 5:6. Fe que obra por el amor.

Santiago 2:18. Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras». Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Dicho de otro modo, si realmente amas a alguien a consecuencia de tu fe en Dios,

no podrá entenderlo ni creerlo a menos que lo demuestres por medio de algún acto u

obra concreta y visible que encarne tus palabras y saque tu fe del terreno de la leyen-

da y la fantasía y la lleve a la realidad. O sea, ¡predicar con el ejemplo!

La compasión no se queda en palabras cariñosas sino que se traduce en actos

de amor.

Santiago 2:15-17. Si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen nece-

sidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz,

calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuer-

po, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí

misma.

¿Qué es la compasión? Es amar hasta el punto de prestar ayuda. Actuar compasi-

vamente significa preocuparse e interesarse sinceramente; no solo decir te amo y lue-

go seguir de largo y olvidarse del asunto; no es decir: «Ve y caliéntate y sáciate», sin

satisfacer su necesidad. (Santiago 2:16). Los compasivos son quienes procuran llevar

sus plegarias a la práctica y traducir sus palabras de bondad en actos de bondad, los

que se esfuerzan por hacer el bien además de hablar bien.

Nuestro deber de ser generosos con los demás Hay muchos versículos que nos dejan muy en claro que tenemos el deber de

asistir en términos materiales a quienes lo necesitan

Salmo 41:1a. Bienaventurado el que piensa en el pobre.

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En el siguiente ejemplo podemos ver que si tenemos en nuestro haber algo que el

prójimo necesita, se lo debemos brindar.

Proverbios 3:27-28. No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tu-

vieres poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: «Anda, y vuelve, y mañana te daré», cuando tienes contigo qué darle.

Amar y compartir

Un niño huérfano vendía periódicos en la calle. Un hombre se detuvo a comprar-

le uno. Mientras buscaba una moneda en su bolsillo le preguntó al muchachito

dónde vivía. Este le respondió que se hospedaba en una choza de los barrios ba-

jos de la ciudad, junto al río. El hombre procedió a preguntarle entonces:

—¿Y quién vive contigo?

—Solo Jaime —respondió el muchachito—. Es lisiado y no puede trabajar. Es

mi compañero.

—Entonces estarías mejor sin él, ¿no es cierto? —comentó el hombre sin pen-

sarlo.

La respuesta no se hizo esperar, aunque con cierto aire de desprecio:

—Claro que no, señor. No estaría mejor sin Jaime. No tendría a nadie que me

recibiera al llegar a casa. Además, señor, yo no quisiera vivir y trabajar sin nadie

con quien compartir lo que gano. ¿Y a usted?

Ayudar a quienes lo necesitan es dar ofrendas al Señor.

Proverbios 19:17. Al Señor presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.

Mateo 25:31-40. Cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los

santos ángeles con Él, entonces se sentará en Su trono de gloria, y serán reuni-

das delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como

aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a Su derecha, y

los cabritos a Su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: «Venid,

benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fun-

dación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me

disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis;

enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí». Entonces los justos le

responderán diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos,

o sediento, y te dimos de beber?¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o

desnudo, y te cubrimos?¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a

Ti?» Y respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicis-teis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis».

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Debemos apoyarnos unos a otros en nuestras labores por el Señor

Nuestro deber de ayudar es también extensivo a nuestros hermanos. A cada uno el

Señor nos ha bendecido con muchos dones, que tenemos el deber de emplear para el

bien de los demás. Si Dios nos ha dado aptitud para enseñar la Palabra, espera que la

empleemos. Si nos ha concedido dinero u otros bienes materiales, espera que los

usemos para ayudar a los demás, no solo a los desconocidos de la calle, sino también

a nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Romanos 12:13. Compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.

A continuación unos ejemplos concretos de unidad y asistencia mutua de los días

de los primeros cristianos:

Hechos 11:27-30. En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a

Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el

Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual suce-

dió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que

tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo

cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo.

Romanos 15:26. Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén.

Asistir a quienes anuncian el Evangelio es un aspecto del deber que tenemos

de ayudarnos unos a otros.

El apóstol Pablo escribió a un grupo de creyentes a quienes había conducido al Señor:

1 Corintios 9:11 y 14. Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es

gran cosa si segáremos de vosotros lo material? (14) Así también ordenó el Se-ñor a los que anuncian el Evangelio, que vivan del el Evangelio

Romanos 15:27b. Si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes es-pirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales.

Dios nos bendice por contribuir para Su obra y Sus obreros.

Hebreos 6:10. Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor

que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirvién-

doles aún.

Mateo 10:42. Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría

solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recom-pensa.

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Dios nos bendice cuando damos

De Juan y Susan, misioneros en Suramérica

Cuando llegamos a la pequeña ciudad a la que el Señor nos había indicado

que viniéramos, nos topamos con otra familia con seis hijos que iba camino al

sur. Estaban esperando un dinero que debía llegarles de EE.UU.

El tiempo se alargó y el dinero no llegaba, así que oramos y nos ofrecimos a

ayudarlos. Nos dijeron que necesitaban $200 aproximadamente un tercio de

los fondos que teníamos disponibles. Pero cuando oramos, nos vinieron a la

memoria los versículos Hechos 2:44,45 y Lucas 6:38. Así que les dimos el dine-

ro.

Al día siguiente recibimos por correspondencia un cheque por valor de

$4.000. Se trataba de una herencia de la que no sabíamos nada. El cheque se

había perdido en el correo un año antes y el banco se dio cuenta de que no había

sido cobrado. Qué cumplimiento tan fenomenal de las promesas divinas. Aparte

que la plata será una enorme bendición para establecernos en Sudamérica.

¿Qué pasó con la viuda que dio sustento al mensajero de Dios?

Alrededor del año 900 a.C. se desató en Israel una sequía. Durante la hambru-

na que se produjo a consecuencia, el Señor indicó al profeta Elías que debía tras-

ladarse a Sarepta. «He aquí, Yo he dado orden allí a una mujer viuda para que

te sustente» (1 Reyes 17:9).

Cabe imaginarse a Elías atravesando aquella región desolada y llegando a Sa-

repta agotado, fatigado por el calor y cubierto de polvo. Al legar al pórtico de la

ciudad avistó a una mujer que recogía ramas. «¡Agua! —le gritó desesperado—.

¡Por favor, tráeme un jarro de agua para beber!» La mujer se compadeció de

aquel desconocido exhausto; cuando se levantó para ir a buscar agua, él le dijo:

—Por favor, ¿podrías traerme también algo de comer?»

Volviéndose, la mujer dijo (versículo 12):

—Vive el Señor tu Dios, no tengo siquiera un trozo de pan, sino solamente un

puñado de harina y un poco de aceite en una vasija. Mira, he venido a recoger

algunas ramitas con qué cocinar, para llevar a casa y preparar una última comida

para mi hijo y para mí, a fin de que comamos y luego nos dejemos morir.

Seguramente, en aquel momento Elías comprendió que aquella era la pobre

viuda que el Señor había prometido que le daría alimento y cuidado. Entonces le

dijo (versículos 13 y 14):

—No temas, ve y haz como has dicho. Pero hazme a mí primero una pequeña

torta, y luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque el Señor Dios de Israel ha

dicho así: ―La harina de la tinaja no escaseará y el aceite no disminuirá, hasta el

día en que el Señor haga llover sobre la faz de la tierra!‖

La pobre viuda debió de haber pensado: Le he dicho que soy muy pobre, y

que estoy juntando ramitas para preparar una última comida para mi hijo y para

mí, y que luego nos moriremos de hambre. Sin embargo, me pide que prepare

primero un pan para él. Pero como Elías le había hablado con tanta autoridad en

el nombre del Señor, ella sabía que debía de tratarse de un hombre de fe, de un

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profeta, por lo que decidió confiar en el Señor y hacer lo que Elías le pedía. Fue

así que volvió rápidamente a su casa y sacó el último puñado de harina de la ti-

naja en que la guardaba. Tomó la vasija de aceite y vertió las últimas gotas hasta

dejarla completamente vacía.

Probablemente fue después que hubo mezclado la harina y el aceite, y hubo

amasado y horneado el trozo de pan para Elías, que quedó perpleja ante lo que

sucedió. Es de imaginarse la escena. Al colocar en su lugar la vasija de aceite

vacía, de pronto se dio cuenta de que estaba mucho más pesada que un rato ante-

s. Al inclinarla, advirtió estupefacta que salía de ella aceite fresco. ¡Estaba llena!

Rápidamente la apoyó en la mesa y se dirigió a la tinaja donde guardaba la

harina. Al destaparla, lanzó una exclamación de asombro. En vez de la tinaja

polvorienta y vacía de unos momentos antes, encontró que estaba llena de harina

fresca hasta el borde. Había ocurrido un milagro. Su corazón rebosaba de grati-

tud al Señor por aquella manifestación tan maravillosa de Sus bendiciones. A

consecuencia de haber cuidado del mensajero de Dios, y tal como había profeti-

zado Elías en medio de aquella hambruna, «la harina de la tinaja no escaseó ni

el aceite de la vasija disminuyó durante toda la sequía» (versículos 15 y 16).

El diezmo: el medio de entregar nuestras ofrendas al Señor

El diezmo: ofrendar el diez por ciento de nuestros ingresos o bienes a Dios.

Son muchos los creyentes que diezman, es decir, que dan periódicamente el diez

por ciento de sus ingresos a la obra del Señor. Antes del tiempo de Moisés, se consi-

deraba un deber entregar el diezmo de los ingresos a Dios. Abraham pagaba sus

diezmos a Melquisedec

Génesis 14:18-20. Entonces Melquisedec, Rey de Salem, el cual era sacerdote del

Dios Altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo, y dijo: Bendito sea Abram del Dios

Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que

entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.

Hebreos 7:6. Mas Aquél cuya genealogía no es contada entre ellos, tomó de Abra

ham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas.

Jacob hizo votos ante el Señor y le prometió un diez por ciento:

Génesis 28:22b. De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti.

En ninguna parte del Nuevo Testamento se ordena a los cristianos que diezmen.

No obstante, se conserva el principio de dar, que está contenido en los Evangelios.

Diez por ciento es una cifra fácil de calcular y presupuestar. Sin embargo, el diezmo

es una pauta y no tiene por qué ser el techo de lo que un cristiano done.

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Lucas 6:38. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando

darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os vol-

verán a medir.

Quienes diezman tienen prometidas las bendiciones divinas

Malaquías 3:10. «Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en Mi casa;

y probadme ahora en esto —dice el Señor de los ejércitos—, si no os abriré las

ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobre-abunde».

Ya sea que tengas bienes materiales que compartir o no, de todos mo-

dos puedes ayudar a los demás.

Consideramos que compartir nuestro tiempo y nuestra vida es el acto más sublime

de entrega a los demás. Jesús mismo por lo general no tenía bienes materiales que

compartir con Sus discípulos; solo Su amor y Su vida, la cual entregó por ellos y por

nosotros a fin de que pudiéramos tener amor y vida eternos.

1 Juan 3:16. En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por noso-

tros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

Juan 15:13. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos..

James 1:27. La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Vi-sitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones.

Entregarnos nosotros mismos

Durante la Primera Guerra Mundial, dos hermanos se encontraban en las trin-

cheras. Uno de ellos al salir cayó malherido en tierra de nadie, una franja de te-

rreno muy peligrosa situada entre dos trincheras en el frente de combate.

Cuando el hermano mayor que estaba en la trinchera supo del apuro en que se

encontraba su hermano menor, le dijo a su superior:

—¡Tengo que rescatarlo!

El oficial le respondió:

—¡Imposible! ¡Te matarán en cuanto asomes la cabeza por la trinchera! ¡Ya

sabes que el enemigo siempre comienza a disparar en cuanto te asomas!

Pero el hermano mayor se soltó del oficial, que lo tenía sujeto, salió a gatas de

la trinchera y se lanzó a tierra de nadie en busca de su hermano menor, desa-

fiando el constante fuego del enemigo. Allí lo encontró, moribundo, susurrando:

—Sabía que vendrías.

El mayor, que para entonces también había sido herido, a duras penas consi-

guió arrastrar a su hermano menor de vuelta a la línea de los Aliados, donde am-

bos cayeron moribundos en la trinchera. Con el rostro cubierto de lágrimas, el

oficial le preguntó al hermano mayor:

—¿Por qué lo hiciste? ¡Te advertí que morirían los dos!

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―The Golden Rule‖, part 2, page 13

Pero el hermano mayor respondió, con una última sonrisa:

—Tenía que hacerlo. Él contaba con que lo haría; no podía defraudarlo.

El pastorcillo escocés que al entregar su vida evitó una catástrofe.

En el norte de Escocia, en un lugar donde la vía del ferrocarril atraviesa una

profunda hondonada, unida por un viaducto, cierta noche se desató una furiosa

tormenta, y el hilo de agua que pasaba bajo el viaducto se convirtió en un fuerte

torrente.

Un pastorcillo de las montañas agrupó a sus ovejas al caer la noche, prote-

giéndolas lo mejor que pudo, y al llegar la mañana, mucho antes del amanecer,

se levantó a ver cómo estaban. Mientras ascendía por la ladera de la colina des-

cubrió, consternado, que la columna central que sostenía el viaducto había cedi-

do y que el puente se había desplomado. Sabía que el tren correo estaba a punto

de pasar y que si no se le advertía del peligro, se precipitaría al abismo y moriría

mucha gente. Con gran esfuerzo logró llegar hasta la cima lo más rápido que

pudo, sin saber si alcanzaría a llegar a tiempo. Apenas alcanzó el lugar de las

vías oyó los resoplidos de la poderosa locomotora que se aproximaba. Se puso a

hacer señales desesperadas, pero el conductor del tren, presionado por el horario,

siguió adelante. La máquina seguía acercándose y el muchacho no paraba de

hacer señas para que se detuviera. Por fin llegó casi al lugar donde él estaba, y

dando un salto se plantó frente a la locomotora. El conductor aplicó entonces los

frenos y logró detenerla en un tramo corto. El frenazo despertó a los soñolientos

viajeros, que se asomaron para ver qué sucedía. El conductor les dijo: «Nos

hemos salvado por muy poco. Podríamos haber muerto todos. Vengan conmigo,

les mostraré a nuestro salvador».

A pocos metros vieron el cuerpo despedazado del pastorcillo que había dado

su vida por ellos, muriendo para que ellos pudieran vivir. (1Tesalonicenses 5:10;

Tito 2:13,14)

La mayor de las ofrendas de amor: Jesús

La gente busca un pequeño rayo de esperanza, una salvación, un sitio luminoso en

alguna parte, un poquito de amor, de misericordia, algún lugar donde pueda hallar un

poco de alivio.

¡La mayor alegría que se puede descubrir es la de llegar a conocer a Jesús! Por lo

tanto la mayor de las ofrendas que le puedes hacer a alguien es conducirlo al Señor.

Por medio de tus palabras, de tu ejemplo, de la distribución de folletos cristianos.

Aunque no te sientas capaz todavía de dar a conocer al Señor a alguien, al menos

puedes darle un folleto.

En otra clase hablaremos más de la testificación y explicaremos cómo conducir a

alguien al Señor.

Testimonio: El afiche que salvó una vida

De Esther, James y Nathan (EE.UU.)

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―The Golden Rule‖, part 2, page 14

«Uno de sus afiches me salvó la vida —nos contó Jack—. Alguien me lo dio

en un estacionamiento. Cuando llegué a casa lo dejé en el baño y me olvidé de

él.

»Aquella noche me sentía tan desesperado y abatido que tomé mi pistola y me

fui al baño a acabar con mi vida. Me apunté al estómago y comencé a rezar una

última plegaria: ―Dios mío‖…

»Justo en el momento que proferí esas palabras, mi mirada cayó en el afiche.

El título era ―Paz en medio de la tormenta‖. Leí el texto de la parte de atrás y

aquella noche me dormí llorando».

Tres días después Jack volvió a encontrarse con los integrantes de la Familia.

En esa ocasión se detuvo a conversar con ellos y encontró la salvación. Ya no

está desesperado y abatido; se ha convertido en uno de nuestros amigos más

cercanos y colabora mucho con nuestra obra. ¡Que Dios lo bendiga!

Operadora de guardia

De Vicky (Italia)

Sonó el teléfono. Al atender la llamada escuché una voz masculina que me

decía: «¡Hola! ¡Te quiero!», pero con un tono muy dulce. Traté de reconocer la

voz pensando en alguien que podría llamarme para decirme una cosa así, pero

me di cuenta enseguida que se trata de un número equivocado.

Quise aprovechar la ocasión para hablarle del Señor a quienquiera que fuera

mi interlocutor, así que le respondí:

¡Gracias! ¡Yo también te quiero! ¿Y sabes qué? ¡Jesús te quiere todavía

más!

Huelga decir que la persona con quien hablaba quedó sorprendida ante mi re-

acción. Ahora era él quien procuraba averiguar quién era yo. Sus preguntas me

dieron pie a contarle como había conocido a Jesús y le había consagrado mi vi-

da, como también un poco acerca de la obra de la Familia aquí.

Eso motivo enseguida a mi interlocutor anónimo a narrarme su historia. Había

sido alcohólico hasta cinco meses antes. Se dio cuenta de que su adicción a la

bebida estaba acabando con él y logró dejarla. Me dijo que, aun así, se sentía

vacío por dentro.

En ese momento de la conversación me explicó que llamaba desde larga dis-

tancia y que su tarjeta telefónica estaba por agotarse. «Rápido, dame tu número,

por favor, para volver a llamarte. Me gustaría mucho seguir en contacto conti-

go».

Ese día gastó cuatro tarjetas telefónicas y al día siguiente, dos más. Tenía mu-

chos interrogantes acerca de la vida y de los tiempos en que vivimos. Natural-

mente, todas aquellas llamadas le estaban saliendo caras, así que finalmente

decidió que sería mejor si seguíamos nuestras comunicaciones por correspon-

dencia.

Nada ocurre jamás por casualidad. Estoy segura de que Jesús quería que aquel

hombre supiera que alguien lo amaba de modo muy especial, lo cual sin duda

debe de ser así, puesto que no es todos los días que alguien llega a conocer al

Señor por medios tan poco ortodoxos.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 15

Los seguidores del Autor del Amor deben conducirse con amor

Jesús es el autor del amor, un hombre que fue por todas partes haciendo el bien,

interesándose por aquellos con quienes se encontraba. ¿Cómo demostramos que so-

mos seguidores Suyos? Siguiendo Sus pasos y conduciéndonos con amor. Eso no se

limita a manifestar amor a quienes se cruzan en nuestro camino. Incluye también la

unidad entre nosotros mismos, el cuerpo de creyentes.

Juan 13:35. En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Debemos ser siempre benignos, amables y compasivos, amándonos los unos a los

otros, como nos enseña la Escritura:

Efesios 4:32. Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros

¡Lo que todos necesitan es amor! Si no lo encuentran aquí, entre los seguido-

res del Dios de amor, ¿dónde lo van a encontrar?

Manos de amor

El reverendo Ira Gillett, misionero en las colonias portuguesas de África del

Este nos relata la historia de un grupo de nativos que realizó una larga travesía

en la que incluso pasaron de largo un hospital estatal, para ir a tratarse en el hos-

pital de la misión. Cuando se les preguntó por qué habían caminado más de lo

necesario para llegar al hospital de la misión, siendo que los mismos medica-

mentos estaban a su alcance en el hospital del estado, ellos respondieron: «¡Pue-

de que los remedios sean los mismos, pero las manos que los administran son

distintas!»

El capítulo del amor: 1 Corintios 13

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como

metal que resuena, o címbalo que retiñe.

Y si tuviese el don de profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si

tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad,

nada soy.

Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi

cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve.

La caridad es sufrida, es benigna; La caridad no tiene envidia, la caridad no es jac-

tanciosa, no se envanece;

no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal;

no se goza en la injusticia, mas se goza en la verdad;

todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

La caridad nunca deja de ser; mas las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas,

y la ciencia acabará.

Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;

mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 16

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño,

mas cuando ya fui hombre hecho, dejé lo que era de niño.

Y ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara; ahora

conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido.

Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de

ellas es la caridad.

TERCER TRAMO: FUERZAS PARA AMAR

Si lo que damos lo damos con amor, obtendremos recompensa: el

principio del bumerán

Gálatas 6:7. Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

Esta es simplemente una de las pautas divinas y leyes del Espíritu, tan válida y con-

creta como algunas de las leyes científicas de la gravedad. Sin embargo, las leyes del

Espíritu nunca fallan. Siempre se cumplen, ya sea a favor tuyo o en contra, según

cómo las obedezcas o si las obedeces o no. La primera es la Ley del Amor —amor

desinteresado— amor por Él y los demás. Si observas ese precepto y manifiestas ese

amor a quien se lo debes —a Dios y al prójimo— serás retribuido en igual medida.

Mateo 7:2. Con la misma medida con la que medís, os volverán a medir.

Eclesiastés 11:1. Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.

Bendiciones en abundancia

De Michael (Letonia)

Una mañana, mientras oraba para ver qué iba a hacer durante el día, Sara tuvo

una visión de una gota de agua que al caer en una taza hacía que ésta se rebalsa-

ra. Tuvo la impresión de que la gota de agua simbolizaba nuestra ayuda a los

desposeídos: Muchas veces es tan poco lo que aportamos que no parece servir

de mucho, pero dado que hacemos lo que podemos, el Señor maniobra para que

nuestra taza rebose de bendiciones.

Con ese ánimo Sara decidió llevarle un poco de pan y harina a Nina, una ami-

ga nuestra que trabaja en el mercado vendiendo pequeñas chucherías y frutos del

bosque, con lo que apenas gana para mantenerse ella y sus hijos.

Nina no estaba en el mercado ese día, pero otra mujer dijo: «Ah, ¿tienes pan y

harina? ¿No me lo darías? ¡Yo también soy pobre!» Pero cuando Nina le dio los

alimentos, la mujer cambió de opinión. «En realidad mi hermana lo necesita más

que yo. ¿Se lo damos a ella?»

En ese preciso momento llegó su hermana. Cuando Sara y la mujer le ofrecie-

ron el pan, se le abrieron los ojos como platos. Alzó los brazos hacia el cielo y

dijo: «¡Dios me los envió! Esta mañana recé para que Dios me diera pan. ¡Mis

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hijos y yo no teníamos nada que comer, y ahora Dios los envió a ustedes con es-

te pan!»

Cuando fuimos a visitar al panadero que contribuye con nuestra obra donán-

donos pan todas las semanas, nos dio mucho más de lo que podíamos consumir.

Nos sobró bastante para distribuir entre los hambrientos y necesitados. En cuan-

to hicimos lo que estaba a nuestro alcance por cumplir aquella visión que el Se-

ñor dio a Sara, ¡Él cumplió con Su parte concediéndonos bendiciones en

abundancia!

Veas o no los resultados…

Independientemente de que las personas a quienes ayudes te manifiesten su agra-

decimiento o no, o de que veas algún resultado inmediato o no, no debes dejar que

eso te desanime. Lo más importante es que hagas lo que esté a tu alcance por obede-

cer la Ley del Amor establecida por el Señor. ¡Los resultados se los puedes confiar a

Él!

Capullos en flor

Una joven amante de las flores había plantado una enredadera poco común en

la base de muro de piedras. Creció vigorosamente pero no daba flor. Día tras día

lo cultivaba y lo regaba y procuraba de todas las maneras posibles de que flore-

ciera.

Una mañana, mientras la observaba decepcionada, su vecino inválido, cuya

propiedad colindaba con la de ella, la llamó y le dijo: «No se imagina usted

cuánto disfruto de las flores de esa enredadera que plantó». La joven echó un

vistazo y vio que del otro lado del muro había un cúmulo de flores. La enredade-

ra había atravesado las rajaduras entre las piedras y había florecido abundante-

mente del otro lado.

Los cristianos podemos extraer de ello una buena enseñanza. Muchas veces

pensamos que nuestros esfuerzos son en vano porque no vemos su fruto. Tene-

mos que aprender que en el servicio a Dios nuestras oraciones, nuestras labores,

nuestras cruces nunca son en vano. En algún sitio llevan fruto. Algún corazón

recibe su bendición y su alegría.

Si te parece que tus esfuerzos no tienen efecto, ten presente esto: ¡Tú

puedes marcar la diferencia!

Mientras caminaba por una playa desierta al atardecer, noté a un lugareño en

la distancia. Al acercarme, vi que a cada rato se agachaba, levantaba algo y lo

arrojaba al agua. Una y otra vez tiraba algo al mar.

Cuando ya estuve bien cerca, me di cuenta de que levantaba estrellas de mar

que las olas arrastraban hasta la playa, y una a una, las volvía a arrojar al agua.

Desconcertado, me acerqué al hombre y le dije:

—Buenos días, amigo. Tengo curiosidad por saber qué hace.

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—Estoy arrojando estas estrellas de mar al agua. Es que la marea está baja y

las olas las traen hasta la playa. Si no las devuelvo al mar, morirán por falta de

oxígeno.

—Entiendo —repliqué—, ¡pero debe de haber miles de estrellas en esta pla-

ya! No hay forma de que pueda usted llegar a todas ellas. Es que son demasia-

das. Además, lo mismo debe de estar ocurriendo en cientos de playas por toda la

costa. ¿No se da usted cuenta de que sus esfuerzos son prácticamente inútiles?

El hombre sonrió, levantó otra estrella, y mientras la arrojaba al mar, me res-

pondió:

—¡Pues para esa estrella mi esfuerzo no es inútil!

Vivir la Ley del Amor requiere amor sobrenatural, el amor de Dios

No es nada fácil vivir los mandamientos de amor que Jesús nos dio. Amar al Señor

con todo el corazón, el alma y la mente, y amar al prójimo como a nosotros mismos y

dar la vida por nuestros hermanos exige una vida de sacrificio. Significa dar máxima

prioridad a Jesús; luego a los demás y por último ponernos a nosotros mismos. Eso es

anatema para el hombre natural, va a contrapelo de la naturaleza humana. Para mani-

festar un amor que te impulse a dar la vida por tus hermanos y vivir por los demás, es

preciso el amor divino. Por eso dice Jesús:

Juan 15:5. Separados de Mí nada podéis hacer.

Sabemos que:

Filipenses 4:13. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

2 Corintios 12:9. Me ha dicho: «Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfec-

ciona en la debilidad».

Es imposible vivir conforme a la Ley del Amor a menos que seas salvo y tengas a

Jesús en tu corazón. Es preciso que el divino Espíritu de amor more en ti y te poten-

cia y capacita para amar a los demás más que a ti mismo.

Vivir la Ley del Amor implica pensar en los demás y servirlos con constancia y sa-

crificio. ¡Eso es muy difícil de cumplir! Es muy fácil caer en la pereza, el egoísmo y

el egocentrismo; la mayoría somos así por naturaleza. Nuestra primera reacción suele

ser pensar en nosotros mismos, lo que nosotros queremos, lo que nos hace felices a

nosotros. No obstante, si pedimos al Señor que nos ayude y ponemos empeño de

nuestra parte, es posible cultivar nuevos hábitos y formas de reaccionar, que al cabo

de algún tiempo harán de nosotros individuos más amorosos, compasivos y abnega-

dos.

El Señor entiende que por naturaleza carecemos del amor necesario para vivir del

modo en que Él nos pide. Sin embargo, el solo hecho de que no podamos hacerlo no

significa que Él no nos lo exija. Él obrará por medio de nosotros para que manifeste-

mos ese amor. Nos ha prometido darnos el amor que necesitamos, nos ha dicho que

derramará Su amor por medio de nosotros y hará de nosotros nuevas criaturas.

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Para llenarse de Su amor

Si clamas al Señor y simplemente le pides que te dé el amor que necesitas, y

además estas dispuesto a llevar ese amor a la práctica motivado por la fe, Él te lo

concederá con tanta abundancia y eficacia que serás testigo de un verdadero milagro.

Requerirá oración ferviente, un espíritu de fe y una mente y corazón dispuestos. Si

acompañas eso con muchas pequeñas muestras de amor desinteresado, te convertirás

en una nueva criatura. Pensaras en los demás, te interesaras más por las necesidades

ajenas. Estarás más inclinado a renunciar a tus propios planes e ideas para atender a

los débiles.

El amor es acción, el amor se traduce en obras, es manifestar nuestro interés de

forma concreta. Pero para que sea duradero, tiene que provenir de la mano del Señor.

¡Él alberga por nosotros un amor inmenso!

Es un Dios de milagros y nos concederá ese milagro de amor. Él es amor, y pode-

mos tener más de Él que nunca.

Mateo 7:7. Pedid y se os dará.

El Señor te dará las fuerzas, la gracia y la capacidad de entregarte a los demás, de

anteponer las necesidades ajenas a las tuyas. Basta que se lo pidas, que te dejes llenar

de Su Espíritu, que le entregues tu vida. Tú no eres capaz de hacerlo, pero Jesús sí.

Permíteselo y Él lo hará.

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12 Piedras Fundamentales – Suplemento de apuntes para la clase 5B

El amor es la solución

La regla de oro, 2ª parte

Objetivo: ¡Amar a los demás!

Versículos clave

Mateo 22:37-40. Jesús le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,

y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Este es el primero y grande manda-

miento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas».

Lecturas recomendadas de la Biblia

-10, 12, 13-15

Otras lecturas recomendadas

Las muchas caras del amor (libro de la serie Actívate)

PLEGARIA Y ALABANZA: «¡DAME AMOR!»

Dame un gran amor, Señor, gran sabiduría y paciencia, para saber cómo salir y entrar

sabiamente con todas las personas, a fin de dar buen testimonio de Tu amor a cada

momento de cada día. Viérteme Tu sabiduría desde lo alto para saber cómo ayudar a

quienes cruces en mi camino. Ayúdame cuando busco Tu rostro, cuando procuro Tu

Espíritu Santo, a recibir Tus palabras para saber qué decir, qué comentarios hacer,

aun las leves sugerencias, Señor, para que no hable por mi propio entendimiento y mi

propia boca, sino por Tu sabiduría, Señor.

Ayúdame, Señor a seguirte y a hacer lo que Tú quieras que haga y a decir lo que Tú

me indiques, puesto que no sé ninguna otra cosa. Ni siquiera sé qué hacer como no

sea seguir Tus indicaciones en todas estas cosas.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 22

Ayúdame a estar aquí para servir y ayudar. Como el ejemplo que Tú nos diste, que no

esté para que me sirvan sino para servir. Ayúdame a ser considerado y a tomar en

cuenta las necesidades de los demás. Amén.

MEDITACIÓN: ¿QUÉ ASPECTO TIENE EL AMOR?

Tiene manos para asistir a los demás.

Tiene pies para ir en pos de los pobres y necesitados.

Tiene ojos para ver la miseria y la tristeza.

Tiene oídos para oír los suspiros y pesares de los hombres.

Ese es el semblante del amor. Una sonrisa alentadora ofrecida oportunamente puede

tener el mismo efecto que el sol en un capullo cerrado: puede ser el punto de in-

flexión de alguien que pugna por vivir.

Stephen Grellet fue un cuáquero francés que murió en los EE.UU. en 1855. Grellet

sería un ilustre desconocido hoy en día de no ser por una pequeña plegaria que tras-

cendió la historia. Las conocidas frases que han servido de inspiración para muchos

desde entonces, son las siguientes:

«No pasaré por este mundo sino una vez. Si hay un acto de bondad que pueda rea-

lizar o un gesto de amabilidad que pueda tener para con cualquier ser humano,

ruego poder hacerlo ahora mismo y sin demora. Pues no volveré a pasar por aquí».

<Reflexión> Jesús dijo que los mandamientos más grandes son amar a Dios y a

nuestro prójimo como a nosotros mismos. Un medio de manifestar amor es la abne-

gación, los sacrificios personales que hagamos por ayudar a otra persona. ¿Estás

atento a lo que puedes hacer por prestar algún servicio a tus semejantes, aun en per-

juicio tuyo? ¿Das preferencia a Dios y a los demás antes que a ti mismo?

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Suplemento

EL MAYOR DE LOS MANDAMIENTOS: ¡AMAR!

En Mateo 22:37-40, Jesús resume la Ley del Amor en términos generales. La vuelve

a formular en su famosa Regla de Oro en Mateo 7:12. San Pablo se hizo eco de ella

cuando dijo: «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo

como a ti mismo”». (Gálatas 5:14)

Cuando los cristianos amamos al Señor con todo el corazón, el alma y la mente y

amamos a los demás como a nosotros mismos, por naturaleza cumplimos con el espí-

ritu de los Diez Mandamientos. Por ejemplo, no pondremos otros dioses delante de Él

ni usaremos Su nombre en vano. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos

nos impide matarlo, robarle, mentirle o codiciar sus bienes. Lo que nos motiva a los

cristianos a obedecer estos mandamientos no es el temor a los castigos de Dios. Más

bien nos sentimos estimulados a manifestar amor y consideración divinos por nues-

tros semejantes. Nos abstenemos de tales actos porque no estarían en consonancia

con la Ley del Amor instituida por Dios.

Si los actos de una persona tienen su origen en el amor desinteresado y abnegado —el

amor de Dios por sus semejantes— y no son intencionadamente perjudiciales para los

demás, esos actos están en consonancia con la Escritura y por lo tanto son lícitos a los

ojos de Dios. «El fruto del Espíritu es amor; […] contra tales cosas no hay ley»

(Gálatas 5:22, 23).

San Juan escribió en su Evangelio: «La ley por medio de Moisés fue dada, pero la

gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17). Jesús lo subrayó

cuando dijo: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros» (Juan

13:34).

En cierto modo, la Ley del Amor establecida por Dios es un código ético más estricto

aún que la antigua Ley Mosaica. Los Diez Mandamientos exigían que el hombre ac-

tuara con justicia y rectitud. Bajo la Ley del Amor formulada por Jesús, a la humani-

dad se le exige mucho más: amor y misericordia. No obtenemos la salvación

portándonos bien, sino invitando a Jesús a morar en nuestro corazón, a gobernar

nuestra vida y a dejar que Él ame a los demás por medio de nosotros.

«Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho» (Tito 3:5).

«Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;

no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8–9).

Ese amor divino conforma un ideal mucho más elevado al que aspirar que la mera

rectitud religiosa. En la Ley Mosaica había escaso lugar para el perdón y la miseri-

cordia. Era «ojo por ojo y diente por diente» (Éxodo 21:24; Levítico 24:20).

Por el contrario, Jesús dijo: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan

con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12). ¡Llegó incluso a

pregonar que debíamos amar a nuestros enemigos, orar por ellos y perdonarlos! (Ma-

teo 5:38–44.) Esta aplicación de la Ley del Amor en su acepción más sublime la hace

mucho más amplia y profunda que la antigua Ley Mosaica.

Es más, la ley de Jesús es mucho más difícil de cumplir, tanto así que resulta huma-

namente posible. Eso lo llevó a decir a Sus discípulos: «Sin Mí, nada podéis hacer»

(Juan 15:5). Pero la Biblia también nos enseña que «todo lo puedo en Cristo que me

fortalece» (Filipenses 4:13).

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No es fácil vivir los mandamientos de amor de Jesús. Amar al Señor con todo el co-

razón, el alma y el pensamiento, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y

dar la vida por nuestros hermanos, exige una vida de sacrificio. Manifestar tal medida

de amor solo es posible por medio del amor sobrenatural de Dios.

RÍOS DE LA MONTAÑA: NUESTRA DECLARACIÓN DE AMOR

David Berg

Nosotros creemos en el amor. Amor a Dios y al prójimo, porque «Dios es Amor» (1

Juan 4:8.) En eso consiste nuestra religión: en amar.

El amor lo es todo, pues sin amor no habría nada: ni amigos, ni familias, ni padres, ni

madres, ni hijos, ni sexualidad, ni salud, ni felicidad, ni Dios, ni Cielo. Nada de ello

existiría sin amor. Y nada de ello sería posible sin Dios, porque Dios es amor.

La solución a todos los problemas que aquejan a la humanidad hoy en día y a lo largo

de la Historia es el amor —amor verdadero, amor a Dios y al prójimo—, el Espíritu

del amor divino y sobrenatural que nos ayuda a cumplir el gran mandamiento de

amarnos los unos a los otros. Esta sigue siendo la solución que ofrece Dios aun en

una sociedad tan confusa y compleja como la del mundo actual.

Es precisamente el rechazo del amor de Dios y de Sus amorosas leyes lo que lleva a

los hombres a ser egoístas, desamorados, perversos, crueles y desconsiderados. He

ahí el origen de su inhumanidad para con sus semejantes, la cual salta a la vista en es-

te atribulado mundo actual sometido al yugo de la opresión, la tiranía y la explota-

ción. Tanta gente es víctima del hambre, la desnutrición, las enfermedades, la

pobreza, el desamparo, el exceso de trabajo, odiosas vejaciones, los tormentos de la

guerra y la pesadilla de vivir con un perpetuo sentimiento de inseguridad y miedo.

La causa de todos estos males es la falta de amor del hombre para con Dios y el

prójimo, y su insistencia en contravenir las leyes divinas de amor, fe, paz y armonía

con Él, con sus semejantes y con toda la Creación. Pues el que no ama a su hermano

a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20).

Efectivamente, es así de sencillo: Amar a Dios nos hace capaces de amarnos los unos

a los otros. Podemos entonces seguir Sus preceptos sobre la vida, la libertad y la feli-

cidad, con lo que todo se arregla y todos nos sentimos satisfechos en Él.

Por eso dijo Jesús que el primer y mayor mandamiento es amar: «‖Amarás al Señor

tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”... y el segundo

es semejante: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (Mateo 22:37-39).

En otra ocasión un intérprete de la ley que hablaba con Jesús le preguntó: «¿Quién es

mi prójimo?». Y con la parábola del buen samaritano Jesús enseñó que se trata de to-

da persona que necesite nuestra ayuda, sea cual sea su raza, el color de su piel, su re-

ligión, su nacionalidad o su condición social.

«Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de lar-

go. Asimismo un levita [asistente del templo], llegando cerca de aquel lugar, y

viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y

viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles

aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él»

(Lucas 10:31, 33, 34).

Si estamos provistos de amor verdadero, no podemos presenciar una situación de

apuro sin intervenir. No podemos pasar de largo al pobre hombre en el camino a Je-

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ricó. Debemos actuar, como hizo el samaritano. Hoy en día hay mucha gente que,

cuando ve a algún necesitado, reacciona diciendo: «¡Ay, qué lástima, qué pena!» Sin

embargo, la compasión hay que traducirla en obras. He aquí la diferencia entre lásti-

ma y compasión: la lástima no es más que un sentimiento de pena; la compasión lo

impulsa a uno a hacer algo.

¿Quiénes eran los samaritanos?

Aunque el término buen samaritano es bastante conocido, muchas personas no

saben exactamente quiénes eran los samaritanos y hasta qué punto los judíos los

despreciaban y desdeñaban. En los días de Jesús, la sola palabra samaritano era

un insulto (véase Juan 8:48). ¿Por qué los judíos odiaban tanto a los samarita-

nos?

En el año 720 a. de C., Salmanasar, rey de Asiria, invadió Israel y se llevó cauti-

vas a Asiria a las diez tribus del norte del país. Después trajo a pueblos de Babi-

lonia y de otras tierras distantes conquistadas por él y los reasentó en las

ciudades del norte de Israel donde habían vivido los israelitas. Con el tiempo esa

región llegó a conocerse como Samaria. (Véase 2 Reyes 17:22-29.)

Inicialmente aquellos pueblos eran paganos, pero unos 200 años antes de Cristo

fueron obligados a convertirse al judaísmo. Creían únicamente en los cinco li-

bros de Moisés. Dado que éste no había hecho mención de que Jerusalén fuera

ciudad sagrada, los samaritanos no adoraban en el templo emplazado allí. Para

ellos el monte Gerizim de Samaria era el lugar más sagrado donde debía adorar-

se a Dios. Así que construyeron un templo en su cima. Siendo, pues, los samari-

tanos un pueblo mestizo y sus costumbres y cultos religiosos diferentes, los

judíos los consideraban inferiores y no se relacionaban para nada con ellos.

Debemos manifestar nuestra fe con obras. Es difícil demostrar amor sin una acción

palpable. Afirmar que se ama a alguien y no ayudarlo físicamente en lo que pueda

necesitar —proporcionándole comida, ropa, techo, etc.—, no es amor. Si bien es cier-

to que la necesidad de amor verdadero es espiritual, éste debe manifestarse en forma

tangible, por medio de obras. «La fe que obra por el amor» (Gálatas 5:6).

«El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra

contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos

de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:17, 18).

Por otra parte, consideramos que la forma más sublime de manifestar amor no consis-

te exclusivamente en compartir las simples pertenencias y bienes materiales. Se basa

en entregar la vida en servicio a los demás, como expresión de nuestra fe. Las buenas

obras y la entrega de dichas posesiones vienen como consecuencia. El propio Jesús

no tenía nada material que dar a Sus discípulos, salvo Su amor y Su vida, que dio por

ellos y por nosotros, para que todos pudiéramos disfrutar de vida y amor eternos.

«Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan

15:13). Profesamos, pues, que lo máximo que podemos dar a los demás es nuestra

persona, nuestro amor y nuestra vida. Ese es nuestro ideal, así como también la forma

en que nos proponemos alcanzarlo.

Con esa finalidad precisamente creó Dios al hombre en un principio: para amar. Nos

hizo para que lo amáramos, disfrutáramos de Él eternamente y ayudáramos a los de-

más a hacer lo mismo. Dios fue el creador del amor y el que puso en el hombre la ne-

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―The Golden Rule‖, part 2, page 27

cesidad de amar y ser amado. Él es el único capaz de satisfacer esa ansia profunda de

amor total y comprensión absoluta presente en toda alma.

Por eso, aunque las cosas temporales de este mundo puedan satisfacer el cuerpo, sólo

Dios y Su amor eterno pueden llenar ese angustioso vacío espiritual que hay en el co-

razón de cada persona y que Dios creó exclusivamente para Sí. El espíritu humano —

ese algo intangible, esa esencia de nuestro ser que habita en nuestro cuerpo— sólo

halla plena satisfacción en la unión total con el gran Espíritu amoroso que lo creó.

Él es el mismísimo Espíritu del amor, amor verdadero, eterno, amor auténtico que

nunca deja de ser, el amor de un Amante que nunca abandona, el Amante por exce-

lencia, Dios mismo.

Lo vemos reflejado en Su Hijo Jesucristo, que vino al mundo por amor, vivió con

amor y murió por amor para que nosotros pudiéramos vivir y amar eternamente. «De

tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo

aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).

Para recibir el amor de Dios personificado en Jesús no tienes más que abrir tu co-

razón y pedirle que entre en ti. Jesús prometió: «He aquí, Yo estoy a la puerta y lla-

mo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él» (Apocalipsis 3:20). Con

amor y mansedumbre, Él aguarda a la puerta de tu corazón. No la fuerza, no te obliga

a aceptarlo; más bien espera a que le pidas que entre. ¿Lo harás?

Una vez que lo hayas hecho, experimentarás toda una transformación. Será como si

acabaras de nacer a un mundo del todo nuevo. Te convertirás en un nuevo hijo de

Dios, con un nuevo espíritu. Entonces Su Espíritu, que morará en ti, te permitirá

hacer lo que resulta humanamente imposible: amar a Dios y a tus semejantes.

Descubrirás la verdadera felicidad, que no se halla buscando de modo egoísta place-

res y satisfacciones, sino al encontrar a Dios, comunicar Su vida a los demás y procu-

rar la felicidad ajena. Entonces la felicidad te busca, te toma por asalto y se adueña de

ti, sin que la hayas procurado siquiera.

«Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7.) Si siembras

amor, recoges amor. Si siembras amistad, recoges amistad. Obedece, pues, la ley di-

vina del amor, amor desinteresado, amor a Dios y al prójimo. Manifiesta a los demás

el amor que les debes, y tú también recibirás amor. «Con la misma vara con que

medís, os volverán a medir» (Lucas 6:38).

Descubre las maravillas que puede el amor. Hallarás todo un nuevo mundo de amor

que sólo habías concebido en sueños. En compañía de otra alma solitaria, puedes dis-

frutar de los milagros que obra el amor. Pruébalo. Si demuestras amor, amor te de-

mostrarán amor.

El amor no se te dio para guardarlo.

Para que sea amor, a otros hay que brindarlo.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 28

MOMENTOS DE MEDITACIÓN: BUMERANG

Virginia Brandt Berg

Me gustaría hablarles de algo que me interesó hace muchos años cuando era niña. Fui

a un circo que tenía tres pistas simultáneas. Lo recuerdo muy bien. Los acróbatas vo-

laban, se columpiaban y se descolgaban en el aire. Pero lo que más me llamó la aten-

ción fue un acto que se realizaba en la tercera pista.

Vi a un muchacho y una chica que arrojaban unos proyectiles de vivos colores. Éstos

se desplazaban a cierta distancia y luego daban la vuelta y regresaban a las mismas

manos que los habían arrojado. Fuera cual fuera la dirección en que los arrojaban,

volvían rápidamente y los jóvenes los atrapaban cuando daban la vuelta.

¡Yo los observaba atónita! Me intrigaba qué era lo que los hacía volver. ¿Qué los

hacía describir una curva en su curso y volver al lugar de donde habían partido? Part-

ían de las manos de aquella chica y regresaban a ellas. Luego alguien que estaba a mi

lado me dijo: «Son bumeranes». Nunca había oído aquella palabra.

Claro está que desde aquella oportunidad en que la retuve en mi memoria infantil, la

he oído muchas veces. Me explicaron de qué se trataba cuando llegué a casa. Pero

como digo, desde entonces he visto ese fenómeno muchas veces en la vida.

Es que la vida misma es un bumerán. Todo lo que hacemos nos viene de vuelta en

algún momento, en alguna parte. La Palabra de Dios dice: «Todo lo que el hombre

sembrare, eso también segará». Cada palabra que lancemos nos vendrá de regreso

algún día.

Yo estoy convencida de que hasta mis pensamientos me vienen de vuelta. Al fin y al

cabo los pensamientos son entes. Es extraña la forma en que el bumerán describe un

círculo y regresa exactamente a la persona que lo arrojó.

Lo mismo sucede con la ley de gravedad espiritual, la ley de retribución, que es tan

inapelable como la vida misma: lo que el hombre lanza al mundo le vendrá en retri-

bución.

Si lanza al mundo el pan de la bondad, al cabo de muchos años se reencontrará con él

y acabará por serle una gran bendición. En cambio, si lanza una maldición, en años

postreros cae sobre él una maldición mayor. Ustedes me dirán: «No sé lo que sucede

con mi bumerán. El tuyo tiene un efecto y el mío tiene otro distinto». Pero la Palabra

de Dios es veraz. De eso no cabe duda.

La Palabra de Dios nunca falla. Todo lo que hagas se te devolverá. Sé que las pala-

bras de ternura que pronuncié hace años se acumularon y he segado múltiples bendi-

ciones en los años recientes de mi vida.

Lo mismo ocurre con contigo actualmente. Seguramente estás cosechando el amor y

la gratitud de algún bumerán que arrojaste muy lejos hace años. Es exactamente lo

mismo. Por ejemplo, el otro día notaba a una madre que vive cerca de mi casa; se

exaspera con facilidad y se impacienta. Luego escuché a su hijo contestándole con la

misma exasperación e impaciencia, Entonces pensé: «Es el efecto bumerán que está

retornando a esa madre».

Hace algún tiempo conocí a un joven que había perdido la fe en Dios. En nuestra

conversación podía percibir el sonido del bumerán, pues años atrás había comenzado

a leer cierto tipo de literatura —puesta a su alcance por sus propios padres—, la cual

conducía a le pérdida de fe en todo.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 29

Hace algún tiempo —jamás me olvidaré de esto— una madre oraba de rodillas. Me

contó que uno de sus hijos se había descarriado por el efecto bumerán, pues no lo

había educado por el camino que debía seguir.

A raíz de ello la vida del muchacho, como el metal incandescente, había caído en el

molde y se había endurecido allí. Para entonces, el hijo ya era un hombre y ella no

podía con él. Todo había sido por culpa de la vida que ella había llevado en aquellos

primeros años, su indiferencia para con Dios y el hecho de que en la casa no se prac-

ticaba la oración.

El bumerán había vuelto. Me decía la mujer: «En aquella época las cosas eran muy

diferentes. Nunca pensé que me vendría de regreso. No tenía temor del Señor; sim-

plemente pensaba que lo estaba pasando bien. Me decía a mí misma que eso de que

segamos lo que sembramos eran puras tonterías». Pero me confesó: «Ahora escucho

el sonido de los grilletes que lo apresan y el ruido de las puertas de la cárcel que se

cierran, y mientras espero en el despacho del alguacil, oigo en la distancia el eco de

mi propia vida que vuelve a mí y lo que sembré en la vida de ese muchacho».

Tiempo atrás en un hospital de Miami, Florida, visité a dos pacientes. Una de ellas

era Marie Smith, que yacía enferma en cama. Su habitación estaba llena de flores, tar-

jetas en las que le deseaban que se recuperase y hermosos regalitos enviados por sus

simpatizantes. Estaba rodeada de todas aquellas muestras de cariño.

Así había sido su vida, pues a lo largo de los años había sembrado amor y considera-

ción en la vida de todas aquellas personas. Como consecuencia, en su hora de necesi-

dad, cuando una gravísima enfermedad la tenía postrada en aquel hospital, todos los

gestos de cariño que había tenido con los demás le estaban siendo retribuidos.

Por contraste, en otra habitación, se encontraba una mujer sola y amargada. Tenía la

suspicacia dibujada en cada rasgo de su rostro. El egoísmo le había arruinado la vida:

había sido egocéntrica, desconfiada y criticona. Yacía allí de cara a la pared. Cons-

truyó en torno a sí un muro de antipatía, de frialdad, de dureza de corazón y de

egoísmo, y entonces, en la hora de su muerte, quedó encerrada dentro de él a solas.

¡Qué diferencia existía entre aquellas dos habitaciones a las que el bumerán había re-

gresado con consecuencias tan distintas! En Proverbios 26:27 la Palabra de Dios dice:

«El que cava foso caerá en él; y al que revuelve la piedra, sobre él le volverá». Y en

Eclesiastés 11:1: «Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo

hallarás».

El que vive desinteresadamente atendiendo a los necesitados, sobrellevando las car-

gas de los demás, aliviando el dolor ajeno y satisfaciendo las necesidades de sus se-

mejantes, sin duda algún día verá el retorno de ese bumerán con bendición.

Si nos volvemos a la Palabra de Dios, la leemos y la vivimos, llegará a ser un tre-

mendo bumerán en nuestra vida y nos acarreará gran bendición. Si acumulamos teso-

ros en el Cielo ahora, el día de mañana se convertirán en un glorioso bumerán.

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―The Golden Rule‖, part 2, page 30

LA BONDAD

«Sé bondadoso y compasivo. Nunca dejes que quien acuda a ti se vaya sin sentirse

mejor y más feliz. Sé la expresión viva de la bondad de Dios, bondad en el rostro,

bondad en la mirada, bondad en la sonrisa, bondad en la calidez de tu saludo. En los

barrios bajos somos la luz de la bondad de Dios para los desposeídos. A los niños, a

los pobres, a quienes sufren y están solos, dales siempre una sonrisa alegre. No les

brindes solamente tus cuidados, sino también tu corazón. La bondad y el amor de

Dios pueden hacer que cada momento de nuestra vida sea el comienzo de grandes

cosas. Si te mantienes abierto y dispuesto a recibir, hallarás a Dios por todas partes.

Toda obra de amor pone a una persona de cara ante Dios».

Madre Teresa de Calcuta, En el silencio de corazón

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―The Golden Rule‖, part 2, page 31

PRUEBA DE LA CLASE 5B, «LA REGLA DE ORO: EL AMOR ES LA SOLUCIÓN», DE LAS 12

PIEDRAS FUNDAMENTALES

NOMBRE: FECHA:

1. Escribe cualquier versículo que explique la «Ley del Amor».

2. Da un ejemplo práctico de cómo puedes llevar dicho versículo a la práctica:

«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más

pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40)

3. ¿Cuál es una de las características por las que la gente nos puede reconocer

como discípulos de Jesús? (Pista: Juan 13:35.)

4. ¿Cuál es el capítulo del Nuevo Testamento que habla sobre la preeminencia del

amor?

5. ¿De dónde podemos extraer fuerzas para amar al prójimo? (Pista: Juan 15:5,

Filipenses 4:13)

6. Explica brevemente lo que más te llama la atención de la parábola del buen

samaritano y cómo puedes aplicarla personalmente.

7. Según Santiago 2:15-17, ¿cómo debemos manifestar nuestro amor al prójimo?

¿HUBO ALGO DE LA CLASE QUE NO HAYAS ENTENDIDO O QUE TE SUSCITA

INTERROGANTES? SI ES ASÍ, EXPLÍCALO BREVEMENTE A TU GUÍA.