Post on 11-Jul-2022
La esencia de editorial El Tabaquillo ha sido siempre la de publicar a au-tores de la Provincia, oficiando como instrumento para hacer tangibles sus obras y que las mismas se sumen al acervo cultural de San Luis y de la Argentina.Con más de 100 libros editados, la novela, el cuento, la poesía y el en-sayo forman parte de los contenidos del sello a través de trabajos indi-viduales y corales.“San Luis en el misterio” es una producción exclusiva de la editorial, con textos y fotos del periodista y escritor Alfredo Salinas, e ilustraciones a cargo de los artistas Mónica Zavala, Beto Barbaglia, Martín Salinas y Daniel Sánchez.Con esta obra proponemos mirar a San Luis desde una óptica diferente y de la mano de las leyendas urbanas, con anécdotas recabadas en di-versos puntos de la Provincia y que rayan con lo fantástico y lo sobre-natural, pero con la particularidad de que cada historia es narrada por quienes la vivieron. El folclore urbano y la mitología zonal se fusionan en los capítulos de este volumen.Invitamos al lector a desandar algunos de los lugares de la Provincia y a conocer sus secretos desde la narrativa periodística.
Claudio GomluchDirector
SOBRE LA OBRA
PRÓLOGO
Lo que nos resulta misterioso, desconocido e incompresible
tiende a causarnos interés, intriga y hasta miedo, pero
indefectiblemente nos despierta curiosidad. Es algo inevitable, pues
la necesidad de descubrir es inherente a la naturaleza humana.
Esta característica se mantiene incólume a la evolución intelectual
del hombre, tal vez como un recurso subconsciente para seguir
ligado a dogmas de corte religioso, o quizá como defensa ante la
tendencia de alcanzar una sensación de superioridad absoluta, con
su consecuente e irreversible crisis existencial.
Los avances tecnológicos han superado lo que en alguna época
el cine y la literatura plantearon como ciencia ficción, desmoronándose
muchos mitos frente a pruebas irrefutables. No obstante ha perdurado,
con un rango de esencialidad, la actitud de preservar la capacidad de
asombro como si en ello radicara el secreto de la vida. Muchos enigmas
han sido resueltos pero, como cabezas de la Hidra de Lernes, en su lugar
han surgido otros, conforme al criterio de los nuevos tiempos. Sucede
que, resuelto el misterio ... fin de la aventura, cuando nadie desea que
termine.
Lo expuesto ofició como el leitmotiv tácito de “Y... ¿si
te hubiera pasado?”, un programa que se proyectó durante las
medianoches de los domingos en 2010, en la pantalla de Canal
13 San Luis, y cuyo contenido se centró en historias de tinte
sobrenatural. Rompiendo con la tradición de la leyenda urbana, en
las cuales los protagonistas son individuos imposibles de ubicar
para la ratificación de sus vivencias, este producto televisivo se
caracterizó por documentar el testimonio de quienes aseguraron
haber atravesado diversas situaciones de connotaciones asombrosas.
Luego de algunos años de la única temporada de “Y...
¿si te hubiera pasado?”, sus responsables continuaron recibiendo
comentarios celebrando la iniciativa de haber plasmado una
producción de tales características, lo que derivó en una nueva
inquietud, la de trasladar al papel algunas de las anécdotas
recopiladas. Así es como fue esbozándose “San Luis en el misterio”,
un compendio de las emisiones más comentadas del programa:
- DE CEMENTERIO A CEMENTERIO
Mensajera del más allá
Un motociclista conoce a una joven en la puerta de un cementerio.
La chica le pide que la lleve hasta determinada dirección, pero al llegar,
casualmente otro camposanto, la pasajera ha desaparecido. A partir de
allí, la misteriosa mujer se convertirá en una obsesión para este hombre,
que irá encontrándosela en otras situaciones hasta creer comprender lo
que ella busca de él.
- FANTASMAS DE LA PENITENCIA
Misticismo y terror tras las rejas
La presunta aparición de Jesucristo, la oscura figura de un clérigo
etéreo, la insólita persecución de unos perros voladores, las andanzas
de un siniestro enano y la celda del terror; tales son algunos de los
episodios inexplicables sucedidos en cárceles de San Luis.
- FENÓMENOS EN LA COLONIA HOGAR
La inquietud cotidiana
El predio de lo que años atrás fue conocido como Colonia
Hogar, hoy utilizada por el Ministerio de Inclusión Social, ha sido
y es escenario de sucesos inquietantes, entre los que se destacan
el deambular de un niño espectral, las apariciones de un huidizo
sacerdote y escalofriantes sonidos.
- DUENDES EN EL CAMPOSANTO:
Anécdotas de una ciudad del silencio
Varios cuidadores del Cementerio Municipal de Villa Mercedes
aseguran haberse topado en varias ocasiones con unas “personitas
verdes”, describiéndolos como duendes chillones. Estas situaciones
se suman a otros hechos que han tenido a la citada necrópolis
como escenario.
MISTERIOS EN EL PALACIO
Duendes y espectros en la antigua Casa de Gobierno
La antigua Casa de Gobierno, actual sede del Poder Judicial
de la Provincia de San Luis, encierra varios misterios, como la
de una dama de blanco que muchos han visto pasearse por las
galerías. A esta leyenda se le suman extraños eventos acaecidos
en el Edificio Administrativo, construcción adosada al centenario
palacio.
NOCHE DE MIEDO
No estaban solos en aquella casa
Una vivienda desocupada de La Toma se convirtió en
albergue por una noche de dos amigos de San Luis, que viajaron
a la Capital del Mármol Ónix para asistir al show de una conocida
banda de cuarteto. Sin embargo la agradable velada se convirtió
en una noche de terror cuando una siniestra e invisible presencia
se hizo sentir en la residencia.
LA NOCHE DEL PERRO NEGRO
Pánico en la escena del crimen
Las reiteradas denuncias sobre el deambular de un misterioso
sujeto vestido de negro, motivaron que la Policía montara guardia
en una agreste zona del sector este de Villa Mercedes. Los efectivos
no pudieron ubicar a ningún sospechoso, pero sí conocieron el
pánico al enfrentarse a un enorme y fantasmal perro negro.
POSESIONES Y ExORCISMO
Invasión de cuerpos, usurpaciones de almas
Varios casos atribuibles a supuestas posesiones demoníacas
han sido registrados en la Provincia de San Luis. Entre ellas se
destaca la de dos hermanos adolescentes que caían en un siniestro
y agresivo éxtasis, como también la del episodio en la que un
policía debió oficiar como exorcista, rol que, en otro caso, también
adoptó un conocido político y músico.
HABITANTE DE LAS SOMBRAS
El siniestro legado de “El Uñudo”
En el invierno de 2004, Justo Daract se vio sacudida por la
serie de apariciones de “El Uñudo”, nombre que se le dio a un
siniestro humanoide que muchos aseguraron haber visto dando
prodigiosos saltos. Durante meses, la ciudad experimentó recelo
durante las noches, al tal punto que la Policía no dio abasto para
atender todas las llamadas de auxilio.
“San Luis en el misterio” no ambiciona desmitificar leyendas, ni
tampoco ser un instrumento apológico del misterio; tan sólo pretende
convertirse en una lectura entretenida, reflejar de un modo testimonios
inéditos e insólitos, y ser un aporte al folclore contemporáneo, velando
para que historias dignas de ser divulgadas perduren en el acervo
popular de un modo tradicional, un libro.
de cementerio a cementeriomensajera del más allá
Invierno de 1994, San Luis capital. No hacía demasiado frío,
por lo que a Héctor Gatica, curtido motociclista, le bastó abrigarse
con una liviana campera para dar una de sus vueltas diarias al
morir la tarde. A poco de iniciar su paseo fue testigo de cómo
el tránsito mermaba y los comercios cerraban sus puertas. En un
rato sería hora de la cena, pero antes de ello Héctor, que no tenía
rumbo fijo, decidió hacer una escala para saludar a su pequeña
ahijada. Pero nunca llegaría a la casa de sus compadres, no en
esa ocasión, pues le aguardaba un viaje surrealista que lo llevaría
a enfrentarse con un terror impensado, en el mismo borde de la
locura.
El destino que acababa de improvisar se hallaba a escasas
cuadras del Cementerio del Rosario. Héctor circuló en sus dos
ruedas por calle Ayacucho, hasta el final de ésta, doblando luego
hacia su derecha. Fue allí, frente a la puerta principal de la citada
necrópolis, donde comenzaron los extraños eventos que dieron
origen a esta desventura. “De bien que iba, el motor se detuvo;
también el sistema eléctrico, todo -relató Héctor-. Jamás me había
pasado algo así, porque no es que empezó a fallar, simplemente
se apagó, algo que jamás había sucedido y que nunca pude
explicarme”.
Sin ser un avezado mecánico, el hombre se dispuso a revisar
el motor, cuando de repente...
-¿Se rompió?
Aquella pregunta le sorprendió durante pleno intento de
reparar la avería. Ningún sonido de pasos la había precedido,
detalle que además le hizo caer en la cuenta de que no había
más nadie en la calle; sólo él, y ahora la dueña de aquella voz.
“Era una chica menuda, estimo que de un metro sesenta,
cabello negro y largo. Llevaba botas negras, una campera de cuero
del mismo color y pantalones blancos; era ciertamente linda”,
recuerdó Héctor.
-Sí -respondió él tras un instante-. No sé qué puede haberle
pasado; combustible tiene, el motor funcionaba bien es la primera
vez que me ocurre.
-Qué lástima, podrías haberme llevado -se lamentó ella,
sonriendo.
Él también lo hizo, pero para ocultar su frustración. “¡Será
posible!”, me dije, no sólo me quedaba de a pie, sino que además se
me presentaba una oportunidad y no podía aprovecharla. “Intenté
apurarme para solucionar el problema, pero ya lo había intentado todo”.
-Probá de nuevo
-propuso ella.
Héctor le hizo caso
por simple cortesía, pues
aquél sería el enésimo
intento sin éxito. No
obstante, al accionar el
arranque el motor rugió de
manera habitual.
-Te lo dije. Ahora
no tenés excusa, tendrás
que llevarme -dijo la
chica, mientras su sonrisa
mostraba una hilera de
inmaculadas perlas.
-¡Arriba, pues!
-exclamó él, recuperando la
alegría con creces, mientras
montaba la motocicleta y
la acercaba al cordón de la
vereda para facilitarle a ella
el acceso al asiento trasero.
“Lo del arranque de la moto me sorprendió, pero cuando
ella se subió fue lo primero que en verdad me llamó la atención.
Como dije, la chica era bajita y menuda, mas al sentarse la moto
se hundió como si se tratara de alguien que la triplicara en peso.
Estuve a punto de hacer algún comentario al respecto, pero de
inmediato me di cuenta de que hubiese sido una impertinencia y
callé, lo que no pude hacer cuando sentí sus manos al aferrarse
a mí ¡Eran como de hielo!”
-¡Qué frías tenés las manos! -disparó.
-Todos me dicen lo mismo -acotó ella, con total
despreocupación-, pero yo no siento el frío.
Tales situaciones, en una calle desolada y frente a un
cementerio de por sí parecen brindar un clima tenebroso, sin
embargo Héctor se concentró en lo afortunado que era al estar en
ese lugar y en el momento indicado. Se había encontrado con una
bella muchacha a quien no le resultaba indiferente y se mostraba
deseosa de pasear con él en su moto. Joven, soltero y con tiempo,
el protagonista de esta historia se dispuso a disfrutar de su suerte.
-¿Adónde te llevo?
-Cerca, a casa de mis padres, -dijo ella. En Chacabuco y
Balcarce.
Y entonces el vehículo partió raudo por calle Santa Fe al
norte y de allí por Belgrano al este. Héctor había memorizado las
coordenadas, pero tenía otros planes. No era demasiado tarde aún
y se le ocurrió invitar a su nueva amiga a tomar algo en alguno
de los bares ubicados frente a la céntrica plaza Pringles. Durante
el trayecto hizo algunos comentarios banales para generar una
conversación, sin embargo su pasajera no se mostró locuaz. Sólo
la oyó cuando al llegar a la intersección con Chacabuco él siguió
de largo.
-Te dije Chacabuco y Balcarce, ¿por qué no doblaste? -le
increpó, molesta.
-Sólo pensé que podríamos ir a tomar...
-No -interrumpió, con sequedad-. Me llevás a donde te pedí
o me bajo aquí mismo.
-De acuerdo, te llevo, te llevo -dijo él, mientras pensaba
que todo había sido demasiado perfecto hasta entonces.
“Me molesté bastante y decidí llevarla a destino y marcharme
sin más, por lo que seguí otra cuadra para doblar en San Martín,
que en esos años tenía la misma dirección que Chacabuco, de
norte a sur. En el trayecto casi choco con la parte trasera de
un colectivo, que frenó de improviso y sin motivo alguno, pero
finalmente arribamos a la esquina mencionada por la chica. Recién
entonces caí en la cuenta de que se trataba de otro cementerio,
el San José”.
Nuevamente Héctor colocó su moto junto al cordón de la
vereda para que la joven bajara.
-¿Te queda bien aquí? -preguntó, al notar que ella no se
movía.
“Al no obtener respuesta miré hacia atrás por si no me
había escuchado, pero la chica ya no estaba. Me encontraba solo
en mi moto”.
Un escalofrío recorrió por completo al conductor, quien de
inmediato apeló a la lógica para tratar de dar con una explicación;
atinó entonces a suponer que la chica se había caído, quizás en la
maniobra que se viera obligado a hacer para evitar chocar contra
el colectivo.
“Rápidamente di la vuelta a la manzana pero no la encontré.
También les pregunté a unos muchachos, que había visto
momentos antes, si se percataron de alguna maniobra extraña,
pero sólo se quedaron mirándome como si yo estuviera loco.
Durante un buen rato seguí dando vueltas por la zona, hasta
que me di por vencido y decidí ir a mi casa, pensando que esta
misteriosa joven simplemente se había bajado por su cuenta,
aunque indefectiblemente me hubiera enterado”.
La frustración y la intriga acompañaron a Héctor hasta su
domicilio, un loft céntrico. Tras dejar su vehículo en el galpón
lindante decidió acostarse sin cenar. Lo vivido le había quitado el
apetito y aumentado su cansancio. Dejó las llaves en un gancho,
colocado en la pared a tal fin, y se metió en la cama. “Entonces
pasó algo muy extraño, pues más allá de que era invierno la noche
no era tan fría, sin embargo en mi casa había un clima glacial,
a tal punto que decidí encender una estufa a cuarzo y colocar
una manta en la cama. Creo que hasta me acosté vestido y aún
así seguía temblando. Por otra parte, sonidos habituales, como
el respirador de mi pecera, comenzaron a incomodarme, como
también el ruido de la calle. De pronto escuché un golpe metálico
que me sorprendió para ver qué había ocurrido. Así descubrí que
las llaves que había colgado estaban en el suelo. Me llamó mucho
la atención, pues las puse de un gancho del que era imposible
que cayeran. Entre preocupado y molesto, pero con mucho frío,
regresé a la cama y me impuse conciliar el sueño”.
La seguidilla de extraños eventos apenas había comenzado,
pues el momento más escalofriante de la noche sucedió a
continuación: �Pasados unos instantes desde que me acostara,
algo me hizo mirar hacia la puerta y grande fue mi sorpresa al
ver que en el umbral había alguien. Era la chica que rato antes
había llevado en mi moto”.
“Su figura estaba iluminada por la luz de la estufa eléctrica,
lo que me permitió ver que me sonreía de un modo extraño.
Más que alarmado busqué el interruptor de la luz, pero cuando
pude accionarlo ella ya no estaba. Busqué por toda la casa, para
finalmente comprobar que me hallaba solo, que todo estaba
cerrado y por ende nadie había entrado ni salido. A modo de
conclusión llegué a decirme que todo había sido producto de mi
imaginación, quizá por la singular experiencia que había vivido esa
noche. El caso es que ya no pude dormir, y cuando el reloj sonó
para indicarme que era hora de ir a trabajar, aún seguía pensando
en el asunto”.
El sol ni siquiera se insinuaba cuando Héctor ganó nuevamente
la calle a bordo de su moto, esta vez para dirigirse a su trabajo,
en la planta de la empresa Zanella, ubicada en el Parque Industrial
Oeste. Los pensamientos que horas antes lo habían obsesionado
seguían dándole vueltas, en busca de una explicación.
“Yo tenía una amiga, Mary, que era muy aficionada a
las situaciones paranormales y por ende sabía bastante. Había
considerado contarle lo que me pasó, sin embargo cuando viajaba
a mi trabajo me pareció casi ridículo hacerlo y creí que durante el
transcurso de la mañana terminaría olvidándolo todo, o al menos
restarle importancia”.
No sería así. En aquel corto y rutinario viaje le tocaría vivir
otro episodio digno de novela o película de misterio.
“En un momento del trayecto decidí pasar a un camión, y
estaba a punto de realizar la maniobra pertinente cuando, por
algún motivo, vi hacia mi derecha y allí estaba una vez más aquella
desconocida. Se hallaba de pie, mirándome desde la banquina. La
sorpresa me hizo dar un fuerte suspiro que empañó el parabrisas
del casco, por lo que de inmediato la subí para no quedarme a
ciegas, entonces me encontré con la parte trasera del camión casi
encima. Frené con bastante violencia para evitar la colisión, y en
ese instante pasó otro camión en sentido contrario, ya que en
esa época la ruta tenía una sola vía de doble mano. Muy agitado
paré en la banquina, buscando a la joven, pero había desaparecido.
Hasta hoy me queda la duda de si ella quiso provocarme un
accidente o, en su defecto, evitármelo”.
La media mañana encontró a Héctor trabajando como un
autómata, pues no podía dejar de pensar en los extraños sucesos
que le habían tocado experimentar. Finalmente decidió llamar por
teléfono a su amiga.
-Tengo que hablar con vos, anoche no pude dormir nada.
-Qué curioso, yo también tuve una mala noche. ¿qué te
pasó? -inquirió ella, desde el otro extremo de la línea telefónica.
-Prefiero contártelo personalmente. Si en un rato puedo
salir pasaré a buscarte para llevarte a tu casa y en el trayecto te
explicaré.
Si bien había estimado que a la luz del día las cosas se
verían diferentes, Héctor debió reconocerse aún impresionado por
todo lo sucedido, y la necesidad de conocer la opinión de su
amiga le hizo encontrar el tiempo para hacer un alto en sus tareas
e ir a verla. A bordo de su motocicleta salvó en pocos minutos la
distancia que separaba su trabajo con el de ella, pero al llegar se
enteró de que el viaje había sido en vano.
-No se sentía bien y se retiró a su casa -le explicaron los
compañeros de Mary.
Domeñando su impaciencia regresó a la empresa Zanella,
planeando visitar a la joven durante la tarde. Sin embargo la
jornada le depararía más sorpresas. Casi en el mismo punto donde
horas atrás viera a la chica y donde por poco protagonizara
un accidente, la ya conocida figura volvía a presentársele, como
esperándolo.
“En esta ocasión estaba en la banquina sur, de pie y mirándome
mientras sonreía -contó-. A esa altura de las circunstancias ya no
me quedaban dudas de que todo aquello no era nada normal y
decidí ponerle un punto final. Fuera lo que fuera, hablaría con ella
y le exigiría una explicación, por lo que me detuve para esperar
que pasara un camión que transitaba en sentido contrario, pero, al
disponerme a cruzar la ruta, la chica había desaparecido”.
Aquella tarde Héctor no pudo ver a Mary, pero sí visitó la
Catedral, solicitando entrevistarse con un sacerdote, “ya que para
ese momento consideraba seriamente que aquella joven no era de
este mundo. Tras oír mi relato, el cura dedujo que yo estaba algo
alejado de la Iglesia y por tal motivo podían estar sucediéndome
esas cosas. Me sugirió rezar y así lo hice”.
Por la noche Héctor recibió la visita de algunos amigos
en su loft y la tertulia se prestó para que él les contara la
curiosa historia. En ese clima intimista y de confianza surgieron
diversas conjeturas, todas vinculadas a lo sobrenatural, y a pesar
del escepticismo de la mayoría, del propio Héctor inclusive, una
sensación de inquietud y hasta de temor se apoderó del grupo. Es
que el anfitrión había resultado tan creíble al compartir la anécdota
que nadie dudó de su palabra, de hecho le creyeron a tal punto
que se resistían a enfrentarse a la oscuridad de la noche. “No
obstante, al otro día debía madrugar para ir al trabajo, por lo que
al rato todos se marcharon y me dispuse a descansar”.
Ya de madrugada, el sueño de nuestro amigo se interrumpió
por algo indefinido, que bien pudo ser un ruido o quizás una
sensación. Fuese lo que fuese, Héctor se levantó y se dirigió
hacia el galpón donde guardaba su moto, temiendo que algún
ladrón hubiese entrado. Al llegar a dicho recinto sufrió un violento
sobresalto al ver, apoyada en su vehículo, a la aparecida.
-¡¿Qué querés?! -gritó para darse coraje y a la vez para
enterarse de qué había detrás de todo aquello.
Pero la joven no se inmutó para nada, tan sólo esbozó una
de sus enigmáticas sonrisas antes de responder:
-Te necesito.
Un ruido a su espalda hizo que Héctor se volviera en seco
y ponerse en guardia.
-¿Qué pasa, sobrino?
Era su tía, que vivía al lado y que, ante los ruidos y el grito
del joven, también se había levantado.
Recuperándose a medias de ese segundo susto, Héctor volvió
a mirar hacia la joven, pero ésta se había esfumado una vez más.
El insomnio se adueñó durante algunos días del protagonista
de esta historia, temiendo ser sorprendido en cualquier momento
por la aparición, cuyo origen y motivos le resultaban desconocidos.
Y no podía dejar de pensar en aquella frase tan breve y al mismo
tiempo inquietante, dicha apenas en un susurro: “Te necesito”.
Justamente durante esas horas de desvelo Héctor recordó un
episodio de lo más trivial, sucedido algunos años atrás: “Durante
algún tiempo vivió en casa una amiga oriunda de La Toma, a
la que visitó en un par de ocasiones una tía. En una de esas
oportunidades esa mujer vestía pantalón blanco, botas negras y
campera de cuero del mismo color, una indumentaria similar a la
de la joven que se me había estado apareciendo. Era menuda y de
cabello largo y lacio, pero fuera de esas características no guardaba
otro parecido, sin embargo aquel detalle me quedó dando vueltas
en la mente, hasta que sentí la necesidad de saber de ella”.
Con el pasar de los días, la sospecha de que podía existir
alguna conexión entre ambas mujeres llegó a tal punto que
Héctor decidió sacarse la duda. “Viajé finalmente a La Toma, no
le encontraba mucho sentido, pero algo me decía que debía ir,
además no contaba con otra explicación. En el colectivo me tocó
por compañera de asiento una señora con la que entable una
conversación, en el marco de la cual le conté el motivo de mi
viaje y se interesó mucho en los detalles. Una vez en La Toma y
mientras nos despedíamos, aquella señora me regaló una medalla
de la Virgen para que me ayudara en mi cometido. Aún la tengo
conmigo”.
La Toma es una localidad en la que perdura el “aquí nos
conocemos todos”, sin embargo a Héctor no le resultó tan sencillo
dar con el paradero de la tía de su amiga. “Había estado en la
casa de esa mujer tiempo atrás, pero no recordaba dónde quedaba
y tampoco tenía a quién preguntar. Hacía mucho frío ese día y
tenía las horas contadas para tomar el colectivo de regreso. Luego
de un rato pensé que volvería a San Luis sin haberla visto, sin
embargo, tras preguntar aquí y allá, finalmente pude encontrar su
domicilio. Al llegar, con esa sensación de que hallaría respuestas,
llamé un par de veces sin que nadie me atendiera. Me disponía
a retornar por mis propios pasos cuando finalmente la puerta se
abrió y me encontré con la tía de mi amiga”.
-¡Héctor! ¿Cómo sabías que te necesitaba? -le dijo ella, a
modo de saludo y sin ocultar para nada su sorpresa.
Al ingresar a la casa, el hombre se encontró con un panorama
desolador: la vivienda estaba prácticamente vacía.
-Mi marido y yo tuvimos una discusión tremenda tras la cual
me dejó. Se llevó todo, ni siquiera tengo para comer.
Durante un rato ambos conversaron de la situación que ella
estaba atravesando y los pormenores de la ruptura. Él, por su
parte, la consoló asegurándole que pronto estaría bien y que no
debía dejarse vencer por la adversidad. “No tenía mucho, pero le
dí todo el dinero que llevaba conmigo”.
Una vez en la puerta, mientras se despedían, la mujer volvió
a preguntar:
-¿Cómo sabías que te necesitaba?
-No sé, creo que lo presentí -respondió él, sin ahondar en
detalles.
“No le conté nada de lo que me había pasado, creo que no
tenía sentido hacerlo, pero al marcharme experimenté un enorme
alivio, como si me hubiese quitado un peso de encima”.
Héctor Gatica ya no sufrió las inesperadas apariciones de la
joven que cierta noche le pidió que la llevara en su motocicleta,
y no protagonizó ninguna otra situación que pudiera considerarse
sobrenatural.
Tampoco tuvo más noticias de la mujer de La Toma. Curioso
resulta además que nunca volvió a saber de Mary, su amiga: “No
hubo más llamados, nunca fui verla ni ella vino a verme; no sé
porqué, pero ni siquiera nos hemos cruzado por la calle en todos
los años que transcurrieron desde entonces”.
Quizá Mary, por esa comunión que la unió durante varios
años con Héctor, también tuvo algún vínculo con los extraños
eventos aquí narrados, al menos es lo que solapadamente el
hombre considera al recordar su aventura. O puede que tan sólo
sea una historia dentro de otra que guarda ciertas coincidencias,
cuyo fin se suscitó en la forma de la interrupción de una amistad,
o una pausa, por meros caprichos de la vida.
La experiencia confiada por Héctor Gatica se asemeja
enormemente a una vieja leyenda urbana, muy popular en muchos
países, y que se presenta con títulos diversos y variadas versiones.
Una de las más sonadas cuenta que un joven conoce en un
baile a una chica con la que congenia de inmediato, ofreciéndole
su abrigo al notar su piel helada cuando la acompaña hasta su
casa, prometiendo visitarla al día siguiente. Cuando eso último
se concreta, el muchacho recibe una noticia alarmante, pues los
dueños de casa le informan que su hija responde a las señas
que él menciona, pero que ha fallecido hace algún tiempo. Ante
la insistencia del joven, los dolidos progenitores lo llevan hasta
el cementerio para que vea la tumba con la foto de la difunta,
hallando sobre la lápida el abrigo prestado.
Otra variante menciona que la chica de marras toma un taxi
en medio de la noche e indica ser llevada hasta el cementerio, y
que al llegar a destino simplemente se esfuma.
Héctor Gatica, protagonista de
la inquietante aventura.
Más allá de las diferencias en el modo de contar la situación,
siempre se da el común denominador que quien protagonizó el
curioso episodio es el primo de un amigo del vecino del conocido
de un ex compañero de trabajo; ergo, alguien imposible de
ubicar para corroborar la veracidad de los hechos, circunstancia
muy propia de las leyendas urbanas, narraciones increíbles que
pretenden parecer verídicas, pero que carecen de testigos directos.
Como epílogo de esta historia es de destacar que esta
historia fuera divulgada por Héctor Gatica en exclusiva para el
programa “Y ¿si te hubiera pasado?”. Tras su televisación, algunos
televidentes aseguraron haber visto deambular por las angostas
callejuelas del cementerio San José a una joven de características
similares a las descritas por Héctor. Incluso un espectador envió
a la redacción una fotografía tomada en esa necrópolis. Dicha
imagen no ofrece una alta calidad y, de acuerdo a lo explicado por
su autor, fue escaneada de una original tomada con una cámara
analógica.
La postal muestra uno de los varios mausoleos que existen
en el pequeño y pintoresco predio, y frente a él una figura apenas
distinguible. Podría tratarse de una aberración de la lente de
la cámara, tal vez algún efecto antojadizo de la luz o sólo una
pareidolia (suerte de espejismo recreado por la mente ante una
imagen incierta, a la que puede darse una interpretación fantasiosa
basada en la predisposición del testigo). No obstante, lo que se
aprecia también podría ser la difusa silueta de una mujer vestida
con pantalón blanco y botas y campera de color negro.
eniGmaS traS LaS reJaSmisticismo y terror en las cárceles
El agente penitenciario se levanta de la silla, se despereza y mira
su reloj, que acusa las cuatro de la mañana. Toma la pistola que ha
dejado sobre el escritorio y la coloca en su funda, luego revisa el seguro
de la ametralladora, enciende la linterna y sale de la guardia siguiendo
el haz de luz.
Noche de verano, algo fresca a la madrugada. Mira al
cielo y lo encuentra envuelto en negros nubarrones, perfilados
intermitentemente por relámpagos. La seguidilla de apagados
truenos le anuncia que pronto lloverá. Héctor Luna avanza para
cumplir con su rutina en la cárcel que duerme, o parece dormir.
El celador va con paso lento y seguro, el oído presto
a cualquier ruido inusual y la vista atenta, incluso de rabillo,
mientras el índice derecho acaricia el costado del gatillo. El lugar
es la Cárcel de Encausados de Villa Mercedes, un recinto donde
los detenidos aguardan a que la Justicia decida si recuperarán la
libertad o serán enviados a la Penitenciaría de San Luis.
No hay presos famosos por su violencia ni astucia, pero no
deja de ser una prisión y los cuidados a tener han de ser iguales
a los de cualquier penal. Luna sabe que convive con el riesgo y
ha sido entrenado para no descuidar ningún detalle, aún en una
noche como aquella, en la que todo parece estar en calma.
Rato después ha comprobado que nada anormal sucede en
los pabellones, tampoco en las demás dependencias. Estima que
en ese mismo momento sus compañeros estarán visitando la parte
superior del predio para cerciorarse de que allí las cosas también
estén bajo control.
Entonces comienza a llover.
El penitenciario ingresa en la pequeña capilla ubicada en los
fondos del complejo. Parece que el cielo caerá de un momento a
otro; típica tormenta de verano. Mientras aguarda que el chaparrón
mengüe y pueda volver a la guardia sin empaparse, se dedica a
dar el corto paseo que le permite el pequeño templo. Ha visto
infinidad de veces los ornamentos sagrados, como el Vía Crucis
de madera confeccionado a escala, de todos modos le agrada ese
recinto, cuya paz contrasta con el ámbito en el que se encuentra
enclavado. Para pasar el tiempo acomoda algunas sillas, levanta
una estampita que deposita sobre el altar. Mira nuevamente el
reloj, son las 4:25 y la lluvia no cesa. Luna decide entonces cruzar
corriendo el patio y lo hace, regresando a la guardia. Deja sus
armas y la linterna a mano, cuelga el piloto y se repantiga en la
silla, dispuesto a descansar otro rato. Tiene el sueño liviano y abre
los ojos al menor sonido, gajes del oficio. Pero no duerme, tan
sólo relaja el cuerpo con los ojos cerrados para acostumbrarse a
la oscuridad a la que ha vuelto.
Pero de repente algo sucede.
Ha sentido algo extraño, como un resuello. La impresión de
que alguien ha suspirado frente a su cara es lo suficientemente
real como para reaccionar de inmediato. Abre los ojos y entonces
ve lo que jamás olvidará.
Lo vivido por Héctor Luna durante una noche de guardia bien podría considerarse una experiencia mística.
Frente a él hay un hombre. Viste una túnica blanca, usa el
cabello largo y tiene barba. Luna se queda paralizado, sin atinar
a nada. Sus reflejos no responden. El visitante retrocede y gira
lentamente hasta ofrecerle un perfil, junta sus manos en gesto de
oración y se esfuma.
“Desapareció delante de mi vista -juró Luna-. Me quedé duro,
sin saber qué hacer, dudando en tomar la linterna o el arma, para
finalmente y casi por instinto persignarme”.
Recuperándose a medias de la sorpresa, el celador toma la
linterna y el arma y sale de la guardia, buscando en vano a quien
ya no está, a quien no ha dejado huella alguna.
“Miré la hora, eran las 4:27. Habían pasado apenas un par de
minutos desde que cerré los ojos, por lo que no hubo tiempo de
que me durmiera y que aquello fuera un sueño, pero de haberlo
sido resultó demasiado real. Fue una situación sobre la que a
menudo me pregunto si pasó o no, sin embargo lo que sí tengo
muy presente es que no sentí miedo, sino que invadió una paz
muy profunda”.
Cada vez que recuerda y comparte aquella experiencia, Héctor
Luna se preocupa por dejar en claro que no rechaza la posibilidad de
que aquello fuera justamente un sueño, el más vívido y real que haya
tenido, sin embargo tampoco descarta que haya sucedido pues, aunque
no lo dice directamente, como hombre de fe le gusta pensar que fue
testigo de una manifestación de Jesucristo.
Breve reseña sobre la Cárcel de Encausados
Uno de los investigadores más prolíficos y prolijos que tuvo San
Luis fue el polifacético Edmundo Tello Cornejo. Su curriculum vitae lo
presenta como atleta en varias disciplinas, dirigente político y deportivo,
legislador municipal, provincial y nacional, docente, escritor, periodista
e historiador.
Oriundo de Candelaria, y afincado más tarde en Villa
Mercedes, este hombre trabajó incansablemente en cuanta meta se
propuso, hasta que el 27 de julio de 2011 dejó de existir.
Pocas semanas antes de su deceso acudí a su casa de calle
Potosí en busca de datos históricos sobre la Cárcel de Encausados.
Otros historiadores locales lamentaban carecer de información al
respecto, pero si alguien podía tenerla era justamente Tello Cornejo.
Aquella entrevista resultó ser una de sus últimas participaciones
mediáticas, sino la última. Con su partida quedó no sólo el
sinsabor de no poder seguir contando con su siempre generosa
colaboración, sino también perder a una de las personalidades más
ilustres, queridas y respetadas de San Luis.
A sus 95 años, y haciendo gala de una lucidez y memoria
prodigiosas, el investigador fue directo a una de las innumerables
carpetas que cubrían las paredes de su estudio y, tras una rápida
consulta a su contenido, indicó: “La construcción de la Cárcel de
Encausados se inicia a partir del siglo xIx y finaliza después de
varias décadas, ya en el siglo xx. El edificio que primero se termina
era el ubicado en Ayacucho y Belgrano (a metros de donde se
desarrolló la entrevista), que empezó antes de que se fundara Villa
Mercedes, que por entonces se denominaba Fuerte Constitucional,
o también Fuerte Constitución. Por disposición del gobernador
Justo Daract se encomendó al comisario de San José del Morro
que dispusiera el desmonte de la primera manzana de la ciudad
(hoy plaza Lafinur), adonde poco después arribarían las tropas
bajo la conducción del coronel José Iseas, provenientes del Fuerte
de San Ignacio. Por tal motivo el edificio fue primero albergue
de soldados, llegando a funcionar luego la Jefatura de Policía.
Simultáneamente se instalaron en el predio las dependencias de
la Cárcel de Encausados, mientras que en la esquina de Ayacucho
y Balcarce se ubicaron el Registro Civil, el Juzgado de Paz y el
Juzgado del Crimen”.
El historiador agregó: “Esa cárcel tenía gruesos muros y
contaba con una amplia galería protegida con rejas, además de un
comedor comunitario y un aula donde funcionaba la escuela; en
antaño hubo muchos presos que entraron analfabetos y recuperaron
la libertad sabiendo leer y escribir”.A mediados de los ’90, el Gobierno de la Provincia dispuso
construir en lo que fue la segunda manzana de la ciudad la nueva
sede del Colegio de Comercio “Benito Juárez”.
La obra implicó la demolición de la vieja prisión, aunque
conservando la fachada, la cual permite apreciar la solidez de sus muros.
La celda maldita
El hombre no es muy alto, pero sí robusto y de apariencia adusta
y recia. Tiene la mirada fiera, el entrecejo fruncido y las manos siempre a
punto de cerrarse en puño, como si estuviera listo para atacar. Se apellida
Godoy y es oriundo de La Pampa. Se ha implicado en varios ilícitos y se le
endilgan al menos dos homicidios, lo que lo llevó a iniciar un periplo que
lo lleva a deambular por la zona rural de su provincia y pasar la frontera,
escapando de una condena segura, arribando finalmente al sur de San
Luis. Consiguió trabajo como hachero y alambrando campos, pero la
delincuencia es un cáncer demasiado ramificado en su personalidad
y pronto vuelve a robar, valiéndose de un revólver del calibre 38 cuya
culata ostenta dos muescas; una de ellas simboliza a un matón como él,
la otra a un policía del oeste de Buenos Aires, ambos caídos en tiroteos
sin ventajas, según se ha ufanado el propio Godoy en alguna que otra
charla con “gente del palo”.
Finalizan los años ’70 y las localidades de los nuevos dominios
del forajido son chicas y alejadas entre sí, pero igualmente todos los
lugareños se conocen, por lo que no pasa mucho tiempo para establecer
que la descripción de quien ha hecho de las suyas en estancias de la
zona se ajusta demasiado a la del pampeano. El arresto se consuma,
no sin dejar como
saldo a un policía
herido de bala en
un brazo y a otro
con el tabique nasal
partido, resistencia
que no ha servido
más que para
agravar la situación
del imputado
y fortalecer las
sospechas que sobre
él recaen, además de
elevar su fama. Una
semana después es
enviado a la Cárcel
de Encausados de
Villa Mercedes.
Antes de verlo, los encargados de la prisión vaticinaban que
tendrían problemas con aquel individuo, tan dado a la violencia como al
desprecio por la autoridad. En una población de hombres acusados de
hurtos y estafas menores, un duro como Godoy está predestinado a ser
líder, sino de una fuga, al menos de un motín.
Apenas traspasa los altos y gruesos muros de su nuevo alojamiento
mira a todos con desdén, aún teniendo las manos esposadas y a dos
de los más robustos policías como custodia. La alcaldía ha dispuesto
que sea recibido por los penitenciarios más veteranos, con el fin de
amedrentarlo desde el vamos, pero a Godoy le causan gracia, a juzgar
por la risita socarrona que les dedica.
-A la celda de aislamiento –ordena el jefe de turno, para luego
dirigirse al nuevo prisionero-. Las reglas aquí son simples, haga caso a
lo que se le dice, no cause ningún inconveniente y todo irá bien. Pasará
una semana separado de la población carcelaria, es el proceso de
adaptación, luego irá al pabellón a esperar lo que dictamine la Justicia.
Aquel breve preámbulo aburre al pampeano, quien ya comienza
a maquinar en silencio su pronto escape. Colige que no ha de ser nada
difícil burlar a celadores acostumbrados a lidiar con rateros de poca
monta. Él pertenece a otra ralea, es el último gaucho bravo.
Lo conducen al ala este del edificio, se le retiran las esposas e
ingresa en la celda. Ya a solas mira el recinto y concluye que no está
mal para descansar mientras alimenta su plan de fuga. Se recuesta en el
estrecho camastro, deseando la pronta llegada del sueño.
Media hora más tarde, de la celda se oyen alaridos estremecedores.
-¡Por Dios y la Virgen, sáquenme de acá!
Alarmados, pero previendo que pueda tratarse de una treta,
varios penitenciarios corren hasta el calabozo y mientras uno hace
girar la llave, los demás permanecen dispuestos a reducir al reo. Pero al
abrirse la puerta ven salir a un Godoy con el rostro desencajado, los ojos
exageradamente abiertos y preso de un violento temblor.
-¡No me dejen en esa celda, se los ruego! ¡Llévenme a cualquier
otro lugar, pero no ahí, se los imploro! -exclama, sollozando como un
niño perdido.
Se resiste a ser devuelto a ese calabozo y finalmente el jefe de
turno resuelve llevarlo a otra dependencia. Nada queda del curtido y
hostil delincuente que arribara rato atrás, ahora el guardia tiene frente a
sí a un hombretón digno de lástima. Sospecha, sabe que el delincuente
es de avería y tiene sobrada experiencia en enfrentar situaciones difíciles.
De todos modos, si todo es una farsa resulta indudable que el prisionero
es un consumado actor, pues las lágrimas son auténticas y el quiebre de
su temple parece demasiado real.
-¿Qué pasa, Godoy, por qué ha gritado así? -exige el jefe de turno.
El aludido tarda un poco en contestar, pues la voz no le responde
y apenas puede articular palabras ininteligibles.
Instantes después se calma a medias y ante la reiteración de la
pregunta mira a quien se la formula.
-¡No me lleve a esa celda, se lo pido, señor, no me lleve!
-¿Pero qué ha pasado? –insiste el celador.
-Ese lugar… ¡es el infierno!
Gran parte de los registros e informes de la Cárcel de Encausados
se perdieron o estarán ocultos en algún depósito olvidado, lo que
impide corroborar que la historia narrada haya sucedido al pie de la
letra, pero la tradición oral siempre insistió en su veracidad. De todos
modos, quienes trabajaron hasta el cierre de la institución aseguran que
la celda maldita existió: “Ningún interno podía estar en ese calabozo”,
confirmó Sergio Centeno, uno de los últimos celadores de la prisión,
quien agregó: “A poco de ser ingresados, los internos comenzaban a
pedir que los sacaran. Todos se desesperaban allí adentro”.
Héctor Luna recordó un episodio puntual: “En una ocasión, del
norte de la provincia trasladaron a un hombre que, si mal no recuerdo,
había cometido un homicidio. A pesar de ello se trataba de una persona
tranquila, de las que no dan problemas. Un poco para que estuviera en
solitario unos días, antes de llevarlo con el resto de los internos, y otro
poco para sacarnos la duda de lo que venía ocurriendo en esa celda,
se lo ingresó allí y esperamos un rato. A los pocos minutos comenzó a
rogar que lo sacáramos; pedía que no lo dejáramos en ese lugar. Es una
situación que se repitió con muchos otros detenidos”.
Acerca de lo que les sucedía a los presos dentro de la
celda de marras no hay nada concreto, pero evidentemente se
experimentaba una intensa carga negativa. “Solían decir que no
podían estar porque veían cosas, que les comenzaba a picar el
cuerpo o que sentían algo que les resultaba imposible de soportar”,
explicó Sergio Centeno.
Este guardiacárcel retirado refirió que aquella habitación tenía
su propia leyenda: “Se cuenta que en épocas de la dictadura murió
un cura en ese calabozo, al menos es algo que todos escuchamos
comentar”.
No hay registros oficiales de que tal episodio haya ocurrido.
Tello Cornejo, prolijo recopilador de la historia de Villa Mercedes,
también aseguró desconocer un evento de tales características,
mientras que referentes de derechos humanos y entendidos sobre
los episodios cruentos de la dictadura militar tampoco pudieron
aportar dato alguno, al igual que las fuentes laicas consultadas.
No obstante, cabe acotar que durante aquel negro capítulo de la
historia argentina se cometieron desmanes que jamás trascendieron.
Puede por ello que algún religioso comprometido con lo social
haya sido castigado en la hoy desaparecida prisión, o hasta cabe la
posibilidad de que alguien falleciera por causas desconocidas en la
celda en cuestión, y que tal deceso originara su fama de maldita.
Sin embargo la mención de un sacerdote se repite en
otra extraña manifestación: “A veces aparecía un cura paseándose
por los pabellones, lo que por supuesto nos extrañaba y por
ende íbamos a buscarlo, pero nunca lo encontrábamos”, aseguró
Centeno, añadiendo: “Era un hombre alto, con una sotana oscura.
Deambulaba por los pabellones y luego ingresaba a la capilla.
Cuando entrábamos con los faroles no veíamos a nadie, a pesar
de que no existían otras salidas”.
Este ex celador mencionó otra situación, quizá la más común
dentro de los misteriosos eventos: “Por las noches solía escucharse
una máquina de escribir, el ruido que hacía era impresionante, no
dejaba lugar a dudas de que alguien estaba usándola. Pero íbamos
a donde estaba y, además de no haber nadie, lo llamativo es que
la única máquina que había era muy antigua y estaba obsoleta,
incluso golpeando fuerte las teclas éstas no se movían”.
Centeno también rememoró otro episodio por demás singular que
le tocó vivir durante un turno nocturno: “Recuerdo que en esa ocasión
me hallaba hablando por teléfono, afuera de la guardia, cuando otro de
los guardias llegó corriendo, muy asustado, entró en la oficina y cerró la
puerta. Obviamente me sorprendí por semejante actitud, sin comprender
lo que pasaba, hasta que escuché unos ladridos y seguidamente los
vi; entonces supe qué había espantado a mi compañero. Eran varios
cachorros, de no más de un mes, ¡pero venían volando! Jamás había
visto nada igual. Ni siquiera colgué el teléfono, directamente lo largué
y golpee la puerta para que mi compañero me abriera. Jamás pudimos
explicarnos semejante cosa”.
El enano de la Penitenciaría
Sergio Centeno terminó su carrera como celador en la Penitenciaría
Provincial, cuando ya la Cárcel de Encausados había dejado de ser
utilizada. En su nuevo trabajo comenzó a escuchar historias referidas a
la presencia de un misterioso personaje.
“Tengo entendido que hasta el día de hoy, en el nuevo
edificio de la cárcel, suele verse a un enano deambulando por
el predio. Personalmente lo he visto un par de veces y de lejos,
tratándose de una persona de unos 70 u 80 centímetros, que se
les ha aparecido tanto a otros guardiacárceles como a los internos”.
Según este testigo, la curiosa figura aparecería tanto en
Sergio Centeno vivió situaciones insólitas durante su desepeño como celador en las cárceles de la Provincia.
pabellones como en los torreones de seguridad, esfumándose antes
de que quien lo encuentre se recupere de la sorpresa.
El folclore propio de la Penitenciaría le otorga al enano una
personalidad siniestra, y esto lo explica el entrevistado: “Algunos
internos tienen por costumbre autolesionarse, por lo general se
provocan cortes, y varios de ellos han contado que cuando están
haciendo tal cosa se les ha presentado este enano y con ademanes
les indica que no lo hagan en sus brazos; con el característico
gesto de pasar el dedo pulgar por el cuello los incita a degollarse,
mientras libera una risita que hiela la sangre”.
Indicio de lo supuestamente tangible que sería el malicioso
duende, serían “las cachetadas que les da a los guardias de turno
cuando están durmiendo y que son despertados violentamente con
tales golpes”, indicó Centeno, agregando que “algunos internos
suelen dejarle cigarrillos, apareciendo al día siguiente sólo las
colillas, como si los hubiera fumado”.
Sin lugar a dudas que la pérdida de la libertad es una
situación que acarrea traumas intensos, potenciados por el clima
de angustia y violencia que inevitablemente se genera en una
prisión. Frente a tales factores no es descabellado considerar que
una persona pueda experimentar sensaciones singulares y hasta
asombrosas, tanto quienes están de un lado de las rejas como
del otro. Tan sólo una suposición somera amparada en la lógica,
sin que ello implique descartar otras posibilidades que contemplen
que los hechos narrados hayan sucedido. Y ante ello cabe reiterar
la consideración de Héctor Luna con respecto a su anécdota: “Fue
una situación sobre la que a menudo me pregunto si pasó o no,
pero que viví como muy real”.
Dos trabajadoras del Plan de Inclusión Social se encuentran en la
FenÓmenoS en La coLonia HoGarLa inquietud cotidiana
puerta de la Colonia, se saludan como todos los días y tomándose del
brazo se dirigen hacia el taller de costura, donde se desempeñan desde
hace algunos meses. Han llegado antes que sus compañeras, por lo que
tendrán a su cargo abrir el recinto, encender las luces y comenzar a
disponer todo hasta que vayan arribando las demás.
Charlando sobre el clima y otros temas del momento caminan
los cien metros que las separan del edificio donde se encuentra su
sector. Lo rodean, ya que el acceso está en la parte posterior del
bloque, y suben las escaleras. Pero cuando una de ellas coloca la
llave en la cerradura escucha algo que a ambas le hiela la sangre.
La risa de una mujer.
“Fue una carcajada horrible, como de una persona insana, demente.
Nos asustamos tanto que nos fuimos corriendo y no regresamos hasta
que aparecieron todas las chicas”, comentó Norma, quien poco tiempo
después se independizó y dejó el Plan de Inclusión.
Rosita, jefa
del taller de costura,
corroboró el fenómeno:
“En varias ocasiones
hemos escuchado a una
mujer riéndose, cuando
en realidad no hay nadie,
y también oímos que se
mueven las cosas. Yo, al
igual que todas, jamás
nos quedamos solas.
Entramos y nos vamos en
grupo”.
Aún cuando el
lugar queda vacío, los
sucesos extraños parecen
continuar: “Cada vez que nos retiramos apagamos todas las luces y
cerramos con llave, pero al día siguiente nos encontramos con las luces
prendidas. Eso no sólo pasa en el taller, sino en otras reparticiones de la
Colonia”, aseguró Rosita.
La Colonia Hogar es un predio de varias hectáreas ubicado
en el sector este de la ciudad de San Luis, lindante con los fondos
de la Jefatura Central de la Policía de la Provincia. El lugar estuvo
a cargo, tiempon atrás, del Obispado de San Luis, funcionando
un albergue para niños y jóvenes sin hogar que estuvo bajo la
administración de un grupo de sacerdotes. Desde entonces se le
conoce en todo San Luis como la Colonia Hogar, aunque desde
hace varios años es la cabecera del Plan de Inclusión Social,
iniciativa generada por el gobernador Alberto Rodríguez Saá para
brindar una fuente laboral a quienes se hallaban fuera del sistema.
Y justamente como lo asegurara Rosita, el taller de costura
no parece ser el único recinto donde suceden o habrían sucedido
eventos extraños. Yolanda, otra beneficiaria, recordó una anécdota
de cuando se desempeñó en la cocina: “Estaba sola, amasando,
cuando de repente escuché un golpe muy fuerte proveniente del
“Jamás volví a entrar sola al taller”,
confesó Rosita.
interior del horno industrial, algo totalmente inusual. Me asusté
mucho y giré despacio, pensando que habría alguien, pero no vi
a nadie, entonces y con cierto temor abrí el horno, pero no había
nada. Lo que escuché fue como un puntapié muy fuerte, pero
dado desde adentro. Me paralicé de miedo”.
Esta misma mujer brindó el prólogo sobre otro episodio
extraño que suele darse en el predio, y que cuenta con varios
testigos: “Muchos aseguran haber visto de noche a un niño que
se desplaza por la zona de Alfabetización, como si anduviera en
una patineta”.
Concepción, una joven que trabajó como alfabetizadora, narró
la experiencia que le tocó vivir cuando se presentó a solicitar el
citado puesto: “Una tarde acudí a las 14:00 para tener la entrevista
con los responsables del taller, y mientras esperaba escuché en el
pasillo a un nene corriendo, me asomé para verlo, pero no había
nadie. A los minutos volví a escucharlo y tampoco vi nada, por
lo que comencé a asustarme. Cuando ocurrió por tercera vez, una
encargada me dijo que en ese lugar se escuchan cosas y que
algunos también aseguraban haber visto a un niño”.
Yolanda sostuvo que la sensación de presencias intangibles es algo normal.
Frente al edificio de marras se encuentra un grifo y una
pequeña y vieja pileta, “donde suele verse a ese pequeño, a
veces jugando con agua y luego subiendo las escaleras hasta
Alfabetización y ahí desaparecer”, añadió Rosita, coincidiendo con
lo que le contaran a Yolanda y a Concepción.
Laura, una ex alfabetizadora, comentó: “En dos o tres
oportunidades vi un niño jugando con agua, incluso en días en
que hacía mucho frío, y no sabía quién era, pensando que estaba
esperando a su mamá o a su papá, cuando me enteré no sólo
de que nadie lo conocía, sino que sería un fantasma. No creo
en cosas sobrenaturales y nunca me había pasado nada extraño,
y aunque el chico que había visto parecía de carne y hueso, me
asusté bastante. Después lo vi una vez más, desde lejos, y cuando
me miró me dio tanto miedo que atiné a cerrar los ojos, y cuando
los abrí, casi al momento, el nene no estaba más. Poco después
me fui a trabajar a otra parte, pero supe que varias personas
también lo habían visto”.
Para Concepción, la presencia del
niño fantasmal es verdad.
Ricardo, que realizó tareas de mantenimiento, refirió que una tarde,
“ya casi de noche, me retiraba y al pasar frente a Alfabetización sentí que
alguien caminaba detrás de mí, hasta oí los pasos. Me di vuelta esperando
encontrarme con algún compañero, pero no había nadie, incluso pude
notar que las puertas y ventanas del edificio estaban cerradas. Me acordé
entonces de los comentarios que circulaban acerca de que se veía a un
niño fantasma en esa zona, por lo que decidí apurar el paso por las
dudas. Cuando llegué a la altura del edificio donde suelen entregar los
cheques, miré otra vez para atrás y entonces vi que al lado de la piletita
que está frente a Alfabetización había un nene. Estaba de pie, mirándome.
No pude distinguir su cara porque estábamos a cierta distancia, pero
calculo que no tendría más de cinco años. Estuve a punto de volver y
preguntarle con quién estaba, porque ya se habían ido todos, pero pensé
que quizá sería el espíritu del que se hablaba y seguí caminando. Le dije
igualmente a los muchachos
de seguridad que había visto
a un chico en el fondo. Al
otro día les pregunté si lo
habían encontrado, pero
me aseguraron que luego
de revisar todo el predio no
dieron con ninguno”.
Gladys, trabajadora
del mismo sector, aseguró
que “en este edificio las
luces se encienden solas.
Cuando todos nos retiramos
las apagamos, pero al
día siguiente están todas
prendidas, y a veces casi al
momento de haber cerrado
las puertas. También nos
encontramos en varias ocasiones con las ventanas abiertas y las cortinas
corridas, cuando no hay modo de que haya entrado alguien. En algunas
oportunidades también hemos hallado las canillas abiertas”.
Al menos dos mujeres aseguran fuera de grabador haber
visto a un sacerdote deambular por los pasillos de ese edificio.
Al respecto, Gladys dijo: “Según lo que cuentan, se trata de un
cura que sale de uno de los armarios y que luego se esconde
en lugares oscuros y desde allí se asoma, como no queriendo ser
visto, para luego entrar de nuevo al armario”. El mueble de marras
resulta ser una suerte de archivo metálico que se heredó de la
época en que el lugar oficiaba como orfanato. Al momento del
diálogo con Gladys no se le daba uso alguno, permaneciendo en
el rincón de una dependencia utilizada como oficina.
Néstor, otro trabajador, rememoró: “Una tarde vi a un cura
en el fondo, donde están los viveros. Me llamó la atención porque
estaba solo y como si rezara, pero pensé que estaba visitando
el lugar. Después lo vi venir hacia donde estaba yo con otros
compañeros, pero pasaron varios instantes y no llegaba, entonces
les dije a los muchachos: ‘¿adónde se metió el cura?’. Ellos me
preguntaron de qué cura hablaba, pues no habían visto a ninguno,
“Suele verse un sacerdote que entra
y sale de un armario”, refirió
Gladys.
entonces me asomé y ya no estaba. Di toda la vuelta y tampoco
lo encontré. Lo raro de todo es que no pudo haber entrado al
edificio sin que lo viéramos, y tampoco irse por otra parte sin
pasar al lado nuestro. Esto ocurrió hace un par de años, por lo
que le resté interés al tema, aunque cuando hablan de cosas raras
y apariciones me quedo pensando acerca de ese sacerdote”.
Otro misterio, aunque más tangible, son ciertos detalles
edilicios del complejo. En varios de sus edificios, al caminar, se oye
el sonido característico de que se está sobre un recinto oculto, un
sótano. Al golpear en algunos sectores, el eco resultante aumenta
tal conjetura: “Abajo indudablemente hay algo, suena a hueco, no
es propio de baldosas mal colocadas”, opinaron Alberto y Gabriel,
dos beneficiarios que además son albañiles de oficio. No obstante,
el resto de los empleados y las autoridades del Plan aseguran
no haber encontrado nunca acceso a las supuestas habitaciones
subterráneas: “Si las hubo, fueron cerradas hace mucho tiempo,
pues ni siquiera se han notado las marcas características de clausura
que suelen quedar en modificaciones de ese tipo”, explicaron.
Y el otro interrogante surge de una azotea cerrada, ubicada
junto al taller de costura. Nuevamente Rosita, jefa de ese lugar,
indicó: “No nos explicamos la función que tiene ese espacio,
porque si vemos por los caños de desagüe comprobamos que
no hay nada de nada, es una habitación sin techo rodeada de
paredes, pero sin ningún acceso. No hay tanque de agua ni se
explica otra utilidad que pudiera haber tenido”.
No resulta extraño que lugares antiguos, o no tanto, inspiren
a la imaginería para el nacimiento de mitos que terminan generando
un folclore propio, interno, y que diversos cuentos narrados para
amenizar las horas de trabajo adquieran una realidad subjetiva. Tal
puede ser el caso que periódicamente se presentaría con distintas
manifestaciones en la Colonia Hogar, o quién sabe, tal vez algunos
secretos perduren entre las paredes de sus edificios. Lo cierto es
que gran parte de los trabajadores de dicho predio insisten en
que las anécdotas compartidas ocurrieron como las comentaron,
y que no son pocos los que se resisten a permanecer solos en
determinados ámbitos, especialmente donde se insinúa la presencia
de un niño, de un sacerdote y donde se oyen ruidos de origen y
naturaleza desconocidos, como la escalofriante risa de una mujer
que nadie ha visto.
duendeS en eL campoSantoanécdotas en una ciudad del silencio
Ancestralmente hay ciertos trabajos que se vinculan con lo
escalofriante por el entorno en el que se realizan. Sin lugar a dudas uno
de ellos es el de vigilante de cementerios.
Un refrán popular, a propósito muy cierto, reza que “no hay
que temerle a los muertos, sino a los vivos”, pues son estos últimos
los que en realidad tienen la posibilidad de causar perjuicio a sus
semejantes. Pero lo cierto es que deambular por un camposanto
durante la noche a más de uno le resultaría al menos incómodo.
En gran medida ha de ser por una cuestión de influencia literaria,
cinematográfica y hasta de viejas narraciones folclóricas divulgadas
por la tradición oral, concretamente en lo que tiene que ver con
la nunca derrocada suposición de que los fantasmas existen y de
lo aterrador que resultaría enfrentarse a uno.
De por sí, ser vigilante nocturno es un puesto no apto para
cualquiera, por aquello de que la soledad en la noche puede jugar
malas pasadas, aunque sólo sean imaginarias; pero si tal desempeño
debe realizarse en una necrópolis, el asunto indudablemente se ve
potenciado.
No obstante, muchas personas deben llevar a cabo dicho
cometido y quizás a la fuerza se acostumbran a no sobresaltarse
ante ruidos vulgares, que en la oscuridad aparentan tener otro
origen y naturaleza, lo que no les excluye de vivir situaciones que
resultan tenebrosas e inexplicables.
Para citar un ejemplo cabe recordar un hecho sucedido en
el verano del 2010 en el Cementerio Municipal de Villa Mercedes,
donde varios cuidadores pudieron ver lo que, para ellos, eran
duendes.
Primero un muy breve pantallazo acerca del predio en
que ocurrieron tales acontecimientos, simplemente para ubicar al
lector en el escenario de los mismos. El camposanto de marras,
al igual que en cualquier población, se erigió en las afueras, sin
embargo con el correr de los años la ciudad fue extendiéndose
hasta rodear el predio con numerosos barrios, además de calles
y avenidas iluminadas. Amén de ello, lo cierto es que los altos
muros de la necrópolis dan la sensación de no representar tan sólo
una protección del lugar, sino también una suerte de delimitación
simbólica, pues al adentrarse en ese recinto parece que los
ruidos urbanos quedan muy lejos, casi como si se traspasase a
otra dimensión. O quizá sea una sensación común en cualquier
cementerio, propia del respeto que inspira y amerita el descanso
de los difuntos.
Ronda nocturna
Madrugada fresca y serena. Luciano Sáez y un compañero
miran el reloj para constatar que ha pasado un par de minutos de
una nueva hora; momento de otra recorrida. Toman sus linternas
y salen de la vieja oficina ubicada en la entrada del cementerio,
continuando con la conversación iniciada rato atrás. Así comienzan
la rutinaria senda que los llevará a cubrir los diversos sectores del
predio municipal.
Son hombres maduros que a lo largo de sus años se han
enfrentado a los diversos avatares de la vida. Ya están curtidos y
no se sobresaltan por el aleteo de alguna paloma trasnochada ni
el chistido de una lechuza, menos aún por el eco de sus propios
pasos. La sensación de que algo pudiera acecharlos a sus espaldas
ni siquiera es tenida en cuenta. Uno de ellos, sin embargo, lleva
su “por-las-dudas”, un pesado garrote que alguna que otra vez se
ha visto obligado a usar.
De repente oyen un ruido que les hiela la sangre. No ha
sido un pájaro ni un gato, de eso están seguros, pero ha sonado
como un chillido intenso y cercano. Es entonces cuando ven una
curiosa luminiscencia verdosa, y al fijar la vista para tratar de
definir cuál es la fuente ven a las “pequeñas personas”, como aún
las recuerdan.
Tanto Luciano Sáez como quien lo acompañaba en esa
ocasión no serían los únicos en ver a esos extraños personajes,
ya que muchos otros cuidadores darían fe de su existencia,
coincidiendo al momento de brindar descripciones. Pero hasta que
no se enfrentaron a tal experiencia no habían sido testigos de
hechos que se ajustaran a ninguna leyenda propia de cementerios.
Es que estos cuidadores sí que tienen muy claro que los problemas
no los dan los muertos, sino los vivos: “Periódicamente viene gente
que nos ofrece dinero para dejarlos entrar de noche, pero como
nos negamos algunos suelen ingresar a escondidas para hacer de
las suyas”, aclaró Luciano.
¿Qué son “de las suyas”? Lo que en la jerga coloquial se conoce
como brujerías. En este punto acoto un episodio que me tocó cubrir
como periodista de El Diario de la República hace varios años, al recibirse
en la redacción la novedad de un hallazgo más o menos macabro. En
una vieja tumba, con la tapa de cemento quebrada, los vigilantes habían
descubierto unos extraños cajoncitos confeccionados en madera. Al
apersonarme con el fotógrafo José Ramón Sombra constatamos lo dicho
y hasta extrajimos algunos de esos diminutos sarcófagos para ver qué
contenían. Lo que inhumamos fueron varios cuerpos de murciélagos
acompañados de fotografías de ciudadanos de Villa Mercedes, cuyos
nombres estaban anotados con letra desprolija en unos papeles.
Consultamos a posterior con un par de entendidos en esas cuestiones
y nos confirmaron lo evidente: eran “trabajos” o conjuros, cuyo fin no
era otro que provocar desgracia a los retratados. Cabe añadir, a título
de anécdota, que corrían épocas de campaña y rápidamente se corrió
el rumor de que más
de un candidato era
el destinatario de
aquellos hechizos. Lo
cierto es que la breve
crónica, circunscrita
nada más que al
hallazgo, generó un
gran revuelo que
redundó en jocosas
bromas propias
del humor negro,
aunque también
especulaciones de tinte
dramático. De hecho
nos enteramos que
en los días posteriores
algunos políticos
locales incrementaron
las visitas a sus brujas
de confianza.
Descubrimientos similares ya se habían hecho en ese cementerio
y periódicamente se repiten, pues es una realidad que, al igual que en
cualquier otro sitio, en Villa Mercedes hay practicantes de las ciencias
oscuras que brindan sus singulares servicios; incluso algunos de estos
personajes están convencidos de que su labor es efectiva, mientras que
otros sólo recurren a tales parafernalias con la única meta de obtener
dinero de sus crédulos clientes.
Otro episodio, ocurrido más o menos por la misma época,
tuvo que ver con algo rayano con la necrofilia, cuando se descubrió
que varias tumbas habían sido profanadas y sus restos dispersados.
Calaveras y otros huesos aparecían fuera de su lugar en distintos
puntos del cementerio, lo que ofendió a muchas familias y preocupó
a las autoridades. El misterio tuvo su fin cuando los cuidadores,
junto a uniformados, sorprendieron al depredador en una de sus
andanzas, resultando ser un joven afincado en cercanías de la
necrópolis. De acuerdo a las investigaciones practicadas por parte
de la Policía, la actitud del vándalo se debió a cierta alteración
de sus facultades mentales, a raíz de lo cual se exacerbaban las
fantasías resultantes de su particular y obsesiva interpretación de
canciones de rock duro, a las que era muy aficionado. El delito
resultó excarcelable, aunque el muchacho no eludió la causa
Luciano Sáez, uno de los muchos serenos que vio a las “pequeñas personas verdes”.
que se le formó. De acuerdo a fuentes judiciales, la familia del
profanador debió afrontar los gastos que demandó la reparación
de las tumbas mancilladas.
Pero no todos los merodeadores nocturnos son identificados.
Incluso algunos parecen estar dotados de extrañas habilidades:
“Una noche –continuó Sáez-, al llegar al sector sur, vimos la figura
de una persona vestida de blanco que saltaba de tumba en tumba
con una rapidez y agilidad asombrosas. No supimos quién era
porque se nos perdió de vista, pero el modo en que saltaba no
era propio de una persona normal”.
En fin, para potenciales enfrentamientos con merodeadores de tal
calaña es que los vigilantes llevaban el garrote, “que hemos usado en
más de una ocasión para espantar a los intrusos”, coincidieron varios de
los cuidadores.
Las pequeñas personas verdes
Ampliando el relato sobre el avistamiento de los singulares seres,
Luciano Sáez rememoró el episodio con un total convencimiento: “De
bien que estábamos caminando escuchamos un alarido muy feo que nos
“Eran enanitos de piel verde y luminosa”,
aseguró Claudia Muñoz.
provocó un escalofrío y, debo reconocer, nos dio bastante miedo. Vimos
entonces unas luces de color verdosa cerca de un pino. Al acercarnos
para saber de qué se trataba los encontramos”.
El sereno detalló la imagen que se les presentó en esa
oportunidad como “personitas chiquitas y de color verde brillante,
con las caras arrugaditas. Al vernos dieron otro grito y se perdieron
en el pino”.
Pocas semanas después, durante otro recorrido, este hombre
tendría oportunidad de volver a ver a los enanos de luminosa piel,
casi en una situación similar.
Claudia Muñoz, otra de los testigos que aseguró haber
divisado a los duendes, se refirió a su experiencia como “muy
linda”. Esta mujer recordó: “Hacíamos las rondas cada sesenta
minutos, por lo que cierta noche, a poco de haber iniciado el
recorrido con otras tres cuidadoras, junto a unos perros que
son nuestros fieles acompañantes, escuchamos que estos ladraban,
entonces una de las chicas me dijo: ‘Date vuelta, despacio y con
tranquilidad’. Así lo hice, para ver que junto a un pino había
dos pequeñas personitas verdes. Caminamos unos metros más y
volvimos a darnos vuelta, justo en el momento en que subían al
árbol y se perdían en el follaje”.
Al referirse a la descripción de los extraños seres, Claudia
coincidió con Luciano Sáez: “Eran como enanitos de piel verde y
luminosa, con las caras arrugaditas. Confieso que no sentí miedo
en ningún momento, por lo que considero que fue una experiencia
muy linda”.
Humanoides de morfología liliputiense, piel verdosa y rostro
apergaminado, imagen que de inmediato invita a pensar en gnomos o
duendes, genios elementales de la tierra inmortalizados en los relatos
mitológicos de Europa, la Patagonia y de la tradición cabalística. A la
vez, tal descripción también corresponde a uno de los estereotipos más
difundidos de los extraterrestres.
Oscar Oga, superior de los testigos entrevistados, dijo de sus
subalternos que “son personas serias y muy trabajadoras, no dadas a
fábulas de esa naturaleza. Personalmente no he visto nunca lo que ellos
aseguran haberse encontrado, a pesar de que a menudo también he
recorrido por la noche el camposanto, sin embargo no tengo motivos
para no creerles”.
Luego de las situaciones mencionadas se dispusieron inspecciones
en los pinos, que al parecer serían el escondite de los enanitos verdes,
como también de diversos rincones que podrían oficiar de guarida, pero
jamás se pudo dar con huellas ni rastros de los luminosos seres vistos
por, al menos, seis personas.
Los grupos de cuidadores han cambiado y rotado, no habiéndose
tenido más novedades sobre nuevos encuentros de este tenor, por lo
que las anécdotas continúan acompañadas de un interrogante: ¿Qué
vieron los vigilantes del Cementerio Municipal de Villa Mercedes?
miSterioS en eL paLacioespectros en la antigua casa de Gobierno
Uno de los atractivos arquitectónicos más sobresalientes de la
Provincia de San Luis es su antigua Casa de Gobierno, situada en la
ciudad capital, puntualmente sobre calle 9 de Julio, entre San Martín y
Rivadavia. Se trata de una imponente construcción ordenada en 1858
por el gobernador Justo Daract, con el fin de contar con un edificio
destinado al Poder Ejecutivo, resolviéndose encarar la obra en el sitio
donde existió un antiguo cabildo. La inauguración se llevó a cabo en
1813, cuando al frente del Gobierno se encontraba Adolfo Rodríguez
Saá, popularmente conocido como “El Pampa”.
Con un predominante estilo historicista, el palacio exhibe la
influencia que sus constructores tomaron de las corrientes en boga
que por aquellas fechas se utilizaban en Europa, contando con
espacios amplios, techos muy altos y largas galerías, como también
patios internos.
La antigua Casa de Gobierno, ubicada frente a la plaza Independencia.
Debido a las necesidades que demandaban las reparticiones
que se iban adosando al organigrama gubernamental, durante la
década del ’70 comenzaron a construirse dependencias en la parte
trasera, con lo que fue creciendo el actual Edificio Administrativo,
con entrada principal por calle Ayacucho y una secundaria por
Rivadavia.
Ya en el 2010, el Estado provincial inauguró el Complejo de
Descentralización Terrazas del Portezuelo, predio al que se trasladó
la mayor parte del Poder Ejecutivo, por lo que el 6 de diciembre
de ese año el gobernador Alberto Rodríguez Saá cedió el antiguo
edificio al Poder Judicial.
Cabe la breve reseña para dar una idea de los muchos años con
que cuenta la majestuosa edificación, como también la construcción
desarrollada a su espalda, sitios por los que transcurrieron varias
generaciones de mandatarios, funcionarios y empleados. Por tal motivo
es natural imaginar que entre esas paredes ocurrieron numerosas
anécdotas propias de la vida social, política e institucional de la Provincia,
pero también tuvieron lugar historias menos difundidas pero no por ello
carentes de interés. Episodios que fueron conocidos y comentados por
Edificio Administrativo,
sobre calle Ayacucho.
la comunidad gubernamental y que muy poco trascendieron al resto de
la sociedad, conformándose una suerte de folclore interno que se da la
mano con lo extraño, lo presuntamente paranormal y, por ende, con lo
inquietante.
La dama de blanco
De acuerdo a la tradición oral que fue desarrollándose por parte
de quienes han trabajado en la administración pública, y de quienes aún
lo hacen, desde sus inicios la antigua Casa de Gobierno fue escenario
de misteriosos eventos, uno de los cuales, quizás el más añejo, sea el
que protagoniza una supuesta aparición bautizada como “La Dama
de Blanco”, en alusión a la joven de inmaculadas prendas que muchos
aseguran haber visto deslizarse de manera fantasmal, para evaporarse
frente a sus ojos o perderse en algún oscuro pasillo.
La periodista Evelia Pérez Nicotra parafraseó el mito que se
ha tejido sobre el particular: “Se cuenta que hace muchos años
vivía en el edificio una chica cuyos padres la habían prometido
a un terrateniente al que ella no amaba, y debido a que le era
imposible evitar el enlace optó por suicidarse”. Aunque no hay
Eevelia Pérez Nicotra, periodista.
registros de que tal muerte haya sucedido, no son pocos los que
aseguran haberse cruzado con el anónimo personaje.
Felipe, un efectivo de la Policía de la Provincia que estuvo
asignado a la custodia del edificio, relató “off de record” la
experiencia que le tocó vivir hace algunos años, durante una
de sus rondas: “A veces salíamos dos o tres muchachos y en
algunas ocasiones lo hacíamos solos; era una labor muy rutinaria
pues nunca pasaba nada. Varios me habían jurado que en ciertos
sectores se oían máquinas de escribir, pasos, murmullos y ese
tipo de cosas, pero durante los dos años que estuve en la Casa
de Gobierno jamás había notado nada semejante, hasta cierta
madrugada de invierno”.
En este punto el policía confiesa que no le gusta rememorar la
anécdota, en parte porque pocos le creen, y también debido a que aquel
momento, asegura, experimentó el verdadero terror: “No me tocaba
a mí dar la vuelta, pero faltaba poco para irme y si no me movía me
dormía, así que tomé la linterna y subí a la planta alta, pasé frente al
Salón Blanco y accedí a la galería que da al oeste. Caminé hasta llegar a
la puerta que da a la azotea que comunica con el Edificio Administrativo,
que estaba con llave. Casi la abro, pero pensé en lo helado que debería
estar el viento Chorrillero y decidí regresar y tomar la otra galería”.
“Cuando me di vuelta la vi. Primero me asusté porque me la
encontré de golpe, aunque de inmediato pensé que podría tratarse
de alguna funcionaria o empleada que había ido temprano por algún
asunto urgente, pero mientras me acercaba noté que usaba ropajes
blancos y largos, como un vestido de novia. Jamás vi a ninguna mujer
vestirse así para ir a trabajar. Se encontraba casi frente adonde funcionó
la Secretaría Legal y Técnica. Mientras me acercaba comencé a darme
cuenta de que algo no estaba bien, pues la silueta permanecía inmóvil
y era evidente que me miraba. No pude distinguir su rostro debido
a que no había luz, entonces la enfoqué con la linterna y fue cuando
desapareció. Jamás tuve tanto terror como esa vez, de hecho me quedé
un rato sin poder moverme para nada, con miedo a pasar por donde
ella había estado, hasta que no sé de dónde junté coraje y corrí. Cuando
llegué a la escalera casi perdí el equilibrio pues tenía la sensación de que
venía detrás de mí, hasta que alcancé la guardia. Inmediatamente les
conté lo que había visto a mis compañeros y subimos todos, buscamos
en cada rincón, prendimos las luces, comprobamos que las puertas
estuvieran cerradas, pero no encontramos a nadie. Desde entonces ya
no volví a hacer rondas sin compañía”.
Un horrible y revoltoso duende
Otro policía, ya fallecido, tuvo una experiencia escalofriante
en el Edificio Administrativo, también durante una ronda. Uno de sus
compañeros, que actualmente se desempeña en la vigilancia del lugar,
recuerdó el episodio: “Jamás nos había pasado nada y tomábamos a
broma lo que nos contaban los empleados y los funcionarios acerca
de apariciones y ruidos. Pero una madrugada en la que estábamos
en la guardia del hall central, este agente, que había ido a revisar el
sector este, es decir hacia el acceso por calle Rivadavia, regresó muerto
de miedo. Casi no podía hablar y lloraba. Nos alarmamos mucho y
no entendimos qué le ocurría, hasta que al cabo de unos minutos se
calmó un poco. Entonces nos contó que durante su recorrido escuchó
ruidos provenientes de una oficina, por lo que entró para saber de qué
se trataba y entonces vio lo que describió como un duende que daba
saltos y lo desparramaba todo”.
“Era tal el susto que tenía el efectivo que no dudamos de que
realmente algo había visto, por lo que de inmediato corrí junto a otro
agente hasta el lugar y lo inspeccionamos minuciosamente, pensando
que podría haber ingresado algún delincuente, pero si bien había
bastante desorden, no encontramos nada, menos aún algo parecido a lo
que nuestro compañero aseguró haber visto. De hecho siempre insistió
en que se trataba de un ser pequeño, horrible y que se mostraba muy
agresivo ante su presencia. Fue lo más cercano a cosas raras que me
tocó pasar, y aunque no lo viví directamente debo reconocer que me
dejó muy impresionado”.
Apariciones, ruidos y extrañas sensaciones
Otro de los sectores del Edificio Administrativo en el que
suelen registrarse situaciones extrañas es donde otrora funcionaran
las dependencias de Prensa y Protocolo (actuales oficinas de Fiscalía
de Estado). Evelia Pérez Nicotra recuerdó que “en más de una ocasión
SIniestras entidades abundan en las leyendas
de intramuros de la antigua Casa de
Gobierno y del Edificio Administrativo.
escuché ruidos raros, aún sabiéndome sola, como si alguien rasguñara los
vidrios esmerilados o dejara caer botellas al piso. En cierta oportunidad,
de noche, todos los teléfonos sonaron al mismo tiempo, mientras que
en otra los ascensores, ubicados a pocos metros, subían y bajaban sin
que nadie los accionara”.
La periodista comentó además un caso vivido por un allegado:
“Un muchacho de nombre Rodrigo se retiraba a su casa cuando
al salir al pasillo sintió que alguien le tiraba de la botamanga
derecha del pantalón. Muy asustado se dio vuelta y no había
nadie, sin embargo aseguró haber presentido que no estaba solo.
También había escuchado ruidos y oído historias inquietantes, por
lo que, al sumarse esa última experiencia, solicitó el pase para a
otra repartición”.
Héctor “Tino” Videla, fotógrafo de Casa de Gobierno, aseguró
nunca haber visto ni oído nada, “aunque mucha gente me ha
contado cómo ciertas algunas situaciones que les ha tocado vivir.
Tal es el caso del barullo propio de contingentes de niños, que
solían visitar el edificio, pero jamás durante altas horas de la
noche, como varios insisten en haber oído, o también máquinas
de escribir, cuando todas fueron reemplazadas por computadoras”.
Héctor “Tino” Videla, fotógrafo.
Otro testigo de estos fenómenos es Gustavo Díaz, ex jefe de
la Oficina de Prensa de Gobierno, que se consideraba escéptico
hasta que le tocó el turno de vivenciar un singular episodio: “Una
noche me había quedado hasta tarde trabajando en el segundo
piso del Edificio Administrativo. Ya me disponía a retirarme a mi
casa y me dirigía hacia el blindex de doble hoja que da acceso a
la galería, cuando escuché pasos a mi espalda y vi, en el reflejo
del vidrio, a dos mujeres que caminaban en mi mismo sentido.
Cuando llegué a la puerta la abrí y les cedí el paso, pero al
volverme me encontré con que no había nadie”.
El periodista agregó que “luego de tantos años de trabajar
en la administración pública he escuchado historias de gente que
vivió más de una situación similar, como también sobre cosas
que se oyen y se ven, comentarios que siempre he tomado
entre comillas porque nunca me había ocurrido nada para dar fe
al respecto. Por eso la experiencia que tuve ha quedado en mi
memoria como algo raro a lo que no le encuentro explicación”.
Valeria Luna, periodista de Canal 13, también rememoró una
experiencia vivida cuando se desempeñó en la Oficina de Prensa
de Gobierno y que le provocó un gran miedo: “Una noche me
había quedado trabajando hasta tarde en compañía de quien
Gustavo Díaz,periodista.
entonces era jefa de la repartición, Miriam Márquez, cuando de
repente comenzamos a escuchar el sonido típico de un teclado
de computadora, proveniente de una oficina lindante, a pesar de
que estábamos las dos solas. Se lo comenté a ella, pero le restó
importancia y seguimos escribiendo. Al cabo de unos instantes
levanté la vista y me encontré con que Miriam tenía los cabellos
levantados, como si una mano invisible los estuviera sujetando.
Finalmente ella también se asustó mucho y decidimos retirarnos
y seguir con el trabajo por la mañana. Juntas nos dispusimos
a apagar las luces, cuyas llaves se hallan al fondo del recinto,
pero no dimos con la que comandaba una serie de ventiladores
ubicados sobre el sector de Ceremonial y Protocolo, que estaba
al frente de nuestra oficina. Tras buscar en vano el interruptor
resolvimos irnos, pero a la mañana siguiente Miriam me hizo notar
que los ventiladores ya no estaban, lo que nos intrigó y motivó
a preguntar. ‘Acá no hay ventiladores’, nos respondieron todos,
dejándonos totalmente perplejas. Luego algunos empleados de más
años nos dijeron que en una época hubo tales artefactos, pero
que los desinstalaron”.
Valeria Luna, periodista.
Por su parte, Miriam Márquez ratificó lo narrado por la
periodista y agregó otros detalles de aquella noche: “El Gabinete
de Gobierno desarrollaba una actividad que fueron a cubrir el
periodista Guillermo Quiroga y el fotógrafo Christian Bastías,
mientras que adelantando la información nos habíamos quedado
en la oficina Evelia Pérez Nicotra, Valeria Luna y yo. Debo aclarar
que a esa hora, pasadas las 21:00, no había más personas que
nosotras trabajando en el piso, lo que a mí particularmente no
me movilizaba ya que nunca le había dado crédito a los hechos
supuestamente paranormales que se comentaban”.
A pesar de su escepticismo, Miriam reconoció que aquella
jornada tardía le reservaba más de una sorpresa: “En algún
momento me trasladé a la oficina de Mauricio Muñoz, nuestro
superior, mientras las redactoras continuaban escribiendo. De
repente comencé a escuchar que el blíndex de la entrada al recinto
se golpeaba contra la pared. Me asomé para ver qué producía
aquel ruido y no encontré nada, sólo que aquella puerta estaba
abierta. Luego de cerrarla regresé con las chicas, algo intrigada
El escepticismo de Miriam Márquez
fue puesto a prueba durante una
inquietante jornada de trabajo.
por lo que acababa de suceder, cuando al ingresar me sorprendió
Valeria, quien muy alarmada exclamó: “¿Qué te pasa que se te
están revoleando los pelos?”. En realidad no sentí nada extraño con
mi cabello y le resté importancia, comentándoles el incidente de
la puerta, lo que dio lugar a compartir varias anécdotas alusivas a
los extraños hechos que se sucederían en el lugar”.
A los pocos minutos las tres trabajadoras de la prensa oficial
se sobresaltaron por otro sonido cuyas características describirían de
igual manera: “Eran claramente los pasos de alguien que practicaba
un ritmo acelerado –aseguró Miriam-. Pensamos que podría ser
alguno de nuestros compañeros que volvía con información de los
actos, pero al instante comprobamos que no había nadie. Ante ese
episodio, Evelia tomó su cartera y se fue”.
Si bien Miriam y Valeria decidieron quedarse y adelantar trabajo
para la jornada siguiente, tal cometido pronto les resultaría imposible
de realizar: “A partir de ese momento comenzamos a escuchar
diferentes ruidos –sostuvo la ex jefa de prensa gubernamental-. Ya
nada fue igual, posiblemente por la predisposición que sentíamos.
Pero lo cierto es que luego de terminar la tarea por la cual nos
habíamos quedado, debíamos apagar las luces del recinto y cerrar
todo. Llegar hasta el final del sitio donde se encontraban las
llaves y volver a oscuras hasta la entrada principal de la oficina
no nos resultaba tarea muy amena. Valeria fue la que se animó a
ir, pero no hubo manera de dar con los interruptores, a pesar de
que insistió numerosas veces. Yo realmente estaba en una suerte
de trance temeroso, por lo que decidí que de aquella tarea se
ocuparan los agentes policiales de la guardia. Además, cuando
tratamos de cerrar la puerta de blíndex caímos en la cuenta
de que los ventiladores del techo se habían accionado y, según
creíamos, era ése el motivo por el cual, al confundirse de llaves,
Valeria no había podido apagar las luces”.
Con esa explicación lógica resolviendo lo que parecía ser un
enigma eléctrico, las dos trabajadoras se marcharon, solicitando a
los policías de la guardia que se encargaran de tal faena.
-Cómo no –se comprometió uno de los uniformados-, a
menos de que no estén densos como anoche, porque no nos
dejaban cerrar la puerta de la terraza. ¡Nos volvieron locos!
Aquella respuesta por parte de uno de los responsables de la
seguridad de la Casa de Gobierno intrigó aún más a Miriam, lo que la
La dama de blanco, una leyenda tan
recurrente como
escalofriante en la mitología
del histórico palacio.
llevó a indagar para saber a qué se refería: “Entonces quienes cumplían
aquel turno descargaron una catarata de acontecimientos vividos
por ellos mismos, como ascensores que suben y bajan sin pasajeros,
persianas que se mueven sin viento, la famosa dama de blanco que
recorre la planta alta, el ruido del impacto de vidrios contra el suelo,
llanto de bebés, etc.”.
Las dos periodistas se retiraron con evidente intranquilidad,
aunque no descartando que los misteriosos eventos ocurridos fueran
producto de la sugestión. Sin embargo, durante la mañana siguiente
descubrirían un detalle que haría imborrable la anécdota.
A poco de iniciar una nueva jornada laboral, y aparentemente
olvidados los extraños sucesos acaecidos durante la noche anterior,
estos se verían potenciados por un siniestro descrubimiento. Al
respecto, Miriam comentó: “En un momento dado miré hacia el techo y
noté que los ventiladores, de color blanco, que viéramos Valeria y yo la
noche anterior, ya no estaban. Preguntamos a los empleados y así nos
enteramos que hubo tales artefactos, pero muchos años atrás, habiendo
sido reemplazados por bocas de aire acondicionado”.
Miriam Márquez se confiesó escéptica y no dada a supersticiones,
pero aseguró que no pudo dar con una explicación lógica a las
experiencias vividas, al igual que otras situaciones que sucedieron en el
antiguo recinto de Prensa de Gobierno: “Una tarde de domingo me pasó
otro de estos episodios; mientras tratábamos de mandar a los medios
unas notas de último momento escuchamos cómo se descargaba el
agua de los depósitos de los inodoros. El periodista Guillermo Quiroga
fue en varias ocasiones a revisar si había alguien en los baños, pero estos
se hallaban vacíos, mientras que al regresar a escribir nuevamente se
escuchaba aquella descarga. Sin saber qué otra cosa hacer se me ocurrió
recurrir a un viejo consejo: maldecir a lo que pudiera estar ocasionando
aquello y así lo hice. Con aquello logré que los ruidos cesaran, aunque
sólo por un rato”.
El video de la niña siniestra
Entre los sucesos que ocasionalmente ocurren en la antigua Casa
de Gobierno y en el Edificio Administrativo, se destacan los inexplicables
desórdenes de papeles y artículos de trabajo en oficinas cerradas con llave.
Uno de los escenarios de tales hechos fue la Dirección de Constitución y
Fiscalización de Personas Jurídicas y Cooperativas, comúnmente llamada
Personería Jurídica, ubicada en la parte vieja, justo en el límite que
comunica con la construcción más contemporánea. Amén de lo extraño,
resultaba molesto hallar cada mañana elementos fuera de su lugar
correspondiente. Además la situación no dejaba de ser seria, ya que los
inexplicables desaguisados ocurrían en un espacio gubernamental con
documentación importante. Frente a ello, y sospechando que alguien
ingresaba de alguna manera cuando no había nadie, se decidió tender
una trampa al misterioso intruso para conocer su identidad, dejándose
varias cámaras web grabando desde el horario de cierre hasta el día
siguiente. Esto sucedía en el otoño de 2007.
Aquella estrategia sería el origen de una leyenda que
acrecentó el misterio, ya que el resultado fue aterrador.
La tarea de revisar el material obtenido se supone tediosa,
ya que gran parte de lo que se podría apreciar durante horas sólo
serían rincones inanimados. Sin embargo una de las cámaras captó
algo que causó asombro y pavor. Entre algunas estanterías se
podía apreciar claramente una figura que se evidencia por espacio
de un segundo, para inmediatamente desvanecerse. Se trataba de
una niña de apariencia muy siniestra, mirando directamente a la
cámara, como si estuviera al tanto de la artimaña dispuesta. Con
la velocidad del rumor, el descubrimiento se regó por toda la
comunidad gubernamental, rescatando viejos mitos y generando
otros nuevos, como también un escepticismo por parte de muchas
personas, acrecentado ante la no exhibición pública del material
fílmico obtenido. Las autoridades del organismo sospechaban de
la autenticidad de la grabación y por ende manejaban el asunto
con suma cautela.
La producción de “Y… ¿si te hubiera pasado?” accedió a
dicha filmación, la cual fue analizada en un proceso digital para
limpiar el ruido propio de una cámara web, a fin de obtener mayor
nitidez y rescatar la imagen que aparece y se esfuma. Tras ser
sometida a una serie de filtros se logró apreciar la figura de una
niña ataviada con un vestido negro de estilo antiguo, con ojos en
blanco y sosteniendo un muñeco. Hasta aquí, la revelación parece
sorprendente y hasta valiosa desde el punto de vista de cualquier
investigador de lo paranormal. No obstante, se estableció que la
calidad de esa imagen contrastaba con el resto de la grabación, en
tanto que el movimiento de las líneas del conjunto de lo filmado
no coincide con el de la silueta.
El fraude se constató al darse con la fotografía original
utilizada para lo que resultó ser un burdo montaje, una postal
que tiempo atrás circuló en Internet y que era presentada como
una toma espectral obtenida en un hospital asiático, aunque otras
versiones indican que se trataba de una escuela. Y aquí entramos
Fotograma del video grabado en las antiguas oficinas de Personería Jurídica.
en lo que la jerga de la red se conoce como “hoax”, es decir
un rumor cuya intención es hacerle creer a los demás que algo
falso es verdadero; el folclore de las leyendas urbanas adaptado
al ciberespacio.
Si la intención provino de algún empleado o allegado de la
repartición para jugarle una broma a sus compañeros es un misterio,
como también si hubo algún tipo de apercibimiento hacia el chistoso,
lo cierto es que el fantasma filmado en Personería Jurídica resultó ser
total y comprobablemente falso. Amén de ello, eventualmente los
inexplicables desórdenes siguen sucediendo, en esa y en otras oficinas,
y no son pocos los que aseguran percibir la presencia de algo extraño,
aún cuando se está solo.
“Es mucha la gente que ha visto u oído cosas –asevera Evelia Pérez
Nicotra-, pero la mayoría no se atreve a contarlo por temor al que dirán.
Es algo muy común tener tales pruritos, mientras que los escépticos lo
son hasta que realmente les toca vivir alguna situación que no pueden
explicar”.
nocHe de miedono estaban solos en aquella casa
Juan Quevedo y su amigo Roberto se conocieron de adolescentes
al trabajar en una feria ganadera, ubicada sobre la ruta N° 147, lugar
donde permanecían de lunes a sábado. Un trabajo duro para chicos tan
jóvenes, pero que realizaban a gusto ya que les permitía colaborar con
el presupuesto familiar, y además porque el ámbito laboral era ameno
y cordial.
A cargo del establecimiento se hallaba un hombre oriundo
de La Toma, cuya esposa era de Villa Mercedes, por lo que
constantemente viajaba.
- Muchachos, toca “Trulalá” en La Toma, ¿quieren ir? Los
llevo, les dejo las llaves de una casa que tengo allá y mañana los
paso a buscar –propuso el patrón cierta víspera de fin de semana.
Los dos amigos se miraron y de inmediato aceptaron la
invitación. Sería algo diferente y ya descontaban pasarla bien, por
lo que tras terminar la jornada prepararon sus cosas y subieron a
la camioneta Ford F100 del jefe, en la cual iniciaron el viaje hacia
la Capital del Mármol Ónix, arribando al atardecer de aquel viernes.
El patrón les dio un breve paseo por la pintoresca localidad,
durante la cual les señaló el sitio en el que se llevaría a cabo
el recital del popular grupo cuartetero, el club Pringles, para
finalmente llegar a su casa.
“Era una vivienda grande, de techos altos, vieja pero muy
bien conservada –explicó Juan-. Nos contó que la había heredado
de un tío que no tenía hijos, pero que prácticamente no la
usaba pues ya tenía su propiedad en La Toma y también en Villa
Mercedes”.
Al entrar, los dos muchachos vieron que la construcción
era sólida y acogedora, por lo que no dudaron que pasarían una
noche cómoda luego de divertirse en el recital. Tras marcharse
el patrón, asegurando que regresaría a la mañana siguiente, los
chicos decidieron utilizar el amplio hogar para encender unos leños
y combatir así el frío que prometía acrecentarse en las próximas
horas.
Ya cayendo la noche se dieron una ducha, vistieron las
mejores prendas que habían llevado y cenaron, tras lo cual salieron
a dar una vuelta por el pueblo. Poco antes de la medianoche los
amigos ingresaron al club Pringles, donde disfrutaron del cuarteto
cordobés.
Al cabo de un par de horas, ya terminado el espectáculo de
“Trulalá”, los chicos decidieron retirarse. “No éramos del ambiente,
no conocíamos a nadie y si bien el baile seguía, el show por
el que viajamos ya había terminado”, acotó Juan. Así fue como
ganaron la calle para caminar las pocas cuadras que los separaban
de la casa del patrón.
-Prepará unos tragos –propuso Roberto, mientras enchufaba
un pequeño radiograbador-. Espero que te guste “Flema” –agregó.
A Juan le pareció una buena idea, por lo que sirvió dos sendos
vasos de Gancia y, tras reavivar el fuego en la chimenea, se sentó
frente al amigo cuando la voz del tristemente desaparecido Ricky
Espinosa comenzaba la letra de “Vahos del ayer”. Y ahí estaban,
dos adolescentes terminando una jornada distinta, departiendo
sobre temas variados mientras aguardaban la llegada del sueño
disfrutando de unos tragos. “No quiero ir a la guerra”, “Anarquía
en la escuela” y otros hits del emblemático grupo de punk rock
sonaban con moderados decibeles en tanto se sumaban anécdotas
y chistes, hasta que Roberto pidió:
-Contate una mentira, Juan.
La frase no aludía precisamente a una invención, sino que
proponía el relato de alguna historia con la cual matizar la
charla. Un modismo propio de jóvenes. Juan pensó unos instantes
qué aventura entretendría a su amigo, pero para entonces había
comenzado a percibir algo incierto, algo que le generaba inquietud,
pero cuya fuente no podía precisar.
-No –dijo finalmente-, no da para mentir.
Sonaba entonces “Nunca seré policía” cuando sucedió lo que
poco después se convertiría en una experiencia digna de contar.
“De repente la luz se apagó y se hizo un silencio abrupto”,
recuerda Juan.
Iluminados apenas por el agonizante fuego del hogar, los
muchachos se miraron al tiempo que un escalofrío los recorrió por
completo, aunque de inmediato apelaron a la lógica e infirieron la
misma explicación casi a coro.
-Saltó la térmica.
Ambos buscaron a tientas en la casa hasta dar con la citada
llave, pero la misma se encontraba activada. Para confirmarlo
manipularon la tecla, tras lo cual dedujeron que el inconveniente
era otro.
“Entonces revisamos los focos, que resultaron estar todos
quemados”, explicó el entrevistado.
-Se quemó la instalación –dijo Roberto, sin dudarlo-. Espero
que el patrón no se moleste.
-No tiene porqué –aseguró Juan-, lo único que hemos
hecho fue encender algunas luces y enchufar el radiograbador.
Seguramente se trata de un problema viejo.
Sin luz, cansados y con sueño, los chicos decidieron darle fin
a la velada y retirarse a dormir, compartiendo la misma habitación.
“Apenas me acosté comencé a dormirme, ya que había sido
un día largo y deberíamos levantarnos relativamente temprano,
cuando de pronto un fuerte ruido me sobresaltó. Provino del
techo, como si alguien estuviera corriendo sobre él”.
-¿Escuchaste eso?
Roberto, que también había sido arrancado del inicio del
sueño por aquel trote, se había incorporado y aguzaba el oído,
tratando de establecer qué había sido.
-Sí –respondió tras un segundo en el que reinó un total
silencio-. ¿Qué será?
Ambos permanecieron atentos, hasta que la calma pareció
regresar. Cada uno, para sí, conjeturó posibilidades tranquilizadoras
como aves buscando un rincón donde pernoctar, quizás alguna
rama movida por el viento o tal vez maderas que se contraen, el
calor de la chimenea expandiendo algún recoveco, en fin, típicos
ruidos de casas antiguas.
Pero pocos segundos duraría el sosiego.
Nuevamente se disponían a conciliar el sueño cuando aquel
tropel volvió a hacerse escuchar, y esta vez los amigos juraron
que la dirección de aquellos rápidos pasos fue contraria a la de
momentos antes.
-Hay alguien en el techo –murmuró Roberto.
Oír decir tan lógica suposición les hizo erizar la piel, pues si
bien ambos lo habían pensado tras el primer sobresalto, lo cierto
es que tomar conciencia de ello y darlo por hecho los enfrentaba
a una situación por demás inquietante.
Aún nerviosos frente a la desconocida presencia, los jóvenes
sufrieron una nueva e inmediata sorpresa, cuando unos nítidos
chirridos les hicieron ponerse de pie de un brinco.
-¡La puerta! –indicó Juan, en referencia a uno de los accesos
de la casa.
Ambos se asomaron al umbral del dormitorio y observaron
la placa metálica al final del pasillo. Al otro lado había alguien, o
algo. No cabían dudas pues era de donde provenía el ruido.
-¿Serán ladrones? –supuso Roberto.
-Para mí que sí, alguien quiere entrar a robar –completó
Juan la hipótesis.
-Salgamos a ver, para que sepan que hay alguien.
A Juan la idea no le agradó para nada. Cabía la posibilidad
de que, efectivamente, algún delincuente quisiera ingresar, como
también que el presunto malhechor estuviese armado. Aunque algo
muy íntimo, como una premonición, le hacía sospechar que no era
una persona lo que estaba merodeando.
Entonces otro ruido los sobresaltó, uno proveniente del baño.
“Era como si alguien estuviera en ojotas, caminando luego
de darse una ducha. Se nos pusieron los pelos de punta”, aseguró.
Y como si todo aquello no fuera suficiente, el fuego del
hogar, que aún parpadeaba en su larga agonía, se reavivó de
repente. Un combustible imposible provocó poco menos que una
explosión, cuyo resplandor bañó de un amarillo rojizo la estancia
donde rato antes habían compartido la charla.
“Volvimos a la cama muertos de miedo y sólo atinamos
a orar, a encomendarnos a Dios, pero eso no hizo más que
empeorar las cosas, pues de inmediato se sumaron nuevos ruidos,
esta vez en la cocina. Platos, ollas, puertas… aquello fue realmente
tan increíble como escalofriante. ‘¿A qué hora se aparece algo?’,
recuerdo que pensé con mucho miedo, sin embargo seguimos
rezando”.
Paralizados y murmurando una suerte de desesperado Rosario,
Juan y Roberto permanecieron una eternidad con el intenso deseo
de que todo aquello terminara. A ciencia cierta no podrían asegurar
cuánto pasaron así, pues lo que menos se les ocurrió fue consultar
el reloj, pero estiman que la dantesca sinfonía de ruidos cesó casi
al momento en que cantó el gallo.
Ajena a las peripecias que los eventuales ocupantes de la
vivienda habían atravesado, el ave de corral cumplió con su rutina
de anunciar el alba. En la casa, los chicos seguían orando, a la
guardia de que otras desagradables sorpresas siguieran poniendo
sus nervios a prueba.
Cuando la F100 del encargado de la feria ganadera ingresó
a La Toma, el sol ya estaba alto. Durante el viaje había decidido
Aunque pasaron muchos años de
aquella inquietante
noche, Juan Quevedo no pudo evitar
estremecerse al rememorar los
sucesos vividos.
darles a sus empleados la changa de limpiar y ordenar un poco la
casa que fuera de su tío. No dudaba que los muchachos aceptarían
con gusto hacerse de unos pesos extra por un par de horas de
trabajo. Además, seguramente estarían contentos luego de haber
asistido al show de uno de los grupos más populares de Córdoba.
Pero no se encontró con sonrisas al ingresar a la vivienda, sino
con dos jóvenes aún temblando.
-¿Qué pasa? –dijo el hombre, ante el doble gesto de inquietud
con que fue recibido.
-Patrón, creo que se quemó la instalación eléctrica –dijo
Roberto-. Sólo enchufamos un radiograbador, pero al rato nos
quedamos a oscuras.
-Habrá saltado la térmica –supuso el dueño de casa.
-No –aseguró Juan-, nos fijamos, pero estaba bien.
No contentándose con la aseveración, el dueño de casa
quiso constatarlo personalmente.
-¡Qué raro! Nunca hubo problemas eléctricos –se lamentó.
Pero cuando accionó la llave de la cocina, la lámpara se
encendió.
-Esta anda bien –dijo.
-Pero… -musitó alguno de los muchachos.
-Y ésta también –agregó el hombre, probando la del
dormitorio.
-¡Estos focos estaban quemados! –exclamó Juan.
-Y el del baño igual. Todos prenden.
El ganadero los miró extrañado, como pidiendo explicación.
Los jóvenes decidieron ir al grano y casi a dúo le confiaron:
-Jefe, en esta casa asustan.
-¿Cómo que asustan?
Entonces escuchó un minucioso informe de lo sucedido
durante la madrugada. Como si relataran una película, no se
ahorraron detalles y por turnos fueron describiendo cada uno de
los ruidos, el fuego que se reavivaba sin ayuda visible, y no se
avergonzaron al reconocer el miedo que sintieron y les impidió
pegar un ojo.
-Les habrá parecido, chicos. A lo mejor tomaron un poquito
de más, y ni hablar de los ruidos que pueden escucharse en una
casa antigua. Si no están acostumbrados, una madera que cruje
puede parecerles que alguien está caminando por ahí.
-No, patrón, no nos emborrachamos ni nos confundimos.
Anoche pasaron cosas muy raras aquí –sostuvieron-. No es nada
normal, no imaginamos nada. Si le parece, llévenos ahora a San
Luis, realmente no tenemos ganas de quedarnos más aquí.
El jefe adoptó una actitud paternal y les propuso quedarse
un rato para ordenar un poco la casa, incluso les ofertó algo más
del dinero que tenía planeado pagarles por el trabajo, pero la
insistencia continuaba. Finalmente, y tras la promesa de emprender
el viaje pasado el mediodía, los empleados aceptaron la changa,
aunque un poco a su pesar. Después de todo, a la luz del día las
cosas suelen verse diferentes, e incluso la compañía del mandamás
les inspiraba confianza.
Tras un breve debate desarrollado en un cruce de miradas,
los chicos resolvieron quedarse algunas horas y ganarse esos pesos
extra para llevar a sus hogares. Así fue como barrieron la morada
que se mostrara tan ruidosa e inquietante durante la noche pasada,
y luego se dispusieron a hacer lo propio en una especie de galpón
que había en el patio. Allí, junto a un destartalado FIAT 128, un
montón de trastos aguardaban ser acomodados, y a tal faena se
entregaron los amigos, sin sospechar que una nueva y siniestra
sorpresa los aguardaba, aún con el sol alto.
“Mientras estaba acomodando cosas, Roberto apareció con
una caja grande de madera que encontró entre un montón de
bártulos. Al abrirla había botones, velas y otras cosas, y también
aquella foto”.
Al llegar a ese punto, Juan sonríe como intentando disimular
el escalofrío que le hace sacudirse: “Cada vez que la recuerdo se
me pone la piel de gallina”, confiesó.
“Era el retrato en blanco y negro de un niño de unos dos
años, sentado en un cuero de vaca que parecía sujetado en los
extremos, aunque en la toma no puede verse a qué. El nene era
muy blanco, peladito y con unos ojos grandes y muy claros, como
celestes. No era un niño normal, era un niño escalofriante. Mirarlo
era sentir miedo, había algo en la criatura que provocaba esa
DIBUJO DEL NIÑO SINIESTRO
A pesar de las aterradoras peripecias vividas durante la noche anterior, lo que más marcó a los amigos fue la antigua fotografía de un siniestro niño.
sensación. Y en el reverso estaba escrito el número 1810; no sé si
era el año, aunque es posible, pues era una foto bastante antigua”.
Sin saber concretamente por qué, Juan y Roberto dedujeron
que aquel crío de otro tiempo tenía relación con los extraños
eventos ocurridos durante la madrugada, y para quitarse la duda le
mostraron la postal al patrón. Éste aseguró desconocer quién era el
pequeño, limitándose a reiterarles que la casa había sido de un tío
que falleció algunos años atrás, y que al no tener hijos le había
dejado a él en herencia esa propiedad. También les comentó que
varios inquilinos habían pasado por la vivienda, por lo que muchos
de los trastos que estaban acomodando habían sido olvidados por
gente a la que él no conocía. Los amigos se percataron de que
el hombre sabía más de lo que decía, por lo que insistieron en
que lo vivido durante la noche no era producto de la imaginación.
-Bueno, chicos, la verdad es que en esta casa fue rara la vez
que una familia se quedó más de un mes, pues siempre dijeron
que se escuchaban cosas –confesó-. De todos modos también les
aseguro que me he quedado muchas noches solo aquí, pero jamás
me ocurrió nada raro. Pero este nene –agregó, mirando una vez
más el retrato-, realmente no sé quién haya sido.
“Dejamos la foto en la caja donde la encontramos, no quisimos
llevarla porque presentimos que era algo malo. Terminamos la
limpieza cada vez con más ganas de irnos, hasta que finalmente
nos subimos a la camioneta y partimos hacia San Luis. Nos fuimos
con muchas intrigas, pero también con deseos de ya no saber más
del tema; no quisimos averiguar nada”.
Juan Quevedo recuerdó aún esa aventura sin preocuparse
demasiado por esconder los escalofríos que le causa rememorar los
detalles. No tuvo ninguna duda de que los episodios que vivió con
su ex compañero de trabajo se encuadraron en situaciones ajenas a
lo natural, mientras que al describir el singular y misterioso retrato
no tuvo pruritos al reconocer el miedo que sintió.
A modo de conclusión, reconoció: “Nunca antes me pasó
nada de estas características, y tampoco después de aquella noche.
Siempre había escuchado sobre cosas parecidas pero nunca supe
si creer o no, hasta que me pasó, y hoy creo. Nunca más volví
a La Toma”.
La maLdiciÓn deL perro neGropánico en la escena del crimen
Corría el verano de 1990 cuando el entonces oficial Marcelo
Allende ingresó al despacho de José Adaro, el jefe de la Unidad Regional
II, la jefatura policial del Departamento Pedernera, con asiento en
Villa Mercedes. Al otro lado del escritorio el superior firmaba algunos
documentos, tarea que cesó de inmediato ante la presencia del joven
efectivo, a quien le ofreció asiento para ir directamente al grano:
-Allende, ¿qué pasó durante la guardia en las quintas?
-¿Por qué lo pregunta, jefe? –se sorprendió el aludido.
-¿No se enteró? Palacios tuvo una crisis nerviosa, debió ser
internado. Ha dicho cosas incoherentes, pero estoy seguro que
tienen relación con la vigilancia que montaron anoche. Cuénteme.
Allende suspiró, se recostó en la silla y, tras meditar unos
pocos segundos, miró al comisario mayor a los ojos.
-No sé si va a creerme, jefe, porque hasta a mí me cuesta
creerlo.
El prólogo de la escena descrita había comenzado un par de
meses antes, puntualmente durante la noche del 14 de diciembre
de 1989, fecha en que ocurrió en Villa Mercedes uno de los
crímenes más atroces y enigmáticos de la historia policial de la
Provincia de San Luis. Atroz porque las víctimas fueron dos niños,
Carlos Luna (11) y Fernando Martínez (10), y porque literalmente
fueron masacrados con una saña absoluta. Y enigmático debido a
que jamás pudo establecerse a ciencia cierta quién los ultimó, ni
por qué.
Adentrarse en el caso Luna-Martínez ameritaría una labor
ardua y profunda para no caer en la subjetividad. Para reseñar
la complejidad de sus ribetes basta mencionar que hubo gran
cantidad de sospechosos, casi diez magistrados instruyeron en la
causa y la última conclusión judicial fue rechazada por el Superior
Tribunal de Justicia. En síntesis, un doble homicidio que dio lugar a
innumerables teorías, pero sin pruebas contundentes que las avalen
de manera categórica.
No obstante, esta crónica no pretende echar luz sobre
ese triste episodio, sino abordar un suceso muy poco conocido,
aunque acaecido indirectamente en el marco de aquel cruento caso
irresuelto. Careció de trascendencia en parte por la relevancia de
las brutales muertes y también porque sus protagonistas sólo lo
divulgaron entre sus allegados inmediatos.
La historia de marras se desarrolló en aquel verano, ya
comenzado el año 1990. Sobra mencionar en este punto que la
comunidad de Villa Mercedes aún no se recuperaba del horrible
episodio y la susceptibilidad permanecía a flor de piel en toda la
ciudadanía, especialmente por parte de quienes vivían en la zona.
De hecho el misterio que rodeaba al macabro asunto hacía que
cualquier detalle fuera tenido en cuenta, como el que dio inicio a
la extraña anécdota que protagonizara el hoy comisario (R) Marcelo
Allende.
“Toda información que surgía se investigaba –sostuvo el ex
policía-, aunque pareciera descabellada. Nunca había ocurrido un
crimen tan terrible en la ciudad, además los fallecidos eran niños.
Para el comisa-rio (R) Marcelo
Allende, el perro que se enfrentó a la partida a su cargo no era un animal común.
El temor era general y todo el mundo deseaba que el misterio
se esclareciera pronto, por lo que ante la menor alerta sobre algo
inusual acudíamos con la esperanza de obtener pistas. Fue en
ese marco que a pocas semanas de ocurrido el doble homicidio
llegó a conocimiento del entonces jefe de la Unidad Regional II,
el comisario Adaro, que por las noches solía verse a un misterioso
individuo deambular en cercanías del lugar donde habían sido
hallados los cadáveres. Quienes dieron aquel aviso refirieron que
se trataba de un hombre alto, vestido de negro, con sombrero y
sobretodo, indumentaria inapropiada teniendo en cuenta que era
verano. Varias personas coincidieron en esa descripción, por lo que
se dispuso corroborar tal situación”.
“A los efectos de verificar el trascendido y, en caso de
corroborarlo, proceder a identificar al desconocido, se organizaron
patrullajes por el sector. Una de aquellas guardias me fue asignada,
ocasión en la que junto a tres compañeros viví una de las
experiencias más extrañas e inexplicables de mi vida”.
Por aquella época en la zona en cuestión abundaban las
quintas, dándole a dicho suburbio un aspecto totalmente rural.
En la actualidad el crecimiento de la ciudad la ha ido rodeando
Un modesto altar rinde tributo a la memoria de Carlos Luna y Fernando Martínez.
con populosos barrios, aunque el punto exacto en el que fueron
encontrados los cuerpos sigue siendo bastante agreste, cruzado por
calles de tierra y rodeado de añosos árboles, casi igual a como
se hallaba en 1989.
La patrulla de Allende arribó al sitio pasada la medianoche.
Allí debería permanecer hasta las dos de la mañana, hora fijada
para el relevo.
“Si bien estaba al tanto del doble homicidio, era la primera
vez que iba al lugar ya que de la investigación se ocupaba otra
gente. Sin embargo era una sensación muy rara y especial estar
donde poco tiempo atrás habían sido hallados los cadáveres de
los niños. Arribamos en un Ford Taunus que recientemente había
adquirido la Cooperadora Policial y nos estacionamos debajo de
unos árboles, en la intersección de Chile y Sarmiento. Recuerdo
que en esa época allí había un pequeño altar en memoria de las
víctimas. Años después fue trasladado unos metros al este, por
Sarmiento, donde se encuentra en la actualidad”.
La partida capitaneada por Allende la completaban los
oficiales Palacios, Alcaraz y Pérez; los cuatro eran jóvenes policías,
pero ya veteranos en las lides propias del trabajo. Aquella misión
en particular les representaba una simple rutina, incluso tenían sus
reservas acerca de la existencia del misterioso caminante nocturno,
no obstante, y dada la seriedad de lo que poco tiempo atrás había
acontecido, era necesario despejar cualquier tipo de dudas.
Una vez estacionado estratégicamente el vehículo, con el
objetivo de no ser visto desde lejos, Allende y Correa decidieron
dar una recorrida caminando, mientras sus compañeros aguardaban
en el coche. “Era una noche cálida y muy clara porque había luna
llena. Con Correa anduvimos por Chile hacia el norte, encontrando
todo calmo a nuestro paso. La idea era revisar el sector, volver
al coche y repetir el recorrido alternadamente hasta que vinieran
a relevarnos”.
La aventura no tardó en comenzar, ya que cuando los
efectivos habían transitado unos doscientos metros se sorprendieron
al oír el arranque fallido del coche: “En realidad nos llamaron la
atención dos detalles, primero que nuestros compañeros decidieran
dejar el lugar, pues acordamos quedarnos apostados allí, y también
que el motor tardara en responder ya que se trataba de una
unidad nueva que jamás había fallado. Intrigados regresamos de
inmediato”.
¿Qué había sucedido luego de que el grupo se dividiera?
Armando la cronología de los hechos se establecería que, mientras
Allende y Correa caminaban, Alcaraz bajó del coche y revisó el
perímetro inmediato al vehículo, instancia en la que presintió que,
desde la espesura de los arbustos, algo estaba observándolo.
Considerando el doble homicidio, la presunta presencia de un
siniestro personaje y toda la intriga que rodeaba al caso, es
sencillo imaginar lo inquietante que resultaría suponerse acechado
por algún peligro, especialmente en sitio tan desolado. El propio
temple dado por el oficio permitió a Alcaraz sobreponerse
rápidamente a la sorpresa y que intentara descubrir la naturaleza
de aquella presencia, enterándose pronto que se trataba de un
perro. Casi restándole importancia se propuso espantarlo, “pero el
animal respondió con un gruñido que mi compañero calificó como
satánico –acotó Allende-, al tiempo que notaba claramente que sus
ojos brillaban como ascuas”.
Aterrado por semejante visión, el uniformado corrió hasta el auto
y rápidamente puso al chofer sobre aviso, ante lo cual éste se dispuso
a salir tras el enorme cánido, que Alcaraz alcanzara a ver corriendo en
dirección a la calle Sarmiento. Tras los varios intentos inexplicablemente
fallidos, el motor respondió y avanzaron hacia el lugar indicado por el
sorprendido policía. Para entonces, Allende y Correa llegaron al sitio
donde inicialmente habían estacionado, continuando camino hasta la
nueva ubicación.
“Al reunirnos tomamos conocimiento de lo ocurrido,
enterándonos que el perro había desaparecido en cercanías de la
acequia en que fueran encontrados los niños. Para salir de dudas y
corroborar qué estaba sucediendo volvimos a separarnos, tratando
de divisar al animal. Al cabo de unos minutos lo vi. Se trataba
de un enorme ejemplar de color negro, que había adoptado una
actitud amenazante. Temiendo ser atacado decidí dispararle con mi
escopeta Itaka, pero inesperadamente el arma se trabó, algo que
jamás sucedía pues constantemente revisábamos el funcionamiento
de nuestros pertrechos. De inmediato Palacios esgrimió su pistola
11.25, corriendo la misma suerte. El desperfecto se repitió con el
fusil de Alcaraz. ¡Todas nuestras armas estaban trabadas! El perro
dio entonces un salto increíble, perdiéndose en la espesura.
“Aún no saliendo de nuestra sorpresa rodeamos el sitio
en el que se había ocultado, pero ya no volveríamos a verlo.
Simplemente se había esfumado, algo imposible ya que tendría
que haber pasado por donde lo esperábamos”.
A modo de detalle, Allende agregó que “mientras duró aquel
incidente, los numerosos perros de la zona ladraban enloquecidos,
concierto que cesó inmediatamente cuando el extraño mastín
desapareció”.
Si bien en aquellos años no eran habituales en Villa
Mercedes perros de gran porte, como los Rotwailler, actualmente
el entrevistado insistió que “jamás vi un animal semejante, pues
era más alto y corpulento que un gran danés, podría decirse que
del tamaño de un ternero, daba saltos prodigiosos y sus ojos
despedían un brillo rojo”.
La situación dejó desconcertados a los cuatro hombres,
quienes comenzaron a evaluar diversas hipótesis con el fin de dar
con alguna explicación lógica, objetivo que no pudieron alcanzar.
Sólo tuvieron en claro que acababan de vivir una experiencia que
jamás olvidarían.
Los curtidos policías rodearon
al feroz cánido, pero éste se
esfumó como por arte de
magia.
Al llegar los camaradas que los relevarían prefirieron no
contarles nada de lo sucedido, “pero lo primero que hicimos al día
siguiente fue preguntarles cómo se había desarrollado la guardia –
acotó Allende-, respondiéndonos que no había ocurrido nada fuera
de lo normal”.
Cuando el narrador de esta experiencia se la contó en
detalle al comisario Adaro, éste, lejos de desestimar lo que su
subordinado acababa de confiarle, se mostró perplejo.
-Debemos develar ese misterio y quiero que se ocupe
personalmente. Hay que intensificar los patrullajes en el sector
para saber qué está pasando, ¿necesita más hombres, más armas?
-No creo que eso sirva de algo, jefe.
-¿Entonces, qué propone?
-Crucifijos –respondió, lacónico-. Creo que debemos llevar
crucifijos.
Durante varias semanas, los recorridos nocturnos en la
zona donde fueran hallados Carlos Luna y Fernando Martínez se
realizaron sistemáticamente para dar con el enorme y huidizo
perro negro, como también verificar la existencia del solitario
caminante. Pero ninguno de esos personajes fue visto durante tales
guardias. Con tales resultados, aquellos procedimientos bajo reserva
se suspenderían poco después.
Con el correr de los años, algún que otro transeúnte aseguró
haberse cruzado en cierta ocasión con un gigantesco can azabache,
desconociendo la experiencia vivida por los uniformados, pero tales
comentarios no alcanzaron para forjar una leyenda.
Lo compartido por Marcelo Allende guarda notorias similitudes
con historias propias del folclore de diferentes culturas. A modo de
ejemplo, en diversos países de la Europa profunda surge la figura del
perro negro como presagio de tragedias y malos augurios. Justamente
de tales mitos se valió el célebre escritor Arthur Conan Doyle para
las bases de “El sabueso de los Bakersville”, una de sus novelas más
conocidas, en la que su inmortal personaje, el detective Sherlock Holmes,
investiga las presuntas apariciones de la fabulosa bestia en la campiña
británica. Según algunos biógrafos del autor, éste se habría inspirado
en las denuncias de una familia afincada en Dartmoor, en el centro de
Devon (Inglaterra), cuyos integrantes aseguraban vivir aterrorizados por
la presencia de un monstruoso mastín.
En España, conocida es la leyenda de un fantasmal perro
negro que deambulaba por el Real Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial, y que aterrorizó hasta su muerte a Felipe II, más
conocido como el Rey Prudente.
Estados Unidos cuenta con varias versiones, México tiene a su
legendario Nahual y en América Central es muy mentado el Cadejo,
mientras que en América del Sur la tradición alberga la figura del perro
negro en varias de sus leyendas, llegando incluso a emparentarlo con
otro ser fabuloso, el Lobizón.
Retornando a Villa Mercedes, la singular aventura vivida por
los policías no llegó a trascender más que en la forma de una
anécdota tímidamente contada entre amigos, hasta que Marcelo
Allende aceptó compartirla para ser plasmada en estas páginas.
Asimismo hubo un acontecimiento ulterior que pudo o no tener
relación con lo sucedido, pero que no deja de ser intrigante y por
ello interesante para agregar. Aquel oficial Palacios dejó finalmente
la Fuerza Policial y se dedicó exclusivamente a la práctica de las
ciencias ocultas, teniendo al poco tiempo un final tan cruento y
enigmático como el caso Luna – Martínez: su cuerpo fue hallado
sin vida y exhibiendo sangrientas laceraciones. Un crimen que hasta
la fecha tampoco fue develado.
poSeSioneS y exorciSmoSinvasión de cuerpos, usurpación de almas
Si bien la medicina ha alcanzado logros que superan en
gran medida a la ciencia ficción, el cuerpo humano aún representa
muchos enigmas por develar, en especial lo que atañe a la
salud mental. Seguramente por ello es que todavía persisten
muchos mitos y hasta teorías que contrastan con aseveraciones
profesionales. En ese sentido, y en una innumerable cantidad de
casos, se han confundido síntomas propios de la esquizofrenia, la
histeria y otros trastornos de la conducta con algo que es propio
del terreno espiritual: las posesiones diabólicas.
La invasión a un alma por parte de una entidad etérea es una
posibilidad planteada desde los orígenes de la humanidad, afianzada con
el nacimiento de los diversos credos, que instauraron casi con carácter
tangible la existencia del Diablo, a fin de darle al mal una identidad
puntual. En los libros sagrados de todas las doctrinas se reconoce a las
posesiones diabólicas como situaciones reales, aunque por lo general el
tema se aborda con suma cautela y hasta con hermetismo.
El temor que implica el riesgo de ser dominado por influencias
malignas alcanzó, sin lugar a dudas, a toda la cultura popular
contemporánea a través de una novela, y más aún con la película
homónima basada en dicha obra: “El exorcista”. Su autor, William
Peter Blatty, se basó en un episodio ocurrido en 1949 en Maryland,
Estados Unidos de Norteamérica. Robbie Mannheim, un adolescente
de 13 años, resultó el desdichado protagonista de alarmantes
alteraciones en su conducta, que motivaron la intervención de
médicos y el sometimiento a diversos tratamientos, con resultados
infructuosos. Como última alternativa, su familia decidió recurrir a
un grupo de sacerdotes católicos, quienes lograron la autorización
del Vaticano para proceder a realizar el Ritual del Exorcismo.
En la versión de Blatty la víctima resulta ser una niña, Regan
MacNeil, quien sufre la posesión por parte de una serie de demonios que
se identifican como Legión. El director William Friedkin llevó la trama al
cine con guión del mismo escritor, logrando una de las películas más
exitosas de la historia, considerada como una obra de arte del género
de terror y al mismo tiempo convirtiéndose en un filme de culto. Tal
reconocimiento se debió, en gran parte, a revivir y poner de manifiesto
el miedo ancestral a caer bajo el yugo de Satanás. El interés general no
sólo generó la realización de secuelas, documentales, otros argumentos
similares y un sinfín de artículos, sino que además posicionó el tema en
la sociedad. Y la ciencia, que por entonces tenía un patrimonio casi total
sobre cualquier situación vinculada a la alteración de la conciencia, se
vio superada por una corriente que se inclinaba a creer en la realidad de
las posesiones diabólicas.
Lo cierto es que hechos de tal naturaleza se han dado a lo largo de
la historia en todos los rincones del mundo, incluyendo a la Provincia de
San Luis, que ha sido escenario de singulares episodios para los cuales
no se cuenta con conclusiones definitivas. Mientras tanto, las opiniones
continúan siendo disímiles.
El hoy físicamente desaparecido Monseñor Eduardo Francisco
Miranda no dudó al aseverar que “las posesiones demoníacas
han existido siempre, y mucho más en otras épocas, cuando el
cristianismo no estaba tan cimentado, pero ya en el Génesis se
cita la presencia del espíritu del mal, que tentó a Adán y a Eva.
La Iglesia, con todos sus años de experiencia, ha desarrollado una
serie de oraciones que componen el Ritual de Exorcismo, que
años más tarde fue reformado e incluso se tradujo a la lengua
vernácula. De todos modos es algo que no puede ser realizado
por cualquiera, sólo las personas muy virtuosas pueden llevarlo a
cabo y de ahí que la Iglesia lo haya restringido”.
No obstante, el sacerdote resaltó que por norma se estudia
detenidamente cada caso antes de concluir que se está ante una
posesión auténtica: “Hay que ver el ambiente en que se vive y otros
factores, ya que mucha gente se deja llevar por fantasías, y lo que en
principio podría ser una manifestación del Demonio en realidad no es
tal, sino que puede confundirse con enfermedades psíquicas”.
A modo de anécdotas, monseñor Miranda recordó que “en cierta
oportunidad se solicitó mi presencia en una casa donde una chica había
comenzado a hablar con una voz gutural, más propia de un hombre
que de una jovencita. Luego de asistirla llegué a la conclusión de que el
problema correspondía a la medicina y así se lo hice saber a la familia,
sugiriendo que se consultara a un especialista. La supuesta poseída
me escuchó y a viva voz gritó que no estaba loca, mientras que sus
familiares se ofendieron bastante. Sin embargo, a los pocos días fueron
a visitarme y me dijeron que finalmente habían acudido a un médico,
pudiendo corroborar que la joven no presentaba ninguna característica
propia de una posesión”.
Otro episodio rememorado por el cura tiene cierto toque
jocoso: “Había una mujer que aseguraba sufrir el asedio del
Diablo, pero lo curioso es que ella sólo estaba dispuesta a que la
exorcizara un sacerdote muy pintón. Finalmente no había tal cosa,
sino el interés de esta dama hacia ese religioso”.
Para Roberto Alturria, docente de paraciencias, las posesiones
Monseñor Eduardo
Francisco Miranda
demoníacas también existen, aunque resaltó que muchos casos “en
realidad pueden estar generados por el potencial de la mente. Durante
mi trayectoria conocí muy pocos casos que presentaron características
que demandaron la realización de exorcismos, y mi participación fue en
carácter de estudioso. Uno de ellos fue protagonizado por una niña de
14 años que generalmente provocaba fenómenos del tipo poltergeist,
registrándose imágenes síquicas y psicofonías, algo que sin embargo
suele suceder en personas de esa edad. En ese hecho puntual, y tras
una hipnosis regresiva, se pudo establecer que esas alteraciones se
habían desarrollado desde el nacimiento de la jovencita, concretamente
durante el parto. Esto resulta comprensible, pues se trata del paso
de un lugar protector a un clima ruidoso, lo que naturalmente puede
tener secuelas. Este ejemplo indica que se debe ser muy cauteloso al
abordar un cuadro de estas características, siendo fundamental trabajar
en equipo. A esa adolescente se la trató desde el inicio como a una
poseída, lo que generó una psicosis general”.
Por su parte, la psiquiatría desestima en absoluto no sólo
la posibilidad de que alguien pueda ser dominado por espíritus
malignos, sino que directamente niega la existencia del propio
Roberto Alturria,
docente de paraciencias.
Satanás. Jorge Pellegrini, ex gobernador de la Provincia de San
Luis (2008 - 2011) y especialista en dicha rama de la medicina,
ratificó tal postura: “Para reconocer la existencia de las posesiones
demoníacas debería creer en el demonio, en lo que obviamente
no creo. Ocurre que las enfermedades mentales, puntualmente
la locura, fue pensada durante siglos como posesión demoníaca,
siendo uno de los motivos por los cuales muchos fueron sometidos
por la Inquisición y condenados a la hoguera. Hay una creencia e
historia que vincula todo esto con lo que no podemos comprender,
generando cierto daño u horror ante la supuesta existencia del
demonio. En términos científicos sostengo que tales fenómenos
deben ser estudiados, comprendidos y razonados desde el punto
de vista del conocimiento y no sobre la base de prejuicios ni de
distintos sistemas de creencias”.
“Hay mucho miedo a la locura y a las enfermedades mentales en
general –prosiguió Pellegrini-, pues quien padece alguna patología de
tales características se transforma en otro, de ahí que la familia diga que
parece otra persona, cuando en realidad es alguien que está enfermo.
Pero genera miedo, por ejemplo para asustar a los chicos, al menos en
mi época solía decírseles que se portaran bien o llamarían al hombre
Jorge Pellegrini, psiquiatra.
de la bolsa, al borracho o al loco. Hay una cuestión vinculada al rechazo
y al temor que produce lo que no se conoce. Ante las enfermedades
mentales ahora existen tratamientos muy eficaces, por lo que hoy la
psiquiatría es la especialidad de la esperanza cuando antes era la del
depósito”.
El caso de los mellizos poseídos
A mediados de 2006 se registró un curioso episodio en Villa
Mercedes que, extraoficialmente, fue tildado como un doble caso de
posesión demoníaca, ya que los principales protagonistas del mismo
resultaron ser dos mellizos en edad adolescente, quienes periódicamente
experimentaban un alarmante cambio en su conducta que los tornaba
peligrosos, tanto para ellos como para los demás, incluyendo a su propia
madre.
ComisarioFabio Molina.
En reiteradas ocasiones la Policía era solicitada de urgencia en el
domicilio de estos chicos, a raíz de las violentas situaciones consecuentes
de unas extrañas crisis, que eventualmente también solían ocurrir en
la vía pública. El comisario y licenciado en asistencia social Gabriel
Molina, a cargo de la Comisaría del Menor por aquel entonces, recordó
la singular historia: “Se trataba de dos hermanos de apellido Escudero,
que al parecer padecían de algún problema psicológico que redundaba
en una descompensación psíquica, ya que en casi todos los actos de
su vida veían alucinaciones, por lo general ángeles o demonios. Lo que
llamaba mucho la atención es que esos estados ocurrían de manera
sincronizada, ya que mientras uno de ellos sufría uno de esos ataques,
el otro permanecía en un estado de contemplación, del que salía para
experimentar una crisis cuando su hermano había sido controlado”.
De las varias intervenciones policiales frente a los desmanes
provocados por los muchachos, Molina mencionó que “solían estar
en la plaza San Martín, donde buscaban agua para mojar a los
transeúntes, convencidos de que así los liberaban de demonios,
mientras que al preguntárseles por qué actuaban de tal modo
respondían que ciertas entidades les ordenaban que hicieran
determinadas cosas”.
El policía también resaltó que “la madre de estos jóvenes tenía un
lunar en la cara, en el que ellos veían al diablo. En cierta ocasión ambos
quisieron extirpárselo con un cuchillo y en otra oportunidad intentaron
cortarle el cuello; tales emergencias también demandaron nuestra
intervención para dominarlos. Recuerdo que la fuerza que tenían era
sorprendente, a tal punto que se requirió de varios efectivos robustos
para poder controlar sólo a uno”.
Acerca del destino de los adolescentes, Molina comentó: “La
última vez que debimos reducirlos fueron puestos a disposición
de autoridades médicas y derivados al Hospital de Salud Mental,
girándose las actuaciones al Juzgado de Familia. Las últimas
novedades que tuve de ellos es que se les había brindado un
tratamiento que, en principio, había logrado compensar su estado”.
Como dato a considerar, el ex titular de la Comisaría del
Menor advirtió que “estos chicos eran conocidos por su costumbre
a inhalar laca y combustibles, adicción que va dañando severamente
las neuronas y provoca una pérdida en el sentido del espacio y
del tiempo, causando además alucinaciones, como sucede con los
alcohólicos”.
El sargento Flavio Gómez, avezado efectivo acostumbrado
a valerse de su enorme porte para reducir a sujetos violentos,
acudió a uno de los varios pedidos de ayuda de la madre de los
hermanos Escudero: “Nos encontramos con uno de los chicos en
pleno ataque de furia, costándonos muchísimo reducirlo a pesar de
que éramos seis policías veteranos. Finalmente, cuando logramos
dominarlo, clamaba que lo estaban atacando unos perros, cuando
no había ninguno”.
También remarcó un dato aportado por Molina: “las crisis de
estos chicos no solían darse en ambos al mismo tiempo, primero
uno de ellos sufría el ataque y luego el otro”.
SargentoFlavio Gómez.
En su experiencia como agente de la Ley, Gómez confirmó que
“quienes consumen diversas sustancias tóxicas por lo general terminan
viendo cosas que no existen, pero es raro que alguien siga afirmando
que está siendo agredido, como el caso de ese chico, que aseguraba
ver perros de ojos rojos y además pretendía huir por sitios donde él
pensaba que había puertas, cuando sólo había paredes. He visto a
muchas personas bajo los efectos de diversas drogas, pero la mayoría
no se comporta con agresividad, sino que se ríen o hacen ademanes.
Realmente aquella situación nos dejó pensando si esos muchachos
sufrían de algún desorden mental o en realidad tenían un problema de
otra índole”.
Miedo en el barrio Rawson
Otro episodio de características semejantes que demandó la
intervención policial ocurrió tiempo atrás en el barrio Rawson, en San
Luis capital. En este caso la víctima de una supuesta posesión diabólica
resultó ser una chica, que experimentó una serie de ataques que provocó
verdadero pavor a su familia.
Sargento (R)Martín Rodríguez
El sargento (R) Martín Rodríguez, que por la época cumplía
funciones en la Subcomisaría Cuarta y que presenció una de esas
crisis, rememoró: “Una noche de 1994 recibimos un pedido de
apoyo por parte de la Comisaría del Menor, por una situación
que estaba sucediendo en una vivienda ubicada a pocos metros
de dicha seccional, acudiendo en respuesta junto al oficial Walter
Ferratjans. Al llegar nos encontramos con unos camaradas que
no se animaban a actuar, por lo que ingresamos para saber qué
estaba pasando”.
Los intrigados policías accedieron a la morada y se dirigieron a
una de las habitaciones, donde ambos se encontraron “con una escena
casi igual a la de la película ‘El exorcista’ –aseguró Rodríguez-, porque
en la cama había una chica de unos 17 años presa de un estado fuera
de lo normal, retorciéndose y hablando con una voz muy gruesa que te
entraba al alma, como si fuera un hombre ronco, para nada apropiado
a una señorita de esa edad. Sólo faltaba que caminara por las paredes”.
El ex policía añadió que “la madre de la jovencita estaba
desesperada y advertía que debajo del colchón había un cuchillo
ensangrentado, por lo que buscamos hasta dar con ese elemento
que, en efecto, presentaba manchas hemáticas, aunque jamás se
pudo precisar su origen”.
Rodríguez se explayó acerca de aquel suceso, resaltando
que la víctima “presentaba una fuerza impresionante que nos
hacía imposible sostenerla, a pesar de que éramos cinco hombres.
Recuerdo que había un pesado modular que ella movía como
si sólo fuera una silla. He presenciado a varias personas que
desarrollan más fuerza de lo normal durante un ataque de nervios,
pero jamás como aquella chica; era algo de no creer”.
La situación parecía insostenible pues la joven no daba
indicios de tranquilizarse, “por el contrario, se ponía cada vez
más agresiva”, apuntó Rodríguez, agregando que “finalmente fue
Ferratjans quien logró calmarla. Por entonces él estudiaba la Biblia,
conocimientos de los que se valió para hacer frente a algo para
lo que no estábamos preparados como policías”.
A pesar de que el episodio de marras ocurrió hace varios años, el
hoy comisario Walter Ferratjans recordó en detalle la emergencia que
lo llevó junto a Rodríguez a aquella vivienda del barrio Rawson: “Yo era
un oficial recién egresado y esa situación no se encuadraba en el marco
de nada para lo cual habíamos sido entrenados, de hecho llegamos al
AL igual que en la película
“El exorcista”, la joven domiciliada
en el barrio Rawson
experimentó una fuerza superior a
la de varios hombres y una
voz gutural.
lugar en respuesta a un pedido de apoyo por parte de la Comisaría
del Menor, sin saber a ciencia cierta qué estaba sucediendo, pero al
apersonarnos nos encontramos con que los policías que ya estaban
no querían o no podían actuar. En el dormitorio había una señorita de
unos 17 años que presentaba un estado que a primera vista era lo más
parecido a un cuadro convulsivo. Nuestros compañeros nos explicaron
que era imposible reducirla porque demostraba una fuerza fuera de lo
normal, profiriendo además insultos y agravios con una voz que no era
propia de una adolescente”.
La hostilidad de la jovencita, junto a su exacerbada fuerza
y aquellos gritos proferidos con una gravedad cavernosa, habían
logrado amilanar a los policías, adiestrados para afrontar situaciones
de conflicto, pero no a algo que, tal como se lo recuerda, parecía
obra del Diablo.
Frente a un personal amedrentado y debiendo aguardar
la llegada de una ambulancia, Ferratjans resolvió dejar de lado
su profesionalismo y utilizar recursos aprendidos en sus estudios
bíblicos: “Fue una decisión totalmente independiente de la
formación policial, que tomé al verse superadas las otras instancias.
Concretamente me subí a la cama e inmovilicé a la chica con
Comisario Walter Ferratjans. Su
afición a los tex-tos sagrados le
permitió afrontar una situación que superaba
la preparación policial.
mi cuerpo, para luego referirme a textos puntuales de los Santos
Evangelios, tarea que llevé a cabo por espacio de unos diez
minutos. Finalmente se tranquilizó y dejamos que la gente de la
Comisaría del Menor continuara con su labor, sin riesgo de que la
joven agrediera a alguien o se lastimara a sí misma”.
Con el interés de obtener mayores datos de esa historia, que
me fuera narrada a mediados de 2010, me dirigí a la casa del barrio
Rawson, que me fuera indicada por el sargento Rodríguez. Luego
de exponer el motivo de mi visita, los ocupantes de aquel domicilio
se mostraron sorprendidos e incómodos, negando que allí hubiese
ocurrido un caso de tales características, actitud que persistió a pesar
de mi insistencia. Sin embargo, cuando me disponía a marcharme una
vecina se me acercó y me abordó con una pregunta: “¿Escuché mal o
usted preguntaba por lo de la posesión?”. Tras asentirle, la mujer me
explicó que la familia nunca quiso hablar más del tema, al tiempo que
confirmó que el episodio en cuestión había sucedido tal como lo habían
relatado Rodríguez y Ferratjans. Incluso añadió que una de las personas
que me había atendido era quien, cuando adolescente, fue la poseída
del barrio Rawson.
El policía endemoniado
Años más tarde, con destino en Villa Mercedes, el sargento
(R) Martín Rodríguez presenció otro episodio de rasgos similares al
que atestiguara en el capitalino barrio Rawson, pero en esa segunda
oportunidad quien presumiblemente resultara poseído sería uno de
sus compañeros de trabajo: “Esa anécdota tuvo lugar una noche en la
que con algunos camaradas estábamos de guardia en el destacamento
ubicado en el Parque Provincial Costanera Río Quinto. Concretamente,
durante un recorrido por el predio encontramos unos libros muy raros
que versaban sobre ciencias ocultas. El hallazgo nos había sorprendido
un poco, pero finalmente no le prestamos mayor atención, a excepción
de uno de los efectivos, que se interesó bastante en esos textos y se
quedó leyéndolos mientras los demás nos dispusimos a descansar en la
misma dependencia”.
Rato después, Rodríguez fue despertado por el compañero
citado, cuya actitud le resultó extraña: “Había algo diferente en
él, no supe a qué atribuirlo, pero parecía otra persona. Con un
entusiasmo muy sospechoso me dijo algo así como: ‘Mirá lo que
puedo hacer… puedo atravesar las paredes’; obviamente pensé que
me estaba gastando una broma, pero insistió tanto que terminé
por seguirle la corriente y ubicarme al otro lado de un muro, tal
como me lo había pedido, sin embargo me preocupé bastante
cuando oí los golpes que su cuerpo daba contra la pared; en
verdad estaba convencido de que podía traspasarla”.
Al cabo de unos minutos, el policía dejó tan descabellado intento
y pareció tranquilizarse. Rodríguez, aún perplejo, trató de volver a dormir,
pero al poco tiempo un nuevo sobresalto lo arrancaría del descanso:
“Oí unas exclamaciones provenientes de afuera, por lo que salí, al igual
que otros de los efectivos, y encontramos al mismo compañero que,
totalmente desnudo, hablaba en un idioma extraño, como si estuviera
invocando algo. Ahora, pasado el tiempo, al recordar aquel episodio nos
da cierta gracia, pero en ese momento nos asustó bastante. Lo llamativo
de todo es que cuando sucedieron las dos situaciones ese policía parecía
estar en una suerte de trance, porque luego, cuando le preguntamos qué
le había pasado, aseguró no saber de qué le hablábamos; no recordaba
nada de lo que había hecho. No dudamos que la lectura de esos libros
influyó en su conducta”.
Cabe destacar que los aledaños del Parque Costanera Río Quinto
han sido en más de una ocasión escenario de otras situaciones extrañas,
entre ellas rituales de corte esotérico que desconocidos suelen practicar
amparados por la noche, soliéndose encontrar eventualmente restos de
comida, bebidas, cigarrillos y demás elementos que, dispuestos a modo
de altares, son ofrecidos como ofrendas a deidades paganas.
A propósito de todo esto no quiero dejar de recordar dos curiosos
episodios de los que en su momento me ocupé cuando me desempeñaba
como periodista de El Diario de la República. Uno de ellos, que figuró
en el parte de novedades que emitía la Unidad Regional II, daba cuenta
de que varias personas afincadas en las cercanías del parque habían
oído de modo muy claro el llanto de un bebé proviniendo de entre
los añosos eucaliptos. Esto había motivado que se patrullara la zona,
sin haberse encontrado nada que explicara tales aseveraciones, lo que
La aparecida de la Costanera del río Quinto. Una figura que no alcanzó a granjearse una leyenda.
redundó en una serie de historias vinculadas más a la superstición que
a explicaciones lógicas.
El otro hecho me fue relatado por el comisario mayor Sergio Bertoli,
en ocasión de estar a cargo de la Comisaría Octava, en cuya jurisdicción se
encuentra el paseo público de marras. Este jefe policial reconoció que un
hombre le había manifestado -no en carácter de denuncia ni exposición,
sino de simple comentario- que cierta noche, mientras paseaba en auto
junto a su novia, habían decidido estacionar en el corazón del parque,
convencidos de que la tranquilidad propia a tales horas les brindaría
el clima propicio para disfrutar de un rato de intimidad. Ensimismados
en su pasión, los amantes se abandonaron al placer, hasta que el varón
presintió que no estaban solos, lo que confirmaría al dirigir la mirada
hacia una de las ventanillas y sufrir entonces uno de los mayores sustos
de su vida. De pie junto al vehículo, observándolos, se hallaba una
figura escalofriante que describió como una mujer vestida de blanco
y coronada con una larga e hirsuta cabellera que caía sobre su rostro.
Dicha imagen de por sí recuerda
al estereotipo de las películas de
terror asiáticas y es fácil imaginar
el pavor que causaría encontrar
a alguien así en un paraje
oscuro y desolado; de hecho el
protagonista de tal desventura
confesó que, tras recuperarse
a medias de tan escalofriante
sorpresa, atinó a ubicarse de
un salto ante el volante y partir
raudamente, acomodándose las
ropas recién al sentirse seguro
bajo las luces del centro.
Sospechando que el
espeluznante voyeur fuera en
realidad algún bromista, Bertoli pidió a sus agentes que prestaran
especial atención durante los patrullajes nocturnos sobre el deambular
de algún sospechoso, mas la falta de novedades al respecto limitó el
episodio al rango de anécdota.
Pero retomando el tema de las posesiones demoníacas resulta
muy interesante compartir otro caso que, justamente, tuvo lugar en los
aledaños del Parque Provincial Costanera Río Quinto y que le tocó vivir
a un conocido músico y dirigente político de Villa Mercedes.
Político, músico y exorcista
Raúl Díaz es muy conocido en Villa Mercedes por ser un activo
dirigente del Partido Justicialista y, quizás aún más, por el virtuosismo
con que ejecuta la guitarra. Hombre de mítines y peñas, ha ocupado
cargos ejecutivos y legislativos, y también ha actuado en diversos
escenarios provinciales y nacionales. Pero además cultiva desde su
infancia un profundo interés por el estudio de temas espirituales, lo que
le resultó de gran ayuda en cierta ocasión, cuando le tocó improvisar un
exorcismo en lo que, a su juicio, fue un típico caso de posesión.
“Esto ocurrió hace más de 20 años, recuerdo que fue un
viernes por la tarde y estábamos en casa de mis padres con mi
mujer, quien por entonces era mi novia. De pronto llegaron unos
conocidos nuestros pidiendo ayuda debido a que una de sus hijas
estaba sufriendo un ataque de nervios. De inmediato fuimos con
ellos a su casa en el Dogde Polara de mi papá, con la idea de
llevar a la chica hasta el hospital”.
Así comenzó Díaz a rememorar aquella aventura, cuya primera
parte se desarrolló al arribar a la modesta vivienda de la familia
amiga, situada en los aledaños del parque ya citado, donde se
enfrentó a una situación por demás preocupante: “La chica, una
adolescente, era presa de convulsiones y adoptaba expresiones
que daban cierto temor, pues sus rasgos se deformaban de una
manera sorprendente. Subirla al auto fue muy difícil, ya que tenía
una energía impresionante y se resistía mucho, incluso debimos
sujetarla entre varios hombres”.
Raudamente partieron hacia el Policlínico Regional e ingresaron
a la joven en la guardia: “Los médicos resolvieron suministrarle
unos calmantes, con lo que se la pudo controlar apenas un poco.
Si bien no lo dijeron expresamente, esos profesionales refirieron
que habían hecho todo lo que estaba a su alcance, dando a
entender que no se trataba de un tema clínico”.
En este punto, Raúl Díaz hizo un paréntesis: “Pasa que la relación
entre la ciencia y la actividad esotérica no es nada fluida, aunque la
realidad es que coexisten”.
Al salir del nosocomio, el narrador propuso consultar con
dos conocidos curanderos “en busca de asistencia espiritual,
aceptando la familia de inmediato. Así fuimos primero a una de
estas personas, que se domiciliaba en el barrio Estación, quien
se excusó al advertir que la situación era muy difícil. El segundo
“Me encomendé a Dios y a la Virgen para ayudar a la jovencita”,
recordó Raúl Díaz.
directamente aseguró que la chica había sido invadida por espíritus
malignos, por lo que era poco lo que podía hacer. A pesar de
tales respuestas, la jovencita se calmó bastante, por lo que cuando
ya caía el sol regresamos a su casa”.
La segunda etapa de esta historia, y la más neurálgica,
tendría lugar pocas horas después: “Ya entrada la noche, y cuando
con mi novia nos disponíamos a salir, volvimos a recibir a los
padres de la chica, más preocupados que rato atrás pues se le
había declarado una nueva crisis, aún más grave”.
Raúl decidió volver a la casa de esa familia, aún a sabiendas
de que ya había hecho todo lo que estaba a su alcance: “La
escena con la que me encontré era directamente dantesca, pues
la adolescente se sacudía con tal violencia que sus familiares
varones debían sostenerla de brazos y piernas para intentar
sujetarla; recuerdo que también despedía espuma por la boca. De
verdad que el cuadro era bastante preocupante, además sólo me
había acercado por solidaridad de vecino y de amigo, pero la
desesperación que se vivía en el lugar era muy grande y nadie
sabía qué hacer”.
Elsa Garrido, esposa de Raúl, describió el episodio que le tocó vivir
en carácter de testigo: “No entendía nada, la chica se arqueaba toda,
gritaba de una manera aterradora y derrochaba una fuerza descomunal;
daba mucho miedo. Entonces Raúl, con mucha tranquilidad, les pidió a
todos que no se preocuparan y que rezaran. Me sorprendió mucho que
Raúl supiera de esas cosas, así fue como me enteré”.
Es que en ese instante de semejante tensión, el entrevistado
echó mano a lo aprendido por su afición por los temas espirituales: “De
pronto recordé que ante casos de esas características se debe colocar
la mano izquierda en la cabeza y con el índice derecho dibujar la señal
de la cruz en la frente, y así lo hice, pidiéndole a Dios y a la Virgen que
rechazaran la influencia maléfica que se había apoderado de la chica.
Actué con total convicción, sin dudar, siempre seguro de lo que decía
y hacía. En ese momento me convencí de que Dios y la Virgen querían
utilizarme como instrumento para combatir a lo que estaba maltratando
a la jovencita”.
Díaz hizo notar que “todo lo que cuento en pocos minutos
en realidad duró un buen tiempo, durante el cual los hermanos
y otros familiares de la adolescente forcejeaban para mantenerla
controlada, mientras yo continuaba invocando a Dios y ordenándole
a los espíritus malignos que abandonaran aquel cuerpo. Pero en
tanto todo eso ocurría, la casa entera parecía vibrar”.
Sobre ese último detalle, Elsa añadió: “La vivienda tenía
techo de chapa, que se sacudía de modo muy violento; en verdad
fue una situación muy larga y en todo momento daba la sensación
de que pasaría algo más grave”.
Luego de un largo rato la jovencita comenzó a tranquilizarse,
hasta caer en un calmo sopor. Lejos de confiarse, el improvisado
exorcista insistió en continuar orando y así lo hicieron todos
quienes se hallaban en la casa.
Ya superado el difícil trance restaba establecer el origen del
mismo, ante lo cual Raúl interrogó a la familia con el fin de dar con
“Mientras Raúl asistía a la chica, toda la casa tem-
blaba“, aseguró Elsa Garrido.
alguna pista: “Así nos enteramos de que en las cercanías vivía un hombre
que al parecer se dedicaba a la prácticas de ciencias ocultas y, de
acuerdo a varios comentarios, habría hecho un ‘trabajo’ o conjuro que
causó la crisis de la adolescente”. Por su parte, Elsa acotó: “Ese individuo,
un hombre mayor, presuntamente pretendía a la jovencita y para tenerla
habría recurrido a las malas artes, eso era lo que se desprendía de los
rumores”.
Lo cierto es que luego de aquella agitada noche de viernes
la chica ya no volvió a sufrir tan dramáticos y sorprendentes
ataques, de hecho Raúl refirió que “al cabo de muchos años me la
encontré y abordamos el tema, pero ella no tenía recuerdo alguno
de todo lo que pasó”.
La mente es un universo con un sinfín de regiones inexploradas,
una realidad que la propia ciencia reconoce y que da la pauta a
inferir que muchos estados alterados de la conciencia puedan ser
erróneamente confundidos con posesiones demoníacas. Sin embargo
ese mismo desconocimiento también avala la consideración de
otras posibilidades. Nada ha comprobado aún que el ser humano
no pueda ser huésped involuntario de entidades etéreas que
alteren su personalidad.
Habitante de LaS SombraSel siniestro legado del uñudo
“Llegó un momento en que no dábamos abasto, por lo que
la Unidad Regional II dispuso refuerzos con el fin de corroborar su
existencia y, en caso de ser cierto, aprehenderlo. A mi juicio siempre fue
un mito que así como nació desapareció, tan sólo un rumor”. Con esas
palabras, el comisario retirado Miguel Miranda resumió los extraños
eventos acaecidos en vísperas de la Semana Santa de 2004, cuando le
tocó estar al frente de la Seccional Decimoctava de Justo Daract, ciudad
que ofició como escenario de esta historia y en la que aún perdura
cierta inquietud al rememorar las andanzas atribuidas a una siniestra
presencia.
Uno de los primeros episodios vinculados al caso ocurrió durante
un anochecer y le tocó protagonizarlo a un niño de 11 años, cuando
regresaba a su casa en el barrio Norte. El pequeño fue asaltado por
una forma desconocida que le causó un profundo terror. Alarmados por
sus gritos, los vecinos salieron en su ayuda y solicitaron la asistencia
policial. Al llegar al lugar, los agentes se encontraron con una verdadera
pueblada que por varias horas peinó la zona en búsqueda de no se supo
bien qué. Nada se halló, por lo que la intriga se acrecentó y con ella se
inició la leyenda.
Raúl Ramón Díaz cubrió las primeras noticias referidas al oscuro personaje y le dio un nombre: “El Uñudo”.
El multifacético y ya desaparecido Raúl Ramón Díaz, en su rol
de periodista, difundió la revuelta tanto en el noticiero del canal de
cable local, Justo Daract Imagen, como en El Diario de la República.
Este cronista, basándose en las declaraciones de los testigos, bautizó
a la siniestra entidad como el “Uñudo” ya que, de acuerdo a varias
descripciones, parecía estar dotada de poderosas garras.
“La primera vez que supimos de este fenómeno fue cuando
se solicitó la presencia policial en el barrio 331 Viviendas, sito en
el centro geográfico de la ciudad –ratificó Miranda-. Al parecer,
algunas personas habían visto saltar por los techos de los domicilios
a un ser de apariencia muy extraña. Acudimos al sector y lo
recorrimos para corroborar dicho aviso, pero no dimos con nada”.
La Policía aún patrullaba la mencionada zona cuando en
el extremo norte de la ciudad tuvo lugar el hecho que le daría
notoriedad al asunto.
Kevin Páez, que por entonces tenía 11 años, regresaba a
su hogar tras haber realizado algunas compras por pedido de
sus padres. “Ya había cruzado las vías –relató el muchacho- y me
dirigía a casa, cuando vi que junto a un bordo de tierra había un
“El ‘Uñudo’ nació como un rumor, y
de la misma manera desapareció”, dijo el
comisario Miguel Miranda.
bulto oscuro que se movía. Al pasar junto a él se agitó aún más
y entonces se abalanzó sobre mí”.
Mientras narraba esos hechos, Kevin no pudo evitar sentir un
escalofrío, “ya que a pesar de que han transcurrido varios años, todavía
tengo presente ese momento”.
“Lo sentí encima mío y gritándome al oído, como si fuera
un gato enojado. Me asusté muchísimo y atiné a correr, con eso
persiguiéndome. Tuve tanto miedo que por un momento me
paralicé y no pude correr más, pero logré llegar hasta la luz del
kiosco de la esquina y fue cuando desapareció”.
María Cristina Carrizo, propietaria del citado kiosco, corroboró los
hechos: “Sorpresivamente escuchamos gritar a este chico de una manera
terrible y salimos todos los vecinos para saber qué estaba pasando, y
entonces nos enteramos de que algo lo había asustado muchísimo, por
lo que de inmediato llamamos a la Policía”.
Varios efectivos se apersonaron en breves minutos al barrio
Norte, provistos de un reflector con el cual comenzaron a buscar
por toda la zona, acompañados por la gente domiciliada en los
aledaños.
“Me gritó al oído como si fuera un gato enojado”, recordó Kevin Páez, la primera víctima del “Uñudo”.
La periodista Maura Ávila estaba en su casa “cuando me
avisaron que algo inusual estaba ocurriendo en el barrio Norte.
Como vivo muy cerca tomé mi grabador y me dirigí hacia allí. Al
llegar a la estación del ferrocarril me enteré de que un niño había
sido asustado por lo que algunos se atrevieron a describir como
una especie de canguro con grandes garras y con cierta forma
humana”.
En la búsqueda hubo quien aseguró que la misteriosa criatura
se había ocultado en los silos, por lo que policías y vecinos se
aventuraron en ese punto del predio ferroviario, pero sin resultado
alguno.
Lo que tanto espantó a Kevin había desaparecido, mientras tanto
el chico sufrió tal crisis que sus padres lo llevaron al hospital: “Allí me
revisaron y constataron que no tenía ninguna lastimadura, pero sí que
había sufrido un shock por el miedo que viví y que me duró un buen
tiempo. Por las noches no podía dormir, casi no podía estar en mi casa.
Incluso ahora, después de varios años, aún recuerdo todo de modo muy
claro, y cada vez que paso cerca de aquel bordo lo miro y siento algo
de miedo”.
En retrospectiva, Kevin ha tratado de recordar detalles, pero
Maura Ávila fue la periodista en
recabar los primeros testimonios que dieron origen al
efímero mito.
sólo reitera: “Era un bulto negro, como si fuera la sombra de una
persona. Siempre me he preguntado quién o qué fue lo que me
asustó”.
A Pedro Azcurra, camarógrafo de Justo Daract Imagen, le habían
encomendado estar atento al caso ya que se domiciliaba en el barrio
331 Viviendas, donde ocurrió la primera aparición: “Algunos decían que
era petiso, otros que era muy alto y algunos que era gordo; a menudo
tomamos el tema a broma, pero al mismo tiempo nos causaba cierta
preocupación. Si bien jamás pudimos ver nada, a menudo daban cuenta
de que había asustado a varias personas en distintos puntos de la
ciudad, por lo que ya no se salía tanto de noche y se llegó a generar una
suerte de psicosis en Justo Daract”.
Sobre ese último punto, el ex comisario Miranda añadió: “Lo
que considero que comenzó como una simple versión creció hasta
tomar proporciones increíbles, pues desde aquel primer llamado
proveniente del barrio 331 Viviendas los avisos fueron multiplicándose,
hasta que los medios con que contábamos resultaron escasos para
cubrir una localidad que sólo estaba acostumbrada a llamar a la
Policía muy de vez en cuando”.
“El ‘Uñudo’ generó una suerte de psicosis en la ciudad”, confirmó Pedro Azcurra.
Al verse superados los recursos de la Comisaría 18°, la
Unidad Regional II dispuso un refuerzo inmediato: “Se destinaron
cuerpos especiales, con lo que la seccional pasó a tener casi 30
efectivos y también 5 ó 6 vehículos en guardia permanente, ya
que apenas se ocultaba el sol la gente nos llamaba para avisar
que habían visto al Uñudo”.
El ex policía aclaró que “jamás se radicaron denuncias formales
ni exposiciones, pues a pesar de todo el revuelo no había ningún delito
concreto sobre el cual actuar”.
Acerca de la descripción de la entidad, Miranda explicó que “eran
variadas y contradictorias, aunque la mayoría refería que se trataba
de un ser de un metro veinte de estatura, de grande pies y con garras
dotadas de largas uñas, además de un rostro monstruoso en el que
relucían enormes colmillos. También aseguraban que daba saltos
prodigiosos. De los testimonios recabados recuerdo el de un enfermero
y el chofer de la ambulancia, quienes dijeron haberlo visto en cercanías
del hospital; otros insistieron en que lo sorprendieron sobre postes y
medianeras, también arriba de silos y tinglados o deambulando por
las vías ferroviarias. En definitiva, mucha gente juró verlo, pero jamás
obtuvimos prueba alguna de su existencia, y mucho menos dar con él.
El “Uñudo” nació como un rumor, y de la misma manera desapareció”.
Un vecino de la estación de trenes contó una versión
inquietante: “Una noche me despertaron mis perros, que siempre
están en el patio y son bravos, aunque esa vez ladraban de
manera lastimosa, casi aullando. Como ya se venía hablando del
famoso “Uñudo”, y en lo personal no tenía dudas de que se
trataba de algún bromista o alguien con las facultades alteradas,
decidí cerciorarme de que no estuviera en mi propiedad y llevé
una escopeta que siempre tengo cargada con sal. Cuando salí,
todo parecía tranquilo, salvo los perros, que seguían muy asustados,
con las colas entre las piernas. Miré en todas direcciones hasta
que, parada en la medianera, ví una silueta que habrá tenido dos
metros de altura. No podría precisar si se trataba de un hombre,
porque se parecía y a la vez era diferente. Tampoco pude verle la
cara, pero sí distinguí dos enormes ojos rojos que brillaban como
brasas. Me quedé petrificado, jamás me había topado con algo
parecido; de repente dio una especie de salto y desapareció”.
A pesar del breve encuentro, el testigo brinda otros detalles:
“Saltó, pero no como lo haría una persona, más bien diría que flotó
hasta perderse al otro lado de la medianera”.
La historia se asemeja en varios puntos a una que tuvo
trascendencia internacional. Ocurrió en la localidad de Point Pleasant,
en Virginia Occidental, Estados Unidos. En 1966 varios habitantes
aseguraron ver una figura que rápidamente fue bautizada como el
“Hombre Polilla”, por su vaga similitud al insecto, aunque de un
tamaño mayor al de una persona.
Un sinfín de avistamientos convertidos en testimonios públicos le
dieron al ser una fama que derivó en numerosos libros, gran cantidad de
artículos periodísticos y hasta una película protagonizada por el actor
Richard Gere (“The Mothman profecies”, en Latinoamérica “Mensajero
de la oscuridad”).
Otros análogos del “Uñudo” podrían ser el Yeti, también
famoso como “el abominable hombre de las nieves”, en los
helados montes del Himalaya, y Pie Grande, el peludo humanoide
del noroeste norteamericano, entre muchos otros personajes
diseminados por todo el mundo. Al margen de las características
puntuales de cada uno, el común denominador es que jamás se
han conseguido pruebas tangibles de su existencia, a pesar de
que los últimos dos casos han sido desvelo de expertos cazadores
provistos de sofisticados equipos de búsqueda.
Desde la óptica analítica, este tipo de casos puede albergar
una relación directa con situaciones existenciales de los individuos,
las cuales se replicarían en los grupos de los que forman parte.
La socióloga Romina Iacovino explicó: “Estos hechos, que a para
muchos parecerían ser reales, en verdad suelen tener bases fuertemente
arraigadas a lo que sucede en las comunidades y al interior de las
personas, y que por lo general están asociadas a la angustia y a la
constante presión, propia del ritmo acelerado en que vivimos, pero
omitiendo una real reflexión sobre lo que nos pasa. Y así como nos pasa
individualmente, lo trasladamos y materializamos a nivel social, grupal
y comunitario”.
“Lo que vio alguien puede ser reproducido en otros, y esos otros
tomarlo como real, incluso sin contar con pruebas empíricas. Esto redunda
en una especie de psicosis en las comunidades, que no cuestionan el
hecho en sí, generándose representaciones colectivas, como lo que
posiblemente sucedió en Justo Daract. En ese hecho puntual se aseguró
ver a un ser de grandes uñas y de apariencia monstruosa, cuando quizá
se hayan materializado de ese modo cuestiones más profundas, tanto
en lo individual como en lo comunitario. A veces tratamos de hallar
respuestas por otro lado a cuestiones que en realidad son más profundas
y estructurales”.
Romina Iacovino,
socióloga.
Por su parte, el licenciado Alberto Jáimez, presidente de la
Asociación Argentina de Psicólogos, sostuvo que “hay sectores de
la población que tienen la necesidad de crear figuras míticas. Al
respecto (Sigmund) Freud, cuando abordó lo ominoso y siniestro,
sugirió que tenía que ver con algo que fue familiar en algún
momento y que luego fue olvidado, aunque quedando grabado en
el inconsciente”.
A modo de ejemplo, este profesional mencionó que “hace muchos
años en San Luis capital, puntualmente en la calle Mitre, se sucedieron
las andanzas del “Cura sin Cabeza”, cuyas apariciones provocaron miedo
a muchas personas. Si bien se atribuyó tales manifestaciones a bromas
urdidas por unos estudiantes, lo cierto es que no pocos creyeron que
ese personaje era real”.
Además, Jáimez añadió que “suele darse una necesidad ancestral
de seguir lo que podría ser una especie de liderazgo, frente a lo cual
el grupo se convierte en masa, cuyos integrantes se identifican con el
yo de quien está percibiendo algo. También puede suceder que no se
quiera ser menos: si otro lo ve, yo también lo veo”.
Buscar bases que sustenten los considerandos de los licenciados
Iacovino y Jáimez sería hilar demasiado fino en cuanto a la realidad
Alberto Jáimez, psicólogo.
de Justo Daract en 2004 y, aún más, en la de quienes aseguraron ver
al engendro de marras, aunque quizá mucho más complejo resultaría
centrarse en el perfil del propio “Uñudo”, realmente existió, la lógica
invitaría a suponer que se trató de algún animal atípico en la zona,
como por ejemplo un mono de gran porte fugado de alguna caravana
circense. No obstante de inmediato nos preguntaríamos qué fue de él,
pues los intensos rastrillajes realizados ni siquiera permitieron obtener
huella alguna.
El regreso del Uñudo
A poco de que este libro ingresara en los talleres gráficos de
editorial El Tabaquillo conocí a Pablo Martínez Burkett, nacido en Santa
Fe, afincado en Buenos Aires y encariñado con San Luis.
De profesión abogado y escritor de oficio, Pablo ha forjado una
respetable trayectoria en el mundo de las letras, con diversos premios
y reconocimientos que no han hecho más que alimentar su pasión por
narrar historias. Como visitante asiduo a Villa Mercedes y Justo Daract, por
los vínculos familiares de su esposa, era cantado que en algún momento
se enteraría de la huella dejada por el Uñudo, personaje que lo cautivó
desde un primer momento. Su debilidad por casos fuera de lo común
lo motivó a documentarse más y así dio con los artículos publicados
en El Diario de la República, algunos de ellos firmados por don Raúl
Ramón Díaz, y otros de mi autoría, como también el episodio de “Y...
¿si te hubiera pasado?” dedicado al siniestro personaje. Alentado por
aquellas crónicas, el investigador fue por más y así recopiló numerosas
entrevistas a testigos directos e indirectos del nocturno deambular del
espectro, al tiempo que germinaba en su mente una nueva obra de
ficción: “El regreso del Uñudo”.
De inminente publicación, la novela se encuadra en la narrativa
fantástica rioplatense, según definió el propio autor, quien valiéndose
de la mitología “uñudense” creó una trama de intriga, acción y terror.
El propio escritor comentó que “el protagonista de esta novela es
Hilario Ayerza, un porteño sin futuro que intentando eludir su naufragio
existencial se aferra a una gerencia vacante en Justo Daract, donde todo
es diferente a la gran ciudad, a excepción del supermercado chino al
que va por tardes. Allí, entre los extranjeros, se siente menos extraño.
Un poco por gusto y otro poco por no tener nada mejor qué hacer,
intenta conquistar el corazón de la etérea Jin Chen. La n�i n�i, la abuela
del clan, custodia la virtud de la joven oriental, al tiempo que protesta
todo el tiempo, mostrándose últimamente muy enojada con los chinos
que han instalado otro supermercado en la ciudad. Cierta mañana, esa
anciana amanece muerta, siendo el origen de una cadena de prodigios
abominables, hasta que a los pocos días las cámaras de seguridad
captan el paso de un fantasma, lo que se convierte en tema recurrente
de conversación y revive la efigie de algo o alguien que sembró el terror
algunos años atrás, el Uñudo”.
Así, Martínez Burkett intercala la realidad de lo que ocurrió con
otros episodios, en los que abundan dudosas defunciones, desapariciones
inexplicables y una amenaza ominosa que irá mostrándose de manera
inquietante en cada capítulo. Eso es lo que contará “El regreso del
Uñudo”, una obra literaria nacida de una leyenda contemporánea e
inspirada por la idiosincrasia de Justo Daract.
Antes del Uñudo
Resulta interesante mencionar que lo sucedido en 2004 no fue la
única ocasión en que Justo Daract ofició de escenario para apariciones de
extraña naturaleza, ya que un año antes se habló bastante de “El Cuervo”,
otro humanoide con ciertas similitudes a dicha ave, mientras que en
el 2002 varias personas aseguraron haber visto durante la madrugada
a dos extraños individuos vistiendo túnicas blancas, en tanto que los
más memoriosos rememoraron al “Encapuchado Verde”, personaje que
habría provocado más de un susto, aunque, al igual que el “Cura sin
Cabeza”, también se habría tratado de un individuo disfrazado.
Lo más probable es que jamás pueda determinarse qué o quién
fue el “Uñudo”, sin embargo su breve apogeo bastó para que luego de
varios años, muchos daractenses se resistan a caminar solos durante la
noche por ciertas calles de la ciudad.
Epílogo
Noches en el campo, peones y labriegos compartiendo un mate alrededor del fogón; clásica postal de la vida rural en la que rumores y exageraciones, contadas para pasar el rato, fueron incorporándose a la tradición oral con la pretensión de convertirse en anécdotas verídicas.Charlas en el recreo de la escuela, uno de los niños se de-staca por su oratoria y facilidad para fabular. Cuenta que el amigo de un primo mayor conoció a una joven en la dis-coteca, aunque al día siguiente se enteró de que la chica había fallecido años atrás.Un correo electrónico de remitente desconocido te invita a probar tu coraje esa misma noche, al quedarte solo. El reto es simple, debes encender tu cámara web y mirarte fija-mente en la pantalla, mientras susurras cinco veces el nom-bre Verónica. Al mencionarlo por última ocasión descubrirás que contigo habrá alguien más.Es así que en la era de los increíbles avances tecnológicos, de la comunicación, la robótica y la cercanía de una cuasi inmortalidad gracias a la ciencia, aún nos sorprenden cier-tos reflejos ancestrales al oír una leyenda urbana, leer una creepypasta o tener la certeza de que vimos algo que no es propio del plano real.Resulta fascinante la sola idea de embarcarnos en la aven-tura de descifrar un enigma, pero apenas lograda su reso-lución nos asaltaría el apetito de dar con otro secreto para descubrir. Aunque hay misterios y misterios, algunos tan antiguos y emblemáticos que ya son indemnes a cualquier intento de desmitificación, precisamente por la tendencia general de preservarlos y querer seguir creyendo en ellos, o al menos el deseo de hacerlo.El contexto planteado no diferencia al supersticiosos del es-
céptico, o al creyente del agnóstico, ya que en la diversidad de maneras de entender e interpretar la vida existe, como punto en común, esa suerte de tranquilidad que causa su-poner la existencia de algo que carece de explicación.El misterio trasciende épocas y lugares, sobrevive a la evo-lución, a la lógica y logra mimetizarse en la sociedad del conocimiento sin demasiados inconvenientes, simplemente porque el ser humano lo necesita. Es eso justamente lo que garantiza su perennidad, la necesidad de que siempre quede algo ligado a lo inexplicable, pues si la racionalidad lo revelara todo, sin lugar a dudas que una sensación de vacío ocuparía, contradictoriamente, lo que alguna vez provocó conjeturas tan improbables como imposibles de refutar.
MÓNICA ZAVALA
Nació en Villa mercedes. De adolescente comenzó a frecuentar la Escuela de Bellas Artes, espacio donde se perdía en el tiempo. Desde entonces nunca aban-donó el arte.Profesora de escultura, maestra y profesora de varias instituciones de su ciudad natal y artista multidisciplinaria. Juega entre los límites de la bidimensión y la tridimensión, llevando a la línea a viajar por diversos espacios. Ha participado en numerosas muestras de la Provincia de San Luis y del país. Ganadora del 1º Concurso de 30 AÑOS DE DEMOCRACIA (2013) en la categoría Escultura.Algunas de sus ilustraciones pueden apreciarse en libros como “Zaira” y “Mi romance con un brujo”, de César Albarracín, también publicados por El Ta-baquillo.
LOS ILUSTRADORES
HUMBERTO“BETO” BARBAGLIA
Porteño, criado en el barrio de Belgrano. Cursó sus estudios primarios en el Colegio Congreso y el secundario en el Instituto San Román, de Belgrano y Colegio Gral. San Martín de Vicente López. A los 14 años dibujaba en el pizarrón del aula caricaturas de sus compañeros y profesores, formando historietas sobre anécdotas cotidianas del colegio. Luego de clases estudiaba técnicas de dibujo en la Escuela Panamericana de Arte, perfeccionando su inclinación por la caricatura.Estudió dibujo con la artista plástica Ana Eckell (Primer Premio Salón Nacio-nal 1994), en su taller de San Telmo, y también dibujo animado humorístico con el maestro Juan Oliva, en su estudio de la Avenida de Mayo.Llegado a Villa Mercedes por sus actividades laborales, se convirtió en un ha-bitué del bar La Mula, en cuyas servilletas inmortalizó en caricaturas a mozos y amigos. Ha expuesto en muestras de Villa Mercedes, de Capital Federal y en Rosario.Recibió una distinción del Honorable Concejo Deliberante durante el Encuen-tro Internacional de Concejales de 2006. Conduce desde 1998 el programa ra-dial “El Bohemio”, por radio Acuarela, espacio de interés social y cultural.
MARTÍN ALEJANDRO SALINASrofesor universitario de día y dibujante de cómics de noche. Actualmente traba-ja en las cátedras Teorías de la Comunicación II y Seminario de Comunicación de la Universidad Nacional de San Luis y es responsable de las materias Histo-rieta y Caricatura y Dibujo I y II en la Universidad Católica de Cuyo. Martín es Licenciado en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Córdoba y se ha graduado con honores del Master of Liberal Arts de la St. Edward´s University, ubicada en Austin, Texas, donde vivió durante dos años y publicó ininterrumpidamente su primer comic: “The Hilltop Hero”. También ha trabajado como periodista y editor en diversos medios y ha sido invitado como dibujante y académico a la primera edición de la San Luis Comic-Con, llevada a cabo en 2012.Este es el primer libro que ilustra y espera que no sea el último.
DANIEL GUSTAVO SÁNCHEZ
Nació en 1964 en la ciudad de Córdoba. Arquitecto (FAU-UNC), artista plásti-co y publicitario (Colegio Nacional de Monserrat - UNC) y músico (folclore con el maestro Medardo Herrera; clásica con el maestro Virgilio Sánchez; audio perceptiva y percusión en el Instituto Collegium de Córdoba).Curso de pintura con Persie Narváez y Nora Valdez (2011). Dibujo de cómics para el periódico "El Mercedino de la Villa" (2012 - 2013). Participó en grupos musicales como "Sen de Beta" (1985 - 1990), "Dentadura homicida" (1990-1992) y "Tándem", tocando en el escenario mayor de la Falda junto a grupos como "illya kuryaki and the Valderramas" y "La Renga" (1992-1997). Realizó escenografías del happening "Átomo, Luz, Energía" en el Festival Interna-cional de Teatro de Córdoba en 1989. Se ocupó de la ambientación y la musi-calización de "Poemas y Basura Urbana", muestra de objetos realizados con desechos y diapositivas pintadas, ilustrando poemas inéditos de Luis Ressia (1999). Muestra de pinturas en Casa de la Cultura (2000). Muestra de dibujos en "Casa Mitre" (2001). Actual integrante de "Perro de Sótano" (composición y percusión). Muestras musicales de temas propios (2000 - 2014).