Miércoles de ceniza
En una calurosa tarde de marzo leía el periódico
sentada en una silla de mimbre. No había luz y
apenas se escuchaba el murmullo de los pájaros a lo
lejos. Pensaba nada más en la tibia mañana en que lo
había visto por última
vez despedirse de mí y
contemplaba la noticia
“Apuñalado
encuentran a hombre de unos treinta y cinco años”.
Mis párpados comenzaron a cerrarse en un inútil
intento por mantenerme despierta y yo solo pensaba
en él; recordaba sus palabras golpeadas, su presencia
horrorosa y toda su ira hacia mi manifestada aquel
día en que no gritó nunca más. Cerré los ojos y me
desvanecí en un instante; tuve en mis labios su beso
efímero y mortal, me convertí en aire contaminado de
ciudad y tuve la sensación de viajar por lugares
inexistentes. Cuando desperté ya había pasado
alrededor de media hora, tenía el periódico extendido
sobre mis piernas y el cuerpo arqueado en la silla de
mimbre. Y entonces lo vi. Parado ahí frente a mí. Su
mirada era la misma de siempre, ojos negros
endemoniados y semblante de enojo eterno, parecía
que quería hablarme pero no podía hacerlo. Un hilo de
terror y aire congelado recorrió mi cuerpo de pies a
cabeza, sin embargo no me moví.
- ¿Qué hacés aquí? – le dije con voz lánguida y baja. Él
solo me miró con los ojos aguados y sin articular
palabra alguna, yo tenía miedo, estaba aterrorizada
pero decidí no demostrarlo.
- Andate de una vez, ya no tenés nada que hacer aquí,
vos estás muerto…estás muerto. Por un momento creí
verlo llorar, pero lo odié, lo odié tanto que volví a
cerrar los ojos para hacerlo desaparecer. Cuando los
abrí él se había ido. Se había ido de nuevo y esta vez
quizás para siempre.
Me levanté hacia la cocina para lavarme la herida de
la mano, todavía temblando. El corazón me brincaba
como dispuesto a salirse de su cavidad y tenía un
dolor de cabeza insoportable. Cuando vi hacia la
ventana que daba al cerro era ya de noche, pero al
menos la luz había regresado. Pensaba en que haría
de cenar mientras observaba la luna sobre el cielo
oscuro y triste; estaba sola, pero estaba bien, porque
él ya no estaría aquí, y no lo vería nunca más.
Lucía Salazar**
Affaire
Ese día habrían de encontrarse a las 2 de la tarde. Ella
miraba absorta su reflejo en el espejo mientras pintaba
sus labios de rojo carmesí, peinaba las ondas de su
cabello cual movimiento de olas y pensaba en su próximo
encuentro pasional. Él, nervioso e inseguro, le escribía
una carta que encerraba
su deseo febril y su amor
impetuoso. Se vestía de
gala y ya podía ver en su
mente la silueta de ella
dominando su mundo
entero y haciéndolo olvidar todo. Salió de la habitación,
vio a su esposa y le dio un beso de despedida.
- Me voy a trabajar, amor.- Ella lo observó fijamente
hasta verlo salir de la casa y cerrar la puerta. Tenía que
pensar en la cena que prepararía para su esposo al