CARACTERIZACIÓN Y DEFINICIÓN DE LAS EMOCIONES.
(MATERIAL DE CLASES)
Dr. Ivan Pincheira Torres
Asignatura: Estudios Sociales en EmocionesDepartamento de Sociología, Universidad de Chile
Introducción
En los que viene a continuación se presentan una serie de propuestas que han
intentado definir y describir las principales características que comportan las emociones. Si
bien es cierto en esta revisión de autores no se agota el universo general de lo dicho sobre el
fenómeno de las emociones, sin embargo, este conjunto de teorías que presentamos –al
menos- nos permitirán reconocer lo corporal –por un lado- y lo evaluativo –por el otro-
como dos dimensiones constitutivas del fenómeno emotivo. Este es uno de los principales
puntos de discusión en el campo de estudios de las emociones, de acá se desprenden
distintas posiciones. Sin duda que es necesario la incorporación de un mayor números de
autores dedicados al estudio de las emociones, esto nos proporciona un arco comprensivo
mayor, no obstante las propuestas teóricas acá reseñadas nos proporcionan un adecuado
marco de análisis. Será acerca del carácter social de las emociones que nos concentraremos
prioritariamente en este trabajo. En definitiva, nos interesa arribar a un concepto de
emoción que nos permita ubicarlas como un observable que puede ser abordado desde
distintas herramientas metodologícas utilizadas en la investigación social.
El carácter corporal de las emociones
Para algunas teorías, las emociones son fenómenos fundamentalmente dependiente
de estados del cuerpo, gatillándose directamente –sin mediar ningún proceso evaluativo o
reflexivo- a partir procesos fisiológicos, neuronales, hormonales, viscerales. En
concomitancia por lo propuesto por Charles Darwin en su estudio sobre “La expresión de
las emociones en el hombre y en los animales”, desde ciertos sectores de la Psicología
(Wiliam James, Paul Ekman) y la Neurociencia (Joseph LeDoux, Susana Bloch) se
sostendrá que la emociones son productos de cambios en el estado del cuerpo. La emoción
es la percepción de cambios ocurridos a nivel físico. No sería necesario, en esta versión, el
procesamiento mental de la circunstacia gatillante de una emoción. Se trata de un tipo de
percepción que, de manera espontánea, y sin recurrir a mayor información, dispara
automáticas modificaciones corporales; ya sean éstas viscerales (James) o faciales
(Ekman). Posteriormente, el reconocimiento de dichos estados corporales da paso a la
emergencia de la emoción. Dicho de otro modo, los estados emocionales se suscitan luego
de las afectaciones corporales. “estoy triste porque lloro, no lloro porque estoy triste”, así
plantea W. James. Por su parte Paul Ekman se abocaría al estudio pancultural de la
expresión faciales de las emociones. Segín el psicólogo norteamericano, las emociones
tienden a expresarse del mismo modo en distintas sociedades, siendo reconocidas de
manera innata por miembros de distintas sociedades. Así también, tanto Antonio Damasio,
Joseph LeDoux como Susana Bloch plantean la preeminencia de los proceso fisiológicos al
momento de sentir. Las emociones se suscitan a nivel corporal y posteriormente se someten
a procesos evaluativo-cognitivo. Ciertamente que estos autorres no tienen mayor
inconveniente a asumir que los procesos interpretativos pueden modicar los estados
emotivos de los individuos.
No obstante lo anterior, desde el campo de la Neurociencia también surgen
perspectivas que, sin dejar de considerar la prevalencia del cuerpo al momento de
experimentar una emoción, igualmente asumen la existencia de procesos evaluativos al
momento de sentir una emoción. Esto es lo que encontramos en las propuestas de
Humberto Maturana quienes, junto a los aspectos biologicos, reconocen la participación de
procesos cognitivos en todo estado afectivo. Para Maturana los sistemas orgánicos se
constituyen en un constante acoplamiento estructural con su ambiente. En esta dirección, lo
corporal estará supeditado a la dinámica relacional en la que se desenvuelven los
individuos. Lejos de ser una unidad aislada, más allá de conformarse en mecanismos
automáticos de sobrevivencia, lo emocional debe entenderse en la exterioridad social en la
que los individuos se desenvuelven.
Las preguntas, ¿qué es primero, la acción o lo orgánico? O ¿la dinámica del emocionar va de lo orgánico a la acción o al revés?, son preguntas engañadoras, porque presuponen una disyunción que no ocurre. La emoción, como fenómeno biológico, pertenece a la relación y es un modo de fluir en ella, no es causada por lo orgánico, aunque, por supuesto, lo involucra (Maturana, 1998: 157).
Biológicamente, las emociones son disposiciones corporales que, en continua
imbricación con su entorno, gatillan dominios de acciones. En esta dirección, junto con
constituirse en la premisa a priori desde la cual operará la racionalidad, las emociones se
conforman en el a priori constitutivo de lo social. Lo que nos parece pertinente en la
propuesta de Maturana es la relevancia asignada a las emociones, las cuales –más allá de
estar remitidas al plano puramente fisiológico- serán ubicadas y problematizadas al interior
del plexo de lo social.
La condición social de las emociones
Para autores provenientes principalmente de las teorías cognitivas, las emociones se
entienden como producto de mecanismo mentales a través de los cuales evaluamos una
situación determinada; será, entonces, luego de esta mediación reflexiva que surgen las
emociones. Según Robert Solomón y Cheshire Calhoun, para estas teorías las emociones
son consideradas como algo que depende de cogniciones. Cognición aquí no refiere
solamente el acto de conocer. “La cognición, en este contexto, puede ser simplemente una
creencia o una interpretación de una cosa o situación” (1989: 28).
Las emociones, por sus propias características, constituirían indicadores de la
relevancia o de la indiferencia, del grado de interiorización, del compromiso o del rechazo
con que los contenidos culturales son asimilados por grupos e individuos dentro de una
misma comunidad. En esta visión, entonces, se asume que las percepciones y las creencias
juegan un rol central en las experiencias emocionales. En este sentido, tal como señala
Tatiana Rodríguez Salazar (2008), para el estudio de la cultura y sus distintos grados de
apropiación, las aportaciones de la investigación cognitiva sobre las emociones han sido
relevantes.
Una vez que las emociones son remitidas al campo de las evaluaciones o
congniciones, de inmediato se asume el vinculo entre emociones y sociedad. Esto es así
porque se constata que toda evaluación, a partir de la cual se generan las emociones, se
relaciona con un contexto social específico. Será al interior de marcos culturales concretos
que se suscitan los procesos evaluativos. El estudio del vínculo existente entre emoción y
campo social es lo que justifica y hace pertinente el abordaje del fenómeno emotivo por
parte de las Ciencias Sociales.
Filosofía de las emociones
Para Aristóteles (384-322 a. de C) la emoción es definida como “una condición
según la cual el individuo se transforma hasta tal punto que se queda con el juicio afectado,
que viene acompañado de placer y dolor”. Las palabras clave que Aristóteles asocia a las
emociones son envidia, cólera, lástima y temor. Sin embargo, el enfoque del estudio de
Aristóteles sobre las emociones es centrado en la cólera. Así aborda los factores que
desencadenan la misma, llegando a reconocer algunas reacciones fisiológicas y
comportamentales, analizando las creencias morales y sociales. Posteriormente en "Ética a
Nicómaco", Aristóteles señala que las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas
a favor de una buena convivencia.
Por otro lado, las aportaciones proporcionadas por los estoicos sobre las emociones,
parten desde un punto de vista totalmente negativo, las consideraban como una
perturbación innecesaria del ánimo. Séneca ya condenaba la emoción como algo que puede
convertir la razón en esclava. Crisipo veía la emoción como algo perturbador basándose en
su teoría de los contrarios afirmó que “el mal consiste en lo que es contrario a la voluntad
de la razón del mundo destruye y perturba el equilibrio” .
Los estoicos atribuyeron la culpabilidad de los problemas humanos a las
emociones como resultado de los juicios que el individuo tiene del mundo. De esta manera
los estoicos son considerados los precursores en estudiar las emociones partiendo de una
valoración cognitiva (de Souza Barcelas, 2011).
En la misma línea expuesta por los estoicos, buscando guiar adecuadamente las
pasiones humanas por medio de la razón, Baruch Spinoza (1632-1677) define a las
emociones como modificaciones del cuerpo que aumentan o disminuyen nuestro poder de
actuar. En su libro la Etica sostendrá: “Por afectos entiendo las afecciones del cuerpo por
las cuales la potencia de actuar del cuerpo es aumentada o disminuida, y al mismo tiempo
las ideas que se tienen de estas afecciones” (en Calhoun y Solomón, 1989: 83). En
definitiva, para Spinoza las emociones son un rasgo esencial a partir del cual se dirime
nuestra capacidad de acción.
Martín Heidegger es otro filosofo relevante para quien las emociones resultan ser
una preocupación clave. Heidegger habla solo ocasionalmente sobre emociones
específicas, pero los “estados de ánimo” son, para él, la base misma de la conciencia
humana. La idea que nos hacemos de cualquier situación siempre se manifiesta en uno u
otro estado de ánimo. Para Heidegger siempre estamos inmersos en un estado de ánimo. “El
da ejemplos como temor, aburrimiento, esperanza, alegría, melancolía y desesperación.
Hasta la pálida falta de ánimo es un estado de ánimo” (Guignon, 1989: 251). Nunca
podemos estar libres de los estados de ánimo. Los estado de ánimo son una cualidad propia
de “ser en el mundo”. Ser humano es estar contextualizado en una situación específica del
mundo: una situación incómoda, peligrosa, vergonzosa, atemorizante o simplemente
aburrida. Los estados de ánimo contribuyen a dar forma al significado de estas
situaciones.
De alguna forma siendo cercana a las posiciones de Spinoza y de Heidegger, esta
misma descripción de las emociones, entendidas como un elemento clave sobre el cual se
funda la extensión o limitación de las capacidades de acción de los sujetos, la encontramos
en la teórica marxista Agnes Heller. Distante de un tipo de análisis centrado en la
dimensión macro-estructural de la vida social, la teorica húngara se adentrará en el estudios
de los ámbitos de la vida cotiadiana. En esta línea de investigación, en su libro titulado
Teoría de los Sentimientos, sostendrá que “Sentir es estar implicado en algo. Lo cual
significa regular la apropiación del mundo desde el punto de vista de la preservación y
extensión del Ego” (1980: 35). Para Heller las emociones están continuamente presente en
la vida de los sujetos. De este modo, compartiendo también los postulados de la teoría
psicológica de la Gestalt, propondrá que esta constante presencia de las emociones se hace
manifiesta ya sea como una figura central o como trasfondo desde la vida humana.
Estudios sociales en emociones
Las emociones no surgen y no son expresadas en el vacío: son fenómenos
socialmente construidos dentro de contextos culturalmente definidos. De este modo nos
resulta más sugerente abordar el fenómeno de las emociones en relación al escenario
social en que se originan. En estas circunstancias –y siempre en dialogo con aquella línea
de estudios vinculada a la Sociología de las emociones (Le Breton, 2009; Scribano y Figari,
2009; Hochschild, 2008; Illouz, 2007; Nussbaum, 2006; Elster, 2002; Bericat, 2000; Luna,
2000), de nuestra parte, dado su carácter histórico-contextual, vamos a problematizar los
nexos existentes entre el plano emotivo y las contemporáneas prácticas gubernamentales.
De esta forma, lo que nos interesa es dar cuenta del despliegue de unas técnicas de gobierno
interesadas en conocer e intervenir sobre los estados emotivos de la población.
Las emociones emergen al interior de marcos socialmente estructurados. De esta
forma, junto con fijar su atención en el plano micro de la interacción social, son varios los
investigadores que se concentrarán en la relación existente entre emociones y el nivel
macro de las estructuras sociales. Así, por ejemplo, nos encontramos con abordajes que han
explorado en el rol de las emociones en el sostenimiento de normas sociales, como así
mismo en el rol de las normas sociales en la regulación de las emociones (Le Breton, 2009;
Elster, 2002). Desde otro ámbito, la relación entre emociones y producción cultural se ha
incorporado como un área de indagación dentro del discurso teórico-crítico de los estudios
culturales latinoamericanos. Así se advertirá que las distintas dimensiones de la afectividad
se han manifestado permanentemente en la producción cultural del continente. Desde la
novela romántica del siglo XIX, los boleros de mediados del siglo XX, hasta los
melodramas televisivos de hoy en día, las emociones resultan ser un aspecto estructurante
de los artefactos culturales producidos en el territorio latinoamericano (Moraña y Sánchez,
2012). Así mismo, el manejo de los procesos emocionales en los espacios laborales
contemporáneos también ha sido una temática documentada desde los estudios sociales en
emociones, en estos términos, se ha constatado la configuración de técnicas gerenciales
para el manejo de los aspectos emotivos de los trabajadores (Hochschild, 2008; Illoiz,
2007). Por otra parte, igualmente se ha constatado que las emociones ocupan un lugar
destacado en el derecho, figurando en la formulación y la administración de la ley. El
derecho sin la apelación a la emoción es prácticamente imposible. El derecho, por lo
general, toma en consideración el estado emocional de las personas; tanto de la víctima
como del victimario (Nussbaum, 2006). Por último, las emociones también han sido
ubicadas dentro del orden de las relaciones de poder de las sociedades contemporáneas. De
este modo, formando parte de las estrategias capitalistas de “evitación del conflicto social”,
se desarrollarán “mecanismos de soportabilidad” conformados a partir de “dispositivos de
regulación de las sensaciones” (Scribano y Lisdero, 2010; Grosso y Boito, 2010).
En este punto, la noción de habitus también nos resulta pertinente para dar cuenta de
la relación entre emoción y sociedad. Propuesto por Pierre Bourdieu (2011), a través del
término habitus se constatará la existencia de unas estructuras sociales objetivas que,
inscritas en las estructuras subjetivas, actuarán como principios de generación de prácticas
y representaciones de los agentes. Ahora bien, al igual que Bourdieu constata que el habitus
–entendido como el conjunto de disposiciones internalizadas que llevan a los individuos a
la acción- está mediado por instituciones sociales específicas, como la escuela por ejemplo,
por nuestra parte vamos a sostener que las emociones no pueden ser comprendidas al
margen de las estructuras sociales con las cuales los individuos se relacionan.
Las emociones forman parte precisamente de las disposiciones internas de los
sujetos y, por lo tanto, se encuentran mediadas por las estructuras sociales. De este modo,
entonces, en dialogo con todas estas distintas propuestas investigativas, en nuestro estudio
nos concentraremos en la descripción de aquellos procedimientos mediante los cuales el
fenómeno emotivo de la felicidad ha venido siendo objeto de atención por parte de la
actuales prácticas gubernamentales.
Definición y caracterización de las emociones
El término emoción nace del latín emovere que significa mover, agitar. Procede
además del término emotĭ-ōnis que hace alusión al estado de ánimo y a su manifestación
corporal. De este modo las emociones serán definidas como la “alteración del ánimo
intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”,
tal como lo señala la Real Academia Española (RAE). No obstante está definición,
podemos constatar que “no existe una teoría unificada para dar cuenta de todos aquellos
aspectos que científica, popular y aplicadamente se agrupan bajo el término emoción”
(León, 2006: 366). Hasta la fecha no existe una completa claridad acerca de qué son las
emociones, debido a lo cual no resulta extraño constatar que hay casi tantas definiciones de
emoción, como número de autores dedicados a esta materia existen (León, 2006; Thoits,
1989).
Pese a la conclusión anterior, a partir de la bibliografía producida es posible referir a
algunos de los principales componentes que los fenómenos emotivos envuelven. En esta
dirección, buscando discutir tanto el rol de las emociones en el sostenimiento de normas
sociales, como así también el rol de las normas sociales en la regulación de las emociones,
el noruego Jon Elster (1996) describirá algunas de las principales características que
mostrarían las emociones.
En estas circunstancias, como punto de partida, sostendrá que lo caracteriza a las
emociones es el hecho de estar comúnmente dirigida a alguna cosa, es decir, que ellas
tienen un objeto intencional. En segundo lugar, las emociones tienen un antecedente
cognitivo. Antes de reaccionar emocionalmente a una situación, nosotros hemos procesado
la situación cognitivamente. Pero, por otro lado, las emociones también tienen
consecuencias cognitivas: las emociones pueden causar una reconsideración de la
impresión que causaron en un primer momento. En tercer término, además de excitar
intencionalmente antecedentes cognitivos, la mayoría de las emociones están asociadas con
una tendencia a la acción. Pero no todas las emociones tendrían tales tendencias de acción:
tristeza y pena, por ejemplo, no parecen provocar acción ninguna. Finalmente, para el
teórico noruego las emociones tienden a tener expresiones fisiológicas: enrojecer,
empalidecer, sonreír, llorar, mostrar los dientes, fruncir el seño, desmayarse, etc. (Elster,
1996: 1387-1388).
Otro aspecto de primordial relevancia al momento de adentrarse en este campo de
problematización, es el que refiere a la cercanía entre conceptos tales como emoción,
afecto o sentimiento. A este respecto la académica norteamericana Peggy Thoits (1989),
cuando realice un mapeo general por algunas de las aportaciones más relevantes dentro del
incipiente campo de la Sociología de las emociones, sostendrá que dentro de las emociones
pueden distinguirse las sensaciones, los afectos, los estados de ánimo y los sentimientos.
Mientras que los dos primeros términos (sensaciones y afectos) se consideran menos
específicos, en cambio, los dos últimos (estados de ánimo y sentimientos) tendrán
características más delimitadas.
El término general “sensación” incluye la experiencia de manejo de estados físicos
(por ejemplo, hambre, dolor, fatiga), así como el manejo de estados emocionales. La noción
de “afecto” refiere a evaluaciones ya sean positivas o negativas (gusto/disgusto) de un
objeto, comportamiento, o una idea; los afectos también tienen una dimensión de
intensidad y de actividad. Por otro lado, los “estados de ánimo” son más crónicos y, por lo
general son menos intensos. Por último, los “sentimientos” son patrones socialmente
construidos de sensaciones, gestos expresivos y significados culturales, todo lo cual se
encuentra organizado en torno a la relación con un objeto social. Según Peggy Thoits,
ejemplos de los sentimientos son el amor romántico, amor de los padres, la lealtad, la
amistad, y el patriotismo. También existen otros sentimientos más transitorios, tales como
ciertas respuestas emocionales relacionadas con situaciones de pérdida (la tristeza, la
envidia) o con situaciones de triunfo (orgullo, gratitud).
De este modo se asume que el sentimiento participa del proceso mediante el cual las
relaciones sociales, tanto a nivel micro (interacción entre las personas) como a un nivel
macro (mantenimiento de la estructura institucional) se mantienen durante un plazo
relativamente duradero. En definitiva, a partir de esta caracterización, en diálogo con
algunas destacadas aportaciones al interior de los estudios sociales, Thoits logra enfatizar
los antecedentes sociales en la formación de la amplia esfera de las emociones.
Del lado de las neurociencias también es posible advertir la elaboración de
distinciones entre las nociones de emoción y sentimiento (López Mejía et al, 2009;
Damasio, 1999). Dentro de algunas propuestas existentes en este marco de análisis, el
término emoción a menudo es usado para referirse sólo al estado corporal (estado
emocional, como por ejemplo una alteración en la frecuencia cardíaca y respiratoria, la
contracción y relajación involuntaria de los músculos faciales y la emisión de sonidos). Las
emociones serían respuestas provienen tanto de los mecanismos innatos del cerebro
(emociones primarias) como de los repertorios conductuales aprendidos a lo largo del
tiempo (emociones secundarias).
Los sentimientos, en cambio, son la evaluación consciente que hacemos de la
percepción de nuestro estado corporal durante una respuesta emocional. Los sentimientos
son conscientes, objetos mentales como aquellos que desencadenaron la emoción
(imágenes, sonidos, percepciones físicas). Las emociones que no se perciben como
sentimientos son inconscientes y, sin embargo, pueden tener efecto sobre nuestras
conductas.
Ahora bien, de nuestra parte, más allá de estas precisiones y distinciones de orden
semántico, y pese a reconocer la valides por especificar las distinciones entre estos
concepto tales como emoción y sentimiento, no obstante, de nuestra parte vamos a utilizar
indistintamente estos conceptos. En tanto son denominaciones que nos permiten referir a
procesos que se suscitan al nivel de las percepciones que fundan nuestra relación con el
mundo, las nociones de emoción y sentimiento las utilizamos indiferentemente. En esto,
además, coincidimos con la perspectiva dominante en el campo de la Sociología de las
emociones (Scribano, 2009; Bericat, 2000; Luna, 2000).
Siguiendo este criterio, a continuación mencionamos algunas definiciones de
emociones propuestas desde la teoría social.
El británico que Stuart Walton (2005) constatará que las emociones “no son tan
sólo esas manifestaciones espasmódicas de sensación o sentimiento que surgen como
respuesta a los estímulos externos, sino el lecho rocoso sobre el cual se erige una gran
parte, por no decir toda, nuestra vida social”.
Para la marroquí-israelí Eva Illouz (2007), las emociones son “aquella energía
interna que nos impulsa a un acto, todo lo cual implica al mismo tiempo cognición, afecto,
evaluación, motivación y el cuerpo”.
Para el francés David Le Breton (2009: 106); “Sentimiento y emoción nacen de una
relación con un objeto, de la definición que hace el sujeto de la situación dentro de la cual
está implicado, es decir, que inducen una evaluación, anque sea intuitiva y provosoria. Esta
se basa en un repertorio cultural que distingue los diferentes estratos de la afectividad y
mezcla relaciones sociales y valores culturales que se apoyan que se apoyan sobre una
activación cultural”.
Para la norteamericana Arile Hocschild (2011: 111), por emoción se refiero “a la
conciencia de la cooperación corporal con una idea, un pensamiento o una actitud, y a la
etiqueta adosada a esa conciencia. Por sentimiento entiendo una emoción más suave”.
Para la norteamericana Martha Nussbaum (2008: 41); “Las emociones comportan
juicios relativos a cosas importantes, evaluaciones en las que, atribuyendo a un objeto
externo relevancia para nuestro bienestar, reconocemos nuestra naturaleza necesitada e
imcompleta frente a porciones del mundo que no controlamos plenamente”.
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