DEDICATORIA
Hace 3 años te marchaste de mi vida, casi de la misma forma extraña e impredecible en
que llegaste. Me amaste, me honraste, me veneraste y yo a ti… imaginamos el mundo
juntos, imaginamos nuestro porvenir en el que uno siempre estaría con el otro, pero no
se pudo… siempre es y siempre será causa de tristeza su partida tu ausencia, tanto así,
que durante todos estos años nunca me atreví a finalizar esta historia, historia en la que
me atreví a reflejarnos, a reflejar nuestros juegos de amor y devoción, nuestras lealtades
inquebrantables.
Pero una promesa es una promesa y… “Padre nunca falta a su palabra”.
En tu memoria, con tu recuerdo siempre en mi mente y en mi piel, para mi amada
“Primavera”, descansa en paz:
Daniel Enrique Lozano Caricote
Te ama…
“Asterion”
INDICE
PRÓLOGO
CAPITULO I “El Jardín de los Recuerdos” 4
CAPITULO II “Sueños Proféticos” 21
CAPITULO III “Murmullos Viperinos” 39
CAPITULO IV “Un Escenario Vacío” 61
CAPITULO V “Decisiones” 70
CAPITULO VI “Guerra y Ausencia” 83
CAPITULO VII “Angustias Futuras” 99
CAPITULO VIII “Infierno” 110
CAPITULO IX “La Visita” 122
CAPITULO X “La Última Función” 130
CAPITULO XI “La Reunión” 153
CAPITULO XII “Un Nuevo Comienzo” 157
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PRÓLOGO
Ciertas guerras nunca han de acabar y en el corazón de una de esas guerras yace Sol y
Luna quienes habrán de luchar por la eternidad. En cada mundo, en cada tierra, en cada
lugar que se pueda llamar hogar. Son nuestras propias existencias víctimas de sus
caprichos y pretensiones, de sus egos desmedidos, atrapándonos en esta espiral llamada
vida.
Es que, en cada vida, en cada realidad, la guerra será la misma y a la vez otra. Cada
mundo tendrá sus reglas, tendrá sus muertos, tendrá sus victoriosos. Es nuestro mundo
uno de esos, uno de aquellos en donde la guerra no ha terminado, solo ha cambiado.
¡Ha muerto Sol, ha muerto Dios! Ha sido crucificado y la tierra ha bebido de su sangre.
¡Ha sido Luna responsable de tal horror! Ha sido Luna quién se regocija de su obra,
porqué en nuestra tierra, en nuestro mundo, en nuestra existencia… ¡ha ganado!
Serán los hombres quienes queden a su merced, serán los hombres quienes queden a su
disposición. Así pues, el tiempo pasó, el mundo continuó y los hombres aún respiran,
son sus horrores y no los de Luna los que atormentan sus almas, los que les quitan la
vida.
Son ellos la última voluntad de Sol, son ellos la prueba de su existencia. Sus egos, sus
grandes egos, son los responsables de sus pecados. Aquellos pecados que, en otros
mundos, tanto le han costado a Sol y a sus hijos. Y Luna, siempre desafiante, siempre
célebre de lo profano y lo prohibido, ha ganado para reposar, haciendo por la eternidad
lo que mejor sabe hacer… observar.
Observa ella a los hombres fascinada por sus horrores y sus maldades, los observa
dándole regalos a quienes estén dispuestos a cruzar el umbral… ¡la oscuridad! Son
quienes abandonan lo que existe, quienes traicionan el legado de Sol, los que habrán de
llamarse hijos de Luna, los eternos.
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Son sus hijos, los profanos, los traidores, los perdidos, los derrotados y exiliados
quienes caminan entre sus filas. Son ellos, quienes se han reunido para llamarse familia,
para llamarse padre, hermanos e hijos. Sirven a Luna desde la oscuridad, en la noche
eterna observando a la ciudad, aquella ciudad lejana en la que alguna vez vivieron. Son
ellos, los que llevan los regalos de Luna a quiénes aún no han abandonado lo que son,
quiénes aún se aferran a su humanidad, a quienes aún no son eternos…
Son quiénes algunos hombres, pocos, muy pocos llaman… los circos. Aquellos que bajo
sus grandes carpas reciben a las almas miserables que huyeron del mundo que Sol dejó
a su derrota. Existen en silencio, existen bajo la gracia de sus señores, pues cada uno
posee su señor, aquel cuya alma nunca fue mortal ni perteneció a esta tierra.
Porque sus regentes son los regalos de Luna y la maldición de Sol. Son sus seis señores
el alma dispersa del original, del primero, de aquel que llegó de otras tierras, de otro
mundo por promesas de Luna. Fue él quien vendió al hijo de Sol, tan solo por unas
cuantas monedas de plata.
Es por eso que el mundo lo ha castigado. Es por eso que su alma yace hecha seis, un
pedazo por cada señor, un reino que Luna ha creado para quienes abandonan la creación
y deciden vivir en el mundo dentro del mundo, aquel que los hombres llaman… noche.
Existen en la noche perpetua, siempre vigilados por Luna. Nunca verán al sol, nunca
habrá amaneceres para ellos, pero si muchos espectáculos, algunos de la justicia y otros
de la venganza, algunos de la desidia y otros de la demencia, algunos de la envidia y
otros del miedo. Son éstas las casas en las que habitan aquellos que renuncian al mundo
y viven en la noche.
Son estos los que desde el bosque de la eterna noche observan a los hombres esperando
por su llamado, esperando para servir, pues existen para devolver a los mortales aquello
que han perdido, para satisfacer los deseos que quieren y no pueden o peor, no se
atreven.
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Nadie sabe si es acto de compasión de Luna, pues en sus tierras los hombres sufren
horrores indescriptibles y los finales felices son una rareza. Aun así, nadie se atreve a
negar la belleza de aquella tierra oscura en donde las pesadillas corren libres y los
señores rigen, aquellas tierras que pertenecen a los inhumanos, aquellas tierras en donde
los condenados muchas veces deciden morar y en donde los escuchados llegan a morir.
Es así desde el tiempo de la crucifixión, es así hasta que los circos se destruyan, hasta
que Luna desaparezca del firmamento y los seis vuelvan a ser uno, aquel que cruzó la
puerta, aquel que es una sola máscara y todas a la vez. Mientras tanto, el mundo, ese
mundo de noche perpetua perdido en un bosque en medio de la nada, seguirá
existiendo… con sus monstruos y pesadillas, con sus almas tristes y torturadas, llenas de
odio, llenas de sueños, llenas de aquello que no llegó o del recuerdo de lo que perdieron,
llena de circos de Luna.
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CAPITULO I
“El Jardín de los Recuerdos”
ara algunos, dejar el pasado es la proeza más grande que conocerán en sus
vidas. Aún los señores inmortales, en ocasiones lamentan la pérdida del pasado
que yace como recuerdo, un recuerdo distante y efímero que anuncia que nunca
nada será igual.
Y es en el jardín, aquel en donde las flores respiran y los árboles susurran, en donde los
recuerdos son semillas y dan frutos del pasado, en donde las almas de los inmortales
reposan cuando desean no ser encontradas… en el que él reposa. Luna vigila sus
lamentos, porque en aquella tierra, ella siempre reina en el firmamento nocturno.
La ciudad resplandece, las luces nostálgicas le traen el recuerdo de vidas pasadas, vidas
más antiguas que las que recuerde algún mortal. El viento sopla, la copa del árbol se
estremece, pero su cuerpo no se inmuta con excepción de sus cascabeles que resuenan
cual canción.
Su máscara intenta ocultar, así como él se oculta en lo alto del árbol, tristezas por
amores perdidos. No ha olvidado la promesa que alguna vez hizo, no ha olvidado que
falló, no ha olvidado que el tiempo ha transcurrido. Ahora tiene otro nombre, ahora es
un señor.
El viento, que es un buen mensajero, lleva consigo el sonido delator de los cascabeles
que adornan su sombrero. Las Hadas que son persistentes, no dejan escapar los detalles,
no dejan escapar a sus amores eternos. Sus corazones pueden ser de cristal, pero a pesar
de su fragilidad, resplandecen con el fulgor de estrellas distantes.
Sus amores son intensos, pero momentáneos, aun así, son la vida entera de una estrella.
Asterion el arlequín, aquel quien se oculta entre los árboles, la había conocido en
tiempos distantes. Fue en una tarde, cuando el sol se ponía para los hombres y Luna
sonreía para los inmortales, que la vio. Era una luz tímida y parpadeante, una luz con
mágico brillo, que resplandecía entre las nieblas oscuras de los bordes del bosque en
donde moran los señores.
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Eran los límites de su existencia, en donde por ocasiones, los eternos y los señores se
acercaban en busca de ver a los mortales. Buscaba respirar la vida que no había tenido o
la que nunca tendría. Y Asterion, el señor del Circo de la Luna, aquel que resguarda la
justicia solía caminar por los bordes buscando recuerdos perdidos.
Fue así como la encontró, ella se había extraviado del corazón de algún hombre, ella se
había perdido y llegado a los límites entre la existencia de Sol y de Luna. Los mortales
son incapaces de vivir en aquel mundo, no sin la invitación de los eternos, de lo
contrario sus cuerpos resultarán destruidos porque el bosque de la noche perpetua no
acepta extraños. Su frágil equilibrio es hostil con las almas mundanas, por lo que se
protege con violencia y maldiciones, era por eso que moría aquel sueño extraviado.
Resplandecía cada vez menos, cada vez más moribunda. Su cuerpo se había
transformado, ya no era el ser que alguna vez fue, ahora era pequeña y frágil. Fue tal
vez por esto que Asterion se enamoró de ella, fue tal vez por esto que la recogió entre
sus manos, tocándola con el cuidado de no quebrar su espíritu resplandeciente.
Aquel encuentro creó una memoria que nunca podría dejar atrás. Era la memoria de una
inocencia, de una sonrisa soñadora, una de aquellas que no pueden existir en la realidad.
Desde entonces se amaron, arrastrando consigo los dolores de vidas pasadas,
compartiendo los sufrimientos de sus almas inmortales. Porque el beso de Asterion
convierte a los mundanos, en seres soñados, seres de pesadillas y emoción que existen
eternamente mientras sea voluntad de Luna.
Las hadas saben bien seguir canciones. Conocen sus sonidos, conocen la música de las
almas, porque sus almas son música luminiscente, parpadeante y moribunda. Fue así
como lo encontró, sentado en la rama de la copa de aquel árbol, el más alto de todos
dentro de aquel jardín de recuerdos. Yacía tendido, recostado del tronco observando la
ciudad, con sus luces reflejadas en el rostro, en aquella máscara eterna, símbolo de su
autoridad.
El Hada fue incapaz de decir algo, solo se sentó a su lado, como siempre pequeña y
frágil. Observaba a su señor y a su amor, con la melancolía y la tristeza de no poder ni
saber cómo aliviar penas que afectan aun a los inmortales. Pero el señor, que noble es de
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corazón, entendía bien de los dolores ajenos. Por lo que la tomó entre sus manos, manos
largas y afiladas que habían conocido la sangre de tantos inocentes y tantos malditos. Se
contemplaron en el silencio eterno de aquel jardín, conociendo los dolores que
aquejaban sus espíritus inmortales. Se conocían lo suficiente para haberse jurado lealtad
eterna, aquella cuya traición, se paga solo con la sangre del desleal.
Pero ni las máscaras pueden ocultar el dolor de las lágrimas, pues los ojos son delatores,
son contadores de historias no olvidadas por los corazones. Fue por esto que se
conmovió, fue por esto que pequeña y frágil, se alzó en vuelo besando su rostro
cuidándolo como una madre cuida a su hijo. Pues ella era su protectora, su guardián,
ella era quien velaba el sueño del gran señor.
Era hora de otra función. Había otro crimen que debía ser juzgado ante la justicia de
Luna. Era requerido su señor, aquel que presidia el circo, aquel que daba inicio al
espectáculo de horror en el que los hombres se enfrentaban en derecho justo. Sin
embargo, carecía de espíritu para seguir, carecía de alma para dar rienda suelta al
espectáculo sangriento que durante tantos siglos había presidido. Pero fue la voz, la voz
del bosque, la voz del jardín, de su señora, quien lo despertó de su letargo recordando el
deber con su existencia.
Al pie del árbol se encontraba Primavera. Era ella el espíritu del bosque, era ella el
espíritu de aquel bosque que existía como un Edén dentro de una de las carpas del circo.
Era la esencia de la melancolía, un alma que alguna vez fue humana y que recibió el
beso de su señor. Desde entonces lo llamaba “Padre” porque ante sus ojos, era ella su
hija, aquella que llevaba la voluntad mas no la sangre y blandía el derecho y el deber de
proseguir con el circo una vez que él se marchara de la realidad.
Pero bien se sabe que los eternos nunca mueren. Por lo que Primavera sabía que el trono
nunca habría de ser de su pertenencia, sin embargo, su corazón distante y noble le
impedía codiciar poder alguno. Vivía agradecida y satisfecha con la compañía de su
padre, quien la rescató del destino cruel que la vida le había dispuesto.
Los llamados no pueden ser ignorados, Asterion no puede ignorar el llamado de sus
hijos, porque son ellos los que alimentan su alma. Uno de cuatro clamaba su presencia,
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el espectáculo debía iniciar y su ausencia inquietaba al circo, porque todos se debían a
su señor quien los había rescatado alguna vez del mundo en donde Sol es rey.
Sin más demora atendió al llamado. Dejándose caer de lo alto de la copa y aterrizando
con ligereza, como si el viento procurara no lastimarlo ni la tierra tocarlo. A su lado,
resplandecía y volaba el Hada, que con tristeza observaba a su señor preocupada de
aquel recuerdo que acontecía y que aún se negaba a dormir en las memorias del olvido.
Primavera quiso tocarlo, pero el señor que todo lo sabe, entendía mucho antes de sus
palabras la preocupación de su primogénita. Por lo que su mano cálida se posó sobre su
rostro, acariciándola con gesto tranquilizador. Los hijos no saben negarse al toque de los
padres, ni tienen palabras ante el sacrificio de su dolor, por lo que Primavera calló.
Calló mientras lo observaba marchase del bosque, de la carpa, encaminado a su destino
de siempre presidir el espectáculo y cuidar que los hombres fueran justos como el
mundo no supo serlo; lo observó como siempre vistiendo su máscara de marfil y su
gorro de puntas y campanas, lo observó como siempre llevando consigo ese pesado traje
de zapatillas de punta y rombos negros y rojos, lo observó como siempre llevando
consigo el peso de un mundo construido por dioses y destruido por los hombres, lo
observó como siempre guardar silencio. Primavera sabía dentro de sí que el señor se
encontraba afligido, que no habría baile ni espectáculo que alegrara su alma eterna, que
una pena más antigua lo atormentaba, temía que este fuese el sueño que tanto había
visto venir…
Una mujer había dado muerte a una criatura, la había arrancado del vientre de su madre
para no permitir que esta naciera, no deseaba que el padre se hiciese cargo, el padre era
su hijo. A pesar de las razones, el circo no se había reunido ante lo atroz del crimen,
sino por la voluntad del niño que los había convocado. Era un evento único, un no nato
con voluntad suficiente para evocar la justicia lunar.
En la arena comparecía la asesina y el padre del no nato quien sostenía a la criatura. Las
gradas se llenaban, payasos, mimos, arlequines, malabaristas, trapecistas, bufones, traga
espadas, equilibristas y cualquier cosa que se pudiese imaginar allí se encontraba.
Vestían sus trajes multicolores, vividos, resplandecientes, llenos de alegría y
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acompañados de rostros severos y antinaturales que los asemejaba a una procesión
espectral.
La mujer solo permanecía de pie, miraba al suelo, no tenía voluntad de reprochar
castigo alguno. Sus manos todavía derramaban la sangre del vientre abierto con locura.
El padre, apenas un joven no considerable un hombre, sostenía a la criatura sin vida en
brazos. Sus rodillas tocaban suelo, se afincaban en el polvo seco, alimentándolo con la
sangre del no nacido y con las lágrimas de dolor ante aquel pecado.
Para cuando Asterion llegó el circo hizo silencio, reverenciaban a su señor, mostraban
sus respetos y solo el eco de un padre aterrado, cómplice y arrepentido se escuchaba en
notas de llanto y dolor. Asterion ascendió hasta su trono, aquel que residía en lo alto de
las gradas y que había atestiguado tantos crímenes, con él se encontraba el Hada que
inocente asistía al espectáculo de horror, espectadora inmóvil y aterrada de aquella
escena de pesadillas.
Asterion solía colocar al Hada a un lado, para que esta pudiese esconderse entre sus
ropas y brazos una vez que la sangre comenzara a ser derramada.
Las luces se apagaron iluminando únicamente a los acusados y a la víctima, y por
supuesto, al gran señor de aquel circo. Silencioso y paciente, cansado y extraviado, el
señor se levantó de su trono e inquisitivo se dirigió a los acusados.
-¿Pueden decirme los acusados sus nombres…?- pero ninguno respondió.
De la multitud un hombre alto, por mucho más que el señor del circo, se levantó. Su
cuerpo era grande y en sus manos se veía la fuerza mientras las movía gesticulando, su
rostro portaba una máscara negra y alargada, como si del rostro de un ave se tratase.
Vestía con lujo y opulencia, derrochando soberbia mientras despreciaba con asco a la
multitud que lo rodeaba, procuraba que ninguno tocara su capa y mucho menos sus
ropas largas y holgadas.
-¿Si me permite señor…?
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-¿Thartaros… debo asumir que eres tú el mejor informado de lo que aquí
sucede?
-En efecto, mi señor…
-¿Por qué no me sorprende que seas tú quien conozca sobre crímenes a la
sangre?
-Puede que sea porque soy un hombre de familia…- Cínicamente.
-¿Cómo se encuentra tu familia?
-¡Maravillosa! Siempre la llevo conmigo…- cruzando sus brazos y señalando
con orgullo sus hombros en los que reposaban dos cráneos, el de una mujer y el de un
infante.
-Ya veo… ¿De qué crimen se les acusa y quien nos ha llamado?
-La mujer ha dado muerte a un no nato, lo ha arrancado del vientre de su madre
para evitar a su hijo, el hombre que reposa a su lado, tener que asumir su deber.
-¿Debo asumir que ha sido el padre arrepentido quien nos ha llamado para
castigar a su madre o vengar la muerte del no nacido?
-Para mí gozo debo contrariarlo señor… ha sido el infante.
-Que perdida tan lamentable, son tan pocos los que tienen voluntad y hoy debo
presenciar la muerte de uno de ellos…
-Le pido encarecidamente que me permita llevar los juegos en la arena.
-En otra ocasión mi estimado Thartaros, en otra te permitiré saciar tu sadismo y
revivir tu placer morboso de dar muerte simbólica una vez más a tu familia ¿En dónde
se encuentran mis hijos?
La luz se apagó, Thartaros se sentó ofendido e indignado ante la negación, recogiendo
su capa y golpeando a un bufón que se encontraba a su lado. En frente a Asterion,
cuatro luces se encendieron y bajo de ellas cuatro figuras aparecieron, eran sus hijos.
El primero era Primavera, la bailarina, conocida como su favorita y recogida por el
señor para su gozo personal de las artes del cuerpo y la inocencia del alma. El segundo
era Verano, un mimo que había perdido la voz y su mano, había sido alguna vez un
hombre de familia que tras de abandonarlos caminó hasta encontrar el bosque y unirse
al circo por voluntad, en pago a su crimen y su faltad de voluntad, él había abrazado la
justicia por su cuenta y había impuesto su castigo antes si quiera ser juzgado. El tercero
era Otoño, un joven hermoso de cabellos largos y un ojo ensangrentado, había sido
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rescatado del abandono de sus padres muchos años atrás y era conocido como el que
nunca crece, pues resguardaba su alma infantil dentro del oso de felpa que siempre lo
acompañaba. El cuarto era Invierno, la princesa, una joven fría y hermosa cuya alma se
había congelado tras la ausencia de todos a cuanto amaba y que volviéndose una furia
elemental fue apresada por Asterion en busca de proteger a los mortales.
Todos reverenciaron a su padre, todos brindaron respeto a su señor, todos inclinaron sus
cabezas en la espera de su mandato irreprochable.
-¡Padre, permíteme hacerme cargo en esta ocasión! Creo tener lo justo para dar
solución a este crimen…- dijo Otoño dando un paso adelante y sosteniendo al oso de
felpa, que animado y deslumbrado, observaba todo a su alrededor.
-Si esas es tu voluntad te lo permitiré, solo procura tener la delicadeza y el
cuidado necesario, no deseo que en esta ocasión tus demonios te distraigan…
Otoño agachó el rostro avergonzado, las palabras de su padre lo remitían a sus fracasos,
aquellos que como al igual que el resto del circo solían aparecer de vez en cuando,
respondiendo a sus naturalezas sobrenaturales animadas por pesadillas y dolores
eternos. Ese era el precio a pagar, nunca dejar atrás el sufrimiento.
Las luces se apagaron, hubo un instante de oscuridad, para cuando todo se iluminó,
Otoño se encontraba a un lado de los acusados bajo la luz de los reflectores. Sonreía
satisfecho por la oportunidad, pues su alma insatisfecha y perturbada lo llevaba a vivir
eternamente en la búsqueda de complacer a todos y cada uno.
Era por eso que se había ofrecido, esperar a la llegada de su estación, a la llegada de su
reinado era demasiado tiempo sin satisfacer sus ansias de sorprender y agradar. Debía
atender su necesidad, una necesidad imperiosa que lo llevaba a la imprudencia y a la
impulsividad. Asterion solía discutir mucho con él, pues sus juicios eran apresurados y
sus acciones violentas y peligrosas para el bienestar del circo.
Con frecuencia, el circo se resentía con Otoño, su carácter obsesivo con la atención lo
llevaba a entorpecer el buen ánimo de sus habitantes. Era por eso que el público miraba
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con escepticismo la oportunidad que Asterion, su padre, le había dado con la esperanza
de que encontrara dentro de sí la moderación a sus excesos.
Asterion observaba desde las sombras, tenía la certeza casi absoluta de que su hijo
fallaría otra vez, aun así, la cuestión no giraba en torno a la certeza sino al derecho justo
que lo intentara hasta que su espíritu renaciera o se quebrara.
Otoño sonreía satisfecho. Chasqueó sus dedos y cayó una gran cortina que cubrió todo
el escenario, al levantarla, un laberinto suspendido en el aire apareció. Estaba construido
de piedra negra y oscura, adornado con la hierba seca de tiempos más antiguos. En sus
esquinas vigilaban estatuas grotescas, que susurraban cantos profanos y ancestrales.
-Este laberinto perteneció a un conde, quien, para su satisfacción, ofrecía
fortuna a quien se animara a atravesarlo. Dentro de este, habitaban terribles criaturas,
muchas de ellas animales hambrientos, aunque en una ocasión se conoció por boca del
único sobreviviente que las más peligrosas eran los mismos hombres que renunciaban y
decidían vivir dentro del laberinto. Según contaron, eran hombres violentos, más
cercanos a una bestia que a una persona, con sus cuerpos deformados y con un apetito
por la carne humana. La experiencia resultó tan terrible, que el hombre al recibir la
fortuna prometida la empleó para suicidarse, llevando consigo una caravana de
cuerpos con la peste y así darles muerte a aquellas criaturas. Desde entonces, nunca
más se usó el laberinto y su señor simplemente desapareció.
Se acercó como un susurro al padre de la criatura, lo rodeó con sus brazos y sostuvo sus
manos junto con el niño.
-Si me lo entregas acabaré con este dolor… solo debes dármelo- Murmuró al
oído del padre del niño.
El hombre giró su cabaza, observó el rostro de Otoño y en él pudo ver su sonrisa
malévola, una expresión de claro sadismo. Sin embargo, vio algo más…
-Yo lo cuidaré…- dijo Otoño.
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El hombre bajó el rostro y dejó caer el cuerpo sin vida del niño en manos de Otoño,
quien con delicadeza lo cargó en brazos arrullándolo. De la sombra sacó una manta y lo
envolvió, observó al padre y le sonrió compasivo.
-¿Deseas despedirte? Será la última vez que sea tu hijo…
El hombre contempló en silencio por largo rato el rostro de Otoño, nadie se atrevía
hablar, todos observaban. Algunos se encontraban conmovidos, otros asombrados, otros
horrorizados y otros molestos. El espectáculo reunía una diversidad de emociones entre
la variedad de espectadores, donde cada uno tenía razones y motivos diferentes por los
cuales estar a favor o en contra de aquella decisión, que distaba de ser un castigo y se
acercaba más a una oportunidad.
Un grito desesperado llenó el lugar, el hombre se derrumbaba a los pies de Otoño
suplicándole perdón al infante, sus lágrimas se desbordaban sobre el suelo al que
golpeaba con fuerza destrozando sus nudillos. Le resultó imposible a Otoño no
conmoverse, su ojo izquierdo, aquel que resplandecía en rojo, marca de su inmortalidad
derramó una lágrima de sangre que la limpio rápidamente de su mejilla.
-¡Lo hice por ti! ¡Fue por ti, por nadie más!- gritó la madre colérica y con rabia
en sus ojos.
Otoño levantó su rostro, observando a la mujer con completa indolencia. Sus labios se
movieron tenuemente como intentado pronunciar palabra, pero… no hubo otra cosa que
silencio. Asterion retomó su lugar en el trono, después de haberse levantado a la
expectativa de si Otoño hablaría o no, clara ofensa a sus deberes con la justicia que
Luna les había encomendado impartir.
Para su padre, era más que obvio que, Otoño anhelaba tener una familia, la misma que
lo dejó solo a sus cuidados por el fervor laboral. Aquella demostración de
arrepentimiento, de dolor desmedido fue algo que esperó de sus progenitores hasta el
último momento, cosa que nunca llegó y que cuando lo hizo fue demasiado tarde. Su
corazón lleno de resentimiento le impidió darle el perdón, por lo que los ejecutó a
sangre fría.
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Otoño se dio la media vuelta, dio un par de pasos y se desvaneció en el aire,
reapareciendo sobre el laberinto en su centro. Con delicadeza depositó al niño, para
luego cortar su muñeca y dejar caer un par de gotas de sangre sobre el cuerpo, acto
seguido todo se estremeció. Los poderes de Luna habían sido convocados, Otoño había
otorgado vida al no nato, convirtiéndolo en algo que distaba de lo humano.
El circo aplaudió, el público se agitó ante la emoción, comprendían lo que estaba
próximo a venir. El padre de la criatura solo lloraba llamando a su hijo. La madre
gritaba desesperada ordenando silencio, arrancándose los cabellos ante la rabia y la
frustración, llegando al punto de abalanzarse sobre su hijo atacándolo con demencia.
La sangre brotaba del rostro del joven, quien no se defendía, recordándole entre
lágrimas su pecado a gritos lleno de rabia y dolor.
Sin embargo, Asterion no fue ciego ante tal actitud. Por lo que, con su mano, golpeó con
fuerza el trono ardiendo en furia.
-¡SUFICIENTE!- La mujer se detuvo y la respiración del circo se desvaneció -
¡NO ACEPTARÉ MAS INSOLENCIAS! Si tan solo alguno se atreve a hablar, juro por
Luna que les arrancaré el alma… En cuanto a usted señora, le ruego encarecidamente
que se aparte del joven, no abuse de nuestra hospitalidad o sino su destino con toda
certeza será más terrible de lo que alcanza a imaginar…
Nadie habló, todas las almas guardaron silencio, el temor llenó la carpa y las sonrisas de
satisfacción desaparecieron de los rostros. La mujer retrocedió, echándose a un lado
sobre la arena; Otoño sonriente extendió su mano al joven quien se levantaba
aferrándose a él, quebrado en llanto y refugiándose en su abrazo compasivo.
-No estamos aquí para torturar a nadie… nuestra misión es otra, Luna nos ha
dado un claro propósito y no permitiré que ninguna alma descarriada cause dolor
innecesario. Estas dos personas arrastran consigo el peso de sus pecados, al igual que
muchos aquí quienes consiguieron un lugar en esta carpa cuando el mundo exterior se
los negó, así que… no permitiré burlas de ningún tipo- Exclamó Asterion, retomando su
lugar en el trono de manera cansada.
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De entre la multitud se levantó una mujer, sobre ella se encendió un reflector, que alejó
las tinieblas a su alrededor. Era Primavera, quien tímida y cabizbaja solicitaba la palabra
a su padre.
-Padre… si me permite… me gustaría ayudar a mi hermano.
-¿A razón de que… hija mía?
-Es evidente que la situación se ha salido de control
-¿Debo considerar esto como una acusación respecto al desempeño de tu
hermano?
-No padre… nada de eso, estoy segura que mi hermano ha tenido la mejor
intención, pero seguramente su pasado lo vincula demasiado a este hecho, impidiéndole
actuar según la ocasión.
-Ya veo… ¿Sabes que una mala decisión será penalizada para ambos? No
importa de quien haya sido.
-Estoy consciente padre… te ruego me permitas interceder.
Asterion guardó silencio, observando el rostro de su hija quien lo miraba con ojos de
ruego. Respiró profundo y señaló con su mano abierta hacia la arena en signo de
aprobación. Acto seguido, Primavera se desvaneció dejando una estela de pétalos y
reapareciendo en la arena frente a la mujer.
Permanecía cabizbaja, sin hacer contacto visual. Juntaba sus manos y estaba encorvada,
mientras que los reflectores hacían brillar los detalles de su traje y revelaba las lágrimas
secas de su ya corrido maquillaje.
-¿Entiende por qué está aquí, señora?
-¡No… no lo entiendo!
-Ha cometido un crimen y hemos sido llamados.
-¿Pero quién los llamó? ¡Nadia sabía! ¡Nadie me ayudó! ¿Fue acaso mi hijo?-
Alterándose nuevamente.
-No señora… no ha sido su hijo, ha sido el infante quien nos llamó…
-¡ES IMPOSIBLE! ¡ESO NO PUEDE SER CIERTO!
-Pero lo es… sé que es difícil de creer, pero si desea tener alguna oportunidad
de vivir deberá creer en mis palabras y escucharme con atención…
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-¿Van a matarme? ¿Qué son ustedes?
-Lo que somos es algo muy difícil de comprender y no, no la mataremos, no nos
corresponde tal cosa.
-¿Entonces que desean hacer conmigo?
-Reescribir lo sucedido…
-¿Reescribirlo?
-Exactamente, nosotros ofrecemos la oportunidad de defenderse a quien nunca
la tuvo, le otorgamos la justicia por sus manos a quien tiene una voluntad fuerte
alimentada por el dolor. Y el niño…
-¿Y el niño es esa voluntad…?
-Así que nuestro deber es atender las suplicas del niño… ¿Ahora comprende?
-¿Y qué sucederá conmigo?
-Se batirá en duelo por su vida en contra del infante, mi hermano lo ha
alimentado con su sangre, volviéndolo algo que ya no es y nunca volverá a ser humano.
Si logra atravesar el laberinto antes que le den muerte, entonces será retornada al
mundo mortal y su pecado será olvidado por nuestro pueblo y borrado de la memoria
de los hombres- Un rugido estremeció al circo proveniente del laberinto.
-Yo no deseo ir allí- reventando en llanto temeroso.
-No existe otra opción, su crimen no puede ser negado. Una vez hemos sido
llamados, no nos marcharemos hasta que se dé una resolución…
- ¿Y qué pasará con mi hijo? - Mirándolo con sentimiento de culpa y
preocupación.
-Será sometido al mismo destino, su salvación dependerá de él, de nadie más…-
Primavera se agacha, colocándose de cuclillas y dirigiendo su mirada a la mujer.
-Yo solo quería protegerlo… es apenas un niño…- Acercándose a Primavera,
tomándola de las manos en busca de consuelo.
-Entiendo su preocupación, estoy consciente que es apenas un niño… pero
nuestra ley es absoluta, su crimen no es la muerte, sino la ignorancia y temor. Ya no
hay forma de echar el tiempo atrás, por más que lo desee… ya muchos aquí lo hemos
intentado sin éxito.
Primavera termina de arrodillarse y la mujer se acuesta en sus piernas, mientras su
mirada se pierde en la nada… Primavera acaricia dulcemente a la mujer, dirigiendo la
mirada a su padre quien observa con atención.
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-¿Padre, es posible darle unos minutos…? Estoy segura que cooperará, solo
necesita un instante para asumir su destino…
Asterion observó con severidad, sin emitir juicio a favor o en contra. Chasqueó sus
dedos y las luces del escenario se desvanecieron. El circo se sumergió en la oscuridad
total y sólo quedaron iluminados en medio de la nada Primavera, la mujer, Otoño y el
joven.
-Nunca quise hacerle daño… ni siquiera la odiaba, pero…
-¿Pero ella quería a su hijo y él a ella?
-Ella era como yo… en su mirada podía verme a mí mucho tiempo atrás,
cuando…
-Cuando lo conoció y se enamoró perdidamente.
-Él la dejaría, tal como lo hizo su padre conmigo…
-Pero él no es su padre… él es alguien distinto.
-Pero…
-Debe entender que el origen de su crimen, su pecado, fue no dejar ir a su
esposo, su hijo tiene derecho a ser alguien distinto…
-¡Aun lo extraño!
-Pero no volverá… no así…
-¡Pero es un niño!
-Es un niño, que decidió volverse hombre, debe dejarlo crecer. Así como debe
dejar ir el recuerdo de su esposo…
El joven, quien reposaba en brazos de Otoño escuchaba con atención y en la medida que
lo hacía, las palabras iban silenciando su llanto. El dolor no se marchaba, tampoco la
culpa de no haber impedido aquel hecho atroz que costó la vida de una mujer inocente y
de una criatura que ni la luz del sol conocía… aun así, su espíritu se volvió sereno.
-¡Madre…!- Exclamó el joven caminando hacia ella y extendiendo sus brazos.
-¡Hijo…! ¡Perdóname! ¡PERDÓNAME! ¡TE LO RUEGO!
El hijo abrazó a su madre, fundiéndose en uno solo. Compartían la misma luz, el mismo
destino. Lentamente las luces volvieron al circo, la penumbra comenzó a apartarse y el
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público retornó, observando en silencio, serenos y respetuosos. El joven miró a Otoño,
su expresión había cambiado, algo era distinto en él y con una sonrisa tímida, con una
sonrisa de resignación pero de paz le habló.
-¡Estamos listos…! Guíanos al laberinto cuando quieras…
Asterion se levantó de su trono y con un gesto de su mano, la luz que iluminaba al joven
y a su madre se apagó, desapareciendo ambos en la oscuridad. Primavera y Otoño se
desvanecieron, tomando lugar a un lado de su padre. Otoño guardó silencio, mirando
con cierta pena el laberinto preparándose al futuro que les esperaba a los condenados.
Primavera por el contrario llegó a refugiarse en los brazos de su padre, conmovida en su
espíritu, tratando de contener el llanto.
El Hada, que reposaba en el trono a un lado, levantó vuelo marchándose de la carpa
después de observar con recelo el abrazo compasivo y paternal de Asterion a Primavera.
Asterion la observó irse, pero no se lo impidió, resignado a no poder evitar emociones
que no le pertenecían.
La magia del circo había animado no solo al infante, sino también al laberinto mismo.
Tenía restablecido su gloria y exaltado sus propiedades. Por lo que, ante los ojos del
pueblo circense estaba… el infierno mismo. En sus pasillos oscuros habitaba un tiempo
distinto al del circo, era un mundo en sí mismo, un mundo de sufrimiento y penuria.
El laberinto se mostraba sin timidez al público, dejándole ver el transcurrir del tiempo,
del largo e incontable tiempo en tan solo instantes. Durante horas, el público observó,
con una gama de emociones, como el joven y su madre vagaban a través de los pasillos,
deteriorándose lentamente. Primero fue el miedo, luego fue el desconcierto, pero pronto
aparecieron las amenazas reales y la fauna de aquel lugar se hizo presente.
Bestias humanoides, devoradoras de carne los acechaban. No existía día o noche, todo
era oscuridad, iluminado apenas por antorchas o cuerpos luminiscentes de flores
extrañas producto de la sangre de vidas pasadas. El público observó en silencio como
descendían a la perdición, alimentándose de cuanto pudieron, pues el hambre los
agobiaba al punto de considerar darse muerte y devorar la carne del otro. Sin embargo,
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fueron fuertes y encontraron maneras de sobrevivir. Aprendieron que ciertas plantas
eran comestibles y que algunas criaturas tenían mal sabor, pero sostenían a sus cuerpos.
No obstante, toda pesadilla tiene su parte de sueño. Aquella pesadilla había dado origen
a un espectáculo maravilloso, a la redención de dos almas que en su condena
aprendieron a amar. Madre e hijo comprendieron el significado del perdón y fue eso, lo
que les permitió avanzar juntos, en medio de la oscuridad y recorrer el laberinto.
Cada día, cada semana, cada mes, cada año que transcurría los unía a pesar que el
laberinto vomitaba sobre ellos los horrores de una mente demencial. Fue así como
soportaron comer la carne viva de bestias, luchar en contra de aquellos que alguna vez
fueron humanos, viviendo en la inmundicia y en el temor. El milagro, ese milagro de
unión y perdón los llevó hasta el final del laberinto, habían alcanzado la oportunidad de
una nueva vida.
Pero las culpas no se olvidan, sino se dejan atrás los recuerdos. Aquel que nunca
apareció, quien se ausentaba en su recorrido de horror y miseria, los esperaba a su
salida. Era él su prueba final.
Madre e hijo llegaron al final, apenas con las fuerzas que podía tener un cuerpo que ha
atravesado la mayor de las necesidades y el mayor de los castigos. Enfrente a ellos se
encontraba la criatura, aquella animada por la sangre de Otoño, ya no era humana, ya no
era niño…
Su cuerpo mutado en una forma horrenda y exagerada de aquel que fue un infante por
nacer, los observaba inmóvil, paciente y tranquilo. Su padre sonrió levemente,
experimentaba alguna especie de alegría extraña, que sólo los condenados a muerte
conocen. Era aquel que alguna vez fue su hijo, quien se encontraba al frente, con sus
rodillas y manos tocando el suelo. Sus ojos perdidos observaban a su padre, dejando
correr las lágrimas de pena por la traición que solo un hijo puede sentir respecto a sus
progenitores.
Lo llamaba con voz ultra terrena, llamaba a su padre, llamaba su presencia. Es irónico
que mientras algo esté más cerca, más lejos se encuentra. Solo debía darse la vuelta y
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caminar hacia la puerta, solo debía marcharse para alcanzar una nueva vida, una nueva
oportunidad. Pero no pudo… fue por eso que soltó la mano de su madre y poseído por
una culpa que jamás pudo abandonar caminó a la forma horrenda del chiquillo.
La madre observaba inmóvil el espectáculo, cuya definición no existía para un espíritu
mortal. Contemplaba como su hijo acariciaba el rostro descomunal del niño que,
animado por la sangre de un eterno, era ahora una forma gigantesca cercana a una
pesadilla.
-¿Hijo…? ¡Vamos…! Hay que seguir adelante, por favor…
Pero el joven no atendió a la súplica de su madre y lo único que fue capaz de hacer fue
despedirse con una última sonrisa, aquella sonrisa cálida y triste que durante años había
sido el único ánimo de una madre torturada por sus pecados para seguir adelante en el
infierno.
-No, madre… hasta aquí llego yo, continúa tú y vive una buena vida, la vida que
el recuerdo de mi padre no te dejó.
El hijo vio en la mirada de su madre el dolor infinito que tal petición causaba en un
corazón ya roto, por lo que, en un último acto, la tomó de la mano guiándola hasta el
portal, allí en donde la luz se juntaba anunciando una oportunidad.
La estrechó entre sus brazos y la besó en la frente, mirándola a los ojos por un instante,
como si buscara fijar su rostro para la eternidad. Luego se apartó de ella y caminó a
reunirse con su hijo una vez más.
-¿Qué sucederá contigo, hijo?
-No te preocupes, estaré bien… ahora, vete por favor.
La madre atravesó el portal. Aquellos segundos fueron instantes eternos, más eternos
que aquella vida en el laberinto, porque eran los instantes de una persona distinta, de
una madre que ahora se liberaba de sus culpas y amaba por vez primera a un hijo,
exorcizada de memorias de dolores pasados. Así que, cerró sus ojos, llevando consigo la
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imagen del rostro de su hijo y las últimas palabras que pronunció, aquellas que le daban
la certeza que tal vez… algún día se volverían a ver.
-Ya estoy en casa, he llegado hijo mío, nunca más nos separaremos ¡Señor,
permíteme unirme a tu circo y saldar mi deuda eterna, he de servir con gratitud y
lealtad!
La luz se apagó, la mujer tenía un nuevo comienzo y el joven un nuevo hogar. Era ahora
parte de ellos, pues Asterion, el señor del circo, aceptó su petición humilde, entendiendo
que no existía lugar alguno en la tierra donde reina Sol.
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CAPITULO II
“Sueños Proféticos”
l tiempo transcurre, pero la función nunca se detiene, jamás debe detenerse.
Los payasos danzan y celebran, el circo ha crecido, la familia tiene un
miembro más. Sol ha sido derrotado nuevamente.
Lentamente los hombres abandonan a su dios y Luna tiene toda una eternidad para
esperar paciente su victoria total. Mientras aquel día prometido llega, aquel de
obscuridad y demencia, en el que el sol se nuble y nuca más haya día; el pueblo de Luna
celebra y danza en su honor.
Se encontraban reunidos alrededor de la fogata, hoy la arena no celebraba un
espectáculo de sangre, sino un nacimiento. En lo alto, la carpa se ha abierto, dejando ver
el cielo nocturno y a Luna, quien resplandece malévola y misteriosa, satisfecha de otra
victoria en los corazones de los hombres. Su presencia sobre el circo anuncia el
nacimiento próximo del nuevo miembro, aquel que, tras abandonar a su madre, ha
escogido la oscuridad por encima de la luz.
Asterion aguardaba paciente y solemne frente al fuego. Sus hijos permanecían sentados
en la arena, aguardando a un lado, expectativos del resultado del sacrificio de aquella
humanidad.
Thartaros por su lado, se escondía entre las sombras, iluminado ocasionalmente por las
llamas que vigilante lo observan para delatar su escondite. Observaba con resentimiento
el espectáculo, despreciaba aquella celebración, pues no todos quienes sirven en aquel
circo sirven por voluntad.
Despreciaba el sentimiento de sumisión bajo el cual debía servir, después de todo, había
sido su soberbia lo que le había traído al circo. Había sido ella quien lo llevó a cometer
un pecado inconcebible sin pago alguno entre los hombres.
Quién sabe cuántas lunas habrán pasado desde la última vez que probó la carne humana,
igual ya no importaba. No existía carne que igualara su sabor, no existiría carne alguna
E
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que contuviese dentro de sí aquel dolor y sufrimiento ante tal horror. Solo tenía un hijo
y una esposa, así que solo habría un único plato que degustar en toda la eternidad. Era
esta la razón por la cual servía como castigo, por la que debía sufrir el hambre eterna,
aquella que sumerge en la cólera y arrastra al delirio.
Había sido Thartaros un arrogante incapaz de soportar el abandono de su mujer, nada ni
nadie podía ni debía revelarse a su voluntad, por lo que marcharse nunca había sido una
opción para su amada, quien confundió soberbia con carácter. Es por eso que, con
alevosía y premeditación, esa que se usa para asesinar, concibió la manera de siempre
llevarlos consigo al infierno mismo.
No era cuestión familiar, mucho menos emocional, era solo de orgullo. Orgullo que sin
remordimiento alguno lo llevó a afilar el cuchillo y a destazar viva a la madre con la que
alimentó a su hijo durante meses.
Y es que a pesar que la carne humana es un manjar, un néctar dulce, también es una
fruta maldita que una vez probada jamás puede ser dejada ni olvidada. Ella trae la locura
a quienes la prueban, a quienes cruzan la línea, nunca encontraran retorno de la
demencia a la que esta los arrastra. Razón por la cual el niño cayó en un abismo del que
nunca pudo retornar.
Su mente pequeña y frágil se torció, la carne de la madre lo arrastró a la demencia más
pura, aquella sin retorno, aquella que solo las pesadillas son capaces de poseer. Siempre
en silencio, siempre en tinieblas era retenido en una habitación oscura, sin compañía, sin
calor, sin esperanza, visitado tan solo para ser alimentado con el plato profano.
No está demás decir que tal tortura acabó con la vida del infante y terminada la
diversión, Thartaros quien para ese entonces poseía otro nombre el cual ya no se
recuerda, poseyó el cuerpo para sí. Fue por eso que los cuchillos danzaron y esta vez fue
la carne del hijo la consumida, carne de primogénito que durante tantas lunas fue
alimentada con la carne de su progenitora.
La justicia de los hombres no pudo hacer nada. Pues Thartaros era un hombre
excepcional y al descubrimiento de tal crimen cometido, se desvaneció entre los muros
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grises de la ciudad, borrando su nombre y su identidad. Viajó sin que nada lo detuviese,
porque los hombres no resultaban problema para manos fuertes capaces de partir los
huesos.
Me gustaría decir que su mujer e hijo fueron sus únicas víctimas, pero el sabor del
poder, aquel que nace de la soberbia y es alimentado por la locura, difícilmente deja que
ciertos hábitos se abandonen. Y en ocasiones, engendran nuevos hábitos oscuros y
siniestros, difíciles de concebir para una mente humana.
No hubo víctima con voluntad alguna para llamar a Luna, no hubo espíritu atormentado
cuyo deseo de justicia atrajese al gran señor. Por lo que el camino de muerte de
Thartaros prosiguió durante largo tiempo, tiempo suficiente para completar su obra, la
obra que solo un artesano con un corazón ennegrecido podía elaborar.
Pero un trono de huesos siempre habrá de llamar la atención de alguien, alguien que
claro está, no es humano. Fue así como el circo fue llamado, serían las sombras de los
muertos, aquellas cuyos restos no conseguían la paz quienes hablarían en coro perfecto
conjurando al señor del circo, quien no se hizo esperar.
Para Thartaros la visita inesperada del señor no fue sorpresa, la maldad de su alma le
había otorgado dones que lo distanciaban de lo humano, su cuerpo lo era, pero él no.
Escuchaba con claridad las voces de los torturados, de aquellos que habían caído bajo su
mano y alimentados con su propia carne, pues el hambre es una de las peores torturas
que un ser puede llegar a conocer y esta es capaz de obligarlos a cometer actos
monstruosos.
Como es de esperarse, no hubo arrepentimiento por parte de aquel oscuro hombre.
Thartaros no se arrepintió y muchos menos se inclinó ante el señor de la máscara de
marfil. En un acto cuya historia se perdió, Thartaros consiguió huir de Asterion, quien
no tardó en desatar su furia y perseguirlo ante la ofensa cometida de la cual no se sabe
nada.
Muchas lunas transcurrieron, pero al final, el señor del circo logró su objetivo y capturó
al miserable que de alguna manera había perturbado su alma inmortal y desafiado su
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autoridad. Fue Invierno quien lo llevó al circo tras encontrarlo en el bosque, según
cuentan algunos, gente de muy poco fiar o quienes ya no habitan entre los vivos ni los
eternos; pues Invierno no admite a los delatores y es la razón por la que en su carpa
abundan los sarcófagos de hielo blanco y eterno.
La historia habla de un cuerpo miserable que había experimentado un encuentro con el
horror mismo. Nada fue obra de Invierno, a su llegada, Thartaros había sido atacado a
mitad del bosque y ella solo atendió su pedido de auxilio.
No se debe confundir a Invierno, la compasión no se encuentra entre sus emociones,
pues legendaria es su alma fría y helada. Sin embargo, conoce de primera mano el temor
que infunde el señor del circo en su corazón, por lo que sirve sin reproche con absoluta
lealtad respetando la justicia que imparte aun cuando contraria los deseos de su alma. Es
esta y ninguna otra la razón de su auxilio aquel hombre a quien tiempo después se le
llamaría Thartaros, pues de ser por ella, habría otro ataúd en su carpa; pues no existe en
su ser perdón posible.
Y fue su llegada al circo un recuerdo que ni él ni nadie olvidaría, porque con él vino un
presagio de muerte y destrucción. Bien recuerdan todos, la demencia en sus ojos y el
terror con el que pronunciaba palabras sin sentido sobre seres que en siglos se habían
visto. Y es que, Asterion y su circo no son los únicos horrores que guardan la noche, ni
los únicos que atienden llamados de los hombres. En la noche existen muchas otras
cosas, cosas que en ocasiones pueden tocar a tu puerta sin siquiera ser llamadas.
Y había sido Thartaros el desafortunado en recibir una visita del miedo mismo. Pues el
miedo encarna muchas formas, formas que Luna había dibujado con sus manos, porque
es el miedo de su gusto y apetencia. Luna no perdona a los incrédulos y valientes,
quienes pecan de estupidez, por lo que valora a las almas atormentadas que conocen el
temor de la noche eterna.
Asterion comprendió que aquel hombre soberbio, había recibido la visita de uno de sus
hermanos, cuyo nombre no se debía pronunciar pues este era una invitación. Su sola
molestia de torturar a Thartaros era señal irreprochable que había vuelto de la oscuridad
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en la que alguna vez los otros señores lo sumergieron, pues lo cierto es que los hijos de
Luna, no siempre reinan en armonía y viven lo suficiente para luchar muchas guerras.
Había despertado el señor del miedo y había visitado a Thartaros anunciando su regreso,
pero no era tiempo de la guerra. Su visita había sido una invitación al hombre mortal,
que con tanta gracia demostraba estar más cerca de las pesadillas que de los hombres.
Para su desgracia el horror que era capaz de infundir no era comparado al del señor del
miedo, por lo que su audición terminó en fracaso.
Thartaros recuerda bien ese día, lo recuerda el fuego, lo recuerda Luna y lo recuerda
Asterion. Nadie en el circo olvida como llegó. Ni por qué Thartaros terminó allí, era él
la prueba irreprochable del regreso de un señor, un señor cuyo único propósito era
atormentar las almas de mortales y eternos. Fue por esto que Asterion besó a Thartaros,
procurando no dejar que el tiempo le diera la maldad y demencia necesaria para unirse a
las filas de aquel siniestro señor, eso y que también Asterion no perdona ofensa alguna y
dado que la soberbia era el mayor de sus defectos, halló enormemente divertido verlo
servir por la eternidad como un perro sumiso a aquellos que tanto torturó… los
hombres.
No soportaba que otro se uniera al circo, aquel al que había servido por siglos, sin
opción y sin reclamo alguno. Pues el beso del señor del circo otorga dones que solo los
hombres pueden llegar a soñar, pero también, otorga todo derecho a existir, por lo que
era Asterion dueño entero de su existir.
Otoño no pudo evitar sentir el peso de la mirada de aquel que servía en obligación al
circo, por lo que, sin disimulo o recato alguno volteó a mirarlo. No es sorpresa para
nadie el desagrado de Thartaros por los hijos del señor, mucho menos es sorpresa el
desprecio especial que sentía por Otoño al cual entre todos despreciaba por su carácter
impulsivo e infantil.
Thartaros sacó su abanico, marchándose entre gestos de desagrado. Invierno, quien
permanecía sentada gélida y eterna, alcanzó el rostro de Otoño y con su suave toque lo
heló tornando sus labios azules y arrancando por un instante la vida inmortal de Otoño.
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Otoño retrocedió sobresaltado en medio del desespero. Invierno sonrió levemente con
actitud indolente y señaló al cielo.
-Está por llegar… es hora.
Otoño y los otros hermanos se levantaron para recibir al nuevo hijo de Luna, aquel que
serviría junto a ellos por la eternidad. Del cielo descendió un capullo, semejante a una
crisálida, en él se encontraba contenido el cuerpo de quien aquella noche se uniría a la
noche eterna.
Su nombre mortal sería olvidado, desde ese día recibiría un nombre nuevo, pues nacería
como un nuevo ser… un ser de oscuridad.
Asterion avanzó un par de pasos y cuando el capullo estuvo a su alcance estiró su palma
a través de la nada, describiendo una línea horizontal, la cual finalizó en la empuñadura
de una espada. Era esta una de las cuatro espadas que el señor portaba como símbolo de
autoridad. Eran cuatro las armas del señor, cada una poseía un nombre que respondía a
una emoción y que eran la manifestación física de las cuatro partes que componían el
alma del señor. Muchos habían conocido su filo, y eran muchos los que temían su
castigo.
El corte fue limpio, el capullo se abrió en dos y de él emergió el nuevo hijo de la noche.
Acurrucado en posición fetal se encontraba la figura de un infante monstruoso de
enormes proporciones, con ojos monumentales, su carne estaba teñida de rojo y sus
dientes eran puñales cuyos usos estarían destinados a futuras funciones. El cuerpo cayó
en el suelo, Luna lo iluminaba con su brillo, mientras el pueblo observaba al señor
acariciar el rostro de la criatura con gesto de gran compasión.
El Hada revoloteaba a su alrededor, campaneando y resplandeciendo con gracia y gran
curiosidad. Su estela dibujaba débiles caminos de luz que se desvanecían, describiendo
una sinfonía de luces moribundas y pasajeras.
El señor acarició el rostro del infante acercándose al oído de la criatura.
-¡Levántate… es hora de la función!
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El niño abrió sus ojos, el pueblo exclamó asombrado retrocediendo antes el que sería de
ahora en adelante el más grande de sus miembros. Pues su tamaño era descomunal, a
pesar que era incapaz de colocarse de pie, pues el peso de su enorme cabeza lo obligaba
a gatear.
Una vez incorporado todos pudieron apreciar el verdadero rostro de su nuevo hermano,
en la frente del niño una cara, la cara de aquel joven quien noches atrás había
renunciado a su vida mortal se encontraba incrustada como si de una joya se tratarse.
Asterion limpió la sangre con sus manos y al hacer esto, un grito ensordecedor
proveniente del joven y del infante cercano a lo ultra terreno invadió el ambiente.
Eran ahora uno solo, se habían fundido en cuerpo y alma y nunca más se separarían.
Asterion observó a la criatura sin inmutarse ante su alarido que anunciaba el nacimiento
de una nueva vida. El rostro comenzó a retorcerse, doblando la piel de maneras
antinaturales. De sus extremos comenzaron a brotar lo que pronto se dibujarían como
dedos y poco a poco el rostro fue convirtiéndose en la mitad de un cuerpo que se sacaba
así mismo de la frente del infante.
Alguna vez Asterion había escuchado sobre tales criaturas de boca de uno de sus
hermanos, aquella que recibía a los derrotados y decepcionados de la vida. Sabía que
aquellos que en su nacimiento emergen de sí mismos, son seres que traen consigo
augurios otorgados por Luna.
El cuerpo del joven, cuya mitad sobresalía de la frente del infante y los cuales se
encontraban unidos, retorcía sus músculos y huesos. Se contemplaba así mismo con
fascinación bajo el brillo de Luna, quien lo vestía de rojo y negro, pues la sangre a la luz
de Luna otorga galas misteriosas y perturbadoras.
-¿Cuál ha de ser tu nombre?- Preguntó Asterion con completa autoridad.
El joven interrumpió sus movimientos, tanto el infante como el joven observaron al
señor al unísono, como si de un mismo ser se tratase.
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-¡Ahhh… el señor Asterion! ¡Amo de este circo…!- Exclamó haciendo
reverencia.
-Levántate cirquero… y ahora, dinos tu nombre.
-¿Mi nombre…? ¡Si, nosotros teníamos un nombre! Pero se ha perdido… antes
éramos alguien más… ¿Sabe el señor del circo quiénes somos?
-Eres un miembro de mi pueblo, perteneces a este circo y ningún otro, sirves a
tu señor y a mi autoridad por voluntad y gratitud. Eso eres…
-¿Voluntad…? ¡Ya, ya comenzamos a recordar…! Debemos un nombre por
respeto a nuestro señor, pero no existe… tal nombre… ¡Nuestros recuerdos!
-Tu mente aún se encuentra confusa por el nacimiento. Si no posees nombre yo
te otorgaré uno.
-¡Ohhh… rogamos nos perdones señor, no somos dignos de tal regalo!
-Es mi deber como señor de este circo de proveer a mi pueblo, incluso de un
nombre.
-Lo aceptaremos con gusto a cambio que el señor acepte nuestro humilde
presente…
-Si eso te complace, recién nacido… entonces lo aceptaré con gusto.
Tanto el joven como el infante sonrieron con mirada perdida mientras giraban su cabeza
hacia un lado. Luego se inclinaron ante el señor, quien con su mano levantó la barbilla
del joven y lo miró a los ojos.
-Te habrás de llamar “Praescitum” pues es de mi conocimiento que los de tu
tipo, traen presagios, predicciones del futuro lejano o inmediato.
-¡HONRADO NOS SENTIMOS, SEÑOR…! Y se encuentra en lo correcto, es de
mi pertenencia una predicción, un augurio otorgado por la Luna misma, pues es este
nuestro don…
Praescitum se levantó y elevando su cuerpo al cielo extendiendo sus brazos como si
intentara tocar a Luna. El fuego de la hoguera se avivó, sus llamas crecieron y su
crepitar retumbaba en la carpa que con fuego azul y violeta dibujaba las sombras del
pueblo circense que expectante aguardaba por el regalo que sería presentado. De su
frente, la del joven, apareció un ojo de color purpura.
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En su ojo se proyectaba la imagen de la luna, mientras su cuerpo danzaba al ritmo
inaudible de cantos lunares, aquellos que solo son del conocimiento de quienes son
tocados por el tiempo. El viento se detuvo, ya no cantaba desde afuera de la carpa,
Luna resplandeció y el fuego ante su presencia envestida en Praescitum se congeló,
permaneciendo inmóvil en señal de respeto.
-Se avecinará la tormenta, el mar agitará sus aguas, arrojando a uno de sus
hijos. Es su misterio, su magia ancestral una causa de preocupación entre aquellos que
aun aman y disfrutan como los hombres… aun así, no será esta la verdadera tempestad,
sino la promesa rota que pondrá en juego la autoridad del señor, pues un traidor habrá
de guiar a los grandes señores a vuestra carpa. Será así como los vientos choquen, será
así como los señores se reúnan para cuestionar en guerra violenta y sangrienta su
derecho a que el gran señor Asterion sea llamado hermano o usurpador.
Hubo silencio repentino, Praescitum calló y con él vinieron las miradas inquisitivas
sobre la verdad de sus palabras. Los murmullos lentamente se fueron haciendo
presentes, el señor del circo permanecía inmóvil observando a Praescitum que ya fuera
de su trance hipnótico sonreía con la malicia de aquellos que conocen el futuro.
Los ecos de los murmullos crecieron, volviéndose ensordecedores en la carpa que
nuevamente se había cerrado al cielo nocturno. Solo el fuego de la hoguera iluminaba la
arena y las sombras del pueblo circense, quien ahora era crítico del señor al que servían
con lealtad ciega, osando a considerarlo un falso señor. Otoño no soportó tal osadía, por
lo que reventó en furia.
-¡MARCHENSE TODOS! ¡LARGO DE AQUÍ O SERÉ YO QUIEN LES
ARRANQUE LA LENGUA, VÍBORAS!
Su ojo ensangrentado reverberó en ira, su alma se consumía en rabia por la ofensa a su
padre. Primavera permaneció quieta, tendida en el suelo desolada ante aquel anuncio
terrible, pues ella conocía la verdad sobre su señor y era esta la confirmación de aquel
terrible sueño. El pueblo obedeció, pues a pesar que cuestionaban a quien servían aun
debían lealtad y sus existencias eternas pertenecían a él.
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La arena quedó en soledad, tan solo con un señor cuestionado, golpeado en su
autoridad. El Hada lo miraba ansiosa de una respuesta, pues su amor se encontraba
amenazado, ofensa fatal para un corazón tan frágil. Sin embargo, no hubo respuesta de
Asterion quien solamente pudo extender su mano para acariciarla en vano, pues el Hada
rechazó sus atenciones marchándose a toda prisa.
-¿Padre, que sucederá ahora?- Preguntó Primavera.
No hubo respuesta, el señor guardó silencio, un silencio casi fúnebre. Los hijos lo
miraban con estupor, conscientes que su silencio era la confirmación de una guerra
próxima, una guerra de la cual muy poco comprendían.
Todos se marcharon, con excepción de Invierno, quien permaneció atrás del señor
mirándolo fríamente. Permanecía inmóvil, silenciosa, fría. La hoguera crepitaba, su luz
era más tenue y ahora cargaba consigo la preocupación. Era ella quien traía el invierno,
era ella de los reyes el más perturbado, pues su rencor hacia el mundo permanecía vivo,
congelado en su corazón.
Invierno era uno de los cuatro hijos de Asterion, y entre estos, era el más temido. Era
ella el frío invernal, aquel que arrasa con las aldeas y trae el hambre y el desasosiego, el
que arrebata los alientos y otorga la muerte gélida a los inocentes. Era ella poseedora de
sarcófagos de cristal, cientos de sarcófagos en los que guardaba el alma de quienes
habían perecido por su mano bien sea por el frío invierno o en la dura y seca arena.
Observaba inmóvil a su padre, era eterna y violenta, era ella la muerte que fría y sin
corazón no respetaba ni a hombres ni mujeres. Nada era merecedor de calma ni piedad
ante su furia, el mundo le debía y este debía ser castigado, tal vez por esta razón
Asterion la llevó consigo. Su alma hostil era una fuerza no admisible entre los hombres
y un alma inmortal que no se debía despreciar.
Asterion bien sabía que los otros señores no ignorarían su voluntad, aunque esta fuese
una voluntad rencorosa y violenta. Pues en ocasiones, los señores llevan consigo
aquellas almas que no desean que sus hermanos posean para sí; aun ellos son
cuidadosos de la retaliación que los celos o la envidia pueden causar.
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Todos guardaban silencio, los hijos observaban al padre, algunos estaban furiosos, otros
a la expectativa y algunos otros solo confundidos. El señor no pronunciaba palabra, pero
todos sabían que el silencio no habría de durar, pues Invierno es tormentosa y en su
presencia nunca ha de haber silencio que no sea el que trae la muerte en medio de la
tormenta.
-¿Cómo habrás de juzgarme en esta ocasión, Invierno?
-Eso es lo que deseo saber… ¿Qué es lo que ha dicho el recién nacido? ¿Qué
debemos saber?
-“Deber” una palabra tan singular, con frecuencia suele arrastrar a los
hombres a malas decisiones y a finales tortuosos…
-Mala decisión es ocultar a tus hijos quien eres tú, padre… ¿No es así…?
Asterion bajó el rostro y no respondió, Invierno sonrió levemente, mientras Otoño era
detenido por Verano quien con un gesto le indicaba que no debía interferir.
-¿Y bien, hablarás…?
-¿Qué es lo que deseas saber de mí, hija?
-¡No me llames así! ¿Eres o no un impostor? ¡HABLA!
-La locura del invierno te está poseyendo… no hay necesidad de esto.
-¿Y si había necesidad de que me mintieses? ¿A quién he servido en todos estos
siglos? ¡¿QUIEN ERES TÚ?!
-Soy tu padre… soy quien los ha criado, soy…
-Un impostor… ¿No es esa la verdad?
Los vientos se arremolinaron, su señora los llamaba poseída por la rabia. La hoguera
luchaba por su vida, intentaba débil y fracasada resistir a la gelidez del corazón de la
señora invernal, por lo que parpadeaba casi asfixiada dejando de vez en vez llegar a la
oscuridad. Invierno volteó a observar a todos, fue entonces cuando con indignación
entendió.
-¿Todos lo sabían… no es así?
-¿Todos quien… no me gustan los acertijos?
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-¡NO JUEGES CONMIGO!- El viento se alzó apagando con fría escarcha la
hoguera.
-En siglos no has aprendido nada, eres todavía la misma niña caprichosa que
rescaté de aquella nevada.
-Nunca te pedí que me salvaras… ¡Tú me llevaste contigo! ¡Yo deseaba morir!
Pero ciertas palabras no pueden ser ignoradas y en la tierra de los señores, todo
responde a ellos con veneración y respeto. El señor se volteó mirando a Invierno, su
puño se estrechaba con fuerza, mientras el fuego se reavivaba con ira y rabia a la vez
que su cuerpo crecía imponiéndose entre luces y sombras.
-¿MUERTE ES LO QUE DESEAS?
Por un instante el corazón de Invierno volvió a la vida, recordando el único sentimiento
que en siglos había podido sentir… temor. Tragó profundo, reconociendo en los ojos de
su padre la ira homicida que podría costarle su existencia inmortal. Su mano tembló en
señal de debilidad, sin embargo, más pudo su orgullo y la gelidez de su alma.
-¿Es lo mejor que tienes…?
Asterion no ignoró las palabras de Invierno, por lo que su mano abofeteó el rostro de su
hija arrojándola al suelo. Primavera rompió su quietud y silencio, interponiéndose entre
su padre y hermana cuando este se arrojó desmedido sobre esta.
-¡BASTA PADRE, TE LO RUEGO! ¡POR FAVOR!
Su avance indetenible y colérico se detuvo ante la petición de Primavera, dándole
tiempo a Invierno de marcharse ayudada por Verano; quien siempre silencioso, la ayudó
a levantarse.
Asterion retomó su lugar al frente de la hoguera, observándola con culpa y dejando que
su ira se consumiera en la imagen del fuego. Invierno se marchó, no sin antes mirar
hacia atrás, llena de resentimiento.
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El cielo se nubló, ni Luna pudo negar la violencia del alma iracunda de Invierno quien
con arrogancia y rabia trajo el cielo tormentoso, dejando caer sobre la tierra el manto
blanco de muerte y gelidez. Verano, observaba paciente y sereno a su hermana mientras
esta maldecía y gritaba en cólera infinita.
-¡NO ME MIRES ASI! ¡SIEMPRE LO SUPISTE E IGUAL GUARDASTE
SILENCIO!
Verano extendió sus manos y sonrió con picardía, aceptando sin reproches el mal del
que se le acusaba.
-¿Te parece una gracia…? ¡Deja esa maldita sonrisa! - Tomó el rostro de
Verano con violencia y arrancó todo el calor de su cuerpo, transformándolo lentamente
en un cadáver helado.
Verano apenas con fuerza extendió su mano de cristal y sujetando la de Invierno, la
echó a un lado. Cuando el aire volvió a él, su mirada fue fulminante, dejando libre la
locura que en su interior habitaba; aquella que muchos temían en el circo y que dueña
de tantos relatos era, penetrando en los ojos de su hermana quien comenzó a gritar
desesperada retorciéndose de miedo en el suelo.
-¡Sal de mi cabeza! ¡No me mires, no me mires!
Cuando no quedó otra cosa que el cuerpo inmóvil y aterrado de una niña indefensa,
Verano detuvo su magia, acercándose con lentitud y agachándose a la altura de su
torturada hermana. Esta lloraba en silencio, más por el dolor que por la derrota.
-¿Por qué todos me tratan de esta manera? Todos me niegan… todos me ocultan
la verdad y cuando clamo saberla, entonces soy agredida ¿Es que acaso no tengo lugar
ni siquiera en esta tierra?
Verano miró piadosamente a Invierno, extendiendo su mano para acariciar su rostro,
pero esta la apartó reincorporándose lentamente y sumergiéndose en el bosque. Verano
no pudo hacer otra cosa que ver y recordar.
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No era capaz de culparla de su arrogancia y su ira, pues su pasado al igual que el de
muchos estaba marcado por la desgracia. Nunca había soñado con la justicia, aun así,
esta tocó a su puerta, llevándola consigo a una tierra en donde las pesadillas nunca
acaban. Invierno había sido una niña ingenua y dulce muchas lunas atrás, tantas que ya
casi no podía recordarlo. Su memoria, al igual que su corazón, se había congelado; solo
quedaban fragmentos tormentosos de un pasado doloroso que se negaba a abandonarla.
Nacida en el seno de una familia campesina, Invierno era el producto del segundo
matrimonio, del hombre que había sido la razón de la ruptura de la unión anterior. Sus
inicios fueron al igual que los de cualquier otro niño, con la excepción que el tiempo fue
transformando la dulce infancia en una amarga existencia. El tiempo tenia designado
para ella la tortura y desolación de una vida de soledad y horror.
El amor que le había dado la vida pronto se extinguiría y cuando esto sucedió, quedó
atrapada en medio de una tormenta de la cual no pudo escapar. Sin embargo, la vida no
quiso arrebatarle toda esperanza y era por eso que en su camino de sufrimiento la
acompañaba su medio hermano, hijo y producto del matrimonio anterior quien por
desgracia su suerte no era mucho mejor que la de ella.
Habían sido presentados y criados juntos, hasta que la violencia de la ruptura, de esa
ruptura que se anuncia y avecina, pero que llega con lentitud obligó a su hermano a
marcharse. Fue así como quedó sola, sola en una casa silenciosa, llena de lujos y
placeres, pero sin esperanza o alegría.
Era aquella niña quien debía cargar con las torturas de un matrimonio infértil, con el
corazón de adultos perturbados que no sabían reconocer la derrota cuando se les
presentaba. Noche tras noche era testigo de la violencia desmedida, de aquella que
aterroriza y arrebata la ingenuidad, aquella que en un descuido puede atraer a la muerte.
Pero nadie decía nada, todos callaban, su familia era silencio y guardaban con recelo
aquella maldición pues el honor valía más que el bienestar. Fue entonces como se
sacrificó su inocencia y su oportunidad de sonreír, quedando solo para ella aquellos
momentos de paz efímera en la que bien sea por ingenuidad o valentía, su hermano se
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escapaba en su búsqueda a riesgo de ser víctima del mismo desprecio que lo había
hecho huir.
Los inviernos transcurrieron, eran estos los que traían consigo la mentira de la paz, pues
en ellos se celebraba con arrogancia y necedad la unión de aquella familia. Eran noches
de opulencia, en donde se llenaban los vacíos del alma con la gracia que el dinero puede
comprar, el tiempo los había transformado de campesinos a hombres de dinero. Sin
embargo, los niños que inocentes dejan de ser con el tiempo, pueden notar el vacío que
queda a la despedida de los hermanos y a la dura realidad de no encontrar con quien
jugar con aquello que les había sido otorgado con dicha finalidad.
Siempre sola, debió lidiar como lo puede hacer un niño con los gritos de ira, rabia y
dolor de una madre que atormentada distaba mucho de dar solución a los males que
aquella casa aquejaba. El tiempo transcurrió y cuando llegó por fin la solución, ya para
todos era demasiado tarde.
Huyeron alejándose de todo cuanto conocían, buscando la paz que nunca habían
conocido. Era tan solo una madre y sus dos hijos, hijos que por desgracia nunca se
habían podido encontrar y que estaban destinados a fracasar en tal tarea.
Lo que comenzó como un santuario pronto se convirtió en infierno. Las diferencias y
ausencias hacían imposible su convivencia, los males pasados aun aquejaban a sus
almas y era por esto que vivían torturados en constante reclamo de ayudas que nunca
llegaron. Pero Invierno, quien no desistía, intentaba aferrase a un pasado origen de sus
males.
Buscaba el amor de un padre que con temor y cariño recordaba, pero esta dicha que
maravillosa se planteaba al no llevar consigo la carga de una lucha familiar, pronto se
convirtió en dolor. La miseria los había tocado, pues la separación ya no dejaba que el
invierno fuera ostentoso ni lleno de presentes a los cuales tanto estaba acostumbrada. En
su lugar consiguió una casa vacía, con tres almas tristes que permanecían solas y
encerradas en sus moradas, llorando una vida pasada que jamás existió.
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Pobre la desgracia que toca a algunos, pues existen torturas peores que la muerte a
manos del sanguinario. Era destino de Invierno conocer el sufrimiento, era destino
conocer el desprecio de manos de aquel que adoraba, aquel que protegía con devoción
negando sus crímenes a pesar de su consciencia que la delataba.
Era ahora una hija huérfana de padre, pues había sido este quien la abandonó ante el
nacimiento de una nueva primogénita. No era la primera vez, pero nunca imaginó venir
que ese sería su destino. Pero las ausencias existen en muchas formas, no sería el
abandono total lo que ella conocería, sino la ausencia del presente.
Sería el desprecio de quien te acompaña, la fruta que saborearía, sería esos inviernos de
opulencia y alegría, de falsa alegría, los que le hablarían de la verdad. Ya no era la
favorita, ya no era la novedad, el cariño que recibía era más la voluntad de evitar el
señalamiento de crímenes paternos, que la voluntad sincera de un querer. Era por esto
que se alimentaba de las miserias con las cuales pretendían alabarla, todo ante la imagen
de una hija glorificada que recibía las atenciones que alguna vez le pertenecieron.
Fue así que su alma se congeló, fue así como con lentitud, invierno tras invierno su
corazón fue dejando de sentir la calidez de una esperanza que la rescatara de aquella
realidad. Me gustaría decir que en su hogar las cosas cambiaron, pero el pasado era
demasiado fuerte para abandonarlos, por lo que con el pasar de los días cada uno fue
consumido por el dolor de quienes no saben olvidar.
Es triste saber que, la desgracia una vez invitada no se ha de marchar hasta dar su última
función. Fue así como Invierno conoció de primera mano el sufrimiento de perder a un
ser amado, pues el pasado es asesino. Razón por la cual, ambos hermanos debieron
asistir al funeral de quien les había otorgado la vida, cargando el peso de una muerte
atroz, a manos de su amante quien en cólera la había asesinado partiéndole el rostro.
No fue la tristeza que la ausencia de la madre ausente trajo, sino lo que vino después,
pues una nueva separación llegó a los hermanos que por fin habían logrado unirse por la
desgracia. Fue así que partió a vivir en el hogar de quien ya no la glorificaba, fue así que
pasó a vivir acompañada pero siempre en soledad, sirviendo siempre a la nueva
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primogénita, como si de agradecimientos y condiciones se tratase su estancia en aquel
lugar.
Los inviernos pasaron, no demasiados para decir que la juventud la abandonó, pero no
eran tan pocos para poder decir que recordaba el rostro de su hermano, pero si los
suficientes como para recibir la noticia de su pérdida. Fue durante una noche de
invierno que recibió la visita de quienes representan a la ley, quienes le anunciarían que
su hermano había muerto, que se había arrebatado la vida en el hogar que su madre les
dejó, la razón… desesperanza.
Solo le quedó una carta, una carta que contenía sus últimas palabras en las que le
expresaba su pesar de nunca haber podido hacer más. Eran palabras duras, demasiado
duras para quien tenía tan poco, quien tan solo anhelaba la compañía de un ser amado.
Fue así que, en soledad, lloró la muerte del último de sus seres amados, tan solo rodeada
por la mirada indiferente de un hogar al cual no pertenecía.
Pero las injusticias no solo las cometen las almas oscuras y perversas, sino también las
adoloridas y torturadas, pues de paz no conocen y es por eso que la arrebatan de los
inocentes. Fue en aquella noche de invierno, la misma que le dejó saber sobre la muerte
de su hermano, que Invierno le daría muerte a la nueva primogénita de su padre; la
ahorcaría hasta dejarla fría y gélida, sin color alguno, con sus labios azules y con su
cuerpo pequeño y frágil sin vida.
No entendió el horror que había cometido hasta que retiró las manos de su cuello, fue
entonces que se percató en lo que se había convertido, pues no era la muerte de aquella
niña lo que la atormentaba; sino la muerte de la posibilidad que siempre tuvo de ser
feliz. Era ella culpable tanto como su familia de no haber dejado atrás el pasado y
entregarse a la desesperación.
Fue así, que escogió su destino. Vagó por la noche invernal, aquella que en tiempos
pasado la había visto sonreír y celebrar en opulencia y hogar, en su hogar, aquel lleno de
muerte y desesperanza. La justicia de los hombres no perdonaría su crimen, ella no
perdonaría su propio crimen, por lo que morir era su único destino.
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Vagó por las tinieblas, por las calles grises y solitarias de la gran ciudad, aquella en la
que nadie observa a nadie y en la que nadie sabe de sufrimientos ajenos. Caminó
descalza sobre el suelo desnudo, sobre la alfombra blanca, aquella que la nieve extendía
para ella, aquella que barría con sus cabellos negros, esos cabellos llenos de oscuridad y
que en tantas ocasiones habían ocultado su rostro lleno de lágrimas.
Caminó hasta no poder más, caminó hasta que el aliento le faltaba, caminó hasta que
yacía casi congelada bajo la ventisca, solo sostenida por los árboles de aquel bosque que
había aparecido en los límites de la gran ciudad. Sin vida, sin esperanza, sin orgullo, sin
alma, cayó tendida en la nieve que la recibió con dulzura, ocultando su cuerpo con su
manto blanco de los hombres que la buscaban para llevar a cabo la justicia.
Pero Luna que ve todo, nunca ha de ignorar a los desafortunados y pocos
bienaventurados. Fue así que los brazos del señor la rescataron de la nieve ante que su
corazón diera el último latido, siendo el cielo nocturno el testigo del beso eterno que le
otorgaría una nueva vida. Era ella culpable y víctima del mundo, era ella una hija de
Luna, pues esta le había sonreído y había enviado a su hijo Asterion a recatarla de la
frialdad de los hombres. Así nació Invierno, así llegó al circo, aquel que le daría un
lugar en donde olvidar la vida que no tuvo y el pecado que nunca podría pagar pero que
el mundo no tenía derecho a cobrarle.
Verano dejó de recordar, apartó de su mente las memorias sobre Invierno distraído por
la Estrella fulgurante, que resplandecía en el cielo nocturno sobre el manto blanco que
congelaba el bosque. Era esa la Estrella de la destrucción, aquella que presagiaba el
retorno de un amante atormentado y el inicio de una guerra.
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CAPITULO III
“Murmullos Viperinos”
as desgracias suelen venir acompañadas de acosadores que alimentan el fuego
y el dolor y vienen disfrazados de amigos y ayudantes, de salvadores y
profetas de verdades profanas que instigan al odio y a la decepción.
Los eternos son corazones humanos que habrán de vivir por siempre, atrapados en sus
emociones, sin nunca olvidar, alimentados por la gloria que celebrar sus grandes
espectáculos les da. Son sus circos prisiones y refugios de las tristezas y pesares que por
la eternidad habrán de perseguirlos… y es el bosque un sitio libre del resguardo que la
gran lona provee.
Era por esto que su alma se encontraba vulnerable, el Hada desconocía el riesgo a la
manipulación maliciosa de lenguas perdidas a la que se sometía. Su alma moribunda,
alma que por error había llegado lunas atrás a la tierra de Asterion, apenas podía
soportar los horrores de aquella tierra manchada de sangre. Su espíritu frágil y la
amenaza de un amor que retorna, de un amor que regresa para arrebatarle lo único que
le otorga consuelo, la habían llevado en desesperación a las profundidades del bosque…
allí no hay circo que la resguarde.
Solitaria, se encontraba sobre claro de luna, observando la noche perpetua, aquella de
estrellas fulgurantes y resplandecientes. Luna contemplaba silenciosa, conocía bien los
pecados de sus hijos y conocía bien de las promesas rotas, sabía que no había magia que
aliviara el dolor de una decepción. El Hada sufría, era el dolor de una promesa rota que
retornaba del pasado para romper su promesa, aquella que le habían entregado cuando
recibió su nueva vida, la vida eterna en la que amaría al señor Asterion.
Cuan pequeña y minúscula es como criatura, pero cuan inmenso es el pesar que siente
su alma. Ver morir a su amor ante sus ojos sin poder hacer nada, excepto creer que nada
pasará, que la Estrella de la destrucción no habrá de llegar a la tierra de su amado y no
será apartada de él.
L
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Pero el bosque no haya como callar y le pide que no niegue la desgracia, le suplica que
por su bien acepte que no hay nada por lo cual luchar. El Hada lucha con una realidad
de decepción, la misma que alguna vez la trajo a esa tierra después de haber sido su
corazón profundamente defraudado.
El pasado ha vuelto, esta vez vestido como presente. Es su destino separarse de su
amado Asterion, aquel por el que renunció a la vida y por el que se unió a los eternos,
siempre en procesión sangrienta. No era ese el destino soñado, pero había asumido la
oscuridad escrita para ella con tal de tenerlo a su lado, con tal de encontrar el calor de su
cuerpo y la mirada brillante que detrás de esa máscara de marfil se ocultaba.
Sin embargo, la eternidad no llegaría. Sería arrancada de ella, sería enfrentada a un
pasado que desconocía y al cual no sabía si podría enfrentar, si Asterion no la
defendería ¿Quién habría de hacerlo?
El bosque lloró con ella, la brisa calló y Luna se mantenía quieta, procurando no
interrumpir su dolor, conocía bien aquel sentimiento, alguna vez ella amó a Sol. Pero su
soledad habría de ser interrumpida. Era él tal vez el traidor de quien se hablaba, era él
quien iniciaría la guerra y destrozaría los corazones… ¡Nadie lo sabía! Lo cierto era,
que su presencia auguraba un comienzo que distaba de ser bueno.
Thartaros avanzaba sereno y tranquilo, sonriente y malicioso hacia el Hada, quien sobre
claro de luna lloraba la perdida futura de su amor.
-Ahhh… es el Hada, que grata sorpresa.
El Hada se levantó en vuelo, nerviosa ante la intrusión de aquella sombra malévola cuya
voz perturbaba su lamento. Se escondía entre las sombras, resguardado por los árboles
quienes, en contra de su voluntad, debían brindar refugio coaccionados por las magias
del profano.
-No hace falta que se levante mi señora, su lamento es lo que me ha traído hasta
acá… es una pena terrible escucharla llorar de esa manera ¿No habrá algo en
lo que pueda ayudarla…?
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El Hada bien conocía los dones oscuros de Thartaros, sabía que debía alejarse lo más
pronto de sus malas intenciones, pues en su voz se encontraba contenida la magia de
aquellos que envenenan el corazón. Se alzó en vuelo rápido, resplandeciendo
desesperada buscando resguardar su alma, pero…
-Algo como… ¿Asterion?
El vuelo indetenible perdió su magia, quedando inmóvil en medio de la nada, detenida
por la palabra que angustiaba su corazón. El Hada volteó a ver a Thartaros quien
triunfante salía de las sombras, esbozando la sonrisa ante la maldad que se preparaba a
ejecutar. Ella estaba consciente del peligro al que se sometía, sin embargo, también
deseaba conocer lo que aquel hombre siniestro le podía ofrecer, pues la desesperación es
un arma muy fuerte en contra de la que algunos son incapaces de luchar.
-Ha sido muy lamentable toda esta situación, mi señora. La llegada del recién
nacido ha causado gran conmoción ¿Quién diría que nuestro Señor sería acusado de
traición a su pueblo? Es grave… muy grave que nuestro pueblo desconozca el
verdadero nombre del hombre al que han servido durante siglos ¿Seguro Luna no
dejará pasar esto por alto?
El Hada no miraba, su rostro permanecía a gachas, evitando los ojos hipnóticos de
Thartaros quien caminaba en círculos, rodeándola con su esencia oscura y putrefacta.
Podía escuchar el susurro de quienes habían caído bajo su mano, podía sentir el temor
de quienes clamaban justicia, por fin había entendido la razón por la cual Asterion lo
trajo al circo… los monstruos deben ser encarcelados.
-Me pregunto ¿Qué le preocupa? Después de todo, Asterion es nuestro
regente… su pueblo le debe lealtad, porque de lo contrario daría fin a nuestras almas
inmortales ¡No debería preocuparse! El gran señor tiene todo previsto, impostor o no,
tiene al circo bajo su poder, a menos que…
El Hada levantó su rostro y lo miró directo a los ojos, en ellos vio el horror que en su
alma se guardaba y fue entonces cuando comprendió que no estaban a salvo sus
secretos. Desesperada intento retomar vuelo, pero fue muy tarde, las manos de
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Thartaros la atraparon estremeciendo su cuerpo y agrietando el alma frágil que se
contenía en ella.
-¡No tan rápido mi señora! Aún hay muchas cosas que debemos conversar…
cosas que me gustaría que me contara- Susurrando- no me engañará, tal vez al Señor
haya podido cautivar con su dulce mirada, pero yo conozco la razón verdadera de su
existencia ¡Eres el faro! Has conocido a los otros señores, has caminado a su lado
mucho antes de caminar con Asterion… ¿No es así…? Pequeña mentirosa, puedo oler
tus mentiras al igual que las del resto del circo, sé que no es la primera vez que has
estado con los eternos. Tu alma es mucho más antigua de lo que aparentas ser… pues
has conseguido reencarnar entre los mortales y siempre retornas a la oscuridad…
El viento comenzó a soplar, la brisa levantó las hojas y con ellas las luciérnagas se
alzaron en vuelo acudiendo en auxilio al Hada quien peligraba. Pronto el claro de luna
se vio invadido de cientos de luces parpadeantes que observan furiosas a Thartaros.
-¡Oh, tenemos compañía! ¿Qué piensa hacer? ¿Asesinarme? Cuando mi
máscara toque el polvo, tu señor habrá de saberlo y entonces tendrás que responder a
su autoridad, que sin duda habrá de ser implacable sin importar el amor que sienta por
ti ¿Me pregunto si estas dispuesta a correr el riesgo que sea descubierto por qué me
asesinó? He esperado mucho tiempo para esto… ¿No pensarás que no tomé en cuenta
todas las situaciones posibles? Muera yo o no, saldré victorioso… Si no me asesina,
revelaré la marca que ha dejado de aquí hacia los otros circos y entonces podré
despertarlos; pero si me da muerte, será asesinada y entonces al desvanecerse su luz,
todos los señores acudirán a reunirse con su amado en castigo a su osadía y en pago a
su promesa con vuestra merced.
Las luciérnagas comenzaron a arremolinarse, su vuelo circular anunciaba la
determinación homicida del Hada quien no cedería ante las presiones de Thartaros.
-¡Ahhh… violencia, me gusta! Eres una criatura determinada ¡ADELANTE,
ACABA CON MI VIDA! ¡VEN Y DESATA A LOS SEÑORES DE LOS CIRCOS!
¡OTORGA MUERTE A TU AMADO ASTERION POR TU PROPIA MANO! ¡VAMOS!
¿Qué esperas…?
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Ciertas palabras retumban en los corazones, ciertas amenazas no pueden ser ignoradas.
El Hada cayó ante el destino cruel de ser quien de dar muerte a Thartaros, atraería la
muerte a su amado sin remedio alguno. Bien parecía que Luna había dictado que la
guerra debía llegar o bien parecía que la promesa rota poseía una voluntad que negaba
cualquier salida que no implicara la lucha.
Thartaros sonrió al ver las luciérnagas quemarse en sí mismas, volviéndose polvo que
arrastró el viento.
-Sabia decisión… mi señora. Ahora, es momento de hacer un viaje. Mientras,
solo le queda rogar porque entre los males, el menor de ellos sea quien alcance
primero a vuestro señor Asterion. Pero antes… ¡Un aperitivo!
Con aquellas palabras, devoró con perversión al Hada, saboreando su esencia. El bosque
se estremeció, las Estrellas se apagaron y en la distancia, una fogata se extinguía frente
a los ojos de Asterion, revelando la partida de su amada.
Pero los ojos del fuego no son los únicos que habían visto el horror del hambre y
oscuridad, Praescitum observaba a la distancia los pecados de Thartaros, revelándolos a
su vez a Otoño como parte de los servicios que le habían sido solicitados.
-Nuestros ojos ya no alcanzan a verlo en la oscuridad… se ha sumergido en
rincones remotos en donde no nos es permitido ver…
Otoño no pronunciaba palabra alguna, permanecía de pie, inmóvil sosteniendo en
brazos a Teddy quien preocupado observaba a su señor. Todos en aquella carpa
observaban al señor, aquel que anunciaba el invierno y que reinaba en los tiempos de
nostalgia. Era aquella la tienda de las aberraciones, aquella en donde se resguardaban
las deformidades, los hijos monstruosos de Luna.
Praescitum observaba a su señor, para él era claro la tristeza que aquel siniestro evento
había traído. El circo se estremecía en sus cimientos, los eternos conocerían el horror,
pues Luna tiene un gusto refinado por las guerras. Había transcurrido mucho tiempo
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desde que los señores se enfrentaron, había transcurrido mucho desde que se disputaron
el derecho de existir y el de proclamar la verdad.
Pero lo cierto era, que en esta ocasión la guerra vendría de manos ajenas a Luna. Era
Asterion responsable de esta catástrofe que se avecinaba, Otoño lo sabía bien, conocía
desde mucho antes la identidad de a quien por siglos ha llamado padre. La partida
inesperada del Hada causaría la locura en su señor, solo era cuestión de tiempo antes
que su máscara cayera.
-Nos es imposible ignorar la pena que en el rostro del señor Otoño se refleja…
-Tus visiones son producto de dolor, me pregunto ¿Son realmente visiones o
maldiciones disimuladas en castigo a nuestra justicia?
-Nuestras palabras no son más que palabras dicha por Luna… hemos jurado
servir…
-Los otros adivinadores contrarían tu palabra, tanto es así, que nos hemos visto
obligado a colocarte bajo el mismo techo de las abominaciones.
-Los otros adivinadores, tienen miedo de la ira del señor Otoño, nuestra lengua
puede ser cortada y nuestros ojos arrancados pero el futuro ya se encuentra escrito…
la Estrella se aproxima.
-Si tus palabras llegan a ser una mentira, yo mismo te arrancaré la vida, así
cueste mi existencia inmortal…
Praescitum sonrió y reverenció a Otoño.
-Nuestro futuro no será muy largo, pero no será a vuestras manos que habremos
de morir, en cuanto a usted… señor…
-¡Habla! ¡HABLA!
Pero el circo nunca se detiene, Luna es clara en su dictamen, los llamados de los
hombres deben ser atendidos. Es por eso que la figura de Asterion se dibujaba en la
entrada de aquel infierno de deformidades y horrores.
-Es suficiente Otoño… los hombres han clamado nuestra presencia.
-¡Pero padre! ¡Yo solo quería…!
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-¡Dije, suficiente! Ahora márchate… debemos preparar la función para recibir
a los mortales.
-Sí, padre…
Praescitum sonrió ante la presencia de Asterion, mientras Otoño se marchaba
sumergiéndose en la oscuridad. El señor se acercó y a medida que salía de las tinieblas,
sus ojos rebelaban la furia que guardaba debajo de su máscara.
-¿Ha donde se la ha llevado?
-Me es imposible dar tal respuesta, mi señor…
-¡No es un favor…! ¡ES UNA ORDEN!
-Le hablamos con la verdad, al igual que al señor Otoño, debemos decirle que
somos incapaces de mirar en la oscuridad del bosque. Thartaros se ha dirigido a
lugares en donde no se nos es permitido dirigir nuestros ojos…
Su mano temblaba ante la impotencia, la rabia crecía desmedidamente, preparando un
castigo jamás concebido en la tierra de los eternos. El señor de la máscara de marfil
agonizaba en su dolor, la pérdida de su amada marcaba el inicio de una pesadilla que
habría de desembocar en un destino incierto. Bajo su máscara, sus ojos se ablandaban,
dejando libre la prueba de su humanidad. Praescitum observó con detenimiento, fue así
que entendió que el señor era humano y que alguna vez había poseído nombre, contrario
a lo que todos los demás en el circo creían. Era él el único de los señores con un alma
humana, era esa la razón de su visión.
Las abominaciones se arrastraron desde sus rincones sombríos en busca de otorgar
consuelo a su señor, pero este despreció su gesto, marchándose de la tienda perturbado
por la ausencia de su amada y el destino de guerra al cual se negaba.
-Mientras el señor se niegue a aceptar la guerra, el circo estará perdido, ni sus
hijos ni su pueblo tendrán esperanza en contra de lo que se avecina- Exclamó
Praescitum ante sus hermanos abominaciones.
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El circo no se detiene, el señor había hablado y todos, sin excepción debían asistir al
llamado de los mortales. Las luces una vez más se encendieron, una vez más un crimen
debía ser juzgado.
El señor yacía en su trono, inmóvil, pensativo, distraído. El público guardaba silencio,
conscientes de la ausencia de la amada, la hija y el prisionero. Nadie se atrevía a
comentar sobre la ausencia, pues el gran señor, no toleraría intromisiones; aun así, los
murmullos se escuchaban en la espera de dar comienzo a la función.
Esta vez el crimen pertenecía a dos jóvenes, ambos eran amigos de la infancia, ambos
habían crecido como hermanos. Pero el destino había escrito que era su deber separarse,
tomar caminos distintos que los alejaran y los encontraran en posiciones opuestas. El
amor no suele siempre ser una bendición, en ocasiones es néctar amargo, es causa de
desconsuelo y odio.
Era el amor la causa del odio entre aquellos jóvenes, era el amor no correspondido lo
que había causado una tragedia que rayaba en lo monstruoso. Ni la guerra había podido
ocultar la monstruosidad del crimen, pues las promesas rotas siempre estremecen a las
almas sobrenaturales y las muertes a traición conmueven aún a los corazones más
oscuros. Pobre el destino de aquel quien tiene que marchar a la guerra, pobre de aquel
quien en la guerra debe cargar consigo la promesa de volver con una respuesta a un
amor que nunca había esperado.
Fue la guerra, con sus horrores, con sus danzas de sangre y odio, quien borró las
promesas hacia un amigo y amado. Fue a su regreso, cuando volvió de la guerra a la
ciudad de la que había partido que, en un acto de ira desmedida, de aquella furia que es
prueba de la incapacidad de confrontar la verdad y la realidad, atacó a traición a quien
durante años fue su amigo y durante meses de cruenta guerra había sido su amado
humilde en espera de una respuesta.
No era la negativa lo que había llevado al joven soldado a aquel lugar, sino el acto
desmedido con el que usó su fuerza para silenciar a quien no tenía más que la necesidad
de conocer la respuesta prometida. Hubiese bastado un “No” para que este se marchase,
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pero los corazones mortales son egoístas y el joven soldado prefería arrebatarle la vida a
su amigo, antes de perder su compañía.
Era esta la razón por la que el circo se reunía. Era este el motivo, el llamado de un
moribundo traicionado por su amigo y su amado, era el llamado de un ser asesinado de
manera sucia, cuyo disparo llegó por la espalda ante el silencio que no negaba ni
afirmaba respuesta alguna. Era la indignación del alma mortal, de aquella que reconoce
su debilidad para doblegar la voluntad ajena que clamaba por justicia, que clamaba por
ser escuchado, que clamaba una oportunidad de poder lavar su honor y bailar sobre la
tumba de aquel que traicionó el sentimiento mutuo por miedo y egoísmo, pero que aún
duda que sus motivos sean justos o reales.
El circo observaba a los jóvenes quienes silenciosos permanecían en la arena. Se
contemplaban con la rabia de quienes conocen sus pecados y sus traiciones. El soldado
conocía bien su traición, aquella alimentada por el egoísmo y miedo; mientras el joven
conocía su pecado, aquel que yacía en el amor que nunca consultó y ni meditó sobre el
interés ajeno, pues solo aceptaba el impulso de su corazón. Ambos eran culpables y
víctimas de sus emociones, ambos eran dignos de enfrentarse en lucha justa para lavar
sus pecados.
Primavera se levantó, ofreciéndose enérgica para atender aquel caso que clamaba por
atención. Sin embargo, el circo observaba con cautela, pues en la función estaba en
juego algo más que solo la justicia entre los mortales, se encontraba en juego la
autoridad del señor, aquella autoridad que permitía la ausencia de una hija y la de un
prisionero. Otoño sujetó por la muñeca a su hermana, en su rostro se encontraba la
mirada de aquellos que con decisión reclaman su lugar. Pero la sabiduría y la
experiencia se hicieron presente, haciéndolos callar cuando Verano se levantó apoyando
sus manos en los hombros de Primavera y Otoño.
Grácil y suelto, casi fantasmagórico se movió como una brisa hacia el escenario,
saludando con elegancia a su padre quien observaba confiando su reinado a la actuación
de su hijo. Desde su llegada, pocas habían sido las ocasiones en las que Verano en
persona asistiera una función, he allí la razón de su apodo “El Ausente” pues de los
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cuatro reyes, era él una sombra, un fantasma que dejaba un espacio en el trono cuando
su época de reinar llegaba, posible causa de ser entre los reyes el más apreciado.
El circo respetaba, amaba y temía a Verano, quien mucho antes de su llegada al circo
había hecho un voto eterno de silencio. No existía alma entre el pueblo circense que no
admirara con absoluta fascinación el silencio perpetuo de Verano, quien aun en la
mayor de las agonías se mantenía mudo, sin emitir siquiera murmullo o nota que diera a
conocer su dolor. Era esta causa y razón de que sus espectáculos salieran de lo
convencional, pues el público se veía obligado a entender las acciones de su corazón, así
como Verano se veía obligado a elaborar espectáculos que hablaran por sí mismos sin
requerir que su voz fuese escuchada.
En la arena, los jóvenes observaban al público con estupefacción. Sin conocimiento,
más que aquel que otorga el alma sabia y eterna, enfrentaban con horror la más segura
posibilidad de un destino violento y horrendo. Sin embargo, ante el miedo que en sus
corazones hacía lugar, sus miradas se cruzaban recriminándose por faltas pasadas que
ya no tenían lugar. Quisieron llorar, pero sus corazones estaban secos, la traición era
demasiada para perdonar, pues el dolor no mide lo justo o injusto del acto, sino lo
intenso del sentimiento y sus almas era fuego puro, fuego vivo, que durante tiempo
incontable habían consumido juntos todo lo que su unión pudo ofrecer, incluso… sus
cuerpos.
Aceptaban con dura y penosa resignación su destino encarnado en aquel mimo del
horror, aquel que sonriente avanzaba sigiloso hacia ellos, levantando la arena en su
caminar. Aceptaban sin protesta alguna que no habría vuelta atrás, aceptaban que el
hombre de rostro blanco era la prueba definitiva de su ruptura irreconciliable y de un
adiós que estaría marcado por la sangre.
No había espectacularidad ante aquel crimen. En el tiempo en el que el circo había
existido, muchas habían sido las almas que se habían reunido en sus arenas para decirse
adiós mediante la sangre. Pero en esta ocasión, era la suerte negra, aquella que solo
Luna posee y a la cual condena a sus hijos lo que otorgaría lo espectacular a la función.
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Verano avanzó confiado a los jóvenes, quienes separados permanecían. El soldado de
pie observa al público, intimidado pero resistente ante la visión que delirante y
demencial resultaba; por su lado el joven, yacía en el piso, sentado con sus piernas
recogidas, en su rostro se apreciaba la mirada distante, la mirada melancólica, la mirada
de quien conoce el destino por venir. Verano se detuvo ante el joven, el circo guardó
silencio, expectante ante la función que comenzaba.
-¿Es hora?- Preguntó el joven con tono débil y cansado.
Verano no emitió palabra respetando su voto, pero su mirada y sonrisa hablaron por él,
era tímida pero clara para quien se encontraba condenado a una tragedia por venir.
-¿Me permitirías?- Preguntó el joven a Verano, quien afirmó con su cabeza- ¿En
serio no tienes nada que decir?- Dirigiéndose el joven al soldado, quien agachó su
mirada y evito dar cualquier respuesta.
Su rostro no pudo evitar el pesar, aquel que nacía de la esperanza muerta. Verano quien
era compasivo ofreció un pañuelo, secando las lágrimas del joven. Le otorgó unos
instantes para que se recuperara y luego extendió su mano izquierda, aquella hecha de
cristal, levantándolo así del suelo polvoriento e incorporándolo para que todo el circo lo
pudiese ver con detalle.
Verano llevó de la mano al joven hasta donde se encontraba el soldado, a quien también
tomó por la mano, uniéndolos en suave toque. Los jóvenes se miraron por instantes, en
una tregua que asemejaba más a una despedida, luego de eso sus miradas se apartaron y
cuando sus rostros se habían dicho adiós, entonces Verano hizo uso de su magia
colocando su pañuelo sobre las manos entrelazadas de ambos jóvenes y sellándolas en
una sola unión. Verano alzó su mano, extendió sus dedos y con un suave movimiento
sostuvo entre sus dedos, como si de arrebatarle al aire se tratase, dos dagas que
gustosamente entregó a cada joven respectivamente.
-¿Qué esperas que hagamos con esto? ¿Asesinarnos? - Preguntó el soldado con
cierto disgusto y preocupación.
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Pero Verano sonrió ante la ingenuidad del soldado quien al parecer solo conocía el uso
de la violencia como excusa para dar muerte a otros. Por lo que extendió su mano
señalando al centro de la pista.
Los tambores redoblaron, el público observó con gran expectación y cuando el último
repique finalizó todas las luces se apagaron, con excepción de aquellas que los
iluminaban a ellos y al centro de la pista. Lentamente el suelo se fue abriendo y de este
una plataforma con una jaula se levantó en los aires, dentro de ella, una criatura informe
cuyas bocas y ojos observan furiosas y acusadoras a los presentes, gruñendo, mordiendo
y rasguñando a los barrotes que se estremecían débiles y temerosos de ceder ante la
fuerza destructiva.
-¿Esta criatura es…?- Preguntó el soldado viéndose interrumpido por el joven.
-¡Nuestra culpa!- Afirmación que fue acompañada por un gesto de confirmación
de Verano.
-¿Y qué esperas que hagamos? ¿En verdad nos crees tan estúpidos para
enfrentar a tal monstruo?- Vociferó el soldado con angustia y enojo.
Pero Otoño, quien observaba desde el público en la compañía de su padre se levantó
lleno de ira con mirada fulgurante, dejando resplandecer su ojo sangriento que dentro de
sí guardaba la rabia a la humanidad.
-¡Silencio mortal! Tus cuestionamientos no tienen lugar en esta arena,
agradecido debes estar que mi hermano ha sido piadoso en la prueba a la que los va
enfrentar… de mi parte arderías en el infierno por esta insolencia…
-Calma tu ímpetu Otoño- Exclamó Asterion casi a manera de orden- Tu hermano
bien conoce los motivos del por qué ha escogido este castigo y conoce mejor aún las
emociones que embargan los corazones de estos mortales…
-¡Pero padre!
-Guarda silencio… Deja que el joven soldado exprese su angustia, es temor lo
que lo invade y no soberbia como piensas tú… Dinos joven ¿Acaso no es claro lo que
mi hijo Verano ha planteado para vuestra salvación?
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El soldado intentó pronunciar palabra, pero lo cierto fue, que sus labios temblaron
inundados por el horror que estremecía su alma al ver encarnada su culpa en aquella
bestia. Por fin comprendía el horror de lo que sus actos habían engendrado, el daño que
entre ambos se habían causado a lo que un destino distinto pudo ser. Pero el circo
siempre ha estado lleno de actos maravillosos, de eventos raros y únicos que suelen
nacer más de las almas condenadas que de los mismo eternos. Fue por esto que el joven
sonrió reconfortante al soldado alzándole el rostro con su mano libre.
-No te preocupes, la bestia solo quiere a uno de nosotros, solo deberás
esforzarte por no ser tú quien caiga.
El soldado volteó a ver a Verano, pero este se había convertido en una brisa que ahora
se materializaba al lado de la jaula dejando salir a la bestia informe que emprendía su
trote violento y monstruoso hacia sus víctimas. El instinto obligó al soldado a correr por
su vida, pero el peso del cuerpo muerto y sin voluntad del otro joven le impidió moverse
con la destreza necesaria para evitar el primer ataque.
Su brazo resultó herido, la sangre del soldado corría por su cuerpo y el veneno de la
culpa se hacía evidente necrosando la carne del alrededor. La bestia que no necesitaba
descanso y no sentía remordimiento o culpa embistió nuevamente, en esta ocasión el
soldado sincronizó su cuerpo con el del joven obligándolo a moverse en el sentido
deseado, evitando el ataque casi por obra de la suerte.
-¿Qué demonios estás haciendo?- Preguntó rabioso el soldado al joven, quien se
mantenía callado.
La bestia retomó su curso, dirigiendo su masa informe y oscura, compuesta de dientes y
ojos, de tentáculos y garras, de alas y temores hacia sus víctimas con tan solo ansias
homicidas y determinación sangrienta. Una vez más el soldado arrastró fuera del
alcance de sus culpas los cuerpos de ambos, esta vez cayeron uno sobre del otro,
dejando al soldado ver el vacío que la mirada de uno de ellos guardaba. Había el joven
renunciado a vivir y su falta de deseo sería su muerte o la perdición de ambos.
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-¿Por qué no luchas? ¿Por qué?- Preguntó el soldado al joven, mientras el joven
lo observaba con su rostro manchado de sangre del soldado quien soportaba a sus
espalda la herida y el peso de la culpa -¡Por favor, te lo suplico! ¡Lucha! No me dejes
morir solo…
Pero el joven fue indolente a las palabras del soldado, quien con la culpa a sus espaldas
soportaba el dolor de los pecados de ambos. En esfuerzo casi inhumano logró zafarse de
las fauces de la culpa, arrastrándose en la arena mientras se desangraba, descubriendo
que no había escapatoria a su castigo pues sus manos unidas marcaban el destino que
juntos deberían afrontar tal cual como siempre fue desde el día que se conocieron y se
juraron acompañarse.
Y la culpa, que es un animal sin consciencia o remordimientos, jamás se detiene ante lo
desvalido de sus víctimas.
-Dejarnos morir a ambos no borrará nuestro pasado ¡Ni tampoco nos dará un
futuro!- Gritó el soldado en desesperación mientras el cuerpo de la culpa caí sobre él en
un último ataque, cuyo resultado sería mortal.
Pero la muerte tendría que esperar. El soldado respiraba agitado, mientras sus ojos
observaban la escena de su compañero que con las manos desnudas sostenía a la bestia,
exponiéndose al dolor y la agonía que su veneno causaba. Sostenía sus fauces con las
manos, estas eran atravesada por las dagas que poseía por dientes, pues la culpa es filosa
y no existe alma que no sea capaz de atravesar o herir.
El soldado apenas era capaz de reaccionar ante la imagen de sacrificio de quien arrebató
la vida. El circo rompió el silencio, el público aclamaba al joven para que este soltara a
su culpa acabando con el soldado, pero la otra mitad del circo aupaba al soldado para
que apuñalara al joven y así la culpa tendría que comer.
El ruido ensordecedor lleno de palabras sangrientas acompañaba los rugidos de la culpa
que cada vez lograba ejercer más fuerza en sus mandíbulas, escapándose con lentitud
del agarre casi efímero del joven quien se jugaba la vida en proteger a su asesino.
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-¿Por qué?- Preguntó el soldado al joven.
-Porque es lo único que está a mi alcance, callar mis culpas…
El soldado empuñó la daga que Verano le había dado y con violencia demencial
comenzó a perforar el vientre de la culpa, mientras el joven sostenía el hocico de la
bestia. Esto fue así hasta que la bestia cayó tendida en el suelo, desangrada y con sus
vísceras esparcidas por la arena.
Al finalizar, ambos jóvenes permanecían arrodillados, ensangrentados y mal heridos
apoyando sus cabezas en el hombro del otro.
-Perdón… en verdad, perdón…- Murmuró el soldado.
-Calla, ya es inútil, deja que la culpa muera…- Respondió el joven.
El circo se silenció, todos observaban a los dos acusados, aquellos pecadores que
víctimas de su culpa habían ganado su libertad con cierta decepción. Con un chasquido
de Verano, las manos de los acusados se separaron y el circo reventó en aplausos,
celebrando su victoria, mientras estos se inclinaban uno encima del otro llorando ante
los horrores que sus acciones habían dado a luz.
Cuando el largo y tendido aplauso terminó, Asterion complacido señaló a Verano para
que este otorgara la bien merecida libertad que con sangre y dolor habían ganado. El
pueblo circense sonreía nuevamente a su señor, que por una noche más había comprado
su devoción, a pesar de la ofensa que representaba ocultar su nombre.
Verano se acercó a ambos hombres y extendió su mano al joven, quien la apretó con
fuerza y desde la arena observó el rostro blanco de Verano cuyos cabellos rojos
recordaban aquel sol rojizo del atardecer. Fue entonces que su memoria lo traicionó,
rompiendo el silencio que durante años le había otorgado la paz que trae el olvido.
-¿Padre…?- Preguntó el joven estremecido ante la posibilidad.
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El circo exclamó y guardó silencio aterrado ante la posibilidad. Asterion se levantó de
su trono estremecido y Verano soltó la mano del joven, retrocediendo con tal
nerviosismo que se permitió caer a la arena.
-¿En verdad eres tú? Esos ojos… eres tú… ¡Eres tu padre!- Dijo el joven
mientras se arrastraba en la arena hacia Verano, tocando su rostro.
Fueron las lágrimas de Verano las que confirmaron el temor de Asterion y el pueblo
circense. Era aquel el hijo carnal de Verano.
Asterion solo pudo voltear su rostro a un lado tapándolo con su mano en un acto de
dolor, mientras Primavera intentaba ocultar su llanto con sus manos, silenciando los
suspiros adoloridos que dejaban escapar sus labios. Otoño miró a su padre y este
reponiéndose tal como era su deber dio la señal que otorgó el permiso para intervenir en
la arena.
Solemne a su deber, Otoño apareció de entre las sombras levantando a su hermano y
separándolo del mortal quien aseguraba ser su hijo. El joven se levantó en paso
apresurado con la intención de no dejar ir a su padre, pero tropezó con la figura señorial
de Asterion, quien firme e inamovible, observaba inexpresivo al joven quien había caído
nuevamente en el suelo de la arena.
-¿Puedes repetir tus palabras joven mortal?- Preguntó Asterion, con cierto tono
de preocupación.
Otoño sostenía a Verano, quien observaba al joven y quien en su voto de silencio eterno
le indicaba que debía negarse a la petición de padre y señor. Sin embargo, el joven
respondió con la sinceridad más pura, la sinceridad de un hijo feliz que ha encontrado a
su padre.
-Sí, señor… ese hombre de allí- Señalando a Verano- Es mi padre…
-Entiendo…- Exclamó Asterion mientras bajaba su rostro con penosa
resignación.
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Asterion se quitó del medio entre el joven y Verano quienes sin obstáculos corrieron a
su encuentro. El joven corrió entre tropiezos, cayendo en los brazos de Verano quien
con afecto y cierto desconcierto lo recibió protector.
-¡Padre, padre, padre…! ¡Al fin…!- Exclamaba el joven mientras lloraba sin
inhibiciones, ante la mirada culpable de Verano que avecinaba un futuro manchado de
tragedia- ¿Por qué me abandonaste padre? ¿Por qué padre? ¿Acaso ya no nos amaba a
mamá y a mí? ¿Por qué padre? ¡No me dejes más! ¡Nunca más…! ¡Por favor…! No
tienes idea de lo solo que me he sentido en tu ausencia…
Primavera quien permanecía en las gradas, se manifestó en la arena al lado de su padre,
refugiándose en su pecho y dirigiéndose a él con gran fragilidad.
-¿Es necesario? ¿No hay acaso otra vía?
-Lo siento Primavera… pero me temo que no, hija mía…
El joven acariciaba el rostro de su padre, observándolo con alegría, su corazón se
estremecía al tener al frente de él al hombre que recordaba en su infancia más temprana
y al cual extrañó durante tantos años, muchos años incluso después de su partida.
Verano tomó el rostro del joven entre sus manos, observándolo directamente a los ojos
mientras que lloraba, a la vez que era interrogado por la causa de su llanto. Sus labios se
movieron en un intento de responder, pero fueron incapaz de siquiera dar un suspiro,
entonces comprendió que nada había cambiado desde el momento que se marchó años
atrás de su casa… cuando aún era mortal y no pertenecía a la noche eterna. Aún seguía
siendo un cobarde…
Pero los misterios del amor son muchos, entre ellos la fe ciega que un hijo puede
guardar en su padre.
-Cuando te marchaste, mamá no me supo responder, siempre que preguntaba
por ti me respondía que pronto volverías, así fue hasta que un día dejó de hacerlo.
Entonces comprendí que nunca regresarías, al principio ella me consolaba, era dulce y
cariñosa conmigo, pero con el tiempo también se secó y no pudo tolerar más tu
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ausencia convirtiendo su dolor en rabia. Pronto comencé a ser víctima de sus
maltratos, de sus ausencias, de sus desprecios… Mis días se transformaron en soledad,
tan solo en la compañía de tu fotografía y nada más, nadie quería estar en la compañía
del niño cuyo padre se había marchado para dejarlo al cuidado de una mujer que
entregaba su cuerpo a cualquiera que pudiese ofrecerle algo de pan y dinero. Nunca
me importó lo que mamá hiciera con su cuerpo, yo entendía que ella te extrañaba tanto
o más que yo y que los otros hombres solo eran excusas para olvidarte, pero lo cierto
era que ninguno de los dos lográbamos hacerlo… Como te necesité cuando mamá
murió… como me hiciste falta papá. No tienes idea de lo solo que estuve durante años,
sin rumbo ni nadie que me acompañara, todo era tan difícil, siempre vagando entre
malos amores y placeres momentáneos que apartaran mi pensamiento de tu ausencia.
Pero está bien… no debes llorar padre, no te odio, yo sé bien que te marchaste porque
era mucha la carga de una familia que no habías deseado y que había nacido de tan
solo un accidente. Pero ya todo está bien, no te guardo rencor, ya he crecido y ahora
estamos juntos, vuelve conmigo aún podemos ser una familia… por favor, yo hace
mucho que perdoné tu partida, vuelve…
Verano miraba fijamente al joven, buscaba dentro de sí la fuerza para siquiera suplicar
perdón, pero por más que lo intentaba era incapaz. Su alma era un reflejo débil, una
imitación de ser, incapaz de actuar conforme a su deseo y cuyo único acto de valor fue
el auto condenarse a la noche eterna aquel día en que decidió partir de su hogar,
moribundo tras haberse arrancado su mano en castigo a su flaqueza de espíritu.
-Mamá nunca te olvidó, te recordó hasta el último de sus días… ella se arrebató
la vida con tu fotografía entre sus manos, por eso nunca la pude recuperar y temía
olvidar tu rostro. Pero ahora que estás conmigo, podremos llenar cientos de álbumes y
visitar juntos la tumba de mamá…
Otoño apartó a Verano del joven, colocándolo en pie y rodeándolo con sus brazos.
Primavera se acercó al soldado quien desconcertado observaba la escena, extendió su
mano y dejó ver una semilla que creció y envolvió al soldado haciéndolo caer inmóvil
en la arena. Mientras por su lado, Asterion colocaba su mano tranquilizadora sobre el
hombro del joven quien no entendía porque era apartado de su padre.
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-Joven… lamento no poder enmendar el sufrimiento de tu vida y mucho más
cuando has superado la prueba que en este circo se te impuso por deseo de Luna y de
tu voluntad ante el clamado de justicia. Pero Verano, tu padre, no puede volver
contigo…
-¿Por qué? ¿Por qué no puede volver? ¿Acaso no desea reunirse conmigo?
-Aunque en parte esa es la razón, Verano es incapaz de regresar a tu lado por
más que fuese esa su voluntad. Él ha llegado a este lugar huyendo del mundo mortal, en
compensación a sus culpas. Culpas que tú has asesinado pero que él, al ser incapaz de
dar muerte, lo atan eternamente a este circo.
-Entonces yo las enfrentaré si así le permiten irse conmigo…
-No es tan fácil, joven. El circo respeta reglas que provienen de voluntades más
grandes que tú, él o yo… provienen de dioses caprichosos y absolutos a los cuales no
hay escapatoria y tu padre está sujeto a sus reglas, y son esas reglas las que me obligan
a darle muerte a Verano a cambio de tu vida.
-¿A cambio de mi vida? No entiendo… ¿Por qué? ¿Por qué debe morir?
-Tu padre llegó a mi atado a la deuda eterna que poseía contigo y con tu madre.
Pero ahora que lo has perdonado, no existe razón para que permanezca en el circo y es
voluntad de Luna que aquellos seres sin propósito enfrente el destino final…
¿Entiendes las razones ahora?
Su rostro mirando al suelo fue la confirmación que Asterion esperaba, por lo que sin
más nada que lo detuviese se aproximó a Verano empuñando la espada de la Justicia.
Tomó a Verano entre sus brazos y lo besó en la frente en símbolo de amor y despedida.
Verano se incoó de rodillas observando una última vez a su hijo con un gesto de
resignación, Asterion alzó la espada y aferrándose con sus dos manos a la empuñadura
asestó el golpe que daría fin a la vida inmortal de Verano.
Pero fueron las manos desnudas las del joven las que detuvieron la espada del gran
señor, espada que conoció la sangre de un hijo que a pesar de cualquier ofensa amaba a
su padre de manera incondicional.
-¿Si ofrezco mi vida perdonarías su vida?- Preguntó el joven mientras sostenía
la espada.
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Asterion bajó su arma, dejando descansar al joven quien cansado cayó en los brazos de
Verano.
-¿Por qué deseas salvar la existencia inmortal de tu padre? ¿No eres consciente
de que su razón de ser en este lugar es por castigo a una deuda que ya no posee
contigo?
-Tal vez soy ignorante de todo lo que ocurre en este lugar, pero me es difícil
concebir cualquier vida, no importa la que sea como un castigo. Tal vez mi padre haya
venido aquí por no saber cómo pagar su deuda hacia mí, pero sea la razón que sea, lo
que hace aquí no puede ser considerado maldad ni castigo…
-Explícate joven…
-Puede que padre odiara su existencia por no poder hacerse cargo de mí y de mi
madre, pero si lo que he debido vivir hoy por su mano es la tarea que el destino le ha
asignado y este ha sido el lugar que le ha otorgado paz, no deseo ser la razón de su
tortura… él me ha permitido enfrentar mi culpa y me ha devuelto la paz, es por eso que
mientras él no pueda enfrentar la suya, yo deseo otorgarle el tiempo necesario hasta
que llegue ese día, se lo suplico, permítame ocupar su lugar.
-Tu padre nunca logrará enfrentar su culpa, es nuestra naturaleza estar
atrapados por la eternidad…
-Tal vez, pero es un riesgo que deseo asumir, porque, aunque así no logre
vencerla, el hecho de saber que puede morir me da la tranquilidad que algún día nos
reuniremos y entonces… yo estaré esperándolo para recomenzar.
Verano suplicaba en su mirada que obviara las palabras de su hijo, pero lo cierto es que
Asterion era incapaz de negarse ante tal petición, pues era Luna la madre piadosa que
escuchaba las peticiones de sacrificio de aquellos corazones sinceros. Era la petición de
aquel joven, un ofrecimiento, un sacrificio por un alma sin salvación, pues los eternos
son seres condenados que no tienen lugar excepto en la noche y la miseria de una carpa
que guarda sus dolores y sus culpas.
Tal noble sacrificio, por más inútil que fuese, no podía ser negado. Esto atendía a
razones que iban más allá de la lógica funcional, atendía a razones del alma, pues no
habría paz en el espíritu de aquel joven quien después de reunirse con su padre, aun bajo
la mirada de la desgracia, era feliz y había encontrado la felicidad verdadera en su
59
decisión. Una felicidad que jamás seria conocida por los miembros de aquel circo de
desilusiones.
Fue entonces por lo que Asterion aceptó. Y ante la mirada de su hijo, como la mirada de
un padre perdonado, sacrificó al joven al filo de la espada de la justicia. Una justicia que
accionaba de maneras extrañas y que finalizaba la agonía de unos, pero alimentaba la de
otros.
-Adiós… padre- Fueron las últimas palabras del joven.
Verano intentó interponerse entre la espada, pero Otoño se lo impidió. Un grito mudo
llenó el circo, estremeciendo el alma de los presentes, el pueblo circense calló y
lentamente se retiró, sin saber si la justicia que hoy habían blandido era bendición o
castigo. Cuando el cuerpo del joven estuvo sin vida, Primavera liberó al soldado quien
corrió a reunirse con su amigo y amante, pero que fue alejado con un gesto brusco del
brazo de Verano quien con mirada acusadora e iracunda lo observaba. Asterion se retiró
sin pronunciar palabra alguna, no sin antes observar a su hijo, quien de manera
incompresible para el resto de los presentes le hacía saber el dolor que su alma
experimentaba ante el cumplimiento de una decisión que rebasaba sus lógicas y deseos
pero que no negaba su desprecio.
Consciente de la rabia de su hijo, Asterion se desvaneció de la arena, dejando a Verano
con el cuerpo frío de quien alguna vez fue producto de su vida mortal, vida de la cual
huyó. Mientras Primavera refugiaba entre sus brazos al soldado, guiándolo de vuelta a
la tierra de los hombres y llenando su cuerpo de los néctares del olvido que borrarían
cualquier recuerdo de su amor, como el único acto posible de compasión posible en
aquella noche de pesares.
Solo y conmovido, con su cuerpo muerto, quedó Verano tan solo en la compañía de
Otoño quien con sentimiento de culpa observaba llorar a su hermano.
-Yo…- Intentó excusarse Otoño, sin encontrar palabras adecuadas que
justificaran el haber sido cómplice del accionar de su padre.
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Verano no se inmutó y la única emoción que ofreció, fue una mirada humana de un
padre cuyo hijo fue asesinado ante sus ojos. Así, Otoño guardó silencio refugiándose en
el abrazo frágil de Teddy que inocente procuraba protegerle consciente de lo que este
evento devolvía en el tiempo a Otoño.
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CAPITULO IV
“Un Escenario Vacío”
archaba en silencio el pueblo circense, aquel que honra a Luna y que sirve
al señor de la máscara de marfil. Marchaba el pueblo de Luna, que con
pesar llevaba consigo el cuerpo de quien no tiene cabida entre mortales ni
eternos.
Es su padre Verano, quien camina en eterno silencio al lado mientras el resto del circo,
en procesión solemne lleva al difunto a su última morada. Aquella morada que habrá de
servir para su descanso, un descanso en una eternidad mágica y de pesadillas, pues es su
alma extraña a los hombres y ajena a los eternos.
Lloraba el pueblo por no saber si su veredicto era correcto, lloraba el pueblo por haber
dado muerte a un alma pura, una de esas que pocas quedan, una de esas que ya no
reencarnan. Guardaba silencio el pueblo, pues no existía consuelo para el padre que con
nueva deuda debía existir en la noche eterna con el recuerdo de su hijo muerto.
Marchaban sin detenerse a la morada de Luna, a aquel jardín de recuerdos eternos en
donde los espíritus de hombres y eternos descansan como fantasmas ausentes de su
tragedia. Sonríen los fantasmas a la llegada del cuerpo, pues desconocen que hoy
camina la desgracia, sus mentes enajenadas les obligaban a repetir la felicidad que son
lágrimas para los hombres.
Todos lloraban con humildad y sinceridad a la tumba del joven, mientras sus corazones
se quebraban ante el llanto silencioso de Verano, quien sostenido por sus hermanos
tomaba la tierra entre sus manos negándose a la despedida de su único hijo. Lloraba
como lo haría un mortal, lloraba con el alma que le entregó a Luna, lloraba con el
silencio del culpable, lloraba ante la impotencia de no poder cambiar el recuerdo del
caído. No había consuelo para su alma, ni siquiera el abrazo de los hermanos, quienes
con sus ropas negras y su maquillaje corrido estrechaban a su hermano Verano en un
intento inútil de calmar el alma que sufre.
M
62
Tocaban tristes y desconsolados, honraban al que se marchaba y que ni siquiera
pertenecía a su carpa, dolía más la partida del extraño que la de cualquier conocido,
pues con su mirada se marchaba una virtud que ninguno de los presentes había poseído
en vida mortal.
Incluso las Estrellas brillaban tímidas, mostrando sus trajes más opacos guardando sus
respetos. Luna resplandeció en el cielo, no sonríe ni aplaude, solo observa en silencio
perpetuo, preguntándose en qué momento comenzó aquella tragedia para los hombres y
por manos de quién…
Pero la pena es mucha, el bosque no soporta los gritos silenciosos de un padre que llora
la muerte de un hijo, es por eso que envía a la lluvia. Pero ni su danza de gotas logra
callar los gritos del alma, en su lugar solo quedan rostros tristes, con maquillaje corrido
y expresiones de pesar.
Luchan los hermanos por sostener a Verano mientras el cuerpo desciende a su última
morada, luchan porque lo deje ir al ataúd que lo llevará a la oscuridad perpetua que
brinda la tierra a los difuntos. Y cuando la lucha termina, ya no hay música, ya no hay
lamento, ya no hay lágrimas que puedan calmar el dolor.
Quién sabe lo que lo llevó a tal acto, tal vez la culpa, tal vez el dolor, tal vez el amor, tal
vez nada… solo tal vez… aun así, vestido de luto, el padre del circo, el hombre de la
máscara de marfil se personificó brindando sus respetos al caído y buscando
congraciarse con su hijo. Pero no hubo respuesta alguna ni de su pueblo ni de sus hijos,
quienes con indolencia se marcharon sin mirar atrás dejándolo solo en medio de la
lluvia en compañía de la tumba de su más reciente crimen.
Fue así que el señor del circo cayó de rodillas sobre la tumba lamentándose como si de
la muerte de uno de sus hijos se tratase. Sus gritos se escucharon a través del bosque,
cabalgando a los oídos de quienes se marchaban sin que estos dieran marcha atrás. Solo
Otoño retornó, recibiendo a su padre en brazos quien se lamentaba como un niño,
siendo él en esta ocasión el hijo.
63
No hubo palabra, en su lugar, solo el silencio consolador que buscaba apaciguar el
lamento de un padre que se lamentaba por el dolor de su hijo. Fue así como terminó la
lluvia, fue así como terminó el funeral, ante la mirada fría de las Estrellas que se
marcharon sin ofrecer redención alguna y ante los ojos tristes de Teddy, quien tendido
en la tierra lodosa observaba a su amo y al señor del circo fundidos en un abrazo de
dolor.
Marchó en soledad el señor del circo, pues su hijo quedó tendido en el lodo
observándolo sin respuestas a su dilema y dolor. Marchó a la carpa que había visto
morir al joven y a tantos otros, marchó solo al encuentro con su soledad, pues el pueblo
se había ido negándose a acompañar a su señor.
Fue así que se encontró con una arena vacía y unas gradas llenas de ausencia. No había
espectáculo, no había público, no había brillo, únicamente soledad…
Y con resignación a su pecado, se sentó en las gradas de los espectadores, renegando de
su trono, renegando de su poder, buscando el placer efímero de no ser él. Pero no hubo
tal placer, no hubo tal calma para su corazón herido que lo arrastraba como a una vil
sombra, lamentándose en los rincones de aquella carpa solitaria.
El tiempo transcurrió, la lluvia no calló y siguió cantando desde el cielo hasta la tierra.
Los eternos se refugiaban en sus carpas lejos del señor, observaban a la lluvia caer,
observaban al cielo lamentarse.
A su retorno, Verano no había vuelto a actuar, permanecía inmóvil en una esquina libre
de cualquier señal de vida, libre de cualquier demostración de espíritu o alma.
Primavera quien lo había acompañado en todo su marchar, lo observaba desde el suelo a
la entrada de la carpa mientras veía la lluvia caer, tan solo en la compañía de Otoño
quien dé pie sostenía a Teddy en abrazo ligero.
-¿Crees que estará bien?
-¿Quién? ¿Padre o Verano?
-Ambos… me encuentro preocupada de las consecuencias de esto… ¿Tú crees
que…?
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-No, Verano sería incapaz de tal cosa, aun así debemos esperar. No podemos
forzarlo a que olvide lo que hoy ha vivido, ha nacido nuevamente después de todo
¿Sería justo pedirle servir?
-¿Pero Padre…?
-Padre es el señor de este circo, es su deber soportar la carga que sobre sus
hombros recae, ya encontrará como conciliar diferencias con sus hijos… siempre lo ha
hecho y debemos confiar que seguirá haciéndolo.
Pero el circo es cruel con sus habitantes, porque el silencio después de la función trae
consigo el pesar de saber lo que la ilusión de la grandeza es para quienes presiden el
espectáculo. Es Asterion víctima de su grandeza, es víctima de las ropas que lo hacen
amo y señor… vive y existe para sostener al circo, sin que nada lo sostenga a él, sin que
nada se apiade, sin que nada sane su corazón herido o borre los recuerdos vividos de
pasados distantes que aún existen en su presente.
El escenario vacío hacía eco a su llanto, a ese llanto que busca ocultarse bien sea por
orgullo o pena con otros o consigo mismo. Pero las verdades de ese tipo no pueden ser
silenciadas. Cuando el corazón habla este se hace escuchar, incluso cuando no deseamos
escuchar.
La lluvia continuaba, las nubes ocultaban a las Estrellas y Luna danzaba discreta en el
cielo nocturno viendo a sus hijos lamentarse por penas de arrogancia y gloria. El circo
era triste, estaba vacío y en su soledad no había consuelo como en aquellos espectáculos
en donde condenados conseguían la redención. Era triste el destino del señor, del gran
señor Asterion que sin esperanza alguna debía asumir la tarea de ser la vida del circo y
la esperanza de los hombres.
Nadie nunca daría gracias por los horrores que debía soportar, nadie nunca daría gracias
por las penurias que ser el señor implicaba para su alma. Vivía en soledad con su circo y
sus glorias, que no eran más que recuerdos de momentos ilusorios, vividos para los
mortales, pero fugaces para los eternos.
Y en esa eternidad de pesadez y dolor retiró su máscara, intentando librarse de esa
pesada carga que le otorgaba el título de “Asterion”
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Respiró profundo con sus manos desnudas, aquellas que alguna vez tocaron la arena del
desierto bajo el sol ardiente con un corazón lleno de propósito. Ahora, solo recostaba su
rostro en sus manos en llanto profundo y desconsolado, llanto que alguna vez fue
sostenido por las mismas manos negras en tiempos más antiguos.
Y cuando ya había llorado todo lo que podía ser llorado, tomó su máscara para volver a
ser el gran señor. Pero el pulso nervioso de aquellos quienes con temor visitan su
corazón lo llevó a arrojar su símbolo de autoridad, quedando desnudo y vulnerable por
instantes y segundos, dejándolo sin su ser. Sin embargo, fue la mano elegante y grácil la
que sostuvo la máscara de tocar la sucia arena que tanto Asterion protegía pero que
tanto desconocía la pesada carga que para su alma representaba.
Fue un rostro humano el que con asombro y temor miró la mano amable que sostenía la
máscara y se la devolvía sin objeción. Fue una sonrisa de un rostro maquillado y ojos
tristes la que le devolvió su grandeza al señor, apartándose con respeto y humildad sin
buscar hacer pretensiones del secreto que ahora poseía.
El señor observó a su acompañante, aquella joven de rostro blanco y traje triste que con
su paragua hacia equilibrio sobre la gran esfera de cristal que contenía a su acompañante
y amigo de la eternidad. Sus nombres eran Minos y Gulas, la equilibrista y el hombre
pez.
Minos retrocedió sobre la esfera hasta el centro del escenario, en donde se sentó y se
dedicó a mirar el rostro de Gulas quien nadaba inquieto observando el rostro humilde de
Minos.
-No debe preocuparse… su secreto está a salvo- Dijo Minos con sonrisa tímida
y una tristeza en la mirada.
-Ciertas verdades no son de interés para nadie, el rostro humano del señor no es
de interés para nadie, la conmoción del pueblo sobre su nombre solo es otro juego más
de aquellos tantos que ha visto la arena- Dijo Gulas nadando con gracia y girando sobre
sí mismo.
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Asterion tuvo el impulso de colocar su máscara, de embestirse con su poder
nuevamente, pero ante tales palabras desfalleció. Su espíritu cansado le pidió una
bocanada más de aire, antes de ser nuevamente apresado detrás de aquel rostro de marfil
eterno.
-¿Por qué no les interesa quién soy?- Preguntó Asterion sosteniendo la máscara
entre sus manos con expresión cabizbaja.
-¿Y por qué debe importarle el rostro de su señor a un pueblo que tanto le debe?
Hemos caminado a su lado apartándonos de los dolores del mundo mortal…- dijo
Minos.
-Y aunque bien es cierto que este mundo está lleno de oscuridad y pesadillas, no
todos desagradecemos su bendición, pues son los ojos de quien ve quienes encuentran
la belleza de esta existencia oscura y demente- Continuó Gulas las palabras de Minos.
-Negar que su llegada a nuestras vidas representó una extraña sensación, una
emoción aterradora que helaba los huesos y petrificaba el alma sería mentir… no
obstante, esa sensación nada tenía que ver con un castigo, pues en nuestro caso…- dijo
Minos
-Representó una oportunidad y es que, aún los condenados, aquellos que sirven
por eternidades que acabarían con tan solo algo de voluntad, deben dar las gracias por
lo que este escenario de horror nos ha dado- Continuó Gulas las palabras de Minos.
-El horror habita en los corazones de los hombres y los eternos, a pesar de la
realidad de que somos la justicia, porque está no es una virtud propia de la naturaleza
del existir- Dijo Minos apoyando su mano sobre la esfera y viendo como era
correspondida por Gulas.
-Aun así, el señor no debe lamentar más la desgracia que hoy pesa sobre sus
hombros, pues este es el precio justo a la felicidad de quienes con orgullo y amor lo
llaman padre y señor…- dijo Gulas sonriendo Mientras apoyaba su mano del cristal
sobre la de Minos.
-¿Y es justo ese precio cuando soy yo la causa del llanto?-Preguntó Asterion
consternado.
-Todo precio es justo en la medida que traiga el sufrimiento, no existe felicidad
completa ni absoluta, no existe mundo perfecto que sea eterno e inalterable. Aun los
dioses son víctimas del cambio y el cambio es sufrir como precio a existir fuera de la
nada y el orden perpetuo- Dijo Minos alzando su rostro hacia Asterion
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-No puede haber felicidad sin sufrimiento, bien es cierto que existen quienes
gozan de la felicidad de maneras insólitas, sin aparente repercusión o pago alguno, son
los corazones moribundos quienes conocen el verdadero valor de un rayo de sol o de
una oportunidad de amar así sea en el infierno…- Continuó Gulas sonriendo a Minos.
-¿Cómo ustedes?- Preguntó Asterion colocando su máscara y retomando su
semblante señorial.
-Tal vez…- respondieron Minos Y Gulas sonriendo con complicidad.
-Ya veo… ¿Son felices incluso en este infierno?- preguntó Asterion curioso e
inquisitivo.
-Sí, señor… si lo somos, lo somos más que nunca, porque aún tenemos la dicha
de, aunque sea sufrir juntos en la eternidad- respondieron cómplices Minos y Gulas
-Deberían marcharse… sería una lástima que su condena en este infierno
llegara a su fin cuando la Estrella toque tierra- Dijo Asterion disimulando su regalo de
libertad.
-El señor estuvo allí, aquella noche de lluvia en el puente, para un suicida y una
víctima de la desgracia que le acarreo el suicida en su intento estúpido de salvarlo…-
Dijo Minos a manera de agradecimiento mientras era observada con calidez por Gulas.
-Así que lo menos que podemos hacer, es que Minos y Gulas estén para el
señor…- Dijo Gulas despidiéndose mientras Minos acompañaba su reverencia.
Pero la Estrella no era la única desgracia que amenazaba la existencia del circo. Los
odios de los profanos son desgracias tangibles y poderosas que arrastran a todo consigo
en la búsqueda de la satisfacción de sus placeres. Es Thartaros la demostración y prueba
de voluntades oscuras que de remordimientos no conocen.
Es Thartaros quien había marcado el destino del circo al devorar el Hada y marcaba el
camino para los otros señores que no tardarían en acudir para saldar antiguas deudas con
quien blande la espada de la justicia. Era el momento de la venganza, las puertas del
infierno habían sido abiertas, habían sido abiertas con la sangre del faro.
La familia lentamente se reuniría. La llegada de uno de los señores estaba decidida, pues
Thartaros había clamado por venganza y el señor, quien al igual que Asterion nunca
falta a su palabra, no se marcharía hasta cumplir el pacto realizado.
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El pueblo se reunía ante el miasma infernal que avanzaba de entre las sombras del
bosque. Observaban con delirio y perturbación las sombras siniestras que se
aproximaban, trayendo consigo la perdición y la podredumbre. Para muchos que, almas
jóvenes eran y quienes desconocían las guerras de los señores, tales imágenes le
resultaron horrendas pues con ellas venían los ojos determinados de quienes no temían a
perder ni la vida misma.
Sin embargo, la invitación al señor del circo no había sido hecha. Y sería los gritos de
dolor y agonía de su sangre los que advertirían de la presencia del circo hermano.
Yacía Invierno de rodillas, con su cuerpo torturado y las ropas rasgadas. Su mirada
perdida era prueba del horror que había vivido, su sangre brotaba libre amenazando con
llevarse su vida, pero el castigo no había terminado. Una espada empuñada por una
mano siniestra y desfigurada se clavó en su hombro y ante este acto, su única opción fue
arrojar el grito de dolor y espanto que inundó el bosque y los rincones del circo.
La furia del señor no se hizo esperar. El pueblo circense reaccionaba con horror,
temiendo ante la furia de su maestro, pero temiendo más ante lo que sus ojos veían.
Desconocían que almas insensatas serían capaces de desafiar a quien blandía la espada
de la justicia. El señor de la máscara de marfil apretó su puño con fuerza, reconociendo
los gritos de su sangre quien en profunda agonía lo llamaba con desesperación en busca
de su auxilio.
Gulas y Minos lo vieron marcharse de un salto que lo elevó al cielo nocturno.
Permanecieron silenciosos por instante, en medio de la soledad que la arena les proveía,
guardaban dentro de sí con sonrisas disimulada la confirmación de su temor.
-¿Ya ha llegado tu fin?- Preguntó Gulas
-Pronto… pronto mi amado Gulas- Respondió Minos.
Una segunda espada se levantó por los aires, la mano que la empuñaba la sujetaba con
firmeza, dejándola caer hacia el cuerpo vulnerable de Invierno. El pueblo circense
observaba inmóvil e impotente, pero el señor de la máscara de marfil detuvo el avanzar
de la filosa espada con su mano desnuda.
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Su sangre se derramó sobre Invierno quien con sorpresa lo contemplaba llena de
agradecimiento y dolor. Asterion sostenía en duelo de fuerza la espada, confrontando
rostro con rostro a su adversario quien lucía sereno y calmado su imagen desfigurada
por las quemaduras y su cuerpo mutilado por las numerosas espadas que lo atravesaban.
La horrenda criatura empuñó otra de las espadas, arrancándola de su cuerpo y
abalanzándola sobre Asterion quien con un movimiento rápido y fugaz repelió el ataque
con la espada de la justicia, obligándolo a retroceder.
-¡RÁPIDO! ¡LLEVEN A SU HERMANA AL INTERIOR DE LA CARPA!-
Ordenó Asterion con total determinación a Otoño y Verano quienes acataron las ordenes
sin discusión alguna.
El ataque no terminó, la criatura salida de pesadillas se abalanzó nuevamente. Pero fue
una voz burlona, serena y demente quien detuvo su andar, reclamando su reverencia
absoluta, obligándolo así a colocar rodilla en tierra y guardar respetos.
El miasma comenzó a disiparse, de ella las figuras espectrales comenzaron a dibujarse,
dejando ver la podredumbre y la miseria que guardaba. Rostros sombríos y almas
perturbadas se personificaban frente al pueblo circense, acompañados por la silueta
familiar de Thartaros quien complacido sonreía. Sin embargo, no fue la presencia de
Thartaros lo que hizo dar paso atrás a Asterion.
No más alto que Asterion, vestido de negro y blanco, con su cuello abundante de
elegancia y adornos, con su cabeza tapada y su rostro blanco, de ojos demenciales y
fúricos, se personificó un hombre delgado y sonriente que descansaba sobre una gárgola
de monstruoso tamaño a cuya presencia lo único que Asterion pudo pronunciar fue:
-¡TRISTAN…!
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CAPITULO V
“Decisiones”
abían transcurrido las lunas y los soles para los hombres, el bosque de la
noche eterna era testigo de la guerra que amenazaba con dar inicio. El circo
se refugiaba temeroso en la arena bajo la custodia de su señor, mientras
confiaban sus vidas a la protección de Verano que sacrificado permanecía inamovible
en lo alto del circo usando su magia para crear una cúpula protectora de cristal cuyo
precio era su preciada vida.
En las afueras, Tristán y sus hijos se reunían en danza macabra, degustando como
trofeos a aquellos que no lograron refugio seguro. Confiado, Tristán levantaba la guerra
de manera silenciosa, quebrando el espíritu del pueblo que observaba desde el interior
de la cúpula los horrores cometidos a los cuerpos de los caídos.
Imágenes horrendas eran el espectáculo de quienes temían por su inmortalidad.
Observaban como la carne de los fallecidos servía de alimento y diversión para las
depravaciones de quienes moraron alguna vez en el infierno. Tristán reposaba sereno y
sonriente sobre el cuerpo de Argus, quien pétreo y eterno permanecía quieto
custodiando a su señor, sus hijos se reunían a su alrededor celebrando los horrores que
el pueblo circense con deleite practicaba.
Las sombras cantaban y reían, algo en la presencia de Tristán las animaba a no guardar
decoro. Desde su llegada tres noches atrás, las sombras se habían vuelto irreverentes y
ofensivas, se burlaban de quienes permanecían presos de su refugio. Amenazaban con
tentaciones y burlas de sueños y deseos ocultos, desgastando los corazones que en
ocasiones se sumergían en llanto ante la desesperación.
Asterion conocía bien las intenciones de su hermano, pero no complacería su deseo de
guerra, era por eso que permanecía firme al frente del fuego. Observaba con
detenimiento la hoguera, rezando a Luna que la vida de Verano fuese lo suficientemente
eterna para brindar protección a los inocentes que en la arena se refugiaban.
H
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Placeres de la carne, placeres del hambre, placeres del juego, placeres de la oscuridad
eran saciados profanando la carne de los caídos. No había horror concebible a las afuera
del circo, era tierra de pesadillas y oscuridad, era ahora la luz una visitante tímida y
discreta que guardaba silencio por el temor al señor de las sombras.
Argus, quien servía de trono a Tristán, era el sirviente pétreo. Había sido concebido
junto con el señor de las sombras, su figura monstruosa no tenía otro propósito que ser
la fuerza y la garantía del reinado del más macabro de los señores. Era Argus la razón
de que la traición no hubiese llevado a lecho de muerte a Tristán, pues Argus quien
siempre es observador, cuidaba en todo momento de su amo. Siempre pétreo, siempre
eterno, siempre vigilante era una criatura concebida en el fuego negro del infierno,
aquel proveniente de la oscuridad misma, de las pesadillas de los hombres y del dolor de
los eternos. Cuerpo de horrores, era Argus la obra de un artesano desconocido, obra
cuyo cuerpo rebasaba al más alto de los hombres e igualaba a una casa, cuyos brazos
arrastraban hasta el piso, brazos provistos de garras al igual que sus pies, que junto a su
larga cola alimentaba el temor que infundía su rostro demoniaco y animal, aquel rostro
con hocico exhalante de fuego y ausente de consciencia.
Pero aquel circo de horrores guardaba otras pesadillas dentro, y es que lo hijos de
Trsitán no distaban de las imágenes más impensables que un alma pudiese concebir.
Amanecer era el maestro de las armas, era el señor traga espadas y contorsionista
estrella, su cuerpo atlético, de músculos marcados y facciones retorcidas había sido
forjado en el fuego por su propio padre mortal quien había sido responsable de sus
marcas eternas. La ira lo llevó a conocer a Tristán, quien con perversión le ofreció la
venganza a cambio de un precio, desde entonces Amanecer juró lealtad absoluta
ofreciendo su cuerpo y su voz. Los más antiguos del circo aseguran que fue Amanecer
mismo quien con sus manos arrancó su propia lengua y luego se arrojó a la forja
ardiente en donde incrustó las espadas que hasta el día de hoy adornan su cuerpo
marcado por las llamas. Sus ojos blancos y la máscara que cubre su boca son la prueba
de la lealtad a su señor, no existe ser más leal a Tristán después de Argus que
Amanecer. Aquellos quienes ingenuos han aspirado al trono han conseguido su fin a
manos de Amanecer, cuyos destinos han sido las gargantas cortadas y los cuerpos
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desolladas por el filo de sus espadas. Tristán posee más de una sombra, y es esta sombra
quién vigila, quien asesina desde la oscuridad perpetua a quienes amenazan.
Atardecer era el segundo de los hijos de Tristán, un hombre por demás hermoso que
destacaba entre la podredumbre del infierno en donde moraba su señor y padre. Era su
belleza el mayor de sus talentos, sus facciones delgadas casi angelicales, sus largos
cabellos rubios que ondeaban con ligero movimiento, sus profundos ojos azules, sus
labios negros y amplia sonrisa, su figura delgada y esbelta envuelta entre ropas viejas y
desgastada de seda que emulaban a los antiguos trovadores y que persiguen mantener
grandezas olvidadas eran causa de envidia entre los miserables que lo rodeaban. Había
llegado a la carpa tras ser objeto de una venganza, culpable de una traición, la víctima
había entregado a cambio a su primogénito menor con tal de ver correr la sangre de
Atardecer. Nunca imaginaron que su maldad fuese tanta como para librarse de su
castigo logrando dar muerte al solicitante de aquella venganza, hecho que Tristán no
pudo obviar y que ante el dilema de cumplir o no con su palabra, le ofreció un puesto en
su circo si demostraba tener un talento aparte de solo la oscuridad en su alma. Para su
suerte, resultó ser un talentoso arpista, entonces se unió a la banda del circo tocando
durante las noches infernales melodías para su padre a la vez que conspiraba como
arrebatarle el trono.
Mediodía por su parte fue un accidente. Maestro de bufones y payasos, es la víctima
pura de la locura. Es un alma infantil olvidada por una madre en medio de su venganza,
había sido esta una solicitante que en su afán de ver sangre y castigo olvidó a su hijo en
la arena perversa al encontrarse satisfecha. A pesar de los intentos de Tristán, no hubo
devolución posible, la mujer había descubierto por sus propios medios que la venganza
era un plato amargo y venenoso, causa de su suicidio. Fue por lo que Mediodía creció
bajo los cuidados de Tristán, resultando ser hábil para la risa y las payasadas… su mente
se volvió un lugar retorcido y oscuro, donde el niño que habitaba en él se negó a crecer
torciéndose en algo cuya forma era la de un bufón esquizofrénico empático con las
alimañas y pestilencias. Siempre sonriente, siempre amable, siempre plácido, su rostro
blanco de amplio y exagerado maquillaje corrido por sus innumerables histerias
escondía la verdadera locura y oscuridad de su alma, que a pesar de su cuerpo
desnutrido y débil arrastraba consigo la alegría muerta de aquel símbolo de poder
otorgado por su padre: el traje de bufón blanco y negro, de gorro bifurcado con
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cascabeles gigantes en forma de calavera y claro esta… el cadáver eterno de la madre de
la ratas, el cual nunca se apartaba de su puño y era el juguete de su preferencia.
Noche, maestro malabarista, acróbata y equilibrista, era el más joven de los hijos.
Hombre fracasado en vida, había llegado al circo obsesionado erróneamente exigiendo
venganza en contra de sus progenitores, a quienes culpaba de su inutilidad. Lo cierto fue
que al final de su venganza, consiguió con que su único talento era destruir, era incapaz
de algo más en la vida que no fuese dar muerte. Por lo que convencido que el circo era
su lugar, se sometió a los caprichos de su padre siendo todavía un mortal, fue así hasta
que su cuerpo desvaneció y fue merecedor de su eternidad la cual sería honrada en su
traje: un faldón blanco hasta los tobillos con su pecho descubierto, brazaletes dorados en
sus tobillos y muñecas, pies descalzos y una máscara blanca sin expresión más allá de la
que sus ojos dejaban saber, su cabello negro recogido en un moño ajustado y preciso y
una esfera luminosa que siempre lo acompañaría, fuente de su poder cambiante e
impredecible. Los resultados fueron un tanto controvertidos… pues el ser resultante era
el joven y el artista, el hijo y perturbado, el que codiciaba el trono y que juraba lealtad…
pobre alma.
En lo que respecta a su señor, Tristán no era otra cosa que la oscuridad, era la sombra
perpetua que acechaba a cada miembro del circo. Ninguno de los que servían, con
excepción de Argus era lo suficientemente antiguo para recordar cómo había nacido.
Pero de algo estaban seguros, su padre no era un hombre de fiar, aunque su palabra era
eterna y sagrada, también su venganza carecía de piedad. Mas valía estar en conflicto
con la justicia que con la venganza, pues Tristán no conocía el límite para obtener la
satisfacción a su deseo, hecho que debía aceptar y atender cualquiera que solicitara sus
servicios no importaba si era mortal o eterno. De lo contrario, la última imagen que
verían sus ojos después de una agonía indescriptible, sería la de un Pierrot de rostro
demencial y maquiavélico, de grandes ojos rojos y labios negros, siempre vistiendo su
gorro negro al ras de la cabeza que destacaba sus largas, pronunciadas, puntiagudas y
bestiales orejas; siempre vistiendo con elegancia su traje blanco de una sola pieza, de
grandes botones de algodón y de cuello adornado de lujos y exageración, con sus
guantes negros y sus zapatillas de punta enrollada y claro esta… siempre en compañía
de Argus, el accesorio más importante de todos.
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La hoguera ardía, sus llamas iluminaban los rostros largos de quienes se refugiaban de
la oscuridad encarnada. Estaba aterrado el pueblo circense, terror que no venía de los
miedos del alma sino de reconocer la mirada de aquellos que son capaces de entregar
todo a cambio de sus placeres. Sabían bien que ellos no renunciarían a su propósito,
ellos al igual que el circo, honraban a su padre quien había venido con único fin: dar
muerte a su señor por petición de Thartaros.
Asterion callaba, no había emitido palabra alguna desde que ordenó la retirada. Sus ojos
habían vuelto a la normalidad, ocultando el miedo que había experimentado al ver la
figura de su hermano cuando emergía del miasma infernal. Eran demasiadas lunas las
que habían transcurrido desde su último encuentro, en el cual, Asterion mismo junto a
sus otros hermanos lo habían encerrado en el infierno en una alianza producto de su
último juego de guerra.
Los señores son aliados y enemigos, esto es así en su ciclo eterno de caprichos y
demencias lunares. No hay voluntad ajena a su madre, ni siquiera, aquellos renuentes
que osan honrar a Sol, pues en esta tierra Sol está muerto y solo los mortales son prueba
de su existencia. Ningún milagro de Sol proviene de esta tierra, solo aquellos que cruzan
la puerta, son capaces de desafiar la autoridad de Luna, quien en ocasiones hace caso
omiso por diversión morbosa en disfrute de la traición de alguno de sus hijos. Era este el
caso de Thartaros quien con sus acciones obraba a favor de la Estrella sin siquiera
saberlo.
El tiempo transcurría, el pueblo de Asterion aguardaba entre silencios y llantos, a la luz
de una hoguera que marcaba su existencia. Era esa hoguera tal vez la magia de su señor
que marcaba la distancia entre la muerte y la vida, pues su luz era lo único que mantenía
alejada la oscuridad que en el alma de Tristán habitaba. Con cada segundo, la vida de
Verano se extinguía, pues a pesar de su eternidad, ciertos dones lunares son capaces de
dar muerte incluso a los inmortales.
Verano había levantado un domo que protegía al circo, un domo cristalino, magia
producto de su mano de cristal y que estaba atado a la esencia de su ser. Cualquier daño
al domo sería un daño directo a él, esto era del conocimiento de Tristán, quien a pesar
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de todo ordenó a sus hijos y a su pueblo que no atacaran pues la guerra era otra y el
deseo de venganza de Thartaros era otro.
Invierno ya había recuperado la conciencia, descansaba en brazos y cuidados de
Primavera quien por vez primera ya no sonreía. Sus ojos reflejaban una preocupación,
posiblemente vinculada con el destino de Verano quien se jugaba todo ante la
inactividad de su padre para proteger a su pueblo, esto fue un hecho claro para Invierno
quien no logró dejar de ver los ojos resplandecientes de su hermana que contemplaba el
fuego de la hoguera ante la cual su padre permanecía.
Por su lado, Otoño no descansaba, caminaba de un lado a otro en la espera de la orden,
en la espera de aquella palabra que iniciara la guerra. No conciliaba perdón alguno a la
ofensa en contra de su padre, en contra de su hogar y en contra de su sangre. Otoño e
Invierno eran hermanos, pero también enemigos, pues esta jamás había sido admiradora
de sus imprudencias y excesos de temperamento. No obstante, Otoño ardía en furia ante
el daño que su hermana había recibido, la tortura era prueba irreprochable de un desafío.
-¡Asterion! ¿Cuánto tiempo piensas esconderte? Es de mala educación no
recibir a la familia…- Exclamó Tristán con suspicacia, permaneciendo recostado en los
brazos de Argus.
Otoño se aproximó acelerado a su padre, quien permaneció de espaldas ignorando la
presencia de su hijo.
-¿CUÁNTO MAS PIENSAS PERMITIR QUE SE BURLE DE NOSOTROS?
¡DEBEMOS IR A LA GUERRA!- Vociferó Otoño con la ira ardiente fulgurando en su
ojo izquierdo.
-¿Guerra? ¿Acaso tu imprudencia no te permite ver su juego? No tienes idea de
lo que pides, no durarías un segundo ante su presencia…- Dijo Asterion sereno y casi
ausente, con su mirada clavada en la hoguera.
-¿QUE DEBO ENTENDER? ¿QUÉ TIENES MIEDO? ¿QUE DEJAS QUE
UNO DE TUS HIJOS SE SACRIFIQUE POR PROTEGER AL PUEBLO QUE TE
NIEGAS A PROTEGER TÚ?- Replicó Otoño apretando su puño con fuerza ante la
mirada de desconcierto de los presentes.
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-Es mi deber proteger a este pueblo, no el tuyo… si he permitido que Verano lo
proteja es porque seguramente tiene la capacidad de la que tu careces… ahora muerde
tu lengua y calla tus imprudencias- Dijo Asterion inalterable.
-¡DARÍA LA VIDA POR MI PUEBLO! ¡DARÍA MI VIDA POR TÍ! ¿EN DONDE
ESTÁ EL VALOR DEL SEÑOR QUE JUZGA A TODOS EN LA ARENA?- Gritaba
Otoño en una mezcla de indignación y furia.
-Ese señor sigue parado frente tuyo… - Respondió Asterion imperturbable.
Pero Tristán no era ajeno a la disputa familiar, así como tampoco se encontraba limitado
por los dones de Verano, pues su magia aunque poderosa no es nada comparado a los
dones de las encarnaciones, quienes rigen los circos y cuya naturaleza inhumana los
coloca muy por encima del resto de los eternos. Fue así, que silenciosa avanzó una
sombra desde los pies de Argus, sombra rastrera y asesina que se movía con sigilo entre
árboles y sirvientes, ocultándose de las miradas del pueblo de Asterion que atentos
observaban la disputa entre padre e hijo.
La cúpula no fue obstáculo, pues la magia del señor de las sombras responde a arcanos
muchos más siniestros de los que Verano conocía. Cuando todos se percataron de su
presencia fue muy tarde, la sombra apretaba el corazón de Otoño con malicia y
determinación homicida, mientras la voz de Tristán retumbaba en las paredes del circo
como si se encontrase allí.
-Deberías escuchar a tu padre, niño insolente… Los hijos quienes alzan la voz a
sus padres suelen desconocer el coraje verdadero, la juventud te hace estúpido y
desafiante a terrores que no comprendes… agradecido deberías estar que estas bajo su
ala, cualquiera de los otros señores te hubiese dado muerte por lo insignificante de tu
existencia, tal vez… por eso te abandonaron tus padres- Murmuró Tristán entre risas.
Otoño se sostenía el pecho con una mano, mientras caía de rodillas en la arena ante el
dolor indescriptible, Tristán presionaba su corazón arrancándole la vida con lentitud.
-¡BASTA TRISTÁN! ¡TU GUERRA ES CONMIGO, NO CON ÉL!- Exclamó
Asterion con autoridad mientras desenfundaba la espada de la justicia y cortaba la
sombra del señor oscuro.
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La sombra retrocedió hasta Tristán, Otoño recuperó el aliento y Asterion retomó su
lugar frente al fuego. Todos callaban, nadie sabía que decir, todos miraban expectantes a
Otoño quien golpeaba de rabia la arena del circo, llorando humillado y ardiendo en ira
homicida.
-Hermano…- Intentó hablar Primavera, arrastrada por la emoción de Otoño.
-¡CALLA! ¡ESTA NO SE LA PERDONARÉ! LE DEMOSTRARÉ DE LO QUE
SOY CAPAZ…- Exclamó Otoño levantándose de la arena con mirada perdida y rostro
sombrío.
Lentamente, Otoño se comenzó a marchar de la arena en dirección a la entrada de la
carpa y fue casi a la salida del escenario que Asterion rompió su silencio.
-Por más que desee no podrás abandonar el circo, la lealtad de Verano está
conmigo y sin mi consentimiento nunca abrirá camino ¿Lo entiendes?- Exclamó
Asterion con tono algo severo.
-No necesito tu permiso para tal cosa, no me subestimes padre… después de
todo, soy tu hijo…- Dijo Otoño entre sonrisas diabólicas y expresiones de locuras.
-Si das inicio a la guerra no habrá marcha atrás… para cuando esto termine,
puede que no haya nada que proteger- Acotó Asterion con tono de cierta preocupación
y melancolía.
-¿Y a quién le importa? Los muertos no sienten y esto se trata de cosas de
vivos…- Otoño se dio la vuelta en dirección al domo y parado desde la arena posó su
mirada sobre Tristán, quien sonriendo se acomodó entre los brazos de Argus en desafío.
El fuego parpadeó, el aire se cortó y las Estrellas resplandecieron en la noche siniestra.
La oscuridad se apartó y las sombras aterradas emprendieron huida desesperada ante el
sentimiento de ira desbordado, el ojo de Otoño resplandecía con demencia total y dentro
de él ardía un infierno carmesí que se intensificaba. Asterion, al ver parpadear la fogata
fue consciente de lo que estaba próximo a suceder y con prisa ordenó que detuviesen a
Otoño, pero sus palabras fueron tardías entre los miembros del circo que se abalanzaron
sobre Ótoño quien de su ojo izquierdo dejó salir un rayo que atravesó el aire, cortando
las sombras y la luz y destruyendo por completo el domo.
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Todos los que intentaron detener a Otoño salieron despedidos ante la fuerza del aire que
se apartaba por la furia del rayo, mientras que aquellos que se encontraron en su
trayectoria resultaron pulverizados. Tristán, objetivo real del rayo permanecía a salvo,
pues su guardián pétreo alzó vuelo oportuno dejando que fuesen sirvientes menores y
los árboles del bosque quienes recibieran el ataque en su lugar.
Los miembros del circo se incorporaban lentamente, el humo y el polvo dificultaba la
visión y Asterion intentaba recuperarse del ataque inesperado. Desesperado buscaba a
su hijo, rogando dentro de sí que Otoño no hubiese cometido la imprudencia temida.
Tristán, desde los aires y refugiado en los brazos de Argus observaba sonriente y
complacido al iracundo Otoño cuya figura aparecía entre el polvo.
-Veo que mi hermano te ha criado bien ¿Es todo lo que tienes mocoso
impertinente?- Exclamó Tristán, desafiando abiertamente a Otoño quien emprendió
marcha veloz hacia adelante.
Mientras tanto, Verano descendía desde lo alto del circo inconsciente, su cuerpo sin
fuerza apenas sostenía su vida. Asterion ya incorporado dirigió su mirada a Minos,
quien se encontraba al otro lado de la hoguera y quien sin palabras entendió a la
perfección la orden de su señor, arrojándose a los aires en gran salto y atajando el
cuerpo de Verano, suavizando la caída de ambos con su paraguas.
Simultáneamente la lucha entre Otoño y el circo de las sombras procedía. Otoño
avanzaba con total determinación, arrojándose al aire de un salto, mientras dejaba atrás
a Teddy en tierra firme. Amanecer y Noche se interpusieron, pero ninguno de los dos
eran consciente de la fuerza de Otoño quien sin esfuerzo repelió el ataque de Amanecer,
rompiendo su espada de un manotazo y arrojándolo con el mismo golpe hacia el suelo,
estrellándolo en su caída en contra de su hermano Noche.
Sin embargo, cuando estuvo a la altura de Tristán y su ojo resplandecía con nueva furia
que amenazaba con herir al señor oscuro, los hilos transparentes de un harpa sostuvieron
su tobillo arrastrándolo al suelo justo en el momento de su disparo, el cual
descontrolado atravesó el cielo, la tierra y el bosque destruyendo todo a su paso.
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Otoño se levantó nuevamente, su cuerpo maltratado no mostraba signos de desgaste. Su
ojo resplandecía con luz carmesí, su ira se incrementaba procurando venganza,
reclamando la sangre del señor oscuro y de cualquier que sirviese a su favor. Pero el
arpista, vanidoso y confiado dio un toque a sus cuerdas otorgándoles vida que las
llevaron a alzarse por los aires como látigos filosos, cayendo sobre Otoño con clara
determinación de dar fin a su vida.
Una flecha de hielo cruzó el aire, impactando en Atardecer y encerrándolo a él y a sus
cuerdas en un tempano gigantesco de hielo. Sorprendido, Otoño sonrió ante la
intervención de sus hermanas, pues Invierno sostenida por Primavera acudía a la batalla,
la primera de ellas haciendo uso de lo último de sus fuerzas mientras arrojaba a su
hermano una mirada de aprobación invitándolo a acabar con todos los enemigos.
Pero los hijos del señor oscuro son traicioneros, por lo que no notaron su presencia en
medio de la confusión; para cuando lo notaron Primavera, Invierno y Otoño se retorcían
en el suelo víctimas del poder mental de Mediodía el bufón, quien desde atrás de un
árbol gritaba poseído por la histeria invadiendo sus mentes.
-¡No herirán a padre! ¡No herirán a padre! ¡NO LO HERIRAAAAAAANNNN!-
Gritaba Mediodía , cada vez más poseído por la histeria mientras de sus pies una horda
de ratas y plagas avanzaba en dirección de Primavera, Otoño e Invierno.
La tierra retumbó y una sombra gigantesca cubrió el bosque de la noche eterna,
Mediodía arrojó un grito al aire horrorizado ante lo que le acontecería de manera
inmediata, viéndose acto seguido silenciado ante la pisada feroz de Teddy quien en un
tamaño colosal hacia uso de sus dones en protección a su amo.
Minos terminaba de aterrizar a la entrada del circo, posándose con la ligereza de una
pluma junto con el cuerpo inconsciente de Verano. En el suelo, lo recostó admirando el
espectáculo bélico consciente que sus capacidades salían del alcance de esa batalla.
Invierno era víctima del agotamiento, su esfuerzo por salvar a Otoño había reabierto sus
heridas, llevándola a caer nuevamente sobre los brazos de Primavera mientras su sangre
corría libre sobre la tierra.
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Desde el cielo, Tristán observaba a los hijos de Asterion. Sonreía de manera
intimidante, mientras Argus permanecía en vuelo fijo aleteando cual espectro nocturno.
Observaba la tierra devastada y al encontrar la luz que brindaban las llamas, extendió su
mano, haciendo que la sombra se estirara dividiéndose y alcanzando a cada uno de los
miembros del circo de Asterion.
Incluso aquellos resguardados dentro de la lona del circo se retorcían ante lo que parecía
su fin inminente, sus corazones eran constreñidos sin piedad por la mano de Tristán
quien con la sombra arrancaba sus vidas. Solo el señor del circo, Asterion, permanecía
en pie.
Asterion observaba inmutable la escena, miraba a su pueblo humillado y amenazado de
muerte ante sus pies. Lentamente, su rostro de indiferencia se fue transformando. Los
gritos de sus hijos y sirvientes llenaron su corazón de valor e ira, su mirada fue tornando
a la de un hombre colérico, a la de una justicia que clamaba ser blandida.
Su puño sostuvo la espada símbolo de su señorío y en movimiento veloz atravesó el
aire, cortando el espacio y llegando de un movimiento a Tristán en ataque directo
detenido tan solo por el brazo de Argus.
-¡Pensé que nunca decidirías asumir esta guerra!- Exclamó sonriente Tristán
resguardado tras el brazo pétreo de Argus.
-No dejaré que toques a ninguno de mis hijos… así deba arrastrarte nuevamente
al infierno.
-¿Y quién dijo que eran de mi interés tus hijos?- Dijo Tristán de manera
intrigante.
Fue entonces que Asterion se percató de la presencia de Thartaros quien avanzaba
silencioso y perverso al interior del circo. Tristán aprovechó la distracción, haciendo
que Argus diera un golpe directo al señor de marfil estrellándolo en contra de un árbol.
Mal herido, pero consciente del verdadero plan de Tristán y Thartaros, Asterion ordenó
a Teddy que acabe con este último. Pero el hielo no es eterno y los hilos destruyeron la
prisión gélida de Atardecer, sosteniendo a Teddy y haciéndolo caer.
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Asterion intentó reponerse, pero Argus desciendó de los cielos, cayendo con una de sus
garras sobre el cuello del señor de marfil.
-Esto es solo el comienzo, mi estimado Asterion. En esta ocasión… las cosas
serán distintas, no daré oportunidad a que ninguno de nuestros hermanos se alíe
contigo y mucho menos a que madre intervenga a tu favor…- Exclamó Tristán con
malévola intención.
Thartaros avanzaba a través de la carpa del circo, todos sus habitantes permanecían
desmayados o sin fuerzas. Fue en el medio del escenario, cercano a la hoguera que
encontró su verdadero objetivo.
-¿Por qué él?- Preguntó Asterion, mientras luchaba desesperado para no ser
aplastado por la fuerza desmedida del píe de Argus.
-¿Por qué? Porque los señores no nos podemos dar muerte, nuestra guerra es
eterna y es por eso que nuestros hijos y pueblo son nuestra verdadera debilidad… sin
embargo, esta ocasión, él solo será la excusa para algo más especial- Dijo Tristán
sembrando la intriga y dejando entrever una intención oculta.
Praescitum apenas respiraba, sus fuerzas eran pocas y al ver la figura de Thartaros supo
que su predicción se cumpliría. Thartaros sonrió, saboreándose la boca.
-¡No habrán más advertencias para el señor!- Afirmó Thartaros, con cierto
resentimiento.
-Nunca lograrás romper el ciclo…- Exclamó Praescitum con apenas fuerzas.
-Claro que lo haré, es por eso que llevo dentro de mí al faro y cuando todos
estén reunidos…- Sonrió Thartaros.
-¡NO!
Thartaros arrancó el ojo de la frente de Praescitum, devorándolo con profundo apetito.
Al terminar, dio un respiro profundo cerrando sus ojos y al abrirlos, estos se habían
tornado purpura… signo inequívoco de su ahora nuevo talento de ver entre los hilos del
espacio y el tiempo.
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Las llamas se avivaron, las sombras se retorcieron y las calderas resplandecieron con
sus fuegos infernales. Los gritos de los aterrados y torturados acompañaron a la brisa
demoniaca que, desde lo más profundo, avanzó hacia las puertas del infierno
abriéndolas entre gritos y lamentos y reclamando la vuelta del circo de las sombras.
Al escuchar la señal, Tristán sonrió, ordenándole a Argus tomar a Asterion. Fue así que
el sirviente pétreo lo hizo su prisionero sujetándolo por el cuello, mientras la tierra de la
noche eterna era invadida por una tormenta proveniente de las pesadillas con el miasma
infernal, que una vez llegado cubrió todo a su paso. Solo la risa de Thartaros se
sobreponía a los lamentos de los torturados que durante siglos habían caído en la arena
del señor oscuro, mientras las lágrimas de Minos se derramaban al ver la figura de su
asesino tal como lo había pronosticado Praescitum.
El miasma se retiró, el circo de las sombras se había marchado y con él, también el
señor de marfil. Solo quedó el circo de la luna y la destrucción a su alrededor,
iluminados por el fuego que la confrontación había dejado. Lentamente los hijos de
Asterion se reunieron alrededor de la fogata, consternados ante la desaparición de su
padre.
La malevolencia de Thartaros no solo había cobrado la vida de Praescitum como parte
de su fin último, sino también la del inocente. Fue como una vez más el circo volvió al
luto, cuando Verano ya consciente colocaba con pena y sin palabra alguna el cuerpo
marchito de Minos al frente de Gulas, quien en su prisión esférica de cristal gritaba,
viendo la inutilidad de sus lágrimas que se disolvían en el agua.
El cielo se estremeció, entonces la lluvia cayó nuevamente, mientras que todos se
retiraban dejando a solas al amante con su fallecida amada. Había caído un inocente y
nadie podía dar consuelo alguno.
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CAPITULO VI
“Guerra y Ausencia”
o es la sangre que corre lo más peligroso y doloroso que trae consigo la
guerra, sino los momentos de silencio y las ausencias indeterminadas.
Asterion no estaba y con su partida, los hijos del circo debían vivir entre sus
sombras y culpas.
Permanecían los cuatro hijos del señor de marfil en la arena, a solas, en silencio y en
búsqueda de la respuesta que su padre a un en duda jamás hubiese desconocido. La
arena del circo callaba sus corazones, los gritos y lágrimas de los caídos removían sus
emociones, aprovechando como espíritus furiosos hacer estragos en los hijos del señor
quienes débiles debían decidir el destino de su pueblo.
Era por derecho Verano el sucesor al trono, después de todo, era verano la estación
reinante. Su padre Asterion, como era costumbre, reinaría el primer mes de transición y
luego le entregaría el trono durante los siguientes dos meses, o eso es lo que se hubiese
esperado… Pero lo cierto es que, si su padre no estaba no había nadie que reinara y
mantuviese las viejas tradiciones y el circo no se podía detener, pues el pueblo debía
alimentarse de gloria y espectáculos.
No obstante, el silencio también habla. Primavera, Verano e Invierno acusaban a su
hermano Otoño de la guerra, su imprudencia había desatado la ausencia que hoy los
reunía en la arena en difícil decisión. Las leyes eran claras, Otoño debía ser juzgado
¿Pero quién lo juzgaría y por qué? ¿Cuál era su crimen?
Desconocían la razón real de su proceder y sus intenciones, no encontraban la justicia
en su actuar, ni crimen reprochable a quien desde su verdad buscó defender el orgullo
así fuese una imprudencia, aun así… los peores males nacen de las mejores intenciones.
Pero el pueblo había sido claro, había sido evidente su sentencia cuando el cuerpo
marchito y seco como una flor de la equilibrista Minos, fue velado y enterrado ante los
gritos desesperados de su amado Gulas que, sin su pareja, no era más que un pez en una
pecera.
N
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¿Acaso su padre conocía las razones de justicia y verdad tras la imprudencia? Ninguno
era capaz de responder como hubiese actuado Asterion, pero debían actuar, pues por ley
si su señor no estaba alguno de los hijos debía asumir el trono y el ciclo debía ser
renovado, de lo contrario el pueblo circense estaba en su derecho de marchar en busca
de nuevas tiendas capaces de ofrecer consuelo a sus almas inmortales.
-El pueblo espera…- Afirmó Invierno buscando despertar respuesta entre el
silencio total.
-Padre también, seguro en el infierno las flores se marchitan…- Dijo Primavera
consternada mientras permanecía sentada en la arena con su cabeza sumergida entre las
rodillas.
-El infierno no es lugar para nosotros, de haberlo sido, padre nos hubiese
permitido ir a la guerra…- Acotó Invierno callándose abruptamente y dejando un
silencio incomodo en el aire.
-¿Soy el único que conoce el valor? ¿Cuánto más se supone que debemos temer
a nuestro infierno?- Preguntó molesto Otoño, golpeando las paredes que separaban a la
arena y a las tribunas
-Guarda tu ímpetu hermano… ya hemos tenido suficiente de él. - Rompiendo en
llanto Primavera.
-¿Pero hermana? Nunca fue mi intención…- Disculpándose Otoño mientras se
acercaba a Primavera en un intento de consuelo.
-Tal vez no fue tu intención que tus padres te abandonaran, pero si fue tu
intensión cuando actuaste precipitadamente arrastrándonos a todos por tu estúpido
orgullo ¡Han pasado siglos y aun sigues siendo el mismo niño que llegó al circo! Nada
ha cambiado…- Afirmó Invierno con cierto recelo interponiéndose entre Otoño y
Primavera y rodeando a esta última con sus brazos.
-No es justo de lo que me acusas… no lo es- Replicó Otoño con los ánimos fríos
y casi apagados, viendo su rostro sumergido en oscuridad y pena.
-¿Justo? Justo era que no hubieses desafiado a padre por tu orgullo, por tu
ansiedad de demostrar que amas más que nadie, tan justo eres que fuiste el primero en
abandonarlo cuando más necesitó de nosotros… ¡Pídele al cielo que no quede bajo mi
mano tu juicio, porque no habrá justicia alguna!- Dijo Invierno, quien a pesar de sus
heridas, dejó entre ver el aire gélido que la rodeaba y que cristalizaba las lágrimas de
Primavera en la arena.
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Otoño no tuvo palabras, por lo que en silencio y solo con Teddy se retiró de la arena,
marchándose a paso lento arrastrando consigo la pena de una culpa que no entendía en
su corazón ansioso de emoción.
-¿Qué haremos? El trono necesita ser ocupado…- Inquirió Primavera a Invierno.
-¡Deberás asumir el lugar de padre! ¡Esta vez no tienes opción a huir! La ley es
así y debes cumplirla, luego nos encargaremos del juicio de Otoño…- Exclamó
Invierno, en tono firme e imperativo mientras dirigía su mirada a Verano, quien en
silencio ya se marchaba y cuya luz se apagaba.
Y mientras el circo se debatía entre decisiones inesperadas de hermanos que se cuentan
los pecados arrastrándose consigo a la espiral de la verdadera guerra, el infierno ardía
con emoción. Las calderas ardientes resplandecían con sus luces rojas, dejando salir
chorros y llamaradas de fuego infernal a través de sus orificios que emulaban a bestias y
cuya luz dibuja sombras malévolas que susurraban y cantaban en busca de sus víctimas.
Asterion permanecía encadenado, se encontraba crucificado en lo alto de una caldera,
sobre un pozo de metal ardiente. A sus pies, el señor de las sombras había apostado al
demente de Mediodía, quien con inocencia perturbadora jugaba de manera infantil con
el cadáver de la madre rata.
Mediodía cantaba sus horrores, mientras Asterion recuperaba con lentitud la consciencia
percatándose de la tragedia que no tardaría mucho en acontecer, pues su hermano en
alianza con Thartaros se preparaba para algo más que los juegos de guerra habitual. El
calor infernal era asfixiante, sus llamas y vapores secan y marchitan los cuerpos
mortales y a los eternos los consume con lentitud restándoles sus fuerzas,
sumergiéndolos en delirios y alucinaciones que pronto se tornan en torturas de la mente
que no dan descanso al alma.
Fue así como Asterion la pudo ver, volaba frágil y delicada, misteriosa y mágica, era su
Hada aquella que perdida avanzaba entre la luz y la sombra de aquel lugar de herejías.
Pero a medida que se aproximaba, aquella esplendida figura se desvanecía dejando ver
al verdadero visitante, Thartaros.
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Mediodía se acercó perturbado por la presencia del malévolo señor y en cumplimiento
de su deber señaló a Thartaros con su mano temblorosa mientras sostenía al cadáver de
la madre de todas las ratas.
-¡Atraaaaaaaasss! Padre dijo que nadie debe acercarse a tío… ¿No es así? -
Gritó nervioso Mediodía mientras interrogaba al cadáver de la rata.
-Ahhh… ¡Pero si es el bufón! ¿Por qué no te largas a otro lado pequeña
alimaña?- Exclamó Thartaros de manera soberbia colocándose al frente y cubriendo a
Mediodía con la sombra que proyectaba su enorme cuerpo.
-Pero, pero, pero… ¡PADRE DIJO QUE DEBO CUIDAR A TIO! ¡Díselo, díselo
rata mía!- Gritaba Mediodía cayendo al suelo y arrastrándose hacia atrás.
-¡LARGO DE AQUÍ RATA MISERABLE, ANTES QUE ARRANQUE TUS OJOS
Y DEVORE TUS ENTRAÑAS, INSECTO MAL OLIENTE Y DESPRECIABLE!- Gritó
amenazante Thartaros.
-¡Ahhhhhhhhhgggrrrrrrr!- Gritó Mediodía aterrado huyendo mientras se
tropezaba con sus zapatos gigantes y ante la risa perversa de Thartaros.
Thartaros avanzó a través de los peldaños de roca ardiente que emergían de metal
fundido hasta llegar a donde Asterion se encontraba suspendido.
-¿Confortable?- Preguntó Thartaros sosteniendo con una de sus manos el rostro
de Asterion
-¿No pierdes el hábito de abusar de lo más débiles?
-Claro que no, la debilidad debe ser castigada, a diferencia de ti no tengo
inconveniente de darle uso al poder que se posee.
-¿Y es por eso que asesinaste a tu esposa e hijo?
-No confundas el placer con el trabajo, soy un hombre de vicios…
-No eres un hombre… eres cualquier cosa menos eso.
-Me ofendes mi querido Asterion, yo que te tengo en tan buena estima, pensar
que deberías agradecerme tanto…
-La única forma en la que te agradeceré algo, será con una de mis espadas
atravesando tu garganta, no perdonaré lo que le han hecho a Invierno.
-¡Ah! ¡Eso! Deberías enseñar mejores modales a tus hijos, la pequeña mocosa
dio muchos problemas para dejarse capturar, así que Amanecer tuvo que encargarse de
87
ella para disciplinarla. Debo admitir que posee métodos fascinantes de persuasión y
disciplina.
-¿Disfrutas todo esto?
-No tienes la menor idea...
-¿Por qué lo haces? ¿Qué ganas con todo esto? ¿Por qué romper el ciclo?
-Engaña a otro Asterion, no soy el único que ha intentado romper el ciclo
¿Acaso crees que no sé por qué te rehusabas a la guerra? Puede que a tus hijos puedas
ocultar tus verdaderas intenciones, pero a mi… no puedes.
-¿A qué te refieres?
-Asterion, Asterion, Asterion… ¿En verdad piensas que por ser el señor del
circo todos somos ciegos a tus verdades? Yo puedo ver a través de tu máscara, mi
tiempo en el circo no ha sido en vano y mientras el resto ha vivido para exorcizar sus
culpas o tener la vida que no pudieron yo he abrazado los dones lunares…
-Tu…no sabes de lo hablas.
-Dime algo ¿Qué tanto duele haber fracasado después de haber hecho correr
tanta sangre? ¿Supongo que debe ser un dolor insostenible que te hayan arrancado a la
Sirena de las manos? ¿Debe ser contradictorio amar al Hada pero no pertenecerle?
Casi quisiera ser humano para poder experimentar esas emociones…
-¡TE MATARÉ! ¡MALDITA BASURA! ¡ARRANCARÉ TU ALMA DE TU
CUERPO Y LA DEJARÉ AL SOL PARA QUE LOS BUITRES LA DEVOREN!- Gritó
Asterion exaltado y ardiendo en rabia mientras se sacudía buscando liberarse.
-Siento tanto miedo… la próxima vez que hagas una amenaza, procura que sea
una que puedas cumplir- Exclamó Thartaros en tono burlón y actitud confiada mientras
descendía por los peldaños nuevamente a tierra- Eres demasiado noble para tal cosa mi
querido amigo y es esa la razón por la que tu estas allí, a punto de perder tu vida, ya
casi todo está en su lugar; pronto tus hijos vendrán a buscarte y entonces comenzará
todo…
Thartaros se marchó, ante la mirada derrotada de Asterion quien bajaba su rostro con su
alma vacía.
-Hijos… perdónenme…solo quería verla una vez más, yo le fallé.
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Pero las disculpas no bastan para aliviar ciertas penas, algunas almas poco o nada
entienden de eso, pues su fragilidad las arrastra con facilidad llevándolas a la perdición
de aquellos débiles de espíritu. La noche vigilaba con cuidado a Otoño, quien ante la
mirada piadosa de Luna y las Estrellas, corría a través del bosque de la noche eterna en
medio de la lluvia.
Sus manos se detuvieron sobre un árbol, en medio de la inmensidad del bosque, para dar
aire a su pecho agitado mientras con el mayor de los sentimientos cedía ante la
devastación de su alma quebrándose en llanto profundo. Se lamentaba mirando al cielo
y cuando nunca llegó el consuelo, sus rodillas tocaron la tierra húmeda dejándose caer,
dejando correr libres sus lágrimas desde sus mejillas a la tierra inundada por la lluvia.
Caminaba Teddy lento y torpe, quien en la huida presurosa de Otoño había sido dejado
atrás. Avanzaba en busca de su amo y señor, a quien había cuidado desde la más tierna
infancia y había visto sufrir incontables veces. Fue así como lo encontró, tirado en
medio del bosque, bajo la lluvia que se desbordaba ocultando sus lágrimas mas no así la
pena de su corazón.
Cuando se acercó, Otoño no pudo evitar abrazar a Teddy, dejando libre su pesar y
malestar, dejando salir la frustración de su alma.
-¿Por qué padre? ¿Por qué no luchas? ¿Por qué te entregas a ella? ¿Acaso ya
nuestra familia no importa? ¿Por qué me abandonas? ¡Yo luché como me enseñaste!
¡YO LO HICE!
Pero a pesar de su lamento no hubo nadie que lo escuchara, solo Teddy lo acompañaba
como había sido desde el principio, solo Teddy entendía el dolor del niño que nunca
había crecido. Lentamente pasaron las horas, la lluvia comenzó a cesar y con ella las
lágrimas de Otoño, quien resignado y sin un alma en el cuerpo permanecía tendido en el
suelo, aun con Teddy en brazos, fundido en un abrazo infantil de un niño que clama tan
solo amor.
-Deberías levantarte, mis hijos no deberían llorar de esa manera…- Dijo una
voz proveniente de un resplandor fantasmal que se levantaba ante Otoño.
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Era la imagen de Asterion, se encontraba ahí en alma, para su hijo. Otoño lo miró a los
ojos y tomando la mano de su padre se arrojó sobre él, fundiéndose en un abrazo casi
eterno de amor y perdón.
-¡Perdóname padre! ¡Perdóname!
-No hay nada que perdonar hijo… yo soy el único culpable de lo que ha
sucedido, soy yo el de las deudas sin saldar, pero pronto todo terminará y podrás
continuar una vida lejos de este sufrimiento sin fin…- Dijo la figura de Asterion con
melancolía mientras comenzaba a desvanecerse y Otoño tocaba el suelo.
-¡No padre! ¡No lo hagas! ¡No te vayas! ¡No me dejes como lo hizo papá!
Y aun en el infierno, hay consciencias que por más oscuras que sean son capaces de
comprender verdades casi absolutas, verdades del corazón. Era por eso que Tristán, a
pesar de ser el señor de las sombras, no intervino en la acción de Asterion como padre
consolador. Sentado desde lo alto en el hombro de su amado Argus, Tristán observa a su
hermano sacrificar lo último de si para cuidar de aquellos que lo habían arrastrado a su
muy posible final, razón por la cual Tristán hablaba para sí y para la piedra que aun sin
consciencia era la única compañía que había conocido aparte de ella… Astarte.
-¿No es impresionante Argus? Está próximo a morir y, aun así, sacrifica lo
único que le queda para cuidar de los demás, incluso de aquellos que son responsables
de su dolor… ¿Es esa la verdadera virtud del señor de la justicia? ¿Es esa la virtud que
lo separa del resto de los señores? Tal vez los mortales nunca entenderán la belleza de
sus almas… y es por eso que siempre habrá cabida para el horror de mi oscuridad, que
desperdicio… ¿No lo crees Argus?
Sin embargo, la guerra es sutil en sus torturas. Es su veneno imperceptible a los ojos y
siempre es tarde para las cicatrices que ha causado en el corazón, entonces no hay vuelta
atrás.
El aire traía consigo la noticia fatal, había caído la primera víctima real de la guerra, era
ella víctima autentica de la lucha entre los señores. Era ella quien sufría sin remedio, su
padre se había marchado y desconcertada, lo único que le quedaba era continuar hacia
adelante, arrastrada por la emoción que la invadía. Otoño se percató de su presencia,
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pues desde el día que la conoció nunca pudo evitar sentir celo al ver la belleza de su
alma, se habían criado juntos como hermanos y honrado a padre como el único amor de
sus vidas mortales y eternas.
Los pétalos danzaban en el viento, con ellos el resplandor de su alma herida, aquella
fragancia dulce y melancólica de sus lágrimas que se derramaban libres y sin consuelo.
Permanecía inmóvil, siendo una con la tierra, siendo una con el bosque, respirando con
él y este con ella, eran uno. La brisa, el rayo, la lluvia, el agua e incluso las bestias de la
noche eterna compartían su respiración.
Danzaban suaves y eternos los pétalos, envolviéndola y abandonándola en despedida
eterna, tan solo para encontrarse con Otoño dejándole saber el dolor de su alma al uno
de estos cortar su rostro. Otoño limpió las gotas de sangre que corrieron por su mejilla y
con su mano tomó uno de los pétalos, que de manera casi instantáneo se desvaneció
entre luz y resplandor colérico.
Lloraba eterna y confundida Primavera, abrazándose a sí misma sin consuelo alguno.
Había sido enviada por la justicia para buscar a su hermano, había sido mandada para
llevarlo ante el circo, ante el pueblo que clamaba castigo a su imprudencia y quien
deseaba castigar la muerte de su señor.
-¿Por qué Primavera? ¿Por qué… hermana?- Preguntó Otoño, abatido y
consternado ante la imagen de su amada hermana dispuesta a confrontarlo en batalla
para arrastrarlo a la justicia del pueblo herido.
-Debo hacerlo… por tu culpa… por tu culpa… ¡POR TU CULPA PADRE NO
ESTA!- Gritó a los vientos Primavera, con su corazón herido, a cuyas palabras los
pétalos danzantes respondieron invadiendo el bosque y convirtiéndose en corriente que
avanzaron hacia Otoño hiriendo su cuerpo.
Otoño se resistió como mejor pudo, aferrándose con sus manos al suelo mientras su
cuerpo era lastimado por los pétalos, que filosos por el dolor de un corazón herido y
confundido, lo atacaban en danza singular y mágica.
-¡Detente Primavera! ¡Esto no tiene por qué ser así!
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-¿Y de que otra manera puede ser? Ya no podemos cambiar lo sucedido…
-¡Claro que podemos! ¡Padre sigue con vida!
-¡MENTIRA! ¡MENTIRA! ¡DEJA DE MENTIRME! ¡SIEMPRE HAS SIDO UN
MENTIROSO! ¡Siempre has vivido aprovechándote incluso del corazón de padre!
La corriente arreció, el aire incrementaba su avance, desplegando una tormenta de
belleza y muerte que amenazaba con la destrucción.
-¡No, eso no es así! ¡Tan solo escúchame!
-¡Cállate! ¡Debo llevarte al circo, debo hacerlo por padre!-Gritó Primavera,
tapando con sus manos sus oídos y agitando su cabeza arrebatada por el dolor.
-¡Primavera…!
Sin embargo, era el corazón de Otoño terco y decidido. La aparición de su padre le
había devuelto las fuerzas para la batalla, batalla que libraría sin luchar en contra de su
sangre, juego cuidadosamente planeado por Tristán y razón por la cual todo acontecía
de la forma que acontecía. Determinado, avanzaba con lentitud, exponiéndose de
manera cada vez más mortal a las hojillas florales de los pétalos que entre brisas
destructivas avanzaban con el único propósito de arrebatar su vida.
-¡No te acerques! ¡Tú me has quitado lo que más he amado en esta vida!
-¡Primavera, tan solo escúchame! Sé que he errado, pero debes confiar en mi…
¡PADRE ESTA VIVO!
-¡¿POR QUÉ ME MIENTES?! ¿POR QUE LO HACES? ¡Siempre has sido el
favorito de padre! ¡Siempre! Y aun así me conformé…
-¡Hermana, las cosas no son como imaginas! ¡Padre siempre te ha amado tanto
o más que a mí!
-¡Mentira! Tú siempre fuiste su consentido, ha sido a ti quien ha perdonado
cualquier ofensa, yo solo me conformaba con estar a su lado ¿POR QUÉ ME LO
QUITASTE?
El corazón de Primavera se encontraba demasiado abatido por el dolor para conceder
espacio alguno a la razón, su alma vivía en un pasado distante en el que nunca codicio
nada, solo amor. Otoño desconocía su historia, desconocía la razón del por qué padre la
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había escogido, de por qué un alma tan frágil habitaba entre los eternos arrastrando la
maldición que Luna les había concedido como regalo.
-¡DEBES CONFIAR EN MI! ¡AUN ESTAMOS A TIEMPO!
Primavera negaba con su cabeza, sus manos sujetaban su pensamiento confundido,
mientras sus ojos enceguecidos por el dolor derramaban la desolación de su alma.
-¡Yo lo amaba! ¡Siempre lo he amado! Fue por eso… fue por eso… ¡QUE ME
HE RESIGNADO A VIVIR EN SILENCIO, APARTADA POR TI Y POR EL HADA!
-Primavera…
Otoño se vio estremecido ante sus palabras, pudo ver el reflejo de una verdad innegable
para el alma de Primavera, una verdad que solo atendía a su corazón devastado que aún
vivía de un recuerdo de otra vida que la perseguía incluso en la tierra de Luna.
-¡El me salvó! ¡El me rescató! ¡El cuidó de mí cuando más nadie lo hizo! Y tú…
¡Tú lo mataste!
El viento se incrementó, la corriente creció extendiéndose por el bosque, arrastrando
consigo las hojas de los árboles que ahora se unían en la danza espiral de muerte y
destrucción. Lentamente la belleza, arrastrada por el dolor se convertía en una tormenta
de dimensiones infinitas que amenazaba con consumir los confines de la tierra de la
noche eterna. En la distancia, refugiada por la lona del circo, Invierno observaba la
catástrofe que sus palabras habían liberado.
Conocía bien Invierno el peligro que corrían, conocía bien las consecuencias de un
corazón devastado, del dolor de aquellos que han perdido al ser amado. Sin embargo,
estaba dispuesta a correr cualquier riesgo posible con tal de obtener la venganza
esperada, aquella que en respeto a su difunto padre no se atrevía a buscar con sus
propias manos. Verano, siempre silencioso, observaba a Invierno desde más atrás
recostado en la pared; su mirada penetrante y casi ausente era un peso difícil de obviar
que eventualmente acabó con el silencio.
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-Si no lo haces tú… lo haré yo, padre debe ser vengado- Dijo Invierno
contemplando la tormenta que con gran velocidad crecía, mientras sus ojos reflejaban el
anhelo por la venganza.
Verano se mantuvo inalterable y con el mismo silencio característico, aquel que honraba
su pacto con el señor de marfil se marchó, únicamente para detenerse en la puerta entre
la luz y la sombra.
Invierno volteó su mirada a Verano, percatándose de la furia y locura de sus ojos. Una
lágrima de resignación y temor corrió por la mejilla de Invierno, la que pronto se
convirtió en un cristal de agua salada que, accidental y suicida, se precipitó en contra
del piso.
-Estoy consciente que rompo mi juramento… y pagaré el precio por mi
venganza sin oponer resistencia, pero mientras ese momento llega, márchate Verano y
no me atormentes con las culpas…
Verano asentó con su cabeza y se marchó, mientras Invierno retornaba a la tormenta,
expresión de su venganza y sentencia de muerte sobre su cabeza.
El bosque de la noche eterna se estremecía, el dolor de Primavera por la ausencia de su
padre amenazaba con la destrucción inminente de la tierra de los eternos. El circo veía
amenazada su existencia, los árboles se desprendían del suelo, mientras que aquellos
que resistían veían sus ramas quebrarse ante la fuerza devastadora de la corriente.
Huían sin refugio posible los animales del bosque, insectos, aves y criaturas imposibles
corrían ante el tormento hecho destrucción. Incluso las Estrellas se ausentaron,
temerosas de ser arrastradas por la corriente y Luna guardó silencio, pues sabía bien que
su voz no sería escuchada.
Otoño se aferraba por su vida al suelo, solo su fuerza inhumana lo separaba del destino
final. Determinado avanzaba sin descanso, exponiendo su cuerpo a un castigo sin límite
ante la furia cortante de los pétalos de Primavera, quien poseída por su dolor
permanecía de rodillas en negación absoluta de la realidad.
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-No dejaré… que esto… ¡TERMINE ASÍ!- Gritó Otoño, avanzando y haciendo
uso de todas sus fuerzas, mientras se internaban en el ojo del huracán.
Fue cuando su mano logró alcanzar el rostro de Primavera, que esta salió de su trance, la
tormenta cesó y en medio de la devastación el cuerpo de Otoño cayó.
-¡OTOÑO! ¡HERMANO! ¿QUÉ HE HECHO?
-Todo está bien, no te preocupes, solo ha sido un rasguño- Contestó Otoño
sonriente ante la preocupación de Primavera.
Con cuidado y delicadeza, Primavera acomodó a Otoño en sus piernas, permitiéndole
ver el cielo y las Estrellas que con el firmamento despejado retornaban tímidas.
Primavera lloraba desesperada, sus lágrimas se derramaban sobre el rostro de Otoño
mientras lo acariciaba sin saber qué hacer para remediar lo sucedido.
-Calma hermana… calma, no ha sucedido nada, todo fue mi culpa…
-¡Pero yo…! Yo…
-No te preocupes, todo estará bien, yo recuperaré a padre y pronto estaremos
juntos los tres…
Los ojos de Primavera se vieron conmovidos ante la promesa de un futuro, por lo que
frágil se dejó caer, abrazando a Otoño mientras le suplicaba perdón.
-Calma, hermanita… padre estará de regreso pronto… y todo esto no será más
que una pesadilla. Pronto recuperaremos la pesadilla original a la que llamamos
vida…
Pero mientras algunos abrazaban la esperanza de un futuro, otros eran torturados por el
pasado que los había traído al bosque de la noche eterna. Veía con decepción la calma
del bosque, no había muerte que otorgara descanso, por lo que lo único que Invierno
pudo hacer, fue ver con melancolía la vida que pudo ser reflejada en la fotografía de su
familia en el camafeo que con celo siempre llevaba consigo, como único tesoro de una
humanidad perdida.
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-Cuanta envidia me da tu alma, Primavera. ¿Por qué soy incapaz de soñar y
amar como tú?
De esa manera, el corazón gélido de Invierno se vio estremecido, su alma tuvo un poco
de calidez conmovida por el amor de una hija a su padre y por el anhelo de una niña de
recuperar la infancia que quedó atrás, una niña que antes de ser una princesa gélida, fue
una mortal como cualquier otro.
Fue así, como los recuerdos de aquella noche de primavera volvieron a Invierno, cuando
en el primer reinado de su hermana pudo escuchar de su boca el pasado que la había
traído al bosque.
Algunos nacen siendo lo que quieren, pero otros son abandonados por la suerte,
apostando todo a su carácter, al alma que muchas veces es incapaz de soportar la
presión de un mundo que no conoce de contemplaciones. Había sido alguna vez un
joven soñador, mucho antes de ser la hija de las flores, Primavera había nacido en el
cuerpo de un joven que al igual que en las noches del circo bailaba sin parar poseído por
el espíritu de su alma, un alma danzarina que escuchaba la música del bosque y el
viento a donde fuera que fuese.
Sin embargo, aquella pasión que desbordaba era causa de envidia para quienes le habían
dado la vida y quienes lo rodeaban, por lo que insatisfecho con los dones de su propia
alma decidieron arrebatarle la felicidad que inundaba el rostro de aquel joven que no
tardaría en convertirse en Primavera. El sol se desvaneció en aquel terrible día en que
fue capturado en su propio hogar, volviéndose prisionero eterno sin esperanza alguna de
ayuda, pues aquellos en quienes había confiado le habían dado la espalda, celosos de las
maravillas de su alma.
Las noches trascurrieron, pronto olvidó el rostro del sol y Primavera, quien para ese
entonces era el joven, solo ansiaba poder vivir. En las noches de frío y soledad, cuando
la oscuridad bañaba aquella pequeña habitación, solo el reflejo de Luna lo acompañaba,
permitiéndole soñar un mundo distinto en donde no era él sino era la bailarina eterna del
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bosque, aquella que danzaba entre las flores bajo el canto de los pájaros y el susurro de
la brisa.
Pero los golpes de odio por manos de quienes amas son capaces de matar incluso el
alma más pura, y fue así, que noche tras noche por más que soñaba su sonrisa se
desvanecía quedando tan solo sus lágrimas. Nadie excepto Luna escuchaba sus
lamentos, nadie excepto Luna acompañaba el dolor de sus heridas causada por las
manos que alguna vez fueron familia.
Triste por su destino, el joven jugó lo último de su fortuna, sin amor, sueños o esperanza
se aferró a su voluntad de vivir y danzar. En descuido paterno y familiar emprendió la
huida a costo mortal de una herida. Pero la vida estaba empeñada en acabar con
cualquier oportunidad; acorralado y sin salida, temblaba sin esperanza ante los gritos de
odio y muerte de sus perseguidores. Sin fuerzas, se acercó en último aliento a la
ventana, en donde dulce y sonriente esperaba Luna como en otras tantas noches.
La puerta cedía, la muerte acechaba, amenazando con llegar de manera atroz o peor aún,
volver a un encierro sin fin en donde ni Luna pudiera acompañarlo. Prefiriendo la
muerte antes que el fin de sus sueños, danzó una última vez, arrojándose por los aires en
muerte súbita y precipitada hacia el suelo, ante la mirada estupefacta e inconforme de su
familia quien con desprecio lamentaba no haber sido la causa de su deceso.
Pero Luna conmovida por su última actuación, no dejó pasar el sacrificio del joven,
quien había vivido por el arte y para el arte de su corazón. Y mientras sus perseguidores
observaban el cuerpo sin vida del joven, las manos frías y afiladas de Asterion se
posaron sobre sus cráneos, llevándolos a un castigo horrendo que oscilaba entre la
justicia y la venganza blandida por deseo de Luna misma. Y cuando ya no hubo vida en
el cuerpo de los culpables, Asterion tomó entre brazos el cuerpo del joven, ante la
mirada estupefacta y desconsolada de los testigos que, conocedores del crimen que en
aquella casa se cometía, nunca actuaron con la severidad debida.
Fue así como llegó en brazos el joven sin vida a la tierra de la noche eterna, cuidado por
Asterion, quien con ira y culpa no se perdonaba no haber actuado antes. El crimen era
imperdonable, pues no existía mayor horror que dejar morir a un alma soñadora. Sin
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embargo, aun el señor de marfil no puede escuchar todos los llamados, porque algunos
gritan con más fuerza que otros, es esa la maldición de quienes sueñan con el alma pues
sus voces se vuelven pequeñas y menudas.
Pero fue en la inercia de su cuerpo, en la vida ausente y en el rostro sin vida, que
Asterion pudo contemplar la magia de aquella alma, alma que clamaba una oportunidad,
una vida que vivir que le había sido arrebatada. La justicia nunca puede otorgar nada
que haya sido arrebatado, mucho menos a los muertos, pues la justicia solo atiende y
satisface a quienes respiran, solo ellos consiguen consuelo moral en su realización aun
cuando el tiempo no se puede rehacer.
Cómplices y desafiantes a las leyes para las que vivían y honraban, Luna se desvaneció
del firmamento nocturno, ocultándose tras las nubes y pidiéndole a las Estrellas que le
susurraran cuentos de vidas pasadas para hacer caso omiso del delito. Resguardado por
las Estrellas, Asterion entregó parte de su alma al cuerpo sin vida del joven,
permitiéndole nacer de su propia mano y no de Luna como el resto de los eternos.
Entregaba él parte del poder concedido por Luna y propio de las encarnaciones,
permitiéndole al joven volver a la vida como aquella bailarina que en noches de llanto
sin fin danzaba sin parar, honrando a su madre y señora del cielo nocturno.
Fue así, que el señor de la justicia en un acto que desafiaba las leyes se liberó de su
máscara. Su rostro mortal, aquel que en siglos no había conocido la libertad quedó a la
intemperie, bajo las luces estelares de las Estrellas vigilantes que susurraban para Luna.
Y en beso eterno, sus labios se juntaron con los del joven, siendo por instantes amantes
de toda una vida unidos por la inocencia de su corazón. El alma del joven, alimentada
por el amor de Asterion retornó al cuerpo en forma de primavera, trayendo consigo
botones de flores en medio de la noche y fragancias de ensueño que regalaron sonrisas
al bosque.
Sus ojos se abrieron, Primavera miró a su amado y consciente de su imposibilidad de
amarse, lo llamó padre y este le llamó hija. Había ella visto en el rostro mortal del señor
de marfil la mirada de un hombre triste, devastado por el amor que en silencio arrastraba
la pesada carga de un afecto perdido.
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Era esa lo que marcaba la diferencia entre Primavera y los demás hijos, era esa la
devoción de la hija al padre, era esa la razón de su entrega al ser amado quien le
devolvió la vida a costa de su poder. Era Primavera conocedora de su verdadero rostro,
del rostro del señor que con puño de hierro regía sobre el circo de la luna. Invierno cerró
el camafeo, con él, el recuerdo de una vida que no le pertenecía y el anhelo de una
inocencia que no conocía y cuando su alma estuvo convencida y resignada a aceptar la
fría criatura que era, vio marcharse en medio del anochecer a Verano, quien en silencio
abandonaba el circo en propósito obvio para su corazón. Sus ojos se cerraron, aceptando
sin remedio el destino que una Estrella había desatado.
Pero el cuerpo que encarna el rencor, es capaz de sanar rápido. Otoño se levantaba
dispuesto a continuar con la guerra que él había iniciado. Primavera lo contemplaba con
preocupación, preguntándose para sus adentros si sus palabras lejos de apaciguar su
alma, solo alimentaron un conflicto que debía finalizar. Pero sin respuestas, Primavera
solo pudo aceptar la despedida de Otoño, quien en la compañía de Verano marchaban
juntos hacia el infierno en busca de su padre, dejándola tan solo en compañía de Teddy
y con el recuerdo de una sonrisa menuda, tímida y mentirosa de un regreso que jamás
ocurriría.
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CAPITULO VII
“Angustias Futuras”
-¡TRAICIÓN!- Gritaba el pueblo circense.
Desde el medio de la arena, Primavera e Invierno espalda con espalda, observaban al
pueblo de la luna enardecido ante la partida inesperada de Verano. Clamaban
responsable, exigían atribuir una culpa, estremecidos por el miedo que la ausencia de un
líder causaba y las consecuencias que implicaba.
Las hijas del señor de marfil temían lo peor, sabían que los pueblos son ignorantes y
coléricos, temían no poder contener la furia que en ellos habitaba pues la ausencia de la
gloria del espectáculo comenzaba a manifestar consecuencias. El hambre había llegado
al circo, los que sobrevivieron a la llegada de Tristán sufrían la agonía que solo la
austeridad puede causar.
Gritos de rabia y hambre eran arrojados en contra de las hijas, quienes cautelosas se
refugiaban una en la otra a la expectativa.
-¡Deben pagar!
-¡Culpables!
-¡No! Primero debemos hacer un juicio…
-¡No lo merecen! ¡Traidoras!
-¿Pero si el señor vuelve?
-No volverá… ¡Ellas lo mataron!
-Si… ellas fueron, lo planearon todo…
-¡Muerte!
-¡No! Hay que devorarlas…
-¡¿Devorarlas…?!
Fueron las palabras del circo, que de pronto se quedó en silencio profundo y macabro,
sus miradas se tornaron dementes. El hambre torcía sus mentes, la cordura se marchaba
y los rostros dejaban en evidencia las ideas perturbadoras de aquellos que yacen en la
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desesperación. Primavera observaba consternada, el temor invadió su cuerpo,
refugiándose entre los brazos de su hermana Invierno quien con severidad y
preocupación miraba al pueblo.
-¡BLASFEMIA! Midan bien sus palabras… yo no soy mi padre y a diferencia de
él, la compasión no es una de mis virtudes…- Señaló Invierno con mirada de profunda
ira.
El suelo alrededor de Invierno se congelaba, la arena pronto se volvía fría y gélida,
extendiéndose su gélidez hasta las tribunas en donde los incautos y desapercibidos
gritaron retrocediendo ante el susto y el dolor que su quemadura causaba.
-No dudaré en hacer lo que deba… mi padre aún está vivo y mientras retorna,
todos deberán respetar su legado o de lo contrario…
Pero un payaso que refugiado en la oscuridad de las tribunas se levantó, con sonrisa de
explicito placer y demencia, replicó interrumpiendo.
-¿De lo contrario qué?- Inquirió- Aunque no podemos negar el poder concedido
por su padre las rebasamos en número, después de todo, aun si se dispusiese a
enfrentarnos en combate terminaríamos ganando eventualmente… ¿No es mejor
rendirse?- Retumbaron las palabras del payaso, mientras el resto del circo se ponía de
pie con sus ojos rojos que resplandecían en la oscuridad dejando en evidencia su
intención.
Y mientras el circo de la luna se estremecía por la locura y el hambre, el infierno
celebraba la agonía del señor de marfil. Las calderas ardían con emoción, sus llamas se
avivan ante el sufrimiento y el dolor, veían su espíritu caer y estas ardían con mayor
regocijo pues su muerte estaba cerca y la muerte del ciclo también.
Se encontraba Tristán y sus hijos reunidos ante Asterion, quien permanecía colgado sin
fuerzas, a un lado estaba Thartaros quien satisfecho organizaba el ritual en el cual
obligaría el retorno de todos los señores al Uno.
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-¿Por qué Tristán?- Preguntó Asterion con casi ninguna fuerza.
-¿Por qué? Deseo verla… han pasado siglos desde la última vez que vi su dulce
sonrisa…- Respondió Tristán, mientras permanecía sentado en el hombro de Argus, al
cual abrazó con profunda nostalgia.
-Si volvemos al Uno ¿Qué pasará con Argus?
-Argus entiende mis razones… solo él me entiende por encima del mundo, solo
él ha podido ocupar el lugar de mi bella Astarte…- Fundiéndose Tristán en un abrazo
más profundo a Argus y dejando ver una mirada vidriosa.
-Hermano… si volvemos al Uno, nunca podrás estrechar a Astarte, todos
seriamos parte de un mismo ser…
-¿No lo entiendes, cierto? Ella y yo siempre fuimos parte de un mismo ser, pero
fue Gogdle quien nos separó…- Replicó con cierto resentimiento.
-Volver al Uno solo hará que estés con Astarte y con Gogdle…
-Cualquier precio es justo si con eso retorno a Astarte- Respondió Tristán
observando a Asterion con oscura determinación- Además… si permito que te
encuentres con la Estrella, seguramente intentarás convencerla de marcharse juntos,
por lo que el ciclo se romperá igualmente y nunca podremos juntarnos de nuevo ¿O
no?
Asterion no respondió, solo bajó su mirada con la culpa de quien es descubierto y de
quien abandona a los suyos.
-El gran señor Asterion… ¿Quién lo diría? Tú, la justicia encarnada, dispuesto
a traicionar a todos y cada uno con tal de retornar a un amor del pasado que no te
brinda garantías de nada ¿Y el Hada…?
-Ella está muerta…- Dijo Asterion dejando en evidencia su molestia
-¡Pero antes estaba viva! He igual pensabas dejarla… Hermano ¿No te has
dado cuenta? Ella no viene a recuperar tu amor, el tiempo y la locura la han
trastornado producto de tu fracaso siglos atrás, ¿Acaso crees que fue Thartaros quien
me despertó?
Las palabras de Tristán retumbaron en el alma de Asterion, quien con profunda
desesperación negaba lo que sus oídos habían escuchado. Si aquello resultaba cierto, era
su amada, aquella por la que había evitado la guerra quien conjuró la venganza,
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desatando el infierno. Cuando su espíritu no soportó más la verdad, sus lágrimas
corrieron por su máscara, tocando el metal ardiente bajo sus pies y evaporándose como
prueba fehaciente que en el infierno no hay lugar a arrepentimientos.
-Ya tus hijos vienen en camino mi querido Asterion y los sacrificios están en su
lugar. Solo esperamos a su llegada, entonces… la sangre del hijo y del padre dará
inicio al nacimiento del Uno, los mortales conocerán un nuevo miedo y nosotros los
señores seremos historia pasada…
Y desconociendo su destino, avanzaban por el bosque Verano y Otoño, inocentes del
juego que Tristán organizaba en el cual eran pieza clave de la destrucción de los circos.
Determinados a liberar a su padre, corrían veloces como estrellas fugaces a los límites,
aquellos en donde la realidad se desdibujaba y los otros reinos oscuros se levantaban.
Observaban con preocupación el reflejo de la Estrella que cada vez estaba más cerca,
solo padre era capaz de darle frente, solo padre poseía la fuerza para acabar con el mal
que amenazaba al circo, solo padre era responsable de la desgracia y poseedor de la
salvación. Pero la Estrella no estaba dispuesta a renunciar a su venganza, había ella
convocado al señor de la oscuridad, había ella guiado a Thartaros hacia el Hada, había
ella soñado con destruir la guerra circense por la cual su amado la había olvidado
durante siglos.
Sus ojos se abrieron en descenso indetenible, conocieron el resplandor de una luz
poderosa que se manifestó en el cielo como destello celestial, su voz ocupó el cielo.
Verano y Otoño la escucharon cantar, era su proclama de guerra, era su anuncio de
venganza, de guerra sin cuartel. El bosque se estremeció, la oscuridad que alimentaba al
límite se retorcía con ferocidad, como bestia informe y monstruosa arrojando
bestialidades salidas de pesadillas. De la oscuridad, una semilla emergió, rodando con
delicadeza como arrastrada por el viento.
En suave andar se detuvo ante Verano y Otoño, quienes dieron un alto a su avance al
verse rodeados por las monstruosidades que arrojaba la oscuridad y el bosque. La
semilla comenzó a germinar dando lugar a un frágil y verde tallo, que con prontitud dio
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a luz un botón de flor que se abrió revelando su esplendor a medida que su cuerpo
crecía convirtiéndose en un árbol gigantesco de Cerezo.
Alcanzaba los seis metros, su piel era blanca y sus ojos de color vibrante, su tronco tenía
la figura de una mujer cuyos ojos iluminados denotaban el poder de la Sirena, mientras
sus brazos sostenían las innumerables ramas cargadas de cientos de pétalos que
inundaban el ambiente arrastrados por la brisa. Sus raíces, gigantescas y monumentales
penetraron por la tierra extendiéndose en todo el bosque de la noche eterna. Y cuando
ya se hubo bella y perfecta, el árbol de Cerezo posó su mirada sobre Otoño y Verano,
dejando entre ver una suave sonrisa que fue comando de guerra sangrienta para las
bestias que la acompañaban.
Sin tregua, las bestias y horrores se arrojaron en contra de Verano, algunos rectando y
otros abalanzándose por los aires como bestias furtivas. Los hermanos, sin aminorarse,
se juntaron espalda con espalda sonriendo complacidos por la lucha que debían afrontar.
El destello cálido, el resplandor del sol ardiente apareció en los ojos de Verano, dejando
ver la locura que habitaba en su interior retorciendo y obligando a caer de rodillas a las
bestias informes que se abalanzaban. Mientras, una brisa de Otoño se movía
arremolinada y veloz, dejando a su paso nubes polvorientas de cuerpos destrozados por
la fuerza descomunal de Otoño, quien sonriente y sin inhibiciones atacaba feroz usando
los cuerpos de sus enemigos como armas y proyectiles. Pero el árbol, cuya belleza
resplandecía producto del encanto de la Sirena, elevó su canto al cielo sacudiendo sus
ramas en danza armoniosa.
Los pétalos cayeron como suave brisa, convirtiéndose en más monstruosidades. Otoño
aceleró el paso, transformándose en un destello, en una brisa pasajera y furiosa que se
desplazaba en paso de destrucción dirigiéndose en contra del Cerezo con toda su rabia.
Las raíces se levantaron inadvertidamente, arremetiendo en contra de Otoño llevándolo
en embestida hacia el suelo. El estruendo sacudió el lugar, haciendo que Verano
perdiera la concentración producto del estallido del choque del cuerpo de su hermano en
contra del firmamento. Las bestias, oportunistas, se abalanzaron sobre Verano quien en
desesperación luchaba por liberarse entre zarpas, garras y dientes homicidas. El Cerezo
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no retrocedía en su intención mortal, ejerciendo cada vez más fuerza en contra de Otoño
quien desesperado luchaba por zafarse de su atacante.
Pero la guerra no había llegado solo a los hermanos, Primavera e Invierno eran víctimas
del circo que las vio vivir una segunda oportunidad. Eran estos poseídos por el hambre y
el canto de la Sirena, arrastrándolos como animales enloquecidos al ataque demente en
contra de sus señoras. Inclemente, luchaba Invierno desplegando una fría ventisca
ascendente que congelaba todo a su alrededor y arrastraba consigo los cuerpos de los
desafortunados, que en choque violento se desquebrajaban como piezas de cristal. Por
su parte, Primavera luchaba de manera grácil, usando una liana como látigo que en baile
perfecto se extendía con armonía como parte de su cuerpo.
Luchaban de manera incesante, desesperadas por defender su vida y convencidas de la
promesa de retorno de Verano y Otoño, quien sin que ellas lo supiesen también
luchaban. El circo no daba tregua, las hermanas veían cada vez más agotadas sus
fuerzas, el pueblo era una jauría interminable que poseídos por el maleficio de la
Estrella no daban marcha atrás.
El infierno celebraba, el ritual daba comienzo y su señor, desde lo alto de la protección
eterna de su amado Argus daba la orden que marcaría el fin de todo.
-Thartaros, ya es hora…- Dijo Tristán, decidido a recuperar la sonrisa de
Astarte.
Thartaros sonrió malévolo, el tan ansiado momento llegaba, y él sería su director, cuya
mano derramaría la sangre del señor de marfil. Se posicionó al frente de Asterion y
permaneciendo en tierra, se colocó en medio del círculo dibujado con sangre y arena.
-¡Traigan a los sacrificios!-Ordenó Thartaros.
-¡DETENTE TRISTÁN! ¡NO LO HAGAS!-Gritó Asterion desesperado.
-Ya es tarde Asterion… la Estrella se está encargando de tus hijos en este
momento, nunca llegaran con vida y cuando su sangre sea derramada junto a la de los
sacrificios, todos los señores serán uno nuevamente y existirá un solo circo que
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gobernará al bosque de la noche eterna- Respondió Thartaros sonriente y malévolo,
mientras Tristán escondía su cara de manera culpable en supuesta inexpresividad.
El bosque retumbaba, la sangre de los hijos del señor amenazaba con derramarse, la
Estrella ordenaba la muerte de los hijos varones como parte de su propósito de
venganza. Deseaba ella el regreso del Uno, para así encarnar la muerte del circo y de
todo aquello que amaba Asterion. Luchaban Otoño y Verano por su vida, las bestias y el
Cerezo atacaban si piedad, sus vidas se esfumaban.
Otoño perdía el aliento ante la fuerza destructiva del Cerezo que aplastaba su cuerpo en
contra del suelo, mientras Verano era atacado brutalmente por la jauría de horrores
informes que con sus dientes y garras arremetían con toda furia. Convencidos de su
muerte, los hermanos se contemplaron, sus miradas vidriosas reflejaban la resignación a
su final y a un fracaso inevitable. Sin más que hacer, extendían sus manos de forma
inútil tratando de burlar la distancia que los separaba con la esperanza de encontrar la
muerte juntos, como los hermanos que el gran señor con tanto orgullo había criado, su
visión se tornaba borrosa y la muerte se acerba.
Pero sublime y magnificente, como un halo de perfección que desborda una belleza
ajena a este y a cualquier otro mundo, descendió de los cielos feroz y estruendoso,
empuñando su espada en contra del suelo mientras sus alas se desplegaban con belleza
ultra terrena. Las bestias se quemaban, volviéndose polvo, al igual que las raíces cuyo
cuerpo retrocedieron heridas evidencia del poder divino del salvador de Otoño y
Verano.
Y mientras Otoño y Verano conocían la salvación, Invierno y Primavera eran
acorraladas por aquellos a los que consideraron familia, quienes enloquecidos por la
Sirena atacaban con un único propósito: la muerte.
La tormenta había crecido, Invierno desplegaba todo su poder, congelando todo a su
paso. Su cuerpo que había sido sometido al castigo de los hijos del señor de la sombra
aún se encontraba herido, y sin posibilidad de sanar sus heridas se abrían nuevamente.
Primavera, que luchaba a su lado permanecía en el suelo herida de gravedad por una
daga que había alcanzado su pie, evitando así su danza de belleza y destrucción. Era
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esta la razón de la furia desmedía de Invierno, quien poseída por la cólera congelaba a
uno y cada uno de los miembros del circo, liberando una corriente espiral de aire gélido
que inmortalizaba en estatuas de hielo a sus atacantes, estallándolos al levantarlos como
plumas al viento y haciéndolos chocar entre ellos.
Primavera suplicaba a Invierno desesperada que se detuviese, tal demostración de poder
solo acarrearía su muerte, su cuerpo no resistiría la tormenta pues la señora que vigila al
invierno atacaba sin piedad tan solo teniendo cordura suficiente para evitar tocar a su
tan preciada hermana.
-¡BASTA HERMANA! ¡MORIRÁS! ¡DETENTE INVIERNO, POR FAVOR!-
Suplicaba Primavera, mientras el resplandor de su alma hacía florecer a las flores de la
pradera bajo de ella en medio de la tormenta.
Pero fue la mirada de arrepentimiento de Invierno lo que estremeció a Primavera, la
señora del invierno, aquella cuyo corazón helado jamás había conocido la nobleza y la
compasión lloraba por vez primera.
-Este es mi final, huye… Te amo, hermana…- Fueron las palabras de Invierno
mientras su cuerpo se convertía en una reliquia de hermoso e inmortal hielo que se
desquebrajaba arrastrada por el viento.
El grito de Primavera se alzaba en los vientos, quienes crecían llevándose la vida de los
miembros del circo y congelando la lona que alguna vez fue su hogar. Desesperada por
evitar su muerte, Primavera se puso de pie, pero fue la Zorra quien inadvertida la haló
por su falda y que se encontraba a sus pies.
-¡Debo salvar a mi hermana!- Replicó Primavera en medio de su llanto.
-Ya no hay nada que hacer mi niña… debes venir conmigo, mi señora me ha
mandado por petición de Invierno para ponerte a salvo- Dijo la Zorra sonriendo
comprensiva y amable, desvaneciéndose en un destello de luz, después que diera un
brinco hacia atrás y se convirtiera en resplandor fugaz.
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El infierno continuaba adelante con su profanación, el señor del circo clamaba a su
hermano Tristán detener todo, pero este hacía caso omiso refugiándose en los brazos de
Argus quien lo sostenía como si de un infante se tratase. Thartaros se encontraba en
medio del círculo de arena y sal, el cual describía los nombres de Luna y sus hijos, allí
se encontraba contenida la sabiduría oscura de los tiempos, en ella se encontraba el
nombre verdadero del Uno, quien mucho tiempo atrás había llegado a esta tierra y por
castigo de Sol fue convertido en los señores.
Los hijos de Tristán traían sobre sus hombros, a rastra o en brazos el cuerpo de
mortales, que aún con vida y amordazados eran testigos de los horrores del infierno.
Cuando los cuatro estuvieron en su lugar, los hijos oscuros se apartaron, dejando a
Thartaros dar comienzo.
-¡Luna, madre siniestra! ¡Escúchame a mí, Thartaros, humilde servidor! Yo
portador de la sangre del faro y conocedor del santuario de los señores circense te
llamo ¡O madre oscura! ¡Tú que reinas en el firmamento nocturno! ¡Tú diosa eterna y
perpetua! Aquella que reina junto a Sol en este y en todos los mundos, escucha mi
llamado… Hoy nos hemos reunido para honrar a tu nombre, ofreciendo sangre y fuego.
Traemos ante ti a estos mortales, nombres verdaderos de los señores del circo, quienes
son ofrecidos como sacrifico con la bendición de Tristán “Señor de la Oscuridad” y
quien me ha conferido el derecho a derramar la sangre de sus hermanos en
cumplimiento de una única voluntad: revivir al UNO.
El circulo resplandeció, Luna escuchaba el llamado de Thartaros, ante la súplica
desesperada de Asterion a su hermano que detuviese tal horror.
Pero algunos conocían la salvación mientras Asterion rogaba sin esperanza, Otoño y
Verano encontraban nueva oportunidad en las manos de Desolación, ángel enviado por
Astarte. Sus alas negras, su cuerpo esbelto, sus ojos negros y sus cabellos largos al
viento recogidos en un moño sostenido por una flor de oro, deslumbraban los ojos de
Otoño y Verano que por vez primera conocían a los ángeles, servidores de la Señora de
los Sueños.
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El Cerezo ardió en furia, arrojando su lamento de dolor al aire, sus raíces se levantaron
en ataque veloz y brutal nuevamente, esta vez en contra de Desolación quien con su
espada de plata y oro repelía el ataque. Su cuerpo retrocedía con gran dificulta por la
fuerza del Cerezo, mientras Otoño y Verano observaban asombrados ante el poder de
aquella divina criatura.
Cuando la fuerza fue demasiada, Desolación desplegó sus alas alzándose en vuelo y
desviando el ataque. Pero el árbol insatisfecho sacudió sus ramas, llamando de nuevo a
sus horrores quienes en un número mayor y provisto esta vez de alas inundaban la tierra
y los cielos.
-¡Rápido, no queda tiempo! Su padre se encuentra en gran peligro…- Replicó
Desolación mientras desplegaba su espada en contra de las monstruosidades aladas que
lo embestían.
-¡Pero nunca lograremos pasar! ¡Son demasiados!- Señaló Otoño con
frustración mientras apretaba su puño y Verano lo ayudaba a levantarse.
Pero Verano, quien siempre había sido hombre noble y humilde, no deseaba la gloria ni
la gratificación. Estaba consciente de su pecado, de aquel que lo volvía el mejor rey
entre todos pero que era culpable de la tragedia. Pudo haber en el pasado, mortal y
eterno, decidido algo más allá de no actuar; pero los hechos sucedidos no se pueden
cambiar y solo el futuro se puede abrazar. Fue entonces que lo decidió y estrechando a
Otoño en sus brazos se despidió silenciosamente.
Para cuando Otoño se percató de la intención de su hermano era demasiado tarde,
Verano lo había levantado al medio de los aire sobre una plataforma de cristal desde
debajo de sus pies y había sido tomado por Desolación quien sujetándolo de una mano
marchaba en vuelo por encima del Cerezo en dirección al límite.
Verano observaba a Otoño marcharse en compañía de Desolación, en sus ojos se veía la
mirada nostálgica de un alma que conseguía la paz. Otoño luchaba por zafarse, pero el
toque de Desolación otorgaba la renuncia a quien mantuviese contacto con él, por lo que
no pudo hacer más que observar mientras se alejaba, llevado por brazos de la divinidad.
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Pero la Sirena había sido clara en su mandato, los hijos de Asterion debían morir, no
importaba el ritual, solo la venganza. Por lo que el Cerezo y las bestias arremetieron en
contra de Desolación y Otoño, quienes se alejaban en veloz vuelo. Verano, satisfecho
consigo mismo y con la vida que había llevado rompió el máximo tabú de quienes como
mimos sirven al señor de marfil: el silencio.
Y fue así que, con un leve murmullo, dedicó su última voluntad a su hermano mientras
lo observaba marcharse a un destino incierto de guerra y sangre.
-¡Adiós…!
Acto seguido, una onda sonora se expandió a través de los alrededores, arrancando de
sus cuerpos las almas de los presentes y convirtiéndolas en pequeñas esferas de cristal
que se pulverizaban convirtiéndose en una lluvia de fino polvo cristalino, todo mientras
el cuerpo de Verano pagaba el precio de haber roto su máximo tabú y caía con sus ojos
vacíos y sin luz al suelo; pues el alma de los mimos, frágil espécimen, era el precio a
pagar por los secretos del silencio y la paz otorgada por la justica, razón por la que si
llegaban a hablar esta se marcharía con su voz dándoles muerte a ellos y a todo lo que lo
rodease. Esa fue la última imagen que Otoño tuvo de su hermano antes de sumergirse en
la oscuridad del límite.
110
CAPITULO VIII
“Infierno”
os pasajes eran oscuros, las sombras reinaban, caminando libres como
espectros fúnebres que amenazaban a los visitantes inesperados. Era aquello el
santuario de la oscuridad, una caverna subterránea que se extendía en medio
de la nada, guardando en sus profundidades secretos de tortura y dolor. Eran sus paredes
iluminadas por la luz pobre de antorchas, en donde las súplicas desesperadas de las
almas mortales que habían logrado escapar en lo que podía considerarse un milagro con
obvio fracaso, se perdían en medio de la perpetua soledad de aquel mísero y maldito
lugar.
Volaban por debajo del cielo pétreo, procurando mantenerse en silencio profundo para
no alterar a las imágenes sombrías que desde tierra los observaban en pensamientos
desconocidos, Otoño era sostenido por Desolación, su rostro evidenciaba la perdida de
la cordura y su cuerpo herido era prueba irrefutable del precio de la guerra. Su alma
abatida se lamentaba, sin esperanza alguna de descanso, desconociendo memoria que le
permitiese saber cómo había comenzado todo.
Detrás de las puertas del infierno, aquellas que se refugiaban en la oscuridad de aquellos
pasajes, morada de sombras, continuaba la celebración herética. Los hijos de la
oscuridad, por petición de su padre, colaboraban con el traidor quien en canto profano
levantaba sus oraciones a Luna; quien siniestra, desconocía de lógica o justicia, solo
conocía de caprichos y voluntades.
El señor de marfil permanecía suspendido en el aire, expuesto al calor ardiente del metal
fundido que bajo de él se arremolinaba y danzaba en celebración. Observaba con
detenimiento Tristán que, desde los brazos protectores de su compañero pétreo,
permanecía recostado como un infante en busca de consuelo.
Las almas mortales que habían sido arrastradas inocentes de las verdades que les
aguardaban, suplicaban clamando por su vida, mientras sus lágrimas evidenciaban la
preocupación ante su destino, perturbados por los horrores de aquel sitio de pesadillas.
L
111
Asterion no podía hacer más que observar, sus fuerzas y voluntad lo habían
abandonado, desconociendo que en su libertad lo aguardaba realidad peor que cualquier
infierno que alma humana o inmortal pudiese imaginar. Pero lo cierto era, que el señor
de marfil contemplaba con dolor la impotencia de su ser, quien era incapaz de dar
justicia a las almas mortales que arrebatadas por venganza y capricho de Thartaros
serían sacrificadas para resucitar al único.
Los cantos prosiguieron y Thartaros en el medio del círculo de sangre y arena arrojaba
sus blasfemias al aire, invocando el nombre de Luna y profanándolo, pues desconocía el
amor con el cual Asterion le había servido durante siglos. Las lágrimas del señor habían
desaparecido, la resignación a la muerte y la derrota era inevitable, su alma era humana
atrapada en un cuerpo inmortal, distaba de ser una encarnación libre de verdaderas
emociones humanas y arrastraba sobre sus hombros el peso de esa y de vidas pasadas
que aun atormentaba su espíritu.
No había descanso para aquel que en acto profano había arrebatado el cuerpo del señor
de la Justicia, sin embargo, su hermano Tristán esquivaba la mirada que sin palabra era
súplica y a la vez recriminación de un acto egoísta.
-He aquí nuestras ofrendas para ti madre oscura, a ti otorgamos la sangre de
aquellos quienes en sus almas han escrito el nombre de los señores circense y los
ofrecemos para ser devorados por tu voluntad siniestra. Así te presento cuatro de sus
seis nombres: He aquí al suicida, quien porta el nombre del silencio y los sueños, es él
la imagen de la derrota cuyo nombre evoca a Astarte, señora del Circo de los Sueños;
he aquí al traidor, quien porta el nombre de la envidia y la luz, es él la imagen de la
codicia cuyo nombre es Zarú, señor del Circo de la Luz; he aquí al siniestro, quien
porta el nombre del terror y el miedo, es él la imagen de los pervertidos cuyo nombre
evoca a Siul, señor del Circo de las Pesadillas; he aquí al devastado, quien porta el
nombre de la demencia, es él la imagen de la destrucción cuyo nombre evoca a Gogdle,
señora del Circo del Sol.
Las dagas resplandecieron a la luz de las calderas, luces voraces que cómplices sonreían
ante la sangre derramada de los inocentes. Era Thartaros un alma voraz que se satisfacía
112
del dolor y la pérdida de otros, su alma carecía de propósito alguno que no fuese el
arrebatar todo a los demás.
-Es hora, mi señor…- Dijo Thartaros sonriente y profundamente calmado a
Tristán.
Extendió su mano con delicadeza al rostro de Argus, una delicadeza casi mortal, como
si las fuerzas de su cuerpo lo abandonaran, como si muriera en aquel instante en cuerpo
y alma. El guardián obedeció, siempre respetuoso del deseo de su señor, Tristán tocó la
tierra y tambaleándose llegó a los pies de Thartaros casi ido en sí mismo, ajeno a la
realidad y cercano más a la muerte. Thartaros sonrió y con cortesía se puso de cuclillas,
sosteniendo la mano del señor oscuro mientras con una daga hacia un corte a lo largo.
Asterion gritaba en desesperación, desesperación de quien ve morir al ser amado,
desesperación de quien ve venir a la desgracia, desesperación de quien pudo haberla
evitado y no lo hizo. La sangre del señor oscuro se derramó, la tierra bebió de ella y las
calderas se apagaron por un instante. El infierno fue un lugar de oscuridad total, el
fuego se desvaneció y su calor se extinguió, hasta el sonido se perdió y ni la respiración
agitada de los hijos del señor oscuro podía sentirse, quienes nerviosos temían por sus
destinos.
Y sin aviso, el infierno, aquel lugar de sufrimiento y maldad, se iluminó en un estallido
demencial. Sus calderas escupían fuego desbordándose en rabia, las paredes y techo se
sacudían, mientras todo el lugar se lamentaba ante la herejía cometida. Tristán
permanecía en el suelo, tendido sobre sus rodillas con apenas fuerzas para sostenerse
sobre sus brazos. Mediodía, criatura ingenua y demente se acercó a su padre con ojos de
niño conmovido y las lágrimas se derramaron por sus mejillas casi devolviéndole una
expresión humana, aquella que perdió el día que su madre lo abandonó en aquel lugar.
No hubo gesto más conveniente que el de una caricia tranquilizadora de un padre, por lo
que la mano de Tristán acarició el rostro de Mediodía con la ternura impensable en
almas oscuras y siniestras que viven de la venganza. Sin embargo, a aquel lamento
Mediodía no fue el único que se unió, también se encontraba Amanecer quien silencioso
y solemne levantaba a su padre del suelo en un intento de resguardar su dignidad.
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Tristán observó a su hogar desmoronarse, comprendiendo y asumiendo el precio a pagar
por la vuelta a su amada, viéndose incluso obligado a ignorar la mirada preocupada y
melancólica de sus dos hijos devotos.
Por su parte Atardecer y Noche esquivaban sus conciencias, desviando su mirada del
rostro de Asterion quien los observaba con perplejidad en lamento silencioso. Pero
Thartaros sonreía, su alma oscura y malévola se encontraba complacida y avanzaba
desplazándose por los peldaños que emergían del metal ardiente, acercándose con
lentitud a Asterion con el único fin de tomar la sangre del señor y sellar el destino de los
circos.
Bastaría una puñalada certera en medio del corazón, para dar fin a todo, la sangre del
señor de la Justicia seria derramada y con ella se cerraría el ciclo de los seis,
rompiéndose para la eternidad al volver al ser original. Cuando Thartaros por fin tuvo a
su alcance lo miró a los ojos, fueron instantes breves pero eternos, su mano se extendió
acariciando aquella máscara símbolo de poder y prisión de su alma humana y en gesto
inentendible para los presentes se acercó al señor de marfil besándolo en los labios.
El alma de Asterion se estremeció y sus ojos dejaron correr unas tímidas gotas prueba
de lamento.
-¡Mi Hada…!- Susurró con voz temblorosa, mientras veía en los ojos de
Thartaros el alma de su amada que en un último esfuerzo luchaba para imponerse y
despedirse de su amado.
Lentamente aquella mirada de dulzura y amor se desvaneció, volviendo a los ojos fríos
y siniestros del hombre que había ascendido hasta allí para darle muerte. Así, una daga
empuñada por una mano homicida se levantó en los aires, ante el fuego y resplandor de
las luces del infierno que se derramaban en locura de manera estrepitosa. Un último
respiro, una última mirada, los ojos del señor de marfil se cerraron ante la sonrisa
victoriosa de Thartaros.
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La daga comenzó a descender, cruzando los aires con una clara intención, intención que
no tenía vuelta atrás, intención que había sido obra de una mente oscura y de un corazón
torturado.
-¡PADRE! ¡PADRE! ¡DEVUÉLVANME A MI PADRE!- Gritó Otoño desde el
otro lado de la puerta, mientras la golpeaba con sus manos desnudas.
La daga detuvo su andar y con cierta incomodidad Thartaros respiró profundo, en
desaprobación total a lo sucedido. Su mano temblaba en ira creciente, mientras los hijos
de Tristán observaban desconcertados las puertas del infierno que se estremecían ante
los golpes repentinos y sucesivos, que se acrecentaban cada vez más.
-¡Dijiste que ninguno de sus hijos llegaría con vida! ¿Qué tienes que decir al
respecto?- Replicó Atardecer a Thartaros de manera desafiante, dejando ver el miedo en
sus ojos.
Pero no hubo palabra alguna, la rabia se apoderaba de él, la ofensa era más de la que
Thartaros era capaz de soportar. Su orgullo era frágil y la soberbia era dueña de su alma.
-¡Responde…! ¿No acaso todos los hijos de Asterion morirían antes de llegar al
límite?- Inquirió Noche en esta ocasión, pronunciándose con nota amenazante.
Por su parte, Tristán observaba con cierta curiosidad y perspicacia, mientras Mediodía
dejaba crecer su inquietud hasta no poder controlarla y esta se desbordaba.
-¡Padre! ¡Padre! ¡¡¡ES EL MOCOOOOOOOOOOSOO
IMPERTINENTEEEEEE!!!- Comenzó a gritar Mediodía fuera de control, refugiándose
entre los brazos de Tristán quien sonrió con cierta malicia.
-¿Las cosas no están saliendo como planeabas, no es así, Thartaros?- Dijo
Tristán casi a modo de burla, mientras tomaba a su hijo entre sus brazos
tranquilizándolo como a un niño pequeño.
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Asterion observaba a Thartaros, quien ardía en furia con su orgullo lastimado, indignado
se dio la media vuelta hacia Tristán e hijos, gritando descontrolado y a todo pulmón.
-¡SILENCIO INMUNDICIAS! ESTO NO CAMBIA NADA… ÉL NUNCA
ENTRARÁ, LAS PUERTAS DEL INFIERNO SOLO PUEDEN SER ABIERTAS POR
UNA VOLUNTAD DE VENGANZA O POR EL MISMÍSIMO SEÑOR DE LA
OSCURIDAD, ESO NUNCA… PASARÁ
Todos lo observaron con cierta duda, mientras los golpes en las puertas del infierno se
acentuaban, retumbando en sus almas y perturbando su tan frágil tranquilidad.
Amanecer no hizo caso omiso a la ofensa a su padre y maestro, por lo que llevó su
mano a la espalda empuñando una de las espadas incrustadas en su cuerpo, pero Tristán
interpuso su brazo cuando este decidió andar, mientras sonreía observando a Thartaros
con la gracia de quien escucha un chiste.
Un silencio incomodo se apoderó del lugar, tan solo siendo llenado por el crepitar del
fuego y los golpes repetitivos cada vez más contundentes. Fue la voz de Asterion quien
después de varios segundos atrajo la atención de Thartaros.
-¿En verdad no conoces a Otoño? ¿Qué te hace creer que la justicia es lo único
que habita en su corazón? Unas puertas no lo detendrán, ni siquiera las del mismísimo
infierno… así como nada lo hizo para que no diera muerte con sus propias manos a su
padre.
Una expresión de temor se reflejó en el rostro de Thartaros. Tristán sonrió con cierta
complicidad, mientras un golpe que sobrepasaba a los anteriores sacudía al infierno
entero, desprendiendo el polvo y las piedrecillas de techo y paredes.
-¡¡¡THARTAROS!!! Devuélveme… a mí… ¡¡¡PADRE!!!- Fueron las palabras de
Otoño, mientras ardiendo en furia y bañado en sangre empujaba las puertas del infierno
hacia el interior, dejando ver su rostro colérico y la rabia contenida en su ojo sangriento.
Era el rostro de un homicida, de una bestia, una criatura inhumana cercana más a lo
animal. Su ojo resplandecía con un color carmesí, mientras la sangre que emanaba de
116
sus heridas se evaporaba arremolinándose a su alrededor en una nube rojiza que
emanaba calor. Lentamente fue avanzando y cuando las puertas del infierno no pudieron
oponer mayor resistencia, Otoño las empujó causando gran estrepito y sacudiendo a los
presentes.
Con cada paso de Otoño, la tierra bajo de sus pies ardía. Mientras en la entrada,
permanecía inmóvil y sereno Desolación, quien inexpresivo observaba el despliegue de
ira y poder de Otoño.
-¡Deténgalo! ¡No se queden ahí! ¡Hagan algo imbéciles!- Gritó Thartaros
ardiendo en ira, locura y miedo.
Tristán arrojó sobre Thartaros una mirada severa, profunda y perversa, más que
cualquier mirada que hubiese podido recibir del señor de la justicia, mirada que retorció
su corazón intimidándolo y silenciando su tan imprudente boca. Los hijos del señor
sombrío se miraban entre ellos víctimas de la confusión, hasta que la mirada severa y
determinada de su padre en contra de Otoño fue la orden real que disparó la batalla.
Como demonios ansiosos de sangre, los hijos de Tristán se abalanzaron a la batalla, en
busca del trofeo que perturbaba su sacrílego y siniestro santuario.
Al igual que una sombra, Amanecer se arrojó al aire, empuñando dos espadas que
atravesaban su cuerpo, encendiéndose en llamas mientras se dirigía en caída y ataque
directo en contra de Otoño. Por su parte, Noche sosteniendo la esfera luminosa que
siempre lo acompañaba, la colocó al frente de su rostro y mientras esta se encendía en
fuego sopló con todas sus fuerzas arrojando una llamarada de fuego despiadado que
calcinaba todo a su paso. Mientras Atardecer, daba un suave toque a su arpa, cuyas
cuerdas se animaban introduciéndose en la tierra y saliendo al otro extremo a la espalda
de Otoño como animal furtivo. Por último, Mediodía en locura absoluta, sacudía su
cabeza mientras la sostenía con sus manos; a la vez que el infierno se inundaba de una
marejada de pestilencias que se alzaban en una ola devoradora de cuerpos.
Pero una brisa veloz marcó el paso de Desolación por encima de Otoño, elevándose a
las alturas en medio del infierno, y alzando su espada desplegó su luz celestial que
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arrojó sin resistencia alguna a los hijos de Tristán a la redición, haciéndolos suplicar de
dolor y agonía como espectros a la luz y frenando en su totalidad sus ataques.
-Entiendo… supongo que tendrás que encargarte mi querido Argus, el niño
impertinente ha venido ayudado por la mano de Astarte- Dijo Tristán, quien con
debilidad se sostenía de Argus.
Sin prisa y con calma, Tristán acarició el rostro de Argus dejándole ver una sonrisa,
luego el sirviente pétreo se volteó en dirección a Otoño y a velocidad espeluznante se
arrojó en vuelo destructor. Sus garras chocaron con las manos de Otoño, quien
oponiéndose en fuerza bruta luchaba por resistir el empuje bestial de Argus.
Lentamente, Argus lograba hacer retroceder a Otoño, hasta que sus piernas fueron
víctimas de la debilidad cediendo y dejando caer una de sus rodillas en el piso.
Argus acentuó su peso y enorme tamaño sobre el diminuto cuerpo de Otoño, mientras
Tristán lo observaba determinado a acabar con su vida.
-Ya te lo dije anteriormente… eres un chiquillo impertinente y es por eso que te
mataré, ni tú ni nadie se interpondrá entre Astarte y yo- Dijo Tristán en tono seco y
sereno.
Las garras de Argus vertieron toda su fuerza sobre las manos de Otoño, en donde sus
huesos comenzaron a crujir y la sangre no tardó en aparecer. Un grito descomunal de
dolor fue arrojado a los aires, el cual fue apagado por una llamarada de voraz fuego
proveniente del hocico de Argus.
-Ríndete, mocoso impertinente, no puedes ganar… ¡Nunca has tenido, ni tendrás
oportunidad en contra de Argus!- Replicó Tristán, señorial y soberbio.
-Nunca… se te ocurra… volver… a… ¡¡¡SUBESTIMARMEEEEEE!!!- Fueron
las palabras de Otoño, mientras su ojo sangriento resplandecía con rojo carmesí
abriendo el aliento ígneo de Argus y extinguiendo por instantes el fuego de las calderas.
Un rayo de proporciones colosales se disparó del ojo de Otoño, arrasando con todo a su
paso y arrastrando consigo el gigantesco cuerpo de Argus, quien en vuelo estrepitoso se
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precipito en contra de Tristán pudiendo únicamente reaccionar para tomar entre brazos a
su señor y protegerlo con su cuerpo mientras replegaba sus alas. Un manto de oscuridad
recubrió a Argus y a sus hijos, invocado por el señor de los infiernos en medida
desesperada para protegerse del ataque fulminante de Otoño.
Mientras Desolación en vuelo apenas perceptible, volaba por encima del rayo,
interponiéndose entre este y Asterion mientras que aventaba de un golpe a Thartaros
que oportunista intentaba asestar la puñalada final. El rayo chocaba con todo su poder
en contra de la espada de Desolación que lentamente comenzaba a desquebrajarse.
Sin fuerzas, Otoño se precipitó exhausto hacia el suelo. Desolación caía de rodillas con
apenas fuerzas para respirar. Por su parte, Tristán responsaba apenas consciente entre
los brazos del gigantesco Argus, quien se encontraba incrustado en la pared por la
fuerza del choque, mientras sus hijos recuperaban su cordura del ataque de Desolación.
Las cadenas cedieron, el cuerpo de Asterion cayó libre a los brazos aun débiles de
Desolación quien en vuelo frágil se desplazó hacia la puerta, deteniéndose a la altura de
Otoño, quien apenas con fuerzas era tomado en brazos por Asterion. Padre e hijo se
reunían de nuevo, en medio del infierno que ardía en llamas ajenas de ira y demencia,
con ojos llorosos que demostraban la alegría del hijo al encontrar nuevamente a su
paternal adoración.
-Padre… ¿Eres tú…?
-¡Si Otoño! ¡Aquí estoy!- Respondió Asterion, mientras sostenía entre brazos a
su primogénito convaleciente, meciéndolo de manera tranquilizadora.
-Debemos volver a casa…
-Claro que sí hijo, eso haremos- Respondió Asterion dirigiendo su mirada de
culpa a Desolación, quien apenas con fuerzas bajaba su mirada sin una respuesta posible
a tal situación y mentira piadosa.
Pero ciertos males no conocen la derrota y Thartaros era uno de ellos. Asterion levantó a
su hijo en brazos y con su cuerpo herido y cansado marchó con lentitud en dirección a la
puerta en compañía de Desolación.
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-¡¡¡ASTERION!!! Esto aún no termina…- Gritó Thartaros lleno de ira.
-¡No, Thartaros! Esto ya acabó, ríndete de una vez…
-¿En serio lo crees Asterion? Si el Uno no puede volver, entonces… yo me
volveré el Uno.
Las palabras de Thartaros sacudieron a Asterion, quien temeroso de lo que significaban
se dio la media vuelta. Allí, atrás de él a pocos metros, se encontraba Thartaros
sosteniendo por la cabeza a rastras el cuerpo herido de Tristán en compañía de
Atardecer y Noche y bajo la mirada nerviosa de Mediodía confundido por la situación.
-¡Huye… Asterion!- Fueron las palabras de advertencia de Tristan quien débil
trataba de salvar a su hermano de guerras.
Una figura gigantesca y alada se aproximaba con lentitud por detrás de Thartaros de
manera amenazante. Soberbio, Thartaros arrojó el cuerpo de Tristán al frente en medio
del suelo, justo entre Atardecer y Noche quienes lo contemplaban de manera
despiadada.
-¡Argus! ¿Por qué no ayudas Tristán a descansar, tu padre se siente muy
cansado?- Fueron estas las palabras ponzoñosas de Thartaros hacia Argus, disimulando
así la orden de muerte en contra de su amo y señor.
Argus avanzó y tomó del cuello a Tristán, alzándolo en los aires y presionando
lentamente con fuerza mientras le arrebataba el aliento. Asterion, colérico intentó
reaccionar, pero Desolación interpuso su brazo negando con su cabeza tal acto de
locura.
-¡¿Cómo?! ¡¿Cómo puede ser posible?! ¡No tú… Argus!- Exclamó el señor
sombrío en medio de su sorpresa y dolor, mientras que con sus débiles manos luchaba
por liberarse.
Amanecer brincó desde la oscuridad, embistiendo en contra de Thartaros,
consiguiéndose con la inesperada sorpresa que Argus reaccionó protegiendo a Thartaros
y tomándolo por el cuello para asfixiarlo también.
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-¡Me sorprende que tengas aun gente fiel! Subestimé mucho a algunos de tus
hijos… lástima que el resto no sea tan fiel a ti…- Exclamó Thartaros en tono de burla-
Verás… es fácil manipular tu reliquia, es decir… Argus ¿O se te ha olvidado que ahora
soy yo el faro y que todos los señores juraron amor al Hada depositando parte de su
esencia en ella? Argus nunca te desobedecería… pero jamás atacaría a tu amada
Astarte y de ser necesario le serviría ¿No es así, Tristán?
Su mirada rebeló el dolor de un juego de traiciones que solo las almas inmortales son
capaces de concebir, era perteneciente a otra tierra el sufrimiento del señor de las
sombras, al ver a su amado Argus víctima de las manipulaciones de Thartaros. Pero el
señor de la venganza jamás dejaría que su orgullo fuese mancillado en vano, así su
sombra se desplegó por debajo de él mientras luchaba por su vida, llevando afuera del
infierno a su hermano y compañía mientras a la vez cerraba con gran esfuerzo las
puertas del infierno.
Thartaros sonrió tranquilo, con uno de sus dedos acarició el rostro de Argus y viendo al
rostro agonizante de Tristán replicó:
-Esto solo hará todo más interesante… ¿Crees que no contaba con eso, mi
estimado Tristán? Déjame mostrarte algo…
Los ojos de Thartaros se tornaron negros y a través de su mano se veía como se
alimentaba de la esencia oscura de Argus. Su sombra se proyectó, fundiéndose con la de
Tristán y tomando control de parte de ella, de esta manera arrebató de los brazos de
Asterion el cuerpo moribundo de Otoño trayéndolo hacia él y arrojándolo a los pies de
Argus.
Asterion luchaba por recuperar a Otoño, pero Desolación lo sostenía, tal como alguna
vez Otoño sostuvo a Verano cuando por su mano le debió arrebatar la vida al hijo
mortal de Verano. Eran ironías de la vida inmortal, pero sus lamentos eran reales y
sinceros al ser víctima de la malicia de Thartaros. No había ángel o dios que entendiera
el dolor del padre, ni tampoco el de un hermano cuya última visión fue contemplar a
Tristán, señor de la venganza, derrotado arrastrándose por su vida; víctima del brutal
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castigo propinados por sus hijos Atardecer y Noche y traicionado por Argus amigo y
sirviente fiel compañero de ausencia de su eterna Astarte.
Las puertas se cerraron, Asterion quedó de rodillas con su frente en el metal frio y duro,
mientras una voz llena de prepotencia se burlaba una vez más de él.
-Estoy seguro que Otoño debe ser un aperitivo delicioso, deberías atender al
resto de tu familia. Tal vez se sientan solas… ¿Quién de nosotros llegará primero?
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CAPITULO IX
“La Visita”
a no había vuelos gráciles y veloces, ya no había danzas aéreas de belleza y
majestad, solo quedaba la sombra de un ave herida, la imagen de un ángel
que caía y que en cumplimiento del deber encomendado por su señora
llevaba consigo al señor de marfil de retorno a su circo.
Fue así como el señor de la justica retornó al bosque de la noche eterna, fue así como el
señor retornó a su morada encontrándose con la realidad horrenda que la guerra trae
para quienes la viven encarnadamente. La tierra se había tornado blanca, los arboles
vestían sus mantos gélidos y el cielo dejaba caer con delicadeza sus copos cristalinos.
Y en medio de aquella austeridad invernal brillaba la carpa del gran señor que,
convertida en gélido cristal resplandecía con la luz de la luna y las estrellas, resonando
en mágico canto con la noche eterna en sinfonía de tristeza y melancolía. Asterion
avanzó a través del sendero al tocar tierra, no sin antes despedirse y agradecer a
Desolación quien casi moribundo se recostó de un árbol.
-¡Gracias…! Es menos de lo que mereces, pero es más de lo que en este
momento puedo darte, estoy en deuda contigo y con tu señora. Ahora… descansa y
cuando retornes a los brazos de mi hermana, agradécele de mi parte- Dijo Asterion con
gesto noble.
-¡Así lo hare mi señor! Disculpe el no poder seguir… pero mis fuerzas me
abandonan y he empeñado más voluntad de la que mi alma posee para cumplir con el
deseo de mi señora Astarte…
-Comprendo… No debes excusarte, duerme que pronto ella vendrá a buscarte
en sueños y volverás a estar nuevamente bajo el resguardo de su mano frágil y su dulce
mirada.
Desolación cerró los ojos, sumiéndose en un sueño profundo, mientras que con una
sonrisa su cuerpo se desvanecía uniéndose al ensueño, volviendo a su origen y
retornando a los cuidados de su ama y señora. Asterion sonrió melancólico y pensativo,
Y
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comprendiendo la soledad que lo rodeaba, comprendiendo el frío que ahora habitaba en
su alma.
Estaban tan solos los señores del circo, eran criaturas tan miserables, que lo único que
eran capaces era de luchar. Entregaban todo sin tener nada, tan solo con la esperanza de
obtener algo a cambio de la vida, era esa prueba de que el Uno era alma torturada, tan
torturada como cualquiera de ellos. Sin embargo, aquel hecho no cambiaría su realidad.
Marchó por el sendero bajo la nevada, acompañado únicamente por la ausencia de las
lágrimas y los copos de nieve blanca y prístina. No había voces que lo llamaran padre,
no había voces que lo recibieran, no había voces que lo necesitaran, tan solo quedaba la
soledad, una inmensa y gigantesca soledad. Y a la entrada del circo, aquella solemne
entrada, aquella que había visto pasar a tantos payasos y bufones, arlequines y
malabaristas, magos y fenómenos escuchó entre los arbustos un movimiento débil y
temeroso que distaba de la agresión o el peligro.
Asterion volteó intrigado, curioso y esperanzado de que su deseo de compañía se
cumpliera. Y aproximándose con sigilo, procurando no intimidar al invitado, hurgó
entre los arbustos encontrándose con la sorpresa de la presencia de Teddy quien
asustado y exhausto permanecía enredado entre las ramas por la costura que se había
ido.
-Teddy… eres tú… ¡Mi dulce Teddy !
Teddy observó al señor con extrema dulzura, como si de la mirada de un niño aterrado
se tratase, por lo que Asterion con delicadeza paternal lo tomó entre brazos liberándolo
de su prisión arbórea. De esa manera marcharon juntos al interior de la carpa, mientras
Teddy reposaba en sus brazos y este le hablaba con ternura.
-Estas hecho un desastre, oso travieso… mira cómo se te ha salido parte del
relleno, tendremos que repararte. No te preocupes, pronto estarás como nuevo…
Dentro del circo, el señor ascendió con lentitud hasta lo alto de su trono, en donde con
profunda calma y devoción zurció las heridas de Teddy reponiendo su relleno y
124
limpiándolo del polvo y la nieve. El circo permanecía en silencio, solo se encontraban
Asterion y Teddy, en compañía casi eterna e imperturbable.
En ocasiones el viento soplaba, tocando sinfonías gélidas que en resonar con el hielo
deleitaba con melodías de aquellas que solo tocan las estrellas. Pasaron las horas y el
señor de marfil culminó su obra, restaurando a su pequeño paciente a totalidad, y
cuando estuvo concluido solo se sentaron en el trono a esperar. Pues se encontraba
consciente sin palabra alguna de lo que en aquel lugar se había perdido.
Observaba Asterion la arena que tantos espectáculos vio, observaba con Teddy en sus
piernas quien atento y preocupado miraba a su señor. Eran ellos dos los únicos
habitantes de aquella prisión de hielo, aquella prisión de sueños e ilusiones, de dolores y
tormentos. Eran ellos los únicos que quedaban de un mundo que alguna vez conoció
gloria en medio de la perdición, que conoció alegría en medio de la tristeza, que conoció
amor en medio de la maldición.
Se habían marchados todos quienes sirvieron en familia, se habían marchados los hijos
que con devoción amaba, se había marchado el pueblo que agradecido lo veneraba. Era
responsable de la perdición del circo, era responsable por la ausencia de su Hada y era
responsable de la muerte de su hermano, era responsable por no ser capaz de renunciar a
un sueño de amor, un sueño de amor que muchos siglos atrás no se pudo concretar y que
el universo había negado en este y cualquier otro mundo.
Era Asterion único culpable del resultado de la guerra, guerra que había dejado perder
por la ilusión de volverla a ver. Era su sueño inconcluso, aquel que se negaba a dejar
partir la causa de tantas caídas, de tantos sueños rotos y sonrisas perdidas. Sufría
Asterion en silencio sintiéndose indigno del lamento, se negaba el derecho de llorar
pues era única acción justa capaz de enmendar los errores que tanto habían costado a
todos.
No retrocedería el tiempo, no habría rostros amables que volvieran a la vida, pero
incluso así decidió castigarse, decidió dictar sentencia sobre sí mismo prohibiéndose
llorar. Era su manera de honrar a quienes amaba y a quienes lo amaron, era su manera
125
de lavar sus pecados, aquellos que por necedad del corazón tantos daños habían
causado.
Era una ternura no merecida la que Teddy le obsequiaba al señor de marfil, era su
abrazo tierno y desinteresado única prueba del sufrimiento del gran señor, pues este
había renunciado a su alma como pago a su pecado.
La noche transcurría y el silencio era cada vez más profundo. La soledad se hacía notar
y no había palabras que llenaran aquel vacío que quedó en el circo. Pero fue el sonido
de pisadas juiciosas y serenas las que trajeron la vida a aquella tumba de gélido cristal.
Vestía con humildad y pobreza, con mantas rotas y polvorientas humedecidas por la
nieve, con su rostro largo y cansado, con sus ojos ciegos y su barba blanca y larga; de
aquellas que se arrastran, que anunciaban la llegada de un muy… muy viejo amigo.
Asterion observó al anciano, viendo perturbada su expresión ausente y evidenciando la
tristeza dentro de él, el anciano que todo lo sabía lo contempló como si conociera en
donde se encontraba Asterion y con rostro noble hizo señas con una de sus manos,
mientras se apoyaba de una larga y encorvada vara para que así este bajara. Así, el señor
de marfil abandonó su trono dejando a su cuidado al inocente Teddy, quien con ojos
brillantes observaba al señor del circo descender desde su grandeza hasta el regazo de su
amigo a quien abrazó aceptando su consuelo.
-Has olvidado lo que te enseñé… no siempre estaré aquí, pronto mi existencia
terminará y cruzaré la puerta encarnando en otro cuerpo y en otra vida, mi preciado
Asterion- Dijo el Anciano colocando su mano tras de la cabeza del señor del circo en
gesto consolador- Ven… llévame a dar un paseo por el bosque, un paseo siempre es
bueno para el alma.
Asterion tomó la mano del anciano y lo llevó con cuidado a su lado, ofreciéndole su
brazo como apoyo, mientras juntos caminaban fuera de la tienda encaminado a un viaje
incierto. Teddy, desde el trono observó cómo se alejaban, bajándose con premura en
lucha con los escalones por alcanzar a su señor. De esa manera, Asterion abandonó el
circo, en compañía del Anciano quien lo llevaba a internarse en lo profundo del bosque
tan solo seguidos por los pasos tímidos de Teddy.
126
La estrella resplandecía en el cielo, era casi un sol, una segunda luna que alumbraba el
firmamento. Amenazaba con su llegada, amenazaba con su venganza, amenazaba con
llevarse al señor de marfil. Pero todavía no era tiempo, todavía Luna velaba por él,
existía historia por contar e historia por vivir.
Teddy los seguía de cerca, vigilaba con atención el sendero que ambos recorrían,
siempre curioso de aquellos a los que llamaba amo hacían. Asterion caminó con
lentitud, aminorando su paso al del cansado anciano, quien apoyado de su bastón se
movía con serenidad y firmeza.
-Asterion… no necesitas correr si puedes caminar, siempre has sido más
ansioso del destino que del recorrido y es por eso que has perdido el rumbo ¿Puedes
señalarme el camino de regreso?- Inquirió el Anciano.
Asterion volteó a su alrededor y pronto se percató que estaba perdido, todo el bosque
lucía igual, sus ojos eran incapaces de distinguir el camino que los había llevado hasta
ese rumbo. Era ave en altamar, ave extraviada sin sol ni ruta, ave sin viento que planea
con desespero.
-No lo sé… todo se ve igual- Respondió Asterion con cierta frustración.
-Pero lo cierto es que nada es igual, ni las gotas de aguas son las mismas por
más parecido que tengan- Dijo el Anciano mientras que con dificultad se agachaba a
recibir a Teddy quien los alcanzaba con paso torpe- Dime pequeño amigo ¿Sabes tú
cual es el camino?
Teddy se detuvo y observó a su señor, quien entendió que solicitaba su permiso para
responder, Asterion lo concedió afirmando con su cabeza y Teddy pensativo mirando al
suelo respondió.
-No tengo idea, pero…- Respondió Teddy apenado de su desconocimiento de
manera incompleta.
-¿Pero qué… mi joven amigo?- Preguntó el Anciano con suspicacia.
-¿Si camino, no debería llegar a algún lado?- Respondió Teddy preocupado de
errar.
127
El Anciano sonrió levemente complacido por la respuesta mientras se levantaba
nuevamente apoyándose del bastón.
-Siempre tenemos un camino… Asterion- Dijo el Anciano, mientras reanudaba
su caminata.
Asterion permaneció quieto, con su mirada fija a un lado del horizonte, avergonzado e
inconforme con la respuesta.
-¿Y de que me sirve ese camino si nunca llegaré a casa?- Preguntó Asterion
lleno de frustración y ansiedad.
El Anciano siguió caminando sereno y tranquilo hasta llegar a unos arbustos, en donde
llamó a Asterion quien se acercó en compañía de Teddy con la rabia de quien no
comprende y ansia pronta respuesta.
-¿En dónde es tu hogar?- Preguntó el Anciano a Asterion.
-En algún lugar de este bosque que no es aquí…-Respondió el señor de marfil
con rabia.
-Te equivocas… observa bien- El Anciano apartó los arbustos con su mano
revelando al circo que se encontraba ante sus ojos.
Asterion no podía creer lo que sus ojos veían, tenía su hogar frente a sus ojos cuando se
encontraba seguro de estar perdido en el bosque, cuan ciego había sido ante sus propias
palabras, cuan necio había sido al cerrar su corazón.
-Aquel sitio que llamamos hogar estará en cualquier lugar en el que estemos…
Asterion, debes observar mejor el mundo a tu alrededor, pues el mundo que te rodea es
parte de eso que llamas hogar…-Dijo el Anciano con cierta picardía infantil.
-Pero todos se han ido… siempre estará vacío…-Dijo Asterion arrastrado por la
melancolía.
El Anciano sonrió nuevamente y caminó entre los arbustos, encaminándose nuevamente
hacia el sendero que da hacia el circo. A mitad del camino se detuvo y alzo su mirada
128
hacia el cielo, extendiendo su mano y dejando que un copo de blanca nieve cayera sobre
su palma.
-No todos se han ido Asterion… ¿No lo ves? Ellos siguen aquí… el invierno, la
primavera, el verano y el otoño todos te acompañan de una u otra manera… todavía
viven en ti…
Asterion cedió ante sus emociones, liberándose de la carga que llevaba consigo de culpa
y dolor, sus ojos se humedecieron y alzó su rostro. Un copo de nieve alcanzó su frente,
fundiéndose delicadamente con su máscara en un ligero resplandor.
-Invierno… hija…- Susurró Asterion con profundo amor, aquel de quien acepta
la partida.
-¿Lo ves? Ellos siguen aquí… y aun cuando no estuviesen, debes continuar tu
camino, porque hay que vivir para los que quedan- Dijo el Anciano en tono afable,
mientras con su mano sobaba la cabeza de Teddy que permanecía entre los brazos de
Asterion.
-¿Crees que haya tiempo?
-Siempre hay tiempo… mi querido Asterion.
-¿Y la muerte? ¿Qué hay de ella?
-¿La muerte?- Rió levemente el Anciano como un adulto ante la ingenuidad de
un niño- La muerte es un camino a transitar y como cualquier camino puede ser
transitado en más de un sentido, recuérdalo…
Una brisa fría levantó una nube de polvo blanco y cristalino que cegó a Asterion por un
instante, cuando esta se aplacó el Anciano había desaparecido.
-No lo olvides hijo mío… todo camino puede ser transitado de una manera u otra,
observa el camino y nunca olvides en donde está tu hogar. Ahora… avanza, mi tiempo
ha terminado en este mundo- Dijo el Anciano con voz casi etérea mientras Asterion
observaba hacia el cielo, contemplando a las estrellas y a una mariposa que ascendía
uniéndose a sus hermanas en un vuelo hacia el firmamento nocturno.
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En silencio y agradecido, Asterion marchó al interior del circo, conforme con su vida y
con su ser, aceptando el destino que debía vivir. Y tan solo en compañía de Teddy, el
bosque de la noche eterna era testigo del renacer del circo y de su señor que con nueva
calidez en su alma, derretía el hielo que cubría la lona y dispersaba la nevada trayendo
consigo la primavera.
Y en el trono, Teddy observaba al señor quien contemplaba la arena, en esta ocasión
con su alma segura y dispuesta.
-¿Sucede algo mi señor?-Preguntó Teddy curioso y temeroso de lo que pudiese
acontecer en alma del señor de marfil
-No te preocupes mi querido amigo, reconstruiremos el circo, más grande y más
fuerte, lucharemos esta guerra y ganaremos… pero antes, hay algo que debo hacer…-
Dijo Asterion recuperando su semblante señorial
-¿Qué cosa mi señor…?-Preguntó Teddy con fascinación infantil
-¡Vengar a mis hijos y a mi pueblo!- Respondió Asterion empuñando la espada
de la justicia en una de sus manos y la espada de la venganza en la otra quien hacia acto
de presencia ante la determinación de su señor- Esta noche correrá sangre y el circo…
¡Vivirá o morirá!
Así fue el encuentro entre el señor de marfil y el Anciano, quien en otros tiempos o en
otras tierras Asterion lo llamó por el nombre del Mago…
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CAPITULO X
“La Última Función”
ran las luces que marcaban el final, luces que verían por última ocasión al
señor de aquel circo celebrar con orgullo y gloria su reinado. Permanecía en
medio de la arena con su rostro en alto y sus ojos cerrados, se entregaba a su
corazón.
Respiraba al sentir del circo, respiraba al sentir de la arena, reviviendo dentro de sí
siglos de glorias y dolor. Por instantes la soledad desapreció, trayendo consigo de nuevo
la música, los aplausos y la compañía de quienes amó. Era nuevamente rey de aquel
mundo que había conocido, de aquel tiempo que había quedado atrás, de aquel pasado
no demasiado distante, pero si lejano para una realidad de guerra y desolación.
Era de nuevo señor y rey, padre y amigo… habían vuelto aquellos a los que llamó hijos,
aquellos que su corazón anhelaba con sentimiento y melancolía. Era de nuevo uno con
el abrazo tierno de Primavera quien se refugiaba en él aterrada de la vida y demasiada
temerosa para actuar; era de nuevo uno con la frialdad de Invierno que buscaba la
calidez del padre y el consejo del rey; era de nuevo uno con la sonrisa de Otoño quien
deleitaba de manera incesante con trucos y malabares en busca de agradar por cariño
que en silencio ya le pertenecía; era uno de nuevo con Verano quien silencioso ofrecía
la compañía de quien no cuestiona ni necesita a la sombra de aquel árbol en el que veían
las luces de la ciudad.
Los recuerdos retornaban a él como espejismos fantasmales, como realidades efímeras
que solo tocaban al corazón y el espíritu. Realidades distantes, realidades de tiempos
pasados que traían una vez más la música de aquella orquesta, los malabares y la magia.
Recuerdos de un mundo perfecto y maldito que bendito por Luna existía a la sombra de
la tierra mortal, llevando regalos oscuros de sangre y dolor, pero también de magia y
hermosura.
Nuevamente escuchaba el aplauso fervoroso del pueblo al que cuidó, pueblo que había
nacido de su puño y sangre, pueblo que había llegado cargado en brazos hasta aquella
E
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tierra de demencia y esperanza. En donde alentados por misterios demenciales vivieron
nuevas vidas de dolor, vidas que ofrecerían oportunidades a quienes nunca la tuvieron y
castigos a quienes lo merecieron.
Y así permaneció largo rato, escuchando ese aplauso fantasmal y recibiendo el abrazo
caluroso de aquellos cuatro que se habían marchado. Cuando se sintió preparado, las
luces fueron extinguiéndose, hasta sumergirlo en la oscuridad amparado por un único
reflector, luz de su esperanza, esperanza de lavar su pecado original.
Solo acudió a su retorno del recuerdo y la imaginación, Teddy quien con paso torpe se
acercaba emergiendo de entre la oscuridad para irrumpir en aquel pedacito frágil e
insignificante de luz. Asterion, humilde, se arrodilló para recibirlo entre brazos y
estrecharlo con la mayor sinceridad de un alma solitaria que se preparaba para caminar a
la perdición. Sabían ambos que la guerra se aproximaba, sabía que el final estaba cerca
y que muy seguramente aquella sería la última noche en que algún reflector iluminaria
la arena.
Asterion vio ante sus ojos cada una de las caras de aquellos que vivieron bajo su mano,
recordando sus sonrisas y odios hacia él, sus maldiciones y agradecimientos por aquella
vida de excentricismos y magia lunar. Una lágrima corrió por su mejilla, aquella de fino
marfil, aquella mejilla de una máscara símbolo de poder y autoridad que revestía al
hombre que se ocultaba.
Cuando no hubo más que recordar, cuando no hubo más rostros a los que honrar,
entonces se preparó para la despedida final… ascendió a lo alto de aquellas largas
escaleras hasta su trono, trono que tanto lo había visto presidir innumerables funciones
de horror y dolor. Y cuando estuvo frente al trono, colocó a Teddy en él, con la
delicadeza que solo un padre es capaz de tener con un hijo.
Teddy observó ingenuo, siendo alma inocente de las intenciones de su señor. Asterion
lo contempló con cálida sonrisa y se agachó a su altura, extendiendo su mano y tocando
su nariz con ternura y picardía casi infantil.
-¡Gracias mi pequeño amigo…!-Dijo Asterion.
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Solo hubo un gesto posible, un abrazo profundo y delicado por parte de Teddy a aquella
mano que tantas muertes presidió y tantas vidas salvó. Asterion intentó disculparse, pero
no fue posible, su voz lo abandonaba y con su aliento quebrado solo pudo tomar aire
para ejecutar la tan difícil decisión.
-Duerme Teddy… es momento que descanses de esta pesadilla- Dijo Asterion
dando con su dedo un pequeño golpe en la frente del oso, quien cayó inerte como un
juguete cualquiera.
Su mano acarició el rostro del fiel amigo, mientras sus ojos quebrantados miraban con
el pesar de quien actúa según el deber de su lógica. Así, marchó en silencio desde el
trono hasta la salida del circo en donde se detuvo y en un último vistazo contempló con
nostalgia aquello que alguna vez fue su hogar.
Miró su trono y al pequeño oso que ahora lo ocupaba tendido, inerte y sin vida.
-Descansa mi amigo… y acompaña a Otoño en donde quiera que esté, yo debo
marchar a un sitio donde no me puedes acompañar…- Su mano se posó sobre el
interruptor y con un respiro profundo apagó las luces con las únicas palabras posibles-
¡Fin de la función…!
El bosque de la noche eterna vio apagarse a la estrella terrestre, aquella que apartaba la
oscuridad y las tinieblas de esa tierra de pesadillas. El señor de marfil salía lentamente
de lo que alguna vez fue su reinado y hogar, solo las estrellas iluminaban el sendero que
tantas veces vio pasar a un pueblo orgulloso a la celebración de sus espectáculos.
Y en la mitad de la oscuridad, amparado tan solo por las estrellas, Asterion contempló
su hogar extinto. El viento dejó de soplar, anunciando la llegada de aquel adversario que
marcaría el destino de quienes servían a Luna con solemnidad.
Estaba al final del sendero, de pie, inmutable, soberbio, con aquella mirada homicida y
rencorosa esperando al señor de marfil en compañía de aquellos dos que habían
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traicionado a su padre y señor de la venganza, así como en compañía de Argus quien
arrebatado por las manipulaciones y juegos oscuros ahora le servían a Thartaros.
Asterion empuñó ambas espadas y dejándolas ver alzó su rostro, sosteniendo miradas
con quien pronto seria su adversario.
-¿Por qué haces esto Thartaros?
-¿Por qué? ¿No es acaso obvio? Quiero que lo pierdas todo…
-¿Para qué? ¿Qué ganas con esto? ¿No es ya suficiente?
-¡No! ¡Nunca será suficiente…! No hasta que te vea suplicar clemencia ante mis
pies…
-¿Qué fue lo que te hice para que me odiases de tal forma?
-No te vanaglories, Asterion… no te odio a ti, sino a tu asquerosa justicia.
-¿Con que es eso…?
-Crees que lo sabes todo, pero lo cierto es que no conoces nada… es por eso que
te he arrebatado cada cosa que amas…
-No dejaré que esto siga adelante, ¿Sabes lo que significa esta espada,
Thartaros?- Levantando la espada al frente y alineándola con su rostro.
-¡Claramente! Es la espada de la venganza, uno de los cuatro tesoros del señor
de la justicia… pero estas lejos de intimidarme, yo tengo a Argus de mi lado y cuando
termine contigo, también tus espadas me pertenecerán… así como los tesoros de cada
uno de los señores.
El cielo retumbó, las nubes se aproximaron a ver y con ellas la tormenta. Los
relámpagos llenaban el cielo nocturno, mientras que una fría llovizna acariciaba sus
cuerpos. Los árboles se estremecían y las flores bailaban desesperadas el vals de
destrucción del cielo quien amenazaba todo.
-Que conveniente… ¿No? Tu adorada Luna se ha ocultado tras la tormenta,
ahora… ¿A quién le rogarás por ayuda cuando devore tus entrañas, Asterion?
-Solo tienes amenazas… amenazas y rencores ¿Piensas también usarlos a ellos
dos?- Dijo Asterion señalando con un gesto a Atardecer y Noche que permanecían de
pie e inmóviles a cada lado de Thartaros.
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-¿Ellos? ¡No! Sería un desperdicio… quiero que tu sangre solo me pertenezca a
mi…
Un trueno reveló su furia, el cielo se partía, mientras que la llovizna se transformaba en
tormenta. Mediodía, el bufón, se lamentaba aferrándose a un árbol más atrás de
Thartaros revelando así su escondite. Era un estropajo, un alma miserable que
agonizaba, que carecía de valor para actuar por sí y para sí.
-Entiendo que uses a estas dos alimañas, Thartaros… ¿Pero por qué al bufón?
Déjalo ir… no tiene nada que ver en esto, ya ha sufrido suficiente.
-¡Pero si está aquí por su voluntad! Ha decidido acompañar a su padre hasta el
final…-Respondió Thartaros con oscura intención, volteando a mirar a Argus quien
sostenía el cuerpo agonizante de Tristán.
Tristán no era más el señor de la venganza, ahora en su lugar, solo quedaba un cuerpo
cadavérico y agonizante que todavía con un halo de respiración contemplaba los
horrores de Thartaros, mientras era sostenido por quien alguna vez fue su más leal
servidor. Mediodía, cobarde y temeroso, salió entre los árboles aproximándose nervioso
ante la furia del cielo.
La lluvia arreciaba, el maquillaje se corría y el bufón lloraba a su padre, tomándolo de la
mano con dulce intensión. Restregaba su rostro en la mano de aquella sombra del señor
de la venganza, llorando el sufrimiento de este, desconcertado al no entender en su
ingenuidad demencial e infantil lo que sucedía.
Pero es la voluntad del padre más fuerte que la muerte, por lo que aquel cuerpo casi sin
vida se animó, débil, frágil, fugaz… era el movimiento de su mano torpe y su sonrisa
incompleta una muestra de amor para su hijo, aquel hijo que con devoción lo lloraba.
Asterion no pudo evitar mirar con sentimiento tal hecho, despertando su ira.
-¡¡¡Detén esto Thartartos!!! ¡Es suficiente!
Thartaros sonrió malevolente, acercándose con extrema serenidad a Argus y aquella
sombra moribunda.
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-Solo estoy comenzando… mi querido Asterion- Dijo Thartaros acariciando el
cadavérico rostro del señor de la venganza.
Mediodía confundido, se arrastró a los pies de Thartaros y en llanto haló sus ropas
suplicando clemencia. Thartaros dirigió su mirada a él, no sin antes observar a Asterion
dejando en evidencia su descaro a la provocación. Así, extendió sus grandes, amplias y
fuertes manos en el rostro de Mediodía, levantándolo en los aires mientras presionaba su
cráneo a la vez que el bufón se lamentaba en desesperada agonía.
-¡Padre! ¡Padre, ayuda! ¡Ayúdame por favor! ¡Duele! ¡Ayuda…! ¡Tío…!
Asterion no soportó la provocación, arrojándose desmedido hacia Thartaros, siendo
interceptado en su camino por Noche quien con un golpe en el estómago lo privó
haciéndolo caer de rodillas en el suelo empantanado por la lluvia torrencial.
-¿Qué sucede, Asterion? ¿No has aprendido aun? No puedes salvar a todos… ni
siquiera a ti mismo- Dijo Thartaros, arrojando con desprecio el cuerpo de Mediodía al
suelo, quien rodó unos pocos metros cayendo en medio del lodazal.
Mediodía lloraba adolorido, desconsolado como niño indefenso, como criatura carente
de poder o voluntad. Con lentitud y en lo que casi se podía denominar un acto de amor,
comenzó a arrastrarse en dirección a su padre. Atardecer, malevolente y codicioso, se
acercó a Mediodía dando una patada despiadada en el rostro del bufón arrojándolo
nuevamente al suelo. La sangre corrió libre, el bufón lloraba sin remedio, mientras que
Atardecer sin piedad lo sujetaba de la cabeza obligándolo a ver a su padre.
-¿Qué pasa Mediodía ? ¿Por qué lloras?- Preguntó Atardecer en medio de
carcajadas con asombrosa perversión, arrojándolo nuevamente al suelo mientras lo
pateaba repetidamente- ¡Vamos! ¿No quieres reunirte con padre? ¡Levántate! ¡No te
veo, bufón!
Asterion colérico, se sostenía del faldón de Noche llenándolo de suciedad y mugre.
Lentamente se aferraba a él, colocándose en pie maltrecho por el golpe.
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-¿Por qué lo haces Noche? ¿Por qué? ¿Acaso crees que te dará el trono? Ese
monstruo no conoce de honor…- Exclamó Asterion, ya por fin de pie, aferrado al
cuerpo de Noche con su rostro al oído del acróbata.
Un segundo golpe al estómago fue la única respuesta que obtuvo, cayendo sobre la
tierra, mientras la rodilla del acróbata se estrellaba en contra de su mandíbula. Asterion
cayó herido, más no su espíritu que se resistía a declinar su voluntad.
-Te he hecho una pregunta… ¡¡¡RESPONDE!!!- Gritó Asterion colérico,
intentando recomponerse y volver a ponerse en pie.
Pero Noche no desistió, una nueva patada al estómago obligó al cuerpo de Asterion a
rodar por el suelo, cayendo tendido boca arriba mientras la lluvia caía sobre su rostro.
-¿Por qué… Noche? ¿Por qué…?- Insistió Asterion, débil y exhausto.
Noche se detuvo a un lado del cuerpo de Asterion, observándolo bajo la lluvia mientras
sus cabellos largos y negros destilaban agua. Su mirada era fría, vacía, dolida, era la
mirada de alguien que guardaba dentro de sí el rencor de siglos de dolor y humillación.
-¡Eres demasiado insistente, Asterion! ¿No te lo han dicho? ¡Deberías aprender
a cuando rendirte!- Dijo Thartaros de manera burlona, recostado de espaldas sobre el
cuerpo de Argus.
El acróbata se colocó de cuclillas, sosteniendo el rostro de Asterion con una de sus
manos y obligándolo a ver en sus ojos.
-¿Qué ves? ¡Dime! ¿Qué es lo que ves?- Dijo Noche, sacudiendo el rostro del
señor de marfil, lleno de ansias y dolor.
Se colocó nuevamente en pie, dándole la espalda a Asterion y caminando en dirección
contraria, recostándose en un árbol al borde del sendero.
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-¿Qué sucede Noche?- Preguntó Thartaros con cierta incomodidad
-Esto no fue parte del trato…- Respondió Noche, quitándose la máscara y
dejando ver el rostro de un hombre joven y bello, marcado por aquello que los hombres
llamaban vida.
Sus cabellos caían sobre su rostro, mientras el agua corría a través de aquella expresión
de mirada fría y colérica. Era el rostro de un hombre perturbado, inconforme con la
vida, lleno de sueños rotos y aspiración inconclusas. Atardecer, que seguía en disfrute
perverso golpeando al cuerpo indefenso y adolorido de Mediodía se detuvo, dirigiendo
su mirada a Noche e inquiriendo con curiosidad.
-¿No vienes? ¡Te perderás de toda la diversión!
Pero Noche no respondía, solo guardó silencio, dirigiendo su mirada penetrante al rostro
moribundo de su padre quien en agitada agonía luchaba por emitir un débil sonido.
Asterion se levantaba, empuñando sus espadas y utilizándolas como sostén, todo
mientras la lluvia inundaba la tierra y el cielo se estremecía.
-Per… don…- Fueron las palabras de Tristán, palabras fugaces y frágiles de un
alma arrepentida.
Los ojos secos de Noche se estremecieron, sacudiendo su alma hasta sus cimientos. El
señor de la venganza suplicaba perdón al hijo rencoroso, aquel hijo que codiciaba el
trono de su padre en venganza a su desprecio. Era Noche un alma frágil, un alma
adolorida que jamás obtuvo nada en vida y que una vez obtenida su venganza creyó
obtener su lugar en aquel infierno que decidió llamar hogar, alentado por la esperanza
de servir a un señor benevolente que valorara su servicio de destrucción, único talento
que creyó poseer desde temprana infancia.
Pero lo cierto era que, Tristán nunca conoció piedad alguna con Noche, exigiendo
siempre de este más que a los demás por razones que solo su alma conocía. No existía
función que complaciese, ni castigo adecuado a quienes cayeran en las manos de su
hijo, solo existía el reproche de un padre inconforme. Los siglos dieron lugar a un único
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sentimiento, rencor… era por esto que Noche se había jurado tomar el trono por sus
manos, así debiese entregar nuevamente su alma.
-¿Sucede algo… Noche?- Preguntó Thartaros a la expectativa de una posible
traición.
Pero Noche, estremecido por las palabras de Tristán, no desistió de su odio. Se
encontraba profundamente dolido por el desprecio de su padre durante siglos, siendo
estas palabras el sueño anhelado de una vida, pero con llegada profundamente tardía. El
silencio se hizo presente, solo la tormenta hablaba, arrojando sus estruendos al aire,
sacudiendo a la tierra mientras agitaba al bosque de la noche eterna.
Un resplandor, una luz que atravesaba al cielo cruzándolo veloz, fue lo que marcó la
marcha de Noche en contra de Thartaros, quien a pesar de no haber disculpado a su
padre comprendió que de aquello solo resultaría más lastimado. Su corazón anhelaba la
aceptación, el reconocimiento de un padre o de quien fuese que le otorgara un sentido a
su vida, y la muerte de Tristán solo lo dejaría vacío, sin señor, sin amo, sin padre…
Pero no marchó solo, pues desde la oscuridad emergió furioso y sorpresivo Amanecer
empuñando su espada en contra de Thartaros. Ambos hermanos corrían en contra del
mismo enemigo, ambos hermanos perseguían el mismo fin, bajo aquella tormenta, bajo
aquella tempestad, bajo aquel augurio de muerte y destrucción.
Había escapado Amanecer del infierno, después de haber sido atrapado por Argus y
sometido a torturas que solo en aquella tierra se pueden concebir. Era Amanecer el más
fiel de los hijos, aquel que con mayor dignidad pagaba su deuda a Tristán. Era prueba de
aquello su cuerpo lastimado, sus heridas, aquellas marcas del fuego que lo forjó
nuevamente y que ardían en carne viva.
Era de nuevo Amanecer un amasijo de piel humana ardiente, un cuerpo descarnado y
carbonizado que sufría bajo la tormenta moviéndose únicamente por la voluntad de
servir. Había sido Thartaros responsable de sus quemaduras, había sido su comando lo
que llevó a Argus a sumergirlo en el metal ardiente de aquellas calderas que nunca se
extinguían. Y es que a pesar de lo que muchos imaginaban, Amanecer era la víctima del
139
fuego, no importaba que su cuerpo hubiese sido forjado con las llamas del infierno,
puesto que había sido el fuego el dramático suceso en su vida mortal que lo llevó a los
brazos de Tristán.
Y así como el resto de los demás eternos, Amanecer sufriría las penurias de su dolor
hasta el final de los tiempos, pues era su temor causa de su nacimiento y causa de su
dolencia. Era el temor la mayor de sus debilidades y Thartaros lo sabía bien, por lo que
con premeditación y alevosía lo arrastró a revivir las miserias que su sangre paterna
alguna vez le hizo experimentar.
Corrían veloces, indetenibles, fugaces ambos hermanos en contra de Thartaros. Cada
uno poseía en su alma una razón, una verdad, una lealtad, un propósito. Pero aquello no
bastaría para detener a tan oscura voluntad porque, así como Tristán se había asegurado
el reinar por el resguardo del caballero pétreo, también Thartaros aseguraría la
permanencia de su vida con la misma herramienta… Argus, quien soltó inexpresivo,
indolente, tal como lo ordenaba su naturaleza el cuerpo de su antiguo señor dejándolo
tendido en medio del suelo encharcado por la lluvia y la tormenta.
Sus garras, aquellas garras monstruosas que durante siglos sirvieron al señor oscuro,
sostuvieron los cráneos de ambos hermanos. Ambos luchaban débiles y frágiles por
liberarse, por resguardar sus vidas de aquella máquina asesina. Sus pies buscaban en
donde reposar, pero no existían más que vacío, que espacio de muerte que era tan solo
llenado por la risa maquiavélica de Thartaros.
-¡Idiotas…!- Exclamó Thartaros, mientras que un relámpago sacudía el cielo.
Thartaros dirigió su mirada a Atardecer, quien nervioso comenzó a retroceder,
presintiendo un peligro no dicho. Esbozó una sonrisa, mientras que su sombra se
extendía hacia el arpista, quien nervioso corría de manera inefectiva, pues para cuando
pudo reaccionar estaba envuelto en el manto negro que estrujaba y asfixiaba su cuerpo
al ritmo de la mano de Thartaros.
-¡Teníamos un trato! ¡¡¡Traidor!!!- Gritó Atardecer entre asfixias y bocanadas
mudas de aire- Prometiste… el… trono…
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El bufón se reunía con su padre, mientras los cuerpos de Atardecer, Noche y Amanecer
se sacudían en busca del tan preciado aire. Asterion no guardó recato ante tal situación,
arrojándose nuevamente a la lucha, resultando impactado por los cuerpos de Noche y
Amanecer que eran arrojados con la fuerza bestial del guardián pétreo. Los tres cayeron
al suelo, rodando miserables y abatidos por la criatura guardiana que en gesto
inexpresivo avanzaba colocándose al frente de su nuevo e indigno amo.
Thartaros los contemplaba soberbio, desafiante y provocativo a quienes en el suelo lo
miraban con ira y desprecio. Un rayo, un estruendo retumbó en el cielo junto con el
grito desesperado de Atardecer, cuyos huesos comenzaban a partirse ante la violencia de
aquella garra sombría.
-¡Hermano!- Gritó Noche mientras se levantaba junto con Amanecer en el
socorro de Atardecer.
Luchaban agotados y devastados en contra de aquella oscuridad, que lentamente
estrechaba el cuerpo de Atardecer, quebrantando su cuerpo entre gritos de dolor y
agonía. Ambos atacaban, asestando golpe tras golpe con todas sus fuerzas, mientras
Atardecer suplicaba por ayuda entre lágrimas confusas de un espíritu extraviado.
Asterion se incorporó, uniéndose a la ayuda, atacando sucesivamente a la prisión
mortífera sin efecto alguno.
Thartaros reía demencialmente, complacido ante la frustración y desesperación de
quienes inútiles luchaban por salvar al arpista. Un cambio en su mirada fue todo, fue ese
instante inesperado que transformó su risa demencial en una expresión homicida. Su
sombra se animó, extendiéndose desde el suelo bajo Atardecer en forma de agujas que
atacaron velozmente a Amanecer, Noche y Asterion.
Por desgracia, la suerte abandonó a los hijos del señor oscuro, sus cuerpos resultaron
alcanzados por aquellos puñales siniestros que los atravesaron, suspendiéndolos en el
aire mientras su sangre destilaba hasta la tierra vertiéndola sobre esta. Asterion, con
apenas reflejo, logró detener el ataque tan solo para ser arremetido sorpresivamente por
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Argus quien tomándolo por la cabeza lo estrelló en contra del suelo, pisándolo luego
con una de sus garras y reteniéndolo.
-Pon atención, mi querido Asterion… lo que verás a continuación es parte del
destino que les aguarda a ti y al resto de los circos- Dijo Thartaros en tono de profunda
oscuridad.
Con un gesto de sus manos arrojó los cuerpos de Amanecer y Noche a los lados, los
cuales impactaron de los árboles de los alrededores, cayendo en la tierra húmeda e
inundada por aquella lluvia que tanto decía del lamento del cielo. Sus ojos se tornaron
negros, su expresión monstruosa y sus dientes se tornaron dagas que transformaban su
boca en fauces devoradoras. Era Thartaros ahora una criatura que evocaba al hambre,
era él el vacío absoluto, aquel que no puede ser saciado.
Sus manos ejercieron fuerza en sentido contrario, como si tratase de separar el aire al
frente de él. Atardecer comenzaba a gritar de manera desesperada, mientras que la
sombra que lo sostenía se estiraba separando su cuerpo a la mitad ante el grito
horrorizado de Mediodía quien sostenía a su padre agonizante entre brazos. Así, el
cuerpo del arpista fue picado y sus dos mitades arrojadas al aire, que en movimiento
rápido de Thartaros fueron engullidas por fauces sombrías que emergían de su oscuridad
como animales siniestros revestidos de dolores y angustias.
La sombra de Thartaros volvió a la normalidad, retrocediendo hasta asumir su forma.
La tormenta arreciaba y un rayo cayó en el bosque, trayendo consigo el fuego que ahora
dibuja la figura monstruosa de Thartaros que con placer horrendo degustaba la esencia
de Atardecer.
-Uhmmm… es difícil describir su sabor ¡Era un chico con gran potencial…
también con mucha codicia!- Dijo Thartaros extasiado por una sensación oscura.
Asterion por su parte, luchaba por alcanzar sus espadas que en el ataque habían salido
disparadas fuera de su mano, sin embargo, la fuerza y el peso descomunal de Argus le
evitaba cualquier movimiento. Thartaros se percató de sus intenciones, por lo que hizo
un gesto al guardián de piedra quien se apartó liberando al señor de marfil, quien en
carrera rápida corrió en dirección hacia sus armas.
142
Pero nuevamente la sombra de Thartaros avanzó voraz y perniciosa, alzando a Asterion
hasta los aires y envolviendo su cuerpo en fuerte y brutal agarre.
-¿Cómo es posible?-Dijo Asterion con el aliento entre cortado.
Thartaros sonrió y apretando su mano, la sombra se contrajo retorciendo el cuerpo de
Asterion.
-Nada es imposible Asterion… deberías saberlo. Tú cruzaste la puerta hace
siglos dentro del cuerpo del Uno ¿Quién lo diría? ¡Un mortal que desafió a Sol y Luna!
¿O debo llamarte… Géminis?
El cielo retumbó, iluminándose ante la furia de la tormenta. Fue la mirada nerviosa de
Asterion la que dio fe que las palabras de Thartaros eran ciertas.
-¿Entonces estoy en lo correcto? ¡Eres tan predecible! ¡Das lástima! ¿En
verdad creíste que una vida en otro mundo borraría tu pecado y miseria? ¡Lo tenías
todo! ¡¡¡TODO!!!-Gritó Thartaros ardiendo en furia y desprecio por Asterion.
Mediodía colocó el cuerpo moribundo de su padre, quien en agonía acariciaba el rostro
de su hijo entre balbuceos y gemidos. El bufón lo abrazó, dándole un beso en la frente y
con lágrimas en los ojos se despidió.
-¡Mediodía se tiene que ir padre…! ¡Mediodía salvará a padre!
Thartaros se aproximaba con lentitud a Asterion, quien permanecía suspendido en el
aire, apretado por la garra sombría que contraía su cuerpo.
-Eras el hijo carnal de una diosa y un mortal… el cielo y las estrellas te
pertenecerían, solo tenías que renunciar a ella, pero aun así… no lo hiciste, preferiste
el amor de la hija de Sol… ¿Por qué…?
143
El bufón se arrastró, procurando pasar inadvertido, ignorando que era observado por la
maleficencia de Thartaros quien pretendía estar distraído. Tomó una daga del cuerpo de
Amanecer disculpándose y así, Mediodía se aproximó sigiloso a Thartaros.
-Porque lo valía… ¡TU NUNCA LO ENTENDERÍAS!- Respondió Asterion
gritando al viento.
-¿Valerlo? ¿Valer qué? ¿Qué tanto valía ella para darle muerte no a una, sino
miles de personas?- Inquirió Thartaros con rabia y desprecio.
-Era la única forma…
-¡MENTIRA! ¡PUDISTE HABER RENUNCIADO A ELLA Y DEJAR VIVIR AL
RESTO! ¡PERO ESCOGISTE DERRAMAR SANGRE Y AHORA HABLAS DE
JUSTICIA!
-¡¡¡YO LA AMABA!!!
-¡¿ASÍ COMO AL HADA…?!- Replicó Thartaros ardiendo en furia, ante la
mirada de Asterion que renunciaba lentamente.
Mediodía se aproximó y cuando estuvo a la espalda de Thartaros, empuñó la daga
arrojándose en ataque torpe y feroz.
-¡Devuélvele su sombra a padre!
Pero Thartaros, quien ya se encontraba advertido, solo esquivaba los golpes torpes y
lentos del bufón que poseído por el dolor luchaba persiguiendo ingenuo el bienestar de
su padre. Así, Mediodía se arrojó a un combate sin posibilidad, encontrando pronto su
cuello sostenido por la mano fuerte de Thartaros quien con mirada atroz presionaba en
deleite total de su sufrimiento.
-¡BASTA THARTAROS! ¡SUÉLTALO!
-¿Y si no…? ¿Qué? ¿Crees que estas en posición de exigir?- Inquirió Thartaros,
arrojando a un lado a Mediodía quien sin aire se arrastraba en el lodo.
-Detén todo esto… lo que deseas es a mi… toma las espadas y absorbe mi
esencia, pero déjalo ir…
144
-No deseo tus miserias… NOSOTROS queremos más que eso, Géminis…,
deseamos todo lo que nos arrebataste…- Exclamó Thartaros en voz polifónica, con ojos
encendidos en oscuridad y expresión inhumana.
-¿NOSOTROS…?- Se preguntó Asterion, ante lo aterrador que resultaba aquella
posibilidad.
Thartaros se acercó a Mediodía, tomándolo por el cráneo con una de sus manos y
sosteniéndolo con firmeza.
-Aquí se acaba todo… bufón, este es el final del camino para tu patética
existencia- Dijo Thartaros entre voces multitudinarias y espectrales.
Asterion comenzó a sacudirse en desesperación, buscando liberarse de sus ataduras
oscuras, pero cada esfuerzo era inútil. Mediodía gritaba como niño, agitando sus pies en
el aire, mientras sus manos luchaban por liberarse y sus ojos derramaban las lágrimas
del inocente.
-¡¡¡PADREEEE…!!!- Gritaba Mediodía repetidamente, forcejeando sin parar,
mientras los huesos de su cráneo comenzaban a crujir.
Tristán, quien cadavérico permanecía en el piso, reaccionó al llamado de su hijo y con
casi ninguna fuerza, comenzó arrastrarse apenas con vida hacia Thartaros, quien al ver
aquella escena de amor paternal sonrió lleno de perversión.
A sus pies, Tristán se aferró a las ropas de Thartaros, ordenando con profunda
determinación la libertad de su vástago.
-Suelta… a… Mediodía …- Fueron las palabras de Tristán, cuya vida se escurría
con lentitud por obra del maleficio de Thartaros que con cada segundo absorbía su
esencia.
Thartaros esbozó una sonrisa para Tristán, para luego con fuerza hundirle el rostro en el
lodo con el pie. El bufón, que permanecía sostenido en el aire, luchaba por alcanzar con
sus manos a su padre que era sometido a aquel castigo y humillación.
145
Pero aquellas fueron recibidas como una provocación. Por lo que Thartaros apartó su
pie de la cabeza de Tristán, enfocándose únicamente en Mediodía, a quien ahora
sostenía con ambas manos ejerciendo cada vez más fuerza. El desdichado bufón gritaba
y lloraba, agitando su cuerpo mientras sus ojos se desorbitaban. Tristán, moribundo,
insistía en salvar a su hijo, pero carente de los medios solo podía aferrarse a la pierna de
Thartaros mientras Asterion gritaba desesperado y colérico.
Los gritos crecían, Mediodía llamaba a Tristán con insistencia infantil, con la
desesperación de un hijo a un padre, mientras este pronunciaba su nombre en medio del
dolor de un corazón roto e impotente. Asterion se unía al clamor, sumando su voz al
coro de voces horrorizadas.
Un sonido, un crujido, las manos de Thartaros se unieron y el cráneo de Mediodía cedió,
dejando no más que una masa roja y viscosa entre sus palmas. Una lluvia de sangre
cayó sobre Tristán quien destruido por el dolor, lloraba al bufón ante la mirada inundada
de lágrimas de Asterion quien observaba al cuerpo sin cabeza caer sin vida sobre el
lodo.
Gritos de dolor inundaban el cielo, opacando la tormenta, silenciando su estruendo y el
crepitar del fuego que se extendía por el bosque de la noche eterna. No era el padre ni el
hermano quien se lamentaban, sino Thartaros quien con sus manos en la cabeza se
revolcaba en el lodo en perpetua y profunda agonía, su mente era devastada y con ella
su alma.
Era presa y víctima de una voluntad más oscura y perversa que la de su propio corazón,
sus ojos derramaban lágrimas de súplica, súplica desesperada a una muerte y descanso
que no había conocido en siglos de servicio y oscuridad. Era Thartaros las voluntades de
los caídos, no de aquellos que murieron a manos del hombre homicida, sino de aquellos
que, en otra tierra, en otro tiempo, en otro mundo vivieron como hombres y mujeres de
pueblos que honraron a los últimos de los dioses anteriores a Sol y que fueron
devastados por el capricho de quien para entonces portaba el nombre de Géminis.
La sombra se desvaneció, dejando libre a Asterion quien profundamente herido en su
alma, golpeaba el suelo con sus manos desnudas reclamándose el error de aquel acto en
146
el pasado distante. Eran las suplicas de Thartaros, los lamentos, la confirmación de su
más terrible sospecha.
Habían vuelto las almas de aquellos inocentes con un único propósito, castigar al señor
de marfil. No habría máscara que ocultara su culpa y evitara su castigo, no habría
voluntad que detuviese los cientos de almas humanas que atormentadas habían cruzado
la puerta siglos atrás, acumulándose en lo más profundo de Thartaros, consumiendo su
paz, su ser, su vida, sus sueños y esperanzas.
Eran ellas las responsables de su accionar, eran ellas quienes habían arrebatado todo de
su vida, eran ellas la voluntad corrupta por el dolor y la ira que sacrificaron la vida de
un inocente para dar origen a aquel ser inhumano, aquella bestia de destrucción y
hambre. Era el apetito de Thartaros una representación de su deseo de venganza,
venganza de cientos de inocentes que murieron por el deseo del hijo de una diosa de
salvar a su amor prohibido…
Fue alguna vez Asterion un hombre, mucho antes de llegar a esta tierra y habitar ese
cuerpo, fue habitante de los desiertos negros infestados de los horrores de dioses
antiguos y desterrados. Conoció la miseria y el dolor, conoció la desdicha de quienes
nacen bajo la sombra de Luna sin entender sus afectos. Fue un ser cuya vida careció de
todo la que otro cualquiera podría tener, con excepción del amor de una joven, que
nacida del fuego mismo de Sol llegó a él siendo esperanza y oasis en una vida de
miseria. Pero cuando su amor se consumaba, el destino hizo sentir su marca arrogante y
malintencionada, apartándolos mediante la desgracia y la enfermedad.
Era los hijos de opuestos, eran los hijos de dioses que estrellas y astros se enfrentaban
en guerra cósmica y cuyos vástagos afrontaban el deber de continuar con su obra. Pero
aquel joven, hijo de un carpintero y de Luna, no deseaba otra cosa que la vida apacible
que le fue negada en tan solo compañía de su amada.
Abatido por el dolor, cruzó los desiertos en busca de cura a la maldición que su propia
sangre había sembrado en su amor condenándola a un destino peor que la muerte. Que
atroz y monstruosa fue su caminata, que maldición para aquella tierra ya devastada la
determinación de aquel joven por reencontrase con su amor, cuánto dolor y muerte,
147
cuantas almas fueron sacrificadas para satisfacer un deseo egoísta cuyo final fue el
fracaso y la promesa de un reencuentro en alguna vida, en otro mundo, en otro cuerpo.
Era así como Géminis había cruzado la puerta, desafiando cualquier voluntad,
desafiando cualquier destino, cualquier autoridad. Era su propósito reunirse con ella,
reunirse con su amada, porque el final de su travesía había sido un fracaso y solo
quedaba la esperanza que otro mundo reuniera sus almas… pero el tiempo dictó que el
peso de sus actos fueron más que su determinación y cuando por fin fue libre de
apropiarse del cuerpo del señor que reinaba sobre la justicia, descubrió que era
demasiada la pena por sus actos para mirar atrás, negándose a volver y rompiendo su
promesa.
Thartaros suplicaba por ayuda, las voces consumían su alma, aquella alma oscura y
corrupta por un deseo de venganza de otra tierra. Era sus ojos prueba de aquello, prueba
de un ser que sin tener nada que ver, fue arrastrado a una guerra y a rencores ajenos,
evitándole vivir una vida, su vida.
Fue la mirada de Tristán la que dictó el peso de su sentencia y su deber, esa mirada de
dolor, de un corazón partido que a duras penas había alcanzado a arrastras al cuerpo
desecho de su hijo. Era Asterion, o mejor dicho, Géminis víctima de su pasado que
había vuelto para pasar factura de los actos imprudentes de un joven ansioso por amor,
tal como lo fue Otoño…
Pero no existía justicia que pudiera callar el lamento del alma de Thartaros, pues su vida
era la encarnación de la miseria. Había sido poseído por voluntades vengativas de otras
tierras, que sin consciencia o misericordia le habían arrebatado todo cuanta tenia o pudo
tener, marcándole el camino a seguir y llevándolo a ser juzgado por crímenes que,
aunque atroces jamás fueron de su pertenencia.
-¡¡¡BASTA PADRE!!! ¡NO POR FAVOR! ¡DETENTE, DUELE! ¡NO QUIERO
HACERLO, ES MI MADRE! ¡¡¡NO PAPA!!! ¡TE LO SUPLICO, NO LO MATES!
¡¡¡NOOO…!!!- Fueron palabras de Thartaros, evidenciando torturas más allá de las de
su espíritu, divagando entre recuerdos de un pasado tortuoso que le pertenecía en acto
de poseer más no así en acto de vivir. Que lamentable resultaban aquellas palabras
incoherentes, testimonio de un horror de vida en el que le fue arrebatado cualquier
148
afecto por obra de emociones desbordadas, emociones ya corruptas de propósitos
cuestionables que consideraban desde la ignorancia cualquier sacrificio.
Thartaros suplicaba auxilio, mientras su cordura se desvanecía, mientras su alma era
devorada por el pecado de un hombre de otra tierra. Eran las voluntades de los caídos de
otro mundo el mal que lo aquejaba, era él víctima de la debilidad de un ser que no supo
renunciar, que no supo atender al presente y que se aferró a darle continuidad a un
pasado, para luego abanarlo sin dar conclusión definitiva a sus sueños y esperanzas,
pecados y horrores. Y fueron estos mismos, los que se pudrieron, los que no lograron
descansar más allá de la muerte y que hoy se manifestaban, cobrando como precio algo
más que la vida de un hombre.
No es que Thartaros nunca hubiese sido malvado, muy posiblemente habría cometido
crímenes horrendos o hecho infeliz a más de un alma por placer y gusto, pero algo era
cierto, aun cuando llegara al circo por mano propia, llegaría por crímenes mucho
menores que no albergaría un resentimiento y dolor por injusticias tan grandes, lo
suficientemente grandes como para deformarse y convertirlo en algo más allá de su
propia maldad. Estaban frente a Asterion o mejor dicho… Géminis, las almas de las
madres, padres, hijos y hombres que él asesinó, estaban allí los pueblos que cayeron por
su mano en su frenesí egoísta por salvar a su amada, estaban allí las víctimas de su
deseo irrefrenable de enmendar su pasado miserable con la esperanza de un amor que
había nacido muerto y que había llegado a su vida para ser un instante fugaz, un instante
que le diera la bocanada de aire para seguir hacia adelante.
No existían palabras para su pesar, no existían disculpas posibles a lo que les había
hecho a aquellos pueblos en nombre de su egoísmo y mucho menos, no existía palabras
para el hombre cuya vida fue arrebatada para servir como recipiente de tanto errores e
injusticias. La tierra y el cielo eran testigos y víctimas de cada uno de los errores que
Asterion había cometido en otra vida y que por necedad y cobardía había dejado de
enfrentar. Había arrastrado a sus hijos, a su pueblo, a su circo, a Tristán y a sus
vástagos.
¿Qué clase de rey era? ¿Qué clase de justicia defendía él? ¿En qué se había convertido?
Porque si de algo estaba seguro Asterion era... que el sufrimiento no había terminado, el
149
cielo aun anunciaba más, anunciaba todavía asuntos inconclusos y promesas rotas que
amenazaban con dañar a culpables e inocentes. Tanto su pasado, como su presente, solo
eran errores apilados y decisiones no tomadas. Durante mucho tiempo evitó la guerra,
evitó aquella guerra que lo sacara de su ciclo inmortal, no por el juego... sino por
mantener viva la esperanza que ella retornara.
Nunca imagino que aquel juego, aquel ciclo de guerra sin fin entre los señores circenses
se tornaría en su contra. Muchos lo habían llamado padre, muchos habían tocado su
alma, pero no muchos lo habían hecho cuestionarse su amor por la Sirena. Y ahora que
ellos no estaban, después de siglos de almas que fueron y vinieron, había encontrado
como llenar su vacío llevándolo a una sola pregunta ¿Todo para qué?
Ni su dignidad, ni sus lágrimas, ni su coraje o su voluntad servían de nada. Todos se
habían marchado, todos les habían sido arrebatados de su lado como consecuencia de su
debilidad, todos habían dejado el existir incluso después de haber sido tocados por lo
que el consideró la solución definitiva… la inmortalidad. Pero lo cierto es que, no
existía nada en toda la creación que no cayera ante el peso de la muerte, pues incluso el
amor en Sol y Luna moría y nacía una y otra vez en cada tierra, en cada mundo, en cada
realidad y era esa la causa del dolor que los hombres vivían.
A sabiendas que en esta y en cualquier otra realidad sería víctima del deseo egoístas de
dos dioses que se negaban a dejar morir su emoción, a sabiendas de que no había
manera de mantener vivo el presente por la eternidad, a sabiendas que nada de lo que él
amó le pertenecía, sino que era un regalo del tiempo, Asterion “El Gran Señor”, reclamó
su dignidad… soltando sus armas y caminando entre la lluvia y el lodo, para así, hacer
lo único posible… dar paz y final a su error.
No sería la justicia, no sería la venganza, tampoco la ira… sino la paz, sería ella la
espada desenfundada, sería ella el filo que daría muerte a aquella alma torturada
apodada Thartaros. Fue así que en un acto compasivo hacia aquel miserable ser y hacia
él mismo, Asterion cortó la cabeza de aquel hombre prueba viviente de su pecado. Por
fin descansaba, por fin aquella alma encontraba la paz después de siglo de sufrimiento,
por fin las almas de aquellos pueblos se marchaban u otro lugar, a otra vida, a otro
150
existir, no sin antes tocar la tierra, no sin antes dejarse ver, no sin antes mostrar sus
rostros a Asterion para que este recordara bien a quienes había destruido.
Humilde y arrepentido, Asterion se arrodilló en la tierra húmeda, dejando de lado su
señorío, dejando de lado la sangre divina de Luna que alguna vez corrió por sus venas,
dejando de lado sus deseos y tan solo aceptando el peso de sus actos. Las almas de los
fallecidos lo contemplaron, ninguna dijo nada y fue el alma de una niña quien, en gesto
imposible levantó el rostro del señor devolviéndole así su dignidad. La niña desvitió el
rostro del arlequín dejando ver su humanidad, humanidad de ojos vidriosos y rostro
confundido ante la piedad de aquel ser.
Asterion intentó pronunciar palabra, pero simplemente no podía, no tenía coraje para
dirigirse a quienes había lastimado. Conformes, los espíritus de los pueblos asesinados
comenzaron a marcharse en mitad de la tormenta, mientras el fuego se extinguía y el
silencio hacía presencia. Y en cato maravilloso, una flor creció a los pies del gran señor
del circo, mientras la risa de la niña se escuchaba y su cuerpo se fundía con el cosmos
en busca de su próxima encarnación.
Sin una respuesta, sin una guía para un corazón agotado, Asterion se apoyó sobre sus
manos, viendo a la flor que le sonreía en acto espiritual, recordando todo aquello que él
había amado. Un leve susurro salió de sus labios liberándolo del peso que llevaba
consigo.
-Perdón… mis hijos.
Asterion tomó entre sus manos la flor, y acto seguido, de la tierra emergieron las
luciérnagas que permanecían dormidas, iluminando todo el firmamento en mitad de la
oscuridad, trayendo la luz y la belleza y danzando en una espiral que ascendia al cielo.
El bosque rápidamente se regeneraba, volviendo así a recuperar su belleza y eternidad,
trayendo consigo a las flores y a las hojas, al verdor y la fragancia del bosque, el sonido
de las aves y el pisar de los animales.
Fue entonces que, con apenas fuerzas, Asterion se movió hasta el árbol en donde
reposaba Tristán, quien había observado todo lo sucedido. Este lo recibió con una
151
sonrisa leve y cómplice, mientras apretaba sus heridas y resistía al dolor. El arlequín se
posó a un lado de su hermano, recostado uno del otro, mientras observaban el
firmamento nocturno y a las estrellas resplandecer, así como a la Sirena en forma de
cometa aproximarse a la tierra de la noche eterna.
-¿Alguna vez te han dicho Asterion que eres padre y líder terrible?
-Muchas veces… demasiadas, diría yo.
El pierrot y el arlequín estallaron en risas por un instante, mientras de sus ojos se
humedecían y sus cabezas se apoyaban una de la otra.
-¿Y ahora que haremos Tristán? Lo hemos arruinado todo…
-¡Tú has arruinado todo, hermano! Yo solo… te ayudé un poco.
-Nunca una de nuestras guerras había sido así…
-No, nunca… pero de todas formas siempre has perdido en casi todas,
sobrevivías porque alguno de nosotros te ayudábamos. En verdad eres pésimo para
esto.
-Dame crédito, al menos esta vez hice algo bien… ya al menos todo terminó.
-¿Terminó? ¿Y la Sirena qué?
Asterion se sonrió casi que ingenuo.
-¡Maldición, odio cuando tienes la razón! Supongo que debo matarla, es mi
problema después de todo…
-Supones bien… hermano.
Asterion giró su cabeza hacia la del pierrot y tocando su frente cruzaron sus miradas con
sonrisa infantil.
-¿Aun somos hermanos? ¿Incluso a sabiendas que soy un usurpador y un alma
mortal?
-¿Quién soy yo para juzgarte? Soy solo el fragmento de un alma que cruzó la
puerta para escapar a su realidad… pero, me caes bien, estúpido mortal.
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Los hermanos rieron, entre cerrando sus ojos y apretando sus heridas. Luego, Asterion
se colocó en pie y comenzó su marcha, deteniéndose a los pocos pasos sin darse vuelta.
-Dime algo Tristán… ¿Por qué los amabas tanto? ¿Por qué un señor del circo,
un verdadero señor, amaba tanto a esas almas corruptas?
Tristán se sonrió, alzó su mirada al cielo contemplando las estrellas.
-El Uno… alguna vez fue un hombre, como tú, no con sangre divina, pero si
tocado por la misma diosa que te dio la vida. Él deseaba otra vida, otro mundo y fue
por eso que entregó todo, absolutamente todo, tan solo con la promesa de encontrar lo
que nunca tuvo en aquel mundo que los vio nacer a ambos… al final, quiera o no, soy
una parte de él y eso, quiera o no, me hace humano; tal vez ellos eran parte de lo que el
Uno siempre ha buscado…
-¿Y qué hay del resto de nuestros hermanos? ¿Qué harás cuando vengan por
nuestras cabezas? Seguramente en este momento deben estar planeando las peores
torturas en nuestra contra, a mí por usurpador y atentar contra el ciclo, y a ti por
reconocerme como tu sangre.
-Ya veré… todavía me queda Argus, supongo que reconstruiré al circo, así como
lo hecho muchas otras tantas veces en muchas otras tantas guerras… ¿y tú? Tú no
podrás hacer lo mismo, entregaste la mitad de tu poder a Primavera, y ahora que se ha
ido eres incapaz de recomenzar… ¿Qué harás?
-Supongo que… perecer o encontrar una forma de sobrevivir, igual es temprano
para preocuparme por eso, hay una dama que me espera y dudo que nuestro encuentro
sea amigable.
Con aquellas palabras Asterion se marchó, dejando al señor de las sombras bajo el
resguardo de las estrellas y el bosque y con un sentimiento de satisfacción ante lo que
era el principio de la primera y única guerra que anunciaba el verdadero fin de aquel
ciclo de torturas y sufrimientos.
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CAPITULO XI
“La Reunión”
l amanecer llegaba a la tierra de la noche eterna, no por manos del sol, sino
por manos de la Estrella que con su luz iluminaba el firmamento nocturno. Y
en la cima de la colina más alta esperaba Asterion, de rodillas sobre el piso,
apoyado con sus manos y recuperando su aliento, abatido y cansado por sus heridas y la
guerra que tanto lo había aquejado.
-Ya extrañaba lo que era ser mortal… con que así se sentía ser tan vulnerable.
Al menos esto terminará pronto. Tan solo un poco más y entonces… me reuniré con
ustedes, hijos míos.
Cuando su cuerpo ya tuvo el ánimo suficiente, se levantó mirando al cielo y dejando
atrás su máscara. Sonrió a la estrella, sonrió como la vez primera que la vio en aquella
tierra, sonrió con la ternura de un corazón que aun la ama y recuerda, sonrió con la
nostalgia de lo que vivió y pudo ser. Lucía ella hermosa, lucía ella tal como la
recordaba… era magia celestial, era pasión desenfrenada y esperanza de amor, era el
sueño anhelado de un alma torturada que nunca había conocido la paz.
La Sirena despertó, sus ojos se abrieron y miraron al arlequín, quien sin su envestidura
de poder no era más que un hombre mortal tocado por la noche. Era él el hombre que
ella había venido a buscar, era él el hombre por el cual cruzó tantos mundos y por el
cual cruzó la puerta, dejando atrás a su sangre, a su vida, a su identidad. Se había
convertido solo en la pasión de un amor inconcluso, de un amor que no pudo ser porque
así estaba escrito en las estrellas, era el recuerdo de algo que se vivió con dolor y
esplendor, y de lo cual solo sobrevivió una promesa de reencuentro para la cual ninguno
de los dos estaba preparado.
Se había perdido en el tiempo, se había perdido en sus recuerdos, se había perdido la
Sirena en su dolor y solo tenía el propósito de verlo una vez más. El dolor de siglos de
espera la había corrupto, era un sufrimiento que navegaba entre tierras buscando el
objeto de su amor, el cual se escondía tras una máscara poseído por una memoria y el
E
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peso que esta implicaba. Pero ya no más, él había vuelto a ella, por lo que al verlo una
sonrisa se esbozó en su rostro y la que era la figura de una mística sirena se transformó
en alma que quedó atrás, atrás en aquel pasado lleno de arenas, de reinos destruidos y de
dioses en guerra.
Ella retornó a ser aquella hija de Sol, aquella cuya belleza ardía en el fuego, aquella
cuyo rostro resguardaba una sonrisa llena de amor para un hombre condenado, para un
hombre que muchos conocían como Géminis. Y en la medida que el cielo y la tierra se
encontraron, la luz estremeció al bosque de la noche eterna, trayendo consigo el
amanecer y la destrucción, y mientras los amantes se encontraban en un abrazo que
había tardado una eternidad, la creación de Luna se desvanecía en gracia y belleza,
dejando en el pasado un mundo de dolor y pasión, dejando en recuerdo las grandes
funciones que los circos presenciaron y pasando al olvido aquellos cientos y miles de
almas humanas que se ganaron un lugar en los altares de recuerdos y en los corazones
de los eternos.
No hubo conflicto, no hubo guerra, no hubo nada excepto un abrazo en medio de la
nada, en medio de la luz y las llamas de la hija de Sol. El tiempo se volvió eterno,
porque este en respeto se apartó de los amantes, quienes durante eras se habían esperado
y que en su reencuentro tenían tanto que decirse y contarse. Él lloró en su regazo, lloró
desconsolado como un alma infantil, lloró poseído por un sentimiento que durante
siglos había sido ajeno a él… felicidad.
Ello lo miraba con la ternura de quien calla y solo ama, ella no cuestionaba y solo lo
observaba con resplandor infinito en sus pupilas, ya libre de recriminaciones o
resentimiento. Por fin su alma había alcanzado la paz, paz construida sobre el dolor y la
vida de ciento de inocentes, paz que había tardado tiempos incontables e historias
infinitas. Vivieron así durante épocas incontables, abrazados uno al otro, extrañándose y
contándose lo que en su ausencia habían vivido, lo que la espera les había hecho,
librándose así de cualquier peso, volviendo de esa manera a la ingenuidad de aquel
primer momento en que se vieron, de aquel momento en que se hacían reír y sonrojar.
Él le contó sobre sus vidas, le contó cuando fue hombre, cuando fue marinero, cuando
fue profeta, cuando vivió una vida y cuando vivió otra, cuando levantó pueblos y
155
destruyó otros. Le contó una y cada una de las cosas que, en su historia, que en su
último y trágico encuentro no pudieron decirse. Ella por su lado, escuchó atenta,
escuchó plácida y agradecida, fascinada por sus palabras, tal como había sido alguna
vez, cuando siendo mitad mortales y mitad divinos se amaron clandestinamente en el
desierto negro, con sus cuerpos fundidos y escondidos de la creación castigadora.
Fue así durante incontables eternidades, fundidos en medio de la luz de un amanecer de
devastación interminable. Pero cuando ya no hubo más que contar, ni más que escuchar,
él arlequín recuperó su semblante melancólico, melancolía que respondía a razón ajena
a ella… y ella, quien lo amaba, vio en sus ojos el dolor de la ausencia, reconoció aquel
sentimiento de estar incompleto por la ausencia del ser amado.
-¿La extrañas? ¿Los extrañas? - preguntó la Sirena sosteniendo el rostro de su
amado en medio de una sonrisa amable.
Él solo pudo guardar silencio, ella comprendió que ya no le pertenecía, que su corazón
era de alguien más y que en la ausencia escrita e impuesta por el destino ocupó su lugar.
No hubo furia, no hubo dolor, pues su deseo siempre había sido uno… volver a verlo y
ahora que estaba cumplido, ella podía descansar. Sin más remedio que el de un corazón
que ama, ella se soltó de su brazos, él comenzó a caer y se sostuvo de ella por su mano,
tal como en aquella ocasión en la que él era Géminis y ella la hija de Sol, tal como en
aquella ocasión en donde se juraron volverse a ver en la forma de una sirena y un
arlequín, tal como en aquella ocasión en la que levantaron una promesa imposible de
cumplir.
Él se volvía a negar a perderla, él se negaba a dejarla ir nuevamente, él se negaba otra
vez a la soledad, pero ella… ella sonreía, ya no había dolor en su mirada, ni lágrimas en
sus ojos, era ella imagen viva de un alma completa y satisfecha, había alcanzado su
deseo, había llenado el vacío en su corazón.
-No temas amor mío… ya nuestra historia terminó, ya no existe nada que contar
entre nosotros, mi viaje ha llegado hasta su final. Pero el tuyo, el tuyo apenas
comienza… tú tienes otro hogar, uno en el que eres padre y hermano, hijo y amigo, uno
en el que el dolor solo es parte de algo mayor… debes dejarme ir, este es mi regalo, mi
156
regalo de despedida. Vuelve con tus hijos… vuelve a ellos y rompe el ciclo, otórgales
una oportunidad, otórgales una vida nueva que nazca de tus manos y que enmiende
nuestros errores.
Sus miradas se cruzaron, Géminis la contempló por última vez, grabo para sí el recuerdo
de un amor al que nunca olvidaría, escribiendo en su alma un momento de paz y
felicidad, un momento de compresión y aceptación que le permitiese continuar con la
guerra y romper el ciclo que ha tantas almas retenía en la eternidad. Y cuando el último
de los detalles de su amada se grabó en sus retinas, soltó su mano, viendo como él caía
al vacío, mientras ella se disipaba en luz solar, transformándose en el milagro que le
daría la segunda oportunidad.
Fue así como se vieron por última vez la Sirena y el arlequín.
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CAPITULO XII
“Un Nuevo Comienzo”
-¿Qué…? ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo es posible que estemos aquí si la luz…?
-¿Si la luz nos había matado…? Fue tu padre, mi bella Primavera. Él logró lo
imposible, logró que en una tierra en donde Sol yace muerto, su magia haga milagro
para los hijos de Luna.
-Padre… ¿Cómo? ¿Cómo lo ha hecho?
-Ha sido la estrella, ha entregado su vida a cambio de la de él, el amor que
Asterion siente por ti es tal que le fue imposible negarles la posibilidad de
reencontrarse.
-¿En dónde se encuentra él? Deseo verlo…
-Todavía no es momento mi niña, él aún tiene muchos asuntos que resolver… el
ciclo se ha restituido, lo que quiere decir que la guerra habrá de continuar su curso y
él, debe prepararse para ella.
-¿Por qué estoy aquí?
-Yo te he mandado a traer, alguna vez, en otra guerra, en otra vida, cuando
todavía no existías, tu padre me salvó de uno de mis hermanos…y fue entonces que juré
que, en algún momento, en alguna otra vida, yo protegería lo que él más amaba.
-¿Y mis hermanos?- preguntó Primavera con los ojos vidriosos, mientras sus
manos sujetaban las sabanas de la cama de aquella habitación en un intento de contener
el llanto.
La mujer, una figura de estatura mediana y cuerpo esbelto, dejó de observar por la
ventana de aquel misterioso lugar y con lentitud y gentileza se acercó a Primavera,
sentándose en el borde y acurrucándola en su regazo.
-¡Lo siento mi niña…! ¡Me fue imposible protegerlos a todos!
No se hizo esperar el llanto, no se hizo esperar el dolor. Un desconsuelo terrible ante
una salvación sin lógica azotaba el alma de Primavera, quien con lágrimas en sus ojos se
dirigió en súplica a la misteriosa anfitriona.
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-¡Por favor, déjeme ver a padre!
La mujer sonrió levemente, extendiendo su mano por el rostro de Primavera y
acariciándolo con gentileza materna.
-Todavía no… él vendrá, en su momento, cuando el circo se haya levantado
nuevamente y entonces… como un señor circense, pueda enfrentar la guerra. Mientras
tanto, deberás permanecer a mi cuidado, así lo querría él.
La mujer de ojos ámbar y piel celeste con su cuerpo dibujado en tintas y colores se
levantó, dirigiéndose a la puerta. Primavera tranquila y resignada a la espera solicitó.
-¡Espere! Al menos, dígame su nombre y en donde estoy… por favor.
Una sonrisa iluminó el rostro dela mujer, dejando ver un alma profunda y bondadosa.
-Mi nombre es Astarte, señora del “Circo de los Sueños” y este es el Palacio de
Cristal. Ahora, descansa….
La mujer se marchó, la puerta de la habitación se cerró y Primavera quedó en soledad,
en medio del desconcierto por lo sucedido y arrastrada por una culpa ante la
imposibilidad de no haber podido ayudar a sus hermanos.
Pero el viento trajo consigo cambios a la tierra de la noche eterna, fue con el primer
copo de nieve que el invierno se anunció, posándose en el rostro de Asterion, quien
permanecía recostado del tronco de un árbol en aquella montaña en donde había
encontrado y vuelto a decir adiós a la Sirena. El calor de su cuerpo derritió aquella bella
estructura de hielo, el agua fría corrió por su rostro y una sonrisa se escapó casi
inocente.
-En esta época te gustaba salir a bailar bajo el cielo desnudo… hija, mi siempre
caprichosa Invierno.
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Sus ojos contemplaron la noche, viendo danzar a los copos de nieve que pronto
vistieron de blanco la tierra de la noche eterna. Un destello atravesó el firmamento, una
estrella fugaz que se escapaba a mitad de la oscuridad y trazaba un destino, deseaba ser
ella vista por el señor de marfil… pues no quedaba alma en aquella tierra excepto él que
pudiese verla.
Una mueca y una mirada de reproche fueron la respuesta de Asterion mientras miraba a
Luna, quien observaba quieta, tranquila, libre de furia, libre de deseo, consciente de su
travesura, como a la espera de que él se levantara del ensueño al que había llamado
amor.
-Tienes formas caprichosas de escribir historias madre… en ocasiones desearía
que fueses un tanto más amable. Y ahora… ¿Qué debo hacer exactamente?
Desconcertado y con una mano en su cabeza, el señor del circo dirigió su mirada a la
lona que alguna vez fue su hogar. Fue cuando vio aterrizar a la estrella fugaz en medio
de un resplandor y entonces supo que alguien lo esperaba en casa.
Y después de un lento y atropellado descenso de aquella montaña, el señor del circo
llegó a su morada, aquella tienda de circo que parecía inalterable por el tiempo. Estaba
cubierta por la nieve y vestía de blanco, parecía que en años nadie la había habitado y
aun así, había una extraña familiaridad en ella, como si quien esperase al otro lado fuese
un alma conocida, alguien a quien en algún momento de esa u otra vida él dirigió
palabra con sentimiento y emoción.
Lentamente Asterion se internó en la carpa en dirección a la arena, fue entonces que lo
vio, inocente, ingenuo, casi una imagen imposible en aquel mundo de pesadilla. No
tendría más que 8 años, esperaba en medio de la quietud, balanceándose de un lado al
otro, mientras sostenía una botella entre sus brazos en la que guardaba una intensa luz
de hermosos colores. El niño se percató casi inmediatamente de la presencia del señor
de marfil, su rostro de iluminó de emoción, como si hubiesen sido siglos de espera.
Asterion se acercó hasta él, se arrodilló en el suelo polvoriento y acariciando su rostro
se dirigió con gentileza.
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-Dime pequeño… ¿Cómo te llamas?
-No lo sé… - respondió el niño con una sinceridad aplastante.
-¿A qué has venido?
El niño extendió sus brazos, sosteniendo entre sus manos pequeñas y delicadas manos el
jarrón de cristal con aquella curiosa y extraña luz, entregándoselo a Asterion sin reserva
alguna.
-La dama del cielo me ha enviado para darle este regalo- dijo el chico rebosante
de emoción.
-¿Te ha enviado Luna?
-¡No! ¡La otra dama! ¡La dama que canta y tiene forma de pez! Ella fue quien
me enseñó el camino hasta acá y me ayudó a fabricarla para usted…
Una sonrisa leve se escapó del rostro de Asterion, algo en aquel niño le recordaba a su
tan impetuoso Otoño, sin embargo, aquel milagro de inocencia era algo mucho más
especial, algo que aquella tierra nunca había visto y fue por eso que con voz temblorosa
preguntó.
-¿Para mí? ¿Y exactamente, que es?
El niño agachó el rostro y con pena, mientras jugaba con sus dedos habló sonrojado.
-Es una estrella de los deseos… la hermosa dama me dijo que si usted podía
cumplir su deseo de volver a sus hijos a la vida dejaría que yo me quedara en su circo y
me ayudaría a encontrar a mi padre.
Las pupilas de Asterion se dilataron bajo su máscara, su expresión se quebró, por lo que
tuvo que hacer un esfuerzo para no quebrarse ante la posibilidad que cruzó su mente.
-Y dime pequeño… ¿Quién es tu padre? ¿Sabes al menos su nombre?
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Los ojos del niño se llenaron de lágrimas y su rostro se llenó de tristeza. Asterion lo
observaba como poseído por un recuerdo y una fascinación de un pasado hermoso que
volvía a pesar de la tragedia, no para la venganza, sino para traer la paz y el alivio.
-No lo recuerdo… solo sé que alguna vez mi padre y yo nos prometimos en este
lugar que nos volveríamos a ver.
Fue cuando la verdad se hizo innegable, cuando todas las sospechas se despejaron y
supo que aquel niño era el joven que a sus manos había muerto en cumplimiento de la
ley de Luna a pesar del sufrimiento de su hijo Otoño. El niño, poseído por la emoción
en el rostro del señor de marfil no se pudo contener más, por lo que rompió en un llanto
infantil y desconocedor de razón lógica.
-¿Me puede abrazar?- pregunto el niño entre lágrimas.
Asterion lo tomó entre sus brazos y lo estrechó, como si de su propia sangre se tratase,
fue así durante largo rato, rato eterno y simbólico que lo exorcizaba del único deber que
nunca quiso cumplir. Y cuando el pequeño estuvo más calmado, Asterion se levantó, lo
tomó por una mano y en la otra sostuvo la jarra de cristal con la estrella adentro.
-Es hora de irnos… debemos buscar a tu padre.
-¿A dónde iremos, señor Asterion?
-A ver un amigo… un amigo con el cual deseo compartir la mitad de mi deseo.
-¿Y qué lugar es ese?
-El Infierno…
Fue así como aquellas dos almas se alejaron en medio de la tormenta, tomadas de
manos, llevando dentro de una jarra de cristal una promesa de nueva vida y el anuncio
que pronto volvería el señor de la justicia a la guerra. Y mientras caminaban a la
distancia y hablaban de historia fantásticas…
-Creo que necesitaras un nombre…
-¿Se le ocurre alguno, señor Asterion?
-Si mi niño, si… “El Niño Estrella”
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