Vocerrante 15 - Epistolario
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1
VOCERRANTE (15)
Epistolario
Apertura (Sobre “White Man Sleeps II”, por Kronos Quartet):
(Andante tranquilo)
“Las palabras vagan, yerran, buscan. Van y vienen por ahí hasta que encuentran
un refugio. En las manos, en los ojos, en cualquier cosa que las rescate del
olvido.”
(Raúl)
Este es el decimoquinto programa de
VOCERRANTE.
Bienoídos y bienoídas.
Raúl
Sobre una mesa, sobre un pupitre, sobre el banco de una plaza, sobre el
camastro de un barco, sobre la mesa del bar, de la habitación o de la cocina, se
escribe una carta.
Sostenida ante los ojos. Con manos deslizantes. El papel como todo sitio
del silencio.
2
Daniel
Sobre una mesa, sobre un pupitre, sobre el banco de una plaza, sobre
sobre la mesa del bar, de la habitación o de la cocina, se escribe una carta.
Sostenida entre las manos. Con ojos deslizantes. El papel como todo
refugio de la voz.
Raúl
El sonido del papel es igual al de la lumbre.
El papel crepita como anindando en su propia lumbre.
El papel es combustible, volátil, dúctil, franco, plegable, arrugable,
consumible, degradable, sensible.
El papel es frágil. Frágil como una delicada nervadura.
Daniel
“Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra
escrita, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca
aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en
las alforjas.
3
“Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no
tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre ´piel de Dios´,
porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos”.
Eduardo Galeano, “Memoria del Fuego”.
Raúl
La luz de la vela.
La luz de la vela acompaña a las líneas con sombra. La línea cursiva de las
cartas manuscritas.
Las cartas en la que el río de tu mano dibujaba letras como mapas.
Dirigidas a alguien.
Firmadas por vos.
Recorridas por sus dedos y su boca.
Puente entre los párpados.
Como una pestaña sutil que pudiera arrancarse y servir de mágica costura,
de uno a otro.
Daniel
4
Como el manglar, que arroja raíces del tronco para sostenerse en medio del
agua.
Como un barco inseguro que avanzara a tironeos de una vela desplegada.
Las cartas nos dan la forma de nuestras palabras interiores. Aquellas que
permiten una forma de mirar y de erigirse.
A través de las cartas tiene lugar la fundación de ese nosotros que nos
yergue.
Cartas como anclas a través de las cuales tironeamos la suave o
encrespada soga narrativa de nuestras vidas.
Anclas redactadas a mano, con sogas de tinta frágil, negra, azul o
quebradiza. Pero asible, legible, acariciable.
Quizás por eso nos sentimos ahora descubiertos, desarmados, inseguros…
Tendiendo redes, rastros, huellas tan endebles como flojas, las de una serie de
bits en una base informática. Sin lugar en el que seguir el relato de los dedos. Sin
lugar en el que seguir la huella del relato.
Raúl
Escriben. Un niño. Una niña. Dos adultos. Escriben para alcanzar más allá
de donde alcanzan sus miradas o sus brazos.
5
En esa sombra líquida, continuidad de las venas. En ese hilo que se aferra
a las fibras del papel, que al mismo tiempo la sostiene y la absorbe; que la asume
y la protege. De forma tal que ya no puedan alterar a una sin perjuicio de la otra.
Habla la hoja de papel. Pero habla con la voz del otro.
El silencio es del que escribe y la dicción de su destinatario.
Cartas como anclas en el relato de la vida.
Cartas como huellas que dan cuenta del andar.
Primer Tema:
Acabamos de escuchar:
Baltazar
Estimada A:
Te mando este pedacito de coral, que está pegado del otro lado de la hoja.
Lo encontré en la arena de la plaza.
En la arena de la plaza había un pedacito coral.
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Si uno bien lo piensa, es normal que en la arena aparezcan objetos del mar.
Al fin y al cabo, ¿de dónde traen esa arena si no es de la playa?. Los desiertos
quedan más lejos.
Es un coral, porque lo hice ver en la veterinaria, donde tienen un acuario.
Es un coral que encontré yo solo, con mi rastrillo, y que tuve la precaución de
esconder en el balde.
Una pequeña parte del mar. Como si lo estuviéramos mirando juntos.
Guardalo si querés, o usalo como quieras. Es un regalo.
Chiara
Querido B:
Me dice mi papá que las vaquitas de San Antonio dan suerte. Ayer tuve una
jugando en mi mano, caminando de un dedo al otro y de la parte de adelante a la
de atrás.
Para meterla en el sobre tenía que matarla, pero no se me ocurrió forma de
matarla sin aplastarla, así que le arranqué las alas y las patitas.
Va pegada en la parte de atrás de esta carta.
Quizás esté viva todavía, así que te va a dar suerte.
Gracias por el coral. Es muy lindo. No sé si se planta o no, pero lo metí con
agua, mucha agua, en la maceta del balcón. Espero que no se ensucie.
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Un pedacito de mar en mi casa.
Un pedacito de jardín en tu departamento.
¿Conocen el mar las vaquitas de San Antonio?. Guardala y algún día la
llevamos.
Daniel
Paisajes sonoros enviados por correspondencia.
Enviamos cartas cuando estamos lejos. Enviamos rostros, gestos,
semblanzas de la lejanía.
Aquello de nosotros que quedó en donde partimos, espera la carta.
Soltamos amarras, como lluvia de raíces.
Enviamos pedacitos de nosotros que quisiéramos retener, regresar,
conectarse. Para ver lo mismo pero con los ojos tuyos.
Para que veas lo mismo pero con mis ojos.
Raúl
Ya que no hay un yo del antes y después, ni un yo del acá o allá.
No estamos en un lado ni en el otro.
8
No estamos en un tiempo ni en el otro.
Ni siquiera somos éste o aquel.
Somos la carta tendida, extendida, entre dos momentos o distancia.
Estamos en la carta, en el viaje, en el gesto de la entrega, del despacho, de
la remisión y el recibido.
Estamos en la duda de si llegará, del que la envía. Y en la ansiedad de si
estará llegando, del que la recibe.
Nos estamos emitiendo y recibiendo. Esperando llegar y esperando que nos
reciban.
Daniel
Estimados de Abajo:
Salí del avión a las 16:40, hora local. Todo se ve muy grande, extenso y
despejado.
Calculo arribaré a las 16:57, más o menos, de acuerdo al momento en el
que tire de la hebilla, y de acuerdo a la velocidad del viento que por el momento se
mantiene constante.
¿Todo bien por allá?. Acá, todo en picada, bajando, en caída libre, hasta
más o menos los mil cuatrocientos metros de altura, más o menos.
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Las nubes a esta altura se disipan con facilidad. Debe ser excelente saltar
de noche, con las constelaciones rodeándote. Hay un punto en el que sólo la
gravedad sabe dónde es arriba y dónde abajo.
Espero que ustedes continúen allí, abajo, sin propensión a flotar, porque en
ese caso nos perderíamos a mitad de camino.
A Gonzalez, que saltó dos segundos detrás de mí, lo veo un poco más
lejos, como al oeste, y a esta hora justo el Sol me lo pone al contraluz. Lo saludo,
pero hace como que no me ve.
A lo mejor todavía está enojado por lo de esta mañana.
Ya se le pasará.
Apenas tengo tiempo de contar, como me indicaron en la escuela de salto.
Pero sé que al vigésimo renglón de la carta, más o menos, ya toca ir
buscando la hebilla alrededor de la cintura. Siempre llevo conmigo el dragoncito
que me regaló Fernando, aunque a veces se entorpece el piolín con la punta de
los dientitos de bronce.
El tirón es brusco, y al principio me hacía reír. Pero ya después es
previsible y normal. Como si te arrancaran de un sueño profundo.
¿Gonzalez?. Ah… Ahí se eleva, un poquito más abajo. Ahora me guiña, el
pelado. Yo justo me doy vuelta y por más que le guiñe, nunca me va a ver.
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Espero que todos estén bien. Seguramente habrán crecido todos, ya que
cuando salté del avión eran todos muy pequeños.
Preparen la cena con algo rico. Probablemente también lleve a Gonzalez a
comer.
Cualquier día de estos les caemos encima y nos vemos.
Daniel
Bitácora del capitán:
A la madrugada, poco antes del amanecer, encallamos en un banco de
arena.
Estábamos en plan de huida de la flota de Ganíspedes, cuando un fuerte
viento nos empujó hacia esa montaña de arena acumulada durante siglos, en alta
mar.
Los bancos de arena no figuran en los mapas. Se forman aleatoriamente en
cualquier punto del océano, durante la bajamar.
Debíamos esperar a la Luna, a fin de que la marea permitiera nuevamente
la navegación. Mientras tanto, permaneceríamos a plena vista, como un blanco fijo
en medio de la ruta de nuestros enemigos.
La arena se había acumulado alrededor de un arrecife de colar, que hacía
nuestra presencia aún más llamativa.
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Ordené camuflarnos drástica y vistosamente. Arrancar la superficie del coral
y rodear el navío con sus ramificaciones.
Como con una guirnalda de carnaval, llenamos el barco de piezas de coral,
para confundirlo con el entorno.
Era una hermosa, decorativa y desesperada medida de defensa.
Baltazar
Estimada A:
Las que llamamos “vaquitas de San Antonio” en Buenos Aires, son las
“mariquitas” en otras partes del mundo. Es el mismo bicho, con distinto nombre.
La tuya, después que la despegué de tu carta, la probé en la pileta de la
cocina. Flota. O por lo menos flotó por un rato. Antes de que se hunda la levanté.
Ahora la tengo en el cajón. ¿Cómo saber si está viva?. Espero no me la coma
ninguna araña.
¿Sabías que unas vaquitas de San Antonio viajaron al espacio?. Fue en la
Misión noventa y cinco (nonagésimo quinta) del trasbordador espacial Columbia.
Estaban dentro de unos cilindros de acero “inodizado” (yo tampoco sé lo que es)
para investigar qué les pasa en estado de ingravidez. La idea había nacido en el
Liceo N° 1 de Santiago de Chile. Originalmente iban a ser bichos chilenos, pero
los detuvieron en la frontera con los Estados Unidos. Así que viajaron a Cabo
Kennedy la maestra con dos alumnas, para participar del despegue.
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Ahora te cruzo en el recreo y te cuento.
Chiara
Querido B:
Te escribo desde este primer banco, desde donde sé que me estás
mirando a través del ojalillo de la carpeta.
Tengo el coral que me regalaste en el pelo. Lo estoy usando como un
kansashi japonés.
Es como llevar el grito de una sirena en la cabeza. O como tener el cabello
sumergido todo el tiempo.
¿El coral está vivo? ¿Es un alga? ¿Es un esqueleto? ¿Es una especie de
rayo de mar?.
Acá, ¿ves?. Acá donde me señalo con el lápiz verde. A tres dedos de la
oreja. Espero que la maestra no lo note.
Daniel:
De la Carta de a bordo de la nonagésimo quinta misión espacial del transordador
Columbia:
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“Tercer día en ambiente sin gravedad. Revisamos el cilindro de las coccinellidae, o
“mariquitas”. ¿Trajimos veinticuatro?. Porque se ven veintitcinco, yendo y viniendo,
flotando en el aire con gran prescindencia de sus alas y sus piernas.
“Séptimo día en ambiente sin gravedad, Revisamos el cilindro de las coccinellidae
o “mariquitas”. Parece que han prescindido de alas y patas, y ahora simplemente
se dejan flotar en el aire, regulando sus movimientos con la boca.
“Noveno día en ambiente sin gravedad. Las coccinellidae comienzan a emitir
ciertos sonidos característicos según la maniobra de navegación que realizan.
Efectivamente, subimos veinticuatro. Aparentemente otra más se metió ahí dentro.
¿Pero por dónde?. El cilindro está sellado y están todas absolutamente
esterilizadas.”
Baltazar:
Estimada A:
Electricidad. Una chispa salió de tu pelo cuando te moviste y señalé el
pedacito de coral que te pusiste. Una chispa de tu pelo a mi dedo. Como el vuelo
de un insecto fugaz y luminoso.
Como el vuelo de una vaquita de San Antonio, sin alas en el cuerpo, pero
con fuego en las alas.
14
Raúl
La vaquita que me diste, a propósito, se escapó. No sé cómo lo hizo,
porque sin alas ni patas…. No hay resto ni rastro de ella por ninguna parte. Es que
tienen esa facilidad para pasar de un plano al otro, del dorso a la palma de la
mano, por ejemplo; o de mi dedo índice a tu pulgar, o del monte de Venus de mi
mano derecho a la línea de la vida de tu mano izquierda, que para ella todo es
continuidad.
De mi mano a tu piel, de mi piel a tu piel. Para la vaquita de San Antonio no
hay salto ni ruptura: Sólo continuidad de la piel.
Así, habrá ocurrido que sin patas y sin alas, asumió la continuidad del
espacio - tiempo, y apareció en algún otro punto, posiblemente ingrávido y etéreo,
sencillo y tranquilo, como un regalo de verdad.
Segundo Tema:
Acabamos de escuchar…
Raúl
Cartas como anclas en el relato de la vida.
Cartas como huellas que dan cuenta del andar.
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Daniel:
Carta de un olvidadizo a su confesor:
Muy estimadísimo padre mío:
Como mi memoria es enojosa, dispar y caprichosa con sus elecciones, he
resuelto ponerme a la tarea de fabricar una máquina que me ayude a recorrer
todos y cada uno de mis pecados a fin de llevárselos, contabilizados, vívidos y
frescos, en oportunidad de celebrar el sacramento de la confesión.
Siempre, y aún sigo temiendo, que en el listado de atrocidades cometidas
por mí, se esconda alguna, quizás la más perniciosa, la más vergonzosa, la más
culpable, que no recuerde en el momento de tenerle frente a mí y aprovechar la
luz de la misericordia.
Siempre me levanto de la confesión como con la sensación de no haberlo
dicho todo. De tener aún reservado lo peor, sin posibilidad de encontrarlo.
Así es que dispuse de este experimento: Una máquina registradora de
pecados. Sí, así como lo encuentra: Una máquina que grave cada uno de los
momentos en que me encuentre pecador, de pensamiento, de palabra o de obra.
Me ha llevado mucho trabajo poder terminarla, pero finalmente, creo que ya
cumple sus servicios con total fidelidad.
¿Cómo funciona?.
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Bueno, he descubierto que aquello que metafóricamente denominamos
“manchas” en el alma, pueden detectarse. Son una suerte de pesos en el tiempo,
pero no en el tiempo universal, sino en el propio. Así que llevo un balancín
colgando del cuello, y cada vez que un pensamiento, una palabra o un acto
pecaminoso viene de mí, el balancín se tuerce, obligándome a agachar la cabeza,
oportunidad en la que aprovecho para poner en una libreta la ocasión
determinada.
Así que le acompaño con la presente mi libreta y en estos días vuelvo por
ella y por mi absolución.
Raúl
Suponed situaciones irregulares en el Correo, o Correo con diferentes
tiempos de envío y recepción.
Alguien manda una carta a tres reinos diferentes, constituyendo una
estrategia cerrada y perfecta.
Pero las cartas se envían en un orden distinto a la simultaneidad. O en un
orden distinto al de la previsión original.
Así también, cartas que llegan en desorden a un mismo destinatario.
Daniel
17
Preferiría no escribirlo. Pero aún no escribir, en estas circunstancias,
llegaría demasiado tarde.
Es que hay frases, palabras, gestos, posturas, que anticipan desde el
origen su propia inutilidad.
Como quien grita “¡fuego!” mientras el fuego lo atraviesa, o quien dice “me
voy” mientras se va.
El lenguaje todo no pasa la prueba de la “navaja de Okham”, de cortar por
los términos que no dupliquen necesariamente las cosas del mundo. Pues bien,
las palabras hacen exactamente eso. Para cada cosa, tiene su duplicada en
términos de vocabulario. Así que todo lo que diga no es más que redundancia.
Pero me pediste que escriba y aquí está esta carta que llegará mucho
después de haberla ensobrado, bastante después de haberla escrito, y demasiado
después de cuando la esperabas.
Así que no hay excusa posible: Es tarde ahora para cualquier reproche, por
lo que tampoco te voy a pedir perdón.
Lo mejor que puede pasarle a esta carta es extraviarse en el Correo, y así
ambos persistiríamos en el engaño de que al otro “le pasó algo”, algo
seguramente más terrible que el mero padecimiento del lenguaje. Y nos
desesperaríamos para volver a vernos pronto.
Tuyo,
Bartleby, el Escribiente.
18
Raúl
Carta del mismo olvidadizo al mismo confesor:
Muy estimadísimo padre mío:
Habrá visto que aún no me presenté a realizar la confesión.
Hace ya dos años de mi anterior carta.
Pero ocurre que en esos dos años, no he dejado de pecar.
Y la constante reiteración y repaso de mis pecados no sólo no disminuyen
la ansiedad de su reiteración.
Ocurre que ante la contemplación del pecado en obra, inmediatamente
peco de pensamiento, imaginando y requiriendo volver a estar en la situación allí
registrada. Pero luego me arrepiento, y airado contra mí, y contra mi naturaleza,
peco inevitablemente de palabra.
Aún no he podido deshacerme de este círculo vicioso, y es por eso que le
solicito por la presente una suerte de dispensa, o de salvoconducto, ya que… En
pocas palabras, la sola idea de la confesión ya provoca en mí ansiedades,
regodeos y deseos que hacen a mi vida aún más pecadora.
Sírvase contestarme en un plazo más o menos breve, para evitar caiga
nuevamente en tentación.
Inconsoladamente,
19
Su Confesante.
Daniel
Una carta hallada en el bosque:
“A quien encuentre esta carta:
Búsqueme.
No debo estar muy lejos.
Escribí esta carta precisamente para que me vengan a buscar.
Escribí esta carta para fingir tener quién me busque.
Pero hace días, meses, años que no veo a nadie. Desde que el avión del
correo se estrelló contra la ladera del monte.
Estuve los primeros cien días leyendo toda la correspondencia que portaba,
como único testigo fiel de esas palabras, de esos misterios, saludos, intrigas e
intimaciones.
Sin saberlo, todas esas personas me habían estado escribiendo a mí.
Por algún motivo, hay sobres que tenían algunos papeles en blanco. Y los
aproveché para soltar este pedido indeterminado.
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Imagino que toda la documentación institucional habrá sido repuesta. Los
avisos de deuda, intimaciones de pago y demás seguramente ya han resuelto el
problema del extravío. De tal manera, que me tomé el atrevimiento de encender
mis primeras fogatas
Algunas más cuyo efecto teatral ya ha sido superado por el paso del tiempo
(participaciones a eventos ya transcurridos, indicaciones de visitas o regresos
pasados, anotaciones sobre tareas o desempeños laborales con fechas vencidas,
las tengo reservadas para otros menesteres un poco más escatológicos.
Otras cartas hay que me encantaría poder entregarlas personalmente. Así,
por ejemplo, ciertas peticiones, algunas declaraciones, determinados permisos…
Y las invitaciones que no son invitaciones a estar, sino invitaciones a hacer.
Si se pudiera, me encantaría pasar mis últimos días como empleado del
Correo haciendo esos repartos.
Uno a uno. Casa por casa. Persona por persona.
Ya que ellos seguro andarán extraviados sin las cartas que les enviaban.
De uno a otro. De una a otra forma de extravío.
De una a otra forma de encontrarse”
Raúl
Carta de Macedonio Fernandez a Jorge Luis Borges:
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“Querido Jorge Luis:
“Iré esta tarde y me quedaré a cenar si hay inconvenientes y estamos con
ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar las tengo aún con
inconvenientes y sólo falta asegurarme las otras).
“Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba
para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa. Estas
distracciones frecuentes son una vergüenza y me olvido de avergonzarme
también.
“Estoy preocupado con la carta que ayer concluí y estampillé para vos;
como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el
sobre y ponértela en el bolsillo: otra carta que por falta de dirección se habrá
extraviado. Muchas de mis cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el
texto. Esto me tiene tan fastidiado que rogaría que se viniera a leer mi
correspondencia en casa.
“Su objeto es explicarle que si anoche vos y Pérez Ruiz en busca de Galíndez no
dieron con la calle Coronda, debe ser creo, porque la han puesto presa para
concluir con los asaltos que en ella se distribuían de continuo. A un español le
robaron hasta la zeta, que tanto la necesitan para pronunciar la ese y aún para
toser. Además, los asaltantes que prefieren esa calle por comodidad, quejáronse
de que se la mantenía tan oscuro que escaseaba la luz para su trabajo y se veían
forzados a asaltar de día, cuando debían descansar y dormir.
22
“De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje,
pero ahora es otra; creo que atiende al público de 10 a 4, seis horas. Lo más del
tiempo lo pasa cruzada de veredas en algunas de las casas; quizá anoche estaba
metida en lo de Galíndez: ese día le tocó a él vivir en la calle.
“Es por turnos y éste es el de que yo me calle.”
Tercer Tema:
Acabamos de escuchar…
Raúl
Cartas reales. Anclas que quedaron tensas en océanos vertidos por el
tiempo.
Cartas reales que irguieron lenguas, susurros, que señalaron sitios en los
que ayudar a ambas partes a reconocerse.
Cartas que a modo de puentes sorteaban abismos de sentido. Manos
anudadas a la distancia. Trazos hilvanados, rescatados del azar, o del fuego, o de
la inundación, o del olvido.
Daniel
23
Carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio:
“Chiquilla:
“¿Sabes una cosa?
“He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos
azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las
pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar
que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando
somos niños.
“También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el
izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de
ese sabor.
“Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de
volverte a ver.
“No me conformo, no; me desespero.
“Ayer pensé en tí, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el
camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi
alma.
“Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros
por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres
el principio y fin de todas las cosas.
24
Juan”
Raúl
Otra carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio.
“Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en
las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye
como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve
como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor...
“Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira
y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la
vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón
entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría
quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga,
manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que
esas tus manos, Clara?
“He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir
entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha
llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo
murmura el río...
“Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
Juan”.
25
Paola:
De dos cartas de Frida Kahlo a Diego Rivera:
Diego:
Nada comparable a tus manos ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.
Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la
tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda
para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos
“Mi Diego:
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos - En la sombra y en la luz. Tú te
llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo Cromoforo - La que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.
26
Mi deseo es entender la línea la forma el movimiento. Tú llenas y yo recibo.
Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a
las tuyas que son mi luz.
Cierre
(Sobre “L´inverno” Segundo Movimiento – Antonio Vivaldi, por Il
GiardinoArmonico):
(Lento - Grave)
“Siguen vagando las palabras, criaturas del aire, harinas de tiempo, hurgando por
las cuerdas, y los labios y la boca, para vibrar de nuevo.”