ABRIENDO HORIZONTES 6
Colombia, un país que debe perdonar
Horacio Arango Arango., S.J.
José Antonio Girón Sierra
Rubén Fernández Andrade
Beatriz Restrepo Gallego
Francisco José de Roux Rengifo, S.J.
Javier Giraldo Moreno, S.J.
Adolfo Nicolás Pachón S.J.
ÍNDICE
Presentación
Horacio Arango Arango, S.J.
Diferentes miradas del Proceso de Paz en Colombia
Parte uno
Esta guerra hay que pararla y no de cualquier manera
José Antonio Girón Sierra
Parte dos
Ideas centrales que orientan la actuación del Gobierno Departamental de
Antioquia la más educada frente al proceso de paz
Rubén Fernández Andrade
Sobre los Diálogos de Paz
Beatriz Restrepo Gallego
Reflexiones sobre el perdón, ante el conflicto armado colombiano
Francisco de Roux, S.J.
Al oído de los que dialogan sobre la Paz
Javier Giraldo Moreno, S.J.
Palabras del Superior General de la Compañía de Jesús a los Miembros del
Centro de Fe y Culturas
Adolfo Nicolás, S. J.
Reseña de los autores
PRESENTACIÓN
Esta encrucijada permanente que nos exige a los colombianos definirnos entre los vientos de guerra y los esfuerzos por la paz ha sido una constante en la historia de Colombia. Guerra y Paz han sido temas recurrentes de grandes titulares de prensa, de investigadores y de publicaciones, pero ha sido sobre todo una enorme pesadilla para muchos y un gran anhelo de todos.
En estas dinámicas en las que se cruzan la inteligencia y la barbarie nuestra sociedad ha vivido tiempos gratos en los que pareciera predominar la sensatez que exige la salida negociada y ha intentando también el triunfo militar como modo de solución de este largo y penoso conflicto armado interno que nos deshonra y nos desangra. Por eso todo paso hacia la paz es importante y debemos apoyarlo y celebrarlo. En Colombia con más de 40 años de conflicto armado, todo lo que signifique aclimatar la solución política negociada y desmontar los aparatos armados al margen de la ley, es un aporte a la paz.
Hoy nos encontramos en un momento denso e importante para el presente pero sobre todo para el futuro de Colombia. El gobierno nacional ha decidido iniciar unos diálogos en una primera etapa “ocultos” con la insurgencia de las FARC y ahora ya hechos públicos en Oslo y en la Habana para poner fin a la guerra interna fratricida.
Este hecho nos parece de suma importancia para el proyecto de sociedad en la que prevalezca el reconocimiento y a su vez el respeto a la igual dignidad de todos, apuesta que creemos que solo podrá hacerse visible por el logro de la paz. Por ello en el Centro de Fe y Culturas apoyamos todos los esfuerzos encaminados a lograr la paz.
Creemos que es conveniente y necesario para toda la sociedad que tanto el fenómeno insurgente como el paramilitarismo hagan parte del pasado. O en otras palabras, que no tengan vigencia y se puedan superar de forma definitiva tanto militar como culturalmente. Es urgente entonces, dar todos los pasos necesarios para cimentar una cultura de paz que se instaure en la interioridad de los ciudadanos y se exprese en el ejercicio de nuevas relaciones entre todos los colombianos. Sabemos que esta tarea no es nada fácil y que se constituye en un desafío de enormes proporciones. Para empezar, debemos afincarnos en el respeto al otro, diferente como condición necesaria para alcanzar la paz que tanto anhelamos. Hoy creemos que no es viable una paz de vencedores y vencidos que siembre el territorio de más dolores y retaliaciones.
Lo conveniente es que tanto el Gobierno como las Farc se llenen de realismo y se concrete una agenda posible que responda y atienda los temas más inmediatos y básicos para el desmonte de estructuras armadas como inicio de esta larga
caminada. La desmovilización, la reparación a las víctimas, la restitución de tierras y la participación en política de los combatientes, consideramos que representan el punto de partida. El tema del narcotráfico requiere ser abordado con transparencia y sinceridad y además determinar con absoluta claridad sus verdaderos alcances. No pueden quedar como cabos sueltos los vínculos con su producción y exportación. Apoyamos, por tanto, la decisión del Gobierno de no hacer de la mesa una pasarela de “protagonismos” y centrarse con pocos actores en lo fundamental de este primer tiempo, lejos de micrófonos, “luces y sonidos”. Según un comunicado de los máximos jefes de las FARC prometen que entablarán un diálogo de paz con el Gobierno con seriedad, sensatez y pragmatismo. Por eso, cada tema debe tener claros sus términos, sus límites y alcances.
El compromiso de las partes, de no levantarse de la mesa aunque en medio del conflicto se produzcan tempestades y turbulencias, lo consideramos valeroso y definitivo para sembrar este proceso sobre bases sólidas y duraderas. Consideramos urgente en la reflexión que hacemos desde el Centro de Fe y Culturas, ayudar a infiltrar en la mentalidad de los colombianos una nueva mirada frente a los enormes retos que implica en concreto una opción verdadera por la paz. Temas como la equidad, la superación de la pobreza, la justicia, la verdad, la reparación, la reconciliación y el perdón constituyen la agenda ética sustancial de todo este gran propósito que creemos, además, deberán ser abordados por toda la sociedad colombiana en su conjunto.
Por esta razón no queremos dejar pasar de largo estos tiempos críticos y densos en los que se debate la suerte de la sociedad sin decir nuestra palabra y sin presentar nuestra posición. Propugnamos no por una sociedad amorfa y sin conflictos, pero si por una sociedad en la que prime la inteligencia y sepa tramitar sus conflictos por la vía civilizada del dialogo, la negociación y la persuasión y no por la fuerza o la intimidación.
Esta es la razón por la cual en este año 2013 hemos decidido entregarles esta publicación de “ABRIENDO HORIZONTES 6” con la mirada puesta en este nuevo intento, en este nuevo esfuerzo que busca PARAR ESTA GUERRA y crear un nuevo escenario en el que se propicie la consecución de la PAZ.
Creemos que el país debe entrar en consonancia con este proceso y adelantar paralelamente reflexiones y propuestas en torno a salud, educación, infraestructura y empleo. De esta manera, todos nos ponemos en movimiento, convencidos que la paz exige el concurso de todos y que es el rostro auténtico de los Colombianos.
Agradecemos a los autores de los textos y en especial a la CONGREGACIÓN MARIANA de Medellín por hacer posible esta publicación que hoy está en sus manos y que esperamos le resulte de interés y le ayude a comprender lo que está en juego y la responsabilidad que nos compete como colombianos en la tarea de hacer mejor y más humana la vida de todos.
Padre Horacio Arango A., S.J
Director Centro de Fe y Culturas
DIFERENTES MIRADAS DEL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA1
Parte uno
Esta guerra hay pararla y no de cualquier manera
José Antonio Girón Sierra
Esta guerra se caracteriza porque nadie cree en
nada de lo que hace o dice el adversario. En
general los colombianos no parecemos capaces
de creer en la verdad del otro, y a veces ni
siquiera en las evidencias de la realidad.
William Ospina
Gracias por la amabilidad de invitarme a escribir en este libro y poder compartir las
ideas que se han venido trabajando desde hace un buen rato con respecto a ese
largo conflicto que vive la sociedad colombiana y que ha dejado en todo su
desenvolvimiento trágico, millones de víctimas.
La coyuntura que vive la sociedad colombiana reviste una importancia capital, de
allí lo decisivo que resultaría la existencia de espacios en los cuales se facilite el
encuentro ciudadano para que sea la palabra, y no las armas, la que domine el
amplio mundo de nuestras relaciones e interacciones. Es indispensable que la
sociedad en toda su pluralidad y diversidad se resista a cualquier pretensión de
homogeneizarla, pues es precisamente en esta diversidad y pluralidad en donde
residen sus mayores oportunidades. Bienvenidos, pues, los esfuerzos
encaminados a que se rompa el silencio impuesto por el miedo que fragmenta y
altera de manera profunda la vida en comunidad y que pongamos en juego
nuestras diferencias en una perspectiva constructiva, que no nos matemos sólo
porque somos diferentes. Este dialogo civilista debe aspirar a una reflexión
profunda sobre lo que ha pasado, no para profundizar y atizar los odios, sino para
que tramitemos las distintas ideas que tenemos sobre la sociedad a la cual
aspiramos.
Me ocuparé de cuatro puntos, espero que les sean claros y motivadores:
1 Este texto corresponde a la adaptación de la transcripción del panel ofrecido por José Antonio Girón Sierra y Rubén Fernández Andrade en el Centro de Fe y Culturas, el 19 de junio de 2013
En primer lugar, es necesario hacer una precisión: el proceso que se adelanta en
entre el Gobierno Colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), no es, desafortunadamente, el fin del conflicto en Colombia. Es
una de las tantas negociaciones parciales que ha tenido el país, esto de ninguna
manera quiere restarle importancia al proceso, pues se trata de resolver uno de
los conflictos armados más antiguos del mundo, con una fuerza insurgente
llamada, por algunos, el enemigo histórico del Estado Colombiano.
Lo que quiero poner de presente es que no se debe caer en el equívoco de que
aún bajo la posibilidad de que este proceso resulte exitoso, se ha llegado a la PAZ
en mayúscula, como a veces se habla desde el Gobierno y los medios. En
Colombia el conflicto armado no ha sido el mismo siempre, éste, en razón de su
antigüedad, se ha transformado muy determinado en algunos casos por factores
externos. De la violencia liberal conservadora de la década de los cincuenta,
entramos en los sesenta con la idea de llevar a cabo una revolución que cambiaría
de manera radical las estructuras del Estado y desde mediados de los ochenta,
irrumpe la guerra desatada por el narcotráfico y el paramilitarismo. La irrupción del
narcotráfico en Colombia modifico muchas cosas, entre ellas el conflicto armado.
De esta manera, bien podríamos hablar de que dicho conflicto tiene dos caras: un
conflicto rural atravesado por una aguda disputa por la tierra y una masa
campesina sometida al despojo violento y al desplazamiento; y de otro lado, unas
confrontaciones urbanas que se han desatado en Colombia, particularmente
desde finales de la década de los ochenta, y que aún no hemos logrado
desenredar, las cuales, en la presente coyuntura se han hecho extensivas a las
principales ciudades capitales. Estas conflictividades no están de manera directa
como tema en la agenda de la Habana. En ello radican las limitaciones. Lo cual,
de ninguna manera pretende, como lo hemos indicado, restarle importancia a este
proceso de negociación, pues bien podría ser la posibilidad de que se generen, a
partir de la materialización de los acuerdos, procesos sociales y políticos que
impacten también estas conflictividades urbanas.
Antioquia es una región que arrastra por lo menos con la tercera parte de los
efectos adversos de este conflicto: homicidios, desplazamiento, despojo de tierras
violencia contra la mujer y reclutamiento forzado de niños. La victimización ha sido
inmensa, lo cual debe llenarnos de razones para superar la desesperanza y creer
en un proceso que no es posible imaginar que esté exento de dificultades y sobre
todo de enemigos, pero si todos sumamos sin duda las posibilidades de éxito
serán mayores. Es indispensable tener conciencia de esta realidad, pues mucho
daño han hecho no pocos discursos, que invitan a que sea el odio y la sed de
venganza la alternativa.
¿Cuáles serían las razones por las cuales este proceso de la Habana debería
renacer la esperanza del fin del conflicto armado, de los efectos de la guerra?
¿Por qué tenemos que creer en ese proceso?
Hace ya un buen tiempo organizaciones como INDEPAZ han venido aplicando
encuestas que miden la percepción que tienen las personas sobre la situación del
conflicto armado en Colombia. Allí, se indagaba sobre cómo el ciudadano del
común veía el conflicto, y qué postura se tenía sobre una posible negociación del
mismo. En sus resultados, muy parecidos a los que se dieron a conocer a finales
del año pasado, después de que conocimos la decisión del Gobierno de negociar
con la guerrilla, se mostraba que había un deseo general que apuntaba a que los
colombianos anhelaban la paz, pero dudaban y desconfiaban de los resultados
que podrían salir de una negociación política.
Esta situación de desconfianza no sólo no ha cambiado, un 70% de los
colombianos no quieren ningún tipo de concesión a la insurgencia. ¿Por qué
razones entonces, tenemos que creer en este proceso?
Porque en primer lugar venimos de un Gobierno que prometió la derrota armada a
la insurgencia y además convenció a la sociedad de que las posibilidades de una
negociación con el terrorismo no eran posibles. Después de ocho años de la
ofensiva militar más profunda que se hubiera desatado en el país, los resultados
no cumplieron lo prometido y se entregó un país con una guerrilla golpeada pero
no diezmada, no obstante dicha negociación dejo muchas dudas, y al país
inundado de paramilitarismo. Es pues el momento, de volver por un camino que
recogiendo los errores del pasado, nos permita parar esta guerra y no de cualquier
manera.
Esto de corregir los errores del pasado tiene una importancia capital. Al respecto,
el Gobierno Nacional en cabeza del presidente Juan Manuel Santos y sus
asesores, debieron realizar un proceso de evaluación rigurosa a lo que han sido
los procesos de negociación con todos sus aciertos y errores. Teníamos la amarga
experiencia del Caguan, obviamente todo el mundo sabía que era irrepetible, y
entonces sobre qué antecedentes Colombia debería cambiar su percepción de
fracaso.
Por espacio de ocho meses el Gobierno mantuvo un proceso de aproximación con
la insurgencia que terminó con un paso inédito en la historia colombiana: acordar
sin que se filtrara, una agenda sobre la cual deberían girar las discusiones y la
construcción de los acuerdos. El problema del Caguan, entre otros, fue que se
empezó primero por identificar esta agenda, lo cual nunca sucedió, pues la
modalidad de negociar en medio del conflicto se convirtió en un escenario que
impedía las tan indispensables confianzas y le daba argumentos a los enemigos
del proceso para abortarlo, como fue lo que al final ocurrió. Este componente
metodológico es muy importante porque en el Gobierno del presidente Uribe hubo
por lo menos tres intentos de acercamiento a las FARC y todos ellos fracasaron, o
porque bien las FARC salían a publicitar estos primeros intentos de negociación, o
era el Gobierno quien lo hacía.
Debe recordarse al respecto, que hubo un acuerdo promovido por países
garantes, tal vez el último donde estaba Suiza, entre otros, que era despejar un
municipio de Pradera en el Valle del Cauca y generar un territorio de paz, un poco
menos del territorio que se había estipulado en el Caguan. Pero fue el afán de
protagonismo y la falta de la reserva que una situación de estas demanda, lo que
al final condujera al fracaso de este intento.
En consecuencia, el llegar a “Un acuerdo general para la terminación del conflicto”
se convierte en un paso sin duda trascendental que significa ya un compromiso y
explicita una decisión de las partes, le da cierta claridad y transparencia al mismo
proceso de negociación. Esto contrasta con el proceso de Ralito, del cual aún hoy
se ignora qué fue lo que allí se negoció.
En teorías de conflictos siempre se ha dicho que en los enfrentamientos armados
los países siempre terminan en proceso de negociación, pero para llegar a ello,
estos tienen que haber madurado. ¿Qué significa esto? Es que los dos sectores
que estén en confrontación lleguen a la conclusión de no poder derrotar al otro,
esto es, que se ha llegado a una situación de un relativo equilibrio y que por esta
vía no sería posible lograr sus propósitos políticos.
Colombia vivió ocho años en la aplicación de una política de Seguridad
Democrática en donde, como se ha indicado, se llevó a cabo un volcamiento de
recursos que hoy llegan al 6% del PIB. Con un aliado como los EEUU, se dio
comienzo a una guerra que prometía no sólo derrotar al narcotráfico, sino a la
insurgencia. Como se ha indicado antes, ninguna de las dos cosas se lograron. No
se puede ignorar que fue durante estos años de Gobierno en los cuales se
propinaron los mayores golpes militares a la insurgencia y que a raíz de esta
ofensiva, se obligó a las FARC a cambiar de manera total su estrategia de guerra,
pero estos golpes militares y también políticos no fueron suficientes.
En procesos anteriores, guerrilla y Estado se sentaron en la mesa de
negociaciones, no para terminar el conflicto, sino para servirse de ella para sacar
ventajas militares en la confrontación armada. Esto es lo que ha llevado a que se
asegure por investigaciones que en Colombia los procesos de negociación habían
sido utilizados por el Estado y la insurgencia, para crear una especie de cortina de
humo donde cada parte pudiese ganar terreno de cara al conflicto y no para
plantear estrategias para solucionar el mismo. Dicho de otra manera, el conflicto
no había madurado.
En la actualidad asistimos a una situación nueva, que bien podría llevarnos a
pensar que podríamos estar en una situación distinta, esto es, de maduración del
conflicto, porque hay evidencias que sugieren que efectivamente, tanto el Estado
como la guerrilla de las FARC, habrían llegado a esa conclusión, es decir, que no
se pueden derrotar y que ya es el momento para negociar ese conflicto que se ha
generado entre ellos. La firma de la agenda antes indicada podría ser una
expresión concreta de ello.
Aparte de lo anterior, ya tenemos noticias de un segundo acuerdo, y éste versa
sobre el primer punto de la agenda. Este acuerdo del cual no se conoce mucha
información respecto de sus alcances, reviste mayor importancia pues se trata ni
más ni menos que sobre la tierra y el desarrollo agrario, componente que ha sido
reconocido como el más estructurante en cuanto a las causas del conflicto se
refiere. Algunos consideran que este tema tan importante en la génesis del
conflicto armado colombiano no debió tratarse de primero, pero lo cierto es que se
abordó y se ha llegado a un acuerdo. Considero trascendente que este proceso
esté arrojando acuerdos que permitan crear una especie de mojones que hagan
que el proceso se torne evolutivo y no involutivo. En la medida en que se va
avanzando en unos acuerdos es más difícil que este proceso retroceda.
Para muchos lo que se conoce de este acuerdo es bastante general. Pero debe
ser comprensible que en un ambiente donde los enemigos pululan y ya no son tan
ocultos se deba mantener un grado importante de reserva y lo que se publicite
tenga ese carácter general. Los colombianos podríamos dividirlos en dos
corrientes de opinión bien divergentes: aquellos que piensan que la única solución
es la derrota militar de la insurgencia y que cualquier concesión política y social
que se haga a los actores armados es concesión a organizaciones de carácter
terrorista, dejando de lado las implicaciones de ello, en materia de victimización. Y
por otro lado están aquellos sectores, que en mi opinión están creciendo en la
sociedad colombiana, de voces que dicen que es el momento de apoyar. Cada
vez hay más sectores sociales, económicos y la iglesia que vienen diciendo; ¡sí,
hay que apoyar esto y hay que darle salida al conflicto! Es decir, el tema de la
desconfianza y la incredulidad ha venido siendo superado, situación bastante
positiva pues, si algo necesita esta negociación, es que deje de ser un tema de los
guerreros y sea un tema que incite la deliberación pública, pues es la paz al fin de
cuentas el bien supremo, el bien que no tiene clase social.
Obviamente hay muchas inquietudes, en días pasados en un dialogo que hubo
directo con la insurgencia en el Consejo Municipal adelantaban algunos datos: uno
de los puntos centrales de este acuerdo agrario es que se creen fondos de tierras
para ser entregados a los campesinos, con el objeto de ampliar la frontera
agrícola. ¿Cuáles son las dudas que surgen al respecto? ¿Cuál es la composición
de ese fondo? Se piensa que ese fondo debe estar compuesto de veinte millones
de hectáreas, de las cuales once millones provienen de baldíos, cuatro millones
provienen de tierras que les van hacer expropiadas a los narcotraficantes y otros
cinco millones de tierras provienen de aquellos que las consiguieron de una
manera fraudulenta. Como el caso de Riopaila y otras que están apareciendo por
ahí.
El otro punto son las zonas de reserva campesina. Las zonas de reserva
campesina, son un formato de propiedad rural propuesto en el Gobierno de
Ernesto Samper Pizano bajo la ley 169; con el objeto de limitar el poder del gran
latifundio. Se creaban las zonas de reserva campesina, tierras que se le
asignaban a los campesinos, muchas de ellas provenientes de terrenos baldíos,
buscando que el estado le diera cierta autonomía a la administración de estos
predios, garantizando asistencia agrícola y brindando seguridad y mercadeo a sus
nuevos propietarios. La verdad es que esa política muy poco avanzó, entre otras
cosas porque muchos de los ministros que llegaron al ministerio de agricultura
frenaron ese proceso, pues era una real amenaza al poder del gran latifundio.
Hoy en Colombia solamente existe el antecedente de cincuenta experiencias de
zonas de reserva campesina. Al respecto, es muy importante señalar que el
movimiento que se está desarrollando en el Catatumbo, entre otras cosas está
pidiendo que buena parte de esos territorios sean convertidos en esas zonas de
reserva. Esa es una de las propuestas que está en ese primer acuerdo entre el
Gobierno Nacional y las FARC. Hay muchas reservas por parte del Estado para
desarrollar esa política, pero es una de las peticiones incorporadas como
propuesta del foro que desarrollaron en ese momento sobre el tema agrario y que
posteriormente fueron incorporadas a los acuerdos iniciales.
Viene finalmente un tema que fue el que se aprobó hace poco: participación en
política. Si el tema de tierras era un tema que tenía inmerso el origen histórico y
estructural del conflicto en Colombia, la participación política es el escenario en el
cual se va a dar o no sostenibilidad a este proceso, es un tema clave en un
escenario de postconflicto.
Colombia, ante la posibilidad de una negociación con la insurgencia e inclusive
con la que vivió con el paramilitarismo, no puede volver a repetir la experiencia de
la Unión Patriótica. Yo quiero hacer un pequeño paréntesis para contarles lo que
fue la experiencia Irlandesa al respecto, para que vean la diferencia de valoración
entre una sociedad y otra. En Irlanda estaba el IRA pero en el proceso de las
acciones armadas orientadas a reclamar por parte del Gobierno inglés autonomía,
el respeto a las identidades generadas por la religión y la demanda de una patria
unida, se creó una organización política legal el SINN FEIN. La sociedad Irlandesa
nunca vio mal que existiera esta organización que como fuerza legal, apoyara a
una organización armada como el IRA; vieron en ello más bien una gran
oportunidad que tenía la sociedad Irlandesa para contar con un actor con el cual
pudieran dialogar y discutir la situación misma del conflicto y abrir canales para
soluciones ajenas a la guerra.
En Colombia se ha explicitado como crítico, principalmente desde el
establecimiento, que las FARC aplicaran la validez de todas las formas de lucha,
esto es, le jugaran una doble cara al país: hacer la guerra y participar en política y
por ello, justificaran el asesinato de la casi totalidad de sus militantes. La realidad
es que esta estrategia no la inventaron las FARC, fue la elite gobernante desde la
época de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, donde comienza una forma
perversa de eliminar al contrario. Pero de fondo, la realidad es que no hay ninguna
justificación para que un partido que actuaba en la legalidad y sin armas fuera
acribillado. Es decir; Colombia no puede volver a repetir ese hecho.
¿Qué es lo que hay detrás de todo esto? Un primer aserto indispensable es
reconocer las profundas falencias de nuestra democracia. Si en un futuro acuerdo
con las FARC no existen las condiciones políticas ni legales e inclusive, no existen
las condiciones en la sociedad para que esta fuerza se convierta en actor político y
no armado, sin el miedo a ser asesinado, quiere decir, que no hay condiciones
para que vivamos en paz, no la merecemos.
Este punto de la participación política es crucial, porque si ocurre y se repite una
situación como la de ese entonces, volveríamos a un nuevo siglo de violencia, es
retroceder a una situación supremamente delicada para el país y además
entraríamos ante la posibilidad de cincuenta años más de guerra.
Hay muchas ideas que se vienen ventilando al respecto de los acuerdos que se
generen de esta mesa de negociación con las FARC. Hay un debate nacional
donde se plantea si Colombia le apuesta en una asamblea constituyente, o a
través de qué mecanismo se haría la refrendación del acuerdo: si es a través de
un referendo, una constituyente, plebiscito o de una consulta popular. La verdad
es que ese es un trabajo de los constitucionalistas y de los abogados, también de
cierta viabilidad práctica, pero es muy probable que Colombia se vea evocada a
una mezcla de esas alternativas.
Así, la propuesta de elegir por voto popular el Fiscal General de la Nación y el
Procurador requeriría transformaciones a la Constitución Nacional. Esos puntos
pueden ser llevados específicamente a un debate y a una discusión más
democrática, que fueron acordadas y aprobadas como aspectos centrales de cada
uno de los cinco puntos de ese proyecto general. Todo esto podría ser objeto de
un plebiscito o de un referendo.
Lo más importante, independiente de cualquiera de esas alternativas, es que
definitivamente la sociedad colombiana aproveche esta gran oportunidad y sea por
efectos de una negociación que se provoquen los cambios. Vivimos, como lo
señalara la Doctora Beatriz Restrepo en la paradoja de que: “es a través de los
agentes armados en donde se propician cambios en la transformación
democrática de la sociedad, pues desafortunadamente los colombianos no hemos
podido en nuestra misma estructura política, lograr transformaciones que
amplifiquen la democracia, trabajen el tema de los derechos sociales, políticos, los
derechos económicos y culturales y que realmente logren plasmarse en una
sociedad donde El Estado Social de Derecho consagrado a una institución,
realmente haya logrado desarrollos significativos en estos aspectos democráticos”.
Desafortunadamente ese es nuestro devenir democrático en donde las lógicas del
poder responden a un pensamiento que encuentra en la democracia una
amenaza, por ello la restringen, limitan y por momentos la ahogan. Es posible que
asistamos a un momento de quiebre en nuestra historia y estemos aunque con
pasos inseguros, abriendo la trocha que nos permita las transformaciones no sólo
en nuestra estructura política, sino también en nuestras mentes. El hecho de la
reconciliación no aparece por generación espontánea, no está estrictamente en el
campo del voluntarismo, es una construcción compleja, y en algún grado dolorosa,
que exige una mirada crítica sobre lo sucedido y una actitud esperanzada hacia el
futuro. Aquí es donde la palabra actúa como el gran catalizador y el vehículo sobre
el cual transite la defensa de intereses, así sea con la pasión necesaria, las
visiones de sociedad y las aspiraciones personales y colectivas, todo ello,
encaminado a encontrar un lenguaje común sobre lo común. En ello radica al
antídoto contra la guerra y la posibilidad de imaginar juntos las transformaciones
que permitan crear las condiciones para resolver esas otras guerras, esas otras
conflictividades como las que se están dando en el país.
Hoy el tema de los conflictos urbanos que atañen a un problema tan serio como el
narcotráfico, se está extendiendo por las principales ciudades del país y es uno de
los factores que está generando mayores efectos como vulneración de los
derechos humanos de todo orden y una de las mayores expresiones de
inseguridad. Entonces este proceso que está viviendo el país puede ser un gran
paso, una gran oportunidad. No estamos resolviendo la paz del país o como decía
un compañero, Jorge Giraldo: “¡no estamos para que nos tomen las fotos del
cierre del conflicto y el inicio de la paz!”. Eso probablemente en Colombia no lo
vamos a ver nunca, pero si estamos dando pasos importantes y en eso la
sociedad debe jugar un papel sustancial, porque si no se hacen preguntas sobre lo
que ha pasado, si no se dispone espíritu, alma y voluntad a que un proceso de
estos tiene costos que hay que conceder, que la lógica de la guerra no nos ha
producido nada y que esto tiene que llevar la sociedad a renunciar a unas cosas
para lograr otras, la reconciliación será una real utopía.
El reto está planteado. El balón está en nuestro campo y es a nosotros y a nadie
más a quienes nos corresponde que este proceso con todos sus defectos y
limitaciones en primer lugar sea exitoso y en segundo lugar, que no se haga de
cualquier manera. Tenemos el derecho a que por fin podamos dormir sin miedo.
DIFERENTES MIRADAS DEL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA2
Parte dos
Ideas centrales que orientan la actuación del Gobierno Departamental de
Antioquia la más educada frente al proceso de paz
Rubén Fernández Andrade
El Gobierno de Antioquia, en cabeza del gobernador Sergio Fajardo, ha expresado
su respaldo decidido al proceso de diálogos de La Habana y ha manifestado la
esperanza de que de allí, resulte para el país, la magnífica noticia del cese de las
hostilidades militares entre la guerrilla de las FARC y la fuerza pública.
Tenemos la convicción de que cada colombiano y colombiana tienen como deber
contribuir, desde su propio lugar, al buen suceso de este esfuerzo. Consistentes
con esta convicción y atendiendo el mandato del Artículo 22 de la Constitución
Política, Antioquia la más educada, viene adelantando el proceso PREPARÉMONOS
PARA LA PAZ, que busca crear escenarios de diálogo social acerca de las fortalezas
y retos que existen en los territorios, sus habitantes, organizaciones e
instituciones, para afrontar los procesos de reinserción y reconciliación y en
general, para la consolidación del cese de la confrontación armada y la
aclimatación de una paz duradera y estable.
A continuación se presenta un conjunto de ideas que orientan la actuación del
Gobierno departamental en este campo.
1. Lo que se negocia en La Habana no es la paz, sino el cese del conflicto
armado con la insurgencia.
Lo más conveniente para la sociedad colombiana es que no se haga ilusiones
infundadas respecto a los diálogos en marcha. Es mejor tener claro que, en la
Habana, no se está propiamente negociando la paz para Colombia y que el éxito
de esas conversaciones no dará como resultado una situación que podamos
llamar la paz en nuestro país; es más, según la experiencia nacional e
internacional, después de suscritos los acuerdos, son esperables períodos de
incremento de la violencia en los territorios que eran antes controlados por la
insurgencia.
2 Este texto corresponde a la adaptación de la transcripción del panel ofrecido por Rubén Fernández Andrade y José Antonio Girón Sierra en el Centro de Fe y Culturas, el 19 de junio de 2013
En sentido estricto lo que se está negociando no es más, pero tampoco menos,
que el cese de la confrontación armada entre la guerrilla y el Estado. Esto no le
resta importancia al proceso. Lo cierto es que allí está en juego la meta más
urgente e importante que tiene nuestra sociedad en frente. El ambiente de
confrontación militar que vive el país es ya un obstáculo insalvable para un
desarrollo sostenible que garantice la vigencia de los derechos de todas las
personas, y la perpetuación de ese conflicto anacrónico constituye una verdadera
vergüenza nacional. El tipo de confrontación armada que hoy tenemos no sólo
dilapida por miles, la vida de jóvenes en su mayoría de sectores populares, que
son la base de todos los ejércitos, sino que es un tremendo depredador de
nuestros ricos y frágiles ecosistemas, es un reproductor a gran escala de las
inequidades e injusticias existentes en nuestro país y, como si fuera poco,
representa un caldo de cultivo para el fortalecimiento de mafias de distinta
naturaleza que vuelcan luego contra la sociedad su violencia y su afán desmedido
de lucro.
2. La paz se construye en el territorio.
La tesis central del Gobierno de Antioquia la más educada, es que "el cese de la
confrontación armada se firma en la Habana, pero la paz se construye en los
territorios y la fragua la sociedad". Es aquí donde deberán desarrollarse
alternativas como la reconciliación, la reparación y el perdón. Por esta razón
resulta fundamental que esa sociedad discuta a fondo sobre sus condiciones para
afrontar los retos que se vienen, sobre sus miedos, sus rabias, sus frustraciones,
así como sobre sus experiencias positivas en un camino de reconciliación.
Preparémonos para la paz es justamente un escenario con ese propósito.
3. Lo que está en juego.
La negociación consiste en intercambiar el cese de la insurgencia armada por
garantías para la acción política de esa insurgencia. El beneficio para la sociedad,
de resultar exitosa la negociación es muy grande y consiste entre otras cosas en:
a) eliminar un factor de violencia extendido por todo el territorio; b) reducir el
ambiente de ilegalidad generalizada que implica la presencia de la guerrilla como
fuerza hegemónica en vastas zonas del país; c) liberar energías de la sociedad y
el Estado para la atención de otros conflictos y problemas, y d) eliminar la
justificación para la existencia de fuerzas y acciones contra insurgentes de
carácter ilegal.
Desde el punto de vista de la efectividad y celeridad de la negociación, lo más
conveniente es que en la mesa estén sentados no más que los representantes del
Gobierno Nacional y la comandancia guerrillera. La experiencia indica que la
presencia de otros actores allí, entorpece y retrasa el proceso. Esto no significa
diálogos autistas y no escuchar a la sociedad; hay previstos algunos mecanismos
en marcha que seguramente podrían mejorarse, pero en ningún momento deben
confundirse con la pretensión de erigir a otros actores económicos, sociales o
políticos como sujetos de la negociación.
4. ¿Qué justicia?
Para la sociedad la disyuntiva no es entre impunidad y paz, sino entre qué justicia
es la requerida, para hacer sostenible el cese de la confrontación armada y la
garantía de no repetición. No es cierto que el costo a pagar por una paz negociada
sea la total impunidad de los crímenes cometidos. En muy distintos países y
experiencias ha emergido la llamada “justicia transicional”, que precisamente
entiende que no siempre pueden aplicarse los parámetros de la justicia ordinaria
para juzgar delitos cometidos en el marco de una confrontación armada. Colombia
misma tiene ya una larga experiencia en este tema y no será la primera vez que
se acuerde un marco jurídico especial para tratar a los miembros de ejércitos
irregulares.
A diferencia del pasado, en la actualidad existe un marco jurídico internacional
mucho más exigente, con jurisdicción sobre nuestro territorio, que impide que
sencillamente pasen impunes algunos delitos prescritos en la legislación
internacional. Aunque es un tema muy difícil de asimilar, la sociedad debe
entender que no siempre la cárcel es la pena adecuada; muchas veces temas
como colaboración con la justicia, verdad, reparación a las víctimas, petición
pública de perdón o medidas similares, son tratamientos pertinentes para ciertos
delitos.
Es claro en todo caso, que los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles y
requieren y merecen algún tipo de sanción penal ejemplarizante.
5. Una guerrilla sin futuro y un Gobierno sin consenso.
Los actores sentados en esa mesa tienen ambos, severos aprietos: una guerrilla
sin perspectiva estratégica de triunfo y un Gobierno en representación de la
mayoría de la sociedad, que no ha sido capaz de derrotarla militarmente. La
guerrilla, en particular las FARC, están en un punto irreversible de ausencia de
perspectiva de triunfo, en primer lugar, por razones internas como la degradación
moral de una parte importante de sus tropas, crisis de mandos medios,
rompimiento de lazos orgánicos con la gran mayoría de la sociedad y el hecho de
que son una expresión rural en un mundo abrumadoramente urbano y, en
segundo término, por razones de la dinámica de la confrontación militar, tales
como las tecnologías, los medios de comunicación y movilización, el respaldo
internacional, etc. que le dan toda la ventaja al ejército oficial.
Pero por otro lado está el Gobierno, que representa institucionalmente a un Estado
y a una sociedad dividida y en la que, por primera vez, existe una oposición
abierta, activa y beligerante en contra de cualquier forma distinta de resolución del
conflicto distinta a la militar y opuesta a la más mínima transformación del statu
quo.
Por esto el proceso requiere ser rodeado de apoyo, en especial en los momentos
de su refrendación; no está garantizado en modo alguno que lo acordado cuente
con el consenso mayoritario suficiente en la sociedad; trabajar en esta dirección es
un imperativo del momento.
6. No cargar la agenda.
Es aconsejable no cargar la agenda de La Habana de expectativas. Las reformas
sociales, económicas y políticas deben tener como escenario la política y los
espacios que la Constitución Política tiene contemplados para ello. Las
organizaciones -movimientos sociales y políticos- no pueden, no deben delegar su
agenda en la guerrilla, pues no los representa. Salvo en algunos temas del mundo
rural que resultarán de los acuerdos de La Habana, en la mayoría de los temas lo
adecuado es crear condiciones para que la guerrilla ya desmovilizada y sin armas,
ponga en consideración sus propuestas y gane los apoyos políticos y electorales
suficientes para implementarlas.
Claro está que la sociedad también tendrá que hacer su parte y éste es quizás el
reto central. La masacre de la UP no puede repetirse. A cambio de que la guerrilla
acepte hacer política sin armas, la sociedad deberá crear condiciones para que
puedan existir representando seguramente, y ojalá, una visión distinta a la
mayoritaria en nuestro país.
7. Una sociedad con capacidad para dirimir mejor sus conflictos.
No es del caso esperar ahora el cese de todos los conflictos. El conflicto es
saludable para la sociedad y no existe sociedad sin conflictos. Lo crítico es la
manera de resolverlos. La sociedad colombiana tiene que aprender a construir y
dirimir mejor sus conflictos y el cese de la confrontación armada es una
oportunidad para ello. Por esto es preferible no hablar de posconflicto: ya será un
tremendo paso histórico, contar con una sociedad sin conflicto armado con los
insurgentes. Por lo demás, para nuestro infortunio, ya están instalados en la
sociedad colombiana la estructura y los actores de nuevos conflictos violentos, esa
criminalidad organizada que es el motor y se alimenta a su vez de nuestras
ilegalidades y que es cada vez más, una expresión local de enormes y poderosas
redes internacionales.
Las ideas aquí expuestas son apenas un borrador de trabajo para las tareas de
acabar la confrontación armada y construir una sociedad en paz, que sigue siendo
el tema pendiente de las generaciones de colombianos y colombianas de hoy.
Sabemos que la construcción de paz necesita paciencia y tomará años; implica la
reconstrucción del tejido social, de la confianza entre las personas y los grupos
sociales, de las economías locales y regionales, hoy destrozadas por la
confrontación, en una sociedad agobiada por la delincuencia que crece al abrigo
de la guerra. Implica, al fin de cuentas, la construcción de una nueva cultura, de
una cultura democrática que sustituya la violencia por la razón y la palabra, la
concertación y la construcción de acuerdos en vez de la imposición violenta en el
manejo de las relaciones entre las personas y las organizaciones sociales.
Esto será sólo un paso, pero un paso imprescindible para afrontar los retos más
interesantes y constructivos de erigir una sociedad con igualdad de oportunidades
para todos y todas en donde las herramientas del conocimiento, la innovación y el
talento de cada quien estén puestos al servicio del bienestar y la felicidad
individual y colectiva. Antioquia la más educada es una apuesta política para
ambos momentos: para el presente, de construcción de un ambiente que haga de
la confrontación armada una cosa del pasado. Pero sobre todo para el futuro, bajo
el convencimiento férreo de que la educación es el cimiento firme de esa nueva
sociedad que anhelamos.
SOBRE LOS DIÁLOGOS DE PAZ 3
Beatriz Restrepo Gallego
Éste texto trata de presentar algunos elementos para una reflexión en torno al
actual Diálogo de Paz en marcha en La Habana entre el Gobierno y las FARC,
que es, realmente, apenas la puerta de entrada al proceso de paz propiamente
dicho, que será un difícil esfuerzo posterior y de varios años.
Hay dos posiciones claras: quienes están a favor y quienes están en contra de
este proceso; aunque contrarias, ninguna de las dos puede ser despachada por
sus opositores de manera ligera u ofensiva: ameritan ambas atención y reflexión.
A ello se quiere invitar aquí, colocando como punto de partida, los conceptos
justicia y paz. Quienes están en contra del proceso, se basan en el primero: hay
que hacer justicia; los que están a favor, se basan en el segundo: hay que buscar
la paz. O sea que la consigna que durante tanto tiempo ha alimentado
movimientos cristianos, Justicia y Paz (mutuamente dependientes sus dos
términos) se ha visto convertida en una tremenda disyuntiva entre ellos: o justicia
o paz. Como si se tratara o de hacer justicia a cualquier precio o de buscar la paz
a costo de la justicia. Se pasará enseguida en este texto, a mostrar qué entramado
conceptual subyace en cada una de estas dos posiciones, con el fin de lograr una
mejor comprensión de cada una. Para luego invitar a unas reflexiones conclusivas,
derivadas de lo anterior.
Primera posición
Aquí, el concepto clave es el de justicia ligada al derecho, entendida como
resultado de la aplicación de las leyes; éste es el concepto de justicia legal, que es
distinto l de justicia moral, dependiente de la conciencia individual y social. (Ya de
entrada surge el antiguo e importante problema de la relación entre derecho y
moral, entre legalidad y legitimidad, o sea, el de la justicia entre el derecho o la
moral, que no es aquí el centro del interés pero que es relevante para el asunto
que nos ocupa.) La herramienta con la que cuentan las leyes para lograr la
3 A partir de apuntes preparados para un conversatorio organizado por la Corporación REGION (mayo 29, 2013), sobe los
diálogos de La Habana, en el que participé como facilitadora, junto con Antonio Madariaga, se desarrolló el presente texto. Agradezco a sus directivos la invitación.
justicia, es el castigo, por ello aquí se habla de una justicia fundamentalmente
punitiva. Así se dice que si no hay justicia se está entronizando la impunidad, lo
cual es para quienes se mantienen en esta posición, inadmisible. No puede
desconocerse cierto aire de venganza en esta concepción de la justicia: venganza
objetivada, regulada, razonada y proporcional, pero venganza. Remembranza del
antiguo dictamen: “El que la hace, la paga”. Por ello se ha señalado cómo la
polarización entre las dos posiciones en disputa, es en el fondo confrontación
entre los partidarios de la reconciliación o de la venganza.
Frente a la posición centrada en la justicia legal, se considerarán dos aspectos:
uno teórico, qué encierra esta comprensión de la justicia y otro práctico, cómo
aplicarla, que serán desarrollados a continuación.
1. Comprensión de la justicia legal (aspecto teórico). Como se dijo, aquí se
trata de la justicia ligada al derecho, resultado de la aplicación de las leyes,
que se concreta en la sanción o el castigo. El derecho penal actual ha
reflexionado sobre otras comprensiones de la justicia —más allá de castigar
una ofensa hecha a la sociedad— cuyo objetivo no es solamente punitivo y
que están basadas en una nueva comprensión de la pena y sus funciones.
Como dice la autora española María José Bernuz, en su texto “El Perdón,
reflexiones jurídicas”, que aparece en el libro La justicia entre la moral y el
derecho (Bernuz, 2013:90),la pena sólo se justifica cuando es útil en alguna
medida, ligada a la prevención y a la disuasión. La primera, como función
preventiva, busca evitar la reincidencia: se dirige a quien ha cometido un
delito, apartándolo o aislándolo de la sociedad para protegerla y
promoviendo su reinserción a la sociedad mediante la educación y el
trabajo. La segunda, función disuasora, se dirige a quien no ha cometido
delito, a la sociedad en su conjunto, mostrando a través de la pena o
castigo, que el sistema jurídico es eficiente y creíble, despertando con ello
el respeto a la normatividad y el derecho o la intimidación. Lo anterior
significa que en muchos estados hoy, se ha ido abandonando la
comprensión meramente punitiva o retributiva de la justicia, buscando
mecanismos alternativos a la prisión, por considerar que el castigo per se,
no resulta eficaz a menos que se le acompañe de otras acciones. Entre
nosotros, apenas se vislumbra esta nueva comprensión.
2. Cómo aplicarla (aspectos prácticos). Este aspecto es muy problemático,
surgen aquí dos asuntos: 1. Si se pide aplicación estricta de la justicia legal
punitiva, cómo administrarla y con qué recursos humanos, técnicos y
materiales, cuando es de todos conocida la postración del sistema judicial
en el país (acumulación de procesos, retenidos sin juicio, inequidad en las
sanciones, venalidad en las sentencias, etc.). 2. Si se habla de una forma
más moderna de justicia, para la resocialización y la prevención, dónde y
con qué recursos se llevaría a cabo, frente al hacinamiento en las cárceles
del país ampliamente conocido y objeto de preocupación, incluso por parte
del Gobierno; a las condiciones inhumanas en que viven los detenidos y su
secuela de una altísima reincidencia entre los que recuperan la libertad
luego de cumplir su pena.
Estos aspectos prácticos no son de poca monta: ¿cómo judicializar y castigar a
decenas, cientos de guerrilleros que abandonen el conflicto? ¿Está el Estado
tomando medidas para dar cuenta en un marco de derechos, de las condiciones
mínimas que aseguren el respeto a los detenidos, a su dignidad? En el contexto
de nuestra realidad, la exigencia de justicia, puede ser legal, pero moralmente es
difícil de mantener que la judicialización y el castigo sean la mejor y única manera
de hacer justicia.
Y ya para cerrar ese corto análisis del concepto de justicia subyacente en quienes
se oponen a un proceso de paz negociado por exigencias de la justicia legal, estos
elementos de reflexión. No es evidente que la pena, resultado de la aplicación de
la justicia legal, consiga algo distinto al mero castigo: ni la protección y
recomposición de la sociedad, ni la reinserción social de los condenados, ni la
obediencia al derecho y su aceptación, como tampoco la no repetición. Por ello en
otras latitudes (y teniendo en cuenta el crecimiento de la población carcelaria en
todo el mundo), el Estado de derecho está dando prioridad a sistemas de sanción
alternativos al penal, que limitan las intervenciones punitivas y hacen énfasis en la
resocialización. Mientras aquí, aun conociendo nuestras falencias y carencias,
estamos absolutizando la justicia legal y pidiendo del Estado leyes e
intervenciones cada vez más radicales.
Esta exigencia de aplicación de la justicia legal, se centra en el perpetrador pero
desconoce las condiciones del entorno y, por tanto, el papel de la sociedad. Es así
como hace recaer la responsabilidad total de esta guerra en los actores
insurgentes armados: ellos son los culpables mientras que nosotros, los
ciudadanos de bien, somos inocentes. No hay lugar aquí para una responsabilidad
plural, también del Estado y de la sociedad, aunque ésta sea en diverso grado y
en distintos aspectos. Mientras no haya una aceptación de corresponsabilidad, el
proceso enfrentará grandes dificultades y será escenario permanente de
polarización y mutua culpabilización.
Por otra parte, hay ausencia de una mirada de futuro que descubra cómo, en las
actuales condiciones, una aplicación exclusiva de la justicia legal, no sólo presenta
dificultades intrínsecas insalvables, sino que como toda intervención basada en el
castigo, estará siempre ligada a la retaliación y al rencor. En esta postura, que
hace referencia fundamentalmente al derecho y por ende al castigo, la memoria de
la sanción que mantiene vivos los agravios y exacerbados los ánimos, ligada al
pasado, dificulta la proyección a un futuro diferente que abra espacio a la verdad,
al perdón y al arrepentimiento y sus derivados, la reparación y la reconciliación,
que son los verdaderos escenarios para la paz social y política que el país
reclama.
Por último, quienes claman por la aplicación de la justicia, no están, con igual
intensidad y paralelamente, reclamando del Estado intervenciones que generen
credibilidad en el sistema jurídico; pidiendo educación en el respeto a la
normatividad y al Derecho (tarea que ha asumido en buena medida el sector
social); como tampoco exigiendo enfrentar de manera radical las condiciones
sociales que están a la base de este conflicto. Quienes exigen justicia, desestiman
así, la integralidad del proceso, que es más que justicia, tal y como lo han dicho,
no sólo el P. Javier Giraldo S.J., en su texto “Al oído de los que dialogan por la
paz”, 05.19.13) sino también uno de los voceros del Gobierno, Sergio Jaramillo en
reciente conferencia (Universidad Externado, 05.13.13).
Segunda posición
Si bien en esta perspectiva el concepto que prima es el de la paz: terminar con
esta guerra (P. F. de Roux S.J.) como punto de partida, ello no significa que se
abandone el concepto de justicia. Pero ya no se trata de la estricta justicia legal
ligada al derecho, sino de la justicia transicional (Decreto 4800 del 2011) ligada al
contexto y a las situaciones a las que se enfrenta, pero sobretodo, fundamentada
en principios distintos a los de ley (como son la legalidad, el juicio, el castigo) que
la ubican, más bien, en el ámbito de la justicia moral. El concepto anterior de
justicia ligado al castigo pone en el centro del asunto, necesariamente, a los
victimarios; mientras que en esta segunda posición, el centro son las víctimas (en
seguida se verá por qué), largo tiempo desconocidas, invisibilizadas, postergadas.
Y esto bajo varios referentes: dotarlas de identidad (no sólo a los victimarios como
se ha hecho hasta ahora), poner punto final al sufrimiento, reparar el daño hecho,
asumir la solidaridad como expresión de corresponsabilidad y, no menos
importante, generar las condiciones para que estos hechos no se repitan.
También en esta posición, hay dos aspectos importantes por relievar; el uno de
carácter teórico, el concepto de justicia transicional y el otro de carácter ético, los
principios morales que fundamentan esta opción.
1. Ya se dijo que aquí se acoge otro concepto de justicia: la justicia
transicional, que incorpora tres momentos: verdad, reparación y
compromiso de nunca más y que son las más sentidas demandas por parte
de las víctimas. Vale la pena mencionar que la mayoría de las víctimas no
reclaman justicia legal, es decir, castigo para sus victimarios; son,
precisamente, los que no son víctimas los más radicales e intransigentes en
esta posición. De entrada se señala que el concepto de justicia transicional
tiene un vacío: el arrepentimiento, que puede o no motivar el perdón por
parte de las víctimas o la reparación y/o el compromiso de no repetición por
parte de los victimarios; pero que en todo caso, es absolutamente necesario
para la reconciliación y que no puede ser obligado. Su ausencia obedece a
tres razones: desde la perspectiva judicial, su presencia no es determinante
al momento del fallo y la aplicación de sanción; desde la perspectiva
política, éste no se da cuando los delitos se asumen cometidos como parte
de un compromiso político así sea ilegal; y desde la ética, su presencia no
sólo es el resultado de un acto libre y autónomo, sino que sólo es posible
en conciencias morales formadas en los principios y valores compartidos
por una comunidad.
Tal vez valga la pena recordar —a propósito del arrepentimiento— las condiciones
del sacramento de la confesión, importante contribución de la Iglesia católica,
como única religión que incluye esta práctica, al conocimiento de sí y al orden
social, pero que también ha sido fuente de miedo y culpabilización, de hipocresía y
mala conciencia. Muy en desuso en la práctica hoy, sigue siendo sólido en su
planteamiento. El sacramento de la reconciliación, como también se le llama
ahora, supone: examen de conciencia (autor reflexión), contrición de corazón
(arrepentimiento), confesión de boca (verdad), propósito de enmienda (garantía de
no repetición) y satisfacción de obra (reparación); no se queda por fuera ninguna
de las condiciones para el perdón. Entre nosotros recién empieza, con dificultades,
a ser aplicada la justicia transicional: se ha avanzado con más fuerza en el
momento de la verdad; apenas se inicia con graves problemas, la reparación; pero
aún no se ve ningún avance en el compromiso del nunca más; por el contrario, los
perpetradores parecen contrarios al reconocimiento de su responsabilidad en este
largo conflicto y en casos particulares de violación grave de los derechos
humanos. En todo caso, aunque la justicia transicional no es perfecta, de hecho,
ha rendido mejores frutos en los procesos a escala mundial en los que se ha
recurrido a ella. Por lo demás, ha sido reconocida por el Estado (Decreto 4800 del
2011), por el cual se compromete a propender por generar un espíritu público de
profundización en la democracia en el marco de la justicia transicional.
2. En cuanto a los fundamentos de esta segunda opción, éstos son dos, a mi
modo de ver: los conceptos de igual dignidad humana y de perdón, ambos
de raigambre moral. El punto de partida es el del reconocimiento, respeto y
valoración de la dignidad igual de todos los seres humanos, cualesquiera
sean sus condiciones particulares, naturales, civiles o sociales. Es decir,
aquí se habla de la dignidad tanto de las víctimas como de los victimarios:
frente a estos últimos surgen las mayores reticencias. La dignidad, como
dice el P. F. de Roux, ni aumenta ni disminuye, puede, eso sí, ser
enaltecida o humillada y ello se debe al trato recíproco que exprese o no el
reconocimiento y respeto por ella o a las condiciones de vida que permitan
o no visibilizar y ejercer esa dignidad. Este concepto de origen cristiano,
estuvo durante mucho tiempo confinado al ámbito religioso. Fue Kant quien
en el s. XVIII lo introdujo en el ámbito de la ética, en su texto
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, en la formulación de
su imperativo categórico: actúa de manera que respetes siempre la
dignidad que hay en ti y en los demás y, agrega, el ser humano por su
dignidad tiene valor y no precio y no puede ser tratado como medio, sino
siempre como fin. Más modernamente, el concepto fue introducido y
legitimado por Naciones Unidas al colocarlo como fundante de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Es importante
señalar aquí que esta dignidad se reconoce, además, tanto en los vivos
como en los muertos: a éstos, el reconocimiento de su dignidad les confiere
el derecho a una identidad, a la restitución de su buen nombre (en los
falsos positivos), al regreso de sus restos al seno de su familia y comunidad
y a la memoria colectiva. Éste es el importante sentido que tienen todos los
ritos funerarios y de la memoria que hoy se reclaman para las víctimas. En
los arts. 3° y 4° del Decreto nacional 4800 del 2011, se habla en esta
dirección de la reparación simbólica de las victimas mediante la
implementación de mecanismos tendientes a mantener viva su memoria,
entre ellos, la reconstrucción de la memoria colectiva, la recuperación de
sus restos, las celebraciones conmemorativas y la erección de monumentos
públicos.
En cuanto al segundo concepto, perdón, éste marca una distancia importante
frente a la posición anterior: el perdón no acaba de encontrar un lugar dentro del
Derecho (conciliaciones, indultos, amnistías) porque perdón y derecho se han
construido sobre bases muy distintas, morales en el primero, legales en el
segundo. De origen religioso, cristiano, para ser más exactos, el perdón se
mantuvo en ese ámbito durante siglos. Sólo en el siglo XX (y luego de los horrores
del Holocausto judío), fue introducido en la filosofía moral (ética), por autores
como Hannah Arendt, Paul Ricoeur, y Jacques Derrida.
La filósofa alemana, fue la primera en elaborar una sólida reflexión sobre el
concepto, al que llega a partir de una consideración de la temporalidad humana y
su relación con la libertad en La condición humana (Arendt, 1983: 265-274). El
perdón hace relación al pasado, es la manera como los humanos enfrentamos la
irreversibilidad de lo hecho: cambiamos el pasado cuando ya éste no es fuente de
ira, culpabilidad o dolor ante un mal perpetrado o recibido, gracias al perdón (sea
hacia sí mismo o hacia otro). Así planteado, el perdón es, fundamentalmente, un
acto de sanación y de liberación. Se da libremente, aunque el victimario no haya
pedido perdón, es pues un acto personal de enorme libertad, que puede no
involucrar a nadie más. Consecuencia de la pluralidad humana puesto que se trata
de una relación víctima-victimario, es, en el fondo un acto de profunda soledad,
radicalmente personal que no reclama reciprocidad. Pero es aún, un acto
incompleto, porque no asegura el restablecimiento de una relación, que ya es un
acto eminentemente plural. Para ello se requiere que el perdón sea solicitado
como fruto del arrepentimiento, que se ofrezca reparación y se asegure que no
habrá repetición. Sólo en ese momento es posible la reconciliación. Puede pues
haber perdón sin reconciliación, pero no reconciliación sin perdón previo. Por ello
la paz es el resultado de la reconciliación, no sólo del perdón, porque supone la
capacidad recuperada de interactuar, de perseguir objetivos comunes.
Jacques Derrida en su texto “El perdón”, que aparece en el libro El perdón virtud
política (Derrida, 2008: 122), en sus últimos años, mostró preocupación por el
tema del perdón en entrevistas, artículos y ensayos que le dieron gran celebridad:
suya es la radical afirmación de que sólo se perdona lo imperdonable. Inicialmente
señala la tradición religiosa del perdón, no sólo cristiana, sino de las religiones
abrahámicas (judaísmo, cristianismos e islamismos) que proceden de un tronco
común: en ellas el perdón es una gracia propia de la divinidad monoteísta. Este
concepto, sin embargo, se ha secularizado —a raíz de las grandes tragedias
humanitarias del s. XX—, está en vías de universalización y hoy es tema jurídico,
político, cultural y, por supuesto, moral. Pero en concepto de Derrida, el perdón,
dada la gravedad y magnitud de estos crímenes, rebasa (sin negarlas) todas estas
esferas, para presentarse como algo excepcional y extraordinario, pues mientras
algunos hablan de un perdón limitado o condicionado y de actos imperdonables,
para él, el perdón es, tiene que ser hoy, un acto que perdona lo imperdonable.
Este planteamiento adquiere especial significado en nuestra situación, en la que
se han cometido crímenes atroces, propios de un conflicto tan degradado como
éste. Otra importante idea de este filósofo es la del peligro de banalizar el perdón
a propósito de los cruentos conflictos en curso a escala mundial, fenómeno que él
denomina escenificación: comisiones, informes, actos de rememoración,
conmemoraciones…, que se multiplican y dan cuenta de una urgencia universal
por la memoria, de una necesidad moral en la historia, de un afán por humanizar
lo inhumano.
Por su parte Paul Ricoeur, en su importante obra: La Historia, la memoria, el olvido
desarrolla en su parte final “Epílogo” (Ricoeur, 2000: 585-646) una detallada teoría
sobre el perdón con el significativo título de El Perdón difícil. También para este
autor, el carácter imperdonable del mal moral tiene que ver con lo jurídico, lo
político y la moralidad social, pero en cuanto tal, pertenece propiamente a lo más
profundo de la mismidad (ipseidad) del ser humano. Desde lo jurídico, está la
tarea de definir la naturaleza de los crímenes y de aquellos que por su gravedad
son imprescriptibles; desde lo político, se trata solamente de definir la
institucionalidad que responde por el castigo; desde la moral social es la
consideración debida a todo hombre, singularmente en este caso al culpable, que
debe estar asegurada. Pero como expresión de la mismidad de quien perdona, el
perdón es incondicional, evade cualquier normalización, no logra ser
institucionalizado y expresa solo la voluntad gratuita de quien pronuncia la palabra
liberadora de perdón.
Son significativos para nuestra reflexión, los siguientes temas. Perdón y falta,
conceptos inseparables que Ricoeur expresa como el abismo entre la profundidad
de la falta y la altura del perdón, desproporción entre el daño infligido y la voluntad
de perdonar; solo puede haber perdón allí donde se puede acusar a alguien,
imputarle una falta, por ello la importancia de los procesos de verdad. Perdón y
castigo, el castigo no recae sobre el crimen sino sobre quien lo perpetró;
igualmente el perdón no recae sobre el crimen que es imperdonable, sino sobre el
agente. Así el poder del perdón permite desligar al agente de su acto, para dar
lugar a su reconocimiento, al de su dignidad: tú eres mejor que tus acciones.
Muestra de confianza en las posibilidades de bondad que subyacen en todo ser
humano. Perdón y don, la gratuidad del perdón lo asimila a la gracia y al don: la
lógica de la equivalencia es la propia de la economía de la justicia, mientras que
aquí reina la lógica de la superabundancia, de la generosidad. Esta orientación
hacia el don y el amor es la que mantiene al perdón alejado de lo jurídico y de lo
político (institucional). Perdón y conciencia colectiva: aunque el perdón es un acto
íntimo de cada persona, sí puede hablarse de un perdón colectivo, resultado de la
convergencia de una voluntad de perdón al interior de una comunidad dada. Otra
cosa son los actos institucionales de perdón o las peticiones de perdón por parte
de gobernantes, cuya validez es solo simbólica.
En fin, quienes en su apuesta por la paz, se apartan de la justicia legal —anclada
en el castigo que mantiene actuante el pasado—, acogen, más bien, la justicia
transicional que incorpora el compromiso con la verdad, la reparación y la no
repetición, como caminos hacia la reconciliación (según Mgr. Nel Beltrán), abierta
al futuro. En un proceso que apunta hacia un futuro de paz, resultan más efectivos
el perdón y la reconciliación que abren posibilidades de una nueva vida, que el
castigo que retrotrae siempre al delito cometido.
Cuatro ideas finales
Ya para terminar, cuatro ideas que pueden ser motivo de reflexión y aporte a la
toma de una posición frente a las conversaciones de paz que se adelantan en La
Habana.
1. Volviendo a los dos conceptos de justicia que están en juego, puede
decirse que en el primero, la justicia legal se aplica a los victimarios, por
medio del castigo y la prisión. Pero no va más allá de mantener la vigencia
del derecho penal; nada hace en términos de favorecer el arrepentimiento y
la resocialización de los perpetradores, y más bien poco en términos de
aclimatar la reconciliación y asegurar la protección de la sociedad y el
fortalecimiento de la institucionalidad. Mientras que en el segundo, la
justicia transicional hace justicia a las víctimas a las que permite acceder a
la verdad (qué pasó y quién lo hizo), recibir reparación (se les reconoce una
identidad, se les pide perdón y se les concede alguna indemnización) y
asegurarse del nunca más (no repetición de los mismos actos por parte de
los victimarios).
2. Muy importante no olvidar que este tema de los diálogos de la Habana
hacia la construcción de la paz, está estrechamente ligado al de la
reparación de las víctimas: sin aquel, éste no va a cumplirse. La
estremecedora lectura del reciente informe de la Comisión de memoria
histórica, Basta ya, que evidencia en las narrativas de los sobrevivientes el
sufrimiento físico y las humillaciones de las víctimas letales y no letales,
muestra que es éste un asunto de humanidad, que apela, por tanto, a
nuestra conciencia moral. Poner fin al sufrimiento es lo más importante, los
aspectos legales y de política, son subsidiarios como apoyo al logro de lo
que es fundamental: reparación y condiciones de no repetición. Cuando se
tiene de manera directa conocimiento —como sucede ahora— de la
extensión y profundidad del horror de este conflicto, la conciencia moral
conmina a la reparación de ese daño y a la restitución de los bienes y
condiciones que permitan reasumir a las víctimas su vida con dignidad; el
castigo a los victimarios no es la prioridad ni puede obstaculizar lo primero.
3. Un tema que no ha sido planteado con suficiente fuerza y es muy
promisorio en la actual coyuntura que vive el país en torno a los diálogos
entre el Gobierno y las FARC es el papel de la mujer en este proceso (que
no es precisamente reclamar presencia en los diálogos de La Habana),
papel que puede ser muy importante y profundo, puesto que deriva de un
talante moral proclive a la compasión y a la solidaridad.
Ya se dijo que la primera posición, la opuesta al proceso de paz, se funda
en la absolutización de la legalidad y el derecho, mientras que la segunda, a
favor del perdón-reconciliación, tiene un indudable sello moral. Hoy dentro
del pensamiento feminista, algunas autoras como María José Guerra en su
texto“¿Tiene género la justicia?”, que aparece en el libro La justicia entre la
moral y el derecho (Guerra, 2013: 123-127), califican de androcentrista la
teoría de la conciencia moral en el mundo occidental moderno muy
relacionada con el concepto legal de la justicia y la primacía de normas y
deberes, el énfasis en la autonomía y el autodesarrollo, la individuación y la
libertad, propios de lo masculino. Proponen, en cambio, “tomar en serio la
experiencia moral de las mujeres”, basada en la apertura y vinculación con
los otros, la solicitud y la responsabilidad, la alteridad y la acogida. Rasgos
que determinan reacciones, juicios y comportamientos más afines con lo
que los actuales procesos de paz y reconciliación demandan.
4. Ya para terminar, como cristianos, pareciera que el mensaje evangélico nos
condujera hacia la segunda opción mencionada al inicio, a favor del
proceso de paz, de acuerdo al mensaje de Jesús centrado en la justicia y la
paz, pero una justicia acompañada de misericordia, en el perdón y la
reconciliación, en una vida nueva de fraternidad y solidaridad, que además,
se concreten en comportamientos y acciones que alcancen una
significación política. Porque como dijo el Papa Francisco: “Los cristianos
no podemos lavarnos las manos; debemos meternos en política porque la
política es una de las formas más altas de la caridad, ya que busca el bien
común”. Queda así, para nosotros, marcada la ruta, tanto por el Evangelio
de Jesús como por el magisterio de la Iglesia, en una clara dirección: optar
por la paz, aunque tenga costos y exija renuncias. Vale la pena hacer por
ella los sacrificios personales y sociales que haya que hacer.
Bibliografia
Arendt, Hannah. Condition de l´homme moderne. Paris: Calmann-Lévy, 1983
Bernuz, María José. “El perdón, reflexiones jurídicas”. En: Blasco, Pedro Luis
(editor). La justicia entre la moral y el derecho. Madrid: Trotta, 2013.
Derrida, Jacques. ”El perdón”. En: E. Madina, et. al. El perdón, virtud política.
Barcelona: Anthropos, 2008.
Guerra, María José. “¿Tiene género la justicia? Notas sobre el androcentrismo
como tácita antropología normativa”. En: Blasco, Pedro Luis (editor). La justicia
entre la moral y el derecho. Madrid: Trotta, 2013.
Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura
económica, 2000.
Reflexiones sobre el perdón, ante el conflicto armado colombiano
Francisco de Roux
Abstract: el autor caracteriza la crisis de la sociedad colombiana atrapada en el
conflicto armado como una crisis espiritual. Propone cuatro condiciones para
construir la paz. Las tres primeras, exigibles como acuerdos sociales y políticos,
son la detención de la guerra, la reconciliación y los cambios estructurales de la
sociedad. La cuarta condición es el perdón, que en el caso colombiano es
necesaria para que las otras tres sean sostenibles, condición que paradójicamente
no es exigible porque el perdón en una opción personal libre.
Agradezco la invitación de la Decana de Psicología Blanca Patricia Ballesteros de
Valderrama a decir unas palabras sobre el perdón ante la Facultad que se ha
distinguido en los últimos años por comprendernos como sujetos y ciudadanos de
derechos y deberes en nuestra sociedad.
LA CRISIS ESPIRITUAL
Estoy convencido que la crisis colombiana es ante todo una crisis del espíritu. Una
crisis que nos ha vaciado de sentido. Ha vaciado de sentido a la religión, ha
vaciado de sentido a la educación a todos los niveles, incluida por supuesto la
Universidad pública y privada; ha vaciado de sentido la política y la cultura. Esto
permite entender que llevemos ya cincuenta años de una guerra absurda y
bárbara, que vulnera lo más hondo de nosotros mismos, aunque tengamos la
frescura de continuar los negocios y las cátedras, los rituales litúrgicos y la vida
profesional, como si las masacres de Bojayá y Mapiripán, la Chiquita y la Gabarra,
y los 5 millones de desplazados no fueran parte y responsabilidad de todos
nosotros.
Personalmente me ha hecho sentido entender esta crisis del espíritu como una
crisis de dignidad humana. Crisis del valor de nosotros mismos como seres
humanos en Colombia. Porque al repasar las formas como nosotros explicamos lo
que nos ha pasado en conferencias, seminarios, cursos académicos, discursos,
libros y tesis doctorales, se me han caído todas las explicaciones teológicas y
religiosas, todas las explicaciones políticas, todas las justificaciones ideológicas o
razones científicas. Me quedó solamente la dignidad humana. Nuestra dignidad
vulnerada. La conciencia profunda de que hemos renunciado a nuestra propia
grandeza, perplejos y sometidos ante la barbarie.
Al mismo tiempo, llevo la experiencia de los que no se han dejado vencer. De una
minoría de mujeres y hombres, los más no académicos, ni empresarios, ni
políticos, ni sacerdotes ni ministros religiosos, no interesados en dinero o prestigio;
que a todo riesgo han enfrentado sin más protección que sus propio coraje a los
actores violentos para decir: “No. No nos vamos a ir desplazados, no vamos a
abandonar nuestras tierras, no vamos a quedarnos callados ante el asesinato de
miembros de nuestra comunidad, no vamos a dejar destruir nuestras culturas,
nuestros humedales, nuestros ríos”; y lo han hecho con la convicción profunda que
no tienen alternativa si su vida, y la vida de sus familias y comunidades, vale la
pena como vidas humanas. Ellos han puesto la dignidad de todos nosotros como
una prioridad absoluta para gritar “basta ya”. Muchos de ellos y de ellas están
muertos por esa osadía.
Cuando hablo de crisis del espíritu me refiero a una ruptura en lo más profundo de
cada uno de nosotros como personas y como sociedad, como universidad, como
Iglesia. Me refiero al fondo de nuestra conciencia donde cada uno percibe el “aja”
ante los comportamientos que nos hacen crecer como personas y como sociedad,
y el “ajá” ante lo que nos destruye como seres humanos. Estamos aquí en el
horizonte más íntimo de la psique.
Si los líderes de la psicología y de la espiritualidad de este país quisiéramos
realmente enfrentar esta ruptura en los fundamentos de nosotros mismos como
personas y como pueblo, estaríamos enfrentando cara a cara el problema con
decisión terapéutica y determinación espiritual, y estaríamos buscando a los seres
humanos concretos que metidos en la guerra o actuando en la política y los
medios de comunicación, se encuentran extraviados del sentido de sí mismos,
cargados de odio y de rechazo del otro, portadores de una patología que
contamina toda la sociedad.
No voy a hablar de la paz anhelada. La paz es un objetivo tras el que nos
ponemos en marcha al parar la confrontación armada. La paz solo comienza
cuando se hacen cambios en la cultura, en la economía, en la política; cambios
que se suelen llamar estructurales y no voy a referirme a ellos. En el proceso entre
el Estado colombiano y las FARC estos cambios se tratarán en la tercera etapa de
las conversaciones de La Habana4.
Tampoco voy a hablar sobre la reconciliación, que entiendo como un acuerdo
entre las partes que han estado en conflicto, para aceptarse como responsables
en la reconstrucción colectiva de un nosotros, que solamente es posible entre
todos. Sé muy bien que la reconciliación como proceso comunitario, regional y
nacional tiene que trabajarse cuidadosamente. Académicos reconocidos por esta
Facultad como Carlos Martín Beristain han hecho aportes muy serios en este
aspecto donde evidencian la importancia de la memoria, de la reparación, de las
formas de justicia transicional. Las reflexiones que voy a hacer sobre el perdón,
lejos de disminuir la importancia de esos elementos los suponen y los requieren si
vamos a avanzar hacia la paz.
Para tranquilidad de quienes conocen de la complejidad de estos procesos, y para
decirlo secuencialmente, aunque estos procesos no son lineales, la paz en el caso
colombiano tiene estos pasos:
El reconocimiento de la irracionalidad de la guerra y la decisión de
pararla.
La reconciliación como acuerdo de construcción colectiva que
exige verdad, memoria, reparación, y justicia transicional.
Los cambios estructurales que se requieren para la paz.
4 /Actualmente, marzo de 2013, se adelanta un diálogo entre el Estado Colombiano y la guerrilla de las Farc con el propósito de dar por terminado el conflicto armado. El diálogo empezó a prepararse a finales del 2010 e inició formalmente el último trimestre de 2012.
El perdón como decisión personal y libre.
Voy a concentrarme en el perdón sobre esta hipótesis: el perdón es una
condición necesaria para que en Colombia se logre la paz sostenible. Es una
condición necesaria y paradójicamente inexigible porque el perdón es un
acto libre.
El perdón no ha sido necesario para detener todas las guerras de la historia
mundial, pero será necesario en Colombia dadas las características del conflicto.
CARACTERÍSTICAS DE LA GUERRA EN COLOMBIA
La historia del conflicto armado
No tenemos tiempo para profundizar en la historia compleja de la guerra en
nuestro país. Esta historia es necesaria para situarnos en el acumulado de
clamores de venganza por asesinatos impunes, masacres, secuestros, tierra
arrebatada, desplazamientos forzados, desaparecidos. Las instituciones que
llevan las cifras de las víctimas de esta tragedia tienen cerca de 6 millones de
demandas contabilizadas.
La psicología en sus diversas escuelas sabe bien de la importancia de la historia
de las personas, las familias y los grupos sociales para poder entender los
comportamientos enfermos. Y sabe de lo difícil que es hacer emerger la verdad
que permita entender por qué y en qué medida los impactos de hechos objetivos
monstruosos, que espantan al consciente, han hundido a las personas en el terror,
el silencio, la confusión, y la incertidumbre sobre ellos mismos.
Esta historia permite entender las características de nuestro conflicto en las
últimas 7 décadas y pone en evidencia una violencia política brutal que no
termina, que tiene momentos en que disminuye y vuelve de nuevo a expandirse
con fuerza, dejando claro, en la mirada hacia atrás que aquí no hay sector de la
sociedad que haya quedado por fuera de la guerra.
La Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana puede hacer mucho bien,
trabajando esta historia en los bancos de datos existentes; pero sobre todo
llevando la investigación al terreno donde el conflicto sigue matando gente en la
perplejidad y el dolor de las comunidades.5/
Nosotros no podemos detenernos en esta historia amplia y compleja 6/ Baste
llamar la atención sobre su importancia para comprender la manera como la
violencia pública ha penetrado con su pasión, sus odios y sus rupturas a las
instituciones y sobre todo, en mayor o menor grado, a todos los colombianos y
colombianas.
Esta es una guerra injusta.
Es injusta la guerra de las FARC y la guerra del ELN, porque los guerrilleros saben
hoy que a través de ella no pueden conseguir los ideales por los cuales tomaron
las armas y sin embargo continúan en un enfrentamiento que conlleva un
sufrimiento inmenso para el pueblo. Es injusta la guerra paramilitar, ahora
camuflada y dispersa en la llamadas bacrim, pero lista para dispararse de nuevo
como se desató a finales de los años 90. Es injusto que este país durante 20 años
dedique una de las tajadas más grandes de la torta presupuestal a la guerra que
no tiene solución militar, y deje de hacer con ese dinero lo que necesita la
sociedad por mantener hoy cerca de medio millón de hombres en armas y
doscientos o trescientos mil guardias privados.
5 / Un ejemplo significativo ha sido los estudios sobre jóvenes en condiciones de conflicto adelantados en Ciudad Bolívar y en el Magdalena Medio por psicólogas de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana 6/ Véanse los estudios dirigidos por Fernán González S.J. en el CINEP, entre 1985 y 2012. El aporte más reciente, altamente significativo es “Aproximación a la violencia política desde la Historia y la Geografía de Colombia. Seminario sobre Nuevas perspectivas sobre la violencia en Colombia, UNIANDES, 28 y 29 de mayo de 2012.
Esta es una guerra en la que todo vale.
Valen las masacres de pueblos enteros, porque hay que mostrarle al enemigo la
capacidad que se tiene para hacerle daño a él y a sus aliados. Valen las minas
antipersona, para cerrarle el paso al adversario al campo propio. Valen los
secuestros, como botín humano que se cambia por dinero o detenidos. Vale la
coca, porque se necesitan recursos para una confrontación costosa; así como
valen los impuestos de guerra que pagan los empresarios. Valen los falsos
positivos de jóvenes asesinados y presentados como guerrilleros muertos en
combate, porque el ofrecer resultados gana opinión pública y produce
recompensas para la tropa. Valen los testigos falsos, porque hay que sustanciar
las pruebas que llenen las cárceles de enemigos. Valen las desmovilizaciones
falsas, porque hay que mostrarle a la guerrilla que sus hombres están desertando.
Vale el descuartizamiento con motosierra de mujeres líderes populares, porque
hay que crear el terror y el sometimiento.
Esta es una guerra que ha dañado todo lo que toca.
Ha dañado nuestras comunidades campesinas, ha dañado nuestros medios de
comunicación, ha dañado la vida de nuestros pueblos rurales y barrios populares,
ha dañado nuestras instituciones.
De manera particular ha penetrado y dañado la política. La extrema izquierda
practica “la combinación de todas las formas de lucha”, en la que se participa en la
gesta electoral legal mientras se mantiene el apoyo en un grupo armado ilegal que
secuestra y extorsiona. La extrema derecha ha combinado igualmente el
Congreso legal con el paramilitarismo ilegal. La mayoría de los más de 170 mil
crímenes declarados por los paramilitares fueron cometidos en alianzas con
políticos locales que querían limpiar el terreno para sus compañas, por eso cerca
de un centenar de parlamentarios están hoy judicializados. La guerra ha invadido
el leguaje político con los insultos en twitteres y periódicos.
La guerra penetró también la justicia, ha vulnerado su autonomía, la ha limitado,
ha hecho que pierda credibilidad. El país se ha escandalizado de los micrófonos
puestos en los salones de las altas cortes. ¿Pero acaso esto no es normal si la
guerra, en la que todo vale y todo toca, se metió en la presidencia y en las cortes?
Cuando se constata que las instituciones básicas de la sociedad han quedado
penetradas por los prejuicios y odios, la justicia tiene que partir del presupuesto de
que todos cayeron en la barbarie víctimas del monstruo de la guerra, incluida la
justicia misma, y este presupuesto es la justificación de una justicia transicional
propia, distinta de la de los países donde la guerra no atrapó a todo el mundo.
En este escenario nos aproxima al sentido del perdón que tiene una mirada de
comprensión radical del ser humano. Es la mirada que necesitó Sancho Panza
cuando lo hicieron gobernador de la Insula Barataria. “Se me vino a la memoria un
precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote, la noche antes de
que viniese a ser gobernador desta ínsula, que fue que cuando la justicia
estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia”.
No voy a abundar sobre otro aspecto que hoy está en el primer plano: esta es una
guerra costosa; el precio económico del conflicto colombiano es causa de
pobreza, desigualdad, destrucción del medio ambiente y freno al desarrollo
humano de las regiones. Detenernos en el desastre económico del conflicto
pediría horas de análisis.
Hay que parar esta guerra
Hace 18 meses tuvimos en Barrancabermeja la reunión de 20 mil personas de las
regiones de la guerra. El grito de la gente fue directo y unánime: ¡Paren esta
guerra!, ¡párenla de todos los lados! Este es el objetivo ético y político más
importantes del país y lo que se espera de la Habana.
La violencia en Colombia hoy en día puede compararse a una tormenta que tiene
en el centro la guerra, como ojo del huracán, y que arrastra a un conjunto de
violencias complementarias, que se amplían en círculos concéntricos. Como
ocurre con las grandes tormentas, si se logra desactivar el ojo del huracán se
quiebra sustancialmente la fuerza destructora de todos sus complementos.
Las FARC que están en la Habana no son un grupo de bandidos mafiosos sin
ideología que pelean por sus riquezas. Si fueran así hace rato se habría terminado
el conflicto. Son hombres y mujeres con una moral que nosotros no compartimos,
pero que es una decisión ética. Están convencidos que las instituciones que
hemos hecho y sobre todo los que gobiernan y defienden esas instituciones son
un mal para el pueblo; y están dispuestos a morir con tal de que mueran los que
consideran perversos para el pueblo colombiano.
Mil guerrilleros con esta opción ética, pueden desestabilizar un país. Mucho más si
son todavía 10 mil y si tienen otro tanto que los apoyan como milicias urbanas, y
otros cien mil que los apoyan en la sociedad civil.
Es cierto que las FARC se financian con la coca. Es cierto que la coca ha hecho
mucho daño en sus filas, como ha hecho daño en muchos lugares de la sociedad
colombiana, pero los principios de ética política que conducen a la guerrilla
colombiana está lejos de ser cálculos mafiosos, de lo contrario ellos no estarían
dispuestos a morir por su causa.
Cuba es la oportunidad para que estos colombianos pasen de enemigos a muerte
a opositores políticos. Ahora bien, estos comandantes guerrilleros y sus bases en
la montaña, no van a parar la confrontación, si sus líderes van a pudrirse en la
cárcel, sin poder defender en la democracia las ideas que los llevaron a la guerra;
y así vemos de nuevo la necesidad de que el perdón se abra paso en el camino
hacia la paz en Colombia. Un perdón que no significa impunidad.
EL PERDÓN
Apoyados en estas premisas entremos más a fondo en el perdón. Empiezo por
compartir un recuerdo. El 12 de octubre de 1992 los pueblos indígenas de
Colombia hicieron una toma de la ciudad de Popayán para afirmar su decisión de
preservar su tierra y su cultura, a pesar de que ese día se cumplían 500 años de
hostilidades contra los aborígenes de América. Tuve la oportunidad de marchar
con ellos, y acompañarlos a entrar en la ciudad. Había miedo en Popayán, y las
Fuerzas Armadas obstaculizaron nuestro avance para disuadir a los indígenas que
llegaran a la capital del Cauca, de manera que el camino estuvo lleno de
episodios de agresión contra los que desfilábamos, y se enardecieron los ánimos
de los participantes en la marcha. No obstante los indígenas llenaron la plaza
central de la ciudad sin hacer daño al comercio ni pintar en las paredes, pues se
había convenido hacer una marcha pacífica. Al llegar, varios de nosotros fuimos
invitados por los concejeros y gobernadores indígenas a una gran tarima de
madera que se había construido mirando a la plaza. Abajo estaba el pueblo de las
distintas comunidades rodeado por los militares; y enfrente de ellos, en el piso de
la plaza, significando que ejercía autoridad, estaba el comandante del Ejército. La
tensión subía cada minuto. Los reclamos contra las arbitrariedades de la tropa se
convirtieron en insultos. Cualquier cosa podía pasar. Y en esa tensión, Chucho
Piñacué, líder indígena, que había aguantado la hostilidad personal todo el
camino, que había sido elegido para el discurso central, caminó hasta el borde de
la tarima que compartía con nosotros, se quedó mirando al comandante del
Ejército que estaba abajo en actitud desafiante y le extendió la mano. Y la tuvo
extendida hasta que el militar subió a la tarima y se dieron un apretón. Ese gesto
personal de perdón, por iniciativa de Chucho Piñacué, desató la comprensión
colectiva, en un ambiente que estaba a punto de explotar en violencia.
Desapareció la tensión que había en toda la plaza, y el resto de la jornada fue
serena y profunda.
Entiendo por perdón una decisión personal de quien ha sido vulnerado, de
renunciar a someter al victimario a actos violentos que le causen un
sufrimiento igual o semejante al que él sometió a la víctima; una decisión
personal de trabajar por transformar los propios sentimientos de odio y de
venganza contra el victimario, por sentimientos de comprensión; una
decisión personal de la víctima, de tomar la iniciativa y el riesgo de abrirse al
victimario para acogerlo con el equipaje de confusión y de peligro que carga;
y una decisión personal de renunciar a promover el rechazo social contra el
victimario, y disponerse interiormente a acciones afirmativas para que el
victimario sea incluido en la sociedad.
Esta decisión de perdonar, tomada libremente por el sujeto víctima, no significa
darle la razón al agresor, no significa ponerse de parte de los perpetradores de la
violencia, no significa renunciar a los derechos de la persona victimizada y de sus
familias, no significa abandonar la causa ética y política por la que luchan las
víctimas, no significa negar la objetividad del mal hecho por el que ha
extorsionado, robado, secuestrado o matado, no significa optar por la impunidad o
por el olvido. La decisión de perdonar mantiene todas estas cosas y se coloca a
otro nivel, mucho más profundo, mucho más personal, mucho más espiritual y, si
no es inapropiado decirlo, más psíquicamente saludable. Desde ese nivel mucho
más profundo el perdón va a determinar la manera como se traten los derechos y
se haga la justicia transicional.
Las condiciones del Perdón
Definido el perdón, se siguen dos preguntas. La primera es ¿cuáles son las
condiciones que tiene que llenar el agresor para que la víctima le perdone?
La respuesta es simple, es una respuesta desafío, casi un escándalo. El victimario
no tiene que llenar ninguna condición para ser objeto del perdón. El perdón lo da
la víctima si quiere, sin exigir a nada a cambio.
La segunda pregunta es ¿cuáles son las condiciones que tienen que darse en la
víctima para que perdone? La respuesta a esta pregunta es compleja y difícil, y
llama a la terapia espiritual y psicológica.
La experiencia más cercana que me llevó a reflexionar sobre las condiciones para
que se produzca el perdón en nuestra guerra fue en Puerto Berrío, en el
Magdalena Medio Antioqueño, en el 2007. Teníamos un acto para sacar del
silencio la memoria de las víctimas y superar el miedo. Invitamos a las familias a
colocar un ladrillo pintado de blanco con el nombre del familiar asesinado o
desaparecido, en la explanada de cemento que está en frente de la Iglesia central
del pueblo. Juntamos 434 ladrillos blancos. Estábamos iniciando la ceremonia de
honor a la memoria de las víctimas, cuando un paramilitar del Bloque Central
Bolívar, supuestamente desmovilizado, arrebató el micrófono y delante de todo el
mundo dijo: “Ustedes nos tienen que perdonar porque el gobierno nos ha
perdonado”.. Los paramilitares no piden un favor sino que exigen, intimidan, al
precio de la vida.
Mi primera reacción, y excúsenme que me refiera a mí mismo, fue quitarle el
micrófono al paramilitar y decirle delante de todo el mundo: “no sea sinvergüenza”.
Porque en ese instante comprendí hasta dónde la locura de la guerra en Colombia
desbarató entre nosotros la vergüenza. Este sentimiento visceral, de sentirse uno
mal por haber hecho daño a su grupo, que es conciencia de haber uno
despedazado lo que más se aprecia, por haber violado los códigos de honor de la
propia comunidad para decirlo con el lenguaje de los antropólogos.
Las 434 familias que estaban allí presentes, compartiendo la desaparición de sus
hijos, novios, esposos, mamás, no pedían dinero ni tierras. Pedían verdad y
pedían que parara la barbarie.
Querían que les dijeran por qué habían matado a sus seres queridos. Una
respuesta dolorosísima y necesarísima para las víctimas. Porque ante el asesinato
cruel, la impunidad y el silencio se implanta la duda: “por algo sería que los
mataron…algo malo debieron haber hecho…, quien sabe si las familias están
implicadas”. Por eso la verdad es la primera necesidad de las víctimas.
Querían que les dijeran “¿dónde pusieron los cadáveres?”. Porque la gente
necesita del funeral encontrar sentido en el sinsentido. Querían que les dijeran
¿cómo nos aseguran que estos actos terribles contra nosotros no van a continuar?
Las tres eran preguntas que se hacían las víctimas para poner en marcha un
proceso de reconciliación. La gente buscaba las respuestas de cara a un futuro de
paz desde la memoria de sus seres queridos asesinados. Esas preguntas eran las
condiciones de la reconciliación. El paramilitar se había ido más allá, había pasado
al perdón y al mismo tiempo había destruido las condiciones de posibilidad del
perdón al exigirlo, cuando el perdón no se le puede exigir a nadie.
La reconciliación es distinta del perdón y es necesaria para la paz. La
reconciliación llena las condiciones prácticas para un acuerdo entre el victimario y
las víctimas. En la reconciliación hay un qui pro quo, un algo por algo. La
reconciliación pide del victimario la verdad y la restitución, y da a cambio la justicia
restaurativa y la reincorporación social del victimario bajo condiciones. La
reconciliación si puede exigirse políticamente y socialmente. Es un conjunto de
actos que pueden darse incluso sin que haya perdón. Aquella noche en la plaza
de Puerto Berrío nos aterrorizó el paramilitar cuando nos intimidó para que
perdonáramos, cuando apenas comenzábamos a acercarnos a comprender la
radicalidad soberana del perdón.
El perdón no tiene qui pro quo. El perdón lo regala la víctima si quiere, y lo da
previamente o en lo profundo de la reconciliación. El perdón no puede exigirse, el
perdón es una decisión tomada por la persona vulnerada desde la profundidad
de la conciencia donde se legitiman las normas y las leyes. Es una decisión
autónoma de liberarse, hasta donde es posible, de las propias emociones,
temores, rabias, tristezas y angustias causadas por la acción violenta del
victimario. Es un acto que no espera retribución alguna en respuesta. Es un don.
Es estrictamente un valor moral. Vale por sí mismo y no por lo que paguen por el
perdón. Vale aunque no paguen nada por él.
Acercarse a las condiciones que se dan al interior de la víctima para que perdone
es entrar a uno de los abismos impredecibles e indecibles de la condición humana
que desafía a la ciencia y evoca a la sabiduría.
Este es uno de los asuntos en que los académicos colombianos podrían dar un
aporte único al avance de la ciencia pues están ante la posibilidad de acceder a
dimensiones de las personas y de la sociedad que pocas veces ocurren en otros
lugares o casi nunca se plantean tan crudamente como en Colombia, y cuya
respuesta puede ser iluminadora en las perplejidades internacionales.
Si el perdón es un acto libre, que ocurre en la víctima más allá de lo previsible, un
hecho que no puede provocarse directamente, ni puede exigirse, ¿qué ocurre en
el mundo de las víctimas cuando se crean las condiciones que hacen más
probable la ocurrencia del perdón?
Esta pregunta para nosotros es crucial porque la hipótesis central aquí es que el
perdón incondicional, en el caso de la guerra colombiana que ha capturado a la
mayoría de la población, es necesario para terminar la guerra, abrirnos a la
reconciliación y ponernos en el camino de una paz sostenible ¿Qué son por tanto
los coadyuvantes para que acontezca este hecho libre y gratuito?
Porque no estamos hablando de perdonar ofensas menores. Estamos hablando
de perdonar lo imperdonable, desde todos los lados, en el conflicto bárbaro que
penetró toda la sociedad. Perdonar masacres de decenas de campesinos,
secuestros de más de diez años, falsos positivos de muchachos inocentes de los
barrios populares. Perdonar a quienes pusieron explosivos en edificios y minas
antipersonales en el campo, a quienes bombardearon veredas y comunidades.
Perdonar a guerrilleros, paramilitares y soldados.
Guillermo Hoyos, director del departamento de Bioética de esta Universidad, 40
días antes de morir, acoge la propuesta de Jacques Derrida, judío, víctima del
Holocausto, sobre los crímenes imprescriptibles de lesa humanidad, e invita a
perdonar lo imperdonable para barruntar lo divino que sólo un Dios puede hacer y
destiologizar el perdón. Porque tarde o temprano, piensa Hoyos, la cultura del
perdón, que no significa olvido, tendrá que enseñarse como virtud cívica, sin dejar
de ser para muchos solo virtud religiosa, pues sin esta cultura como virtud cívica
se seguirán atizando en el ámbito colombiano y mundial nuevas violencias,
nuevos terrorismos, nueva guerras.7
7 /Entrevista a Guillermo Hoyos, El Tiempo, 22 de octubre del 2012.
La comprensión de lo humano
Pienso que la condición básica para que la gratuidad del perdón pueda ocurrir se
da en la comprensión profunda de la condición humana.
Lo puedo constatar en la experiencia de personas cruelmente victimizadas que
han perdonado, después de acceder, normalmente con ayuda espiritual o
terapéutica, a lo que significa aceptar, valorar y amar los que somos.
La víctima, precisamente por la profundidad de su victimización, precisamente por
tener en sí misma una experiencia traumática de lo espantoso y abominable a que
puede llegar el ser humano, está en una posición privilegiada para acceder a
honduras jamás imaginadas desde las cuales es posible la comprensión radical de
sí misma y de cualquier otra persona. Obvio que esta misma experiencia no
acogida y elaborada puede llevar y ha llevado en muchos casos a la destrucción
de la persona de la víctima y a la venganza irracional.
El perdón por eso surge de la comprensión racional y de la aceptación emocional
total y sincera, incondicional y serena, de lo que somos como seres humanos
situados, y de lo que somos capaces colocados en circunstancias límites. Porque
tenemos una libertad cierta pero limitada y presionada por circunstancias
históricas.
El perdón emerge allí, levantándose sobre condicionamientos, presiones e
incertidumbres, para poner hechos que demuestran que este mismo ser, capaz de
la barbarie, es también capaz de lo sublime del valor moral que se da sin
condiciones, y que da lugar a acontecimientos, a happenings, como el amor, la
solidaridad radical con las víctimas, la lealtad, la verdad, la entrega de la vida por
la justicia, la compasión y como valor original, para crear la posibilidad de los
demás valores y salirse de la tenaza de la guerra: el perdón.
El perdón se da en hombres y mujeres que ponen su seguridad en el coraje de
aceptarse simplemente como son y dominan el miedo que nos producimos unos a
otros precisamente porque se acogen y acogen a los demás en la verdad de lo
que somos. Por eso no tienen miedo a nada de lo humano. Hombres y mujeres
apasionados por el ser humano, capaces de captar su grandeza y luchar por esa
grandeza, cuando también tienen la posibilidad de decidir destruirse.
El perdón acrecienta una seguridad invulnerable en los que tienen este coraje,
porque lleva a una comunión radical entre todos y todas. Un acto que se levanta
sobre una base fundamental debajo de la cual no hay nada más soportes ni
cimientos. Un acto que no necesita de apariencias ni ideologías ni tesis
académicas ni dinero ni armas, sino simplemente la osadía de ser lo que somos y
aceptarnos como somos. Un acto fundamental de fe en nosotros y en nosotras.
Por eso el perdón que se da libremente a otros, requiere antes que nada que la
víctima se acepte a sí misma. Tome el riesgo de asumirse como el ser que es, el
riesgo de perdonarse por su propia historia, de perdonarse por ser miembro de su
propia familia, perdonarse por ser miembro del pueblo colombiano de 5 millones
de desplazados, de la sociedad de los secuestros más largos del mundo y del país
de más del mil falsos positivos; perdonarse a uno mismo así para poder aceptar a
los demás en sus logros y sus abismos.
El perdón no solo libera a la víctima del odio, la venganza y las tensiones
destructivas. Cuando la víctima da el perdón en el victimario se producen un
conjunto de efectos emocionales y sociales liberadores. El victimario queda ante la
irracionalidad de su agresión y se siente “desarmado”, queda al borde de
emanciparse de las dinámicas interiores que lo montaron en la barbarie.
Experimenta la seguridad de ser acogido, reconocido como ser humano, de ser
parte en una sociedad.
Por eso es constatable que el perdón llama al perdón cuando se le da entrada en
un grupo humano, porque pone en evidencia su valor, y es más probable que se
dé su ocurrencia liberadora entre más se lo otorguen libremente a las mujeres y
los hombres en una sociedad.
El desafío pedagógico, terapéutico, espiritual, es que contribuyamos a crear las
condiciones para que se aparezcan y se multipliquen los actos libres del perdón.
Es importante aproximarse y comprender las diversas experiencias de procesos
de reconciliación colectiva, dentro de las que ocurre en ocasiones, como un
acontecimiento cualitativamente gratuito, el perdón entre personas, y la invitación
a un perdón colectivo que se insinúa en momentos de libertad en medio de
memorias dolorosas, de miedos, y de incertidumbres, en la recuperación de la vida
compartida en las comunidades victimizadas. Comunidades que han puesto sus
hijos para todos los lados de la guerra. Esta Facultad conoce de las complejidades
involucradas en los procesos de reconciliación entre las comunidades que animan
las acciones del Comité Cívico del Sur de Bolívar, en el Magdalena Medio:
Monterrey, San Blas, El Paraíso, Santa Lucía y San Joaquín. Experiencia que en
el último año ha sido acompañada por la profesora Angélica María Ocampo8/.
Una palabra sobre el perdón en la tradición Cristiana
No puedo terminar, en esta Universidad que respeta la autonomía de la verdad
científica y se abre al diálogo con la teología, sin hacer una referencia al perdón
como aparece en la revelación cristiana.
Allí se afirma la experiencia del ser humano como pecador, que no tiene nada que
ver con la enfermedad del culpable morboso, que atrapado en su culpa se auto
castiga y castiga a los demás. La conciencia de ser pecador es experiencia de
aceptación en paz de los abismos de contradicción y sin sentido a que puede
llegar quien al mismo tiempo es capaz de la generosidad, la verdad y el amor
hasta el heroísmo.
8/ En el marco de su trabajo investigativo en el Sur de Bolívar entre Julio de 2011 y Julio de 2012, Angelica Maria Ocampo logra resultados significativos a partir del acompañamiento directo a estas comunidades victimizadas que han sido sometidas al terror y al silencio por todos los actores armados. Prepara su Disertación Doctoral en la Haya, Holanda. En el ISS - International Institute of Social Studies of Erasmus University Rotterdam.
Esta aceptación radical de sí mismo, sin miedo ni mentiras, tiene su fundamento
en encontrar el sentido más profundo en el misterio de amor, que sin poder
entender llamamos Dios. Un misterio que sale a buscar al ser humano atrapado en
sus contradicciones, que lo acoge sin ponerle condiciones, que lo busca sin pedir
arrepentimiento previo, que lo perdona y hace una fiesta por haberlo perdonado.
Un misterio apasionado por la mujer y por el hombre concreto y situado. Un
misterio ante el cual nosotros no nos justificamos por el cumplimiento de leyes o
de normas, sino simplemente porque nos acogemos a la magnanimidad de una
misericordia que nos ama como somos.
Jesús no murió, sino que fue matado por sus verdugos después de torturarlo. Lo
mataron porque luchaba por manifestar este misterio desde la búsqueda de
verdad y de la justicia. Al agonizar, empalado en la cruz, proclama este misterio
orando por sus verdugos: “Dios mío, perdónales porque no saben lo que hacen”.
CONCLUSIÓN
Espero haber hecho comprensible la hipótesis que consideré pertinente proponer
a ustedes como Facultad, en las reflexiones iniciales de un año en que Colombia
va a definir si tiene el coraje de lanzarse a la paz o si se hunde por muchos años
más en la guerra salvaje.
He tratado de decir que la paz necesita primero de la determinación de parar el
conflicto armado por encima de las discusiones políticas, que la paz necesita de la
reconciliación con sus componentes de verdad y memoria, restitución,
restauración; y justicia transicional propia de la guerra que envolvió a todos para
que no haya impunidad; y que una vez parado el conflicto la paz necesita de los
cambios estructurales para consolidarse y hacerse sostenible. Todos estos pasos
son necesarios y exigibles.
Y he añadido que en las condiciones colombianas se requiere además el perdón.
Que es distinto de todos los otros pasos hacia la paz. Que paradójicamente es
necesario aquí, y es no exigible siempre, por tratarse de un acto libre y personal.
Ustedes, profesionales de la psicología, mujeres y hombres que se ocupan del
espíritu, tienen aquí un desafío inmenso y una responsabilidad ineludible ante la
historia: contribuir a crear las condiciones que hagan posibles la ocurrencia de
actos libres de perdón en la profundidad de personas y comunidades hundidas en
la guerra para que un día podamos vivir en Colombia como seres humanos.
Bibliografía
Gonzalez Fernán, Aproximación a la violencia política desde la Historia y
la Geografía de Colombia. Seminario sobre Nuevas perspectivas sobre
la violencia en Colombia, UNIANDES, 28 y 29 de mayo de 2012.
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del Estado en Colombia. Aproximación a una lectura geopolítica de la
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configuración del Estado, 1998-2000, Informe final de investigación,
Bogotá, Cinep, 22 de febrero
EL TIEMPO. El perdón es de lo imperdonable: filósofo Guillermo Hoyos.
Bogotá. 22 de Octubre de 2012. Sección Justica.
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REÁTEGUI, Félix, editor: “Justicia Transicional”. PNUD-Brasil. 2012.
Al oído de los que dialogan sobre la Paz
Javier Giraldo Moreno, S.J.
Uno de los puntos más importantes de la Agenda acordada
entre el Gobierno y las FARC para sus diálogos sobre la Paz
en La Habana, es el problema de la PARTICIPACIÓN. Se está
entendiendo como la apertura de posibilidades para que
algunos ex combatientes se inserten en la manera
tradicional de hacer política en Colombia. Sin embargo, los
mismos sub temas de la Agenda dan pie para entender el
tema de manera mucho más amplia y analizar los
verdaderos obstáculos del pueblo raso de Colombia para
participar libre y conscientemente en decisiones que le
conciernen. Aquí se analizan CUATRO MURALLAS que cierran
las posibilidades de participación y se sugiere a los
dialogantes buscar la manera de derribarlas.
Dr. Humberto de la Calle Lombana
Delegados del Gobierno Nacional a los Diálogos de Paz
Sr. Iván Márquez y delegados de las FARC a los mismos Diálogos
De toda consideración.
Estando cerca el estudio del segundo punto de la agenda para los diálogos que
ustedes adelantan en La Habana, punto referido a la participación política como
tema general y que contempla, como sub-temas:
“Los derechos y garantías para el ejercicio de la oposición
política en general, y en particular para los nuevos movimientos
que surjan luego de la firma del Acuerdo Final. Acceso a
medios de comunicación. Mecanismos democráticos de
participación ciudadana, incluyendo los de participación directa
en los diversos niveles y diversos temas. Medidas efectivas
para promover mayor participación en la política nacional,
regional y local de todos los sectores, incluyendo la población
más vulnerable, en igualdad de condiciones y con garantías de
seguridad”.
He querido poner a la consideración de ustedes algunos análisis y reflexiones que
desde hace mucho tiempo me inquietan y que tienen que ver justamente con este
aspecto de nuestra problemática nacional.
En primer lugar, quisiera invitarlos a tener una mirada amplia en la misma
comprensión de la Paz. La violencia y el conflicto que afectan a la sociedad
colombiana no se reducen a la lucha armada, aunque ésta sea una expresión, la
más dramática, de ese conflicto. La violencia y el conflicto tienen raíces muy
hondas en Colombia, tanto económicas como políticas, históricas y sociales, y la
paz jamás se lograría sin afectar esas raíces. Por ello, los puntos de la agenda
acordada para estos diálogos, como son los problemas de la tierra, la participación
política, las garantías de derechos, la situación de las víctimas y el problema de la
droga, nos afectan a todos y debiera escucharse y promoverse la participación de
todos los sectores sociales del país en la búsqueda de soluciones.
Más específicamente, en el aspecto de la participación política, los diálogos no
deberían centrarse en encontrar fórmulas para garantizar la inclusión de los
excombatientes o de nuevos grupos o movimientos políticos en los procesos
electorales, con el fin de lubricar nuevamente los mecanismos tradicionales de la
actividad política. Esto sólo podría desembocar, en las actuales circunstancias, o
bien en nuevos genocidios de los movimientos que pretendan convocar a grandes
cambios, o bien en nuevas formas de cooptación y corrupción, mediante la
asimilación de las costumbres políticas por parte de un puñado de nuevos
integrantes del establecimiento político, que por su exigua minoría no tendrán
incidencia alguna.
Antes de pensar y encontrar caminos para que nuevos sectores se integren a las
estructuras llamadas “democráticas”, les suplico que analicen con sinceridad si
esas estructuras vigentes son realmente democráticas.
¿Es realmente democrático el acceso de la población en general a los medios de
información y comunicación? ¿Existe en la realidad un derecho a la información y
a la verdad? ¿De qué tipo de “verdades” se alimenta la inmensa mayoría de la
población colombiana? ¿Qué tipo de elementos de lectura de su propia realidad le
son suministrados al pueblo raso? ¿Puede el pueblo sufriente comunicarse, en
realidad, con el resto de pueblo sufriente?
¿Quién puede, en realidad, participar en unas elecciones en Colombia? ¿Acaso,
quien decide participar en cargos de elección popular, no necesita tener muchos
miles de millones de pesos? ¿Quién suministra ese dinero? ¿Cuál es el papel de
los partidos? ¿No se revela aquí, acaso, un filtro económico ineludible, mediante el
cual los poderes económicos más concentrados, cooptan, condicionan,
seleccionan y someten a quienes van a ejercer el poder público?
¿Cómo funciona el aparato electoral? ¿No es acaso una verdad sabida y de
público dominio, que este aparato está plenamente controlado por el narcotráfico
fusionado con el paramilitarismo? ¿Acaso la arraigada “parapolítica”, en la medida
en que fue fugazmente escrutada por altas Cortes, no reveló el más
desvergonzado dominio y control del narco-paramilitarismo sobre el aparato
electoral? ¿Acaso los mismos magistrados que incursionaron en esas pocilgas
morales no se sintieron impotentes y temerosos de continuar explorando y se
dieron por vencidos? ¿Acaso el país no recibe frecuentemente noticias que se
filtran, sobre parlamentarios y políticos supuestamente privados de su libertad
pero que mantienen sus poderes electorales intactos a través de renovadas
estructuras? ¿No tiene acaso, el funcionamiento del aparato electoral, todas las
características de una estructura “mafiosa”?
¿No es acaso evidente la persistencia del paramilitarismo a lo largo y ancho del
país? ¿Será posible ocultar por más tiempo el origen y las características del
paramilitarismo, tal como fue diseñado por la misión militar estadounidense en
febrero de 1962, comandada por el General William Pelham Yarborough, con su
carácter de estrategia de Estado para el involucramiento de civiles, como brazos
clandestinos de las fuerzas oficiales, destinados a combatir maneras de pensar no
afectas a la ideología imperial, en un momento en que no existía oposición armada
en Colombia? ¿Será posible ignorar todos los manuales impulsores del
paramilitarismo que han tenido un carácter oficial clandestino durante estas cinco
décadas y las estrategias semi-públicas de promoción del paramilitarismo, como
las “Convivir”, las “Redes de Informantes y Cooperantes” etc.? ¿Será posible
ignorar por más tiempo las numerosas y multifacéticas cooperaciones entre fuerza
pública y estructuras paramilitares, así se llamen estas “Bacrim” o tomen otros
variados nombres? ¿No constituye, acaso, una ignorancia afectada el no percibir
el carácter que tiene el paramilitarismo en sus más variadas versiones, de brazo
aniquilador o desarticulador de la oposición política y de los sectores críticos al
poder dominante?
Todo esto no puede sino converger en una imagen que nos descubre CUATRO
MURALLAS hoy infranqueables, que no sólo bloquean una participación política de
unos ex combatientes, sino que ocluyen efectivamente la participación política
más elemental del conjunto de la población colombiana, exceptuando estrechas
franjas de ciudadanos que usufructúan las estructuras discriminatorias o se las
arreglan para abrirle pequeños boquetes a esas murallas, como el que le abren
algunos usuarios del internet (franja de cierto nivel económico y cultural que habita
sobre todo en las ciudades) o la que le abren movimientos alternativos que
consiguen con exagerados esfuerzos pequeños recursos económicos para
promocionar un candidato que no tendrá poder alguno de incidencia al enfrentarse
a los océanos de corrupción y clientelismo que todo lo condicionan, dominan y
controlan.
Nada significa, entonces, dialogar sobre condiciones para participar políticamente
en una estructura que no es participativa sino excluyente, discriminatoria,
monopolizada por la corrupción y sumergida en dinámicas tales de cooptación por
el soborno o la amenaza, que no revela rutas posibles o eficaces de corrección.
Por ello propongo que, antes de sumergirse en un diálogo sobre posibilidades de
participación política de ex combatientes, sus delegaciones aborden el problema
de las CUATRO MURALLAS.
¿No constituye, acaso, una ficción imperdonable, ofrecer a quienes han ejercido
una oposición armada al sistema, una participación en un sistema no-participativo,
como salida a su condición de rebeldes? ¿No es acaso el pueblo raso de
Colombia, en su casi totalidad, el que necesita encontrar vías de participación, al
menos abriéndole grandísimos boquetes a las CUATRO MURALLAS?
Pero en mi sentir, las cuatro murallas tienen un orden calculado:
• Primero, la MURALLA CULTURAL-MEDIÁTICA se encarga de acondicionar los niveles
más íntimos de las personas [su conciencia] para convertirlas en usuarios
adaptados y sumisos al sistema político imperante. Dicha muralla proyecta toda su
sombra sobre la conciencia de las gentes y la va modelando, desde niveles
inconscientes, como verdaderos robots, haciendo asimilar los anti-valores, la
lectura sesgada y manipulada de la realidad, las aficiones y modas inducidas, los
odios y fanatismos, las preferencias políticas y hasta las opciones profesionales y
éticas, ajustadas mediante técnicas subliminales a los intereses de élites
dominantes.
• La MURALLA ECONÓMICA es el segundo filtro para bloquear una participación
consciente y libre de esa población ya robotizada. La reverberación mediática ha
acondicionado ya su conciencia para aceptar que todo, en la sociedad, debe ser
susceptible de compra y venta por mandato de la misma naturaleza, y que por lo
que más se desea o se necesita hay que pagar precios más altos. Sobre esa base
del ajuste psíquico mediático a la mercantilización universalizada, se acepta, como
algo natural, competir económicamente por el poder, silenciando en las trastiendas
de lo inconsciente la descomunal desigualdad de los competidores. Así, el dogma
“democrático” de la competencia, lleva a aceptar el veredicto fáctico ineludible de
que los pobres jamás podrán tener poder ni incidencia política, aunque constituyan
la inmensa mayoría de la nación.
• Pero enseguida la MURALLA POLÍTICA, léase el aparato o maquinaria electoral,
como un tercer filtro, entroniza los poderes mafiosos en el control real del
clientelismo, sirviéndose a su vez del enorme poder encubridor y des-informador
de la Muralla Mediática y del poder intimidante de las armas ligadas al dinero
(narco-paramilitarismo) con capacidad de controlar incluso el anémico y corrupto
aparato de justicia. Aferrados a esta muralla, los partidos llegaron a convertirse en
unidades administrativas para la compra de votos y para pagarlos con puestos,
abandonando toda identidad ideológica.
• Finalmente la MURALLA PARAMILITAR cierra el círculo de oclusión a la participación
política. Si hay grupos que logran traspasar las tres murallas anteriores y
conserven aún impulsos reformadores o de alguna incidencia, como ocurrió en el
caso de la U.P., el imperio del terror, vía genocidio u otras formas de exterminio,
da cuenta rápidamente de su persistencia. La impresentabilidad de esta muralla
ha llevado reiterativamente a disfrazarla y ocultarla tras ropajes andrajosos de
delincuencia común que nunca han podido ocultar su vergüenza deslegitimante
del Estado.
Revertir esta situación no es nada fácil. Me preocupan profundamente las noticias
que llegan en relación con presiones para que la paz se firme rápidamente y se
someta a calendarios que obedecen más bien a la ritualidad rutinaria de
consolidación de prácticas corruptas de participación ficticia, como son los
procesos electorales.
Soy consciente de que una paz auténtica debería contemplar transformaciones
radicales de muchas de nuestras instituciones, ligadas de una u otra forma a la
injusticia estructural y a la generación de múltiples violencias como, por ejemplo:
• Las formas de elección de los congresistas; la carencia de formas de control por
sus electores; los criterios de su remuneración; el papel de los partidos; sus
prácticas corruptas de creación de leyes y reformas constitucionales; las
estructuras arraigadas de clientelismo; su no independencia de otros poderes; sus
prácticas corruptas tan arraigadas y consolidadas que han llevado a porcentajes
tan altos de miembros del Congreso Nacional a prisión.
• La corrupción tan honda del poder judicial; la carencia de mecanismos de control
de calidad de sus fallos; la venalidad de la justicia; su ineficiencia e impunidad
proverbiales; la manipulación sistemática de las normas procesales para absolver
a los culpables y condenar a los inocentes; la consolidación de una justicia del
sólo testimonio a la par con la mercantilización y envilecimiento máximo del
testimonio.
• La adulteración histórica de la función de la fuerza pública y su conversión en
ideología armada al servicio de intereses elitistas y foráneos; el arraigo en su
tradición de doctrinas antidemocráticas y criminales; la generación en su seno del
paramilitarismo, ejecutor de los crímenes más horrendos y masivos; sus prácticas
genocidas e inhumanas protegidas por fueros antijurídicos.
• El imperio legalizado de la economía de mercado centrada en el lucro
desmesurado, sometiendo a la máxima rentabilidad las necesidades básicas de
los ciudadanos y generando así desigualdades, pobreza y miseria escandalosas,
absolutamente repudiables. El privilegio de que gozan los más grandes capitales
transnacionales, su incontrolada destrucción del medio ambiente y su saqueo
perverso de los recursos naturales no renovables.
Es imposible ciertamente que problemas tan descomunales se analicen y corrijan
en círculos y tiempos tan estrechos, como los actuales diálogos de La Habana,
donde la gran ausente es la nación colombiana en su diversidad de etnias, razas,
credos, ideologías, profesiones y capas económico sociales;, y donde sólo un
exiguo dígito porcentual tiene acceso a informaciones verídicas y a mecanismos
de comunicación no manipulados con sus semejantes.
Las actuales conversaciones de paz tienen ciertamente limitaciones ineludibles
para poder abordar y afectar los factores profundos generadores y constitutivos
del conflicto social-armado que nos afecta.
Sin embargo, estoy convencido de que un proceso como estos al menos puede
ABRIR PUERTAS para una solución a más largo plazo de esos factores. En mi sentir,
los temas de la Agenda acordada tocan puntos neurálgicos, y entre ellos, el
fundamental de la PARTICIPACIÓN. Si se llegara a un acuerdo que le abra boquetes
definitivos a las CUATRO MURALLAS que ocluyen la participación, estos diálogos
contribuirían a poner en marcha un proceso que podría llevar a construir un país
que vaya entrando en una ruta hacia la paz.
Mi propuesta apunta a que se elabore, como prioridad de prioridades, un nuevo
marco legal para la información y la comunicación y que se ponga en ejecución
junto con otras tres medidas claves que afecten las otras tres murallas
obstructoras de la participación, fijando un período básico para que esas bases
democráticas sean evaluadas y se pueda iniciar una segunda etapa de proceso de
paz, esa sí con un margen de participación muy amplio de la nación colombiana.
Derribar la MURALLA CULTURAL-MEDIÁTICA debería constituir la prioridad de
prioridades para abrir caminos a la PARTICIPACIÓN. En efecto, la condición
elemental y básica de toda participación es el acceso a la verdad, a la información
no manipulada, a la comunicación libre y no amordazada.
Cuando uno examina el actual sistema de “información” masiva que tenemos, hay
que concluir que aquí no existe ni de lejos el derecho a la verdad ni el derecho a la
información; esta no se rige por criterio alguno de servicio público, sino por las
leyes inexorables de las mercancías. Todos los medios masivos de “información”
son propiedad privada de grandes conglomerados económicos, varios de ellos
como capitales y empresas transnacionales. El principio que los rige, a todas
luces, es el principio del lucro y de la máxima rentabilidad. Esto quiere decir que la
“verdad” es una mercancía, lo que introduce la contradicción más radical en su
misma noción. Una “VERDAD-MERCANCÍA” jamás podrá considerarse verdad y sin
embargo esa es la única “verdad” que tenemos de consumo masivo.
En nuestras universidades y facultades de comunicación imperan los criterios del
“mercadeo informativo” o las “técnicas de publicidad”, disciplinas que han
convertido en ciencia refinada el engaño y la mentira, la manipulación de las
conciencias y lo que las más oprobiosas tiranías llamaron “lavado de cerebros”.
Dichas técnicas mercantiles han descubierto mecanismos efectivos y masivos
para neutralizar toda resistencia ética al engaño, al combinarse profundamente
con estudios de psicología, aprovechando de manera perversa todas las
debilidades del psiquismo humano. La imposición mediática de la ideología
competitiva ha encontrado en el fútbol y en otros deportes un canal de
consolidación permanente, lo que explica el altísimo porcentaje de tiempo que
este deporte ocupa en la programación cotidiana de los medios masivos. La
información mediática es selectiva, calculada e interesada, incluyendo entre sus
mecanismos técnicas de ocultamiento de sus intereses, como las encuestas o
programas de opinión, cuya malicia sólo es percibida por pequeñas franjas
poblacionales de conciencia crítica. Dicha ideología mediática estigmatiza y
promociona, la mayoría de las veces mediante mensajes que operan en niveles
inconscientes o con mensajes subliminales, de acuerdo a intereses económicos,
políticos e ideológicos de los poderes que representan, que son sin lugar a dudas
los más poderosos de la nación. Crean “ángeles” y “demonios” a la medida de sus
intereses y a través de sus voceros dicen representar al país entero.
Los medios masivos utilizan abierta u sutilmente la calumnia para neutralizar
posiciones incómodas a los poderes que de facto representan. Han entronizado en
profundidad una ética donde la frontera entre lo bueno y lo malo está definida por
la sumisión o el rechazo a los ejes estructurales del sistema imperante y a sus
figuras representativas. A esta “ética” implícita corresponde el mecanismo de
identificar forzosamente toda opinión crítica o alternativa, sobre todo cuando
intenta expresiones orgánicas, con la oposición armada, echando mano de la
única manera de colocar en los márgenes de lo legal a quienes consideran
obstáculo a sus intereses.
No puede alegarse que la calumnia es legalmente reprimida; lo es sólo en teoría.
El suscrito arrastra desde hace muchos años la destrucción de su reputación por
medios masivos como El Tiempo, RCN, Caracol, El Siglo, varias cadenas radiales
y otros medios masivos, sin que las acciones de Tutela hayan logrado rectificación
alguna. Al mismo tiempo he visto destruir el buen nombre de todo un pueblo, como
es la Comunidad de Paz de san José de Apartadó, por estrategias mediáticas de
enorme perversidad agenciadas por El Colombiano, El Mundo y varias cadenas
radiales, sin que sus directores aceptaran —y menos corrigieran o rectificaran— la
perversidad de sus ardides, no obstante ponerles de frente las consecuencias
fatales y criminales de los mismos.
Toda esa anti ética se cobija con el principio falsificado de la “libertad de prensa” o
“libertad de expresión”. Pero, ¿puede acaso llamarse libertad de prensa a la
libertad de publicar lo que se quiera —incluyendo mentiras y calumnias de
grandes proporciones, de alcance sistemático y de efectos letales— por parte de
quienes tienen descomunales cantidades de dinero, cuando incluso el que es
calumniado y no tiene dinero necesita empeñar varios salarios de hambre para
que le publiquen una defensa de su opinión? La inconsistencia y el absurdo saltan
a la vista.
Es, pues, necesario y urgente, cambiar el marco legal de la información y la
comunicación. Es necesario comenzar a construir desde mucho más atrás de un
punto cero, el derecho a la verdad y el derecho a la información. En efecto, habrá
que enfrentar las reacciones de poder de quienes han usufructuado casi por siglos
el derecho al engaño, a la mentira, a la manipulación mediática y al lavado de
cerebros.
Un primer elemento de dicho nuevo marco legal es sustraer la información masiva
al control y arbitrio de las empresas mediáticas y sus órganos decisorios. Para
definir el concepto de información masiva sugiero reunir a grupos de expertos que
puedan señalar los niveles de tiraje y de rating, según el caso, que empiezan a
constituir una información masiva. Si bien hay diarios impresos que bordean o
sobrepa san el millón de ejemplares con una distribución nacional, hay otros de
mayor distribución regional que fluctúan entre los cien y doscientos mil pero que
tienen un poderoso influjo regional. En los medios radiales y visuales hay que
atender los horarios y sus ratings de audiencias. Lo clasificado como información
masiva debe dedicar, al menos un 70% de su contenido, a darle expresión a los
sectores sociales del país, mediante mecanismos de elección y control
democráticos permanentes. Un amplio consejo de elección popular debe
garantizar el derecho a la información proveniente de los sectores más
desprotegidos, así como a sus opiniones, y elaborar reglamentos que permitan la
expresión igualitaria de todos los sectores y organizaciones sociales.
Una transformación legal de esas proporciones no va a garantizar el derecho a la
verdad y a la información de un día para otro, pero dicha transformación va
abriéndole paso progresivamente, y seguramente en medio de numerosos
conflictos de ajuste, a las verdades por siglos amordazadas y reprimidas y,
lentamente, el derecho a la información verídica se irá abriendo paso.
Es necesario aclimatar durante períodos prudenciales, esta base fundamental de
la participación. En efecto, participar en procesos políticos, en medio de océanos
de engaños, de verdades amordazadas y manipuladas, no tiene ningún sentido y
sólo constituye un engaño más.
Para completar las bases de una participación auténtica y no ficticia, es necesario
idear otras medidas urgentes que neutralicen las otras tres murallas:
• Unas elecciones que requieran de enormes cantidades de dinero para participar,
ya por el costo abierto de vallas, cuñas publicitarias y demás técnicas
propagandísticas, ya por la inveterada y masiva compra de votos y de jurados, es
más que evidente que excluyen a los sectores pobres del poder de decisión o
participación, por no hablar de la podredumbre moral de sus mecanismos. Una
drástica ley electoral debe sustraer las elecciones a la exclusiva participación de
quienes tienen mucho dinero y tomar medidas para ilegalizar lo que demande
dinero y consagre desigualdades evidentes en las candidaturas.
• Si bien la medida anterior puede limitar un poco el control mafioso del aparato
electoral, no es suficiente. El narco paramilitarismo ha demostrado enorme
sagacidad y poderío para infiltrar y neutralizar todo los controles que van
apareciendo y en ello han sido de gran ayuda sus redes de relaciones con la
mayoría de las instituciones del Estado. Es necesario recurrir a todos los
mecanismos y técnicas utilizadas en países democráticos, que permitan preservar
el voto de la manipulación y antes hay que depurar a fondo las instituciones que
intervienen en el proceso electoral.
• Respecto al paramilitarismo, última muralla que elimina mediante la barbarie a
los partidos y movimientos que muestran niveles críticos, es evidente que el factor
nuclear de su gran poder es la multifacética colaboración, por acción o por
omisión, que le brinda la fuerza pública. Por ello, está en manos del Presidente de
la República, como Comandante en Jefe de la fuerza pública y garante de los
derechos, con atribuciones constitucionales suficientes para remover a
funcionarios que estorban el cumplimiento de la Constitución, el destituir sin
contemplaciones a los comandantes de unidades en cuyas jurisdicciones operen
estructuras paramilitares. Esa medida reemplazaría la evidente condescendencia
y apoyo del que hasta ahora ha gozado el paramilitarismo y con toda seguridad se
revertiría. Es de absoluta evidencia que el factor que mantiene vivo y actuante el
paramilitarismo es el apoyo oficial por acción u omisión; quebrado éste,
desaparecerá, y ello gravita sobre la voluntad política del Jefe del Estado.
Al dejar en sus manos estas inquietudes, quiero insistir en que no se pase por alto
la realidad oclusiva de estas CUATRO MURALLAS, no sea que eventuales acuerdos
sobre participación política se conviertan en una ficción más que deje intactas las
estructuras excluyentes que nos han dominado.
Palabras del Padre Adolfo Nicolás S.J., Superior General de la Compañía de
Jesús a los Miembros del Centro de Fe y Culturas9.
Yo recuerdo que antes de llegar de Japón tuvimos una gran discusión sobre si los
japoneses son religiosos o no. Después de muchas discusiones y mucho estudio,
llegamos a la conclusión de que los japoneses no tienen religión, pero tienen
religiosidad, es decir, tienen un sentido religioso muy profundo, tan profundo que
ciertamente nos avergüenzan a los españoles.
El 31 de diciembre hay un programa muy popular en el que se da una especie de
competición entre hombres y mujeres. Los hombres van de blanco y las mujeres
de rojo, y todos los años hay una competición a ver quién gana. Y me parece que
han ganado más veces las mujeres, ¡no sé por qué será! Y concursan en
modalidades de canción, arte, contar historias y otros. Es una fiesta muy popular,
y todos los años empieza a las nueve y termina exactamente a las doce menos
cuarto y a esa hora, todos los canales de televisión, empiezan a poner imágenes
de templos Budistas y la gente va en masa a pedir para que el próximo año sea un
año de prosperidad y de paz. O sea que todo el pueblo va a los templos y la
procesión a los templos sigue al día siguiente. Hay un templo en Tokio que tiene
una avenida donde caben por lo menos veinticinco personas de fondo, y van
entrando en procesión hasta medio día del primero de enero. Casi doce horas de
gente que quiere ir al templo a pedir que este año sea un año bueno y sobre todo
un año de paz y de tranquilidad, mientras los españoles se están emborrachando
en la puerta del sol. El contraste es feroz. Por eso decir que los japoneses no son
religiosos es chocante y risible, porque llegan estas ocasiones importantes y hay
un sentido de contención, de expresión, de oración que sale del corazón; porque
todos llevan dentro el deseo de paz, sobre todo después de la última guerra que
Japón tuvo que sufrir las bombas atómicas.
Yo creo que la distinción entre fe, religiosidad y religión, es importante. Hoy día, se
ve que en todo el mundo hay una crisis de religión, no de religiosidad ni de
espiritualidad, porque hay una búsqueda cada vez mayor de expresiones de
religiosidad que se ven en los pueblos, incluso el pueblo Japonés que dice no
creer, porque para ellos no hay contenidos mentales que puedan decir: “yo creo
en esto”, pero hay un sentimiento religioso que les lleva a la compasión, y lo
hemos visto todos en el tsunami y en el gran terremoto con la amenaza nuclear
9 Este texto corresponde a la transcripción de las palabras ofrecidas por el Padre Adolfo Nicolás S.J. General de la compañía de Jesús, en un encuentro realizado con los miembros del Centro de Fe y Culturas el día 14 de agosto de 2013.
que venía después, en los cuales el pueblo Japonés, como pueblo, ha
reaccionado de una manera extraordinaria, como ningún pueblo cristiano lo hace.
En Estados Unidos bastaría el terremoto sin el tsunami para que hubiera saqueos
y la gente aprovechara para robar. Basta una noche sin luz para que pase eso. Y
los italianos no se lo podían creer, diciendo: ¿nosotros seríamos incapaces de
reaccionar así?
La paz, la tranquilidad y la solidaridad que ha despertado el tsunami y todo el
desastre que ha acompañado aquello, realmente nos hace preguntar si nuestra
pastoral, nuestros sistema de educación, nuestra presentación de lo que es un
cristiano, es correcta o no.
Decía una australiana que enseñaba inglés en la zona dañada por el tsunami, que
la experiencia de vivir allí con los japoneses, le había cambiado la vida
completamente, ya que después del terremoto, durante dos semanas, se
encontraba siempre a la puerta de su apartamento comida preparada para ella y
no sabía quien la había preparado. Seguro que era una señora del vecindario que
pensaba: “esta extranjera no tendrá facilidad para encontrar comida” y le
preparaba todos los días su comida y se la ponía a la puerta. Sin identificarse, sin
nada. Y no venía a decirle; ¡lo hago por amor a Cristo, ni por amor a Buda ni a
nadie! Éste es un sentimiento espontáneo que viene de adentro y yo creo que es
real.
El Padre Tony de Mello, el famoso Gurú Indio, decía; yo no quiero que nadie
después de la misa, me venga a la puerta de la iglesia a decirme: “porque soy
cristiano le amo a usted, aunque le tengo razones para odiarle”. Eso no quiero
oírlo. Yo prefiero que antes de la misa oiga: “usted me cae muy bien”. Prefiero eso
que es más espontáneo y es real, y no el que viene con una motivación religiosa y
que la tiene que decir para justificar que me perdona o que me quiere.
Esto me recuerda un libro que ciertamente recomiendo por lo menos el capítulo
primero y el último, porque el libro es bastante voluminoso, de una autora inglesa,
Karen Armstrong y se llama: La gran transformación. Este libro es un estudio del
siglo V al siglo III a.C., donde según la autora, hubo un momento, un fenómeno
religioso y cultural, que supuso un avance en el sentido religioso de la humanidad.
Es tan notable que Karl Jaspers, el filósofo Alemán, lo llamó el tiempo axial, pues
allí sucedió algo muy profundo. Entonces todo el libro es un estudio de que pasó
en las cuatro civilizaciones donde se dio el cambio: China, India, Israel y Grecia. O
sea que cuatro civilizaciones totalmente distintas, en un momento dado descubren
lo mismo.
¿Qué es lo que descubren? La gran preocupación de los sabios, y sabios aquí no
en sentido moderno sino en sentido tradicional (relacionado con hombres de
pensar profundo, de preocupación por la vida humana, de cómo vivir mejor, como
Confucio), era cómo ayudar a la humanidad, y concretamente, cómo reducir el
sufrimiento humano. Porque se daban cuenta tanto entonces como ahora, que el
gran problema y el gran reto de la humanidad es el sufrimiento.
¿Por qué tanta gente tiene que sufrir inútilmente? Y sufren hambre, pobreza,
violencia, guerra, falta de paz, y digamos también el desempleo, con los
problemas que eso trae: falta de sentido, falta de alegría, falta de esperanza. O
sea, todas esas fuentes de sufrimiento ¿cómo podemos reducirlas? Esa fue la
gran preocupación y yo creo que está a la raíz de todo movimiento religioso
profundo.
Esta es claramente la gran pregunta que tenía Buda en la India, esa es la gran
pregunta que tenían Confucio, Mencio, Lao Tzu en la cultura China, es la gran
preocupación de los profetas del exilio, los segundos profetas, que viven el exilio
como un tiempo de crisis, y allí el pueblo Judío pierde la fe mayoritariamente. Sólo
queda el residuo de Israel, ese pequeño grupo que sigue fiel a su fe. En ese
contexto es donde surgen los últimos profetas de Israel que son los profetas del
exilio: Jeremías, Isaías, Ezequiel, Óseas y Amos.
Desde el siglo X en todas estas culturas buscan métodos para reducir el
sufrimiento humano, buscan todo lo posible, y en ese proceso hay un momento,
un siglo en que todas estas cuatro culturas creen que el rito, lo ritual, puede
ayudar. Y entonces crecen los ritos, empieza una serie de ceremonias y al final
ven que el rito no es la solución.
Entonces el rito se elabora y se desarrolla un poco más, y piensan en el sacrificio,
como un avance porque es mejor matar a un cabrito que matar al vecino. Es un
pequeño avance pero que no quita la violencia porque todavía se mata un cabrito
y no solamente eso, sino que esta violencia se aplica a Dios: es Dios el que tiene
que aplacarse con una violencia que es el sacrificio, y ven que esto no es la
solución. Y siguen buscando y llega al siglo V y parece como que todos a la vez se
dan cuenta de dos cosas:
1. Que el único cambio que puede ayudar a la humanidad es el cambio interior, y
hoy día creo que podemos confirmar esa intuición como sabiduría, porque hemos
visto el comunismo y el capitalismo, hemos vistos nuevos sistemas, pero hemos
visto que si no cambian las personas, los sistemas no sirven para nada. El
comunismo es inhumano y el capitalismo es inhumano. O sea, si no hay un
cambio interior, los cambios exteriores no sirven para nada, y han probado todo
porque son cuatrocientos años de probar cosas y ver que no resultan.
2. Descubren que ser religioso es ser compasivo, vivir religiosamente es vivir en
compasión. Eso es un descubrimiento del siglo V a III en China, es un
descubrimiento en la India, es un descubrimiento en Israel. Y nosotros conocemos
el mensaje de los profetas como Jeremías, Isaías, Ezequiel quienes hablan de la
ley interior, dicen que la nueva alianza es interior y por eso Dios nos va a quitar el
corazón de piedra para darnos un corazón de carne, compasivo. “No me gustan
vuestras peregrinaciones, ni vuestros ritos, ni vuestros sacrificios. Al contrario me
repelen, porque lo que yo quiero es justicia para el pobre, etc.”. En Israel está
clarísimo y lo mismo pasa en la India con Buda, los místicos de Upanishads, y lo
mismo pasa en el Taoísmo.
Tao significa camino, es un proceso de búsqueda, y en ese proceso descubren
que hay que conocerse a sí mismo. En el Quijote, la segunda recomendación es:
“conócete a ti mismo tal como eres”, eso es cien por ciento Budista.
Una de las meditaciones se llaman Koan, que son esas frases que no son lógicas
pero que te ponen en una tesitura de meditación para poder descubrir lo meta-
lógico, lo que va más allá, es descubrir que cara tenías antes de nacer, es decir,
¿Quién eres tú realmente? Ver tu cara antes de nacer. Eso no tiene lógica pero te
pone en una tesitura de superar todas las imágenes, de superar todas las cosas
segundarias, todo, incluso la lógica y descubrir, tu verdadera esencia. Y la
compasión Budista está fundamentada en el descubrimiento de que en el fondo
todos nosotros somos nada. Somos vacíos, no tenemos apoyo, creemos que
estamos en apoyo pero basta un terremoto para que perdamos el pie de apoyo.
¿Por qué muchos tienen miedo a volar? Porque es como un terremoto, o sea no
hay base, y el avión empieza a sacudirse y nos empieza a entrar el miedo de ver
que va a pasar. ¿Por qué? Porque no hay base, eso pasa con el terremoto, pero
frente a lo que yo creía que era mi base, no es mi base. Y si han visto en YouTube
creo que hay un film poniendo juntos una serie de imágenes en el momento del
terremoto y es realmente impresionante. La sacudida tan violenta del tipo de
terremoto que sufrieron es que no hay base. Entonces un empleado que tienen ahí
también cámaras tomando todo el terremoto, tiene que estar apoyando un estante
para que no se le caiga encima porque se está moviendo todo. ¡Es una cosa
terrible!
Bueno, la intuición Budista es: todos en el fondo encontramos dentro de nosotros
un vacío tremendo, total, no tenemos paz, somos muy limitados, no tenemos una
base en nosotros mismos, y como eso lo tiene toda la humanidad, eso es la fuente
de la compasión. O sea, yo siento por el otro porque se lo que tiene el otro, pues
tiene lo mismo que yo: un vacío, por tanto todos participamos de la misma
limitación, todos participamos del mismo sufrimiento, y por lo tanto la compasión
es natural, es la virtud número uno del Budista, es la virtud número uno del Hindú,
es la virtud número uno del cristiano.
Hay una confluencia en la experiencia religiosa que apunta hacia la compasión.
Por eso el individuo que no tiene compasión, nosotros decimos que tiene un
corazón de piedra, es un hombre frio, es un hombre del que no te puedes fiar,
porque hay algo en la compasión que nos llega a todos. En Israel está claro, en
China está claro, en la India también con los místicos y con Buda, porque Buda es
el que descubre que el fondo no tiene nada.
Dicen que los budistas son ateos, incluso en Roma me han preguntado: usted que
ha estado en Asia, ¿cree usted que el Budismo es una religión? O sea, todavía
dudan. ¿Por qué creen que son ateos? Porque no hablan nunca de Dios, pero no
hablan de Dios porque para ellos Dios es el misterio de los misterios. Es tan
misterio que no se puede ni pronunciar, y después de decir eso se quedan
callados.
Los cristianos también dicen: Dios el misterio de los misterios, pero después de
decir eso; escriben cantidad de libros sobre Dios. Esa es la diferencia, pero los
dos decimos que Dios es un misterio, y es el misterio que no podemos abarcar.
Dios es siempre más grande, san Agustín dice; si lo entiendes, eso que entiendes
eso no es Dios. ¡Más claro no puede ser, está clarísimo! Y sin embargo seguimos
escribiendo libros sobre Dios como si supiéramos por deducción lógica, y eso el
Budismo lo niega, por eso yo creo y lo he dicho varias veces, con sorpresa de
algunos, que el gran reto para el cristianismo no es el Islam, porque el Islam en el
fondo es monoteísta y participa mucho del modo de pensar y el modo de vivir de
los cristianos, el gran reto del cristianismo vendrá del Budismo y vendrá a su
tiempo, todavía no es tiempo, no hay que anticipar, pero vendrá.
Yo lo ha visto de cerca y la capacidad del Budismo de producir alta calidad de
personas como hemos visto en el tiempo del tsunami, y al mismo tiempo una
honestidad total en la reflexión teológica y en la reflexión religiosa de lo que es la
vida. Eso me parece que va a tener una fuerza enorme para al menos retar, o
desafiar muchas de las cosas que nosotros decimos, y las decimos felizmente.
¿Por qué en países como España, Italia, Colombia, etc. hay esta separación entre
una persona de fe y la realidad de la injusticia, inequidad y falta de compasión?
muchas veces se ven personas que van a misa todos los días, y sin embargo
odian tiernamente a su vecino. Aquí hay algo extraño y es porque quizás hemos
formulado demasiado las cosas en términos religiosos. Porque el lenguaje
religioso nos sirve para sentirnos cerca de Dios, o de la trascendencia, o del
misterio y lo usamos continuamente, pero eso yo creo que debilita la ciudadanía,
los debilita, porque en el momento que hay una crisis de fe se termina todo lo
ético, y se termina toda obligación, se termina toda responsabilidad.
Sin embargo yo creo que tendríamos que tener un lenguaje de sabiduría, un
lenguaje más profundo. Nosotros vivimos así porque estamos convencidos de que
así es como se vive bien. Lo que decía Platón: el objetivo de la filosofía es el buen
vivir. El vivir humanamente como persona cabal. Eso es el objetivo de la filosofía.
No el elucubrar sobre cómo son los demás.
Yo creo que aquí hay un problema muy profundo de visión religiosa. La Cultura
Griega se posesionó de Europa pero en una línea muy cerebral, muy intelectual si
se quiere, y ha seguido hasta el presente. En Asia hay más una reflexión
Sapiencial. Yo he creído siempre que Asia quería sabiduría y Europa quería
verdad, y casi como contrapuestas. Hoy día ya en muchas reuniones por ejemplo
de educación, se pide que haya mucha más sabiduría en la educación. O sea, que
ahora el Occidente está pidiendo sabiduría, yo creo que eso es un momento
importante para aceptar por lo menos la búsqueda de la sabiduría como parte de
nuestra fe religiosa.
El papa Benedicto dijo en un momento antes del Sínodo, algo que es muy fuerte
para que un papa lo diga: “es mejor un agnóstico que busca, que un cristiano que
ya no busca más porque se cree que tiene todas las respuestas”. Y a los pocos
días el Cardenal Ravasi que es un hombre de gran cultura y de gran conocimiento
dijo que la búsqueda en sí mismo es ya parte de la llegada, o sea la búsqueda ya
tiene un valor religioso.
Y lo que vemos en el tiempo axial, lo que decíamos antes, es generaciones de
sabios que están buscando y probándolo todo. Ritual, sacrificio; etc. ¿Qué queda?
La transformación interior, y una de las preguntas es: ¿Qué elementos son
fundamentales para considerar una obra ignaciana? Yo diría que es esta
búsqueda y este proceso de transformación interior, porque san Ignacio, que no
había pensado nunca en colegios, aceptó tan pronto colegios en la compañía,
porque el padre Laines, quien fue el segundo General de la Compañía, convenció
a san Ignacio que los colegios eran muy buenos, no solamente apostólicamente
sino para ayudar a la humanidad a crecer, y san Ignacio vio que si toda la
espiritualidad ignaciana es crecimiento y transformación, en ese proceso de irnos
haciendo personas e irnos transformando, el colegio es el sitio ideal para que se
dé esa transformación. Y lo aceptó enseguida y abrieron un colegio en Mesina, en
Sicilia. San Ignacio vio en seguida que la educación es un sitio muy bueno para
crecer, y eso es lo que le importaba a él, que la gente tuviera la posibilidad de
crecer.
Tenemos casi toda una humanidad en búsqueda y que descubre en un momento
dado dos relaciones; la relación de la compasión y del camino interior, y esos son
los elementos del cristianismo. Y la autora dice; esto se perdió porque la religión
se alió pronto con la política, y cada vez que la religión y la política se alían, los
dos se hacen peores, es decir que el matrimonio entre religión y política, es un
matrimonio que termina en divorcio o termina en una serie de infidelidades. No es
una buena unión. Y porque la religión y la política se aliaron demasiado; se perdió
esta visión. Y aparece de nuevo en Jesús y en san Pablo y desaparece otra vez. Y
aparece un poco en Mohamed y desaparece otra vez, y yo creo aunque el libro no
llega hasta esa edad aparece otra vez en los místicos del Renacimiento, tanto
alemanes como españoles, en los místicos aparece esta visión, y en san Ignacio
ciertamente es la visión del camino interior y el corazón renovado. Entonces el
corazón es un corazón compasivo y san Juan de la Cruz, santa teresa de Ávila
son buenos ejemplares de esta visión hecha otra vez realidad dentro del
cristianismo.
Creo que esto podría ayudar, y yo ciertamente he visto que la religión no va
necesariamente con la fe. Y a la crisis moderna es crisis de religión, no crisis de
religiosidad, no crisis de espiritualidad. Cada vez hay más gente que busca
espiritualidad, hay más gente que quiere aprender a orar.
Me pidieron tener un cursillo sobre la oración, sobre cómo orar hoy en el siglo XX,
y se llenó de japoneses cristianos y no cristianos que querían saber qué es eso de
la oración. La crisis es la religión establecida, la vemos en Europa y en
Latinoamérica, la vemos en Japón con el Budismo, al Budismo le está pasando
exactamente lo mismo. O sea, las sectas Budistas más tradicionales, más
institucionalizadas están en crisis, y está bajando el número de personas mientras
crecen sectas, movimientos. Porque la gente está buscando otra cosa. Y la
religión institucional al hacerse institucional quiere absorberlo todo, hasta el
lenguaje. Entonces todo se habla en términos de un lenguaje que ya no convence
pero que quiere ser exclusivo. Y cuando ese lenguaje se empieza a hacer
problemático se pierde todo, se pierde el horizonte, se pierde el lenguaje, se
pierde la motivación y entonces perdemos la sabiduría y perdemos la capacidad
humana para responder a los retos antiguos o nuevos. Esto sería mi primera
aproximación al tema de fe y culturas, y sobre lo que está pasando en el mundo
moderno.
Yo he estado bastante preocupado con el lenguaje de la iglesia, pues creo que en
el lenguaje perdemos a muchísima gente, porque usamos un lenguaje que no
llega, no entra adentro. Y eso me llevó a reflexionar dos o tres años sobre el
lenguaje de la Biblia. ¿Qué pasara en la Biblia con el lenguaje? Entonces me
pareció descubrir una cosa que saben todos los biblistas: que hay tres lenguajes
en la Biblia, totalmente distintos y los tres aparecen respondiendo a necesidades
distintas al pueblo de Israel.
Primero cuando salen de Egipto se encuentran que no hay ni pueblo, ni identidad
ni nada. La palabra hebreo viene de guiburin, que es una mezcla de todo. Hay
delincuentes, hay esclavos, hay gente de distintas tribus que no saben qué hacer
pero no hay identidad, y entonces toda la primera parte de la Biblia desarrolla un
lenguaje histórico: las grandes gestas de Dios por el pueblo. Y entonces a través
de este lenguaje histórico, de gestas, le da al pueblo una identidad, y el pueblo
empieza a sentir que es ese pueblo escogido por Dios, con una alianza especial
que Dios ha liberado de Egipto y se crean muchas historias. Algunas simplemente
historias, otras un poco mitologizadas, se trata de la identidad del pueblo y por lo
tanto hay un factor de color que se ha añadido.
Una vez que el pueblo tiene una identidad, y es una identidad basada en su fe, en
Yahvé, en el Dios que nos protege, entonces lo que hace falta es purificar esa fe,
porque es una fe que es manipuladora, manipula la fe por razones políticas para
imponerse en Canaán, a los jebucitas, a los amoralitas para justificar guerras,
entonces vienen los profetas, y la función de los profetas es purificar la fe de
Israel. Entonces son los profetas los que dicen; “a Dios no le gusta esto, ni esto, ni
esto, porque Dios quiere la vida de la gente, Dios quiere que los pobres tengan
esperanza, que haya alegría, que participen de los bienes de la tierra, que haya
justicia”.
La fe y los temas de justicia y de armonía van profundamente ligados, porque son
parte de lo que Dios quiere, no lo que nosotros inventamos, y entonces viene todo
el lenguaje profético que consiste en descubrir lo que está oculto, porque los reyes
quieren ocultarlo, los reyes y los gobiernos y eso sigue pasando, entonces lo que
los reyes quieren ocultar, los profetas lo airean pero siempre dando una
alternativa. El profeta tiene una función también creadora y ofrece una alternativa
que es el nuevo Jerusalén, o la paz con los animales, el niño que juega con la
pantera o con la serpiente o sea se idealiza un poco la utopía, pero están
hablando de una alternativa; es posible vivir de otra manera. Y la tercera función
del profeta es dar esperanza y dar energía para poder luchar por esa nueva
posibilidad.
Y eso viene en el lenguaje que es un lenguaje a veces de memorias y hablan de la
nueva Jerusalén, la nueva creación. Ponen nueva porque no saben cómo va ser,
pero saben que va a pasar otra vez lo que Dios ya ha hecho en el pasado. Por eso
la nueva Jerusalén, el nuevo Éxodo, la nueva creación es simplemente un
lenguaje para dar esperanza al pueblo. Que Dios está con nosotros por lo tanto, lo
que ha hecho en el pasado, lo puede hacer en el futuro. Pero viene el exilio y con
el exilio viene la gran crisis de fe, y la mayoría de Israel pierde la fe. Los que
conservan la fe, que son muy pocos, conforman un grupo que son pobres, gente
sencilla, pero que conservan su fe en Dios.
Y entonces ya no hay más profetas, se acabaron los profetas. ¿Pero qué
empieza? Empieza el lenguaje de la sabiduría, el libro de la sabiduría, los
Proverbios y otros libros. Job está hablando de sabiduría, de encontrar a Dios en
las cosas sencillas de cada día, en las familias, en la viña y el vino que se produce
en la viña, en la prosperidad de cada día, en un pueblo agrícola.
Yo creo que en este momento necesitamos los tres lenguajes, para nuevos
cristianos: un nuevo lenguaje histórico les viene bien para que tomen la identidad
cristiana con toda la literatura que viene de la Biblia del Antiguo y del Nuevo
testamento; con gente que se creen que tienen fe necesitan el lenguaje profético,
dentro de la iglesia el lenguaje profético sigue teniendo sentido, pero fuera no y
para hablar en la frontera, donde estamos todos nosotros, en la frontera de la
profundidad, en la frontera de los no creyentes, necesitamos un nuevo lenguaje de
sabiduría.
Y ahora todas las culturas se han hecho multiculturales, todos los países. Japón
ha vivido muchos años en la ficción de ser monocultural, pero eso no se lo creían
los japoneses. Los políticos lo decían pero nadie se lo creía porque estaban los
Ainu en el norte Que son una tribu especial distinta del pueblo Japonés y Okinawa
en el sur, Ryukyu que también son de una tradición distinta. Pero el Gobierno por
razones distintas hablaba como si todos fueran iguales; monocultural. Ahora se
dan cuenta que esa ficción ya no sirve. Japón es pluricultural con toda la
emigración y todos los países del mundo son multiculturales; y entonces
necesitamos superar lo que sea cultural para ver la humanidad como tal, y poder
ver a un africano, no como un africano, sino como una persona y tratarlo como tal.
Y eso se aplica a todos los países. Eso es un tarea muy grande que imagino que
será la tarea que venga si el proceso de paz llega a concluirse, entonces hay que
edificar toda una vida social y una vida nueva en un país que ha cambiado durante
estos cuarenta o cincuenta años porque nos hemos hecho todos pluriculturales.
Dentro de Colombia ya hay una pluriculturalidad y parte de la regionalización es
aceptar la realidad cultural y por lo tanto es parte de un proceso necesario, porque
si no aceptamos la realidad tal cual es, no vamos a ninguna parte.
Lo religioso no es solamente lo que se hace en la sacristía y en la iglesia; lo
religioso es lo que pasa con la humanidad, y el vivir compasivos, porque esta
humanidad es una humanidad herida, es una humanidad imperfecta. ¡Eso es lo
religioso! Es la comunión con un Dios que está preocupado por la totalidad.
Reseña de los autores
Francisco José de Roux Rengifo, S.J
Sacerdote jesuita, que tiene el título de Filosofía y Letras (1966) y Magister en
Filosofía (1968) de la Pontificia Universidad Javeriana. Licenciado en Teología de
la Universidad Javeriana. Es MA en Economía de la Universidad de los Andes
(1972), RFS en Economía de London School of Economics, Londres (1980).
Doctor en Economía de la Universidad de la Sorbona, París (1981). Se ha
desempeñado como Director del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús
(1986-1987), del Centro de Investigación y Educación Popular Cinep (1987-1994)
del Consorcio Desarrollo y Paz del Magdalena Medio (1995-2001) y de la
Corporación Desarrollo y Paz del Magdalena Medio (2001-2008), Es el Vice Gran
Canciller de la Pontificia Universidad Javeriana y Presidente del Consejo de
Regentes. Desde el 30 de septiembre de 2008 es el Superior Mayor de la
Compañía de Jesús en Colombia.
Doctora Beatriz Restrepo
Estudios de filosofía en Manhattanville College, Nueva York, EUA, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad Complutense, Madrid, España; Instituto Superior de
Filosofía, Universidad Católica de Lovaina, Louvain la Neuve, Bélgica. Docente de
Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UPB, Medellín y en el Instituto
de Filosofía de la U de A, Medellín. Exsecretaria de Educación de Antioquia. Ha
sido miembro de los Consejos de Proantioquia, Universidad Minuto de Dios,
CINDE y EAFIT. Exdirectora del Plan Estratégico de Antioquia, PLANEA. Miembro
de la Junta de EPM. Miembro fundador del Centro de Fe y Culturas.
Horacio Arango Arango S.J.
Sacerdote jesuita, ordenado en 1976, estudió Filosofía y Letras en la Pontificia
Universidad Javeriana Bogotá, 1969-1971, Teología en la Pontificia Universidad
Javeriana Bogotá 1974 – 1977, Ciencias Políticas en la Pontificia Universidad
Javeriana Bogotá 1977 – 1979, Sociología Política en la La Sorbona, Paris IV
Escuela de Altos Estudios Sociales, París Francia 1979-1984.
Trabajó en Investigación CINEP 1985-1987, Coordinador de Cursos y Seminarios
de la Confederación de Religiosos de América Latina CLAR 1984-1989, miembro
del Equipo de Dirección del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús 1985 –
1987-1989, Secretario Ejecutivo del Programa por la Paz 1989, Superior de la
formación de los estudiantes Jesuitas en la etapa de la Teología. 1987-1992,
Secretario Ejecutivo del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús. 1989 -
1997, Director General Programa por la Paz 1987-2003, Asistente del P. Provincial
para el trabajo social y Pastoral 1992 – 1997, Provincial de la Compañía de Jesús
desde el 31 de Julio de 1997-Noviembre 2003, Director General Programa por la
Paz desde el 16 de Julio 2004-Octubre de 2005, Director del Centro de Fe y
Culturas Medellín desde Junio de 2004, Rector Colegio san Ignacio a partir de julio
de 2009.
Padre Adolfo Nicolás, S.J.
Sacerdote jesuita elegido para el cargo de Prepósito General el 19 de enero de
2008 y dirige la Compañía de Jesús según las Constituciones y normas que la
orientan.
De nacionalidad española, ingresó en 1953 al noviciado de la Compañía de Jesús
en Aranjuez- España y en 1960, luego de finalizar sus estudios de filosofía en
Alcalá de Henares, obtuvo el grado en licenciatura en filosofía.
Luego viajó a Japón para estudiar lenguas y estudió teología en Tokio, donde se
ordenó como sacerdote el 17 de marzo de 1967. Realizó su doctorado en la
Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma y escribió su tesis doctoral: Teología
del Progreso. Al finalizar fue profesor de Teología Sistemática de la Universidad
Sofía de Tokio. Ocho años después, se desempeñó como director del Instituto
Pastoral de Manila en Filipinas; e iniciando los años noventa fue Rector del
Escolasticado de Tokio.
En 1993 fue Superior Provincial de Japón durante seis años. Después trabajó en
una parroquia de inmigrantes en Tokio. Desde 2004 y hasta su elección como
Prepósito General ejerció el cargo de Presidente de la Conferencia de Provinciales
de Asia Oriental y Oceanía.
Rubén Hernando Fernández Andrade
Magister en Educación y Desarrollo Humano (Cinde – Universidad de Manizales,
2003), Licenciado en Educación (Universidad de Antioquia, 2006) y Tecnólogo en
Instrumentación Industrial (Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, 1984).
Director del Programa “Antioquia Legal” de la Gobernación de Antioquia y líder de
la línea 1 del Plan de Desarrollo Departamental. Durante el año 2013, fue
coordinador de la celebración de los 200 años de la independencia de Antioquia.
Es miembro de las Juntas Directivas de Empresas Públicas de Medellín y de
Benedan.
Se ha desempeñado en los últimos años como líder del sector social
latinoamericano haciendo parte del Consejo Directivo de la Asociación
Latinoamericana de Organizaciones de Promoción al Desarrollo, Alop y
coordinador para América Latina de las consultas sobre Efectividad de las
organizaciones de la sociedad civil y de la Cooperación Internacional en 15 países
de la región.
Como miembro del grupo de coordinación de la Iniciativa Regional Rendir Cuentas
y del Consejo Directivo de la Confederación Colombiana de ONG, fue promotor de
políticas de transparencia y de experiencias individuales y colectivas de rendición
pública de cuentas de organizaciones del sector social.
En Medellín, desde su lugar en la sociedad civil como Director General y luego
Presidente de la Corporación Región, y recientemente en el Centro de Fe y
Culturas, ha participado en los principales escenarios de construcción de futuro de
ciudad desde los Seminarios Alternativas de Futuro (1994-1996), el Plan
Estratégico de Medellín y su Área Metropolitana y los Congresos de Ciudad (1995-
1997) y la Veeduría Ciudadana al Plan de Desarrollo.
Javier Giraldo Moreno, S.J.
Nacido el 19 de julio de 1944 en Carolina del Príncipe, Antioquia. Ordenado sacerdote jesuita en noviembre 28 de 1975. Estudió Licenciatura en Filosofía, Universidad Javeriana, Bogotá, 1969; Licenciatura en Teología, Universidad Javeriana, Bogotá, 1975; Magíster en Teología, Universidad Javeriana, Bogotá, 1978; Diploma de Tercer Ciclo en Análisis Regional y Equipamiento del Espacio, Universidad de París I –Panthéon/Sorbonne, Francia, 1982. Se ha desempeñado en: Dirección de la Oficina de Derechos Humanos del
CINEP, Bogotá, 1982-83 y 1986-87; Dirección del Departamento Urbano del
CINEP, 1984-86, Presidente de Sección Colombia de la Liga Internacional por los
Derechos y la Liberación de los Pueblos, 1983-1991; Secretario Adjunto para
América Latina del Tribunal Permanente de los Pueblos, para la sesión sobre
Impunidad de Crímenes de Lesa Humanidad en América Latina, 1988-1991;
Secretario Ejecutivo y Representante Legal de la Comisión Intercongregacional de
Justicia y Paz, de la Conferencia de Religiosos de Colombia, 1988-1998;
Vicepresidente de la Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los
Pueblos, 1999-2006, Coordinador del Banco de Datos de Derechos Humanos y
Violencia Política de CINEP: 2001-2013; Tercera Vicepresidencia del Tribunal
Permanente de los Pueblos: 2009; Acompañante de la Comunidad de Paz de san
José de Apartadó y Representante de la misma ante organismos internacionales,
1997-2013.
José Antonio Girón Sierra
Estudió en la Universidad de Antioquia, Facultad de Medicina, Médico y Cirujano,
1972, Facultad Nacional de Salud Pública, Administración de atención Médica y
hospitalaria 1976, Capacitación en Victimología en Curso dictado por Asociación
Mundial de Victimología. 2005.
Participó en el Primer congreso de alta gerencia en salud, Universidad EAFIT, 14
de noviembre de 1995, Segundo Seminario Internacional Evaluación y mejora de
la calidad de los servicios de salud. Abril de 1998. Promoción y prevención con
énfasis en salud familiar. Abril de 1996. Curso Gerencia en atención primaria en
salud. Mayo de 1996. Taller latinoamericano de medicina social, Julio de 1987. Ha
tenido participación en el movimiento social político como Miembro del Comité
operativo de Plataforma de Derechos Humanos: Coordinación Colombia –Europa-
USA. En representación del Nodo Antioquia. 2004-2006. Participación en la
asamblea y otros eventos de la Oficina de Derechos Humanos- Acción Colombia
OIDHACO Bruselas 2004-2005. Capacitación en resolución de conflictos y
reconciliación. Centros Glencree y Corremyla Irlanda.2005. Ponente en la IVº
Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales organizada por
CLACSO en el tema: Crisis del neoliberalismo.2006. Constituyente de la Asamblea
Constituyente de Antioquia. Presentación de tres ponencias en los siguientes
temas: Salud, Presupuesto participativo y Acuerdos humanitarios. Participación en
tres talleres sobre mediación y dialogo político llevado a cobo por el profesor
Geoffrey Corry del Centro GLENCREE de Irlanda entre el 2003 y el 2007.
Participación como ponente en la Segunda Conferencia Internacional sobre
Derechos Humanos en Colombia Organizado por la Oficina Internacional sobre
DDHH –Acción Colombia OIDHACO y la Plataforma de DDHH Coordinación
Colombia Europa Estados Unidos, la cual se llevó a cabo en el mes de Abril de
2007
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