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EL HISTORIADOR ¿O LA ALQUIMIA DEL PASADO? Mauricio j\rchila Neira* "Naderías. El nombre de Morana, Una mano templando una guitarra, una voz, hoy pretérita que narra para la tarde una perdida hazaña de burdel o de atrio, una porfía, dos hierros, hoy herrumbre, que chocaron y alguien quedó tendido, me bastaron para erigir una mitología. Una mitología ensangrentada que ahora es el ayer... El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente." Jorge Luis Borges (Los conjurados) El pasado que es labrado continuamente por el pre- sente es la materia prima del historiador. Esta frase nos sirve para proponer la metáfora del historiador como el * Profesor asociado. Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia 75

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  • EL HISTORIADOR O LA ALQUIMIA

    DEL PASADO?

    Mauricio j\rchila Neira*

    "Naderas. El nombre de Morana, Una mano templando una guitarra,

    una voz, hoy pretrita que narra para la tarde una perdida hazaa

    de burdel o de atrio, una porfa, dos hierros, hoy herrumbre, que chocaron

    y alguien qued tendido, me bastaron para erigir una mitologa.

    Una mitologa ensangrentada que ahora es el ayer...

    El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente."

    Jorge Luis Borges (Los conjurados)

    El pasado que es labrado continuamente por el pre-sente es la materia prima del historiador. Esta frase nos sirve para proponer la metfora del historiador como el

    * Profesor asociado. Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia

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  • Mauricio Archila Neira

    moderno alquimista del pasado. Debo advertir antes de seguir adelante que toda metfora, como todo ejemplo, flaquea. Habr un punto, que cada uno deber descubrir, en donde ella pierde las posibilidades explicativas para las que la hemos usado. Pero como imagen condensa en pocos rasgos lo que queremos decir. Lo segundo es que toda metfora encierra ms rasgos autobiogrficos de los que su creador piensa. Tambin dejo a su iniciativa descubrirlos.

    El primer paso en esta conferencia es precisar la definicin de alquimia. Para el diccionario de la Real Academia Espaola de la Lengua, "es un conjunto de especulaciones y experiencias generalmente de carcter esotrico relativas a las transmutaciones de la materia que influy en el origen de la ciencia qumica. Tuvo como fines principales la bsqueda de la piedra filosofal y de la panacea universal". En una segunda acepcin dicen los acadmicos que en forma figurativa, "es una transmuta-cin maravillosa e increble". Me gusta ms la segunda definicin que la primera. En el menos riguroso Pequeo Larousse Ilustrado se la define como " (el) arte quimrico de la transmutacin de metales. (Esta ciencia se ocup en vano en descubrir la piedra filosofal para obtener oro y el elixir de la larga vida, pero dio nacimiento a la qumica. Se le debe el descubrimiento de la plvora, el fsforo, etc.)". Segn tena entendido haban sido los chinos quienes inventaron la plvora, pero eso no impor-ta para nuestros propsitos.

    Llama la atencin en estas definiciones el uso de palabras contradictorias tales como: especulaciones y experiencias esotricas, arte quimrico y ciencia, descu-brimiento y transmutacin. Eso es lo primero que me impact de la alquimia que es contradictoria por definicin. El practicante de la alquimia es un espe-

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    culador o un charlatn? Un pseudo-cientfico esotrico, un artista o un artesano? Un soador o un descubridor? Deberemos contestar que todo eso y mucho ms. Los alquimistas fueron artistas, artesanos, cientficos (en las condiciones de la baja Edad Media), mdicos (como Zenn el protagonista de Opus Nigrum de Margarite Yourcenar), charlatanes entre tantos otros oficios. Eran una especie intermedia entre poetas, humanistas y cien-tficos. Lo particular de su oficio era que, en una poca de radicales certezas religiosas, ellos dudaban, buscaban a tientas en la oscuridad. Los movan quimeras como la piedra filosofal, el elixir de la vida o la panacea universal. No lograron descubrirlas, pero dieron las bases de la qumica moderna, entre otras ciencias.

    El historiador contemporneo, a su modo, es un nuevo alquimista. La diferencia es que la transmutacin increble y maravillosa no es ya sobre metales preciosos, sino sobre la arcilla del pasado. El historiador es tambin una especie media entre la poesa, el humanismo y la ciencia. Perder alguna de estas dimensiones es sacrificar la riqueza de su oficio.

    Para el ensayista Octavio Paz "la historia participa de la ciencia por sus mtodos y de la poesa por su visin. Gomo la ciencia, es un descubrimiento; como la poesa, una recreacin".1 Estas palabras hacen eco de las pro-nunciadas aos atrs por Marc Bloch, padre, junto con Lucien Febvre, de lo que aqu llamaremos la Nueva Historia: "La historia tiene indudablemente sus placeres estticos, que no se parecen a los de ninguna disciplina. Ello se debe a que el espectculo de las actividades humanas, que forma su objeto particular, est hecho,

    1 Citado por De Roux, Rodolfo, Elogio de la incertidumbre, Bogot, Nueva Amrica, 1988, p. 118.

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    ms que otro cualquiera, para seducir la imaginacin de los hombres".2

    Hay, sin embargo, otro rasgo comn entre el historia-dor y el alquimista: ambos son creadores, ambos buscan producir transmutaciones maravillosas. Ojal los histo-riadores seamos ms exitosos que los alquimistas en la bsqueda de nuestras quimeras, porque las tenemos. ste es el tema de la conferencia que pienso desarrollar en cuatro secciones: el oficio del historiador y la (re)creacin del pasado; la crisis de la Nueva Historia; qu preguntas nos planteamos hoy y qu respuestas aventuramos. Entremos, pues, en materia.

    La alquimia del pasado

    Ya hemos dicho que el pasado es la materia prima del conocimiento histrico. Pero no se trata de cualquier pasado. No nos interesa en forma prioritaria, por ejem-plo, el pasado geolgico o biolgico. Ello corresponde a otras disciplinas. El pasado que nos interesa no es una abstracta medicin de tiempo. Gomo afirma el mismo Bloch, el objeto de la historia es el pasado de los hombres (y de las mujeres, agregamos hoy).

    2 Introduccin a la Historia, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1992, pg. 12. Hablamos de Nueva Historia en el sentido que le da Peter Burke a la produccin historiogrfica en tomo a la Revista Annales {La revolucin historiogrfica francesa, Barcelona, Gedisa, 1993, pg. 11). Claro que el mismo autor, como otros, distingue entre tres fases o generaciones en esa produccin: la de formacin (1920-1945); la de Escuela como tal (1945-1968); y la reciente de 'desmenuzamiento'. Francois Dosse, por su parte, designa a esta ltima generacin la de la Nueva Historia (La historia en migajas, Valencia, Alfons el Magnnim, 1988). Las permanencias en las tres generaciones hacen posible, sin embargo, englobarlas en una produc-cin historiogrfica comn.

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    Ahora bien, ese pasado desapareci. Lo nico que existe es el presente. Deslindamos campos de una vez con la vieja escuela positivista que dio origen a la disci-plina. No es posible hacer lo que propona Leopoldo Von Ranke hace ms de un siglo: "contar las cosas tal y como realmente acaecieron".3 No es posible porque los hechos del pasado no estn ah para que el historiador vaya y abra la gaveta en donde reposan y los saque tal cual sucedieron. Los hechos pasados no existen como tales, lo que queda de ellos son las huellas que dejaron. Esos trazos del pasado llegan hasta nosotros de formas diver-sas (monumentos, escritos, memoria oral, cuentos y ms recientemente fotos y pelculas). Son las fuentes que los historiadores usamos para remontar nuestra bsqueda de lo pretrito.

    Si el pasado ya desapareci y dej slo unas huellas, la tarea del historiador es, a partir de ellas, reconstruir lo mejor posible lo sucedido. Pero nunca se sabr a ciencia cierta si la reconstruccin que hacemos es la 'verdadera'. Como dice Paul Veyne, la historia produce siempre conocimiento mutilado. El historiador no puede decir a ciencia cierta como fue el Imperio Romano o la Segunda Guerra Mundial, lo que l cuenta es lo que podemos saber hoy de ese Imperio o esa Guerra.4 El arte del historiador es armar el rompecabezas de esc pasado, con la particularidad de que el rompecabezas puede ser armado de mltiples formas.3 En ese sentido, el historia-

    3 Citado por Braudel, Femand, La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1974, p. 28. 4 Writing History, Middletown, Weslcvan University Press, 1984, p. 13. 3 La metfora del rompecabezas es de Eric Hobsbawm en "History from bellow: Some Reflections" en Krantz, Frederick, (Ed.), Histrny from Belkrw, Montral, Concordia University Press, 1984.

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    dor es un creador, un descubridor del pasado: transmuta las huellas de los hechos en historias. Los historiadores somos, de alguna forma, inventores del pasado. Desarro-llemos ms esta afirmacin.

    La vida individual y colectiva est llena de eventos a los cuales no les prestamos importancia cuando suce-den, incluso cuando han concentrado la atencin de los cronistas de turno. Con el paso de los aos el historiador, revisando las fuentes, olfatea un hecho que considera significativo en su reconstruccin del pasado. Y lo trae de nuevo al presente. Un ejemplo de nuestra cosecha puede ser til para comprender lo dicho. Revisando prensa del Frente Nacional para mi estudio sobre los conflictos sociales en ese perodo me encontr con una noticia, entre muchas otras, que me llam la atencin. El 31 de agosto de 1961, a tres aos de inaugurado el gobierno bipartidista de Alberto Lleras, los huelguistas de Avianca (azafatas, despachadores de aviones y otros empleados de 'cuello blanco') realizaban una manifesta-cin en Bogot por la avenida Eldorado. Al pasar frente a la Universidad Nacional un grupo de estudiantes, segu-ramente movilizado por activistas de la Juventud Comu-nista y de las Juventudes del MRL, sali de los predios a marchar solidariamente con los huelguistas, quienes ya llevaban casi 20 das en paro. La polica, alerta por la marcha, decidi intervenir violentamente para impedir que la manifestacin engrosada continuara. Huelguistas y estudiantes ingresaron con premura al eampus univer-sitario, y respondieron con una lluvia de piedras a la provocacin. La polica invadi los predios de la ciudad blanca con gases lacrimgenos. El balance de la refriega, impreciso como suele suceder en estos casos, fue dc unos 12 estudiantes y casi 20 policas heridos, algunos de ellos atendidos en el alma mater. El resto de la historia sigue como es tradicin en el pas: mutuas acusaciones de

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    provocacin, investigaciones exhaustivas que no condu-cen a nada y discursos oficiales denunciando la presencia de tenebrosos agitadores externos. El paro en cuestin dur otros 15 das ms y tuvo ribetes dramticos como la huelga de hambre de trabajadores realizada en la comisin quinta de la Cmara de Representantes. Mien-tras tanto la Universidad Nacional permaneci en paro por unos das, y a ste se sum la Libre, la del Atlntico y otras universidades del pas.

    Hasta aqu una sucinta narracin de sucesos que se desprenden de las fuentes consultadas.6 Por qu nos llam la atencin este hecho? Por muchas razones: una de ellas fue la presencia en escena pblica de trabajado-res no propiamente obreros, catalogados como emplea-dos o de 'cuello blanco' quienes adquirieron protagonis-mo desde esos aos. Otra es el desencanto creciente del mundo laboral y estudiantil con el Frente Nacional lla-mado tambin la 'segunda repblica' por la ilusin de restauracin democrtica que propona. Pero tal vez lo ms notorio fue la muestra de solidaridad estudiantil con un conflicto que era ajeno a sus intereses concretos. Hay all un valor humano que nos interesa destacar. La explicacin racional de esa actitud es difcil de lograr pero se puede acudir a la lectura marxista de adquisicin de verdadera conciencia proletaria por parte de la peque-a burguesa o al anlisis funcionalista de intereses o a una mirada como la de Glaus Offe, quien muestra la disponibilidad de clases medias para sumarse a deman-das globales.7 Pero nunca sabremos con certeza la razn de esos hechos pues tal vez no siempre stos tengan una

    6 Bsicamente El Tiempo y las revistas Semana y Nueva Prensa de la poca. 7 Del autor vase en particular Partidos polticos y nuevos movimien-tos sociales, Madrid, Editorial Sistema, 1992, captulo 7.

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    explicacin racional.8 As se hace evidente que nuestro conocimiento histrico es limitado, que nunca lo podre-mos reproducir tal como ocurri y menos entender en su totalidad.

    Lo que nos impact no fue el dramatismo de otras huelgas, baste mencionar la de los cementeros de Santa Brbara de febrero de 1963 que concluy en masacre, aunque no podemos desconocer que algo de dramatismo s refleja cl evento en cuestin. Tal vez eso mismo es lo que interesa relievar: las pequeas acciones en la coti-dianidad que encierran profundos valores humanos que compartimos. De esta forma un hecho que pudo pasar desapercibido para los actores mismos, para los periodis-tas (o cronistas modernos), y para muchos historiadores y cientficos sociales, capt nuestra atencin. Y lo recrea-mos. Sobre unos trazos histricos, lo reinventamos.

    Pero esa (re)invencin del pasado tiene sus lmites: No partimos de la simple imaginacin pues estamos condicionados por la existencia de huellas del pasado, de una parte, y pretendemos producir un conocimiento veraz, de otra parte. Eso nos diferencia de los artistas, en particular de los novelistas y dramaturgos, de los que, sin embargo, hemos estado cerca. Ellos pueden inventar-se totalmente una historia sin referencia alguna a las huellas del pasado. Y lo hacen por gusto. Por eso a una novela no se le puede pedir veracidad histrica aunque tenga referentes documentales, sino placer esttico. Hay, no obstante, cosas que nos acercan y que reafirman

    8 La accin colectiva siempre cuenta con una mezcla dc racionalidad instrumental (costo-beneficio) y otras 'racionalidades' como la nece-sidad de identificacin, la lealtad y el sentido de pertenencia (Revilla Blanco, Marisa, "El concepto dc movimiento social: Accin, identidad y sentido" en Gromponc, Romeo, Instituciones polticas y sociedad, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, s.f., pp. 362-389).

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    nuestras aseveraciones iniciales sobre la dimensin po-tica o artstica de la historia. Nosotros como los novelis-tas debemos armar una trama a partir de los datos que poseemos. Construimos un argumento y narramos his-torias.9 Pero estamos atados a las fuentes y a la necesidad de producir conocimiento con pretensin de verdad. Claro est que es una verdad relativa, como la de las ciencias, y no absoluta pues sta slo existe en la esfera de la religin.

    Ahora bien, las restricciones en la invencin del pasa-do tienen que ver tambin con el tipo de fuentes consul-tadas (unas ms permeables que otras a los sucesos), los mtodos usados (el procedimiento de lectura de ellas y la contrastacin con otras fuentes), la interpretacin (enmarcada en teoras e incluso ideologas a las que recurrimos para construir el rompecabezas), la difusin de la misma investigacin, la posicin en el gremio que otorga mayor o menor credibilidad, la misma subjetivi-dad del historiador (el nimo con que se inicia y prosigue la investigacin) e incluso el tipo de recursos financieros de los que disponemos (que permiten consultar ms fuentes y sistematizarlas mejor). Son todos condicionan-tes del oficio de reconstruir el pasado.

    Hay adems uno que hemos dejado aparte para resal-tarlo: la responsabilidad tica en esta alquimia. Para qu recreamos el pasado? Cada uno podr dar su respues-ta. Henri Pirennc, en palabras de Bloch, dijo "si yo fuera un anticuario gustara de ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y amo la vida". A lo que el mismo Bloch agregaba: "Esa facultad de captar lo vivo es, en efecto, la cualidad dominante del historiador".10 'Soy historia-

    9 Quien mejor desarrolla este punto es el citado Paul Veyne, Wri-ting.... captulos 3 y 6.

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    dor porque amo la vida', excelente frase que describe una destacada trayectoria humana y un programa de investi-gacin cientfica, (orno sta pueden existir muchas otras respuestas; lo importante es ser conscientes de nuestra responsabilidad en la transmutacin del pasado. Entender que nuestro conocimiento no es ingenuo y que jugamos un papel en la sociedad contempornea. Noso-tros contribuimos no slo a entender nuestra sociedad sino a construirla o a destruirla. En ese sentido el oficio del historiador es una actividad del presente. Somos parte de los intelectuales de nuestro mundo pues perte-necemos a l.

    Eric Hobsbawm, en una reflexin sobre el papel del historiador ante eventos recientes como los de Europa del Este, dice: "En esta situacin, los historiadores en-cuentran que se les otorga el inesperado papel de actores polticos. Yo pensaba que la profesin de historiador... sera inofensiva. Ahora s que no lo es. Nuestros estudios pueden convertirse en fbricas de bombas como los talleres en los que el Ejrcito Republicano Irlands ha aprendido a transformar fertilizantes qumicos en explo-sivos. Este estado de cosas nos afecta de dos formas. Tenemos una responsabilidad ante los hechos histricos en general y la responsabilidad de criticar las manipula-ciones poltico-econmicas de la historia cn particu-lar".11

    10 Bloch, Introduccin..., p. 38. 11 "La historia de nuevo amenazada", Viejo Topo, febrero, 1994, p. 78. A rengln seguido se va lanza en ristre contra quienes pretenden suprimir la diferencia entre ficcin y realidad, y afirma contundente-mente: "No podemos inventar nuestros hechos". El sentido que hemos dado a la (re) invencin del pasado aqu es diferente del criticado por Hobsbawm, pues nosotros compartimos con l un referente ontolgico de los hechos: ellos existieron.

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    Nuestro conocimiento del pasado puede ser conside-rado intil desde una racionalidad tcnico-instrumental, pero de ninguna forma desechable. Tal vez valga la pena distinguir con Bloch entre utilidad pragmtica y legiti-midad intelectual del saber histrico.12 La comprensin del presente no es posible sin el conocimiento histrico y de all se desprende nuestra legitimidad intelectual y nuestra responsabilidad tica. Somos los funcionarios de la memoria de la sociedad y manejamos las claves del pasado. Somos, en fin, constructores de la sociedad presente. En esta tarea colaboramos con los otros cien-tficos sociales pues nuestros destinos estn cruzados, as recorramos caminos diferentes.

    Creo que ha llegado el momento de mirar la evolucin reciente de la disciplina para hacer explcito cmo ha contribuido ella a construir nuestras sociedades contem-porneas, qu tipo de valores hemos transmitido, qu proyecto o proyectos de ser humano hemos apoyado y, para volver a nuestra metfora, qu hemos obtenido en nuestras transmutaciones del pasado.

    La crisis de la Nueva Historia

    Tal vez sorprenda hablar sobre la crisis de una forma de hacer historia en la cual nos inscribimos. Parte de la sorpresa puede radicar en el aparente apresuramiento en decretar una crisis donde no es evidente an. Es preciso aclarar primero que crisis no es algo negativo, por el contrario puede ser un momento de crecimiento y an dc fortalecimiento de la disciplina. Hay crisis que presagian cambios como puede ser sta que atravesa-mos. En segunda instancia, cuando mencionamos la crisis de la Nueva Historia nos referimos a un profundo

    12 Introduccin..., pg. 14.

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    cuestionamiento de sus fundamentos, cosa que se est haciendo a veces tmida, a veces vergonzantemente. No debemos esconder nuestras perplejidades. Por el contra-rio, el camino honesto de construir conocimiento es enfrentar los retos contemporneos sin esconder nues-tras debilidades.

    El trmino Nueva Historia es bastante impreciso y se refiere ms a una reaccin radical contra las formas tradicionales cn las que se practicaba el oficio, aquellas construidas por los alemanes y franceses de fines del siglo pasado, que a una escuela con perfiles definidos. Esa reaccin fue liderada por Marc Bloch y Lucien Febvre por medio de la famosa revista Anales de Historia Eco-nmica y Social, y puntualizada por su discpulo Fernand Braudel. Los antecedentes son muchos pero podemos citar a Marx y Engels, de una parte, y al socilogo francs Emilio Durkheim, de otra.

    A riesgo de simplificar sealar los principales puntos del paradigma que agrup a los 'nuevos historiadores' desde los aos veinte y que toc nuestras playas hasta entrados los aos sesenta.13 El centro de la propuesta de la llamada Nueva Historia fue hacer cientfica la discipli-na en el contexto de las ciencias sociales. Era un doble rechazo al historiador humanista, de una parte, y al positivista, de otra. Se trataba de romper con el narrador filsofo, y con el que pretenda hacer historia como se hace fsica o biologa. El camino era alejarse simultnea-mente de la filosofa y de las ciencias naturales para ir al encuentro de las disciplinas hermanas.

    13 En esto me acerco de nuevo a Peter Burke quien resume cn tres las ideas rectoras de Annales: 1) la sustitucin de la narracin por una historia analtica; 2) el reemplazo de la historia poltica por una que verse sobre toda la gama de actividades humanas; y 3) la colaboracin con otras disciplinas sociales (La revolucin..., pg. 11).

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    La historia, en palabras de Braudel, deba insertarse en el campo de las ciencias sociales, aprendiendo de ellas no slo su lenguaje sino, sobre todo, sus mtodos. En particular se trataba de acercarse a las ciencias sociales 'duras' stas son palabras mas, tales como la geo-grafa, la sociologa, la demografa y en especial la eco-noma. Para no ser devorada por ellas, peligro que advir-ti con rapidez Braudel, la historia deba afirmar su capacidad de sntesis y su pretensin de totalidad. De esta manera lo que nos proponan los fundadores de la Nueva Historia era colocar a la disciplina no slo en contacto con las ciencias sociales sino convertirla en el centro de ellas. Fue una intencin que afirm a los historiadores en la importancia de su oficio y anim su profesionalizacin. No es por azar que bajo esta sombra tutelar hayan surgido en nuestro pas las primeras carre-ras de historia. Muchos de nosotros nos adentramos en nuestras etapas formativas en el estudio de otras disci-plinas bajo los grandes retos de hacer la sntesis de las distintas dimensiones de la vida humana y realizar el programa de una historia total. Tareas ingentes que parecan verdaderas quimeras aunque el mismo Braudel estuvo cerca de lograrlo con su estudio sobre el Medite-rrneo en la poca de Felipe II. A la historia ya no se le poda identificar con el epteto de la disciplina de lo particular. Estbamos en el centro de la produccin de conocimiento general, total. Entrbamos pisando duro en el concierto de las ciencias sociales.

    Pero hacer historia cientfica implicaba algo ms. Se trataba de superar el estudio del acontecimiento, de la

    14 Vase el citado libro La historia y las ciencias sacudes. Esta capacidad de adaptacin de la historiografa francesa fue clave para su posieionamicnto cn las ciencias sociales y su xito en trminos de difusin (Dosse, F., La historia en migajas, p. 264).

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    coyuntura y de la corta duracin, para anclarnos en las permanencias y en la larga duracin. Por esta va nos nutrimos del estructuralismo, ms de Lvi-Strauss que de Talcot Parsons. Era la bsqueda de las estructuras, tarea que ya haba iniciado Marx en el siglo pasado. En nombre de la dialctica nos adentramos en el mundo de las estructuras prcticamente invariantes. An recuerdo y afloran de nuevo los rasgos autobiogrficos de esta conferencia haber estudiado con mximo detalle el libro de factura francesa Las estructuras y los hombres.^ En realidad era una sntesis de uno de esos debates en la Sorbona de los aos sesenta entre historiadores de la talla de Ernest Labrousse y Albert Soboul. Despus de sesudo anlisis de las estructuras econmicas, sociales, polticas, culturales y religiosas, de la base y la superes-tructura, de sus permanencias, de su inmovilidad, al-guien se preguntaba en el citado debate francs cmo explicar el cambio, a lo que se le respondi postu-lando una nueva estructura: la del cambio que atravesa-ba a las otras estructuras. Nunca entend cmo poda haber una estructura que fuera anti-estruetura. Cmo el cambio poda ser una estructura y cmo se relacionaba con las otras, definitivamente dejadas en quietud casi absoluta. Era la prdica dc una historia casi inmvil, de la anti-historia en el sentido de negarle la diacrona.

    Para llegar a ser ciencia de lo general, de sntesis, la historia deba salir del laberinto en el que la haban metido sus fundadores en el siglo pasado: la historia poltica entendida como la narracin de eventos aislados de los grandes personajes, de reyes, papas y gobernantes.

    15 La versin espaola dc este texto fue traduccin de Manuel Sacris-tn (Barcelona, Ariel, 1969). Su impacto se siente en textos claves durante nuestra formacin como el de Ciro F.S. Cardoso y Hctor Perz Bignoli, Los mtodos de la historia, Barcelona, Crtica, 1976.

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    De alguna forma Febvre y Bloch criticaban la historia de individuos, lase particular, y proponan la historia social o de colectividades en donde el pueblo menudo adquirie-ra protagonismo. No es por ello extrao que la historia social, entendida como socio-econmica, se haya con-vertido en la princesa de la disciplina. Georges Duby, a principios de los setenta, dijo que si la historia miraba al hombre en sociedad, toda historia deba ser social.16 Eric Hobsbawm, por la misma poca, la lleg a llamar la historia de la sociedad y le augur mucho futuro: "Co-rren buenos tiempos para el historiador social. Ni siquie-ra aquellos de nosotros que nunca pretendimos damos ese nombre desearamos hoy renunciar a l".17

    En realidad, la historia social fue hasta hace poco la rama ms dinmica de la disciplina; de ello dan cuenta los estudios tanto franceses como ingleses y los logros en nuestro medio.18 Fue la mejor representacin de la Nueva Historia y domin sin disputa en la disciplina hasta el presente. No es por azar que incluso los que indagan por el pasado de las ciencias naturales, para diferenciar-se de la tendencia internalista, se designen tambin historiadores sociales. Pero la historia social fue cada vez ms el bastin de una historia que negaba la poltica y se ufanaba de ser su sustituto. Mutatis mutandis es similar a quienes hoy postulan el reino de la sociedad civil por encima del sistema poltico como si uno y otro

    16 Historia social e ideologa de las sociedades, Barcelona, Anagrama, 1976, p. 10. El afn de Duby en ese momento era liberara la historia social de la subordinacin en que la colocaba la historia econmica. 17 "De la historia social a la historia de la sociedad", Historia Social, No. 10, 1991, p. 25. 18 Para un balance de su trayectoria vase Casanova, Julin, La historia socialylos historiadores, Barcelona, Editorial Crtica, 1991.

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    no fueran mutuamente necesarios. Sobre ello volvere-mos luego.

    Finalmente la historia cientfica implicaba la supera-cin de la narrativa como mtodo expositivo y su reem-plazo por el anlisis estructural. La narracin estaba tan articulada al objeto tradicional de la historialos gran-des individuos, los acontecimientos aislados y lo particu-lar que era preciso desecharla para practicar estrate-gias expositivas ms acordes con el pretendido carcter cientfico. Se impona, por tanto, el anlisis de los even-tos desde uno o varios problemas seleccionados por la teora o ideologa en boga. A los historiadores se nos olvid escribir con gusto y nos dedicamos a hacer textos con una jerga casi impenetrable, gran parte de ella heredada de la economa.

    Ahora bien, aunque la propuesta dc una historia cientfica tuvo acogida casi universal, especialmente en los medios universitarios, no as en las adustas acade-mias, hubo un par de ataques que produjeron como reaccin la afirmacin del carcter cientfico de la his-toria. De una parte tenemos el frontal cuestionamiento dc Karl Popper a lo que l llam historicismo.19 l parta del supuesto dc que no puede haber conocimiento obje-tivo en la historia pues los hechos no son verificables y las fuentes estn mediadas por intenciones o por la subjetividad. La historia por ser una reconstruccin de hechos particulares no poda, por tanto, construir leyes explicativas causales y menos realizar alguna prediccin seria. Entonces, no era ciencia. Claro que Popper parta de una idea de ciencia natural positiva que ya haba sido rechazada por Bloch y Febvre.

    19 La miseria del historicismo, Madrid, Alianza Editorial, 1981.

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    El segundo ataque vino desde la otra orilla poltica, la vertiente estructuralista-marxista, encarnada en Louis Althusser.20 Para el filsofo francs lo real estaba ideolo-gizado, luego no poda ser conocido verdaderamente. El nico camino era la Teora, en singular. La historia ofreca cuando ms un material emprico para ser puri-ficado por la Teora, que no era otra que el marxismo. Pero no era cualquier marxismo; de la prctica terica althusseriana slo se salvaba el Marx adulto, el resto era desechado por idealismo. A pesar del crudo ataque al carcter cientfico de la historia, hasta echarla al saco de la empiria despreciable, el althusserianismo impreg-n con su lenguaje el discurso histrico de los aos sesenta y setenta. Fue la poca en que se lea ms a Marta Harnecker, la divulgadora de Althusser en Amrica Lati-na, y tal vez a Emilio de Ipola, que a Mousnier o a Pirenne.

    La defensa contra el estructuralismo althusseriano, y en menor escala contra el positivismo popperiano, vino no tanto de los franceses, sino de ingleses como E. P. Thompson quien escribi el polmico texto La miseria de teora.21 All, al mismo tiempo que reitera el carcter real de los hechos y reafirma la dimensin cientfica de la historia, Thompson hace denuncias claves sobre el estructuralismo imperante que ledas hoy cuestionaran indirectamente los fundamentos de la Nueva Historia. Una de ellas es que el sujeto de la historia no son las estructuras y menos las teoras; son los hombres y muje-res concretos. Por esa va postula el historiador ingls la categora experiencia como el puente entre lo real y lo pensado, entre la necesidad (material) y el deseo (cultu-

    2(1 Vase, por ejemplo, La revolucin terica de Marx. Mxico, Siglo XXI. 1968. 21 Barcelona, Crtica, 1981.

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    ral). Iniciaba tambin su ruptura con la trillada metfora del edificio social construido sobre una base y cuyo techo era la superestructura. Pero Thompson, como otros marxistas britnicos, no quisieron ir ms lejos en esta incipiente crtica a la Nueva Historia, cuyos paradigmas centrales compartan.

    De esta forma la historia cientfica, es decir, una historia totalizante, que estudiaba estructuras, con n-fasis social y con sesgo apoltico, lejana de la narrativa, fue convirtindose en una historia abstracta en donde los seres humanos poco contaban. Perdi imperceptible-mente su objeto. Por contribuir a la liberacin radical del hombre, dej de lado a los seres concretos. Se releg la poesa, los placeres estticos del oficio, la erudicin y los historiadores nos inclinamos totalmente ante una forma de hacer ciencia: la economa que para muchos era la nueva profeca.22 Y en este paso, con seguridad necesario cn el desarrollo de la disciplina, sacrificamos dimensiones cruciales para el oficio del historiador. Esas son las que afloran en la desarticulada crtica a la Nueva Historia que se insina hoy. En los aos ochenta, cuando estbamos en esa crtica de la disciplina, hecha desde dentro de la Nueva Historia y de los historiadores sociales en general, nos sobrevino el final de este corto siglo XX, como lo llama Hobsbawm.23 Fue un final que socav radicalmente los fundamentos de la disciplina histrica.

    Con el fin del muro de Berln se derrumbaron muchas cosas para ser exactos algunas ya haban cado antes

    22 Entre otras cosas por responder a nuestro afn modcmizador. Vase Palacios, Marco, "Modernidad, modernizaciones y ciencias sociales", Anlisis Poltico, No. 23, 1994, pp. 5-33. 23 The Age of Contradictions, Nueva York, Pantheon, 1994. Ha sido traducido al espaol como la Historia del Siglo XX por Editorial Crtica.

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  • El historiador do la alquimia del pasado?

    de 1989, entre otras las grandes ideologas que propo-nan una idea de progreso nico para la humanidad, un fin universal de la historia. Se tambalearon los grandes metarrelatos construidos en el siglo XIX, por los cuales la humanidad haba luchado a sangre y fuego a lo largo del siglo XX. Fue la crisis del socialismo real la que ms cuestion la idea de progreso pues ste se planteaba como fase superior al capitalismo, con tal consistencia y fuerza que al menos hasta los aos sesenta pareca posible. Sin embargo, el socialismo conocido fracas por motivos que escapan a esta conferencia y con l se hundi esa idea de cambios cualitativos siempre proyec-tados hacia adelante. Baste mencionar los recientes sucesos cn Europa del Este o en la ex Unin Sovitica para hacer evidente lo que decimos. El sentido de la historia deja de ser nico y, lo que es peor, no siempre se proyecta hacia un futuro mejor.

    Pero habr que decir que el fin de este corto siglo XX no ha sido negativo del todo. Con la cada del muro tambin se destruyeron los proyectos de colectivizacin centralizada del crecimiento econmico, de ciudadana nica, de homogeneidad cultural y de nico fin de la historia. Lo que sucede es que los sustitutos a esos proyectos no son tampoco la solucin pues la libertad de mercado en plena globalizacin afecta no slo a los pases ms pobres sino a los dbiles dc todas las socieda-des. La atomizacin del individuo lo priva dc las solida-ridades necesarias para sobrevivir y la irrupcin de par-ticularismos puede presagiar xenofobias peores que las dejadas atrs. Si pensamos en el caso colombiano, la aparicin de nuevas violencias o el solo incremento de las estadsticas en este rubro muestran un panorama que se toma an ms oscuro. Por ello nos asalta el temor pesimista de un presente que reproduzca el pasado y de un futuro que repita ese presente. Para evitar esas horro-

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  • Mauricio Archila Neira

    rosas reiteraciones, existen los historiadores. Pero lo sucedido ha afectado a la disciplina misma; veamos cmo.

    La idea de progreso fue la cuna de la naciente profe-sin en el siglo pasado. Aunque los padres de la disciplina renegaron de la lectura providencial del judco-cristianis-mo, heredaron de esas religiones, como en general el pensamiento cientfico occidental, una idea de destino superior de la humanidad. sta no poda avanzar sino hacia su perfeccin. Era lo que se llamaba, en trminos cristianos, el sentido de la historia o la teleologa. La Nueva Historia, aunque no se jact de predicarlo, crea en una idea de progreso ms secular, bien fuere de catadura liberal, social-demcrata, anarquista o marxis-ta. Era tambin una creencia comn entre las ciencias humanas con las cuales se asoci.

    La disciplina histrica no es ajena a la crisis actual que no es slo dc las ideologas sino del mismo pensa-miento cientfico. Ella tambin ha visto tambalear sus cimientos, en especial los formidables logros de la Nueva Historia. Ya no se comparte la idea de progreso que informaba a nuestros antepasados y que marc nuestras etapas formativas (hablo de mi generacin). Las miradas colectivas entran bajo sospecha de ser larvados totalita-rismos. El programa de la historia total, de la gran sntesis, ya no est al orden del da. Por encima de las estructuras vuelven a sobresalir los seres de carne hueso con sus experiencias concretas; en los colectivos se rescata el individuo. Nuestra fijacin economicista es suplantada por miradas de otras dimensiones humanas como la cultura y la mentalidad. El nfasis cuantitativo de nuestros estudios se ve desplazado por el gusto hacia lo cualitativo. El estilo de exposicin cambia: se retorna a la narrativa como proclam hace aos Lawrence Sto-

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    ne.24 Y, en fin, se vuelve a dudar del carcter cientfico de la disciplina para rescatar su dimensin esttica y erudita.25

    Dos riesgos nos acechan en este proceso inmediato que nos negamos a calificar: Se est haciendo tabula rasa del pasado?; se est haciendo un trnsito a nuevas formas de practicar el oficio sin tocar fondo en la crisis? o peor an con actitudes solapadas y vergonzantes que no plantean claramente las rupturas que se busca hacer? Nuestra creencia, nuestra esperanza, es que la respuesta ante ambos riesgos es negativa pues algo hemos apren-dido del oficio. De una parte no se puede ser historiador y olvidar el pasado, en este caso de la disciplina. Creemos que las nuevas generaciones no estn dispuestas a hacer el corte radical con los antepasados, que pretendieron realizar en su poca Bloch y Febvre. De otra parte, si nuestro oficio es analizar hasta el fondo las situaciones ms que dar recetas de solucin, mal podramos pasar por encima de nuestra propia crisis, ocultarla para seguir dando tumbos. No seramos ticamente responsables con el conocimiento adquirido y, si as ocurriese, qu valores podramos ensear?. Hacer un balance dc estos riesgos es lo que nos proponemos a continuacin.

    Las preguntas e incertidumbres de hoy

    No pretendemos en esta seccin ofrecer un balance exhaustivo de las tendencias historiogrficas en boga hoy da en la disciplina. Ni siquiera de las que afloran en nuestro medio.26 Queremos, sin embargo, hacer explcita

    24 The past and the present revisited, Nueva York, R.K.P. Inc., 1987, pp. 74-96. 23 Es el centro de la propuesta de Paul Veyne en Writing History... 25 No sobra recomendar la lectura del balance colectivo de la histo-

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  • Mauricio Archila Neira

    nuestra valoracin de algunas formas de historiar que percibimos en nues t ro medio, y sobre todo reflexionar sobre el tipo de valores que encierran estas posturas. De esta forma nos preguntamos qu propuestas de socie-dad y de ser humano encarnan las investigaciones que adelantamos? Qu tipo de alquimia del pasado estamos practicando? Acudimos de nuevo a la sabidura que da la experiencia de Marc Bloch cuando dice:

    Me gustara que (entre) los historiadores de profesin, los jvenes sobre todo, se habituaran a reflexionar sobre estas vacilaciones, sobre estos perpetuos 'arrepenti-mientos' dc nuestro oficio. sta ser para ellos mismos la mejor manera de prepararse, con una eleccin deli-berada, a conducir razonablemente sus esfuerzos."

    Lo primero que debemos decir es que hay una irrup-cin de objetos de la historia o de sus sujetos o actores, si se mira desde otro lado. El hegemonismo de las escuelas pasadas es reemplazado a veces con fingida timidez por nuevos acercamientos que no hacen explci-ta su seleccin. Nuestra intencin hoy es escudriar lo que hay por detrs de estas nuevas posturas a veces mal consideradas como re tomos a destrezas supuestamente abandonadas.

    Ya no es tema exclusivo de la historia el estudio de los proceres de la patria por lo general esa minora blanca, rica y masculina que nos gobierna, pero tampoco de los actores colectivos, supuestas vanguardias dc proce-sos revolucionarios. Hoy los seres humanos del pasado que estudiamos los historiadores son mltiples: hombres y mujeres (antes decamos slo hombres) , los de abajo y

    riografa colombiana publicado en Bernardo Tovar (Compilador), La historia al final del milenio, Bogot, Universidad Nacional, 1994. 27 Introduccin..., pg, 19.

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    de arriba, y los del centro tambin, negros y blancos, indgenas puros y recin reconstruidos, viejos y jvenes, hasta nios, esclavos o libertos, encomenderos o enco-mendados, caciques o indios, homosexuales y heterose-xuales, alcohlicos y abstemios, en fin, la lista sera interminable. En pocas palabras, no hay sujeto histrico por antonomasia. Cualquiera puede serlo; desde un os-curo tendero hasta un ilustre profesor universitario. Los historiadores inventamos, sobre seres que dejaron hue-llas del pasado, los nuevos sujetos de nuestra pesquisa. Basta mirar los temas de monografas o tesis para hacer-se una idea de esta explosin de sujetos, de esta plurali-dad de actores.

    Las formas de abordar estos mltiples sujetos son tambin diversas. Aunque continuamos mirando su exis-tencia material en eso afortunadamente no hacemos tabula rasa del pasado nos proyectamos tambin a otras dimensiones de su existencia. Nos preguntamos por sus gustos alimenticios o estticos, preferencias sexuales, pensamientos religiosos, conocimientos cien-tficos, actitudes polticas y, en fin, ahora indagamos por cuanta dimensin humana sea posible imaginar. La his-toria de las ciencias reverdece tanto por el inters de ellas en conocer su pasado como por el nuestro de aportar trayectorias de cientficos que las jalonaron. Algo similar se observa en la historia de las religiones entendida ms como cultura y mentalidad religiosa que como historia institucional. De los nuevos rumbos de la historia poltica hablaremos luego. Se rompe as tambin el determinismo de otras pocas y la mirada unicausal de la conducta humana.

    La unidad de anlisis tambin vara. No es necesaria-mente el individuo, como ocurra con la historia tradi-cional, o lo colectivo, como suceda en la historia social,

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    la mdula de la Nueva Historia. Se tiende a trabajar, eso s, en una escala menor. La llamada microhistoria florece como alternativa a las historias totales que antes nos obsesionaban.28 Aunque afortunadamente no desapare-cen los esfuerzos de sntesis y las miradas globalizantes, la investigacin histrica tiende a discurrir por el camino de lo particular, de lo local, de lo pequeo. Ya no es la clase obrera en su conjunto lo que nos atrae, por ejem-plo, sino las familias, las unidades fabriles, los barrios o las localidades en donde crecieron los trabajadores y trabajadoras.

    Hoy nos interesa resaltar lo sobresaliente y al mismo tiempo lo comn y corriente. Esto cuestiona la concep-cin tradicional del hecho histrico y de la misma disci-plina. Ya no es posible suscribir sin ms la definicin convencional de historia. Acudimos de nuevo al Diccio-nario de la Real Academia de la Lengua: Historia es la "narracin y exposicin de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean pblicos o privados." Qu es hoy lo digno dc memoria? Una respuesta fcil sera todo es digno de memoria, pero eso no es cierto. Aunque no hay las limitaciones de pocas pasadas, seguimos bus-cando actores y hechos que permitan entender nuestro presente y proyecten valores o antivalores hacia el futu-ro. Por ello seguimos buscando hroes o antihroes que nos afirmen en nuestras identidades. Queremos encon-trar nuevas Maras Cano o Quintines Lame, pero a veces nos encontramos con meras Trnsitos o Pedros Prez. Lo pico no desaparece del todo aunque ahora las picas son menos sobresalientes y ms cotidianas. Nos llaman la atencin los comportamientos normales y los anorma-

    28 Levi, Giovanni, "Sobre la microhistoria", en Burke, Peter, (Ed.), Formas de hacer historia. Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 118-145.

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    les, aunque notamos una curiosa complicidad con estos ltimos. Nos gusta la virtud, pero tal vez ms el pecado, la transgresin de lmites que pone al desnudo la huma-nidad de nuestros actores. En ellos encontramos valores que tal vez quien los juzg en su poca no percibi o si los percibi no los comparti. Tal vez as buscamos la fuente de la eterna juventud o la panacea universal, para rejuvenecer nuestro presente o darle al mundo el blsa-mo de la felicidad, cosas difciles de lograr. Algunos, sin embargo, han encontrado en estos temas una especie de piedra filosofal pues logran convertir en oro sus investi-gaciones y vender sus libros hasta adquirir pequeas ganancias, tan escasas en nuestro oficio.

    Pero la renovacin no es slo de sujetos y de temas, es tambin de enfoques tericos. La Teoria en singular ha dejado de ser la fuente de verdadero conocimiento, segn predicaba la moda althusseriana. En eso hemos aprendido la particularidad del oficio. A la teora la vemos articulada a nuestro objeto de estudio y en inte-raccin con nuestros datos empricos.29 Pero la muta-cin va ms lejos. Ya no creemos que una sola teora nos d respuestas para todo. Buscamos eclcticamente ste es un trmino que hoy se rescata iluminaciones de distintos tericos y construimos teoras de 'rango medio', en el decir de la sociologa norteamericana, o descripciones densas, segn expresin acuada por Cli-fford Geertz.'10 Claro que hay algunos que niegan la teora e intentan en vano retornar a las pocas positivistas en donde el historiador supuestamente no interpretaba. se s es un retorno imposible pues sin teoras cmo

    29 As lo postula E. P. Thompson en la citada Miseria de la teora. 30 The Interpretation of Cultures, Nueva York, Basic Books, Inc., 1973, captulo 1. El trmino en realidad es prestado de Gilbert Ryle (p. 6) pero difundido por Geertz.

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    interrogamos a las fuentes y cmo armamos el rompeca-bezas del pasado o la trama de la historia?

    El acercamiento a los nuevos sujetos histricos coloca adems retos a los mtodos acuados por la disciplina, lo que no quiere decir que los invalide. Hoy nos pregun-tamos sobre el discurso no slo de las personas que historiamos, sino sobre nuestro propio discurso. Un ejemplo basta para ilustrar lo dicho. Joanne Rappaport en su reconstruccin de la historia de los paeces,31

    percibe en ellos no slo una forma distinta de recordar a la historia occidental, sino una funcin diferente en ese acto. Los paeces, segn ella, tienen una cronologa distinta de la nuestra, juntan hechos de tiempos diferen-tes, saltan siglos y los agrupan en secuencias no lineales. Adems de textos escritos y testimonios orales, toman al paisaje geogrfico como fuente de memoria. Y, en fin, recuerdan para sobrevivir. A medida que escribo esto pienso que para muchos sectores populares rurales y urbanos de nuestro pas, las cosas son similares a las de los paeces. Ellos tambin tienen cronologas distintas y una nocin diferente de tiempo; el espacio es una fuente de recuerdo como lo es el cuerpo. Y tambin recuerdan para sobrevivir. En cualquier caso lo que se quiere sea-lar es que la irrupcin de nuevos actores y temas hist-ricos nos conduce a interrogarnos por nuestras nociones de tiempo, espacio, cronologa y memoria, pues no todo el mundo las comparte. Nuestros mtodos tampoco son universales.

    Por esa va hay una renovacin de las fuentes que pueden ser innumerables y rompen la hegemona de lo escrito como huella nica del pasado. Nos referimos al

    31 The Politics of Memory, Cambridge, Cambridge University Press, 1990.

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    patrimonio flmico o fotogrfico, a la mirada de monu-mentos, a la arquitectura y el urbanismo, la iconografa, la novela y crnicas, y la mal llamada historia oral (que en realidad se desglosa en fuentes orales como tales, las construidas por nosotros, y las tradiciones orales, que existen independientemente de nuestro inters). Lo no-vedoso no es slo la utilizacin de nuevas tcnicas para recuperar el pasado sino que de alguna forma ellas cuestionan las formas de hacerlo. Esas fuentes no se pueden despreciar con el fcil expediente de no ser fidedignas u objetivas. Pero por supuesto no debemos ser ingenuos en el tipo de informacin que ofrecen y en el grado de verosimilitud que brindan. Utilizar novelas o narraciones orales es no slo conveniente sino necesario para ciertas reconstrucciones, pero hay que ubicar su aporte y nunca escatimar la herramienta clsica del historiador del contraste y crtica de las fuentes en eso creo que no podemos hacer tabula rasa del pasado a riesgo de perder nuestra destreza en el oficio. Gomo dice Hobsbawm a propsito de la historia oral, no hay fuentes buenas o malas per se, todo depende del tema a investigar.32 Hacer una reconstruccin de ndices de precios slo apoyados en fuentes orales es tan errado, y costoso, como querer realizar una indagacin sobre los gustos sexuales a partir dc los Boletines de Estadstica del Dae.33 Claro que an sigue vigente el adagio propio del oficio de que entre ms fuentes consultadas, ms rica una investigacin.

    Por ltimo, la renovacin de la disciplina toca tam-bin nuestro lenguaje y los procedimientos de comuni-

    32 "History from bellow: Some Reflections" en Krantz, Frederick (Ed.), History from Bellow, pg. 66. 33 Departamento Nacional de Estadstica.

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    cacin. E! llamado retorno a ia narrativa no es slo una estrategia de divulgacin, es un recurso a un tipo de lenguaje ms acorde con la forma como reconstruimos la historia. Si el nfasis no est tanto en el anlisis sino en la descripcin, las tcnicas narrativas son ms propi-cias para nuestras intenciones. Gomo dice Julin Casa-nova, narrativa es una forma de organizar nuestro mate-rial en forma descriptiva ms que analtica, una historia que versa sobre lo particular y especfico, y que deja de lado lo general y estadstico.34 Permite una incursin ms fcil en la imaginacin, componente del viaje al pasado, agregamos nosotros.

    La utilizacin de la biografa, que nunca fue olvidada por quienes la criticaron con acidez, permite una recrea-cin ms viva, y por ende ms esttica, del pasado. Pero no es para nada un gnero fcil. Por el contrario, siempre se lo ha considerado una destreza signo dc la madurez del oficio. Pero, nuevamente habr que decir, no es un mero retorno a los inicios de la disciplina. Nuestras biografas de hoy difieren de las del pasado, no slo por el tipo de actores sino porque no podemos desconocer los condicionamientos estructurales en los que ellos se mueven. Como dice Francois Dosse: "Es preciso rechazar esta falsa alternativa entre el relato factual insignificante y la negacin del acontecimiento. Se trata de hacer renacer el acontecimiento significante, unido a las es-tructuras que lo han hecho posible".

    Por tanto no podemos olvidar lo general, lo estructu-ral que marca esas particularidades, aunque el riesgo existe. A veces hay temas de investigacin que se pierden en s mismos, sin relacin con otros o con la poca, en

    34 La historia social y los historiadores, pp. 115-116. 35 La historia en migajas... p. 272.

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    una especie de autismo historiogrfico que no nos con-duce muy lejos. Por el contrario, aqu creo que cobra vigencia la famosa frase dc Marx en la Introduccin a la Critica de la Economa Poltica: "lo concreto es concreto porque es la sntesis de mltiples determinaciones".36

    I la llegado el momento de dar una mirada de conjunto sobre el significado de estas tendencias as an no dis-pongamos de un balance exhaustivo de ellas. Ya lo hemos dicho, la historia como las otras disciplinas sociales es sensible a los cuestionamientos de cada poca. Incluso podramos argir que es ms sensible por tener como materia prima o arcilla el pasado de los seres humanos. El problema es no reconocer cmo es impactada y no asumir en forma explcita los retos que cada presente le plantea. Adems, no siempre es evidente el tipo de valores ticos que las nuevas posturas aportan. Intente-mos hacer, pues, el ejercicio en torno a qu significa esta irrupcin de actores, temas, enfoques, mtodos y fuentes para el oficio de historiador.

    Qu respuestas aventuramos?

    Ante todo los historiadores hoy pensamos la sociedad ms como un conjunto de mltiples voces que como una unidad homognea. Antes bastaba or al hacendado o tal vez al cura doctrinero, hoy es preciso buscar el testimo-nio del indgena o del esclavo. Antes era suficiente escuchar al dueo de la fbrica y tal vez al presidente del sindicato, hoy tambin podemos or a los trabajadores de base y a las obreras silenciosas que salan de las fbricas para sus casas o los Patronatos a seguir traba-

    36 La frase est en el captulo tres de dicha Introduccin, dedicada al mtodo. El ejemplo que pona antes sobre la huelga de Avianca es una expresin dc las mltiples determinaciones de lo concreto.

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    jando en labores hogareas, en el mundo de lo privado. En pocas palabras, no nos es suficiente contar con la versin hegcmniea; es necesario mirar otras versiones, contestatarias o no, con el fin de enriquecer ms la reconstruccin de los hechos. La historia, dc esta forma, se ampla cn dimensiones impensables hace unos aos.

    Este mundo plural que tambin percibimos en el pasado, respetando sus particularidades, est marcado por diferencias y se es un nuevo nfasis. Antes los historiadores estbamos muy comprometidos con la construccin del Estado-nacin y por tanto le apostamos a la homogeneidad de una abstracta ciudadana o protociudadana cuando se miraba a la colonia, en la prctica inexistente para las grandes mayoras latinoa-mericanas. Las identidades que ofrecamos en nuestra reconstruccin eran pocas y, lo que era peor, naturaliza-das. Me explico. Las historias patrias ofrecan como modelo una colombianidad encarnada en los proceres o antes en los conquistadores. Por ser alguien originario de un territorio deba adquirir esa y solo esa identidad territorial. La nacin se pensaba como algo natural y no como una comunidad imaginada. Podramos preguntar-nos, cmo podra identificarse un negro o una negra, pobre, posiblemente del Choc, con muchos de nuestros proceres, criollos ilustres nacidos en el altiplano? qu le dicen los smbolos patrios, el himno, la bandera y el escudo, a la gran mayora de los colombianos? A todas luces estamos hablando de identidades muy generales y excluyentes para muchos de los supuestos ciudadanos.

    Lo mismo pudo suceder con la Nueva Historia. En ella el espectro de actores se ampli sin duda, pero el modelo de homogeneidad natural era el mismo. Si uno naca obrero deba identificarse como tal. Si estudiante o empresario, igual. De lo contrario uno se arriesgaba a

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    tener falsa conciencia. Las identidades de clase no eran opciones libres de sujetos sino derivaciones mecnicas de la realidad material. No haba posibilidad de tener otras posturas que se salieran del modelo ideal. Un obrero homosexual, por ejemplo, deba tener escondida esa identidad ilegtima a riesgo de perder no slo el aprecio de sus colegas sino el mismo empleo. Cuntas diferencias histricas no se silenciaron en aras de las supuestas homogeneidades?

    Hoy, por fortuna, las cosas comienzan a percibirse distinto. Las identidades se han fragmentado, y eso no est mal. Perdieron su connotacin naturalizante y obli-gatoria. Hablamos de sujetos que convergen libre y tem-poralmente.37 Cunto dura una convergencia?, cuanto dure el conflicto que la produce. (Las identidades por supuesto que tienen ms permanencia puesto que ponen en juego valores, tradiciones y elementos culturales y simblicos). Esto que se hace evidente hoy no dejaba de ser una posibilidad para el pasado, pero los lentes que tenamos nos impedan verlo. En la huelga de Avianca, por ejemplo, los estudiantes acudieron a solidarizarse porque fueron sensibles a una injusticia ajena que hicie-ron propia. No los llevaron amarrados a la 26, fueron con cierta libertad la libertad absoluta no existe, a algunos los pudieron convencer con el discurso de que slo solidarizndose con la clase obrera podran acceder a la libertad, pero ni siquiera era la tpica clase obrera la que estaba all en juego. Y por qu los trabajadores de mantenimiento no se sumaron desde el principio a la huelga? Por tener falsa conciencia, habramos dicho hace unos aos; hoy deberemos reconocer que el conflic-

    37 Vase Chantal Mouffe, The Retum ofthe political, Londres, Verso, 1993.

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    to no los afectaba, para bien o para mal, y por eso no se movilizaron.

    En estas condiciones nuestros actores histricos no slo no son homogneos, sino que t ienen mltiples identidades con duraciones diferentes, identidades que se pueden expresar en forma simultnea e incluso, lo que era una hereja hace unos aos, en forma contradictoria. Cuntas veces no hemos conocido lderes sindicales o populares que militan por causas libertarias en pblico y son unos verdaderos dspotas en lo privado. Para que no se piense que estas situaciones slo ocurren en el presente , veamos por un momento el significado de la 'minuta secreta ' firmada por capitanes del comn como Francisco Berbeo. All afirma que fue forzado por las turbas a aceptar la conduccin de la protesta. Tradicio-nalmente se ha dicho que fue una traicin, y lo fue desde cierta perspectiva."8 Pero hoy se podra argir una situa-cin de mltiple identidad. Estaba con las gentes del comn del Socorro contra los impuestos, al fin y al cabo era comerciante adems dc hacendado, pero tambin estaba con las autoridades reales en la necesidad dc preservar un orden social amenazado. Por esta va des-pejaramos gran par te de las acusaciones de traicin que tanto entorpecen la lectura del pasado. Los ejemplos se podran prolongar al infinito, y no agregaramos mucho a lo esbozado.

    Salta a la vista lo que se ha llamado en las ciencias sociales contemporneas , el rescate del sujeto. Pero no de cualquier sujeto, pues l estuvo presente desde los inicios dc la disciplina. Hoy se mira al sujeto como actor de su propia historia. Me explico. Ante las propuestas de

    no Vase, por ejemplo, Posada, Francisco, El movimiento revoluciona-

    de los comuneros, Mxico, Siglo XXI, 1975, pp. 137-138.

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    aplastante homogeneidad, lo que se impone es descubrir las trayectorias individuales que se salan de ella. No hablamos de grandes proyectos revolucionarios, ellos podran encerrar, como de hecho ha sucedido, nuevas homogeneidades. Sino de esas estrategias casi impercep-tibles que un politlogo ha llamado 'las armas de los dbiles'. Ser sujeto de su historia no es ser absoluta-mente consciente de todos los condicionamientos y en consecuencia haber emprendido una accin coherente para destruirlos. Hoy, ser sujeto histrico es menos pico, es simplemente haber actuado como individuo aceptando o rechazando abierta o voladamente esas imposiciones. En la aceptacin hay sus razones, de pron-to poco imitables pero respetables, y en el rechazo no todo fue una pura actitud libertaria. De eso est plagada la vida individual y por ende colectiva. Haber resistido al fascismo fue heroico pero no siempre se hizo por razones libertarias. Los alemanes tienen un problema serio al intentar convertir, lase inventar, el atentado contra Hitler cl 20 de julio de 1944 en un acto de resistencia contra el nazismo. Hay algunos problemas que impiden que el rompecabezas encaje. Primero, hubo muchos otros actos de resistencia menos notorios pero ms claros lderes comunistas o socialistas y aun predica-dores religiosos se opusieron a veces en formas simples como la de aquel intelectual alemn quien para evitar hacer cl saludo nazi en la calle siempre llevaba muy ocupadas las manos con paquetes. Segundo, cabe la pregunta sobre si fue un acto de resistencia al nazismo o ms bien un rechazo a Hitler por la inminente derrota militar. Eso no les quita mrito a esos generales, pero de

    39 Scott, James, The Weapons ofthe Weak, New Haven, Yale University Press. 1985.

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    nuevo la invencin del pasado tiene sus reglas y no todo vale.

    Volvamos a nuestro punto central, el rescate del sujeto, ya no en mayscula, sino en minscula. Obvio que ese rescate debe respetar los contextos histricos y no se podra postular un sujeto universal invariante cn el tiempo, igual en la colonia que en pleno siglo XX, eso sera ahistrico. Pero no es por azar que en nuestras reconstrucciones uno de los retornos que se postulan es el del individuo. El gnero biogrfico es un buen ejemplo de estas tendencias. Ahora bien, es un rescate que de-nuncia las mltiples exclusiones de las sociedades pasa-das y, en la medida en que somos continuidad de ellas, de la nuestra presente. Pero creo que apuntamos a una denuncia menos ingenua que en el pasado pues percibi-mos que los excluidos tambin excluyen. Por esta va la reconstruccin histrica se hace ms compleja, y posi-blemente ms real, pues ya no hay comunidades ideales cuya pureza haya que preservar incluso en trminos de memoria. Hoy no es problema reconocer que Bolvar, el libertador de cinco o seis naciones, oprimi a grupos indgenas que se le opusieron. Tampoco es problema reconocer que los indgenas excluyen de su comunidad a gentes que no se amoldan a sus comportamientos. No entramos a juzgar la bondad o maldad de estas prcticas, simplemente las anoto. Por eso la denuncia de las exclu-siones es una tarea sin fin. Puede sonar militante lo dicho, pero si miramos sin prejuicios mueho de lo que hacemos en nuestras investigaciones histricas, recono-cemos que se es uno de sus resultados. No nos referimos slo a las historias de protestas, sino a aquellas historias aparentemente anodinas sobre, por ejemplo, las familias en la colonia, o las esclavas en el Cauca, o los artesanos dc Santander, o las obreras dc Antioquia. Cuando escri-bimos que las trabajadoras dc principios de los aos

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    veinte no podan cantar en voz alta sus tonadas, opinar en pblico o votar en las elecciones, manejar sus nego-cios, impedir ser violadas por el patrn o incluso ir calzadas a la fbrica como sucedi en Bello en 1920 no estamos explicitando exclusiones? Y los de arriba, se preguntarn ustedes. Bueno, ellos tambin sufren exclu-siones, menores o menos dramticas, depende del punto de vista, pero las sufren. Bolvar no fue excluido a ratos? Obando o Mosquera no fueron juzgados por traidores? O, para venir ms cerca del presente, Mariano Ospina no estuvo excluido por Laureano Gmez y viceversa? Nuestra funcin es estudiar el pasado con ojos crticos, no dar recetas para el futuro. Razn tena Popper al decir que nuestra capacidad predictiva es nula, pero al contra-rio de l no consideramos negativa esta restriccin.

    El historiador actual, por ltimo, desconfa de la idea de progreso, rechaza un sentido nico de la humanidad. Parece que por fin secularizamos nuestra disciplina. De todos es sabido, y lo sealaba Georges Duby en Dilogo sobre la historia, que la bsqueda de 'sentido de la historia' es una inquietud de origen cristiano y como tal un problema de occidente. El marxismo en eso, segn el historiador francs recientemente fallecido, "recuper los fantasmas del cristianismo".40 Hoy, con la crisis de la ideologas y de los metarrelatos, se debe pluralizar la disciplina y por eso preferimos hablar de historias. Pri-vilegiamos lo particular, sin despreciar lo general. Com-prendemos que nos iluminan teoras, no una sola teora. Tenemos mtodos discutibles y sabemos que nuestros presupuestos no son nicos y universales. Nos dejamos impactar de otras cronologas y miramos nuevas fuentes asignndoles la credibilidad apropiada. Hasta privilegia-

    40Dilogo sobre la historia, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 126-128.

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  • Mauricio Archila Neira

    mos la narracin, la ancdota, no a modo simple de ilustracin, sino como eje de nuestra reconstruccin del pasado.

    Sin embargo, estos pasos no estn exentos de proble-mas. Cmo podran estarlo? El primero, que abordar luego con ms cuidado, es no hacer consciente la crisis del oficio y por tanto buscar recetas de solucin sin precisar el malestar. Esto no es otra cosa que asumir con aparente ingenuidad nuevas posturas sin explieitar por qu lo hacemos. O lo que es peor, hacerlo con acti tudes solapadas y vergonzantes que no le hacen bien al oficio. Proceder as es negar la esencia de nuestra profesin que es precisamente ir hasta el fondo en el estudio del pasado. Nos da miedo hablar de crisis, por ejemplo de la Nueva Historia, porque nos mueve el piso y nos lleva a la incomodidad de inventar en la oscuridad. Nos atemoriza tambin que nos acusen de estar a la moda. El problema de ella radica en la superficialidad con que se asume y no en el cambio que puede implicar, pues es cierto que no toda moda es transformadora. El punto no es estar de moda o estar contra ella por principio, sino descubrir el potencial de cambio que pueda arrastrar y ser capaces de hacer modificaciones cuando sea necesario.

    Hay otros problemas igualmente serios en estas nue-vas posturas y a ellos quiero referirme brevemente. La mirada a lo particular puede llevar al olvido de lo general, que quirase o no sigue existiendo. Mientras nosotros predicamos el derrumbe de los metarrelatos, las multi-nacionales siguen actuando con su racionalidad instru-mental en distintas partes dc nuestro territorio. Mien-tras nosotros hacemos una loa a lo local y regional, el mundo se est globalizando y cada vez ms afecta al Estado-nacin. El punto de lo particular y lo general ya

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  • El historiadrjr o la alquimia del pasado?

    haba sido bien trabajado por la Nueva Historia y no tenemos por qu echarlo por la borda.

    El exagerado particularismo tiene tambin sus conse-cuencias negativas. Puede conducir a fortalecer comuni-dades cerradas, a nuevos tribalismos que acentan lo propio en detrimento dc lo poco o mucho comn con otras gentes. De ah el peligro, ya advertido por Hobs-bawm, de la xenofobia, el nacionalismo exagerado, el racismo a la inversa (o 'colorismo' dentro de las minoras tnicas), y formas nuevas de exclusin violenta lejanas de las tradiciones de tolerancia y convivencia predicadas por la modernidad. Los particularismos exagerados pue-den conducir a nuevos fundamentalismos, no slo reli-giosos de los que no son responsables slo los musul-manes, las respuestas cristianas pueden ser igual de intolerantes, sino ideolgicos tambin llamadas re-ligiones laicas por el mismo historiador ingls. En este mundo de incertidumbres a muchas gentes les asalta la fcil tentacin de contar con una certeza religiosa, sea sta teocrtica o secular. A ellas no sobra recordarles la conexin entre los fundamentalismos y las formas tota-litarias de poder en los planos global, nacional y local.41

    Por ltimo, la exaltacin del sujeto en la crtica de la homogeneidad social puede arrastrar consigo todas las formas dc solidaridad. Sin ellas cmo podramos sobre-vivir? Ya los socilogos del siglo pasado nos hablaban de su importancia para la organizacin de la sociedad, aunque Durkheim introduca una distincin pertinente para nuestros propsitos. Se trata de la diferencia entre solidaridades mecnicas y orgnicas. En las primeras los individuos son asumidos iguales, no hay personalidad

    41 Idea que analiza a fondo el socilogo .Main Touraine en Qu es la democracia?, Madrid, Temas de Hov, 1994.

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    individual, por tanto es una cohesin naturalizada; en las segundas los individuos son diferentes, fruto de la divi-sin del trabajo y por eso pueden proyectarse en una nueva cohesin social.42 Una pertenece al mbito de la comunidad, la otra al de la sociedad. Lo que hoy nos interesa son las segundas, aunque como historiadores debemos reconocer la existencia de las primeras incluso hasta nuestros das. Nos preocupa la identificacin de toda solidaridad, incluso de la orgnica, con proyectos de revivir eomunitarismos cerrados o con modelos tota-litarios de colectivizacin de la vida. De esta forma toda solidaridad es desechada. El reino absoluto del individuo, en estos tiempos de teologa neoliberal, puede tomar un rumbo no slo indeseable sino ahistrico. Baste pregun-tarse cuntos Robinson Crusoe han existido en realidad y en caso dc ser posible (que lo dudo), cuntos han podido desarrollarse como seres humanos comenzando por su sexualidad para no tocar puntos de necesaria decisin colectiva. En su brillante recorrido por el siglo XX, Hobsbawm seala que an hay grandes problemas de la humanidad como el crecimiento demogrfico, la catstrofe ecolgica, el desarrollo econmico sostenible, la participacin de las mayoras, que no pueden ser relegados a una simple formula de dejar a cada individuo en su libre decisin y que de all surja la solucin.4' Coyunturas ms sensibles e inmediatas como el inminen-te racionamiento de agua en nuestra ciudad no nos ponen a pensar en la necesidad de posturas colectivas que pongan freno a un desbordante individualismo que no se preocupa del resto de la humanidad?

    42 Durkheim, E, La divisin del trabajo social, Madrid, Akal Editorial, 1982, pp. 128, 153-154 y 181. 43 The age... p. 565.

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    Este punto de las decisiones colectivas me lleva a una ltima consideracin: el descuido de la poltica por las nuevas tendencias historiogrficas. Lo que hasta ahora hemos visto bien puede ser descrito como un desarrollo de la historia social aunque con un contenido nuevo, deconstruido o post-estructural. A los actores colectivos los reemplazamos por individuos, a las estructuras por experiencias y situaciones, pero los temas siguen siendo compatibles con la agenda de la historia social. Giovanni Levi dice: "los historiadores que tomaron partido por la microhistoria solan hundir sus races en el marxismo y tenan una orientacin poltica de izquierda y una profa-nidad radical, poco proclive a la metafsica... Su obra se centr siempre en buscar una descripcin ms realista del comportamiento humano".44 Para muchos no fue difcil moverse de los grupos a los individuos, de los benandanti a Menocchio como en el caso de Garlo Ginzburg. Se abandonaron los modelos homogeneizan-tes y las ideas de progreso, e incluso en algunos el marxismo qued como una pasin de juventud, pero el apoliticismo de la historia social sigui inmaculado, sin romperse ni mancharse. Y eso, a pesar de que muchos de ellos, o de nosotros para retomar el hilo autobiogr-fico, militaban o militbamos en la izquierda.

    El trasfondo del problema no era por quin se votaba o se simpatizaba en la vida pblica, el punto era el papel superior que se asignaba a lo social sobre lo poltico. Ante el desgaste de la accin electoral y la prdida de credibilidad de los partidos, un fenmeno no exclusivo a nuestra sociedad pero aqu marcado por la intolerancia del bipartidismo, se postulaba que el mundo de lo social era superior pues all resida la real fuerza transformado-ra de la sociedad. Los otros, los polticos, eran unos

    "Sobre microshistoria", p. 121.

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    aprovechados hipcritas y falsos, cuando no unos pica-ros. A esta postura le hizo juego la crtica que la Nueva Historia francesa realiz a la historiografa tradicional, dc su inclinacin por los poderosos y su descuido por las mayoras en la reconstruccin del pasado. Haba una indudable novedad en la historia social, novedad que no se ha agotado, entre otras cosas por abrirnos a nuevos actores. Pero ella arrojaba una sospecha fundamental sobre la poltica que parta no slo de antipatas perso-nales o ideolgicas, sino de la comprensin sincera del agotamiento dc la historiografa tradicional de reyes, papas y prncipes.

    Aunque la poltica sigui siendo siempre el demonio dc los historiadores, se le releg a un papel secundario. Haba que estudiar a la gente en s, en la forma ms realista posible como nos recordaba Levi. No bastaron llamadas de atencin como las de los esposos Genovese45

    en los setenta sobre la despolitizacin de la historia social o la tmida pregunta que Jacques Le Goff hizo en los ochenta sobre el papel de la historia poltica a lo que responda, consecuente con el momento que viva, "di-gamos que la historia poltica ya no es el esqueleto de la historia pero es sin embargo su ncleo".46

    Las recientes tendencias que enfatizan lo particular llevan a extremos an ms apolticos las reconstruccio-nes del pasado. Si entendemos por poltica cl arte de

    47 "The political crisis of social history", Journal of Social History , invierno de 1976, pp. 205-221. "La historia, cuando trasciende la crnica, el romance o la ideologa, es primariamente la historia de quin gobierna a quin y cmo. Si la historia social llega a iluminar esencialmente este proceso poltico, deberamos todos aspirar a ser historiadores sociales." (p. 219). Ellos llamaban a hacer una historia social comprometida con un proyecto socialista.

    46 "Es la poltica todava el esqueleto de la historia?", s.f., p. 178.

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  • El historiador o la alquimi del plisado?

    mediar ante el Estado, de negociar, de transar, percibi-mos que es ante todo un ejercicio secular lejano de las verdades reveladas. En las religiones o las ideologas poco o nada se puede negociar pues las cosas estn preestablecidas. El conflicto es inadmisible.47 No hay posibilidad de discusin o de polmica, cosas stas que dieron origen a la ciencia pero tambin a la poltica moderna. Nuestros viejos alquimistas, cn la medida cn que debatieron verdades de fe, hicieron sus primeros pinos en la poltica, con lo que encontramos otra carac-terstica que no les habamos asignado al principio.

    Lo poltico es tambin ei escenario de lo pblico y, como lo han ensaado las feministas, su frontera hoy se mueve hacia el mbito de lo privado. En eso los historia-dores debemos estar a tentos a percibir en los distintos contextos histricos cmo se trazan las fronteras entre uno y otro para no caer en anacronismos. Lo poltico es el encuentro , en el escenario comn, de los diversos intereses que se mueven en una sociedad. Ante el males-tar creciente por la accin poltica, conviene rescatar esta profunda dimensin de lo poltico como lo pblico. De nuevo tendremos que decir que en una sociedad cerrada, comunitar is ta o totalitaria, lo pblico casi no existe, lo que la conduce a una despolitizacin general, como de hecho ocurri en los pases del Este o en las teocracias cristianas o musulmanas.

    Aunque aqu pueda insinuarse un rescate para la historia de la poltica como virtud, cn la tradicin llama-da republicana que tanto marc a la izquierda, creemos que la otra, la poltica real, la del clientelismo y los

    4i Ideas inspiradas en discusiones con Fernn Gonzlez y en textos como el de Norbert Lechner, "La poltica debe y puede representar lo social?" en Dos Santos, Mario, (Ed.), -Qu queda de la repre-sentacin poltica?, Buenos Aires. Claeso. 1992. p. 138.

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    gamonales, es la que como historiadores debemos en-frentar. No sobra leer los escritos de nuestros proceres y de quienes disearon este pas, pero son las actuacio-nes de los polticos reales las que debemos estudiar si queremos entender cmo funcionaba y funciona este pas. Es la distancia que ya Fernando Escalante seal para el Mxico del siglo XIX entre la ciudadana imagi-nada y la realidad, entre el discurso de integracin nacional y la exclusin real.48

    El poltico por virtud o por oficio se mueve en ese margen de indeterminacin de lo negociable. Si se enfa-tizan las particularidades y cada uno se encierra en lo propio, tampoco es posible negociar. Si la sociedad se fragmenta en comunidades autosufieientes o cn un su-jeto soberano que no se proyecta hacia lo social, enton-ces no tenemos mucho para transar. Claro que la poltica crea sus enemistades, pero para definir posiciones antes de negociar. Si se est en la poltica los enemigos se ven cara a cara y eventualmente logran acuerdos as sea sobre los procedimientos para desarrollar la guerra. Podemos acudir aqu a la metfora de E. P. Thompson cuando en Costumbres en Comn nos habla del teatro del poder. En toda sociedad, incluida la inglesa del siglo XVIII, el poder se acta diferenciando no slo a los actores entre s sino a stos del pblico. Pero al contrario del teatro normal, el pblico puede invertir el orden y ser actor y espectador a la vez. Los enemigos se miran

    48 Vase Ciudadanos Imaginarios, Mxico, Colegio de Mxico, 1992. 49 Schmitt, Cari, El concepto de lo poltico, Madrid, Alianza Editorial, 1961 (?), 1,0 Customs in Common, Nueva York, The New Press, 1993, pp. 46 y 74. Por la misma vena va la construccin terica del socilogo-histo-riador Charles Tilly en lo que se ha llamado el paradigma de l a estructura dc oportunidad poltica'.

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    actuar y actan en consecuencia. All se fijan los asuntos susceptibles de negociacin, el lmite de lo posible. Guando alguno se sale de la sala de teatro, se sale de la poltica.

    A muchos de nuestros actores los sacbamos de la poltica aunque es posible que algunos quisieron ex-cluirse o fueron objetivamente excluidos, y con ello les negbamos la posibilidad de participar en los grandes debates colectivos de su poca. Hemos avanzado y me siento orgulloso de haber contribuido a ello, en el conocimiento de ms actores sociales en su vida cotidia-na, sus anhelos y desventuras, placeres y sacrificios; hasta hemos llegado a reconstruir sus identidades, pero los dejbamos ah quietos como si fueran tribus aisladas que no tenan que ver mucho con la sociedad mayor. Hoy, si algn retorno es vlido, es el retorno a la poltica. Para el caso de los historiadores ello consiste en reintroducir en nuestras temticas asuntos relacionados con el po-der, la hegemona, el sistema poltico y el Estado.31

    Pero nuevamente debemos aclarar que se no trata de un retorno a secas a la historia poltica del siglo pasado. La diferencia radica no slo en el tipo de actores que historiamos. La unidad de anlisis no es slo el Estado-nacin. Tambin se miran las unidades supranacionales y globales, pero sobre todo lo local y regional. Estas nuevas perspectivas sern de gran utilidad para conocer el funcionamiento de nuestras instituciones y el devenir de los partidos polticos, pero tambin el comportamien-to dc nuestros actores sociales. Y definitivamente en este campo s que no hay tabula rasa del pasado pues se

    51 As lo propone Ira Katznelson para los estudios laborales, "The 'Bourgeois' Dimensin: a Provocation about Institutions, Politics, and the Future of Labor History7", International Labor and Working-Class History, No. 46, otoo de 1994, p. 9.

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    aprovechan los avances de la historia social y cultural, en particular lo referido a la simbologa del poder su teatralidad, los mecanismos de apropiacin, adapta-cin o rechazo de las culturas dominantes, el mundo de la cultura poltica de los dbiles y su relacin con las formas cotidianas dc construccin del Estado. Incluso se incorporan las nuevas tcnicas de la historia social o las revividas como el relato, las historias de vida o las bio-grafas.

    En este punto tambin es necesario volver a leer a los pensadores clsicos para ilustrarnos sobre sus construc-ciones. Habr que volver sobre Maquiavelo y los pensa-dores ingleses, la Ilustracin francesa y los romnticos, los filsofos alemanes y los socialistas del siglo XIX con Marx a la cabeza.32 De alguna forma esto implica acer-carnos a una disciplina aparentemente lejana a nuestra perspectiva de larga duracin, la ciencia poltica. Ade-ms de aprender de ella podremos aportarle conocimien-tos sobre el pasado, y en particular nociones claves cn nuestra disciplina como la diferencia que acuaba Brau-del sobre la coyuntura y las distintas duraciones. Si en los sesenta nos acercamos a la economa y la sociologa, y ms recientemente a la antropologa, psicologa, lin-gstica y crtica literaria, no perdemos nada; antes, por el contrario, ganamos con esta nueva aproximacin que de hecho se impone cn la prctica. Hoy, a pesar de las teologas imperantes, no es posible estudiar a los actores sociales aislados de su contexto y de los poderes que existen. Por qu temerle al libre examen de ideas, a la

    "Clsico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales mritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad". (Borges, Jorge L., Nueva antologa personal, Mxico, Siglo XXI, 1981, p. 226).

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    polmica, al debate e incluso a la negociacin? No en-cuentro ninguna respuesta satisfactoria que me niegue esa posibilidad. Cmo negarse a secularizar an ms el conocimiento histrico luchando ya no slo contra las imposiciones religiosas sino las ideolgicas. No hacerlo sera negarse a avanzar en la frontera del saber cosa que ningn alquimista del pasado o del presente puede re-chazar. El destino de la historia y dc la poltica est indefectiblemente cruzado y ms que rechazar ese en-cuentro, debemos asumirlo coherentemente .

    A modo de conclusin: Nues t ras modernas quimeras

    Es hora de ir redondeando este largo transcurrir por los caminos de la historia y del oficio del historiador. Este viaje lo iniciamos con algunas consideraciones sobre la invencin del pasado apoyndonos en la metfora del alquimista. Vimos los logros de la Nueva Historia y nos asomamos a las manifestaciones de su crisis. A vuelo de pjaro insinuamos algunos nuevos rumbos dc la investi-gacin histrica interrogndonos por el proyecto de sociedad y de ser humano que encierran. Llambamos la atencin, por ultimo, sobre los riesgos que esos saltos o retornos producen, en especial el marginamiento dc los asuntos del poder. Es hora de poner en claro los desafos que este cambio dc siglo y dc milenio proponen al historiador.

    Una serie de eventos nos enfrentan a nuevos retos; enumermoslos brevemente; El derrumbe del muro de Berln con el consecuente fracaso de la tradicin revolu-cionaria dc Occidente (de la cual el socialismo era su lt ima y ms elaborada expresin); el fin de la Guerra Fra que nos deja desprotegidos en un mundo unipolar ante una gran potencia que no puede controlar nada, ni siquiera lo que ocurre cn sus predios; la irrupcin de

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    fundamentalismos que de una forma u otra cuestionan la razn de occidente; el triunfo aparente del mercado y de la ideologa neoliberal que sin embargo no logran dar solucin a problemas de crecimiento sostenible; la de-sestabilizacin del Estado-nacin fruto de la presin de fuerzas divergentes como la globalizacin y la fragmen-tacin; la proclamacin del reino del individuo que pa-rece arrasar con todo tipo de solidaridad. Son todos aspectos que oscurecen el horizonte al final de este milenio y que nos llenan de pesimismo ante el futuro. Ser cierto como dice un urbanista que "estbamos haciendo castillos de arena y ahora nadamos cn el mar que los arrastr"?53 Llegamos al fin de las ideologas, de los metarrclatos, de las utopas y de la historia?

    De eso no estamos seguros pero dos cosas resaltan en esta coyuntura, que imponen desafos a quienes practi-camos este oficio de recrear el pasado. De una parte debemos radicalizar la crisis o las crisis la de nuestra poca y la de nuestra profesin, problematizarlas an ms, tocar fondo. Esto consiste en evitar la tentacin fcil dc ignorarlas y/o buscar cmodas respuestas reli-giosas o ideolgicas. Sera una irresponsabilidad nuestra negar los hechos que han sucedido y que marcan nuestro presente para dar el salto a una nueva ideologa as sea la coherentemente propuesta por el politlogo Francis Fukuyama con su proclamado fin dc la historia.' Su propuesta no es otra que revivir la idea de progreso del metarrelato liberal como si ste fuera el que hubiera triunfado, cosa que est por verse.33 Y aun si hubiera

    53 Koolhaas, Rcm , "Qu fue del urbanismo?", Revista de Occidente, No. 185, octubre de 1996, p. 9. 54 El fin de la Historia y el ltimo hombre, Bogot, Planeta, 1992.

    "Anderson, Perry en Los fines de la historia analiza otros autores

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  • El historiador o la alquimia del pasado?

    triunfado, ser sta razn suficiente para creer que toda la humanidad est destinada a llegar a ese nico final del camino y, tal vez peor, que el gnero humano ya lleg a su vejez pues ya logr sus metas? Es obvio que por esa va no tocamos fondo en la coyuntura que vivimos y nos vamos por un atajo que nos evade del presente.

    En eso que llamamos la radicalizacin de la crisis los historiadores tenemos mucho que aportar. Nuestro co-nocimiento del pasado de hombres y mujeres nos da las herramientas para mirar con ojos crticos el presente. Debemos poner al servicio de esta gran tarea nuestras destrezas, mtodos, tcnicas y el bagaje de erudicin que poseemos. En este proceso podremos tocar fondo tam-bin en la crisis de nuestra disciplina, desechando lo que impida continuar nuestro viaje, y afirmarnos en lo que nos ofrece salidas para enriquecer nuestro conocimien-to. Ya lo deca antes, nuestra funcin no es resolver problemas inmediatos, es crearlos y profundizarlos, com-prenderlos y, si acaso, ofrecer algunas condiciones de su eventual solucin.

    Esto nos lleva al segundo reto que consiste en no renunciar a continuar avanzando en el conocimiento del pasado. En estas pocas de pesimismo, el desafo es no sumirse en l para quedarse inmvil. Estudiamos el pasado con el fin de que el futuro no sea una mera repeticin del presente. No debemos renunciar a crear valores dc tolerancia y convivencia. Sobre un indudable rescate del individuo no podemos perder de vista las

    que hablan del agotamiento de la historia en Occidente, la tendencia conocida como poshistoria. En estos autores hay ms pesimismo y son ms consecuentes en la imposibilidad de construir metarrelatos al estilo de Fukuyama. Un debate sobre el significado de estos temas para los historiadores puede verse en Fontana, Josep, La historia despus delfn de la historia, Barcelona, Ed. Crtica, 1992.

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    solidaridades y la necesidad de enfrentar colectivamente los problemas que nos aquejan. Se trata de trabajar por una sociedad sin exclusiones, aun desde el manejo de la memoria histrica. Esto significa colaborar con la visibi-lidad creciente de actores ignorados y contribuir al afianzamiento de sus identidades, desechando ilusiones homogcnizantes. Es tambin contribuir a la redefinicin de lo pblico y lo privado, trayendo de nuevo la historia al debate sobre el poder y la poltica. En sntesis, es contribuir a construir pequeas utopas. Ya no se trata de los grandes sueos milenarios que imaginaban una transformacin total del mundo de un da para otro. 'La toma del cielo por asalto' es hoy una tarea ms menuda y cotidiana, sin grandes picas, como lo es el grueso de las historias que trabajamos. De esta forma la historia, en palabras simples de nuevo dc Marc Bloch, puede ayudarnos a vivir mejor.56 La tarea no es insignificante y menos an no es fcil de realizar. Ah est el reto.

    En estas pocas de pensamiento dbil, de opacidades, de dudas e inccrtidumbres, de paradojas y perplejidades, se impone buscar a tientas, pero seguir buscando. Gomo dice Hobsbawm en la conclusin dc su libro sobre el siglo XX: "nosotros no sabemos dnde estamos. Lo nico que sabemos es que la historia nos ha trado hasta este punto y, tal vez, (ella) explique por qu hemos llegado a donde hemos llegado". Antes ha precisado: "Sabemos que de-trs de la nube oscura dc nuestra ignorancia y de la no certeza del futuro, las fuerzas histricas que dieron forma a este siglo, continan operando".3'

    6 Eso cra lo que Bloch (Introduccin, p. 14) le peda a la disciplina y sigue rigente hoy.

    57 The Age..., pp. 584-585.

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    La metfora del nuevo alquimista del pasado nos viene ot ra vez a la mente . Hoy como ayer se impone trabajar a t ientas en la oscuridad, descubrir lo desconocido a partir de los conocimientos acumulados,3 8 labrar la arcilla del pasado con el fin de que el futuro no sea una simple repeticin del presente. Por esta va podremos rescatar la poesa de nuestro oficio, la erudicin que siempre nos caracteriz, sin olvidar nuestra dimensin cientfica. sas son las pequeas quimeras que hoy perseguimos sin tener certeza sobre el resultado de las t ransmutaciones que producimos. Pero a buena fc que esperamos sea un mundo un poco mejor de como lo encontramos.

    Qu mejor para concluir que la potica reflexin de Borges sobre el t iempo:

    ... nuestra vida es una continua agona. Cuando San Pablo dijo: Muero cada da, no era una expresin pat-tica la suya. La verdad es que morimos cada da y que nacemos cada da. Estamos continuamente naciendo y muriendo. For eso cl problema del tiempo nos toca ms que los otros problemas metafsicos. Porque los otros son abstractos. El tiempo es nuestro problema. Quin soy yo? Quien es cada uno dc nosotros? Qui-nes somos? Quizs lo sepamos alguna vez. Quizs no. Pero mientras tanto, como dijo Agustn de Hipona, mi alma arde porque quiero saberlo.

    5S "Porque el camino natural de toda investigacin es el que va dc lo mejor conocido o de lo menos mal conocido, a lo ms oscuro" (Marc Bloch, Introduccin.... p. 39).

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