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    Zapatos

    Soledad Purtolas

    La conoc en una zapatera, una zapatera de mujeres. Que haca yo all? Isa, mi mujer,

    me pidi que fuera a recoger unos zapatos que haba encargado a Italia. De all es desdedonde traen todos los zapatos de esa zapatera, la zapatera de Isa, mi mujer as la llama

    ella, mi zapatera. Por lo visto, los zapatos que le gustaban a Isa haban gustado a

    muchas otras mujeres y el nmero que ella necesitaba se les haba acabado, pero el

    dependiente, un joven moreno vestido de negro, muy comunicativo -como tuve en

    seguida ocasin de comprobar-, le dijo a Isa que eso no era ningn problema, que en

    una semana tendra el par de zapatos que necesitaba, si es que poda esperar toda una

    semana para tener los zapatos.

    Isa, desde luego, poda esperar. Tena muchsimos zapatos, no le caban en el armario,

    ni en el del dormitorio ni en los muchos armarios que tenemos repartidos por toda la

    casa, llenos de ropa de Isa y de zapatos de Isa. Para ella, tener los zapatos que le

    gustaban era cuestin de vida o muerte, pero poda esperar. No se trataba ms que deuna semana. Y aunque hay semanas largusimas, que parecen aos Isa, creo yo, son

    bastante cortas. Isa se pasa el da de pruebas, pruebas de cine, hay que aclarar. Tiene

    una magnfica preparacin para ser actriz, ha dado clases de danza, de canto, de

    expresin corporal, de maquillaje, de declamacin, habla ingls, francs e italiano a la

    perfeccin, y, como es natural, pasa todas las pruebas con excelentes resultados, de

    manera que no acaba de entenderse por qu luego no obtiene el papel estelar que se

    merece.

    Pero es paciente, tanto en el asunto de los zapatos como en el del cine. Sabe que tiene

    los armarios llenos de zapatos, sabe que toda preparacin para ser actriz es poca. Ella

    espera y confa.

    El caso es que yo fui all, a la zapatera, en busca de los ltimos zapatos de los que se

    haba encaprichado Isa. El joven y simptico dependiente estaba ocupado. Me sonri

    con su amplia sonrisa Y me dijo que en seguida me atendera. Me apoy sobre el

    mostrador y me dediqu a observar la escena.

    Lo primero que hay que decir es que esta zapatera a la que Isa es tan aficionada es muy

    pequea, es un exiguo cuarto con un par de estanteras a un lado, y al otro, tres sillas, ni

    una ms ni una menos. Los zapatos, escasos, se exhiben en las estanteras, en el

    diminuto escaparate, y alguno que otro sobre la misma moqueta que cubre el suelo.

    Pocos zapatos, como para subrayar que son zapatos muy escogidos, zapatos sobre los

    que se ha meditado mucho. La tienda es oscura, la moqueta es negra, el tapizado de las

    sillas, negro. Una multitud de pequeos focos, como estrellas, irradian desde el techo,luces potentsimas, deslumbradoras. En aquel pequeo espacio estbamos cinco

    personas, por lo que el local se hallaba francamente abarrotado.

    La escena que se desarrollaba ante nuestros ojos, los del dependiente y los mos, tena

    tres personajes. Dos de ellos, a su vez, eran espectadores. Espectadoras, hay que aclarar:

    dos mujeres de mediana edad, quiz avanzada edad, que miraban con verdadera

    atencin, hablando y gesticulando, la actuacin de una mujer joven que se estaba

    probando unos botines. Las mujeres mayores llevaban ropa muy gastada, de gusto

    vulgar, tirando a malo, y estaba claro que nunca, ni cuando la estrenaron, haba sido

    ropa de calidad. La mujer joven llevaba ropa nueva y barata. Algo haba acabado yo por

    entender de ropa teniendo a Isa a mi lado, tan centrada en estos asuntos. Era, por tanto,

    un poco desconcertante que la mujer joven, con la ropa que usaba, con las mujeres quela acompaaban, fuera a comprarse unos zapatos tan caros, tan selectos. Me fij

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    entonces en el bolso y el pauelo de la joven, que reposaban en el suelo, junto a la silla.

    Eran buenos, el pauelo de seda y el bolso de piel, se lean sus marcas, las firmas de los

    diseadores. Qu extrao, me dije, desde mi posicin de espectador, situado en el

    ltimo crculo de los observadores; apoyado sobre el mostrador, vea al dependiente

    contemplando a la joven y a las mujeres mayores, y a las mujeres mayores

    contemplando a la joven.Unos botines viejos, de color marrn oscuro, descansaban junto a las sillas, y la joven,

    calzada ya con los botines nuevos, iguales a los viejos pero de color negro, se levantaba,

    paseaba -lo poco que se poda zapatera-, y se volva a sentar, para mirar de cerca y

    tocar los nuevos botines. Ella los hubiera preferido exactamente como los anteriores, de

    color marrn oscuro, pero no los haba. En cambio, haba, en color marrn oscuro, unas

    botas altas, hasta la rodilla, que la chica se prob, y que suscitaron el entusiasmo de los

    espectadores del primer y el segundo crculo. En la opinin de todos, de las dos mujeres

    y del dependiente, las botas no slo le sentaban a la joven mucho mejor que los botines,

    puesto que, enfundadas en ellas, sus piernas resultaban muy estilizadas, sino que

    adems las iba a poder utilizar ms que los botines, porque, como eran estrechas, se

    podan poner perfectamente con pantalones. Y la gente, apostill el dependiente, nosabe lo que llevas, si botas o botines. Pero ella no estaba en absoluto convencida, se

    quitaba las botas -lo que no era fcil porque eran muy estrechas y no tenan cremallera,

    aun cuando eran de un material muy flexible-, se pona otra vez los botines negros, daba

    un par de pasos, miraba en los espejos, se volva a sentar, indecisa.

    - No puedo ir a la oficina as vestida - dijo, sealando las botas que en los pies y las

    piernas.

    Por qu?, preguntaban todos casi al unsono.

    La joven llevaba falda larga, y se la levantaba, dejndola un poco por encima de la

    rodilla para estudiar el efecto. En su opinin, las botas altas con falda corta conseguan

    un efecto escandaloso. Adems, eran ms caras que los botines.

    - En absoluto, no son nada escandalosas - dijo una de las mujeres mayores - Mira, te

    quedan tan bien que, si quieres, Yo te pago la diferencia.

    El dependiente acentu su sonrisa.

    - Y as cambias un poco de look -dijo-. Mi consejo es que te las lleves, no lo dudes ms,

    te quedan de miedo.

    Hasta ese momento, yo haba mirado como hubiera mirado cualquier otra cosa, con

    cierta indiferencia y no poca impaciencia por la espera a que me estaba sometiendo el

    dependiente, pero ahora, una vez que el asunto haba llegado a un punto tan lgido,

    examin con atencin a las mujeres. Eran familia, sin duda. Las mayores parecan

    hermanas, y la que haba ofrecido pagar a la joven la diferencia de precio entre las botas

    y los botines deba de ser la madre. Y, desde luego, si algo haba en ellas que llamara laatencin, era la vulgaridad. Mir entonces sus pies, los pies de las mujeres mayores, vi

    los zapatos bajos, gastados y, deformados que los cubran. A decir verdad, esas mujeres

    desentonaban un poco en esa zapatera. Tambin la joven, desde luego, a pesar del bolso

    y del pauelo. Eso era lo extrao, el bolso, el pauelo, las botas altas, los botines, ese

    contraste.

    La joven llevaba ahora los botines puestos, se sujetaba la falda con las manos para verse

    bien las piernas, paseaba. Se acerc a m, sin mirarme, me roz, luego vi sus ojos, vi

    algo detrs de sus ojos. Me estremec.

    - Yo quera unos botines exactamente iguales a los viejos -dijo, sentndose de nuevo, y

    envindome desde all, desde su silla, que de repente pareca un lugar muy lejano, otra

    mirada llena de sombras, de preguntas-, unos botines de color marrn, eso es lo quequera, pero me voy a llevar los negros.

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    Nadie dijo entonces nada ms, y el dependiente me atendi al fin; ahora que yo ya no

    quera ser atendido sino recibir otra mirada, estar seguro de su significado, hizo un gesto

    como si acabara de llegar con mucha prisa de algn sitio remoto, desapareci y volvi

    en seguida con la caja que contena los zapatos que me haba encargado Isa.

    Mientras el dependiente estaba a la espera de la mquina que deba aceptar mi tarjeta de

    crdito, yo no dejaba de mirar hacia las mujeres, ahora sentadas las tres, y hablando ensusurros. La miraba a ella, esperando que fijara de nuevo sus ojos en m. Es guapa, me

    dije, no s cmo no me he dado cuenta en seguida de lo guapa que es. Por fortuna, se ha

    llevado los botines, as se vern sus piernas, que son en verdad magnficas, haca tiempo

    que no vea unas piernas como stas.

    Todo fue lento, lentsimo, ya lo sabes, le dije al cabo de los das, cuando me decid a

    llamar al telfono de la tarjeta que ella, cuando se haba acercado hasta m y me haba

    rozado, haba deslizado en mi bolsillo. Le tu nombre y tu nmero de telfono muchas

    veces. Slo al final me fij de verdad en ti, y no s qu habra hecho si t no me

    hubieras dejado tu telfono. Porque tu imagen, a la que me cost llegar desde el crculo

    de la sala de espectadores en el que me encontraba y desde el que se abarcaba todo,

    todos los escalones que conducan hasta ti, tu imagen se apodero completamente de mcuando sal de la zapatera con los zapatos de Isa, metidos en una bolsa, colgando de mi

    mano. Quin eras?, por qu me habas mirado as? Hasta creo que habra podido

    preguntarle por ti al dependiente. Pero al cabo de un rato de estar en casa, met la mano

    en el bolsillo de la chaqueta y le tu tarjeta, y no me sent demasiado asombrado. Si

    tard unos das en llamarte, si dej pasar unos das, fue, sobre todo, para saborear el

    hallazgo, porque saba que despus tendra ya otras imgenes y otras obsesiones en la

    cabeza. Las que tengo hoy, las que vislumbr mirando tus piernas emergiendo de los

    botines negros, tus piernas enfundadas en las botas altas, tus pies desnudos, slo

    cubiertos por las medias, de vez en cuando, los botines usados de color marrn oscuro,

    dejados de lado, las piernas que mostrabas sosteniendo los pliegues de la falda con las

    manos. Poco a poco, muy lentamente, se fueron rompiendo todos los crculos, y al fin te

    vi, un segundo antes de que te acercaras a m y me rozaras y me miraras luego

    lentamente durante un fugaz segundo, y supe por qu me haba quedado paralizado, sin

    sentir ninguna prisa, junto al mostrador, nada ms entrar en la zapatera.

    Cuando saqu la tarjeta que t habas deslizado en el bolsillo de mi chaqueta, cuando le

    tu nombre y tu nmero de telfono, todo lo comprend, las piezas casaron

    repentinamente. Despus del tiempo lento, vino el tiempo vertiginoso. Slo te pregunto

    algunas veces en qu momento -cuando tenas puestos los botines negros, o las botas

    altas, o cuando tus pies, estaban descalzos- decidiste deslizar la tarjeta con tu nombre y

    tu mensaje en el bolsillo de mi chaqueta, pero nunca me lo dices, te olvidas de lo que

    me has dicho y una vez me das una respuesta y otra vez otra.Nunca me dices la verdad. Pero yo tampoco la necesito tanto. Qu importan esas

    verdades? Si te lo pregunto es para volver a revivir aquel tiempo lento que tuve que

    atravesar hasta fijarme en ti y desear que te acercaras a m y me rozaras Y me dejaras

    una seal por la que guiarme, ese tiempo lento en el que t ya te habas instalado y del

    que ya eras la duea.

    Soledad Purtolas

    Breve resea sobre su obra

    Soledad Purtolas Villanueva naci en Zaragoza el 3 de noviembre de 1947. ComenzPolticas en Madrid, pero por problemas polticos le impideron continuar los estudios.

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    Va a estudiar Econmicas a Bilbao pero no termina la carrera. Finalmente estudia

    periodismo. Se casa a los 21 aos y se va a vivir junto con su marido, con una beca

    mnima, adjudicada a ste, a Trondheim, una pequea ciudad en Noruega. Tras su

    vuelta a Espaa, con otra beca de su marido, se trasladan a California donde obtiene un

    M.A. en Lengua y Literatura Espaola y Portuguesa por la Universidad de California,

    Santa Brbara y nace su primer hijo. En 1974, al tercer ao de estancia en California,deciden volver a Espaa. Colabor en varias publicaciones con artculos de crtica

    literaria. Ganadora del Premio Ssamo en 1979 con El bandido doblemente armado,

    del Premio Planeta 1989 con Queda la noche, y del Premio Anagrama de Ensayo 1993

    con La vida oculta.

    Zapatos y Nosotros los viajeros integran el libro de relatos Gente que vino a mi boda,

    Anagrama, Barcelona, 1998.