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Ylanitú

y los fenómenos de la naturaleza. La energía

individual es la parte de manitú que el indi-

viduo asume. La sum

a de esta energía es el Ser Suprem

o, gran Manitú que anim

a toda la creación (K

RIE, 61).

Mano. l. La m

ano expresa la idea de activi-dad al m

ismo tiem

po que la de potencia y dom

inio. En castellano, así como en las len-

guas extremo orientales, expresiones tales

como «m

eter o poner mano» y «dejar de

mano» [o «abrir m

ano de»], tienen el senti-do corriente de com

enzar y abandonar algu-na cosa. Sin em

bargo, ciertos escritos taois-tas (Tratado de la

Flor de O

ro) les dan

el sentido alquímico de coagulación y diso-

lución, correspondiendo la primera fase al

esfuerzo de concentración espiritual y la se-gunda a

la no

intervención, al libre

de-sarrollo de la experiencia interior, en un m

i-crocosm

os que escapa al condicionamiento

espaciotemporal.

Conviene

acordarse de

que la palabra manifestación tiene la m

isma

raíz que mano; lo m

anifestado es lo que pue-de ser cogido por la m

ano.

Mano derecha del aunga. Bronce. A

ne gnego. Siglo v a.c. (M

useo de Delfos)

2. La mano es un em

blema real, instru-

mento de la m

aestría y signo de dominio. La

mism

a palabra hebrea iad significa a la vez m

ano y potencia. La «mano de justicia» -la

justicia es cualidad regia-fue en la edad me-

dia la insignia de la m

onarquía francesa. Tradicionalm

ente la

mano

izquierda de

Dios se pone en relación con la justicia, la

mano derecha con la m

isericordia, lo que corresponde a la «m

ano del rigom y «la

mano derecha» de la Shekinah, según la Cá-

bala. La mano derecha es la m

ano bendeci-dora, em

blema de la autoridad sacerdotal,

682

como la m

ano de la justicia lo es del poder real. A

unque no se trate de un principio ab-solutam

ente constante, la ..... derecha corres-ponde m

ás bien, en la China, a la acción y

la ..... izquierda al no obrar, a la sabiduría (Tao-te king, 31). Por otra parte, esta m

isma

polaridad puede considerarse como la base

de los mudra hindúes y budistas.

3. Según el canon búdico, la mano cerrada

es símbolo del disim

ulo, del secreto, del eso-terism

o. La mano del B

uddha no está cerra-da (D

higa-Nikaya, 2,100), es decir, que no

guarda en secreto ningún punto de la doc-trina.

Pero tanto en el budismo com

o en el hin-duism

o, el simbolism

o esencial es el de los m

udra, gestos de la mano, de los que indica-

remos los principales.

La iconografia hindú utiliza en particular: -E

l abhaya-m

udra, ausencia de

temor:

mano levantada, con todos los dedos exten-

didos y la palma hacia adelante. Este m

udra se atribuye a K

ili, potencia del tiempo des-

tructor, que en sí mism

a está más allá del

temor y libera a aquellos que la invocan;

-El varada-mudra, don: m

ano bajada, con todos los dedos extendidos y la palm

a hacia adelante. K

ili destruye los elementos im

per-m

anentes del universo; se encuentra pues

más allá de la im

permanencia y dispensa así

la felicidad; -E

l tarjani-mudra, am

enaza: puño cerra-do, con el

índice extendido apuntando al aire.

Existen adem

ás mudra esotéricos,

tales com

o el swastika-m

udra, así como un gran

número de m

udra. rituales, utilizados algu-nos en la danza y el teatro clásico.

Los m

udra abhaya

y varada

(llamado

también áana, don) se utilizan igualm

ente en la iconografia budista; representan res-pectivam

ente el apaciguamiento espiritual y

el don de las Tres Joyas del conocimiento; el

primero lo efectúa sobre todo la m

ano dere-cha, el segundo la izquierda. Es necesario añadir:

-El anjali-m

udra (gesto de adoración y de plegaria), m

anos juntas en la actitud que nos es fam

iliar; -E

l bhumisparsha-m

udra (atestación de la tierra): m

ano bajada, dedos juntos tocando

683

el suelo con el dorso de la mano hacia ade-

lante. Buddha «toma la tierra por testigo» de

su buddheidad, o se refiere a lo inquebranta-ble e im

perturbable; -El dhyana-m

udra (gesto de la medita-

ción): manos abiertas, palm

as hacia lo alto, reposando una sobre la otra [en el budism

o tibetano, la derecha sobre la izquierda y en el budism

o zen al revés]; -El

dharmachakra-m

udra. (gesto

de la

Rueda de la ley, de la predicación), que tie-ne di versas variantes. En general la m

ano derecha está vuelta hacia afuera, pulgar e ín-dice tocándose, con la m

ano izquierda vuel-ta hacia adentro con el pulgar y el

índice tocando los dos dedos de la otra m

ano, o el m

eñique de ésta. .

-El viLarka-mudra. (gesto de la argum

enta-ción o de la exposición): sem

ejante al abha-ya, pero el índice o el m

edio toca la punta del pulgar. Existen algunas variantes de estas actitudes.

El m

ahayana añade m

udra propios de ciertos Buddhas o bodhisattvas. La especifi-cación de los gestos es tam

bién frecuente: tanto en el Borobudur de Java com

o en los m

andala japoneses, Akshobhya (este) efec-

túa el bhumisparsha-m

udra; Ratnasam

bha-va (sur), el varada-m

udra; Am

itibha (oeste), el dhyana-m

udra y Am

ogasiddhi (norte), el abhaya-m

udra; en el centro, Vairocana efec-

túa el vitarka o el dharmachakra-m

udra. El sim

bolismo de los m

udra no es sola-m

ente formal:

verdaderamente

la palabra

designa a la vez el gesto y la actitud espiri-tual que expresa y desarrolla (B

UR

A. BEN

A,

CA

DV

, COO

I, DA

NA

. GO

VM

. GR

OI, G

UEM

, JAC

A,

MA

LA. SEC

A).

P.G.

4. Las danzas rituales del Asia del sur se

han llamado danzas de las m

anos. No sola-

mente los m

ovimientos que inscriben en el

espacio, sino la posición mism

a de las ma-

nos en relación con el resto del cuerpo, y los dedos en relación unos con otros son alta-m

ente significativos. Pasa 10 mism

o en las artes plásticas, pintura y escultura; las posi-ciones relativas de las m

anos y los dedos sim

bolizan actitudes interiores. Ya se ha vis-

to con los principales mudra; hay otros que

obedecen a una suerte de estereotipia hierá-tica casi inm

utable: por ejemplo, descansar

Mano

la palma de las m

anos sobre las rodillas ex-presan la concentración m

editativa; la mano

derecha levantada con índice y medio exten-

didos y juntos, y los otros dedos replegados: la argum

entación, la dialéctica; la mano col-

gante, con la palma hacia el exterior: el don,

la caridad; la mano abierta que se adelanta

con la palma vuelta hacia el cielo: el apaci-

guamiento, la disipación de todo tem

or; la m

ano derecha con la palma vuelta hacia el

exterior y tocando a tierra: la iluminación.

En el Japón los dedos plegados de manera

que formen un triángulo con el pulgar indi-

can la

concentración afectiva:

«embrión

de gran compasión»; el índice de la m

ano izquierda apuntando hacia el cielo e inser-tándolo en la m

ano derecha cerrada: la pe-netración en

el conocim

iento: «plano de diam

ante.» La actitud pensativa está repre-sentada en la secta japonesa shingon con el aspecto de un bodhisaltva sentado. reclinan-do la cabeza sobre la m

ano derecha y con la otra m

ano agarrando el tobillo derecho colo-cado sobre la rodilla de la pierna izq uierda, que deja colgar.

Todas las civilizaciones, con más o m

enos sutileza, han utilizado el lenguaje de las m

a-nos. En el Á

frica, poner la mano izquierda

con los dedos plegados en la mano derecha

es un

signo de sumisión y hum

ildad; en R

oma, m

eter la mano por la m

anga era se-ñal de respeto y aceptación de la servidum

-bre, etc.

5. El simbolism

o de la mano se une en

modo céltico al del brazo, del que es im

posi-ble separarlo totalm

ente. La palabra irlande-sa lam

(mano) sirve adem

ás a menudo para

designar el brazo completo. Las dos m

anos levantadas con

las palm

as hacia adelante (passis ,m

anibus según los términos de C

ésar en La guerra de las G

alias) son un gesto de súplica; las galas 10 usan repetidam

ente en el curso de la guerra de las G

alias (al menos

en Avaricum

y Bratuspantium

), a veces con el pecho desnudo. La m

ano también tiene

valor mágico. El rey Buada, am

putado del brazo derecho, no puede ya reinar, porque el m

undo céltico no concibe un rey únicamen-

te cargado de potencial peligroso (porque el brazo que queda es el izquierdo). N

o se co-noce en los textos ni la iconografía (fuera de

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Vlano

algunas manos que aparecen en num

ismáti-

ca gala)· testimonio de la existencia de la

mano de justicia. el sím

bolo del otro aspecto de la actividad real equilibran te; pero el rey celta es tam

bién juez. y un buen reyes el que arbitra juicios justos. Los hijos de Cala-tin que. por definición, son los -+

fomore, es

decir, criaturas sombrías y m

aléficas, no tie-nen m

ás que un ojo. una mano y un pie,

porque se les ha hecho sufrir mutilaciones

contrainiciáticas. La mano derecha de CÚ-

chulainn corta el brazo de su asesino Lugaid cuando quieren quitarle la espada. Le corta la m

ano en represalia. La mano sirve tam

-bién

para la tom

a de posesión (véase la

leyenda del escudo de armas del U

lster). Un m

otivo de la cruz de Muiredach en M

onas-terbuice (Louth) representa una m

ano iz-quierda dentro de cuatro círculos concéntri-cos. Por últim

o la mano sirve de invocación:

la reina bretona Budicca invoca a la diosa de la guerra, A

ndrasté, levantando una mano

hacia el cielo (Dion Cassio, 60,11,6) y los

druidas de la isla de Mona (A

nglesey) rezan y lanzan im

precaciones o incantaciones con-tra los rom

anos elevando también los brazos

hacia el cielo (Tácito, Anales. 14,30; OG

AC

. 18,373; ETU

C, 109-12.3j.

L.G.

6. En la A

mérica central precolom

bina aparece una m

ano abierta con los dedos esti-rados -y a m

enudo el pulgar levantado-tan-to sobre los bajorrelieves com

o en la glíp-tica.

Su primera acepción es num

érica y representa el cinco. Es el sím

bolo del dios del quinto día. Pero sem

ejante dios es ctóni-co; por ello la m

ano se convierte en un

símbolo de m

uerte en el arte mejicano. Se

encuentra efectivamente asociada con cabe-

zas de muerto, corazones, pies sangrantes, el

..... escorpión y el cuchillo sacrificial de hoja de ..... obsidiana o sílex. En lengua yuca teca a este cuchillo se lo llam

a «la mano de D

ios». El jade, sím

bolo yang, está representado por una m

ano en la glíptica maya (TH

OH

). Thornson subraya que, en cuanto a la aso-

ciación de la mano y los sacrificios cruentos,

con ocasión de los sacrificios a Xipe Totec,

el sacerdote, al vestirse con la piel de las víctim

as desolladas, no podía ensartar los dedos. La piel de los desollados era pues cortada por el puño y la propia m

ano del

684

sacerdote aparecía contrastando

sobre la

macabra vestim

enta que lo cubría. Este de-talle visual podría pues bastar para descu-brir en la m

ano el símbolo del conjunto y

concluir el rito de substitución propio del sacrificio.

A.G

. 7. En la tradición bíblica y cristiana la

mano es sím

bolo de poderío y supremacía.

a) Ser cogido por la mano de D

ios es reci-bir la m

anifestación de su espíritu. Cuando la m

ano de Dios toca al hombre, éste recibe la

fuerza divina; asi la mano de Y

ahvéh toca la boca de Jerem

ías antes de enviarlo a pre-dicar. Elías, cuando está en el Carm

elo, ve subir del m

ar una ligera nube y siente sobre sí la m

ano de Yahvéh. A

braham, fiel a la

tradición, rehúsa aceptar los presentes co-rruptores. C

uando el rey de Sodoma le pro-

pone bienes, eleva la mano a D

ios, no sola-m

ente para

implorar su protección, sino

porque sólo él posee los cielos y la tierra. El

Midrash

insiste sobre la

actitud de A

braham respecto a su hijo Ism

ael. Éste es despedido por su padre con las m

anos va-cias: sin bienes ni derechos.

En el

Antiguo

Testamento, cuando se

menciona la m

ano de Dios, el sím

bolo signi-fica «D

ios en la totalidad de su poderío» y eficacia. La m

ano de Dios crea, protege; des-

truye si se opone. Es importante distinguir

la mano derecha, la de las bendiciones, de la

mano ízquierda. la de las m

aldiciones. _ La m

ano de Dios se representa a m

enudo saliendo de

las nubes mientras el cuerpo

permanece oculto en el cielo. A

fin de mani-

festar su divinidad, aparece rodeada de un nim

bo crucífero. C

aer en las manos de D

ios o de tal hom-

bre significa estar a su merced; poder ser

creado o aniquilado por él. b) A

veces la mano se com

para con el ojo: ve tam

bién. Ésta es una interpretación que el

psicoanálisis ha retenido considerando

que la mano que aparece en los sueños es la

equivalente del ojo. Según san G

regorio Niseno, las m

anos del hom

bre están igualmente ligadas al conoci-

miento, a la visión, pues tienen por fin el

lenguaje. En su tratado sobre La creación del hom

bre, escribió: «Las manos, para las

necesidades del lenguaje, son ayuda particu-

685

lar. Quien viese en el uso de las m

anos lo propio de una naturaleza racional no se en-gañaría del todo, por la razón corrientem

en-te adm

itida y fácil de comprender de que

ellas nos permiten representar nuestras pala-

bras mediante letras; es efectivam

ente una de las señales de la presencia de la razón el expresarse con letras, y cierta m

anera de conversar con las m

anos, dando persistencia con los caracteres escritos a los sonidos y a los gestoS» (G

REC

, 107). e) Poner nuestras m

anos en las de otro es rem

itir nuestra libertad. o sobre todo desistir de ella confiándola, es abandonar nuestro poder. Citem

os a este propósito dos ejem-

plos: el homenaje feudal entraña la im

mixtio

manuum

. El vasallo, normalm

ente arrodi-llado, con la cabeza desnuda y desprovisto de arm

as, pone sus manos en las de su sobe-

rano, que cierra las suyas sobre las de aquél. Por este rito de hom

enaje hay pues una ra-diación de sí m

ismo por parte del vasallo

y una aceptación por el señor (GA

NF, 92).

Las obligaciones que resultan son recíprocas. H

ay tam

bién una

disposición análoga

para la virgen y el ordenando. El ritual des-cribe la cerem

onia por la cual la virgen o el ordenando colocan sus m

anos juntas en las del obispo. El sentido que aquí se da corro-bora las últim

as palabras de Cristo: in ma-

nus tuas Dom

ine. comm

endo spiritum m

eum.

d) La imposición de las m

anos significa una transferencia de energia o potencia. A

sí, al com

ienzo del siglo 111, en la comunidad

cristiana de Roma había un cierto núm

ero de m

ujeres que, habiendo renunciado al ma-

trimonio, querían hacer profesión de virgini-

dad. Solicitaban de un obispo la imposición

de manos, a fin de obtener una consagración

oficial de su voto. Por temor a que tal im

po-sición no se confundiera con la que se em

-pleaba para la ordenación de los sacerdotes, fue m

ás tarde prohibida: lo que prueba la im

portancia dada a este gesto ritual y la am-

plitud de su

significación. La

Tradición Apostólica de H

ipólito es significativa a este respecto. A

mbrosio de M

ilán en su tratado D

e virginibus relata una anécdota según la cual una joven que quería consagrarse a D

ios, pero que sus padres deseaban casar, intentó hacer fracasar la voluntad de su fa-

Manto

milia de la siguiente m

anera: se puso cerca del altar, agarró la m

ano diestra del sacerdo-te y la puso sobre su cabeza pidiéndole que recitara la oración de bendición. Se conside-ró entonces que estaba ligada y dotada de un poder divino.

M.-M

.D.

8. La mano, por últim

(), es símbolo de ac-

ción diferenciadora. «Su significación se jun-ta con la de la -+

flecha y recuerda que el nom

bre de Quirón, el Sagitario, cuyo ideo-

grama es una flecha, viene de la palabra

mano» (V

IRI, 193). La m

ano es como una

síntesis, exclusivamente hum

ana, de lo mas-

culino y lo femenino; es pasiva en lo que

contiene; activa en lo que tiene. Sirve de arm

a y utensilio; se prolonga por sus instru-m

entos. A

simism

o ella diferencia a los hombres de

cualquier animal y sirve para diferenciar

también los objetos que toca y m

odela. Incluso cuando indica una tom

a de pose-sión o una afirm

ación de poder: la mano de

justicia, la mano echada sobre un objeto o

territorio o la mano dada en m

atrimonio,

distingue a quien ella representa, ya sea en el ejercicio de sus funciones o en una situa-ción nueva.

Mano de m

ortero (de almirez) -+

pistadero.

Manto, abrigo. l. El m

anto (brat) es parte de los atributos reales de los dioses de Irlan-da. En el relato de Tochm

arc Etaine o Cor-tejo de Etaín, en com

pensación del perjuicio sufrido en una riña (un ojo reventado) y a pesar de una pronta curación, el dios del otro m

undo, Mider, reclam

a como com

pen-sación un carro, un m

anto y la muchacha

más

hermosa de

Irlanda en m

atrimonio.

Este manto es sin ninguna duda el de M

a-nannan (del que M

ider es otro nombre), que

es un manto de. invisibilidad (la tarnkappe

de Sigfrido en el Cantar de los N

íbelungos) y de olvido. En el relato de la Serglige C

on-C

ulaind o Enfermedad de C

úchulainn, el dios sacude su m

anto entre su mujer Fand

(golondrina) y el héroe Cúchulainn, al que tenía por am

ante, a fin de que no se vuelvan a encontrar m

ás (OG

AC

, 10,295; CELT, 15); él

la vuelve invisible. El dios Lug lleva un abri-go sem

ejante cuando atraviesa todo el ejérci-