EL MESTIZAJE COMO DISPOSITIVO BIOPOLÍTICO
En: Tamagno 2009 (Comp) Pueblos Indígenas. Interculturalidad, colonialidad, politica. Ed. Biblos. La Plata. ISBN 978-950-786-765-1. 204 páginas.
Leticia katzer*
RESUMEN
El artículo se propone una revisión crítica de los censos, las historiografías y las
monografías etnográficas elaboradas sobre los Huarpes. En la medida en que dichas
fuentes constituyen dispositivos de clasificación y cualificación poblacional, no son
abordadas como meras fuentes de datos “transparentes”, sino más bien como textos
constitutivos y constituyentes de un régimen político específico.
Entendiendo los censos y las etnografías como narrativas y en el marco de una
reflexión sobre el propio ejercicio etnográfico y censal, nos hemos propuesto explorar
los criterios y dispositivos de clasificación social, analizando sus efectos de poder, dado
que, en conjunto, son los que definieron la argumentación de la declaración de la
“extinción” de los Huarpes y de la emergencia de Mendoza como provincia Blanca,
moderna y despojada de “indios”; fundamento que entendemos opera
contemporáneamente, en la recategorización de aquéllos como “indios emergentes”.
Palabras Claves: Huarpes, Indígenas, Censos, Etnografías, Mestizaje,
Gubernamentalidad
PRESENTACIÓN
Basadas en el exotismo y la pureza cultural, y apareciendo el salvaje como la
figura discursiva constitutiva de la construcción de su objeto, las etnografías elaboradas
durante casi la totalidad del siglo XX, desobjetivaron como sujeto étnico aquellos
pueblos y culturas, que como los Huarpes, evidenciaban “mestización” y “pérdida de los
* Docente de la cátedra de Antropología social y cultural, Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de la Plata. Doctoranda de la UNLP y becaria de CONICET, Laboratorio de Investigaciones en Antropología Social, Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. E-mail: [email protected]
rasgos tradicionales”. En dicha literatura etnográfica, los Huarpes fueron descriptos
como un grupo indígena definitivamente extinto a fines del siglo XVIII.
Al colocar al mestizaje como argumento científico de la extinción de los
Huarpes, esta narrativa sustentó los sistemas de clasificación y ordenamiento social de
la población que, en el progresivo proceso de gubernamentalización estatal, fueron
vertebrados menos por la filiación étnica que por la actividad de los sujetos. Vinculadas
más con la específica distancia construida entre el etnógrafo y los indígenas que con la
realidad fáctica coyuntural, y con frecuencia ambiguas en sus categorizaciones, estas
narrativas etnográficas tuvieron una agentividad decisiva, puesto que constituyeron la
matriz científica sobre la cual se edificó el imaginario local que pasó a representar a
Mendoza como una provincia “Blanca”, “Moderna” y “Civilizada”, y a “sus” “indios”,
como mestizados, convertidos en “pastores” y definitivamente desidentificados
étnicamente e integrados/homologados en la ciudadanía.
Los testimonios y las observaciones realizadas en nuestra experiencia de campo
en el departamento de Lavalle de Mendoza desde el año 2004, en los que la filiación
indígena aparece como ordenadora de la vida cotidiana y un análisis crítico del discurso
histórico, nos ha conducido a revisar aquellos supuestos y a desnaturalizar y complejizar
la categorización frecuente en ámbitos académicos de los Huarpes como un “pueblo
indígena renacido”.
Tratando de encontrar respuestas a los modos en que se ha negado la presencia
indígena en la provincia de Mendoza, los planteos de Foucault (1996[1975-1976]; 2006
[1977-1978])) sobre gubernamentalidad y biopoder puestos en diálogo con la crítica
literaria y los debates al interior de la teoría etnológica aparecen iluminando el análisis.
Examinando fuentes como censos, historiografías y etnografías, el objetivo
general de este artículo es analizar los trazos epistémicos que aparecen
instrumentalizados políticamente en el ordenamiento y clasificación de la población
mendocina en el proceso de consolidación de la gubernamentalidad estatal provincial;
trazos que consideramos siguen operando de alguna manera en la contemporánea
recategorización académica de los Huarpes como “indios emergentes”. En la
textualización de este proceso, el mestizaje ha operado como un dispositivo biopolítico,
al instrumentalizarse como mecanismo de civilización/ciudadanización/ de los indígenas
y de regulación racial de la imaginada “sociedad civil” mendocina. En este orden
discursivo, las figuras de mestizo, paisano, puestero, poblador del desierto se
operacionalizaron como efigies de desnominación india y Huarpe y, contiguamente, de
normalización social provincial.
CONSIDERACIONES TEÓRICO-METODOLÓGICAS
Si realizamos un recorrido por el material historiográfico local y por el conjunto
de monografías etnográficas elaboradas acerca de los Huarpes durante la primera mitad
del siglo XX, podemos observar que son en primer lugar la mestización y en segundo la
expatriación, los procesos que aparecen como los principales fundamentos de su
categorización como extintos. En adelante los Huarpes pasarían a ser subjetivados como
puesteros, mestizos y/o pobladores del desierto. Cómo emerge este discurso y en qué
condiciones? Qué criterios lo arman? Qué datos los sustenta? La instalación pública de
este discurso a través de producciones como las de Sarmiento (1970 [1850]; 2005[1845]
y Martín de Moussy (1934 [1860]) como así también a través de los censos nacionales
del siglo XIX, luego y contiguamente halla su fundamento científico en la labor de los
etnógrafos argentinos. Si bien con matices diferenciados y por cierto un tanto ambiguos
en la utilización de la categoría de mestizaje, todos ellos responden a un mismo patrón
narrativo: como forma de clasificación de la población local y de su productividad, son
parte constitutiva del proceso de modernización/gubernamentalización a escala
provincial en su necesaria dimensión textual.
En la gubernamentalidad, como régimen de poder consolidado a fines de siglo
XIX, el objeto principal de la administración estatal es la vida (Foucault, 1996[1975-
1976]). Por cuanto la fuerza y potencia del estado radica en la vida productiva y, por
ende, en la salud de la población que gobierna, es el mismo estado el gerente de la
supervivencia y salubridad del cuerpo social que tiene bajo soberanía: mientras más
sano esté, será más fuerte, producirá más, y por lo tanto más fuerte será el estado. Bajo
este principio, el racismo, la guerra entre razas, se convierte en la forma de
administración estatal (idem) y el criterio de clasificación de la población pasa a ser la
actividad (Foucault, 2006 [1977-1978], Touraine, 1994[1992]).
Ahora bien, para ordenar y regular las fuerzas y sus formas de estructuración, es
imprescindible en primer lugar, tener bajo conocimiento y dominio el estado de estas
fuerzas, sus componentes constitutivos. En este sentido, podemos considerar los censos
y etnografías como mecanismos fundamentales de prescripción biopolítica. A través de
ellos precisamente el Estado inspecciona las condiciones de normalización racial y
social en que se halla la sociedad civil que tiene a cargo y sobre la que ejerce la
soberanía. Reificada la estadística como forma de saber y el tipologismo como principio
de ordenamiento cartográfico, los dispositivos censales y etnográficos son
instrumentalizados como canales de indagación/exploración acerca de la constitución
étnica-racial -su distribución geográfica y su productividad- en el conjunto de las
jurisdicciones provinciales.
Por cuanto el interés fundamental de esta forma de poder que se inaugura con la
modernidad radica en la productividad de la población, el criterio medular de su
clasificación es la actividad de los sujetos, su ocupación, su producción. La relevancia
que adquiere la tipologización étnica/racial no se da tanto por la filiación cultural sino
más bien porque en esta racionalidad a cada raza corresponde un determinado grado y
capacidad productiva. Doble operación que ha sido denominada como “racialización de
la cultura/culturización de la raza” (De la Cadena, 2004) y que es constitutiva del
biopoder.
Siguiendo la gramática de esta racionalidad, mestizo, unidad pura producto de la
refundición de elementos heterogéneos, no será reificado como forma supraracial, sino
más bien como forma subracial residual; resto accidental tendiente, por el natural
proceso de normalización racial y social, a la degeneración y a la disolución en la
supraraza blanca/caucásica, en una forma más pura, sana y fuerte.
En definitiva, tanto los censos como las etnografías, al definir de manera
ordenada y sistematizada el estado de la población en los aspectos definidos como
relevantes en un estado gubernamentalizado, a saber, pureza, salud y producción, se
convierten en canales fundamentales para calificar y cuantificar las fuerzas con las que
cuenta el Estado y que define su competitividad. Así, en el proceso de cristalización de
la gubernamentalidad como régimen de poder a escala nacional y provincial, han tenido
una agentividad decisiva. En este sentido no podemos pensarlas como meras fuentes de
datos “transparentes”, sino más bien como actos de poder, como textos constitutivos y
constituyentes de la forma de poder gubernamental.
De esta manera, entendiendo los censos y las etnografías como narrativas1, es
decir, un entramado de representaciones, valores y retóricas constitutivos de una forma
1 El abordaje desde la textualidad incorpora planteos de la crítica literaria que se centran en analizar los textos en sus relaciones con el poder. Para más detalle ver Foucault (2002 [1966]), Derrida, 2001[1978], 1997 [1996]), Said (1990[1978]; 2004 [1983]), Darnton (1987 [1984]). Estos planteos son los que han guiado la redefinición de las etnografías como una forma de escritura, como narrativas (Thomas, 1991; Fabian, 1991; Rapport & Overing, 2000).
de gobierno específica, nos hemos propuesto explorar los criterios y dispositivos que
diagraman analizando sus efectos de poder, dado que, en conjunto, son los que
definieron la argumentación de la declaración de la “extinción” o “mestización” de los
Huarpes y de la emergencia de Mendoza como provincia Blanca, Moderna y despojada
de indios; fundamento que entendemos opera contemporáneamente, en la
recategorización de aquéllos como “indios emergentes”.
REORGANIZACIÓN NACIONAL Y “GUERRA ENTRE RAZAS” A ESCALA PROVINCIAL.
Con una transcripción explícitamente biológica, tomando su estilo y categorías
discursivas de la anátomo-fisiología, la trama de la historia y de la política nacional pasa
a ser leída dualmente como guerra de las razas, como guerra entre la civilización
europea y la barbarie indígena, entre inteligencia y materia, entre ciencia y “fuerza
brutal”. En este relato de la lucha permanente entre razas que asocia la sociedad civil
con una formación racial determinada, vale decir, que construye el ideal de una
sociedad civil racialmente normalizada, las nociones de “degeneración” y “accidente”
pasan a ser instrumentalizadas para hacer referencia a todo componente subracial
desestabilizante. Así, a una formación supraracial le corresponden diversos elementos
subraciales amenzantes de su pureza y salubridad, pero que son concebidos sin
embargo como contingentes y destinados a la declinación:
(…)La población indígena marcha rápidamente á su desaparición, ya sea por confundirse con la civilizada o porque los claros que deja la muerte no alcanzan á ser llenados por las nuevas generaciones(…)2
Estas categorizaciones no exceptuaron a la jurisdicción provincial mendocina, a
cuya población indígena se categorizó, en tanto mestiza o mestizada, inevitablemente
destinada a la desaparición.
La guerra entre razas, opera como matriz interpretativa y principio organizador
de la totalidad de las narrativas oficiales nacionales y provinciales, entre las cuales
resaltan el primer (1869) y segundo censo nacional (1895)3, las producciones de
Sarmiento, la propia legislación y las monografías geográficas y etnográficas locales de
2 Segundo censo Nacional. Introducción, p. L. 3 En éste se define a las “razas indias” como sometidas o aisladas pero siempre condenadas “a una lucha perpetua con la civilización” (p. XLIII), “naciones que perecieron en la lucha contra el más fuerte y el más hábil” (p. 387) .
fines de siglo XIX y primera mitad del XX como las de Vignati (1931), Metreaux
(1937 [1929]), Canals Frau (1953) y Rusconi (1961-62). Todos ellos tienen en común la
reificación de la estadística como forma de saber, es decir, el afán por ordenar, tipificar,
enumerar, cuantificar la población y sus propiedades, teniendo como parámetro el
territorio de lo homogéneo, puro y normalizado; la alusión a la hibridez, si bien con
diferentes sentidos, para referirse a la formación racial de la Nación y a las formaciones
subraciales; y la subjetivación y ontologización del híbrido indígena como resto o
vestigio.
Estas formas de producción de conocimiento, cuyos criterios de clasificación y
descripción responden a un modo racista de producción histórica, bifurcaron
racialmente a lo que se concebía como Nación en una formación supraracial, titular de
la Norma y un desdoblamiento interno subracial: la Moderna/ /Blanca/Caucásica, raza
civilizada, territorio legítimo, espacio de lo homogéneo, puro, disciplinado, en cuya
definición su morada es la ciudad y sus elementos asociados son la
inteligencia/instrucción, la actividad agro-industrial-urbana, la ley y el gobierno y la
raza india o hispano-indígena, raza bárbara, y en cuya definición su morada es el
desierto/campaña y sus componentes asociados son la fuerza brutal/analfabetismo, la
ociosidad, la cualidad guerrera, el vandalismo y la anarquía.
Este discurso modula consistentemente los relatos del Facundo y Recuerdos de
Provincia de Sarmiento referidos a la campaña de Mendoza durante el gobierno de Juan
Manuel de Rosas como así también las alusiones a la misma en los relatos oficiales
locales, tales como el censo provincial (1909) y municipal (1903) y las historiografías
de Verdaguer (1929, 1935). Esta época aparece interpretada como una coyuntura de
“desorganización nacional” en la que estos elementos heterogéneos son hegemónicos,
donde lo que predomina es la “fuerza brutal”, y la “unidad de la barbarie” y no la razón
y la unidad en la civilización (Sarmiento, 2005[1845]; 1970[1850]). De ahí que luego de
este ciclo, la administración requiera explorar el estado de las fuerzas estatales. Había
que reforzar el Estado, reordenar la población y su constitución racial en cada una de las
jurisdicciones provinciales. Para ello, se tornaba necesario indagar acerca de la
constitución étnica-racial de la totalidad de la República y su distribución geográfica,
obtener un “catálogo de las naciones”, es decir con qué fuerzas contaba el Estado y en
qué estado de ordenamiento se hallaban, para definir luego qué mecanismos
inmunizadores y normalizadores se desarrollarían. Todo lo cual se tradujo en la
realización del primer censo argentino y en la proliferación de las etnografías (viajeros y
etnólogos), considerando formar datos estadísticos “un buen recurso de gobierno”, una
“necesidad política y social”4:
Completando lo que se refiere a la contextura política, entramos en los hechos que son subsidiarios y que tienden a robustecer y mejorar la existencia social, como son la instrucción pública y la higiene, y también la religión que, como auxiliar de la moral, contribuye a regularizar las relaciones de los individuos entre sí (…) principales hechos [que] demuestran nuestro estado actual y verdadero valimiento en el concurso de las naciones5 (remarcado nuestro).
Mientras que el primer censo se ordenó como mecanismo de elaboración de una
suerte de pronóstico del estado de las fuerzas de la nación luego de Rosas, tendiendo a
mostrar la tendencia general a la homologación creciente de la raza india e
hispanoindígena, y simultáneamente fundamentando estadísticamente la necesidad de
inmunizarse frente a ella, el segundo censo confirma el aumento de fuerza poblacional,
el creciente aumento del componente extranjero y la radical disminución del
componente racial indio-mestizo, sino afuera de las fronteras nacionales por las nuevas
disposiciones limítrofes, “relegado a los confines de la República”6. En todos los
objetos principales de la gubernamentalidad que son censados, vale decir, producción,
salud, urbanización, se constata un crecimiento que es explícitamente asociado al aporte
de fuerza extranjera.
En esta coyuntura que podemos definir como de cristalización de la estatización
gubernamental, la formación supraracial provincial se halla representada por el
elemento caucásico/extranjero, producto de la fusión intraeuropea. El componente
híbrido hispano-indígena, que en Mendoza aparece personificado por el criollo/huarpe y
el pehuenche/Puelche, es semantizado como factor de interrupción del natural desarrollo
de la Civilización a escala local. En este proceso de racialización cultural y
culturización racial que acompaña necesariamente a la gubernamentalización del Estado
por cuanto es constitutiva del biopoder, el trabajo “racional”, la inteligencia, la
producción industrial, la salubridad, la higiene pública y la vida urbana son colocados
como atributos culturales/raciales caucásicos. De lo contrario, la materia, la ociosidad,
el vagabundeo, la fuerza brutal, el labrado/pastoreo, la insalubridad y la vida de la
campaña, son situados como atributos del acervo cultural/racial indio. En la provincia
de Mendoza, este acervo es reconocido y remitido por el discurso oficial al denominado
4 Primer Censo argentino, introducción, p. XI Y XII. 5 Segundo Censo Nacional, Introducción, p. XV. 6 Idem. P. XLIX.
en ese entonces “Departamento de las Lagunas” (hoy Lavalle) tratándose de los
“Guarpes” y al departamento de San Carlos, La Paz y San Rafael, hacia el sur,
tratándose de los “Pehuenches”; estas últimas, definidas como regiones en las cuales
“falta para su desenvolvimiento emprender su colonización sistemada” 7.
La competitividad de esta formación supraracial Blanca está dada por su
salubridad (calidad de vida, limpieza pública, calidad de vivienda) y productividad,
asociadas respectivamente a la vida urbana y a la actividad agroindustrial. La pureza,
higiene y salubridad de la población son las que garantizan en conjunto la mayor
productividad, y por tanto, la mayor potencialidad del Estado. En la medida en que la
fuerza estatal de la Nación es definida por esta actividad y la vida política urbana a la
luz de la ciencia, el labrado y el pastoreo de la campaña, por “improductivas” e
“irracionales”, aparecen como categorías ocupacionales ilegítimas. El “vandalismo” y
“vagabundeo” de la campaña aparecen en este discurso como cualidades conductuales
heredadas de las cualidades guerreras de los indios8.
Este discurso biologicista/médico aparece incluso proyectado en el lenguaje
político. Así, en la introducción del primer censo nacional se hace referencia a la
procuración de trabajo y la eliminación del jornalerismo como formas de “higiene
política”9. Simultáneamente, Sarmiento (1970[1850] para referirse a las tres grandes
regiones en que divide la República, habla de “fisonomías del país”. Es decir que, este
biologicismo/higienismo se proyecta a las diversas esferas de la vida social. Todos los
mecanismos internos de la vida social, política y económica son interpretados en
función del lenguaje de la anátomo-fisiología.
Finalmente, mestizo en esta narrativa aparece como un concepto polisémico. Su
variabilidad semántica en parte se entreteje de acuerdo se lo utilice como forma de
subjetivación o de adjetivación. Era una condición social, el peón, el conchabado, el
cretino y un estado racial de un subproducto interno transitorio, un “todo homogéneo,
que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial” (Sarmiento, 2005
[1845]: 30) y cuya superación estaba dada por la homologación gradual con la raza
blanca.
Por lo contrario, es al híbrido naciente, producto de la fusión intraeuropea y de
la asimilación del nativo-criollo por el extranjero, que se le atribuye el origen de las
7 Primer Censo Nacional, p. 337-38-39. 8 Sarmiento (1970[1850]). 9 Primer Censo Nacional. Introducción, p. XLVII.
“naciones modernas”, tal como refiere Sarmiento (2005[1845]: 189) a la nación
francesa, definiéndola como “el crisol en que se ha estado elaborando, mezclando y
refundiendo el espíritu moderno”. La hibridez, sin embargo, no es valorada en sí misma
como categoría heterogénea, ya que es definida como la mezcla entre dos razas
concebidas previamente como puras, de la que se conforma una nueva raza pura más
competente:
Se ha formado y continúa formándose una nueva raza inteligente y vigorosa, como que con arreglo a las leyes de la selección natural los productos de la refundición son superiores a cada uno de los seres que le dieron vida (…) Surgen nuevas generaciones por el entroncamiento de los hombres europeos con las mujeres americanas, más fuertes y más hermosos que los individuos de los cuales proceden.10
Dentro de esta concepción, el indio Huarpe, subjetivado y adjetivado como
mestizo, es catalogado como resto, en cuyo natural proceso de selección, será a corto
plazo exterminado o fagocitado por el criollo, y en conjunto por el extranjero “puro”.
Por cuanto el criterio de clasificación social pasa a estar centrado en la actividad
económica, “sus descendientes”, desubjetivados como indios huarpes, pasarán a ser
categorizados fundamentalmente como puesteros, es decir, criadores de cabras y en
ocasiones como laguneros, es decir, pescadores.
En definitiva, el racismo de la purificación permanente (Foucault, 1996[1975-
1976]) convertido en la forma de administración estatal nacional y de cada jurisdicción
provincial, es funcionalizado por todas las instituciones -entre las que no se excluye la
académica- como principio de segregación, eliminación y de normalización de la
sociedad. Personificando a “sus indios huarpes” como un mero vestigio mestizo,
Mendoza se representa a sí misma y es representada a nivel nacional como una sociedad
civil racial y socialmente normalizada.
LA MODERNIDAD EN CUYO Y LA INMUNIZACIÓN FRENTE A LO “ INDIO-HUARPE” (FINES DEL
SIGLO XIX Y PRIMERA MITAD DEL XX)
Como ya se ha señalado, la gubernamentalización provincial, como proceso de
territorialización textual y organizacional implicó una reestructuración político-
10 Segundo Censo Nacional, Tomo I, p. XLIII.
administrativa (Katzer, 2009) que se llevó a cabo necesariamente de la mano de una
recategorización de la población local. Ello, dado que un estado provincial
gubernamentalizado, que tiende tanto a conservar como a potenciar sus fuerzas, su
riqueza, debe primero, como principio de administración, clasificar y ordenar
analíticamente esas fuerzas. En función de este principio, la multiplicación de
operaciones censales en la provincia de Mendoza hacia fines de siglo XIX y principios
del XX es destacable. Además de los censos nacionales, se lleva a cabo el Censo de la
habitación (1896), Primer Censo Municipal de Población, con datos sobre edificación,
Comercio e Industria de la Ciudad de Mendoza de (1903) y el Censo General de la
Provincia (1909).
En el marco de un lenguaje biologicista e higienista proyectado a todas las
esferas de la vida social, los sistemas de clasificación aparecen vertebrados
fundamentalmente por la actividad de los sujetos y el tipo de producción. En todas ellos,
los componentes centrales en la tipologización son los mismos: nivel de instrucción,
estado civil, profesión/ocupación, tipo de vivienda, población urbana/rural. Si bien la
razón gubernamental soslaya el control del espacio garantizando que sea un espacio
útil/productivo, operativo y analítico, el interés se halla centralizado en el número,
distribución y actividad de los hombres, debido a que la potencialidad estatal la otorga
la productividad de la población. Para garantizar este rendimiento fueron varios los
dispositivos desplegados, tales como la promulgación de la ley de venta tierras públicas
(1823); el otorgamiento de tierras a los indígenas laguneros (decreto de 1838), papeleta
de conchavo (decreto de 1845), penalización del vagabundeo (Katzer, 2009).
A través de los diversos censos, pretendía reafirmarse estadística y
científicamente a Cuyo como formación supraracial blanca/caucásica,
fundamentalmente en sus nucleamientos urbanos. Así, el Primer Censo argentino se
caracteriza a “los primeros pobladores” de Mendoza, San Juan y San Luis como
producto de la mezcla de las “tribus guarpes” con los españoles cuyo resultado “apenas
se percibe en la capital, donde prevalece la población blanca; no así en los distritos
rurales, donde se ven mestizos y aún se encuentran individuos en que domina el
elemento indio”11
Si comparamos el primer censo con el segundo y los discursos etnográficos, la
disimilitud en cómo es utilizada la categoría de mestizo es notoria. Mientras que en el
11 Primer Censo Nacional, p. 379.
primer censo se describe a Mendoza como uno de los “estados argentinos”, junto con
San Luis, Catamarca y Jujuy, “de más rara población” 12 y se alude a que los habitantes
del departamento de las Lagunas son “indios guarpes mestizados”13, en el segundo sólo
se refiere a la misma población como mestiza y no india. Es decir, en el primer caso,
mestizo aparece sólo como una forma de adjetivación, en cambio en el segundo la
población nativa es desnominada como india-huarpe y pasa a ser directamente
subjetivada como mestiza14.
En este sentido podemos sostener que el mestizaje, en sus dos formas de
instrumentalización, sea como forma de adjetivación del indio Huarpe o sea como
forma de subjetivación de la población nativa, aparece como un dispositivo biopolítico,
vale decir, como un dispositivo de normalización racial provincial. La elite provincial
requería marcar su unidad racial. Ello necesariamente porque en esa razón
gubernamental existe una asociación intrínseca entre raza y acervo cultural. La raza
india huarpe, por sus cualidades culturales de incompetencia e improductividad, debía
ser reducida a la calidad de vestigio residual.
Por otra parte, dentro de la clasificación poblacional, han sido múltiples las
categorías instrumentalizadas para marcar a la población de la campaña mendocina. Las
categorizaciones resultan ser disímiles y frecuentemente contradictorias. Es de notar la
ambigüedad clasificatoria respecto a la población indígena, constatándose un espacioso
contraste entre las clasificaciones oficiales de fines de siglo XIX -historiografías, censo
de 1869, documentos administrativos, en las cuales aún lo indio-huarpe aparece
subjetivado- y las afirmaciones de etnógrafos de primera mitad de siglo como Canals
Frau, (1953), Metreaux (1937[1929]) y Vignati (1931) que, si bien también con
ambigüedades, colocan arbitrariamente a la población huarpe como extinta y
contemporáneamente mestiza. Así, Metreaux se refiere a las balsas, elaboración de
patay y cestería como “supervivencias de la era precolombina” de los “mestizos
actuales” (Metreaux, 1937[1929]: 18-27), aunque simultáneamente alude a la presencia
de individuos de “origen indio patente y marcado” (idem: 5).
Pese a ello, y si bien, son frecuentes las alusiones a su “definitivo borramiento
del catálogo de las naciones”, simultáneamente se habla de ellos en presente, tanto en
12 Primer Censo Nacional, p. LVI. 13 Idem. p. 337. 14 Se categoriza al mestizo como sujeto, y no como atributo del sujeto indígena.
el primer censo nacional, en donde se categoriza a la población de esta región como
india huarpe mestizada, como en Recuerdos de Provincia de Sarmiento:
(…) vivían aquellos pueblos de la pesca en las lagunas de Huanacache en cuyas orillas permanecen aún reunidos y sin mezclarse sus descendientes, los laguneros” (…) nada se ha alterado en las costumbres huarpes, sino la introducción del caballo” (Sarmiento, 1970[1850]: 23) (…)El indio Saavedra, fue bandido de profesión en Mendoza y en San Juan y llamado por su fama de desalmado al servicio de la federación en 1839. Hubo de lancearme (…) y fue ajusticiado (…) así las cualidades guerreras de los abuelos degeneraban en vandalismo, cuando las sociedades caen y se degradan. (idem: 31).
En el contexto de consolidación de la gubernamentalidad de Mendoza como
provincia, de su modernización, la fuerza estatal, su riqueza pública aparece definida
por la actividad agro-industrial y urbana a la luz de la ciencia. Dentro de esta
racionalidad productivista, Sarmiento (2005 [1845]: 38) define a los labriegos o
pastores rudos como seres depravados, accidentes, desviaciones que no fomentan “la
riqueza de los pueblos modernos”. El labrador y pastor, el puestero del Secano es una
categoría laboral ilegítima, por antimoderna, por su tipo de vivienda, su falta de
instrucción, su nomadismo, su “inacción”15. La gubernamentalización de Mendoza
implicaba el disciplinamiento de la población, que incluía la imposición de
determinados mecanismos de “utilización” de los recursos y determinadas formas de
trabajo para el disciplinamiento y maximización de la producción. De hecho, es
respondiendo a esta exigencia, que se les concede a los indígenas las tierras no
enajenadas correspondientes al departamento de las Lagunas en el año 1838 (Katzer,
2006).
En este proceso, las elites necesitaban representar a la provincia como Blanca
(Escolar, 2007), dado que constituía la única raza portadora del espíritu moderno,
racional y productivo. Este desarrollo es concebido como proporcional a la disminución
del elemento indio-mestizo, y al aumento del componente extranjero. Al denotar
transición, la categoría de mestizo se tornaba operativa, dado que señalaba el proceso
inevitable de homologación del huarpe con el blanco. En este sentido el mestizaje,
15 Código de las leyes, decretos y acuerdos que sobre administración de justicia se ha dictado la provincia de Mendoza. Por Manuel de Ahumada. 1860. Imprenta de “El Constitucional”. Mendoza.
instrumentalizado como una categoría de clasificación y leído como residual/accidental,
actuó así como un dispositivo biopolítico textual de normalización racial y social.
De esta manera, mestizo lejos de aparecer como categoría supraracial más bien
es definida como una subformación racial o formaciones internas subraciales tendientes
a la disolución o fagocitación por la Blanca, criolla y extranjera. El mestizaje es
conceptualizado como un producto puro resultado de la degeneración de una raza-la
subraza- y su creciente absorción, asimilación por la otra, la supraraza. Dentro de esta
concepción, los componentes genéticos/culturales Huarpes son reducidos a la condición
de “vestigios” del pasado en el presente, “rastros” indios en declinación selectiva, de
una población que es considerada mestiza o mestizada. De la mano de esta subjetivación
como mestizos se coloca arbitrariamente la desidentificación india.
A partir de este momento los Huarpes pasarán a ser los “descendientes mestizos
de los primitivos huarpes” y a ser nominados como “habitantes del desierto de Lavalle”
“pobladores de Lavalle”, “pobladores del desierto”, y bajo estas nominaciones fueron
objetivados como sujetos de análisis por los etnógrafos de primera mitad del siglo XX.
Dentro de esta narrativa, los Huarpes, mestizos, trabajadores rurales, no se
reconocieron en la imagen de “indio puro, salvaje, hostil del pasado”, esta narrativa
aparece entonces operando como parte de los dispositivos ideológicos que han
argumentado a favor de una territorialidad provincial racialmente normalizada, en
términos de Rusconi (1961) “libre de problema aborigen”.
Las formulaciones etnográficas e historiográficas, se convirtieron así en
operadores fundamentales dentro de la gubernamentalidad provincial: los Huarpes, ya
dejan de ser nominados como “indios”, refiriéndose a esta categoría sólo para nominar a
los pobladores que habitaban en el pasado, fortaleciendo la idea de la integración
definitiva de la población Huarpe a la comunidad política nacional/provincial en tanto
mestizos y puesteros.
DE “MESTIZOS” A “ INDIOS EMERGENTES”: LAS ETNOGRAFÍAS COMO ACTOS DE PODER
Desde la obra de Rusconi (1961-1962) hasta la década del 90’- que es cuando
representantes de la institución académica local y Endepa inician el acompañamiento de
sus acciones reivindicativas y cuando Escolar (1999) y García (2002) abordan
antropológicamente la problemática, esta sociedad indígena aparece completamente
ausente en los estudios etnológicos. Los Huarpes, puesteros y mestizos, dentro de esa
territorialidad impura y “ambigua”, contradiciendo el mito de la originalidad y de la
consistencia interna de la cultura, y opuestos a la imagen del “indio puro del pasado”16,
dejaron de ser una substancialidad cartografiable, dejaron de ser objetivados como
“sujeto etnográfico”. A partir de este momento, no serán más reconocidos como
colectividades, sino más bien referidos individualmente como “remanentes” o
“descendientes”. Son los “indios mestizos” de los que hablan las autoridades, la
población regional, y los registros de sus fiestas y creencias pasan a ser mencionados a
título de “tradiciones populares”.
Ahora bien, hoy después de más de un siglo de una política estatal
asimilacionista, podemos afirmar que estamos ante una coyuntura en que el modelo de
ciudadano común, de ciudadano indiferenciado en la figura de trabajador –entendido
como forma universal de clasificación social y único marco legítimo de integración
nacional/provincial- se desestabiliza y es reemplazado progresivamente por un modelo
etnogubernamental17 en el que la filiación étnica y cultural comienza a tener un lugar
dentro de los sistemas de clasificación social y de la legalidad. La actual normativa
vigente reconoce la existencia de etnias indígenas en el territorio nacional y al referirse
a la importancia de la incorporación de sus culturas y tradiciones a los proyectos de
desarrollo de la nación, aparece una reclasificación y revalorización del patrimonio
cultural indígena.
En este contexto, la multiplicación de las identificaciones públicas y el
nucleamiento jurídico en “comunidades indígenas”18 de poblaciones consideradas
“desaparecidas” es cada vez más pronunciada. Este proceso no exceptúa a los Huarpes,
cuya inscripción al registro de comunidades indígenas del INAI se efectuó en el año
1999 y cuyas reivindicaciones territoriales desembocaron en la promulgación de la ley
provincial n° 6920 de reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural del pueblo
Huarpe Milcallac de la provincia de Mendoza en el año 2001; ley recientemente
aprobada.
16 En las teorías de la aculturación, la identificación biológica y etnológica del “indio”, asociada a una idea de “pureza”, significaba desde el punto vista biológico, no tener cruzamientos con el blanco, con los no-indios; desde el punto de vista cultural, no haber sufrido influencia de la civilización (Cardoso de Oliveira, 1978). 17 Sobre esta categoría ver Boccara (2007) y Katzer (2009). 18 El término “comunidad indígena” como figura jurídica ha sido discutido en Katzer (2009).
Las identificaciones Huarpes en el espacio público y su corporalización en
“asociaciones civiles” han abierto un campo de análisis y debate en torno a encontrar
explicaciones y respuestas respecto al modo en que estas presencias/ausencias se
configuran. Es a partir de estos hechos de naturaleza política, como demandas en cuanto
a tierra y asistencia formulada al aparato estatal que los Huarpes, como otras tantas
sociedades indígenas categorizadas como “extintas”, se han convertido en objeto de
atención para los antropólogos, incorporándose en estudios que pasan a definirse como
de “etnogénesis” o “emergencia étnica” -categorías que son utilizadas para aludir tanto a
la emergencia de nuevas identidades como a la reinvención de etnias ya reconocidas-.
En este marco Escolar (1999, 2007) se ha referido a los procesos de
visibilización de los Huarpes como etnogénesis coyunturales, estableciendo una
asociación entre “emergencias huarpes” y nudos críticos en el proceso de construcción
de soberanía estatal. En otro sentido, García (2002) ha definido a esta sociedad indígena
como un grupo de interés nucleado bajo el único propósito de tener acceso a tierras
otorgadas por la Constitución a las “comunidades indígenas”, aludiendo
simultáneamente a la necesidad de que futuras investigaciones genéticas confirmen su
ascendencia india. Esta última interpretación conecta y reduce explícitamente la
“emergencia étnica” Huarpe con la instrumentalidad, a partir de sostener la
incongruencia física e histórica de quienes se adscriben como Huarpes con su
ancestralidad, afirmando por tanto que sus identificaciones son especulaciones para la
obtención de tierras. Este análisis supone que la institucionalización de la diferencia
étnica se basa en una racionalidad meramente especulativa, y enmarca la identificación
indígena al cálculo del interés, fundamentalmente en el acceso a recursos. Esta lectura,
al fijar lo indígena a una tradición estática, parece suponer que sus formas expresivas
deben mantenerse inalteradas en el transcurso histórico, que los “indios” deben
preservar su “estado ancestral esencial”, tanto a nivel biológico como a nivel
sociocultural.
Ya sea vinculada con la instrumentalidad, ya sea ubicada en coyunturas
específicas, la emergencia étnica huarpe así tratada, nos genera algunos interrogantes.
Estas interpretaciones señalan una discontinuidad en las identificaciones y praxis
indias/Huarpes, atribuyendo explícita e implícitamente la “pérdida” de una conciencia
étnica, ya sea en coyunturas históricas determinadas o en el momento de la colonización
y conquista de Cuyo. Creemos entonces que estos planteos merecen ser complejizados.
El vincular la visibilidad pública coyuntural de los Huarpes con la elaboración
de una conciencia étnica supone entender que en las coyunturas en que esa
corporalización pública ha estado ausente, las identificaciones indias o la elaboración de
una conciencia étnica lo ha estado también. Sin embargo, no debería confundirse el
hecho de que no hayan sido “nombrados por la Ley”, de que no hayan sido “nombrados
por la academia” y de que no se hayan identificado como forma de sociación19 singular
en el espacio público, con una posible “desconcientización” étnica.
Etnógrafos como Canals Frau y Vignati, señalaron la extinción definitiva de los
Huarpes a mediados del siglo XVIII. Sin embargo, es amplia la documentación
examinada donde constan alusiones por las autoridades locales, políticas y religiosas,
acerca de los “indios” o de los “naturales” de “las Lagunas”. Nuestro trabajo en
archivos judiciales y en actas de bautismo de fines de siglo XIX de la capilla del
Rosario, nos ha permitido observar cómo la categoría de indio/a lagunero/a argentino/a
aparece permanentemente20. Por otro lado, etnógrafos como Metreaux y Rusconi, que
establecieron contacto con la población nativa, catalogaron a los Huarpes como
desaparecidos, cuando simultáneamente señalaban las dificultades para comunicarse
con dicha población, refiriéndose a que muchos “huían” ante su llegada.
Tanto las aseveraciones de estos etnógrafos como la forma de relación con la
población nativa, contrastan significativamente con los relatos y con la calidad de la
interacción establecida por Roig Matóns, pintor mendocino que residió en las Lagunas
de Rosario un largo período de tiempo –“un lagunero más”, como lo han señalado
algunos de nuestros interlocutores-; quien en el mismo contexto histórico identificaba a
la población lagunera como india:
(…)En un clima cálido de profundo amor, el lagunero sacude su apatía de indio y danza, ríe, llora y canta sobre el polvo legendario de sus antepasados” (Roig Matóns, 1999[1931]: 87).
Finalmente, el “ocultamiento” es un hecho histórico que aparece tanto en la
documentación administrativa de fines de siglo XIX, al señalar las autoridades las 19 Preferimos utilizar el término sociación (Jean-Luc Nancy, 2003 [1998]) para alejarnos de las connotaciones esencialistas y/o formalistas en téminos políticos, que animan la categoría de asociación. 20 Libro de bautismos. 1880-1884. Parroquia Nuestra Señora del Rosario. Lavalle. Fojas 46 a 50. Archivo Histórico de Mendoza. Carpeta 575 bis, doc. 17. En este documento se constata un reclamo territorial hecho en defensa de los “índios laguneros”.
dificultades para censar la población dado que “se esconden para los
empadronamientos”21, como en las referencias de nuestros interlocutores:
“mi tía se escondía para hilar y tejer, no quería que las nietas la vieran, porque, claro esas eran cosas de indias… Yo no, yo les enseño a mis hijas..lo que sí, no hago ciertas comidas cuando viene gente de afuera” (TL, mujer Huarpe adulta. Febrero 2008).
También lo hemos registrado en nuestras propias interacciones de campo en relatos
como “ese, es un indio re-arisco, cuando viene alguien ´de afuera` se esconde en el
campo y no vuelve hasta que no se va” o “hay gente que hasta que no ve quien viene y
lo conoce, no sale del puesto”.
Podemos afirmar entonces que, al menos en gran parte de las familias que
residen en el secano de Lavalle, no hay nada que indique una discontinuidad en las
identificaciones y praxis indias, o que señale que la conciencia étnica remite sólo a
coyunturas específicas. Lo que si podemos entender como coyuntural son las formas de
corporalización pública.
Cuando en la actualidad se interpreta esta creciente revisibilidad pública de
pueblos considerados “desaparecidos” como “emergencia étnica”, los sistemas
epistémicos vertebrados a través de las figura del primitivismo parecen continuar
operando. Lo cual es evidente en los planteos de García (2002) al sostener la
“incongruencia física e histórica” de quienes se adscriben como Huarpes con su
“ancestralidad”. Aquellos grupos, con características alejadas del tipo salvaje/primitivo,
son juzgados “aculturados” a partir de la definición de censores de indianidad basados
en criterios que responden a un modelo estático y estereotipado, sin ser discutidos con
los grupos en cuestión (Tamagno, 1991, 2001). Afirmamos entonces que la ausencia de
primitividad aparece como el fundamento principal de la conceptualización de las
identificaciones indígenas como instrumentales.
Como lo ha sugerido Pacheco de Oliveira (1999) al abordar el caso de los
nordestinos en Brasil, en términos teóricos la aplicación de la noción de “emergencia
étnica” a un pueblo o cultura puede acabar substantivando un proceso que es histórico;
dando la falsa impresión de que, en los casos o coyunturas históricas en que no se habla
de “etnogénesis” o de “emergencia étnica”, el proceso de construcción de identidades
21 Archivo Histórico de Mendoza. Sección departamentos. Documento n° 17, carpeta n° 575 bis, año1879.
estaría ausente. Estos términos, por su ambigüedad, pueden ser susceptibles de usos
variados sin, por tanto, contribuir al entendimiento de los aspectos relevantes y de la
especificidad del fenómeno que designan. En términos políticos, estos diversos usos y
argumentos tienen un efecto evidente a la hora de construir argumentos en torno a la
legitimidad o ilegitimidad de sus reclamos como indígenas.
En definitiva, en una y otra narrativa etnográfica, ya sea aquella que categorizó
al contingente indígena de la población mendocina como mestiza, ya sea aquella que la
recategoriza contemporáneamente como emergente, el hilo interpretativo refiere a las
identificaciones étnicas Huarpes sólo como coyunturales y en algunos casos como
instrumentales. Estas interpretaciones nos conducen a pensar que en la elaboración de
las etnografías, la retórica de la pureza funciona como principio epistémico de manera
contigua y continua. La pureza, como retórica de objetivación científica y subjetivación
etnográfica, estructura marcos de análisis en los que la única identidad legítima es sólo
una, y es aquella que “conserva” el nudo ancestral en su total pureza e inmutabilidad.
Este principio tiene un doble efecto de saber/poder. Por un lado implica la construcción
de modelos representacionales anacrónicos -la representación del indígena como
primitivo y salvaje y sólo objetivado como tal en tanto sujeto etnográfico legítimo y, en
contigüidad, la desubjetivación india en la objetivación del mestizo, donde el sujeto
mestizo por su “falta de pureza”, es desobjetivado como sujeto étnico- y por el otro la
deslegitimación de los acciones políticas indígenas.
Toda forma de corporalización pública que se aleje del estereotipo de
primitividad y ancestralidad, aparece desautorizada científicamente. Así, al “dejar de ser
salvajes”, los Huarpes pasan a ser definidos como mestizos, y al legitimarse
académicamente tal categoría, son redefinidos hoy como indios emergentes o renacidos,
marcando etno/sociocéntricamente a nuestro entender, una discontinuidad y ruptura en
las autoidentificaciones indias/huarpes. Y remarcamos etnosociocéntricamente, pues
esta afirmación evidencia la proyección unidireccional de modelos teóricos o categorías
de análisis hoy “de moda”, sin tener en cuenta la narrativa histórica de quienes se
adscriben como Huarpes y sin examinar críticamente la documentación histórica.
De esta manera termina por reproducirse y legitimarse, si bien con nuevas
formas, el discurso etnográfico clásico. La agentividad política es innegable. El hecho
de desestimar científica y públicamente la adscripción étnica y las reivindicaciones
indígenas es un acto de poder, que finalmente, contribuye a legitimar el incumplimiento
por parte de la agencia estatal, de los derechos que le asisten a esta población en tanto
indígenas.
CONSIDERACIONES FINALES
Si bien la revisión de ciertos modelos epistémicos etnográficos ha permitido
suponer su superación, observamos que en contemporáneas categorizaciones
acádemicas como “retnificación”, “emergencia étnica”, “renacimiento indígena”, los
fundamentos que los animaron, vuelven a hacerse presentes. La razón
gubernamental/moderna continúa vertebrando las operaciones analíticas.
Contrariamente a pensar que los Huarpes “estuvieron desaparecidos” y a
entender su revisibilización contemporánea como “resurgimento étnico”, nuestra
investigación tiene por objetivo problematizar cómo el definitivo proceso de
gubernamentalización provincial, al vertebrar los sistemas de clasificación de la
población local bajo parámetros racistas y con criterios económicos, incidió en la
visibilización/invisibilización pública de los indígenas.
En este proceso, los dispositivos censales y los textos etnográficos, en tanto
forma de clasificación y cualificación poblacional, han tenido una agentividad decisiva;
ayer, anunciando la definitiva extinción de los indios en Mendoza y vigorizando
entonces la imagen literaria de una provincia Blanca y Moderna, hoy, catalogando la
revisibilidad pública de esos mismos indios como emergencia étnica abrupta y
meramente instrumental. En este sentido, hemos definido a las etnografías como actos
de poder, dado que son parte constitutiva y constituyente del proceso de cristalización y
redefinición de la gubernamentalidad como régimen de poder. El modo racista de
producción de conocimiento etnográfico ha sido el canal vertebrador de las
textualizaciones propias de los dispositivos biopolíticos de normalización social.
Las clasificaciones basadas en una racionalidad gubernamental y vinculadas más
con la específica distancia construida entre el etnógrafo y los indígenas que con la
realidad fáctica y las ambigüedades categoriales que son una constante, son revisadas a
la luz de los relatos emergidos en nuestra propia experiencia de campo, lo que nos
conduce a pensar que es insostenible la idea de la desidentificación o desconcientización
étnica desde fines de siglo XIX. Las negociaciones y reelaboraciones de la morfología
social indígena en las distintas dimensiones, vale decir, en las formas de sociabilidad, de
trabajo y de residencia, propias del proceso de gubernamentalización, no han ido
acompañadas, al menos en el Secano de Lavalle, de la desubjetivación india. Sostener
una discontinuidad en los modos de producción cultural y social, y en las formas de
corporalización pública no implica necesariamente sostener una discontinuidad en las
identificaciones étnicas. Las identificaciones indias han formado y forman parte de la
experiencia cotidiana, tanto a nivel de las relaciones interpersonales como en las
relaciones con el espacio. El sentido histórico territorial en el Secano de Lavalle se
encuentra dado en gran parte por la filiación indígena y por las formas históricas en que
ésta ha ido redefiniendo las relaciones con el entorno.
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