cuentos para niños sonrientes- valido

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CUENTOS PARA NIÑOS SONRIENTES

NORMA ESTELA FERREYRA

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COPYRIGHT 2014-01-10 ISBN 978-1-291-70261-3

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Dedico este libro a mi nieto Simón Caminos

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LA MARIPOSITA AZUL

Había una vez, un ratoncito que no podía dormir, porque cerca de su cuevita

alguien lloraba y lloraba.

Y a pesar de que él había estado despierto toda la noche, tratando de encontrar algo

para comer, en la cocina de algún vecino, ahora tenía que salir para ver quién

lloraba tanto, como si le molestaran las lágrimas y no las quisiera guardar adentro

de los ojos.

---Buuuuuuuuu…….buuuuuuu- se escuchaba.

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--- ¿Quién llora? –preguntó al salir.

Pero nadie le contestó. Entonces buscó el lugar de donde venía el llanto, pero no

veía a nadie. Siguió buscando como si le hubiera perdido la punta de su cola y

entonces la vio allí tirada, como una planta sin agua. ¡Era su amiga de la tarde, con

quien jugaba en el jardín!

--- ¿Por qué lloras, mariposita Azul? ¿Qué te sucedió?-le preguntó

---Mira ratoncito, ya no soy una mariposa porque no puedo volar-le dijo

---No llores y cuéntame -le pidió

---Mira, he perdido una de mis alitas-le dijo ella mostrándole un costado.

--- ¿Adónde ? Dime, así te ayudo a buscarla.

---No ratoncito, yo sé adonde está. Está enganchada en una rama de ese árbol, la

más alta de todas-dijo señalándole.

--Ya mismo subo y te la traigo ¿Para qué soy un ratón, si no puedo treparme a esa

rama?

La mariposita dejó de llorar y esperó un largo rato. Y cuando pensó que él ya no

vendría, lo vio aparecer con su alita y con una sonrisa desplegada como la bandera

Argentina en las fiestas patrias.

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Pero ella, en vez de ponerse contenta, se puso a llorar otra vez, mientras el ratoncito

analizaba si el llanto, era o no de alegría. Pero sin dudas, que si hubiera sido de

alegría no duraría tanto, pensó.

--- ¿Por qué lloras ahora? ¿No estás feliz de que te trajera la alita?

--No, ratoncito. Porque no se cómo voy a ponerla a mi cuerpo-le dijo y siguió

llorando.

Y claro, ese sí que era un problema. De nada servía que hubiera conseguido el

alita, si nadie sabía cómo se pegaba. Era como tener hambre y pretender comer un

trozo de queso guardado en la heladera, sin que nadie abriera la puerta.

Pero había que pensar en algo para que dejara de llorar, porque de seguir así, la

mariposita podía morir desangrada, no,,, perdón, desaguada. Se podía quedar seca,

de tanto perder agua por los ojos. Y en eso estaba pensando, cuando tuvo una idea

genial.

---Mariposita, creo que tengo la solución, te llevaré a la casa del Hada que también

es bruja, para que nos diga qué hacer. Ven súbete a mi espalda y vamos para allá.

Y allá fueron los dos. Menos mal, que al tocar el timbre ella salió enseguida.

---Hola señora Hada o bruja, no sé cómo decirle-dijo el ratón un poco nervioso.

---Mejor dime por mi nombre-le dijo ella.

---Ah, bueno. Pero no sé cómo se llama usted, porque todos le dicen…

--- ¿Bruja?- dijo ella. Sí, pero me llamo Catalina.

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---Ah…bueno Catalina, vinimos porque a la mariposita azul se le salió un alita y no

sabemos cómo volverla a poner en su cuerpecito para que pueda volar.

----Mmmmmm. Ese sí que es un problema. Pero pasen, siéntense y veremos-les

dijo.

Y una vez que se sentaron, ella les dijo:

--Yo sé cómo hacer. Pero no sé si alguien se va a animar. Mmmmm-dijo Catalina.

----Yo me animo a todo, porque soy su amigo y no quiero que ella deje de volar-

dijo él.

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---- ¿Estás seguro? Mmmmm…..dijo ella, como dudando.

---¡Sí Catalina, mi amigo es muy valiente! - exclamó la mariposita azul

--- Bueno….les diré, que las alitas de mariposas no se pegan sino que se cosen,

pero….

--- ¿Pero… qué? –preguntaron los dos.

----Pero… con un pelo del bigote de un león-contestó ella.

Y se quedaron callados, como si las palabras se hubieran asustado tanto como

ellos, hasta que la mariposita comenzó a llorar otra vez.

Entonces, el ratoncito, que se veía tan desesperado como si tuviera un gato

persiguiéndolo, detrás de sus talones, agregó:

---Yo buscaré al león y cuando esté dormido, le sacaré el pelo del bigote y luego

saldré corriendo.

La mariposita Azul no podía creer lo que oía y le preguntó:

--- ¿Adónde vamos a conseguir un león, si vivimos en la ciudad?

--- En el Zoológico- les dijo el Hada-bruja, que ahora parecía más Hada que bruja,

por la idea que les daba.

Los dos recuperaron el habla, la respiración y hasta los latidos. Al ratoncito,

parecía querer salírsele el corazón del pecho, no sé si por la alegría o por el miedo

que le daba el tener que hacer lo que tenía que hacer. Pero, como suele decirse, él

no arrugó y se fue al zoológico, dejando a la mariposita con Catalina, no sea que

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algún sapo ciego se la comiera, confundiéndola con una mosca o con una

cucaracha.

Cuando llegó, el león esta tan despierto como un vampiro después de medianoche.

De manera que tuvo que esperar… esperar….y esperar, como si tuvieran que venir

los reyes magos y él hubiera puesto los zapatos.

Pero cuando al fin, el león se durmió, él fue acercándose despacito y escuchó los

ronquidos para estar seguro de que dormía y apuntando los dedos a un pelo largo de

su bigote, de un solo tirón se lo arrancó. Pero el león fue tan rápido en despertarse

como en atraparlo. Y cuando el pobre ratoncito se dio cuenta, estaba apretadito en

una de sus garras de uñas asesinas y muy cerca de su bocota llena de dientes.

--Per...dón, se…ñor …león - dijo el ratoncito, temblando como si un terremoto lo

sacudiera...

--Devuélveme el bigote-le ordenó, con cara de enemigo público.

---Escucha, señor león. Después me comes, si quieres-le pidió casi llorando.

---Tienes 10 segundos- le contestó pasándose la lengua por sus labios como

saboreándose antes de tiempo.

--- Yo te robé… un bigote, para coserle el alita a la mariposita azul, que se le

enganchó en el árbol. Déjame que se la lleve y luego me comes. Si yo soy el precio,

que tengo que pagar, lo pagaré-dijo tristemente.

--- ¿Cómo sé que volverás?

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---Volveré, te lo prometo.

--¿Y si no vuelves?

---Nada habrás perdido, yo soy apenas un bocadito muy chiquito para ti. Pero

volveré, porque los ratones siempre cumplimos lo que prometemos.

--- Está bien. Te dejaré ir. Y te estaré esperando, no lo olvides-le dijo y lo soltó.

---Gracias león. No te fallaré.-dijo y salió corriendo.

Al llegar a la casa de Catalina con el bigote, la mariposita se puso tan feliz, que casi

sale volando con una sola alita. Pero la bruja que era también Hada, le cosió el alita

con una aguja mágica, para que saliera volando con las dos. Y así fue. Los tres

estaban muy felices de haberlo logrado.

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Después de despedirse de Catalina y de la mariposita azul, el ratón volvió al

zoológico, donde el león lo estaba esperando. Y al verlo llegar, le dijo:

---Nunca pensé que regresarías, ratoncito valiente.

---No creas que soy tan valiente, pero… bueno, cómeme rápido y de una vez-le

pidió él.

---Já…Já…Já !!! -Se rió el león- No voy a comerte, porque como dijiste, eres un

bocado muy grande para mí.

---No señor, yo no dije eso, sino que soy un bocado muy chiquito.

---Lo eras ratoncito, pero ahora eres muy grande de verdad porque eres valiente y

podemos ser amigos. ¿Qué dices?

--- ¡Que siiiiiï !!!!-dijo él, loco de alegría.

Y así fue como sucedió, de verdad.

Y este cuento, se terminó aquí.

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SUCEDIÓ EN LA COLMENA

La colmena es el palacio de las abejas donde vive la reina, que no trabaja porque

para eso están todas las demás abejitas que hacen la miel y se pasan todo el día

yendo y viniendo, volando de ida y volando de vuelta, desde el jardín al panal.

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Claro, porque para hacer la miel, hay que sacarles el juguito a las flores y llevarlo a

la colmena.

Pero lo que ocurrió en este cuento, es que una de las abejitas, en vez de sacarles el

juguito a las flores, se las comía como si se tratara de un chocolate o de un

caramelo de dulce de leche .Y en el jardín donde estaba el panal, todos los días

faltaba una flor.

Entonces la reina de las flores, que era una rosa roja, fue a hablar con la abeja reina

de la Colmena, que vivía durmiendo, como la bella durmiente del bosque o como

Drácula durante el día. Tocó el timbre y enseguida escuchó una voz que decía:

--Pase, pase usted señora Rosa.

Ella pasó con cara de enojada, como cuando los chicos piden un helado y nadie se

lo quiere comprar. Y no bien dio dos pasos adentro del panal, la vio tirada sobre el

piso y estaba tan gorda, que casi no podía moverse. Y claro, si se alimentaba con

miel todo el día y no salía ni a volar. Aunque si hubiera querido salir, no hubiera

podido pasar por la puerta, de tan grande que era su costado izquierdo y también su

costado derecho.

--¿Cómo le va señora Rosa?-le preguntó, al verla.

--- Mmmmm. Para qué mentirle señora, desde que su panal está aquí, me va muy

mal- le contestó.

--- ¿No me diga que pasa algo malo?

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---Muy malo. Hay una abejita que se come a las flores de mi reino, señora reina.

--¿Qué se come a las flores? ¿Está segura de que es una abeja y no es otro insecto o

animal o planta? –preguntó ella

--No señora, es una de sus abejas, yo misma la he visto.

--Mire que hay plantas carnívoras, señora Rosa.

--Si, pero comen insectos, no son vegetarianas, señora Reina.

--Tiene usted razón. Voy a llamar ahora mismo a todas mis abejas y usted me dirá

quién es.

---Con todo gusto-le dijo ella.

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La reina hizo un zumbido que sonó algo así como un silbido y enseguida todas las

abejas vinieron a su alrededor.

Por suerte, la muy sin vergüenza abeja come flores, estaba ahí, con la boca blanca

porque acababa de comerse a una margarita.

Y por eso, Rosa la señaló diciendo:

---Esa es, señora reina. ¡Esa es la desgraciada!

---Señora Rosa, no sea mal educada, no diga esas palabras tan groseras- le

reprochó.

--- Disculpe usted, pero no merece otra cosa. Tiene los labios blancos con pedazos

de la pobre muerta. Es un monstruito su abeja. – le dijo, furiosa.

---Bueno, bueno, cálmese. Vea usted lo que haré- le dijo.

Y comenzó a hablarles a todas las abejas, que eran muchísimas.

-- En vista de que una de mis trabajadoras ha sido vista comiéndose las flores,

quiero que todas decidan qué pena merece por la falta cometida- dijo la abeja reina.

---Perdón señora, pero eso no es una falta, más bien es un asesinato. Quiero que

saque a esa abeja de mi reino y de mi jardín. No me obligue a que yo tome medidas

y ponga fin a esta invasión de abejas asesinas-le dijo la rosa roja.

--- En mi reino, mando yo- dijo ella de repente- A ver abejas, decidan la pena que

se merece.

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Las abejitas zumbaban y volvían a zumbar, como si fueran mosquitos que te

quieren picotear. Entonces, la rosa no aguantó a esperar hasta que ellas decidieran y

salió para su reino a controlar lo que pasaba.

Cuando se hizo de noche, ella les dijo a las flores que estuvieran muy alertas. Que a

la mañana temprano hablaría con los sapos, que atacarían por tierra y con los

mamboretaes que lo harían por el aire. Y si fuera necesario, contrataría una araña

para que tejiera una tela alrededor del panal, para dejarlas encerradas.

Pero por suerte, la abeja reina fue sabia y a la abeja come flores, la dejó presa.

Le puso miel en las alas para que quedaran pegadas y así no pudiera volar para ir

comerse a las flores. Y la condenó a quedarse con ella adentro del panal hasta que

se quitara la costumbre de hacer lo que hacía.

Desde ese día, las abejitas y las flores, fueron amigas para siempre.

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CUANDO LA LUNA SE ENAMORÓ DEL SOL

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Esto sucedió en el cielo, de pura casualidad. Porque nunca el sol y la luna se habían

visto, porque a la luna le gustaba jugar con las estrellas y el sol prefería estar solo.

Entonces, los dos giraban dando vueltas y vueltas alrededor de la tierra como si

estuvieran jugando a las escondidas.

Pero una noche, la luna se quedó dormida en el cielo. Y al amanecer, comenzó a

sentir un calorcito raro. Cuando despertó, las estrellas no estaban y los murciélagos

se habían ido a dormir. Pero había algo, que ella no podía ver muy bien, porque sus

ojos no resistían esos rayos de luz tan fuertes.

Pero se dio cuenta de que era el rey SOL, quien la miraba desde atrás de la

montaña. Y él estaba asombrado, porque él nunca había visto a la luna, tomando sol

a esa hora de la mañana, ni a ninguna hora.

---Hola Señor Sol- le dijo ella, al verlo.

---¿Quién eres? Nunca te había visto- le dijo él

---Yo tampoco a usted, pero bueno….yo soy la Luna.-dijo ella.

---Ahora recuerdo que las montañas me contaron, que tú apareces y a veces

desapareces o cambias la forma. Puedes verte como una pelota o como una

medialuna, sin dulce - le dijo

---Bueno amigo Sol, Rey del cielo y de la Tierra, la culpa es suya, si yo aparezco y

desaparezco o cambio de formas.

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----Já, já, já. Ahora quieres decirme que yo soy el culpable de que un día te levantes

con una cara o con otra. ¿Verdad?

---No se ría de mí y mejor vaya a la escuela, para aprender por qué pasa lo que

pasa. ¿Sabe?- le dijo, mientras salía apurada del cielo, para que los chicos no se

confundieran y creyeran que todavía era de noche.

El sol se quedó preocupado, porque él había sido muy torpe al reírse de ella.

Pero la luna, no sólo que no estaba enojada, sino que se había enamorado de ese sol

tan tibio que la había acariciado con sus rayos, cuando estaba dormida. Y casi no

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podía dormirse de nuevo, porque como todos sabemos la luna duerme de día y el

sol, lo hace de noche.

Mientras tanto, él deseaba verla otra vez, para pedirle disculpas por haberla

molestado, burlándose de ella. Y en eso pensó todo el día. Además, porque la luna

le había parecido muy bella.

Cuando ella se despertó, aún era temprano para aparecer en el cielo y aprovechó

para pedirles a los bichitos de luz, que jugaban en el bosque, que le llevaran una

pintura de labios color lila, otra para los ojos de color azul y un maquillaje pálido

para su cara.

Una vez que ellos encontraron todo eso, se fueron volando hasta el cielo y le

enseñaron a la luna a maquillarse. Luego regresaron a la tierra porque tenían ganas

de jugar con los animalitos de la noche, que eran sus amigos.

La luna había quedado preciosa y no veía la hora de aparecer, esperando que en el

cielo no hubiera ninguna nube, que pudiera taparla. Estaba muy apurada para poder

ver al sol, antes de que se ocultara y dejara todo a oscuras. Por eso, antes de la hora

acostumbrada, salió hecha una reina por detrás de las montañas.

Cuando él la vio, la saludó desde lejos y su corazón empezó a latir como loco,

mejor dicho como si lo hubiera puesto en una licuadora. Se veía tan linda, que si

por él hubiera sido, se quedaba en el cielo toda la noche para verla.

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Ella le sonrió y él se quedó un rato largo, mientras los niños que jugaban en la

tierra miraban al cielo y les parecía raro ver a la luna y al sol al mismo tiempo.

Cuando el sol desapareció, la luna se puso muy triste. Y claro, cómo no iba a

estarlo, si nunca podría acercarse al Sol, porque cuando ella aparecía detrás de las

montañas, él desaparecía por el otro lado.

Por suerte, cuando las estrellas brillaron, ella se sintió mejor y pensó que de

cualquier manera su vida era más linda después de haberlo conocido y que el amor

a la distancia, también podía ser hermoso. Al menos, ahora podían hablar un

poquito, saludarse y hasta guiñarse un ojo. Después de todo, él la acariciaba con sus

rayos y ella lo enamoraba con su brillo. Y enamorarse, es lindo de cualquier forma.

¿O no chicos?

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LOS LÁPICES QUE QUERÍAN JUGAR

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Había una vez, un niño que cuando llegaba de la escuela, jugaba con sus autitos de

carrera o salía a pasear en su bicicleta, mientras sus lápices de colores estaban

como recién comprados, con las puntas sin usar, tal cual vinieron de la librería.

Ellos ya estaban aburridos de que Diego, su dueño, nunca quisiera pintar ni dibujar

nada. Y se cansaban de verlo entrar y salir del escritorio, sin que siquiera los

mirara.

A veces, se ponían de distintas formas sobre el escritorio para ver si Diego los

miraba, pero nada, porque él hacía de cuenta que ellos no existían.

De modo que un día, los colores decidieron esperar a que él se durmiera y salieron

a jugar solos, usando las paredes de su cuarto. Dibujaban y se entretenían pintando,

porque estaban cansados de no hacer nada.

Luego, la goma borraba todo, para que nadie se diera cuenta.

Pero un día, el color naranja que era muy inteligente, se propuso que Diego los

tuviera en cuenta y pensó en un plan.

Todas las mañanas, el niño tenía que encontrar un dibujo distinto en la pared de su

cuarto, para que pensara que había fantasmas.

Lo que pasaba, es que estaban tan enojados con él, que ahora querían divertirse con

el susto que le iban a dar.

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El plan era perfecto y lo pusieron en marcha esa misma noche. Todos los colores

dibujaron dos hermosos caballos en la pared del cuarto donde él dormía y cuando él

se despertó, esa mañana, no sabía qué pensar ni qué decir. Estaba seguro de que él

no había dibujado nada y no entendía quien podía haberlo hecho. Quien fuera,

sabía dibujar muy bien, ya que la pared estaba muy linda.

Pero como él no creía en los fantasmas, esa noche se hizo el dormido y con un ojo

espiaba para ver quién había sido el chistoso de dibujar en su pared.

Esperó y esperó, pero como nada ocurría, se quedó dormido de verdad. Entonces la

goma borró los caballos y los colores hicieron otro dibujo, que era así de colorido:

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Y cuando el niño lo vio, empezó a dudar sobre si había o no fantasmas, en su

cuarto. De modo que esa noche, tenía miedo de dormir allí, pero ya no tenía edad

como para irse a dormir a la cama de sus padres, De modo que se aguantó el miedo

y se quedó despierto en el escritorio.

Pero al rato de estar sentado allí, miró la caja de colores y vio que todos estaban de

distintos largos y no encontraba el motivo, ya que él no los había usado jamás.

Los sacó y los miró, a uno por uno, pero no encontraba ninguna explicación.

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Así estuvo, hasta que escuchó una risita. Era la goma, que se había tentado de risa,

al ver la cara de susto que tenía Diego.

Pero como era un chico muy inteligente, él se dio cuenta de que eran los colores,

quienes habían planeado todo eso. Se acostó y mientras con un ojo fingía dormir,

con el otro espiaba.

No tardó mucho en ver cómo la goma borraba todo y los colores dibujaban en la

pared algo como esto:

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Estaban todos muy divertidos pensando en la cara que él pondría, tanto que no se

dieron cuenta de que Diego los estaba mirando, divirtiéndose con ellos.

Y cuando todos habían terminado y lo vieron detrás suyo, se rieron a carcajadas.

Por suerte, él no se enojó, porque se dio cuenta de que sus lápices tenían muchas

ganas de jugar con él.

A partir de ese día, Diego invita a sus amigos a que vengan a dibujar con él.

¿ Y los lápices? ¡ FELICES!

COLORÍN COLORADO este cuento se ha terminado.

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