Post on 07-Jul-2018
8/18/2019 IX - A Través de Las Calles de Mi Laberinto- Anais Nin
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8/18/2019 IX - A Través de Las Calles de Mi Laberinto- Anais Nin
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Por las calles de mi laberinto 2007
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Mirando Cádiz, vi las mismas delgadas palmeras que había contemplado atentamente cuando
tenía once años y pasaba por la ciudad en mi camino hacia América. Vi la Catedral que había
descrito minuciosamente en mi diario, vi la ciudad en la que las mujeres no salen mucho, la ciudad
en la que afirmaba que no viviría nunca porque me agradaba la independencia. Al llegar a Cádizvolví a encontrar las palmeras, la Catedral, pero no encontré a la niña que era entonces.
Los últimos vestigios de mi pasado se habían perdido en la antigua ciudad de Fez, que se
parecía mucho a mi vida, por sus calles tortuosas, sus silencios, sus secretos, sus laberintos y sus
rostros cubiertos.
En la ciudad de Fez me di cuenta de que el pequeño demonio que me había devorado durante
veinte años, el pequeño demonio con el que había luchado durante veinte años, había dejado de
cebarse en mí.
Me sentía en paz mientras recorría las calles de Fez, absorta en un mundo exterior a mí, en un
pasado que ya no era mi pasado, en enfermedades que se podían tocar, ver y nombrar, enfermedadesvisibles: la lepra y la sífilis.
Caminé con los árabes, canté y recé con ellos a un dios que ordenaba la aceptación. Compartí
su resignación.
Con ellos me senté en cuclillas, en silencio, y me perdí en calles sin salida, las calles de mis
deseos. Olvidé adónde me dirigía para sentarme junto a las paredes color de barro escuchando a los
caldereros martillear sus bandejas de cobre, mirando cómo los tintoreros bañaban sus sedas en unos
baldes que tenían todos los colores del arco iris.
Por las calles de mi laberinto caminé en paz por fin; la fuerza y la debilidad estaban unidas en
los ojos de los árabes por el sueño. Los errores que había cometido quedaron en el suelo como la
basura junto a las puertas, y alimentaron a las moscas. Los lugares a los que no podía llegar
quedaron olvidados, porque el árabe montado en su asno o caminando descalzo se movía para
siempre entre los muros de Fez, como yo caminaré para siempre entre los muros y fortalezas de mi
diario. Los fracasos eran inscripciones en las paredes, medio borradas por el tiempo, y con los
árabes dejé caer las cenizas, dejé morir la carne marchita, dejé desaparecer las inscripciones. Dejé
que quedaran sólo los cipreses mirando a los muertos en sus tumbas; dejé que las locuras fuesen
atadas con cadenas como ellos atan a sus locos. Voy con ellos al cementerio, no para llorar sino
llevando tapices de colores o jaulas con pájaros para una fiesta o una reunión de amigos, tan pocoimporta la muerte, o la enfermedad, o el mañana. Los árabes sueñan, en cuclillas, se quedan dor-
midos canturreando, mendigan, rezan, sin proferir nunca un grito de rebeldía; los vigilantes
nocturnos duermen en los umbrales envueltos en sus sucias chilabas; los pequeños asnos
maltratados sangran. El dolor no es nada, el dolor aquí no es nada; en el cieno y en el hambre, todo
es soñado. El asnillo —mi diario cargado con mi pasado— camina hacia el mercado con pasitos
vacilantes...