La hija del Heroe - Maureen Murdock

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Psicologia Junguiana

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su marido o pareja, sus hijos, su trabajo, la madurez que tanto le ha costado conseguir, incluso sus amistades y lo que lee. Sigue identificada con el sistema de valores de su padre o bien, inconscientemente, intenta cambiarlos para que estén de acuerdo con los que ella respeta. Esta conti­nua corriente subterránea de vínculos consume sus energías, y la sume en una pasividad infantil cuyo único fin es esperar la aprobación de su padre.

Si un padre no satisfizo los anhelos de su hija durante la infancia -como aprobar lo que elegía hacer, reconocer sus aptitudes mentales, respaldar sus sueños, darle seguri­dad económica, protección, o permiso para alejarse de él-, cuando sea adulta proyectará estos deseos incumpli­dos sobre otras personas, como sus amantes, amigos, jefes, etc. Constantemente busca otro «papá» que le proporcio­ne lo que su padre no fue capaz, y se niega a aceptar que jamás obtendrá lo que anhelaba cuando era pequeña. Por ejemplo, a pesar de que mi padre fomentó y estimuló mis aptitudes mentales, no hizo lo mismo con el lado menos práctico de mi naturaleza, es decir, con mis sueños y fan­tasías. Durante toda mi infancia y mis primeros años de adulta seguí dándole oportunidades para que lo hiciera, negándome con obstinación a aceptar sus limitaciones en ese área. Sin embargo, su incapacidad para apoyar mis sueños no ~uprimió mis anhelos sino que los intensificó, puesto que nadie podía quitarme de la cabeza la idea de que un hombre podría hacer realidad mis sueños.

Uno de esos sueños siguió vigente en mi vida adulta. Cuando era pequeña, mi padre me prometió que me cons­truiría una casa de muñecas. Año tras año hablábamos del tema, y él dibujaba plano tras plano; adopté su punto de vista arquitectónico de la casa de muñecas y soñaba cómo sería, qué tipo de cortinas pondría en las ventanas, los tés que haría con mis muñecas, lo bien que nos lo pasaríamos. Era la fantasía perfecta para una hija del padre. Papá le cons­truye una casa en miniatura sólo para ella, lejos de Mamá, para que no tenga que compartirle con nadie.

Mi padre nunca me construyó la casa de muñecas; todo

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quedó en un plano arquitectónico cuidadosamente elabo­rado. Hace poco me di cuenta de que este anhelo incum­plido de mi infancia ha contaminado mi relación con mi esposo y saboteado mi poder personal. En varias ocasiones he intentado persuadir a mi marido de que me ayude a comprar una cabaña en el campo donde poder retirarme a escribir. A pesar de que yo sola podría pagarla, persis­tentemente he intentado involucrarle a él en mi fantasía para que la hiciese realidad. De forma inconsciente, quería que mi marido me regalase la casa de muñecas que mi padre nunca construyó; y su negación a hacerlo no sólo incrementó la profunda decepción que sentía respecto de mi padre, sino que además se convirtió en una fuerte dis­cusión entre mi marido y yo. La cabaña como casa de muñecas se convirtió en el símbolo no sólo de mis sueños infantiles incumplidos, sino también de la protección que de niña anhelaba obtener de mi madre, y que mi padre no me pudo proporcionar.

El hecho de que una hija del padre se niegue a renunciar a sus anhelos, una vez que es consciente de ellos, se debe en parte a que se considera con derecho a verlos cumpli­dos, una consecuencia directa de la relación que mantiene con su padre. Como ya hemos visto, el padre trata a su hija preferida como un ser especial y le da a entender, de una forma u otra, que hará cualquier cosa por ella (siempre y cuando ella mantenga su lealtad hacia él). Como ha creci­do creyendo que realmente es especial, se siente con dere­cho a obtener lo que desea. Y no aceptará un no por res­puesta.

La mayoría de las hijas del padre han aprendido que pue­den conseguir lo que quieren de forma extrovertida y agre­siva, pero en general no consiguen lo que anhelan, porque sus deseos más sutiles no se perciben con tanta claridad, y cargan con las heridas de su niñez y la separación de sus madres. Estas hijas anhelan que se reconozca ese aspecto más suave, espiritual y femenino de su psique: la necesidad de recibir cuidados maternales y consuelo, de prestar aten­ción a sus propias naturalezas instintivas, de crear sus pro-

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su marido o pareja, sus hijos, su trabajo, la madurez que tanto le ha costado conseguir, incluso sus amistades y lo que lee. Sigue identificada con el sistema de valores de su padre o bien, inconscientemente, intenta cambiarlos para que estén de acuerdo con los que ella respeta. Esta conti­nua corriente subterránea de vínculos consume sus energías, y la sume en una pasividad infantil cuyo único fin es esperar la aprobación de su padre.

Si un padre no satisfizo los anhelos de su hija durante la infancia -como aprobar lo que elegía hacer, reconocer sus aptitudes mentales, respaldar sus sueños, darle seguri­dad económica, protección, o permiso para alejarse de él-, cuando sea adulta proyectará estos deseos incumpli­dos sobre otras personas, como sus amantes, amigos, jefes, etc. Constantemente busca otro «papá» que le proporcio­ne lo que su padre no fue capaz, y se niega a aceptar que jamás obtendrá lo que anhelaba cuando era pequeña. Por ejemplo, a pesar de que mi padre fomentó y estimuló mis aptitudes mentales, no hizo lo mismo con el lado menos práctico de mi naturaleza, es decir, con mis sueños y fan­tasías. Durante toda mi infancia y mis primeros años de adulta seguí dándole oportunidades para que lo hiciera, negándome con obstinación a aceptar sus limitaciones en ese área. Sin embargo, su incapacidad para apoyar mis sueños no ~uprimió mis anhelos sino que los intensificó, puesto que nadie podía quitarme de la cabeza la idea de que un hombre podría hacer realidad mis sueños.

Uno de esos sueños siguió vigente en mi vida adulta. Cuando era pequeña, mi padre me prometió que me cons­truiría una casa de muñecas. Año tras año hablábamos del tema, y él dibujaba plano tras plano; adopté su punto de vista arquitectónico de la casa de muñecas y soñaba cómo sería, qué tipo de cortinas pondría en las ventanas, los tés que haría con mis muñecas, lo bien que nos lo pasaríamos. Era la fantasía perfecta para una hija del padre. Papá le cons­truye una casa en miniatura sólo para ella, lejos de Mamá, para que no tenga que compartirle con nadie.

Mi padre nunca me construyó la casa de muñecas; todo

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quedó en un plano arquitectónico cuidadosamente elabo­rado. Hace poco me di cuenta de que este anhelo incum­plido de mi infancia ha contaminado mi relación con mi esposo y saboteado mi poder personal. En varias ocasiones he intentado persuadir a mi marido de que me ayude a comprar una cabaña en el campo donde poder retirarme a escribir. A pesar de que yo sola podría pagarla, persis­tentemente he intentado involucrarle a él en mi fantasía para que la hiciese realidad. De forma inconsciente, quería que mi marido me regalase la casa de muñecas que mi padre nunca construyó; y su negación a hacerlo no sólo incrementó la profunda decepción que sentía respecto de mi padre, sino que además se convirtió en una fuerte dis­cusión entre mi marido y yo. La cabaña como casa de muñecas se convirtió en el símbolo no sólo de mis sueños infantiles incumplidos, sino también de la protección que de niña anhelaba obtener de mi madre, y que mi padre no me pudo proporcionar.

El hecho de que una hija del padre se niegue a renunciar a sus anhelos, una vez que es consciente de ellos, se debe en parte a que se considera con derecho a verlos cumpli­dos, una consecuencia directa de la relación que mantiene con su padre. Como ya hemos visto, el padre trata a su hija preferida como un ser especial y le da a entender, de una forma u otra, que hará cualquier cosa por ella (siempre y cuando ella mantenga su lealtad hacia él). Como ha creci­do creyendo que realmente es especial, se siente con dere­cho a obtener lo que desea. Y no aceptará un no por res­puesta.

La mayoría de las hijas del padre han aprendido que pue­den conseguir lo que quieren de forma extrovertida y agre­siva, pero en general no consiguen lo que anhelan, porque sus deseos más sutiles no se perciben con tanta claridad, y cargan con las heridas de su niñez y la separación de sus madres. Estas hijas anhelan que se reconozca ese aspecto más suave, espiritual y femenino de su psique: la necesidad de recibir cuidados maternales y consuelo, de prestar aten­ción a sus propias naturalezas instintivas, de crear sus pro-

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