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CUENTOS ARGENTINOS DE CIENCIA FICCINVarios Autores

1966 Editorial Merln Pun 1427 - Buenos Aires Edicin digital: Urijenny Revisin: Dagustini R6 07/06

NDICE La civilizacin perdida, Juan Jacobo Bajarla. Los afanes, Adolfo Bioy Casares. Las abejas de bronce, Marco Denevi. Aclimatacin, Eduardo Goligorsky. Mensaje a la Tierra, Alfredo Julio Grassi. La esfera, Narciso Ibez Serrador. Marketing, Pedro Orgambide. El segundo viaje, Carlos Peralta. La tercera fundacin de la ciudad de Buenos Aires, Emilio Rodrigu. La meta es el camino, Dalmiro Senz. Paranoia, Alberto Vanasco. En el primer da del mes del ao, Alejandro Vignatti.

LA CIVILIZACIN PERDIDAJuan Jacobo BajarlaJuan Jacobo Bajarla. Es abogado especialista en derecho penal; Sadismo y masoquismo en la conducta criminal (1959) testimonia su frecuentacin de tan imponentes menesteres. En poesa public Estereopoemas (1950) y La grgona (1953); en ensayo. El vanguardismo potico en Amrica y Espaa (1957) y La polmica ReverdyHuidobro (1964), cuya versin francesa apareci un ao antes en Blgica. Entre 1955 y 1962 escribi seis obras teatrales: Los robots, La esfinge, Pierrot, Las troyanas, Monteagudo y La confesin de Finnegan. Su obra de narrador se reparte equitativamente entre los temas policiales, los de espionaje y la ciencia-ficcin.

A Arturo Pea Lillo Comenz a desintegrarse, a diluirse lentamente en una trasparencia. Se convirti en una sustancia lechosa, algo as como una nube que se originaba por ectoplasmia. Pero no perdi sus lmites. Ahora era un marciano que habitaba en la Tierra en el ao 5.000. Se elevaba en el espacio para aterrizar sobre otra calle, perdida cinco milenios antes. Sobre cierta calle donde dos seres en un caf ordenado mediante botones automticos,

vean a un tercero que se agachaba para recoger una extraa medalla carcomida, que tena una rayita en el centro y una a en el borde derecho. Los marcianos (para ese entonces) haca ya tres mil aos que se haban apoderado de la Tierra en la guerra de los mundos. Y era muy poco lo que de ella decan los libros conservados (en realidad eran tres: el Alets, de Luciano de Samosata, el Kama-Sutra y el Hamlet). Pero tampoco sugeran nada acerca del hallazgo. El marciano mir detenidamente el objeto circular que haba levantado frente al caf automtico, asiento de aves tcnicas que estafaban a los viajeros espaciales. Acerc la lupa y pudo observar la superficie borrosa de donde salan la rayita y la letra. Pero no pudo descifrar lo que crey una inscripcin latina. Impaciente ya, se dirigi al Instituto Para la Investigacin; de la Ciencia Joven. Deposit el objeto circular (la extraa medalla) y solicit su anlisis. Despus hizo funcionar los eyectores atmicos ajustados a la espalda, y desapareci al otro lado de un crter, a mil kilmetros del Instituto. Y aqu comienza la perisea ("odisea" diran cinco mil aos atrs) del connubio de sabios del Instituto Para la Investigacin de la Ciencia Joven. Su capismafi (algo as como "capo mafioso", jefe de secta) dispuso que el objeto circular pasara al Laboratorio Interplanetario de Lavaje Csmico. Pero las lavativas (no olvide el lector cientfico que el lenguaje es totalmente diverso) no pudieron restituir el crculo a su expresin especfica. Lo enviaron entonces al Museo de Deformaciones y Alargamientos. El objeto circular segua cerrado a las intenciones de descubrir esa negrura que indudablemente ocultaba algo. No era posible creer que una rayita y un bostezo (la letra a), fueran suficientes para desorientar la potencia de los marcianos. Fue el instante en que el director del Instituto resolvi consultar a los habitantes de los otros planetas. Y hubo una reunin de seres superdotados donde se discuti acerca de lo que significaba la medalla, sus caracteres y lo que posiblemente faltara de la inscripcin. Uno de ellos (un saturniano trasparente, con dos anillos que le daban vuelta por el vientre), dijo con voz metlica: Creo que ya tengo la solucin. Se trata de una civilizacin perdida que floreci en un planeta diminuto llamado Tierra, cinco mil aos atrs. Sus habitantes, unos seres pequeitos y ridculos que solan ayuntarse con sus parejas mediante una excrescencia longitudinal que casi siempre supuraba, haban levantado una torre para escalar el espacio interplanetario. Pero sucedi que su pequeez se convirti en soberbia. Y fue tanto su gozo que confundieron el habla. Cada uno se expresaba en un lenguaje distinto. Y acabaron por confundir la ciencia de la estructura con el espesor de las intenciones, generalmente hmedas. Y de esta manera, imposible ya para conectarse entre s, comenzaron a derrumbarse. Los bloques de la torre se precipitaron al vaco. Sus constructores, con excepcin de uno de ellos, murieron todos. El saturniano, cansado de hacer tanta memoria (se ayudaba por medio del complejo ESP, extra sensory perception) descans un instante y recurri a la diapsiquia paracrnica. Despus, rascndose la segunda argolla que adhera a su abultado vientre esfrico, sentenci: El que se salv de ese asalto al espacio mediante la torre, llevaba los grmenes de una futura destruccin. Inabolible descendiente de un superanciano llamado No que sola emborracharse continuamente, concibi la idea de fabricar un lquido que embriagara como el vino sin que contuviera lo que los terresianos llamaban alcohol. Y as lo hizo. Pero no tuvo aceptacin. Sin embargo trasmiti al hijo la frmula del caso. Y ste la mejor y no triunf. Y volvi a trasmitirla a su hijo. Y as, de hijo en hijo hasta que pasaron cinco mil aos. Y al lmite de este tiempo, de cuya fecha hasta ahora han trascurrido otros cinco mil aos, el hijo del hijo del hijo de los hijos, promovi una gran civilizacin basada en la botella. Era un smbolo que remedaba la excrecencia longitudinal que distingua a los terresianos, hoy extinguidos como raza. O para ser ms exacto: convertidos en microorganismos de mutantes que giran entre los neutrinos del sistema

solar. Pues bien. Este smbolo flico que era la botella, los llev a imaginar la frmula de un lquido revolucionario. Se sentaban a comer y siempre tenan una botella a su alcance. Se reunan para discutir sobre ciencia y alguien traa siempre una botella igual, llena de la misma frmula. Se ponan de acuerdo para hablar de poesa o destruir la reputacin de sus colegas, y siempre empinaban la botella. Si faltaba este smbolo, los terresianos bostezaban como pidiendo que les introdujeran el gollete de la botella. Y esta botella tena un objeto circular que la tapaba, cuya inscripcin no puedo precisar. Pero que es el sello de una civilizacin perdida. Un segundo saturniano, lleno de nostalgia, agreg: Una de esas botellas cay en Saturno, en la guerra de los mundos. La tienen an? pregunt el jefe marciano del Instituto Para la Investigacin de la Ciencia Joven. Se desintegr en contacto con las cosmosferas pirticas que los terresianos llamaron anillos de Van Allen. Al llegar a este punto, el cnclave resolvi auxiliarse mediante fotones que ponan en movimiento clulas fotoelctricas, las cuales trasmitan, a su vez, rdenes electrnicas al Gran B.B.I.D.E. Cibernius. Despus colocaron el objeto circular en la gaveta B. B. AlfaInfinito. Se encendi una luz verdosa y, en seguida, sobre la pantalla de Cibernius aparecieron las letras c-h-a. Luego otra c y otra a. Esta a qued a la izquierda de la rayita en el diagrama luminoso que reflejaba la pantalla. Inmediatamente aparecieron algunas palabras terresianas (familias de palabras muy peculiares) intercambiadas en la torre prehistrica, junto con otras mucho ms recientes: carca, careando, cacona, carcajear, coreo, corcova, cncavo, cargolla, concha, chando, lola... El saturniano que haba hablado de la civilizacin perdida, dio un salto y se arroj de doble crculo (los terresianos habran dicho "de panza"). Luego grit: Ahora recuerdo! Concha... lola. La concha de la lola y la chapa de Coca-Cola! S, seores robutiesos! Fue la civilizacin de la Coca-Cola! El silencio se hizo paralizante. Slo se oa el jadeo de los fotones. Pero el Gran B. B. I. D. E. Cibernius, segua funcionando. Su pantalla mostraba ahora la inscripcin restaurada del objeto circular. El saturniano tena razn. Lo que el marciano haba recogido frente al caf automtico, no era una medalla sino la chapita de una botella de Coca-Cola, elemento muy apreciado por esa civilizacin perdida haca 5.000 aos.

LOS AFANESAdolfo Bioy CasaresAdolfo Bioy Casares. Sus ttulos ms conocidos son La invencin de Morel (1940), Plan de evasin (1945), La trama celeste (1948), El sueo de los hroes (1954), Historia prodigiosa (1955), Guirnalda con amores (1959) y El lado de la sombra (1962). Escribi algunos libros en colaboracin con Borges, y otros con la de su esposa, Silvina Ocampo. Es un entusiasta de la literatura fantstica y de la novela policial.

El primero de mis amigos fue Eladio Heller. Lo siguieron Federico Alberdi, para quien el mundo era claro y sin brillo, los hermanos Hesparrn, el Cabro Rauch, que descubra los defectos de cada cual; mucho despus lleg Milena. Nos reunamos en la calle 11 de Septiembre, en casa de los padres de Heller: un chalet con techo te tejas francesas, con un jardn que imaginbamos enorme, con senderos rojos, de granzas de ladrillo, rodeando canteros verdes, donde crecan rosales enfermos, a la sombra de copiosas y obscuras

magnolias, cargadas, en mi recuerdo, de flores ntidamente blancas. Nuestro lugar predilecto era el garage de los fondos; ms precisamente, el automvil un Stoddart-Dayton, en continuo proceso de reconstruccin y desarme que all guardaban. En esa poca, anterior a Milena, la familia de Heller se compona del seor, el dueo del Stoddart-Dayton, un caballero con un largo guardapolvo de franeleta amarillenta; la seora, doa Visitacin, diminuta, vivaracha, locuaz, dispuesta a pelear por lo suyo, y Cristina, la hermana, siempre impecable, como sus dos trenzas rubias, siempre detrs de Heller, como un ngel de la guarda ansioso y abnegado, siempre recatada, hasta que algn enojo con los aos la circunstancia fue harto breve disparaba su carga de acre vulgaridad. Poco antes de desaparecer el padre parti por ocho das a Santiago de Chile, a una reunin de rotarianos, y ya nadie supo de l naci Diego, que por ser tan nio no se mezcl con nosotros. Eladio Heller nos cautivaba y nos repela con su riqueza y sus inventos. Una noche yo no paraba de ponderar en casa el tren a cuerda que el seor Heller haba regalado a Eladio. Otra noche de la misma semana, genuinamente escandalizado, yo mova la cabeza, comentaba, seguro de la aprobacin de mis mayores: No est bien. No est bien. Algo habr dicho Eladio, lo cierto es que el seor Heller apareci hoy con una caja inmensa, con un nuevo regalo, con un nuevo tren: uno elctrico. A la noche siguiente yo volva apenado. Deca: Eladio no tiene remedio. Desarm las dos locomotoras. (Pronto descubrimos que no hay como vilipendiar al ausente, para dar calor a la convivencia. ) Intua mi madre: En ese nio se oculta un maximalista con barba y todo, un crata. Mi padre corroboraba: Destruye por destruir. Ser otro presidente radical. Antes de que pasaran veinticuatro horas yo deba reconocer, en una suerte de enfadosa contramarcha: Las dos locomotoras funcionan. A la que era elctrica, le puso cuerda; a la otra, el motor elctrico. Funcionan perfectamente. En el garage de 11 de Septiembre vi el primer receptor radiotelefnico de mi vida y el primer trasmisor. Si Heller hubiera trabajado nicamente con maderas y con metales, ms de una habladura ingrata se hubiese evitado; pero la verdad es que en el garage solamos encontrar salpicaduras de sangre. El amor a la mecnica y a las ciencias naturales nos pierde, en ocasiones, por abominables declives. Heller acababa de cumplir doce o trece aos, cuando intent una modificacin en la estructura de las palomas mensajeras. Les abri el crneo para perfeccionarlas con el aditamento de piedras de galena, por las que los animales recibiran rdenes enviadas con un trasmisor. Nunca olvidar aquellas pobres palomas, que un rato revolotearon pesadamente por el sombro stano de la casa. A Milena la conocimos en un baile; tanto para ella como para nosotros fue el primero y, por algn tiempo, el ltimo. Nos deslumbre la fiesta, pero ms nos deslumbre Milena. Al orle, demasiado pronto, la sentencia: "nicamente los tontitos de sociedad van a los bailes", con dolor en el alma comprendimos que no volveramos a otro. Aquel, lo recuerdo bien, era en el club Belgrano, para ao nuevo. Nunca fue ms verdad lo de ao nuevo, vida nueva. Milena trajo el cambio. Mirando retrospectivamente las cosas, yo dira que bajo su frula hubo que dar un salto atrs, renunciar a nuestra pattica aspiracin a ser adultos, lanzarse a los frenticos deleites de las bandas traviesas. No ignoro el caudal de tontera y de maldad que arrastran tales bandas; mas tampoco soy tan viejo para olvidar los placeres que la nuestra nos depar: sin duda, el de la camaradera, el del peligro, sobre todo el de ser mandados por Milena, el de participar en secretos con ella, el de

estar a su lado. Milena tena el pelo castao lo llevaba muy corto, la piel morena, los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las Irish-porteas), las manos cubiertas de mataduras. Era alta y fuerte. Nunca habamos encontrado una persona menos acomodaticia ni ms agresiva; naturalmente acometa contra las preferencias, las costumbres, la familia, los amigos, el mundo de cada cual. En su presencia no aventurbamos opiniones, aunque haba un agrado en que nos maltratara, porque lo haca con increble vitalidad y empuje. Era resistente, valerosa, obstinada cuando estaba comprometido el amor propio; creo que muy noble. Por mi parte, no he visto una muchacha ms vivida. Como observ recientemente Federico Alberdi: Enamorarse de una mujer tan incmoda es el peor infortunio. Jams puede uno olvidarla. Las mujeres razonables, por comparacin, parecen borrosas. La verdad es que entonces el mismo Cabro, que no haba desarrollado sus actuales nalgas de doble ancho, la admiraba, Heller, por seguirla, descuidaba el estudio, Alberdi la amaba, los Hesparrn y yo hubiramos dado la vida por ella. De miedo de irritarla, ninguno hablaba de amor, ya que Milena repudiaba esa pasin como una debilidad ridcula. Quien nos inform de lo que sentamos fue la hermana de Heller. Una tarde, que esperbamos a nuestra amiga en el garage, Cristina nos dijo: Mis pobrecitos por qu negarlo? estn todos enamorados de Milena. Ya colrica, agreg: Parecen perros detrs de una perra. A propsito: debo referirme al Marconi, un perro de aguas, de color caf con leche, peludo y orejudo, que trajo Heller del Instituto Pasteur. Me parece que haba ido Heller al Instituto para consultar algo sobre el bacilo de Metchnikoff, que por aquel tiempo le interesaba; el Cambado Hespann y yo lo acompaamos. No recuerdo cmo apareci el perro. Su dueo lo haba dejado, por temor de que estuviera rabioso; como no lo reclamaban, aunque no estaba rabioso, iban a sacrificarlo. Mientras nos explicaban esto, el perro miraba a He-Uer con ojos tristsimos. Heller pregunt si no poda llevrselo. "Es delicado" contestaron; era ms delicado regalarlo que matarlo, pero accedieron. Desde el primer momento se quisieron notablemente Heller y el perro. Milena argumentaba: No es higinico. Estn siempre juntos. No es normal. Tamao zanguango, llueva o truene, por nada se pierde un paseo con el perro. Cuando lo veo, cadena en mano, junto al rbol, esperando que el otro baje la pata, s que nos compromete a todos los amigos. Un da voy a comprar un matagatos y chau Marconi. Heller nunca se entreg plenamente. El tiempo que Milena estaba con nosotros, l estaba con ella, pero en la soledad de su cuarto estudiaba medicina y fsica. Mientras uno duerme protestaba Milena l estudia. Qu estudia? Las miserias que Dios puso en la oscuridad de los cuerpos, para que nadie las vea. Una noche pronunci, por fin, las palabras que ni siquiera los Hesparrn haban tenido el coraje de articular. En cuanto le dije que la quera, un prodigioso cambio se oper en Milena. Confieso que para nosotros era ella una persona imprevisible. No acabbamos de conocerla. Como me haba deslumbrado con su aspereza, me deslumbr con su ternura. Lstima que yo fuera tan joven, que imaginara tan delicadas a las mujeres, que adelantara paulatinamente, pues antes de recoger el ms mnimo premio, lleg, con diciembre, la hora de acompaar a mi familia a Necochea y no soy hombre que se aparte de estas obligaciones. Agu un tanto el veraneo, el temor de que algn Hesparrn, ms probablemente el Largo, sacara ventaja de mi alejamiento. La novedad que despus encontr fue otra. Viaj, de vuelta, un sbado. El domingo me cit con los muchachos, en las Barrancas, a las dos de la tarde, para ir a ver un partido. Por qu no vienen Heller y Milena? pregunt. Cmo? No sabes? replic el Cabro Rauch. Andan muy ocupados ahora que se comprometieron.

No estaba seguro de entender. Se comprometieron? repet. Milena y Heller? El Cabro afirm: Lo eligi porque es el que tiene ms plata. A este yo le rompo la cara dijo con amenazadora suavidad el Largo Hesparrn. No asegur el Cambado, empuando el cuello del Cabro. Se la rompo yo. Intervino Alberdi: El Cabro es un mal pensado. Bueno y qu? pregunt. Si lo toleran desde hace veinte aos por qu de repente se enojan? Adems, tener dinero es una cualidad atractiva: una de las tantas de Heller. Me encar con Alberdi. En tono de splica no s yo mismo qu suplicaba, la dicha para mis amigos o una esperanza para m interrogu: Crees que van a ser felices? Alberdi respondi sin vacilar: No. Debatiendo el asunto, caminamos por la plaza, interminablemente rodeamos la manzana del Castillo de los Leones, para encontrarnos, por ltimo, con el paredn de la Chacarita. Creo que me acord del partido que bamos a ver, cuando abr el diario, a la otra maana. Se casaron a mitad de ao. Casi inmediatamente criadas y proveedores trajeron noticias que, por desgracia, confirmaban el pronstico de Alberdi. Lo que entrevimos al visitar a nuestros amigos en la casa de 11 de Septiembre, donde vivan con doa Visitacin y con Cristina Diego parti, becado, a los Estados Unidos no desminti aquellas noticias. Nos dijimos que todo se arreglara con el primer hijo; hubo cuatro, pero no hubo paz. Milena, aparentemente, enardeci a todo el mundo salvo a Heller. Este, en medio de las peleas, rondaba como un fantasma; desde luego, un fantasma perseguido y atacado sin cuartel, sobre cuya sombra chocaban dos bandos: Milena, por un lado, doa Visitacin y Cristina, por el otro, en continua batalla. Por ms que procure sustraerse observ Alberdi as no puede estudiar. Lo que enoja a Milena respondi el Cambado es que se sustraiga. Nada irrita como pelear contra un fantasma. Por qu quiere pelear? Por qu no lo deja tranquilo? inquiri, como hablando solo, Alberdi. Por qu no se separa? agreg el Cabro. Esta nueva conversacin ocurra en la calle. Despus del casamiento de Heller y Milena, bamos muy de vez en cuando a 11 de Septiembre, y para conversar estbamos ms a gusto caminando por la calle que encerrados en nuestras casas o que en el caf o en el club. Saben por qu Milena no se separa? pregunt el Cabro. Por la plata. El Cabro era ms venenoso que cobarde. Nos distrajo de nuestra indignacin la verdad expresada por Alberdi: Milena no quiere la plata para ella, sino para educar a los chicos. El pato de esta boda es el perro coment el Cambado. Milena lo haba sentenciado; por milagro sobrevivi. Ahora dice que est viejo; que tener en la casa un perro tan viejo, por aadidura gordo, es antihiginico. As que veremos qu sucede. El Largo Hesparrn me tom de un brazo, me apart del grupo. Yo creo susurr que lleg el momento de actuar. Alberdi no es el ms indicado, porque de puro razonable le da en los nervios a Milena. Deberas explicarles a los dos que se dejen de pavadas. A Heller hay que hacerle ver que no sea terco: al fin y al cabo, qu diablos, tiene una mujer estupenda. Si yo me encontrara en su lugar, te juro que no perdera el tiempo estudiando anatoma en el Testuz. A Milena hay que hacerle ver que

est casada con una lumbrera. Con un poco de estmulo de su parte Heller asumir contornos de figura, dentro del campo cientfico nacional. Ni lo contradije ni me compromet. De vuelta en casa, llev el Primus a mi cuarto, ceb unos mates y, a solas, medit por mi cuenta, hasta bien entrada la noche. En esa eventualidad, como en todo, yo era incondicional partidario de Milena, pero no poda reconvenir a Heller, porque l no tena la culpa. Aunque Milena tuviera una mitad de la culpa, o ms, tampoco a ella poda reconvenirla, porque inmediatamente, con su impaciencia admirable, me vera como un trnsfuga y como un traidor. Para la mitad restante haba que hablar con la madre de Heller y con Cristina; por cierto no sera yo quien sealara a estas damas que no se entrometieran. Me dorm, aliviado. A la maana siguiente, en cuanto abr el ojo, o, en el telfono, la voz del Cabro, con ese engolamiento que asume cuando da una mala noticia. Me dijo: Parece que el pobre Heller entr en una etapa de franco disloque. Dicen que anoche fue a una reunin de espiritistas. Lo nico que falta es que se haga masn. A m no me convence un rumor cualquiera, de modo que en el acto llam a los Hesparrn. Atendi el Cambado. Coment: Dicen que anoche Heller fue a una reunin de espiritistas. S contest bostezando. Lo nico que falta es que se haga masn. Dos testimonios coincidentes! Qued medio enfermo. Yo saba lo que eran tales reuniones, porque aos atrs, acompaado del mismo Heller, asist a una, en el Centro Espiritista de Belgrano R. Fue una visin inolvidable la que tuvimos cuando una consola de caoba obscura, un tanto barrigona, baj la escalera, paso a paso. Al comprobar que gente calificada concurrimos con un Jefe de Sala del hospital Rawson, con un concejal del Partido Salud Pblica convena en que la consola baj por sus propios medios, tembl de veras. La conmocin lleg a prolongarse en una larga crisis, que tuvo en jaque a mi equilibrio mental. Cmo puede uno tomar en serio los afanes, los compromisos cotidianos, la ambicin, que mueve al hombre, si hay otra vida, si nos desplazamos entre espritus? Alberdi y Heller, lo recuerdo como si fuera hoy, para consolarme argumentaban que, precisamente, la certidumbre del ms all justifica la hondura de sentimientos y de anhelos. A uno le replicaba yo que l no haba visto la consola, y al otro, que la haba visto mal o que le restaba importancia, para animarme. Llam de nuevo a los Hesparrn; habl con el Largo: Heller, he sabido, fue a una reunin de espiritistas. Como yo tendra que estar desesperado para volver a una de esas reuniones, me pregunto si Heller no estar desesperado; as que ahora mismo voy a cumplir lo que me pediste anoche. Era una radiante maana de setiembre. Cuando llegu a su casa, Heller haba salido. Milena me recibi en la penumbra de la sala. El cuarto tiene su parte en nuestra historia es de tono azulado. Cubre el piso una alfombra azul, con flores amarillas, y las paredes un papel azul, con rosetones y trboles amarillos, en listas verticales. Sobre la chimenea hay un enorme busto, de terracota, de Gall, el de las circunvoluciones del cerebro; al fondo, revelando que el busto es hueco, un espejo muy alto; en la misma pared, a la derecha, una biblioteca, cerrada con puertas de vidrio, reforzadas por una red de bronce dorado; a la izquierda, un cuadro que representa un nadador, recogiendo, entre rocas, en el fondo del mar, una copa de oro. Desde luego, abundan las mesas, las sillas, los sillones. Cuelga del techo una araa de madera dorada, y una mesita redonda sostiene una lmpara con pantalla de seda azul, con abalorios. Recuerdo algunas estatuas (un Mercurio, de tamao natural o poco menos, un San Martn, como el de la plaza, pero nfimo) y algunos cuadros (Julia Gonzaga, la belleza de Italia, huyendo, con sus damas, por una colina, a caballo, semidesnuda; tres torres inclinadas, una de las cuales parece la de Pisa; una vestal en una caverna, iluminada por una vela, etctera). Que yo eligiera, para sentarme, en ese cuarto abarrotado de muebles, una silla tan baja y

tan frgil, no fue un infortunio fortuito, sino un hecho fatal, simblico de mi relacin con Milena. Ella, tranquila, jugaba distradamente con una pequea momia de terracota, que tom de una mesa; yo no saba dnde poner mis manos. Por ltimo dije: Puedo, sin parecer impertinente, mejor dicho sin cometer una impertinencia, decir algunas cosas que, bueno... (Ahora, al meditar sobre todo esto, descubro que Milena no me conoce. Junto a ella no hablo, ni siquiera pienso claramente; estoy intimidado. Ah, si le gritara: "Hay otro en m, que no es tonto". No la persuadira.) Lo que quieras contest. Bueno, yo no creo que deba uno vivir peleando... Te refieres a Eladio y a m? Imposible vivir de otro modo. Tendr muchos defectos quin no los tiene?, pero no negars que ests casada con una lumbrera. Eso es lo malo. Una mujer no necesita una lumbrera, sino un marido. Los chicos no necesitan una lumbrera, sino un padre. La rabia le confera elocuencia, yo iba a sonrer, cuando recapacit sobre el riesgo, mientras Milena empuara la momia, de una mala interpretacin: dura resultara la tarracota contra la frente. Mir a mi alrededor. Intent lo que en terminologa militar se llama una diversin. Tienes razn dije. Has de estar sofocada en esta casa. Por qu no cambias algunos muebles? Cambiar algunos muebles? Por qu? No los veo. Creo que los vi cuando vine por primera vez. Ahora los uso. Darme el trabajo de cambiarlos por otros? Ni loca. Aunque fueran ms lindos, los vera y me incomodaran. Cuando llegu estaban estos muebles en la casa y por m estarn para siempre. Sin duda, Milena no se pareca a otras mujeres. Juzgu que la diversin deba concluir. Volv a la carga: La verdad es que no s por qu ustedes no viven en armona. Heller es un tipo pacfico y razonable. Es claro, pero yo soy una tipa violenta y arbitraria. Como todo el mundo, me echas la culpa. No se te ocurre que es pacfico, porque nada lo conmueve, que es razonable, porque es hipcrita, que soy violenta y arbitraria, porque l me subleva. Si le oyeras la vocecita que pone para ser razonable, no diras pavadas. Te cuento una cosa? Yo desconfo de los que piensan mucho. No les gusta la vida, le dan la espalda, no la conocen. Piensan tanto sobre lo que no conocen que llegan a equivocaciones monstruosas. Heller no es un monstruo. Milena dijo que s era un monstruo, me tom de la mano, me ayud a levantarme de mi sillita tembleque, me llev al garage. Indic un bastidor que haba en una repisa. Orden: Acrcate a ese aparato. Lo mir con recelo. No te va a morder asegur. El bastidor consista en dos columnas, probablemente de nquel, de unos veinte centmetros de altura, unidas, en la parte superior, por una delgada banda metlica. Me acerqu un paso. Milena me estimul. Un poco ms. La obedec. Ms repiti. Hasta llegar, casi, a tocarlo. Qu sientes ahora? Cmo decirle que en ese momento yo recordaba reviva, es la palabra exacta alguna lejana visita al Instituto Pasteur? No slo evocaba el ladrido, sino el olor, aun los pelos que se adheran a mi traje y la mirada esperanzada, pero muy triste, de un perro. Milena insisti:

Qu sientes? Qu siento? Qu siento? Un perro, tal vez. No te equivocas. Para obtener esta obra magnfica el tono de sarcasmo era evidente, para que en el bastidor uno sienta un perro. Eladio estudi durante aos, descuid a hijos y mujer, sacrific al amigo. Un tanto ofuscado repliqu: A ninguno de los amigos le pasa nada, que yo sepa. No dije amigos, dije amigo. Su mejor amigo. Vers con tus propios ojos. Volvi a tomarme de la mano. Abri la puertita del tabique del fondo. Me asom. Marconi murmur, como en sueos. De una percha o de un gancho (no distingu bien) colgaba el cuero del pobre perro. Y eso? pregunt. Ya lo ves. Ahora Eladio fue a comprar veneno a la casa Paul, para curar el cuero. Como en el campo, cuando muere una oveja. Heller lo quera mucho. Habr muerto de viejo. No replic implacablemente. Muri en aras de la ciencia, como dijo Eladio. Yo le tena asco, deca que iba a matarlo, pero nunca le hice mal. Eladio lo quera mucho, pero sobre todo quera que al acercarse alguien al bastidor sintiera un perro. Para eso lo mat? Para eso, porque es un monstruo. Un monstruo y un degenerado. Yo dije: Me temo que sea verdad. La bes en la cara. No lo esperas? pregunt. No. Creo que ella sonrea cuando la dej. Afuera, bajo el esplendente sol de la maana, me hall un poco trmulo. "Qu alivio no estar en esa casa", pens. "Pobre Milena. Por culpa de Heller vive una pesadilla." Diariamente me reuna con los muchachos, para tratar el asunto. Ahora ignoro, como ignoraba entonces, qu podamos resolver; pero hallaba indispensables nuestras reuniones. Yo era plenamente partidario de Milena; tan absoluto en su defensa que el mismo Largo Hesparrn, siempre del lado de las mujeres, pareca decirme: "Hasta ah no te acompao". Tampoco participaban los amigos de mi conviccin de que toda la culpa corresponda a Heller. Ante mi severidad, el Cabro sacuda la cabeza con indulgencia. El Cabro se permita recordarme que nadie era tan malo! Yo continuaba impertrrito, como empujado por el destino. Cunto tiempo trascurri? Un poco ms de una semana, un poco menos de veinte das. Lo recuerdo perfectamente: era de noche, haca calor, estbamos en las Barrancas de Belgrano. Yo peroraba: Si lo dejamos, har con Milena lo que hizo con el perro. Al fin y al cabo, lo quera ms. Yo, les participo, lo increpo y le declaro que es un monstruo. Lleg el Cabro, con su aire engolado; lade la cabeza, para decir algo, por lo bajo, a Alberdi. Este exclam: No puede ser. Qu no puede ser? pregunt. Como si me tuviera lstima, Alberdi no contest enseguida. Qu no puede ser? insist, Por qu no hablan? Alberdi respondi: Parece que ha muerto Heller. Vamos a 11 de Septiembre orden el Cambado Hesparrn. Nuestros pasos retumbaron como si llevramos zapatos de madera. Sin dificultad adivinarn ustedes lo que yo pensaba: Por qu me ocurre esto a m? (La muerte de Heller encarada como una circunstancia de mi vida, como una retribucin por haberlo yo

condenado tan duramente). Tambin: una tarda intuicin del irremplazable amigo muerto; su inteligencia, continuamente creadora, su afabilidad. Cmo no entend que Heller vivi con Milena y con nosotros como entre chicos una persona grande? Ya haba gente en la sala, cuando llegamos. Uno despus de otro abrazamos a Milena. La rodeamos. Pregunt Alberdi: Qu pas? No estaba enfermo contest Milena. Entonces? inquiri el Cabro. No imaginen cosas raras. No se suicid. Dej de vivir. Se cans, el pobre, de pelear conmigo y dej de vivir. Ocult la cara entre las manos. La abrazaron los hijos. Antes yo nunca la haba visto en su papel de madre; esa condicin, para Milena, me pareca tan absurda como la de un muerto, para Heller; tan absurda y casi tan horrenda. Pasamos al escritorio, donde haban puesto a nuestro amigo. Lo mir una ltima vez. No s las horas que estuve en una silla. A la madrugada, cuando rale la gente, me dio por ir y venir entre la pared, donde colgaba el cuadro de Julia Gonzaga, y la chimenea. Con igual ritmo mi pensamiento emprendi un vaivn. Convertida en madre, Milena sucesivamente me repugn, me conmovi, me atrajo, me infundi respeto. En cuanto a la muerte de Heller, la atribu a mi deslealtad, la reput una desgracia infinita, me dije que toda muerte era parte de un proceso natural, dentro del orden de las cosas, como el nacimiento, la adolescencia, la senectud, ni ms dramtico ni ms extraordinario que las estaciones del ao. Quedbamos pocos: nosotros y los dueos de casa. Impensadamente nos arrimamos a la chimenea. Desde un extremo del cuarto, Milena dijo: Mucho se van a calentar, junto a la chimenea apagada. Cristina contest: Hace fro. No tienen sangre en las venas replic airadamente Milena, y vino a sentarse a mi lado. Instantes despus parti; volvi con lea, encendi la chimenea. Mirando a Cristina, exclam: Es verdad. Hace fro. Cristina prepar caf. Ofreci la primera taza a Milena. En un aparte, el Cabro coment conmigo y con Alberdi: Qu raro si ahora viven en paz. Qu raro si descubrimos que era Heller el que meta cizaa. Tal vez ahora vivan en paz, pero eso no probara que antes Heller metiera cizaa opin Alberdi, sino que Milena y las otras, al morir Heller, abrieron los ojos. En los das que siguieron, algunos cambios de actitud, ms o menos repentinos, parecieron confirmar la opinin de Alberdi. El Cambado Hesparrn me dijo: Te fijaste? Se humaniz el mujero. Milena, la mosca muerta de Cristina, o doa Visitacin, que es la bruja en miniatura, empiezan una trifulca y de repente no sabe uno qu les da, pero se vuelven suavecitas y hasta razonables. Era cierto. No le confes que en m yo notaba cambios anlogos. Mirando a Milena me deca: "Hay que aprovechar que muri Heller, que est sola" y de pronto me avergonzaba de tanta bajeza, para alentar nicamente sentimientos de amistad. Resumi el Largo Hesparrn: Lo tengo observado. Cada uno se dispone a hacer de las suyas, interviene el recuerdo de Heller y el interesado frena en seco. Me explico? " Por aquel entonces Diego lleg de Nueva York, donde trabaj algunos aos, despus del trmino de la beca. Milena dijo "Se parece" desde el primer momento empez a pelearlo. Yo creo que en l todos buscbamos a Eladio; queramos encontrar rastros de nuestro amigo en la manera de ser, de pensar y aun de moverse de su hermano.

Encontramos a un excelente muchacho, que no se pareca a Eladio, porque se pareca a todo el mundo. Sobre esta cuestin coincidan conmigo el Cabro y los Hesparrn, incluso Alberdi. Comparando a Diego con Eladio, descubr una circunstancia curiosa: el que tena una permanente expresin de inteligencia era Diego. Si me preguntaran de qu modo miraba Eladio, yo dira que de cualquier modo; en cambio la mirada de Diego desconcertaba por lo viva y alerta, salvo en los momentos de distraccin. Nadie pens que tales momentos revelaran un intelecto pobre. Ya estbamos a mediados de noviembre. El calor apretaba tanto que no s cmo pude resfriarme de cabeza, una tarde que nos derretimos en la tribuna, mirando football al rayo de sol. A la vuelta de unos das, cuando empezaba a mejorar, lleg el domingo y bien abrigado fui a ver otro partido. Volv a casa con el crneo como si le hubieran volcado una bolsa de portland hirviendo; era un hecho: de recada emprend una grippe, con fiebre y chuchos. En crisis como sta yo sobresalgo por mi admirable calma: resolv, pues, dar la espalda al mundo y, hasta la recuperacin total de la salud, no asomar la cabeza fuera de las cobijas. Al principio, esta severa conducta fue necesaria, pero despus le tom el gusto a la cama. Por qu negarlo? Yo siempre me entiendo con el ocio. Una tarde estaba echado, oyendo, como un pash, un partido que la radio trasmita a gritos, con los diarios de la vspera en el suelo y los del da en la cama, con el telfono bien a mano, por si encontraba pretexto para llamar a Milena, cuando entr una visita: Diego. Como lo not nervioso, le pregunt qu pasaba. Nada dijo, y sigui con esa nerviosidad francamente incmoda. Algo pasa. Por ms que lo niegues, algo pasa insist. Contest, despus de un rato. Estuve con Eladio. La respuesta me irrit sobremanera. Repliqu: No te hagas el loco. No me hago el loco. Entonces? Entonces, te digo la verdad. Eladio se aparece. Un fantasma? pregunt. 11 de Septiembre compitiendo con el Castillo de los Leones? No s lo que pas en el Castillo de los Leones declar Diego. Pero que en 11 de Septiembre aparece Eladio: por esta cruz. Bah rezongu y me puse a mirar para otro lado. Por esta cruz repiti Diego. Lo has visto? pregunt. No, no lo he visto, pero me habla. Juana de Arco musit y otra vez me di vuelta. De reojo vislumbr que estaba perplejo. Tartamude: Me... me... me increpa Milena con una frase insultante y, cuando voy a contestar, Eladio me disuade. Vacil: haba odo el inconfundible tono de la verdad. Dijiste algo a Milena de todo esto? No. No vayas a decirle nada, por favor. Eladio me pide que no se lo diga. Qu ms te dice Eladio? Que va a explicarme algo importante, pero qu quieres! tengo miedo, me escapo a la calle o me pego a los otros, para que me deje en paz. Francamente, yo no tendra miedo. Estuviste leyendo a Edgar Allan Poe? La expresin de perplejidad volvi a su cara. Era todava un chico, un chico honesto. Prosegu: Ya s. Leste El cuento ms hermoso del mundo. Ofendido, replic:

No leo cuentitos. Aunque te parezca increble, mis ocupaciones no son tan absurdas. No me parece tan absurdo leer cuentos. Desde luego es una distraccin... Entiendo exclam. Su mirada se anim de inteligencia. Quieres decir que en la vida hay que tener un hobby. Bueno... por qu no? respond para no contrariarlo. Estamos de acuerdo. Yo tengo un hobby. La fotografa. Promteme que vers la mquina que traje de Estados Unidos. Formidable. No soy nada del otro mundo, como fotgrafo, pero no soy tan malo. Adems, tengo aficin, que es lo principal no es cierto? Cuando me abstraigo y se me pone esa cara yo me conozco perfectamente no creas que estoy en babia; estoy pensando: con esta luz habra que dar tanto de exposicin y tanto de abertura. Lo que no cuento a nadie es que para hacerme la mano perd un montn de placas, fotografiando mil veces, a todo trapo, cuanto mamarracho tuve a tiro. Si no fuera por los Hesparrn y Alberdi, que llegaron como una patrulla salvadora, el tema de la fotografa hubiera durado hasta quin sabe cundo. No dije una palabra de lo que me cont Diego. Quiz inmediatamente no lo advirtiera, pero qued preocupado. En noches de insomnio pens que se presentaba la oportunidad de averiguar si haba otra vida. Meditaba: "No me asustar, como en el Centro Espiritista; al fin y al cabo, el fantasma es un amigo. Yo no voy a asustarme de Heller. Lo vi hace poco. Por ahora, que haya desaparecido es lo raro; no que aparezca". Junt coraje, con tan buen resultado que pude presentarme, al cabo de una semana, en 11 de Septiembre. Tom el t, con Milena, en el jardn. Como ustedes lo comprendern, no ocuparon nuestra atencin los aparecidos ni los muertos. Nunca beb un t comparable, ni com tostadas con una jalea de frambuesas como aqulla, ni mir a mujer que me gustara tanto. En plena despedida acord no cejar hasta casarme con Milena. Es claro que lleg la fecha de partir a Necochea y no est en mi carcter permitir que mi familia viaje sola. En Necochea, el sol y el mar me tomaron a su cargo: quiero decir que si usted se recalienta, durante siete horas, en la playa y cuatro veces por da devora con la voracidad del jabal, cuando vuelve a la penumbra de su cuarto, en el hotel, duerme; pero el hombre se acostumbra a todo y, tras el perodo de aclimatacin, empec a cavilar sobre las apariciones de Eladio, la importancia de comprobarlas cuanto antes, etctera. No acort el veraneo, pero lo sobrellev con intranquilidad. A las dos de la tarde, en las Barrancas, el mismo da que llegu a Buenos Aires, me top con Diego. Traa una valijita de fibra. Grit: Perdname. Ando hecho un loco. Dnde vas? pregunt. A la avenida Vrtiz, a tomar algo que me lleve al centro. Vamos al bar Llao Llao, a tomar algo que me quite la sed. Te acompao, al centro, despus. Era slo imaginacin ma o le enturbi el semblante una sombra de impaciencia? Por qu Diego quera rehuirme? Cuestiones de esta ndole me ocupaban mientras nos acomodbamos en una mesa del bar. Tengo que tomar ese mnibus exclam poniendo en la palabra ese un inopinado nfasis, y frenticamente seal el vehculo por la ventana. Ando hecho un loco. Hecho un loco? Se puede saber la causa? Puro apuro. Que se apure el mnibus. Puedo hablar de otra cosa? Respondi con una sonrisa forzada. Hablemos de Eladio dije. El semblante se le enturbi de nuevo. Diego no saba disimular. Pens: es un pobre muchacho. Pens tambin: huele a perro. Continu con mis preguntas: Volvi a aparecer?

Me habl. Muchas veces me habl. Cada vez que yo iba a la sala. Por qu siempre en la sala? Porque estaba ah. Escondido? En un bastidor. Un aparatito con dos columnas de nquel, de unos veinte centmetros de altura. Como el de Marconi murmur. Lo sabas? Levant los hombros, para indicarle que eso no tena importancia, y con un ademn le ped que siguiera. Yo iba todas las noches, cuando dorman los dems explic. Eladio me llamaba. De algn modo misterioso (trasmisin del pensamiento o lo que fuera) me llamaba. Yo tena ganas de salir corriendo y sin embargo iba. Despus le tom confianza. No vas a creerme: llegu a valorar esos ratitos de comunicacin con l. Sent que estaba con mi hermano. Si mal no recuerdo, Eladio quera explicarte algo importante. Lo explic? Lo explic. Desde luego, el asunto no entra en el campo de mi especialidad. Si tuviera que ver con la fotografa... Lstima que haya otros temas. Este se vincula con la radio. Eladio me dijo que durante aos perfeccion esos bastidores. Quera trasmitirles un alma, como se trasmite un sonido a una antena de radio o una imagen a una antena de televisin. Como cochinitos de la India emple animales, que murieron todos. Parece que hay algo nico en las almas y que hasta se diferencian de un sonido y de una imagen. Fjate bien. Me dijo: Puedes tener varias copias de una misma imagen o llevar a un disco un sonido, pero cuando trasmites al bastidor el alma de un perro o de un gato, el animal muere. Dijo estas palabras que me parecieron raras: Muere en el perro o en el gato y sigue viviendo en el bastidor. Para una pobre bestia, me explic, la nueva vida es casi nada, tiene algo de ceguera general; pero un hombre, en el bastidor, puede pensar. Ms claramente: lo que de un hombre recoge el bastidor es la facultad de pensar. Esta facultad no queda aislada, como el alma de un perro, porque la trasmisin del pensamiento existe. Sin que nadie abriera la boca entiendes?, uno conversaba con Eladio. Adems, l tuvo influencia benfica en la casa: empezaba una pelea de Cristina con Milena y, si estaban por ah cerca, las persuada de que se avinieran; todo esto sin que sospecharan su intervencin. Parece que influy muchas veces en el pensamiento de todos nosotros. Diego se levant. Sigue explicando dije. Ahora tengo que irme protest, si no voy a llegar tarde. O suceder algo peor todava. No me pidas que hable ms. Lo que falta es muy ingrato. Sintate y habla orden. Movi los ojos nerviosamente: hacia m, con asombro, hacia afuera, con miedo. Cuando se dej caer en la silla, pregunt: Sabes que no se llevaban demasiado bien con Milena? Quin no lo sabe? Entonces el camino se allana. Hay cuestiones que uno preferira callar suspir. Eladio me dijo que su plan primitivo consista en dejar escrita una monografa sobre el invento. Pensaba que el invento era una gran cosa y quera comunicarlo a la humanidad Diego baj la voz. Pero dijo que Milena lo mortific tanto que l no pudo aguantar y despus de una pelea trasmiti su propia alma al bastidor. Pens en voz alta: Antes haba trasmitido el perro Marconi, para salvarlo tambin de Milena. No. Ah te equivocas. Lo trasmiti para salvarlo, pero no de Milena, sino de la vejez. El perro se mora de viejo. Mientras tanto yo arrugaba la nariz y pensaba: El Marconi te dej en herencia todo su olor. Qu olor a perro. Exclam:

Qu fe en el invento y qu coraje, para trasmitir su propia alma. Y qu desesperacin por escapar. Dijo que se conformaba con seguir pensando. Que seguir pensando es mejor que estar muerto. Que la inmortalidad como pensamiento estaba asegurada. Si repito de memoria sus palabras, no me equivoco. Dijo que el hombre es una extraa combinacin de materia y de alma, y que siempre por la materia amenazan la destruccin y la muerte. Me refiri luego cmo procedi, punto por punto. Escondi el bastidor dentro de la cabeza era hueca del busto de Gall, que haba sobre la chimenea de la sala y le trasmiti su propia alma. Lo que perda, pens, lo ganaba en seguridad. Confiaba en que Milena no cambiara el moblaje ni la decoracin de los cuartos. Despus yo volv de los Estados Unidos. Me llam, me habl. Iba a dictarme, desde el bastidor, la monografa sobre el invento. Yo salvara el invento, lo protegera, lo salvara a l. Diego se tap la cara con las manos. Estuvo as un rato, en silencio. Yo miraba, azorado, preguntndome: Llora? Que pensar la gente? Qu debo hacer? Cuando baj las manos, su rostro expresaba resolucin y tambin la victoriosa fatiga que deja una crisis dominada. Milena me dijo que no pensara ms en todo esto declar. Milena? pregunt, enojado por lo que adivinaba. No me dijiste que no dijera nada a Milena? Eladio no te dijo que no le dijeras nada? S, al principio me dominaba Eladio. Perdi su poder, cuando me enamor de Milena. Te enamoraste de Milena? Te parece increble? Te preguntas cmo pude enamorarme de una tonta? Yo tambin cre que era tonta. Si tienes confianza en m, creme: es impulsiva, es peleadora, pero no es tonta. No cre que lo fuera protest con despecho. Me alegro respondi, y me apret una mano. Ella fue la que descubri que yo la quera. Lo descubri por la enormidad de fotografas que le tom. Por qu me fotografiaras tantas veces pregunt si no estuvieras enamorado de m? Mascull: Qu perspicaz. No lo fue siempre. La pobre haba credo a pies juntos en la muerte de Eladio. No sabes cmo se puso anoche, cuando le expliqu lo del bastidor. Por qu le explicaste? Est mal que yo le oculte nada. No sabes cmo se puso. Nunca la vi tan colrica. Primero no me crea, pero despus grit, entre carcajadas de furia, que el acto de mudarse a un bastidor de nquel, de veinte centmetros de altura, para sobrevivir en l, lo pintaba de cuerpo entero. Me pregunt si yo comprenda el abismo de miserable resignacin, de ceguera a todas las bellezas de la vida, que tal acto revelaba. Afirm que Eladio perteneca a una horrible clase de hombres que piensa mucho, entiende todo, no se enoja, no siente; a una clase de hombres incapaces de advertir que una cosa tan rara como que alguien est sobreviviendo en un bastidor de nquel, de veinte centmetros de altura, es abominable. Asegur que gente de tal calaa no respetaba la vida, ni el orden natural, ni admiraba las cosas lindas, ni aborreca las feas. Que ella no tolerara que un ser humano aun por su voluntad, aun Eladio se redujera a esa inmortalidad ridcula. Procur calmarla con el argumento de que Eladio ejerca una buena influencia, desde su bastidor, sobre todos nosotros. No querrs creerme: cuando le dije "A ti misma, en muchas de tus peleas con mi madre y con Cristina, sin duda te apacigu" se enoj ms, jur que Eladio no era quin para burlarse de ella ni de Dios. Qu quiso decir? T sabes cmo son las mujeres. Con todo su cacumen, Milena no entiende (y vale ms no explicarle) que el invento de Eladio no estaba dirigido contra ella. Entonces qu ocurri? Me pregunt dnde estaba el bastidor. Como yo no respond, avanz hasta

plantrseme enfrente y levant una mano, para abofetearme; pero cambi de idea y me dijo: "Est bien. No voy a pedirte que me ayudes". Nunca la vi tan resuelta, ni tan linda, ni tan noble. Muy pronto, el instinto la llev a la sala. Como una fiera hambrienta anduvo buscando, no s cunto tiempo, una hora quiz, mientras yo me refugi en el garage, pensando en el modo de salvar a Eladio; hubo un estruendo en la sala y adivin que el busto de Gall haba cado. Acud, pero ya era tarde. En el suelo, entre los pedazos del busto, estaba el bastidor, roto; Milena acab de aplastarlo a pisotones. "Peleamos a brazo partido", me dijo, con la respiracin entrecortada "a ver quin poda ms: Eladio para alejarme, yo para encontrarlo. Yo pude ms. Fue nuestra ltima pelea". Se ech en mis brazos, llorando. Al rato, como descubr que tena fiebre, le dije que se metiera en cama. Delir la noche entera. Hoy amaneci bien, pero no le permit que se levantara. Me port con ella como un bribn. Aprovech la circunstancia de que est en la cama, corr al garage, met el bastidor del Marconi en esta valija y t me interceptaste cuando iba al banco, a guardarlo en la caja fuerte. Mirando el reloj con desconsuelo, agreg: Ya es tarde. Ya cerr el banco. Yo no vuelvo con esto a casa. Con tal de que Milena no salga a buscarme... Tengo que salvar el invento de Eladio! Si quieres, lo guardo yo propuse. Acept, aliviado. Me encamin a casa con la valijita (y con el olor que absurdamente atribu a Diego). Tom la determinacin de tan slo hablar de estas cosas con Alberdi, pero luego entend que a todos caba igual derecho, de manera que esa misma tarde Alberdi, los Hesparrn, el Cabro Rauch y yo, en homenaje a nuestro amigo, silenciosamente nos arrimamos al bastidor del perro. El Cambado opina que es grande el futuro y que nos deparar a quien, meditando sobre el bastidor, recupere el invento perdido. Alberdi sacude incrdulamente la cabeza. Yo convido a toda persona de categora y prestigio que pasa por el barrio, para agasajarla con el bastidor: hoy es una curiosa peculiaridad de esta humilde vivienda. En cuanto a Milena, no me saluda, se cas con Diego, y bien s que debera olvidarla.

LAS ABEJAS DE BRONCEMarco DeneviMarco Denevi. Es abogado y funcionario de la Caja Nacional de Ahorro Postal. En 1955 a los 33 aos su novela Rosaura a las diez, obtuvo el Premio Kraft y promovi su notoriedad. En teatro estren Los expedientes (1957, Premio Nacional), El emperador de la China (1959) y El cuarto de la noche (1962, Premio Argentares). En 1960, su novela breve Ceremonia secreta obtuvo el premio Life en espaol. Sus libros ms recientes son Falsificaciones y Un pequeo caf.

Desde el principio del tiempo el Zorro vivi de la venta de la miel. Era, aparte de una tradicin de familia, una especie de vocacin hereditaria. Nadie tena la maa del Zorro para tratar a las Abejas (cuando las Abejas eran unos animalitos vivos muy irritables) y hacerles rendir al mximo. Esto por un lado. Por otro lado el Zorro saba entenderse con el Oso, gran consumidor de miel y, por lo mismo, su mejor cliente. No resultaba fcil llevarse bien con el Oso. El Oso era un sujeto un poco brutal, un poco salvaje, al que la vida al aire libre, si le proporcionaba una excelente salud, lo volva de una rudeza de maneras que no todo el mundo estaba dispuesto a tolerarle. (Incluso el Zorro, a pesar de su larga prctica, tuvo que sufrir algunas experiencias

desagradables en ese sentido. Una vez, por ejemplo, a causa de no s qu cuestin balad, el Oso destruy de un zarpazo la balanza para pesar la miel. El Zorro no se inmut ni perdi su sonrisa. (Lo enterrarn con la sonrisa puesta, deca de l, desdeosamente, su to el Tigre.) Pero le hizo notar al Oso que, conforme a la ley, estaba obligado a indemnizar aquel perjuicio. Naturalmente se ri el Oso te indemnizar. Espera que corro a indemnizarte. No me alcanzan las piernas para correr a indemnizarte. Y lanzaba grandes carcajadas y se golpeaba un muslo con la mano. S dijo el Zorro con su voz tranquila, s, le aconsejo que se d prisa, porque las Abejas se impacientan. Fjese, seor. Y haciendo un ademn teatral, un ademn estudiado, seal las colmenas. El Oso se fij e instantneamente dej de rer. Porque vio que millares de abejas haban abandonado los panales y con el rostro rojo de clera, el ceo fruncido y la boca crispada, lo miraban de hito en hito y parecan dispuestas a atacarlo. No aguardan sino mi seal agreg el Zorro, dulcemente. Usted sabe, detestan las groseras. El Oso, que a pesar de su fuerza era un fanfarrn, palideci de miedo. Est bien, Zorro balbuceaba, repondr la balanza. Pero por favor, dgales que no me miren as, ordneles que vuelvan a sus colmenas. Oyen, queriditas? dijo el Zorro melifluamente, dirigindose a las Abejas. El seor Oso nos promete traernos otra balanza. Las Abejas zumbaron a coro. El Zorro las escuch con expresin respetuosa. De tanto en tanto asenta con la cabeza y murmuraba: S, s, conforme. Ah, se comprende. Quin lo duda? Se lo trasmitir. El Oso no caba en su vasto pellejo. Qu es lo que estn hablando, Zorro. Me tienes sobre ascuas. El Zorro lo mir fijo. Dicen que la balanza deber ser flamante. Claro est, flamante. Y ahora, que se vuelvan. Niquelada. De acuerdo, niquelada. Fabricacin extranjera. Tambin eso? Preferentemente Suiza. Ah, no, es demasiado. Me extorsionan. Reptalo, seor Oso. Ms alto. No lo han odo. Digo y sostengo que... Est bien, est bien. Tratar de complacerlas. Pero ordnales de una buena vez que regresen a sus panales. Me ponen nervioso tantas caras de abeja juntas, mirndome. El Zorro hizo un ademn raro, como un ilusionista, y las Abejas, despus de lanzar al Oso una ltima mirada amonestadora, desaparecieron dentro de las colmenas. El Oso se alej, un tanto mohno y con la vaga sensacin de que lo haban engaado. Pero al da siguiente reapareci trayendo entre sus brazos una balanza flamante, niquelada, con una chapita de bronce donde se lea: Made in Switzerland.) Lo dicho: el Zorro saba manejar a las Abejas y saba manejar al Oso. Pero a quin no saba manejar ese zorro del Zorro? Hasta que un da se inventaron las abejas artificiales. S. Insectos de bronce, dirigidos electrnicamente, a control remoto (como decan los prospectos ilustrativos), podan hacer el mismo trabajo que las Abejas vivas. Pero con enormes ventajas. No se fatigaban, no se extraviaban, no quedaban atrapadas en las redes de las araas, no eran devoradas por los Pjaros; no se alimentaban, a su vez, de miel, como las Abejas naturales (miel que en la contabilidad y en el alma del Zorro

figuraba con grandes cifras rojas); no haba, entre ellas, ni reinas, ni znganos; todas iguales, todas obreras, todas dciles, obedientes, fuertes, activas, de vida ilimitada, resultaban, en cualquier sentido que se considerase la cuestin, infinitamente superiores a las Abejas vivas. El Zorro enseguida vio el negocio, y no dud. Mat todos sus enjambres, demoli las colmenas de cera, con sus ahorros compr mil abejas de bronce y su correspondiente colmenar tambin de bronce, mand instalar el tablero de control, aprendi a manejarlo, y una maana los animales presenciaron, atnitos, cmo las abejas de bronce atravesaban por primera vez el espacio. El Zorro no se haba equivocado. Sin levantarse siquiera de su asiento, mova una palanquita, y una nube de abejas sala rugiendo hacia el norte, mova otra palanquita, y otro grupo de abejas disparaba hacia el sur, un nuevo movimiento de palanca, y un tercer enjambre se lanzaba en direccin al este, et sic de ceteris. Los insectos de bronce volaban raudamente, a velocidades nunca vistas, con una especie de zumbido amortiguado que era como el eco de otro zumbido; se precipitaban como una flecha sobre los clices, sorban rpidamente el nctar, volvan a levantar vuelo, regresaban a la colmena, se incrustaban cada una en su alvolo, hacan unas rpidas contorsiones, unos ruiditos secos, trie, trac, cruc, y a los pocos instantes destilaban la miel, una miel pura, limpia, dorada, incontaminada, asptica; y ya estaban en condiciones de recomenzar. Ninguna distraccin, ninguna fatiga, ningn capricho, ninguna clera. Y as las veinticuatro horas del da. El Zorro se frotaba las manos. La primera vez que el Oso prob la nueva miel puso los ojos en blanco, hizo chasquear la lengua y, no atrevindose a opinar, le pregunt a su mujer: Vaya, qu te parece? No s dijo ella. Le siento gusto a metal. S, yo tambin. Pero sus hijos protestaron a coro: Pap, mam, qu disparate. Si se ve a la legua que esta miel es muy superior. Superior en todo sentido. Cmo pueden preferir aquella otra, elaborada por unos bichos tan sucios? En cambio sta es ms limpia, ms higinica, ms moderna y, en una palabra, ms miel. El Oso y la Osa no encontraron razones con qu rebatir a sus hijos y permanecieron callados. Pero cuando estuvieron solos insistieron: Qu quieres, sigo prefiriendo la de antes. Tena un sabor... S, yo tambin. Hay que convenir, eso s, en que la de ahora viene pasterizada. Pero aquel sabor... Ah, aquel sabor... Tampoco se atrevieron a decirlo a nadie, porque, en el fondo, se sentan orgullosos de servirse en un establecimiento donde trabajaba esa octava maravilla de las abejas de bronce. Cuando pienso que, bien mirado, las abejas de bronce fueron inventadas exclusivamente para nosotros... deca la mujer del Oso. El Oso no aada palabra y aparentaba indiferencia, pero por dentro estaba tan ufano como su mujer. De modo que por nada del mundo hubieran dejado de comprar y comer la miel destilada por las abejas artificiales. Y menos todava cuando notaron que los dems anmales tambin acudan a la tienda del Zorro a adquirir miel, no porque les gustase la miel, sino a causa de las abejas de bronce y para alardear de modernos. Y, con todo esto, las ganancias del Zorro crecan como un incendio en el bosque. Tuvo que tomar a su servicio un ayudante y eligi, despus de meditarlo mucho, al Cuervo, sobre todo porque le asegur que aborreca la miel. Las mil abejas fueron pronto cinco mil; las cinco mil, diez mil. Se comenz a hablar de las riquezas del Zorro como de una fortuna fabulosa. El Zorro se sonrea y se frotaba las manos.

Y entretanto los enjambres iban, venan, salan, entraban. Los animales apenas podan seguir con la vista aquellas rfagas de puntos dorados que cruzaban sobre sus cabezas. Las nicas que, en lugar de admirarse, pusieron el grito en el cielo, fueron las araas, esas analfabetas. Suceda que las abejas de bronce atravesaban las telaraas y las hacan pedazos. Qu es esto? El fin del mundo? chillaron las damnificadas la primera vez que ocurri la cosa. Pero como alguien les explic luego de qu se trataba, amenazaron al Zorro con iniciarle pleito por daos y perjuicios. Qu estupidez! Como deca la mujer del Oso: Es la eterna lucha entre la luz y la sombra, entre el bien y el mal, entre la civilizacin y la barbarie. Tambin los Pjaros se llevaron una sorpresa. Porque uno de ellos, en la primera oportunidad en que vio una abeja de bronce, abri el pico y se la trag. Desdichado! La abeja metlica le desgarr las cuerdas vocales, se le embuti en el buche y all le form un tumor, de resultas del cual falleci al poco tiempo, en medio de los ms crueles sufrimientos y sin el consuelo del canto, porque haba quedado mudo. Los dems Pjaros escarmentaron. Y cuando ya el Zorro paladeaba su prosperidad, comenzaron a aparecer los inconvenientes. Primero una nubecita, despus otra nubecita, hasta que todo el cielo amenaz tormenta. La cadena de desastres qued inaugurada con el episodio de las peonas de la Gansa. Una tarde, al vaciar una colmena, el Zorro descubri entre la miel rubia unos goterones grises, opacos, repugnantes. Los prob con la punta del dedo y los hall amargos y de un olor nauseabundo. Tuvo que tirar toda la miel restante, que haba quedado contaminada. Y estaba en eso cuando la Gansa entr como un huracn. Zorro silabe, recuerdas aquellas peonas artificiales con que adornaba el porch de mi casa y que eran un recuerdo de mi finado marido? Las recuerdas? Y bien: mira lo que tus abejas han hecho de mis peonas. Alz una mano. El Zorro mir, vio una masa informe, comprendi y, como buen comerciante, no anduvo con rodeos. Cunto? pregunt. Veinte pesos respondi la Gansa. Quince. Veinticuatro. Diecisis. Veintiocho. Ests chiflada? Si crees que esto es la Bolsa... No creo que sea la Bolsa. Pero hago correr los intereses. Basta! Toma tus veinte pesos. Treinta y dos. Est bien, no sigas, me rindo. Cuando la Gansa, recontando su dinero, hubo desaparecido, el Zorro se abandon a todos los excesos del furor. Se paseaba por la tienda, daba patadas en el suelo, golpeaba con el puo las paredes, gritaba, aunque entre dientes: La primera vez, la primera vez que alguien me saca dinero. Y miren quin, esa imbcil de Gansa. Treinta y dos pesos por unas peonas artificiales que no valen ms de cuarenta. Y todo por culpa de las abejas de bronce, malditas sean. La falta de instinto les hace cometer equivocaciones. Han confundido flores artificiales con flores naturales. Las otras jams habran cado en semejante error. Pero quin piensa en las otras. En fin, no todo es perfecto en esta vida. Otro da, una abeja, al introducirse como una centella en la corola de una azucena, degoll a un Picaflor que se encontraba all alimentndose. La sangre del pjaro ti de rojo la azucena. Pero como la abeja, insensible a olores y sabores, no atenda sino sus

impulsos elctricos, lib nctar y sangre, todo junto. Y la miel apareci despus con un tono rosa que alarm al Zorro. Felizmente su empleado le quit la preocupacin de encima. Si yo fuese usted, Patrn le dijo con su vocecita ronca y su aire de solterona, la vendera como miel especial para nios. Y si resultase venenosa? En tan desdichada hiptesis yo estara muerto, Patrn. Ah, de modo que la ha probado. De modo que mis subalternos me roban la miel. Y no me jur que la aborreca? Uno se sacrifica, y vean cmo le pagan murmur el Cuervo, poniendo cara de dignidad ultrajada. La aborrezco, la aborrecer toda mi vida. Pero quise probarla para ver si era venenosa. Corr el riesgo por usted. Ahora, si cree que he procedido mal, despdame, Patrn. Qu queran que hiciese el Zorro, sino seguir el consejo del Cuervo? Tuvo un gran xito con la miel rosa especial para nios. La vendi ntegramente. Y nadie se quej. (El nico que pudo quejarse fue el Cerdo, a causa de ciertas veleidades poticas que asaltaron por esos das a sus hijos. Pero ningn Cerdo que est en su sano juicio es capaz de relacionar la extraa locura de hacer versos con un frasco de miel tinta en la sangre de un Picaflor.) El Zorro se sinti a salvo. Pobre Zorro, ignoraba que sus tribulaciones iban a igualar a sus abejas. Al cabo de unos das observ que los insectos tardaban cada vez ms tiempo en regresar a las colmenas. Una noche, encerrados en la tienda, l y el Cuervo consideraron aquel nuevo enigma. Por qu tardan tanto? deca el Zorro. A dnde diablos van? Ayer un enjambre demor cinco horas en volver. La produccin diaria, as, disminuye, y los gastos de electricidad aumentan. Adems, esa miel rosa la tengo todava atravesada en la garganta. A cada momento me pregunto: Qu aparecer hoy? Miel verde? Miel negra? Miel azul? Miel salada? Accidentes como el de las peonas no se han repetido, Patrn. Y en cuanto a la miel rosa, no creo que tenga de qu quejarse. Lo admito. Pero y este misterio de las demoras? Qu explicacin le encuentra? Ninguna. Salvo... Salvo qu? El Cuervo cruz gravemente las piernas, junt las manos y mir hacia arriba. Patrn dijo, despus de reflexionar unos instantes. Salir y vigilar a las abejas no es fcil. Vuelan demasiado rpido. Nadie, o casi nadie, puede seguirlas. Pero yo conozco un pjaro que, si se le unta la mano, se ocupara del caso. Y le doy mi palabra que no volvera sin haber averiguado la verdad. Y quin es ese pjaro? Un servidor. El Zorro abri la boca para cubrir de injurias al Cuervo, pero luego lo pens mejor y opt por aceptar. Pues cualquier recurso era preferible a quedarse con los brazos cruzados, contemplando la progresiva e implacable disminucin de las ganancias. El Cuervo regres muy tarde, jadeando como si hubiese vuelto volando desde la China. (El Zorro, de pronto, sospech que todo era una farsa y que quiz su empleado conoca la verdad desde el primer da.) Su cara no haca presagiar nada bueno. Patrn balbuce, no s cmo decrselo. Pero las abejas tardan, y tardarn cada vez ms, porque no hay flores en la comarca y deben ir a libarlas al extranjero. Cmo que no hay flores en la comarca. Qu tontera es esa? Lo que oye, Patrn. Parece ser que las flores, despus que las abejas les han

sorbido el nctar, se doblan, se debilitan y se mueren. Se mueren! Y por qu se mueren? No resisten la trompa de metal de las abejas. Diablos! Y no termina ah la cosa. La planta, despus que las abejas le asesinaron las flores... Asesinaron! Le prohbo que use esa palabra.! Digamos mataron. La planta, despus que las abejas le mataron sus flores, se niega a florecer nuevamente. Consecuencia: en toda la comarca no hay ms flores. Qu me dice, Patrn? El Zorro no deca nada. Nada. Estaba alelado. Y lo peor es que el Cuervo no menta. Las abejas artificiales haban devastado las flores del pas. Entonces pasaron a los pases vecinos, despus a los ms prximos, luego a los menos prximos, ms tarde a los remotos y lejanos, y as, de pas en pas, dieron toda la vuelta al mundo y regresaron al punto de partida. Ese da los Pjaros se sintieron invadidos de una extraa congoja, y no supieron por qu. Algunos, inexplicablemente, se suicidaron. El Ruiseor qued afnico y los colores del Petirrojo palidecieron. Se dice que, por ejemplo, los ros dejaron de correr y las fuentes, de cantar. No s. Lo nico que s es que, cuando las abejas de bronce, de pas en pas, dieron toda la vuelta al mundo, ya no hubo flores en el mundo, ya no hubo flores ni en el campo, ni en las ciudades, ni en los bosques. Las abejas volvan de sus viajes, anidaban en sus alvolos, se contorsionaban, hacan trie, trac, cruc, pero el Zorro no recoga ni una miserable gota de miel. Las abejas regresaban tan vacas como haban salido. El Zorro se desesper. Sus negocios se desmoronaron. Aguant un tiempo gracias a sus reservas. Pero incluso estas reservas se agotaron. Debi despedir al Cuervo, cerrar la tienda, perder la clientela. El nico que no se resignaba era el Oso. Zorro vociferaba, o me consigues miel o te levanto la tapa de los sesos. Espere. Pasado maana recibir una partida del extranjero le prometa el Zorro. Pero la partida del extranjero no llegaba nunca. Hizo unas postreras tentativas. Envi enjambres en distintas direcciones. Todo intil. El trie, trac, cruc como una burla, pero nada de miel. Finalmente, una noche el Zorro desconect todos los cables, destruy el tablero d control, enterr en un pozo las abejas de bronce, recogi sus dineros y al favor de las sombras huy con rumbo desconocido. Cuando iba a cruzar la frontera escuch a sus espaldas unas risitas y unas vocecitas de vieja que lo llamaban. Zorro! Zorro! Eran las araas, que a la luz de la luna tejan sus telas prehistricas. El Zorro les hizo una mueca obscena y se alej a grandes pasos. Desde entonces nadie volvi a verlo jams.

ACLIMATACINEduardo GoligorskyEduardo Goligorsky. En 1966 comparti con Alberto Vanasco Memorias del futuro, tal vez el primer libro argentino de ciencia-ficcin. Proyecta publicar Adis al maana, donde sus cuentos volvern a alternarse con los del autor de Sin embargo Juan viva. Algunos de sus trabajos en revistas literarias versaron sobre Bradbury y la ciencia-ficcin.

Desarrolla una intensa labor como traductor y pudorosos seudnimos mediante es autor de folletines policiales. Hoy la Patria se viste de gala para recibir a uno de sus hijos ms preclaros, que cubri su nombre de gloria en intrpidas acciones, proyectadas hasta los ltimos confines de la nueva dimensin universal. El comodoro Mauricio Harrington Bustamante regresa al pas con el inmenso honor de haber sido el primer y nico argentino seleccionado para integrar la dotacin de la flota interplanetaria mundial. Y el comodoro Mauricio Harrington Bustamante supo cumplir su deber con la hidalgua inherente a su ilustre prosapia. Entroncado con un linaje que dio a la Patria heroicos servidores en el campo de batalla, el comodoro Mauricio Harrington Bustamante acometi la conquista de los arcanos del cielo con el mismo valor, con la misma marcial disciplina, con que su legendario antepasado, el capitn Guillermo Harrington, centauro de la Independencia, encabez la carga de la caballera argentina en la batalla de Pichincha... con el mismo coraje pionero con que su no menos insigne antecesor, el coronel Luciano Bustamante, se bati contra los malones en la frontera de Olavarra... A sus pies, entre las rocas polidricas de color granate se deslizaba el ro. Las arenas amarillas del fondo y el lento fluir de la corriente le daban un aspecto de aguamiel, hasta tal punto que sinti la tentacin de probar el sabor y la consistencia del presunto nctar. Las sombras del bosque vecino se estiraban rpidamente hacia l, a medida que la portentosa bola de fuego verde descenda detrs de la cordillera de nix, arrancando destellos fulgurantes de los lejanos picos semitraslcdos. Dos nubes blancas se arremolinaron sbitamente donde un momento antes slo haba estado la interrumpida bveda roja del cielo y se repiti el fenmeno que lo haba maravillado en el crepsculo anterior. La fina lluvia de partculas elctricas traz una oblicua franja luminosa entre las nubes y el bosque, haciendo chasquear las negras hojas coriceas de los rboles gigantescos. A esa extraa meloda se sum entonces el batir de centenares de alas cuando una bandada de davraks despertados por el chisporroteo levant vuelo agitando sus largas y finas membranas iridiscentes. Desde que he llegado, el calor es inaguantable. El acondicionador de aire ronronea, bufa, ruge, pero es intil. Me asfixio. Por el ventanal del octogsimo piso veo las luces de Buenos Aires. Nunca haba imaginado que la ciudad pudiera ser tan montona y fea dentro de su molde colosal. Es increble que haya gente convencida de que aqu se concentran todas las maravillas del orbe. Pigmeos que corren con la estpida sensacin de estar haciendo historia. Valor y nimo pionero son en realidad virtudes indisolublemente ligadas al nombre de los Harrington y los Bustamante, virtudes stas que apenas concluidas las epopeyas de la emancipacin y la lucha contra la indiada habran de volcarse en la industriosa elaboracin de nuestra riqueza agropecuaria. Testimonio de ello son las cabaas modelo que con el emblema patricio de los Harrington Bustamante jalonan como focos de prosperidad y desarrollo todo el sur de la Repblica. Lgico es, pues, que terminada la conquista del mbito aledao, el comodoro Mauricio Harrington Bustamante haya querido extender al firmamento infinito el mpetu colonizador de sus mayores. Sus picas hazaas tuvieron por escenario las vrgenes vastedades del cosmos. El panorama se obscureci por un momento cuando el sol verde termin de ocultarse detrs de la cordillera y sus rayos ya no pudieron atravesar el ncleo opaco del cordn montaoso. Pero casi enseguida se elevaron sobre el punto opuesto del horizonte las cinco lunas, increblemente alineadas de mayor a menor en el sentido de la vertical, y entonces su plido brillo verdoso, reflejo del que proyectaba el sol, dot al paisaje de un fantasmagrico hechizo. La precipitacin elctrica concluy y los davrdks volvieron a posarse sobre los rboles, arrancando un nuevo murmullo a su follaje. Desde las profundidades del bosque se elev el trino modulado de las criaturas nocturnas.

Este es el Glyx dijo el guardin, apuntando hacia el ro con su largo y fino apndice pectoral. Nace ms all de la Cordillera del Poniente, en las praderas del fruto dulce. Sus aguas se vuelcan en el mar de Shaman, sobre cuya costa se levanta nuestra ciudad. La ciudad de Shaman. Desde la colina alcanzaba a divisar bajo el fro destello de las cinco lunas los edificios chatos construidos con el nix de las montaas, con sus raras terrazas polimrficas unidas entre s por finas pasarelas vtreas en un laberinto de enlaces inextricables. En los cuatro ngulos externos de la metrpoli, otras tantas pirmides de obsidiana marcaban la entrada a las bocas subterrneas, vedadas al extranjero. Y por fin la lmina quieta, azogada, del mar, se extenda hasta donde alcanzaba la vista. Estoy aburrido. Hoy me llam Mnica. Vendr a buscarme esta noche y saldremos juntos a cenar y a bailar. Cuando est borracha, aceptar volver aqu, conmigo. A la cama del triunfador. Luego, la farsa rutinaria, los pudores tardos que ella identifica con la imagen folletinesca de su abolengo. Si no es Mnica, ser Patricia, Claudia o Sandra. Ni siquiera las recuerdo a todas. Sus facciones, sus pechos, sus vientres, sus muslos, se mezclan en mi memoria. Creo que Mnica es rubia. De ojos verdes. Eso creo. Pero es como todas. Otra puta que pretende incorporarme a su lista de celebridades. Ms tarde repetir ante sus amigas envidiosas el relevamiento topogrfico de las cicatrices que surcan mi pellejo. As demostrar que ella tambin se ha ganado un lugar en mi gran aventura. Putas. De gran categora, pero putas. Ya fuera en misiones solitarias, o en expediciones colectivas patrocinadas por organismos internacionales, siempre descoll por su audacia y su espritu de iniciativa. A lo largo de una proficua carrera, acumul citas honorficas, condecoraciones y ascensos jerrquicos que han enriquecido el ya de por s valioso acervo de las alas nacionales. Hoy vuelve al terruo, cargado de laureles, para acogerse a los beneficios de un merecido retiro. Pero ello no implica una evasin de responsabilidades, pues el comodoro Mauricio Harrington Bustamante ha hecho pblico su propsito de reintegrarse a las tareas del campo, para afianzar el aporte de su linaje a la fuente capital del bienestar argentino. Esto es lo que deseamos reservar exclusivamente para nosotros, visitante continu el Guardin, haciendo ondular armoniosamente su penacho visual. Nuestros sabios nos han dicho que en el resto del universo habitan razas primitivas, que se complacen en destruir, en matar y en apoderarse de lo ajeno. Por precaucin, hemos decidido cerrar nuestro mundo a todo intruso. Usted es el primer visitante que llega aqu. Nuestras normas nos prohben detenerlo o destruirlo. Slo nos queda el recurso de implorarle que no revele nuestra existencia, para que los suyos no le sigan maana los pasos. Deseamos conservar la paz y la belleza de nuestro planeta, y si usted nos ayuda, le conferiremos nuestra ms honrosa recompensa: la posibilidad de regresar aqu cuando lo desee. La posibilidad de regresar solo, sin su nave, definitivamente. Cmo es eso? Las aguas del Glyx tienen propiedades de polarizacin molecular traslativa. Es un fenmeno que se da muy raramente en la naturaleza y que an no hemos podido reproducir por medios artificiales. Cuando en tiempos remotos intentamos la exploracin del cosmos, nuestros astronautas llevaban siempre consigo una cantimplora con agua del Glyx. Si se encontraban varados en otro planeta, o con un desperfecto en sus naves, les bastaba beber un trago para hallarse de regreso a orillas del ro. Claro que si usted recurriera a ese mtodo, llegara aqu sin medios para volver a su planeta. Podra irme a la estancia y olvidarme de toda esta mugre. S, sera cuestin de "reintegrarme a las tareas del campo para afianzar el aporte de mi linaje a la fuente capital del bienestar argentino". Qu frase morrocotuda. Lstima que en la estancia tambin me morira de aburrimiento y terminara extraando a Mnica. Adems, est el negocio que me ofreci Coco Landvar. Sera un verdadero manager de la industria aeronutica, con mis apellidos, mis laureles y todo. Quin se atrevera a retacear los permisos de

importacin a una empresa presidida por un hroe nacional? Quin negara rutas areas exclusivas a quien salt ms all de las estrellas? Creemos que la actitud de nuestro homenajeado encierra un mrito que aqu corresponde destacar. En estos momentos, muchos compatriotas nuestros emigran para trabajar en laboratorios extranjeros o en remotas estaciones espaciales, dando la espalda al pas que los nutri y les proporcion educacin. El afn mercenario o aventurero los impulsa hacia los centros de una falaz civilizacin materialista, y los incita a menospreciar las incontables posibilidades que encierran nuestras feraces llanuras y nuestra orgullosa sociedad apegada a slidos valores tradicionales. Es por ello que hoy, en el acto solemne que nos congrega para recibir a Mauricio Harrington Bustamante, tomamos a este hroe como el paradigma de nuestras mximas virtudes espirituales, e invitamos a las nuevas generaciones a emular sus ejemplos de abnegacin, desinters y fervor cvico. He dicho. El viajero permaneci un momento en silencio mientras paseaba la mirada sobre el paisaje pincelado por la magia luminosa de las cinco lunas. Desde el bosque cercano lleg el aroma embriagador de misteriosas resinas. El trino de las criaturas nocturnas subi de tono con intensidad palpitante. Una lluvia elctrica cay de pronto sobre el mar de Shaman desde un nuevo torbellino de nubes. Acepto dijo el visitante. No revelar a nadie que he encontrado este planeta y le tendi su cantimplora al Guardin para que ste la llenara con las aguas del Glyx. Coco Landvar siempre fue una luz para los negocios. l s que no dio la espalda al pas que lo nutri y le proporcion educacin. Coco Landvar con afanes mercenarios o aventureros! A quin se le podra ocurrir semejante idea! Y yo a remolque de Coco Landvar. Con Mnica, los huevos de mis toros y los permisos de importacin. Chau, capitn Guillermo Harrington, centauro de la Independencia. Chau, coronel Luciano Bustamante, azote de las tolderas. Qu poca cosa es Buenos Aires vista desde aqu arriba! Y qu grande el cielo... qu grande el cielo! De los diarios locales Alarma por la desaparicin de una figura nacional "...Anoche, a las 21.30 horas, concurri al departamento del. comodoro Mauricio Harrington Bustamante una dama de su amistad, cuyo nombre se reserva. Como se recordar, hace un mes el famoso astronauta fue recibido con grandes honores en nuestra ciudad, cuando se acogi al retiro para reintegrarse a las actividades agropecuarias. Segn las versiones recogidas, cuando la dama en cuestin, que tena una cita con el comodoro Harrington Bustamante, no obtuvo respuesta a sus insistentes llamadas, fue vctima de una crisis de nervios. La comisin policial que acudi pocos minutos despus, respondiendo a una denuncia telefnica de los vecinos, comprob que el departamento se hallaba hermticamente cerrado desde adentro. Despus de nuevas llamadas infructuosas, el oficial que encabezaba el grupo procedi a forzar la puerta. En los aposentos del comodoro Harrington Bustamante reinaba absoluto orden, y sobre el piso de su estudio estaba cada una colilla encendida an a medio consumir. Esto parecera demostrar que cuando la dama invitada lleg al departamento, su ocupante todava se hallaba en el interior del mismo. Y puesto que la nica puerta de salida estuvo bajo vigilancia hasta el arribo de la polica, la desaparicin del astronauta resulta tanto ms inexplicable. El segundo detalle inslito consista en la cantimplora que estaba volcada sobre el piso del estudio y en cuyo interior slo quedaban unas pocas gotas de agua..."

MENSAJE A LA TIERRAAlfredo Julio Grassi

Alfredo Julio Grassi. Es periodista y crtico de cine. Fue interventor en el Instituto Nacional de Cinematografa. Prudentemente seudonimizado, produjo increbles cantidades de novelones policiales y de aventuras. Confiesa haber aprendido ingls "slo para leer casi todo lo bueno que se hace en ciencia-ficcin". Anim una fugaz Sociedad Argentina de Autores de C. F. y contribuy al gnero con un libro de cuentos: Y las estrellas caern (1967). Mucho antes, desde una insospechable revista agropecuaria, se constituy en el primer autor argentino obsesionado por el tema.

Ese era el da. Haca veinticinco aos que soaba con aquel momento. Y por fin haba llegado. Johnny mir la silueta alargada y brillante del Selene II mientras caminaba con paso elstico por la pista de concreto y suspir. An le pareca mentira que entre millares de postulantes lo hubieran escogido a l. Porque el Selene II iba a viajar a la Luna y l era el piloto. Tras un examen mdico final, despus de hablar con el profesor Von Baumann para repetir las instrucciones definitivas, que ya se haban convertido en reflejos condicionados en su organismo, haba salido del edificio central, en el campo experimental de vuelo de Yucca Flats, y enfrentaba al plateado cohete. Iba a viajar a la Luna. Recordaba la emocin con que desde adolescente haba seguido los pasos de la ltima ciencia del transporte humano, la astronutica, sus sueos, sus ilusiones, sus deseos. Ahora sera el primer hombre que pondra el pie sobre la superficie helada del satlite terrestre. "Ser algo rpido" le haban dicho. "Dos das y medio de ida y dos das y medio de regreso. Al llegar podr descender y permanecer doce horas tomando fotografas y recogiendo muestras minerales de la superficie lunar. Llevar oxgeno y alimentos para siete das." "No llegar" haban dicho muchos. Todava recordaban el fracaso del primer intento tripulado. Los restos del Selene II circundaban con miras a la eternidad el Sistema Solar, perdidos, con el cadver congelado de Jack Perkins en los mandos. Pero Johnny saba que con l sera distinto. Para viajar a la Luna era necesario algo ms que un vehculo interplanetario. l posea lo otro. Un sueo de infancia, soado una y otra vez en el curso de los aos. El deseo milenario de verse libre. De saber que el hombre es libre. El viaje era el primer paso en busca de esa libertad real de la humanidad. Para eso haba que sacudir la indiferencia de la mayora, la ignorancia de tantos, el temor de todos. "Si el viaje fracasa, la conquista del espacio se atrasar cincuenta, cien aos, Johnny. Con la amenaza de guerra en que nos debatimos cuesta mucho reunir los fondos necesarios para la empresa. nicamente un gran xito nos asegurar la continuidad del esfuerzo" le haba dicho el profesor Von Baumann, estudindolo bajo sus cejas grises. Von Baumann era otro soador. Haba luchado cuarenta aos hasta conseguir apoyo econmico suficiente para la fabricacin del Selene. El fracaso parcial del viaje del primer modelo de la espacionave tornaba crtica su situacin. Si el segundo no llegaba a la Luna, no habra ms oportunidades. Los hombres generalmente prefieren destruirse a conciencia antes que ampliar el horizonte cotidiano. "El primer intento fracas porque el pobre Jack se quebr, profesor" responda invariablemente Johnny Franciosa. "Conmigo ser distinto." Johnny se ajust con sus propias manos el casco de vitroplast que le aislaba totalmente del mundo exterior; haba aprendido a hacerlo sin ayuda durante las agobiadoras pruebas a que le someti Von Baumann a travs de dos aos de entrenamiento. El profesor, a su lado, le estrech la diestra y lo vio penetrar en el cuerpo

del monstruo metlico, cuya aguzada punta enfilaba hacia las estrellas. Buena suerte, Johnny! musit el anciano, sin que su voz se oyera. Johnny se asegur las correas sintticas que atraan su cuerpo al asiento extensible donde deba permanecer hasta que concluyera la primera etapa del viaje, de aceleracin inicial. Con movimientos calculados prob los mandos y ajust el micrfono del casco. Selene llamando a base! Conteste, base! Base hablando con Selene. Qu tal la recepcin? Perfecta! Entonces, buena suerte, Johnny! era Ernest Boyd, el ingeniero jefe. Gracias, Ernie! Los segundos pasaban lentamente. Por el receptor de la pared de la pequea cmara de mandos del cohete, Johnny escuch al cronista de la Red Intercontinental de Emisoras trasmitiendo los ltimos detalles del histrico momento: Dentro de pocos instantes un hijo de la Tierra partir en busca de otros mundos. Johnny Franciosa, de 32 aos de edad, ciudadano americano, flotar en el espacio exterior a travs del vaco hacia un objetivo distante 300.000 kilmetros de su planeta natal. Conseguir llegar? Si lo hace, ser el hombre ms solo en la historia de la humanidad. La opinin pblica mundial est dividida al respecto. Tardaremos dos das y medio en saber si la primera fase de la experiencia ha tenido xito, pero durante todo el viaje estaremos en contacto con Franciosa a travs de la radio. La base de Yucca Flats retransmitir en cadena toda la informacin que reciba... Johnny oprimi el botn que cortaba la recepcin. En el cuadrante de instrumentos se encendi una luz roja y un timbre repic agudamente. En los auriculares del casco reson la voz de Von Baumann. Diez segundos para el momento, Johnny. Bien. Nueve... ocho... siete... Pronto estara en viaje. O volara hecho pedazos si los tubos eyectores de los cohetes no resistan. Cerr los ojos y volvi a abrirlos. Traspiraba profusamente; trag saliva y sinti que tena los labios resecos. Pero aquel no era momento para dejarse dominar por los nervios. Tena que concentrarse. Qu deca la voz? ...cinco... cuatro... Johnny oprimi la palanca que accionaba los motores, listo para detenerlos si algo marchaba mal; toda la operacin de despegue era automtica, controlada desde la torre de despegue, pero el piloto poda detenerla en cualquier momento desactivando el mecanismo central. Nada poda fallar. .... tres... dos... uno... buena suerte... CERO! Johnny lanz todo el aire que quedaba en sus pulmones y contuvo la respiracin. Al mismo tiempo los motores atmicos rugieron con la furia de mil gigantes cautivos. El suelo tembl, y los espectadores que observaban la escena desde las ventanas de plexigls de la casamata de concreto vieron cmo el Selene II, primero lentamente, luego ms de prisa, y por fin a tremenda velocidad despegaba y se perda en el firmamento estrellado, desapareciendo verticalmente a la plataforma de lanzamiento. La primera parte, que segn los tcnicos era la ms peligrosa, haba tenido xito. Luego, el viaje. Para Johnny no fue largo. En realidad apenas la Tierra se convirti en una esfera que se haca cada vez ms pequea, el cosmonauta perdi toda nocin del tiempo. Estaba solo, absolutamente solo, alejndose de sus semejantes a velocidad creciente, ante una pared ms negra que un stano, en la que se reflejaban con un brillo intolerable las estrellas de la Va Lctea. La Luna creca por momentos, llenando la pantalla de observacin de proa hasta cubrirla por completo con su intensa imagen blanca. A cien mil kilmetros de la Tierra, un puntito plateado y brillante sealaba la rbita muerta del Selene I, Johnny sonri suavemente hacia la tumba de su predecesor. "Pobre

Jack", pens a modo de oracin. La tumba ideal para un cosmonauta. Dos das y doce horas. Durante todo el viaje Johnny haba estado en contacto con el profesor Von Baumann. La esttica no lograba borrar la emocin en la voz del inventor. La Tierra esperaba el momento del descenso alunizaje, se dijo Johnny conteniendo la respiracin. El cosmonauta cerr el receptor de radio. Aquel instante era para l demasiado sublime para compartirlo. Acomodndose en el asiento reajust las correas de seguridad. Luego oprimi el botn verde que controlaba los cohetes de proa, que actuaban como frenos. Al hacerlo exhal mecnicamente el aire esperando la brusca disminucin de velocidad. Nada ocurri. Aspirando profundamente, volvi a apretar el botn. Los cohetes no funcionaron. Insisti con fuerza, alarmado. Un gusto amargo, a miedo se expanda en su boca y le lleg a la garganta. El mecanismo electrnico estaba descompuesto. Con mano insegura restableci contacto radial con la Base Tierra. Selene II llamando a Base Tierra... Conteste, Base Tierra! Aqu Base Tierra! Qu ocurre, Johnny? era el ingeniero jefe Boyd. Von Baumann! Lo necesito inmediatamente! Estoy aqu, Johnny... sernate. Qu ocurre? el inventor haba adivinado a travs del espacio que algo marchaba mal en la cabina de la astronave. Los cohetes delanteros no funcionan, profesor! Qu hago? Hubo una pausa insignificante. Escchame atentamente, Johnny... y no pierdas la serenidad la voz de Von Baumann era tranquila. Johnny se humedeci los labios con la punta de la lengua. Recuerda lo que debes hacer. Tendrs que invertir los mandos y posar el aparato accionando los cohetes impares para que descienda lateralmente... Utiliza la vigsima parte de la potencia normal cuando ests a dos kilmetros y medio de la superficie lunar. Te sacudirs un poco pero nada ms... ten confianza. S, profesor, gracias! Johnny se sinti ms tranquilo. Con un esfuerzo domin el leve temblor de sus labios y advirti que estaba rezando. Mir el altmetro: estaba a veinticinco kilmetros de altura sobre la Luna. La distancia se acortaba rpidamente. La superficie del satlite cubra todo el portillo de proa con un brillo hipntico. La diestra de Johnny se adelant hacia el botn rojo que accionaba los cohetes posteriores impares. Sus ojos estaban clavados en el altmetro, que ley en voz alta sin darse casi cuenta. Quince... doce... once... ocho... siete... Por los auriculares le hablaba la voz de Von Baumann como quien musita una plegara: Desciende bien, Johnny! Si no lo haces el hombre perder las estrellas... seguir atado a la Tierra por generaciones... cuidado, Johnny, cuidado... Seis kilmetros... cinco... cuatro... tres...! Mientras con la mano izquierda mova un dial numerado hasta la cuarta marca, con el ndice de la mano derecha Johnny oprimi el botn rojo. Los cohetes 1, 3 y 5 rugieron y la mquina espacial se sacudi, cambiando de rumbo cuando pareca que estaba a punto de estrellarse. El brillante panorama lunar se desliz vertiginosamente ante los ojos del cosmonauta, que lanz un gemido ahogado por la terrible presin. Luego el Selene II se detuvo y Johnny se sinti proyectado hacia adelante con tanta violencia que crey que las correas que le sujetaban se romperan. Sacudi la cabeza dentro del casco protector. Tena gusto a sangre en la boca y le dola todo el cuerpo como si hubiera recibido una paliza. Con mirada perdida busc la ventana de observacin. Entonces oy el zumbido. Instantneamente lo identific. Era aire que escapaba. Con los movimientos precisos del hombre que sabe lo que hace se ajust sobre el casco protector la cubierta de vitroplast y abri la llave de los depsitos auxiliares de oxgeno comprimido que llevaba en el traje espacial. El silbido del aire huyendo por una larga brecha era cada vez ms fuerte. Johnny solt

las correas que lo sujetaban al asiento y se incorpor, volvindose para mirar. El Selene II se haba desgarrado a lo largo de la cabina contra una punta rocosa que se haba interpuesto en su camino. Por la brecha el aire escapaba rpidamente. El oxgeno del traje espacial durara cuatro horas. Al cabo de ese tiempo era posible cargar los depsitos nuevamente, sacando el gas de los tanques del Selene II. Pero quin pensaba en eso? Haba llegado a la Luna! Con una mano que temblaba, esta vez de emocin, conect el trasmisor de radio. Lo hice! grit. Von Baumann... He descendido bien! Gracias a Dios! lleg dbilmente la respuesta del inventor. Y el Selene? Johnny mir la proa destrozada del navo sideral y sus ojos se nublaron. El Selene II no volvera a volar. La comprensin de este hecho le hizo estremecer. Estaba condenado! Haba llegado a la Luna, pero no podra regresar a la Tierra. Nunca. Le quedaban cuatro das y medio de vida, aproximadamente. Despus, la soledad, el fro eternos. El Selene est destrozado repuso con voz que no era la suya. Es imposible repararlo. La voz de Von Baumann se v