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2017
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Formar hombres completos. Discurso. Federico Salvador Ramón
Antonio García Megía y M. Dolores Mira Gómez de Mercado
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
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Formar hombres completos Federico Salvador Ramón
Discurso Pronunciado en el Internado de la Divina Infantita de Instinción,
Almería, con ocasión de la solemne entrega de premios a los alumnos. 15 de octubre de 1916
Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
Padre Federico Salvador con las primeras Religiosas llegadas a España junto a los dos
primeros niños del Asilo de Instinción.
Que la educación se constituye en una de las mayores obsesiones del padre
Federico Salvador, queda patente a poco que se observen los caminos y
veredas por lo que discurre su vida, polifacética donde las haya. Profesor
de Matemáticas, Director Espiritual de jóvenes seminaristas, enamorado
seguidor de las pedagogías y modos de hacer del Padre Manjón1 y del
Padre Poveda, que lleva a la práctica, con una capa de barniz de su
impronta personal, en los colegios que es capaz de levantar de la nada…,
su amor por todo lo que signifique cultura, le mueve a apoyar
incondicionalmente cualquier movimiento o situación que pueda suponer
perfeccionamiento personal y espiritual para sus cercanos. La docencia, el
arte, la literatura, la ciencia, ¡hasta el esperanto2 se encuentra en la órbita
de atención del Padre Federico!
Ello no obstante, no resulta fácil encontrar documentos suyos que recojan
su magisterio en este sentido.
Su obra publicada se centra en la Esclavitud Mariana y sus valedores, San
Luis María de Grignion, beato entonces, y Sor María de Jesús de Ágreda,
especialmente, junto a meditaciones, novenas, sermones y análisis críticos
1 En mayo de 1911, el Sr. Obispo de Almería bendice una gruta dedicada a la Virgen de Lourdes ubicada
en el extremo norte de la ciudad, concretamente en la barriada del Quemadero. La idea se gesta en las
Escuelas del Ave María que, por esos años, allí imparten formación gratuita a dos centenares de alumnos.
El padre Federico emociona a los asistentes con una sentida plática donde ensalza la importancia de la labor
y modo de hacer de los maestros que allí imparten docencia. (Véase Crónica publicada de la vida y obra
de Federico Salvador Ramón, de García Megía, Antonio, incluido en la Biblioteca Digital Federico
Salvador Ramón, https://es.slideshare.net/angarmegia/crnica-publicada-de-la-vida-y-obra-de-federico-
salvador-ramn-almera-1881-1935, páginas 144 y 145). La gruta se conserva a día de hoy, bajo atención y
cuidado de las Hermanas de la Institución Benéfica Sagrado Corazón de Jesús, Casa de Nazaret, a pesar de
los intentos por destruirla habidos durante la guerra civil española. 2 El 4 de noviembre de 1913, el diario almeriense La Crónica Meridional publica en su primera página, los
acuerdos tomados el día anterior por la Asamblea General del grupo esperantista Verdastelo. El punto
segundo de dichos acuerdos recoge el siguiente texto: « Expresar públicamente el agradecimiento del grupo
por los generosos ofrecimientos recibidos de don Federico Salvador». (Véase, en la obra anteriormente
citada, la página 170).
centrados en la realidad sociopolítica y eclesiástica que vive el mundo en
esos años…, pero textos que se refieran de manera prioritaria a la cuestión
educativa, se han difundido pocos. Tal vez el Discurso pronunciado ante
la Sociedad Obrera de Guadix con motivo de la entrega de premios de fin
de curso, de 19213, y… apenas nada más.
Cierto es que, el modelo de escuela que propone el Padre Federico, puede
entreverse en la línea editorial del diario La Independencia, de Almería,
del tiempo del que fue su responsable y propietario. Pero esos artículos no
están firmados, por lo que resulta aventurado asignarles una autoría
concreta. Además, en el contexto de lucha abierta y declarada entre
defensores de escuela pública laica y escuela pública religiosa, las
expresiones, recursos y modos, cuando menos, excesivos, que proliferan,
difícilmente deban atribuirse a Padre Fundador de la Esclavitud.
La importancia del documento que sigue estriba en que sí es atribuible a
Federico Salvador, sí está centrado en el tema educativo y sí está publicado,
curiosamente, en un diario independiente, no sometido a censura ni
influencia eclesiástica.
El discurso, pronunciado en Instinción con motivo de la entrega de premios
a alumnos del Internado de la Divina Infantita, se publica en el diario El
Defensor de Almería, fragmentado en una serie de tres números
consecutivos que se inicia el 18 de octubre de 1916.
Antonio García Megía
María Dolores Mira y Gómez de Mercado
3 Incluido en la Biblioteca Digital Federico Salvador, puede, el interesado, encontrarlo en
https://es.slideshare.net/angarmegia/discurso-ante-la-sociedad-obrera-de-guadix-1921
1
Cabecera del Diario La Independencia, de Almería, del 16 de octubre de 1916, sobre la página que
incluye el reportaje que describe el acto solemne de entrega de premios en el Internado de la Divina
Infantita de Instinción celebrado el día anterior.
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La Independencia Diario católico de información universal 16 de octubre de 1916 Página 2
EN EL INTERNADO DE LA DIVINA INFANTITA
Con una mañana encantadora, un viaje felicísimo y un panorama soñador,
llegamos en cinco autos a Instinción, galantemente invitados por el director del Internado.
La animación y el bullicio que en el pueblo todo se notaba, dábanos idea de la
suntuosidad de la fiesta.
Quitado el polvo del camino, que conseguimos hacerlo por la bondad de los
señores de la casa y de los alumnos, procedimos a recorrer el edificio que es en verdad
digno de encomio.
Los que desde la inauguración no le habíamos visto, quedamos
agradabilísimamente sorprendidos de las reformas realizadas. Amplios ventiladores e
higiénicos dormitorios; aulas espaciosas y gabinetes muy completos, dan idea de la
transformación allí operada; y el recuerdo de años que pasaron que todo aquello nos traía
a la memoria, nos hizo entristecernos y alegrarnos a la vez.
A las once se celebró la Santa Misa a la que asistieron los alumnos, un grupo de
los exploradores almerienses y algunos de los invitados.
Terminada, se reunieron en el salón de actos del establecimiento todos los
asistentes para dar principio al [acto] solemne de la distribución de premios.
Tomaron asiento en la presidencia el director del Internado, don Francisco
Salvador, y los señores Resina, López Guil, López Rodríguez, Martin, Fernández
Palacios, P. Carbajo, Ortega (D.R. y D. Juan), Salas, Monterreal, Fernández Lerenu,
Fernández de la Puente, párrocos de Rágol, Íllar y Huécija, representaciones del
Ayuntamiento de Instinción y Rágol, Marín, Pérez Burillo y las señoras de Berjón,
Hernández, Blanes, muchas y bellas señoritas de Instinción y el personal docente.
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Don Federico Salvador, alma de esa institución, leyó un admirable discurso sobre
los fines espirituales del Internado, aduciendo ejemplos y testimonios abundantes para
demostrar que no basta la ilustración, la sabiduría y la estética, para hacer grandes
hombres, sino que es preciso ante todo y sobre todo, la educación religiosa de la voluntad,
lo que probó también con muchos ejemplos. Aplausos arrancó muchas veces en su
hermosa peroración y al final felicitaciones entusiastas por su hermoso trabajo.
A continuación, el secretario leyó la memoria del curso anterior en la que dio
cuenta del desarrollo de este importante centro docente y las obras en él realizadas y el
número de alumnos y matriculas comparando un año con otro, resultando en el 1915 a
1916 un aumento del doble lo menos que en el anterior.
Les fueron entregados en medio de aplausos y de los acordes de la música a las
alumnas y alumnos los premios, matrículas de honor y accésits conseguidas,
distinguiéndose entre todos el alumno Santiago Ferre Amorós que estudió y aprobó 13
asignaturas con 7 sobresalientes y 3 matrículas de honor, y las señoritas Socorro Carretero
López, con 9 asignaturas, de ellas 4 sobresalientes y 2 matrículas de honor, y Amalia
Hernández Rodríguez, 7 asignaturas con 5 sobresalientes y 1 matrícula de honor.
La comida espléndida y muy animada, hablando al final de ella los señores López
Rodríguez, Fernández Palacios, el médico de Instinción y el director del Internado, de la
enseñanza y de los fundadores.
Y finalmente, la salida, en medio de los acordes de la banda de música del pueblo
y la despedida de aquellos buenos amigos, dejó en nuestro ánimo gratísima impresión por
las bondades de todos y por lo agradable del día, llegando felizmente.
A.S.
2
Portada del Diario El defensor de Almería del día18 de octubre de 1916, fecha en que inicia la
publicación del discurso del padre Federico Salvador Ramón en el Internado de la Divina Infantita de
Instinción. Primera entrega de la serie de tres.
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El defensor de Almería Diario independiente de la mañana16, 19 y 20 de octubre de 1916 Página 2
Señores:
No he dejado de tener que vencer alguna repugnancia para ocupar en esta solemne
ocasión lugar tan honroso como este.
Acostumbrado yo a los humildes trabajos oratorios de una catequesis que, si por
su fondo es siempre elevadísima, por su forma es sencilla como una parábola y humilde
como los oyentes a quienes se habla, no me era grato, en verdad, transformarme en orador
académico, porque me parece no ser esa mi vocación, de una parte, y estoy bien cierto,
de otra, de no poseer, ni con mucho, las relevantes dotes necesarias para el desempeño
feliz de este honorífico encargo.
Empero, teniendo en cuenta que el Divino Jesucristo que nos ha enseñado la
doctrina de mis catequísticas platinillas, es el Maestro de los maestros y que Él inspiró a
su gran discípulo San Pablo el elocuentísimo discurso que pronunciara en el Areópago
de Atenas, yo me sentí como animado para aceptar el verme en el apurado trance en que
me veis.
Pero mi resolución fue definitiva cuando consideré que yo soy en esta casa algo
así como un Prefecto general, si queréis, representando al Director Espiritual de este
humilde internado, y no pudiendo encontrar fundamento más sólido que la doctrina
cristiana para expones cuales son los fines espirituales de este centro de educación, que
es de lo que pienso hablaros, heme aquí ya dispuesto, con verdadero gozo de mi alma, a
molestar vuestra atención si por falta de talento no acierto a complaceros, según es mi
deseo y esperanza de conseguir, dado, como es sin duda alguna, que cuento con la
generosa benevolencia de V.S. y con la del selecto auditorio que me escucha, tanto más
indulgente cuanto más sabio y distinguido.
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Cuando pasados algunos días de estancia, señores, en nuestro internado, vemos a
los jóvenes alumnos de él robustecerse y pintarse en sus mejillas el rojo color de una
envidiable salud. Cuando los contemplamos bajar bulliciosos a nuestro río y saltar y
brincar a los mayores y hacer balsicas a los pequeñuelos, cuando los admiramos trepando
como ligeros cervatillos hasta las cimas de nuestras montañas como los más ágiles y
robustos alpinistas, cuando, con ellos, nos hemos internado en la más fértil de nuestra
sierra de Gádor, a dos leguas de distancia y, después de merendar, hemos vuelto a nuestro
colegio y hemos mirado convertidos en bandada de juguetones polluelos a los que, hacía
unos momentos, semejaban águilas sobre las crestas de las montañas, cuando a trueque
de los zapatos mojados, de un girón en lo baberos o de un roto en los pantalones, ha
brillado en la mirada de nuestros estudiantes el centellear de la vida juvenil y, en todo su
porte, hase revelado la gallardía de la robustez, nosotros también hemos sonreído y, llenos
de complacencia, hemos exclamado «esto es gozar del ambiente en que se respira la vida
que tiene por norma el mens sana in corpore sano», y hemos bendecido las excelencias
de las fuerzas físicas.
Y si acaso algún día, señores, vimos resbalarse plácidas lágrimas por las mejillas
de nuestros niños al tocar en sus corazones el dolor ajeno, si acaso los miramos sonreír al
sentir la satisfacción de haberse confesado reos de la falta por la que alguno de sus
compañeros habían de ser castigados, si los hemos contemplado generosos ante la pobreza
de un indigente o absortos ante las bellezas de la naturaleza o el arte, hanse tornado
reflexivos los naturalmente inquietos, entonces, con ellos, hemos llorado y sonreído, nos
hemos sentido alegres y generosos, y nos hemos embelesado admirando las facultades
expansivas y afectivas de nuestro apetito sensible, y hemos bendecido las íntimas
delicadezas de la fuerza estética del hombre.
¿Quién duda que entre nuestros amadísimos estudiantes los hay veloces como el
lince para penetrar las verdades de la ciencia, sintiendo en sus mentes el reposo y
seguridad que prestan los axiomáticos principios de las mismas, saboreando con deleite
la delicada trama, que forma con sus intelectuales hilos el raciocinio, para gozarse luego
en las conclusiones deducidas a costa de verdadero derroche del ingenio del hombre?
Al contemplar esas inteligencias como flores en botón, como rosas en capullo,
anunciadoras, quizás, de verdaderos genios, arrebatada el alma en alas de su propia
inteligencia, exclama con el Rey salmista: «y has hecho reflejar, Señor, sobre nuestras
frentes la esplendorosa luz de tu divino rostro», y, en este punto, ¿quién no alaba bendice
la humana fuerza intelectiva?
Y si traigo a la memoria el número de nuestros discípulos libres y dueños de sí
mismos muchos de ellos, sometidos a vigorosa disciplina de esta casa y a la dura ley del
trabajo extraordinario que ellos mismos se impusieran, dominando con su apetito racional
el sensible, y haciéndose merecedores del dictado de obedientes, reconozco ser un
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principio apodíctico que «que más hace el que quiere que el que puede», y admiro en
ellos a las veces, la silueta del hombre que no ha encontrado barreras que le detengan en
sus propósitos, ni en la dura corteza de la tierra que por mil modos y pretextos ha horadado,
ni en las soberbias tempestades del mar, ni en los ignotos abismos del océano, ni en las
inexploradas regiones del eterno hielo, ni en la vaporosa atmósfera en donde,
despreciador de águilas y cóndores, levántase impertérrito sin temer las violentas
fluctuaciones de los aires y, cual legítimo heredero de inaccesibles alturas, muéstrase
señor y dominador de todo lo que le rodea hasta el punto que hemos de prorrumpir
espontáneamente con el Salmista: «Todo lo has puesto Señor bajo los pies del hombre. Y
entonces, ¿quién no entona un himno de loores a las fuerzas morales de que dispone la
humanidad?
Mas, ¡hay, señores!, que no es, por cierto, gran gloria para el hombre haber tenido
en su seno gladiadores hercúleos, ni fueron los pueblos más fuertes físicamente los que
elevaron más alta su influencia social. Poco tardó en sucumbir el acerado «derecho de la
fuerza», capitaneado por Aníbal en representación del pueblo cartaginés, ante la «fuerza
del derecho», llevada triunfante por Escipión hasta Zama, y después por todo el mundo
en brazos de los soldados romanos.
A no haber sido cantada tan admirablemente por Ercilla, cuan poco restara de la
titánica fuerza de Tucapel y de Rengo, y del gran Caupolicán, héroes de la Araucanía.
Ni boxeadores ni forzudos de circo son los que dan relieves a los pueblos que
progresan.
Pueblos de exquisito desarrollos sensibles fueron Babilonia, con sus pensiles, y
Egipto, con sus Cleopatras. Y aquellos pueblos pasaron sin dejar en pos de sí más rastros
que el efímero perfume de sus pebetes y flores.
Las Venus griegas y la Mesalinas romanas fueron también a dar a la fosa común
en donde son enterradas, con su podredumbre, los nefandos desenfrenos de la carne. Y si
de estas hermosuras restan soberbios ejemplares de belleza artística, también lo es que
tienen por base y coronamiento las inmundicias que se nos han revelado en las
excavaciones de Pompeya o en el siniestro fulgor de las ciudades de Pentápolis.
La belleza estética y el vigor físico por sí solos condujeron al hombre al
desenfreno de la sensualidad. No son, por consiguiente, tales fuerzas las que enaltecen a
las naciones.
La decantada sabiduría de Grecia solo fue bastante a formar un número más o
menos crecido de sabios, pero no un pueblo docto.
El arcano encerraba entre sus inescrutables pliegues el saber de los privilegiados
de la Filosofía, de la que estaba siempre excluida la inmensa muchedumbre de los
habitantes de las naciones paganas. El título de sabio entre los hombres es propio de muy
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escaso número. «Solo puede aspirar al título de sabio dice Aristóteles, el que ha
investigado los primeros principios del fondo de las cosas». Y Pitágoras decía: «En este
torbellino de la vida en que los unos sirven a la gloria y los otros al dinero, son pocos los
que aspiran a la verdad».
Si, pues, el desarrollo de las fuerzas intelectuales es de pocos, ¿podremos decir
que esta fuerza intelectiva de la humanidad así limitada, en todo tiempo, sea la que lleve
a los pueblos hasta la cumbre de la perfección?
Y si, para el mundo antiguo, fue tan poco fecunda por sí misma la inteligencia del
hombre, ¿lo es acaso más en nuestros días en los cuales donde quiera se imparte el saber
con verdadera liberalidad?
Bien cierto es que no, señores, bástanos recordar que la estadísticas acusan
aumento alarmante de criminalidad en las masas populares más ilustradas. Y es, porque
el saber aumenta los medios para la práctica de los caprichos de la imaginación y de los
deseos sensibles apetecidos, cuya comisión exige unas veces medios y, otras, ha de vencer
otros obstáculos que llevan al hombre hasta los más pasionales o premeditados crímenes.
Luego, las fuerzas físicas, estéticas e intelectuales, por sí solas, no llevan al
hombre al elevado fin a que aspira.
Y en pueblos impulsados al crimen por la ilustración, hija de la inteligencia para
perseverar en el bien, ¿qué poder tendrá la voluntad, potencia soberana pero ciega, que
ha de ser guiada por su paje de hacha4, el entendimiento, si este le lleva por caminos
torcidos?
¿Quién robustecerá al corazón humano que se haya inclinado al mal desde sus
primeros años5, para resistir en las violentas luchas de proporcionarse injustamente los
medios de enriquecerse o satisfacer cualquier deleite, si la ocasión es propicia y, sobre
todo, oculta?
¿Quién vigorizará a la juventud tan inclinada a los placeres pecaminosos en el
momento de la tentación?
¡Cuántas veces la fuerza moral es rota en mil pedazos y el hombre sucumbe
víctima de las pasiones, y los pueblos son arrastrados a los mayores desaciertos, y las
naciones se agitan en tan insólitas conflagraciones, que anuncian enormes hecatombes
para la humanidad!
No basta, pues, señores, hacer al hombre fuerte en su cuerpo, ni infundirle amor a
la belleza, ni inspirarle ansias de más saber, ni mostrarle el bien e impulsarle a que los
ame y practique. Es menester más.
4 N.E. Criado cuyas funciones eran las de acompañar a sus señores, asistirlos en la espera de las antesalas,
atender al servicio de la mesa y otras actividades domésticas. 5 Génesis VIII, 20.
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Para formar al hombre verdadero varón fuerte del porvenir, es preciso iluminar su
oscurecido entendimiento con las divinas enseñanzas del que es la luz de todo hombre
que ha venido a este mundo, y es necesario confortar su voluntad quebrantada por el
pecado con la gracia de aquel en quién, decía San Pablo, poder todas las cosas.
Esta luz y fortaleza de nuestro ser la hallamos en el conocimiento y práctica de la
Religión que, que al decir del actual Primado de las Españas6, «Es virtud que radica en el
entendimiento, el cual se rinde ante Dios por la fe, y en el apetito racional que se consagra
a Dios por la caridad. La Religión abarca a todo el hombre y dirige todos los movimientos
de su alma y todas las energías de su cuerpo. Por esto la educación religiosa es el alma,
la savia, raíz y complemento a la vez, de la cultura física, estética, intelectual y moral».
Y, en efecto, señores míos.
Admirable es el modelo que nos ofrece la Historia Sagrada de hombres fuertes en
aquel invicto caudillo del pueblo judío llamado Sansón. Él solo desquijaraba leones y, en
singular contienda, daba muerte a treinta filisteos. Armado de una quijada de asno
desbarataba ejércitos enteros, y abrazado a las columnas torales del templo del dios Dagón
las desplomó e hizo sucumbir con él, aplastándolos bajo los escombros, a todos los
príncipes de los filisteos y más de tres mil personas de uno y otro sexo.
Y, sin embargo, Sansón seducido un día por los arteros ruegos de Dalila,
desobedece a Dios dejando de ser nazareno y, una vez tonsurado, apartásele del Señor, y
los filisteos, sus enemigos, le sacan los ojos y se mofan de él, quedando así demostrado
palmariamente cómo solo Dios es el fuerte y como, no más que con la unión él, se
participa de la fortaleza ennoblecedora de los hombres.
Y por eso vemos tan repetido en la Historia que si, por olvidarse de los preceptos
religiosos, sucumben tantos fuertes como Sansón, vigorizados por el Rey de la fortaleza
levántanse intrépidos los débiles, como Judit ante Holofernes o como en medio del
ejército francés alzose un día, para llevarlo a la victoria, una débil pastorcilla venerada
hoy en los altares con el nombre de la Beata Juana de Arco.
La fuerza física, sin religión, sucumbe yerta o envilecida; guiada por la religión,
recibe siempre la corona de los héroes, ora triunfe sobre sus enemigos, ora sucumba ante
ellos como víctima que se inmola.
De la educación física es moderadora la religión con sus elevados preceptos de
temperancia que tienen un hermoso fulgor que admirar en el tipo, casi ideal, que ha
formado con la modestia de la mujer cristiana.
6 N.E. Se refiere a Antolín López Peláez, Arzobispo de Tarragona. La primacía de la Iglesia de Tarragona
ha sido reconocida en varias ocasiones. En 1894 el papa León XIII hizo público el rescripto concediendo
los honores de Basílica a la Catedral tarraconense, remarcando que la Iglesia de Tarragona fue «Sede
principal del Imperio romano en la Península Ibérica, existiendo desde los primeros siglos de la fe cristiana
la Iglesia patriarcal y primada de las Españas».
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¿Quién ha sentido como David las arrebatadoras influencias de las bellezas
naturales, y quién mejor que él ha manifestado al mundo las fuerza expansivas de un
corazón tan enamorado de la hermosura como hecho, según la valiente expresión de los
sagrados libros, a medida del corazón divino?
¿No es el autor de aquellos cánticos de la naturaleza, que ofrece todas sus bellezas
a Dios con tanta sublimidad estética que, de ellos, ha dicho Núñez de Arce estas galanas
palabras7?
«Los salmos de David son como el viento,
que apacible y sutil el campo orea,
grana la mies, y en melodiosas arpas
los corpulentos árboles convierte.
Mas luego fiero y desatado troncha
los más robustos troncos, las campiñas […]
¡Oh canto de piedad y de castigo!
Por tus sacros versículos parece
como que escucha el ánimo suspenso
rodar todo el estrépito del mundo […]»
Pues bien, señores, el Rey así divinamente literato, es el que, más enamorado un
día de la plástica belleza de Bersabé que de las divinas hermosuras, se convierte en
adúltero y asesino como si fuese el más menguado de los hombres.
Platón y Ovidio, Lord Byron y Lope de Vega, Espronceda y tantos otros
cultivadores de las fuerzas estéticas humanas, sin religión, fueron dechado de los más
execrables vicios. Llevados en brazos del amor divino, eleváronse sobre el Parnaso y
llegaron hasta los últimos ápices Teología mística Fray Luis de Granada y Fray Luis de
León, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, y otros mil, imposibles de citar.
La educación estética halla sus últimos ápices en las sublimes bellezas espirituales
que tanto sobrepujan las hermosuras todas de la naturaleza sensible. Teniendo su más
perfecta manifestación, aparte el Hombre Dios, en la inefable belleza de la Inmaculada
Virgen María, Reina de la naturaleza y de la gracia, y prototipo de toda hermosura en
pos de la cual marchan, emulando tales esplendores, las vírgenes cristianas, refulgente
manantial de los más dulces encantos.
Mas, ¡ay, señores! ¿Quién no dejará escapar un grito de dolor del alma contristada
si mira a Salomón que, mientras anduvo en los caminos religiosas, no tuvo semejante en
la sabiduría, hasta el punto de penetrar en los divinos misterios del más inimitable
epitalamio, admiración de los siglos y asombro de las almas enamoradas de Dios, y lo
contempla más tarde, irreligioso e impío, en brazos de sus setecientas mujeres y de sus
trescientas concubinas, pervertido su corazón en la vejez y adorando, como el más indocto
de los hombres, a la diosa Astarté de los sidonios y a Moloch, ídolo de los amonitas?
7 N.E. Las palabras recogidas son fragmentos del poema La visión de Fray Martín. En concreto, pertenecen
a la estofa VIII del Canto I.
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¡Qué bien se confirma con este ejemplo que solo de la Religión recibe inteligencia
las enseñanzas que la hacen elevarse hasta regiones que fueron siempre escondidas a la
razón humana, y cómo por solo la Religión puede la mente humana conservarse en tan
inaccesible altura!
Oíd a Goethe8, señores:
«La naturaleza de Dios dice, la inmortalidad, la esencia de nuestra alma y su
comercio con el cuerpo, son problemas que subsisten siempre, y en cuya solución no han
podido hacer los filósofos ningún adelanto».
En cambio el gran apologista Hettinger 9 , hablando de la influencia del
conocimiento de Dios en la sabiduría humana dice:
«Todas las cosas, el cielo y la tierra, el día y la noche, las estrellas y el átomo, el
océano y la gota de rocío sobre la blancas flor, todo anuncia a Dios. La ciencia de Dios
es la piedra final que corona el gran edificio del saber humano».
Dios, dice Platón, el principio, el medio y el fin de la sabiduría10. «La sabiduría
de este mundoha dicho San Pablo, es necedad delante de Dios11». Bien lo había
comprendido así Sócrates cuando, hablando de sí mismo dijo: «Hombres, el más sabio
entre vosotros es el que, como Sócrates, sabe que su sabiduría es de tan poca monta, que
apenas merece tenerse en cuenta». «Dios es el Señor de las ciencias».
La ciencia sin Dios es vanidad que hincha y desvanece.
Y por lo que respecta, finalmente, a la educación moral de la voluntad o del apetito
racional, nadie mejor que la religión pone coronamiento excelso a la soberana libertad de
los hombres, encauzándola en los magníficos linderos de una conciencia ilustrada y de
un carácter firme.
La Religión instruye a todos los hombres según su estado y condición. Así lo
enseña el Águila de Hipona12 cuando, en su hermoso apóstrofe a la Religión, exclama:
«Tu enseñas e instruyes puerilmente a los niños, fuertemente a los jóvenes y
reposadamente a los ancianos, conforme a la edad no solo del cuerpo, sino también del
alma de cada uno».
La Religión, en una palabra, enseña todos sus deberes a padres e hijos, a esposos
y esposas, a criados y señores, a reyes y vasallos, y a súbditos entre sí.
Ella enseña también la justicia y la misericordia, e inspira en el corazón de todos,
la verdadera fraternidad.
8 Conversaciones. Tomo II, pag. 148. (N.E. La nota del Padre Federico no especifica la edición). 9 N.E. Franz Hettinger es un teólogo católico alemán, nacido en Baviera, autor de Apología del
Cristianismo. 10 Leyes, IV. 11 I Corintios, III, 19. 12 N.E. San Agustín.
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Ella, en fin, es la que enseña a todos los hombres las mortificaciones que deben
imponer el apetito racional para conducirlos a la perfección del sacrificio, que es donde
se encuentra el heroísmo ennoblecedor de la Humanidad, mostrándonos, como maestro
divino de esas excelsas lecciones, al hombre Dios crucificado.
He aquí los fines espirituales que este internado persigue, formar hombres
completos, según Cristo, conformándolos con esta sublime lección de los Proverbios:
«Teme a Dios y observa sus mandamientos, porque en esto consiste ser hombre».
Y mientras no veamos en estos ideales inspirada la educación española, añorando
viviremos los felices tiempos en que nuestra patria se veía poblada de los más ilustres
hombres, educados al amor de la Religión, en las renombradas universidades de
Salamanca y Alcalá de Henares, y augurando moriremos, de no impartirse entre nosotros
la educación religiosa, los días de la más ruinosa desolación para nuestra amadísima
España.
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