Volvió la historia a repetirse Yolanda Pérez

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1 Volvió la historia a repetirse Yolanda Pérez Por Whitney Yohana Moreno López “La presencia de su hija en el transcurso de la entrevista, manifestada en una llamada que recibió, la compañía que quizás le faltó toda su vida, la preocupación de parte de ella por lo que estaba haciendo su madre y la impaciencia por verla, demuestra que aún en medio de las dificultades, del camino pedregoso, existe alguien que no se hace invisible para la vida de Yolanda. Los sonidos abrumadores durante la entrevista sacaron a la luz el verdadero trauma que hasta el presente la ha ido acompañando. La sonrisa o la carcajada al recordar sus travesías y los alcances a los que por voluntad propia decidió pasar. La memoria que como signo representó para ella el recorrido de un camino sombrío, donde cada recuerdo, no solo quedó en eso, sino que se hizo en una historia que aún se hace vigente. El corazón que se contraía en un respirar profundo manifestando su dolor, sus tristezas y los contrastes de su vida, en gotas diminutas que caían una tras otra, redondeando sus mejillas y encharcando por largo tiempo esos ojos que más de una vez brotaron lágrimas de dolor y de desilusión. Los matices de su hablar y los silencios que contemplaron, al colapsar la voz en un vibrato que desembocó en llanto y la impotencia que experimenté cuando estaba escuchando la historia, llena la mente de pensamientos que deslumbran una realidad que en mucho tiempo, y aún en el presente, sigue siendo ignorada por una sociedad, donde el bullicio de la gente no logra vislumbrar los gritos del que agobiadamente se encuentra en la búsqueda de una estabilidad. El corazón dolido se desnuda, el pensamiento y el sentimiento se convierten en partes de un mismo cuerpo y la boca reacciona en una misma sinfonía con la lengua. Todo en su conjunto, forma el arte de la expresión, el arte de dar a conocer y del representar aquello que pasa de una simple imaginación, a una realidad que aunque no es tangible, no deja de ser verdadera”.

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Volvió la historia a repetirse

Yolanda Pérez

Por Whitney Yohana Moreno López

“La presencia de su hija en el transcurso de la entrevista, manifestada en una

llamada que recibió, la compañía que quizás le faltó toda su vida, la preocupación de

parte de ella por lo que estaba haciendo su madre y la impaciencia por verla,

demuestra que aún en medio de las dificultades, del camino pedregoso, existe alguien

que no se hace invisible para la vida de Yolanda.

Los sonidos abrumadores durante la entrevista sacaron a la luz el verdadero trauma

que hasta el presente la ha ido acompañando. La sonrisa o la carcajada al recordar

sus travesías y los alcances a los que por voluntad propia decidió pasar. La memoria

que como signo representó para ella el recorrido de un camino sombrío, donde cada

recuerdo, no solo quedó en eso, sino que se hizo en una historia que aún se hace

vigente. El corazón que se contraía en un respirar profundo manifestando su dolor,

sus tristezas y los contrastes de su vida, en gotas diminutas que caían una tras otra,

redondeando sus mejillas y encharcando por largo tiempo esos ojos que más de una

vez brotaron lágrimas de dolor y de desilusión.

Los matices de su hablar y los silencios que contemplaron, al colapsar la voz en un

vibrato que desembocó en llanto y la impotencia que experimenté cuando estaba

escuchando la historia, llena la mente de pensamientos que deslumbran una realidad

que en mucho tiempo, y aún en el presente, sigue siendo ignorada por una sociedad,

donde el bullicio de la gente no logra vislumbrar los gritos del que agobiadamente se

encuentra en la búsqueda de una estabilidad.

El corazón dolido se desnuda, el pensamiento y el sentimiento se convierten en partes

de un mismo cuerpo y la boca reacciona en una misma sinfonía con la lengua. Todo

en su conjunto, forma el arte de la expresión, el arte de dar a conocer y del

representar aquello que pasa de una simple imaginación, a una realidad que aunque

no es tangible, no deja de ser verdadera”.

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Mi niñez fue muy difícil, muy difícil porque nosotros éramos nueve hermanos y pues

económicamente vivíamos muy mal, porque pues, no alcanzaba la plata para la

comida, qué más le digo, no nos dieron estudio, fue muy, muy difícil.

Mi papá alma bendita de él, no por uno, como le cuento hablar mal de él porque él

ya está muerto, pero mi papá nos trataba con groserías, nos maldecía, nos

renegaba, de pronto por estar en este mundo, entonces yo cuando ya empecé a

crecer, pues yo digamos, me revelaba, pero no era que yo lo tratara con groserías –

porque yo nunca fui grosera con él-, sino yo lo que le decía era: “¿Y entonces para

qué nos tuvieron? Si nos va a pegar”, por nada nos reventaba las piernas con una

correa, digamos, cosas muy injustas. Y yo como que, mis hermanos agachaban la

cabeza y yo no, yo siempre como que era, él decía que yo

era altanera y grosera porque yo, o sea me revelaba, pero

no, ya le digo con groserías no, nunca lo traté con malas

palabras a pesar de que él si nos trataba con malas

palabras.

Él decía que cuándo sería la hora en que estas, bueno, tal

por cual, bueno, muchas palabras groseras. “¿Cuándo

crecerán y se largarán? para no tener yo que mantenerlas

ni nada de eso”. Entonces fuimos creciendo como con,

como con mucha violencia, mucha, yo lo digo dolor, yo lo

digo una vida muy maluca digámoslo así, bueno, pero ya habíamos llegado a este

mundo ya nada podíamos hacer.

También mi papá era un salvaje con mi mamá, eso le daba correazos, ¡le pegaba

unas muendas!, hasta que mi mamá se cansó y le empezó a pegar a él, a

rasguñarlo, a romperle floreros en la cabeza, bueno.

La relación con mi mamá fue muy mala. Y yo lo digo mi mamá está todavía viva,

pero yo con mi mamá, pues, mi mamá es muy alejada de mí, mi mamá nunca se

acerca a darnos un beso, una caricia, nada, nada. Mi mamá siempre fue muy

distante, lo que hacía era darle quejas a mi papá por cualquier cosita que

hiciéramos, como cosas muy mínimas, como romper un pocillo, como de pronto

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romper un bombillo, bueno, cosas así pequeñas, y eso nos reventaban las piernas

con una correa por eso. Entonces mi mamá en cambio de defendernos, mi mamá lo

que hacía era decirle a mi papá: “Deles, cásqueles, pégueles, pégueles”, bueno.

Éramos siete mujeres y dos hombres.

Entonces yo para irme de la casa, yo me fui muy, muy joven, como a los 13, 14

años, porque mi hermano intentó abusar de mí, entonces, pues… cuando yo ya les

dije a mi papá y mi mamá... Una noche yo estaba lavando la loza en la cocina, ya

era tarde, estaban durmiendo, mi mamá y mi papá ya estaban acostados y entonces

él, pues… digamos, si… él se quitó la ropa y para mi fue terrible porque yo era una

niña, digamos, yo no sabía nada, ni nunca haber visto yo nada, entonces fue terrible

y él se me acercó y el intentó cogerme, entonces lo que yo hice fue salga corriendo

para el baño y me encerré a llorar porque yo estaba asustada, traumatizada, bueno,

vuelta nada.

Entonces yo me paré así al frente de la cama de mi papá y mi mamá y entonces yo

les dije: “Mami me pasó algo terrible”, entonces mami me dijo: “¿Qué pasó?”,

entonces yo les conté lo qué había pasado, entonces de una vez mi papá se levantó

y me pegó y mi mamá dijo: “No, eso es mentiras, eso es que usted quiere calumniar

a su hermano, eso es que usted inventa eso para que lo saquemos de la casa, lo

echemos”. Y no me creyeron y me pegaron. Entonces después de eso yo ya, pues,

yo no tenía nadie, digamos en quien volver a decirle algo, a confiar, ya me sentí

sola, me sentí mal.

Un día pasó por la tardecita, entonces mi hermano entró al cuarto y yo estaba

planchando ropa, entonces me dijo: “Ahora sí no tiene quién la defienda” Y era una

puertita así de echarle seguro y él cerró con ese seguro y era a cogerme, entonces

yo lo que hice fue coger la plancha y se la tiré y abrí la puerta y paticas que me fui.

Entonces yo lo vigilé un ratico y cuando él ya salió de la casa yo volví y me entré,

cogí una cajita de cartón, empaqué mi ropita y me fui. Yo me fui de la casa, yo ya no

le dije a mi mamá nada, porque yo qué sacaba con decirles, pa’ que volvieran y me

pegaran y todo eso.

Entonces la vida mía fue muy difícil. Yo me quedé esa noche, pues no tenía para

donde irme ni nada, entonces yo puse mi cajita con mi ropita al frente de un

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cementerio -como en ese tiempo era todavía sano, no había tanta maldad-, entonces

yo amanecí sentada al frente de ese cementerio.

Al otro día había un restaurante al frente, entonces yo entré a ese restaurante

temblando del frío, con hambre, todo eso, entonces yo le dije a la señora, me dijo:

“Usted de dónde es mijita, ¿viene del campo?” Yo le dije: “No señora”. Yo no le

quise contar a la señora, porque no le tenía confianza ni nada, entonces le dije: “Fue

que yo me salí de mi casa y yo no tengo a donde ir”, le dije yo así. Entonces le dije:

“¿Me regala un tinto?” Entonces la señora me dijo: “Bueno, si mijita” y me dio tinto y

entonces me dijo: “¿Y ahorita pa’ dónde va?”, yo le dije: “No se, yo no tengo donde

ir”, entonces me dijo: “Y a su casa ¿no puede ir?” Entonces yo le dije: “No, a mi casa

no, yo a mi casa no, pues yo no quiero volver, entonces la señora me dijo: “Pues vea

aquí es un restaurante; si usted quiere, pues yo la empleo acá, pero yo no le puedo

pagar mucho y yo tengo un cuartico, que es un cuartico de servicio, pues ahí hay

una camita, si usted quiere quedarse ahí pues se puede quedar”, entonces yo le dije:

“Ay si señora, pero es que yo no sé cocinar (porque yo no sabía cocinar), la verdad

yo le digo”, entonces me dijo: “No, pues eso no hay ningún problema mijita, si usted

quiere, pues yo le enseño y si usted es juiciosa y todo eso, pues aquí puede

quedarse conmigo”.

Bueno, como que mi Diosito en ese tiempo me puso el angelito de la guarda que uno

tiene siempre, me lo puso ahí. Bueno, vendían desayunos y almuerzos, comida no.

Entonces ella llegaba y me enseñó hacer el caldo. “Mire, así se hace, así se pelan

las papas”, después ya no me enseñaba, sino ya, yo tenía que aprender porque ella

dijo: “Yo ya no puedo estar encima de usted, usted tiene que poner de su parte” y

como yo, pues, siempre me he considerado que soy juiciosa pa’ la cocina y todo,

entonces yo rápido aprendí y cuando ella llegaba yo ya le tenía listo todo.

Ahí ya llevaba como tres años en ese restaurante, cuando llegó el papá de los

chinos míos. Entonces pues... yo de pronto, pues, de aburrida, de... bueno, no sé

cómo decirle. Él se veía buena persona -o sea la gente no demuestra lo que es-,

sino él se veía buena gente, un muchacho común y corriente. Entonces ya él

empezó a, como a interesarse en mí y ya empezamos hablar y todo eso y ya él me

dijo que si quería tener algo con él, entonces yo le dije que si y empezamos a salir…

como amigos, digamos, como novios, bueno yo no había tenido así novios ni nada.

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Mis papás no me buscaron ni nada, para qué yo voy a decir, ellos no me buscaron.

Ellos, pues… mi papá alma bendita, él de pronto decía que era una carga menos,

una boca menos, entonces dejaron así, pasaron los años, yo no me comunicaba con

ellos porque a mí no me nacía, digamos, ese cariño que a uno le nace de buscar

entonces no, no, a mí no, yo deje así, tampoco yo ponía de mi parte. Sí les

preguntaba a mis hermanas que cómo estaban mi papá y mi mamá, pero yo no

hacía nada por acercarme, por volver, nada de eso.

Ya llevaba 3 años allá donde la señora que le digo y ahí fue donde lo conocí a él,

pero en ese tiempo él era decente -pues aparentemente- . Él se llama, o se llamaba

Leonel Pérez -del mismo apellido mío-, entonces ya como le digo, empezamos a

salir y ya la señora, ella no me daba plata, ella me compraba ropa, o sea yo la

pasaba ahí bien, yo era bien juiciosa, entonces ella ya me cogió cariño y todo eso y

entonces ya…ya él me dijo que fuéramos a vivir juntos; a mí se me hizo fácil, yo no

pensé en nada, yo no sabía qué era tener un marido, entonces, pues le dije que sí.

Cuando nos fuimos él me decía que, pues que si yo no era virgen, que él me dejaba

y que me pegaba -o sea el siempre me decía así-, porque yo no tuve relaciones con

él, sino hasta cuando nos fuimos. Entonces esa noche cuando nos fuimos nos

quedamos en un motel y eso fue muy terrible para mí, porque…..pues él se fue y me

dejó ahí, se puso a tomar y llegó, pues no borracho, pero sí tomado y eso me cogió

como bruscamente, me cogió como a las malas, como… digamos, no sé, pues, haga

de cuenta cuando uno le hacen una violación ¿sí?, así. Entonces yo empecé a

sangrar y empecé a llorar y a mi me dolía y yo no me dejaba, entonces el me

pegaba, porque yo no. Después él ya quería cogerme y yo no, porque le cogí miedo.

Me llevó para donde la mamá de él en Fusa -tenían una finquita en Fusa-, yo no la

distinguía a ella, hasta ahí la conocí. Me recibió bien, me abrazó, me dio un beso y

me dijo: “Bueno mijita, pues aquí puede quedarse”. Y él se fue. Pero yo no sabía,

digamos, a fondo la vida de él, yo no la sabía. Y él, por ahí andaba huyendo porque,

yo no sé, decían que había fregado a un señor, que había tenido un problema

borracho y que lo había matado, entonces él estaba como huyendo de la justicia y él

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me dijo mentiras, porque me dijo que se tenía que ir pa’ el servicio militar y eso

fueron mentiras.

Allá me dejó, duré como 2 o 3 años. Ellos tenían una finquita de café y yo le

ayudaba a cocinar, ella me acabó de enseñar lo que yo no sabía y pues hay yo le

ayuda.

Un buen día…… yo estaba lavando la loza y había una ventanita chiquita y entonces

mi suegra se asomó y venía con el hermano de él, entonces entraron a la cocina y

ella me dijo: “Mijita venga y le presento su cuñado” y yo le di la mano, pues normal,

“mucho gusto”, entonces él me dijo: “No señora, no cuñadita”, me dijo así, “no

señora, no cuñadita”, me abrazó y me dio un beso en la mejilla; pues nada de malo,

yo no veía nada de malo. Cuando yo volteo a mirar y lo veo a él, estaba en la

ventana poniendo cuidado y dándose cuenta, o sea que él había llegado improvisto

y yo no, no, pues no lo vi, entonces yo me asusté de verlo a él, no porque estuviera

haciendo algo de malo, sino que yo me asuste.

Entonces mi suegra salió de la cocina y el saludo fue que me dio una cachetada

¡tran! y me reventó la nariz y la boca, esta no sé cuántas y me empieza a tratar mal,

entonces mi suegra se devolvió y le dijo: “¿Por qué la trata mal, por qué le pega, si

es que acaso es algo malo?, Elías -así se llama el hermano- el no hizo más sino

abrazarla, eso no fue nada de malo”. “¡Qué! ya le gustó ese no sé cuántas” y

empieza a decir groserías y tomó una reacción muy mala, digámoslo así, terrible.

Entonces ella se metió y él le dio un empujón a la mamá y allá la mandó -él no la

respetaba ni nada, alma bendita- y así pasó, yo después ya ¿qué podía hacer? y yo

pensaba y decía: “Ya, pues, yo ya me metí con él” -pero yo no estaba embarazada-,

yo decía, pues ya.

Digamos, yo tenía ese pensamiento que tenía que seguir ahí con él, que yo no me

podía ir. Entonces a raíz de ese problema el padrastro de él habló con la señora -la

mamá- y le dijo que no, que ese gamín no lo dejaran más ahí, porque eso era pa’

problemas y que nos sacara, o sea que se hiciera cargo de mí y que nos fuéramos.

Bueno entonces me dijo: “Nos toca irnos” y nos fuimos. Sacó una piecita por allá en

Fusa y mi suegra me dio estufa, me dio ollas, me ayudaba.

Empieza a darme una vida de perros, empieza a pegarme, a coger todo a patadas,

una vida terrible, terrible. Entonces, me dijo que él quería tener un hijo y pues yo

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había estado planificando porque mi suegra me había dicho que planificara para no

quedar embarazada, entonces yo dejé de planificar y me fui al médico y pues yo dije:

“De pronto dándole un hijo, pues el cambia”, ese era mi pensamiento, yo dije:

“Dándole un hijo él cambia”, entonces fui a que me quitaran el dispositivo para

quedar embarazada.

Fui y le dije al médico: “Doctor yo quiero que me haga el favor y me quite el

dispositivo para yo quedar embaraza”, entonces me dijo: “¡Pero más! si usted ya

está embaraza”. Yo ya tenía tres meses de embarazo y no sabía. Bueno, me quitó el

dispositivo con cuidadito y ya.

Él al principio lo tomó bien, después no, después de que yo me engorde harto,

porque yo me engorde harto, entonces ya decía: “¡Ah! usted parece un elefante,

parece una ballena, no podemos salir, eso no tenga ese chino, eso aborte, eso ya no

quiero chinos”. Porque como él era joven -ya después de haber quedado yo

embaraza-, que ya no quería tener. Era cuando yo estaba embarazada de Fernando,

entonces fue como rechazado ¿sí?

Entonces la vida mía fue, pues, en una palabra como mala. Y ya yo me encerraba

en esa pieza a llorar, ya…a esperar que él llegara a pegarme, él no me respetaba,

nada. Él me pegaba, porque digamos, él llegaba borracho y ya entonces era a

cogerme, a tener relaciones conmigo a la fuerza y yo ya no, entonces decía que yo

tenía otro y empezaba a pegarme, pero yo no tenía a nadie sino que, yo no, a mí no

me gustaba casi estar con él porque, pues no, porque él era muy brusco y todo eso,

entonces no, no, a mí como que no me nacía eso de estar con él. Entonces bueno,

así paso, cuando ya yo, tenía como…7 meses de embarazo, casi ocho meses -ya

estaba bien gorda-, entonces un día mi hermanita me había regalado una cama y yo

tenía un camita y una estufa, porque nosotros dormíamos en el piso y entonces

vendió todo y sacó todo de la pieza y yo dije: “Dios mío se volvió loco ¿qué pasó?”

Entonces me dijo: “¿Sabe qué?, yo ya vendí todo porque usted ya no me sirve ni pa’

la cama, lárguese”, me dijo así, me echó como echar un perro y yo así con mi

barriga.

¡Dios mío!, yo dije: “Dios mío y ahora yo qué hago, Dios mío, no me reciben para

trabajar”, porque como estaba bien gorda, entonces no me recibían en ningún lado.

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¿Qué me tocó? irme con la cabeza baja a buscar a mi papá y mi mamá; eso me dio

muy duro, porque después de yo haberme alejado de ellos y todo y tener que llegar

en esas circunstancias a buscarlos, entonces fue muy terrible. Y yo llegué allá y

entonces mi papá y mi mamá habían comprado una casa nueva -mi papá negociaba

con casas, vendía y compraba, vendía y compraba-, y no le habían entregado la

casa y estaban donde mi hermana, entonces yo averigüé y llegué allá donde mi

hermana y yo no fui capaz de enfrentarlo de una vez a él, sino que yo llamé a mi

hermanita y entonces le dije: “Olguita, yo necesito hablar con papi”, entonces me

dijo: “¿Usted qué tiene, está mal?, entonces yo le dije: “Sí, estoy un poquito mal, por

eso necesito hablar con él” y Olga me dijo: “Bueno, espere y yo le digo a ver si

quiere hablar con usted”.

Entonces yo no llegué a la casa, sino en la esquina. Cuando mi papá me vio, ¡claro!

yo estaba bien gorda, entonces… yo lo saludé y me dijo: “¿Qué hubo? y ya qué se le

ofreció”, como todo hiriente, entonces yo le dije: “No papi es que yo no tengo dónde

quedarme, yo necesito que me haga el favor y me deje quedar acá”, entonces mi

papá de primerazo dijo: “¡No! y si embarazada menos” -me dijo así-, “así

embarazada menos, o qué cree usted ¿un boca más, una carga más para mí?, pues

el que se lo hizo que le responda”. Y entonces yo dije: “Ay Dios mío yo qué hago y

yo qué hago más”, entonces ni modo de decirle a mi mamá, porque mi mamá nunca

me había apoyado ni nada, entonces, pues, yo no sabía si contar con ella, si decirle

a ella o como pa’ dónde coger o a quien decirle…nada.

Entonces yo me quedé en la esquina, mi papá volteó la espalada y se fue. ¡Ah! y mi

papá dijo: “Y además que la casa mía no me la han entregado y aquí estamos es

donde su hermana, ya le tocaría es hablar con Pedro (Pedro era mi cuñado o sea el

marido de mi hermana), demás que le tocaría hablar con él”, entonces yo le dije,

pues la necesidad, así como el cuento, la necesidad, yo volví y le dije: “Papi, pero si

mi hermana me dice que sí, ¿usted después me lleva pa’ la casa?, entonces me dijo:

“Pues hay miramos haber, hable con su hermana”.

Yo hablé con mi hermana, yo fui, entonces le dije: “Hágame el favor y dígale a

Olguita que venga” Olguita pues ella me quiere, porque ella me ayudó a criar, o sea

ella fue casi como mi mamá, entonces Olga me dijo: “¿Que fue Yoly?” (Porque ellos

todos me dicen Yoly), entonces yo le dije: “Mire”, entonces me dijo: “Y qué y el papá,

el papá del pelado”, yo le dije: “¡No!, eso yo con él ya no cuento, entonces yo quería

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decirle si me hacen el favor y me dejan quedar mientras papi me dice que me llevan

a la casa, mientras que el niño nace, porque ya, pues, me toca tenerlo, mientras

nace para yo ponerme a trabajar y a ver qué hago”; entonces Olga me dijo que le iba

a preguntar a Pedro a ver qué decía. Ya como que me dio, como una esperanza, ya

entonces fue y habló con Pedro y yo me quedé ahí en la esquina parada esperando,

entonces Pedro dijo: “Ah bueno, sí. Pues si quiere quedarse acá, pues que se quede

ahí en una silla”; yo me quedaba en un sofá que tenían.

Mi papá fue de nuevo, y me dijo: “Bueno yo la voy a recibir a usted, pero yo le voy a

poner a usted condiciones”, yo le dije: “Sí señor” -yo ahí si… pues, ¿qué podía

hacer?, aceptarlo que él me dijera-, entonces me dijo: “Yo le voy a poner

condiciones. Usted no va a llegar de niña bonita, usted empezando”, me dijo así,

“empezando que yo la voy a llevar a usted a alguna parte, porque yo no la voy a

recibir a usted con lo que tiene entre la barriga”, entonces yo le dije: ¿cómo así?,

dijo: “Si, camine vamos a la droguería”, entonces me llevó a una droguería y le dijo a

la de la droguería que si se podía hacer algo para yo no tener el criaturo, entonces la

señora lo regañó y le dijo: “cómo se le ocurre, no ve que si la hacen abortar ella se

puede morir y el bebé, porque mire cuantos meses tiene” Yo tenía como 7 pasados,

entonces dijo: “¡No!, hay peligro de que se muera ella o la criatura, entonces no,

entonces no se puede”...

O sea, mi papá lo rechazó desde que lo estaba esperando -dicen que los niños

escuchan todo-, entonces…desde ahí ya...entonces mi papá le tocó, ahora sí como

dice el cuento, aceptar, porque ¿qué más podía hacer? Pero me dijo: “Tiene que

ponerse a trabajar ¡ya!, porque yo no le voy a ir a dar todo”. Entonces yo dije: “Dios

mío, dónde me van a dar trabajo con esta panzonona” -porque eso era una barriga

grande-.

Me fui donde la señora del restaurante a buscarla y ella ya se había muerto y ya no

había restaurante ni nada, entonces me fui pa’ otro restaurante. Trabajé un mes, ya

no podía trabajar mucho porque pues, ya estaba gorda y ya usted sabe que lo

rechazan a uno y todo eso. Trabajé un mes, junté la platíca que me pagaron, le daba

a mi papá lo de la comida porque él no me rebajaba, compré una pieza de tela (en

ese tiempo no eran pañales así como hoy en día, sino la pieza) y los mandé

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dobladillar y con esos pañalitos de tela para el niño, digamos, lo más indispensable

le compré al niño.

Entonces ya después de eso, mi prima me consiguió trabajo por allá -porque en el

restaurante no me dejaron más-, tenía ya ocho meses de embarazo y me consiguió

en una residencia del centro, a mí me tocaba apretarme la barriga bien para que no

se me notara mucho con el delantal.

Me tocaba lavar los tendidos, todos los tendidos de esa residencia. ¡Dios mío!, pero

¿qué más hacía?, yo me ponía guantes y un tapabocas y hacerle porque no podía

hacer nada más, me tocaba porque eso no daba espera, los servicios que me

cobraba mi papá y la comida.

Él no me cobraba arriendo porque yo dormía ahí en un rinconcito en la sala, porque

me dijo: “Cuando llegamos a la casa no hay pieza para usted, yo pieza no le voy a

dar”, yo le dije: “Bueno, yo me acomodo donde sea, porque yo no puedo exigir

nada”.

Primero me acostaban con mi hermanita y mi hermanita como estaba pequeñita y

era tan consentida, me daba codazos en la barriga y la camita era apenas pa’ ella,

entonces ella me decía: “Lárguese de mi cama, váyase de aquí, usted está bien

gorda, váyase de aquí con esa barriga pa’ otro lado” Entonces ya en la sala, en un

colchoncito me quedaba en el piso, ahí dormía, en la sala de la casa.

Allá trabajé hasta el último día que me dieron los dolores, yo trabajé juiciosa allá

para el niño. Cuando ya el niño nació, mi papá me llevó allá al hospital a tenerlo y ya

yo contenta con mi chinito. Ya también yo resignada, porque ya ¿qué más?

Mi mamá quería mucho a Fernando, mi mamá lo quería. Ya le empezaron a tomar

cariño y más que era un hombrecito, mi papá también al chinito lo quería.

Ellos ya le tomaron cariño al chinito y ya entonces yo no podía hacer dieta, ¡no pude

hacer dieta ni nada!, eso ya a los dos días, ya llegué del hospital y de una vez me fui

a trabajar, mi mamá me dijo: “Vaya y consiga trabajo donde sea, lavando ropas,

cocinando, barriendo, que yo le cuido el niño. Pero usted tiene que trabajar porque

usted sabe cómo es su papá” yo le dije: “Listo, yo me voy a trabajar como yo pueda”.

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Me fui, busqué otra vez trabajo, me fui para donde otra hermanita mía, le dije:

“Esperancita estoy mal, necesito que me ayude, yo le hago lo que sea y para que

usted me dé algo de plata”, me dijo: “Bueno, aquí me ayuda a arreglar la casa, a

lavar la loza, me ayuda a cocinar”. Bueno en fin, yo le ayudaba y ella me daba algo

de plata. Yo ya llegaba contenta con la plata allá donde mi papá y ya le podía

cumplir con lo de la comida…bueno, así pasó.

Cuando ya Fernando iba a completar un mes de nacido, apareció el papá. Ahí sí

apareció, cuando ya yo había salido del trance, digámoslo así. Me hizo miles de

promesas, que camine, que ya yo cambié, que va a darle un hogar al niño, que

usted pa’ que no esté por ahí trabajando, que yo no la voy a dejar trabajar, que voy a

responderle. Como yo pues, todavía, pues, sentía algo por él y yo quería como

cambiar de vida, como la ilusión de tener como una piecita, aunque fuera, o algo

para brindarle y todo eso, entonces caí como una tonta y volví con él.

Ya él reconoció al niño, fuimos a la notaria y ya después me fui a vivir con él.

Una vida pero de perros, eso mejor dicho empezó -como era ya aquí en Bogotá-,

empezó a trabajar en Abastos y ya empezó a fumar vicio, entonces él llegaba y si yo

tenía la puerta cerrada, malo, porque llegaba y me pegaba y decía que yo tenía

alguien, aunque fuera debajo de la cama y eso llegaba como un loco a buscar por

todo el lado; si tenía la puerta abierta decía que yo quién sabe a quién estaba

esperando, entonces era, ¡uy! una cosa espantosa, terrible, terrible, una vida terrible

que yo viví con ese hombre.

Ya Fernando tenía 6 mesecitos, entonces una noche la dueña de la casa -como ella

se daba cuenta del trato que él me daba-, entonces ella me dijo: “No le abramos,

dejémoslo por fuera, porque llega borracho y llega es a maltratarla, a pegarle y no

solamente a usted sino al niño, entonces dejémoslo por fuera, no le abramos”,

entonces yo le dije que bueno y me encerré en mi pieza.

La casa era bajita porque era de primer piso y era en teja, entonces quién sabe

cómo se dio sus mañas y se trepó por el tejado -pero al otro día-, porque él golpeó y

golpeó y ni le abrió la dueña de la casa, ni le abrí yo, entonces quién sabe si

dormiría ahí en la puerta o cómo dormiría; en todo caso fue que al otro día se trepó

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como un gato en el tejado. Yo salí al baño y cuando yo sentí que alguien brincó y de

una vez me tapó la boca, me metió pa’ la pieza y yo me asusté, ¡claro!, entonces

empezó a tratarme mal, empezó a insultarme y a decirme malas palabras, entonces

me puso una puñaleta aquí en el cuello y me decía: “Esta no sé cuántas”, bueno

dígame groserías, y me decía: “No es más sino aquí cortarle para que se muera”,

porque me tenía la puñaleta aquí. Y yo ¡ay Dios mío!, yo ahí quieta, como que le

pedía tanto a mi Diosito.

La dueña de la casa se dio cuenta porque escuchó; la puerta estaba entre abierta y

ella se asomó y me dijo que esperara y él, como estaba de espaldas, entonces no la

vio. Ella se salió pasitico y fue -mi papá y mi mamá vivían cerca-, entonces fue y les

dijo. Cuando llegaron ¡ay Virgen Santísima!, yo cuando vi que mi mamá entró y mi

mamá llevaba una ruana puesta y se la quitó y de una vez lo agarró y lo mechoneó y

así entonces mi hermano ¡para!, le quitó la puñaleta y mi mamá le aruñó la cara y

mis dos hermanos le dieron, todos le dieron y mi papá de últimas; mi papá dijo:

“Déjenmelo de últimas”, le dio una sola trompada y le reventó la boca y la nariz. Y

salió huyendo, el salió y se fue, se perdió.

Entonces mi papá me dijo: “Recoja su ropa, recoja todo que nos vamos”. Dios mío y

nos fuimos. ¡Ay! Y eso fue una tortura mijita linda, eso llamaba al teléfono, díganos

groserías, no podía yo salir a la calle, mejor dicho un terror terrible; los vidrios los

rompía, haga escándalos, se emborrachaba y haga escándalos, mejor dicho era una

cosa espantosa, espantosa. Duró así como casi un mes, entonces mi papá dijo: “No,

yo no me aguanto más esto”. Mi papá hizo negocio, vendió la casa y nos fuimos,

dijo: “A nadie le digamos para donde nos vamos, vayámonos”. Compró casita en

Girardot y nos fuimos para Girardot.

¡No mijita! y allá otro sufrimiento, porque ya llegué yo y como a mí nadie me conocía,

nadie. Mi papá eche vainas y mi diga: “¡Ah! que usted es una carga pa’ mí” y que el

chino, y que yo no tengo porque darles de comer, que yo no sé qué. Y yo llore,

encerrada. Yo me salía por las tardes, ¡Dios mío!, yo iba a los restaurantes, yo iba

hasta las residencias a todo lado; yo les decía: “De por Dios, ¡denme trabajo! porque

yo no soy de aquí ni nada”, “no, tiene que tener recomendaciones, nosotros sin

recomendaciones no le podemos dar a usted trabajo, no la conocemos, no sabemos

si es honrada, si no lo es, no le podemos dar trabajo a usted”. Entonces ¡Dios mío,

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Dios mío!, yo hay veces no comía, yo no comía porque yo me sentía mal de que mi

papá pues fregaba por la comida, entonces yo le decía a mi mamá: “No, yo no

quiero nada de comer, yo no, la leche para el niño y ya”.

Mi mamá iba a la plaza a comprar todos los días, entonces yo le dije: “¡Ay! Mami

será que por allá en la plaza donde va todos los días; recomiéndele a la señora a ver

si me da trabajito, o si ella sabe de alguien; alguna señora que necesite para que le

laven, algún trabajito que me salga o un restaurante o en algún lado”, entonces la

señora Fanny -así se llamaba- le dijo a mi mamá: “Bueno, yo necesito una persona

en la casa para que me ayude, porque como tengo aquí el granero, entonces no me

queda tiempo. Tráigame a su hija y me la presenta”. Yo fui, hablé con la señora -

toda contenta-, entonces me dijo: “Bueno, usted tiene que llegar muy juiciosa antes

de la 6:00 am para que me despache el niño -porque el niño estudia temprano- y

después me arregla la casa; yo llego a las 12:30 del mediodía en punto a almorzar y

yo almuerzo, y ya por la tardecita usted temprano se desocupa, por ahí a las 5:00

pm”. ¡Ay! yo más contenta; pero como no todo es felicidad, ni todo es color de rosa,

entonces no me dijo lo más importante.

Yo siempre desde pequeña a mí me ha dado mucho miedo los ratones, mijita yo les

tengo ¡terror!, no miedo ¡terror!, pero un terror muy terrible. Los ratones ¡Virgen

Santísima del Carmen!, porque a mí se me había olvidado contarle que cuando yo

estaba en la casa, antes de irme, tenía mi cabello muy largo y bonito y entonces mi

cama era bajita y a mí se me trepó una rata -¡pero una rata!- en la cabeza. Ese

animal me vio ahí durmiendo y seguramente dormida se me descolgó el cabello y se

me trepó y ¡tubo cría en mi cabeza!, por Dios bendito, yo tenía como unos diez años

y cuando eso de que yo ¡Dios mío!, yo me desperté y yo decía dentro de mí, en mi

pensamiento con los ojos cerrados -pero consciente-: “Yo estoy despierta y ¡algo

tengo en mi cabeza por Dios!”, yo sentía el peso en mi cabeza, pero no sabía qué

era, ni me imaginaba qué era.

Entonces yo poquito a poquito fui corriéndome así, así, así, fui estirando la mano y

ya cogí la lámpara y la prendí. Yo no sé cómo mi Dios divino del cielo me ayudó, me

dio el valor, el coraje, Dios mío, de coger ese animal y botarlo al piso; como Dios me

ayudó. Antes no me mordió ese animal ¡Virgen Santísima, Dios mío! Y así me la

quité y la boté. Y empiezan esos ratones así chiquitos en mi cabeza y empiezo yo a

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quitármelos y a botar esos ratones pelados chiquiticos, ¡Virgen Santísima, Dios mío!,

parece una cosa como de película. ¡Dios santísimo!, yo ya me acabé de quitar esos

animales y empecé a gritar como una loca, yo parecía una loca; antes no me volví

loca. Yo decía: “Dios mío, ayúdenme, ayúdenme”, entonces mi mamá se levantó y

calentó agua, yo tenía sangre en la cabeza, o sea esa rata me había dado cría ¡en

mi cabeza!, ¿se imagina el pánico que yo les tengo?

Yo tengo ese trauma y toda la vida lo he tenido; cómo sería que yo desde ahí me

empecé a cortar mi cabello, yo dije: “Córtenme ese cabello, yo no quiero más

cabellos largos” y nunca en mi vida volví a tener el cabello largo.

Mi papá me llevó al psicólogo, hizo de todo porque yo me estaba era volviendo loca,

me despertaba todas las noches a llorar y a gritar como una loca por eso que me

había sucedido con ese animal.

Y entonces en esa casa había hámster, pero ¡son de la familia!, ¡son iguales!

Cuando yo, bueno, con la señora contenta y todo con mi trabajito, llego allá; ella se

le había olvidado ese pequeño detalle, cuando yo llego, bueno, yo dije: “Tengo que

ganarme al niño Albeiro”, era como de unos ocho añitos –ya estará grande- y yo lo

saludé y tal, ganándome el chinito. Al ratico llega la señora Fanny y me dice: “Mijita

se me había olvidado decirle que yo tengo unos hámster y yo los tengo dentro de

una jaula grande en el patio y la hámster da cría y yo los vendo en plaza”.

Ay ¡Virgen Santísima, Dios mío! cuando me dijo eso, era como si me hubieran

echado un balde de agua fría encima, pero yo tenía que disimular, yo no podía

demostrarle a ella miedo, ni podía demostrarle nada, porque o si no, no me daba el

trabajo y yo estaba muy necesitada. Entonces qué hice yo, lo que hice fue decir:

“¡Dios mío, ayúdame Dios mío!”, fue lo único que yo le pedí a mi Dios con toda el

alma, que me ayudara.

Entonces ya la señora Fanny se fue y me dijo: “Eso sí, cuando yo llegue usted ya ha

tenido que cambiarle el papel (porque ella les ponía papel periódico en la jaula),

cambiarles el papel, darles la comida, cambiarles el agua porque toca cuidar mucho

a la hámster. Eso sí se los recomiendo mijita porque esos son mis tesoros”, me dijo

así, ¡Virgen Santísima linda!

Yo entonces dije: “No, esto no hay sino que hacer una cosa”, entonces yo hacía todo

mi oficio por la mañana juiciosa. Cuando llegaba, despachaba al niño, le arreglaba

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su uniforme, me ponía arreglar la casa, a hacerle el almuerzo a la señora Fanny, yo

toda juiciosa y cuando el chinito llegaba a las 12 en punto de estudiar, entonces yo

me lo conquistaba, yo le decía: “Papito usted y yo hacemos un trato, yo le ayudo con

sus tareas, yo le ayudo en lo que usted me diga y sumerce me hace el gran de favor

y me ayuda a cambiarle el papelito a los animalitos allá en el patio”, yo no le

demostraba miedo ni nada, usted sabe que los chinos son fregados, entonces me

dijo al principio: ¿Y por qué, es que usted les tiene miedo? y le dije: “No papito, es

que no me ha quedado tiempo y llega la mamita y se pone brava si yo no los he

arreglado”. Entonces el chinito iba al patio y yo cerraba la puerta para que no se

fueran a venir a este lado

Pero eso no fue tanta la dicha porque al niño se los llevaron a sus vacaciones a otra

parte y que me tocaba a mí ¡Virgen Santísima, Dios mío! yo me sentaba a llorar y yo

decía: “Dios, yo qué hago”.

Yo ya contenta con mi trabajo, pues yo me limpiaba las lágrimas y decía: “Dios mío,

no puedo seguir llorando, yo tengo que solucionar algo”, entonces desde lejos, Dios

mío, abría la puerta del patio, conseguí un palo largo y como podía, hacía

malabares, abría la jaula -pero no me acercaba- y los sacaba con el palo ¡ay Virgen

Santísima! y como no querían salir, porque el chino los alzaba y les ponía el papel,

pues se ponían furiosos porque se sentían atacados.

¡No!, eso fue... Mejor dicho, yo vivía traumatizada porque volví a revivir todo.

Duré poquito en esa casa, no duré mucho, como tres o cuatro meses, porque el niño

después de las vacaciones ya no les cambiaba el papel ni nada.

Después esa hámster tuvo los animales y de rabia se murieron -porque yo con el

palo-, entonces como que ella se dio cuenta y preguntaba, me decía: “Tan raro que

al animal se le murieron los animales y se volvió agresiva, se volvió rabiosa”.

Entonces ella, ¡claro!, como que se la pillaba, como que se imaginaba que yo estaba

haciendo algo para que ese animal se volviera agresivo, pero bueno, no dijo ni nada.

Ella como que se resignó a que el animal no hubiera hecho cría, después volvió y

quedó embarazada y otra vez volvieron y se le murieron los hijos. ¡No! ¿Usted cree

que yo los iba a tocar? Yo era a metros, a metros con ese animal, entonces por unos

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lados contenta por otros no. La señora me dejaba llevar la comida que quedaba –no

los sobrados- y todo, pero por el lado de ese animal, si no.

Entonces, cuando volvió a aparecer el papá de Fernando -llegó allá a preguntas o yo

no sé cómo hizo-, dijo que a pata se había ido a buscarme. Ya había estado

chequeándome algunos días, cuando yo un día iba llegando con la comida y me

sale. ¡Ay Dios mío!, dije yo: “Otra vez la pesadilla volvió” y ya entonces él habló

conmigo y me dijo que ya había cambiado, que ya quería vivir conmigo otra vez, que

él ya había sacado una pieza bien arreglada, bien amoblada, que él ya. Sí, que

íbamos a empezar una nueva vida, que no sé qué.

Yo de bestia que fui, dejé todo, dejé el trabajo, me vine para acá a Bogotá otra vez

con él. Mi papá me decía: “Pero cómo se le ocurre a usted”. Pero uno es como terco

y mejor dicho, me vine otra vez.

Cuál pieza, eso no tenía pieza ni nada, nada tenía. Me llevó por allá para esas

residencias del centro y yo siga sufriendo y a quién me iba a quejar, si yo era la

culpable. Él me peleaba por todo, por todo, por cosas insignificantes, por cualquier

cosita. Él se iba y no me dejaba plata para la comida -y yo de dónde le iba a dar

comida- y llegaba borracho, de una vez me pegaba, que le diera comida y yo de

dónde le iba a dar si no tenía plata.

Entonces ya nos vinimos ahí para esas residencias y como yo no me cuidaba, no

planificada ni nada, quedé embarazada de Jaqueline.

Cuando yo volví, en esas residencias me quedaba la sola noche y al otro día me

sacaban. Me tocaba en un parque cambiar al niño, estar todo el día por la calle sin

casa, sin pieza, sin nada. Mejor dicho una vida muy terrible pasé yo con Fernando

pequeñito.

Ya mi hermanita me ayudó -mi hermanita, otra vez, porque ella es tan linda, yo la

quiero tanto a ella-, me regaló una camita, me consiguió una estufa, me pagó el

arriendo, mejor dicho, me ayudó. Porque yo un día fui y le dije: “Mire que yo estoy

desesperada, no tengo pieza, no tengo nada. Cuando él quiere pagar allá esa

residencia nos podemos quedar, cuando no, nos toca quedarnos en la calle con el

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niño…estoy sufriendo mucho”. Entonces ella me ayudó y sacamos la pieza y seguí

con esa vida terrible, espantosa… rodando y sufriendo.

Entonces ya para yo dejarlo, ahora si la copa que, mejor dicho la gota que rebosó la

copa, ya fue cuando llegamos a una pieza. ¡Virgen Santísima!, y yo no sabía Dios

mío, era la pieza que le decían la pieza de las ratas y era una pieza barata, una

pieza de esas de piso de tabla.

¡Virgen Santísima!, y nosotros en ese tiempo -Esperanza todavía no me había

regalado la cama-, estábamos durmiendo en un colchón en el piso, cuando

apagamos la luz. Nos tapábamos con una sábana porque no teníamos cobijas ni

nada -una pobreza, mejor dicho absoluta-. Yo siento es que algo se subió a

caminarme encima, ¡ay Virgen Santísima! y yo dije: “¡Dios mío, esto qué es!”, pues

era una rata, una rata grande inmensa y él se paró, el asqueroso ese se paró y

prendió la luz.

¿Sabe qué hizo? ¡Ay Virgen Santísima! -es que este hombre es muy malo o era yo

no sé-, llegó y ¡claro!, como siempre les he tenido miedo, entonces el llegó y cogió

un palo, pero no la mató, le sacó un ojo a la rata, ¡le sacó un ojo!, le pegó y la rata

no se iba, sino que se quedó en un rincón con una ira chillando, con el ojo

sangrando y brava. Claro estaba furiosa, entonces yo me le arrodillada y le decía:

“Leonel de por Dios, por lo que más quiera mate ese animal o sáquelo de por Dios”,

se reía, se reía y me decía: “Pues muy de malas, si quiere sáquela usted y si no de

malas jodase”.

Yo prendía la luz, cogía a mi chinito y decía: “Dios mío se me viene este animal” y

entonces yo vigilaba al señor dueño de la casa y cuando él se iba a acostar, yo

prendía la luz, ¡ay Dios mío! y el señor se levantaba otra vez y que el bombillo

prendido que no sé qué, entonces yo volvía y apagaba; pero a mí me daba un

miedo, porque yo decía: “Dios mío ese animal como está furioso y está herido, va y

nos muerde o quien sabe qué”.

Al otro día llegó mi hermana, la que se murió y entonces me dijo: “Yoli y usted qué

tiene” y yo lloré y le dije: “Mire pasó esto y esto Rosita, Dios mío mire ese animal, yo

qué hago”, yo desesperada le dije: “Vaya a la casa de por Dios, llámelo haber si

viene y mata ese animal o hace algo”. Mi papi llegó. Mi papi lo insultó, le dijo: “Usted

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como es de corrompido, como es de malo. No ve que a la muchacha por lo que le

sucedió cuando estaba pequeña, vive traumatizada con esos animales”, decía:

“Pues de malas, yo tengo que vengarme de lo que ustedes me hicieron”, entonces

mi papá otra vez le cascó, le dio otra trompada lo trató mal y agarró ese animal, lo

saco por allá de la cola y lo mató.

Me decía mi papá: ¿Y así va a seguir usted con él, así va a seguir usted con él? y yo

le decía: “¿Pero ya qué puedo hacer?” y ya otra vez embarazada y con el niño

pequeño.

Es que uno si, ¡uy! uno es más bruto que…Él cogía al niño lo sacaba por las

mañanas, lo bañaba con agua fría y le decía groserías: “Este no sé cuántas no es

hijo mío” y dele. El chinito es la misma estampa de él -mis dos hijos son igualiticos a

él-, ellos dos físicamente no se parecen a mí. Es que todo chino negado es igual al

taita.

Si, entonces un día ya después de eso, para yo dejarlo, ya fue lo último después de

tanto que me hizo él… Yo tengo las cicatrices porque me tocó romper un vidrió

porque un día cuando la niña estaba pequeña - ya había nacido Jaqueline- él llegó

ese día borracho a pegarme y entonces me encerró.

Yo no sé de dónde saqué valor y agarré un florero así grande, y yo, de que tanto me

pegaba y me dejaba y me dejaba -yo no sé de donde saqué fuerzas-, le rompí ese

florero en la cabeza, entonces a lo que se vio sangre, me dijo: “Ahora sí la voy a

matar”, cerró la puerta con llave, se echó las llaves al bolsillo y me cogió a patadas

en el piso y deme patadas; entonces como pude me paré y ¡pra!, rompí ese vidrio,

un vidrio que había ahí en comunicación con otra pieza y me salí.

Eran las dos de la mañana, llegué donde mi hermana que me ha ayudado harto -

Esperanza- fuimos y llegué sangrando donde los policías y les dije que él me había

cortado y él no lo había hecho, pero yo lo acusé para que se lo llevaran preso, se lo

llevaron y él decía: “Diga la verdad, diga la verdad”, y yo les decía: “Sí, el rompió ese

vidrio y me cortó” y como yo estaba toda sangrando entonces los policías me

creyeron a mí y lo encerraron tres días en el calabozo. Mi papá decía: “Ahora sí

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cuando salga, mejor dicho, la va a acabar”, entonces yo le dije: “Una de dos, o sale

mansito y se calma o quién sabe qué me hará”.

Mi papá decía: “¿Y usted va a esperar que salga, lo va a esperar? y yo le decía:

“¡Pues sí!, lo voy a esperar a ver qué va hacer”.

Entonces yo ya tenía a la niña, pero antes de eso, se me olvidó contarle que la niña

se me vino a los 6 meses y medio porque él me cogió a patadas.

Él trabajaba en Abastos y no me había dejado un peso para comer, nada, nada, ni

para darle al niño, ni nada. Yo le ponía el pecho para que él chupara, pero yo no

tenía ni una aguapanelita para darles, nada y yo embazada. Pero yo me lo había

buscado, entonces a quejarme ¿a quién?, me tocaba ahí lo que fuera con él porque

qué, qué más hacía. Ya no podía

decirle a mi papá nada, porque con

qué cara.

Y entonces, yo tenía mucha

hambre y salí como a las doce del

día y estaban unos señores

tomando en una tienda, entonces

yo le dije al señor de la tienda:

“¿Señor me puede hacer el favor y

me fía una bolsita de leche y unos panes?”, me dijo que no fiaba y entonces un viejo

de esos me miró y me dijo: “Mamita yo le puedo dar eso, pero usted ¿qué me da a

cambio?” y yo embarazada -pero como los hombres son así-, entonces yo apenas lo

mire mal y me salí de la tienda y llegué a la casa y me puse a llorar.

Mi vecina, la señora Teresa llegó de la plaza y me dijo: “¿Qué tiene?”, entonces yo

le dije: “¿No vio por allá a Leonel?”, me dijo: “Sí, está jugando por allá billar en

Abastos y está tomando” y yo le dije: “ay, es que tengo mucha hambre y él no me

dejó plata ni nada y yo no tengo nada para comer”, entonces como ella llevaba

plátanos, me dio dos plátanos verdes y me dijo: “Tome –en ese tiempo como

quinientos pesos- vaya y compre un pedacito de hueso y unas papas y haga un

caldito” y me fui toda contenta y luego ahí haciendo mi caldo, ya resignada porque

dije: “Yo hago ese caldo y ya, me lo tomo” y acababa de estar el caldo y yo estaba

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alistando el plato para servirme toda contenta -porque como yo tenía harta hambre-,

cuando llega, entonces cuando lo vi, fue al pie mío y de una vez me agarró del pelo

y me dijo: “¿Usted qué está haciendo?”, entonces yo le dije: “¿Haciendo un caldito?”

y “¿quién le dio para que comprara eso?” yo le dije: “La señora Teresa” y me dijo:

“¡Sí, la señora Teresa!, algún mozo que tiene y le dio pa’ eso” y empieza a pegarme

a darme cachetadas y me votó al piso en el patio -la cocina era cerca al patio- y me

coge a patadas y yo así embarazada, entonces claro, yo me desmayé de hambre y

de todo… paila me desmayé.

Cuando yo desperté, ya me habían echado dentro de un carro y me tenían en el

hospital, porque la chinita ya pues, yo era sangre y sangre y sangre, ya a mí no me

daban dolores, entonces los médicos me decían que estaba muerta porque no se

movía. Seguramente del susto se quedó quietica allá en la barriga y no se movía

para nada. A mí me hacían el tacto y me tocaban así y no, no se movía, entonces

me pusieron el pitocin y llegó todo borracho allá.

La señora Teresa, como sabía dónde vivían mis papás fue y les avisó y mi papá y mi

mamá me llevaron. Otra vez vuelve y juega. Me llevaron al hospital para que naciera

y entonces “el indio” llegó todo borracho allá, eso le pegó al celador y llegó a ser

grosero y todo y mi papá le decía: “Si la muchacha se muere usted es el culpable y

se va pa’ la cárcel, porque usted le pegó y por eso fue que la hizo prácticamente

abortar, porque ese criaturo no se va a salvar”.

Entonces como cosas de mi Dios, me la dejó, porque es la única que está conmigo,

digamos. Nació pesando ¡una libra y cuarto!, era mejor dicho una cosita que no se

veía casi, el doctor me dijo: “Esa niña no se le cría”. Lo que le faltaba en mi

estómago la tuvieron en la incubadora.

Yo me iba caminando, le decía a los choferes que me llevaran a la Hortua -porque

ella nació en ese hospital-. Nosotros vivíamos en ese tiempo ahí en Kennedy y me

tocaba ruéguele a los choferes y todo porque me tocaba ir dos veces en el día, irle a

dejar leche para que le dieran la lechecita a ella, porque eso era, mejor dicho, casi

no se veía la niña; chiquitica, chiquitica.

Cuando yo le hablé a la enfermera y le dije: “¡Ay señorita! ¿Me puede hacer un

favorcito? Yo le dejo la leche por la mañana, porque es que a mí me queda muy

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difícil estar viniendo dos veces en el día y yo vivo muy lejos y no tengo plata, ni

recursos, ni nada como traerle la leche”, entonces me dijo: “Bueno, está bien me le

deja”. Me tocaba con uno de esos cosos que sacan leche y exprimirme mejor dicho

hasta lo que no podía -eso me dolía los senos- y le dejaba la leche para el día.

“El indio” me decía: “Pues deje esa china, eso pa’ que va más por allá, déjela allá en

ese hospital, abandónela, no bregue más con ella” y yo le decía: “Nunca, yo a mi

niña no la dejo nunca en la vida. Claro, como usted no sintió dolores pa’ tenerla. Yo

sí sentí los dolores y es mi hija y no la voy a dejar a ella, no la voy a dejar

abandonada”.

Y bueno así pasó, ya me la entregaron yo contenta y el médico me dijo: “No se haga

ilusiones, porque por lo chiquita en cualquier momentico se le muere”, pues bebé

canguro, me tocó criarla encima de mí -por eso es tan apegada a mí- y poco a poco

con paciencia fue creciendo y ¡yo más contenta!

Cuando ella ya tenía ocho mesecitos yo me separe de él, porque lo último, lo último

que él me hizo, ya ahora sí, que ya la copa que se rebosó ya...fue que llegó un día a

la pieza y me encerró, cuando yo vi que cerró dije: “Dios mío”, yo pensé que iba a

abusar de mi o algo a las malas como siempre lo hacía y entonces cerró y me

agarró, me cogió contra la pared y era a obligarme que fumara marihuana, entonces

yo le dije: “No, así usted me mate yo no voy a fumar eso, yo no y no y no”, yo apreté

la boca y yo miraba pa’ arriba y decía “Dios mío ayúdame, yo no quiero, yo no quiero

probar eso, yo no, yo no Dios mío”, entonces yo agarré como pude y ¡pra!, le di una

patada ¡pra!, y me escapé, salí y me fui y dije yo -ahora sí como dicen-: “Lo que me

toque hacer con mis hijos pero yo no, no más con él. Dios mío ya no más, no más,

ya no quiero más con él”. Dios mío ¡no más! Eso que dice uno “ya llegué a un límite

y ya no más”.

Me fui con mis dos hijos sin un peso, sin tener pa’ donde irme, volvió la historia a

repetirse y ya con dos, Fernando y la niña -ellos se llevan dos añitos, Fernando tiene

28 y Jaqueline tiene 26- y yo con mi chinita chiquita y mi chinito y me fui.

A empezar a rodar, a sufrir, a empezar a buscar trabajo y con los dos niños y sin

tener quién me los cuidara, sin tener ni para una agua de panela darles, muy terrible,

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-la historia mía fue muy triste, muy terrible-, pero más sin embargo mi Diosito

siempre me miró, siempre me ayudó y siempre me ha ayudado.

Yo empecé con ellos… eh… yo no me acuerdo ya donde fuimos a parar ese día.

¡Ah!, fuimos para donde una hermana mía para hablar y yo le dije que si me podía

hacer el favor y me dejaba quedar un tiempo mientras que yo me cuadraba y me

organizaba. Que me dejara llevar mis cositas para allá, que yo ya definitivamente me

iba a separar de él, que yo ya no podía, que ya era un límite en que ya no podía vivir

con él, entonces mi hermana me engañó y me dijo que sí.

Y el indio se fue (mi papá lo puso el indio y yo también le decía el indio) a las cuatro

de la mañana para Abastos a trabajar, porque él descargaba camiones y todo eso.

Fue yéndose y yo arreglé mis cosas de una vez, ya yo tenía todo por debajito de

cuerda empacado, yo ya tenía mis planes y dije: “Apenas se vaya, Dios mío, arranco

y me voy con mis chinitos”.

Como las cositas eran mías porque mi hermanita me las había regalado y yo no

tenía mucho, pero siempre tenía mis cositas, yo decía: “No le voy a dejar a él eso,

pa’ que él lo coja y se lo juegue al billar ni nada, yo no, yo tengo que sacar mis cosas

y mi ropita y la ropita de los niños y todo”.

Entonces mi hermana me engañó y me dijo: “Sí, traiga las cosas para acá”.

¡Ay, Dios mío!, llegué allá como a las cuatro y media, casi a las cinco de la mañana

con mis chinitos. Llegué allá donde mi hermana -ella vivía en ese tiempo en el barrio

San Vicente-; después de haberle yo hablado, después de haberme prometido que

sí me iba a dejar guardar mis cositas; yo le dije: “Así no me deje quedar con los

niños -yo después busco donde quedarme-, lo que necesito es que me deje guardar

mis cosas” y ya salió por una ventana y me dijo: “No, José se pone bravo (o sea el

marido). Yo aquí no le voy a dejar a usted guardar nada, usted vera qué va hacer” y

cerró la ventana.

¡Ay Dios mío! y el señor del camión me dijo: “¿usted qué va hacer?, ¿dónde le

descargo este trasteo?”. Yo no tenía dónde llevar mis cosas, yo dije: “Dios mío y

ahora yo qué hago”. Entonces, bueno, el señor del camión me dijo eso mismo, que

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yo qué iba hacer, entonces le dije: “Pues descárgueme mis cosas aquí -o sea en la

calle- porque a mí me da una pena con usted perjudicarlo, usted tiene que ir hacer

sus acarreos. Yo voy a sentarme aquí a esperar si a ella se le conmueve el corazón

y me deja entrar, me abre o algo”. Entonces me dijo que si ella era mi hermana y yo

le dije que sí, entonces me dijo: “Pero de muy mal corazón”. Y los chinitos ahí

tiritando del frio en el andén, sentados.

Y no nos abrió la puerta, ni nos dejó entrar ni nada, nada, nada. Entonces cuando el

señor me dijo: “No, yo no la voy a dejar a usted aquí. Y eso no le ruegue a su

hermana, si no tiene dónde quedarse, yo le hablo a mi mujer y nosotros le damos un

rincón mientras usted encuentra algo para donde irse o alguna cosa soluciona.

Cómo se va a quedar en la calle con esos niños para que se le enfermen o quién

sabe qué”.

Entonces ahí salió el marido de ella, le dije que yo no tenía dónde llevar mi trasteo y

que Lucía me había dicho que sí. Pues me dijo que le hablara al dueño de la casa.

¿Usted cree? Y yo sin conocerlo ni nada.

Pues yo hablé con él -Don Alfonso- y le dije: “Ay señor, Dios mío, que pena con

usted me da, pero es que mire, no tengo dónde llevar mi trasteo y Lucía no me lo

quiere guardar aquí” (ella decía que le daba miedo, porque ella conocía y sabía la

historia mía y sabía que el indio ese, llegaba a echar piedra, a romper los vidrios,

mejor dicho. Entonces ella se escudaba en eso y decía que no quería problemas).

Bueno, yo le dije al señor: “Déjeme guardar mis cositas, porque es que yo no puedo

dejarlas en la calle”, entonces me dijo: “Yo le dejo guardar, pero yo no le respondo a

usted por nada porque aquí hay hartos inquilinos. Le toca que deje eso en el patio y

si llueve yo no le voy a responder, si se le daña, si se le moja, mejor dicho yo no

respondo por nada”, entonces yo le dije que sí, ¿qué más podía yo hacer?

Entonces el señor me dijo que yo para dónde iba y yo iba para Abastos, entonces

me llevó. Como mi mamá vive cerca de Abastos, ¡ay Virgen Santísima! y cuando me

deja donde estaba el indio. Lo que yo hice fue bajarme de ese camión y coger los

dos chinos y vuélele, corra, nosotros era, mejor dicho, como si nos hubiéramos

robado algo o como si nos estuvieran persiguiendo, una sola carrera.

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Llegamos donde mi mamá -que siempre queda lejitos-, antes de la seis de la

mañana, entonces mi mamá, claro como mi papá ya se murió hace más de 20 años,

entonces me dijo: “¿Y usted aquí? Y que tal el indio venga, es la primera parte que

va a venir a buscarla. ¡Cómo se le ocurrió venirse para acá!” Y le dije: “Entonces

¿para dónde más cojo, yo qué más hago?”.

Nos entramos los chinos hay callados, cuando llega el indio y nos metimos debajo

de la cama, yo les decía: “Cállense de por Dios, no respiren duro pa’ que no nos

encuentre aquí”. Eso era… ¡uy Dios mío! una pesadilla espantosa. Eso miraba todo,

a ver si encontraba trasteo, eso le decía a mi mamá: “Señora Beatriz, usted sabe

para dónde se fue”, pero como no encontró nada, ni vio pistas de nada, pues

calladito se fue.

Entonces mi mamá nos tenía, pero digamos, escondidos. Tenía una alberca grande

en el patio y ahí nos metíamos. Cuando llegaba, era el pánico, porque mi mamá lo

veía y yo no salía ni nada, sino que era ahí como camuflada. Dios mío, qué vida.

Él decía que me iba a quitar los chinos, que se iba a llevar a Fernando. Entonces

nosotros nos escondíamos y todo eso.

Mi hermana fue y me llevó el trasteo como a los quince días, me lo botó ahí en la

puerta, pero botado, botado. Los colchones mojados, mejor dicho todo vuelto nada

yo tenía un televisorcito chiquito, blanco y negro, lo había ido pagando a poquitos pa’

los chinos y me dijo: “Yo el televisor lo cogí y se lo voy a decomisar porque el señor

no crea que le va a guardar las cosas gratis. El señor cobra por guardarles las

cosas”, pero ella era pa’ coger la platíca, porque él qué iba a cobrar si era en el

patio. Bueno, yo no me afané por eso, dejé que lo cogiera.

Entonces así pasó. Los chinos estaban pequeños y mi hermana otra vez vuelve y

juega. Yo siempre acudo a ella, ¡ella es tan linda!, ella, mejor dicho, ella es muy

linda, yo la quiero mucho, ella siempre me ayuda. Y volví a donde mi hermanita

Esperancita y me dice: “¿Sabe qué?, no me diga nada porque usted nunca va a

dejar a ese indio. Desde que usted esté con ese indio no vuelvo a ayudarle, porque

ya me da es rabia”, entonces le dije: “No, ahora sí es definitivo, yo ya no quiero nada

con él, ni quiero saber nada de él; mejor dicho, eso es pasado, porque es que no

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quiero ¡ni verlo! Pero ahora sí, necesito que usted me haga el favor y me de la

mano, porque yo estoy ¡como siempre!, llevada… mal, mal”. Ella me dijo: “Bueno, si

es sin ese indio”.

Primero me llevó pa’ donde ella, me acostaba en un camarote con los chinitos de

ella que estaban en ese tiempo pequeños -mis sobrinos- y ahí nos acomodábamos y

me dijo: “Bueno, usted se va a poner juiciosa a trabajar, usted va a ahorrar la platíca

para que saque una piecita, para que se acomode y ya no siga sufriendo, porque

entonces ¿toda la vida va a ser de sufrimiento para usted?”.

Entonces yo me puse juiciosa a trabajar, yo ahorré, saqué una piecita, ya me

organicé con los chinos, ya ella me siguió dando trabajito -porque como ella tiene

modo y el marido es más o menos acomodadito. Tienen su buen carro, su casa bien

bonita-, entonces ella me dijo: “Yo la voy a ayudar, pero usted me tiene que

prometer que nunca más va a volver con ese indio”, yo le dije: “No, se lo prometo, se

lo juro que yo ahora sí borrón y cuenta nueva”.

Me habían operado para no quedar embarazada, porque yo después de todo eso,

tenía terror a tener más hijos, entonces cuando Jaqueline tenía como seis mesecitos

me operé, me cortaron. El médico me dijo: “¿Le ligo?, porque con el tiempo puede

volver a quedar embarazada”, le dije: “De por Dios córteme, porque yo no quiero

nunca más volver a tener hijos” y así pasó.

Yo me organicé, ya mis chinitos empezaron a crecer… entonces yo trataba de darles

lo mejor que podía, empecé a trabajar en restaurantes, en casas, mejor dicho donde

me saliera trabajo.

Durante diez años yo duré sola, no pensaba en hombres ni en nada, yo estaba sola

y yo decía: “Mis hijos y ya, luchar con ellos y bregar con ellos”, cuando entonces ya,

conocí a Gustavo. Llegué a pagarle el arriendo y él, pues, ya hace seis años se

había separado, tiene tres hijas –ya están grandes, tienen hijos y todo-, y él estaba

sólo, llevaba seis años viviendo sólo y pues me fui a vivir en su casa.

Fernando tenía 10 añitos y Jaqueline 8. Entonces él solo, yo sola y pues él, como

siempre ha sido buen hombre -él es de malgenio, no voy a decir que es perfecto,

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porque no lo es-, pero él nunca me ha pegado, ni me trata con malas palabras,

nada, yo nunca puedo decir que él es grosero; gracias a Dios, ¡bendito sea Dios!

que me dio un buen marido. Ahora sí como dice el cuento, me dio la recompensa de

tanto sufrimiento que yo había pasado.

Pero como le digo, nada es perfecto, ya yo dije: “Ese fue un capítulo de mi vida que

ya pasó” y ya pues, yo tenía mis chinitos, Gustavo me les dio estudio y ya el indio

estaba en el pasado totalmente. Cuando un día, Jaqueline llegó de estudiar y ella

como lo conocía por fotos, entonces y me dijo: “Mamá, el indio, el indio me venía

siguiendo”, entonces cerramos la puerta y como con ese miedo.

Cuando llegó a golpear ahí. Pues a preguntas llegó, “que unos niños monitos”,

porque ellos son muy lindos, Jaqueline es de ojos verdes y Fernando también, ellos

son muy simpáticos ambos. Bueno, entonces ya llegó a golpear y yo dije: “Gustavo

Dios mío, el indio, el papá de los chinos. ¡Ay! pero yo no quiero que lo conozca,

porque yo sé lo que es él y él de pronto le hace daño”, porque él me decía que el día

que yo lo dejara y él me encontrara con otro, que él me mataba o que mataba al

compañero que yo tuviera. Entonces él me dijo: “Yo no le tengo miedo, yo soy un

hombre igual que él y yo no tengo porque esconderme, camine salimos y lo

enfrentamos”, salimos y ya entonces Gustavo le dijo: “Si usted va a venir hermanito

a hablar conmigo decentemente hablamos, si usted va venir en otra actitud yo no

voy hablar con usted”, entonces él le dijo: “Si, yo quiero hablar con usted, yo quiero

ayudarles a mis hijos para el estudio” que no sé qué, pero eso era pretexto pa’ volver

conmigo, no era tanto por los hijos.

No es que yo sea vanidosa, ni que me las dé de mucha cosa, pero él era por mí, yo

después lo comprobé.

Entonces apareció otra vez esa pesadilla en mi vida -porque eso fue una pesadilla,

lo único bueno fueron mis hijos, de resto todo malo con él-. Entonces él ya empezó a

darle plata Fernando -o sea a querérselo ganar-, ya empezó a darle consejos, ya los

domingos se lo llevaba. Entonces todo lo que yo había construido, lo bueno que yo

construí con ellos... traté de alejarlos.

Compraba cosas para mí, chocolatines y cosas, que dele a su mamá y yo decía: “Yo

no necesito nada de él” y era para hacerme pelear con Gustavo. Ya lo último, yo

salía a la calle, se me atravesaba y me agarraba.

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Un día iba por el parque a comprar lo del almuerzo y me salió, entonces una vez me

echó mano y yo lo volteé a mirar, y como me cogió, yo le dije: “¡Suélteme!, a mí no

me coja, usted no tiene ningún derecho de cogerme a mí, ni nada”. Yo como que ya

me le revelaba de tanto mal que me había hecho, entonces ya me decía: “Yo quiero

chatica volver con usted (porque él siempre me decía chatica)”, me decía que dejara

ese viejito y que consiguiéramos un camión (Gustavo ha sido tan lindo que él me

tiene mis cosas, mi televisor, mi salita, inclusive tenemos televisor en la cocina),

entonces él quería, en una palabra hablándolo, robar a Gustavo y que nos fuéramos,

le dije yo: “Nunca lo haría en la vida y él se ha jodido consiguiendo sus cosas y yo

no tengo porque robarle (además que yo me considero que siempre he tenido un

buen corazón) y menos para que usted se gaste todo en vicio”, entonces va y me

dice: “Chatica ¿tan mal le fue conmigo?”, yo le dije: “Mal no, ¡re mal!, yo con usted

no volvería ¡nunca!, ¡nunca! en la vida”, se me arrodillaba y me suplicaba.

Entonces convenció a Fernando -el chino ya se me revelaba, ya estaba

volantoncito-, ya me dejó el estudio (Gustavo les pagaba colegio privado), entonces

empezó a darle plata para que le cogiera amor a la plata y ya los domingos se lo

llevaba para donde él vivía. Empezó el hediondo chino con las máquinas y ya

entonces un día el chino me salió y me dijo: “Mamá yo estuve hablando con el indio

–porque al que le dicen papá es a Gustavo- y él me dice que me vaya con él y que

me va llevar a trabajar en las fincas cogiendo café y todos esos trabajos de finca”.

Entonces, pues no sé, yo cometí el error, yo de pronto, porque el chino no me

cogiera malos caminos, malos vicios ni nada, yo dije: “Bueno, -pues a mí se me hizo

fácil decirle- váyase con su papá”. ¿Y a qué se fue con el papá?...

Me lo dañó, me lo llevaba a los prostíbulos, lo ponía a trabajar y no le pagaba, lo

tumbó tres meses por allá. Él me llamaba y me decía que el indio le pegaba, bueno,

que estaba mal con él, que si lo recibía otra vez, yo le decía: “Claro papito, eso ni lo

pregunte, vengase y consígase lo del pasaje”…le enseñó a meter vicio…todo lo

malo...todo lo malo.

Ya él llegó y ya no era ese niñito que me decía que le regalara cien pesitos para la

máquina. Cuando él llegó yo lo noté rebelde, yo lo noté mal, entonces ya un día le fui

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a lavar la ropa y le encontré marihuana en los bolsillos. Yo me puse a llorar, le dije a

Gustavo: “¿Qué hacemos?”. Entonces el indio llamó a la casa y me dijo: “Ahí le

mande a su hijito y se lo mandé bien arreglado. Esa es mi venganza por no haber

querido usted volver conmigo”, o sea él se vengó en Fernando…lo que yo más

quiero… yo le dije: “Desgraciado, infeliz, hay un Dios en el cielo y algún día usted lo

tiene que pagar, porque él es su hijo”.

Entonces ya Fernando cogió ese vicio y empecé a llevarlo a rehabilitaciones y entre

más, él más se hundía, más y más y más. Allá lo llevamos a Cajicá y se juntó con

los del centro, con los de las Cruces, bueno, con toda esa gente y peor y peor y peor

se hundía en el vicio. Ya después empezó fue a oler pegante, ya se inyectaba. Él se

iba por allá para Chapinero a esos bares y hablándolo francamente, él se prostituía

para conseguir para el vicio, en la casa empezó a robarme todo, todo. Entonces a mí

me tocó sacarlo, con el dolor de mi alma me tocó echarlo pa’ la calle y él peor se

volvió.

Cuando ya completó los 18 años, me fui para el servicio militar, me le arrodillé y le

dije al señor: “Lléveselo” -porque yo creí que en el servicio militar él iba a cambiar-,

ya no sabía que más hacer con él y él me dijo: ¿Y por qué, es que el muchacho

consume? y yo no le quise decir la verdad, yo le dije que él era grosero y él se dio

cuenta de eso, entonces se lo llevó.

Allá duró catorce meses, pero él me contaba que allá era donde más metían vicio. Y

yo pensando que se iba a proteger y ¡qué!, eso lo echaron porque se alió con la

guerrilla, iban a volar ese comando, eso se volvió mejor dicho, una cosa espantosa y

quedó sin libreta y sin nada.

Llegó de nuevo a la casa con su vicio en la pieza, a hacer males, a ser grosero, a

ser altanero con la hermana, me le robaba todo, la cogía por ahí en la esquina a

patadas, le quitaba la bicicleta, llegaba a la casa y como Gustavo trabajaba, me

cogía el portón a patadas, mejor dicho una cosa espantosa. Yo ya no pude seguirme

aguantando eso.

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Un día me fui a pagar un recibo y cuando llegué, le habíamos dejado una piecita en

el segundo piso, porque yo dije: “Aquí con la niña no lo dejó más, ¡Dios mío!”. Y

había formado una olla. Pintó un diablo grande el pared, con cachos, cola y todo,

¡Virgen Santísima! -a mí me da como escalofrío pensar en eso-, y tenía cantidad de

manes ahí metiendo vicio y con una grabadora a todo volumen, entonces yo me

eché la bendición, cerré la puerta de mi habitación, aseguré todo, abrí el portón y les

golpee duro en esa pieza, como Dios me ayudó, les dije: “Saben qué, se me largan

ya de aquí, porque ya les llamé la policía”, a lo que les nombre la policía fueron

bajando, el último fue él y se me enfrentó y me dijo todo vuelto nada: “¡Y qué cucha,

no puedo traer a mis amigos!”, y le dije: “No señor, porque esos no son amigos y la

casa usted no me la va a convertir en una olla, se me larga y empaca sus chiros”.

Fernando estuvo en una secta satánica…con el dolor de mi alma más grande del

mundo…….pero… lo eché otra vez a la calle. Me cogió rabia, resentimiento, de todo,

pero yo no lo podía tener ahí más, a Gustavo le decía: “¡Qué cucho!, ¿nos vamos a

matar?” y lo desafiaba y todo. Yo no podía seguir permitiendo eso.

Entonces cuando yo lo veía en la calle le daba comida, pero eso empezó a robarme

el plato y la cuchara y ya le daba era en una bolsa y se ponía bravo porque decía

que no era perro, pero él se robaba eso para meter vicio. Entonces yo le pasaba la

comida por la ventana en una bolsa –a escondidas de Gustavo, muchas veces-,

porque yo estaba comiendo y a mí me daba vaina de saber que estaba con hambre.

Llegaba sucio, llegaba vuelto nada. Yo le decía a Jaqueline: “Toca darle comidita a

Fernando”… perdóneme, pero es que esto es tan duro para mí.

Yo veía cómo los policías se lo llevaban, lo arrastraban, le pegaban y yo no podía

hacer nada, porque yo no podía meterlo a la casa.

Ya después de tanto, él quiso cambiar y se consiguió una muchacha de casa y

bonita y él como siempre tenía su corazón como…como duro de lo que había sufrido

y todo eso, entonces él se alegraba porque le gustaba que el papá de la muchacha

le pegara, él iba y me decía: “Eso la cogen y le dan duro por mí, ¡por mí!”... Eso se

sentía como orgulloso, yo le decía que por qué se alegraba, que pobrecita la china y

él decía: “Por verse conmigo deja de ir al colegio y el papá le pega”.

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Él de aposta iba y metía vicio al frente de la casa de ella y el papá la cogía en frente

de la ventana y le decía: “Mire, mire, mire, mírelo metiendo vicio”. Y ella más metía

la cabeza, entonces yo, por todo lo que he sufrido, a mí me daba tristeza de la

pelada.

Yo traté en lo que más pude de acercarme a ella, de hacerme amiga de ella, para

que no sufriera lo que yo sufrí con el papá de Fernando...ya fue tarde.

Tan pronto lo conoció, ella fue y se acostó con él. Ella me contó, me dijo que rapidito

había ido a estar con él. Le enseñó a fumar marihuana y se iban para el potrero.

Entonces yo una vez le dije: “Milena, valore su cuerpo, respete su cuerpo, yo no

quiero ofenderla, pero usted no es una perra, usted es una mujer, una persona, las

que hacen eso en la calle son las perras. Yo no la estoy ofendiendo, simplemente

valore su cuerpo. Si Fernando quiere acostarse con usted, pues vayan a una

residencia y protéjase, porque si usted queda embarazada Fernando no va a

cambiar, yo lo conozco de toda la vida”, entonces ella me decía: “No suegris, eso

Fernando si yo le doy un hijo cambia”, le decía yo: “¡No mamita! y usted algún día

me va a dar la razón, se lo digo por experiencia propia, porque Fernando es igual al

papá de machista o peor”.

Ya Milena se iba a graduar de su bachillerato y un día el papá de Milena fue y

averiguó, se enteró que estaba capando clase y le reventó las piernas con un cable.

Ella sin pensarlo sacó una plata del papá, sacó la ropa en una talega y salió,

entonces llamó a Jaqueline para que buscara a Fernando y le dijera que estaba en

la primera de mayo para que fuera por ella.

Yo me vi en el espejo de ella cuando me salí de mi casa y todo eso... entonces le

dije a Jaqueline que lo buscara y le contara para que fuera a recogerla. Pues así lo

hizo, le dijo a Fernando que tenía que hacerse cargo de Milena porque ella se había

ido de la casa por su culpa, no se podía dejar por ahí en la calle.

Pues se hizo cargo de ella.

Fernando empezó a trabajar, dijo que se iba a poner juicioso a responder por ella, y

el papá de mi nieto –el que tuvo el hijo con mi hija, Jaime- como tiene una bodega

de reciclaje los ayudó mucho, le dijo: “Hermano pues usted ya ha sufrido, ya es hora

que haga un hogar con esa muchacha”.

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Ay Virgen Santísima, empezaron a sufrir ellos muchachos, sacaron una piecita cerca

de donde yo vivía. Se iban a trabajar ambos en el reciclaje -ganaban poquito-,

pasaban hambre, se comían una bandeja entre los dos, entonces yo como podía

hacia harta comida y les llevaba. Gustavo me regañaba y me decía que los dejara,

que cada bien veía como respondía, pero a mí me daba pesar que aguantaran

hambre. Yo rifé una casita de huevos, les conseguí la estufita, Jaqueline les

consiguió la cama y sí, como a lo pobre.

Empieza a pegarle a esa muchacha, empieza a cogerla a patadas, la china llegaba y

me decía: “Suegris, mire”, la boca reventada por dentro; como ella tenía un cabello

largo crespo (la china es muy bonita, muy bonita, parece una muñeca), se envolvía

el cabello de ella y la arrastraba por toda la pieza.

Entonces donde ellos comían, la señora que les vendía se dio cuenta – eso era

evidente- y le dijo que estaba muy bonita y muy joven para aguantarse eso, le dijo:

“Si usted quiere, pero no le vaya a decir a Fernando, yo le ayudo. Una señora amiga

mía tiene un restaurante para que le dé trabajito y usted váyase y deje de aguantarle

a él”, entonces la china jedionda ésta, ¡uy Virgen Santísima! hizo caso, salió a las

siete de la mañana y la jedionda china salió y lo encerró por fuera con pasador,

cuando después yo no sé, llegó: “Ay mamá Milena se fue” le dije: “¿Y por qué se

fue?, porque usted no hacia sino pegarle y bien hecho que la china hubiera

despertado y lo hubiera dejado, porque usted es un gamín, un guache”.

Y volvió la historia a repetirse. “Lo que su taita hizo conmigo, entonces usted

también lo está haciendo. No sea machista, asqueroso, ¡bien hecho!” Y berree, ¡ay!

que yo quiero a mi nena, que mi nena y que no sé qué. Y llega esta hijuemadre

china ¡bruta!, que es una bestia andante, ¡uy Dios mío, es que sí!, después de todo

eso que le había hecho Fernando, paila, la china; eran las cuatro de la tarde...

cuando llama y Jaqueline estaba ahí al pie de Fernando, y le dice: “Ay pásemelo, es

que yo sin él no puedo vivir, yo me quiero devolver, yo no quiero estar lejos de

Fernando”. ¡Esta bruta!, pues ahí se conquistaron otra vez y se pusieron a chillar los

dos por teléfono. Lo citó y le dijo que fuera a recogerla en Bosa. Él fue, le pidió a

Jaime plata y la recogió en carro, llegaron como a las siete de la noche a la pieza.

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¡Ja!, eso le dio una trilla, la hizo desvestir, la metió al baño, abrió la ducha y luego

con una correa le daba. Mejor dicho, hasta que le marcara el cuerpo y como estaba

mojada, pues peor y la china disque le decía: “Si papito, pégueme porque yo lo iba a

dejar, pégueme porque yo me lo merezco”. ¿Ah? esta idiota ¡uich! Dios mío. Le

reventaba la boca, la agarraba del pelo, la arrastraba por la pieza, mejor dicho, haga

de cuenta un demente.

Ya cuando se cansó de tanto pegarle la puso a que le hiciera estriptis y aquella

cosa. Así siguió pegándole y mejor dicho una vida de perros, aguantando hambre,

de todo y me decía: “Suegris yo todos lo meses y nada que me embarazo”. Y yo

entre mí pensaba: “Dios quiera que no vaya a quedar embarazada”, cuando un día

llegó feliz con la prueba de embarazo.

Bueno, yo le dije: “Usted se lo buscó, usted sabrá”.

Como el papá le había quitado el apoyo porque se había dado cuenta la clase de

persona que era Fernando y como Milena había metido la cabeza entre la lavasa

caliente como los marranos, entonces le quitó el seguro social. La china no se había

hecho pruebas de nada, la china quedó embarazada y no sabía si tenía alguna

enfermedad. Entonces cuando ya la china empezó con su barriguita y todo, yo iba y

le acariciaba la barriguita y siempre la veía… marcada, con las piernas negras,

moradas y todo. Yo me ponía era a llorar. Yo no podía hacer nada porque si ella

quería seguir ahí soportándole todo, pues…

Entonces ya él como pagaba doscientos y pico de arriendo en una casa que queda

cerca a la casa en donde vivimos ahorita, todos los días iba a ver cómo estaban, a

ver si tenían algo qué comer, vivía muy pendiente de ellos.

Fernando ya a lo último no le pegaba, porque yo le decía que si algo le pasaba a la

niña, yo misma iba y lo denunciaba, entonces él ya no le pegaba, pues de vez en

cuando por ahí le pegaba pero así poquito, ya no le daba así muy duro porque yo lo

asustaba y le decía lo que me había pasado con Jaqueline, entonces le montaba

pánico para que no le pegara.

Ya él, resulta que hace dos años Fernando empezó raro, ya lo veía como con

pereza de trabajar, como que no tenía esa misma vitalidad, ese mismo empuje, sino

ya como perezoso. Entonces un día fue y me dijo: “Mamá, ya estoy desesperado,

estoy cansado, estoy pagando mucha plata de arriendo, yo qué hago” y se cogía la

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cabeza como desesperado, entonces yo le dije: “Déjeme Fernando yo hablo con Eva

–una amiga de ya casi veinte años- a ver si ella les deja un piecita más baratica, con

eso así no le queda tan pesado”. Fui y hablé con Eva y le dije que si me hacia el

favor y le dejaba una piecita a Fernando, pero me preguntaba si ya había cambiado -

ya que ella había conocido a Fernando como era-. Al final dijo que listo y les arrendó

una pieza por cien mil pesos, entonces ya se ahorraban platica que les servía para

la comidita del bebé y otras cosas.

Ya se fueron a vivir allá, pero el chino desde que se fue, empezó a echar pa’ tras,

pa’ tras, él se levantaba y ya se daba contra las paredes, entonces me dijo Milena

que veía a Fernando raro, yo le dije: “Milena, ¿será que siguió metiendo vicio?”,

claro eso es lo primero que uno piensa y él decía que no y que no.

Bueno, un día se vio enfermo, después de las seis de la tarde le empezaba una

fiebre y una sudoración espantosa y no sabían por qué o causa de qué era eso,

entonces mi amiga le ponía paños de agua fría y trataba de bajarle, pero ella decía

que eso era muy raro.

Cuando un día el chino se le iba como a torcérsele medio cuerpo, entonces ya nos

asustamos y lo llevamos al CAMI -ahí de Patio Bonito-, entonces allá dijeron que era

síntomas de parálisis y le empezaron a dar droga, pero esa droga nada le hacía,

siguió y siguió mal. Cuando a los ocho días de haberlo llevado, Fernando empezó a

hacer sus necesidades en la cama, ya él no se paraba -me contó Eva-, entonces lo

echamos en un carro y para el hospital de Kennedy.

Llegamos y el médico me dijo: “Señora, dígame la verdad, su hijo ¿ha tenido, o tiene

relaciones con hombres?, entonces yo le dije: “Sí”, yo no le dije mentiras al médico.

También me preguntó que si el consumía droga y le dije que no sabía si ahora lo

estaba haciendo, porque él había decidido organizarse y que inclusive estaba con

una pelada en embarazo, dijo: “Ay, no me diga eso”, le dije: “¿Por qué doctor?” y me

dijo: “No, es que tenemos una leve sospecha”. Cuando me dijo así yo quedé fría,

entonces le dije: “Sospechas de qué”, entonces me dijo: “Vaya y consígame una

aguja para hacerle una prueba rápida”.

La aguja me valía catorce mil pesos y yo no tenía plata, entonces fui y le dije a

Jaqueline y habló con Paula –con la que trabaja con ella-, le consiguió la plata, me la

mandó con Gustavo y le hicieron la prueba del VIH. Le salió positiva, Virgen

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Santísima, entonces me dijo el médico: “No está confirmado, falta hacerle otra

prueba”, yo le dije: “¿Eso es grave doctor?” y él me dijo que no era grave, sino que

era gravísimo y me dijo: ¿Usted sabe qué es eso?, le dije que sí, porque yo tuve un

primo que se murió de eso y yo sé que es una enfermedad terrible y me dijo: “Sí, es

una enfermedad que se transmite por la relación sexual o por las agujas”. ¡Ay

madrecita divina!, ahí empezó de nuevo mi sufrimiento.

Ya le hicieron la prueba, cuando me dijeron eso a mí, yo me arrodillaba, yo lloraba,

yo no hallaba ni qué hacer ¡Dios mío!, pero ya qué podía hacer, ya confirmaron eso.

Me empecé a informar de la enfermedad, porque yo no sabía nada de esa

enfermedad, yo era ignorante en ese sentido, muy ignorante, entonces la ignorancia

mía, yo creía que tocando a esa persona me iba a contagiar, por darle la mano.

La señora Eva tenía un hermano que tenía SIDA y de sorpresa llegó ella y él a la

casa, yo estaba dormida y cuando abro lo ojos lo veo sentando en mi cama y ¡claro!

yo me asusté al verlo. Él me estiró la mano y yo no se la di, entonces él se quedó

con la mano estirada; me dijo que si le regalaba un tinto y yo le dije que no tenía

café, ni azúcar -mi reacción fue rechazarlo-, entonces él se dio cuenta y me dijo:

“No, es que yo no le voy hacer ningún mal, usted con tocarme no le va a pasar nada,

más bien, usted si tiene gripa si me puede hacer daño” y se fue. A la semana se

murió.

Yo siempre guardé eso en mi corazón por lo ignorante que fui, entonces cuando ya

me pasó esto a mí -porque yo lo veía como una cosa lejana, como una situación que

no me iba a pasar-, entonces cuando lo vi tan cerca a mí, yo le pedí perdón a Dios y

a él, porque yo dije: “Dios mío, por qué me pasó esto a mí, ¡Dios mío!, ¿será porque

yo hice eso con él?” y tampoco tuve la oportunidad de pedirle perdón a él ni nada,

porque él se quedó sólo una semana y apenas llegó a Medellín murió.

Bueno y entonces cuando yo me enteré. A mí me tocó sufrir mucho, ¡Dios mío,

mucho!, Dios mío yo hay veces me pongo a pensar y yo digo: ¿Por qué tanto me ha

tocado sufrir?, porque a mí me tocó pasar y vivir cuando a Milena le dieron la

prueba.

Cuando eso, ella se acercó mucho a mí. Ella estaba conmigo, le mandaron a hacer

la prueba rápida y se la llevaron por ese interrapidisimo y cuando le dieron la noticia

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de que ella también, claro, yo le dije: “Milena, mamita usted está contagiada porque

usted no se protegió y ella no había caído de seguro en cuenta y se puso a llorar; se

agachaba, se cogía el estómago y yo le decía: ¿De por Dios Milena, cálmese,

porque usted aborta ese criaturo”, yo le daba agua, se me desmayó, las muchachas

del programa de información que nos daban la tuvieron que intervenir y fuimos y

hablamos rápido con el médico y le aplicaron un tranquilizante, la llevaron a una

camilla en el segundo piso, entonces yo fui rápido y le dije al doctor que la

muchacha estaba muy mal y sí, la tranquilizaron y todo eso y ya la muchacha,

entonces…a mí me han tocado pruebas muy duras en la vida.

Ella no tenía dónde quedarse -volvió la historia a repetirse-, estaba embarazada y yo

no podía meterla a la casa mía, porque como yo vivía con Gustavo y él en ese

sentido es muy estricto ¿sí? Entonces mi amiga Eva, como Milena no le pagaba el

arriendo ni nada, dijo que la iba a echar de allá de la casa, que ella no tenía por qué

tenerla ahí.

Me tocó ir donde el papá de ella, llevarle la prueba de la enfermedad, darle la noticia

y hacer que ese señor la recibiera en la casa. Porque la china me dijo: “Suegris,

ayúdeme de por Dios, que yo no tengo a nadie más a quien acudir”.

Fernando en el hospital, la china ya embarazada con la noticia de la terrible

enfermedad. Ella si fue más triste que yo. Sin tener dónde quedarse, sin tener nadie

que la apoyara -la mamá de ella las dejó cuando estaban pequeñitas, se fue con otro

señor-, entonces ella dijo: “Yo no puedo ir donde mi papá después de que yo le robé

la plata, no puedo irle a decir a mi papá que me reciba, la única que puede

ayudarme es usted”.

Entonces me tocó ir con ella, yo en recocha le decía: “El apellido apenas le queda,

León”. Y me tocó ir a enfrentar ese león. Ellos tienen una industria de envueltos y

Fernando había ido a ¡atracar al suegro…con qué cara iba yo allá, yo no sabía eso,

el día que yo fui a hablar con ese señor, ese señor me dijo: “¿Usted con qué cara es

que viene aquí?”, le dije yo: “¿Cómo así señor?”, dijo: “Si señora, yo de usted no

vendría, ¿usted sabe lo que hizo su hijo conmigo?”, yo le dije: “No señor, pues

llevarse a su hija a las malas” y le dijo a Milena lo mismo, que con qué cara iba y yo

con el papel en la mano y ella llorando. Yo le dije: “Perdóneme señor que yo venga

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aquí ante usted, vengo a darle una mala noticia, perdóneme, pero yo no tengo la

culpa”, me dijo: “Más malas noticias ¡que mi hija haberse metido con su hijo!”, le dije:

“Señor yo vengo a rogarle, a suplicarle que por favor reciba a su hija de nuevo aquí

en la casa, porque mi hijo no se puede hacer cargo de ella, porque mi hijo tiene una

enfermedad terrible”, entonces me dijo: “Si, yo sé que enfermedad, el vicio” y le dije:

“Aparte de eso” y dijo: “¿Más?, ahora qué fue? le dije: “Él tiene el VIH”.

Virgen Santísima, ese señor se agachaba, se puso pálido, se sentaba, se paraba, le

provocaba como… yo no sé ni cómo explicarle, me decía que cómo le iba a decirle

eso a él, le decía yo: “De por Dios señor discúlpeme yo no tengo la culpa, ni yo

sabía nada cuando su hija se metió con él, porque si yo hubiera sabido, créame que

yo hubiera hecho algo, pero desgraciadamente ellos hicieron las cosas mal y cuando

yo me enteré, ya era tarde”. ¡No!, no la quería recibir, pero yo lo convencí le dije:

“Todos cometemos errores, su hija cometió ese error, de por Dios recíbala. Yo no

me puedo hacer cargo de ella y si usted no la recibe, qué va a ser de la vida de ella

con esa criaturita, que es su nieto”, él dijo: “Listo yo la admito y admiro mucho que

haya venido, pero eso sí, yo no quiero nada con ustedes, yo no quiero ningún

contacto ni con usted, ni con su hijo, ni con nadie, yo no quisiera ni volverlos a ver a

ustedes”. Me lo dijo así en la cara, pero yo qué culpa, le dije: “Bueno señor tranquilo,

nosotros nos alejamos de su vida, pero con tal de que usted la reciba a ella, yo me

alejo de ustedes”, entonces le dijo a ella delante de mí: “¿Sabe qué?, yo no quiero

saber de que usted tiene contacto con ellos. El día que yo sepa que usted tiene

contacto con ellos, se larga de mi casa. Esa es la condición”.

Y vivimos cerquita, ahí en Patio Bonito.

Ya la china iba a escondidas, iba donde mí, me decía: “Suegris yo la quiero a usted

mucho, usted fue muy buena con nosotros”, bueno, la china vivía muy agradecida

conmigo, me quería mucho y yo le decía que no se expusiera a que ese señor se

diera cuenta de que estaba en contacto con nosotros y la fuera a echar o algo.

Milena le pegaba a la niña, ella le pegaba a la barriga porque lo que quería era un

niño y yo le decía: “Milena, no le pegue, pobrecita, ella no tiene la culpa. Quiérala, no

la rechace”, entonces ella decía: “No suegris, yo quiero que sea un niño, yo niñas no

quiero, porque yo no quiero que vaya a sufrir lo que a mí me ha tocado sufrir”.

Entonces ella sentía rechazo por la niña.

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A raíz de todo eso, ella iba al hospital y maltrataba a Fernando, lo insultaba, le decía

groserías, lo pellizcaba, lo cacheteaba, entonces yo un día le dije: “Sabe qué Milena,

bastante castigo tiene Fernando con esa enfermedad. Si usted va a venir a seguirlo

maltratando y eso no vuelva”, entonces…. ella no volvió.

Ya pasó su embarazo, tuvo la niña. La trabajadora social como se enteró de todo,

porque Fernando duró como cinco meses en el hospital de Kennedy, entonces ella

le sacaba fotos en el celular, porque la china la tuvo allá -la tuvo por cesaría-. Le

decía yo por recocharle: “Usted no le dio pecho, usted le dio la espalda”, porque ella

no le podía dar por la enfermedad.

No se sabe si la niña esté contagiada, porque pues, yo no tengo contacto con ella,

porque digamos, cuando ella nació, por el celular la trabajadora social le sacaba

foticos y después la llevó un día a escondidas del papá (mi lechoncita se parece a

Fernando, tiene los mismos ojitos de vaca, grandes y azules y es muy bonita la

chinita y mona).

Cuando la vemos no la esconden, no nos la dejan ver. Nosotras pasamos por la

casa -como tiene hartas ventanas-, le digo yo a Jaqueline: “Miremos haber donde

tienen el lechoncito” y ¡qué!, eso la meten rápido por allá.

Eso yo le digo a Jaqueline que para qué nos encariñamos, porque no nos la dejan

ver. Eso me dice la gente que por qué no voy, que por qué no demando, que yo soy

la abuelita, que yo tengo derecho, pero yo para qué me voy a poner a pelear, ya lo

que fue, fue.

Ya Fernando, después de eso, quiso hacerme daño, porque allá en el hospital de

Kennedy, cuando ya supo su enfermedad y todo, cuando ya se recuperó de que lo

llevamos allá y todo eso me enterró a mí una aguja, pero bendito sea Dios y gracias

a Dios que fue la aguja donde le pasaban el medicamento.

Bueno, a Fernando, del mismo pegante que metió, se le formó un tumor gigante en

el cerebro, por eso a él no lo pueden operar, por las defensas, porque si a él lo

abren -me dijo el médico-, él queda en la mesa.

Después de que me enterró la aguja de aposta, a mí me tocó tomar esos retrovirales

y como yo sufro de la diabetes, entonces se me revolvió todo eso y me pateó, ya él

después me pidió perdón. Mi mamá me dijo –mi mamá como es durita de corazón-:

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“Déjelo allá en ese hospital, no vuelva, que él quiso hacerle el mal”, y yo le dije: “No,

yo a Fernando nunca lo voy a dejar, hasta el día que mi Diosito se lo lleve. Si mi

Dios perdonó tantas cosas que le hicieron, ¿por qué yo no?, yo lo perdono de

corazón”. Él dijo que era que quería que yo estuviera allá enferma con él o que me

muriera con él, que porque él no se iba a morir solo.

Entonces en Kennedy cuando él salió le conseguimos otra fundación en Suba y él

allá se portó re mal. Se robaba un poco de collarcitos que ellos hacían para

ayudarse, mejor dicho, hacía cosas para que intencionalmente lo echaran… pues lo

echaron de allá y yo volví y lo recibí en la casa después de todo eso malo.

El duró veintidós días en la casa. Se orinaba en las botellas, se me manoseaba la

comida, entonces a mí me tocaba bote la comida; se comía el chocolate, la azúcar,

la panela, bueno, yo todo eso le perdonaba. Como allá no había sino una piecita

abajo y la piecita de nosotros, entonces en la sala yo lo acostaba ahí en el mueble y

le ponía una cobija y ya.

Daniel mi nieto, el hijo de Jaqueline, como ha sido tan avispado. Él en ese tiempo

tenía tres añitos, ya hablaba y yo como le he dicho al niño que todo lo que le pasara

me contara, entonces él un día me dijo que el tío lo estaba tocando en la cola y en el

pingo. Cuando el niño me dijo eso, Dios mío con el dolor del alma volví y lo eché, yo

dije: “Todo le aguanto, menos eso”. Le dije a Fernando que se fuera, que no quería

volver a verlo en la casa. Eso fue definitivo para sacarlo a él.

Fue cuando él se fue y se quedaba en la bodega del papá de mi nieto. Él lo dejaba

quedar y le daba comida. Yo le compraba en la panadería perico, pan -a mí me daba

pesar que aguantara hambre-. Duró allá como un mes, cuando un día va y de aposta

se le poposeó en la bodega de reciclaje a Jaime y cogió la toalla y se limpiaba con

ella, entonces Jaime lo agarró y le dijo que se largara y que no volviera. Fue cuando

el cogió camino y se fue.

Dios mío y empiezo yo a sufrir y yo decía: “¿Será que se murió, dónde estará?”, no

sabíamos nada de él, no sabíamos nada.

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Yo fui a medicina legal, lo busqué, me pasaron esos álbumes que le pasan a uno

para identificar las personas y nada. Entonces Jaqueline como estaba haciendo las

vueltas de su cirugía en el hospital de Kennedy y como ellos se parecen mucho

físicamente, entonces una señora la miraba, la miraba y la miraba, entonces le dijo:

“¿Usted es algo de lágrimas?” -porque él se tatuó lágrimas en la cara-, entonces le

dijo que sí y que ¿dónde estaba?, ella le dijo que Fernando estaba en el hospital

Santa Clara, -llevaba seis meses en ese hospital-.

Yo no sabía qué reacción iba a tomar conmigo, entonces yo fui y le dije al celador:

“Si usted me deja entrar con mi hija, entro y si no, no entro”, yo dije: “De pronto se

me tira, me ahorca, me ataca”, bueno, el celador me dejó.

Nosotras íbamos por el corredor cogidas de la mano y como que uno entra y se

devuelve y yo me echaba la bendición. Bueno… me tocó enfrentar eso.

Llegamos allá y lo empecé a vigilar por una ventana y ya entonces levantó la cabeza

y me dijo: “¡Madre! y ya entonces entré y le dije: “Qué hubo Fercho, ¿cómo está?”,

dijo: “Ya mejor ¿y ese milagro?”, -pero casi no se le entiende porque habla como

trabado-. Yo le dije que lo habíamos buscado y luego me dijo que si lo iba llevar, yo

le dije que no. Él sabía muy bien que conmigo no podía irse, le dije: “Cuando a usted

le den salida de acá, usted se va a ir pero para una fundación”, decía que no y que

no y que no y que conmigo y que conmigo, yo le dije que no, que él sabía la falta tan

grave que había cometido con Daniel.

Entonces como en esos días, preciso iban a operar a Jaqueline, yo fui al hospital,

(porque yo seguí yendo) -él duró nueve meses allá-. Un día antes de la

operación de Jaqueline la trabajadora social me dijo que tenía que estar

pendiente porque a Fernando ya le estaban buscando fundación, entonces yo

le dije: “Sumerce, yo no sé cuándo pueda venir, porque mañana me le hacen

dos cirugías a mi hija”, entonces dijo: “Jum, sin saber si será verdad. Eso todo

el mundo saca pretextos para no estar pendiente, ni ayudar con la fundación”,

entonces yo le dije: “Si quiere creer bien, sino no crea. Yo no lo estoy diciendo

a usted mentiras, mañana operan a mi hija, no sé cuándo pueda volver”.

Pues preciso le consiguieron en esos días fundación por allá en La Mesa -donde

está ahorita- y yo no estuve ahí porque estaba era pendiente de Daniel y de

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Jaqueline. Entonces cuando yo volví a los quince días al hospital Santa Clara, ya lo

habían trasladado y la trabajadora social no me quería dar información, me dijo: “No

y a usted para lo que le importa su hijo”, le dije: “Nadie sabe lo de nadie, yo dejé de

venir porque yo estaba en el problema de mi hija. Se le complicó la cirugía y me tocó

de nuevo llevarla al hospital”. Bueno, me dijo que no me iba a dar la información, le

dije: “Bueno, yo no voy a pelear con usted. Yo soy la mamá de él y si usted no me va

a dar esa información por las buenas, pues me tocara contar con la autoridad para

que usted me dé esa información”. Yo fui dando la vuelta cuando me llamó y me dio

el número del teléfono de allá.

Y ahí va la cosa. Allá está en esa fundación en La Mesa y allá nosotros hemos ido

dos veces con Yudita -la sobrina de Gustavo-, gracias a Dios y Dios la bendiga a ella

que me ha acompañado a verlo.

Y ahí va llevando su enfermedad, esperar hasta cuándo mi Diosito lo tenga en este

mundo, en esta tierra, pero ya…pues, es una enfermedad terminal, es una

enfermedad que ya de eso él ya no se salva porque…..de pronto con un milagro, de

todas maneras lo afiliamos a eso de gas natural y ya tiene pues su entierrito pago,

esperar a que mi Diosito haga su Santa voluntad.

Ahora la relación con mi mamá sigue distante y escasamente pregunta por

Fernando, pero como es mi mamá, siempre estoy pendiente de ella, voy a verla, es

algo de corazón. Y Jaqueline, ahora está trabajando en reciclaje, sino que tiene

muchos problemas con Gustavo porque ella le paga poco arriendo porque no es

mucho lo que gana, entonces económicamente está muy alcanzada, aunque Jaime

le colabora.

Milena, no sé, solo sé que al principio fue muy duro para ella y el papá la rechazó y

todo, la discriminó mucho. No la dejaba sentarse en la mesa con ellos. No sé ahorita

cómo será la relación, si el papá cambió, si le siguió hablando por papeles -que le

mandaba por medio de la madrastra-, no sé.

Y yo ya en el presente me siento resignada y al mismo tiempo tranquila porque con

la oración que le hicieron, como que lo liberaron de todo eso malo. Él ya está con

Dios. Y yo ya después de haber sufrido tanto, estoy bien, porque Gustavo ha sido mi

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apoyo en todo sentido. Si yo hubiera estado sola, no sé, Dios mío, cómo hubiera

podido seguir con todo esto que me ha pasado. Él ha sido muy indispensable…

Y bueno... esto queda en continuado.