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XXVI Encuentro de Investigadores del Pensamiento Novohispano Título ponencia: Comentarios a Esas Yndias equivocadas y malditas de Rafael Sánchez FerlosioAutor: Dr. Juan Álvarez-Cienfuegos Fidalgo Facultad de Filosofía “Samuel Ramos” de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Afirma Rafael Sánchez Ferlosio, “tal vez sea una coartada de mi inseguridad o, más probablemente, que como estoy irrecuperablemente anclado en el Ancien Régime y todavía escribo con el anticuado deseo de tener razón y de convencer a alguien de algo que me parezca cierto, tanto la duda de todo „tener razón‟ como el descorazonamiento de no lograr convencer nunca a nadie de nada me animan cada vez menos a publicar, aunque siga escribiendo y escribiendo eternamente.” 1 Son tres, según sus palabras, las fases de su empeño escriturario. La primera, representada por Alfanhuí, es la que considera etapa de “la prosa”, de las “bellas páginas”, es decir, “hice allí lo que después más he aborrecido: algo como entre Azorín y Miró.” 2 La crítica no es tan desdeñosa con la historia de ese niño al que le impone su nombre el taxidermista del que pasará a ser su aprendiz, “¿tú? Tu tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque éste es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros. ¿Sabes de colores?” Sabía de colores porque había aprendido a obtenerlos a partir del polvo de los lagartos cazados por un gallo de veleta fundido por el niño en una fragua. Después, tras la muerte del maestro, regresará a su casa, irá a Madrid, volverá con su abuela, será aprendiz en una herboristería y, por fin, en una isla de río, escuchará bajo la lluvia el alfanhuí de los alcaravanes que se dirigen los unos a los otros y a él mismo. Se despeja el cielo y desaparecen los pájaros. Concluye la historia sobre la que Elide Pittarello afirma: “en el devenir del universo no hay datos, sino conquistas. Por eso el acceso al sentido del mundo es un viaje irreversible y sin meta, donde lo importante es salir, responder a la llamada de las apariencias. Con la vuelta del sol, el protagonista quieto y 1 Rafael Sánchez Ferlosio, “La forja de un plumífero”, Archipiélago, n° 31, “Rafael Sánchez Ferlosio, El Triunfo de la lengua”, 1997, p. 79. 2 Ibidem, p. 80.

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XXVI Encuentro de Investigadores del Pensamiento Novohispano

Título ponencia: “Comentarios a Esas Yndias equivocadas y malditas de Rafael Sánchez

Ferlosio”

Autor: Dr. Juan Álvarez-Cienfuegos Fidalgo

Facultad de Filosofía “Samuel Ramos” de la Universidad Michoacana de San Nicolás de

Hidalgo

Afirma Rafael Sánchez Ferlosio, “tal vez sea una coartada de mi inseguridad o, más

probablemente, que como estoy irrecuperablemente anclado en el Ancien Régime y todavía

escribo con el anticuado deseo de tener razón y de convencer a alguien de algo que me

parezca cierto, tanto la duda de todo „tener razón‟ como el descorazonamiento de no lograr

convencer nunca a nadie de nada me animan cada vez menos a publicar, aunque siga

escribiendo y escribiendo eternamente.”1

Son tres, según sus palabras, las fases de su empeño escriturario. La primera,

representada por Alfanhuí, es la que considera etapa de “la prosa”, de las “bellas páginas”,

es decir, “hice allí lo que después más he aborrecido: algo como entre Azorín y Miró.”2 La

crítica no es tan desdeñosa con la historia de ese niño al que le impone su nombre el

taxidermista del que pasará a ser su aprendiz, “¿tú? Tu tienes ojos amarillos como los

alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque éste es el nombre con que los alcaravanes se gritan

los unos a los otros. ¿Sabes de colores?” Sabía de colores porque había aprendido a

obtenerlos a partir del polvo de los lagartos cazados por un gallo de veleta fundido por el

niño en una fragua. Después, tras la muerte del maestro, regresará a su casa, irá a Madrid,

volverá con su abuela, será aprendiz en una herboristería y, por fin, en una isla de río,

escuchará bajo la lluvia el alfanhuí de los alcaravanes que se dirigen los unos a los otros y a

él mismo. Se despeja el cielo y desaparecen los pájaros. Concluye la historia sobre la que

Elide Pittarello afirma: “en el devenir del universo no hay datos, sino conquistas. Por eso el

acceso al sentido del mundo es un viaje irreversible y sin meta, donde lo importante es salir,

responder a la llamada de las apariencias. Con la vuelta del sol, el protagonista quieto y

1 Rafael Sánchez Ferlosio, “La forja de un plumífero”, Archipiélago, n° 31, “Rafael Sánchez Ferlosio, El Triunfo

de la lengua”, 1997, p. 79. 2 Ibidem, p. 80.

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callado, sin nombre y sin verdad, ve pintarse sobre su cabeza un „gran arco de colores‟. Es

la última imagen de una historia truncada en la inminencia de otros posibles advenimientos

de la mirada y del deseo. En el horizonte disponible de la isla, un efímero reflejo de luz une

ilusoriamente el cielo y la tierra o, en versión más narrativa, hace evidente el paso de Iris, el

ángel que lleva a los hombres el mensaje de los dioses.”3

Le sigue a la de la “prosa” la etapa del “habla”. En el año 1956 se publica El

Jarama, una novela realista que rompía con la estética nacional católica. Su trama, en

apariencia sencilla, gira en torno a un domingo de verano a orillas del río Jarama, cercano a

Madrid; se relatan las conversaciones corrientes de unos jóvenes obreros y de los clientes

de la venta de Mauricio y la muerte dramática de Lucita, ahogada en el río. Lejos de la

fantasía de Alfanhuí, la obra reproduce la realidad y “lo que parece una derrota de la

imaginación es sólo un paso más en la comprensión del mundo que nos rodea. La

investigación sobre el ser del lenguaje, sobre la verdadera significación de las palabras que

se usan en la vida diaria, y sobre la relación que estas mantienen con el mundo de las cosas

que nombran y la conciencia que manifiestan, le permite a Ferlosio escribir un auténtico

relato de la vida diaria, naturalmente reelaborado por el arte de la ficción novelesca y por

una inaudita precisión y riqueza lingüística en el estilo.”4

La novela pone en escritura el habla de las clases populares escuchada por Ferlosio

en el cuartel de Marruecos donde le tocó su servicio militar. “Una vez licenciado, empecé a

hacer una lista de todo lo que recordaba del servicio, que se fue extendiendo muchísimo

con toda clase de palabras, giros, „modismos‟, construcciones o retorsiones sintácticas, que

yo apuntaba sistemáticamente. Estas larguísimas listas fueron la urdimbre sobre la que se

tejió, incluso argumentalmente, El Jarama. Si hoy volviese sobre él, creo que podría

señalar qué conversaciones fueron orientadas y a menudo inventadas de raíz sin más

motivo que el de abrirle sitio a tal o cual ítem de mis listas. Todo estaba, así pues, al

servicio del habla […]. Me dieron hasta un banquete en el Café Varela, y, tal vez ya

semiconsciente del enorme bluff, sentí tanta vergüenza y tanta agorafobia que incurrí en la

terrible grosería de no levantarme a dar las gracias por el homenaje y por los varios

3 Elide Pittarello, “El saber de Alfanhuí”, en ibidem, p. 69.

4 Carlos Fernández Serrato, “La conquista de la lengua: de Alfanhuí a El tesminio de Yarfoz”, en Manuel Ángel

Vázquez Medel (ed.), La obra periodística y ensayística de Rafael Sánchez Ferlosio, Sevilla, Alfar, 1999, p. 56.

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discursos. Quizá en aquel momento fue cuando se me apareció por vez primera la

amenazadora sombra del grotesco papelón del literato; así que, obispo de mí mismo, me

mandé retirar, para dedicarme a „altos estudios eclesiásticos.‟”5

Fueron estos, la tercera etapa de la escritura ferlosiana, los que dedicó al estudio de

la gramática y de la lengua, a la publicación de otra novela, El testimonio de Yarfoz, y de

toda clase de reflexiones que de una u otra forma se relacionan con el uso de la palabra.

Apenas lee literatura, menos, la española; “la mayor objeción a la actitud de los escritores y

lectores de hoy es para mí la de que las inteligencias están como contraídas a lo actual, o

sea como embotadas para lo distinto y, sobre todo, para lo pasado,”6 e ilustra su afirmación

con el ejemplo de la adaptación al cine de Lord Jim, en la que la versión fílmica

malinterpreta el sentido del honor del protagonista que de un problema social, como lo es

en la novela, lo “moderniza” al psicologizarlo, “tan infame tergiversación de la novela de

Conrad demuestra la incapacidad de los modernos para comprender ya nada que no se

reduzca a la monádica estrechez psicologista en que los ha enclaustrado el exacerbamiento

actual del individualismo.”7

En lo que se refiere a la lengua, en su tercera fase o etapa, frente a la de “la prosa” y

la de “el habla”, enfatiza Ferlosio el cultivo de la hipotaxis verbal del español como en “a

Cayo y Sempronio estoy empezando a sospechar que lo que les pasa es que no deben de

querer volver a ponerse a hablar de tener que venir a visitarme,”8 lo que le lleva a decir

cualquier cosa recurriendo a largas construcciones hipotácticas. Encuentra que el desarrollo

de la hipotaxis del español tiene su origen en el lenguaje administrativo -como el de las

crónicas del canciller López de Ayala, hacedor de la administración de los reyes de Castilla

de Don Pedro hasta Enrique III- , “sobre todo el de la administración de Las Yndias, que

acabó coronando en lo que yo llamo „la gran prosa barroca.‟”9 Se acerca a la relación del

marino Antonio de Vea de un naufragio sufrido por un navío en la costa chilena, en la que

encuentra un ejemplo de su hipótesis, y sostiene que el barroco de la “documentación

administrativa de las relaciones, consultas, „suplicaciones‟, dictámenes, informes, alegatos,

5 “La forja de un plumífero”, pp. 80-81.

6 Ibidem, p. 81.

7 Ibidem, p. 82.

8 Ibidem, p. 85.

9 Ibidem, p. 85.

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etcétera, siempre obligados por la escrupulosa precisión de su funcionalidad en los

complejos asuntos administrativos, con sus intersecciones e interferencias simultáneas entre

lo fáctico, lo técnico, lo económico, lo jurídico y lo político, toda esa aparente gratuidad

declamatoria que se le atribuye se verá justificada, en máxima medida, por la exigencia de

rigor en sus necesidades funcionales. El contenido naval del informe de Antonio de Vea me

sugirió representarme la „gran prosa barroca‟ como un gran galeón, con todo su aparejo

múltiplemente combinable de mástiles, botavaras, botalones, jarcias, rizos, poleas, gavias,

foques, cangrejas… todo un complicado organismo sinérgicamente articulado, tan distinto

de las barquitas de una sola vela latina que puntean, por no decir pespuntean, el manso y

soleado Mare Nostrum de la costa alicantina, a semejanza de las breves frasecitas

paratácticas de la prosa de Azorín, mientras los galeones de la gran prosa barroca se

enfrentaban con todas las galernas del Mare Tenebrosum.”10

Es ahí donde se encuentra el punto de conjunción entre aquello de lo que se trata y

la manera de referirse a ello. En este sentido, Fernando Savater dirige un reproche a

Ferlosio: su prolijidad. “Cuando le interesa un tema o una perspectiva la persigue

incansable por todos los meandros imaginables, divagando sin pudor pero volviendo

siempre a poner el morro sobre el rastro de la pieza por la que inquiere, acumulando

precisiones y testimonios, exprimiendo argumentos, embebido momentáneamente en

trifulcas que le salen al paso, rehaciendo de pronto con un respingo cuatro párrafos después

la argumentación extraviada… Retóricamente carece de cualquier malicia. No exige un

lector sino un cómplice infatigable, a la par interesado por los devaneos intelectuales y sin

urgencias prácticas, alarmado por el universo pero dispuesto a explorarlo por completo y en

todas direcciones a la vez, sin apremios, sin reloj.”11

Admite, con todo, que Ferlosio

también sabe ser breve y conciso y considera que lo que une su obra es una misma forma de

pensar, una forma de pensar a la contra, sin narcisismo lúgubre, en una rebelión particular

contra la eficacia, “llámese ésta con el nombre prestigioso de virtud o con el de verdad.”12

10

Ibidem, p. 86. 11

Fernando Savater, “Ferlosio en comprimidos”, en el número de Archipiélago citado, pp. 21-22. 12

Ibidem, p. 24.

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Las cuestiones por las que se interesa Ferlosio son 6 ó 7 y “algunas acaban abriendo

tuberías de comunicación, [por eso] no es raro que se vayan fundiendo y reduciendo.”13

Entre ellas, la que se designa como “carácter y destino”, sobre la guerra, sobre la identidad

nacional, sobre la moral expiatoria o sobre la historia. Los textos de Ferlosio dedicados al

tema “americano” son varios, publicados en distintos medios y escritos a lo largo de más de

diez años, desde el inicial “Cinco siglos de historia y desventura” publicado en El País, los

días 13 y 14 de junio de 1983 hasta Esas Yndias equivocadas y malditas. Comentarios a la

Historia, Barcelona, Destino, 1994. Es a esta última obra a la que le dedicaré mi atención

en esta ponencia; la citaré por la edición publicada en Ensayos y artículos, vol. II,

Barcelona, Destino, 1992 -de la página 515 a la 803-, su contenido es el mismo que el de la

obra editada de forma independiente. Hay que señalar que ese texto incorpora artículos y

otro tipo de escritos que el autor fue escribiendo a lo largo del tiempo, de ahí su particular

estructura, pues está dividida en tres partes complementarias: un Texto, seis Notas y cinco

Apéndices.

El texto se subdivide en 14 puntos. En el primero de ellos, El requerimiento, aborda

la aplicación por parte de Cortés de ese documento en la expedición a las Hibueras contra

un indio al que quema ante el cacique por haber matado a otro y haber “comido dél”; la

religión, entonces, se vuelve un instrumento de dominio en manos de Cortés, puesto que les

hace saber a los atónitos indios que su acción condenatoria de la antropofagia no es un

capricho suyo, sino que es un mandato del Emperador que, a su vez, lo recibe de Dios.

Apunta Ferlosio que, si bien no pretende que Cortés utilizó conscientemente la religión, sí

que califica su acción de perverso instinto, pues “no precisa ninguna clara conciencia

racional para alcanzar, certero como un tiro de ballesta, la diana del designio”.

Con ello, queda despejado el camino para dar el siguiente paso, El mal sin malo, en

el que abunda en los dos planos aludidos de Cortés, el plano individual, consciente y

13 Ibidem, p. 88. A la obra de Rafael Sánchez Ferlosio correspondiente a su tercera etapa corresponden los

siguientes títulos: Las semanas del jardín (1974), Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado (1986), Campo de Marte (1986), La homilía del ratón (1986), El ejército nacional (1986), Ensayos y artículos, I y II (1992), Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), El alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2002), Non Olet (2003), Glosas castellanas y otros ensayos (diversiones) (2005), Sobre la guerra (2007), God & Gun. Apuntes de polemología (2008) y Guapo y sus isótopos (2009).

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manifiesto y el plano de la realidad ultraindividual, “el universal histórico de la

dominación, superior y oculto a esa conciencia, pero que dirigía, no obstante, el puro

instinto ciego –especialmente receptivo en un hombre como Cortés-, de suerte que acertase

en cada caso exactamente con lo que había que hacer”, p. 521. De forma que las decisiones

personales son tomadas por los individuos, pero, a su vez estos justifican sus acciones sobre

ese “universal histórico” oculto a su conciencia cuyo referente más maldito, entonces y

ahora, es el de Historia Universal. De ahí que no sea posible encontrar un sujeto empírico

responsable del completo proceso de la Conquista, lo que no quiere decir que no haya

protagonistas de aquellos hechos a los que no se les pueda enjuiciar.

En este punto, es donde Ferlosio mete en el mismo saco la historia escrita por los

vencedores y la historia escrita por los vencidos, tan ingenua y falsa es la segunda como la

primera, “pues el nominalismo positivista igualmente implicado en las palabras “vencidos”

y “vencedores”, que entendería las cosas como si los sujetos empíricos fuesen los únicos

protagonistas efectivos, escamotearía la percepción teórica fundamental: que el

verdaderamente malo es Dios, o, lo que viene a ser lo mismo, la Historia Universal”, 522.

Es decir, que si quienes haciendo responsables únicamente a los protagonistas de los

hechos, como así lo hace el positivismo, de grandezas y miserias, poniendo el énfasis en las

primeras quienes escriben bajo el signo del vencedor, una historia escrita por los vencidos

sería el contrapolo de aquella, eso sí, viéndola desde la perspectiva ya no de las grandezas,

sino de las miserias. Ahora bien, Ferlosio se desentiende del par de opuestos grandezas-

miserias al introducir el par dolor-felicidad, que sería hacia donde tendería una historia

escrita por los vencidos, que, además, prescindiría del papel de los sujetos empíricos

vencedores, pues de esta forma privaría “a la historia misma de su justificación por el

sentido, mostrando cómo en el sentido reside, justamente, su malignidad, y

correlativamente cómo el sinsentido, el no tener sentido, el ser fin en sí misma, es el

atributo de la felicidad; con lo que sólo la denuncia del sentido puede hacer justicia al

sufrimiento”, 526.

Tras lo dicho, en Dos actitudes, considera que en relación con la Historia Universal

la una es la estética, la que se regodea en las grandezas de las hazañas, una mentalidad que

parece “antropológicamente prehistórica”, al hundir el impulso de dominación “en un ayer

inmemorial”; la otra se olvida de esas antigüedades y juzga que no tiene que legitimarlas

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“ni menos pedir disculpas por su índole represiva o heterónoma, pues en cuanto a represión

y heteronomía nada supera a lo que tal punto de vista toma por criterio frente al de la

grandeza, esto es, al dolor en relación con quienes lo padecen”, 528. Ello conduce,

Totalitarismo diacrónico, a mostrar la contradicción de condenar el totalitarismo político

por atropellar al individuo y, al mismo tiempo, en nombre de las grandezas de la historia, se

justifica el dolor humano del pasado, también del presente, como precio, como pago por las

grandes creaciones de aquellas, es decir, la estética de la grandeza adquiere su más brillante

color, el de la sangre derramada.

Pero, al dotar de sentido a la historia, Apologetas descarados y vergonzantes es el

quinto punto, el abuso o los abusos de los que se habla forman parte de lo que sobró, por

tanto, al denunciarlos no se hace más que exhibir la necesidad de lo restante, queda así

legitimado el uso; incluso se alardea del abuso, como el Ortega de El origen deportivo del

Estado, “¡da pena cuando uno piensa que le ha tocado vivir en una etapa de inercia

española y recuerda los saltos de corcel o de tigre que en sus tiempos mejores fue la historia

de España! ¿Dónde ha ido a parar aquella vitalidad?”, citado por Ferlosio, 532. Por su lado,

los apologetas vergonzantes, pidiendo disculpas por los daños causados, no obstante salvan

la Historia Universal por el designio último hacia el que va encaminada; ellos son los que

les venden a los indios, por ejemplo, su dolor “a cambio de recabar su beneplácito para la

común Historia Universal. […] En esta misma abyección –para la que, bajo el título

“encuentro”, no faltarán cultivadores en la celebración del v centenario- incurrirán cuantos

acuden a echarles a los indios el brazo por la espalda, interesándose por sus tradiciones

ancestrales y deplorando la grave pérdida y el irreparable deterioro que, bajo la

desconsiderada férula de la cultura de los dominadores, han sufrido las esencias y valores

constitutivos de su más prístina y genuina identidad”, 533.

Esta es la guía que sigue el autor al afirmar, Oviedo, que “el sentimiento de la

superior prepotencia de la Historia Universal, como realidad determinante y operante en los

sujetos empíricos, juramentados e incontenidos mandatarios, en su comportamiento de

auténticos y enajenados posesos del furor de dominación, es lo que está en la base de la

intuitiva cólera de Las Casas y de la turbadora experiencia que Fernández de Oviedo no

puede silenciar”, 535. Pero ni uno ni otro nombran a la Historia como la partera de ese

descomunal dolor, el cronista se acoge al inescrutable designio divino para explicar tanta

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desmesura, el fraile tampoco da el paso de volver contra ella su cólera, o contra Dios, sino

contra los empíricos sujetos de aquellos denuestos. En Cortés y Soto, las informaciones de

Oviedo de nuevo coinciden en mostrar la habilidosa adaptabilidad del Marqués para

adaptarse a las exigencias de la Historia y de Soto resalta aquel furor suyo vesánico “oíd,

pues, letor cathólico, y no lloréis menos los indios conquistados que a los chripstianos

conquistadores dellos, o matadores dessí e dessotros; y atended a los subcesos deste

gobernador mal gobernado, instruido en la escuela de Pedrarias, en la disipación y

asolación de los indios de Castilla del Oro, graduado en las muertes de los naturales de

Nicaragua, y canonizado en el Perú, segund la orden de los Pizarros; y de todos esos

infernales passos librado y ydo a España cargado de oro, ni soltero ni casado supo ni pudo

reposar sin volver a las Indias a verter sangre humana”. Esto último da pie a Ferlosio a

tener en poco la explicación de la conquista como sed de oro, “lo que movió a la gran

mayoría de los conquistadores fue, por el contrario, la pura inquietud espiritual de continuar

el ejercicio ensangrentado de esa montería de aperrear indios”, 543.

De ahí que los punto octavo, Los perros, y noveno, Becerrillo, los dedique a

destacar el papel importante, más que el de los caballos, que desempeñaron los perros en el

dominio sobre los indios. En lo que se refiere al tan alabado mestizaje que tuvo lugar en

América, en Fusión de razas, parte Ferlosio de abundar si se dio o no connubium, es decir,

una simetría matrimonial entre tribus, que sería el caso cuando los hombres de la tribu A se

pueden casar con las mujeres de la tribu B y las mujeres de la tribu A se pueden casar con

los hombres de la tribu B y viceversa. Aparte de los escasos casos de matrimonio que se

dieron entre españoles e indias, frente a las numerosísimas uniones no sujetas a la ley, el

caso de castellanas casadas con indios no se dio; esto le lleva a concluir que, en

consecuencia, lo que se dio fueron violaciones mostradas por esta asimetría.

A estos apartados les sigue El triunfo de la Cruz, punto en el que el autor sostiene

que la preocupación de la Iglesia en su expansión del cristianismo fue más la de aumentar

su jurisdicción sobre territorios que de acoger a más pueblos a la fe; la prueba es la misma

América en cuya conquista se añadían multitud de territorios, pero vaciados, o que se

despoblaron rápidamente. Oviedo se refiere como bendita a la extinción de los taínos, pues

así se acabó con el imperio del diablo. Parecería que se adoptó la consigna de que la mejor

forma de terminar con el paganismo era acabar con todos los paganos.

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El duodécimo punto, ¿Encuentro o encontronazo?, aborda la incapacidad de los

castellanos para entender aquel universo, quedaron desbordados; así se dio la paradoja de

que los verdaderos humanistas, más que los que se dedicaban a cultivar el latín y

restablecer esa lengua de acuerdo con criterios filológicos y que eran, y son, tenidos como

los defensores de lo humano, fueron los escolásticos dominicos imbuidos de verdadero

universalismo, como fue el caso de Melchor Cano, respetuoso con la diferencia de aquellas

gentes, “no conviene a los antípodas nuestra industria y nuestra forma política”, 553. De

manera que aquel encuentro, tan rápido e inmediato, entre gentes tan distantes, sin una lenta

comparación ni un conocimiento de sus diferencias, no puede ser tal, sino un brutal choque

con la otreidad donde falta la simetría, de forma que “la otreidad propone automáticamente

jerarquía, como hemos visto a propósito de la asimetría sexual; la decisión corresponde

siempre al contraste de las armas: quien vence es superior y quien es superior domina”,

554. Por otra parte, se encuentra uno con la ironía de que ni siquiera pudo ser llamado

imperio, se verá en el siguiente punto, pero ya adelanta varios ejemplos que dejan a las

claras esa imposibilidad.

A juicio de Ferlosio, como lo manifiesta en el penúltimo punto, Envidia del imperio,

esa celebración del V centenario se ve obligada a inventarse un imperio que no existió, de

ninguna manera comparable al romano o al inglés, pues “romanos e ingleses acertaron a

cuidar sus representaciones imperiales y a seleccionar los espectadores; y así la infamia

humana que fueron sus imperios consiguió ser creída y aplaudida como un espectáculo

grandioso”, 559. Sin embargo, siendo aquella conquista llevada a cabo en su mayoría por

rufianes sin ningún sentido de grandeza, de dominación, de sacrificio y del pathos de la

sangre, fue un fracaso; además, desde un principio fue puesta en cuestión por aquellos

reventadores que pusieron en cuestión la legitimidad misma de aquella conquista y que

tendrían que ser los únicos celebrados y conmemorados en los fastos del V centenario.

El último punto catorce, “Ab ira tua”, destaca que los protagonistas eran “puros

posesos enajenados de su propio ser” e “instrumentos de la Historia Universal” y añade,

“Ira de Dios, azote de vesania y de martirio fue el desatado furor de dominación con que el

huracán de la Historia Universal, reactivado por un descubrimiento que desbordó las

conciencias de los descubridores tanto como dejó atónitas las de los indios, arrebató a los

españoles en la conquista del imperio de ultramar, configurándolo desde el principio como

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una pura fábrica de sufrimientos y, como tal, renovado s.in alivio, y a veces hasta agravado

por un aumento de productividad, por el criollaje que se alzó con la herencia de los padres

fundadores y que aún se cuida periódicamente de engrasarla aquí y allá como máquina de

infelicidad y de injusticia, con arreglo al modelo de cuya construcción los inescrutables

designios del Señor de los Ejércitos hicieron ejecutores a los españoles”, 566. Es ahí donde

encuadra la labor lascasiana, sigue a Menéndez Pidal a cuyo juicio Las Casas fue movido

más por su odio a los españoles que por su amor a los indios, y Ferlosio avanza una

interpretación ya esbozada por el historiador, “el aborrecimiento por los españoles era,

intuitivamente, aborrecimiento por la Historia Universal, supuesto que eran los españoles

quienes, en su triunfante papel de ejecutores del furor de predominio, aparecían como la

encarnación visible que ostentaba su representación”, 566. Y transcribe una cita del

historiador en la que este denuncia al fraile por querer deshacer la historia universal, no

solo condenando lo que estaba ocurriendo en las Indias, sino también haciendo extensiva su

condena a los imperios de Alejandro y de Roma. En suma, a Las Casas los árboles, las

atrocidades de las mesnadas castellanas, no le dejaron ver el bosque, es decir, “el principio

de dominación en cuanto mal sin malos”. Concluye este autor con una cita de Oviedo de un

pasaje correspondiente a los hechos que tuvieron lugar en Castilla de Oro entre 1514 y

1542, “pero no quiero ni soy de parescer que se cargue toda la culpa a los seys ques dicho

[Pedrarias Dávila, Juan de Quevedo el obispo, Gaspar de Espinosa, Alonso de la Puente,

Diego Márquez y Juan de Tavira]; ni tampoco, absuelvo a los particulares soldados, que

como verdaderos manigoldos o buchines o verdugos o sayones o ministros de Satanás, más

enconadas espadas e armas han usado que son los dientes e ánimos de los tigres e lobos,

con diferencidas e innumerables e crueles muertes que han perpetrado tan incontables como

las estrellas…”, 567-8.

Las seis notas que siguen a esos puntos abordan diversos aspectos como los

entresijos del Requerimiento, la primera, la pertinencia del término „descubrimiento‟, la

segunda, la tercera sobre las connotaciones estéticas de „grandeza‟, la falta de noticias sobre

el uso de perros en otros lugares fuera de América, la cuarta, más sobre Becerrillo la

penúltima y cierra la serie la mención a una ley de Fernando de Aragón de 1514, refrendada

cuarenta y dos años después por Felipe II según la cual no se impidiese el matrimonio

“entre los Indios e las Indias con Españoles o Españolas”. Sin embargo, casi en su totalidad,

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los autores consideran que el matrimonio de español con india, salvo en contadas ocasiones

era socialmente vergonzoso, de manera que la forma de convivencia más común era el

amancebamiento. Sobre el matrimonio de española con indio, silencio.

El apéndice I se refiere el caso de Gaspar de Morales, usa las fuentes de Oviedo y

Las Casas, en las islas perlíferas, un caso de brutalidad extrema en el uso de perros contra

los indios; el II está dedicado a los pasos dados por Cortés una vez que se encuentra en la

costa de Veracruz, donde se destaca la fina astucia del conquistador al hacerse elegir

alcalde de la Vera Cruz por sus hombres, habiendo renunciado, previamente, a su mando.

El apéndice IV es una réplica a Julián Marías y a José María García Escudero; en él,

Ferlosio indaga las razones que llevaron a Vitoria a poner como un justo título el de

comunicación y comercio, pero, especialmente, denuncia la apropiación a su juicio

ilegítima que de ese principio se valieron para defender la libertad de los mares los teóricos

liberales, con Hugo Grocio como su iniciador, para defender la más despiadada política de

las cañoneras. Una legitimación seguida por muchos autores que escribían al dictado de los

intereses de los imperialismos inglés y holandés. Pues bien, los dos autores a los que replica

Ferlosio, alaban esa mención hecha a Vitoria como autoridad por aquellos que

incorporaban a su justificación de las empresas esquilmadoras posteriores al siglo XVII el

título vitoriano. Para ello, Ferlosio sitúa ese título siempre bajo el signo de empresas

pacíficas, pero, además, esgrime la famosa carta dirigida por el autor de las Relecciones al

padre Arcos. Al haber sido tachado como antiespañol, o sentirse solidario con aquellos a los

que así trataban Marías y Escudero por mostrarse críticos con la conquista de América, se

pregunta en relación con dicha carta, “¿he leído yo con demasiada buena voluntad y me

equivoco al pensar que nada podría ser más ajeno al ánimo y a los sentimientos de Vitoria

que la infame función que su derecho de comercio llegó a cobrar en el colonialismo

europeo posterior, o he leído bien y el honor de Vitoria está en mis manos y no en las de

quienes, como Menéndez Pidal, tratan de degradarlo con una „talla internacional‟ que no es

sino un baldón de iniquidad, con tal de enaltecerlo socialmente, dado que en los salones

europeos es de mal tono recurrir a los peristas para averiguar la procedencia y la buena ley

de las condecoraciones?”, 757. Al hilo de esta réplica, aprovecha Ferlosio para denunciar el

carácter de celebración que va tomando ya, lo escrito más arriba es de 1988, el programa

del V centenario y también de nuevo enjuicia aquellos hechos no dirigiendo su atención a

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los sujetos empíricos, sino a “la resistencia enfrentada a la arrolladora galerna de la Historia

Universal”, 760. Y a estas alturas recuerda cómo desde el iusnaturalismo Santo Tomás

rechazaba la doctrina de la teocracia pontificial, el reino de Cristo no es de este mundo, y

cómo toda la tradición dominica también rechazaba tanto el imperio temporal del Papa

como el del emperador sobre todo el orbe. Tras otros excursos, como el dedicado al control

de la política religiosa del Emperador, pasa Ferlosio a analizar la carta antes mencionada.

Se detiene, en primer lugar, en su comienzo “muy reverendo Padre: cuanto al caso de Perú,

digo a V. P. que ya, tam diuturnis studiis, tam multo usu [con tan continuos desvelos, con

tan asidua aplicación], no me espantan ni me embarazan las cosas que vienen a mis manos

excepto trampas de beneficios y cosas de Indias, que se me hiela la sangre en el cuerpo en

mentándomelas”, 769. Frente a la interpretación suavizada de Menéndez Pidal, Ferlosio

sostiene que la única manera de entender esa carta es considerar que huyendo de quienes lo

presionaban para que diera su opinión, no lo hacía porque tuviera sus dudas morales sobre

lo que estaba pasando en Perú, al contrario, tenía muy clara su postura ante aquellos hechos

a los que no les encontraba ninguna justificación ni ningún fundamento en cualquiera de los

títulos que se pudieran esgrimir. Si los evitaba era, precisamente, porque reprochándose a si

mismo cierta debilidad no diría todo lo que pensaba sobre el asunto, y si lo decía seguro

que escandalizaba o a los que defendían las atribuciones del Papa o los partidarios del

poder omnímodo del Emperador. Por último, la parte final retoma su disputa con Marías y

Escudero –tildan de necrofílicos o antiespañoles a quienes ponen sobre la mesa las tropelías

de la hueste castellana- y se detiene en la comparación que establece Marías entre la

crueldad de los castellanos y la de ingleses, holandeses o de las ciudades italianas,

comparación en la que sale bien parada la empresa americana. Ferlosio destaca lo falaz de

ese método, “es decir que va a ser la pura diferencia en el vicio y la maldad lo que va a

decidir en exclusiva la querella sobre quién es el mejor. Pero la bondad no puede ser pesada

con pesas de maldad; la diferencia en maldad que hace subir a uno de los platillos e inclina

el fiel de la balanza hacia el opuesto, que a su vez desciende, no puede ser computada y

convalidada por bondad de lo que yace en el primero. Cuando, como se hace al decir “los

hay peores”, el vicio se pone por única medida de lo que quiere despacharse por virtud,

todo se está, en realidad, reconociendo implícitamente como vicio. Por eso digo que los

que, como don Julián Marías, hacen su evaluación de los hechos de la historia a partir de

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semejante “método” comparativo, confiando por entero sus dictámenes a la decisión del fiel

de la balanza de esta no por frecuente menso irreflexiva ars pondernadi, están reconociendo

de manera implícita –y por mucho que no acierten a advertirlo- que el mal es la sustancia

genuina y decisiva de la historia, ya que es lo que, en definitiva, apremiados a la exigencia

de la prueba, acaban siempre tomando por unidad de cuenta y por criterio”, 787. Otro punto

que critica de este autor es que enarbole como un beneficio para los pueblos de la América

hispana el que se hable español.

En el apéndice V partiendo del hecho de que no puede hablarse de genocidio en

América, ni por la teoría ni por la práctica ni, mucho menos, por su propio interés, sin que

eso signifique, como se vio anteriormente, olvidar la devastación demográfica,

especialmente en las islas del Caribe, pasa después al carácter distintivo de la colonización

de la América del norte. Una colonización dictada bajo presupuestos puritanos, como

después lo fue la de los holandeses en África del Sur, y que encuentra en los textos del

Antiguo Testamento con la presunción de “pueblo elegido”, un fundamento último de

resistencia y de ética; precisamente ese componente ético fue lo que hizo que estas

colonizaciones fueran de campesinos, frente a la minera de Castilla, de autarquía y de no

mezclarse con los naturales del lugar. Curiosamente, a juicio de Ferlosio, los movimientos

sionistas de los siglos XIX y XX recogieron esta tradición veterotestamentaria para,

alejándose de la tradición judía histórica de vivir urbano y de estar en los círculos de las

ciencias y del arte, abogar por la búsqueda de un territorio en el que establecerse y vivir,

talmente de aquel modo, de acuerdo con un ritmo campesino y austero de vida. Tras varios

posibles lugares, se inclinaron, finalmente por Palestina.

El apéndice III aborda varios aspectos enhebrados por un hilo conductor presente en

el título, “Corona de bulas, corona de espinas”, de las que considera un precedente la

misión de Rodrigo de Borja –futuro Alejandro VI- con el fin de recabar fondos para un

cruzada contra el turco; los consiguió de las diócesis de Castilla a cambio de que cada

obispo pudiese por su cuenta proveer dos canongías cuando quedasen vacantes y añade

Ferlosio, “en realidad esto es bien poca cosa, y además solamente entre eclesiásticos, pero

tal vez pueda citarse como precedente de la ulterior proliferación de bulas ya directamente

otorgadas al poder secular que acabarían configurando y coronando el famoso patronato o

patronazgo religioso de los reyes de Castilla y después de España, verdadera corona de

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espinas para tres progenies: los judíos, los moros y los indios”, 610. Mediante la bula de

Sixto IV, 1478, Exigit sincerae, se puso en marcha la maquinaria inquisitorial que sometió

a una estrecha vigilancia a los judíos conversos y desató la pedagogía social del miedo; la

Reina era quien controlaba el nombramiento de los inquisidores. Añádase que previamente,

y después de la creación de la Inquisición, hubo bautismos de judíos en masa por aspersión,

de forma que su conversión al cristianismo apenas sí estaba asentada en un cabal

conocimiento de la doctrina cristiana y, por tanto, también faltaba una sincera fe; pero, al

ser bautizados ya podían ser procesados por el Santo Tribunal. En 1486, el Papa Inocencio

VIII expide la bula Orthodoxae fidei mediante la cual, los reyes de Castilla adquieren el

derecho de nombrar obispos, dignidades y canónigos en las diócesis de nueva creación una

vez fuera conquistado el reino de Granada –“de las ciudades, lugares y castillos

conquistados e por conquistar”, 616- y en las islas Canarias; además, en pago por las

onerosas expediciones bélicas de los monarcas se les concedían la décima parte de todas las

rentas de las iglesias y monasterios del reino. La política de los Reyes Católicos, refrendada

por las bulas, fue cada vez más dura contra los moriscos hasta decretar su conversión o su

expulsión, en 1570 –la segunda sería en 1606-, como lo había sido la de los judíos en 1492.

De ahí, este texto sigue los vericuetos por los que pasaron las otras, las dedicadas a las

Indias, que además de ser una continuación de estas vistas, enlazaban con las expedidas por

distintos papas a los reyes de Portugal en sus expediciones africanas desde principios del

siglo XV. A las de Indias, a su vez, se sumaron las que dirimían los conflictos entre Castilla

y Portugal sobre el dominio del mar.

Ferlosio se detiene en la labor de los sucesivos papas de esa centuria, de mediados

del siglo XV a mediados del XVI, con el extendido nepotismo de la corte pontificia, las

gestiones y las presiones de los Reyes Católicos, del Emperador y de Felipe II ante la Santa

Sede, su minucioso control sobre el clero regular y secular, la permanente petición de bulas

o del retiro de alguna de ellas, por ejemplo la Sublimis Deus de Pablo III.

Queda en evidencia, entonces, el carácter que de continuación tienen las bulas

expedidas para América. A ello le dedica un amplio análisis el autor que numera en cinco

factores y que resume él mismo de la siguiente manera: “Primero. El carácter políticamente

exclusivista –es decir privativo para uno u otro de los „príncipes crisitanos‟- que después de

la Sane charissimus de 1418 adoptan, tanto en lo temporal como en lo espiritual, todas las

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bulas referidas a lo que sólo en un principio pudo llamarse propiamente „Cruzada

Occidental‟. Segundo. La índole genéricamente arbitral que como mero efecto resultante,

no por previo designio intencionado, tuvo, a lo largo de distintas bulas y papas sucesivos, la

intervención de Roma en relación con los reinos de Castilla y Portugal. Tercero. La incierta

y nunca bien definida naturaleza de la „Potestad Apostólica‟ de los pontífices. Cuarto. La

creciente anticipación abstractiva de las tierras y los pueblos por el „mercado de futuros‟

castellano-portugueses de la dominación. Quinto. Las sucesivas transfiguraciones que,

hacia mejor o hacia peor, sufrieron ante los ojos y en la mente de los blancos la imagen y el

concepto de „infiel‟”, 680-681.

que son tres de cada una, para los judíos, para los musulmanes, para los indios.

Bulas que refrendaban el legítimo dominio de los reyes de Castilla sobre las dos religiones

y los pueblos americanos. Inicio: el nepotismo papal,

Comparación con la crueldad de otras naciones.

or su papanatismo

legítimo de conquista la libertad de comercio –que relaciona más

impronta que dejan en el cronista las maldades de las que fue testigo, y el

sentimiento lascasiano de la superior prepotencia de la Historia Universal

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Por eso, la Conquista adquiere un tono más sombrío y dramático, pues si no hay sujeto

empírico responsable

A juicio de Ferlosio es desde esa concepción, de que hay un telos, un fin o un sentido a

todo el acontecer de la condición humana que hace creer que los sufrimientos y dolores

habidos en la historia, en este caso los padecidos por los pueblos amerindios, tienen su

justificación última en la propia marcha, exigente de ellos, de esa historia, marcha,

asimismo, en la que se dan grandezas y miserias; aquí se da otra denuncia del autor, pues,

de un lado, adscribe al orden estético la consideración de las batallas y las empresas

expedicionarias que culminaron con el encuentro inmediato, sin “previo aviso”, entre

castellanos e indios, y de otro el añadido “miserias” cumple la función, sofística, de elevar

aún más aquellas consideradas grandezas. De ahí que no sea posible encontrar un sujeto

empírico responsable del completo proceso de la Conquista, lo que no quiere decir que no

haya protagonistas de aquellos hechos a los que no se les pueda enjuiciar. En este punto, es

donde Ferlosio mete en el mismo saco la historia escrita por los vencedores y la historia

escrita por los vencidos, tan ingenua y falsa es la segunda como la primera, “pues el

nominalismo positivista igualmente implicado en las palabras “vencidos” y “vencedores”,

que entendería las cosas como si los sujetos empíricos fuesen los únicos protagonistas

efectivos, escamotearía la percepción teórica fundamental: que el verdaderamente malo es

Dios, o, lo que viene a ser lo mismo, la Historia Universal”, 522.

el mal sin malo, dos actitudes, totalitarismo diacrónico, apologetas descarados y

vergonzantes, Oviedo, Cortés y Soto, los perros, “Becerrillo”, fusión de razas, el triunfo de

la Cruz, ¿encuentro o encontronazo?, la envidia del imperio y “ab ira tua”.

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y de que sus comentarios dispersos sobre el mismo están presentes en muchos de ellos, y a

pesar de que le dedica un extenso escrito, Esas Yndias equivocadas y malditas, prefiero en

la presente ponencia centrar mi atención en su texto “O religión o historia,”14

texto que, de

un lado, ilustra de manera clara el universo ferlosiano y que, de otro, también se engarzan

en él los comentarios de Gonzalo Fernández de Oviedo sobre las desgracias acaecidas a las

poblaciones de la América Hispánica.

El texto se desarrolla a lo largo de las cuatro respuestas que da a otras tantas preguntas

planteadas por José Luis López Aranguren relacionadas con diversos aspectos

concernientes a la religión. Es a la primera pregunta a la que le dedicaré esta ponencia. Su

formulación por parte de Aranguren era: “¿cree que el paraíso terrenal o el Edén de la

Biblia es una imaginería típicamente religiosa o está má bien en la línea de la “Arcadia”, de

la Atlántida, de El dorado, es decir, de un paraíso, pasado, perdido y, en el mejor de los

casos, recuperado o recuperable, pero que, de todos modos, es o fue real, en el sentido

fuerte de la palabra?”15

Antes de responder la pregunta, Ferlosio parte, en primer lugar, de

la distinción entre ética o moral, cuyo campo es el del bien o mal obrar del hombre, y

religión, su esfera tiene que “ver con el bien y el mal del mundo”16

y a continuación

relaciona la reificación de la temporalidad con el hecho de haber privilegiado el latín “la

frase asertiva como oración neutra, presumiblemente no modal, presumiendo que en ella el

hablante se refiere, como un testigo imparcial, inmediatamente al denotatum, a las cosas,

sin mediación de la subjetividad en cuanto actitud.”17

Ahora bien, para la frase asertiva

también vale que la relación del hombre con el mundo está mediada por la relación del

hombre con el hombre, por lo que los tiempos verbales son “índices que afectan al decir

mismo y no a lo dicho,”18

por lo que los tiempos verbales también tienen un carácter modal.

De forma que, sin negar la distinción entre verbos declarativos y verbos desiderativos,

Ferlosio no quiere dejar fuera de la modalidad ni los tiempos ni el indicativo. Así que “la

promesa y la profecía –que tanto tienen que ver con las religiones- son asertos, pero ¿quién

14

“O religión o historia”, en Ensayos y artículos, vol. II, pp. 311-351. 15

Ibidem, p. 312. 16

Ibidem, p. 313. 17

Ibidem, pp. 313-314. 18

Ibidem, p. 314.

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osaría dedicir si el futuro que se usa para ellas es una modalidad del decir o un dato de lo

dicho?”19

Estas dos premisas son pertinentes, desde el momento en que si le parecen vanas las

creencias de existencia acerca de un ayer o de un mañana, poco sentido tendrá la creencia

sobre la existencia real de un Edén, tanto si se proyecta al pasado como al futuro, además

de que la legitimación de un mito en lo existente sería corrosivo para el mito mismo. E

introduce un primer axioma sobre la esencia del espíritu, de la actitud o de la mentalidad

religiosa: “el rechazo del principio de realidad como criterio válido para la determinación

del bien y el mal del mundo,” 20

es decir, la cuestión del carácter de las promesas, de las

profecías y de las esperanzas de raigambre religiosa legitimadas a partir de su realidad,

pasada o futura, le lleva a Ferlosio a considerarlo el más claro exponente de la impiedad. A

continuación, deducido de lo anterior, también rechaza la esperanza como virtud si remite a

la confianza en el mundo –rechazo que no le es cuando esa esperanza no espera nada- pues,

lo que nos importa “no es la legitimación por un ayer efectivamente habido o un mañana

posible, sino la indisuadible e inalterable obstinación con que la idea del bien resiste a toda

experiencia de lo dado. La religiosidad es esa obstinación.” 21

Por el contrario, el dicho del

rabí Don Sem Tob, “si non es lo que quiero, quiera yo lo que es,” constituye el aserto más

irreligioso y “esta impía voluntad de la conducta de atenerse de buen ánimo y con la

disposición más positiva a lo que mande la facticidad, es a través de lo que se han deslizado

las más torvas y más miserables complicidades de las religiones positivas con el poder del

mundo, desde el momento en que la más horrenda e inhumana de las facticidades puede

legitimarse mediante su adscripción a „voluntad divina.‟”22

Llegados a este punto, es cuando Ferlosio ejemplifica el impío pragmatismo fundado en la

voluntad divina en un pasaje de Gonzalo Fernández de Oviedo; aquel perteneciente al

capítulo XII del libro XXXIII de su Historia general y natural de las Indias que dice: “Yo

veo questas mudanzas e cosas de grand calidad semejantes no todas veces anda con ellas la

razón que a los hombres paresce ques justa, sino otra definición superior e juicio de Dios

19

Ibidem, p. 315. 20

Ibidem, p. 315. 21

Ibidem, p. 318. 22

Ibidem, p. 319.

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que no alcanzamos; y como él es movedor de todo (o más servido de lo que subcede) e sin

su voluntad ninguna cosa se puede concluir, tengamos por mejor lo que vemos efetuar, pues

no se alcanzan los fines para que se hacen las cosas; e de la providencia de Dios no nos

conviene platicar ni pensar sino que aquello conviene.” Ferlosio ve el paso del “si non es lo

que quiero” -es decir, “yo veo … paresce”- al “quiera yo lo que es” –“tengamos por mejor

lo que vemos efetuar”- mediado por la voluntad divina y encuentra que esa legitimación, en

apariencia piadosa, se basa en el principio de realidad, de forma que “una noción de Dios,

la explotar su capacidad para constituirse en sustituto y hasta sosias del principio de

realidad, puede quedar diametralmente enfrentada a la esencia misma de lo religioso,

convirtiéndose en paradigma de lo impío.”23

Para concluir su respuesta a la primera pregunta planteada añade una aclaración sobre el jardín

del Edén, emparentado, a su juicio, con el modelo tradicional de cuento de la condición. Es

decir, el marido, al partir a la guerra, entrega todas las llaves de la casa a su esposa, pero le

impone la condición de que no abra tal puerta; la mujer la abre y se desencadenan todo tipo de

males, concluyendo la historia tras ingentes esfuerzos, con el restablecimiento del estado

originario. Mito y cuento que celebran un pasado feliz de la humanidad y “remitir el origen de

la infelicidad a algo que se hizo, en un principio, mal, es negarle a la infelicidad las

credenciales de condición connatural al hombre y su mundo. A despecho de la total y

asoladora falta de experiencia de un bien del mundo nunca conocido, sigue siendo el constante

y perdurable mal lo reputado como anomalía. La ciencia del bien y del mal –del bien y del mal

del mundo- no es una ciencia empírica; antes, por el contrario, es justamente la menos

empírica que quepa imaginar.”24

Una referencia más, frente a la peripéteia, caída, que

conllevan esos dos tipos de relatos, que acaban con la anagnórisis, vuelta a la situación

originaria, la idea de Progreso constituye un indefinido proceso de peripéteia sin fin y sin la

esperanza de una anagnórisis.

Añadiría otro ejemplo por mi cuenta, tiene que ver con el coloquio de los “doce” franciscanos.

Unos días después de su llegada, a finales del mes de junio de 1524, el hábil talento de Cortés

para la puesta en escena organizó un encuentro entre los recién llegados y las autoridades

23

Ibídem, p. 320. 24

Ibidem, pp. 322-323.

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civiles y religiosas de los indios. Si se cree a los cronistas la victoria de los franciscanos sobre

los antiguos sacerdotes fue absoluta, pues abjuraron de sus creencias y solicitaron el bautismo.

Los Coloquios de los Doce son la trascripción de las sesiones que tuvieron lugar con motivo

de ese encuentro, realizada por Bernardino de Sahagún algunos años más tarde y publicada

por primera vez en 1924. De los dos libros de que constaba la obra, de treinta capítulos el

primero y veintiuno el segundo, sólo se conservan los catorce capítulos del primero y los

títulos del resto. De los títulos de los capítulos del libro primero, cuyo texto completo no se

conserva, se deduce que los frailes esgrimieron ejemplos de la Biblia que mostraban cómo

Dios favorecía a quienes le seguían y castigaba a los pecadores; en este sentido, especial

intensidad y dramatismo debió alcanzar la sesión cuando los franciscanos les hicieron ver a los

indios la debilidad de sus dioses, puesto que habían sido incapaces de evitar su derrota, lo que

demostraba, por otra parte, la omnipotencia de Dios.25

En este caso, el ejemplo no proviene de un cronista que no es religioso, como Fernández de

Oviedo, sino del conocido coloquio. Y, aunque solo contemos con el título del capítulo, fácil

es conjeturar qué línea argumentativa seguirían los franciscanos: fundar la legitimación de la

conquista en el inescrutable designio de la voluntad de Dios, cuyo omnímodo poder se impuso

no solo a los ejércitos de los méxicas y sus aliados, sino también al poderío de los propios

dioses del panteón azteca.

En resumidas cuentas, la legitimación es irreligiosa porque es algo extrínseco a lo que legitima

y lo religioso no puede tener otro principio que su propia cualidad. “El bien y el mal del

mundo no pueden determinarse por sanción, por refrendo, por consenso o por convenio, como

se determina lo legítimo.” 26

Por tanto, toda legitimación de carácter religioso de la conquista

de América basada en los hechos, siguiendo a Rafael Sánchez Ferlosio, será impía e

irreligiosa. De ahí que la disyuntiva sea o religión o historia.

NOTA. Las otras preguntas de “O religión o historia” eran: “¿Qué piensa, en relación con lo

que acabo de preguntar, del Olimpo griego, del paraíso celestial y de los otros lugares de

25

La historia de esas sesiones, así como el texto de las mismas junto con los avatares sufridos por el propio texto

han sido publicadas por Christian Duverger, La conversión de los indios de Nueva España.

26

Ibidem, p. 324.

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bienaventuranza más allá de esta vida, según las diferentes religiones?” A la que Ferlosio

responde haciendo un excurso sobre la mentalidad expiatoria ejemplificada en el salmo 94.

Funde en una sola las respuestas a la tercera pregunta: “Sé que le interesa el tema del

confucianismo, especialmente en relación con el Tao, el pasaje sobre „El Gran Camino‟,

pintura idílica en contraste con „la pequeña tranquilidad‟, ordenada y regulada, burocrática y

jerarquizada. ¿Quiere que hablemos de eso?” y a la cuarta: “¿Cree usted que hay en la Biblia

otros pasajes correspondientes a una concepción como la anterior, más „idílica‟ que arcádica,

según la acepción de la primera pregunta? ¿Debemos volver los ojos para ello a algún pasaje

de los libros proféticos?”. Pone la alegoría del “Monte Santo” de Isaías al lado de “El gran

camino” de Confucio para destacar otro rasgo de la religiosidad o de la religión –que no pasa

por la existencia de dioses personales o de vida ultraterrena-, que es la presencia de una utopía,

que nada tiene que ver con ese género político. Distingue, en el nivel de la moral, entre la de

perfección y la de identidad. Y establece una cuádruple tipología en relación con la

religiosidad: el pragmático, el que hace su ley a partir de la necesidad, el cínico, que está

contra la legitimidad del mundo y renuncia a toda utopía, el anacoreta, que se retira del mundo

porque rechaza su realidad y se retira para buscar su salvación personal, y el religioso, que no

legitima al mundo, tampoco renuncia a él y encuentra una utopía gratuita no fundada en la

idea de programa político ni en la moral del “debe” y del “haber”.

BIBLIOGRAFÍA

Archipiélago, n° 31, “Rafael Sánchez Ferlosio, El Triunfo de la lengua”, 1997. Duverger,

Christian, La conversión de los indios de Nueva España, México, FCE, 1993.

Manuel Ángel Vázquez Medel (ed.), La obra periodística y ensayística de Rafael Sánchez

Ferlosio, Sevilla, Alfar, 1999.

Sánchez Ferlosio, Rafael, Ensayos y artículos, Barcelona, Destino, 1992.

Vázquez Medel, Manuel Ángel (ed.), La obra periodística y ensayística de Rafael Sánchez

Ferlosio, Sevilla, Alfar, 1999.

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