DE LA DISOLUCIÓN DEL TRABAJO Y LA SUBJETIVIDAD EN LA SOCIEDAD
NEOLIBERAL
CAMILO ANDRÉS HOYOS LOZANO
LAURA MUÑOZ RESTREPO
DIRECTOR: HERNÁN CAMILO PULIDO
INFORME DE INVESTIGACIÓN
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
BOGOTÁ – COLOMBIA.
2016
De la disolución del trabajo y la subjetividad
1
Tabla de contenido
INTRODUCCIÓN 2
CAPÍTULO 1: EL TRABAJO COMO UNIDAD DE ANÁLISIS DEL ORDEN SOCIAL
MODERNO Y EL SUJETO DEL CAPITALISMO 6
EL TRABAJO COMO UNIDAD DE ANÁLISIS DEL ORDEN SOCIAL MODERNO 8 EL SUJETO DEL CAPITALISMO 25 RESUMEN Y CONSIDERACIONES 39
CAPÍTULO 2: LA NUEVA ERA DEL CAPITALISMO AVANZADO 43
EL GOBIERNO Y LA PSICOLOGÍA: DE LA NECESIDAD DE LA SUBJETIVIDAD A LA DEPENDENCIA 44 EL CONTRASENTIDO DE LAS OPCIONES QUE PRETENDEN EVITAR LOS PROBLEMAS DEL TRABAJO SIN
DESPRENDERSE DE LA SUBJETIVIDAD 63 RESUMEN Y CONSIDERACIONES FINALES 74
CAPÍTULO 3: DE LA DISOLUCIÓN DEL TRABAJO Y LA SUBJETIVIDAD EN LA
SOCIEDAD NEOLIBERAL 78
REFERENCIAS 82
De la disolución del trabajo y la subjetividad
2
Introducción
El tema del que se encargará este estudio es la actividad central de la vida humana.
Consideramos que el trabajo, ocupa ese lugar en la sociedad contemporánea, pues funciona como
núcleo ordenador y regulador de la misma. Al ser éste nuestro punto de partida, nos hemos
propuesto explorar teóricamente dicha categoría; sugiriendo que existe, una tríada indivisible
entre los conceptos de trabajo, capitalismo y psicología. En ésta, el trabajo es el conector entre
los otros dos elementos; pues éste es el sostén y líquido vital del proyecto económico capitalista,
y, así mismo, fue uno de los lugares principales que la psicología como instrumento de dicho
sistema, encontró, para poner en práctica sus teorías sobre el control y la predictibilidad de la
conducta humana y buscar la validación de sus teorías; y consecuentemente, su propia
legitimidad y estatuto como ciencia. De esta manera, pretendía ganar una posición de poder
sobre la verdad del conocimiento, y los psicólogos, adquirir reconocimiento social, al interior de
la sociedad moderna. La tríada relacional se ve completada al analizar el vínculo entre psicología
y capitalismo, en cuanto éste sistema económico, requiere de sujetos trabajadores que sean
individuos disciplinados, auto-gobernados, coercionados y persuadidos, para alcanzar una
hegemonía auto-sostenible.
El presente estudio, nació por el interés de comprender la noción de trabajo y el por qué
de su centralidad en nuestra sociedad. Explorando este problema, comenzaron a aflorar pistas,
que nos indicaban, el grado en que la subjetividad estaba comprometida. Introduciéndonos en el
dilema con esta intuición, se hizo cada vez más palpable, hasta que nos fue posible concluir, que
en la base del conflicto del trabajo, se encuentra una subjetividad especifica, que es resultado de
las dinámicas sociales propias de la modernidad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
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Conforme avanzamos, descubrimos la profundidad y complejidad del problema en que
nos estábamos insertando y que las discusiones en que éste se inscribía, son muchísimo más
grandes, de las que acá, alcanzaríamos a contemplar. Sin embargo, esto no nos impidió, que por
medio de esta investigación, lográramos construir un marco para entender el tema desde una
mirada particular. Cuando notamos que la subjetividad era crucial en todo esto, y que a pesar de
que algunos autores la contemplan en las discusiones que proponen, se hizo evidente, que
ninguno de ellos, la sitúa en el lugar central del análisis. Decidimos entonces, optar por esta vía.
Pero en todo caso es necesario reconocer, que dicha resolución, muy seguramente se vio
influenciada, por el hecho de que nuestra pregunta surgiera, en una facultad de psicología.
Así pues, lo que nos proponemos demostrar, es que el problema del trabajo es el
problema de la subjetividad, y que, por lo tanto, la disolución del trabajo y sus problemas,
depende de la disolución de la subjetividad. En el intento de pensar una alternativa que no se
quede en las ideas abstractas, plantearemos nuestra vía de escape; en la que presentaremos como
posible camino para la disolución de la subjetividad, el camino hacia la vacuidad.
Nos es posible afirmar que el problema del trabajo es el problema de la subjetividad, en
cuanto ésta, es uno de los mecanismos esenciales, si no el esencial, para el funcionamiento del
trabajo y del sistema capitalista. Sin sujetos, no se podría fijar a los seres humanos al aparato
productivo, ni gobernarlos, ni explotarlos. Tampoco existiría el medio por el cual dicho sistema
reproduce sus prácticas y su ideología. Por lo tanto: sin sujetos, no hay trabajo. Pero además, sin
sujetos, también cesan las relaciones e instituciones jurídicas, económicas y políticas que los
constituyen, y al mismo tiempo, dependen de ellos para mantenerse y funcionar. Es en este
escenario, que el camino hacia la vacuidad aparece, como una posibilidad para disolver la
subjetividad, y su mundo.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
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El documento se dividirá en tres capítulos; y en el primero, abordaremos dos objetivos.
Por un lado, nos proponemos problematizar la centralidad del concepto de trabajo, presentando
la crítica que lo denuncia como categoría antropológica; y por otro lado, debatir las posturas que
sostienen, que la figura del trabajador asalariado es el sujeto primordial y fundante del
capitalismo. Hacerlo, nos será útil para plantear, que el problema del trabajo es el problema de la
subjetividad.
El segundo perseguirá dos objetivos adicionales: demostrar que el trabajo necesita de la
subjetividad y plantear por qué, partiendo de ella, no es posible proponer una “salida” a los
problemas del trabajo. Presentaremos entonces, el neoliberalismo con sus prácticas de gobierno
recargadas y actualizadas, que interpelan invariablemente a un sujeto-trabajador; pero que a
diferencia del de la modernidad, no es disciplinado y controlado con el propósito de que realice
los intereses productivos del patrón, sino entregado a la ambigüedad de la libertad, donde debe,
en últimas, convertirse a sí mismo en el producto que le procurará los medios de su propia
subsistencia. Con esto, podremos llegar a que la disolución del trabajo y su problema, depende
de la disolución de la subjetividad; y así se hará inevitable esbozar, cómo es posible imaginar un
mundo sin subjetividad. Para esto, compartiremos en el tercer y último capítulo, una posible
fuga; la que hemos podido conceptualizar, con la pretensión de contradecir “el mantra de que no
existe alternativa” (p. 952) (White & Williams, 2014) y de señalar que sí hay formas, en el
hacer, para interrumpir los “valores”, “lógicas” y dinámicas capitalistas.
Es de vital importancia aclarar que, no nos proponemos hacer un análisis perfectamente
completo de los temas que acá se tratan, sino que nos acercaremos a ellos teniendo en cuenta
únicamente los planteamientos de los autores a los que acá nos referiremos y en los textos
particulares de ellos que acá se citan. Es igualmente importante aclarar que, aunque señalaremos
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problemas enormes que involucran a la disciplina psicológica, no nos oponemos de manera
absoluta a las intervenciones psicológicas, pues también comprendemos, que éstas pueden ser
muy efectivas en lo que se proponen con los sujetos modernos a quienes van dirigidas. Creemos
que ésta, verdaderamente está en capacidad de proporcionar ayuda y alivio a estos sujetos.
Finalmente, quisiéramos expresar que, la que acá se expone, es una discusión analítica que de
ninguna manera pretende sugerir un desplazamiento del orden capitalista actual, a otro, basado
en una lógica y en unos valores diferentes; sino más bien, hacer visible una opción, también
desde lo analítico, pero orientada hacia lo realizable, que funcione como posibilidad para
interrumpir el sistema y al sujeto específico que lo encarna, y se encarga así, de reproducirlo.
Partiremos del término de subjetividad para referirnos a un fenómeno que previamente ha
tenido diferentes nombres (psique, mente, individualidad), porque es la herramienta natural de
nuestro tiempo para pensar la interioridad. Las categorías sujeto y subjetividad son categorías de
análisis supremas en la psicología crítica. Cuando reconozcamos que esta noción, del mismo
modo que la categoría de trabajo o de sujeto, es histórica, revelamos su debilidad; pero esto en
lugar de ser un punto en contra de lo que acá intentaremos defender, más bien, nos favorece,
pues poner sobre la “cuerda floja” el concepto, nos acerca un paso más en dirección de su
disolución.
Nada de esto es ajeno a la psicología, pues el resultado de esta investigación teórica, es un
marco comprensivo que pretende aportar una reflexión para la disciplina al problematizar la
subjetividad como su objeto de estudio, siendo ésta un producto histórico que está ligado a las
formas de organización y de producción, que hoy percibimos como problemáticas y
cuestionables. En la misma línea, este estudio nos permitirá una aproximación a la subjetividad
como un mecanismo de gobierno, que es producido con ayuda de la psicología; y eentonces nos
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preguntaremos: si la subjetividad, eso que estudiamos, es lo que posibilita el orden social
capitalista y mantiene el status-quo, ¿por qué deberíamos seguir ocupándonos de ella si
queremos contribuir a construir un orden diferente al actual?
Capítulo 1: El trabajo como unidad de análisis del orden social moderno y el
sujeto del capitalismo
No se requiere más que detenerse un instante para observar la manera en que está pensada la
trayectoria vital de los individuos hoy en día, para llegar a la conclusión, de que ésta gira en
torno al trabajo, y así, a la realización y reproducción del capitalismo. Alrededor del trabajo, se
ordenan y regulan nuestras vidas, pero también, la sociedad. Allí, coinciden los proyectos
individuales, aquellos que consideramos nuestros y con los que incluso llegamos a
identificarnos, con los que hemos aceptado como los intereses de la sociedad: la ideología del
“progreso, el rendimiento y el culto a las curvas de crecimiento” (Castel, 1997, p. 326).
En este contexto, propondremos la centralidad del concepto de trabajo como problemática y
preocupante, al estudiar algunas de sus características y problemas; además de tres de las
posibilidades que se han contemplado para aliviar las consecuencias de los dilemas que éste
plantea. Los objetivos de este capítulo son dos: problematizar la centralidad del concepto de
trabajo, presentando la crítica que lo denuncia como categoría antropológica y problematizar la
figura del trabajador asalariado como el sujeto primordial y fundante del capitalismo.
Para alcanzarlos, comenzaremos aproximándonos a la noción de trabajo como categoría
esencial al hombre; para en un segundo momento, pasar a revisar las implicaciones que tiene el
concepto cuando es entendido de esta manera. Con esto, habremos logrado el primer objetivo de
esta sección: aquel de problematizar la centralidad del concepto de trabajo, presentando la crítica
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que lo denuncia como categoría antropológica. Esto contribuye a nuestro argumento, en la
medida en que nos ayuda a situar el trabajo históricamente, y a entender, que sus problemas son
inherentes a sí mismo; por lo que para evitarlos, será indispensable, prescindir de él.
Posteriormente, nos sumergiremos en el problema del sujeto trabajador. Sólo así, podremos
indicar: (1) cómo las relaciones de producción capitalistas requieren de un sujeto determinado
para que el trabajo funcione en este contexto, y (2), que los valores liberales de libertad e
igualdad son determinantes para fijar al sujeto al sistema productivo, y constituirlo, tal cual dicho
sistema, lo necesita. Así, lograremos nuestro segundo objetivo del capítulo, pues lo anterior nos
llevará a debatir las posturas que sostienen, que la figura del trabajador asalariado es el sujeto
primordial y fundante del capitalismo. Cumplir estos dos objetivos, nos permitirán plantear, que
el problema del trabajo es el problema de la subjetividad.
Finalmente, cerraremos recogiendo los puntos más importantes que aporta el capítulo en
función de nuestra tesis. El recorrido que está por iniciar, sentará las bases sobre las cuales se
levantará nuestro argumento, pues nos permitirá dudar de los conceptos de trabajo y trabajador
asalariado como categorías suficientes para pensar las preocupaciones en torno a éstos y que de
ellos se desprenden. Afirmaremos que, cualquier posibilidad de solución o mejora, que parta del
trabajador o del sujeto trabajador, seguirá alimentando a la subjetividad que constituye al
asalariado; siendo esto, lo que en nuestra opinión, yace en el fondo del asunto, y compone por
ende, el problema esencial al trabajo.
De este modo, consideramos que liberar al trabajador asalariado del trabajo, o del yugo
capitalista, o garantizarle mejores condiciones laborales, no es la manera idónea para atacar la
raíz del problema. Creemos que tomando la subjetividad, -habiendo entendido que es
indispensable para que el orden moderno exista, especialmente en cuanto está ligada a la libertad
De la disolución del trabajo y la subjetividad
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de mercado-, podemos resolver los problemas a los que nos remite el trabajo. Sólo así, vemos
posible proponer algo radical, que no termine admitiendo el trabajo y su orden social, cayendo
en una paradoja novedosa, como suele ocurrir, cuando se piensa el problema desde las mismas
categorías que lo engendran.
El trabajo como unidad de análisis del orden social moderno
Una de las razones principales que nos impulsó a profundizar en el problema del trabajo, es lo
intranquilos que nos sentimos, con que aquella idea que ronda en nuestra sociedad, de que no
existen alternativas de vida, esté tan generalizada. Partiremos de que en nuestro momento
histórico, el centro de la vida humana es el trabajo; y es en éste, donde descubrimos nuestras
relaciones sociales y nuestro papel en la sociedad. En este sentido, aunque reconozcamos la
dificultad del tema, nuestro móvil es pensar una alternativa, que supere –de manera similar a
como nos sugerirá Dominique Méda-, el factor económico como elemento de cohesión social.
Tanto ella como nosotros, nos alarmamos ante el apego de nuestras sociedades por la idea del
trabajo como la única forma posible de existir como grupos humanos. Coincidimos entonces, en
que existen otras virtudes del ser humano que podrían reemplazar el valor que hoy representa el
trabajo.
Sabíamos, que si queríamos llegar a contemplar esas otras virtudes, sería indispensable tomar
el trabajo como unidad de análisis del orden social contemporáneo; y este intento, pronto nos
puso en la tarea de familiarizarnos con el trabajo de Marx. Es por esto, que el primer análisis al
que nos aproximaremos es el marxista; que en los albores de la expansión del capitalismo
industrial, hizo gala de las ideas modernas de la economía política del siglo XIX, para demostrar
la perversión a la que sometía al trabajo y al hombre, mediante las relaciones de producción
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capitalistas. De este modo, la teoría de Marx favoreció una utopía basada en la emancipación del
trabajo capitalista, y con ello, del hombre y su naturaleza.
Estos tres conceptos de su teoría, junto a la crítica del capitalismo que es inseparable de ellos,
y el comunismo que responde a todo esto con la noción de trabajo desenajenado como uno de sus
pilares, encierra lo que este marco comprensivo, tiene para aportar a nuestro argumento. Abordar
estos puntos, no nos permitirá únicamente tomar el trabajo como unidad de análisis de la
sociedad moderna y presentar al mismo como categoría esencial al hombre, sino también, iniciar
la exposición de algunas de las características y problemas del trabajo. Además, a partir de la
posibilidad que Marx ve en el trabajo desenajenado, podremos mostrar más adelante, lo que
ocurre con una “salida” que no problematiza la centralidad del trabajo en la sociedad moderna, y
con esto, las dificultades de una propuesta que pretende salvarse de los problemas del trabajo
tomándolo como base.
Comenzaremos entonces diciendo, que según la comprensión de Fromm (1962) de la
perspectiva marxista en el libro Marx y su concepto del hombre (Fromm, 1962), el trabajo, el
hombre y su naturaleza, se determinan mutuamente; y aunque a la luz de la misma teoría, esto
aparezca como virtuoso, esencial y determinante para la humanidad, nosotros lo percibimos
como conflictivo; pues su efecto, es fundamentar la centralidad del trabajo para el orden social y
las trayectorias de los individuos. En este libro se sostiene, que “El trabajo es el factor que
constituye la mediación entre el hombre y la naturaleza [y] el esfuerzo del hombre para regular
su metabolismo con la naturaleza: de ahí que, mediante el trabajo, el hombre se modifique a sí
mismo” (Fromm, 1962. p. 28).
La cita anterior basta, para evidenciar el grado de la interrelación entre trabajo, hombre y
naturaleza en el marxismo; pues como insinúa Fromm (1962), esta idea de trabajo, depende de
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un concepto de hombre, cuya naturaleza se expresa en la transformación del mundo por medio
de su acción; es decir, en el trabajo. El concepto, como se presenta en esa cita, es la acción pura
que es esencial al hombre cuando está libre de los influjos del capitalismo; y de esta forma,
aparece como una actividad virtuosa y creativa, que exige emanciparse del yugo capitalista.
La inminencia de liberar al trabajo del capitalismo, responde a que la naturaleza positiva que
atesora, sea pervertida por el sistema fundado en la propiedad privada. “Toda la crítica de Marx
al capitalismo es, precisamente, que ha hecho del interés por el dinero y la ganancia material el
motivo principal del hombre” (Fromm, 1962, p. 26). [Y lo principal de dicha crítica] “no es la
injusticia en la distribución de la riqueza, [sino] la perversión del trabajo en un trabajo forzado,
enajenado [y] sin sentido” (Fromm, 1962, p. 53). Marx denuncia, que el trabajo como algo
esencialmente humano, sea mercantilizado; que sea una acción que para quien la realiza,
signifique el medio para satisfacer sus necesidades, y que además, en este proceso, contribuya a
volver más poderoso el mundo de los objetos que crea frente a sí mismo (Marx, en Fromm,
1962). Pues ese mundo, es el mismo que somete y explota al trabajador cuando la clase burguesa
se apropia de su trabajo, permitiéndole la acumulación de capital.
Es en este contexto, que Marx nos presenta la liberación del trabajo capitalista como viable y
necesaria; pues el hombre, el trabajador enajenado del capitalismo, “no sólo está enajenado en
relación con los demás hombres; está enajenado de la esencia de la humanidad, de su “ser como
especie”, tanto en sus cualidades naturales como espirituales” (Fromm, 1962, p. 64). La manera
en que el capitalismo organiza nuestras vidas socialmente, y lo que hace con ellas, nos deja ver
lo absurdo, “no sólo en el hecho de que mis medios de vida pertenezcan a otro, sino en que todo
es distinto de sí mismo, mi actividad es otra y, por último que un poder inhumano lo domina
todo” (Marx, en Fromm, 1962, p. 159).
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Ante los inconvenientes que este sistema plantea, Marx busca idear un nuevo modo de
producción, que en lo material, conlleve a una organización social diferente, en la que “el
hombre pueda superar la enajenación de su producto, de su trabajo, de sus semejantes, de sí
mismo y de la naturaleza” (Fromm, 1962, p. 69). De allí, que el trabajo enajenado en el
capitalismo, pase a ser un trabajo desenajenado en el socialismo. Cuando el trabajo asume la
primera perspectiva, se vuelve, naturalmente “la autoexpresión del hombre [y] en este proceso de
actividad genuina, el hombre se desarrolla, se vuelve él mismo” (p. 52) Es así, como comienza a
asomarse un trabajo que es fin en sí mismo; que no depende de qué tan productivo resulte para la
industria, pero que es valioso, en tanto reafirma al trabajador como ser humano, regresándole su
condición original y sus potencialidades naturales. Visto de esta manera, el trabajo no coincide
en absoluto con la idea de un medio para asegurar la propia sobrevivencia, sino con aquella de la
autorrealización del hombre. Y es así como llegamos, a que el hombre, es el fin del socialismo.
Podemos ver entonces, que Fromm (1962), presenta las ideas de Marx, mucho más que como
una teoría económica o política, como un humanismo naturalista, que busca regresar el sentido,
no sólo al obrero sino al ser humano, sobre su propia existencia. En su interpretación de este
esquema de pensamiento, subyace así, una pregunta por el sentido del trabajo.
Nos es inevitable sentir una gran fascinación por la idea de un auténtico trabajo desenajenado;
por la idea de un trabajo lleno de sentido, en el cual podamos volcar y materializar todas nuestras
potencialidades individuales, y al mismo tiempo, recuperarnos como seres sociales. Un trabajo
en el cual podamos realizar nuestra esencia espiritual más profunda, y desde allí, tener una
relación consciente con el mundo. Esta consideración, es de especial importancia para nuestra
mirada, en la medida en que nos posibilita imaginar una existencia social que es libre del
intercambio mercantil y que no está determinada por éste. En ese sentido, es radical; pues nos
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obliga a regresar a las raíces, nos lleva a la pregunta por lo que es realmente importante en la
vida y cierra todos los espacios –al menos por el instante en el que estamos sumergidos en la
presente idea- ante una postura irreflexiva y conformista con la existencia misma y con las
condiciones para vivir que hoy nos son impuestas naturalmente.
Marx regresa a nosotros un sentimiento de esperanza, al fundamentar con tanta claridad una
postura que fomenta una lectura crítica del modo en que vivimos y permite que nos ilusionemos
con un mundo distinto, en el que la vida es, como el trabajo, fin en sí misma, y no cobra sentido
únicamente en el ámbito de lo que queremos y logramos poseer. Es una visión que nos intriga
con la posibilidad de una existencia no-instrumentalizada, ni de nosotros mismos, ni de nuestras
capacidades, ni del otro.
Sin embargo, aunque reconocemos el inmenso, casi incalculable, valor de esta propuesta, nos
es imposible aceptarla de primera mano y sin revisarla con una mirada más cuidadosa; pues
nuestra preocupación por el trabajo y su relación con el capitalismo, difícilmente se agota en una
solución que parte, igualmente, del trabajo. Pues, aunque nos invita a liberar al trabajo del
capitalismo, no nos permite liberarnos del trabajo; ya que su análisis parte de éste como
inherente al ser humano. Es entonces, inevitable que sospechemos de esta alternativa, sabiendo
que se basa en una determinación económica; implicando así, que las relaciones de producción
definen la cultura, la ciencia, la organización política, y en últimas, a los hombres. Igualmente
dudosa, es la perspectiva teleológica de la historia que el examen conlleva, al suponer que la
implementación del socialismo, significa el paso culminante de la historia de la humanidad.
Ambas, son ya razones suficientes para querer resistirnos al poder seductor de su proyecto.
Es nuestro deseo manifestar, que compartimos el desasosiego de Marx frente al capitalismo y
la crítica que de éste plantea. Gracias a ella, podemos justificar la necesidad primordial de la
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presente reflexión: aquella de buscar una alternativa al capitalismo, pero ahora también, del
trabajo y no únicamente del enajenado. Con la ayuda de estas ideas, hemos podido introducir el
trabajo como unidad de análisis de la sociedad moderna y presentarlo como categoría esencial al
hombre; lo que es indispensable para dar nuestro siguiente paso argumentativo. Con la
perspectiva que abordaremos a continuación, se harán más claros los aprietos de una “salida” que
no problematiza la centralidad del trabajo en la sociedad moderna y que pretende salvarse de los
problemas del trabajo partiendo de él.
Dicho esto, podemos comenzar a revisar la crítica al trabajo como categoría antropológica.
Dominique Méda, la exhibe en su libro El trabajo: Un valor en peligro de extinción, presentando
una trayectoria genealógica que resulta tremendamente útil para confrontar el supuesto actual de
que la noción de trabajo es una categoría ahistórica. Discutirla, nos permitirá transitar de la
comprensión del análisis marxista del capitalismo como un humanismo existencial, tal como lo
percibe Fromm (1962), a una comprensión que lo encasilla como una teoría moderna, y juzga
que la anterior, aporta de modo sustancial, al proceso que tiene como resultado las condiciones
económicas y políticas de las sociedades contemporáneas basadas en el trabajo. Esta crítica,
igualmente nos llevará a cuestionar la centralidad del determinante económico en la sociedad;
pues por el contrario, cuando pensamos que el trabajo es natural al hombre, se legitima la
realización total del individuo en el trabajo, y así, el neoliberalismo como ideología y el
capitalismo como sistema económico. Señalar la historicidad del trabajo, nos obligará en
definitiva, a puntualizar, que es indispensable pensar los problemas del trabajo con categorías
que sean ajenas al mismo, en la medida en que el concepto contiene sus propios problemas.
Con Méda (1998), aprovecharemos también para exponer la perversión de la política por la
economía, como consecuencia, de que los determinantes económicos sean lo cohesionador de lo
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social. Esto nos pondrá en la tarea de exponer su propuesta, con la cual sugiere, que la política es
una opción viable para desplazar la centralidad de los determinantes económicos; y en
consecuencia, del trabajo. Lo anterior nos llevará entonces a contemplar, una “salida” a los
problemas del trabajo, desde fuera del concepto, como una forma de aliviar los perjuicios de la
determinación económica que ha prevalecido en los últimos siglos. Pero enseguida, nos
permitiremos dudar de su propuesta; pues aunque remueve al trabajo del centro social, restándole
importancia, recurre a la necesidad del estado moderno, que además de que tiene sus dificultades
propias, justamente por ser moderno, contiene los principios que derivan en la centralidad del
trabajo.
En el estudio que realiza la autora, se demuestra que el trabajo, es de hecho, un concepto
moderno, y de este modo, inseparable del capitalismo y la ideología liberal. Sólo esto, es
suficiente para hacer notar que el término trabajo desenajenado, es una contradicción en sí
mismo; pues partiendo del trabajo, en cualquiera de sus versiones, resulta imposible escapar a las
dificultades de las sociedades que en él se basan. Las utopías qué estas plantean, como la
socialista, simplemente reflejan las contradicciones que contemporáneamente, en el
neoliberalismo, legitiman el concepto y su centralidad (Méda, 1998).
En consecuencia, la concepción del trabajo marxista, como es expuesta en los Manuscritos
económico filosóficos, en el ya citado libro de Fromm (1962), queda perfectamente expresada
como categoría antropológica, al ser enunciada como “la actividad esencial al hombre en virtud
de la cual se relaciona con su entorno –la Naturaleza, a la que se enfrenta para crear algo
humano- y con los demás, con y para los cuales desempeña esta tarea” (Méda, 1998, p. 17). Se
supone que de esta manera, ninguna actividad posibilitaría de un modo más fiel, una verdadera
auto-expresión humana y de lo humano. Así visto, el trabajo es nuestra pura esencia.
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La visión marxista del concepto, a pesar de su coherencia interna, nos permite, siguiendo a la
autora, “comprender el alcance de la confusión: considerar toda obra como trabajo y todo trabajo
como obra es considerar que la vida es producción y que cualquier acto de producción es
expresión” (Méda, 1998, p. 134). Este malentendido pareciera ser, la paradoja fundamental, que
hoy valida las transformaciones económicas y políticas en el mundo del trabajo. Al convertir casi
toda acción humana en trabajo, cualquier movimiento, puede ser entendido en función de la
producción; cualquier resultado de la expresión del individuo, como mercancía. Esto no es otra
cosa, que la crítica a la concepción del trabajo como auto-realización del ser humano.
Continuando esta secuencia, si entendemos que el trabajo desenajenado de la filosofía
marxista, es el medio por el que el hombre expresa su realidad más profunda, y como
consecuencia de esto, realiza su esencia humana, dándole sentido a su vida, alcanzamos a avistar
que, esta idea, es la misma que soporta y legitima la noción de trabajo del proyecto neoliberal;
pues como se analizará en el siguiente capitulo, en el neoliberalismo, los sujetos encarnan el
capitalismo, y en la medida que estos se realizan a sí mismos, se realizarán también, los ideales
del capital.
Para sostener todo este argumento, Méda (1998) hace un recorrido por las sociedades de
economía tribal, la griega y el imperio romano, la edad media, y la economía-política, con el fin
de demostrar que el significado social de aquello que nosotros conocemos como trabajo, ha sido
diverso a través de diferentes épocas. De hecho, propone que es sólo hasta el siglo XVIII, en que
éste aparece como un constructo homogéneo para referirse a las diferentes actividades humanas
que tienen el fin de satisfacer, de una u otra manera, las necesidades para la subsistencia y
ocupan un tiempo importante del quehacer humano. El papel que hoy desempeña el trabajo en el
nivel social, en otros momentos, lo cumplían otros medios y otros sistemas. Desde su
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surgimiento, además, este constructo fue concebido como un medio para incrementar la riqueza
(Méda, 1998).
Vemos de esta manera, que el concepto de trabajo se relaciona estrechamente con el concepto
de riqueza, y nos preguntamos: ¿Cuáles serían entonces los alcances de una sociedad que
prescinde del primero? De seguro y como mínimo, evitar la legitimación del neoliberalismo
como la única y casi natural respuesta a un sistema que está en crisis, que se hace cada vez más
insostenible, económica, social, ambiental, humana y espiritualmente.
Expuestas estas nociones, todo nos advierte, que es necesario pensar en una solución que no
se base en el trabajo; pues si la propia categoría es parte del problema, en la medida en que
implica un proyecto económico y político, que depende, grosso modo, de que el factor
cohesionador de la sociedad y el carácter distintivo del hombre sea el intercambio,
reproduciríamos aquello que intentamos evitar. Es por esto, que una “salida” basada en el
trabajo, no podrá ser, en definitiva, útil para superar las preocupaciones que aquí nos convocan.
La figura del trabajo funcionó para articular una sociedad a la que ya no le resultaban
efectivas las estructuras previas de organización. Tomando su carácter recíproco, éste sirvió
entonces como un contrato de utilidad social, en el cual el trabajador se compromete a contribuir
a la sociedad, mientras paralelamente, desarrolla un sentido de pertenencia hacia ésta, y queda
así, atado a ella; no sólo porque le es útil, sino también, porque la necesita (Méda, 1998). Cuando
entendemos el trabajo como elemento cohesionador de lo social, queda exhibido como un
pegante que hace productivo el vínculo entre los individuos que constituyen la sociedad,
mientras ayuda a proteger y realizar los intereses de cada uno de ellos. En esta misma dirección,
apunta la reconocida cita de Smith: No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o
panadero de donde obtenemos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses.
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Pero a nuestro parecer, compartiendo la opinión de Rousseau, resulta extremo considerar que lo
que une, espontáneamente, a los humanos, es la necesidad, su individualidad egoísta y el deseo
de abundancia (Rousseau en Méda, 1998).
Rechazando estos supuestos como determinantes de la humanidad y la sociedad, Méda (1998)
agrega que la perspectiva que configuran, implica un reto especialmente grande para la política.
Pues, que el mundo contemporáneo se rija bajo la lógica económica supone que lo político, no
puede orientarse por el principio de vivir juntos, sino que queda reducida a los principios de la
macroeconomía.
Esto es lo que la autora entiende por degeneración de la política. Lo nuclear de éste
inconveniente, radica en que el ámbito auténticamente político de nuestras sociedades, hoy brille
por su ausencia, gracias a la existencia de leyes y personas dispuestas a interpretarlas; viéndose
así, sustituido por las condiciones del mercado y la economía. Mientras se espera que dejemos
hacer a los expertos, los demás deberíamos limitarnos a realizar las funciones sociales básicas:
producir y consumir. Una verdadera dimensión política, considera los debates, las opciones, la
participación; no tolera la idea de la auto-regulación de la sociedad, constituyendo así, otra forma
de organización y una fuente sólida de cohesión social (Méda, 1998). Según la autora, otro sería
el panorama al
“Reconocer la dimensión comunitaria de la sociedad. [Lo que] supone también subordinar la
economía a la política –es decir, considerarla como mero instrumento técnico que nos indica cómo
producir ciertas riquezas-, supone además crear nuevos indicadores de riqueza como el patrimonio
natural, los individuos, el vínculo social, etc.” (Méda, 1998, p. 227).
Entonces, lo que ella nos recomienda, es dar un giro hacia el principio anterior. Según su
criterio, al refugiarnos en la política, podremos subsanar los perjuicios que ha tenido el foco de la
interdependencia basada en el trabajo y el intercambio, y hacer que las sociedades no dependan
exclusivamente de las riquezas materiales que generan. También tienen una función crucial, para
De la disolución del trabajo y la subjetividad
18
ellas mismas, la capacidad de generar sentido, sabiduría, solidaridad y belleza. Para Méda
(1998), las sociedades se encuentran en plena capacidad de elegir un curso diferente para la
organización social; y en el contexto de su propuesta, se entiende, que éste sería demarcado al
sobreponer la política a la economía.
La alternativa que nos presenta, expresada cómo la relativización del trabajo basada en el
principio político de la comunidad, aunque es admisible, supone un fortalecimiento estatal que
garantice unas condiciones de bienestar y permita a las personas dedicarse a otras actividades,
como el ocio, las artes, las manualidades y el cuidado. El programa que desarrolla la autora, es
problemático para nosotros -a pesar de su éxito en demostrar, que el entendimiento actual de
Estado se limita a uno en que la economía ha cooptado lo político-, pues parte de la necesidad de
un Estado fortalecido. El simple principio de un poder centralizado, que éste representa, implica
un ejercicio de represión y coacción, que es, por definición, tanto física como psicológicamente -
en cuanto emplea la manipulación para conservarse y funcionar eficientemente-, violento
(Diccionario general de la lengua española Vox, 2012).
Nos parece que vale la pena recordar, para secundar el argumento anterior, que desde la teoría
marxista, la formación de estados nacionales es inseparable de una organización política que está
ligada a unos modos y unas relaciones específicas e históricas de producción; que son
precisamente, los capitalistas. Por lo tanto: mientras siga existiendo esta noción de Estado,
aunque tenga las mejores intenciones y pretenda ser reorientado llevando como pilar una
dignidad política, la lógica subyacente seguirá siendo la capitalista; y el trabajo, la respuesta
natural para la vida de los individuos. Es así, como esta alternativa se torna insuficiente ante
nuestros ojos; pues la centralidad del trabajo seguiría siendo dominante en un Estado como el
que tenemos, o en uno, como el que sugiere Méda.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
19
Entrados ya en el tema de la cohesión social, podemos pasar a examinar la reflexión que hace
del asunto Robert Castel en La metamorfosis de la cuestión social, y con esto, el tercer análisis
que asume la centralidad del trabajo en el orden social. En este, el autor se ocupa
específicamente de la relación entre trabajo y capitalismo, con un enfoque similar al de Méda;
interesándose, por lo que conserva vinculada y andando a la sociedad de individuos. Él denomina
a este fenómeno, la cuestión social. Hallaremos aquí, un espacio que actúa como punto de
encuentro, pero a la vez de tensión, entre ambos pensadores.
Castel (1997) nos presenta una mirada, que media entre el análisis económico de Marx y la
reivindicación política de Meda. En ésta, el autor hace referencia a la asistencia como el factor
determinante para la cohesión social, tanto en los ordenes estamentales, como en los modernos.
Afirma que en los últimos, el elemento cohesionador adopta la forma de seguridad social, siendo
esto lo que liga lo económico a lo político y sustenta los principios de igualdad y libertad.
Esto resulta determinante para el argumento que en este capitulo intentamos defender, pues el
papel de la libertad en la constitución de los sujetos trabajadores, es el que nos permitirá
proponer, que el sujeto que de ella nace, es determinante, tanto para un orden que se cimente, o
bien en la economía, o bien en la política. Embarcarnos en esta exploración, será crucial para
declarar que la libertad como valor capital del liberalismo, ha sido proclamado en favor de la
producción. Con esto, no será posible subrayar, que el problema de la libertad es uno de los más
complejos en relación al trabajo y uno de los conflictos principales, que ha de ser evitado. De allí
la relevancia del estudio del autor.
A pesar de que la seguridad social o la asistencia social ofrezcan unas condiciones de trabajo
más dignas, verlas como una propuesta en sí misma y no como un paso intermedio de una
“salida” definitiva a los problemas sociales y laborales que procuran suavizar, nos regresa al
De la disolución del trabajo y la subjetividad
20
mismo complicado y ambiguo lugar. Es por ello, que este camino difícilmente nos satisface, pues
solamente es otro que, una vez más, recurre al trabajo como si fuera la única forma posible de
vida.
Ahora bien, sobre la cuestión de lo que mantiene unido a un grupo de individuos libres e
iguales, Robert Castel (1997) agrega, un elemento nuevo que alimenta la relación en examen, al
opinar que, lo que ha logrado mantener cohesionada a nuestra sociedad economizada, no es el
intercambio basado en el cuidado de los intereses individuales –como sugiere Méda, y a lo cual
se opone con su proyecto político-, sino una institución específica que, funciona como mediadora
y reguladora entre los trabajadores y los vagabundos, entre los empleados y los inempleables: la
asistencia.
Con la emergencia de la modernidad, se transformó la realidad social. Aparecieron los estados
y se estableció el trabajo; se asomaron los individuos y se hicieron necesarias disciplinas que
fueran legítimas (científicas) en razón de su momento histórico, para la explicación de dichos
cambios y de los individuos que ahora, los producían. Los principios de libertad e igualdad,
fueron la bandera de esos estados modernos; principios que se fueron instalando a manera de
valores, en los individuos igualmente modernos. El lugar en que éstos, deberían experimentar y
expresar esos valores, era primordialmente, en el trabajo. Lo que en realidad se descubrió en el
siglo XVIII, no fue, por lo tanto, “la necesidad del trabajo, sino […] la necesidad de la libertad
de trabajo” (Castel, 1997, p. 143).
A todo individuo, le fue otorgado su propio trabajo como propiedad privada obligatoria, y con
ello, su destino. Cada quien, era ahora libre de vender su fuerza de trabajo y entregársela al
mejor postor. Ese era el criterio bajo el cual, todos, eran libres e iguales. Este hito, inauguró la
interminable competencia entre individuos. Fue la señal que marcó la infinita partida de la
De la disolución del trabajo y la subjetividad
21
carrera de todos, en la inagotable persecución por nuestras necesidades, intereses y deseos. Como
en cualquier competencia, no todos pueden resultar vencedores; y los perdedores, se acumularon
en el grupo del pauperismo: era la nueva indigencia, que nada tenía que ver con la falta de
trabajo, sino más bien, con las consecuencias del trabajo “liberado”. El único culpable, de esta
nueva indigencia, fue la industrialización. La libertad del trabajo fue el sostén de la libertad de
empresa, y ésta, como es de suponerse, “era demasiado fuerte […] para quienes sólo podían
sufrirla” (Castel, 1997, p. 24). El estado social, se configuró entonces, como respuesta a esta
situación y supo pronunciar, el 19 de Marzo de 1793, bajo la plataforma de la Convención
Nacional Francesa: “Todo hombre tiene derecho a su subsistencia por el trabajo, si es válido, y
por el socorro gratuito si no está en estado de trabajar” (Castel, 1997, p. 158). Instaurar una
política de socorro aplicable y efectiva, dependía solamente, de la solidez del estado que estaba
en construcción (Castel, 1997).
De acuerdo con Castel (1997), el estado al que nos acabamos de referir, resolvería toda la
cuestión social, al mantener el equilibrio entre dos procesos paralelos. Por un lado, el de la
garantía de una seguridad social como retribución al trabajo, que funciona como una especie de
propiedad privada transferible, en la medida en que le pertenece a quien la requiera, siempre y
cuando, esté en capacidad de demostrar su laboriosidad. El estatuto de trabajo, reemplazó así, las
protecciones que anteriormente aseguraban la propiedad. Y por otro lado, la concreción del deber
de la sociedad frente al pauperismo, a sus causas y sus efectos; explicitando también, la medida y
los medios que llevarían a la consumación de dicho deber.
La interdependencia entre ambos procesos para mantener el equilibrio y la cohesión social,
explica, por lo menos parcialmente, la exigencia de que siempre existan individuos válidos,
propietarios de una fuerza de trabajo útil, que sean excluidos de la actividad laboral y sus
De la disolución del trabajo y la subjetividad
22
beneficios. Ellos están, naturalmente, ávidos de integrarse en el proceso productivo, para así,
gozar de las protecciones brindadas a los asalariados. Este impulso, funciona como un
mecanismo dinámico, en el que se ejerce una presión, desde afuera, hacia adentro; y se le
recuerda constantemente a los incluidos, que cualquier desviación, o incluso, el más pequeño
error, podrá dejarlos por fuera de la empresa, -volviéndolos vulnerables desde el punto de vista
de la sociedad-, e inmediatamente, habrá alguien dispuesto para tomar su lugar. La magnitud de
la competencia, se amplía; ya no participan en ella únicamente quienes están oficialmente
inscritos, ahora también luchan por su lugar en ésta, los que están afuera. Esto lleva a que la
asistencia, como cohesionador de lo social, se encargue de provocar su efecto, no únicamente
entre quienes están vinculados al aparato productivo, sino también, sobre quienes no lo están.
El planteamiento anterior, nos advierte sobre lo insuficiente de la protección social, frente al
objetivo de dignificar al trabajador. Si bien éste puede, por derecho propio, gozar de ciertas
seguridades sociales, será permanentemente desafiado. Un trabajador que se ve obligado, a dar
cada día lo mejor de sí, dominado por el temor a ser descalificado, y que padece de
incertidumbres, sólo absurdamente, puede estar asegurado. En ello, radica el principal peligro de
este dispositivo de cohesión; pues del mismo asalariado, o mejor, del inciertamente asegurado,
depende, tanto el fortalecimiento, como la precarización de los amparos. Consecuentemente, en
los momentos en que el estatuto social del trabajo se ve debilitado, o entra en crisis, asimismo,
peligra el factor cohesionador de las sociedades modernas (Castel, 1997); reforzando, de este
modo, la percepción de la centralidad del trabajo en ellas, y la angustia del caos ante su probable
ausencia.
Consideramos que la perspectiva de Castel, es más bien conservadora. Él, más que prevenir
respecto a los problemas y a la paradoja que nosotros hemos señalado sobre el trabajo, teme del
De la disolución del trabajo y la subjetividad
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poder que le ha sido atribuido al estatuto del trabajo; pues cuando éste entra en apuros, la
asistencia se verá debilitada, y con ello, peligra también la aglomeración social moderna; lo que
nos forzaría a enfrentarnos a un panorama social perfectamente imprevisible, ligado
seguramente, a un individualismo exacerbado y negativo (Castel, 1997).
De ahí que, interesantemente, este autor llegue a la misma pregunta que se plantea Méda:
¿Cómo vivir así? ¿Cómo vivir en una sociedad en la que cada quien vela solamente por sus
intereses propios? A nuestro modo de ver, la disonancia entre el pensamiento de estos dos
pensadores, se fundamenta en el que para Castel (1997), la asistencia como elemento de
cohesión, está basado en la alianza entre la economía y la política; siendo a su vez, esta alianza,
el foco de crítica de Méda.
Castel plantea entonces, que el modelo del estado de bienestar, en el que la seguridad social
está institucionalizada y pretende conciliar entre los resultados de la industrialización y de la
libertad que mediante ella se adquiere, es de momento, la única posibilidad que tenemos para
vivir y convivir como especie. Este pavor a enfrentarse a otras posibilidades, lo lleva a asumir
una postura que favorece las protecciones brindadas por el estado de bienestar. Se deduce
entonces, que desde su lugar, la alianza entre política y economía, no es problemática; y mucho
menos, lo es el régimen del trabajo. La función de ésta, es encargarse de que el sistema
productivo continúe andando sin que llegue a reventarse debido a las desigualdades que implica.
Este es el origen de las protecciones sociales y de la asistencia; que en vez de procurar la
dignidad, se implementan con el propósito de impedir que se rebose un sistema cargado de
desigualdad.
En este sentido, el sociólogo aboga por una óptica reformista que mantiene la estructura e
intenta reparar sus efectos, pero nunca, por una radical o revolucionaria. Es importante aclarar
De la disolución del trabajo y la subjetividad
24
que, con esto, no nos estamos oponiendo a las ideas reformistas de por sí; más si las reformas
han de ser un camino, exigirán tener un norte claro. Es patente, que Castel (1997) ha introducido
ideas indispensables para nuestra reflexión; empero, su postura final, tampoco proporciona una
“salida” clara al problema que acá estamos enfrentando.
El acento que el autor pone sobre la constitución de la figura de los individuos libres e iguales
será crucial de aquí en adelante. Si para Méda (1998), los sujetos trabajadores se fundan en el
supuesto del homo economicus como hombre racional, Castel (1997) da un paso más allá, para
pensar en cómo actúa este supuesto en el gobierno de la vida de los seres humanos, cuando son
leídos y protegidos como sujetos trabajadores.
Hasta este punto, hemos revisado tres panoramas distintos sobre el dilema en torno al trabajo.
Con ellos, se ha problematizado la centralidad del concepto, al demostrar lo complicado de su
uso, cuando se pretende plantear una solución a sus problemas. En la presentación de cada uno
de estos panoramas, hemos hecho un esfuerzo para exponer sus implicaciones particulares, junto
con su impresión diagnóstica y su propuesta para superar las dificultades que el concepto
impone. El primero de ellos, fue el marxista, que entrevió una utopía basada en la transformación
del trabajo. Los otros dos, el de Méda y el de Castel, estando a puertas de lo que podríamos
denominar capitalismo avanzado, se muestran inquietos frente al futuro del orden y de la
cohesión social. Ambos, proponen una alternativa que se basa en la conducción de lo social y
coinciden en modelos cercanos o derivados del estado de bienestar. En el caso de Méda, se trata
de un intento de recuperar lo político como público, y en el de Castel, se concluye con la petición
de conservar la posición del trabajo, para evitar tomar un rumbo social azaroso; y recurre, a las
reformas como una posibilidad para mejorar las condiciones laborales y eludir el riesgo de la
desintegración social.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
25
Cada una de las perspectivas, invoca una revisión histórica característica, que da paso a sus
ideas; formulándolas desde los recursos específicos de su tiempo y atendiendo a su marco
comprensivo particular. Aunque sólo las dos últimas, aceptan el “orden” del estado moderno,
ninguna ve impedimentos en la idea de los individuos libres e iguales, que como hemos
sugerido, va ligada necesariamente, al mismo “orden” que constituye el inconveniente alrededor
del trabajo. Esta será la piedra angular, para apartar al trabajo del centro de nuestro examen y
abrir paso al “hombre” que es, el sujeto trabajador; pues el trayecto que hasta acá hemos
recorrido, desemboca para nosotros, inevitablemente, en la pregunta por el sujeto que resulta de
la relación entre el estado y la economía; y nos sitúa así, a mitad de camino para poder afirmar,
que el problema del trabajo es el problema de la subjetividad. Será entonces sobre este sujeto,
que nos dirigiremos a continuación.
El sujeto del capitalismo
En este apartado y lo que resta del capítulo, buscaremos contemplar algunas de las
oscuridades de la figura del trabajador asalariado como el sujeto primordial y fundante del
capitalismo, con miras a dejar asegurada la primera tesis de este documento. Para esto,
comenzaremos debatiendo el concepto de “hombre” de la teoría marxista, al retomar la crítica de
Foucault (1996), en la que se contrapone a esta noción, demostrando que aquél sujeto trabajador
emerge de las relaciones políticas y jurídicas propias de la modernidad; por lo que éste, no puede
ser previo a la emergencia de las instituciones y es sólo a partir de ellas, que el ser humano es
construido socialmente como un sujeto trabajador.
Luego, nos aproximaremos a la reflexión de Moulier-Boutang (2006), quien contribuirá a esta
empresa, al afirmar que el sujeto decisivo para el sistema capitalista y las reformas laborales, no
es el trabajador asalariado –idea que se sostendrían Marx, Méda y Castel-, sino el trabajador
De la disolución del trabajo y la subjetividad
26
dependiente en movimiento; pues es él, quien adapta las circunstancias de trabajo, en su proceso
de acoplamiento al mundo laboral. Lo que para nosotros es fundamental de este desplazamiento,
es que hace evidente el vínculo entre la necesidad de imponer a los seres humanos la libertad y el
funcionamiento de las sociedades basadas en el trabajo; pues éste necesita de ella para existir. En
esta medida, las protecciones laborales, no son disposiciones para dignificar al trabajador, sino
para fijarlo al trabajo y al sistema capitalista; por lo que sin contrato, el trabajo sería exactamente
lo mismo que la esclavitud.
Entonces, en el propósito de exponer el nacimiento del sujeto producto de la relación entre
estado y economía, nos acercaremos, al análisis de Michel Foucault en La verdad y las formas
jurídicas (Foucault, La verdad y las formas jurídicas, 1996). Este texto, nos será útil para
responder a la pregunta de cómo se producen los sujetos que trabajan y desmentir la plusvalía
como algo inherente al hombre. Ambos puntos, servirán de esta forma, para coadyuvar en la
crítica al trabajo como una categoría antropológica y contradecir que el hombre es trabajador por
naturaleza. Esto, nos dejará sugerir, que la engañosa subjetividad que configura al sujeto
trabajador, es taxativa para la producción y reproducción del orden social que se asenta en el
trabajo. Lo más relevante de este punto, para levantar nuestro argumento, es que al advertir sobre
la artificiosidad de nuestra subjetividad, podremos asegurar que las creencias y experiencias que
tenemos de nosotros mismos, no son naturales, sino históricas.
Es indispensable si queremos arrancar polemizando el concepto de hombre en Marx, que
iniciemos regresando a él; aunque esta vez será fugazmente y con el exclusivo propósito, de
tantear al sujeto capitalista que propone. Desde la comprensión de la teoría marxista que hemos
ido procesando con ayuda de Méda (1998), entendemos que el hombre de Marx, se limita como
sujeto moderno y como sujeto de capital. Es un ser que se ve determinado desde lo material y
De la disolución del trabajo y la subjetividad
27
objetivo, por los intereses y deseos de la ideología capitalista. La idea del socialismo, es la de
una sociedad en la que estos intereses, renuncian a su hegemonía.
En conformidad con lo que propusimos anteriormente, el hombre de Marx, es social por
naturaleza y su esencia se realiza en el acto de trabajar, al transformar el mundo con su acción y
aportando el producto de sus cualidades. El capitalismo niega dicha esencia; la somete y explota,
subordinando al hombre creador de la realidad social y material, que constituye al mismo
sistema. También selecciona sus deseos y lo despoja de su trabajo, condenándolo a trabajar para
sobrevivir.
Es de esta manera, que el hombre que trabaja se convierte en asalariado y su relación con el
mundo es intervenida por el dinero y delimitada por la posesión. Ante tal espectáculo, los
teóricos socialistas se hicieron responsables de proponer un proyecto para liberar al hombre y al
trabajo del capitalismo; pues sólo así, podría el individuo realizar todas sus potencialidades. Con
esta voluntad en mente, se las ingeniaba, para desmontar las relaciones materiales de producción
y transformarlas, de modo que, éstas pudieran adecuarse a la verdadera naturaleza del hombre: la
creadora; y así, generar el contexto propicio en que se pudieran realizar sus más altas
posibilidades.
Frente a esta concepción marxista del hombre, Foucault (1996) replica que el sujeto, no está
determinado de antemano por las estructuras económicas, sino que, de manera contraria, éste es
producto de las prácticas sociales propias de las instituciones de secuestro (prisiones, hospitales
mentales, escuelas, empresas, etc.). Entendido de esta forma, el trabajo no es esencial al hombre,
pues su vinculación a éste, sólo es posible en tanto existen unas prácticas sociales, cristalizadas
en las instituciones de secuestro modernas, dispuestas para fijar el sujeto al sistema productivo,
por medio de unos mecanismos de control político y jurídico.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
28
Empezamos a comprender estos mecanismos, al advertir que las instituciones de secuestro
basan su funcionamiento en el control del tiempo y el control sobre el cuerpo. En cuanto al
primer punto, sostiene el autor, que
“es preciso que el tiempo de los hombres se ajuste al aparato de producción, que éste pueda utilizar el
tiempo de vida, el tiempo de existencia de los hombres. [Además, que] el tiempo de [éstos] sea llevado al
mercado y ofrecido a los compradores quienes, a su vez, lo cambiarán por un salario; y por otra parte, es
preciso que se transforme [el tiempo de existencia de los hombres] en tiempo de trabajo” (Foucault, 1996,
p. 58).
Con respecto al segundo, el del control sobre el cuerpo, se señala que este, es “algo que ha de
ser formado, reformado, corregido, en un cuerpo que debe adquirir aptitudes, recibir ciertas
cualidades, calificarse como cuerpo capaz de trabajar” (Foucault, 1996, p. 60). El cuerpo de los
hombres se convierte entonces, en fuerza de trabajo.
La importancia del control sobre el tiempo y el cuerpo, esta íntimamente ligada, como
demuestra el autor, con la indiferencia de la sociedad moderna respecto a la pertenencia espacial
de los individuos, en contraste con su antecesora sociedad feudal. Para la primera, resulta
irrelevante el vínculo de los individuos a una tierra o a un lugar. El único objetivo que defenderá
a toda costa, es que de una u otra manera, los individuos terminen colocando su tiempo a
disposición de ella, de la producción, de sus intereses y sus “valores”. Es en este sentido, que la
libertad para la venta de la fuerza de trabajo que introdujimos con Castel, ocupa un lugar
central entre los medios que hicieron posible la industrialización y la inicial difusión de las
lógicas capitalistas. La nueva distribución espacial y social de la riqueza industrial y rural, fue la
que llevó a la necesidad de nuevos controles, formas de organización social y gobierno.
Sólo a partir del surgimiento de esas instituciones específicas y las prácticas que allí tienen
lugar, el capitalismo puede obtener la plusvalía del sujeto trabajador, pues ésta no es una
característica extraíble del hombre, en tanto esencia. Más bien se obtiene, en cuanto estas formas
De la disolución del trabajo y la subjetividad
29
de ejercicio del poder, convierten a los seres humanos en sujetos trabajadores (Foucault, 1996).
Es por este motivo, que Foucault concluye:
“no puede admitirse pura y simplemente el análisis tradicional del marxismo que supone que, siendo el
trabajo la esencia concreta del hombre, el sistema capitalista es el que transforma este trabajo en ganancia,
[en plusvalía]. En efecto, el sistema capitalista penetra mucho más profundamente en nuestra existencia.
Tal como se instauró en el siglo XIX, este régimen se vio obligado a elaborar un conjunto de técnicas
políticas, técnicas de poder, por las que el hombre se encuentra ligado al trabajo, por las que el cuerpo y el
tiempo de los hombres se convierten en tiempo de trabajo y fuerza de trabajo y pueden ser efectivamente
utilizados para transformarse en [plusvalía]. Pero para que [ésta se produzca] es preciso que haya sub-
poder, es preciso que al nivel de la existencia del hombre se haya establecido una trama de poder político
microscópico, capilar, capaz de fijar a los hombres al aparato de producción, haciendo de ellos agentes
productivos, trabajadores. La ligazón del hombre con el trabajo es sintética, política; es una ligazón
operada por el poder. No hay plus-ganancia sin sub-poder” (Foucault, 1996, p. 63).
Lo que Foucault (1996) demuestra con estas afirmaciones, es que “el hombre” no es el
hombre trabajador por naturaleza como insinúa Marx. Esa esencia trabajadora, supuestamente
innata e interna a los humanos, no es auténtica; así como tampoco lo es, ese hombre subjetivado,
poseedor de unas ciertas potencialidades, que pueden y han de ser desarrolladas. Podemos
asegurar esto, en cuanto la subjetivación, -como se empieza a aventurar en la cita anterior-, no es
más que una forma de gobierno que se ha traducido en la verdad auto-reconocible sobre
nosotros mismos.
Lo que encontramos más significativo de la revisión que nos ofrece Foucault (1996), acerca
de la producción del sujeto trabajador en las instituciones de secuestro es, por un lado, que
contribuye a reforzar el contratiempo del trabajo como categoría antropológica, pues nos revela
que el hombre del análisis marxista, por ser ficticio, es un problema en sí mismo; y debe ser
superado, del mismo modo que propusimos con el concepto de trabajo. Por otro lado, estas ideas,
nos ayudan a asimilar al sujeto trabajador como producto de unas prácticas políticas y jurídicas
propias del tránsito a la modernidad; lo que es obligatorio comprender, si queremos encontrar
una alternativa que no caiga en paradojas similares a las del trabajo desenajenado. Además, y
De la disolución del trabajo y la subjetividad
30
quizás lo más significante para nuestra argumentación, es el hecho de que su aporte vuelve
central la discusión de la construcción social del sujeto como elemento fundamental para la
producción y expansión del sistema capitalista. En este orden de ideas, no ha de sorprendernos,
que si el trabajo no es ahistórico, tampoco lo sea la subjetividad.
Ahora bien, la postura de Foucault (1996) tampoco es definitiva. Moulier-Boutang (2006) en
De la esclavitud al trabajo asalariado, relativiza su postura y al mismo tiempo la de Marx,
cuando propone que la fuerza social que es determinante para el sistema económico capitalista,
no son los trabajadores asalariados, sino los trabajadores dependientes en fuga, los inmigrantes;
en tanto son ellos, quienes promueven y terminan produciendo los ajustes laborales que
determinan el sistema y la regulación del trabajo. Esto cobrará trascendencia para nosotros, por
cuanto amplía la perspectiva de los sujetos que involucra y son necesarios para el capitalismo.
Podremos así expresar, que la subjetividad moderna, desde una perspectiva más global, se
configura en la tensión entre los trabajadores asalariados y los trabajadores en fuga. Finalmente,
esto nos permitirá ahondar en el problema de la libertad y la disciplinarización como
constitutivas de los sujetos trabajadores en el orden moderno, lo que nos servirá para erigir,
finalmente, el puente con el segundo capítulo del documento.
Parafraseando al autor, es de fundamental importancia considerar el trabajo libre o asalariado
a partir del trabajo dependiente1, que se refiere a cualquiera de las formas no- libres de trabajo,
para obstruir la acostumbrada consideración del trabajo no-libre a partir del trabajo asalariado. El
mayor impedimento de la direccionalidad lógica que se está censurando, consiste en que al
aproximarse al problema de esa manera, se privilegia metódicamente la visión desde arriba
hacia abajo, que es, precisamente porque toma el trabajo asalariado como base, la de la
1 “El trabajo dependiente comprende no sólo a los asalariados, sino también a todas las formas de actividad
realizadas por un trabajador para un empleador que emplea a este último colocándole bajo su autoridad y
subordinación “(Moulier-Boutang, 2006, p. 32).
De la disolución del trabajo y la subjetividad
31
acumulación capitalista y la de la figura jurídica de la libertad vacía y contradictoria. La
perspectiva adecuada, de acuerdo a su planteamiento, consiste por lo tanto, en aproximarse al
mercado y al trabajo asalariado, desde abajo hacia arriba; partiendo del trabajo dependiente y no
del trabajo libre (Moulier-Boutang, 2006).
Al subordinar el trabajo asalariado libre al trabajo dependiente, se reconoce con sencillez, que
el primero, no es, sino otra expresión, aquella que va ligada al régimen del sistema actual, del
fenómeno más abarcante del trabajo dependiente. Esto, sumado al análisis del sistema salarial
que Moulier-Boutang denomina “trabajo asalariado embridado en sus diferentes formas”
(Moulier-Boutang, 2006, p. 349), reclama la posición de los migrantes internacionales, que en las
economías boyantes, son “uno de los principales factores de embridamiento continuo y
recurrente de la relación salarial” (Moulier-Boutang, 2006, p. 349). Vale la pena resaltar el valor
de esta distinción que formula Moulier-Boutang (2006), pues sin el trabajo dependiente,
sencillamente no se habrían dado las condiciones necesarias para el que surgiera el trabajo libre.
Esta afirmación, obliga a poner en entredicho la exclusiva problematización de Marx, pero
también de otros autores, al trabajo libre. Lo más relevante de este punto, es consecuentemente,
que sin esta particular manera de conceptualizarlo, nos sería posible alcanzar la comprensión
sobre la producción del trabajador que le da forma a nuestro argumento.
Con la idea que estamos presentando pues, se pone en duda algo que hasta ahora se había
dado por sentado, y apremia a que nos preguntemos: ¿Quién es el verdadero sujeto del
capitalismo? Como ya se insinuó, lo que el economista francés va a defender, es que “Los
principales cambios constitucionales, [los que hoy en día construyen la historia], avanzan
mediante las fugas” (Moulier-Boutang, 2006, p. 40), mediante los movimientos en masa de las
poblaciones que se redistribuyen geográficamente. Éstas, representan “El verdadero agente
De la disolución del trabajo y la subjetividad
32
histórico, el sujeto del contrato, es la defección anónima, colectiva, continua, infatigable, la que
transforma el mercado en su marcha hacia la libertad. Esta es la fuerza impulsora del
liberalismo” (Moulier-Boutang, 2006, p. 40), la que amplifica el mercado y hace que se escuche,
en tierras que previamente lo desconocían.
A diferencia de como defendería Marx, respecto a que la libertad, o la autonomía sobre la
propia fuerza de trabajo, se obtenía al haber sido despojado de todas las demás propiedades,
incluidos los medios para la producción; Moulier-Boutang (2006), considera, que lo realmente
imprescindible para alcanzar dicha libertad era haberse liberado de la dependencia en el trabajo,
de la servidumbre y la esclavitud. En este instante, se hace claro y evidente, ante nuestros ojos,
que el paso de lo que abiertamente admitimos como esclavitud, a la supuesta libertad que se
adquiriría mediante la fuerza de trabajo personal, no era otra cosa que un maquillaje para una
nueva esclavitud; para una nueva forma de dependencia, sometimiento y explotación basada en
el trabajo y el contrato. El esclavo que se fuga hacia la libertad, no persigue un rompimiento
absoluto de sus cadenas, sino una posición en la sociedad liberal que le permita luchar por unas
condiciones de esclavitud más aceptables, en un sistema que aunque se resiste, también abre
espacios para que estos cambios sean realizables. De esta manera, el sistema elabora una imagen
de sí mismo, en la que está a favor de la libertad, y es ahí, cuando los trabajadores pueden
evocarlo como aliado suyo. Entretanto, la libertad en un sentido más amplio –y no únicamente
como la soberanía sobre la propia fuerza de trabajo-, se irá constituyendo, como una de las
tecnologías ejemplares del gobierno contemporáneo, como ese “tener [de los trabajadores] que es
indispensable de su ser” (Moulier-Boutang, 2006, p. 388).
Continuando con la idea en desarrollo, vale la pena anotar, que “La invención de la libertad y
de los regímenes constitucionales, sin los cuales el contrato no sería más que la dura ley de la
De la disolución del trabajo y la subjetividad
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esclavitud, se ha llevado mucho más mediante la vía del exit que mediante la vía del voice”
(Moulier-Boutang, 2006, p. 39). Acá, el exit se refiere a la fuga de los trabajadores dependientes
hacia el trabajo libre, y el voice, a la exigencia de derechos laborales por parte de los trabajadores
contratados. Entendemos así, que la extrapolación que realiza Marx del trabajo asalariado, como
la característica definitoria del nacimiento de la relación capitalista, resulta inapropiada; pues son
los trabajadores dependientes, que estando subsumidos al capital, gestionan las transformaciones
de las normas constitucionales del mercado y del mundo del trabajo; convirtiéndolos, por encima
de los trabajadores asalariados, en los verdaderos sujetos del capitalismo (Moulier-Boutang,
2006).
Otra observación que hace el autor y resulta relevante para nuestro argumento, es que previo a
la posesión de la libertad para ofrecer la fuerza de trabajo, son necesarios los sujetos que venden
esa propiedad; y para el surgimiento de ellos, como se mencionó ya, se hacen imprescindibles
ciertas prácticas que los producen con su disposición a trabajar. La disciplinarización, encierra
ese conjunto de prácticas y lejos de ser exclusiva de los trabajadores asalariados, se extiende, a
los trabajadores dependientes, en tanto emplea mecanismos que buscan evitar sus intentos de
fuga y ambicionan disciplina y fidelidad.
Así pues, lo que Moulier-Boutang (2006) agrega a la propuesta de Foucault (1996), es que su
análisis sobre la disciplinarización por medio de las instituciones de secuestro, es acertado
siempre y cuando, éste no se limite a los asalariados, pues además de que arrojaría resultados
incompletos, robustece la ya señalada dificultad de la visión de arriba hacia abajo, otorgándole
al estudio del trabajo libre una posición privilegiada e injustificada en el ámbito académico.
En lo que ambos coinciden, es en que antes de ser convertido en trabajador, ocurre un proceso
social precedente que prepara al sujeto:
De la disolución del trabajo y la subjetividad
34
por más que la proletarización del individuo y el consumo individual del trabajo asalariado exijan la
separación entre el productor y los medios de producción, lo cierto es que suponen un movimiento
inverso previo, un estrechamiento de los lazos entre el trabajador y las condiciones de su reproducción (la
familia, en particular, pero también cualquier institución que cumpla parcialmente esa función). Ésta
última es condición indispensable para extraer plusvalor. (Moulier-Boutang, 2006, p. 348)
Entonces, aquellas instituciones que vinculan al trabajador con las condiciones necesarias
para su reproducción, y que también se encuentran en las economías precapitalistas, son las
instituciones disciplinantes por instinto; las mismas que disponen las circunstancias para que
exista una plusvalía usufructuable. De modo que, la disciplinarización antecede el curso de la
proletarización de la época liberal, y sienta así las bases, sobre las cuales se hace posible y
termina levantándose el estado moderno. El procedimiento que acá se describe, corresponde a la
fijación sintética de los trabajadores dependientes al aparato productivo, por medio de las
prácticas disciplinantes, que contribuyen de manera no poco significativa a la aparición de los
individuos libres e iguales.
Sin embargo, como ya hemos examinado atrás, Castel (1997) entiende el surgimiento de
aquellos individuos como una consecuencia necesaria de la nueva formulación del orden social.
Propone que la libertad, desembocó en el pauperismo; y fue en ese momento que se hizo
indispensable para esa nueva sociedad, una política para la asistencia; y ésta, resultó a su vez, en
los mecanismos de seguridad social. Pensando en que el motor de esos dispositivos es
movilizado por los asalariados, en cuanto son ellos los aportantes, es que se hace reconocible
que, equivocadamente, desde su posición, éstos ocupan un lugar central en el funcionamiento de
la sociedad del capital. Para ponerlo en sus propias palabras:
“la crisis del salariado [es] lo que hace hoy en día frágiles las protecciones sociales. Se entiende entonces
que el salariado sea a la vez la base y el talón de Aquiles de la protección social. La consolidación del
estatuto del salariado permite la ampliación de las protecciones, mientras que su precarización lleva de
nuevo a la inseguridad social” (Castel, 1997, p. 267).
De la disolución del trabajo y la subjetividad
35
Ya se dejó claro, qué tan cruciales, considera este autor que son las protecciones, que según
él, han logrado los asalariados. De cualquier manera, el parecer de Foucault (1996), es distinto; y
clama, que al valerse de instituciones como la familia y las fábricas-prisiones, la seguridad social
no es más que otra tecnología para la proletarización y la fijación de los sujetos al aparato
productivo. Visto así, añadimos nosotros, el sentido de las reformas es meramente funcional y su
último propósito es el de dignificar al trabajador. El parecido entre el planteamiento de Foucault
(1996) y la mirada de Moulier-Boutang (2006) sobre el problema, es innegable. Lo que el
primero va a agregar a la idea, es que dadas las condiciones de libertad del obrero moderno, se
hace necesaria la emergencia de técnicas que prometan controlar su economía. Es allí, cuando
aparecen las cajas de ahorro y las cooperativas de asistencia. El propósito de éstas, siguiendo a
Foucault (1996), es
drenar las economías de los obreros y controlar la manera en que son utilizadas. De este modo el tiempo
del obrero, no sólo el tiempo de su día laboral, sino el de su vida entera, podrá efectivamente ser utilizado
de la mejor manera posible por el aparato de producción (p. 59).
La obsesión por el control social llega a su límite, cuando busca ordenar sobre la economía
obrera. Habría que encargarse de que ellos no gastaran todos sus ahorros antes de quedar en
bancarrota, de que no los utilizasen a su parecer, para hacer huelgas o celebrar fiestas cuando se
les ocurriera. Las oficinas de ahorro y las cooperativas de asistencia, estaban así destinadas, no a
brindar protección y seguridad general como se podría pensar, sino a poner, ya no únicamente el
tiempo de trabajo, sino todo el tiempo de la existencia humana, a disposición de los intereses
capitalistas (Foucault, 1996). Con este movimiento, salta a la vista, que la reproducción del
capital y las brechas socioeconómicas se agrandan exponencialmente; pues, el capitalista seguirá
alargando su capital. Del otro lado, el obrero estancado, continúa con su rutina en la fábrica,
recibiendo los mismos centavos y observando de lejos, la prosperidad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
36
Todo esto nos lleva a entender, que lo que Castel lee y defiende como un logro virtuoso de la
alianza entre el estado y la sociedad para garantizar la seguridad, para Foucault (1996) y
Moulier-Boutang (2006), no son más que técnicas estratégicas para fijar a los seres humanos al
aparato productivo. Es así, como Moulier-Boutang, llega a concluir que el contrato -aquella
transacción que intermedia entre el dinero y el trabajo-, la relación contractual y demás políticas
sociales, son mecanismos de embridamiento, también, de los trabajadores en fuga, al sistema
productivo capitalista. Lo que quiere decir, que esas políticas, dependen históricamente de las
fugas y del intento por detenerlas y sirven como instrumentos de actualización de las relaciones
de esclavitud.
Hay otro efecto que nos permite ver Moulier-Boutang (2006) del proceso de inserción de los
excluidos, dependientes o en fuga, al sistema productivo. Éste es, que aparte de poseer el poder
para impulsar las reformas, -que no se limitan exclusivamente a la relación laboral, puesto que
están directamente ligadas a los derechos civiles-, aminoran la estabilidad de los incluidos,
poniéndolos en situación de vulnerabilidad y manteniendo sus condiciones precarias de trabajo.
Así, por medio de la disciplinarización, se logra más que el adiestramiento de los dependientes y
de los asalariados. Pues esa dinámica, esos intentos de fuga hacia el trabajo libre, que ya van
condicionados por el instrumento de fidelidad, ejercen un efecto disciplinatorio de segundo
orden sobre los ya adheridos al sistema. La presión de esos fantasmas lejanos que están cada vez
más cerca, más cerca de mi trabajo, mi seguridad, mi dignidad y felicidad, persuade a los
incluidos a ser cada vez mejores trabajadores, a ser más condescendientes, dóciles. En suma, a
estar mejor incorporados al sistema, a estar más de acuerdo y ser menos críticos; todo esto,
gracias al miedo de que lo que se tiene y lo que se ha ganado, sea arrebatado por un inmigrante
De la disolución del trabajo y la subjetividad
37
aparecido. Es así, como el ejército de reserva que conforman los trabajadores dependientes en
desplazamiento, convierte a los trabajadores incluidos, en trabajadores prescindibles.
Lo que es relevante del énfasis que hace Moulier-Boutang (2006) en trasladar la atención de
los trabajadores asalariados libres a los fugados dependientes, hace evidente –aunque aún sin
problematizar al respecto-, que es esencial la constitución de un sujeto, un individuo libre e
igual, para que participe en la sociedad mercantil y ésta maquine. El autor, nos lleva de esta
manera, a intuir que hay, una relación exorbitantemente íntima entre subjetividad y trabajo; lo
que nos forzará, a pensar en otras posibles formas de existencia, de relacionarnos con, y
experimentarnos a, nosotros mismos.
Adicionalmente, elaboramos a partir de este análisis, que la subjetividad de los trabajadores
ayuda a configurar, por un efecto reflejo, la subjetividad de los no-trabajadores; bien sean éstos,
estudiantes, trabajadores dependientes, desempleados, etc. Pues éstos, se definen en relación a
ellos, o en función de, las carencias, que se derivan de no tener la posibilidad de trabajar. Es
claro, que los trabajadores tienen acceso a una serie de beneficios sociales, de los cuales los no-
trabajadores son excluidos. Pensando y actuando para gozar de éstas ventajas, los marginados
imitarán los comportamientos de los incluidos, vestirán modas similares, hablarán de los mismos
temas y adoptarán sus posturas políticas y ambiciones, constituyendo así, para sí, una
subjetividad trabajadora. Con este efecto, el capitalismo conquista un nuevo territorio. Ha
transfigurado en sujetos suyos, también, a los no-trabajadores. Éstos, se habrán convencido ya, y
defenderán como si fueran propios, los ideales y valores del mercado.
La pregunta por el verdadero sujeto del capitalismo, es entonces nuclear y tiene un valor
sustancial para el desarrollo de nuestra tesis, puesto que nos ayuda a mostrar, que los sujetos
asalariados no son los únicos que le pertenecen al sistema. Por el contrario, la postura de
De la disolución del trabajo y la subjetividad
38
Moulier-Boutang (2006), comienza a exhibir la manera en que los mecanismos, y en
consecuencia, la ideología del capitalismo, se extiende al desbordar los límites que se pensaría,
acotan su campo de acción. Los problemas ligados al trabajo y a la subjetividad trabajadora, no
son propios, por tanto, de los sujetos trabajadores; sino que enrollan también a los sujetos
próximos, como los trabajadores dependientes, independientes, los esclavos y los estudiantes,
por mencionar los más obvios. El verdadero sujeto del capitalismo, no es uno que cumple con
unas características específicas, sino el sujeto per se. En esta medida, reconocemos que del
estudio de Moulier-Boutang (2006), se desprende un elemento vital, para dejar planteado, que el
problema del trabajo es el problema de la subjetividad.
Con todo esto, se hace manifiesto que al analizar la función de los marginales para el
funcionamiento global del sistema, se logra alcanzar y presentar un nuevo nivel de complejidad
acerca de la lógica del mismo. Estamos convencidos de que esta discusión, agrega un nuevo
matiz a la situación planteada por Castel (1997), pues si su respuesta ante la inminente amenaza
del neoliberalismo es luchar por la defensa de las protecciones sociales, persigue él, un empeño
insulso. Como ya se vio, revisando los argumentos de Moulier-Boutang (2006), las
transformaciones de las reglas constitucionales del mercado de trabajo, son principalmente
resultado de la fuga de trabajadores hacia la libertad y no del reclamo de los trabajadores
asalariados mediante el voice.
En este sentido, podría pensarse que, las reformas neoliberales al trabajo cumplen la función
de fijar a los hombres en el aparato productivo; pero por supuesto, respondiendo a las
condiciones de los medios de producción que corresponden. Si para el siglo XIX, el lugar
primordial de todos estos fenómenos, era la industria, en su máxima expresión bajo la modalidad
De la disolución del trabajo y la subjetividad
39
fordista, en el siglo XXI, estarán ligados a la producción inmaterial y de servicios, a los
proyectos y a la creatividad.
Esto nos lleva a entrever, además, que los modos de producción precapitalistas son necesarios
para el capitalismo, y que la dominación política e ideológica de este último, recae sobre los
modos anteriores de producción y los seres humanos que habitan en estos contextos. Ello
convierte en un problema grueso, la persecución de la reivindicación de las economías locales o
cooperativas y las iniciativas que las fortalecen, cuando se identifican como alternativas para
superar las formas de intercambio y producción propias del capitalismo. Si partimos de que las
reformas neoliberales son mecanismos de ajuste para amoldar a los trabajadores a las nuevas
formas de producción, ¿Cuál sería una lectura indicada de éstos proyectos en el contexto en que
se están planteando? ¿Qué efecto pueden tener esas iniciativas, cuando son dominadas y
producidas bajo la misma racionalidad neoliberal? ¿Serán estas más bien, necesarias para el
funcionamiento del sistema y las formas de producción contemporáneas?¿No funcionan acaso
como un medio de expansión del sistema a nuevos espacios y sujetos?
Resumen y consideraciones
Ahora y antes de concluir, resumiremos los logros de este capítulo. Iniciamos tomando el
trabajo como noción central de análisis, y como inconveniente, no el por qué de su centralidad,
sino el hecho de que lo sea. En el recorrido propuesto, logramos entonces problematizar la
centralidad del concepto de trabajo, presentando la crítica que lo denuncia como categoría
antropológica y problematizar la figura del trabajador asalariado como el sujeto primordial y
fundante del capitalismo. Fromm (1962) contribuyó a esto, con su análisis del marxismo, y el
mismo Marx, con sus Mauscritos económico-filosóficos (Marx, en Fromm, 1962), pues a partir
de ambos, pudimos tomar el concepto de trabajo como unidad de análisis de la sociedad moderna
De la disolución del trabajo y la subjetividad
40
y presentar al mismo como categoría esencial al hombre. Esta fue la entrada, para exponer la
crítica de Méda (1998) al trabajo como categoría antropológica, su argumento de la perversión
de la política por la economía y su “salida” de supeditar la segunda a la primera. Ambas
revisiones sentaron las bases para edificar nuestro argumento, pues con ellas pudimos situar el
trabajo históricamente y entender que como sus problemas son inherentes a sí mismo, para
eludirlos, es obligatorio renunciar a él.
Castel, por medio de sus ideas en La metamorfosis de la cuestión social (1997), nos permitió
introducir dos problemas fundamentales: el de la cuestión social y el de la libertad. Investigar su
postura, nos llevó a razonar, primero, que las reformas laborales, a pesar de que ofrezcan
condiciones de trabajo más aceptables, no son suficientes para acabar con los problemas que
conlleva el trabajo; y segundo, que la libertad es uno de sus engaños y dificultades principales,
por lo que una propuesta sensata, debe procurar dejar de lado la libertad que es ejercida por los
sujetos.
De la mano con Foucault (1996), comprendimos que el sujeto trabajador también es histórico
y producto de unas relaciones sociales muy peculiares. Explicamos así, que el sujeto con la
subjetividad que lo define, es determinante para la producción y sostener el orden social que se
basa en el trabajo. Con Moulier-Boutang (2006), desmentimos que el sujeto del capitalismo fuera
el trabajador asalariado y ampliamos la perspectiva de los sujetos que son necesarios para dicho
sistema. De este modo, quitamos al trabajador asalariado del foco de análisis y concluimos que la
subjetividad moderna se configura en la tensión entre los trabajadores asalariados y en fuga. Lo
anterior resulta, en la forma natural en que el sujeto de las sociedades liberales y neoliberales,
independientemente de su situación laboral, se experimenta y conoce a sí mismo. Así, con la
De la disolución del trabajo y la subjetividad
41
elaboración a partir de estos tres últimos autores, refutamos la idea que sostiene que el trabajador
asalariado es el sujeto primordial y fundante del capitalismo.
En las miradas que revisamos sobre la centralidad del trabajo y el sujeto capitalista,
repasamos diferentes perspectivas del hombre, pero en todas se asume que el sujeto está libre de
dificultades. Desde el análisis marxista, éste es trabajador por naturaleza; en el estudio
genealógico del trabajo, es el homo economicus y en el examen de la cuestión social, el individuo
de la asistencia. Pero es justamente la propuesta de Foucualt (1996), la que nos permite
problematizarlo e historizarlo, al poner el acento de su investigación en las instituciones que lo
producen. En ésta, se propone al sujeto como resultado de las transformaciones propias de la
organización social moderna y desplaza al hombre trabajador, para enfocar al sujeto y las
prácticas sociales que lo constituyen. No obstante, nunca se centra en la polémica que el mismo
suscita. En una línea similar, Moulier-Boutang (2006) nos muestra, que los sujetos que se
integran al mercado de trabajo libre, han sido atravesados antes por un proceso de
proletarización; o por lo menos, de disciplinarización. En ambos cursos, se ven involucradas
múltiples instituciones y mecanismos que convierten al ser humano en un sujeto libre y a partir
de éstos, planteamos que la libertad que le es impuesta a los seres humanos en su constitución
como sujetos trabajadores, funciona como dispositivo de gobierno; y por lo tanto, lo debemos
cuestionar si queremos proponer una alternativa mejorada.
Después de haber atravesado este recorrido, nos es posible plantear que el problema del
trabajo es el problema de la subjetividad; pues si ambos se originaron en la modernidad, y la
subjetividad es la interioridad interpelable que permite fijar a los seres humanos al aparato
productivo, no queda duda de ello. El sujeto, por su lado, sólo es posible en cuanto existe el
orden moderno basado en el intercambio.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
42
Antes de cerrar definitivamente este capítulo, haremos explícita la manera en que este
recorrido, nos ha llevado a plantear, que el problema del trabajo es el problema de la
subjetividad. Cuando entendemos la subjetividad como la tecnología del yo, que es aquello con
lo que nos identificamos y lo que define cómo nos experimentamos a nosotros mismos, -siendo
ésta, el producto de unas relaciones políticas y jurídicas-, se hace palpable, que el problema del
trabajo, no yace ni en los medios, ni en las relaciones de producción capitalistas. La subjetividad,
es una construcción social que hace posible y sostiene el capitalismo. Así pues, contiene el
problema del trabajo y lo convierte en el suyo propio.
No debemos pensar, en absoluto, que la subjetividad se limita, al ámbito productivo; pues
media, como ya sugerimos, la relación interna que mantenemos con nosotros, extendiéndose a
cualquier ámbito en el que nos veamos involucrados. Si hay un yo que piensa, siente, hace o
resiste, estará inundado por, y propagando, la lógica del mercado. Nuestro yo que ama, odia,
teme y desea, es un producto social, que resulta de las ficciones políticas, que provocan,
paralelamente, el sistema capitalista, la democracia y el estado moderno. En síntesis, la
subjetividad es el dispositivo que emerge para posibilitar el trabajo y el capitalismo.
La configuración de dichas instituciones y el desarrollo del capitalismo, comprendemos, es un
proceso simultáneo, no intencionado, pero armoniosamente articulado, que establece una noción
de hombre y de orden social, característica de la tradición liberal gestada en el occidente
noratlántico. Ese hombre, es el hombre consciente de sí mismo, que se conoce a sí y al mundo; el
hombre autónomo, libre de decidir y labrador de su propio destino. También, el hombre
irrepetible, que como individuo, es diferente a los demás. Todas éstas, son las ficciones políticas,
que de la mano con las prácticas sociales típicas de las instituciones detalladas, determinan, la
subjetividad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
43
Así pues, proponemos que en la dinámica de las relaciones sociales del orden capitalista, le es
otorgado al hombre, su subjetividad; ese algo interno, general a todos los individuos, pero
singular para sí mismo. La función de ésta, argumentaremos a continuación, no es otra que la de
permitir la conducción de los sujetos para adherirlos al aparato ideológico y productivo. Desde
nuestro análisis, el lugar central del problema, no lo ocupa entonces el orden económico, político
o social, sino aquello que hace que estos ordenes sean posibles. La subjetividad, es de este modo,
para nosotros, el gran dilema de las sociedades basadas en el trabajo; y sostenemos que la mejor
manera de abordar los problemas que éstas enfrentan, es atacando su núcleo. El problema del
trabajo, podemos entonces plantear, es el problema de la subjetividad.
Capítulo 2: La nueva era del capitalismo avanzado
Ahora, habiendo dejado planteado que el problema del trabajo es el problema de la
subjetividad, buscaremos proponer, que la disolución del trabajo y sus problemas, depende de la
disolución de la subjetividad. Para llegar a este destino, serán ineludibles dos paradas previas: La
primera, consistirá en demostrar que el trabajo necesita de la subjetividad y que posterior a las
transformaciones que sufrieron los mecanismos de gobierno propios del estado benefactor,
empieza a depender de ella. La segunda, requerirá justificar la imposibilidad de proponer una
“salida” a los problemas del trabajo a través de la subjetividad.
Así, en relación al objetivo inicial, pretendemos demostrar que éste constructo, de la mano
con los saberes y prácticas psicológicas, se ha vuelto un núcleo sustancial para el orden
contemporáneo, y llegaremos a la aprehensión, de que la subjetividad es un problema en sí
mismo; siendo el resultado de un sistema que ha sofisticado sus mecanismos de gobierno,
produciéndola como un desarrollo tecnológico. Seguidamente, dejaremos a un lado el concepto
De la disolución del trabajo y la subjetividad
44
de subjetividad que va ligado a la libertad para ofrecer la fuerza de trabajo impuesta en el
capitalismo industrial, para focalizarnos en la subjetividad que es objeto del recrudecimiento de
los valores liberales, los cuales exigen, a cada quién, transformarse en el empresario de sí mismo.
Estableceremos entonces, que éste mandato, es un procedimiento político necesario para
mantener la vitalidad del trabajo y del capitalismo. Gracias a este análisis, podremos demostrar,
ya no únicamente que el trabajo necesita de la subjetividad, sino que ahora incluso, depende de
ella.
Frente al segundo objetivo, lo que nos proponemos es indicar el problema que representa la
subjetividad, cuando a través de ella, se pretende generar un cambio en el sistema capitalista;
pues las “salidas” que parten de la subjetividad, continúan produciendo al sujeto, los problemas
del trabajo y los de las sociedades que en él se basan. Habiendo hecho esto, estaremos finalmente
habilitados para mostrar, que la motivación por evitar la centralidad del trabajo, concluyó en la
condición, de superar la libertad, el poder, el sujeto y la subjetividad. Es de esto, más de la otra
tesis del apartado que sostiene que el trabajo depende de la subjetividad, y del descubrimiento
anterior, de que ella compone el problema esencial al trabajo, de donde derivamos, que la
disolución del trabajo y sus problemas, sólo será posible, una vez disuelta, la subjetividad.
Terminaremos proponiendo, que si verdaderamente nos preocupa huir de los conflictos del
trabajo y el capitalismo, será necesario renunciar a la subjetividad radicalmente. A través suyo,
por el contrario, resulta imposible superar el problema del orden social capitalista. Lo único que
es viable, con ella de por medio, es multiplicar y engrandecer, los problemas que, en el contexto
de esta reflexión, nos afligen.
El gobierno y la psicología: De la necesidad de la subjetividad a la dependencia
De la disolución del trabajo y la subjetividad
45
Arrancaremos pues, con la paradoja de la subjetividad que propone Foucault (Foucault, en
Bröckling, 2015) y estudia Bröckling en El self emprendedor: sociología de una forma de
subjetivación. Dicha paradoja consiste, en que es a partir de la libertad y el poder, que surge un
sujeto subsumido. La interdependencia entre libertad, poder y sujeto, nos dará las primeras
señas, para advertir sobre la subjetividad como problemática en sí misma; pues sería ingenuo no
desconfiar de ella, sabiendo que es hija de la libertad de mercado y del poder que hace posible a
los sujetos trabajadores.
Bröckling (2015) nos ayuda con su análisis a asimilar, cómo es que la aparición de los
sujetos y el gobierno de ellos, son procesos sincrónicos. En otras palabras: nos ayuda a entender
la subjetivación como una forma de gobierno; pues logra hacer claro, por qué en la condición de
sujeto está implícita la acción del gobierno. Parte el escritor pues, de que el proceso de devenir
en sujeto, está saturado por la paradoja que acabamos de mencionar, alternándose entre
momentos de actividad y pasividad: “El sujeto no es completamente ni una víctima sumisa, ni un
opositor consciente de intervenciones del poder, sino que siempre es su efecto (Bröckling, 2015).
El poder, a pesar de que hoy no sea ejercido por medios coercitivos, sigue teniendo un
papel fundamental en organizaciones sociales como la nuestra. Foucault, en efecto, ha podido
hacer evidente, cómo prácticamente cualquier acontecimiento social en el orden moderno, está
mediado por las relaciones de poder. Pero éstas, no ocurren en el vacío; recaen siempre sobre el
sujeto, que es “al mismo tiempo repercusión y requisito previo; escenario y destinatario”
(Bröckling, 2015, pp. 34-35) de las mismas. Vemos entonces, que la figura del sujeto, por lo
menos en el neoliberalismo, nada tiene que ver con la sumisión a través del control y la
dependencia; por el contrario, requiere de la libertad y de un poder conductivo que lo dirija;
requiere de la paradoja que constituye su experiencia interna.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
46
Para concretar el asunto: “El poder solo puede ejercerse frente a sujetos, por lo tanto, los
presupone y se basa sobre la contingencia de la acción, sobre un insorteable momento de
libertad” (Bröckling, 2015, p. 34). Entonces, sin las instituciones en las que se actúan las
prácticas de gobierno y de conducción sobre la libertad de los sujetos, éstos no serían los
mismos.
Revelar la tensión entre libertad y poder, abordando la paradoja de la subjetividad, nos es
útil principalmente, por dos motivos: en primera instancia, porque nos permite pasar del
problema de la libertad, al que ya nos hemos referido desde el primer capítulo, al problema del
poder y del gobierno; que en la modernidad, definirán las maniobras de la psicología. Y en
segunda instancia, porque nos enseña dónde germina el sujeto que la psicología va a tomar para
conocer y gobernar, al conducir sus acciones hacia los propósitos del capital.
Entonces, nos respaldaremos nuevamente en Foucault y La verdad y las formas jurídicas
(1996); pero esta vez con el objetivo de exhibir el sub-poder que es ejercido en las instituciones
de secuestro, como campo privilegiado para el accionar de las mal llamadas ciencias “humanas”
y del conocimiento psicológico. Será central para nosotros, exponer cómo los dominios de saber
engendran sujetos de conocimiento y cómo contribuyen, con este conocimiento, a la producción
de los mismos. Esta cuestión, también nos proveerá una comprensión sobre el gobierno en
términos de conducción de conductas.
La importancia de estos asuntos, radica en que nos capacitarán para mostrar que el mismo
poder que deriva en la subjetividad, es el que hace posible las ciencias “humanas” y las
relaciones de producción. En este sentido, si las ciencias “humanas”, nacen en las instituciones
donde se materializa el sub-poder, teniendo en mente que su propósito, siempre es producir
sujetos trabajadores, éstas no son aptas para reconducir el sistema. Lo que quiere decir, que del
De la disolución del trabajo y la subjetividad
47
mismo modo en que cualquier “salida” que parta del trabajo, una que surja desde las ciencias
“humanas”, tampoco nos podrá proporcionar el camino claro que estamos rastreando.
A propósito del primer punto, afirmamos que sólo fue necesario que apareciera el sujeto,
para que brotara como sujeto de conocimiento. Es en este mismo curso, que Foucault (1996)
arguye, que las prácticas sociales pueden llegar a formar dominios científicos que no se agotan
en la creación de objetos, técnicas y conceptos, sino que pueden llegar a tener la capacidad de
hacer aparecer manifestaciones nuevas de sujetos, y con ello, de sujetos de conocimiento. De tal
modo, un sujeto cognoscible, no está nunca terminado completamente, pues no es a partir de éste
que se produce la verdad en la historia; antes bien, es un sujeto que se gestó al interior de ésta, y
que momento tras momento, es producido, actualizado y modificado por ella.
Habíamos mencionado antes, que “para que haya plus-ganancia, es preciso que haya sub-
poder” (Foucault, 1996, p.63). Pero cabe agregar ahora, para puntualizar lo que queremos
plantear, que las relaciones de poder que caracterizan a las instituciones modernas y hacen
posible las relaciones productivas, también impulsan los saberes capaces de producir un
conocimiento científico sobre los sujetos. De esta manera, el sub-poder permite “el nacimiento
de una serie de saberes —saber del individuo, de la normalización, [y] correctivo— que se
multiplicaron en estas instituciones […] haciendo que surgieran las llamadas ciencias humanas y
el hombre como objeto de la ciencia” (Foucault, 1996, p. 63).
El proceso y necesidad de convertir al sujeto en objeto de conocimiento, entendemos
nosotros, responde al menester científico de dividir sujeto y objeto, para que sea posible producir
un conocimiento objetivo; que en el caso de la psicología, corresponde a la verdad acerca de la
subjetividad. Sin embargo, dicho proceso no se habría podido llevar a cabo, por fuera de las
prácticas, instituciones y mecanismos típicos de la modernidad, que como ya sabemos, están
De la disolución del trabajo y la subjetividad
48
dispuestos para ligar a los hombres al trabajo y fijarlos al sistema productivo. Es en esta medida,
que las instituciones contribuyen en la definición del sujeto como objeto de estudio, pues sólo en
medio de las reglamentaciones jurídicas que allí se implementan, las ciencias “humanas”
encuentran un lugar para observar, analizar y recolectar sus datos.
De ello se sigue, que el objeto de estudio de éstas, sea concretamente, el sujeto capitalista;
y es por esto, que en nuestra opinión, no consideramos que el nombre que ellas reciben, sea
preciso ni justo; pues en realidad éstas se limitan a estudiar el sujeto moderno. Al hacerse llamar
ciencias “humanas”, recaen en sus tendencias naturalizantes y universalizantes, intentando dar
por sentado, que “lo humano” se reduce a la forma de ser y existir como sujetos modernos.
Es entonces, en el espacio que abre el sub-poder, que la psicología, -como las demás
disciplinas que toman al sujeto como su objeto de estudio-, vierte el conocimiento que produce
sobre los sujetos y posibilita el gobierno de ellos. El sub-poder es, de esta forma, conducción de
conductas; es el gobierno de la libertad que se le impone a los sujetos. Con todo esto, estamos
concretando la incidencia de los dominios de saber sobre la producción de los sujetos y el
conocimiento de ellos.
En este orden de ideas, llegamos a que las ciencias “humanas” sólo son posibles gracias a
las dinámicas de sub-poder y las instituciones y prácticas sociales en que éste es materializado
para convertir a los seres humanos en sujetos trabajadores. Podemos entonces distinguir que el
efecto de las ciencias “humanas”, termina siendo el mismo que el de las instituciones: fijar a los
seres humanos al aparato productivo. Si Foucault (1996) está entonces en lo cierto, “ni estos
saberes ni estas formas de poder están por encima de las relaciones de producción. No las
expresan y tampoco permiten reconducirlas” (p. 63).
De la disolución del trabajo y la subjetividad
49
Con lo anterior, Foucault (1966) nos lleva a suponer, que desde las ciencias “humanas”
no es posible superar las relaciones de producción; ya que el poder del que gozan, como
acabamos de sugerir, depende del de éstas últimas. Haciendo uso de esta anotación del autor,
damos por alcanzada la parte de nuestro argumento que sostiene, que plantear una “salida” a los
problemas que implican las relaciones de producción y consecuentemente, el trabajo, es inviable
desde cualquiera de las ciencias “humanas”, por humanistas que sean. Éstas, al hacer eco, con la
dinámica del sub-poder que emplean, de los poderes vitales del capitalismo, se hallan sumergidas
en su misma lógica y comparten responsabilidad en la constitución del dilema, que muchas
veces, pero siempre ingenuamente, procuran dulcificar o solucionar.
A todas estas, queremos poner en evidencia el trasfondo del problema de la subjetividad
como producto y lugar de convergencia de las relaciones de producción contemporáneas; o en
otras palabras, de la subjetividad como una tecnología de gobierno. Si la psicología está
inhabilitada para reparar este problema, siendo un simple mecanismo adicional dentro de la gran
estructura que constituye el sistema, incluso más lo estarán sus sujetos, al ser ellos parcialmente
creaciones suyas. Dicho esto, podemos entonces concluir, que para que existan las relaciones de
producción típicas de las sociedades capitalistas, más allá de las determinaciones económicas y
la dominación de una clase sobre otra, se necesita la existencia de un sub-poder, y por
consiguiente, de unas formas de gobierno y de funcionamiento del saber y la verdad (Foucault,
1996).
Pasaremos ahora, a revisar tres asuntos muy relacionados entre sí: el gobierno de la
población, la psicología como una forma de gobierno y la psicologización del mundo del trabajo.
Sólo cuando la población se convierte en un objeto de estudio relevante para el estado, el
conocimiento sobre los individuos cobra importancia para el gobierno. En este orden de ideas,
De la disolución del trabajo y la subjetividad
50
seguiremos profundizando en el proceso que vuelve a la subjetividad susceptible de ser
gobernada en función de los intereses de la producción; y allí aparecerá la psicología como una
forma de gobierno. Evidenciaremos entonces la función del conocimiento que ésta ciencia
produce para el orden moderno y las sociedades basadas en el trabajo. Así, mostraremos que
ésta, no se limita a producir un conocimiento que vuelve conducible a su objeto de estudio -
conocer para conducir-, sino que también, lo produce como un dispositivo de gobierno; y
constata así, que su conocimiento está siempre al servicio del sistema capitalista, implicando una
relación cercana entre subjetividad y trabajo.
Abordar la psicologización del mundo del trabajo, nos ayudará a exponer, cómo la
psicología, entendida como el conocimiento sobre, y la producción de la subjetividad, se ha
convertido, definitivamente, en un saber indispensable para la producción; lo que revelará la
significativa contribución de éste para hacer viables las sociedades liberales y neoliberales.
Después de todo esto, habremos alcanzado entonces, el objetivo de demostrar la dependencia del
trabajo sobre la subjetividad.
Lo que queremos comenzar planteando aquí, es que la subjetividad como mecanismo de
gobierno sobre los sujetos, se convierte “en un recurso vital para la administración de los
asuntos de la nación” (Rose, 2010, p.11); pues cuando la población entra en el lente de la
planeación y el seguimiento de los proyectos nacionales, los comunicados del estado sobre los
éxitos de la sociedad, tienen destinatarios. De este modo, se consiguen mantener en
concordancia, los objetivos de los indicadores nacionales con el actuar de los sujetos que
conforman una sociedad.
El gobierno, en este sentido, no alude a las operaciones de un sujeto político calculador,
ni a las acciones de los mecanismos burocráticos o a la gestión empresarial. Se refiere,
De la disolución del trabajo y la subjetividad
51
diferentemente, a la tentativa de alcanzar fines tanto sociales como políticos –y por ende,
económicos-, interviniendo tácticamente sobre la energía, las acciones y relaciones de los sujetos
aglomerados en una población (Rose, 2010). En este mismo sentido, se trata de “la regulación de
los procesos propios de la población, las leyes que modulan su bienestar, salud, longevidad y su
capacidad para emprender guerras y para comprometerse con el trabajo”(Rose, 2010, p.11).
Rose (2010) propone entonces, que el gobierno de los sujetos se hace posible gracias al
conocimiento sobre ellos. Y fue así, como surgieron los programas de gobierno que trajeron
consigo la estadística. Esta ciencia del estado, acumuló un sinfín de cifras nuevas, que sentarían
las bases para facilitar un gobierno de las capacidades de los sujetos. Entonces, las ciencias
“humanas” con sus conceptos y explicaciones, suministraron los medios que permitirían que la
subjetividad entrara en los cálculos de las autoridades, y con esto, que sus características
resultaran útiles en contextos tan diversos como la organización, la prisión, la escuela, la fábrica
y el mercado de trabajo. Sin duda, esto llevó a que la psique pudiera ser gobernada, para la
realización de los objetivos sociales y políticos. Ese contexto, fue entonces, el que hizo posible
que la psicología se convirtiera en la gestora experta de las profundidades del alma humana
(Rose, 2010).
Cuando el conocimiento de los expertos de la psiquis se presta para estimular la
subjetividad promoviendo el diálogo, técnicas para la maximización de las capacidades
intelectuales, la introspección, la consciencia sobre sí mismo y movilizando deseos de la
subjetividad, coopera inmensamente en la obtención de individuos libres para elegir (Rose,
2010). Pero “Al hacer de la subjetividad el principio de nuestra vida personal, de nuestros
sistemas éticos, y de nuestras evaluaciones políticas, lo irónico es que creamos que, libremente,
estamos eligiendo nuestra libertad” (Rose, 2010, p.17). Es de esta forma, que la psicología se
De la disolución del trabajo y la subjetividad
52
deja ver como un régimen de verdad, que con sus ideas de normalidad y anormalidad, produce
un tipo específico de sujeto.
En esta secuencia, el conocimiento sobre los sujetos, permite que el alma –o la
subjetividad, en términos de nuestra argumentación- sea pensada por la psicología. Por medio de
conceptos como inteligencia y personalidad, incita a que se articulen determinadas acciones con
los efectos sociales y políticos deseados. Además, el gobierno del alma, requiere y hace, que los
sujetos se reconozcan a sí mismos de un modo determinado (Rose, 2010) pero estandarizado. Es
así como llega Rose a proponer, que “El gobierno contemporáneo opera a través de una
infiltración delicada y minuciosa de las ambiciones de regulación en el interior mismo de nuestra
existencia y de nuestra experiencia como sujetos” (Rose, 2010, p.16)En este sentido, entendemos
que el conocimiento psicológico pondrá a rondar en el mundo social un sinnúmero de conceptos
y teorías, que les serán útiles a los sujetos para entenderse a sí mismos, las experiencias que
enfrentan y racionalizar sus acciones. Por último, con este conocimiento, no se logrará
únicamente gobernar a ese sujeto, sino proveerlo de las herramientas necesarias, para que éste
mismo, se auto-regule y auto-gobierne.
De hecho, por medio de las identidades, no se consigue exclusivamente que los
individuos sean dóciles y conducibles, sino también, que éstos actúen sobre sí mismos en nombre
de sus capacidades subjetivas. El sujeto, como establece Foucault (en Bröckling, 2015) debe
estar amarrado a su propia identidad, ya sea por conciencia o auto-conocimiento. La identidad,
era en este sentido, sólo una de las nuevas tecnologías de la subjetivación, y fue en medio de esa
clase de desarrollos, que la psicología se consolidó como área de conocimiento.
Proveyendo todo tipo de mediciones, tablas y diagramas, impactó el mundo científico y el
universo material de los objetos, estableciendo una cantidad de relaciones, dentro de las cuales,
De la disolución del trabajo y la subjetividad
53
muchas, mutaban en variables alterables. Con el poder de intervenir dichas relaciones, demostró,
que sus productos, tenían la facultad de repercutir, también materialmente, en diferentes ámbitos
de la vida de los sujetos Rose (2010).
Todo esto nos contribuye en el objetivo de hacer admisible el planteamiento, de que la
subjetividad es en sí misma problemática, pues además de que como fenómeno represente un
dilema social, es asimismo, el resultado de un trabajo individual, que la psicología promueve y
suscita. Más que un producto, es entonces, la perfecta expresión de las relaciones
contemporáneas de producción (Bröckling, 2015).
Hasta aquí, hemos intentado establecer, que las novedades en los artefactos del
conocimiento, son cruciales para atar el sujeto a las redes de gobierno (Rose); o en palabras más
sencillas, haber mostrado la función de la psicología, acusándola como una forma de gobierno.
Asimismo, esperamos haber aprovechado para brindar una luz, sobre el modo en que opera la
psicología y las consecuencias de la producción de conocimiento sobre la subjetividad. En este
punto, consideramos haber esclarecido el tema suficientemente, para poder afirmar, que “El
dominio experto sobre la subjetividad se ha vuelto fundamental para nuestras formas
contemporáneas de ser gobernados y de gobernarnos a nosotros mismos” (Rose, 2010, p.16).
Podemos afirmar entonces, que la psicología se prestó para dirigir las fuerzas internas del
individuo. Esa facultad, bajo el nombre de proyecto de felicidad en el trabajo, resultaría
completamente útil en los espacios de producción. Éste fue crucial, en términos de hacer viable
la sociedad liberal, y en permitir, que ésta llegara a ser considerada como ética, deseable, y
además, como la única posible (Pulido, 2011).
Dicho proyecto encontró sus inicios en el interés de las gerencias, de mantener alineadas
las competencias de los trabajadores con su voluntad para verterlas en la acción de trabajar
De la disolución del trabajo y la subjetividad
54
(Viteles, 1932 en Pulido, 2015). Cuando ésta voluntad, se encuentra buenamente articulada con
un proyecto de felicidad, estimulante para la individualidad del trabajador, la tarea está completa
(Triantafillou & Moreira, en Pulido, 2015). El aumento de la productividad, está estrechamente
relacionado con la voluntad de los empleados; la cual, a su vez, se ve favorecida en función de la
satisfacción percibida por el trabajador con respecto a su trabajo y las condiciones en que lo
desempeña. Éste razonamiento, es el que lleva, a que la pregunta por el bienestar de los
trabajadores sea relevante; pero valga la salvedad: sólo en la medida en que asegura un
funcionamiento fluido de la cadena de producción.
Estos fueron los antecedentes, que contradictoriamente resultaran, en que el proyecto de
felicidad, promulgado por la ciencia del sujeto moderno, ignorara las condiciones en que se
llevaba a cabo el trabajo, y por el contrario, se ocupara casi exclusivamente de interferir la
percepción que el trabajador tenía de éstas. Se enfocó entonces, en operar dicha apreciación; de
modo que, cuando se presentaran dificultades en la organización, el problema radicara, no en las
condiciones objetivas del trabajo, sino en la percepción que el trabajador tuviera sobre éstas
(Pulido, 2011). En este sentido, nos es posible ver, que el enfoque que la psicología diera a las
vicisitudes organizacionales, fue crucial para la psicologización de los individuos; pues al
insinuar que el origen de éstas, moraba en el individuo, invitaba al trabajador a una reflexión
constante sobre sí mismo y su desempeño, en términos plenamente psicológicos y orientada a
buscar la complacencia de la gerencia.
Simultáneamente, la postura que adopta la psicología, al traducir “los problemas del
trabajo, en problemas de la mente del trabajador” (Pulido, 2011, p. 9), contribuye a la ilusión de
naturalidad e inevitabilidad del trabajo, su mundo y su subjetividad (Wexler, 1983 en Pulido,
2011). En cuanto en este proceso los empleados pueden hallar motivos para incrementar su
De la disolución del trabajo y la subjetividad
55
eficiencia y efectividad, se hacen responsables de su propio éxito o fracaso en el trabajo (Pulido,
2011); y con esto, -como mencionábamos antes-, de su destino. Es por eso, que como la
realización del proyecto de felicidad de los trabajadores, depende de su permanencia y
productividad en el trabajo, los intereses del capitalismo se convierten en los mismos de los
trabajadores, y la psicología logra, finalmente, que ellos “no solamente obedezcan sino que
quieran obedecer” (Pulido, 2011, p.6)
Es así como abiertamente, “La psicología del trabajo proclamó que la preservación del
capitalismo, en términos de productividad y ganancias, depende de los aspectos psicológicos de
los trabajadores” (Viteles, 1954; Mayo, 1990, en Pulido, 2011, p.3); y como tanto sus
conocimientos, como las condiciones de vida de la sociedad liberal capitalista, se consideraron
meritorios de extenderse a lo largo y ancho del planeta, la psicología le tendió la mano al
capitalismo, para desparramar su ideología y llevar a cabo su proyecto colonizador (Pulido,
2011). Con ello, se conseguiría proliferar, no únicamente sus relaciones, lógicas de producción y
valores, pero también la moderna noción de subjetividad. En esta alianza, tanto más lejos llegara
el capitalismo, tanto más remotos serían los territorios que alcanzara la psicología.
En este sentido [y para resumir] el complejo psi esta involucrado en el gobierno del mundo del trabajo en
tres dimensiones (Rose, 1999). Primero, el conocimiento psicológico hace a trabajadores conocibles de
manera tal que los hace susceptibles de programas políticos, Segundo las técnicas psicológicas se
convierten en si mismas en técnicas de gobierno. Es decir al usar las técnicas psicológicas distintas
autoridades forman e instrumentalizan la conducta y tercero y muy importante el conocimiento psicológico
produce al trabajador, lo constituye en la medida en que lo describe (Richards, 2002) y finalmente, al
describirlo y producirlo se convierte en vehículo privilegiado para el ejercicio de la racionalidad de
gobierno liberal (Rose, 1996). En términos generales la psicología hace seres humanos pensables y
calculables traduciendo, creando y simplificando la subjetividad de los trabajadores en términos del
lenguaje del mercado y de la economía (Miller & Rose, 1990). (Pulido, 2011, p.18).
De la disolución del trabajo y la subjetividad
56
Llegados a este punto podemos concluir, que el papel de la psicología en el mundo del
trabajo, y por tanto, en el capitalismo, no se limita al uso de los saberes y técnicas psicológicas al
interior de las fábricas y empresas, ni a contribuir en aquél interés de la gerencia, de maximizar
la producción. Más bien, comprendemos que trabajo, capitalismo y psicología danzan en el
surgimiento del orden moderno, para hacer viable, la emergencia del sujeto y del sujeto
trabajador. Siguiendo esta dirección podemos razonar, que este tipo específico de sujetos que la
psicología contribuye a crear, son cabalmente, los sujetos ideales para el neoliberalismo, su
sistema ideológico y de producción. La alianza no podría ser más obvia, ni el resultado más
claro: esta es, la auténtica psicologización del mundo occidental. Al revisar las conexiones entre
gobierno, economía y trabajo; y poder, psicología y subjetividad, descubrimos entonces, que la
subjetividad es una forma de gobierno y un mecanismo al servicio del trabajo capitalista. Es
precisamente por esto, que podemos afirmar, que el trabajo necesita de la subjetividad.
Ahora bien, si en algún momento nos fue posible pensar en las determinaciones
económicas, las relaciones de poder y las formas de funcionamiento del saber y la verdad de
manera independiente, veremos ahora, que la división entre ellas, se hará cada vez más sutil,
hasta terminar perdiéndose; pues las formas de gobierno propias de los modos de producción en
el capitalismo avanzado, están dirigidas a unas formas de subjetividad, aún más específicas, que
no son atribuibles al capitalismo industrial ni a la forma social del empleo (Pulido, 2015) Esta
mutación de la subjetividad de los trabajadores, se ve atravesada por los cambios que sufre el
mundo del trabajo desde la década de los años ‘70 y que están orientados hacia la
desregularización y flexibilización laboral. Fue justamente en ese movimiento, que la psicología
se vio en la necesidad de adaptarse a dichos cambios (Pulido, 2015). Desde entonces, se ha ido
liberando del interés por intervenir en las percepciones del trabajador sobre sus deberes, y
De la disolución del trabajo y la subjetividad
57
comenzó a producir conocimiento y técnicas acerca de la mejor manera “de transformar
radicalmente su interioridad para convertir[lo] en un [sujeto] propositivo, que abandona su zona
de confort y que puede convertirse en protagonista de su propio destino. […] El auto-dominio, la
auto-regulación, la auto-estima, la auto-eficacia y la autonomía psicológica” (Pulido, 2015, p.
327) constituyeron la nueva piedra angular de los conocimientos y teorías, que ahora,
desarrollaría la disciplina psicológica.
Así, en el neoliberalismo, la psicología es incorporada a los sujetos; y por ende, ya no
requieren de un psicólogo que les examine, diagnostique y proponga una intervención. Ellos son
ahora su propio psicólogo, su propio motivador personal. Los cambios a los que nos hemos
referido, nos permiten ver, cómo es que “la psicología se torna en su saber plástico útil para la
conducción de los ámbitos laborales en la medida en que pone sus herramientas al servicio de
diferentes racionalidades para conducir los negocios, y por tanto, para manejar la fuerza laboral”
(Pulido, 2015, p. 329). En este escenario, la subjetividad ya no requiere ser gobernada y alineada
con los objetivos de la producción; pues a partir de dichas transformaciones, ésta muta en la
fuente misma de la producción.
Atender este desplazamiento, nos permitirá comprender el tránsito del gobierno al auto-
gobierno, para focalizarnos, en la subjetividad que es objeto del recrudecimiento de los valores
liberales; los cuales exigen, a cada quién, transformarse en el empresario de sí mismo. Para
satisfacer éste mandato, la auto-realización del individuo se hará indispensable; y en ésta
evolución, ese sujeto, hará de sí mismo, la esencia del capitalismo.
Debido a que las formas de gobierno típicas del orden neoliberal, se basan, en el auto-
gobierno, ahora, nos distanciaremos de la función de la psicología al interior de las
organizaciones, para pasar a concentrarnos en los conocimientos y prácticas psicológicas
De la disolución del trabajo y la subjetividad
58
productoras del tipo de subjetividades que sostienen las formas de producción representativas del
capitalismo avanzado. En esta nueva dirección, pasaremos, de la subjetivación del trabajo, al
trabajo de la subjetivación (Bröckling, 2015), y nos acercaremos así, al mundo que ella
constituye.
Es en este contexto, que mostraremos las transformaciones en los mecanismos de
gobierno del estado benefactor al estado neoliberal, y con ello, el tránsito de las sociedades
basadas en el trabajo, a las sociedades basadas en al subjetividad. Nos cuestionaremos entonces:
¿Cuál es la racionalidad a la que apelan estas nuevas formas de organización social y del trabajo?
¿Cuál es el papel del estado en este proceso? Y serán esas, las preguntas que conduzcan nuestra
discusión a continuación. En el objetivo de contestarlas, la idea de Bröckling (2015) sobre la
constitución del campo de poder que produce el self emprendedor, será pertinente para nosotros;
pues a través de ésta, nos será posible analizar el paso del estado protector al estado activador
como uno de los efectos sociales de Mayo del ’68. Con ello, podremos sostener, que el trabajo
de la subjetivación es un esfuerzo político necesario para el funcionamiento de las sociedades
que contemporáneamente se centran en la subjetividad, y por tanto, en el trabajo. Esto tiene
sentido para nosotros, por cuanto nos preparará para demostrar que la subjetividad, de la mano
con los saberes y prácticas psicológicas, se ha vuelto el núcleo sustancial del trabajo y del orden
neoliberal.
Bröckling (2015) sustenta en su propuesta, que para la consolidación del neoliberalismo
era necesaria la producción de un nuevo sujeto trabajador. Esta fue la respuesta política, a las
transformaciones que se veían venir en el trabajo en aras de su flexibilización; pues si habría que
pasar de las tareas repetitivas al trabajo creativo y del horario de 8 horas en la empresa, al
trabajador que nunca para de producir(se), esta novedosa figura sería imprescindible. Nos
De la disolución del trabajo y la subjetividad
59
permitiremos ilustrar esta intención política, con la misma cita que utiliza el autor en las primeras
páginas de El self emprendedor: sociología de una forma de subjetivación. En el informe final de
la Comisión de Baviera y Sajonia para Cuestiones del Futuro del año 1997, se decreta que:
“el ideario del futuro es el individuo como empresario de su fuerza de trabajo y previsión de su existencia.
Hay que activar este entendimiento y permitir un mayor despliegue de la iniciativa y responsabilidad
propia, es decir, lo empresarial en la sociedad” […] En la “emprendedora sociedad de conocimiento del
siglo XXI ya no se requeriría de perfectos copistas de esquemas pre diseñados”, tal cual lo necesitara y
produjera “la sociedad industrial centrada en el empleado” del siglo XX. La sociedad y la industria
dependerían más bien de personas “creativas, con espíritu emprendedor, las cuales, en un mayor nivel que
hasta hora, sean capaces de asumir responsabilidades propias y ajenas en todos los asuntos”. La tarea del
Estado consistiría entonces en sostener este proceso de transición […] Cada medida que estimule “más
acción y responsabilidad empresarial” llevaría directamente a “menos Estado benefactor”, lo cual, a su vez,
no debería ser visto “solo como pérdida, sino que también como ganancia para el individuo y la sociedad.
[…] se hace necesario –continúa el informe- que para poder seguir este cambio, la voluntad de la población
sea reforzada por la ciencia y los medios de comunicación, además de la política. (Kommission für
Zukunftsfragen Bayern – Sachsen, 1997, en Bröckling, 2015, p.20).
Examinemos pues, el paso del estado protector al estado activador y del gobierno al auto-
gobierno, para entender cómo es que el self emprendedor se constituye como un proyecto
político que persigue una actualización del orden social regido por la economía. Ya hemos
invocado antes al hombre propio del estado protector, que era el sujeto autónomo y responsable
de sí mismo, de sus éxitos y sus fracasos. El mismo que solamente “justificaba la ayuda en forma
de coerción disciplinaria o limosna paternalista” (Bröckling, 2015, p. 207), que era fabricado a
partir de métodos de vigilancia y castigo, y gobernado para estimular la competencia (Bröckling,
2015).
En contraste con éste, el sujeto del estado activador, o mejor, el self emprendedor,
expande su autonomía y responsabilidad, y “debe ser creado y activado por permanentes
acciones estatales” (Brökling, 2015, p. 73), que estimulen de manera constante sus potenciales de
auto-conducción. Es de este modo, que concibe la ayuda, únicamente en términos de ayuda para
De la disolución del trabajo y la subjetividad
60
la auto-ayuda (Bröckling, 2015). En este giro al interior de las formas de producción, se pasa
también del control al auto-control, de la optimización a la auto-optimización. A ellos, como
empoderados, les es otorgado un poder que deben ejercer sobre sí mismos; y del mismo modo en
que fue cedida la libertad para posibilitar el trabajo libre y beneficiar la acumulación, este nuevo
endose, persigue un interés análogo, pues “este doblez subjetivo los hará más productivos, más
[de lo] que cualquier [autoridad externa]” (Bröckling, 2015, p. 218) lograría jamás. El poder de
los empoderados, deriva entonces, en la capacidad de gobernarse a sí mismos para promover la
competencia propia (Bröckling, 2015).
Vemos de esta forma, que en medio de estas transformaciones sociales, emerge un nuevo
sujeto trabajador que se convierte en empresario de sí mismo. Multifacético, el self emprendedor
es al mismo tiempo capital y fuente de ingresos; empleado y patrón; productor y producto.
(Bröckling, 2015). Lo que muchos ven entonces como un repliegue del estado para que la
economía regule todas las esferas de lo social, Bröckling (2015) lo lee en clave de mutaciones en
las funciones del estado; pues éste deja a un lado el papel de proteger y se centra en activar. Pero
esto, lejos de significar que el estado abandone su participación en la vida de los sujetos, lo que
implica, es que asume el rol actualizado para procurar el sujeto de quien dependerán las nuevas
relaciones de producción.
Para abreviar, entendemos que un programa político de activismo dirigido al sujeto, tiene
por objetivo, fundar una “enterprise culture”; que se define, de acuerdo al Centre for Policy
Studies del Reino Unido, como “la totalidad de las condiciones, que promueven un alto y
siempre mayor nivel de rendimiento de las actividades económicas de un país y de su política de
gobierno, de las artes y ciencias y también de las formas de vida personal de sus habitantes”
(Bröckling, 2015, p. 68). Es en este sentido, que “esta figura de subjetivación se caracteriza por
De la disolución del trabajo y la subjetividad
61
una modificación conductual behaviorista en todas las esferas de la vida” (Bröckling, 2015, p.
73) y que el concepto de gobierno, se extiende “a toda forma planificada de intervención sobre la
conducta humana” (Bröckling, 2015, p. 21).
Así, con estos párrafos, hemos establecido las diferencias entre el estado liberal que
gobierna al hombre libre, y el estado neoliberal que estimula un self emprendedor auto-vigilante,
auto-gobernado y libre de todo, menos de sí mismo. Para completar la tarea de establecer la
dependencia del trabajo sobre la subjetividad, contemplaremos las consecuencias que tuvo Mayo
del ’68, como un hito social y psicológico; pues fueron los ideales que sostenía el movimiento
contracultural del momento, al oponerse a los caminos de una normal biografía fordista, los
mismos que más tarde constituirían las nuevas lógicas neoliberales del trabajo. Los
planteamientos anti-capitalistas, las reclamaciones a favor de la realización personal, el trabajo
no alienado, la autonomía, entre otros; sentarían las bases para fundar el emprendimiento como
un valor social (Bröckling, 2015).
El deseo colectivo de un trabajo disfrutable, que fuera además medio para el crecimiento
interior, hizo converger al individuo perseguidor de placer y al individuo emprendedor. Los
bordes entre una actitud y otra se difuminaron fácilmente, y se volvieron cada vez menos
opuestas y más simultáneas. Así, al reforzarse mutuamente, auto-realización y éxito económico,
encontraron un lugar común (Bröckling, 2015).
La consecuencia más importante de esto, -por lo menos en el marco de nuestra discusión-
es que la reconciliación entre el vivir y el trabajar, resultó en que cada uno de los aspectos de la
vida, terminara siendo apropiado por el trabajo (Bröckling, 2015); pues éste ya no se reduce
únicamente a lo que el sujeto produce, sino a la forma en que el sujeto decide producirse. El
consumo, por tanto, comienza a adquirir también su carácter emprendedor (Bröckling, 2015);
De la disolución del trabajo y la subjetividad
62
pues como consumir es trabajar en la producción de sí mismo, hemos aceptado un trabajo sin
vacaciones y a término indefinido. Vemos pues, que el constante e inacabable proceso de
convertirse en alguien responde a los mandatos de producción contemporáneos. El problema de
esto, en nuestra opinión, radica en que al concebirnos como sujetos y considerar ésta la única
manera de ser en el mundo, no podamos huir, ni de la racionalidad capitalista, ni del trabajo;
pues en el neoliberalismo, nosotros somos la empresa que crece en relación directa con nuestro
desarrollo interno.
Con lo dicho, hemos podido considerar las consecuencias para la subjetividad a partir de
las políticas neoliberales, y dar al lector una idea, de cómo las transformaciones en los
mecanismos de gobierno, han impactado al sujeto a través de los dispositivos que Bröckling
(2015) denomina tecnologías del yo. La incorporación de la psicología a los sujetos, la mutación
de la subjetividad en la fuente básica de producción, la subjetividad como productor y producto y
la apropiación de todos los aspectos de la vida por el trabajo, con la subjetividad de por medio,
son todos asuntos, que nos refieren al trabajo de la subjetivación y nos permiten concluir, que en
el contexto de las formas contemporáneas de producción, el trabajo depende de la subjetividad.
Esto podría ser suficiente para resolver, que la disolución del trabajo y sus problemas,
depende de la disolución de la subjetividad. Sin embargo, es nuestro deseo ahondar un poco más
en la problematización de la subjetividad, para justificar definitivamente el contrasentido de las
alternativas que pretenden evitar los problemas del trabajo sin desprenderse de ella. Esto
corresponde entonces, de acuerdo con lo establecido desde el inicio, con el último objetivo que
nos hemos propuesto alcanzar en el presente documento. De manera que lo que sigue, estará
destinado a contribuir en este fin.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
63
El contrasentido de las opciones que pretenden evitar los problemas del trabajo sin
desprenderse de la subjetividad
En el sujeto, por ser sujeto, acampan las ideas liberales y capitalistas. Por lo tanto, las
acciones de resistencia de un sujeto, no pueden escapar a su fuente original, ni ser contundentes.
Los sujetos, al ser libres, están en libertad de resistir. No obstante, en dichos actos de imaginada
resistencia, lo único que se está logrando, es demostrar la condición de sujeto libre de resistir; de
sujeto que se entretiene en medio de las relaciones de sub-poder, y que se produce, en oposición
sólo insustancial, a la ideología y normas que, supuestamente, lo quebrantan. Y decimos
supuestamente, porque el efecto de dichas normas e ideología, -como defendimos en el apartado
anterior- más que atentar contra éste, es fabricarlo.
De ahí, que la subjetividad y sus funciones para el sistema, prevalezcan mientras el sujeto
se produce eligiendo y se identifica con sus elecciones. Si por ejemplo, en el contexto en que se
toma como supuesto la creencia de que nos liberamos hablando2, la opción del silencio
representara una posibilidad de resistencia, entendiendo que mediante la expresión de las más
profundas verdades internas, somos gobernados (Villadsen, 2016), dicha posibilidad se caería al
advertir, que como mucho, este acto sirve para producir una subjetividad resistente. Los efectos
de esa subjetividad para el sistema, sin embargo, seguirían siendo exactamente los mismos a los
de una subjetividad alineada; pues al final, lo que cuenta para la industria, es que haya una
subjetividad produciendo y siendo producida.
Este apartado final, tratará en su cuerpo, cuatro asuntos. Primeramente, sostendremos que
somos capitalismo, pues queremos ratificar, que si la subjetividad no es diferente de las
relaciones de producción, lo único que ella está en capacidad de hacer, es trabajo. De esta
manera, al asumir que somos subjetividad, y que ésta es la esencia del capitalismo, cualquier
2 Esto se cumple al pie de la letra, pero no se limita, al contexto psicoterapéutico.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
64
cosa que hagamos, reproducirá sus lógicas y problemas. Esto nos llevará a cerrar diciendo, que
del mismo modo en que descubrimos que ni el trabajo, ni las ciencias humanas están en
capacidad de plantear una solución a los problemas del trabajo, una alternativa que no se
desprende de la subjetividad, tampoco lo está. Entonces, si queremos pensar en una “salida” que
nos satisfaga, frente a los problemas que acá hemos expuesto, será necesario apartarnos de ella.
Como sugerimos desde el título, en nuestra opinión, la disolución de la subjetividad, representa
esta “salida”.
Posteriormente, nos detendremos sobre la nueva era, considerándola como la cualidad
espiritual del capitalismo. Esto será significante para nosotros, pues mostraremos que la
preocupación actual y buenamente generalizada por el bienestar integral de los sujetos, se
confunde con la preocupación de producir a los sujetos perfectos para el capitalismo en el
neoliberalismo. En este sentido, sostendremos que las prácticas ligadas a este movimiento,
recurren fundamentalmente al sujeto y procuran mejorarlo para convertirlo en un recurso
humano más valioso, pues el bienestar del sujeto es el bienestar del capitalismo.
Luego, estudiaremos los conceptos foucaultianos de conocimiento de sí y cuidado de sí;
pues en éste último, se condensa una propuesta sobre cómo suprimir el problema del gobierno.
Sin embargo, como esta alternativa no supera al sujeto, tampoco podrá ser precisa para nosotros.
Además, habiendo revisado cómo funciona de la nueva era, será sencillo entablar la relación
entre ésta y el cuidado de sí. Con esto, llegaremos a que el cuidado de sí, -independientemente de
que se considere como algo positivo o negativo-, desde nuestra postura analítica, equivale a
cuidar del capitalismo.
Finalmente, nos respaldaremos en la problematización de la subjetividad que presenta
Dimitris Papadopoulos (2002) para descartarla definitivamente. Entenderemos, al revisar la
De la disolución del trabajo y la subjetividad
65
subjetividad como categoría de análisis, que ésta, no es más que otra técnica de gobierno, y que
la preocupación por la subjetividad, como las “salidas” que parten de ella, son propias del
contexto neoliberal; por lo que continúan produciendo un sujeto, los problemas del trabajo y los
de las sociedades que en él se basan. De esta forma, habremos terminado de demostrar, por qué
partiendo de la subjetividad, no es posible proponer una salida a los problemas del trabajo; y en
consecuencia, que la disolución del problema del trabajo depende de la disolución de la
subjetividad.
Cerraremos el capítulo con algunas consideraciones finales, semejantes a las del primer
capítulo; y accederemos así, al tercero y último. En éste, presentaremos la opción que hemos
conceptualizado, en un intento por pensar cómo eludir, los problemas que acá hemos planteado.
Empecemos entonces, con nuestro primer punto: somos capitalismo. A partir del trayecto
que hasta acá hemos recorrido, podemos sostener que la subjetividad, aquella interioridad que
tomamos por esencia propia, la misma con la que solemos identificarnos y determina la manera
en que experimentamos al mundo y a nosotros mismos, ha sido el resultado –por lo menos en
parte- de unos esfuerzos políticos, claramente inclinados a favorecer el mercado. Estos esfuerzos,
amistados con la ciencia en general, y específicamente con la psicología, han alcanzado un éxito
desbordante. Con todos los mecanismos diseñados para reforzar y producir la subjetividad ideal,
se ha logrado que interioricemos como deseos propios, las intenciones del capital; que asumamos
como nuestros, los valores del mercado, y hecho de nuestra existencia, una existencia para la
acumulación.
Al maximizar nuestro poder sobre nosotros mismos, nuestro auto-estima y auto-
conciencia, salud, rendimiento laboral y bienestar (Bröckling, 2015), robustecemos la fuente
primaria del capitalismo; lo revitalizamos para continuar con su devorar. Todo lo que hagamos
De la disolución del trabajo y la subjetividad
66
por nosotros mismos, incluso en el terreno de lo espiritual, se traduce, sencillamente, en la
fabricación de nosotros como trabajadores y como capital humano valorizado. Entre más nos
realizamos, más nos mejoramos; más contribuimos a la elaboración de las relaciones productivas
del capitalismo avanzado y más nos identificamos como el producto y el empresario.
Se nos ha dado el privilegio de un nuevo estilo de vida: el trabajo incesante sobre
nosotros mismos, con la promesa del crecimiento interior de por medio. Aquél espacio que se ha
abierto en nuestros cuerpos para permitir surgir lo interno, es un espacio que le pertenece a la
economía; es trabajo y funciona como un determinante económico. En esta medida, las
determinaciones personales se vuelven las económicas; somos el producto, el productor, el
capitalista y el consumidor: somos capitalismo, y por ello, cualquier cosa que hagamos,
reproducirá las lógicas y problemas del sistema.
Desplacémonos ahora, a la cualidad espiritual del capitalismo, pues como ya explicamos,
será central para esta fase final de nuestro argumento. Para rastrear el nacimiento de ésta,
regresaremos brevemente a los efectos de Mayo del ’68, aquella protesta que alcanzó una
dimensión mundial y exigía libertad sobre la vida propia, se oponía tanto al capitalismo como al
socialismo, al estado burocratizado y a las trayectorias vitales definidas y estáticas en función del
trabajo. En esta línea, reclamaba la vida como un proyecto propio y poder ejercer la libertad de
decidir quién ser y qué hacer. Las apuestas de estas masas revolucionarias eran claras: la
espiritualidad, el anti-consumismo, el amor libre, el sentido comunitario y fraternal, el
antirracionalismo, el pacifismo, el naturismo, etc.; y a pesar de la excentricidad con que pudieran
aparecer entonces, hoy son, de cualquier manera, de uso común en ecoaldeas y movimientos
anti-globalización (Dueñas, 2015)
De la disolución del trabajo y la subjetividad
67
Por aquella época, apropiarse de la vida individual, era entendido como una revolución a
la lógica heredada de la modernidad; y una de las consecuencias de la salvación individual como
revolución, fue el puente que se tendió entre la juventud y las prácticas espirituales tradicionales
de oriente y occidente. Experimentar, expandir el ser, y realizarse a sí mismo en su
individualidad, parecían objetivos compartidos por los jóvenes que encontraron en estas
prácticas una forma de resistir a la tradición puritana y al orden establecido.
Desde nuestra concepción, este fue el precedente primordial de la cualidad espiritual del
capitalismo y del movimiento nueva era. Como algunos sabemos, esta tendencia se caracteriza
por una acentuada preocupación por la experiencia espiritual directa y una responsabilidad por la
salud individual y planetaria. También plantea, que las economías alternativas, cimentadas en lo
tradicional y e trabajo cooperativo, están superando la economía dominante (Wasserman, 1985).
Es interesante hacer notar, como plantea Tucker (2002) en New age religión and the cult
of the self, que esta forma posmoderna de espiritualidad, comparte varios rasgos en común con la
psiquiatría moderna; comparación que nos permite empezar a entender sus prácticas, como
formas de gobierno similares o extendidas de las psicológicas. La nueva era
refleja un modelo psiquiátrico. […] el Self se considera divino, pero incompleto y en necesidad de ayuda.
En consecuencia, la Nueva Era habla en repetidas ocasiones sobre la importancia de un Self "conectado",
un Self "integrado", un Self "total", un Self "ampliado" , de un Self "verdadero" , y así sucesivamente
(Tucker, 2002).
Cualquier individuo, -adentrándonos en el discurso de la tendencia-, tiene lo necesario
para emprender la búsqueda por ese self superior. En este sentido, es reforzada la noción de
igualdad recibida del pensamiento moderno, y se acepta, que en la medida en que todos
atesoramos ese ser espiritual adentro nuestro, todos somos individuos con poder; por lo que
nadie es superior a otro, ni tiene motivos para imponerse. De ahí que, en la nueva era, tampoco
haya un dios que se imponga sobre el sujeto, pues no existe un ser supremo universal que pueda
De la disolución del trabajo y la subjetividad
68
ejercer su autoridad sobre los humanos; el poder está en todos y es decididamente horizontal.
Entonces todas las ideas son igualmente válidas, nadie es deslegitimizable y no hay verdades
universales.
Pasando a otro foco de análisis, la nueva era como estilo de vida, implica que sus sujetos
se entrenen en el conocimiento y el cuidado de sí; que se produzcan a sí mismos por medio de la
participación en “rutinas y prácticas que consolidan y le dan sentido a su existencia” (p. 185)
(Barrero, Clavio, & Gómez, 2011). Sus formas, son así, perfectamente susceptibles de ser
adaptadas como un proyecto de vida que articula la actitud emprendedora con la satisfacción
egóica, y en este sentido, la nueva era es una fábrica soñada de selfs emprendedores. Las
costumbres de este movimiento, están así orientadas, a construir un sujeto en medio de discursos
espirituales, que no se aleja en lo más mínimo de la trayectoria capitalista; sino que representa
más bien, su continuidad.
Las experiencias que ofrece, recaen siempre sobre un sujeto que se define y comprende
con base en éstas, que reafirman la subjetividad, volviéndola un objeto explorable y cognoscible
para sí mismo. Están por tanto, destinadas a constituir nuevas formas de subjetividad, que como
tales, serán perfectamente coherentes con los modos y objetivos capitalistas. Con los modos, nos
referimos a que con las nuevas subjetividades que crea, se configuran espacios
significativamente aprovechables de nuevos mercados; nuevas identidades, significarán siempre,
nuevas tendencias de consumo. Y frente a los objetivos, en cuanto usufructúa esas prácticas
rituales para producir un sujeto valorizado, y así, un mayor capital humano. Como si fuera poco,
estas prácticas prometen dulcificar los inconvenientes psicológicos del trabajador; en los casos
más directos, incluso con terapias reductoras del estrés o el recientemente con el acogido
coaching profesional. Si la psicología industrial se había encargado en su momento, de volver
De la disolución del trabajo y la subjetividad
69
los problemas laborales, problemas de la mente del trabajador (Pulido, 2011), hoy en día, el
sujeto supone lo anterior, y por iniciativa propia, busca herramientas o ceremonias para
solucionar las situaciones internas que dificultan su trabajo.
Entonces, aproximarse a cualquiera de sus prácticas, como un sujeto que se quiere
realizar a sí mismo, son prácticas constituyentes del empresario de sí mismo. Pero nos parece
importante aclarar, que dentro de la gran variedad de experiencias que se ofrecen, hay algunas
que aunque sean utilizadas en los contextos de la nueva era, no son propias de los mismos. En
éstos, han sido distorsionadas, ignorando que originalmente tienen por objetivo, no la obtención
de una u otra clase de subjetividad, provechosa para el capitalismo, sino –de manera opuesta-, la
disolución de la subjetividad. Es entonces muy distinto, acercarse a alguna de las técnicas que
tienen este propósito, siempre y cuando se haga, con la disposición de no ser. En este sentido, no
se trata en absoluto de acumular experiencias, ni de hacer uso de ciertas prácticas para aliviar las
preocupaciones subjetivas; no se trata de trabajar sobre quién se es y cómo ser mejor, sino en
términos de una subjetividad disuelta, de no ser y de no hacer.
Entendemos la noción de espiritualidad en la nueva era, como un acto de consumo, de
trabajo y mejoramiento de sí mismo, absolutamente funcional y servil a las formas de producción
del capitalismo avanzado. Vemos así, que discutir esta tendencia con sus ritos, aunque fuera
fugazmente, nos permite mostrar que la preocupación actual y generalizada por la salud como un
bienestar integral de los sujetos, se confunde con la preocupación de producir a los sujetos
ideales para el capitalismo, en el neoliberalismo.
Foucault (1994) en Hermenéutica del sujeto, estudia el cuidado de sí en la antigua Grecia,
como una práctica de liberación; en un sentido muy similar –podríamos decir-, a como es
concebido al interior del movimiento nueva era. Del cuidado de sí, deriva el autor una nueva
De la disolución del trabajo y la subjetividad
70
ética que fomenta el trabajo sobre sí mismo, para que el sujeto pueda “jugar, en estos juegos de
poder, con el mínimo posible de dominación” (Foucault, 1994, p. 138). Claramente, el propósito
de esto, es atenuar los difíciles efectos del gobierno en nuestras sociedades.
Desde esta perspectiva, no se trata entonces, de subvertir el orden social, político o
económico, sino de reducir la dominación y el abuso de poder que en éstos órdenes se puede dar;
y es esto, lo que lleva a que Foucault (1994) se interese por la manera en que
“el sujeto se constituye de una forma activa, a través de las prácticas de sí; [pero aclarando que éstas] no
son sin embargo algo que se invente el individuo mismo. Constituyen esquemas que él encuentra en su
cultura y que le son propuestos, sugeridos, [e] impuestos por [...] su sociedad y su grupo social” (Foucault,
1994, p. 125).
De este modo, la similitud de la propuesta foucaultiana (1994) de una liberación basada
en el ethos, con las prácticas de la nueva era, salta a la vista. En ésta última, los sujetos cuidan de
sí y se esfuerzan por entablar relaciones horizontales, por medio de una concepción de sí mismos
y de los otros como seres divinos. Como ya sugerimos, éstas prácticas resultan absolutamente
funcionales para el sistema político y económico basado en el trabajo de la subjetivación; y es en
este sentido, nada más y nada menos, que las prácticas de la nueva era podrían computarse con
la apuesta ética de Foucault (1994).
En su propuesta, sin embargo, vemos dos dilemas relevantes. Por un lado, el cuidado de
sí, nos remite a la necesidad de la libertad, pues sin ella no habría autonomía sobre un sí mismo.
Así, la libertad conserva su lugar como principio social fundamental; y ya desde el primer
capítulo, habíamos advertido de sus dificultades e implicaciones, descartándola para encontrar un
remedio a los problemas del trabajo contemporáneo. Por otro lado, como la nueva era, sigue
recurriendo a un sujeto primordial, y por ende, reforzando la idea de su naturalidad y
atemporalidad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
71
Teniendo esto en cuenta, entendemos el proyecto crítico de Foucault (Foucault en
Bröckling, 2015), como una opción para resistir a la dominación y al abuso de poder del
gobierno en el orden moderno. Pero en concordancia con lo que sugerimos antes sobre las
posibilidades de resistencia, pensamos que simplemente actualiza, renueva y expande la
dominación y el poder del gobierno, interiorizándolos al sujeto. En suma, reparamos que la
nueva era, puede ser interpretada como la proposición que plantea el autor en términos de resistir
al gobierno por medio del gobernarse a sí mismo. Si esto es cierto, podríamos sostener, que su
propuesta ha derivado actualmente, en una contradicción irremediable; pues en lugar de evitar
efectivamente la dominación, el sistema del conocimiento y cuidado de sí, se han convertido en
potentes mecanismos de gobierno “positivos”, que implementan un régimen de auto-dominación
para la auto-valorización; resultando, desde nuestra perspectiva, en que el cuidar de sí, equivalga
a cuidar del capitalismo.
Finalmente, queremos tratar un último punto en el propósito de demostrar, que partiendo
de la subjetividad, no es posible proponer una salida a los problemas del trabajo. En éste
sostendremos, de la mano con Dimitris Papadopoulos (2002), que la subjetividad como categoría
de análisis, también funciona como una técnica de gobierno. Esto, será determinante para nuestra
propuesta, pues nos permite cuestionar, no sólo la subjetividad, sino también a ésta como
categoría propia de las ciencias humanas; y en este escenario, reflexionar sobre las psicologías
críticas a partir de los conceptos que emplean y son centrales en el conocimiento que producen.
A pesar de que Papadopoulos (2002) en Dialectics of subjectivity: North-atlantic
certainties, neo-liberal rationality and liberation promises no haga un rastreo exhaustivo de la
emergencia histórica del sujeto o la subjetividad como categorías de análisis, logra ubicar su
nacimiento hace unos 40 años, coincidiendo así, con la instauración de las políticas neoliberales;
De la disolución del trabajo y la subjetividad
72
y ésta, no es en absoluto, una coincidencia menor. En efecto, asegura que la concepción de la
individualidad como subjetividad y del individuo como sujeto, aporta a dicho proyecto, como
estaría obligada a hacerlo, una psicología reformada y adaptada a la sociedad neoliberal.
Es imposible, negar que el uso de los conceptos de sujeto y subjetividad por las
psicologías críticas, abrió paso en la academia a la pregunta por las subjetividades,
contribuyendo a que la expansión de la racionalidad típica de la modernidad, llegara a seres
humanos ubicados en las periferias, ligándolos instantáneamente –al asumirlos como sujetos-, al
sistema político y económico del capitalismo. De esta manera, aunque la idea de la subjetividad
esconda una utopía emancipadora, su actual función, parece estar ligada a una forma específica
de regeneración de la dominación en las sociedades contemporáneas (Papadopoulos, 2002).
Ésta forma puntual, se ha podido realizar con la ayuda de tres nociones importantes que
suelen acompañar el discurso crítico: acción, agencia y condiciones sociales. El concepto de
acción, proviene de la naturaleza relacional de la subjetividad y subraya las posibilidades que
tiene el sujeto hacia su entorno, implicando la idea de una agencia personal. De esta forma, la
capacidad de agencia representa el potencial de acción desde una perspectiva subjetiva. Diversos
proyectos considerados críticos en psicología, se refieren a esta capacidad como
empoderamiento; significando ésta, “la extensión del control sobre la propia vida a través de la
participación social” (Papadopoulos, 2002). Las condiciones sociales, por último, “representan
estructuras de significado de restricciones y posibilidades materiales, e impedimentos u
oportunidades institucionales, que juntas forman el contexto de acción de la subjetividad”
(Papadopoulos, 2002).
A partir de estas tres ideas, vemos que las teorías que se valen de ellas, comparten una
mirada de la individualidad como self relacional, que pretende alcanzar una maximización de su
De la disolución del trabajo y la subjetividad
73
influencia en un medio impregnado de poder. Y es en este sentido, que cuando claman ofrecer
una nueva comprensión de la subjetividad, están en realidad haciendo referencia al tipo de
gobierno en el cual los sujetos se “ensamblan” a sí mismos, organizan sus relaciones y actúan su
existencia a través de varios procesos de subjetivación.
Podemos entonces dar constancia, de que la investigación sobre la subjetividad, lejos de
ser una empresa neutral, es una fuerza activa “para organizar y reorganizar las condiciones
sociales y políticas de la existencia [lo que] necesariamente implica una noción de mejor
gobierno” (Papadopoulos, 2002); pues sirve para proveer una topografía de varias posiciones
dentro de aparatajes y tecnologías de poder y control (Papadopoulos, 2002). El concepto de
subjetividad, se presta de esta manera para legitimar el auto-gobierno, entendido como la forma
conductiva en que se facilitan los medios para que los individuos trabajen sobre sí mismos y
transformen así, su realidad.
Todo esto, es de especial relevancia para nuestra investigación, pues pudiendo llevar la
etiqueta de un estudio de psicología crítica, no podíamos dejar de prevenir, que al igual que las
psicologías denominadas mainstream, las críticas también elaboran, con la autoridad científica
pertinente, regímenes de verdad. Además, contribuyendo a comprender el problema de que los
sujetos puedan resistir al poder y alterar su equilibrio por medio del ejercicio de la libertad,
pudiéramos estar aportando a los mecanismos que consolidan la gubernamentalidad neoliberal.
Es nuestro deber admitir entonces, que hemos caído en estos peligros al poner en el centro de
nuestra discusión, los conceptos de sujeto y subjetividad.
Sin embargo, más vale tarde que nunca. Nos apropiaremos pues, de la postura crítica de
Papadopoulos (2002) frente al uso de estos conceptos. Pues aunque gran parte de nuestro
camino, se haya orientado para deconstruir analíticamente el fenómeno de la subjetividad,
De la disolución del trabajo y la subjetividad
74
habiendo problematizado la categoría analítica que lo nombra, estamos perfectamente dispuestos
a abandonarla antes de pasar a nuestra propuesta. Cabe aclarar, sin embargo, que nuestra
preocupación nuclear, sigue siendo la disolución de la subjetividad como fenómeno y no como
concepto.
En conclusión, teniendo en cuenta que “la subjetividad es una de las tecnologías sociales
apropiadas para el posicionamiento de individuos y comunidades en el arreglo neoliberal del
poder” (Papadopoulos, 2002); y que “la mutación del concepto de intercambio en la racionalidad
del gobierno neoliberal, significa que la subjetividad se está convirtiendo en la fuente primaria de
organización social y de prosperidad económica” (Papadopoulos, 2002), hemos llegado a que ni
la subjetividad, ni su categoría académica, representan medios legítimos para proponer una
“salida” que no reproduzca sus problemas. Y de esta manera, a que la disolución del trabajo y
sus problemas, depende de la disolución de la subjetividad.
Resumen y consideraciones finales
En el primer capítulo planteamos que el problema del trabajo es el problema de la
subjetividad, y en este, quisimos defender que la disolución del trabajo depende de la disolución
de la subjetividad. Con este propósito y con un pie en el desarrollo del apartado precedente, nos
propusimos dos rutas. La primera consistió en demostrar que el trabajo necesita de la
subjetividad, y que más recientemente, pasa a depender de ella. Pudimos demostrar la primera
afirmación al examinar las relaciones de interdependencia entre gobierno, economía y trabajo; y
la segunda, a partir del juego de relaciones entre poder, psicología y subjetividad.
Logramos cumplir este primer objetivo, analizando la paradoja de la subjetivación que
plantea Foucault (en Bröckling, 2015); pues a partir de ella, descubrimos que de la tensión entre
libertad y poder, emerge el sujeto. Entonces, llegamos a que su surgimiento y sumisión son
De la disolución del trabajo y la subjetividad
75
simultáneos, y con esto, a que la subjetividad es problemática en sí misma, en cuanto emerge de
la libertad de mercado y del poder que hace posible a los sujetos trabajadores. En la misma línea,
continuamos con Foucualt (1996), pero esta vez con la intención de revisar el sub-poder, que fue
inicialmente ejercido en las instituciones de secuestro y preparó el terreno para la aparición de
las ciencias humanas, como dominios de saber que gobiernan al sujeto. Acá, hicimos notar la
forma en que estos dominios generan conocimiento sobre los sujetos, contribuyendo a la
producción de los mismos; y de esto desprendimos una comprensión sobre el gobierno en
términos de conducción de conductas. En este sentido, argüimos, que el poder que hace posible
la subjetividad, las ciencias humanas y la producción, es el mismo; por lo que cualquier opción
que sea iniciativa de éstas, está inhabilitada para proporcionar un camino radical a los problemas
que implica el trabajo.
Posteriormente, nos adentramos en los planteamientos de Rose (2010) y Pulido (2011,
2015) para afirmar, primero, que cuando la subjetividad es conocida, se vuelve susceptible de ser
gobernada en función de los intereses de la producción. Y segundo, para exponer que la
psicología colabora en la producción de la subjetividad como un mecanismo de gobierno;
haciendo evidente que su conocimiento está siempre al servicio del capitalismo. Entonces
señalamos, que la subjetividad necesita ser gobernada y que la psicología juega un rol importante
en ese proceso. Con esto, llegamos a que el trabajo necesita de la subjetividad. Pero fue a partir
del desarrollo acerca del trabajo de la subjetivación, que pudimos llevar lo anterior al extremo y
manifestar que la subjetividad, en alianza con los saberes y prácticas psicológicas, se ha
convertido en el corazón del orden neoliberal. Fue entonces esto, lo que nos permitió concluir,
que el trabajo contemporáneo depende de la subjetividad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
76
La segunda ruta, se propuso con el objetivo de ultimar, que partiendo de la subjetividad
no es posible proponer una “salida” a los problemas del trabajo. Para esto, sostuvimos que somos
capitalismo, realizamos un breve examen de la nueva era y contemplamos la posibilidad que ve
Foucault (1994) en el cuidado de sí. Gracias a estas ideas nos fue posible exponer, que tanto la
vía que propone la nueva era, como Foucault (1994), recurren primordialmente al sujeto y de
alguna manera buscan mejorarlo. Lo que a nuestra vista, se traduce en un simple esfuerzo de
valorizar al sujeto e involucrarlo, como tal, en la lógica del capital.
Finalmente, decidimos incluir algunas de las reflexiones de Papadopoulos (2002); pues
no podíamos ignorar las posibles repercusiones de nuestro estudio, sabiendo que el mismo
concepto de subjetividad surgió gracias a las formas de producción de conocimiento en el
neoliberalismo, y que además, resulta totalmente útil para éste. Por lo tanto, descubrimos la
inminencia de renunciar tanto a la categoría como al fenómeno de subjetividad y llegamos a
concluir, que la disolución del problema del trabajo depende de la disolución de la subjetividad.
A partir de lo discutido en este capítulo y de las conclusiones a las que llegamos, hemos
descubierto una implicación que es definitiva para nuestro argumento y nuestra propuesta. Al
revelar la incapacidad de las ciencias humanas, de la psicología y la subjetividad para proponer
una “salida” completa a los problemas del trabajo, es necesario reconocer, que como
investigadores en el campo de la psicología y como sujetos capitalistas y neoliberales, si
procediéramos ahora a plantear una nueva propuesta, estaríamos contradiciendo nuestros propios
hallazgos.
Si lo hiciéramos, contribuiríamos -del mismo modo en que hemos denunciado que la
mayoría de las teorías contempladas lo hacen-, a la actualización de los mecanismos de gobierno
y a la extensión de las dinámicas capitalistas, y así, al trabajo y sus problemas. También
De la disolución del trabajo y la subjetividad
77
estaríamos fallando en el propósito de distanciarnos de la lógica de la subjetividad; y como
estudiantes de psicología, únicamente estaríamos realizando nuestro aporte, valiéndonos del
poder de la ciencia, para plasmar nuestras ideas subjetivas respecto a un deber ser sobre el
mundo y la existencia como humanos; con lo que aportaríamos a los dominios de saber que
legitiman la forma de vivir que nos intranquiliza. No obstante, a pesar de estar reconociendo
todo esto, es importante no dejar de lado la pregunta por el proceso al que pudiéramos estar
aportando con la cuestión de la disolución de la subjetividad.
Nuestra alternativa, en caso de que pudiéramos llamarla así, es entonces detener la rueda
de producción de conocimiento sobre la subjetividad y evitar cualquier posible conceptualización
sobre otras posibilidades de existir a través de la nuestra. Esto, solamente sería posible desde una
perspectiva radicalmente diferente y ajena a la subjetividad. Lo que proponemos entonces, nada
tiene que ver con conocer o describir el mundo, la subjetividad o su ausencia. Tampoco nos
interesa definirnos en oposición a un sistema o en relación con tal o cual cosa, ni pensar la
emancipación del gobierno. Cualquiera de las anteriores, colabora a la solidificación del
capitalismo y sus formas de gobierno; pues el poder que como sujetos tenemos, sólo es útil para
actualizar el sistema, nunca para cambiarlo.
Sin embargo, aunque no nos preocuparemos por entrar a señalar cómo hacerlo, seguimos
considerando la disolución de la subjetividad como un camino acertado para disolver los
problemas del trabajo. Incluso, creemos que su momentánea suspensión, puede significar una
interrupción de las relaciones, modos y lógicas de producción. Pero es necesario decir, que
disolverla, llevaría a erradicar la psicología, pues dispersaría el objeto de sus estudios y su
conocimiento; pero como en este punto ya podemos asumir, haría lo mismo con el trabajo, el
capitalismo, y en general, cualquier fruto de la modernidad.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
78
Nos inclinamos entonces a postular que, en tanto la disolución del trabajo y sus
problemas depende de la disolución de la subjetividad, para erradicarlos de raíz, incluso más que
deconstruirla, hay que ignorarla, verla como la ilusión que es, hasta haber logrado distanciarse
de esa ficción completa y definitivamente.
Capítulo 3: De la disolución del trabajo y la subjetividad en la sociedad
neoliberal
Hacia el inicio de este estudio, nuestra pregunta era clara: nos preocupábamos por la
actividad central de la vida humana y nos lamentábamos de la centralidad del trabajo en nuestra
sociedad. Explorando esta cuestión, fuimos viendo cada vez con mayor claridad, que el papel de
la subjetividad no era para nada despreciable, hasta que finalmente descubrimos, que de hecho,
era determinante y que nos sería posible generar un marco comprensivo a estos problemas,
tomándola como lugar central del análisis. Entonces, apareció nuestro argumento, definiendo que
lo que trataríamos de establecer, sería la íntima relación entre subjetividad y trabajo, para luego
proponer, que si queríamos evitar los problemas del trabajo, sería necesario perseguir la
disolución de la subjetividad. Pero llegados a este punto, nos sorprendimos concluyendo, que
tanto nuestras propias subjetividades, como el lugar académico desde el cual nos estábamos
pronunciando, serían dos gigantes impedimentos para pensar en una cura definitiva a los
problemas del trabajo. En concordancia con esto, nos retractamos de exhibir las opciones que
habíamos conceptualizado en aras de una disolución de la subjetividad, para optar por el camino
de detener la rueda de la producción de conocimiento sobre ésta y no colaborar a extender las
dificultades que acá hemos señalado, a los nuevos territorios que alguna vez imaginamos.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
79
A lo largo de las perspectivas contempladas, fue palpable como cada uno de los autores
en quienes profundizamos, diagnosticaban un problema y proponían una vía para repararlo. La
estrategia de todos, parecía ser la misma: elegir una categoría que previamente no había sido
considerada con el cuidado pertinente, o que los estudios anteriores parecían ignorar, para
plantear que a partir de ésta era posible pensar algo distinto y generar una nueva comprensión.
Sin embargo, no seríamos justos, si no reconociéramos que cada una de esas miradas, nos
aportó enormemente para lograr una comprensión compleja del fenómeno que acá nos interesó.
De ellas, extrajimos ideas nucleares para componer nuestro argumento, y combinándolas,
construimos una figura que nos permitió establecer relaciones, elaborar y describir un problema,
hacer interpretaciones, imaginar soluciones y sacar conclusiones.
Reunimos razones suficientes para descartar la emancipación del trabajo capitalista, el
vivir juntos como principio, la conservación de las protecciones propias del estado de bienestar y
las reformas producidas por los sujetos capitalistas. Igualmente, rechazamos las ciencias
humanas y los sujetos que ellas producen como lugares privilegiados para remediar nuestra
problemática. Vimos caerse por su propio peso, salidas individuales como la auto-realización, el
bienestar integral, el auto-gobierno, el ejercicio de la libertad y el de la resistencia.
De modo que este capítulo, debería contener una respuesta a ¿cómo disolver la
subjetividad? Pero como ya sugerimos, a pesar de que tuviéramos una hipótesis claramente
definida, nos encontramos con un resultado inesperado que nos forzó a detener esas pretensiones.
En un comienzo, esa era nuestra idea y cuando encontramos la relación de la subjetividad con el
trabajo, creíamos haber descubierto la perspectiva que nos llevaría a una comprensión y solución
novedosa. A partir de ella, divagamos sobre la mejor manera de hacer girar la rueda en la
dirección que deseábamos, con la delicada intención de hacer de nuestra opinión acerca de lo que
De la disolución del trabajo y la subjetividad
80
sería mejor o superior, una verdad validada. No obstante, si hubiéramos insistido en proceder así,
después de todo lo que hemos dicho, no haríamos nada más que darle otro empujón a esa rueda
que gira y gira para producir nuestra subjetividad y nuestros problemas. No podíamos entonces
hacernos los de la vista gorda frente a los inconvenientes que nosotros mismos hemos señalado.
Notamos, que hacer algo cognoscible, es volverlo gobernable; o en otras palabras: que el
acto de producir conocimiento no puede librarse de la inercia de asegurar verdades que
funcionan como dispositivos de gobierno. También descubrimos que al estar adentro del sistema,
jugamos con sus propias reglas, somos y estamos sujetos. En este sentido, cualquier cosa que
hagamos y seamos, le pertenece; nuestras resistencias no lograrían más que actualizarlo y
refrescarlo. Realizarnos, lo realiza; pues somos capitalismo. Somos el problema que queremos
superar.
Además, únicamente siendo sujetos, podíamos plantearnos la pregunta por la actividad
central de la vida humana en la manera en que lo hicimos y problematizar la centralidad del
trabajo en nuestras sociedades. Sólo en nuestro tiempo, se reúnen las condiciones necesarias para
pensar el mundo de la manera en la que acá lo hemos hecho y soñar con uno mejor.
Concluimos, que proponer una alternativa es parte del problema; de modo que esa
propuesta sensata que pensamos que podríamos llegar a conceptualizar a partir de la de
demostración de nuestro argumento, vemos, que a la luz del mismo, es contradictoria. Ya no es
nuestro deseo presentar esa idea de camino hacia la vacuidad.
Es así, que estamos dispuestos a renunciar a describir, conocer y conceptualizar. No nos
interesa producir otra verdad. También estamos dispuestos a renunciar a este trabajo como
nuestro; porque no es nuestro y lo que somos no nos pertenece. Consideramos más acertado
decir, que este, en lugar de ser el resultado de un ejercicio reflexivo de carácter personal, es el
De la disolución del trabajo y la subjetividad
81
resultado de un conocimiento acumulado al que pudimos acceder gracias a las determinaciones
sociales que nos han producido y a las cuales estamos fijados.
De la disolución del trabajo y la subjetividad
82
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