El ballet clásico
profesional
Sacrificio diario a cambio del
sueño de toda una vida
Por: Eva Rodríguez-Arias Suárez
Bien temprano, un café. Cambiarse y correr hasta clase de ballet. Volverse a cambiar, y
correr hasta el trabajo. Con suerte, comerá tranquila. O puede que, con mucha suerte,
pueda acercarse a casa a comer. Luego a trabajar. Plegar a las 2 de la mañana. Llegar a
casa. Dormir por fin. Pocas horas después, bien temprano, un café. Del Raval a Camp de
l'Arpa, de Camp de l'Arpa a Universitat, de Universitat al Raval. Una y otra vez. Y el
domingo, jornada completa en el restaurante.
Este es un día habitual para Pilar. Una rutina cíclica donde no tiene cabida el descanso,
pensada para mantener su pequeño piso, compartido con su pareja, otra pareja más y
el espontáneo de turno que acojan temporalmente en su sofá. Lo que más le gratifica es
poder subirse, durante unas horas, a las puntas de sus zapatos rosas de ballet.
Pilar llegó a Barcelona en invierno del año pasado. Vino desde Alicante para poder dar
clase de ballet en la Escuela de Ballet David Campos. Una escuela, al parecer, de
renombre fuera de nuestro país. Pilar aclara que el ballet no es una disciplina muy
normalizada en España. Se practica, si, y contamos con grandes bailarines españoles
conocidos a nivel internacional. Eso, rectifica, es porque se han marchado de aquí. Se
van para ir a buscar posibilidades de ganarse la vida bailando. Podríamos decir que
España es el huevo: se rompe, pero el pollo va a desarrollar sus plumas a otra parte.
Emigración forzada y necesaria si se quieren tener oportunidades de triunfar.
El ballet es una de las disciplinas más exigentes que existen. Requiere, en muchos casos
-y cada compañía cuenta con sus propios sus cánones- una complexión atlética y
delgada. Es decir, un cuerpo fuerte y ligero. La elasticidad, otro esencial, está mano a
mano con el equilibrio y la concentración. Cada movimiento requiere un tiempo de
perfeccionamiento. Mucho tiempo en la barra, de cara al espejo, comprobando los
errores, corrigiendo los detalles. Las horas, inexorables, pasan minuto a minuto
mientras un grupo de jóvenes aspirantes a bailarines sudan -agradeciendo cada gota
que les hace derramar por la frente como prueba de una gran lección recibida- al
compás de la música clásica y de un exigente profesor que ama compartir su tiempo
con estas promesas. Hoy aquí, mañana quien sabe, debe pensar el profesor. Debe ser
triste pensar que la oportunidad aguarda en un rincón de mundo, para muchos,
inalcanzable de momento. El ballet requiere el cien por cien de cada bailarín: un
porcentaje que pocos pueden ofrecer, ya sea por la edad, la situación económica o la
imposibilidad de compaginarlo con los estudios.
Pilar eligió Barcelona y David Campos como escuela de formación sin dejar nada al azar.
En 2004, la escuela recibió uno de los convenios más importantes del país, donde se
reconoce a Campos como coreógrafo y director de danza de referencia y le otorga
ayudas económicas necesarias para llevar a cabo los proyectos con éxito, además de
residencia en el Teatre Sagarra de Santa Coloma de Gramenet. Desde que empezaron,
no han dejado de cosechar éxito: han actuado en teatros importantes de la ciudad
condal, como el Tivoli, el Romea, el Condal, el Goya y el Liceo. La influencia de la escuela
traspasa fronteras, incluso extendiéndose por Asia. Es, por tanto, un buen comienzo
para Pilar.
El mayor problema que tiene un bailarín que empieza es la financiación de su proyecto
de vida. El primer pago a afrontar es la audición, pero son necesarias para empezar a
abrir ventanas y, en algunos casos, puertas afortunadas. Ser bailarín es una profesión, y
como profesión toca ir ascendiendo.
Las ganancias en las giras con la compañía -si se tiene la suerte de participar- no
alcanzan los gastos de transporte ni la manutención. Es decir, una vez termina el viaje,
el crédito del bailarín queda a cero de nuevo. Se aprovecha de ellos hasta la última gota
de vocación para pagar lo mínimo.
Luego esta el gobierno. 21% de IVA en la cultura. Las entradas aumentan de precio y las
salas reducen su riesgo de aforo completo: una relación indirectamente proporcional.
Pilar salta al mínimo roce superficial sobre el tema. No puede entender que se esté
dejando agonizar el más bello arte concebido. Tampoco comprende como se le deja
escapar: por qué se permite a otros países gozar del monopolio de las compañías de
danza. Aclara, a modo anecdótico que, en países como Rusia, la danza está tan
normalizada que es habitual que los jóvenes se cortejen unos a otros invitándose a ver
el ballet. Se ríe, imaginando una situación similar en nuestro país. Realmente
inconcebible. Realmente triste.
El desaliento de Pilar es transitorio. Apura su café y con una sonrisa perfectamente
estudiada, entra en el restaurante, dispuesta a completar una jornada más. Saldrá tan
tarde que no volverá a pensar en ello. Lo volverá a hacer a la mañana siguiente,
mientras se sujete a la barra de ejercicios tan fuerte como se ciñe sus sueños.
El ballet clásico profesional Sacrificio diario a cambio del sueño de toda una vida
(A DOBLE PÁGINA) Dominar las vueltas con elegancia sin perder el equilibrio es cuestión de práctica y de conocimiento profundo del eje del cuerpo.
Pilar prepara su mochila para ir corriendo a su clase de ballet matutina.
En un espejo improvisado en el salón, Pilar se hace un recogido elegante y pulido, importante para la apariencia de la bailarina.
Tener esparadrapo a mano es esencial para los pies de una bailarina que sufren a diario.
El ejercicio del ballet es muy agresivo para los pies: las puntas endurecidas producen callos, heridas y deformaciones.
Pilar comparte con Pepe, su pareja, y otra pareja más, un piso de 45 metros cuadrados.
Ajetreada, Pilar deja por la mañana su pequeño piso en el Raval para ir a su clase de ballet.
Calentar es obligatorio antes de comenzar con el ejercicio, ya que la intensidad es elevada y hay que evitar lesiones.
El espejo es el elemento indispensable de toda clase de ballet: permite corregir la postura y observar a los compañeros en la ejecución de una coreografía.
Pilar salta bien erguida y manteniendo la postura correcta, un hecho indispensable en la ejecución de cualquier ejercicio.
Pilar aprovecha un momento de calma para relajar sus pies: sin duda, es un dolor constante en estas clases.
Cuando la tensión y la frustración acumuladas durante la clase se liberan, las risas entre compañeros son constantes.
Una pausa antes de seguir: en breves comienza su jornada laboral.
CIERRE: Pilar compagina su pasión con su trabajo en el restaurante Woki Organic Market, en Universitat.
Valoración de la realización del fotorreportaje
En mi fotorreportaje he hecho el seguimiento del día a día de una bailarina joven que
quiere dedicarse profesionalmente a esta disciplina. Lo ideal era encontrar una historia
parecida a la suya y, a pesar de mi falta de confianza en conseguirlo, curiosamente me
he encontrado con una historia más interesante de lo que me esperaba.
Mi primer contacto fue a través de e-mail con la Escuela de Ballet David Campos. A
pesar de no recibir respuesta, me acerqué. Decidí llamar primero, y me confirmaron los
horarios de las clases. El día siguiente estuve dos horas en una clase, donde chicos de
unos 19 a 25 años se dedican prácticamente en exclusiva a esta disciplina.
Tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con algunas chicas, y Pilar fue la más
participativa. Quise saber más de ella, y le propuse de quedar.
Una mañana me invitó a conocer su casa, su entorno y su historia. Me sentí afortunada
de haber encontrado una historia que pudiera contar y que pudiera servir a otros de
ejemplo. Decidí, pues, centrarme en ella.
Así ha sido la secuencia de toma de contacto con el tema, y así ha quedado el resultado.
Lo que comenzó siendo un fotorreportaje de temática general, se ha convertido en la
narración de una historia personal, un intento por poner cara visible a una realidad que
parece que no existe: el hecho de que los artistas de nuestro país, aquellas personas
que trabajan en el campo de la cultura y las artes, deben emigrar para lograr una
oportunidad para vivir de la pasión que les mueve en su día a día. España pone trabas
constantes a la cultura, y es algo que debe contarse.
Gracias a este fotorreportaje he conocido como es de real esta problemática. Además,
me he reencontrado con esta vieja pasión, el ballet, y he conocido a personas que me
han sabido transmitir como es de importante en sus vidas y en especial, Pilar, como
lucha día a día por seguir su sueño hasta el final, dejando atrás su familia, su entorno, su
pueblo e incluyendo en su vida lo fundamental para seguir adelante: la pasión y el
sacrificio.
Además he descubierto técnicas fotográficas, he perdido el miedo a la cercanía con el
objeto captado, y he descubierto, para mi sorpresa, como es de expresiva la fotografía y
como de lejos está de ser una disciplina muda, ya que tiene infinitas capacidades de
comunicar a través de esta.