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Lo que deja la despedida Por Mario Wainfeld Rescatemos tres imágenes de los impresionantes funerales del presidente Hugo Chávez. La primera, la central, es la constantemente renovada muchedumbre popular que lo llora y se llora. La segunda es la de los presidentes Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y José Mujica frente al féretro. Tres culturas políticas, tres idiosincrasias, tres estéticas, tres representaciones de sus pueblos. Los tres conmovidos al despedir a un compañero, amén de a un aliado de fierro. La tercera, más focalizada, es la del Pepe Mujica inconsolable, transido de dolor, sin querer apartarse del ataúd. Mujica, un personaje único como su patria, describió a Chávez como el dirigente- mandatario más generoso que conoció. Puede errar pero siempre dice lo que piensa. Lo enunció desde el templado Uruguay, sin aludir a cualidades subjetivas sino a un comportamiento político, a acciones tangibles, plenas de contenido ideológico. Más que lo que eran: Empecemos por la marea roja. Huelga decir quiénes son los que siguen desfilando en una cola interminable que (desde acá) es imposible no asociar con las multitudes que despidieron a Evita y a los ex presidentes Juan Domingo Perón y Néstor Kirchner. Son venezolanos de cuna humilde en su gran mayoría, son ciudadanos plenos. ¿Qué eran, años atrás? No preguntamos solamente qué tenían, que importa mucho. Tenían menos, en términos materiales o sociales. Tenían menos ingresos, menos educación, menos alfabetización, menos prestaciones de salud, menos dientes, menos anteojos. Comían menos y peor. También eran más carenciados en magnitudes muy relevantes, esquivas a las mediciones economicistas: eran más baja su autoestima, su organización, la conciencia de sus derechos, la convicción para defenderlos. Sabían menos acerca de la historia de su país o de la de países vecinos y hermanos. Eran condenados de la tierra, son ciudadanos. Nadie pretende mitificar: siguen en el escalón más bajo de la pirámide social, pero quieren ascender y empiezan a tener con qué. Curiosa es la construcción de ciudadanía. “Todos” la ensalzan pero unos cuantos privilegiados se asquean cuando se la procura o, mucho mejor dicho, se la conquista. Luchando en el barro de

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Lo que deja la despedida

 Por Mario Wainfeld

Rescatemos tres imágenes de los impresionantes funerales del presidente Hugo Chávez. La primera, la central, es la constantemente renovada muchedumbre popular que lo llora y se llora. La segunda es la de los presidentes Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y José Mujica frente al féretro. Tres culturas políticas, tres idiosincrasias, tres estéticas, tres representaciones de sus pueblos. Los tres conmovidos al despedir a un compañero, amén de a un aliado de fierro. La tercera, más focalizada, es la del Pepe Mujica inconsolable, transido de dolor, sin querer apartarse del ataúd. Mujica, un personaje único como su patria, describió a Chávez como el dirigente-mandatario más generoso que conoció. Puede errar pero siempre dice lo que piensa. Lo enunció desde el templado Uruguay, sin aludir a cualidades subjetivas sino a un comportamiento político, a acciones tangibles, plenas de contenido ideológico.

Más que lo que eran: Empecemos por la marea roja. Huelga decir quiénes son los que siguen desfilando en una cola interminable que (desde acá) es imposible no asociar con las multitudes que despidieron a Evita y a los ex presidentes Juan Domingo Perón y Néstor Kirchner. Son venezolanos de cuna humilde en su gran mayoría, son ciudadanos plenos. ¿Qué eran, años atrás? No preguntamos solamente qué tenían, que importa mucho. Tenían menos, en términos materiales o sociales. Tenían menos ingresos, menos educación, menos alfabetización, menos prestaciones de salud, menos dientes, menos anteojos. Comían menos y peor. También eran más carenciados en magnitudes muy relevantes, esquivas a las mediciones economicistas: eran más baja su autoestima, su organización, la conciencia de sus derechos, la convicción para defenderlos. Sabían menos acerca de la historia de su país o de la de países vecinos y hermanos. Eran condenados de la tierra, son ciudadanos. Nadie pretende mitificar: siguen en el escalón más bajo de la pirámide social, pero quieren ascender y empiezan a tener con qué.

Curiosa es la construcción de ciudadanía. “Todos” la ensalzan pero unos cuantos privilegiados se asquean cuando se la procura o, mucho mejor dicho, se la conquista. Luchando en el barro de la política (que salpica a todos los contendientes) con buena dosis de éxito y de contradicciones.

Más que un subproducto: Algunas narrativas subordinan todo lo ocurrido en Venezuela al sideral aumento del petróleo. La política es, para tal visión mecanicista y berreta, un subproducto del precio de las commodities. Podríamos remontarnos a Las venas abiertas de América latina del gran Eduardo Galeano para dar con un inventario de trances de boom de las materias primas que no redundaron en mejora de la condición de la clase trabajadora. Hasta se podría otear en la historia reciente de Venezuela, que registra momentos esplendorosos del oro negro, sin un correlato político similar al actual.

Claro que es más grato gobernar cuando hay más recursos económicos (puaj, “caja”) pero eso no deriva, naturalmente, en gobiernos que dignifican a los sectores populares, se alinean contra la potencia hegemónica, arriman ladrillos a la integración del Sur.

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 El costo del barril no impacta necesariamente en el “No al ALCA”, en el Mercosur ampliado, en la Unasur con los presidentes trabajando codo a codo contra el golpismo y en pro de la paz.

El porvenir es un jardín de senderos que se bifurcan, el pasado lo fue también. Chávez podría haber optado por los tratados de libre comercio, por ser un lamebotas, por distribuir algo pero sin organizar y concientizar a los trabajadores. Hubiera gozado de un plus de viabilidad por el “viento de cola”, pero su funeral y su legado serían muy distintos.

Tantas barbaridades se han escuchado... algunas parecen efluvios alcohólicos ulteriores a un brindis perverso celebrando la muerte del antagonista. El odio de la derecha es sintomático, alude al mundo que desean. Permítase al cronista una fantasía acaso exagerada en sentido inverso, sólo pensada para ilustrar el concepto. Chávez podría no haberle tendido su mano solidaria (petróleo y plata incluidos) a Cuba, Nicaragua, Uruguay, Argentina y hasta la lejana Londres. Podría haberse ahorrado unos buenos litros de combustible y hasta donarlos para dar energía eléctrica a Guantánamo, donde se usa la electricidad de modo intensivo. En vez de pasear en triunfo, como local, por La Paz, Buenos Aires o Quito podría haber sido huésped de honor en Washington. Llevando al extremo la ucronía, podía haber sido invitado por el presidente Barack Obama a presenciar junto a él en vivo el asesinato de Osama bin Laden.

¿Se zarpó el cronista? Puede ser, siempre. Pero no es él quien le otorgó el Premio Nobel de la Paz al presidente del país más violento y depredador desde 1945, al que masacró más poblaciones civiles. No es este escriba quien mandó “ejecutar” a un terrorista y se sentó con su secretaria de Estado a presenciarlo. No es él quien (decisión de salvajismo coherente con la mano dura) divulgó las imágenes de ese rito macabro y aleccionador.

En ese mundo vivió y luchó Chávez. Mundo en el cual este escriba cree que es mejor que Obama presida la única potencia mundial, en vez de George W. Bush o Mitt Romney. La política siempre implica alternativas, es válido ubicarse fuera de ellas o desdeñarlas todas. También es admisible actuar dentro de lo disponible, sobre todo si se amplían los márgenes como lo hizo el líder bolivariano, que trascendió las fronteras de Venezuela y produjo hechos inesperados para el presidente de un país relativamente chico, que no es potencia económica ni bélica.

Idas y vueltas: La integración del Sur no es lineal, ni perfecta, ni careció de peripecias y conflictos. Falta mucho más que lo obtenido y es un enigma cuánto perdurará si es relevada la actual camada de presidentes nacionales, populares y democráticos.

Chávez fue precursor, en parte porque llegó primero al gobierno, en parte por su tozuda convicción. El ex canciller argentino Jorge Taiana recordaba cómo se plantó “contra todos” en la Cumbre de Québec, solito su alma contra los países centrales y los subyugados por el neoconservadurismo. Su soledad, acotó Taiana, era relativa. Esa Cumbre estaba asediada por miles de manifestantes que cuestionaban el nuevo orden mundial, que hacía agua por todas partes.

Los primeros años de la relación entre Chávez y Kirchner combinaron instancias de acuerdos y debates tormentosos. 

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Para los dirigentes argentinos Chávez era ampuloso, poco atento a los demás, prepotente, desprolijo (cualidades que, valga acotar, no son especies exóticas en nuestras pampas). El tiempo y el camino recorrido fueron acomodando los melones, tal como ocurrió también entre el presidente argentino y su par brasileño Lula da Silva. La desconfianza, el recelo frente al sesgo ideológico del aliado, los intereses contrapuestos (pasados y vigentes) ponían piedras en el camino. Los objetivos compartidos, la lucha común lo fueron despejando sin dejarlo lisito del todo.

Taiana rememoró también que Chávez no quería saber nada con el Mercosur. Su afán era fundacional, campana que también doblaba en el kirchnerismo, en otros terrenos, Mercosur le parecía una rémora del pasado, un engendro creado por intereses fenicios, incorregible. Muchos encuentros, mucho debate, muchas pulseadas (y algunas puteadas, en un marco amical y franco) fueron dibujando el rumbo colectivo. Al sumarse Venezuela, el Mercosur cambia cualitativamente, por lo que se añade en términos de diversidad, de magnitud del PBI conjunto, de expansión geográfica. La gobernabilidad general se potencia, en una etapa de paz regional que se niega o subestima equiparando (con mala fe o necedad) la pirotecnia verbal a la violencia de la guerra.

Nunca se sabrá o tardará mucho en develarse. A título de hipótesis bastante lógica se puede inferir que la entrada plena al Mercosur, aprovechando una brecha de legalidad habilitada por el golpe de Estado “blanco” en Paraguay, tuvo en mira el grave estado de salud de Chávez. Sus compañeros presidentes captaron la premura y la necesidad. Y jugaron fuerte, en buena hora.

Cooperar es el verbo: Evo lo expresa como nadie, porque su lenguaje es peculiar y raigal. “Tenemos que cooperarnos”, neologiza y enfila bien.

Chávez cooperó con sus aliados, valiéndose del excedente como otros ni hubieran soñado. La relación con Cuba no se deja encasillar en la dupla metrópoli-colonia sino en un rico trámite de complementación. El apoyo a movimientos sociales y a estados engarza con una mirada estratégica. Eso agradeció Mujica, líder de un país pequeño que necesita la solidaridad activa de la región.

Chávez no estuvo solo, aunque fue pionero. En su momento, Kirchner hizo mucho en pos de dinamizar la llegada de Tabaré Vázquez a la presidencia del Uruguay. Disposiciones legales que facilitaban el viaje de orientales afincados en la Argentina, apoyo logístico y militante. No interfirió con la política doméstica del país vecino, antes bien catalizó el proceso democrático incidiendo para que muchos pudieran votar. Esa intercesión fue determinante: “el voto Buquebus” incidió en el ajustado triunfo del Frente Amplio.

Los liderazgos locales conmueven a las naciones hermanas y a los exiliados propios. No es una referencia baladí. En Ecuador, que produjo records de emigraciones y de remesas, los ciudadanos exiliados votaron al presidente Rafael Correa a cuatro manos. El ochenta por ciento de ellos quiso revalidarlo. Digresión módica para quienes (tirios o troyanos) exageran la influencia de los medios. Quienes se pronunciaron en tropel por Correa no son meloneados por la publicidad oficial del “régimen”. Viven en España o en Estados Unidos, preponderantemente: pueden anoticiarse a través de la cadena Fox, o de los diarios ABC o El País, baluartes de la prensa independiente. Volvamos al núcleo y a nuestro suelo.

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Los aliados elegidos: Chávez es amado y odiado en Argentina. Pudo llenar la cancha de Ferro en un acto político, prodigio negado a muchos dirigentes locales. Fidel Castro también concitó multitudes. No hay tantas comarcas en las que podrían repetir esa proeza. La cultura política argentina es, en tendencia, muy crítica de los Estados Unidos. La izquierda está ahí pero es minoritaria, mueve más la aguja el peronismo que es antiyanqui desde su génesis. La crisis de 2001 extendió el resquemor contra Washington a vastas capas sociales, haciéndolo extensivo a los organismos internacionales de crédito. Piensan así escarmentados por la experiencia, en defensa propia.

Hay críticos “por izquierda” del kirchnerismo que endiosan a Castro y lloran por Chávez. Tal vez deberían reflexionar que Chávez (como Lula, Dilma Rousseff, Correa o Evo mismo) quiso como aliados a los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández... no a virtuales sustitutos. Evo, que adora a Fidel, recibió de éste el mismo consejo que Chávez ejercitó: hay que construir con Lula y Kirchner, le dijo en su momento. Lo sostiene con sus sucesoras, Dilma y Cristina. Fidel vino para la jura de Kirchner, en 2003, cuando éste no aparentaba ser más que el sucesor del ex presidente Eduardo Duhalde. El viejo gran político seguramente intuía lo que germinaba en este Sur. Por la parte baja, lo entendió bien después.

Esta columna no aspira a ser la biografía de Chávez. Ni a atribuirle infalibilidad o perfección. Esas virtudes no adornan a ninguna persona o proyecto político. La asignación de los recursos económicos financieros habrá podido ser mejor, la corrupción menor, los errores o contradicciones tienen que haber sido grandes en tanto tiempo de mandato. Lo que se quiere resaltar es el saldo general, traducido por la reacción de los pobres de Venezuela y por los líderes de la región política más progresista del planeta hoy día.

Perón dijo que llevaba en sus oídos la más maravillosa música, que era la palabra del pueblo argentino. Otro tanto puede decirse del dirigente caribeño que tanto lo admiró.

El Cid y el después

 Por Mario Wainfeld

Es innegable la simiente que dejan los líderes. Enseñanzas, legados, realizaciones, organización, cuadros forjados aprendiendo o siguiendo su ejemplo. El presidente Hugo Chávez no es excepción a esa regla, de la que tanto se ha hablado en estos días. Es habitual, en tales casos, acudir a la referencia literaria de El Cid. Pocos se han privado, en ocasiones similares. El cronista se ha valido de ella también.

El Cid, pretende el relato, ganó una batalla después de muerto. Su compañera, Ximena, lo ató a su caballo Babieca. Estuvo al frente del ejército que se alzó con la victoria. La imagen es conmovedora, gráfica por demás.

Puestos a hablar sobre política conviene ahondarla, aun con apego al relato. La tropa de El Cid ganó esa batalla, no las posteriores. Si lo hizo fue, también, por la astucia de Ximena y (cabe suponer) por la bravura de sus soldados. Luego, la lucha habrá continuado dependiendo de los combatientes.

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Hablamos, queremos hablar, de la compleja continuidad de los líderes carismáticos, los que desafían la tradición y las instituciones existentes. Los que se ganan la obediencia merced a sus desempeños. No son reyes, obedecidos por costumbre. Ni les vale solo su investidura institucional y reglada por normas. Su trayectoria los fuerza a probar que merecen su lugar. Deben (si se permite una mezcla de asociación libre) caminar sobre las aguas, o ser profetas, o crear organizaciones revolucionarias, implantar el aguinaldo y muchos derechos sociales, o crear la Fundación Evita. Demostrar con sus actos que son posibles hechos jamás comprobados antes.

Chávez murió en circunstancias particulares. Muy joven, en la plenitud de su legitimidad política. También sabiendo que su final era factible o inexorable, lo que le posibilitó romper uno de los nudos gordianos: designar a su sucesor. Lo hizo pública y enfáticamente: será el vicepresidente Nicolás Maduro. Da toda la impresión de que le será más sencillo ganar las próximas elecciones (que son algo así como la última batalla de El Cid) que mantener vivo al proyecto. Por lo pronto, lo acecha un reproche tremendo, que jamás recibió su referente y maestro. No sería tan grave para Maduro que sus oponentes le endilgaran ser similar a Chávez. Mucho más terrible sería que sus partidarios adujeran “Chávez jamás hubiera hecho esto o aquello”.

La continuidad de quienes son distintos y, posiblemente, menos dotados que el líder es un dilema que trasciende a Venezuela, que también alude al kirchnerismo. En su caso no se trata de la finitud física sino de la prohibición constitucional de la reelección, que ciertamente no rige en Venezuela. Muchos dirigentes o militantes del oficialismo confían en superarla merced a una elección descomunal este año. Si se conjugaran esas circunstancias, no imposibles pero sí muy improbables, quedarían por verse cuáles serían la reacción social frente a una virtual reforma constitucional y el parecer de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El devenir depende, pues, de contingencias y decisiones políticas abiertas aún. Es una agenda pendiente, que puede tornarse acuciante o mantenerse pendiente por varios años más, lo que en política es largo plazo.

La institucionalización del carisma, que teorizó como nadie el sociólogo Max Weber, es un dilema que se remonta a la noche de los tiempos. La continuidad del proyecto, toda una tarea política que interpela a los propios, incluyendo a los propios conductores.

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Más grande que lo posible

 Por Mario Wainfeld

Si hay un lugar común pavote y mediocre es hablar de (o esperar) un veredicto de la Historia sobre los líderes o grandes dirigentes. No existe ese tribunal impersonal (ejem), “independiente”. Los que van juzgando son los pueblos, portadores y defensores de intereses. El presidente Hugo Chávez se fue glorificado en las urnas por su pueblo, revalidado en numerosas ocasiones, repuesto en su lugar por movilizaciones masivas tras el nefasto golpe de 2002. La última elección fue una más (porque ratificó una tendencia) y fue única porque se produjo en medio de su enfermedad: quedó como el pronunciamiento final y tajante. Lo que Chávez fue para Venezuela lo plebiscitaron sus compatriotas. Los números y la recurrencia hablan solos, poco hay que agregar.

Tenía un gran manejo mediático e histriónico... Lo que concretó es bien tangible. Es difícil mensurar la proporción internacional de Chávez sin puntualizar que Venezuela no es una potencia económica ni militar. Que jamás un presidente de ese país fue tan conocido, amado u odiado, funcionando como referencia en esta América y en el mundo. Hay que saber mucha política, tener mucho don de mando y capacidad de negociación para conseguir tanto con una “base material” tan acotada.

En la región fue un líder formidable y constructivo. Central para un nuevo diseño del Mercosur, que aglutinó a los tres países con mayor PBI. Determinante para el “No al ALCA”, que sepultó una propuesta política norteamericana en la Cumbre de Mar del Plata.

El hombre, claro, supo aliarse. Primero que nada, con Argentina y Brasil. La narrativa dominante sobre esta etapa se saltea la conjunción entre los dos países más relevantes de América del Sur, durante las presidencias de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La unión estratégica es un eje de la época, que en estas pampas se subestima o se niega para demostrar que lo de Brasil es formidable y lo nuestro un engendro. La sincronía en tantas medidas, la articulación y comunicación permanentes refutan esa lectura perezosa.

Chávez captó ese cuadro de situación y supo jugar dentro de él. Un ejemplo redondo fue la mentada Cumbre de Mar del Plata, donde aceptó (divertido, desde ya) hacer de chico malo cuando Kirchner y Lula se lo pedían o manejar la extensión de sus discursos para dilatar o acortar una reunión. El saldo fue el rechazo a una tremenda iniciativa imperial, conseguido a pulso.

Otro logro, chocante con la caricatura que dibuja la derecha, es cuán importante fue Chávez para la sostenida paz en la región. Y para el firme rechazo conjunto a la violencia norteamericana en Medio Oriente o la instalación de un centro de detención y tortura en Guantánamo. Entre tanto “el concierto de las naciones” acompañaba, hacía de comparsa o, en el mejor de los casos, miraba para otro lado.

Se habla de un bravucón (que podía serlo de palabra, si venía al caso), pero fue un pilar en tiempos de trabajosa integración regional, connotada por la ausencia de conflictos bélicos relevantes.

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A la hora de la hora, el orador impenitente sabía escuchar. Aceptó, a instancias especialmente de Kirchner, someterse al referéndum revocatorio: una elección a todo o nada durante un mandato vigente, algo que casi no existe en ninguna Constitución del mundo. Debía descomprimir la tensión interna. El mejor camino eran las urnas. Supo entender, le sobró cuero para jugarse. Y ganar, esa arte tan esquiva para varios republicanos de opereta que sólo convocan minorías.

Venezuela, como tantos países, se benefició con el alza sideral del petróleo. No hay datos de otras naciones que, sin ser potencias y arrastrando necesidades importantes, usara esa riqueza para trabar relación con otros menos afortunados, para ayudarlos. De nuevo, abundan traducciones esquemáticas, provenientes de aquellos que no registran los cambios históricos y usan siempre las mismas categorías. El ladrón cree que todos son de su condición; el imperialista, también. Por eso subestiman o encasillan mal lo que concretó Chávez trasfundiendo petróleo a precio de regalo a aliados vecinos: Nicaragua o Cuba son los más característicos. O hasta ideológicos: llegó a vender nafta barata para abaratar el bus de Londres cuando lo gobernaba Ken Livingstone, un cuadro izquierdista apodado “el alcalde rojo”.

Venezuela no se constituyó en una metrópoli sino en una peculiar variación de aliado. El ejemplo de Cuba es el más complejo y evidente. Iba dinero a Cuba, desembarcaban médicos y maestros cubanos en Venezuela, se formaban médicos de toda la región en La Habana con financiamiento venezolano. ¿Había pujas por ver quién “conducía” a quién en esta relación o en la que lo ligó con Brasil y Argentina? Seguro que la hubo, siempre está presente entre aliados o compañeros de ruta. Pero no se plasmó en la relación imperio-colonia.

Citaba a Bolívar, a Tupac Amaru, a Fidel, a Mariano Moreno, a Dorrego, a San Martín, a Salvador Allende... Ninguno de los presidentes argentinos de los últimos años evoca tanto al ex presidente Juan Domingo Perón en sus modos retóricos ni lo cita tanto en sus discursos. Era un autodidacta ávido y se aggiornaba continuamente, vaya a saberse en qué momentos o ratos libres. Regalarle al presidente Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue un gesto ingenioso, pleno de simbolismo. Conocía la historia de nuestro país mejor que la mayor parte de los dirigentes argentinos actuales. Alguna vez se enzarzó con Cristina en una charla sobre el revisionista Jorge Abelardo Ramos, lo tenía en su biblioteca.

Sus discursos eran largos, seguramente caribeños, podían albergar un tramo musical cantado a voz en cuello o un gesto teatral, como cuando se sacudió el azufre dejado por George Bush en las Naciones Unidas. Pero distaban mucho de la parodia, al contrario, eran ejemplo de comunicación de masas. Conjugaban la lógica de la retórica dirigida a pueblos y militantes: síntesis histórica, semblanza y glorificación de los próceres. Nadie se iba sin tener una pintura de lo que quiso expresar, sin un par de consignas, de mensajes para trasmitir a sus compañeros o en sus barrios.

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Cuando el rey de España le espetó “por qué no te callas” sinceró una verdad honda, que trascendía la levedad de la anécdota. En el centro del mundo querían acallarlo, anularlo. No porque fuera exagerado y ruidoso, sino por lo que decía y representaba. Lo aborrecieron en Estados Unidos y en la Europa central. No odian a los dictadores: auparon a muchos. No odian la violencia que ellos ejercieron en Irak o Afganistán. Odian el desafío político e ideológico que le propuso nuestro Sur, en una era de relativa independencia y autonomía, sin un ápice de olor a pólvora.

El cronista le debe al periodista y ensayista Ernesto Semán esta caracterización del antagonismo ideológico, que tiene más de cien años y reflorece vital en el siglo XXI: “Chávez capturó como pocos un común denominador regional que precede al populismo: una idea de republicanismo, que pone en el centro político los derechos sociales e ideas de bien común (que muchas veces pueden ser al mismo tiempo inclusivas y autoritarias) por sobre ideas de libertad individual y derechos de propiedad privada que caracterizan al liberalismo en su versión norteamericana”.

Se lo evocará mostrando una edición de bolsillo de la Constitución bolivariana, bailando, abrazando a sus pares, pronunciando palabras conmovedoras frente al féretro de Kirchner. El cronista se lleva en la memoria un acto realizado en Ferro, en contrapunto con la presencia de George W. Bush en Uruguay. Este escriba corría contra el cierre. El discurso se rizaba y era imposible saber cuándo llegaba a su fin. La razón profesional del cronista le ordenaba partir, para darle al teclado. Su corazón lo clavaba ahí. Le era imposible, como a muchos millones de latinoamericanos, no quererlo y disfrutar de su palabra.

Que no era hueca, además. Esa vez describió a “Cristina y Néstor” como “mis hermanos porque somos hijos de la misma crisis”, una frase tan afectuosa como precisa. Y agregó que creía más en los procesos históricos que en los hombres providenciales. Que si Bolívar hubiera muerto de disentería en la infancia o si San Martín no hubiera regresado de España, la independencia de sus países hubiera llegado igual. Tratemos de combinar, a pluma alzada, las dos afirmaciones. El determinismo absoluto no existe, las condiciones propicias sí.

La sincronía de gobiernos de matriz popular, críticos de los desvaríos y de la entrega noventista, es consecuencia de un marco general: el fracaso del neoconservadorismo. En cuanto a lo de los dirigentes providenciales, acaso no existan, estrictamente. Y por cierto de nada sirven si no “embocan” el momento histórico en que les toca vivir. Pero hay protagonistas que llegan al tope de las posibilidades disponibles. Que saben interpelar a sus pueblos y articular alianzas como pocos o nadie. Chávez fue uno de ellos, en ese sentido es irremplazable. En todo lo demás, se abren todos los enigmas acerca de cómo se suple, en pleno proceso de cambio, a un jefe carismático consagrado merced a sus acciones rompiendo la tradición y reformando a fondo las instituciones. Instituciones y tradición marchitas y estériles, por si hace falta resaltarlo.

Entre tanto, seguramente sin mayor originalidad, pero presumiendo que en sintonía con los lectores de este diario, el cronista llora a su modo la pérdida de un compañero y de un referente.